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W. EBENSTEIN los grandes -pensadores politicos Qolled, WILLIAM EBENSTEIN Profesor de Politica en la Universidad de Princenton LOS GRANDES PENSADORES POLITICOS De Platén hasta hoy Traduccién al espaol ditigida por Enrique ‘Trerno Garvin sara de Braganza, 12 > MADRID 2 @I1g e a CAPITULO l PLATON LA conribucion imperecedera de los griegos a la civilizacién occidental esta en el dominio del hombre y de la naturaleza por medio de la raz6n. En el mundo pre-griego, los pueblos mas desarrollados habian aprendido a vivir con la naturaleza, arrebatindola, por medio de una observacién pa- ciente, algunos de sus secretos, aplicindolos en su propio beneficio. Ahora bien: esta sabiduria practica jamas perdid su asociacién directa con los de- monios y mitos, los miedos y las esperanzas, los castigos y las recompensas, y la concepcién de la naturaleza pre-griega previé el fendmeno fisico como esencialmente individual, tinico e incalculable, més bien que como general, universal y predecible. Los griegos no fueron los primeros en pensar en las regularidades recurrentes de los hechos inanimados, pero si en desarrollar —llegando mas alla de la observacin y de la sabiduria— la actitud cien- tifica, una nueva aproximacién al mundo que constituye hasta hoy dia uno de los elementos distintivos de la vida occidental. En el campo de las relaciones humanas, también la invencién y origi- nalidad griega estan no en esta o aquella teoria politica, sino en el descu- brimiento del estudio cientifico de la politica. Los griegos no fueron los primeros que pensaron en el problema de una sociedad bien ordenada. El pensamiento politico pre-griego, habia sido una mezcla de leyenda, de mito, de teologia y de alegoria, y si existia algdn elemento de raciocinio indepen- diente, servia como medio para un fin mas elevado, generalmente se hallaba en los credos de un sistema no racional o supernatural, como la religién. Asi Ia contribucién del pensamiento judio a la herencia politica del mundo habfa sido elemental: la idea de la fraternidad entre los hombres, de “un mundo”, estaba profundamente enraizado en la idea del monoteismo, tal y como la transmite por la Biblia, Por el contrario, el politeismo hacia dificil Ia uni- dad de la humanidad, y su pluralismo religioso refleja su incapacidad para sobresalir intelectual ¢ institucionalmente de los limites de la ciudad-estado. Desde el punto de vista social, la Biblia era opuesta al principio de es- clavitud —fendmeno general en la Antigiiedad— y establecfa un dia semanal 1 2 Los grandes pensadores politicos de descanso (hasta entonces desconocido en algunos lugares de la Tierra), y contenia ‘una serie de normas protectoras a favor de los trabajadores, deudo- res, mujeres, nifios y pobres. El concepto de “pacto”, Jo primero que aparecia en el acuerdo entre Dios y Abraham, es un tema frecuente en la Biblia cuando se han de tomar decisiones inmediatas; es una inspiracién para los siglos venideros, cuando los puritanos intentan construir una nueva religion y una sociedad civil, o bien después, cuando el presidente Wilson, un devoto presbiteriano, denomina a la constitucién de la Liga de Naciones un “pacto”. Peto si importantes fueron esas contribuciones para Ia civilizacién occidental, no lo fueron tanto en el sentido de ciencia politica. Significaron ética politica y social mejor que ciencia, y como tal constituyeron una de las tres. princi- pales contribuciones al conjunto de la civilizacién occidental, siendo las otras dos el principio cristiano de amor y el principio griego de racianalismo. El primer trabajo que merece Iamarse ciencia politica, pues aplica un Fazonamiento sistematico y una investigacidn critica a las ideas politicas y a las instituciones, es la Repiiblica de Platén, Después de dos mil trescientos afios continiia siendo la Unica introduccién a les cuestiones bsicas para con- siderar a los seres humanos como ciudadanos, Ningiin otro escritor politico ha igualado a Platon (427-347 a, C.) combinando un razonamiento penetran- te y dialéctico con las imagenes poéticas y el simbolismo. Una de las principales (y mas revolucionarias) ideas de la Republica es gue Ia forma mejor de gobierno y de accién politica debe ser el objeto legi- Uimo del pensamiento cientifico riguroso, producto inevitable que sirve para dominar por medio del miedo y Ia fe, Ja indolencia y la improvisacién, Esta idea plat6nica de aplicar la razdn a las relaciones sociales ha sido muy dis- cutida en el siglo xx, como lo fue en tiempos de Platén y es uno de los elementos principales para realizar nuestros fines politicos. Para decir hasta qué punto creemos en la posibilidad de aplicar la razén y el anAlisis critico a la solucién de las cuestiones politicas y sociales, hay que tener en cuenta que somos herederos espirituales de Platon, aunque estemos en profundo desacuerdo con alguna o con todas sus ensefianzas especificas, No obstante, tratando de desaprobar algiin punto de la docttina 0 de la prictica politica de Platén, el anti-platonismo le ha concedido el vinico punto importante: que las cuestiones politicas y sociales pueden ser aclaradas con argumentos mejor que por la fuerza y el dogma Socrates, profesor de Platén y principal figura en la Repiiblica, ha sido llamado despreciativamente el “primer demécrata social” por algunos to- talitarios modernos; lo que odian en él, sobre todo, es su irritante costum- bre de la investigacién sin fin, por medio de argumentos, de Ja razén que Subyace en las ideas e instituciones aceptadas, Otros totalitarios que penetran menos profundamente en el pensamiento de Platén le han tomado como su primer antecesor intelectual, debido a que en la Repiiblica hay un funda- Platén 3 mento explicitamente no democritico 0 totalmente antidemocratico. Impli- cita en el racionalismo de Platén y de Sécrates esti la idea, incompatible con el culto a la violencia, de que Ja inteligencia del hombre puede descubrir en Ia naturaleza de la vida buena y los medios de seguirla por medio de la in- vestigacion filosdfica, El anilisis politico modetno ganaria en un punto bisico, en penetracién y comprensidn, si siguiese a Platén mas de cerca: Platén nunca parte de la hipétesis del Lomo politicus como “hombre politico” abstracto, que no esté relacionado con la riqueza y la complejidad del propio individuo o de la sociedad en su conjunto, Actualmente la psicologia de Platén puede parecer simple en sus analogias y en sus hipotéticos hechos, pero tiene una impor- tancia excepcional su seguridad de que ninguna teoria politica puede set profunda a menos que esté basada en el estudio del hombre. La psicologia moderna nos ha ensefiado Jo suficiente sobre las personas neuréticas para que pensemos que una sociedad sana no puede componerse de hombres y mujeres que estén preocupados por el miedo y Ia inseguridad, El pensamiento politico de Plat6n introdajo también el concepto de “pi blico”, distinto del de “privado”. Como griego, Platén no podia tener una idea clara de la oposicién entre el individuo (0 mejor dicho contra) y el Es- tado, ya que la ciudad-estado no era tan solo una unidad social, econdmica y politica, sino también una unidad espiritual y religiosa. Las religiones judia y ctistiana separaban el alma del hombre de la condicién de ciudadano y establecian la idea de un espiritu humano inalienable ¢ indestructible fuera del dominio y de Ia jurisdiccién del gobierno, una filosofia desconocida para Plat6n, En Ja religiGn politeistica de las ciudades-estado los dioses eran co- munidades de dioses, y no habia problema porque el individuo fuese miembro de su comunidad en un sentido y no lo fuese en otro. Aunque Platén des- conociese la oposicién entre individu y Estado —a partir del siglo xvi, la ténica predominante de toda la especulacién politica occidental—, si conocia en cambio Ia res publica, la “cosa comin” en las relaciones mutuas de los seres humanos. Antes de la experiencia y anilisis griegos, Ia Gnica dicotomia principal conocida para el hombre, consciente o inconscientementey estaba entre lo “sa- grado" y lo “profano”. La evolucién entre “publico” y “privado” es parte del secularismo occidental, que retorna directamente a la vida y pensamien- to griegos. El feudalismo medieval abandoné la diferencia entre las relacio- nes privadas y pablicas en las insticuciones politicas y econémicas; partiendo del rey no existia ninguna divisiéa clara entre Ia propiedad 0 autoridad privada y publica, emtre los sefiores y los vasallos. En este sistema el matiz y la intensidad de las relaciones personales entre el gobernante y el gober. nado hacian dificil la discusién racional de las cuestiones politicas y del ver- dadero constitucionalismo; este hecho puede observatse hoy en aquellos pai- 4 Los grandes pensadores politicos ses en los que (como en algunos lugares de la América latina 0 Asia) el gobierno impersonal es un ideal mejor que una realidad. Incluso cuando el concepto del Estado soberano moderno se desarrollo en principio en el siglo xvi en Italia, do stato significaba especialmente el gobernante y la “maquina” que habia construido, y pasé bastante tiempo antes de que “el Estado” asumiese el caricter anénimo © impersonal que mis tarde tuvo, En los regimenes fascistas, los gobernantes tendian a mezclar los dominios de lo piblico y de lo privado, “tomaban prestados” castillos y galerias de pinturas que pertenecian a su Estado o a otro que habia sido conquistado, “adquiriendo” amplios imperios industriales para sus hermanos y sobrinos, y construyendo fuerzas privadas, con frecuencia personales y mi- litares, que competian con las del Estado. El inevitable desarrollo de la co- rrupcién en todos los regimenes fascistas es el precio pagado para la disolu cién de la clara separacién entre autoridad publica y privada, Uno de los meéritos del genio es que puede enriquecer cada generacién nuevamente, En el apogeo del Jaiisez-faire, el ideal de Platon respecto de una clase adminis- trativa y politica bien entrenada, dedicada al servicio publico sin tener en cuenta la felicidad personal o Ja ventaja financicra, ejercia una arracciOn re- lativamente pequena, ya que la sociedad era como una pieza de maquinaria automatica y auto-regular, y la sabiduria politica podia resumirse en la formu- la de “cuanto menos gobierno, mejor”. La idea de gobierno de Platén como la tarea mis clevada, tanto moral como practica, a la que los hombres de imteligencia y de virtud debian cedicarse, parecia fuera de lugar en aquellos dias en los que el no hacer nada se juzgaba como la funcién mas noble de tuna asociacién politica. Debido a las ciscunstancias, es decir, las guerras y las depresiones, que necesariamente hablan aumentado en los dltimos tiempos la estructura y funcion del gobierno, en Platén se volvid a descubrir e} ideal del servicio piblico superior a cualquier otro. Los demécratas se unie- ron para rechazar la propia solucién de Platon respecto de este problema, la ley de quienes conocen sobre los que desconocen sin tener en cuenta el con- sentimiento de estos ltimos. No obstante, hay que comprender que si la democracia ha de sobrevivir en un mundo duro y peligroso de posibilidades én pugna, no existe sustitutivo alguno sino un gobierno inteligente y efi- ciente si ha de resolver las tensiones y conflictas dentro y entre las naciones. Hemos ido practicando progresivamente las ensefianzas de Platén, ya gue el camino para llegar a un gobierno y a un servicio pablico mejores no €6 otro que un sistema de educacién apropiado, En resumen: Ja ultramoderna realizacién de educacién y su desarrollo rapido como un proceso sin fin, abarca a los adultos y a los jovenes, y retorna directamente a Platén: vio que Ja educacién era algo mas que aprender los hechos y las ideas bisicas en Ja infancia y en la adolescencia, y fue el primero que propuso un sistema elaborado de entrenamiento y de educacion de los aduitos, Platon 5 Los demécratas difieren del sistema de educacién de Platén por dos razones: primero, Plat6a reservaba las oportunidades educativas, de dura- cién ¢ intensidad prolongadas, solo para futuros gobernantes, mientras que el demiéctata ve en la educacién un medio para una vida mejor posible para todos. Segundo, Platén creia que la se'eccién de los gobernantes podria ha- cerse mejor por medio de un entrenamiento prolongado de los hombres y mujeres, generalmente aquellos que habian nacido en la clase gobernante 0 bien aceptados, en situaciones excepcionales, de clases mas humildes, de tra- bajadores, granjeros y comerciantes. Los demécratas rechazan este esquema € insisten en que los gobernantes politicos han de ser seleccionados por voto popular. Esta teoria democratica es valida mientras los votantes tengan su- ficiente juicio y discriminacién para elegir al mejor para un cargo piblico Cuando eligen libremente y colocan a bribones y tontos en los puestos mas importantes en cuya autoridad cree el publico, la teoria democratica de se- leccionar a los gobernantes queda ripidamente barrida por los demagogos y los dictadores. Mientras que la democracia continie rechazando el esquema de entrenamiento y élite de los gobernantes politicos de Platén, vera con mayor simpatia la posibilidad y también deseara el entrenamiento de los fun- cionarias priblicos. Sobre este punto, las democracias abandonan cada vez més la vieja doctrina de que el sistema de privilegios, 0 gobierno de cama- rilla, puede ser un sustitutive para una administracién honrada y eficiente. Una de las causas principales de la influencia penetrante y persuasiva de Platén a través de la historia es que es el exponente mas capaz de la teoria aristocratica del Estado y la critica mas aguda de la forma de vida democritica. En la evolucida de la humanidad la experiencia democritica es infinitesimalmente pequefia comparada con su ignorancia de la vida demo- cratica, y superponiéndolas viene a ser como si se colocase una medalla en Io alto de un rascacielos. Si la historia ha sido hasta aqui en gran parte la historia de Ia desigualdad, no hay que asombrarse de que la desigualdad de la filosofia de Platén, suavizada por el aumento de prestigio y lo razo- nable de su argumento, haya sido Ja filosofia politica mas venerada ¢ idea- lizada de todas las épocas. Su relative moderacin se ha afadido a Ia in- fluencia de la Replica. Aunque en general en favor de una sociedad je- rarquica que, una vez establecida, es mas bien cerrada que abierta, la Repa- Mica puede parecer repulsiva a algunos conservadores en diferentes senti- dos: la idea de una investigacién racional de los fundamentos de la sociedad, es decir, llegando hasta Jas raices de las instituciones sociales, ha de parecer demasiado radical, pues el conservador desea contemplarla como un pro- ducto de crecimiento natural en el que no se desea voluntariamente, bien por la inteligencia u otros medios, intervenir. Cuando describe la “primera ciudad” antes de la “situacién fabril” dice que necesita la formacién de dos clases: de gobernantes (guardianes) y solda- 6 Los grandes pensadores politicos dos-administradores (auxiliares), Platén describe un esquema de crecimiento natural de las instituciones sociates, sin que se mezcle la raz6n consciente, de modo que actuaria a lo conservador. Pero la primera ciudad, cuya sola raison d’étre esti en Ja satisfaccién de los deseos materiales por medio del principio de la divisiin de trabajo, es, segin especifica Glaucon, una "comu- nidad de cerdos” 2 la que ain le falta la direcci6a consciente de una clase gobernante, cuya excelencia especifica es la razdn. El desarrollo de la sencilla primera ciudad hasta Megara una situacion fabril, lo atribuye Plain @ la expansiéa y refinamiento de los deseos humanos, es decir, el lujo, La inca- pacidad de la comunidad para cubrir las recientes y lujosas necesidades que Se presentan aparte de los recursos existentes (la tierra, el trabajo, las artes) es causa de la guerra, de una guerra bien defensive u ofensiva. La situacién fabril no queda limitada a la amenaza de una guerra externa, sino que también implica la posibilidad del quebrantamiento o aniquilacién de la salud y del equilibrio de la primera ciudad @ causa de la inquietud in- terna. Para salvaguardar o, mejor, restaurar la balanze original de la comuni- dad, se necesita una clase especial de Iuchadores. Aunque la nueva clase de luchadores no degenere en una clase de pretorianos, ebrios con el poder y peledndose continuamente entre ellos y con os miembros de la clase pro- ductora, sin embargo, han de recibit un entrenamiento que haga que sus miembros sean “amables con su propio pueblo y peligrosos para sus ene- migos”, inculcarles 1 valor suficiente para defender la ciudad frente a los enemigos externos € internos, y al mismo tiempo imbuirles la comprension de los principios que hacen a la ciudad merecedora de que se la defienda La clese de los luchadores (auxiliares) hace necesaria la existencia de una clase superior, los guardianes o gobernantes, que eligen y entrenan a los auxiliares asi como a los futuros guardianes. La cualidad caracteristica de os gobernantes es la wwhiduria, asi como el valor (atempetado por el cono- cimiento) es 1a caracteristica de los luchadores, y el apetito (o deseo de sa- tisfacer los deseos materiales) es el rasgo caracteristico de la clase trabajadora (trabajadores, granjeros, comerciantes, doctores, enfermeras, actotes). Asi como la primera ciudad era el producto de un desarrollo inconsciente, la “segunda”, o “ideal” ciudad de la Repiblica es el producto de la direccion racional., La comunidad platénica cs el ejemplo principal de un estado planifica- do; peto ha de tenetse en cuenta que el sector planificado de este Estado se aplica solo a los guardianes y auxiliares, mientras que la clase productora ha de dejarsela segiin sus actividades cconémicas funcionen. Platén era un aristécrata que tenia una tendencia en contra del trabajo y el comercio tan caracteristica en todos los aristécratas de todos los tiempos, y In falta de re- glamentaciones del orden econdmico de Ia clase productora en la Repiiblica, Platén 7 indica el desprecio del noble por la prosaica existencia de aquellos que tienen que-trabajar para vivir. Ia vida de los guardianes y de los auxiliares excluye los intereses indi- viduales, en la propiedad, el amor o la familia, pero esta comunidad de ab- soluta participacién, no es el socialismo. La perspectiva del socialismo es hedonistica: su objetivo es el aumento de Ia felicidad humana por medio de la abolicién de la necesidad y de la miscria, La meta del socialismo no es la realizacién de un ideal social justo preconcebido, sino lograr el maxi- mum de felicidad para el mayor nimero posible de gentes agui y ahora. La participacién de los guardianes y de los auxiliares en la Repmblica se basa en un principio que es casi diametralmente opuesto al del socialismo: el principio de austeridad, que pone escaso valor, si es que lo pone, en el valor de los deseos materiales y de su satisfaccién. No es la felicidad de los seres humanos con personalidades diferentes y Gnicas, sino mas bien la realizacién de un ideal de justicia social predeterminado. Este es el proyecto de la comu- nidad politica segin se describe en la Republica, Aunque la analogia de la vida comunitaria de los guardianes y de los auxiliares no se da en el estado socialista (en el cual todos los ciudadanos comparten las amenidades de la vida) ni tampoco en las comunidades socia~ listas dentro de un estado no socialista, puede darse en los ejércitos, en las érdenes monasticas y en el clero de las iglesias a quienes se les niega el matrimonio o Ja propiedad privada. En todos estos grupos la clase gober- nante comparte con los guatdianes platdnicos la seguridad de saber cual es el mejor gobernado, sin dar su consentimiento, asi como una relativa des- preocupacién por la propiedad, el sexo, la familia y demis formas de feli- cidad personal, El "socialismo” de Platén de los guardianes cra més bien un servicio autoritario que la participaci6n en Ia felicidad y goce y como tal la antitesis perfecta del socialismo occidental. Federico ef Grande fue lla- mado con frecuencia por los escritores alemanes el primer socialista alemén, ya que sirviendo al estado, carecia de piedad tanto para él como para con los demas. E]_mismo sistema japonés de “socialismo militar” denotaba un régimen autoritario de arriesgado servicio y sacrificio; lo que se compartia era Ja buena voluntad para morir y para no gozar de la vida. El socialismo moderno occidental afirma, por el contrario, la idea de la vida, no de la muerte. La Repiblica platénica se opone a la democracia en dos planos: plano evidentemente explicito y otro, menos evidente, implicito, La oposi explicita de Ja Repiblica a la democracia descansa en una divisién triple de la poblacién en gobernantes, luchadores y productores (granjeros, artesanos, comerciantes). Una, numéricamente pequefia, aristocracia de gobernantes, que dirigen un cuerpo de soldados y administradores bien entrenados, gobiernan Ja tercera clase, 0 sea los productores, que constituyen los cuatro quintos o tal 8 Los grandes pensadores politicos vez mas de la poblacién total. Platén pretende que la divisién triple de la clase de la segunda ciudad no cs sino la extensién del principio de la di- visién del trabajo, caracteristica de la primera ciudad, Gobernar o defender a un Estado, argumenta Platn, es como un trabajo erpecializado, como el zapatero: y si el principio de la divisién de trabajo prohibe que el zapatero haga muebles, lo mismo queda excluido de gobernar o defender y adminis- tar en la ciudad, que son funciones que constituyen en si un arte especial y especializado. Hay una objecién que hacer aqui al razonamicnto de Piatin (y esta ob- jecién es fundamental para todo el edificio de la Repablica): si la naturaleza de gobernar y administrar un Estado es un arte especializado no diferente del de hacer zapatos o de los trabajos de la granja, es dificil ver por qué no ha de agregar los dos nuevo arces de la segunda ciudad al ntimero existente ya en la primera ciudad. Recordemos que en ella no habia artes especiales de gobierno y administraciéa, pues la armonia de la sociedad se mantenia de una manera natural, desarrollindose aparte de la division del trabajo, y sin una guia o gobierno consciente. Si, por ejemplo, el nimero de artes en Ja primera ciudad era de unos cien, el que se Je afiadiesen dos nuevas artes de gobierno y de lucha en la segunda ciudad, quedarian aumentadas las pri- meras en ciento dos artes si la scgunda ciudad continuaba basindose como antes, en el principio de la division de trabajo, Ademas Ptatén nos presenta el concepto de las tres claves en la segunda ciudad: primero, la clase de los gobernantes (guardianes en el sentido mis limitado); segundo, la clase de las ayudas cjecutivas militares y civiles (auxiliares); tercero, la clase de produc- tores u obreros manuales. Esta iiltima clase se compone en la primera ciu- dad, de toda la poblacién organizada segin el principio de la divisién del trabajo; ahora, en Ja segunda ciudad, la parte trabajadora asciende solo de un ochenta a un noventa por ciento. El principio de la divisién de trabajo solo puede producir cada vex mis trabajos especializados, segiin que las necesidades y aptitudes de la sociedad proliferen, pero nunca ha de Hevar a un sistema de clases basado en los va- lores jerirquicos. Si Platén, sin embargo, introduce el concepto de la triple divisién del trabajo en la segunda ciudad, se hallara un nuevo principio, diferente del de la divisi6n del trabajo para distinguir las funciones de go- bierno y administracién del Estado de todas las demas artes. La diferencia principal entre los fildsofos-gobernantes y los productores en la Repiblica es la diferencia entre sabiduria politica y conacimiento técnica. Solo los filé- sofos tienen penetracién para considerar los problemas Aumanos, penetracion, que es mas que poseer una ensefianza especializada. El aresano, por el con. trario, no tiene un conocimiento amplio del fendmeno de la naturaleza y de la sociedad de la que forma parte, solo se fimita su conocimiento a un tipo de naturaleza sécnica. Incluso donde semejante conocimiento, como en Vlaton 9 medicina, se aplica a los seres humanos, continia siendo un conocimiento técnico y no una comprensidn filosdfica elevada o de superior penetracidn, pues el médico esta intcresado en los seres humanos como partes de un mun- do psicofisico, y no en un mundo de valores y de ideas. El artesano platénico es pues inferior, por dos causas, para el fildsofo: primera, su material es limitado y finito, y esté sometido a leyes causales 0 estéticas, cuyo conocimiento es relativamente facil, comparado con el ma- tetial del fildsofo —humanidad y cosmos, leyes que son las mas dificiles de descubrir y comprender—. Segundo, el conocimiento del artesano jamas alcanza el grado de sabiduria y comprensién que logra el fildsofo en su es- tudio de los dltimos valores, de las formas intrinsecas y de las leyes césmi- cas. El conocimiento del artesano es solo un nivel intermedio, es la materia prima que va hacia el proceso de aprender y de adquirir sabiduria, a cuyo proceso esta sometido el fildsofo en la Republica. La teoria democratica de la politica critica a Plat6n no solo su idea bisica de que la capacidad para gobernar solo la poseen las clases minori- tatias, sino también que semejante capacidad puede transmitirse en ge- neral (Platén admite excepciones ocasionales) por medio de una educacién de selecci6n. Este concepto plat6nico de una clase gobernante aristocratica hereditaria, no demasiado cerrada al talento desde abajo, queda rechazada por la teoria democratica del hombre y del Estado fundindose en la eviden cia historica y en Ja reflexién racional. El punto de vista democratico del hombre es menos pesimista que en Platén y cree con cierta esperanza que la sabidurfa y el conocimiento pueden hallarse en los lugares mas insospe- chados, en las cabafias lo mismo que en las mansiones augustas, en resumen: que también pueden hallarse en la plebe. Si la oposicién explicita de la Repsiblica a la forma de vida democritica es lo bastante seria, la oposicién implicita es incluso mas fundamental e irreconciliable. Platén afirma (en la Repiblica y también en otros escritos suyos) que la Verdad (con letra mayascula “W") es algo eterno, incambiable ¢ inmodificable y que puede ser accesible a unos cuantos,selectos por medio de un entrenamiento ingeniosamente trazado y reservado a los futuros lu- chadores y gobernantes. La preparacién de los gobernantes empieza antes de su nacimiento, en la unién adecuada de sus padres, mediante un plan pre- concebido, que es el de asegurar las mejores cualidades fisicas y mentales del vastago para luego ser educado. Nada se deja al capricho personal o al acci- dente a partir de la infancia, y el proceso educativo, tanto teérico como pric- tico, continia hasta que cumple los cincuenta, Literatura, musica, instruccion fisica y militar, mateméticas elementales y superiores, filosofia y metafisica, tareas subordinadas militares y servicio civil, todos estos son los diferentes grados de un programa planificado de los gobernantes-filésofos: “Despues, al Legar a los cincuenta afios, quienes logran alcanzarlo y probarlo con las Ww Las grandes pensadores politicos mejores puntuaciones, tanto en la prictica como en el estudio, Hegan por iltimo a la meta, Han de elevar sus ojos por encima del alma para ver a quicn proyecta su luz sobre todas las cosas; y cuando han visto al propio Dios, lo adopran como esquema para ordenar rectamente al Estado y al individuo, ambos incluidos. Durante el resto de sus vidas emplean gran parte de su tiempo en el estudio; pero cuando les Ilegue el turno tendran que tomar parte en los perturbadores deberes de la vida publica y actuar como gobernantes en beneficio de su propio pais, sin que esto lo consideren como una distincién, sino mas bien como tarea ineludible.” Platén consideraba el entrenamiento literaria, matemética y filosficamente como una mera pre- paracién para “el ascenso a la visién del Bien Supremo”, el “objeto mas ele- vado de la sabiduria”, cuyo grado final no puede dominarse por la mera instruccién 0 comprehensién racionales, sino compartiendo la naturaleza de la revelacién, una experiencia mistica y socialmente incomunicable. Incluso mas explicito que en la Repiblica, Platn delimitaba su posicién en su Sép- time Carta: “Las verdades filosoficas no pueden ser expresadas en palabras como otras cuestiones pueden serlo, sino después de una asistencia personal @ esos estudios mediante un metodo, después de haber vivido algun tiempo bajo él, surje una chispa que enciende el fuego del conocimiento, y una vez que ha nacido dentro del alma continita alimentandose.” Platén, sin embargo, no define la naturaleza de Dios en términos veri- ficables o racionales; es un secreto, “algo que esta més allé de la verdad y del conocimiento y tan precioso como estos dos o incluso mas”, asi dice en la Republica. La tnica aproximacién se logea por la vision y la revelacién, y muy pocos han logrado la bendicién de “poder Megara la cima” de estas visiones. El filsofo-gobernante platnico basa su ley en el pueblo, no solo en un caricter superior o en un conocimiento racional, como pudiera su- ponerse después de una apresurada lectura de a Repiiblica, sino mas bien en una experiencia profunda y unica que es mistica ¢ incomunicable en tér- minos racionales. Conocer es “contemplar las realidades por si mismas, tal y como son para siempre en el mismo e inmutable Estado”, y porque e) gobernante conoce, como resultado de su visién de Dios, tiene el derecho a gobernar sobre el pueblo; jamis pueden esperar alcanzar cimas.parecidas de profundidad y de visién, y solo pueden creer en, pero no entender de una manera racional, un orden social construido sobre intuiciones que son por tiltimo, misteriosas © inaccesibles al sentido comiin de la experiencia, La naturaleza y esquema de la autoridad de los gobernantes en la Rept blica estan intimamente relacionados con su fundamento. Lo mismo que la sabiduria de los gobernantes es la que les da la posibilidad de gobernar y va ditigida a lo absoluto, asi es su autoridad, que moralmente se basa en su entrenamiento y sabiduria absoluta ¢ incondicional. Los gobernantes tienen el derecho moral de limitar lo gobernado si encuentran algin signo de aban. Platon iP) dono en el orden establecido. Platon cree que, en general, esta coaccién no @ necesaria. El pueblo seria educado en ei sistema de clases existente por medio de los mitos y de las alegorias, pues son incapaces de un pensamiento cientifico y filosdfico riguroso. Pero si el empleo de la fuerza en la Repuiblicw levanta consideraciones criticas serias, el uso de la censura explicitamente recomendado y la “mentira medicinal” como educacién de las clases que gobiernan y del ejecutivo mili- tar, no son menos alarmantes, Platén, con frecuencia, compara los gober- nantes a los doctores, y los gobernados a los pacientes, y dice que “para una persona privada, desorientar a los gobernantes ¢s una ofensa peor que el que un paciente desoriente a su doctor”. Y continéa atacando tales crimenes “farales" y “subversivos” para un Estado, Aunque al gobernado no le esti permitido desviarse de le verdad, particularmente en sus relaciones con los gobernantes, los iiltimos pueden mentir “en el sentido de medicina”. Del mis- mo modo que una medicina puede ser suministrada solo por un doctor, “si al- guien ha de practicar el engafio, bien con los enemigos de su pais con sus Gudadanos, han de ser los gobernantes de la commonwealth, los que actien para su beneficio; nadie puede entremeterse en este privilegio”. Un ejemplo de esta “mentira medicinal” es la fabula de los origenes del sistema de clase, segiin el cual Dios concedié el oro a quienes eran aptos para gobernar, la plata a sus auxiliares y el hierro y bronce a los granjeros y artesanos. “Trataré de convencer —dice Sdcrares—, primero a los gober- nantes y los soldados, y después a toda la comunidad”, y si acepran esta fabula, las tres clases pensarin unas de otras que son “como hermanos na- cidos en el mismo suelo” y estardn dispuestos a defender a su pais, del cual pensaran como si fuera “madre y nodriza”. Es importante que el ejemplo de Platén de Ja “mentita medicinal” esté relacionado no a una cuestion de utilidad y conveniencia, sino a la raiz de su comunidad politica ideal, espe- cialmente a la desigualdad del sistema de las tres clases. Respecto de la censura, Platén expresa con frecuencia en la Repiihlicw una cierta hostilidad hacia los artistas. Su hostilidad surge de su idea de que el arte Ilega al sentimiento y a la pasién mejor que a la razon y la inceli- gencia. Especificamente, Jos poetas deben escribir de manera que ayude a los objetivos del entrenamiento de los futuros gobernantes (hay que recordar que solo los gobernantes y los ejecutivos militares, pero no la poblacién de gobernados, serin educados), Por el contrario, ¢] poeta no ha de presentar a los dioses de una forma poco atractiva y segiin una perspectiva “dema- siado humana” ; si Jo hace, “nos encolerizaremos y le quitaremos los medios para que pueda presentar su comedia”. Es evidente que los gobernantes in- dicaran @ los poetas los elementos que hay que fomentar en sus historias y “los limites de los que no han de pasar”. El valor principal, tal vez el nico, en el atte es Ia educacién moral, especialmente el autocontrol: "Y 12 Los grander pensedores politicos para la masa humana que generalmente obedece @ sus gobernantes, y que Por si misma gobierna su apetito por el placer de comer, beber y el sexo.” Platn considera que Homero, Hesiodo y demis maestros de la literatura griega son vituperables y corruptores. Hacia el final de la Republica la conclusién es que “toda poesia, desde Homero en adelante, es la represen- tacién de Ia semblanza de una cuestién, cualquiera que sea, incluyendo a cualquier clase de excelencia humana, sin sentido de !a realidad". En puridad el artista tiene un lugar por debajo del zapatero o del herrero, ya que este Ultimo tiene al menos un conocimiento limitado y directo de Ja realidad, el de su arte, pues el artista "no sabe otta cosa mejor que mencionar el tra- bajo que realiza” ; el arte, por consiguiente, “es una forma de juego, no t0- mada en serio". El pocta apela al sentimiento mejor que a la raz6a, “estable- ce una forma corrompida de gobierno” en el alma de! individuo: "“queda- Femos justificados si no le admitimos en una sociedad bien organizada”, Al aceprar Ja "mentira medicinal” y la reglamentacién positiva y nega- tiva de las artes, Platén establecié una linea de pensamiento que fue entu- sidsticamente aceprada por aquellos que basaban su derecho de gobernar en un conocimiento superior y exclusive mejor que en el consentimiento libre- mente expresado del gobernado. Aquellos que se adhieren al credo de la se- guridad eventualmente han de usar como medio de gobierno la mentira medicinal, la censura, el control del pensamiento y la coaccién fisica. La concepcién platénica de la Verdad se enfrenta con el punto de vista modetno de la verdad (con “v" mintscula) como algo mucho mis tentador, hipotético, fluido y cambiante, y sometido a un control y a una verificacién constantes. Ademis los filsofos modernos insisten en que la verdad esta intimamente telacionada con la experiencia y que no puede lograrse plena- Mente, pues es un proceso sin fin probar las nuevas hipdtesis frente a las nuevas experiencias; que no es algo que existe anterior al hombre, sino que € algo que est constantemente hecho, rehecho y en proceso de Aacerse. mejor que algo descubierto por la especulacién intelectual o por mistica ins- piracién, La idea de Platén de la Verdad es mas whsoluta © individualmente aritocritica: la Verdad es eternamente 1a misma, és inmutable, puede per- cibitse por el uso de las facultades especulativas e intuitivas de la persona filosofica, que tiene el derecho de gobernar a quienes no poseen dichas ca- pacidades, El punto moderno de la verdad es mas relutivo, empirico y coope- rutivamente social; la verdad no es eternamente la misma, es cambiante y cambiable, jamas se logra mis alla de un cierto nivel proximo y préctico y —lo que es mas importante de todo— que no es el producto de inteligen- cias individuales brillantes, sino del esfuerzo cooperativo de varios individuos y de grupos sociales. Para tener un ejemplo prictico, segdn Piatén, la idea de justicia social € algo que puede descubritse y definirse por medio de un razonamiento jlu- Platén 13 minador, en el sentido de que los puntos de vista relativos, mas modernos y empiricos, sostienen que la justicia social no es una realidad pre-existente légica o intuitivamente descubierta por la especulacién o la revelacin, sino que las aproximaciones temporales a la justicia han de levarse a cabo en una forma socialmente satisfactoria, por medio de negociacin e intercambio entre los grupos y clases interesados. Este concepto dindmico de la verdad es més modesto que el estdtico de Platn, ya que ademas aprecia las limitaciones de la capacidad humana y del desinterés frente a un mundo cambiable en las circunstancias; pero al mismo tiempo es también mas optimista que el concepto de Platén, ya que sostiene que el proceso de logtar las aproxima- ciones a la verdad estd abierto a todos y que, en efecto, estas aproximaciones han de ser mas exactas si se las relaciona con una serie de amplias. posibi- lidades de experiencia. Por el contrario, el punto de vista de Platén respecto de la posibilidad de hallar la virtud es més pesimista en el sentido de que esta se concibe como una forma de percepcién intelectual que esta abierta, por su fin y valor absolutos, solo a unos cuantos espiritus selectos. Si los sis- temas politicos antidemocraticos y autoritarios, en todo lo largo de la historia, han mirado con simpatia a Platén, la razén ha sido menos la oposicién ex- plicita de la Repyblica a la democracia que el punto de vista implicito de un mundo en el que la verdad —social, filos6fica, metafisica, religiosa— es la prerrogativa de una clase pequefia, e!egida, dotada con capacidades especia- Jes y exclusivas para alcanzaria en un régimen de entrenamiento formal, y capaces de traducirla en una realidad, en una estructura social preconcebida en la que los menos gobiernan y los mas obedecen y se conforman. La Repéblica no es una utopia sino el trabajo de un pensador interesado apasionadamente en Ja politica practica. Rechaza la doctrina de que el hom- bre, fatal ¢ inevitablemente, ha de permanecer prisionero de las circunstancias naturales o sociales, Platn tiene fe en la capacidad del hombre para crear una comunidad que se corresponda con el ideal de la sabiduria y por con- siguiente con Ja justicia, Si la filosofia y la visién de Dios son las formas mis elevadas de la actividad humana, “no habré fin para las perturbaciones” en los Estados de toda la humanidad, “a menos que los fildsofos se convier- tan en reyes en sus paises o aquellos a quienes se les llama reyes y gober- nantes tengan una inspiracién suficiente del valor genuino de la sabiduria: a menos, digamos, que el poder politico y la filosofia se encuentren”. Este pasaje, probablemente el més famoso de la Repiblica, resume la idea de Platén de una sociedad en la que el mejor gobierna, y establece muy poca diferencia en si este gobierno es monarquia (“cuando hay un hombre que esta por encima del resto de los gobernantes”) o aristocracia (“cuando hay mAs de uno"). El plan de una constitucién perfecta y de un “hombre per- fecto” puede ser dificil, “pero no imposible”. Sin embargo, Platén anticipé el declinar eventual del mejor Estado y su degeneracién en tipos progresi- 14 Los grandes pensadores poltticos vamente mas bajos de constitucién. La primera de estas formas de Estado es la timocracia, basada en la ambicién y el amor por el honor y la guerra, representados por Creta y Esparta, “tan coménmente admiradas". La segunda sla oligarquia o plutocracia, la ley del poderoso; la tercera es la democra- cia, la ley del pueblo; la cuarta, y mas imperfecta, es el despotismo, que se desarrolla desde la anarquia y del estado. democratico. En cada ejemplo, Platon relaciona un tipo humano con Ja forma de gobierno, en el que se refleja comunmente: “Las Constituciones no pueden surgit de los palos y de las piedras; han de provenir de la preponderancia de ciertos caracteres gue al crecer dirigen al resto de la comunidad.” Fsta penetracion profunda de Platén de que el gobierno es mas que ana pieza de una maquinaria, que es la esencia, determinada en iiltima ins- cancia por la calidad de los hombres y mujeres que le componen, ain no se ha logrado hoy. El siglo XX, en especial, esta salpicado con los hundimientos de las constituciones que tristemente fracasaron, no por su propia imperfec- cidén, sino porque no agradaban a los “caracteres que predominaban” en las sociedades para las que habian sido elaboradas. En su clasificaciéa de las formas del Estado, Platn consideraba a la democracia el segundo y peor tipo de gobierno. Su descripcién de la vida en una sociedad democratica puede ser exagerada, pero continia siendo hasta nuestros dias la critica mas aguda de la democracia. Aunque los demécratas admitan que Ja democracia es una excepcién para todas las creaciones hu- manas, y por tanto libre de imperfecciones, han de tener en cuenta su debi- lidad tanto intrinseca como incidental. Si Platén mantiene que la democracia es “una forma agradable de anarquia abundosa y varia y de una peculiar igualdad general”, :quién puede afirmar que esta tesis sea equivocada? La creciente diversided y el pluralismo creador de la sociedad democratica son su gloria, pero a veces sirven de via para la disolucién y desintegraci6n, cuando sus miembros olvidan que no son solo individuos con derechos y libertades, sino también seres sociales con deberes y obligaciones. También la falta de voluntad de los ciudadanos democriticos para ser dirigidos es uno de los principales resultados de la vitalidad democtatica; pero si esto se Heva demasiado lejos, si se evita que los dirigentes honestos y capacitados gobiernen, entonces los demagogos poco honrados ocuparin su lugar. E] destino de las democracias, en el siglo XX en especial, ha demostrado que la critica de la democtacia y del hombre democratico de Platén, lejos de ser una caricatura no realista de la vida democratica, esta Ilena de profun das advertencias, que ningiin demécrata debe olvidar. Las criticas nazis, fas- cistas y comunistas sobre la democracia son relativamente efimeras y super ficiales comparadas con las objeciones perdurables y fundamentales que hace Platén. La respuesta a las ideas de Platén sobre la posibilidad de la democracia esti no en los argumentos de los demécratas, sino en sus vidas Platén Bb La experiencia de la historia es més dificil de desaprobar que un argumento tedrico. Si Platén hace a los demécratas més conscientes de cudn dificil es Ja vida de la libertad y camaraderfa, habra tal vez, sin quererlo, realizado un servicio muy importante a [a causa de la democracia. Ia forma literaria de la Repiblica es el diélogo en que Sécrates es tanto el narrador como la figura principal. En realidad, segin el didlogo avanza, se convierte en un mondlogo, ya que los otros participantes con- finan sus contribuciones dialécticas a las alirmaciones, a expresiones mono- silabicas de aceptacin y a breves afirmaciones retéricas, que solo sitven para dar oportunidad a Sécrates para continuar su argumento. La conversacién se inicia en la casa de Cefalus, un comerciante rico retirado, La reunion se compone del hijo de Cefalus, Polemarcus, los dos hermanos mayores de Pla- ton, Glaucén y Ademanto y un sofista, Trasimacus, cuyo papel es el de un cinico. La discusién se centra en seguida sobre la cuestién central en la Repiiblica, qué es justicia? En la discusién de la justicia todos los elementos de Ia filosofia politica de Platén se dan. En su teoria de la justicia las rela- ciones de hombre y naturaleza, para la polis y para sus compaferos, forman un conjunto arquitecténico. Cefalus establece su punto de vista, fundandolo en una larga vida de experiencia prdctica, de que la justicia significa honradez y dar lo que es debido a los dioses y a los hombres. Sécrates ve en esto algiin mérito, pero no esta satisfecho. Polemarcus sugiere que la justicia sitve para ayudar a los pro- pios amigos y perjudicar a los enemigos, Sécrates atin no esta satisfecho con tal definicién; va mas de acuerdo con los niveles morales de un déspota que con los de un hombre justo. En este punto Trasimacus interrumpe la dis- cusién y ofrece su punto de vista de que la palabra “justo” 0 “acertado” no significa otra cosa que “aquello que tiene interés para el partidd mas fuerte” PLATON La Repiblica 1. La Justicia como el interés del mds fuerte Y entonces Trasimaco —que varias veces, mientras nosotros conversdba- mos, habia intentado tomar por su cuenta la discusién y habia sido impedido en Su proposito por los que estaban a su lado, deseosos de oirla hasta el final—, al hacer nosotros la pausa y decir yo aquello, no se contuvo ya, sino que, contrayéndose lo mismo que una fiera, se lanzo sobre nosotros como si fuera a hacernos pedazos, Tanto Polemarco como yo quedamos sus- pensos de miedo; y él, dando voces en medio de todos : —{Qué garruleria —dijo— es esta, joh Socrates! que os ha tomado hace rato? {A qué estas bobadas de tanta diferencia de uno hacia el otro? Si quieres saber de cierto lo que es 0 justo, no te limites a preguntar y a refutar ufanamente cuando se contesta, bien persuadido de que es mis facil preguntar que contestar; antes bien, contesta tu mismo y di qué es lo que entiendes por lo justo. Y cuidado con que me digas que es lo necesario © lo provechoso, 0 Io util, o lo ventajoso, 0 lo conveniente, sino aquello que digas has de decirlo con claridad y precisién. porque yo no he de aceptar que sigas con semejantes vaciedades. Estupefacto quedé yo al oirle, y mirindole sentia miedo: y atin me pa- rece que, sino le hubiera mirado antes de que é! me mirara a mi, me habria quedado sin habla, Pero ocurrid que, cuando comenz6 a encresparse con nuestra discusién, dirigi a él mi mirada el primero, y asi me hallé capaz de contestarle, y le dije, no sin un ligero temblo —Trasimaco, no te enojes con nosotros: si este y yo nos extraviamos un tanto en el examen del asunto, cree que ha sido contra nuestra voluntad. Porque si estuvigramos buscando oro, bien sabes que no habriamos de con- descender por auesira voluntad el uno con cl otro y perder a ocasién del hallazgo; no pienses, pues, que cuando investigamos la justicia, cosa de mayor precio que muchos oros, ibamos a andar neciamente con mutuas con- cesiones en vez de esforzarnos con todas nuestras fuerzas en que aparezca aquella, Persuddete, amigo, lo que pienso es que no podemos; asi es mucho mas razonable que hallemos compesion y no enojo por parte de vosotros los capacitados. Oyendo él esto, ridse muy sarcasticamente y dijo: ih Heracles! Aqui esta Socrates con su acostumbrada ironia: ya les La Repiiblica 17 habia dicho yo a estos que ti no querrias contestar, sino que fingirias y acudirias a todo antes que responder, si alguno te preguntaba. —En efecto, Trasimaco —dije yo—, ta eres discreto y bien sabes que si preguntaras a uno cuantas son doce y al preguntarle le afiadieras: «Cui- dado, amigo, con decirme que doce son dos veces seis, ni tres veces cuatro, ni seis veces dos, ni cuatro veces tres, porque no aceptaré semejante char- lataneria», te resultaria claro, creo, que nadie iba a contestar al que inqui- riese de ese modo. Supén que te preguntara: «Trasimaco, zqué es lo que dices? ;Que no he de contestar nada de lo que tii has enunciado previa- mente ni aun en el caso, joh vardn singular! de que sea en realidad algu- na de estas cosas, sino que he de decir algo distinto de la verdad? ~O cémo se entiende?» {Qué le responderfas a esto? —;Bien —dijo—, como si eso fuera igual a aquello! Nada se opone a que lo sea —afirmé yo—; pero, aunque no fuera igual, {piensas que si se lo parece al interrogado va a dejar de contestar con su parecer, se lo prohibamos nosotros 0 no? —LY eso precisamente es lo que vas ti a hacer? Contestar con algo de lo que yo te he vedado? —pregunts. —No seria extraiio —dije— si asf se me mostrara después de examinarlo. —LY qué seria —dijo él— si yo diera otra respuesta acerca de la jus- ticia distinta de todas esas y mejor que ellas? ~A qué te condenarias? —iA qué ha de ser —repuse yo—, sino a aquello que conviene al que no sabe? Lo que para él procede es, creo yo, aprender del que sabe, y de esta pena me considero digno. —Chistoso eres en verdad —dijo—; pero ademas de aprender, has de pagar dinero. —De cierto, cuando Io tenga —dije. —Lo tienes —dijo Glaucén—; si es por dinero, habla, Trasimaco, que todos nosotros lo aportaremos para Sécrates. ~—Bien lo veo —repuso él—; para que Sécrates se salga con lo de cos- tumbre, que no conteste, y que, al contestar otro, tome la palabra y lo refute. —Pero jcémo —dije yo— podria contestar, joh, el mejor de los hom- bres! quien primeramente no sabe nada y asi lo confiesa y, ademés, si algo cree saber, se encuentra con la prohibicion de decir una palabra de lo que opina, impuesta por un hombre nada despreciable? Mas’en razén esté que hables ti, pues dices que sabes y que tienes algo que decir. No rehuises, pues, sino complaceme contestando, y no escatimes tu ensefanza a Glau. c6n, que asi te habla y a los demas. Al decir esto yo, Glaucén y los otros le pidieron que no rehusase; y era evidente que Trasimaco estaba deseando hablar para quedar bien, ere- yendo que poseia una contestacion insuperable, pero fingia disputar porque yo fuera el que contestara. Al fin cedi6, y seguidamente: —Esta es —dijo— la ciencia de Sécrates: no querer ensefar por su parte, sino andar de acd para alld aprendiendo de los demas sin dar ni si- quiera las gracias, ~En lo de aprender de los demés —repuse yo—, dices verdad, joh Tra- simaco!; en lo de que no pago con mi agradecimiento, yerras, pues pazo con lo que puedo, y no puedo mas que con alabanzas, porque dinero no ten. go. Y de qué buen talante lo hago cuando me parece que alguien habla 2 18 Platon rectamente lo vas a saber muy al punto, en cuanto des tu respuesta, porque pienso que vas a hablar bien, —Escucha, pues —dijo—: sostenzo que lo justo no ¢s otra cosa que lo que conviene al més fuerte. {Por qué no lo celebras? No querrds, de seguro. —Lo haré —repliqué yo— cuando llegue a saber lo que dice; ahora no lo sé todavia. Dices que lo justo es lo que conviene al mis fuerte, ¢¥ como lo entiendes, Trasimaco? Porque, sin duda, no quieres decir que si Polida- mante, el campe6n del pancracio, es més fuerte que nosotros y le conviene para el cuerpo la carne de vaca, este alimento que le conviene es también adecuado y justo para nosotros que somos inferiores a él. —Desenfadado eres, Sderates—, y tomas mi aserto por donde mis facil- mente puedas estropearlo. —De ningiin modo, mi buen amigo —repuse yo—; pero di mas clara- mente lo que quieres expresar. —No sabes —pregunté— que de las ciudades las unas se rigen por tira- nia, las otras por democracia, las otras por aristocracia? -~Cémo no? —ZY el gobierno de cada ciudad no es el que tiene la fuerza en ella? —Exacto. —Y asi, cada gobierno establece las leyes segtin su conveniencia: la de- mocracia, leyes democtdticas; la tirania, tirdnicas, y del mismo modo las de- mas. Al establecerlas, muestran los que mandan que es justo para los go- bernados lo que a ellos conviene, y al que se sale de esto lo castigan como violador de las leyes y de la justicia, Tal es, mi buen amigo, lo que digo que en todas las ciudades es idénticamente justo, lo conveniente para el go- bierno constituido. Y este es, segiin creo, el que tiene el poder; de modo que, para todo hombre que discurre bien, lo justo es lo mismo en todas partes: la conveniencia del mas fuerte. —Ahora —dije yo— comprendo lo que dices; si es verdad 0 no, voy a tratar de verlo, Has contestado, Trasimaco, que lo justo es lo conveniente; y, no obstante, a mi me habfas prohibido que contestara eso. Cierto es que agregas: «Para el mds fuerte.» —1Diras, acaso, que es pequefia afiadidura! —exclamd. -No esta claro todavia si pequeia o grande; pero si que hay que exa- minar si eso que dices es verdad. Yo también reconozco que lo justo es algo conveniente; ti, por tu parte, aflades y afirmas que lo conveniente para el més fuerte. Pues bien: eso es lo que yo ignoro, y, en efecto, habra que exa- minarlo. —Examinalo —dijo. —Asi se hard —repligué—. Y dime, zno afirmas también que es justo obedecer a los gobernanies? —Lo afirmo. —zY son infalibles los gobernantes en cada ciudad o estdn sujetos a ertor? —Enteramente sujetos a error —dijo. —2Y asi, al aplicarse a poner leyes, unas las hacen bien y otras mal? —Eso creo. ¥ el hacerlas bien es hacérselas convenientes para ellos mismos, y el hacerlas mal, inconvenientes? {0 cémo Io entiendes? —Asi como dices. La Repiblica 19 —tY lo que establecen ha de ser hecho por los gobernados, y eso es lo justo? —{Cémo no? —Por tanto, segtin tu aserto, no es solo justo el hacer lo conveniente para el mas fuerte, sino también lo contrario: lo inconveniente. —i Qué estas diciendo? —pregunts él. —Lo mismo que ti, segiin creo. Examinémoslo mejor: zno hemos con- venido en que los gobernantes, al ordenar algunas cosas a los gobernados, se apartan por error de lo que es mejor para ellos mismos y en que lo que mandan los gobernantes es justo que lo hagan los gobernados? ;No queda- mos de acuerdo en ello? —Asi lo pienso —dijo. —Piensa, pues, también —dije yo— que has reconocido que es justo hacer cosas inconyenientes para los gobernantes y duefios de la fuerza cuando los gobernantes, involuntariamente, ordenan lo que es perjudicial para ellos mismos, pues me dijiste que era justo hacer lo que estos hayan ordenado. iAcaso, entonces, discretisimo Trasimaco, no viene por necesidad a ser justo hacer lo contrario de lo que ti dices? Porque, sin duda alguna, se ordena a los inferiores hacer lo inconyeniente para el més fuerte. —Si, ipor Zeus! —dijo Polemarco— Eso estd clarisimo, joh Sécrates! —Sin duda interrumpi6 Clitofonte—, por que ti se lo atestizuas. —iY qué necesidad —replicé Polemarco— tiene de testigo? El mismo Trasimaco confiesa que los gobernantes ordenan a veces cosas perjudiciales para ellos mismos y que es justo que los otros las hagan. —EI hacer lo ordenado por los gobernantes, joh Polemarco! eso fue lo que establecié Trasimaco como justo. —Pero también, joh Clitofonte! puso como justo lo conveniente para el més fuerte. Y estableciendo ambas cosas, confesé que los mas fuertes ordenan a ve- ces lo inconveniente para ellos mismos, con el fin de que lo hagan los infe- riores y gobernados. Y segiin estas confesiones, igual de justo seria lo con- venienie para cl mas fuerte que lo inconveniente. —Pero por lo conveniente para el mis fuerte —dijo Clitofonte— quiso decir Io que el mas fuerte entendiese que le convenia. Y que esto habia de ser hecho por el inferior, en eso puso la justicia. —Pues no fue asi como se dijo —afirmé Polemarco. —Es igual —dije yo—, joh Polemarco! Si ahora Trasimaco lo dice asf, asi lo aceptaremos, Dime, pues, Trasimaco: jera esto lo que querfas desig. nar como justo, lo que pareciera ser conveniente para el mds fuerte, ya lo fuera, ya no? {Hemos de sentar que esas fueron tus palabras? —De ningiin modo —dijo—. ;Piensas, acaso, que yo Hamo més fuerte al que yerra, cuando yerra? —Yo, por lo menos —dije—, pensaba que era eso lo que decfas al con- fesar que los gobernantes no eran infalibles, sino que también tenian sus errores. -Tramposo eres, joh, Sécrates! en la argumentacién —contesté—: ces que ti Hamas sin mas, médico al que yerra con relacién a los enfermos, pre- cisamente en cuanto yerra? {0 calculador al que se equivoca en el calculo, en la misma ocasién en que se equivoca y en cuanto a su misma equivoca. cién? {Es cierto que solemos decir, creo yo, que el médico errd o que el calculador se equivocé 0 el gramético; pero cada uno de ellos no yerra en 20 Platén modo alguno, segan yo opino, en cuanto es aquello que con titulo le designa- mos. De modo que, hablando con rigor, puesto que tu también precisas las pa- labras, ninguno de los profesionales yerra: el que yerra, yerra por que le falta su ciencia, en la cual no es profesional; de suerte que ningiin profesional, ni gobernante, ni sabio yerra al tiempo que es tal, aunque se diga siempre que el médico 0 el gobernante errd. Piensa, pues, que esa es también mi respuesta ahora, y lo que hay con toda precision es esto: que el gobernante, en cuanto gobernante, no yerra, y no errando establece lo mejor para si mismo; y esto ha de ser hecho por el gobernado. Y asi como dije al principio, tengo por justo el hacer lo conveniente para el mas fuerte, —Bien, Trasimaco —dije—; zcrees que hay trampa en mis palabras? —Lo creo enteramente —contesté. —iPiensas, pues, que al preguntarte como te preguntaba lo hacia insidiosa- mente, para perjudicarte en ia discusién? —De cierto lo sé —dijo—. Y no conseguirds nada, porque ni habra de escaparseme tu mala intencidn, ni, puesta al descubierto, podrés hacerme fuer- za en el debate. Ni habria de intentarlo, bendito Trasimaco —repliqué yo—, pero para que no nos suceda otra vez lo mismo, determina, si, cuando hablas del gober- nante y del mas fuerte, lo haces conforme al decir comin o en el rigor de la palabra, segin tu propia expresién de hace un momento; me refiero a aquel cuya convenioncia, por ser el més fuerte, es jusio que realice el mas debi. —Al que es gobernante en el mayor rigor de la palabra —dijo—. Ensa fiate y maquina contra esto, si es que puedes: no te pido indulgencia; pero seguro que no has de poder hacerlo, —jAcaso piensas —dije— que he de estar tan loco como para tratar de esquilar al leén y engailar a Trasimaco? —Por lo menos —contesté- acabas de intentarlo, aunque mostrdndote incapaz de ello como en todo. 2. El gobierno como arte —Basta —dije yo— de tales cosas; peto dime: el médico en el rigor de Ja palabra, del que hablabas antes, {es por ventura negociante, o bien curador de los enfermos? Entiende el que es médico en realidad. —Curador de los enfermos —replicé. LY qué diremos del piloto? {EI vardadero piloto es jefe de los marinos, © marino? —Jefe de los marinos. —En nada, pues, se ha de tener en cuenta, crea yo, que navega en el ba- jel ni por ello se le ha de Hamar marino; pues no por naveger recibe el nom- bre de piloto, sino por su arte y el mando de los marinos. —Verdad es —dijo. LY no tiene cada uno de estos su propia conveniencia? —Sin duda, —LY no existe el arte —dije yo— precisamente para esto, para buscar y procurar a cada uno lo conveniente? —Para eso —replicd. —Y acaso para cada una de las artes hay otra conveniencia que la de ser lo mas perfecta posible? La Republica 21 —Qué quieres preguntar con ello? —Pongo por caso —dije—: si me preguntases si le basta al cuerpo ser cuerpo 0 necesita de algo més, te contestarfa que «sin duda necesita; y por ello se ha inventado y existe el arte de la medicina, porque el cuerpo es im- perfecto y no le basta ser lo que es. Y para procurarle lo conveniente se ha dispuesto el artev. (Te parece que hablo rectamente al hablar asi —pregun- té— 0 no? —Rectamente —dijo. —ZY qué mis? jLa medicina misma es imperfecta 0, en general, cual- quier otra arte necesita en su caso de alguna virtud, como los ojos de la vista 0 las orejas del cido, a los que por esto hace falta un arte que examine y pro- cure lo conveniente para ellos? ;Acaso también en el arte mismo hay alzin modo de imperfeccién y para cada arte se precisa otra arte que examine lo conveniente para ella y otra a su vez para la que examina y asi hasta lo infinito? 2O es ella misma quien examina su propia conveniencia? :O quizé no necesita ni de si misma ni de otra para examinar lo conveniente a su pro- pia imperfeccién y es la razén de ello que no hay defecto ni error en arte alguna, ni Je atafie a esta buscar Jo conveniente para nada que no sea su propio objeto, sino que ella misma es incontaminda y pura en cuanto es recta, esto es, mientras cada una es precisa y enteramente lo que es? Exa- minalo con e! convenido rigor de palabra: jes esto 0 no? —Tal parece —contesté. —La medicina, pues, no busca lo conveniente para st mi cuerpo —dije. —Asi es —dijo. —Ni la equitacién lo conveniente para la equitacién, sino lo conveniente para los caballos; ni ninguna otra arte lo conveniente para sf misma, pues de nada necesita, sino para el ser a que se aplica. —Eso parece —dijo. —Y las artes, joh Trasimaco! gobiernan y dominan aquello que constituye su objeto. Aunque a duras penas convino también en esto. —Por tanto, no hay disciplina alguna que examine y ordene la convenien- cia del més fuerte sino la del ser inferior y gobernado por ella. Reconocido al fin también, aunque dispuesto a discutir sobre ello: una vez que lo reconocié, dije y —Segiin eso, no es lo cierto que ningiin médico en cuanto médico exa- mina ni ordena lo conveniente para el médico mismo, sino lo conveniente para él enfermo? Ahora bien: convinimos en que el verdadero médico gobier- na los cuerpos y no es un nezociante. ;0 no convinimos? Confesélo asi. —iY en que el verdadero piloto es jefe de los marinos y no marino é! mismo? Queds confesado. —Ahora bien: el tal piloto y jefe no examina ni ordena lo conveniente para el piloto, sino lo conveniente para el marino y gobernado. Reconocidlo aunque de mala gana. Y asi, Trasimaco —dije yo— nadie que tiene gobierno, en cuanto es go- bernante, examina ni ordena lo conveniente para si mismo, sino lo convenien- te para el gobernado y sujeto a su arte, y dice cuanto dice y hace todo cuanto hace mirando a este y a su conveniencia y ventaja. sma, sino para el 22 Platén Legados a este punto de la discusién y hecho claro para todos que lo dicho por él sobre lo justo se habia convertide en su contrario, Trasimaco, en vez de contestar, exclamé: —Dime, Sécrates, {tienes nodriza? —{A qué viene cso? —dije— jNo valia mds contestar que preguntar ta. les cosas? —Lo digo —replicé— porque te deja en tu flujo y no te limpie los mocos, estando tii necesitado de ello, pues ni siquiera sabes por ella lo que son ove jas y pastor. {Por qué asi? —dije yo. —Porque piensas que los pastores y los vaqueros atienden al bien de las ovejas y de las vacas y las ceban y cuidan mirando a otra cosa que al bien de sus duefios 0 de si mismos, ¢ iguaimente crees que los gobernantes en las ciudades, los que gobiernan de verdad, tienen otro modo de pensar en rela- cién con sus gobernados que el que tiene cualquiera en regir sus ovejas, y que examinan de dia y de noche otra cosa que aquello de donde puedan sacar provecho. Y tanto has adelantado acerca de Jo justo y la justicia y lo injusto y la injusticia que ignoras que la justicia y lo justo es en realidad bien ajeno, conveniencia para el poderoso y gobernante y dafio propio del obediente y sometido: y que la injusticia es lo contrario, y que gobierna a los que son de verdad sencillos y justos, y que los gobernados realizan lo conveniente para el que es mas fuerte y, sirviéndole, haced a este feliz, pero de ninguna manera a si mismos. Hay que observar, candisisimo Sécrates, que al hombre justo le va peor en todas partes que al injusto. Primeramente, en las asociaciones mutuas, donde uno se junta con otro, nunca verds que, al disolverse la comunidad, el justo tenga mds que el injusto, sino menos. Después, en la vida ciudadana, cuando hay algunas contribuciones, el justo con los mismos bienes contribuye més: el segundo, menos. Y cuando hay que recibir, cl primero sale sin nada; el segundo, con mucho. Cuando uno de los dos toma el gobierno, al justo le viene, ya que no otro castigo, el andar peor por causa del abandono en sus asuntos privados, sin aprovechar nada de lo piblico por ser justo, y sobre ello, el set aborrecido de los alle- gados y conocidos cuando no quiera hacerles favor alguno contra justicis Con el injusto todas las cosas se dan en sentido contrario. Me refiero, en efe to, a aquel mismo que ha poco decia, al que cuenta con poder para sacar grandes ventajas: fijate, pues, en 1 si quieres apreciar cuanto mds conviene a su propio interés ser injusto que justo. Y lo conocerds con la méxima facilidad si te pones en la injusticia extrema, que es la que hace mds feliz al injusto y mas desdichados a los que padecen la injusticia y no quieren co- meterla. Ella es la tirania que arrebata to ajeno, sea sagrado 0 profano, pri yado 0 publico, por dolo © por fuerza, no ya en pequefias partes, sino en masa. Si un cualquiera es descubierto al violar particularmente alguna de estas cosas, es castizado y recibe los mayores oprobios; porque en efecto, se Tama sacrilegos, secuesiradores, horadadores de muros, estafadores 0 ladro- nes a aquellos que violan la justicia en alguna de sus partes con cada uno de estos crimenes. Pero cuando alguno, ademas de las riquezas de los ciudada- nos, los secuestra a ellos mismos y los esclaviza, en lugar de ser designado con’ esos nombres de oprobio es Hamado dichoso y feliz no solo por los ciudadanos, sino por todos los que conocen la completa realizacién de su injusticia: porque los que censuran la injusticia no la censuran por miedo a cometerla, sino a sufrirla, Asi, Socrates, la injusticia, si colma su medida, La Republica B es algo mas fuerte, mds libre y mas dominador que Ja justicia; y como dije desde el principio, lo justo se halla ser lo conyeniente para el mds fuerte, y Jo injusto lo que aprovecha y conviene a uno mismo, Dicho esto, Trasimaco, pensaba marcharse después de habernos vertido por los ofdos, como un bafero, el torrente de su largo discurso; pero los presentes no le dejaron, antes bien, le obligaron a quedarse y a dar explica- cién de lo que habia dicho. Y yo mismo le rogaba con encarecimiento y le de —Bendito Trasimaco, ipiensas irte después de habernos lanzado tal dis- curso, sin ensefiarnos en forma o aprender ti si ello es asi como dices o de otra manera? {Crees que es asunto baladf el que has tomado por tu cuenta y no ye el definir la norma de conducta a la que ateniéndonos cada uno poda- mos vivir mds provechosamente nuestra vida? —zAcaso —dijo Trasimaco— no estoy yo también en ello? —Asi parecia —contesté yo—, o bien no te cuidabas nada de nosotros ni te preocupabas de que viviésemos mejor 0 peor, ignorando lo que tii di ces saber. Atiende, mi buen amigo. a instruirnos: no perderis el heneficio que nos hagas, siendo tantos nosotros. Por mi parte, he de decirte que no recono7co ni creo que 1a injusticia sea mas ventajosa que la justicia ni aun cuando se le dé a aquella rionda suelta y no se le impida hacer cuanto quiera Dejemos, amigo, al injusto en su injusticia; démosle la facultad de atropellar sea por ocultacién, sea por fuerza; que no por ello me persuadird de que ha de sacar mas provecho que con la justicia. Quizd algin otro de nosotros lo sienta asi, no solo yo; persuddenos, pues, bendito Trasimaco, de que no discurtimos rectamente teniendo a la justicia en més que a la injustis —{Y cémo te he de persuadir? —dijo— Si con lo que he dicho no has quedado persuadido, ggué voy a hacer contigo? (He de coger mi rezona- miento y embutirtelo en el alma? No, {por Zeus! no Io hagas —repliqué yo—; mas, ante todo, mantente firme en aquello que digas; y si lo cambias, cémbialo abiertamente y no nos induzcas a error. Bien ves, Trasimaco —consideremos una vez mas io de an- tes—, que después de haber definido al verdadero médico no te creiste obligado a observer la misma precision en lo que toca al verdadero pastor, sino que piensas que este ceba sus ovejas en su calidad de pastor, no aten- diendo a lo mejor para ellas, sino 2 manera de un gloton dispuesto al ban- guete, para su propio regalo o bien para venderlas como un negociante, no como tz] pastor. Pero a la pastoria, de cierto, no interesa otra cosa que acue- lo para que esti ordenada a fin de procurarle lo mejor, puesto que, por lo que 2 ella misma respecta, estd bien dotada hasta la méxima excelencia, en tanto no le falte nada para ser verdadera pastoria. Y asf, creo yo ahora que es necesario confesemos que todo gobierno, en cuanto gobierno, no considera al bien sino de aquello que es gobernado y atendido por él, Io mismo en el gobierno publico que en el privado. Mds ti, por tu parte, zpiensas que los gobernantes de las ciudades —me refiero a los verdaderos gobernantes— gobiernan por su voluntad? —No lo pienso, ipor Zeus! —dijo é— sino que lo sé. —iCémo Trasimaco? —contesté yo— {No te percatas de que, cuando se trata de los otros gobiernos, nadie quiere ejercerlos por su voluntad, sino gue piden recompensa, entendiendo que ninzuna ventaja les ha de venir a ellos de gobernar, sino mis bien a los gobernados? Porque, dime, {no aseveramos constantemente que cada arte es distinto de los otros en cusnto 4 Platén tiene distinta eficacia? Y no contestes, bendito mio, contra tu opinién, para que podamos adelantar algo. —En eso es distinto —dijo. —LY no nos procura cada uno un provecho especial, no la comin con los otros, como la medicina procura la salud, el pilotaje la seguridad al nave- gar, y asi los demas? —Bien de cierto. —Y asi cel arte de granjear nos procura granjeria? Porque en efecto, esa es su eficacia; zo designas ti con el mismo nombre a la medicina y al pilotaje? O si de cierto quieres definir con precisin como propusiste, en caso de que un piloto se ponga bueno por convenirle navegar por el mar. ivas a llamar en rezén de ello medicina a su arte? —No por cierto —dijo. —Ni tampoco al granjero, creo yo, porque alguien se cure recibiendo eranjeri —Tampoco. ina serd granjeo porque uno haga granjeria? -LY asi confesamos que cada arte tiene su propio provecho? —Sea asi —dijo. —De modo que aquel provecho que obtienen en general todos los profe- sionales de ellas, esté claro que lo sacan de algo adicional idéntico en todas las artes. —Tal parece —repuso. —Diremos, pues, que los profesionales que obtienen granjerfa, la obtienen por servirse en afiadidura del arte del granjeo, Aungue a duras penas, lo reconocié asi. —Ese provecho, pues, de la granjeria no Jo recibe cada uno de su propio arte, sino que, consideradas las cosas con todo rigor, la medicina produce sa- lud y el granjeo, sranjeria; Ja edificacién, casas y el granjeo que acompaia a esta, granjeria; y asi en todas las demds artes hace cada una su trabaio v obtiene el provecho para que esti ordenada. Y si no se afiade la ganancia, gsacard algo el profesional de su arte? parece —dijo. —{No aprovecha, pues, nada cuando trabaja gratuitamente? —Si aprovecha, creo, —Asi, pues, Trasimaco, resulta evidente que ningiin arte ni gobierno dis- pone lo provechoso para si mismo, sino que. como veniamos diciendo, lo dispone y ordena para el gobernado, miranda al bien de este, que es el mis débil no al del mds fuerte. Y por esto, querida Trasimaco, decia yo hace un momento que nadie quiere gobernar de su grado ni tratar y enderezar los males ajenos, sino que todos piden recompensa; porque el que ha de servirse rectamente de su arte no hace ni ordena nunea, al ordenar conforme a ella, lo. mejor para si mismo, sino para el gobernado; por lo cual, segin parece, debe darse recompensa a los que se disponen a goberer: sea dinero, sea honra, sea castigo al que no gobiemns. iCémo se entiende? joh Sécrates! —dijo Glaucén— Reconozco lo de las dos recompensas, pero lo de ese castigo de que hablas y del que has hecho también mencién como un modo de recompensa, no lo comprendo. {No te das cuenta acaso —dije— del premio propio de los mejores, por el que gobiernan los hombres de provecho cuando se prestan a gobernar? La Republica 25 20 ignoras que la ambicién y 1a codicia son tenidas por vergonzosas y lo son én realidad? —Lo sé —dijo. —Por esto —repuse yo— los buenos no quieren gobernar ni por dinero ni por honores; ni, granjeando abiertamente una recompensa por causa de su cargo, quieren tener nombre de asalariados, ni el de ladrones tomdndosela ellos subrepticiamente del gobierno mismo. Los honores no los mueven tam- poco, porque no son ambiciosos. Precisan, pues, de necesidad y castigo si han de prestarse a gobernar; y esta es tal vez la razén de ser tenido como indecoroso al procurarse gobierno sin ser forzado por ello. El castigo mayor es ser gobernado por otro mds perverso cuando no quiera él gobernar; y es por temor a este castigo por lo que se me figura a mi que gobiernan cuando gobiernan, los hombres de bien; y atin entonces van al gobierno no como quien va a algo ventajoso ni pensando que lo van a pasar bien en él, sino como el que va a cosa necesaria y en la conviccién de que no tienen otros hombres mejores ni iguales a ellos a quienes confirmarlo. Porque si hubiera una ciudad formada toda ella por hombres de bien, habria probablemente lucha por no gobernar, como ahora la hay por gobernar, y entonces se haria claro que el verdadero gobernante no esté en realidad para atender a su propio bien, sino al del gobernado; de modo que todo hombre inteligente clegirfa antes recibir favor de otro que darse quehacer por hacerlo él a los dems. Yo de ningtin modo concedo a Trasimaco eso de que lo justo es lo conveniente para el mas fuerte. 3. Los rudimentos de la organizacién social ¥ yo, que siempre habia admirado, desde luego, las dotes naturales de Glaucén y Adimanto, en aquella ocasién senti sumo deleite al escuchar sus palabras y exclamé: -No carecia de razén, joh herederos de ese hombre!, el amante de Glaucén cuando con ocasién de la gloria que alcanzasteis en. la batalla de Mégara, os dedicé Ia elegia que comenzaba: «{Hijos de Aristén, divino linaje de un varén inclito! » —Esto amigos mios, me parece muy bien dicho. Pues verdaderamente debéis de tener algo divino en vosotros si, no estando persuadidos de que la injusticia sea preferible a la justicia, sois empero capaces de defender de tal modo esa tesis. Yo estoy seguro de que en realidad no opindis asi, aunque tengo que deducirlo de vuestro modo de ser en general, pues vuestras palabras me harian desconfiar de vosotros; y cuanto més creo en vosotros, tanto mas grande es mi perplejidad ante lo que debo responder. En efecto, no puedo acudir en defensa de la justicia, pues me considero incapaz de tal cosa, y la prueba es que no me habéis admitido lo que dije a Trasimaco creyendo demostrar con ello la superioridad de la justicia sobre la injusticia; pero, por otra parte, no puedo renunciar a defenderla, porque temo que sea incluso una impiedad callarse cuando en presencia de uno se ataca a la justicia y no defenderla mientras queden alientos y voz para hacerlo. Vale mds, pues, ayudarle de la mejor manera que pueda. Entonces Glaucén y los otros me rogaron que en modo alguno dejara de defenderla ni me desentendicra de la cuestin, sino al contrario, que conti- 26 Platon nuase investigando en qué consistian una y otra y cudl era la verdad acerca de sus respectivas ventajas. Yo les respondi Io que a mi me parecia: La investigacién que emprendemos no es de poca monta; antes bien, requiere, a mi entender, una persona de visidn penetrante, Pero como carece- mos de ella, me parece —dije— que lo mejor es seguir en esta indagacion el método de aquel que, no gozando de muy buena vista, recibe orden de leer desde lejos unas letras pequefias y se da cuenta entonces de que en algin otro lugar estén reproducidas las mismas letras en temaio mayor y sobre fondo mayor también. Este hombre consideraria una feliz circunstancia, creo yo, la que le permitia leer primero estas ultimas y comprobar luego si las més pequefias eran reaiuiente las mismas. —Desde luego —dijo Adimanto—. Pero jqué semejanza adviertes, Sécra- tes, entre ese ejemplo y la investigacién acerca de lo justo? —Yo te lo diré —respondi—: ~No afirmamos que existe una justicia pro- pia del hombre particular, pero otra también, sein creo yo, propia de una ciudad entera? —Ciertamente —dijo. —2Y no es la citidad mayor que el hombre? —Mayor —dijo. —Entonces es posible que haya més justicia en el objeto mayor y que resulte mas facil egarla a conocer en él. De modo que, si os parece, exami- nemos ante todo la naturaleza de Ja justicia en las ciudades, y después pasa- remos a estudiarla también en los distintos individuos, intentando descubrir en los rasgos del menor objeto la similitud con el mayor. Me parece bien dicho —afirmé él. —Entonces —segui—, si contemplaramos en espiritu como nace una ciu- dad, {podriamos observar también cémo se desarrolla con ella la justicia e injusticia? —Tal vez —dijo. —Y no es de esperar que después de esto nos sea mis facil ver claro en lo que investigamos? —Mucho més facil. —cUs parece, pues, que intentemos continuar? Porque creo que no va a ser labor de poca monta. Pensadio, pues, —Ya esta pensado —dijo Adimanto—. No dejes, pues, de hacerlo. —Pues bien —comencé yo—, la ciudad nace, en mi opinién, por darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a si mismo, sino que nece- sita muchas cosas. 20 crees otra la razén por la cual se fandan las ciudades? —Ninguna otra —contests. —Asi, pues, cada uno va tomando consigo a tal hombre para satisfacer esta necesidad y a tal otro para aquella; de este modo, al necesitar todos de muchas cosas, vamos reuniendo en una sola vivienda a multitud de perso- nas en calidad de asociados y auxiliares y a esta cohabitacién le damos el nombre de ciudad. {No es asi? Asi. —Y cuando uno da a otro algo, 0 lo toma de él, {lo hace por considerar que ello redanda en su beneficio? Desde Inego. —jEa, pues ontinué— Edifiquemos con palabras una ciudad desde sus cimientos. La construirdn, por lo visto, nuestras necesidades, —{Cémo no? La Repiblica 27 —Pues bien: la primera y mayor de ellas es la provision de alimentos para mantener existencia y vida. —Naturalmente. —La segunda, la habitacién; y 1a tercera, el vestido y cosas similares. —Asi es. Bueno —dije yo—. LY cémo atenderd la ciudad a la provision de tantas cosas? {No habré uno que sea labrador, otro albaiil y otro tejedor? {No sera menester afiadir a estos un zapatero y algin otro de los que atienden a las necesidades materiales? —Eiectivamente. —Entonces, una ciudad constard, como minimo indispensable, de cuatro © cinco hombres. —Tal parece. Y qué? (Es preciso que cada uno de ellos dedique su actividad a la comunidad entera, por ejemplo, que el labrador, siendo uno solo, suministre yiveres a otros cuatro y destine un tiempo y trabajo cuatro veces mayor a la claboracién de los alimentos de que ha de hacer participes a los demas? ¢O bien se desentienda de los otros y dedique la cuarta parte del tiempo a dis- poner para él solo la cuarta parte del alimento comin, y pase las tres cuartas partes restantes ocupdndose respectivamente de su casa, sus vestidos y su calzado, sin molestarse en compartirlos con los demés, sino cuiddndose él solo y por si solo de sus cosas? Y Adimanto contesté ral vez, Sécrates, resultard mas facil el primer procedimiento que cl se- gundo. —No me extrafia, jpor Zeus! —dije yo— Porque al hablar tti me doy cuenta de que, por de pronto, no hay dos personas exactamente iguales por naturaleza, sino que en todas hay diferencias innatas que hacen apta cada una para una ocupacién. {No lo crees asi? =Si. {Pues qué? ;Trabajaria mejor una sola persona dedicada a muchos oficios, 0 a uno solamente? —A uno solo —dijo. ‘Ademés es evidente, creo yo, que si se deja pasar el momento oportuno para realizar un trabajo, este no sale bien. —Evidente. —En efecto, la obra no suele, segtin creo, esperar el momento en que esté desocupado el artesano; antes bien, hace falta que este atienda a su tra- bajo sin considerarlo como algo accesorio. so hace falta. —Por consiguiente, cuando mas, mejor y mas ficilmente se produce es cuando cada persona realiza un solo trabajo de acuerdo con sus aptitudes, en el momento oportuno y sin ocuparse de nada mds que de él. En efecto. ntonces, Adimanto, serén necesarios mds de cuatro ciudadanos para la provisién de los articulos de que hablabamos. Porque es de suponer que el labriego no se fabricaré por si mismo el arado, si quiere que este sea bueno, ni el azadén, ni los dems aperos que requiere la labranza. Ni tampoco el albafiil, que también necesita muchas herramientas. Y lo mismo sucedera con el tejedor y el zapatero ¢no? —Cierto. 28 Platon ~Por consisuiente, irn entrando a formar parte de nuestra pequefia ciu- dad y acrecentando su poblacién los carpinteros, herreros y otras muchos artesanos, de parecida indole. ~Efectivamente. —Sin embargo, no Megard todavia a ser mu mos boyeros, ovejeros y pastores de otra dores tengan bueyes para arar, bestias para los tran: y Jana. —Pues ya no serd una ciudad tan pequeia —dijo lo que dices. —Ahora bien —continué—: establecer esta ciudad en un Iu; sean necesarias importaciones, es algo casi imposible, Imposible, en efecto —Necesitardn, pues, todavia mis personas que traigan desde otras ciuda- des cuanto sea preciso. —Las necesitarin, —Pero si el que hace este servicio va con las manos vacias, sin llevar nada de lo que les falta a aquellos de quienes se recibe lo que neceatan lee ciudadanos, volvera también de vacio. 7No es asi? —Asi me lo parece, _ Sera preciso, por tanto, que las produceiones del pais, no solo sean su. ficientes para ellos mismos, sino también adecuadas, por su calidad y canti dad, a aquellos de quienes se necesita, St. ~—Entonces nuestra ciudad requiere mis labradores y artesanos, —Més, ciertamente, x también, digo yo, mas servidores eneargados de importar y cada cosa. Ahora bien: estos son los comerciantes, {no? Si. —Necesitamos pues, comerciantes. —En efecto. = x en el caso de que el comercio se realice por mar, serin precivos otros muchos expertas en asuntos maritimos. ~Muchos, sf. —i¥ qué? En el interior de la cidad, zcémo cambiarin entre sf los géne- pate cade cual produzca? Pues este ha sido precisamente el fin con el que hemos establecido una comunidad y un Estado. Est claro —contest6— que comprando y vendiendo, {bueso esto nos traerd consigo un mercado y una moneda como signo que facilite el cambio. —Naturalmente. —Y ‘si el campesino que leva al mercado alguno de sus productos, 0 cualquier otro de los artesanos, no llega al mismo tiempo que los que nece. sitan comerciar con él, chabré de permanecer inactivo en ¢] mercado desaten. diendo su labor? En modo alguno —respondio—, pues hay quienes, dindose cuenta de esto, se dedican a prestar ese servicio. En las ciudades bien organizadas sue- len ser por lo regular las personas de constitucién menos vigorosa ¢ imposibi. litadas, por tanto, para desempenar cualquier otro oficio. Estos tienen que per. y grande ni aunque le agresue- specie, con el fin de que los labra- los albafiles y ‘campesinos pueden emplear sportes ¥ los tejedores y zapateros dispongan de cucros si ha de tener todo gar tal que no exportar La Republica 29 manecer alli en la plaza y entregar dinero por mercancias a quienes desean vender algo, y mereancfas, en cambio, por dinero a cuantos quieren comprar. —De aqui, pues —dije—, la necesidad que da origen a la aparicién de mercaderes en nuestra ciudad. {O no Ilamamos asi a los que se dedican a la compra y venta establecidos en la plaza, y traficantes a los que viajan de ciudad en ciudad? xactamente. Pues bien: falta todavia, en mi opinidn, otra especie de auxiliares cuya cooperacién no resulta ciertamente muy estimable en lo que toca a la inteli- gencia, pero que gozan de suficiente fuerza fisica para realizar trabajos peno- sos. Venden, pues, el empleo de su fuerza y, como Iaman salario al precio que se les paga, reciben, segtin creo, el nombre de asalariados. {No es asi? —Asi es. —Estos asalariados son, pues, una especie de complemento de la ciudad, al menos en mi opinién. Tal creo yo. — Bien, Adimanto; {tenemos ya una ciudad lo suficientemente grande pa- ra ser perfecta? Ss posible. Pues bien: ¢dénde podriamos hallar en ella la justicia y la injusticia? {De cual de los elementos considerados han tomado su origen? —Por mi parte —contest6— no lo veo claro, joh Sécrates! Tal vez, pienso, de las mutuas relaciones entre estos mismos elementos. —Puede ser —dije yo— que tengas razén. Mas hay que examinar la cues- tion y no dejarla. 4. El Estado de la abundancia -Ante todo, consideremos, pues, cémo vivirdn los ciudadanos asi orga- nizados. (Qué otra cosa harén sino producir trigo, vino, vestidos y zapatos? Se construirdn viviendas; en verano trabajardn generalmente en cueros y des- calzos y en invierno convenientemente abrigados y calzados. Se alimentaran con harina de cebada 0 trigo que cocerdn y amasaran para'comérsela, servida sobre juncos u hojas limpias, en forma de hermosas tortas y panes, con los cuales se banqueteardn, recostados en lechos naturales de nueza y mirto, en compaiia de sus hijos; beberdn vino, coronados de flores y cantardn laudes de los dioses, satisfechos con su mutua compafiia; y por temor de la pobreza o la guerra no procrearin mas descendencia que aquella que les permitan sus recursos. Entonces, Glaucén, interrumpié diciend —Pero me parece que invitas a esas gentes a un banquete sin aderezo al- suno. —Es verdad —contesté—. Se me olvidaba que también tendran aderezo: sal, desde luego; aceitunas, queso y podrdn asimismo hervir cebollas y ver- duras, que son alimentos del campo. De postre les serviremos higos, guisan- tes y habas y tostardn al fuego murtones y bellotas, que acompaiiardn con moderadas libaciones. De este modo, después de haber pasado en paz y con salud su vida, morirdn, como es natural, a edad muy avanzada y dejaran en herencia a sus descendientes otra vida similar a la de ellos. 30 Platén Pero él repuso: —Y si estuvieras organizando, joh Sécrates! una ciudad de cerdos, {con qué otros alimentos los cebarias sino con estos mismos? {Pues qué hace falta, Glaucén? —pregunté, —Lo que es costumbre —respondié—. Es necesario, me parece a mf, que sino queremos que leven una vida miserable, coman recostados en lechos y puedan tomar de una mesa viandas y postres como los que tienen los hom- bres de hoy dia. —jAh! —exclamé— Ya me doy cuenta. No tratamos solo, por lo visto de investigar el origen de una ciudad, sino el de una ciudad de Jujo. Pues bien: quiza no esté mal eso. Pues examinando una tal ciudad, puede ser que Heguemos a comprender bien de qué modo nacen justicia e injusticia en las ciudades. Con todo, yo creo que la verdadera ciudad es la que acabamos de describir: una ciudad sana, por asi decirlo, Pero si queréis, contemplemos también otra ciudad atacada de una infeccidn; nada hay que nos lo impida, Pues bien: habré evidentemente algunos que se contentardn con esa alimenta- cién y género de vida; importardn lechos, mesas, mobiliario de toda especie, manjares, perfumes, sahumerios, cortesanas, golosinas, y todo ello de mu- chas clases distintas. Entonces va no se contaré entre las cosas necesarias solamente lo que antes enumerabamos: la habitacidn, el vestido y el calzado: sino que habré que dedicarse a la pintura y el bordado y sera preciso pro- curarse oro, marfil y todos los materiales semejantes. {No es asi? —Si —dijo. —Entonces hay que volver a agrandar la ciudad. Porque aquella, que era la sana, ya no nos basta: ser necesario que aumente en extensién y ad- quiera nuevos habitantes, que ya no estaran alli para desempeiar oficios indispensables; por ejemplo, cazadores de todas clases y una plétora de imi- tadores, aplicados uno a la reproduccién de colores y formas y cultivadores otros de la miisica. esto es, poctas y sus auxiliares, tales como rapsodas, ac- tores, danzantes y empresarios, También habrd fabricantes de articulos de toda indole, particularmente de aquellos que se relacionan con ¢l tocado fe- menino. Precisaremos también de mas servidores. {O no erees que hagan falta preceptores, nodrizas, ayas, camareras, peluqueros, cocineros y macs tros de cocina? Y también necesitaremos porquerizos, Estos no los tenfamos en la primera ciudad, porque en ella no hacian ninguna falta, pero en esta también seran necesarios, Y asimismo requeriremos grandes cantidades de animales de todas clases, si es que la gente se los ha de comer. (No? — (Como no? —Con ese régimen de vida, {tendremos, pues, mucha mas necesidad de médicos que antes? lucha mas. -¥ también el pais, que entonces bastaba para sustentar a sus habitan- tes, resultard pequeno y no ya suficiente. {No lo crees asi? —Asi lo creo —dijo. {Habremos, pues, de recortar en nuestro provecho el territorio vecino, si queremos tener suficientes pastos y tierra cultivable, y hardn ellos lo mis- mo con el nuestro si, traspasando los limites de lo necesario, se abandonan también a un deseo de ilimitada adguisicién de riquezas? —Es muy forzoso, Sécrates —dijo. —iTendremos, pues, que guerrear como consecuencia de esto? ;O qué otra cosa sucederd, Glaucén? La Reptiblica 31 —Lo que ti dices —respondié. —No digamos ain —segui— si la guerra produce males o bienes, sino solamente que, en cambio, hemos descubierto el origen de la guerra en ‘aque- Mo de lo cual’ nacen las mayores catdstrofes puiblicas y privadas que recaen sobre las ciudades. —Exactamente, —Ademds serd preciso, querido amigo, hacer la ciudad todavia mayor, pero no un poco mayor, sino tal que pueda dar cabida a todo un ejército capaz de salir a campaha para combatir contra los invasores en defensa de cuanto poseen y de aquellos a que hace poco nos referiamos. —Pues qué? —arguyé— jEllos no pueden hacerlo por si? —No —repliqué—, al menos si tenia valor la consecuencia a que Hegaste con todos nosotros cuando dabamos forma a la ciudad; pues convinimos, no sé si lo recuerdas, en la imposibilidad de que una sola persona desempefara bien muchos oficios. —Tienes razén —dijo. —1Y qué? —continué— {No te parece un oficio el del que combate en la guerra? —Desde luego —dijo. —iMerece acaso mayor atencién el oficio del zapatero que el del militar? —En modo alguno. —Pues bien: recuerda que no dejabamos al zapatero que intentara ser al mismo tiempo labrador, tejedor o albafiil; tenia que ser tinicamente zapatero para que nos realizara bien las labores propias de su oficio; y a cada uno de los demés artesanos les asigndbamos del mismo modo una sola tarea, la que es dictasen sus aptitudes naturales y aquella en que fuesen a trabajar bien durante toda su vida, absteniéndose de toda otra ocupacidn, y no dejando pasar la ocasién oportuna para ejecutar cada obra, ¢Y acaso no resulta de la maxima importancia el que también las cosas de Ja guerra se hagan como es debido? 20 son tan fiiciles que un labrador, un zapatero u otro cualquier artesano puede ser soldado al mismo tiempo, mientras, en cambio, a nadie le es posible conocer suficientemente el juego del chaquete o de los dados si los practica de manera accesoria y sin dedicarse formalmente a ellos desde nifio? ZY bastard con empufiar un escudo o cualquier otra de las armas e instru- mentos de guerra para estar en disposicin de pelear el mismo dia en las filas de los hoplitas o de otra unidad militar, cuando no hay ningiin otro utensilio que, por el mero hecho de tomarlo en la mano, convierta a nadie en artesano © atleta ni sirva para nada a quien no haya adquirido los conocimientos de! oficio ni tenga atesorada suficiente experiencia? i asi fuera jno valdrian poco los utensilios! —Por consiguiente —segui diciendo— cuanto mas importante sea la mi- sin de los guardianes, tanto mais preciso sera que se desliguen absolutamen- te de toda otra ocupacién y realicen su trabajo con la maxima competencia y celo, —Asf al menos, opino yo —dijo. _—Pero zno hard falta también de un modo de ser adecuado a tal ocupa- cién? —iCémo no? —Entonces es misidn nuestra, me parece a mi, el designar, si somos capa- ces de ello, las personas y cuslidades adecuadas para Te custodia de una ciudad. 32 Platén —Mision nuestra, en efecto. —iPor Zeus! —exclamé entonces— {No es pequefia la carga que nos he- mos echado encima! Y, sin embargo, no podemos volvernos atras mientras nuestras fuerzas nos lo permitan. 5. La misién de los guardianes —

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