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TEDIEDALSI0 BOLETIN DE LA SOCIEDAD ESPANOLA DE ESTUDIOS MEDIEVALES Afio 9, nim. 9 Madrid 1999 ley, Esta nocién se opone a ls tradicién heredada del helenismo, Platén exponc que el ticm- po no tiene fin y, on ese sentido, se asemeja a la eternidad. Aristételes habla de Ia objetividad del tiempo como medida del movimiento, ibidem, pp. 137-138. © Jacques LE GorF, Tiempo. rrabajo y cultura en ef Occideme medieval, Madrid, Taurus, 1983, pp. 47-52. La aparicién de Cristo supone una ambigiedad, a1 dotar de una meta al tiempo y, a ta vez, aportar ia certidumbre de la salvacién en ta que el tiempo cobra sentido hisiérice. * JACQUES Le GOFF, La civifizacién del Occidente medieval, Barcelona, Juventud, 1969, p. 231. En esta obra se analizan las estructuras temporales existentes hasta el siglo XII. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA Tt divino, que es continuo y lineal, un tiempo circular que deriva de la Antigiedad*, El tiempo del Eterno Retomo sobrevivié en la mentalidad medieval en los mitos circulares, cuyos mdximos exponentes son los momentos agrarios, las estaciones del afio y la rueda de Ja Fortuna’. Guriévich también habla de la concepcién cfclica de la vida —determi- nada por los ritmos de la naturaleza— basdndose en la literatura dantes- ca’. Esta diferencia un tiempo estético, en el que reposaba el momento presente estilizado y glorificado y que no conocia devenir ni cambio, y un tiempo dindmico, que aportaba cambios y servia de fase de transi- cién hacia la eternidad. En el modo cristiano de vivir el tiempo estaban unidos ei movimien- to lineal y ciclico, en una visién dramética y escatolégica. En la Edad Media el tiempo era interpretado teolgicamente y estaba controlado por Ja acci6n divina. 2. LA MEDIDA Y LA PERCEPCION DEL TIEMPO DURANTE LA EDAD MEDIA 2.1. LA ALTA EDAD MEDIA: EL TIEMPO NATURAL Para el hombre de la alta Edad Media el tiempo tenia dos referentes fundamentales: uno de cardcter fisico, ¢] sol; otro de tipo cultural, las campanas de la iglesia. Por un lado, se subraya la dependencia del hombre hacia la naturaleza. Por otro, la religién cristiana actuaba también de intermediaria, acaparando todas Jas esferas de la vida humana. La jorna- da se amoldaba a ambas referencias: la salida de] sol era Ia sefial del comienzo y su puesta el final; las horas can6nicas se superpusieron 2 este sistema basico de contabilizacién temporal, dividiendo desde la ép- tica de la oracién eclesidstica las 24 horas del dia y de la noche. Las estaciones hacfan ajustar algunas oscilaciones, parlicularmente el invier- no y el verano". ° Ibidem, pp. 230-237. Los meses se dividian por el calendario agricola, ejemplo de tiempo circular: en la Antigiedad ran alegorias sbstracias y en el Medivvo eran labores de trabajo. 7 Como ejemplo de inseguridad reinante —su rotaci6n nos rebajard y nos elevard a su antojo— y mito descorazonador, le rueda de Ia Fortuna responde al armazén ideolégico de Jos rosetones géticos. "© ARON IAKOVLEVICH GURIEVICH, Las categorfas de ta cidtura medieval, op. cit.. pp. 182-170, sta idea de tiempo efelica, conservada en Ia imagen popular de {a rueda de Ia Fore tuna, reaparecié por influencia del neoplatonisme y del averrofsmo, En el solsticio inveral el dia duraba, segin la latitad, entre 6 y 8 horas astronémi- ‘eas {una hora equivalia a 30-40 minutos}; en el estival el dia duraba entre 16 y 18 horas 12 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON Los medios para alargar artificialmente el dfa eran poco eficaces. Las velas de cera estaban reservadas a las iglesias y a los detentadores lat: cos del poder. Los campesinos sélo poseian velas fabricadas con la gra- sa de la oveja o antorchas ¢laboradas con lefia resinosa, en especial as- tillas de pino?. El agua, la cera, el sebo o el aceite eran materiales muy imprecisos para la medicién del tiempo. Los instrumentos y los medios cronométricos medievales para conocer la fecha o la hora eran en extre- mo rudimentarios ". La regulacién del ritmo de vida diario no entraba en contradiccién con el sistema de las horas canGnicas. El mejor ejemplo de esas con- fluencias lo constituyen las ciudades. En ellas las campanas de las igle- sias ejercfan un papel determinante, como elemento gufa de las activida- des humanas. Al mismo tiempo, el orto y ef ocaso del sol eran también puntos de referencia fijos. Las campanas —con sus vigias “— alertaban de peligros y marcaban el paso del tiempo. EI tiempo era definido como indicador de cambio y nada mejor para seguir su curso que a través de algtin fenémeno que cambia o se mueve a un ritmo regular: el sol'®. En jas ccremonias eclesidsticas fueron m4s necesarios los relojes (marcaban en las paredes de mediodia de las iglesias), para llevar un control estric- to, pero hubo que esperar a las centurias bajomedievales. Las contabilizaciones metroldgicas y sus confusiones suponian un instrumento de dominacién social muy importante'*. La medida del tiempo (80-90 minutos), RobExt DELort, La vie au Moyen Age, Paris, 1982, 3. éd.. p. 63. Este autor analiza el sentido de! tiempo con datos minuciosos: par las noches se consurafan velas, que duraban de 3.a 4 horas eavendidas, p, 64, También para el dmbito francés, especialmente ‘entre los sigios xi y xiv, ver la diseccién del ritmo temporal que traza GENEVIEVE D'HA- COURT, La vie ax Biayen Age, Paris, 1979, 10. &4., pp. 44-69. " Tan DuoNDT, La Alta Edad Media, Madrid, Historia Universal Siglo XX1. vol. 10, 1984, p. 104, » Ligados a los caprichos de la naturaleza —como el cuadrame solar— o basados en Ia medida de segmentos temporales sin referencia a una continuidad —como el reloj de arena. Ja clepsidra, las candelas o fas plegarias—, eran sistemas variables e imprecisos dz contabili- dad del tiempo. En Jos monasterios se contaban ¢] mimero de salmos recitados o de pdginas Jefdas 0 copiadas, HERVE MARTIN, Menialités Médiévates, X1'-XV" sidcie, Paris, 1996, I* éd., pp. 156-157. “ Durante Ja alta Edad Media habfa en Jas ciudades més importantes un verdadero redaj ‘tumano: ¢] vigfa 0 campanero encargado de fos toques horarios. Bra quien tocaba a rebato si ‘habfa peligro inmediato, como en caso de incendio © de proximidad de un tncmigo, Los to- ‘ques coincidfan con las horas can6nicas que regfon un tiempo esencialmente rural: res cam- ppanadas al salir el sol (hora prima); dos campanadas a media matiana (hora tercia); una cayn- Panada, llamada «el toque», al mediodfa (hora sexta): dos campanadas a media tarde (hora ‘nona); tres campanadas a la puesta del sol (visperas); cuatro campanadas cuando habia osca- recide del todo (completas), Luts MONnTaREs, Relojes, Madrid, Cipsa, 1986, pp. 16-17. ' NoRMAN J. G. POUNDS, La vida cotidiana: Histuria de la cultura material. Barcelona, Ciitica, 1992, p. 266. ™ JACQUES Le GOFF, La civitizacién dei Occidenie medieval, op. cit., pp. 245-249. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 13 fue objeto de luchas para tratar de arrancarla en lo posible a las clases dominantes, el clero y ta aristocracia. No obstante, continué siendo patri- monio de los poderosos; la masa no podfa determinarlo, obedecia a los tiempos impuestos por las campanas, las trompetas y los olifantes. El templo, la guerra y la caza estaban, a su vez, sujetos al tiempo de los humildes, del trabajo cotidiano del campo. Todo estaba sometido a los ritmos agrarios, a las épocas y trabajos adjudicados, no por capricho, a cada mes, a los periodos de explosién vital —los meses de mayo y ju- nio—-, a los de cosecha y vendimia —entre julio y septiembre—. El tiempo agricola es de larga duracién y se resiste al cambio”. E] tiempo rural es un tiempo natural, sus grandes divisiones son el dfa y la noche y las grandes estaciones. Este tiempo contrastado alimen- ta la tendencia medieval al maniqueismo. La oscuridad, el peligro, la aventura, el mal, se asocian a la noche; en oposicién, la claridad, la m- tina, Io azul, lo bueno, se vinculan a la vitalidad diurma. También con- trastan e] verano, tiempo de la renovacién, que disipa la angustia del invierno; la primavera queda absorbida, mayo es la renovacién, la liber- tad y la alegria. 2.2. La BAJA EDAD MEDIA: EL TIEMPO DEL TRABAJO En el coraz6n de la Edad Media se planted el conflicto del tiempo de la Iglesia y del tiempo de los mercaderes, como un acontecimiento primordial de la historia mental de esos siglos en que se elabord la ideo- logfa del mundo modemo, bajo la presién det deslizamiento de las es- tructuras y précticas econémicas, Se reprochaba que la ganancia del mercader suponia una hipoteca sobre el tiempo, que sélo pertenece a Dios. El usurero actuaba contra la ley natural universal, porque vendia el tiempo. Segiin Le Goff, eminente estudioso del tema, la concepcién del tiempo que se oculta tras ese planteamiento pone en cuestién toda la vida eco- némica en el albor del capitalismo comercial" + Un ejemplo de Ja vivencia del tiempo rural lo hallamos en el articulo de Manta BAR- CELO CRESPI, «EI ritmo de la comuni ir en el mundo rural, los trabajos y 10s dias. El ejemplo de Mallorca bajomedieval>, La vida cotidiana en fa Edad Media, Vill Semana de Estudios Medievales de Néjera (4-8 de agosto de 1997), Logrofio, Instituto de Estudios Rio- anos, 1998, pp. 129-168 % JACQUES Le GOFF, Tiempo, trabajo y cultura en of Occidente medieval, op. cit.. pp. 45- 47. B) mercader fundabs su actividad sobre una hipétesis cuya trama misma era el ticmpo —almacenamiento en previsin de hombres, compra y venta en los momentos favorables de- ducidos por una red de informacién y correos—; en oposici6a estaba el tiempo de la Iglesia, ‘que no perteneeia mas que a Dios y no podia ser objein de lucro. La que se cuestionaba era, or tanto, el proceso de laicizaci6n de dominios humanos capitales, de los fumdamentos mis- 14 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON Para el mercader, el medio tecnolégico se superponfa a un tiempo nuevo y mensurable, orientado y previsible, al tiempo eternamente co- menzado y perpetuamente imprevisible del medio natural. La medida del tiempo hab{a de utilizarse para fines profesionales. El reloj comunal —generalizado a partir de fines del siglo xIV— se convirtié en instru- mento de dominacién econémica, social y politica de los mercaderes que regentaban la comuna. Se hacfa necesaria una medida rigurosa del tiem- po, los obreros jomnaleros trabajaban a horas fijas. Al racionalizarse la existencia, el marco de la vida dejé de estar ilumi- nado por la religién. El mercader necesitaba medir el tiempo y el calen- dario regido por fiestas movibles no servia para cstablecer célculos y balances; el 1.° de enero y el 1.° de julio cran las fechas en que empe- zaban y acababan sus cuentas. E] cuadrante racional se dividié en doce © veinticuatro partes iguales y se adopté el reloj municipal”, La teolo- gia occidental encontré en la recepcién aristotélica la base tedrica de un encuentro del tiempo de la Iglesia y del tiempo de los hombres que actua- ban en e] mundo, en fa historia y en su profesién; la sentencia del fild- sofo griego es contundente: «cl tiempo es el mimero del movimiento». E] tiempo adquirié gran importancia dentro de una sociedad netamente urbana, adaptado a las condiciones de trabajo”. Entonces se multiplica- ron las campanas, que ordenaban a los obreros cudndo iban a su labor por la mafiana los dias laborables, cudndo debian ir a comer y cuando volver tras la comida; y también por la noche, cudndo debian dejar la labor. Necesitaban fijar al lado del tiempo de trabajo un tiempo de ocio y, junto al trabajo asalariado reglamentario, un tiempo para el trabajo mos y de Jos marcos de la actividad humana: tiempo del trabajo, datos de Ia produccién inte- lectual y econémica. ® ibidem, pp. 53-57. Este tiempo racionalizado se amotd6, por razones pricticas, a las tareas profanas y laicas. Los mercaderes y los artesanos sustituyeron el tiempo clerical, acon- dicionado por los oficios religiosos y por las campanas que lo anunciaban, por el Gempo exacto de les selojes, que se alzaban en los campanarios. Bra un tiempo urbano més comple- 10 y refinado. ™ JACQUES LE GOFF, Mercaderes y banquers de la Edad Media, Barcelona, Oikos-tau, 1991, pp. 113-114. 2 pant det siglo xml se cuestion6 1a duracién de Ia jomada de trabajo y la autoriza~ cién del trabajo nociumo. Los obreros pedian ci alargamiento de la jornada para aumentar ‘sus salarios; los patrones se encargaban de reglamentar de cesca Ja jomnada de trabajo, Jac- (QUES LE GOFK, Tempo. trabajo y cultura en el Occidente medieval, op. cits. pp. 63-75. M.* ASENIO GONZALEZ analiza cl ritmo de la vida cotidiana de Jos artesanos castellanos, sujetos Jas campanas y relojes de las ciudades, «El ritmo de Ja comunidad: vivir en la ciudad, las anes y los oficios en la Corona de Castilian, La vida cotidiana en fa Edad Media, Vill Se- mana de Estudios Medievales de Najera, op. cit., 1998, pp. 176-177 y 188-189. Sobre el paso del tiempo medicval al modermo, consiiltese S. STELLING-MICHAUD, «Quelques aspects du probitme da temps au Moyen Ages, Emudes suisses d'histoire générale, vol. XVIE, 1959. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 15 personal o clandestino. El empleo de Ja campana urbana aporté un tiem- po regular, normal, manifestado episédicamente, un tiempo sucesorio; frente a las horas clericales inciertas de las campanas de la Iglesia, las horas ciertas de la burguesia. La campana del trabajo, tocada con cuerdas, no supuso ninguna in- novacién técnica. El progreso decisivo hacia las horas ciertas lo dio la creacién y la difusién del reloj mec4nico, del sistema que proporcionaba la hora en sentido matemético, la vigésima cuarta parte de la jornada. Conseguido a finales del siglo xin, se difundi6 en el segundo cuarto del XIV en Jas grandes zonas urbanizadas, que concordaban con las regiones de industria textil en crisis (norte de Italia, Cataluiia, Francia septentrio- nal, Inglaterra meridional, Flandes, Alemania). De Normandfa a Lom- bardia se instal6 la hora de sesenta minutos, que tomé el relevo de la jormada como unidad del tiempo del trabajo. Pero durante mucho tiempo el marco temporal primordial siguié vin- culado a los ritmos naturales, a la prdctica religiosa, a la actividad agri- cola. Los hombres del Renacimiento siguieron viviendo en un tiempo incierto, no unificado nacionalmente, desfasado. Lo que lo subrayaba era la diversidad del punto de partida del tiempo nuevo: aquf mediodfa y all medianoche y, mds frecuentemente, el alba y la puesta del sol. Tan- 10 le costaba al hombre preindustrial separarse del tiempo natural. 3. LA PREOCUPACION POR EL TIEMPO Es habitual considerar que la atencién prestada al tiempo por el hombre medieval esti marcada por una vasta indiferencia. Bloch es quien mejor resume esta actitud”: estos hombres, sometidos alrededor de ellos y en si mismos a tantas fuerzas esponténeas, vivian en un mundo cuyo tiem- po escapaba tanto més @ su observacién, cuanto que apenas lo sabian medir. Los relojes de agua, costosos y molestos, existfan en niimero escaso; los de arena fueron algo més corrientes; la imperfeccién de los cuadran- tes solares, en especial bajo los brumosos cielos del norte (Inglaterra, Paises Bajos, Francia, Alemania), era evidente. Esto motivé el empleo de curiosos artificios: preocupado cn regular el curso de una vida muy némada, el rey Alfredo de Asser imaginé el transportar con él, por 10- 2 MaRC BLOCH, La sociedad feudal, Madrid, Akal, 1986, pp. 95-97 (ed. francesa, La société féodale, Paris, 1968). RonERT DELORT opina que, en un mundo donde Ia muerte gol- répidamente, no se concedfa ninguna importancia a las previsiones temporales y el ‘Occidente medieval vivia entre el presente inmediato y el futuro alemporal de la etemnidad, La vie au Moyen Age, op. cit., pp. 68-69. 16 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON das partes, unos cirios de igual longitud, que hacia encender uno tras otro. Este deseo de uniformidad en Ja divisién del dia era excepcional. Contando de ordinario, a ejemplo de la Antigiiedad, doce horas de no- che y doce de dia, en todas las estaciones, las personas mds instruidas se conformaban con ver cada una de estas fracciones, tomadas una a una, crecer y disminuir sin tregua, segiin la revolucién anual del sol. El reloj de contrapeso pudo, hacia el siglo xIV, mecanizar el tiempo. ‘Una anécdota narrada por la crénica del Henao resulta muy ilustrati- va respecto a esta flotacién del tiempo”. En Mons debfa tener lugar un duelo judicial. Un solo contendiente se presenté al alba; una vez Iegada la hora nona, que marcaba el término de Ja espera prescrita por la cos- tumbre, pidié que fuera atestiguada la ausencia de su adversario. Sobre el punto de derecho no existia duda. Pero, zera en verdad la hora sejia- lada? Los jueces del condado deliberaron, miraron al sol, interrogaron a los clérigos y se pronunciaron, al fin, en el sentido de que la hora nove- na habia pasado. ;{Una sociedad en la que un tribunal tenfa que disentir ¢ investigar para saber la hora del dia! Le Goff ofrece una alternativa a este planteamiento™. La indiferen- cia se muestra en los cronistas, insensibles hacia las fechas precisas, que sustituian por vagas expresiones: «en aquel tiempo», «entre tanto», «poco después», etc. Un caso elocuente y extremo lo constituye la Chanson de Roland, donde no hallamos en ningiin lugar una indicacién temporal ®, Estas imprecisiones, en cambio, no son habituales en las crénicas bajo- medievales consultadas. Aun asi, encontramos algunos ejemplos: «muy poco después de esto, el duque de Normandie hizo lamar a su mujer Ja duquesa, a las damas y donceltas que habian pasado con ella toda Ja temporada en Meaux en Brie, y legaron a Paris. La duquesa desmonté en el hostal del duque, Saint-Poll, donde se habia retirado y aili pasé mucho tiempo», Marc Buock, La sociedad feudal, op. cit. p. 96. * Jacoues Le Gorr, La civilizaciéa del Occidente medieval, op. cit. pp. 242-245. La ‘Edad Media sc mostré singularmente sensible a] tiempo, lejos de toda indiferencia, sélo que con normas ¥ necesidades distintas a las nuestras. Para un mejor conocimiento de las coorde- nadas cotidianas de la época consultar JACQUES LE GOFF, Lo maravilloso y io cotidiano en ef Occidente medieval, Barcelona, 1985. 3 RICHARD GLASSER, Time in French Life and Thought, Manchester University Press, 1958, p. 17, cit. G. J, Wattrzow, El tiempo en ta Historia. La evolucién de nuestro sentido del tiempo y de ta perspectiva temporal, Barcelona, Critica, 1990, p. 114. % JEAN FROISSART, Crénicas, Madrid, Sirvela, 1988, p. 193. Con 1 largo conflicto an- glo-francés de fondo, el candnigo de la abadia de Chimay refleja en sus erénicas al eédigo regulado de la caballeria y de la vida corlesana del siglo xIv. Entre otras, consultar las si- guientes ediciones originales de sus narraciones: Les Chroniques de sire Jean Froissart, 0d. 3. A.C. BUCHON, Paris, Editions du Pantheén Litigraire, 1838-1842; Oeuvres compidies de LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 17 La mentalidad colectiva —magica y primitiva— confundia los pla- nos del pasado, presente y futuro, Los hombres y mujeres de la Edad Media crefan que todo cuanto era fundamental para la Humanidad les era contemporéneo. [os hechos que evocaban no tienen precisién de una cifra, pero una referencia al tiempo falta muy pocas veces. Tales alusio- Res cronolégicas no estan unificadas, existen tiempos multiples. La His- toria sagrada exige una medida temporal: Ia cronologia de la vida te- rrestre de Jesis, del tiempo de la Creacién. La Historia sagrada se revi- ve, porque la trama de la Historia es la eternidad. Las crénicas univer- sales comienzan por las fechas simbéticas de la Biblia, manifestando asf una verdadera obsesién cronolégica. En una época de analfabctismo la confusién era una nota frecuente. Todos los dias eran iguales y era facil que se le pasara a uno el mo- mento adecuado para la arada o la siembra, Hamilton Thompson ha re- sogido una anécdota de un sacerdote italiano que no se dio cuenta que habfa empezado la Cuaresma hasta que casi tuve encima el domingo de Ramos. Entonces, al darse cuenta de las consecuencias de su olvido, explicé a sus feligreses que «la Cuaresma habfa tardado en Iegar este afio por- que el frio y la inseguridad de los caminos no te dejaban cruzar las momtaiias, viniendo a un paso lente y receloso, que no podrd permane- cer con nosetros mds de una semana, ya que el resto del tiempo lo ha pasado en cl camino», Para estas gentes, el tiempo carecia de sentido si no estaba jalonado por las efemérides eclesidsticas recurrentes o por la sucesidn de los fenémenos de Ja naturaleza, E] trabajo de un cronista era, en este sentido, un privilegio al ir desmenuzando a su antojo las referencias temporales para su relato, Guriévich insiste en que no eran indiferentes al tiempo, sélo poco receptivos al cambio y al desarrollo”. La estabilidad, la tradicién y la repeticién eran las categorias entre las que se movia su conciencia. A través de ellas interpretaban el desarrollo histérico real que, durante mucho. tiempo, no pudieron percibir. Durante los siglos xu y xt se produjo una afirmaci6n de las categorias temporales, debido al influjo de la lite- ratura, la filosoffa y la teologia™, Frotssart, ed. BARON J, B, M. C. KERVYN DE LETTENHOVE, Brusciles, 1867-1877; Chroni- ques de Froissart, ed. LEON MIRAT-A. MiROT, Paris, S. H. F., 1957. » Visitations in the Diocese of Lincoln 1517-1531, ed. A. HAMILTON THOMPSON, Linco- In, Line. Rec. Sor., 33, 1940, XL, cil, NORMAN J. G. POUNDS, La vida cotidiana: Historia de ta cultca material, op. cit., p. 273, nota 37. 3 AXON IAKOVLEVICH GURIEVICH, Las categortas de 1a cultura medievai, op. cit., p. 180. * La indiferencia temporal no existe en la Ifrica cortesana, en el mundo caballeresco o en ia escolistica. Los dfas feriados servian de mojones temporales para miles de campesinos, artesanos y comerciantes, HERVE MARTIN, Menialités Médiévales, XF-XV" sidcle. op. cit., pp. 161-163. 18 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON 4. LA DIVISION DE LA JORNADA: LAS HORAS CANONICAS 4.1, EL DfA Y LA NOCHE: EL SOL COMO REFERENTE NATURAL Los campesinos tenfan escasa nocién de tiempo. El sol marcaba el comienzo y el final de Ia jornada, que variaba de unas estaciones a otras. En principio, la gente se levantaba al alba y se acostaba al anochecer, que era el tiempo que duraba la actividad. Teniendo en cuenta las dos interrupciones que se hacfan para comer, observamos que las jornadas de trabajo oscilaban entre ocho y nueve horas en invierno y doce o tre- ce —y hasta quince— horas en verano”, Légicamente, esto no sucedia todos los dfas, las numerosas fiestas anuales desahogaban un poco las labores nisticas. El paso del tiempo Jo marcaban Jos sonidos de la natu- raleza: el canto del gallo o el comportamiento de aves y animales. En Jos pueblos el toque del Angelus a mediodfa sefialaba un punto en tomo al cual podfan estructurarse los quehaceres diarios. Si bien, las horas del Angelus cambiaban con la duracién dei dia solar. La actividad guerrera también se desarrollaba en intervalos de tiem- po determinados, generalmente coincidentes con las horas de luz solar: «aquel dia los ingleses se levantaron muy pronto por la majiana y se prepararon para ir hacia aquella parte. A la salida del sol, el rey oy6 misa y luego monté en su caballo», Se comenzaba la jornada bélica con Ia salida del sol: «otro dia por la manana, al alua del dfa, Aluaro de Mendoga junt6 toda la gente de su capitania» para combatir la iglesia de Zamora™. Los cronistas realzan insistentemente ¢] momento de ini- ciar el dfa «a primera hora», como el cardenal de Périgord «que habia salido muy de maiiana de Poitiers» y «el lunes por la mafiana hacia la salida del sol volvi6»™. Antes de llegar a la noche, anténimo natural del dfa, habfa otras re- ferencias intermedias que seguian aludiendo a la posicién de! sol: «era ya grand rato del dia»™, «finé a medio dfa»* o «al atardecer, cuando ® En invieme el trabajo comenzaba a las 8 0 las 9 y terminaba a fas 5 0 las 6 de la tarde; en verano $¢ iniciba a las 5 de fa mafana y conclufa a las 7 0 las 8 de la noche, REGINE PERNOUD. Lumiére du Moyen Age, Paris, Grasset, 1981, p. 242. Esta autora centra su estudio en el Smbito francés durante los siglos XI y XK. 2% Jean BROISSART, Crdnicas, op. cil.. p. 84, 32 FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de los Reyes Catdlicos, ed. JUAN DE MATA CARRIA- 20 ¥ ARROQUIA, Madrid, Espasa-Calpe. 1943, 1, cap. LIL p. 171, & JEAN FROISSART, Crdnicas, op. cit., pp. 96, 142 y 146. 1% FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de dos Reyes Catdlicos, ed. cil. 1, cap. LXIV, p. 208. 3 Lorenzo GaLinDEZ DE CaRvAIAL, «Anales breves del reinado de los Reyes Caisli- cos, Crénicas de los Reyes de Castilla, Madrid, Biblioteca de Autores Espafioles, LXX, 1953, 111, 1506. p. 556, LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 19 ya era hora de retirarse» *, También encontramos indicaciones de los mo- Mentos en que comfan: «el viemes, después de desayunar, el rey de Francia ‘cruz6 aquel rio por el puente de Chauvigny» ”; «iegé a Pinto en doce dias de Junio, donde estuvo hasta otro dia sabado, en el qual dia des- pugs de comer el Infante se partié para Madrid» *, Habfa ocasiones en que los caballeros «tuvieron que ayunar todo el dia y toda la noche», Al acercarse el momento del oscurecimiento celeste, la frenética activi- dad diaria cesaba. La noche representaba el peligro ante la imposibilidad de poder guiarse en ella y poseer escasos instramentos de iluminaci6n. Los caballeros, para protegerse y defenderse mejor, tenfan que «acostarse por las noches siempre armados» *°, evitando asf caer desprevenidos ante un eventual ataque del enemigo. Las altas horas se asociaban a la Ilegada irreversible de la no- che: «no hacfan en un dfa més de cuatro o cinco leguas y acampaban a altas horas» ‘!, En Ja practica guerrera el movimiento nocturno era esen- cial para ganar terreno sobre las tropas enemigas, despistar posibles per- secuciones © viajar de incdgnito: «A la prima noche, el Rey, dexado el cargo del gerco a aquellos caualleros, salié disimulado del su palacio, solo con aque! secretario [... e sin descaualgar amanegieron cerca de Valladolid» *. Encontzamos ejemplos del temor que suponfa recibir inesperadas vi- sites durante la noche: «muy tarde por visperas, a la cafda del dfa, el rey Philippe [...] cabalgé lamenténdose y quejandose por sus gentes has- ta el castillo de Labroye. Cuando Ilegé a la puerta, la encontré cerrada y el puente alzado, pues era muy de noche y estaba todo muy oscuro. Entonces el rey hizo Hamar al sefior del castillo, pues querfa entrar. Fue Mamado y acudié a la garita preguntando en alto quién era a aquellas horas. Al ofr la voz, el rey Philippe respondié: «Abre castellano, es el » Jean PROISSART, Crdaicas, op. cit., p. 234. > Ibidem, p, 136, El desayuno se tomaba hacia la hora de tercia; 1a comida, més copiosa, ‘entre sexta y nona; la cena tenia Iugar entre visperas y completas, EDUARDO AZNAR VALLE- 10, Vivir en ta Edad Media, Cuadernos de Historia, 61, Madrid, 1999, p. 13. > PERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Créniea de Juan Il», Crénicas de los Reyes de Castilla, ‘ed, cit Il, 1422, cap. IX, p. 415. La siesta tas la comida era préctica freeuemte: durante el episodio del moro santo, «acaesgié que vi Rey avla comide, y dormta a fa ora que iegaron con 1 @ ta tiendam, FERNANDO DEL. PULGAR, Crdnica de los Reyes Catdticos, ed. cit., I, eap. CCKY, p. 315. ® JEAN FROISSART, Crénicas, op. cit., p. 46. “ Ibidem, p. 38. La incertidumbre de 1a actividad guerrera ponta en alerta a los persona- Jest ve regetando cada ora esie socorro, esicuieron quarenta dias el condesiable e el comen- ‘dador mayor, que jamas de noche ni de dia se defandauan fas armas», FERNANDO DEL PUL- Gar, Crénica de los Reyes Catdlicas, ed. cit, I, cap. CX, p. 388. 41 Jean PROISSART, Crdnicas, op. cit.. p. 171. “** FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de dos Reyes Caidticos. ed. cit. 1, cap. LIL, pp. 167-168. 26 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON: infortunado rey de Francia» [...]. Se pusieron en camino hacia mediano- che y cabalgaron tanto que al amanecer entraron en la buena ciudad de Amiens». Las supersticiones nocturnas se aduefiaban de castillos y pa- lacios: «acontecié un prodigio en el palacio del Rey en Segovia, y fue que en altas horas de la noche los capitanes, camareros y moradores del palacio oyeron por Jos aires alaridos y ligubres lamentos de espiritus, viendo al mismo tiempo, Ilenos de terror, horribles fantasmas» “. 4.2. EL USO DE LAS HORAE CANONICAE La cristianizacién europea se tradujo en la superposicién de otros sistemas de contabilizacién del tiempo ademés de les ritmos naturales, buscando una distribucién adecuada de las oraciones de los eclesidsti- cos. La jomada —es decir, las 24 horas del dia y la noche— se dividia, desde esa dptica, de acuerdo con las horas candnicas*’, que continuaron muy arraigadas durante la baja Edad Media. Cada tres horas las campa- nas de las iglesias mondsticas anunciaban el rezo correspondiente: a media- noche, maitines; a las 3, laudes; a las 6, prima; a las 9, tercia; a medio- dfa, sexta; a las 15, nonas; a las 18, visperas; y a las 21, completas*. Esta division de la jomada diaria ha pervivido ain en pleno siglo xx para diversas Srdenes religiosas. Pero no era rigida y se amoldaba a las estaciones, particularmente al verano y al invierno. En las cronicas las referencias temporales mas abundantes son las horas canénicas, que sittian con una precisién bastante aproximada los hechos de armas y dem#s acontecimientos descritos: el maestre Don Fadrique «llegé en Sevilla el dicho martes por la mafiana 4 hora de tercian“”, caquel JEAN FROISSART, Crésticas, op. cit. pp. 114-L15. “4 ALONSO FERNANDEZ DE PALENCIA, Crdnica de Enrique 1V, Biblioweca de Autores Es- paflotes, CCLVI, Madrid, 1973, déc. 1, lib. V, cap. VI, p. 111. “© JULIO VALDEON BARUQUE, Vide cotidiana en la Edad Media, Madrid, Cuadernos His- toria 16, 193, 1985, pp. 10-12. La civilizacién musulmana también se basaba en parimetros religiosos para medir el tiempo, las cinco oraciones diatias: «ternrind 1a ceremonia de fa jura para tas clases elevadas a fa hora de ta oracién meridiana de ese dla», Crénica andnima de ‘Abd al-Rahman Uf al-Nasir, ed. y trad. EVARISTE LEVI-PROVENCAL y EMILIO GaRcla GO- mez, Madrid-Granada, 1950, p. 92. * Son las viejas horas romanas ms © menos cristlanizadas, FACQUES LE GorF, La civili- zacidn del Occidente medieval, op. cit. p. 245. La hora sexta no se menciona como tal, se alude al mediodfa: «Diego Furtado, casy a ora de mediodia, mando rrecoger a su casa toda su gente, € armarse Jo mds secretamemte que padieron», PEDRO CARRILLO DE HuETE, Créal- ca del Halconero de juan If, ¢d. JUAN DE MATA CARRIAZO Y ARROQUIA, Madrid, Espasa- Calpe, 1946, cap. CCCLIN, p. 486. © “«Crénica de Pedro Ts, Crdnicas de ios Reyes de Castilla, ed, cit., 1. 1358, cap. BL, p. 4B1. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 21 sdbade los ingleses cabalgaron desde la hora prima hasta visperas, de modo que Hegaron a dos leguas de Poitiers». En ocasiones aparecen Jas horas acompafiando a otros apuntes temporales més vagos 0 reco- giendo intervalos de tiempo acotados: «al dfa siguiente, se alejaron y cabalgaron por valles y montaias todo ef dia hasta que cerca de nonas encontraron unos caserfos quemados [...]. Al tercer dia continuaron ca- balgando sin saber a dénde iban y lo mismo ocurrié el cuarto dia hasta la hora de tercias»“; el rey de Granada «otro dia jueves de mafiana an- tes que amaneciese, mand6 tafier sus afafiles [...]; y en una hora entre Nona e Visperas, todos fueron desbaratados»™; el papa Calixto «ansi bendixo el sombrero y el espada, que la noche de Navidad 4 los mayti- nes el Papa pone en el altar quando celebra la Misa del gallo» ®. La divisi6n del dfa en veinticuatro horas queda patente en algunos pasajes: «el Miércoles en la noche, entre las diez y las once, el Rey de Navarra y ¢l Principe [...] legaron 4 la casa donde la Princesa estaba muy ricamente arreada»**; «e plugo 4 nuestro Seftor que 4 quatro horas del dia del mes de Otubre del afio de nuestro Redentor de mil quatro- cientos setenta aftos, Ja sefiora Princesa parié una hija, 4 quien lamaron Dofia Isabel como 4 su madre», Habia consciencia de la importancia de un tiempo preciso: Ja reina Isabel «mand6 poner sus guardas por los caminos, ¢ sus espias, para saber la ora que el rey de Portugal partiese de Pefiafiel» *; «esa noche, antes que el Rey partiese, casi a las dos oras después de media noche, ovo terremoto en la cibdad»*; el rey Fernan- do nacié un viernes «4 las diez horas del dia» *, 4.3, LA APARICION DE LOS RELOJES La Edad Media no fue una época estitica, sus tltimos siglos wans- formaron el tiempo en una concepcién de cardcter laica. Los relojes tu- # Jean PROISSAR?, Crénicas, op. cit. p. 138. Widen, p. 48. % FERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Crénica de Juan Ip, Cronicas de los Reyes de Castilla, ed, cit, IL, 1408, cap. IY, p. 208. % DIEGO ENRIQUEZ DEL CASTILLO, «Cronica de Enrique IV», Crénicas de fos Reyes de Castile, ed, city M1, cap. XV. p. 108, ® BERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Cronica de Juan Hn, Crdnicas de los Reyes de Castilla, ed, cit, HL, 1440, cap. XV, p. 566. ® Disco DE VALERA, «Memorial de diversas hazaiias», Crdnicas de los Reyes de Casti- Ha, ed. cit., HI, cap. LVI, pp. 58-59. ‘& FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de fos Reyes Cutdlicos, ed, cit., 1, eap. L, p. 158. % dbidem, Tl, cap. CKCVIN, p. 261. El terremoto ocurrié en Cérdoba, cl sibado 7 de abril de 1487, % ANDRES BERNALDEZ, «Cronica de los Reyes Catélicos», Crénicas de los Reyes de Castitia, ed. cit, IN, cap. VII, p. $73. 22 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON vieron mucho que ver en aquella novedad. Ciertamente, el hombre me- dieval siempre hab{a estado preocupado por disponer de instrumentos con los que medir el tiempo. E] problema se habia resuelto en parte gracias a los relojes de sol o a los astrolabios, pero en ambos casos habia limi- taciones claras, dada la dependencia del sol, en un caso, o de las estre- Ilas, en e] otro; un dia nublado resultaba fatal para poder guiarse en tér minos aproximados respecto al tiempo”. Hacia el siglo xu aparecieron cuadrantes de sol con la divisién eclesial del dia solar, colocados en al- gunas iglesias y catedrales en el siglo XV. Algunos significativos inten- tos de concepcién laica del tiempo fueron los relogios alfonsfes, relojes de la piedra de la sombra, de agua, de la candela, de mercurio o del palacio de las horas**. Las actividades econémicas de los nticleos urba- nos promovieron la mecanizacién del tiempo, al regular un curso hora- rio fijo. Los relojes de pesas y campanas, introducidos en Europa du- rante e] siglo XIV, se instalaron répidamente en las torres de los ayunta- mientos de las ciudades ms importantes. La sociedad medieval se apasioné por la mecanizacién y Ja investi- gacién técnica, ya que creyé en el progreso, concepto ignorado por el mundo antiguo®. Giovanni di Dondi creé el reloj astronémico mas im- portante de Ia Europa occidental en el siglo xtv®: comportaba un esca- pe mecénico con eje de paletas, pestillo y ruedas de encuentro acciona- das por pesas. Este sistema reemplazé las ruedas hidrdulicas utilizadas hasta entonces. Los ingenicros medievales habian usado la energfa hi- drdulica con fines variados, pero se percataron de sus limitaciones en la construccién de relojes. En la Europa del Norte, en invierno, el agua se congelaba y los relojes se paraban. Las investigaciones para hallar una solucién mecdnica se remontan a Ja segunda mitad del siglo xu. Se buscaba conseguir una rueda que rea- fizara una rotacién completa para cada cfrculo equinoccial. En la corte % Tuuio VALDEON BaRUQUE, Vida cotidiana en ta Edad Media, op. cits, pp. 10-12. Una de las obras mis completas sobre el tiempo mecénico de la Baja Edad Media es la de Davip 'S. LANDES, L ‘heuze qu if est, Paris, 1987. Para insertar ta aparicién de los relojes urbanas al hilo de la medida exacta del tiempo, consular HERVE MAKTIN, Memsalités Médiévales, XI'- X¥* sidele, op. cit. pp. 168-174, % LUIS MONTANES, Relojes, op. cit. p. 13. Eran formas mds empfticas que pricticas. ® JEAN GIMPEL, La Revohicién Industrial en a Edad Media, Madrid, Taurus, 1981, p- 137 (ed. francesa, La révolution Industrielle du Moyen Age, Paris, 1975). © Las civilizaciones extracuropeas emplearon sus conocimientos astronémicos para cons- muir relojes, pero ocultaron celosamente el frie de sus investigaciones al mundo occidental. Bn ef afo 800 el califa musulmin Harum-al-Rachid regalé a Carlomagno un preciso reloj, cuya fama perdur6 a través de los siglos, JULIO VALDEON BARUQUE, Vida cotidiana en fa Edad Media, op. cit., p. 12. El china Su Song consirayé en el siglo XI e) reloj mas perfec- cionado de su época, que desapareci6 destruide o averiado al despreocuparse de é] las mucvas Ginastfas, JEAN GIMPEL, La Revolucién Industrial en la Edad Media, op. cit, pp. 118-119. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 23 castellana de Alfonso X se disefi6 un reloj que se movia mediante la caida de una pesa; el movimiento se regulaba por el flujo del mercurio contenido en un tambor tabicado que giraba en torno a un eje horizon- tal. Los primeros relojes mecénicos aparecieron en los albores del siglo x1v¢!, incluso fueron inmortalizados en la Divina Comedia de Dante. Este mundo urbano aparece muy poco reflejado en los textos cronis- ticos. No obstante, hallamos un ejemplo muy representativo en una vista entre portugueses y castellanos, en el real que Fernando el Catélico dis- puso en Zamora: «e qued6 asentada fa vista para la otra noche siguien- te, la qual se asenté para la vna ora después de media noche. El Rey, segind fué acordado, vino al lugar de la ribera do avia de esperar al rey de Portugal, ¢ esténdole esperando a Ja ora entre ellos asentada, el relox de la gibdad, que estaua cerrado, dio las tres oras deviendo dar Ja vna. E como el Rey pens6 que se avia tardado [...], acord6 de se bolver Inego a su palagio, porque sus guardas no le sintiesen andar a aquella hora por aquellos lugares do andaua». También tenemos noticia de un acci- dente ocurrido en Sevilla: «en jueves dia de Navidad, 4 25 de Diciem- bre, antes de nona un poco, cay6 un rayo en la torre mayor de las cam- panas de Sancta Maria do estaba el relox, 6 quebré et ferrage del relox, € un poco de la torre, & dos finiestras: é sumiése dentro de la torre, & fizo grandes fumos é grandes truenos» _ 5. UN CALENDARIO AFIN A LA RELIGION 5.1, LAS FIESTAS: EL CALENDARIO LITURGICO La sociedad medieval acepté una medicién del tiempo en funcién de criterios aportados por el estamento eclesidstico. Los ritmos de las uni- dades cronolégicas naturales venfan pautados a partir de su medida me- © En 1320 Richard Wallingford represent6, por primera vez, un péndulo astronémico gréficamente en un manuscrito inglés. Su proyecto del reloj fue declarado extravagante y ‘ostose; en él se podfa ver la marcha del sol yde Ta Tuna, las estrellas fijas © incluso los movimientos de la marea. E] retoj de mayor celebridad fue el de Giovanni di Dondi, hecho de cobre y bronce. El italiano disefé un cuadrante heptagonal donde instal6, en su parte superior, los cuadranies del sol, de la luna y de los cinco plancias conocidos en el siglo habfa un cuadrante i- vidido en veinticuatro horas, un calendario que indicaba las fiestas fijas y las fiestas movi- bles de la Iglesia y las Iineas dc los audos. Desputs, dibuj6 el movimiento horario del re- Jo}. Los engranajes de este instrumento tan fascinante eran de una complejidad increible, ibidem, pp. 120-125. @ FERNANDO DEL PULGAR, Crdnica de los Reyes Catdticos, ed. cil. 1, cap. LX, p. 199. © eCrénica de Enrique Mx, Crénicas de los Reyes de Castilla, ed. cit, 11, 1404, suple- mento, p. 247. 2 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON nor, el dfa, conforme a la consagracién canénica del quehacer «a lo di- vino». Si el dia se dividfa en horas candnicas, zqué era el calendario anual sino Ja relacién de tas fiestas de la Iglesia? El calendario eclesias- tico media el tiempo en tomo a dos fechas centrales, la Navidad y la Pascua de Resurreccién. La Iglesia adopté y completé los sistemas de medida de tos dias dentro del mes y de la semana y de las horas dentro del dia, herederos del mundo clasico®. El aiio litirgico est salpicado por las fiestas de los grandes santos, que refuerzan su cardcter de fecha gracias a los hitos de la vida econs- mica®, Tanto el tiempo agricola como el sefiorial —tiempo militar y de los pagos campesinos— y el clerical se caracterizan por su estrecha de- pendencia del tiempo natural. Las fiestas religiosas reemplazaron a fies- tas paganas relacionadas con el tiempo natural: la Navidad fue fijada para sustituir una fiesta del Sol en el momento de! solsticio. Las fiestas interrumpian el ritmo de la jornada laboral. Los sdébados y las visperas de fiesta el trabajo se suspendia a la una de la tarde en algunos oficios y hacia las cuatro para todos. El mismo régimen se apli- caba a las fiestas que no eran de guardar, como el miércoles de ceniza, el de las rogativas, el de los santos inocentes, etc., que sumaban 30 dias al aio, También era dia de descanso el del patrén del gremio, de la pa- rroquia y, por supuesto, fiesta total los domingos y los dfas de fiesta obligatoria, muy numerosos. En Francia se celebraban el dia de difun- tos, la Epifanfa, los lunes de Pascua y Pentecostés y wes dias de la oc- tava de Navidad. También habia muchas fiestas que en la actualidad pa- san inadvertidas: Purificacion, Invencién, Exaltacién de la Santa Cruz, Anunciacién, dia de San Juan, San Nicolds, etc.” Estas fiestas sefialadas eran muy utilizadas por los cronistas para fe- char los sucesos que narraban: la reina Isabelle «festejé el dia de Todos Jos Santos con gran cantidad de provisiones por amor a su hijo y a los sefiores extranjeros que la acompafiaban» y rogé «a mi sefior Jean de Hainaut que se quedara hasta Navidad», gentil caballero que «estuvo en grandes fiestas y en las diversiones de sefiores y damas hasta el dia de “ BLoy BENITO RUANO, «La historia de Ia vida cotidiana en In historia de la sociedad medieval», La vida cotidiana en ia Edad Media, VIM Semana de Estudios Medievaies de Nijera, op. cits p. 16. La préctica de numerar los dfas del mes de forma consecutiva, desde el primero al ‘himo, legs a Occidente en la segunda mitad del siglo VI, procedente de Siria y Egipto. Gregorio VI la introdujo en su cancifteria, pero sus suicesores volvieron al viejo estilo roma- no, G. J. WHITROW. El tiempo en ia Historia, La evolucién de muesiro sentido del tiempo y de fa perspectiva temporal, op. cit, p. 116. TacQues LE GoFr, La ciilizaciOn del Occidente medieval, op. © REGINE PERNOUD, Lumidre du Moyen Age, op. cit., pp. 242-243, pp. 250-252. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 25 los Tres Reyes»; «al anochecer de] Jueves Santo, celebré don Alvaro consejo con los suyos, en que hubo de tramarse el crimen de que al dia siguiente, Viernes Santo, fue victima Alonso Pérez de Vivero»®; el Maestre de Santiago «partié de Alcald la Real, sabado de las ochavas de Pasqua mayor, € fué dormir al rio de Azores; é otro dia domingo de Jas acha- vas, que dicen de Casimodo, que fué 4 veinte é seis dias de Abril deste dicho afio, entré en tierra de Granada» ”; «otro dia que era el jueves de la Cena, el Rey se levanté bien de mafiana, é oyé una Misa rezada, é luego se partié para Piedrahita, porque habia alli una grande Iglesia para oir las horas de la Semana Santa»; «e asi pasado el dia de Ano nuevo, estando el rey en el bosque, enviaron sus mensageros 4 la Princesa que viniese 4 mas andar» 7. Son frecuentes las dataciones por el santoral del dia correspondiente: «dos espafioles estuvieron anclados ante La Rochelle toda la vigilia de San Juan, por la noche y el dfa siguiente hasta después de nonas [...]. Cuando ese dia de San Juan Bautista hubo subido la marea después de nonas, los espafioles levaron anclas y alzaron las velas»”; «miércoles vispera de San Pedro e de San Pablo, 28 de junio, afio de 41, fué entra- Ga Medina de] Campo por el srey de Nauarra»™; «los caballeros no dexaron por eso de andar en camino para Montalvan, é llegaron ende sdbado, dia de Sant Andrés, en saliendo el sol»; Fernando IJ] fue homenajeado ea Toro al dia siguiente de Ja fiesta de San Lucas”; el Infante don En- Tique «naeié dia de Sant Francisco, 4 quatro dias de Octubre deste afio» y el Infante don Fernando «en dia de Sant Fagund, 4 veinte é siete dias del mes de Noviembre»”. & Jean Froissanr, Crénicas, op. cit, pp. 29-31, © ALONSO FERNANDEZ. DE PALENCIA, Crénica de Enrique I¥, ed. cit., déc. 1, lib. Il, cap. VI, p. 46. ® «Cr6nica de Enrique Il», Crénicas de tos Reyes de Castilla, ed. cit, I, 1394, cap. X, p. 223, 7% RERNAN PéREZ DE GUZMAN, «Crdnica de Juan Ils, Crénicas de lox Reyes de Castilla, ed. cit, Il, 1440, cap. X, p. 563. ® DigGO ENRIQUEZ DEL CASTILLO, «Crénica de Enrique IV», Crénicas de tos Reyes de Castitta, ed. cit., Wl, cap. CLXIV, p. 217. Las erdnicas andalusfes también databan por fe- chat Sestivas: «la Fiesta de los sacrificias de este ato cayé el miércoles dla 10 de du-Lhiyya {4 ochubre 971, ISA TDN AHMAD AL-RA2i, Anales palatinos del Califa de Cérdoka al-Hukam 4H, trad, EMtiL10 Garcia GOMEZ, Madrid, 1967, aito 360, 33. » JEAN Proissant, Crdnicas, op. cit, pp. 281 y 282. % PEDRO CARRILLO DE HUBTE, Crdnica dei Halconeno de Juan H, ed. cit, eap. CCCX- VI, p. 418. ™ PeRNAN PEREZ DE GUZMAN, «Cr6nica de Juan Il», Crénicas de los Reyes de Casrilla, ed. cit., Il, 1420, cap. XXXI, p. 392. % Crénica tatina de tos Reyes de Castilia, ed. LUIS CHARLO Brea, Cédiz, 1984, p. 84. ” «Cronica de Juan In, Crénicas de tos Reyes de Castilia, ed. cit., 1, 1379, cap. 1V, p. 67 y 1380, eap. VIl, p. 70. 6 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON EI comienzo del afio no era uniforme y habfa diferencias notables, pues mientras para unos se situaba el dia de Navidad, para otros se ha- llaba en la Pascua. En cualquier caso, ambas eran festividades religio- sas. El calendario litdrgico organizaba el afio e incorporaba la medida del tiempo por las fiestas, no por el niimero del mes: no se decfa 30 de noviembre, sino «San Andrés»; o en lugar de 28 de abril se decfa «tres dfas después de San Marcos». No obstante, en las crénicas bajomedie- vales encontramos el sistema de c6mputo numérico con més facilidad; asi, «parié ta pringesa a la ynfanta dofia Isabel su fija, en el mes de octubre deste afio de mil e quatrocientos e setenta»”*. Asimismo, apare- ce mencionado el ordinal en algunas ocasiones: «cuando llegé el vier- nes, el segundo dfa del mes de abril, desacampé de delante de Logrofio donde habfa acampado con toda su hueste»”, Existen otras formas de datacién, como los dias andados y por an- dar, muy habituales en Ia documentacién casteilana. En sus cartas de convocatoria a los procuradores de! reino «les enviaba el Rey mandar que veniessen 4 las Cortes 4 Palencia ocho dias andados del mes de Abril»®; en los prolegsmenos de ta batalla del Salado, «otro dia lunes veinte ct acho dias andados del mes de Octubre, este muy noble Rey Don Alfonso de Castiella et de Leon levantése ante que amanesciese» *; el rey Carlos de Francia entré en Roma «el tercero dia de la Pasqua de Navidad, dia de San Juan Evanjelista, tarde 4 27 dias del mes de Di- ciembre, tres dias andadas del afio del Nacimiento de Nuestro Redemptor Jesuchristo de 1495 afios»*. 5.2. LA SEMANA, LOS MESES Y LAS ESTACIONES: EL CALENDARIO AGRICOLA A lo largo de la Edad Media —de hecho, hasta 1582— el calendario vigente en toda la Europa cristiana fue el juliano: [2 meses y el co- mienzo de] afio en e] 1 de enero. El problema era que tenia 365°25 dfas, un poco més largo que el afio solar; en consecuencia, las efemérides ecle- sifsticas se iban adelantando poco a poco, por lo que, al cabo de mds de quince siglos, se habia producido un desfase de més de once dfas. El concilio de Trento introdujo el calendario gregoriano, que restauré la 1 FERNANDO DEL PULGAR, Cronica de tos Reyes Cutdlicos, ed. cit, 1, cap. X, p. 37. » JEAN FRoIssaRt, Crénicas, op. cit.. p. 242. % sCrdnica de Alfonso XI», Crénicas de tos Reyes de Cosiilia, ed. cit.. 1, 1321, cap. XXVIL p. 191, " Ibidem, cap. CCLL, p. 325. * ANDRES BERNALDEZ, oCr6nica de los Reyes Catdlicos, Crénicas de (os Reyes de Castilla, ed. cit., IL, cap. CXXXVIL, p. 682, LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA a armonfa entre 1 movimiento de los cuerpos celestes y las exigencias de la Iglesia. El calendario romano se utilizaba en todas partes para fechar Ja correspondencia y para indicar las fechas de Jos acontecimientos des- tacados®. Los meses estaban asociados con una serie de actividades en el calendario agricola, a cada mes le correspondfa un trabajo. Constitu- yeron series de ilustraciones muy divulgadas y apreciadas por las gentes medievales, que adaptaron su temética en algunas artes decorativas “. EI mes aparece en las crénicas como referencia temporal asidua: «vues- tra Sefiorfa sabe cémo en el mes de octubre del afio pasado ovimos en- biado a Vuestra Alteza nuestras cartas»*; «el mes era de febrero, € la noche de mucha pluvia ¢ tenpestad, ¢ ef Maestre fué ¢ertificado de aquella nueva quando la noche se cerraba», También acompafian a fechas se- jialadas, como las asambleas feudales, la recepci6n de muevos caballe- ros, ef pago de rentas o la celebracién de una feria: «el dia de Nuestra Sefiora de mediados de agosto hay feria en la villa y se retine todo el pais durante un dfa [...]. En todo caso, enviaron en el mes de mayo a la aventura dos de sus criados, hombres simples de aspecto, para que bus- caran servicios y amos en la ciudad»*?, La alusién a las estaciones indica connotaciones de tiempo natural o climético, 0 bien, se relaciona con las labores tradicionalmente desem- pefiadas en la época: «cuando llegé la primavera, buena estaci6n para quien quiere ir a ultramar, mi sefior William Douglas sc cquipé tal y como le correspondia y segin le habia sido ordenado»*. Los monarcas buscaban lugares frescos en sus descansos estivales; Juan I de Castilla fue a «Brihuega, que es buen logar en el verano, ca era ya el mes de Junio». El tiempo por excelencia para guertear cra el verano. Los Re- yes Catélicos acordaron dejar Andalucia durante «el ynviemo, y venir al reyno de Toledo, por que las gentes de guerra ¢ los otros que venian a su cofte no gastasen los mantenimientos que eran negesarios para cl ve- rano del afio siguientes ®. Los estragos del frio aleccionaban sitiar répi- ® La pelea de Requena, donde los aragoneses vencieron a los castellanos, fue «2 10 det mes de enero del affo de 1449», JERGNIMO ZURITA, Anales de ia Corona de Azagén, Zarago- za, C. $. 1. C., 1980, 2. ed., VI, lib. XV, cap. LXI, p. 412. “ Inés Ruiz MONTENO, «La vida campesine en el siglo x11 a través de los calendarios agrtcolas», Vida cotidiana en ia Espaia Medieval: Acias del VI Curso de Cultura Medieval (26-30 de septiembre de 1994, Aguilar de Campoo), Madrid, 1998, pp. 107-123. ‘© FERNANDO DEL PULGAR, Crdnica de los Reyes Catdlicos, ed. cit., 1, eap. XI, p. 40. % GoNZALO CHACON, Crénica de don Alvaro de Luna, ed. 1UAN DE MATA CARRIAZO ¥ ARROQUIA, Madrid, Espasa-Calpe, 1940, cap. LXXVIL, p. 224. © Jean FROISSART, Crénicas, op. cit. p. 317 © Ibfdem, p. 61. ® «Crinica de Juan In, Crénicas de los Reyes de Castilla, ed, cit.. 1, 1390, cap. tl p. 142. % FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de fos Reyes Catdlicos, ed. cit. I, cap. CCXXXI, p. 204. 28 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON damente las fortalezas, «porque si dilatavan el conbate, sus gentes e los caballeros que allf tenia en el canpo, por ser comiengo de ynviemo, se perderfan y no lo podrian sofrir. Eso mismo dezfan que se dafiarian las pSiuoras € los otros pertrechos que tenfan»*!. El tema de los trabajos de los meses, adoptado como calendario en Occidente desde el siglo VIN, ilustra un tiempo rural y campesino: «era a principios del mes de agosto, cuando se recogen los frutos de los campos y las uvas estén maduras. Gran abundancia habia por esa estacién en el susodicho pais». En este ciclo agricola habfa una incursién cortesana, Ia caceria feudal: «un jueves, que fueron veinte € ocho dias de Noviem- bre del dicho afio, el Rey hablé con Alvaro de Luna, é acordé que otro dia viernes cn amanesciendo, el Rey se fuese 4 caza»®_ La concepcién de la semana en época medieval se independiza de los meses y de los afios. En toda Europa se adopté la semana de siete dias. Era un espacio de tiempo bastante préctico entre una visita al mer- cado y otra, y los nombres que ha recibido no dejan de tener relacién con los de estos encuentros periddicos con fines comerciales. En el Oc- cidente cristiano, sin embargo, el primer dfa de la semana se considera- ba de descanso y precepto, en el que todo trabajo innecesario estaba ptohibido". Son periodos de contabilizacién muy recurridos: «cuando la carta estuvo escrita, la cerraron y sellaron, y la entregaron al heraldo que habfa Nevado la otra y que habia esperado la respuesta més de tres semanas», Tedos los dias de la semana aparecen mencionados en las distintas fuentes utilizadas. He aqui un pasaje elocuente: «jueves después de co- mer, 20 dias del mes de deziembre, afio de 1428 afios, partié el Rey don Jhoan nuestro sefior de Méstoles |. E otro dia, martes, dia de Santo Tomé, oyé misa cantada, ¢ comidé, e fuése a dormir a Esquivias. E otro dia, miércoles, siguiente fué a Yepes [...]. E Iuego el juebes se- guiente tornése a dormir a Borox. Otro dia, biernes, siguiente, vispera de pascoa de Navidad, vino a comer a Illescas»®. Se recoge el precepto religioso de no comer carne en determinados dias: «e dixo que troxiese Ia buxeta; ¢ comié © bevié con ellos carne ¢ pan e vino, magiler que % Ibfdem, 1, cap. LEXXN, p. 296. % JEAN FROISSART, Crénicas, op. cit., p. 325. Se refiere al condado de Foix, ° PERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Cr6nica de Juan i», Crénicas de fos Reyes de Castitla, ed, cit, Il, 1420, cap. XXVL p. 390. * NorMAN J. G. POUNDS, La vide cotidiana: Historia de ta cultura material. op. cit.. p27. 55 JEAN FROISSART, Crénieas, op. cit, p. 241 % PspRo CARRILLO DE HUETE, Crdnica det Halconero de Juan it, ed. eit, cap. XIV, pp. 31-32. Esta crénica muestra una precisa y continua cronologia del itinerario seguide por el monarea. LA MEDIDA DEL. TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 29 hera viernes», También se fijan actividades concretas: Isabel la Catéli- ca «acordé de dar audiengia publica los dias de los viernes» *, 5.3. EL aNO: LAS DATACIONES CRONOLOGICAS En el modo de fechar los documentos, las cartas 0 las crénicas se seguian patrones distintos. Es probable que atin en el siglo xv la gente no concciera el afio corriente de Ia era cristiana, pues eso dependia de calculos eclesidsticos y no era muy empleado en la vida cotidiana®. Fe- chaban por el afio del reinado del monarca. Inciuso cuando los cronistas daban cl afio de la era cristiana a menudo era incorrecto. La tradicién religiosa de cada drea geogrdéfica determinaba la fecha del comienzo del afio: la Natividad, la Pasién, la Resurreccién de Jess o la Anunciacién ®. Ademés, al mismo aiio se le asignaban distintos mimeros en distin- tos lugares, debido a los distintos sistemas de datacién cronolégica™. Se puede exponer un significative caso hipotético: «si un viajero parte de Venecia el 1 de marzo de 1245 —primer dia del aiio veneciano— se encontraba en 1244 al Iegar a Florencia; y si tras una corta estancia fuera a Pisa, alli el afio 1246 ya habria empezado. Continuando su viaje en direccién Oeste se encontrarfa en 1245 en Provenza y si llegase a Francia antes de la Pascua —el 16 de abril— estarfa una vez mds en 1244 122, La era cristiana estilo Navidad fue utilizada con profusién, acompa- fiando a las referencias anuales alguna festividad, dia concreto 0 mes: Enrique III falleci6 «el Sabado a veinte é cinco dias de Deciembre, co- 7 ALAR GARCIA DE SANTA MARIA, Crénica de Juan I! de Casilla, ed. JUAN DE Mara CARRIAZO Y ARROQUIA, Madrid, Real Academia de la Historia, 1982, p. 341. S* FERNANDO DEL PULGAR, Crdnica de los Reyes Catélicos, ed, cit., 1, cap. LXXXIX, p. 310. ™ G. 1. Warrrow, El tiempo en la Historia, La evolucién de nuestro sentido del tiempo y de ta perspectiva wemporal, op. cit., p. 116. '* JACQUES LE GOFF, La civilieacién del Occidente medieval, op. cit. p. 245. Bl estilo cronolégico més extendide en Europa occidental fue el que comenzaba el aiio en Pascua. En cambio, el sistema actual de adoptar el primero de enero se hallaba poco extendido. ‘*" Algunas reseflas bibliogrificas sobre temas de cronologia: F. K. Ginzet, Manual de técnica matemdtica sobre cronologta, 3 vols.. Leipzig, 1906-1914; J. AGUSTI, P. VOLTES y J. VIVES. Manual de Cronologia espaiiola y universal, Madrid, 1953: G. CAPELLI, Cronologia y calendario perpeuo, Milin, 1960; S. GARCIA LARRAGUETA, Cronologia (Edad Media), Pam- plona, 1976; M. OCANA JIMENEZ, Concordancia de Jos calendarios de 1a Hégira y ta era ristiana del } al 2000, Madrid, 1981; A. CATTABIANI, Calendario, Madrid, 1990, '™ RL. Powe, Medieval Reckonings of Time, Londres, SPCK, 1918, pp. 46-47, cit. G. J. WurTrow, El tiempo en ia Historia, La evolucidn de nuestro sentido del tiempo y de ia Perspectiva temporal, op. cit. nota 33, p. 116. 30 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON menzando el afio de nucstro Redentor de mil é quatrocientos é siete afios, entre Prima y Tercia»™; «esta batalla tuvo lugar en Normandie, muy cerca de Cocherel, un jueves, el dieciséis de mayo del afio de gracia mil trescientos sesenta y cuatro», en Granada «entré este Rey don Fer- nando, con los sefiores ¢ caballeros de su hueste, domingo dia de Ia pascua de Sancti Espiritus, a veynte ¢ dos dias de mayo, contados de] nagimiento de nuestro Redentor de mill ¢ quatrogientos ¢ ochenta e ginco aifos» ">. El estilo Anunciacién o Encarnacién, que comienza el afio el 25 de marzo en recuerdo a la Virgen, fue muy socorrido durante la Edad Me- dia: «la batalla tuvo lugar entre Najera y Navarrete en Espaiia. el aiio de la encarnacién de Nuestro Sefior mil trescientos sesenta y seis, el ter- cer dfa del mes de abril y aque! dia fue un sdbado» '%, Las crénicas altomedievales mantuvieron fidedignamente el método de datacién romano. Las crénicas castellanas utilizaron el Jatin hasta el reinado de Fernando III. El Fuero Real de 1255 reflejé el primer idioma europeo por escrito, el castellano «toledano» utilizado por Alfonso X. Las narraciones cronfsticas de los siglos Xt! y XI pretendfan ofrecer referencias temporales muy precisas y recurrian al nimero de afios exactos que duraba cada reinado. Se utilizaba ain et sistema de las calendas, nonas e idus del calendario juliano y, a la vez, se citaban los dfas de las festividades cristianas'”. 4% «Cronica de Enrique Wl», Crénicas de tas Reyes de Castilla, ed. cit., MH, 1407, cap. XIV. p. 262. Juan I dispuso en las Cortes de Segovia de 1383 que cen fas escripturas que de aud adelante se ficiesen se pusiese el aiio del Nascimiento de Nuestro Sesor Jesucrisio, que comenzé este aito dende la Navidad en adelante; & non se pusiese la Era de César, que fasia emonce se usara en Castilla € en Lednn, Cronica de Juan I», Crénicas de tos Reyes de Castilla, ed. cit., 11, 1383, cap. VI. p. 83. 48 JEAN FROISSART, CrOnicas, op. cit., p. 217 1@ FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de dus Reyes Casdiicos, ed. cit.. il, cap. CLXXIL, p. 172, '® JEAN FROISSART, Crénicas, op. cit., pp. 253-254. '? Post haec, in Era CLXXIII post millesimam, constituit rex diem celebrandi concifium apud Legionem civiatem regiam, quarto nonas isaiin, Chronica Adefonsi Imperatoris, Ma- atid. 1950. p. $4; «Bra DCLXXXVI. anno imperii Constaatis filii Heractii primo cum Chin- dasuintho Reccesuinthus fillus eius regnauit annis sex, & posiea solus annis duodecimm, ed. AnpaEAE ScHorni, «Luca: Tudensis. Chronicon Mundi», Hispaniae Hfustratae seu urbium rerumgue hispanicarum, academiarum, bibliothecarum, clarorum denique in omni disciplina- rum genere scriptorum auctores varii chronologi. historiei, T. WV, Francofuri, 1608, p. 553 «Post moriem Ordonit, Froila frarer elus successit in regno Era DOCCXXXIL, et regnavit ‘anno uno, mensibus duobus», ed. FRANCISC! CARDINALIS DE LORENZANA, «Rodericus Ximo- nius de Rada. Historia de rebus Hispanine», Opera, 1. 11, Madrid, 1793 (ed, faestmil M.* DE LOS DESAMPARADOS CABANES PECOURT, Valencia, 1968, lib, V, cap. 1, p. 97). EL IV Concilio de Letrin se celebr6 in festo Omnium Sanctorum et idibus mensis iulii sequentis dansinus funocencius tercius, uir bonus, cuius facta properauit Deus, ingresus est in wiam universe carnise, Crénica latina de los Reyes de Castilla, ed. cit., p. 46. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 31 ‘También aparece ¢] aiio del reinado, como herencia de los historia- dores clésicos, en algunos pasajes: «al cabo de un afio de que el rey Philippe de Valois hubiera sido coronado rey de Francia, sucedié que todos los barones y dependientes del reino le habfan jurado fidelidad y homenajen "*. Esta forma de datacién fue muy utilizada por los cronis- tas castellanos de fos siglos XI, XIII y xIv. Los sucesos de Alfaro tuvie- ron lugar «en el mes de Abril que comenzé el quinto afio del reinado deste rey don Sancho, que fue en la era de mill é trecientos € veinte é seis afios, é andaba el aio de la nascencia de Jesu Cristo en mill € do- cientos é ochenta € ocho aifos» ' En ocasiones se mencionan otros reinados simulténeos: «andados dies ¢ seys afios del regnado del rrey don Rramiro, que fue en Ja hera de nueuegientos e ginglienta ¢ quatro afios, quando andaua el afio de la en- carnagién en nueuegientos e dies ¢ seys, ¢ del inperio de Enrrique en uno, sacé el rrey don Rramiro su hueste muy grande € fue a corter tie- tra de moros»"®, Un ejemplo més profuso, sobre el reinado de Alfonso VI, menciona también el eémputo musulmén: «el primero afio en que él comeng6 a rreynar desta vez fue en la era de mill € ciento e vn afios, quando andaua el afio de la encarnagién en mill ¢ sesenta e tres, ¢ l del inperio de don Enrique en quinze, ¢ el del papa Alexandre en siete, ¢ el de don Felipe, rrey de Frangia, en onze, ¢ el de los aldrabes, en que Mahomad, su profeta, fue algado rrey dellos, en quatrogientos e se- senta @ cinco» !)_ La era hispdnica podia venir citada junto a otros sistemas de data- cién"? 0 como dnica referencia cronolégica: «en el mes de Enero en la era de mill é trecientos é weinta é tres afios, seyendo el rey don Sancho ea Alcalé de Henares é entendiendo por la su dolencia grande que avia que era de muerte, ordené su testamento» '"°. "9 Jean FROISSAUT, Crénicas, op. cit, p. 68. «Cronica de Sancho IV», Crinicas de los Reyes de Castilla, od. cit, 1, 1288, cap. V, p. 7B. ™° Crénica de Veinte Reyes, ed, JOSS MANUEL. RUIZ ASENCIO y MAURICIO HERRERO JI- MENEZ, Burgos, 1991, lib. I, cap. 5, p. 83. Esta erénica, redactada durante el reinado de Al- fonso X, tome sus noticias de Lucas de Tuy y de Rodrigo Ximénez de Rada, "" dbidem, Wb. X, cap. 1, p. 201. Una carta del privada y consojero del sultén de Babilo- nia a Joan I de Castilla esté fechads ad veinte dias de Rajab el sencillo del aflo sietecientos # ochenta é quatro de ta Era de tos Matos. Concierta esta era segund ei cuento del almana- que d 28 dias de Sepiembre del afta del Sefor de 1382, Era de César de 1420 aiiosn, «C16 nica de Juan Is, Cronicas de ios Reyes de Castilla, ed. cit, Il, 1383, cap. 1V, p. 83. El calen- dario musulmén era lonar: ee! ejército musulmén acampé en et valte, en la maitana del miér- coles 9 de sha‘ban del 591 {19 de julia del 1195)», 18h ‘ABI ZAR, Rawd al-Qirtds, wad. AMBROSIO HUICI MIRANDA, Textos Medievales, 13, Valencia, 1964, p. 440. 38 Ver los ejemplos de Tas notas 102, 403 y 104. 8 wCrénica de Sancho IV, Crénicas de fos Reyes de Castilia, ed. cit, 1, 1294, cap. XI, P. 89. La era hispénica, que establecta el inicio de lu datacién ueinia y ocho afios antes del 32 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON 6. OTRAS REFERENCIAS TEMPORALES EN LAS CRONICAS 6.1, EL TIEMPO VITAL: LAS EDADES Podemos hablar de una categoria de tiempo vital, con vagas alusio- nes a las distintas etapas de la vida de los personajes: el seiior de Bea- mont «estaba en los inicios de su camino y en Ia flor de su juventud y emprendfa aquello con gran placer y audacia» |, El accidente que le costé la vida a Enrique I de Castilla sucedié antes de la pubertad'*, A veces se subrayan las minorias: «cuando vio que iba a morir, ordené que si la teina daba a luz un hijo, mi sefior Philippe de Valois, que era su primo hermano, fuera tutor y regente de todo cl reino hasta que su hijo tuviera edad de ser rey», Mis esporddicas son las ocasiones que encontramos sefialada una edad concreta: «acaeci6 que una de las suertes cay6 a un escudero vecino de Villanueva de la Xara, aldea de Alarcén, home de fasta quarenta e cinco afios, casado e con hijos»"?; «alli dentro se albergaban el rey, mi sefior Hugh Despenser padre, que ya tenia cerca de noventa afios» "*; Alfonso VI de Castilla era «de treynta afios ¢ siete meses quando comengé a me- ynar, ¢ rreyné quarenta e tres afios»'”, Para el reclutamiento de los ejércitos se mandaba en las cartas «que todos los omes de sesenta afios abaxo e veynte afios arriba tomasen armas ¢ fuesen luego donde el Rey estaua, a le seruir» Los cambios de perspectiva mental, incluso en personajes cultivados, eran lentos. Jean Fusoris era un famoso fabricante de instrumentos as- wonémicos que en 1415, durante la invasién de Francia, hizo arrestar macimiento de Cristo, perduré hasta finales del siglo xiv. Sancho IV, por Jo tanto, murié en 1295, 1 JEAN FROISSAKT, Crdnicas, op. cit, p- 21. 9 aSic igitur mortuus est rex Henricus ante annos pubertatis, anno regni sui tercio non- din completo, in mense innit», Crénica latina de tos Reyes de Castilla, ed. cit., p. 51. 1 Jean PROISSAKT, Crénicas, op. cit, p. 63. Normalmente, lo edad habitual para poder soronarse rey eran los catorce aiios. Respecto a Ia edad juridica se recuerdo en los Cortes de Guadalajara de 1390 que «fasta veinte é cinco afos se juzgase el ame por menor», «Crénica de Juan Iv, Crénicas de ios Reyes de Castilla, ed. cit.. VW. 1390, cap. Il, p. 129. 117 FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de los Reyes Cardticos, ed. cit. 1. cap. Cl. p. 359, 118 JEAN FROISSART, Crénicas, op. cit., p. 24. Una crénica musulmana describe asf la ve~ jez de wn hombre: «era ya tam anciano, que parecia (por su canicte) polta de avesirar, pues enia 90 aftos mds», AlBAR MACHMUA, Crénica andnima del siglo Xi, trud. EMILIO La- FUENTE Y ALCANTARA, Coleccién de obras ardbigas de historia y geografa que publica la Real Academia de 1a Historia, 1, Madrid, 1867, p. 51 '* Crénica de Veinte Reyes, ed. cit. lib. X, cap. 1, p. 201. 189 FERNANDO DEL PULGAR, Cronica de los Reyes Catolicos, ed. cit.. H. cap. CCI, p. 276. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 3 Enrique V bajo sospecha de traicién. Al ser interrogado dos veces en un solo aiio, en la primera ocasi6n pretendié tener «50 afios mds 0 menos» y en la segunda «60 més o menos». Resultaba dificultoso llevar una correcta computabilizacién anual en unas gentes que no otorgaban im- portancia a tal esfuerzo mental. En Inglaterra, cuando se debia determinar formalmente la edad de alguien, se hacia en presencia del sheriff del condado y un «jurado», compuesto por gente def lugar que conocfa a la persona indicada. Se segufa este procedimiento al reclamar que una pequefia propiedad here- dada hab{a cumplido Ja edad o al determinar legalmente que una perso- na habia alcanzado Ja edad exigida para casarse’™”, Los datos biogrificos de los reyes son detallados con frecuencia: «nacio este rey don Enrique en la villa de Valladolid, vieres bispera de los Reyes a ginco dias del mes de enero del afio de Nuestro Redenptor de mill © quatrogientos © veynte ¢ ginco afios, ¢ comengo a reynar en mar tes veynte e tres dias del mes de jullio del afio de la Encarnacion de Nuestro Redenptor de mill e quatrogientos y cinquenta e quatro afios, seyendo en hedat de veynte ¢ nueve afios e medio € diez e ocho dias» ™. BI fatidico momento de la muerte queda también reflejado en milti- ples pasajes de las cr6nicas, con més 0 menos detalles: «muy poco tiempo después, el noble Robert Bruce, rey de Escocia, abandoné este siglo», El rey Alfonso Vill murié ¢] dia octavo después de la fiesta de la Exal- tacién de la Cruz y en la vigilia de Todos los Santos, alrededor de me- dia noche, lo hizo su esposa dofa Leonor. Muchas veces la muerte venfa precedida de penosas enfermedades: «e luego el ey vino para la villa de Madrid, e dende a quinze dias gele agravi6 1a dolencia que te- nia; e murié allf en el alcdgar [...], de hedad de ginquenta ajios [...], onze " REGINE PERNOUD, Joan of Arc, Harmondswonh, Penguin Books, 1969, p. 31, cit. G. J. WHITROW, El tiempo en Ja Hisworia, La evolucién de nuestro sentido del tiempo y de ia perspectiva temporal, op. cit., nota 31, p. 115. 4% Thiders, p. 118. ™ Cronica andnima de Enrique 1 de Castilla (1454-1474), ed. M2 PILAR SANCHEZ Parra, II, Madrid, De la Torre. 1991, p. 17. A veces los testimonios son contradictorios: PEDRO CARRILLO DE HUETE seilala que el nacimiento fue efueves a seys de heneroe y 10 precisa aa yaa ora e dos iergias despues de media nochen, Cronica dei Haiconero de Juan H, ed. cit., introducci6n, p. 9. FERNAN PEREZ DE GUZMAN aflade que el principe Enrique efue baptizado 4 tos ocko dias de su nascimiento», «Cronica de Juan Un, Crénicas de tos Reyes de Castilla, ed. cit., 1425, cap. 1, p. 429. 1 Jean FROISSART, Crénicas, op. cit. p. 61. "% «Obiit aulem octaua die post fesium Sancti Michaelis. Dominus Didacus obierat circa festum Exaltationis Sancte Crucis {..). Regina domina Alienor (... in wigilia Omniurs Sanc- Torus, circa mediam noctem, secuta uirum, diem clausit extremum», Crénica latina de fos Reyes de Castitla, ed. cit., p. 42. 34 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON dias del mes de diziembre, afio del Seftor de mill e quatrogientos e se- tenta € quatro afios, a las doze oras de la noche» '75, 6.2. EL TIEMPO GUERRERO Tanto 1a obra de Froissart como las crénicas castellanas bajomedie- vales plantean un contexto eminentemente bélico, con descripciones ex- haustivas de los episodios de armas y batallas. Los asedios son muy gré- ficos: el cerco de Uclés «duré por espacio de dos meses, en los quales ‘ovo grandes fechos de armas» ?. Los ingleses «todos los dias acampa- ban entre tercia y mediodfa»™*. Los periodos de tregua oscilaban segun la naturaleza de las empresas bélicas: «e asf el Moro se partié con la tregua que estaba primero olrogada por espacio de cinco meses, que se cumplia postrimero de Agosto del afio de la Encarnacién de Nuestro Redemptor de mil y quatrocientos y nueve afios» °. De igual forma, los asedios gencraban muiltiples penurias: «en esa situacién y sin atacar, mantuve @ sus enemigos més de quince dfas, y los de Cazéres sufrieron gran carestia de viveres, aunque tenfan suficiente vino» "; «e que el pan que tenfan no Jes podia durar veynte dias. Otros dezfan que tenian bas- tecimiento para dos meses» '', Se ofrece la duracién de los enfrentamientos, a veces, con una inusi tada exactitud: «la batalla de Crécy comenzé muy tarde a visperas, en desorden y sin formacién, y la de Poitiers pronto por la mafiana, a hora prima, y en muy buena posicién, si hubiera habido suerte para los fran- ceses»™, los castellanos «pusieron su real muy cerca de la villa de Priego, 0 FERNANDO DEL PULGAR, Crdnica de fos Reyes Catdticos, ed. cit., 1, ep. XX. pp. 63-64. 2" Ibidem, cap. LXXIV, p. 254. ‘80 Jean FROISSART, Crdnicas, op. cit., p. 82. 1 FERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Crénica de Juan Il», Crénicas de los Reyes de Castitla, ed. cit, Tl, 1409, cap. I, p. 312. La tregua de seis dias entre el abispo Lope de Barrientos y Diego Hurtado de Mendoza, montero mayor de Juan II, se cumplfa «el sdbado cinco dias de agosio del dicho aio de 47, a ora del sol purstos, PEDRO CARRILLO DE HUETE, Crdaica det Halconero de Juan i, ed. cit.. cap. CCCLIIL, p. 486. Bl rey de inglaterra «hizo saber a tos del pats que concedta una tregua de ires dias para reconocer el campo de Crécy y entercar a 108 muertos, JEAN PROISSART, Crénicas, op. cit., p. 118. La sociedad feudal iespetaba no hhacer la guerra ciertos dias de le semana. El cardenal de Périgord, dentro del episodio bélico de Poitiers, cansigui6 para los ingleses una atregua todo el domingo hasta et dfa siguiente a Ja salida det sob», ibidem, p. 143. Puede evocar tardiamente las instituciones de paz. pleno- medievales. "8 ibfdem, p. 323. 81 FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de los Reyes Catélicas. ed. cil. N, cap. COXXXIX, p. 389, 82 JEAN FROWSART, Crénicas, ap. cit, p. 155. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 35 e convatiéronla fasta ora de nona, ¢ desque salié el sol»; «estas pe- leas por la mar, e por la tierra, © por baxo de tierra, duraron por es- pagio de seys oras»'™, Hatlamos ejemplos de cautiverios mas © menos prolongados: «que la condessa estoviesse en aquella fortaleza por espagio de treynta dias en poder de ciertos cavalleros, a los quales fue entregada y ellos fizieron omenaje en esta forma, que sy en los ocho dias prime- ros del dicho termino de los treynta dias». La conquista de Jas islas Canarias «duré por espacio de tres afiosn 6.3. EL TIEMPO ESPACIAL En la Edad Media era habitual medir las distancias espaciales entre dos lugares a través del tiempo empleado para cubrir el trayecto. Asi queda expresado en las crénicas, utilizando Ja jomada como sinénimo de dia: el rey Robert Bruce aquem6 y devast6 gran parte del reino de Inglaterra a lo largo de cuatro 0 cinco jornadas» "”. Algunos testimonios se sorprenden de que el monarca «habia andado diez é seis leguas en seis horas» desde Valladolid a Zamora. Se calculaba que «entre Ia ciudad de Toledo y la de Sevilla bien debia haber nueve jomnadas» ™, 6.4. EL TIEMPO HISTORICO Cuando analizamos una fuente cronfstica es frecuente hallar evoca- ciones de tiempos pasados 0 épocas anteriores, especialmente recordar algo que sucedié en un reinado determinado: «hacian cuenta que Heva- ban al Cid Ruy Diaz en su tiempo»; «una abadia blanca que habia sido quemada y que desde ef tiempo del rey Artis se la Hamaba la Blanca 3 ALYAR GARCIA DE SANTA MARIA, Crénica de Juan Hf de Castilla, ed. cit p. 250. ™ FeRtiaNDO DEL. PULGAR, Crdnica de tox Reyes Catdlicos, ed. cit., Il, cap. CCXIV, p. 312. " Crénica anénima de Enrique 1¥ de Castilla (1454-1474), 04. cit., p. 93. 1 FERNANDO DAL PULGAR, Crénica de los Reyes Catéficas, ed. it, cap. XC¥, p. 332. © JEAN FROISART, Crdnicas. op. cit. p. 9. 18 FERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Crénica de Juan I», Crénieas de tos Reyes de Castilia, ed, cit, I, 1427, cap. J, p. 439. " JEAN FROISSART, Crdnicas, op. cit. p. 268. «De la ciudad de Ledn d ia de Toledo hay siete dias, to mismo desde Burgos: y de Santiago al dicko Toledo, por et camino mds corto, nueve jomadas», AL-IDRISI, Geografia de Espaiia, Textos Medievales, 37, Valencia, 1974, p. 8). 0 ANDRES BERNALDEZ, «CiSnica de los Reyes Catblicos», Crénicas de fos Reyes de Castilla, ed. cit. ILL, cap, CIV, p. 646. 36 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON Landa» “), La patrimonializacién de los oficios cortesanos fue una préc- tica frecuente durante la baja Edad Media: «el cual ofigio de camarero mayor avfa giento ¢ catorze afios que él ¢ sus antegesores avian tenido de los reyes de Castilla» ®, Al watar de la jacquerie se alude al «tiempo en que gobernaban los tres estados» “, sefialando la participacién politica de los burgueses, ubi- cdndose en el poder junto a los nobles y los prelados eclesidsticos. Al- gunas pinceladas sobre comparaciones de referencias temporales tratan de buscar un efecto de admiracién o realzar el relieve de una accién determinada, cayendo en el recurso narrative de la exageracién: «en cin- cuenta afios han sucedido més hechos de armas y maravillas en el mun- do de lo que sucederén en los préximos trescientos afios» “+, 6,5. OTRAS REFERENCIAS TEMPORALES Otras acotaciones temporales muestran ta duracién de acciones habi- wales, ya sean estancias en lugares determinados, viajes, celebraciones © lutos. Encontramos varios ejemplos significativos: «permanecieron en aquella playa por tres dias con pocas provisiones y viveres [...]. Al cuarto dia se pusieron en camino [...]. Se albergaron durante tres dias en aque- la abadfa» “5; para viajar a Africa en busca de oro, «el tienpo que tar- daba vna naue de aquellas en yr a aquellas partes era dos meses o tres, porque yvan sienpre abaxando, y en la venida durava siete « ocho me- ses» “*, la boda del Infante don Carlos de Navarra con la Infanta dofia Leonor se hizo en Soria «con grandes fiestas € con muchas alegrias, que duraron por todo el mes de Mayo» "7; «estos embaxadores estouieron en la villa de Valladolid por espacio de quarenta dias, en los quales el Rey ¢ la Reyna mandaron facer justas e torneos, ¢ otras muchas fiestas de grandes @ suntuosos gastos ¢ arreos»“*; para guardar el duelo del duque de Anjona «el Rey se vistid de pafio negro é lo truxo nueue dias, por el debdo que con él habfa» 21 JEAN FROISSART, Crdnicas, op. cil. p. 49. “2 FERNANDO DEL. PULGAR, Crénica de tos Reyes Catdlicos, ed. cit., 1, eap. XXL, p. 67. “© JAN FROISSART, Crdnicas. op. 4 sbidem, p. 304. "> tbidem, p. 22. ‘Me FERNANDO DEL PULGAR, Cr6nica de fos Reyes Caidlicas, ed. cit, 1, cap. LXXXI. Cronica de Enrique Iv, Crénicas de tos Reyes de Castilla, ed. cit, 11, 1375, cap. U0 | FERNANDG DEL PULGAR. Codnica de lox Reyes Catdlico, ed. ei, I, cap, COXXIX, P 359. “* FERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Cronica de Juan Il», Crénicas de ios Reyes de Castilla, ed. cit, H, 1430, cap. XIII, p. 482. . 280. LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA. 37 Las cat4strofes naturales o los fenémenos siderales suelen describir- se con minuciosidad: «en e] mes de margo deste aiio, ovo eclibse en el sol [...}. Después, en el mes de jullio ¢ agosto ¢ setienbre e otubre si- guientes, ovo tantas dolengias de calenturas generalmente en todo el re- yno» '; «en el mes de Noviembre fizo muchas aguas, en tal manera que se oviera de fundir Sevilla, que entraba el agua por cima de los adarves L..]. E duré diez y siete horas que non pudicron atapar nin estancar el agua [...]. E doré ocho horas en se abajar el agua, que non podia ningu- no salir de la cibdad»'"'; mientras dormfa el rey en su aledzar de Civ- dad Real, «en martes 4 veinte & quatro dias del mes de abril del dicho afio, quanto 4 hora de visperas hizo un terremoto en que cayeron algu- nas almenas del alcazar ¢ muchas tejas» '%*; «este afio Iluvi6 desde To- dos Santos hasta en fin de enero» !. Existen testimonios del tiempo econ6mico. Se menciona alguna vez la cuantfa de rentas, pagos o deudas: «las rentas del maestradgo fuese tenudo de les dar en cada afio, todo el tiempo que fuese maestre, tres quentos de maravedis»™. La carestia de productos de primera necesi- dad disparaba los precios. Durante el cerco de Toro, «en los tres dias que allf estovo el Rey llegé a valer el pan diez maravedis, que vn dia antes se avia vendido por dos maravedis, e por consiguiente todos los otros mantenimientos [...] e c6mo crescia mds cada ora» 5, Otra categoria podria ser el tiempo institucional, judicial o legislati- vo. El mundo concejil aparece en el sistema de elecci6n: «los oficios de Tegimientos ¢ mayordomia e fieldades, ¢ otros algunos de la villa, eran proveydos por elecién de personas, fecha cada vn afi». Las Cortes de Toledo de 1480 promulgaron cumplir el apartamiento de judfos y moros «e lo ficiesen facer dentro de vn afio» "?. Los prelados y caballeros de- bian estar «con el Rey por tres tercios del afio, de quatro en quatro meses en la governacién» ™. Antes del atentado que sufrié en Barcelona, «Viémes, 1 FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de los Reyes Catdlicos, ed. cit., I, cap. CLXXXI, Pp. 209-210. 8 @Crénica de Enrique Ill», Crénicas de tos Reyes de Castilla, ed. cit., H, 1403, suple- mento, p. 246, ? FERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Crénica de Juan I>, Crénicas de fos Reyes de Castilta, ed, cit, Il, 1431, cap. XII, p, 494. ' LORENZO GaLINDEZ DE CARVAJAL, «Anales breves del reinado de los Reyes Catbli- cos», Crénicas de los Reyes de Casiitla, ed. cit., W, 1485, p. 544, 181 FERNANDO DEL PULGAR, Crénica de los Reyes Catdlicos, ed. cit., 1, cap. XCIII, p. 327, * Ibidem, cap. XLIV. p. 140. “© fbidem, cap. LXXXVII, p. 308. "9 Toidem, cap. CKY, p. 424. ' FERNAN PEREZ Dé Guzman, «Cr6nica de Juan I», Crdnicas de ios Reyes de Castilla, ed. cit., Il, 1419, cap. X, p. 379. 38 JOSE IGNACIO ORTEGA CERVIGON vigilia de Ja Concepcion de la Virjen nuestra Sefiora, siete dias del mes de Diciembre del dicho aio de 1492», el rey Fernando habia estado «juz- gando y oyendo el pueblo desde las ocho horas hasta las doce». Por ultimo, en las narraciones se refieja el tiempo que empleaban en los trabajos de construccién. Ante el temor de que e! duque de Norman- dia atacara de noche Paris, «que en aquella época no estaba fortificada», el preboste de los comerciantes «puso a cuantos obreros pudo encontrar a trabajar, e hizo hacer grandes fosos alrededor de Paris, murallas y puertas, y trabajaban noche y dia. Al cabo de un afio habia reunido a tres mil obreros y fue una gran empresa la de fortificar en un afio una ciudad como Parfs de tan gran contorno», Durante e] real de la villa de Can- talapiedra «trabajauan de dia en las cauas ¢ de noche en teparar los muros ¢ los baluartes que derribauan las lonbardas de] Rey» '*'. 7, CONCLUSIONES La primera impresién que extraemos después de analizar las coorde- nadas temporales de las crénicas elegidas es su indudable apego a los ritmos naturales y a Ja divisién de las horas canénicas. Estas suponen la divisién temporal més utilizada, compartimentando el dia y Ja noche en intervalos iguales. Los cronistas, para dar viveza a sus relatos, nos in- forman constantemente del tiempo en que transcurren los hechos. ;He- mos de creer en la veracidad de las horas que nos muestran? En el fon- do, lo que tratan de ofrecer es una idea aproximada del momento del dia en que se desenvolvian los personajes. No olvidemos que muchas de las narraciones se confeccionaron a posteriori y pueden describir los su- cesos distorsionadamente. E] démbito cortesano y guerrero que hemos observado se desarrolla en un tiempo restringido, limitado a las horas de luz solar. En este mar- co no podemos suscribir la frase de Le Goff en la que se transita «del tiempo de Dios al de los hombres» en estas centurias finimedievales '*, Anprés BERNALDEZ, «Crénica de los Reyes Caldlicusn, Crénicas de tos Reyes de Castilia, ed. cil. IIL, cap. VI, p. 656. Las audiencias reales se hacfan los viernes: se fué orde- nado que todos los Viernes wviesen piiblica audiencia ta Reyna y ef Infante, con todos tos del su Consejo, en ta casa del Obispo de Segovia, que es cerca del Alcdzarm, FERNAN PEREZ DE GUZMAN, «Crénica de Juan I», Crénicas de los Reyes de Castilla, ed. cit, H, 1407, cap. Il p. 278. 0 JEAN FROISSART. Crénicas, op. cit. p. 182. "8 FERNANDO DEL PULGAR, Crdnica de tvs Reyes Catdlicos, od. cit, 1, cap. LXXI, p. 244. 1 EL tiempo que —como don divino— no podéa ser vendido, era ya propiedad del hom- bre al alba del Renacimiento, Jacques Le GOFF, Tiempo, trabajo y cultura en ef Occidente medieval, op. cit. p. 7 LA MEDIDA DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA 39 ya que atin persistfan las mentalidades religiosas en lo tocante a las me- diciones temporales. No aparece reflejada la actividad del trabajo urba- no que necesitaba —antes ya del siglo xIV— un tiempo mejor medido. Precisamente fue el Humanismo de los siglos XIV y XV el que inte- 216 al hombre en ese contexto calculador. A grandes rasgos, podemos afirmar que los hombres y mujeres medievales no sintieron la necesidad de vivir con un tiempo indispensablemente seccionado y reglamentado hasta Ia Hegada de una mejor tecnologia y un mejor conocimiento de los beneficios que de ello podrian extraer. zlgnoraron la mecanizacién del tiempo los personajes que describen los cronistas, ajenos a las con- sideraciones teéricas sobre un incipiente humanismo que nacfa a base de un tiempo bien calculado? Durante las centurias bajomedievales se media el tiempo, se servia, se contaba, se racionaba, y la Eternidad dejé poco a poco de ser el pun- to de convergencia de las acciones humanas y su medida, El propio Froissart elogié los méritos del reloj de] Palacio Real en un poema El cronista, por tanto, no desconocfa ese tiempo incrustade en el mundo de las ciudades, aunque su ritmo de vida no quedara inmortalizado en unas obras de corte politico con protagonistas excluyentes, %! Lewis MuMroab, Technique et Civilisation, Paris, 1950, p. 23, cit. JEAN GIMPEL, La Revolucién Industrial en ta Edad Media, op. cit, p. 132, nota 24. "+ ab‘orloge est, au vrai considérer/ un instrument 1rés bel ex tres notable/ et c'est aussi Plaisant et pourftable/ car nuit et jour tes heures nous apren par ta soubsitleré qu'elle come prea en Vabsence meisme dou solei dont on doit mieuts prisier son appareils, Poestas de Jean Froissart, ed. J. &, C. BOUCHON, Parfs, 1829. p. 143, cit. tbidem, p. 132, nota 23. FORTIFICACION MEDIEVAL Y SIMBOLISMO, ALGUNAS CONSIDERACIONES METODOLOGICAS'! ENRIQUE VARELA AGii? Universidad Auténoma de Madrid Aquel castillo, castillo de salvacién 14 pérdida, menoscabo de ta gloria... {Roprico JifNez DE RADA) Desde hace ya algunos afios los estudios sobre la arquitectura militar en la Edad Media no han dejado de dar sus frutos en torno al protago- nismo que dicha arquitectura desempefié en el seno de la sociedad me- dieval peninsular. Muchas son las perspectivas de andlisis con que los especialistas se adentran y abundantes los resultados, materializados en jomadas, congresos © publicaciones de diverso tipo”. Sin embargo atin faltan muchas piczas que recomponer y muchos aspectos sobre los que es posible profundizar para que podamos recons- truit, 0 mejor dicho, restaurar, la memoria de aquellos edificios de los que hoy no nos quedan més que decadentes y ‘petrificados’ vestigios en un horizonte silencioso, Algo que nos recuerda insistentemente la histori- cidad del paisaje, ya que en definitiva, la naturaleza y sus objetos son un museo vivo*. 1 Este estudio forma parte del proyecto de investigacién Ondenes militares y estructuras de poder (ss. x11-xv}, ditigido por el profesor Carlos de Ayala y financiado por la Subdirec- cién General de Formacién y Pramoeién de! Conocimiento (PB96-0530-C02-02). ? Este trabajo se ha realicado gravias a una Beea de Formacién de Personal Investigador de la Comunidad de Madrid ? Este creciente interés por la investigacién castelloldgiea ha sido estudiado y puesto de relieve por CASTRILLO LLAMAS, M." C., «Tenencias, Alcaides y fortalezas en Ia sociedad cas- tellana de la Baja Edad Media. Estado de Ia investigaci6n y actualizacién bibliogréfican, Medievalismo, n° 8, 1998, pp. 153-199, en especial pp. 153-157 en las que hace un repaso general a “estados de la cuesti6n’ anteriores y a las manifestactones puntuales del protagonis- mo eastral en el Ambito de la fortificaciOn medieval castellano-leoness. * PEREZ ARROvO, S.. «Arquitectira en el paisaje», ABC CULTURAL, 18 de Septiembre, 1999, p. 46. N 42 ENRIQUE VARELA AGUI Nuestra aportaci6n va encaminada a intentar tescatar et pasado sim- bélico de estos edificios, ta dimensién ideolégica de la que emana la fortificacién medieval y cuya dimensién, al mismo tiempo, se convertiré en uno de sus principales valores a la hora de erigirse castillos y forta- lezas, en edificios que no s6lo representan el paradigma de la arquitec- ura militar medieval, sino que son el arquetipo arquitecténico de la ideo- logia de poder en el medievo. Dicho esto sobrarfa aclarar que, en relacién con e] tema del simbo- lismo, esperamos que todos aquellos que hayan leido el titulo de este trabajo no habrén pensado que les vamos a hablar del cardcter magico de unas fortalezas sagradas que se emplazan en montaiias césmico-as- censionales donde los caballeros templarios se reunfan para tratar de encontrar el santo grial. Por supuesto que nada mds lejos de nuestra intencién que el retornar a aquel espfritu decimonénico que, en determi- nados aspectos, tanto empaiié de romanticismo la visién del pasado me- dieval del Occidente europeo. La perspectiva de andlisis que aqui proponemos es bien distinta y no busca mds que profundizar sobre un aspecto que, desde nuestro punto de vista, tuvo un importante papel en la «realidad» del castillo medie- val. Nos referimos evidentemente a la dimensién simbélica de] castillo, a su funcién no eminentemente préctica o utilitaria, sino mental ¢ ideo- I6gica. Nuestra intencién es poner aquf de relieve un acercamiento al castillo medieval desde el Ambito de lo simbélico, desde Ia considera- cién de éste como un simbolo, concepto abstracto o imagen mental de una época de la que es, al mismo tiempo, expresién y reflejo. En defini- tiva, la observacién de fa fortaleza medieval como un entramado ideold- gico-arquitecténico de valores, concepios y actitudes. ‘Queremos dejar claro que, como aproximacién metodolégica que plan- teamos, vamos a hablar del castillo en sentido genérico y a lo largo de los siglos centrales de la Edad Media, momento en que este edificio al- canza su plena significacién desde todos sus niveles de valoracién. Por lo tanto, en el transcurso de este trabajo no entraremos en una proble- mética, muy compleja por otra parte, sobre la tipclogia y la eronologia de la edificacién castral durante la Edad Media, ello requeriria de una mayor concrecién y profundidad en el estudio y, por supuesto, de ma- yor espacio’. 5 Valga como ejemplo de 1a complejidad del tema, y de lo mucho que todavia queda por hacer, una pregunta que reviste no cierto interés: zestamos en condiciones de saber con cierta precisiGn en qué momento se produce la irrupcién de Ta torre del tomenaje como tal. con el significado idcolégico y el pensamicnto estratégico que su concepta comporta? FORTIFICACION MEDIEVAL Y SIMBOLISMO_ 43 INTRODUCCION Hemos de admitir que acaso pueda existir un cierto grado de escepti- cismo cuando se menciona el tema del simbolismo, y en parte esto se debe, como ya decfamos, a la visién romntica que se tuvo de la Edad Media en épocas pasadas. En cierta medida, incluso nosotros mismos asu- mimos inicialmente una cierta dosis de recelo a la hora de abordar la problemética del simbolismo aplicada a las fortalezas y Hegamos a rendir- nos ante las palabras de Dan Sperber cuando afirma que con los sfmbo- los sucede igual que con los fantasmas. Si éstos hablan y hacen que se muevan las mesas, lo cierto es que, por desgracia, no tienen gran cosa que decin..“ Aun asi, y teniendo siempre presente que caminamos por un terreno. tesbaladizo que puede hacernos sucumbir al delirio de la imaginacién, Jo cierto es que creemos que existe una incompleta valoracién de lo sim- ‘Bélico en el estudio de Ia arquitectura castral —cosa que, por otra parte, no sucede con el estudio de otras arquitecturas arquetipicas del medie- vo—. Esto ha producido en nuestra opinién una clara disfuncién en el estudio de las fortalezas entre lo funcional-instrumental —objeto de las méximas y adecuadas atenciones— y lo simbélico, que, por otra parte, y como veremos, tiene también categorfa funcional, Creemos, por Jo tanto, que se debe dar ia oportunidad de tender un puente que una ambas for- mas de interpretacién de la realidad castral a fin de llegar a una sintesis explicativa, lo més totalizadora posible, de la fortaleza medieval. Cudntas veces habremos lefdo que el castillo es un simbolo de la Edad Media, que es su construccién mds paradigmética, su arquitectura més representativa... Palabras que son del todo ciertas, pero que a. fuer- za de tanto repetirlas y de no haberlas explicado o argumentado adecua- damente, han perdido toda su fuerza para convertirse en meros estereoti- pos verbales, en «frases hechas» carentes de verdadero contenido. Pode- mos continuar utilizando esta frase como una hermosa omamentacién pata decorar discursos explicativos y sintetizadores del medievo 0 podemos, por el contrario, profundizar en ella, explicarla, buscar ¢l origen y la verdad del simbolo; en definitiva, Henarla de contenido, vestirla con ef discurso que en verdad la envuelve. Todo ello nos permitiré Negar a afirmar Ro que él castillo es un simbolo de la Edad Media, sino més bien que el castillo es un simbolo en la Edad Media. El proceso de conocimiento de la realidad simbélica del castillo me- dieval requiere de perspectivas de acercamiento nuevas, no por descono- « SPERBER, D., El Simbolismo en generat, Barcelona, 1988, p. 27. 44 ENRIQUE VARELA AGUE cidas, sino por escasamente utilizadas para el estudio de la arquitectura castral. Para ello hemos de servirnos no sélo del andlisis histérico o ar- queolégico, sino también de nuevos enfoques que permiten disciplinas relativamente nuevas como Ia semistica, la antropologia cultural o sim- Délica, o la psicologia de la percepcién, disciplinas que tan fecundos tesultados estén dando aplicadas al estudio de otras arquitecturas u otras manifestaciones culturales de distintas épocas histéricas. A lo largo de este trabajo lo que intentaremos ser4 definir, aunque sea de manera aproximativa, unas vias de acercamiento, un esbozo de planteamiento metadolégico, que sirva para profundizar en el estudio de Ja fortaleza medieval desde un punto de vista ideolégico-cultural y sim- Dbélico. Pero pensamos que, para que nuestra exposicién resulte lo més es- clarecedora posible, debemos ir avanzando progresivamente de lo gene- ral hacia lo particular. Y dos son los pilares sobre los que esta breve argumentaci6n se sustenta, dos papeles: el papel que desempefia el sim- bolismo en la Edad Media y el papel que la arquitectura desempefia en el seno de la sociedad medieval. LA CULTURA MEDIEVAL COMO SISTEMA SIMBOLICO Aun a riesgo de simplificar en exceso en una cuestiGn tremendamen- te compleja, partamos de la premisa de que el simbolismo, o mejor di- cho, el pensamiento simbélico —lo que se ha venido a considerar como Ja conciencia mitica— es un modo de pensamiento, junto con la con- ciencia racional, que se encuentra en 1a propia naturaleza del hombre’; todo ello al margen de épocas histéricas precisas en que este juegue un papel més 0 menos relevante. De esta forma, como sabiamente definié M. Garcia Pelayo, entendamos que el hombre no sélo opera con el inte- lecto sino también con las restantes ‘potencias del alma’; y la concien- cia mitica, el pensamiento simbélico, es un modo de pensamiento com- prometido, resultado de una actitud existencial. Ilena por ello de cuali- dades emotivas, y necesaria al ser humano para centrarse y orientarse en el mundo, Fue este autor quien acerté a esclarecer que el pensamiento simbdlico no debe entenderse simplemente como una plasmacién de lo fabuloso y lo imaginario, sino mds bien como un modo de estar en el mundo y una forma de captacién de Jos objetas que en é1 se encuentran que no puede o no quiere dar el rodeo del razonamiento discursivo’. > CASSIRER, E., Antropologia Filosdfica, México, 1979, p. 41. * Gancta PELAYO, M., Mitos y simbolas politicos, Madsid, 1964, pp. 163-164 FORTIFICACION MEDIEVAL Y SIMBOLISMO 45 Muy relacionados con esta corriente de pensamiento, hay autores que consideran a la cultura, y no sin raz6n, como un sistema de formas sim- bélicas®, entendiendo por cultura la acertadisima definici6n dada por Gurevich que la consideraba como una segunda naturaieza que crea el hombre en su prdctica social. Pues bien, a partir de esta consideracién es de todos conocido y ha sido puesto de relieve por buen ntimero de autores, que el simbolismo juega un papel muy destacado en la realidad social y espiritual de la sociedad medieval. Un simbolismo que consideramos se configura como un todo, como un sistema de interpretacién y percepcién del mundo. Que acttia no sélo desde ¢l Ambito espiritual-religioso con la teoria del Sim- bolismo Universal basada en la wansmutacién de todas las cosas visi- bles en simbolos de lo invisible", sino también hasta el 4mbito de lo cotidiano, de la realidad social, con toda su plasmacién més evidente en leyendas, mitos, actos, rituales simbélicos de coronaci6n, de vasallaje, de investidura... de toma de posesién de fortalezas. En definitiva pode- mos decir que, como puso de relieve en su dia J. Le Goff: la sociedad medieval reforz 1a simbélica inherente a toda sociedad por la aplica- cién de un sistema ideoldgico de interpretacién simbélica a fa mayoria de sus actividades". Es decir, una sociedad con un alto grado de elabo- racién de su conciencia mitica que interpreta e] mundo en clave simbé- Tiea y que Jo percibe en esa misma clave", Entendiendo, por tanto, que la cultura de una sociedad conforma todo un sistema simbélico de significaciones, y que 1a cultura es en su totali- dad y no en sus manifestaciones mds elevadas —la alta cultura—, un canal de expresién de la ideologfa de la sociedad, pensamos por ello, que hay tado un mundo del pensamiento que mantiene un car4cter ané- nimo y que, ademds, posee sus propios y peculiares mecanismos de di- fusion. Ademds, por su propia vocacién expansiva, ya que en el fondo, * Guertz, C., Conocimiento local. Ensayos sobre ta interpretacin de las culturas, Bar- celona, 1994, p. 133, % Gurikvich, A., Las categorias de fa Cultura medieval, Madrid, 1990, p. 67. ™ CHYDENIUS, J., «La theorie du symbolisme médigvaln, Podtique, n.° 23 (1975), pp. 322- Ml; Cintot, J, Ey «La esencia del simbolos, en Diccionario de simbolos, Madrid, 1997, p. 48: Guritvicn, A., Las categorias de ta Cultura medieval, op. cit. pp. 320 y s5. " Le Gory, J., «EI ritual simbdlico del vasallajen, en Tiempo, trabajo y culiura en ef Occidente medieval, Madrid, 1983, pp. 328; GARCIA PELAVO, M., Mitos y simbolos politicos, op. cit,, pp. 182 y ss. » Bvidentemente, y para no cludit ninguna critica posible, estamos de acuerdo con las objeciones que. despertarfa ¢) ver en toda fa esfera de Ia realidad una funciém simbélica, y consideramos que inientar extender el simbolismo constaniemente en el plano de la existen+ cia resalia inoomprensible, Pero tampoco debemos cucr en el extremo de la negacién; no podemos admitir una represién generatizada de lo simbdlico en el Ambito de lo real, ya que en nuestra opinién ambos elementos no se contraponen, sino que se enriquecen muivemente. 46 ENRIQUE VARELA AGU{ sobre todo el pensamiento politico y religioso, plantea manifestarse 2 todos los sectores de la sociedad y alcanzar con ello un alto grado de acepta- cién social, posee una cierta ventaja con respecto a las manifestaciones més testringidas de la alta cultura, debido a que sus canales de expre- sién y transmisidn estan précticamente al alcance de todos '*. Se ha definido el simbolismo como el arte de pensar en imdgenes, 0 lo que es lo mismo, el arte de transmitir un pensamiento, unas ideas 0 valores, en definitiva, una ideologia, a través de esas imagenes. Por lo tanto, los simbolos no consisten en meras ayudas visuales para asimilar algo que ya se sabe, por el contrario, constituyen un nuevo lenguaje que permite emitir frases nuevas y modificar opiniones y creencias predomi- nantes 'S, Ademds, esta forma de difusidn de la ideologia cobra todavia mds importancia en nuestro caso si tenemos en cuenta que la escritura no es en la Edad Media el principal vehiculo de transmisién del pensa- miento para el conjunto de la sociedad. Desde ¢] dmbito de la historia del arte, en particular de los estudios sobre iconografia, sc puso en su dia de relieve la importancia que para Ja propagacién de la doctrina cristiana tenian las imagenes, los signos 0 lo simbolos en la Edad Media. Imagenes que en su mayoria se encon- traban enmarcadas dentro del espacio arquitecténico de las iglesias, con Jo que éstas se convertian, por lo tanto, en arquitecturas para la transmi- sién de todo un pensamiento de tipo religioso. Pero como ya deciamos, no sélo el pensamiento religioso se expresa de esta manera, ni solamen- te la arquitectura religiosa sirve de vehiculo de expresién, también los actos piblicos con clara intencionalidad propagandistica de carcter po- litico, social o religioso, los mitos, los rituales de vasallajc, las insignias de poder, las ceremonias de coronacién y, por supuesto, la arquitectura monumental; todos ellos aparecen revestidos con un fuerte componente simb6lico que es el que les permite trascender mds allé de las meras manifestaciones concretas para erigirse en portadores de mensajes, de valores emitides por el grupo protagonista de esos actos. Detrds de todo este entramado simbdlico, y aunque parezca paradéji- co, Io que se trasluce es un claro sentimiento de hacerse entender, y es precisamente a través del simbolismo —el arte de pensar en imdgenes— como se permite visualizar Jas realidades més abstractas 0 de dificil com- prensién como para ser difundidas mediante otros canales de expresién tradicionales come el lenguaje o la escritura "6, © BERMEIO CABRERO, J. L., Mdximas, principios y sirabolos politicos, Madrid, 1986, p. 3. 48 MACKAY, A. y MCKRNDRICK, G., aLa semiologfa y los ritos de violencia: Sociedad y poder en la Corona de Castilla», En ta Espaita Medieval. n° 11, 1988, pp. 153-165, apuntan ‘estos autores que Jo ritual y Io simbélico no solamente reflejaban los hechos, sino qve eran hhechos en sf mismos, p.155. ¥ Benmgi0 CaBRERO. J. L., Afdximas, principios y stmbolos politicos, op. cit. p. 7. FORTIFICACION MEDIEVAL ¥ SIMBOLISMO. 47 Cuando antes asumiamos Ja definicién de la cultura como esa segun- da naturaleza que crea el hombre en su prctica social, determindabamos con ello una concepcién de ésta en el sentido mds amplio posible, de manera que toda creacién social pasa por ser considerada como una manifestacién cultural de esa sociedad. Bllo nos Ieva a considerar a la arquitectura como una expresién cultural de la sociedad en que se desarro- lla, y nunca mejor dicho, como una verdadera segunda naturaleza —o tercera— que crea el hombre para su accién social. Es dentro de este contexto ideolégico-cultural donde pretendemos hacernos entender cuando afirmamos que el castillo es un s{mbolo y que en sf mismo, al igual que lo posee una iglesia, catedral 0 monasterio contiene todo un programa de pensamiento que explica y representa al grupo social que levanta estas fostalezas. Creemos que las preguntas clave que debemos hacernos para intentar comprender esta hipétesis son el cémo y el porqué. Cémo el castillo se convierte en un simbolo y por qué Io hace. Estas dos preguntas deben responderse, como ya decfamos anteriormente, desde el estudio del pa- pel que juega la arquitectura, y mas concretamente la arquitectura cas- tral, en la Edad Media. LA FORTALEZA COMO ARQUITECTURA DE LA VIOLENCIA Como manifestacién cultural que es, la arquitectura refleja los valo- res e ideales que habitan en la mentalidad de la sociedad medieval, no puede aislarse de su contexto ideolégico més amplio, y sdlo en el mar- co de ese sistema significante que es la cultura medieval es posible com- prender correctamente la obra arquitect6nica que se clabora en el me- dievo. De cara a posibles interpretaciones eminentemente utilitaristas de la arquitectura ha sido Norberg-Schulz. quien, al tratar de hacer una reflexién sobre el propésito de la arquitectura, ha planteado que el cometide de un edificio suele comprender tres polos de definicién: Jos valores fun- cionales, los valores sociales y los valores culturales’”. El primero afec- ta a la dimensi6n utilitaria de ia obra, el segundo plantea el papel de la arquitectura como creadora de un medio, de un espacio para las accio- nes humanas y las estructuras sociales, mientras que el tercero abarca su dimensién simb6lica; pero son esos tres factores juntos los que dotan de pleno sentido al objeto arquitecténico. Por lo tanto, no olvidamos que, primeramente y ante todo, 1a arqui- NORBERG-SCHULZ, C., Intenciones en arquitectura Barcelona, 1979, pp. 313 y 58. 48 ENRIQUE VARELA AGOL tectura debe cumplir una funcién que le es consustancial: la utilidad. La valoracién primordial de la arquitectura viene determinada por el grado en que cumple las funciones que se le han encomendado, ya que, como servicio social que es, ésta intenta solventar las necesidades practicas del cuerpo social al que sirve. Por lo tanto, los modelos arquitecténicos de- ben responder a las expectativas utilitarias que requiere de ellos Ia so- ciedad. De manera que el contexto politico, militar, econémico, social o ideolégico de una sociedad en una época determinada genera una tipo- logla arquitecténica muy concreta que expresa los valores y necesidades de esa sociedad y su época. De tal forma que valores ideolégicos y ne- cesidades pricticas se enrafzan en los cimientos de la arquitectura en el momento de su creacién. El castillo medieval contiene en su cometido y en su expresién estos tres polos de definicién. La dimensién practica de su cometido es bien conocida por todos y no vamos a profundizar més en ella: podriamos decir de manera genérica que el control fisico del territorio, en sus ver- tientes militar (defensivo-ofensiva), en su vertiente polftico-administrati- va y sociceconémica, es la funcién instrumental primordial que debe llevar a cabo toda arquitectura castral."" En verdad no hay otra, asi como no existe otro tipo de arquitectura que pueda desempefiar de mejor manera una tarea de este tipo. Este primer factor de definicién de Ja arquitectura castral es el que més atencién ha requerido por parte de los especialistas y, teniéndolo Gnicamente en cuenta, nos podria Ilevar a afirmar que la arquitectura castral, los castillos, fueron concebidos «para funcionam. Y esto en verdad es asf, pero pensamos que su valoracién queda mermada, tras de esto se encuentran nuevos elementos de definicién que no son los meramente utilitarios © précticos. Una fortaleza, ademés de soporte y reflejo de unas funciones instrumentales, expresa una ideologia que la concibe, repre- senta al grupo social que la erige, trasluce un proceso de significacién —de simbolizacién— que manifiesta el sentido ideolégico de la arqui- tectura castral. Hablando en términos utilizados por la semiética, pode- mos decir que un castillo denota una utilidad y connota una ideologta ”. No es facil desentrafiar en pocas palabras el sentido ideolégico-cul- tural y simbélico de 1a arquitectura castral. Sencillamente, podemos de- cir, y es de todos conocido, que, asf como la iglesia es un simbolo de %® Una valoraci6n global de las funciones que desempefian los castillos de las érdenes militares en la Edad Media la encontramos en el trabajo del profesor AYALA Maktinez, C. BE, aLas fortalezas castellanas de fa Orden de Calatrava en el siglo Xt», Ex ia Espaila Me- dieval, n° 16, 1993, pp. 9-35. Vid. Eco, U., La estructura ausente, introduccidn a 1a semidtica, Barcelona, 1988, p. 338. FORTIFICACION MEDIEVAL Y SIMBOLISMO. 49 poder espiritual, ¢] castillo es un simbolo de poder fundamentalmente laico que, arquitectnicamente, expresa el papel fundamental que la vio- dencia juega en la Edad Media, Decimos sfmbolo de poder Iaico aun a sabiendas de que en algunos casos sus titulares sean eclesidsticos 0, como en el caso de las Ordenes Militares, un hibrido entre lo religioso y to militar, 0 mejor dicho, una perfecta simbiosis de los bellatores y orato- res en una Unica institucién. Y estas dos funciones que acabamos de sefialar —oratores y bellatores— y estas dos arquitecturas que acabamos de ci- tar —iglesia y castillo—, representan ideolégica y arquitecténicamente Ja antigua dualidad existente, primordial y, en palabras de Duby, defini- toria, del medievo: la dualidad fortitudo-sapientia®, Dos categorias, dos ideologfas, dos funciones, que en la Edad Media acaparan las estructu- ras de poder y que cobran forma tridimensional, simbolizan arquitects- nicamente, cada una con sus respectivas tipologias y propuestas forma- les, los valores de la fortaleza y la sabiduria. Planteabamos que Ja arquitectura, desde el punto de vista de las ne- cesidades sociales, surge para colaborar en la creacién y mantenimiento de una sociedad, pues se presenta como el marco artificial para el desa- rrollo social, y es en cierto modo a partir de este momento cuando la propia sociedad toma conciencia de si misma. Pues en el fondo, como afirma Focillon, tomar conciencia es tomar forma”. Por |o tanto, en las caracterfsticas principales de toda obra arquitect6nica de cardcter simbé- lico o monumental, se encuentran también algunos de Jos rasgos esen- ciales de la conciencia de la sociedad que 1a construye. En consecuencia, la arquitectura puede llegar a reflejar en sf misma el mode de vida de una sociedad, pues participa en la creacién de un medio, de un marco significativo para las actividades del hombre, dando expresion visual a Ia estructura social. Evidentemente esto sélo cs posi- ble si observamos el conjunto de la produccién arquitecténica de una sociedad, donde, como totalidad arquitecténica, aparecerén reflejadas las diferentes construcciones que utiliza el conjunto del cuerpo social. No es nuestra intencién acometer aqui un estudio tan vasto, aunque serfa muy interesante poder analizar c6mo cada sector de la sociedad se expresa arquitecténicamente, y cudles son sus diferencias y similitudes con respecto a los demds. De todas formas, abramos aqu{ un breve paréntesis para hacer una pequefia reflexién sobre el conjunto de la sociedad medieval y Ia totali- dad de sus manifestaciones arquitecténicas como formas de autoconciencia y de representacién pablica. Es bastante evidente que si pensamos vaga- ® Dupy. G.. Los ies drdenes 0 Io imaginaria del feudatismo, Madrid, 1992, pp. 170-171. ™ FOCILLON, H., La vida de las formas y elogio de la mano, Madrid, 1983, p. 47. 50 ENRIQUE VARELA AGE mente sobre las formas de expresién arquitecténica del conjunto de 1a sociedad medieval slo tendremos las manifestaciones de los grupos de poder, Al margen de consideraciones sobre los materiales en que se cons- truye y su pervivencia en el tiempo, s6lo nobleza y clero se manifiestan arquitecténicamente, se autosignifican individualmente por medio de edi- ficios monumentales que se erigen en s{mbolos publicos de su poder y expresan su conciencia de grupo dominante. Castillos, palacios, casas fuertes, iglesias, monasterios, catedrales, adem4s de arquitecturas de la utilidad, son expresiones arquitecténico-monumentales de los grupos de poder de la jerarquia feudal. Mientras, y en nuestra opinidn, hay otro sector mayoritario de la sociedad, la masa campesina, que debido a la carencia de un papel privilegiado en el seno de esa sociedad, no tiene capacidad para autosignificarse, para individualizar ni para crear un tipo de arquitectura de carécter monumental-propagandistico; en definitiva para tomar conciencia de si misma a través de la forma arquitecténica. De ahi que Ja representacién arquitect6nica de Ja masa campesina, sea una masa informe de construcciones, de casas, de aldeas que, desde el punto de vista ideolégico-simbélico, no tiene nada que significar. Sin em- bargo, por contra, en el marco urbano, donde a lo largo de la Edad Media se va produciendo un proceso de toma de conciencia de su pro- pia identidad distintiva frente a la masa rural o frente a otros grupos sociales, la muralla de la ciudad se va a convertir en un elemento sim- bélico de clara autosignificacién, de definicién de la propia conciencia urbana”, Derivado de este planteamiento, y al afirmar que tomar conciencia es tomar forma arquitectonica, enlazamos directamente con dos elemen- tos de valoracién que estén relacionados con la funcién simbélica: — Por una parle, el caricter significative o representativo de Ia so- ciedad medieval. Sociedad, en palabras de Lotman, en Ia que existir equi- valia a significar®, y en la Edad Media se significa por medio de la simbolizacién, de la ritualizacion, de la monumentalidad. Es verdad que «el poder es algo més que la manipulacién de imagenes», pero tampoco €5 menos cierto que con esa manipulacién —o utilizacién— de imdge- nes, se fortalece el poder. Y es que, como se ha legado a afirmar, sin el * Una interesante reflexién acerca del papel que cumplen las murallas de Ja ciudad pue- de consullarse en la obra colectiva, courdinada por SETA, C. DE, Le GOFF, J., La ciudad y fas muralias, Madrid, 1991. También, otra obra colectiva, coordinada por HEERS, J., Fortificatio- ns, poris de villes, places pubtiques, dans te monde méditerranéen, Paris, so. Asimismo, para el papel de Ios muros y las puertas como sfmbolos, es interesante consular el anticulo de GUGLIELM}, N., «Muros y puertas en el paisaje urbano. (Italia del centro y del norte. Sigios XHL-XV)>, Acta historica et archacologica Mediaevaiia, 9 (1988), pp. 333-359. ” LOTMAN, J. M., Semistica de la Cultura, Madrid. 1979, p. 33. FORTIFICACION MEDIEVAL Y SIMBOLISMO 51 complemento simbélico no es posible considerar sélido el poder de un individuo o de un grupo sobre el conjunto de una sociedad concreta™. — Por otro lado, el cardcter de servicio social de la arquitectura, como campo que es de exigencias, expeciativas y deseos compartidos por Ia mayorfa del cuerpo social, es decir, su dimensi6n publica. Y por eso se ta ha definido como ia mds politica de ias aries pues el hombre se ve obligado a enfrentarse con los edificios que le rodean, a absorber de ellos los mensajes que puedan contener significacién”, en nuestro caso, poli- tica, propagandfstica. Ademas la arquitectura posee la ventaja, con res- pecto a otras formas de expresion propagandistica puntuales, de su pre- sencia constante; no ¢s posible obviarla, el hombre debe vivir y convivir en ella y con ella. Es por ello que R. de Fusco adviete que la arquitec- tura puede llegar 2 convertirse en una colosal operacién de propaganda jugando con factores como el gigantismo de sus estructuras, la vistosi- dad de sus formas o la utilizacién de sfmbolos sugestivos 0 atractivos para la fantasia popular®. Es necesario por ello subrayar, baséndonos en estos dos factores ci- tados, Ia clara relacién existente entre la historia de Ja arquitectura y la historia de las ideas”, relacion que se justifica en que aquélla sirve de instrumento para reforzar la idea de poder, el cual, en palabras del pro- fesor Nieto Soria, siempre intenta transmitir una imagen perdurable del principio de auctoritas...* y jhay algo mas perdurable que la arquitec- tura? 9 jalgtin simbolo mas efectivo de autoridad en la Edad Media que un castillo? Este €, a nuestro juicio, el factor de diferenciacién que posee la ar- quitectura con respecto a otras formas de significacién y el que la con- cede su mayor relevancia en ei conjunto de las formas simbélicas, El castillo, culturalmente hablando, se convierte asi en el medio de expre- sién arquitecténico de una minoria privilegiada, de sus valores, de su ideologia y de sus actitudes. Expresa la ideologia de un grupo social, la nobleza, cuyo patrimonio moral es la virtud, es decir, e] arrojo militar, la fortaleza ~-fortitudo— referida, en gran parte, a la nocién de valor 2 PALENCIA HERREION, J. R.. «Blementos simbélicos de poder de la nobleza urbana en Castilla: los Ayala de Toledo al final del Medievon. En fa Espaia Medieval. n.* 18, 1995, p. 164, ® SCRUTON, R., La estdtica de Ja arguiteciura, Madrid, 1985, pp. 21-24. % Vid. FUSCO, R. DE, Arquiteciura como ‘raass medium’. Notas para una semiotogta ar- quitectnica, Bareelona, 1970, p. 85. ? NOREZ RODRIGUEZ, M., «La arquitectura como expresidn de poder, en Homenaje al profesor Maritn Gonzalez, Valladolid, 1995, pp. 205-211; PIGNATARI. D., Semidtica del arte y de la arquitectura, Barcelona, 1983, p. 130 % NIETO SORIA, J. M.. Ceremonias de ta Realeza. Propaganda y legitimacién en la Cas- Jilla Trastémara, Madrid, 1993, pp. 15-26. 52 ENRIQUE VARELA AGO! que, en la plena Edad Media, se concebfa como un comportamiento fun- damentalmente nobiliario”. Y si el ejercicio de la guerra, 0 el monopolio de Ia violencia, era una condicién o virtud del grupo social que, en gran medida, y debido a esa condici6n, ejercia el control polftico de la sociedad, tenfa el domi- nio de gran parte de las estructuras de poder, es normal que ese grupo impusiera sus valores como valores dominantes, que impusiera su ideo- logia como modeladora, 0, en palabras de Arturo Firpo, «deformadora de la realidad». Una ideologia de poder basada en el ejercicio de una funcién y en la consideracién de que esa funcién es primordial para los intereses globales del cuerpo social. De ahf que planteemos que la maxima expresién arquitect6nica de esa ideologia de Ja violencia —el castillo— sirviera de simbolo propagandistico del poder de la nobleza y que fuera considerado en la Edad Media, incluso, como una expresién cultural, como veremos mis adelante, que servéa para estructurar todo un modo de ver, de concebir la realidad, no s6lo por parte de quien emanaba ese pensa- miento, sino también de quien Io recibia, ya que todo modelo ideolégi- co compuesto al servicio de la clase dominante pretende imponerse me- diante diversos mecanismos e, incluso, conducir al resto de la sociedad a aceptar o adoptar ese modelo ideolégico, si no como propio, al menos como no ajeno”', No podemos —ni queremos— afirmar que el castillo posea un pro- grama iconogrdfico perfectamente articulado y elaborado —coss que si ocurre en la arquitectura religiosa, lo que. por otra parte, resulta I6gico pues la riqueza y matices de Ja doctrina cristiana que se trata de trans- mitir al pueblo exige esa mayor elaboracién y complejidad. El castillo no requiere de ello, es mas, y esto queremos dejarlo bien claro, es muy ® CONTAMINE, P, La guerra en ta Edad Media, Barcelona, 1984, p. 317-319, Por su par- te, G. Duby puso de relieve el esquema del feudalismo en su argumentacién ideol6gica a wavés de Juan Escoto Erigena: un esquema ternario natural dividido en cuerpo, alma ¢ inte- Jecto; imegrado, respectivamente, por la esencia, lu virtud y la sabiduefa; cuyas functones sociales som: Ja produccién de bienes naturales, la guerra y In oracién; es decir, un orden social basado en Jaboratores, Bellatares, oratores. DUBY, G., Las tres érdenes 0 to inagina- rio del feudatismo, op. cit.. pp. 171. ® Las ideologfas son deformadoras de ta reatidad puesto que estén en funcidn del po- der; Prologo de A. Finro 2 Duby, G., Los Tres drdenes 0 to imaginario del feudalismo, op. pa 1 THERBORN, G., La ideologia del poder y ef poder de 1a ideatogla, Madrid, 1987, passim, > Y es que, frente a otro tipo de simbolos de cardcter mds intelectual-religioso, existe un ‘ipo concrete de simbolos que no requicren de una comprensi6n compleje, intelectual, para ‘ser entendidos, ya que son sfmbolos que se «vivens, que se experimentan més que se com- preaden. Ah{ radica la base de su entendimiento, de su transparencia, de su fuerza, en que se experimenta su funcin © su capacidad simbélica permanentemente. FORTIFICACION MEDIEVAL ¥ SIMBOLISMO. 53 probable que, en un primer momento, no exista una clara intencionali- dad de expresi6n por parte de la arquitectura castral. No pensamos que la capacidad de expresién del castillo surja al mismo tiempo que sus otras capacidades funcional-instrumentales. La obra se concibe determi- nada por la necesidad, por Jas funciones que debe desarrollar y para la que ha sido disefiada; posteriormente viene el simbolismo de las formas —referidos a una ideologia—, expresado 2 posteriori y determinado por Ja operatividad y los resultados positivos del factor funcional. De manera que, en cuanto a los castillos se refiere y en nuestra opi- ni6n, esos tres polos de definicién de la arquitectura que establecfa Nor- berg-Schulz —funcionales, sociales y cultural-simb6licos— se articulan jerarquicamente, sucesivamente. Del éxito del primero depende la opera- tividad del segundo, y de la operatividad de estos dos depende la capa- cidad de simbolizaci6n de la arquitectura. Es decir, de la competencia funcional del castillo como arquitectura de la violencia depende su ca- pacidad de organizacién y articulaci6n del territorio a los restantes nive- les politico-administrativos y socio-econémicos, y del éxito de éstos de- pende que el castillo se convierta en un simbolo de poder feudal. De que el castillo «funciones como arquitectura de la violencia, depende que el castillo se convierta en una arquiteciura de poder, y que en el imaginario colectivo se represente como tal, como s{mbolo activo, coer citivo, capaz de promover una determinada forma de habitar, de deter- minar un comportamiento, de posecr, en definitiva, capacidades motiva- cionales encaminadas a ejercer una funcién simbédlica de dominacion psicolégica —de rechazo o atracci6n, segtin se trate—. LA FORTALEZA COMO ARQUITECTURA DE PODER Si anteriormente comentamos, y ¢s de todos conocido, que la cristia- nizacién de las capas populares en el Occidente medieval se realiz6, so- bre todo, gracias a las imagenes, debemos también plantear la posibi- lidad de que éstas u otras im4genes contribuyeran a la feudalizacion de Ja sociedad medieval. En nuestro caso, nos interesamos en la imagen del castillo como simbole de poder y, por tanto, como elemento de feudali- zaci6n, ya que responde a las expectativas y planteamientos del grupo de poder que lo promueve. Por ello, pretendemos resaltar el valor de Ja imagen del castillo como fuente de legitimacién o sostenimiento de una sociedad jerdrquica®*, » BLADE, M., fandgenes y simbolos, Madrid, 1983, pp. 26 y ss; fp., Mito y realidad, Madrid, 1973, passim. ™ Em este sentido nos parecen muy aceitadas las siguientes palabras del profesor JM. Nieio Soria:..el hecho de gebernar va unido al hecho de convencer, de persuadir de ta con- 54 ENRIQUE VARELA AGUf Ante todo hemos de tener en cuenta que la imagen mental del casti- No no es més que la representacién simbélica e ideolégica de una reali- dad arquitecténica y funcional. Sabemos claramente, desde el punto de vista de la ocupacién del espacio, que una de las caracteristicas definitorias de la gran mayorfa de las fortalezas es la de ubicarse en emplazamientos de altura; ello evi- demtemente responde a la propia esencia de la edificacidn castral, rela- cionada con la biisqueda de seguridad, el control visual del territorio, etc. Pero este mismo fenémeno, que tiene unas claras connotaciones es- tratégicas, posibilitard o dard pie a la configuracién de otros factores que hardn del castillo no s6lo una construccién militar, sino también un ni- cleo de referencia territorial y poblacional. La presencia del castillo, es- pecialmente en territorios sometidos a la vida de frontera durante los siglos centrales de la Edad Media, se presentaré como el elemento tutelador del territorio desde su prepotente establecimiento en las alturas. Y es que, como afirma G. Durand —antropélogo de lo imaginario— el sentimien- to de soberanfa, de dominacién, acompafia a Jos actos de contemplacién desde las alturas, ya que en la verticalidad siempre hay algo de ascen- sién, de elevacién, de inmortalidad > —aunque ésta sea social o ideold- gica—. De esta manera, la fortaleza en el medievo va asociada a una ideologia del habitat en cuanto que nucleo generador de poblamiento y factor caracterizador de ese habitat encastillado definido por la biisque- da de seguridad en un clima de permanente incertidumbre™. Por tanto, ‘ocupacién de las alturas, fortificacién del poblamiento y jerarquizacién del paisaje son algunos de los factores que definen esta ideologia del habitat que viene determinada por la presencia del castillo como refe- rente ineludible en a articulacién y la configuracién del territorio en el medievo. Enunciados los factores que caracterizan la propia esencia y existen- cia de la arquitectura castral queremos determinar en qué medida e! cas- lo, ademds de un modelo funcional, representa un modelo psicoldgico veniencia de que exista ese poder que gobierna, Elio da lugar a que ia accidn de gobierno se vea mdeada en ta sociedad medieval de diversos procedimientos retoricos que aseguren esa accién de ‘persuasio'..jexiste una forma de retérica no escrita, que, precisamente por su cardcter no escrito y, frecuentemente dramético, teatratizado favorece una percepciiin mas inmediata y generalizada por parte de un amplio piibtico.,.Vid. NiETO SoRtA, J. M.. Ceremo- aias de ta teateza. Propaganda y legitimacién en la Castila Trastémara, Madrid, 1993, p. 16. % Vid. DURAND. G.. Las estructuras antropotdgicas de to imaginario, Madrid, 1982, p. 128, % Vid, VaRELA AGU! E., «La dimensign simbélica del castillo plenomedicvals, en (BA~ RRIO BARRIO, J. A., CABEZUELO PLIEGO, J. V., ods.) La Fortaleza Medieval: realidad y sfm- bolo, Actas de la XV asamblea de la Sociedad Espattola de Estudios Medievales, Alicante, 1998, p. 350. PORTIFICACION MEDIEVAL Y SIMBOLISMO 55 de poder”. Nos parece indudable que, por fuerza, todos los elementos de definicién que antes hemos enunciado, han de tener sus repercusio- nes en el Ambito de las mentalidades colectivas y estas repercusiones ayudarén de igual modo al sostenimiento del sistema de poder feudal. Ello se debe a que asi como consideramos al feudalismo como un siste- ma funcional ¢ ideolégico de poder™, también la presencia del castillo, como instrumento al servicio de éste, tiene sus implicaciones psicoldgicas. La arquitectura castral, por Ia propia esencia de sus cometidos, por jas propias funciones que debe desarrollar, en definitiva, por ser una ar- quitectura de la violencia, posee un fuerte componente de persuasién intrinseco al propio ejercicio de esa violencia. Ha sido el profesor Ed- ward Cooper quien ha calificado la arquitectura castral como una argui- tectura de apariencias; afirma que sus fines eran amedrentar y dominar, y de fracasar estos aspectos, defender-”. Es decir, de no alcanzar con éxito su funcién psicolégico-intimidatoria, deber4 ejercer como elemen- to arquitecténico funcional-defensivo. Ello sin duda, pensamos, entra dentro de la légica de la funcién simbélica del castillo medieval. Y esto se debe, como afirma el propio autor, a que Ia fortaleza desarrolla todo un len- guaje teatral para servir de escenario de una confrontacién ritual entre elementos cuya mayor arma era la intimidacién, y por esta razén, afir- ma, el castillo suele concentrar su conjunto teatral mas impresionante en el costado que mira a la poblacién, a la vista constante de los vasallos’. Los testimonios herdldicos se ubicaban en Ia torre del homenaje debido @ su prominencia, y ejercfan, junto con Ia propia torre, como elementos simbélicos de clara referencia a la autoridad y poder sejiorial. Este as- pecto persuasive o disuasorio de la arquitectura castral relacionado con el propio ejercicio de la violencia ha sido tambign resaltado por Robert J. Bartlett, quien ha legado a afirmar, en relacién a este hecho, que La mise en défense de ia tour, en hommes, armes et provisions constituait un moyen de dissuasion aussi évident qu'une ogive moderne“. Por tanto, desde un punto de vista simbélico con claras repercusio- nes en las mentalidades colectivas, 1a fortaleza manifiesta o expresa la idea de un concepto de autoridad que se alza. teatral, monumentalmen- te, sobre la poblacién y el territorio, manifestando, majestuosamente y ” Rut MATEOS, A., Arquitectura civil de la Onden de Santingo en Extremadura: fa Casa de ta Encomienda, Badajoz, 1985, p. 284. > Asi lo puso en su dfa de relieve G., DuBY en su obra Los ires Srdenes o lo ismaginario del feudatismo, op. cit.. passim, ** Cooper, E., Castilios Seforiates en ta Corona de Castilla, Salamanca, 1991, vol. [. 1.. pea. © Ibid. pp. 37-38. © BARTLETT, R. J., «Technique militaire et pouvoir politique», Annales ESC, 41, n.” 5, 1986, p. 1.141. 56 ENRIQUE VARELA AGG! de una manera plistica, el concepto de pirémide de poder sobre el que se sustenta la élite feudal con toda sw serie de valores, atributos, creen- cias ¢ idearios. De manera que, el castillo, como instrumento de poder feudal, revela en s{ mismo el concepto de jerarquia de poder propio del feudalismo: desde Ia ocupacién de Jas alturas, hasta la edificacién de la torre del homenaje destacada del resto del recinto castral, la fortaleza se Hos presenta como la ultima «piedra» de la pirdmide arquitectonico-feu- dal en que se expresa la sociedad medieval”. El castillo en general y la torre del homenaje en particular simboli- zan la plasmacién de un concepto y la sefia de identidad de un grupo social. Incluso desde un nivel de andlisis semidtico del lenguaje, el pro- pio nombre con que se denomina a veces al castillo —fortaleza— y el nombre con que se denomina a su torre principal —torre del homena- Jje— se convierten en simbolo y esencia de su funcién, —lo mismo ocu- re con el vocablo francés de la torre del homenaje, el donjon, cuya propia taiz etimolégica es el dominium latino”. Ademds en el caso de fortale- za, ésta viene de fortitudo, una de las cuatro virtudes cardinales que sig- nifica fuerza, ya sea fisica o del alma, y era, como ya dijimos una vir- tud tipicamente nobiliaria. De esta forma, nombre, arquitectura y esen- cia estén ligadas en una relacién de fntima necesidad; en palabras de Emst Cassirer el nombre no sdlo designa ia esencia sino que inclusive es ella misma y la virtud de ésta reside en él*, Comenzdbamos este trabajo hablando del reconocido simbolismo de Ja iglesia frente al castilio y menciondbamos después 1a importancia de ambos edificios como arquitecturas de autosignificacién de los grupos preponderantes en la sociedad medieval. En el caso de las Ordenes Mi- litares estas dos arquitecturas representan a! mismo tiempo los valores espirituales y guerreros de estos monjes-caballeros, y en numerosas 0: siones vemos aparecer a estas arquitecturas con frecuencia muy proxi. mas, asociadas, cuando no integradas una dentro de la otra. Esto iltimo ocurre en el caso de algunas fortalezas de las Ordenes Militares que tam- bién eran sedes conventuales 9 priorales, como ¢l caso de Calatrava la Nueva, Uciés o Alcantara eatre otras, y en el que el simbolismo de los valores guerreros y espirituales aparecfan unidos en un tinico conjunto Una mayor profundizacién en los distintos ‘signos arquitect6nicos de representacién’ que definen al castillo como una arquitectura de! pader puede consullarse en VARELA AGUl, E., «La dimensidn simbélica del castillo plenomedievals, en La Fortaleza Medieval: Reali- dad y Simboio, op. cit., en especial pp. 352-356. © Vid. Aris, Pa., Duy, G., Historia de ia vida privada. Poder privado y poder pitblico em 1a Europa feudal, Madrid, 1991, vol. 3, p. 71; MORA-PIGUEROA, L. DE, Glosario de arqui- tectura defensiva medieval, Cidiz, 1995, p. 207. CassinER, B.. Esencia y efecto del concepto de stmbolo, México, 1976, p. 80. FORTIFICACIGN MEDIEVAL Y SIMBOLISMO. 7 arquitecténico, produciéndose, por tanto, una retroalimentacién entre ambos y. con ello, una mayor conjuncién y fuerza, de la dimensién ideolégica y simbélica de estos edificios. Un aspecto simb6lico que le es comén a ambos edificios —iglesia y castillo— es el de la consideraciGn de estos como emanadores de un mensaje de tranquilidad, de salvacién —espiri- tual y temporal— hacia todo aquel que penetra en ellos; la conjuncién de estos dos edificios en algunas fortalezas de Grdenes Militares aumentaria pues, de manera notable, sus valores simbélicos, sobre todo en el aspec- to material e inmaterial de la salvacién. En relacién con esta dimensién simbélica, llama la atencién el caso de la fortaleza de Salvatierra, perteneciente 2 la Orden de Calatrava. Se trata de una fortaleza que tras la derrota de Alarcos y entre 1198-1211 se convirtié en arriesgada sede de la Orden de Calatrava, ya que se en- contraba en pleno territorio enemigo. Como ha apuntado J. O’Callagahan, de Salvatierra no se tiene constancia antes de la batalla de Alarcos y was 1226 su nombre permanece prdcticamente en la oscuridad®. Sin embargo ¢s especialmente significativo el tratamiento que le prestan las crénicas de la época, tanto cristianas como musulmanas, en compara- cién con otras fortalezas y en relacion a un periodo de protagonismo tan breve. Las causas concretas de este protagonismo se resumirfan en su peli- grosa posicién avanzada, se trataba de un islote cristiano en medio de un mar agareno y la «costa», como sabemos, estaba muy lejos pues tras Alarcos la frontera retrocedié considerablemente. A partir de aquf la mayorfa de lo que se narra en las crénicas est4 teftido de leyenda, reté- Tica, metdfora, alegoria, simbolo, todo lo que nos encontramos en los textos €$ puro pensamiento mitico: En esta fortaleza —dice el mismo al-Nasir— se habian ten- dido las redes de ta cruz y con ella se atormentaba el corazén de los dominios det Islam; {...} habian dispuesto [los cristianos} para que humillase {...} a los amigos de Dios con sus grandes fosos y torres. Estaba rodeada por todas partes de tierras mu- sudmanas y ia tenfan por un lugar de peregrinacion y de tierra Santa. En su servicio se emplean sus reyes y sus frailes, sus tie- rras y sus bienes y la tenian por la defensa de sus casas y el lugar de expiacion de sus pecados*. © O'CALLAGHAN. J. P, «Sobre los origenes de Calatrava la Nueva», en Hispania XXII] 11963), pp. 494-504, seed. Id, The Spanish Milisary Order of Calatrava and iss Affitiates, London, 1975, If], pp. 5-10. % Pane oficial de al-Nasir a sus gobernadores dindotes cuenta de la toma de Salvatierra, Vid., Huicl MIRANDA, A.. Las grandes bacallas de ia reconguisia durante tas invasiones 58 ENRIQUE VARELA AGO! La ocupacién de esta fortaleza por los calatravos, justo después de Ja derrota de Alarcos, en una posicién més avanzada atin que las anti- guas posesiones calatravas y su conversién en sede de la Orden, en su cabeza, no dejaba de ser una temeridad por parte calatrava; pero al mis- mo tiempo, esta fortaleza podria ser considerada como un estandarte, un simbolo del compromiso adquirido por los freires en la defensa y lucha por la fe frente a los enemigos sarracenos y frente a las condiciones adversas resultado de su aistamiento. Por otra parte, para los musulma- nes, tal como dice al-Nasir, la existencia de unos freires encastillados en aquel escabroso luga’ —en ia cima de una montafia coronada de nu- bes*'—, no dejaba de ser considerada como una permanente humilla- cién y un desafio hacia los amigos de Dios: ILa fortaleza de Salvaticrral..era un vigia en el desierto y un Aguila en el cielo, un estandarte extendido sobre las regiones y un punto negro que se alzaba sobre las Wanuras del Islam...** Que la fortaleza de Salvatierra se habfa convertido en un simbolo del valor desmedido, del arrojo calatravo, justo después de que un hecho tan sangrante como Alarcos hiciera que la moral cristiana, y calatrava, no pasara por sus mejores momentos, nos parece un hecho incuestiona- ble. Es posible que la ocupacién de esta plaza sirviera como revulsivo moral y simbélico a la derrota cristiana... a tenfan por un lugar de peregri- nacién y de tierra santa |...) y el lugar de expiacién de sus pecados®. Toda esta fuerte carga simbélica que en pocos afios adquirié Salva- tierra penetré en ambos bandos y para los almohades supuso Iégicamen- te que, tras la ruptura de las treguas, fuera el primer jugar hacia el que dirigieron todas sus fuerzas: a finales del verano de 1211, was cincuenta y un dfas de asedio, y sin el socorro del monarca castellano, Salvatierra dejé de ser fortaleza calatrava y se perdié como el estandarte que fue... para vergiienza de la fe cristiana®. africanas talmordvides, almohades y benimerines), Madrid, 1986, pp. 236 y ss. Cf. Ia obra del mismo autor Coleccidn de Cronicas Arabes de ta Reconquista, 11, thn Idari al-Marraku- si, AL-Bayan ai Mugeib... vol. 1, Tetu&n, 19593, p. 267. # Segin IBk ADI Zak, Rawd af-girtas, HUIC] MIRANDA, A. {traducciéin y notas), Valen- cia, 1964, vol. II, p. 460. + AL-Himvarl, Kitab ar-Rawd al-Mi'ta segin traduccién de Huici a Ia edicién de Levi Provengal, vid. HUICl MIRANDA, A., Las grandes batallas de fa Reconquista, op. cit. p. 314: cf. AL-Himvan, Kita ar-Rawed al-Mi'tar trad, de M.* del Pilar Maestro Gonzitez, Valencia, 1963, p. 226. # Vid, nota 46. ® Jiménez DE RADA, R., Historia de los hechos de Espafia, FERNENDEZ VALVERDE, J. {Bd.), Madrid, 1989, p. 305. FORTIFICACION MEDIEVAL Y SIMBOLISMO 59 La humillacién pasaba ahora al lado cristiano, no es posible exage- rar; la atencién, el trato y Jas lacénicas palabras que prestan las crénicas cristianas a tal hecho asf le corroboran. La inyecci6n de moral de Sal- vatierra duré trece afios y su pérdida fue el hecho puntual que movié la cruzada de Las Navas*": Aquel castillo, castillo de salvacién, y su pérdida, menosca- bo de ta gloria; por el Horaron las genies y dejaron caer sus brazos; su aprecio espoted a todos y su fama alcanz6 a la ma- yorfa; con ia noticia se alzaron los jévenes y por su aprecio se compungieron los viejos; su dolor @ tos pueblos lejanos, ¥ su conmiseracién a los envidiosos... Salvatierra, castillo de salvacién, fortaleza revestida de una dimen- sin simb6lico-salvifica en su doble sentido —temporal y espiritual—: lugar de peregrinaci6n cristiana, simbolo de a defensa de sus casas y del lugar de expiacién de sus pecados... iOh, cucinto lanto de hombres y gritos de mujeres gimiendo todas a una y golpeando sus pechos por ta pérdida de Salvatierra!® Después de estos Ilantos las crénicas practicamente olvidan a Salva- tierra, eclipsada por el estruendo de la batalla de las Navas, que haria acallar el desagravio de su pérdida. Su momento de gloria habia termi- nado y su fuerte componente simbélico, también**, En fin, como decfamos antes de detenernos brevemente sobre Salva- tierra, coexistencia de elementos simbdlico-arquitecténicos, de carécter militar y religioso, en Ia arquitectura de un edificio tan paradigmético en el medievo como el castillo. En este caso, y debido al caracter pecu- liar y original de sus tenentes, 1as Ordenes Militares, la simbiosis es 16- gica, dirfamos que necesaria‘*. Pero es mis fuerte la corriente formal 5 ALviRA CAMRER, M., «De Alarcos a las Navas de Tolosa: Idea y realidad de lox orige- nes de Ia batalts de 12126, en Izqurervo Benrro, R., Rum Gomez, F, (Coord), Alarcos 1195. Actas del Congreso Imernacional Conmemorativo det Vill Centenario de ta Batalla de Alarcos, Cuenca, 1996, pp. 249-264. 3 JIMENEZ DE RADA, R.. Historia de los hechos de Espaia, op. cit., pp. 304-305. * Asf se expresa la Crénica Latina de tos Reyes de Custitta, CHARLO Buta, L. (Bd. Cadiz, 1984, p. 24, "La fortaleza fue reeuperada en 1226 por Fernando INI; Vid., Crénica Latina de los Reses de Castilla, op. cit.. p. 80. El fuerte campanente mfico-simbélica con que x revisti6 esta fortaleza se ha analizado con mayor profundidad en nuestro trabajo «Salvatierra: simbo- lismo y poder en una fortaleza de ta Orden de Calatrava», en Simposio Internacional sobre Casieios, Palmela, 2000 fen prensa). % La relacién del castillo con el simbolismo de ias Ordenes Militares también ha sido puesta de relieve por PEREZ DE TUDELA Y VELASCO, M.'I., «El castillo en la simbologia de 60 ENRIQUE VARELA AGUL que tiende hacia 1a extensidn del vocabulario arquitecténico-simbélico del castillo a otras serie de edificaciones que no poseen la mismas funcio- nes que éste. Nos referimos a monasterios, iglesias, casas 0 puentes que asumen y emplean un lenguaje formal y simbélico propio de Ja fortifi- cacién. Para el caso concreto de la Orden de Santiago en Extremadura, ha sido la profesora Ruiz Mateos quien ha puesto de relieve cémo la Casa de la Encomienda adquiere algunos elementos arquitecténicos ca- tacterfsticos del castillo, como el patio de armas y la torre del homena- je*. Ello nos induce a plantear que el castillo representa la expresién méxima de una tipologia de la construccién en el medievo, tipologia sim- bélica de ta fortificacién que no se emplea exclusivamente en edificios de carécter militar, sino que trasciende a éstos y se adopta en otras cons- trucciones de carécter religioso y civil pero que deben compartir con la fortaleza determinadas funciones de naturaleza defensiva o simbélica®’. De manera que, como ya hicimos en un gstudio anterior y debido a su clarividencia en Ja reflexiéa, nos vemos obligados a repetir las palabras de] profesor Mora-Figueroa cuando dice que /a mentalidad defensiva de la época, de ta que emana ta fortificacién medieval, encontré en el con- cepto abstracto del castillo su representacién simbélica y trascendié a da virtual totalidad de las construcciones*. Pero hemos de afiadir que no sélo trascendié a Ia totalidad de las construceiones; Ia fortificacién como sfmbolo empapé de lleno en Ia mentalidad de la sociedad medieval y llegé a fraguar en otros niveles de expresi6n cultural. La traspolacién de la imagen del castillo a emble- mas, estandartes, miniaturas o esculivras®; la representacién en las im4- genes religiosas, literarias 0 plésticas, de Cristo 0 el Parafso como una fortaleza, alcdzar, castillo donde me pongo a salvo, la utilizaci6n de las Ordenes Militares», en LORING GaRcla, M." L (Ed.) Historia social, pensamiento histo- riogrdfico y Edad Media. Homenaje al Profeior Abitio Barbero de Aguilera, Madrid, 1997. pp. 299-310. % RUIZ MATEOS, A., Aruitectura civil de la Orden de Santiago en Extremadura, op. cit. » Pora la arquitectura religiosa es fundamental consuktar el trabajo del profesor 1. G. BANGO Tonviso, «El verdadero significado del aspecto de los edificios. De lo simbélico a la ‘calidad funcional, La iglesia encastilladas, Anuario del Depariamento de Historia y Teorta del Arte (U.AM,), vols. IX-X, 1997-1998, pp. 53-72, MoRA-FIGUEROA, L.DE, Glosario de arquitectura defensiva medieval, op. cit.. p. 275. % Sobre la representaci6n del castillo en la iconogtafia ver FERNANDEZ GONZALEZ, E., El castillo en la iconogratia en ta Edad Media Hispana», La Fortaleza Modievai: Realidad y Stmbolo, op. eit.. pp. 215-242; ALEXANDRE-BIDON, D., «Vrais ou faux? L’apport de icono- graphie a I'étude des chiteaux médigvauxn, Le chdteau médiéval, forteresse habitée (XI-XVI s.), Paris, 1992, pp. 43-55. © El texto completo, perteneciente a Ia Crénica Latina, es el que sigue: Bendito el Seftor mi Roca, que adiestra mi mano para et combate, mis dedox para ia pela: mi aliado, mi alcs- sa, castille donde me pongo a salvo. Vid.. Crénica Latina de los Reyes de Castitia, op. cit.. FORTIFICACIGN MEDIEVAL Y SIMBOLISMO. 61 un «lenguaje castral> para Hamar a los monarcas Auxilium nostrum; De- fensio nostra; Fortitudo et victoria; Arma nostra invictissima; Murus noster inexpugnabilis*'; y la introduccién del castillo en la literatura medieval ® no sélo como recurso estilistico sino mds bien como referencia cultural- ideolégica de una época, nos dan buena prueba de hasta qué punto calé en el imaginario colectivo medieval el tema de la fortificacién como sis- tema ideolégico-cultural y simbélico; de cémo el castillo verdaderamen- le se convirtié en su propia época en todo un simbolo de un modo de vida, y cémo Ia frase al principio citada de ef castillo es un simbolo en la Edad Media posee 1a certeza y la fuerza de un simbolismo que toda- via, s6lo de modo parcial, podemos constatar. . 34. Sin embargo, esta traduccién, segin indica L. CHARLO BREA procedemte de la treduc- ign de la Nueva Biblia Espatiola (Sal. 143, 1-2), no se corresponde con ef texto latino de la exénica donde podemos leer: Dominus, Dominus Deus meus, qui ducet manus meas ad be- Hum et digitos meos ad preliua: misericordia mea et refugium meum, suceplor meus et libe- rator meus et cetera (Sat. 143, 1-2), Crénica Latina de tos Reyes de Castilla, op. cit.. p. 34. © Bl emperador Enrique I es asf llamado en sus laudes de coronacién; Vid., Ondo de coronacién imperial de Colonia, Ed. J. HARTZHEIM, Catalogue historicus criticus codicum ass. Bibliothecae Ecclesiae Metropolisanae Coloniensis, Cotonia, 1752, p. 103; apud. KAN- TOROWICZ, E., Laudes Regiae: a study in liturgical acclamations und mediaeval ruler wors- hip, Berkeley, 1946, “ Sobre este aspecto ver RUBIO Tovar, J., «il castillo en la literatura», Cavtiflas, fortifica- cciones y recintos amurallados de la Comunidad de Madrid. Madrid, 1997. pp. 57-65: SALNA- DOR MIGUEL, N. «Castilles y literatura medieval», Medievatismo, n° 8, 1998, pp. 65-78. CRUZADOS Y PEREGRINOS LEONESES Y CASTELLANOS EN TIERRA SANTA SS. XI-XH)* MARGARITA C. TORRES SEVILLA-QUINONES DE LEON (Historia Medieval, Universidad de Le6n) Vestios de toda ta armadura de Dios para que Poddis resistir a 13 insidiat del diablo, que no es muesira lucha conira ta sangre y 1a came, sino contra principades, contra potestades, contra los +3 de este mundo tenebroso... Embrazad en sodo momento et escudo de Ia fe con que po- dais apagar tos encendidas dardos del maligno. ‘Tomad el yelmo de la salvacién y ta espada det espiriti...» (San Pablo, Epistola a tos Efesios VI, 11-17) Los investigadores que se han ocupado hasta el presente de analizar el asi Ilamado fendmeno de las Cruzadas consideran que la participacién en ellas de los nobles procedentes del noroeste peninsular fue minima, men- cionando, tan sélo, los nombres de un pufiado de caballeros la mayoria de ellos originarios de las tierras de Aragén, Navarra y Catalufia. La invasién musulmana del 711, la posterior llegada de Jos almoré- vides y, después, los almohades, marcarén un largo perfodo de enfrenta- mientos constantes entre los reinos de Leén y Castilla y al-Andalus pri- mero y los estados taifas mds tarde. Luchas que servirén para justificar a ausencia de esta aristocracia nortena de Tierra Santa empefiada como se encontraba en su propia y particular Cruzada hispana. Pero, més alld de esta aparente y continua oposicién de fuerzas, ni los reyes leoneses y castellanos siempre consideraron a los musulmanes como el tinica enemigo a combatir ni sus estados dejaron de enviar re- presentantes al Este Latino. * Deseamos dedicar el presente trabajo a nuestro maestro, el Dr. D. César Alvarez, y a D-* Virmades Dominguez por su apoyo sincero en momentos especialmente diffeiles. 64 MARGARITA C. TORRES SEVILLA-QUINONES DE LEON Si a lo largo del siglo x y primeras décadas del X1 los escasos perio- dos de paz intema permitieron a los monarcas norteiios aumentar sus territorios y consolidar la frontera durante los breves intervalos de paz que las frecuentes rebeliones nobiliarias les ofrecfan, no es menos cierto que esta dura dinémica terminé por desgastar a la propia corona y ser- vir como plataforma para el afianzamiento territorial y polftico de 1a aristo- cracia descendiente de aquellos viejos linajes condales que realmente des- garraron las tierras cristianas con sus intrigas y alianzas con el Islam. La entronizacién de Ja dinastfa navarra en Leén supuso el principio de una nueva etapa en las relaciones entre ambos grupos de poder: no- bleza y monarqufa. Alrededor de 1a figura del soberano, a su servicio, comienza a prosperar un grupo de estirpes, todas ellas derivadas de los troncos magnaticios asturleoneses, que, a su vez, terminarén por conver- tirse en el referente geneal6gico de las principales casas bajomedievales. La conquista de Toledo por Alfonso V1 en 1085 represent6 el mayor avance de la undécima centuria: la antigua capital del reino visigodo retomaba a poder cristiano y los reinos taifas, la mayoria ya vasallos de este monarca, temian al cada vez més poderoso vecino del norte y pare- cfan entrever su posible final. Pero, apenas si un afio més tarde, la inva- sién almordvide de la Peninsula sentencia esta evolucién polftica en la derrota de Sagrajas, batalla que casi le cuesta Ja vida al soberano de Ledn. Sin duda asistimos a un antes y un después marcados por esta victo- ria musuimana. El rey, previendo una dura campafia, solicita la ayuda de todos los caballeros europeos dispuestos a defender la cristiandad frente al enemigo norteafricano. Su Hamamiento Ileg6, sin duda, en el momento oportuno y. desde Francia, acuden 2 esta peticién los condes Raimundo de Saint-Gilles y Enrique y Raimundo de Borgofia. Como es sabido los tres fueron re- compensados, por su ayuda, con la mano de las hijas del monarca: Rai- mundo de Saint-Gilles despasé a Elvira, Enrique a Teresa (ambas naci- das de las relaciones extramaritales de Alfonso VI y Jimena Mujiz), y Raimundo de Borgofia fue premiado con la mano de Urraca, algunos afios mis tarde heredera del trono. Parece una conelusién evidente que, con tales problemas en el inte- rior, los caballeros leoneses y castellanos dificilmente podfan mostrar interés en el llamamiento papal de Clermont al que si acudié Raimundo de Saint- Gilles, poco tiempo después uno de los caudillos de la Primera Cruzada. Sin embargo, si bien la Iégica nos lleva a considerar que en las huestes del conde de Tolosa debieron encontrarse caballeros al servicio de la infanta Elvira, su esposa, la evidencia documental nos permite probar que las noticias de la caida de Jerusalem el 15 de julio de 1099 alcanzaron Leén CRUZADOS Y PEREGRINOS LEONESES Y CASTELLANOS: 65 en fechas rejativamente tempranas pues, ¢n breve, asistimos a la pere- grinacién a Palestina de ciertos nobles del noroeste peninsular y, duran- te el reinado de Dofia Urraca, a la misma asistencia militar de algunos de éstos a las huestes cruzadas. Entre la abundante bibliografia que se ha ocupado de abarcar el es- tudio del marco cronolégico comprendido entre 1a cafda de Jerusalem y la tercera cruzada, apenas si algunos estudios refieren, siempre de forma escueta y parca, la presencia ya como peregrinos, ya como fuerza mili- tar, de caballeros procedentes de Leon y Castilla'. Enfrentarse a este vacio nos Slevard a rastrear las breves notas de si- twacién y los retazos procedentes de crénicas y documentos hispanos y del este latino, referencias en ocasiones lo suficientemente ricas como para justificar algunas reconstrucciones prosopagréficas. Pero antes debemos regresar de nuevo a 1087. Como dijimos, ese afio, después del desastre de Sagrajas, nobles procedentes de allende los Pirineos legaron al reino de Alfonso VI acudiendo a su llamamiento de ayuda, * Enite Jos miiltiples estndios sobre este perfodo histérico podemos extraer, como los mds relevantes, fos siguientes: J. FRANCE, Victory in the East. A military history of the First Crusade, Cambridge University Press. Cambridge. 1994 (2° ed. Cambridge. 1996), —. «The crisis of the First Crusade: from the defeat of Ketboagh to the departure from Angas, Bisantion, 40 (1970). pp. 276-308. J. GLLINGHAM, Richard the Lionheart, London, 1978. S. D. Gorrein, «Contemporary Letters on the Capture of Jerusalem by the Crusaders», Jours nat of jewish studies, 3 (1952), pp. 162-177 V. GROSS et C. C. BORNSTEIN, The Meeiing of 1a Worlds, Michigan, 1986. R. GROUSSET, Histoire des croisades et du royaume franc de Jérusatem, 3 vols.. Patis, 1934-36, R, HILL, «Crusading warfare: a camp follower’s view of 1097-1120», Battle, # 11978), pp. 75- 93, 209-211 P.M. Hout, East Mediterranean Lands in the Period of the Crusades, Warminster, 1977. -. The Age of the Crusades, London, 1986. Y. Karat, «The conquests of Jerusalem in 1099 and 1187» in The Meeting of nro Worlds, Michigan, 1986, pp. 103-114. H. E. MAYER, Krewzzilge wnd iateinischer Osten, London, 1983. —. Prubleme des leteinischen Konigreichs Jerusafem, London, 1983. ALY. Murkay. «The origins of the Frankish nobility of the Kingdom of Jerusalem 1100- 11189, Mediterranean historical review, 4 (1989), pp. 280-292. J. PRAWER, Histoire du royaume latin de Jérusalem, 2 vols.. Paris. 1969. —. The Latin Kingdom of Jemsalem, European Colonialism in the Middle Ages, London, 1972, 43. RILEY-SMITH, The First Crusade and the idea of the Crusading, London, 1986. —. el L. RILEY-SMITH, The Crusades: Idea and reality, 1095-1274, London, 1981. S. RUNCIMAN, Hisioria de las Cruzadas, 3 vols., Madrid, 1973, ‘T. SEVERIN, Crusader, London, 1986. R. C. SMAIL. Crusading Warfare {1097.1193). Cambridge. 1956. 66 MARGARITA C. TORRES SEVILLA-QUINONES DE LEON En 1087 es alférez real de la hueste leonesa y castellana Pedro Gonzélez de Lara, hijo de Gonzalo Nufiez?, dignidad palatina que mantiene hasta finales de 1091, siendo sustituido en este oficio por Gémez Gonzélez’. En 1092 se data el matrimonio entre Dofia Urraca y el conde Rai- mundo de Borgofia y posiblemente también el de su hermana la infanta Elvira con Raimundo de Saint-Gilles. Poco después, en 1095, en el Concilio de Clermont, el conde de Tolosa decide emprender la aventura cruzada, empresa en la que le acompafian un grupo de caballeros hispanos*, Deseamos reclamar la atencién sobre este punto por cuanto resulta de inestimable ayuda para la futura comprensi6n de los acontecimientos. Para los datos geneal6gicos de este cabaltero y su eslirpe véase: M. TORRES SEVILLA- Qurones DE LEON, Linajes nobiliarios de Leda y Castilla (sigios 1x-Krt), Salamanca, 1999, pp. 217-236, > Ratifica como anmiger entre otros Jos siguientes documentos: Coleccién diplomdtica del monasierio de Sahagiin (957-1230), It (1074-1109), ed. M. HERRERO, Len. 1988, docs. 836, 858, 862, 884 (= en adelante CDS); Coleccién documental del archivo de ta Catedral de Leda (775-1230), 1V (1032-1109), ed. J. M. RUIZ ASENCIO, Leén, 1989, docs, 1256, 1260 {= en adelante CCL); Coleccién de documemos de ta Catedral de Oviedo, ed. S. GARCIA LARRAGUETA, Oviedo, 1962, doc. 95 (= en adelante CCO). ‘La Ultima referencia, datada el 3 de noviembre de 1091, aparece recogida en la colec cién diplomitiea del reinado de Alfonso VI realizeda por Gambra en la que figura el primero después de los condes (A. GAMBRA, Alfonso Vi, Cancitlerta, cusia e imperio, Hl. Coleccion diplomdsica, Leén, 1998, doc. 116). Existe, sin embargo, una confirmacién posterior fechada en 1098 (CDS, doc. 1028), pero, ‘en nuestra opinién deberta revisarse Ja adscripcidn cronolégica de tal diploma, pues desde finales de 1091 y hnsta su vuelta en 1105, el nombre de wsle magnate desaparéce totalmente de la documentacién castellana y leonesa. Creemos que t] referido diploma debe ser corregi- do en su data por varias razones: en primer Iuger porque aparece investide de Ia dignidad sondal el alfére2 y sin patrontmico que nos permita situar en ese momento con suficiente claridad a Pedto Gonzalez de Lara pues ef aludide ratifies como «...comite Petrus armi- g¢r...», Sabemos que hasta después de 1105 este caballero no alcanz6 tal dignidad pero. ade- ids, ef mismo mes de mayo de 1098 en ef que se sitéa eronolégicamente este documento, aparece confirmando como alférez real Gémez Gonzdlez, que ocupa este mismo cargo desde fechas anteriores y de forma continuada a Jo largo de 1098. Asf aparece, entre o1ros, en: CDS, docs. 1023, 1025, 1026, 1027, diplomas que abarcan los meses de marzo, abril y mayo. este ailrimo el mismo mes en el que se data el documento referide que alude a un «Comite Peirus armigers. Gémez Gonzélez mantuvo este cargo desde 1092 hasta 1098 sustituyendo en tal digni- dad a Pedro de Lara y siendo sucedido por Garefa Alvarez (CCL, docs. 1264, 1277, 1282, 1293; CDS, docs. 903, 907, 91, 913, 914, 919, 925, 935, 950, 972, 974, 979, 985, 9B7, 992, 996, 1021: CCO, doc. 111). Puede seguirse e1 perfodo del ailerezado de Garcia Alvarez en: CDS, docs. 1047. 1043, 1078, 1089, 1092, 1093, 1094, 1099, 1100, 1102, 1114, 1122, 1127, 1136, 1150, 1151. * Fernindez de Navarrete, en su ya clisico estudio sobre los espaiioles en las cruzadas, citando a Meimbourg, habla de «...narios condes espafiotes...» (M. FERNANDEZ DE NAVA- RRETE, Espovivles en las Cruzadas, treed.j. Madrid, 1986, p. 16, n. 8). EL mismo autor refiere que formaban parte de la comitiva de la condesa Elvira (M. FER- ANDEZ, DE NAVARRETE, db/demn, pp. 17-18).

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