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MI ROTO CORAZÓN

El despertador cumplió con su cometido y me despertó a las siete en punto de la tarde. Estaba oscureciendo
así que encendí la luz. Después de una buena ducha me vestí y salí a la calle. No sabía dónde ir pero me daba
igual, era mi día libre. Mire a un lado, a otro y al final cogí el de la izquierda, no sé por qué, pero tire por este.
Veía, mientras caminaba, los escaparates, los coches pasar, a la gente, en fin cuando vas solo y aburrido que
otra cosa puedes hacer. Llevaba un rato caminando y decidí entrar en un bar. Me tome un refresco, no tomo
alcohol y me fume un cigarrillo, algún vicio tenía que tener. Había en un rincón dos mujeres sentadas en una
mesa, vale en las sillas. Decidí intentarlo, que podía perder.
.- ¡Hola! ¿Me puedo sentar con vosotras?
.- No.
Vaya corte, la negación fue clara y concisa. Replegué las velas y me fui diciéndome: otra vez será.
Eran las doce cuando decidí volver a mi apartamento, no me gusta trasnochar. En el camino de vuelta vi
a una mujer que desconsoladamente lloraba. Al estar la calle solitaria me acerque, por si podía ayudar en algo.
Al llegar a su altura la mujer se asusto.
.- Perdóneme señora…
No pude decir nada más, era tan bella que mi corazón empezó a latir tan fuerte, que parecía estar más en mi
cabeza que en mi pecho.
.- No se asuste, por favor. Pero la he visto llorar y no he resistido el acercarme. ¿La puedo ayudar?
.- Es usted muy amable. Pero lo mío no tiene solución.
.- Bueno, dicen que todo tiene arreglo menos la muerte.
Entonces se me quedo mirando fijamente y creí ver un extraño brillo en sus ojos.
.- Por eso mismo lo mío no tiene solución. Estoy muerta.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Rápidamente me recupere y le dije.
.- Bueno pues ahí no puedo hacer nada, si quiere le llamo a un enterrador.
Sonrió y dejo ver entre sus labios una hilera de dientes blancos y perfectos. Lo cual, unido a sus rojos y
carnosos labios, me hizo sentirme como si estuviera en las nubes.
.- Ande, venga conmigo y le invito a un café. A ver si le quito esas ideas.
Se quedo pensativa y al final, secándose las lágrimas, accedió a mi petición.
La noche se paso si darnos cuenta, estuvimos toda la noche paseando. Hablamos de muchas cosas, pero
el motivo de su pena no lo tocamos. Se le veía tan feliz, no quise tocar el tema. La acompañe hasta las
escaleras de metro. Entonces, en el momento de la despedida, vi como empezaban a salir de sus ojos, bellos
como dos soles, unas lágrimas.
.- Me tengo que marchar. Esta noche ha sido la más feliz. No te olvidaré.
.- ¿Cómo? No quieres volver a verme. He hecho algo que te moleste.
.- Te lo dije, tengo un problema. Y no tiene solución.
.- Sigues en tus trece. Está bien. Tu misma.
.- Bueno, mañana a la misma hora en el mismo sitio donde nos vimos por primera vez.
Salió corriendo y la perdí entre la gente. El camino de vuelta estuve pensando en lo que me había ocurrido,
no me lo podía creer. Una mujer llorando la invito a un café y paso la noche más maravillosa de mi vida. Y
eso que no termine en la alcoba, como normalmente ocurre. No es que yo sea un Adonis, pero tampoco
estoy tan mal. Un metro ochenta, setenta y cinco kilos, una barba bien recortada, veintisiete años, un buen
trabajo, soltero, una cara agradable como mi carácter, me gusta vestir bien y soy un chico aseado. Las del bar
estaban bebidas. Ya digo no soy un Adonis, pero me acerco ¿Verdad? No, es broma. Voy contento. ¿Se me
nota? Entonces recordé algo que ella me había dicho- quiero que esta noche sea la más feliz de mi vida-. No le
di más vuelta a la cabeza mire el reloj y eran las siete. Vaya, se me ha hecho tarde entro a las ocho. Mas me
vale que me de prisa.
Cuando volvía del trabajo, serian la cuatro y media me encontré con un amigo de mi tierra, Sevilla.
.- ¿Juan?
.- ¿Daniel?
.- ¿Qué haces en Bilbao?
.- Pues nada bueno, he venido al entierro de una prima de mi mujer.
En esos momentos salía del coche la mujer de mi amigo, Luisa. La salude. Pero en el coche había una mujer,
vestida de riguroso luto. Luisa me dijo que era su tía, la madre de la fallecida. Me acerque para darle el
pésame. Ella me miro con esa mirada perdida y vacía que tiene el sufrimiento. En su regazo tenía una foto.
Con manos temblorosas me la ofreció y me dijo: solo tenía veinticuatro años. Cuando vi la foto creí que la
tierra me tragaba. No podía ser es ella, pero si hace unas horas he estado con ella. Y he quedado esta noche.
Salí corriendo sin ni siquiera despedirme de mi amigo. Cuando llegue al apartamento tenía los ojos arrasados
de lágrimas. Mi pecho subía y bajaba con frenesí. No podía ser.
Dieron las doce y allí la encontré más guapa que nunca. Corrí hacía ella y la abrace pero se esfumo de
entre mis brazos. Un frío glacial recorrió mi cuerpo.
.- Te lo dije mi problema no tiene solución. Pero quiero darte las gracias porque me has hecho la mujer más
feliz de la tierra. Y antes de irme quiero decirte algo:
Los recuerdos vendrán a mi mente
como el frío viento del Norte
y dejaran a mi cuerpo helado
por tu boca ausente.

Que diera por tenerte


que no sé que arde en mi frente
si el pecado de quererte
o el ansia de tenerte.

Su cuerpo se recubrió de una luz blanca y brillante, y con una lágrima en los ojos y una sonrisa en sus
labios, con sus blancos y perfectos dientes me dijo: Te quiero. Y delante de mis ojos se evaporo. Y allí en
medio de la calle, arrodillado, quedó mi corazón esparcido en mil pedazos. Y ahora al cabo de los años
pienso: Cuantos corazones quedaran destrozados aunque el otro no haya muerto.

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