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me D532 0 foeee coats Cee 1935 AUGUSTO D'HALMAR LOS ALUCINADOS DAFIZZ 0017932 | ' Hg CATOUCA. oe *mentuo ot EDICIONES ERCILLA Premas de ln Earl Eile 1935 SF ersoleCh DARIEL ‘©L ALMA EN PENA DE LA MUCHEDUMBRE Post® Receeceneeeeeeeane: geaeeegaeeeeeees: —Una claridad Jejana, abt tienen ustedes, Jo que me hace recordar sin querer In Ciudad Luz, — declaré el ruso, que hojesba. periédi- cos franceses. — Porque entonees se me repre- tenta ese resplandor vago eomo de nebulosa con que se anuncia en el horizonte cuando el tren. rocturno nos acerca: Sus millares de fulgura- ciones, de reflejos y de proyectores, que pare- ceen condensarse en el cielo en una especie de raube de Ia cual fuera a Hover fuego. —A mi — expresé el brasileno, sorbiendo- su tercer Jemon-squasch, — es més bien la. voz. canallesca de los suplementeros lo que me tien ‘ta.a repetir mentalmente las palabras migicas “L'Tntran, la Liberté, la Presse, deuxiéme edi- tion Ia Presse!” Y casi sin cerrar los ojos veo. ese instante de “I’ heure verte” en que, «lo lar- go de los Grandes Bulevares y hasta los bu- Jevares.exteriores, corre un reguero incandes- cents, encendiendo en el fondo de cada copa eP palo del ajenjo. El joven andaluz, que habia hecho sus estu- dios en el Barrio Latino, siguié puliéndose absorto Ins usias. —Son los organites de Berberfa, —~ dijo sin ~ AUGUSTO DHALMAR Jevantar los ojos ni dirigirse a nadie, — los que reviven no sé por qué toda esa ctapa ardiente de mi juventud. Ciertos aires, sobre todo, de cciertas nmisicas. Pero, todo esto es inexpre- sable. —Por qué? — intervino el médico de a bor- do, que removia distraidamente las fichas del ro- ‘cambor. — Unos tienen la memoria visual y otros ‘auditiva. Por mi parte, los demés sentidos pre- ominan y me basta: tocar un ramillete de vio- Ietas hiimedas, morderlo, o aspirar su fragan- cia, para que me envuelva esa estela de olor, olor de flores, de esencia, de fri-fri de trapos, de mujeres, que se respira a ciertas horas en cier- tas aglomeraciones de su muchedumbre, —Y 1 olor a bencina de los automévilest— -exclamné el eatalén que fumaba un habano em- ‘palsamado. — Mis de una ver un auto que pa saba me ha dejado clavado en cualquier parte, ‘maginéndome no sé eémo que me trasladaba alls. ‘Era tan personal la impresién de cada uno de esos viajeros de todas las razas, discurrien- do sobre algo que parecia asi inaccesible visto ‘asi desde tn navio en medio del océano, que el amerieano que eseribia tarjetas postales de Ca- ‘bo Verde, solté un punto Ia pluma para dar A también su férmule de evocacién: Yo dirfa que para mi es un quiosco ile minado en In noche, lo que me resucita esas al- tas horas en que los bulevares se quedan casi desiertos y a media luz, s6lo con el faro mul- ticolor, de trecho en trecho, de sus quioscos anun- ciadores. El doctor se volvié hacia un oficial que, sin ‘tomar parte en Ia charla, tan pronto seguis con Jn vista Ia oscilacién de las Mimparas en el te- ‘cho, tan pronto Is sombra de las olas a través de los ventanillos, a cada uno de los movimien- ‘tor del balanee. —i¥ usted teniente Davis, por qué medio -y eémo se lo sugiere? —¥o nunca he ido — contests lentamente ‘el marino. ¥. como un marinero asomara la cabeza, se ‘excusé en voz baje, y, dando las buenas noches, ‘abandoné casi furtivamente el smoking-room. Un momento, mientras se alejaba, oy6 Ins voces de los contertulios. Habia trepado a la toldila para comenzar su “cuarto” y midiendo Jos cien pasos, pronto no tuvo en torno suyo sino 1 mar, obscuro como el ciclo. EI oleaje batia ‘sordamente los flancos del vapor en marcha, ¥ Gristién Davis se apoy6 en la borda, no para ‘ver lo que le rodeaba, sino para ensimismarse mejor. ‘Se sentfa fuera de sf, como cada ver que se PRADA AARARE ALTERAC pronunciaba delante de él, ese nombre de cin co letras, que pudiera ser Babel, y que en tie: sras_y mares galvaniza o hipnotiza a los que Jo oyen. Por un pudor como de enamorado, de- Iante de esas gentes que se ocupaban s6lo por di- lettantismo de Ia capital del mundo, é habia mentido, porque Ie habria sino penoso tener que hablar, banalmente a su vez, de algo para él tan | intimo. TEI sabfa que era uno de los obsesio- rnados por la ciudad tentacular. ¥ reeonocia do- Torosamente pertenecer a ese miimero, podria Mamarse de los hechigados de Paris, que en los morosos destierros a que condena Ja suerte, 0 en In propia patria, devenida extrafa, se sienten ‘como anulados para la simple existencia huma- na, y, todavia no viejos, pareeen haber cumpli do ya su destino y no esperan nada acé abajo. Una vex mis el teniente Cristidn Davis, hizo, si asf puede decirse, el examen de coneien- cia de su vida. Las olas en la obscuridad pare- ‘fan bajar la vor para acerearse al buque. Y era ‘un confuso euchicheo en tomo de aquella cosa flotante, que avanzaba hacia lo desconoeido. ‘Una melopea en sordina, propicia a esos ecos de voces, que vienen a ser las reminiscencias. 1Solo y la vispera de entrar en ese doble ‘islamiento que se Tama edad madura! (He aqui. pues, To que debia costarle su pasién al verdadero poseido de Parfs! Baudelaire lo ha- ‘fa dicho: “Encore Ja plupart n'ont ils jamais {Los ALucINADOs ‘connu, — La doueeur du foyer et n'ont jamais véeu!” — Era la ciudad inmortal, Ia imperiosa gquerida que nos impide formar una familia, Pero ella no envejecia, 1a sirens, y cuando nos abandonaba Ia juventud, a su turno nos aban- donaba para dejarse conquistar por los nue- ‘vos embrujados. Davis no Io ignoraba. Y en Ia angustia del vencimiento irremisible s6lo desea- ‘ba una cosa: poder acometer una vez todavia Ia | “apasionante aventura. Volver a disfrutar, si aun ‘era tiempo, de esa sensacién viniea que se ofre- ‘ee a ciertos predestinados en ese tinico rineén de la tierra. Intentarlo y morir. Ya la vex en imagen, sonido y aroma, se le representé viviente, como la zarabanda del de- Tirium tremens para los aleohélicos, 1a sensa~ ‘eign de Ie Cosmépolis. Cada murmullo de ola parecia traerle un detalle; Ia visién entera se formaba en su mente, més real que la realidad misma, La ciudad alucinante, sentida y vivide ‘por tantos hombres que ya mo son, se precisa- ‘ba por un momento con todo ese su sortilegio ‘que parece flotar y respirarse en su atmésfe- ra, ¥ era un de las més deliciosas fatalidades hhumanas, ver a ese solitario, que asi reedificaba ‘en medio de los dos infinitos, esa portentosa ‘To- re de las Ansias, Torre de las Locuras, Torre de los Herofsmos, erigida por Iu humanidad, tal vex con sus propias moléculas. Esa concent -ei6n de todos los rayos visuales, que han lega- “ AUGUSTO D'HALMAR do a ser el foco. Esa gran irradiacién, hecha de ideal, de sufrimiento y de amores, de amor so- bre todo, etenamente nuevo y perennemente el ‘Davis se detuvo en sus pensamientos, como puede uno detenerse en una conversacién. En realidad hablaba consigo mismo. Ese término “Amor” Je habia producido una como vibracién léetria, esealotrio y sacudimiento, Entonces se ‘quité la gorra y dej6 que el aire de Ia noche le orease la frente. La sana brisa marina refrescaba ‘quella calentura de In vida artificiosa de las ciudades. ¥ el marino se lo agradecia, como se agradece a Ia esposa que ya no se ama, que venga a consolarnos de nuestras traiciones. Amor, amar! ;abia amado, pues, alli? No, porque su mismo amar habia sido srtificial como todas las impresiones que, zeunidas, le daban Ia sensacién de la ciudad miltiple, y eran muchos amores los que venfan a constituir su amor. Nin- sin conjuro preciso habria podido renovar Ia pulsacin ya latida de su coraxén, Pero pala- bras dispersa, incoberentes, la boca de una, los ‘ojos de otro, aquella voz, aquella earicia, hacfan ‘que impalpablemente todo recobraze vida, vide ardiente, vida mala, vida generosa, de ensueno y de pesedills. ‘Ni siquiera pod{a aislar Cristién, en su me 1moria, sus diversas etapas parisienses, delimitar- Ia y decirse que en Ia primera, que en la quin- Los ALucINADOS 1s ta, que en la altima... Sus espaciadas estan- cias, tan separadas por las distancias y el tiem- po, se aglomeraban en una sola que venia a ser su vida pasionsl, toda I historia de su corazén. Davis consulté el eronémetro, cual si te ‘que In madrugada, el fin de su guardia, pu: abuyentar los fantasmas y no hubiese tiempo de rresucitarlos todos. Cerca de él “piearon” las horas, Lis noche reinaba de leno. Todo ruido, toda luz, se habian apagado a bordo. ¥ esa es- ppecie de personificacién del destino, que era la nave, arrastraba hacis el suyo propio a eada uno: ‘de los pasajeros en descanso, animados sabe Dios de qué visiones del pasado 0 del futuro, en ese ‘gran misterio del letargo. El oficial de guardia, sintiendo frio, volvié « ceubrirse y se emboz6 en su capa; era Ia reaceién de su ficbre. La ciudad evoeadora lo habia pues- to febril y los amores difuntos lo hacian casi ti- ritar, como si se hubiera abierto una puerts em ‘su corazin y un soplo de muerte hubiéralo pe- netrado. Nunca como en ese instante compren- ‘dia Io efimero de ese pomposo término Nuestre Existencia, que nos parece Henar el mundo. Ur desvarfo también el hombre y dentro de él un ‘delirio su existencia. Ya no joven, sentfa la pena de no serlo todavia, mucho més que Ia de en~ Peaeeeereeereeceeeeccccceevceereeee: 16 AUGUSTO DHALMAR vejecer. {Qué podria reservar Ia muerte, si em realidad cuando nos ultima ya no viviamos des- de hacia mucho? Y Davis pens6, sonriendo con -dulzura, que, sobreviviente de sf mismo, estaba remontando la corriente de los dias que fueron, Jos amores idos y las primaveras, lo que pasa y se aleja para no volver. Dichosa edad aquella. fen que uno desestima el fugitivo instante, por- que eree que millares como él volverdn en nes ‘tra existencia, ;Nada, nada de lo que pasa vuel- ve, ni por una ver siquieral ‘Davis rememoraba sus noches enteras de va- gar por esa urdimbre de fuego, esencialmente noeturna, euyo nombre no se pronuncia con los Inbios. Un divagar en medio del cual habia vi ‘vido, sin embargo, las sinieas horas que podia ccontar como vivientes. Por una contradiecién, aquel hombre retrafdo y absorto, sélo se halla- ‘ba plenamente duefio de s{ mismo, en medio de Ia muchedumbre. Jamés este pidlago que aho- a lo rodesba, le habfa dado a tal punto Ia sen- sacién de su individualidad. ¥ simultsneamen- te lo animaba, lo exaltaba la multitud, como si 1 captara todos sus fividos. Como si’ disperso ‘en toda otra ocasién, sélo Iograra concentrarse ‘cuando pasaba a ser un tomo del todo, en ese prodigioso acumulador de energia que es la ciu- -dad de las ciudades, ‘Todos los films archivados solvian a des- venrollarse y a desarrollarse en Ie pantalla ma- {Los ALUCINADOS ” avillosa. Cristidn Davis, paseindose por el puente de mando de su buque, asistia al ex jpectéculo de su propia vide en medio de la vida. 'Y cada eseena, como en suefios, tenia sus per- sonajes, él entre ellos, ¥ como en suefios, cada ‘uno sus gestos y sus entonaciones. Las palabras pronuneiadas y Ia sensacién que nos produje- ‘ron, todo el estado de alma se reconstituin mi ‘Tagrosamente. Arde La Ciudad que No Dues, como unt era en que eada pasion fuera comburble [Eas coctnan echan al Tas de ln calle na vabo ‘alente y ssturado de fuerza animal, Comien- fan a Ienarse las alas de expectaculs. Es el Primer acto de esa feeie del pacer que cada | Foghe se representa, euyo prlogo oe abre entre fos luces a ese hora pretada de conspracones entro le propia eoncioncia que # Hama el ce- punculor y cape epllogo no ene su desenlace a le lida clardad del alba. Graduada ini dn a Ia stiafecion, «I ort, y a1 Best fidndy cl vvidor que sale del restaurant y ents a at const ake 90 «sno ops io para leger a ln alcoba. Y porque refinado naga, se somete cou lent exten de wut Zentides, que debe irl poniendo a tone. Cristidn se mira €1 mismo, encendiendo el partagas de In sobremesa y arreglindose la go- ra de parada, ante los espejos de las vitrinas. ‘Todo Wrilla como un ascua. El bulevar een- tellea con sus collares de focos, eon sus racimos de reflectores, el escalofrfo de sus luminarias, ef Juego de ealeidoscopio de sus anuncios lumi- nosos, el vértigo de sus mil destellos: esferas ilu- minadas, linternas de earruajes, placas sangrien- tas de autobuses, fulgor del automéyil que vuela. Y por las aceras como asoleadss por la ilumi- nacién a giorno, pasan todavia, enbrilleando, las Joyas de los tocados y la intermitente luciémnaga Hel cigarro de los transevintes. Y¥ ahora es cuando aparece por Ia primera vex lo que, para Cristién Davis, ser& el alma de todo ese prisma. Nada hasta entonces se le ha- Bia destacado del gentio anSnimo, arafias que comienzan a tender su tela, burgueses que para ir a digerir a un cinematégrafo, bracean como néufragos entre dos corrientes, con sus hijos, euyos ojos se encandilan. De preciosas y petime- ‘tres, los labios sangraban iguales bajo el ear- ‘min, como para comprobar que, « Ia luz arti ial, sblo el afeite parece Verdadero. ¥ tanto te- rnia todo el tono compuesto y descompuesto de los ecsméticos, que maquinalmente, como si ys se estuviese en el teatro, uno buscaba en lo alto fel monstruoso lampadario que ¥y asi, uno en pos de los otrom, ponetraron eatstece ene secnto de uno de e408 grandes se Shcturnan, y 41 6 sentarie a “sus sete or dune mene de one: signi ao atiual de las bebidas y 108 manjared ete opis entonces tambien come en un des: sl nperrta, como x extuviese cxcio de emt separa del tocar el fondo de Yaa cosas y ss meets dons 7 tos vnos sengientos, Te vA3E paste plata y In criataleria, le pareieron hechos Me deiner dane dos manos que vla sobre cl Fare rel bnsones de peresn, de 7egalo y de an aren in aneilegio wn pesto sagrade anor, eveetan cl pam leatamente, para 188 saan erantaban in copa de ato tall onde era un concierto, parn wo verde dere raitiesdon, en een atnters de helago, dere armcfable avurdmiento heeho de tintineo sWeargenteria y de voces roncas, de ruides eris- Se areegc sonidos indeterminados. ¥ en medio talinoe ae as como sobre una. orsuests, sola er to del tenor, para el olde de Crisis Som false magn del derconacdo se Da Me Penfoerso tan tranquil como si ba- ‘lar sobre el silencio “cui Ic siraba desde su mest, adivinaba ead Te nun movimiento, tal vez porave Scan ala Hgica de un sito. ¥abors le Pt seeaterle visto toda au vida, no haber co- PEOCPRAARRR EERE RAAARA LATTA LLL nocido otra cose que ese hombre-dios, que ese dics-nifio. ‘Todos los recuerdos de amor, todos: Jos vividos semblantes, se borraban en su memo- ria para no dejar destacarse sino su realidad. Y hubiera querido que el albe del nuevo dia no viniera nunea y que el curso de las edades se Jimitara a esa hora de una noche cualquiera en fl vértigo de la eternidad. ‘Entonees, por la primera vez, el temor de que se disipara el milagro, le hizo pensar que debin. tratar de prolongarle, retenerle si era posible, ¢ impulsivamente, como el eamareo pasaba jun- to a 4 con un cubo de plata donde asoraba. ‘una botella de largo euello, Ie suplicé pregun- tara de su parte a sus vecinos de mesa si per- fan que les brindara el champafia. Fué todavia un instante inolvidable ese en ‘que, con Ios ojos fijos en el grupo, vela ade- Iantarse al sirviente que iba anunciarle, a re- velar su presencia haste entonees confundida en 1 gran anénimo de ls multitud. Los ojos glau- 0s iban a cruzar con los suyos esa primera y ‘suprema revelacién que se Hama la mirada. La ‘vida, presintié él, se compartin en dos precisa- mente en ese punto; y'desde entonces, efecti vamente, él diria, “antes” y “después” para dis- tinguir Ias dos partes. {Por qué fué precisamente a efebo que trans- mitié el mensajero la singular proposicién de Davis? ¥ Crista vié eémo eseuchaba primero, cémo hacia un leve signo después, ¥ ebmo, por fin, volviéndose dizectamente a 61 le dir sonrisa acogedora, sin sorpresa y sin curiosidad, ‘una sonrisa de “reconocimiento” més bien que de investigacién. La sala entera pareeia girar cuando el marino se puso en pie, y los pocos pa- #08 que lo separaban de Ia mesa vecina fueron probablemente los més decsivas que 6 hubiese ‘contado munca. El joven ¥ s6lo 61 se habia levantado a sa aproximacién. Lo acogia en duefio y sin dudar siquiera que venia a él exe homenaje. No se estrecharon Ia mano, pero se consideraron frente a frente, tal vex demasiado largo tiempo. Entonces una franca alegria parecié invadir al Adolescente. Su impasibilided se humanizaba, areeia haber reconocido si no un semejante, por lo menos un hombre de Ia misma especie, en dl gran reino de las afinidades. Su aburrimien- to condescendiente cedia para dejar paso a la nnaturalided de quien vuelve a encontrarse en bras con que le invité a instalarse a su lado, Jo pusieron a su vex a sus ancha: —1Ah, usted, se lama Cristién Davis! Yo soy Dariel, — dijo con su vor musical que daba = 2 AUGUSTO DHALMAR Jos nombres un encanto de posesién, — y tal vex usted no se figura que su venida me sorprende Io menos del mundo. Siempre habia esperado yo, — me- pare ‘qué otra vida — esta entrevista con alguien que Jo no podia recordarme quién ni eémo era y ue ahora sé que es usted, Bienvenido, pues; te- ‘hemos tantas cosas que decimnos de todo el tiem- po que hemos estado separados, y tantas que Compartir cn la vida que se abre en este mo- mento. (Cristién se senté y miré a los otros. Pare- efan no haber ofdo, Miré al que acababa de hablar. Pareeia no haber dicho nads. ;Quién ha- bia pronunciado esas palabras que su corazén esperabat El tréfago y el bullicic del comedor Hegaban a su apogeo. Del otro lato de las mam- paras, Paris latfa y trepidaba en su tensién méxima. Era como un acorde que ya no era Gable subir de tono. Después de esa nota sélo podia seguirse 0 el eco de Ia vibracién o el si- Tencio de Ins cuerdas que saltan. Davis escuché el silencio. El barco pareeia avanzar como un nadsdor y a cada brazada reci- ‘bia en sus flancos un Istigazo himedo de las olas. Bscruté el marino Ia obscuridad. El mar, como el mumbido de earacol gigantesco, In hacia s0- Los ALUCINADOS ” nora con su vibracién. El mar era aqui el alma Ge In noche profunda, asi como eran alld as par jones cl alma de la encendida noche. Lis ma- tren del espiritu obedeefa a la atraceién nocturna ‘fomo este vaivén de Jos elementos, ¥ Ser ¥ nO ser ean, pues, un mismo inmévil eambiante, ya. que én la copa del infinito no cabia sino Ia eter- nidad. La gran sorpresa pars Cristiin Davis fué ‘encontrarse en medio de la calle semidesierts, ‘esclarecida dudosamente por el alba, del brazo Son ese desconocido que habia personificado para ‘Ala noche de Paris. Ahora parecia macilento, ‘emipalidecido, como si el dis le hiciera perder ‘SKreonsistencia de fantasms, Sublan solos. sin jublar, In pendiente de Montmartre. y Hegados arriba en el momento que el sol conseguis des- mbarazarse de Ins mil mallas tejidas por las altas foras, vieron a sus pies, desde las cumbres del ‘Sagrado Corazén, toda la ciudad desencantada podla decirse por el despertar. Las campanay Riatutinas exoreizaban un hechizo. Las sirenas de las fabricas parecian ahuyentar el misterio ¥ disiparlo. Los que habfan dormido de sol = Zot, no habfan vivido y eran ellos los verdaderos ida jornada. Dariel tn cambio mostraba el aspecto adolorido de un ‘principe que, victima de un mateficio, vuelve iconvertirse en ser inferior hasta que la noche Te devuelva su prestigio. En sus ojos afiebra- POCO LHMH KHOSLA HK KKK LLL KILL! 2 AUGUSTO D'HALMAK. dos'y ojerosos parecian refugiarse las dltimas. Iuces y las tiltimas sombras. El sulo sabria con- servar la chispa para volver a encender las t nicblas. 'Y como si lo comprendicse, tendié al marino: ‘su mano que se haba enfriado. —En ¢l dia yo duermo, hasta la noche de dijo. [Fd dene entonce qua comenté « vrie Dae vis nin diversas etapa Parienscs indislubles Commo si we hubiesenconglomerado en una sla y nica breve intensa noche, Cada vex Datel 1 coniiucia a través de Ia noche de Pari de la uta Ios Mereados, desde la Puerta de Or- dean hasta la Porte Chey. Ba Virgilio, divino ere cnn lene al stant hu ‘cxplicndolo por mu sola presencia, gu le tabu bu significado’ Davis penetraba lon tres ium Yn sombre do nucrtro amor. que e# tain ‘Wan nucetre isin, tomab para él lx forma de cada mujer que los roaabal paso: Beatsa- Margarita redinide por el pecado,o Ia sin par Daleinca que tal vez para nadie puede exists, que seguramente no debe exit parn nosotros fino qoeremoe ver perecer nuestro Taal. av adcescente”powcia ls subidaria vieja camo ei mundo, porgae se renoraba con €. Por tun ojon mizabess la gran ficelén que viene {Lbs ALUCINADOS » ‘el Paris noctimbulo, todos los seres que la ha~ ‘Sian vivido 0 que simplemente habjan sofado con ella. Las generaciones de peregrinos que ‘Como poseides habian eruzado el corazén de ls Ciudad y habjan latido al unfsono, todas revivian ‘en dy volvian a quemar sus pulmones de un dis fon el aire reealentado y enrarecido de aquella hernaza nocturna, Y Davis escoltabs. al precio so guia, era su eco, era su sombra, la sombra Sbscura Ge una sombra luminosa. Davis escu- Chabs dvidamente Ia eterna leceién que parce ‘Siempre perdida y que alguien ha recogido, sin ‘embargo, para transmitirla al ir. Sélo un fnarino, tun hombre de las soledades, habria po- ‘ido comprender esa gran voz de Jas multi andes. Hasta que un dia callé In vos. Davis habia vuelto @ Paris y vagaba desamparado a Is re- ‘busca del que habia tenido en sus manos el bilo de aquel dedalo. Pero In Parea debia de haberlo ‘cortado porque en ninguns parte volvia a apare- ‘cer Dariel, Si viviente, 9¢ ite se habria ‘Seontrado alls, puesto que fuera de esa atmée- Yera no le habrfa sido dado respirar. ¥ Davis divagabs a la ventura, sin piloto en el proceloso Sar de la Capital Suprema, otra ves cerrads para él como si bublese perdido Ia palabra det ‘Sésamo. 2 AUGUSTO DHALMAR Una vez, una sola, creyé percibir por sobre Jag cabezas aquella en que se concentraba el en- suefio de todos. Corrid, se abrié paso por entre In multitud. La visién habje desaparecide, Un ‘carruaje atropell6 easi al marino. Y éste se ha- U6 delante del gentio que habia vuelto a cerrar- ‘se, como delante de un mar que hubiera tragado ‘su secreto. Finalmente otra noche divis6 a los compatie- rot de Dariel, deambulando Ia mujer y el hom- ‘bre, también como sin rumbo y sin alma. Ella vino hasta Davis y Io miré tristemente en los ‘ojos hasta que él comprendié lo que habia te- ‘mido: Daniel habfa muerto en la flor de su ju- ventud. El efebo se habia ido Ievindose Ia copa intacte y sellada, "—Sin embargo, — protesté Cristién con un tono de desolacién infinita. — Yo me he figa- rado verle una de estas noches. Yo estoy seguro de haberlo visto. Entonces la mujer baj6 la vox y el hombre: se aproxim6 medrosamente; también erefan ba- Derle entrevisto varias veces en medio de las aglomeraciones. Su frente sofiaba por encima del delirio de todos. Pero cuando ellos, que lo encerraran, sin. ‘embargo, en el atatid, habian pretendido reunir- sele fascinados por aquella absurda resurreceién, siempre volvieron a encontrarse como Davis, de~ ante de ese mar cerrado y mado, ;}Flotaba sobre @ sa espiritu como una exhalacién? Los pobres diablos no sabian nada y se separaron de Davis ‘con un apretén de manos casi de eSunplices. Desde entonces, Davis, cada vex que ha pa sado por Paris, ba visto surgir en el momento {gta de lx noche, en el punto atrico en que Tagen remoting’ todas las corientes bumanas, foimo el alma’ en pena Ge ln muchedumbre, Ia figura de Dari, como el fantasma de su propia Geventad. Como st encadenad tn erra por fon mil dolorosos y encantadores lazow de Ia sgn, no hubiera pido desprenderse y vaga- Pu vagara,condensdo 1 obvesionar ln ciudad StheaTsnanie, hasta que se secncame tal Yer en stro vidente, andando los dias y las noches, €n Tn magia impereodiers de La Ciudad Luz ler cl fiat el androgino de lo oo verdes, al gutoctinge de la cudad eloctizada y feline. Nacie que no lo haya encontrado, podré com- dena nncn, Pears ce apoyé en le borda, A lo lejos, sobre fl borzonte de las aguas, despuntaba el alls. "Yambién fl bla sotndo su noche. y ahora al dejer su gunrdia iba a dormir dia. La vida fora otra cose que un sueBo. primero yun tocto un Rishos dexpuls..- PRMIMAALAS LHL LSEHLLODDDODD

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