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Atticus metió las manos en los bolsillos, y mientras se acercaba de nuevo al jurado vi el botón

de oro del cuello de su camisa y las puntas de su lápiz y su pluma destellando a la luz.

-Caballeros... -dijo, y nosotros volvimos a mirarnos: Atticus podría haber dicho del mismo
modo “Scout”. Su voz había perdido la aridez, el tono indiferente, y hablaba con el jurado como si
fuese un grupo de hombres reunidos en la esquina de la oficina de Correos-. Caballeros -repitió-,
seré breve, pero querría emplear el tiempo que me queda para recordarles que este caso no ofrece
dificultad, no requiere un examen minucioso de hechos complejos, pero si exige que ustedes estén
seguros, más allá de toda duda razonable, de la culpabilidad del acusado. Para empezar, diré que
este caso no debía de haberse ventilado en un tribunal. Es un caso tan simple como lo blanco y lo
negro.

>La acusación no ha presentado la menor prueba médica de que el delito que se atribuye a
Tim Robinson tuviera lugar jamás. En su lugar, se ha apoyado en las declaraciones de dos testigos
cuyo testimonio no sólo ha quedado en grave entredicho al interrogarles la defensa, sino que ha sido
absolutamente rechazado por el acusado. El acusado no es culpable, pero hay quien en esta sala que
sí lo es.

>No tengo en el corazón otra cosa que pena por la testigo principal de la acusación, pero mi
piedad no llega hasta el punto de admitir que ponga en juego la vida de un hombre, cosa que ella ha
hecho en un esfuerzo por libarse de su propia culpa.

>He dicho culpa, caballeros, porque la culpa fue lo que la impulsó. La testigo no ha cometido
ningún delito; simplemente ha quebrantado una norma de nuestra sociedad, rígida y consolidad por
el tiempo, una norma tan severa que todo el que la infringe es expulsado de la sociedad como
inaceptable para vivir entre nosotros. La testigo es víctima de una pobreza y una ignorancia crueles,
pero no puedo compadecerla: es blanca. Ella conocía bien la enormidad de su falta, pero como sus
deseos eran más fuertes que la norma que estaba saltándose, persistió en saltársela. Persistió, y su
reacción subsiguiente pertenece a una especie que todos hemos visto en una u otra ocasión. Hizo
una cosa que todos los niños han hecho: trató de apartar de sí la prueba de su falta.

>Pero en este caso no se trata de un niño escondiéndose de un objeto robado, sino que la
señorita Mayella ha querido dañar a su víctima. Sintió la necesidad de apartarlo de sí, de quitarlo de
su presencia, de sacarlo de este mundo. Ella buscaba destruir la prueba de su falta. ¿Cuál es dicha
prueba?: Tom Robinson, un hombre. Tom Robinson le recordaría todos los días lo que había hecho.
Pero ¿qué hizo? Tentar a un negro. Ella es blanca y tentó a un negro. Hizo una cosa que en nuestra
sociedad no tiene justificación: besó a un hombre negro. No a un anciano, sino a un negro joven y
vigoroso. No tuvo en cuenta ninguna norma antes de quebrantarlas, pero luego cayeron sobre ella
con fuerza.

>Su padre lo vio, y el acusado ha dicho cuáles eran sus palabras. ¿Qué hizo su padre? No lo
sabemos, pero hay pruebas circunstanciales que indican que Mayella Ewell fue golpeada
brutalmente por alguien que pegaba casi sólo con la izquierda. Sabemos en parte lo que hizo el
señor Ewell: hizo lo que todo hombre blanco respetable, perseverante y temeroso de Dios habría
hecho en aquellas circunstancias: presentó una denuncia, sin duda con la mano izquierda, y aquí
está Tim Robinson, sentado ante ustedes, habiendo prestado juramento con la única mano buena que
posee, la derecha.

>Y un negro tan callado, humilde, respetable, que cometió la inexcusable temeridad de sentir
pena por una mujer blanca, ha tenido que poner su palabra contra la de dos personas blancas. No
necesito recordarles a ustedes el modo cómo éstas se han presentado y conducido en el estrado; lo
han visto por si mismos. Los testigos de la acusación, exceptuando al sheriff del condado de
Maycomb, se han presentado ante ustedes, caballeros, ante este tribunal, con la cínica confianza de
que nadie dudaría de su testimonio, confiados en que ustedes compartirían con ellos la presunción
(la malvada presunción) de que todos los negros mienten, de que todos los negros son criaturas
inmorales, de que no se puede dejar a ningún negro cerca de nuestras mujeres...

>Lo cual, caballeros, sabemos que es una mentira tan negra como la piel de Tim Robinson,
una mentira que no tengo que explicar ante ustedes. Ustedes saben la verdad, y la verdad es que
algunos negros mienten, algunos negros son inmorales, algunos negros no merecen la confianza de
estar cerca de las mujeres... blancas o negras. Pero ésta es una verdad que se aplica a toda la especie
humana y no hay una raza particular de hombres. No hay en esta sala una sola persona que nunca
haya dicho una mentira, que nunca haya cometido una acción inmoral, y no hay un hombre vivo
que nunca haya mirado a una mujer con deseo.

Atticus hizo una pausa y sacó el pañuelo. Se quitó las gafas y las limpió. Nosotros vimos otra
cosa nueva: nunca le habíamos visto sudar; era uno de esos hombres cuyo rostro jamás transpira, y
en cambio ahora tenía la cara humedecida.

-Una cosa más, caballeros, antes de que termine. Thomas Jefferson dijo una vez que todos los
hombres son creados iguales, una frase que a los yanquis les gusta recordarnos. En este año de
gracia de 1935 ciertas personas tienden a utilizar esa frase en un sentido literal, aplicándola a todas
las situaciones. El ejemplo más ridículo que se me ocurre es que las personas que rigen la educación
pública favorecen al os vagos y a los tontos a la par que al os laboriosos; como todos los hombres
son creados iguales, les dirán, los educadores, los niños que se retrasan sufren terribles sentimientos
de inferioridad. Sabemos que no todos los hombres son en el sentido que algunas personas querrían
hacernos creer; unos son más listos que otros, unos tienen mayores oportunidades porque vienen de
nacimiento, unos hombres ganan más dinero que otros, unas mujeres guisan mejor que otras,
algunas personas nacen mejor dotadas que el término medio de los seres humanos.

>Pero hay una cosa en este país ante la cual todos los hombres son iguales; hay una
institución humana que hace a un pobre el igual de un Rockefeller, aun estúpido el igual de
Einstein, y a un ignorante el igual de un director de colegio. Esta institución, caballeros, es un
tribunal. Puede ser el Tribunal Supremo de Estados Unidos, o el juzgado más humilde de el país, o
este honorable tribunal que ustedes componen. Nuestros tribunales tienen sus defectos, como los
tienen todas las instituciones humanas, pero en este país nuestros tribunales son los grandes
niveladores, y para nuestros tribunales todos los hombres han nacido iguales.
>No soy un idealista que crea firmemente en la integridad de nuestros tribunales ni del
sistema de jurado; esto no es par a mí una cosa ideal, es una realidad práctica. Caballeros, un
tribunal no es mejor que cada uno de ustedes, los jurados que están sentados delante de mí. La
rectitud de un tribunal llega únicamente hasta donde llega la rectitud de su jurado, y la rectitud de
un jurado llega sólo hasta donde llega la de los hombres que lo componen. Confío en ustedes,
caballeros, repasarán con objetividad las declaraciones que han escuchado, tomarán una decisión y
devolverán este hombre a su familia. En nombre de Dios, cumplan con su deber.

La voz de Atticus había descendido, y mientras se volvía de espaldas al jurado dijo algo que
no entendí, más para sí que para el tribunal.
-¿Qué ha dicho? -le pregunté a Jem, dándole un codazo.
-<En nombre de Dios, creedle>, eso ha dicho.

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