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Juan Carlos Onetti - La mano

J.C. Onetti
LA MANO
A los pocos das de entrar en la fbrica, cuando pasaba para ir al bao, oy que algunas
compaeras murmuraban y del murmullo le qued el desprecio:
La leprosa.
Por su mano enguantada, la que durante aos anteriores al guante supo esconder en la espalda
o en la falda o en la nuca de algn compaero de baile.
No era lepra, no haba cado ningn dedo y la intermitente picazn desapareca pronto con el
ungento recetado. Pero era su mano enferma, a veces roja, otras con escamas blancas, era su
mano y ya era costumbre quererla y mimarla como a un hijo dbil, desvalido, que exiga un
exceso de cario.
Dermatitis, haba dicho el mdico del Seguro. Era un hombre tranquilo, con anteojos de
vidrios muy gruesos. Le dirn muchas palabras y le recetarn nombres raros. Pero nadie sabe
nada de eso para curarla. Para m, no es contagioso. Y hasta dira que es psquico.
Y ella pens que el viejo tena razn porque, sin ser enana, su altura no corresponda a su
edad; y su cara no llegaba a la fealdad, se detena en lo vulgar, chata, redonda, ojos tan pequeos
que su color desteido no lograba mostrarse.
As que para el baile de fin de ao que ofreci el dueo de la fbrica para que los asalariados
olvidaran por un tiempo sus salarios, consigui comprarse un par de guantes que escondan las
manos y trepaban hasta los codos.
Pero por miedo o desinters nadie se acerc a invitarla a bailar y pas la noche sentada y
mirando.
Al amanecer, ya en su casa, tir los largos guantes a un rincn y se desnud, se lav una y
otra vez la mano enferma y en la cama, antes de apagar la luz, la estuvo sonriendo y besando. Y
es posible que dijera en voz baja las ternuras y los apodos cariosos que estuvo pensando.
Se acomod para el sueo y la mano, obediente y agradecida, fue resbalando por el vientre,
acarici el vello y luego avanz dos dedos para ahuyentar la desgracia y acompaar y provocar
la dicha que le estaban dando.

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