Está en la página 1de 42
2OCOODDDOOCOCCOOC OO OONNO 0000 oCoo°o ‘Traduccién de JULIO SIERRA AS Me rhe h Aa- tds een LA INVENCION DEL PUEBLO El surgimiento de la soberania popular en Inglaterra y Estados Unidos por Edmund S. Morgan Universioad ALBERT HURTADO BIBLIOTECA Y108/ wok. 045 0% »*l Siglo veintiuno editores Argentina s.a. TUCUMAN 16217 (CTBOAAG), BUENOS AES, REPUBLICA ARGENTINA Sigio veintiuno editores, s.a. de cv. 510 1 AGUA2, DELEAAGION COFOACIN OH, MND. Siglo veintiuno de Espajfia editores, (CMEKENDEZ PON, 9S 20008 MADRID Morgan, Edmund Uniovencln dl pueblo: srpimienta de Ia soberana popale cm nglcerray Exton Uni ed. - Buenas Aves Siglo Editorer Argentina, 2006. 1385p DDL em. (Hora eulkura 24rd por Lin Aberto Romero) 's par 1220618 Traded por Jul Sere, 1. Hinoria Exadounidene conor Titulo original: Inventing the People: The Rise of Popular Sovereignty in Englond and America (© 1988, Edmund Morgan (© 1988, W. W. Norton & Company, Inc. Revisién tenia: Maria Inés Tato Portada: Peter Tjebbes © 2006, Siglo XXI Editores Argentina S. A. ISBN-10: 987-1220.61-8 ISBN-19: 978.987-1220.61-8 Impreto en Artes Gréficas Delsur Alte, Solier 2450, Avellaneda, cen el mes de octubre de 2006 Hecho el depésito que marca la ley 11.728 Impreso en Argentina - Made in Argentina Para Marie 10. La revolucién imprudente La lucha de los norteamericanos con Inglaterra comenz6, como todos saben, con el intento del Parlamento de recaudar impuestos entre los colonos con la Ley del Azticar de 1764 y Ia Ley de Estampillado de 1765. En Inglaterra la tributacién tenia una particular relacién con la representaci6n. Todavia podia ser distinguida de la legislacién por su cercana asociacién con el ca- ricter local, el caracter de stibditos de los representantes en la Camara de los Comunes. La tributacién no era tanto un acto en el cual el Parlamento compartia la autoridad del rey como una donacién hecha por los agentes de los sGbditos a su soberan Un impuesto nacia de un pedido del rey a esos agentes en la C: mara de los Comunes; los Comunes y s6lo los Comunes, enton- ces, daban y concedfan al rey una porcidn de la propiedad de sus votantes en forma de impuesto. Como sefialé William Pitt el mayor, “la tributacién no es parte del gobierno o del poder le- gislativo; los impuestos son un regalo y una concesién volunta- rios de los Comunes solamente”.** Para 1764, a la mayoria de Jos ingleses esto puede haberles parecido simplemente una de esas formas del pasado que habfan sido vaciadas de contenido. Pero era una forma respetada, a la cual podia facilmente devol- vérsele su antiguo contenido. Eso fue lo que hicieron Ios colonos, con una energia y una unanimidad que sorprendieron y enojaron ala madre patria. Los impuestos, insistieron, eran un obsequio libre y voluntario del pueblo a su rey y, ante todo, nadie podia regalar lo que no tenia. Sélo podian darlos las personas autorizadas por aquellos que eran los propietarios de los bienes; sélo los representantes del pueblo, y mas particularmente, de los propietarios, podian consentir un impuesto. Ylos colonos no habian autorizado hacerlo a ningin representante en la Cémara de los Comunes. 254 EDMUND S. MORGAN De manera sorprendente, la primera respuesta inglesa reco- nocié la validez de la premisa colonial e imprudentemente recu- 1rié a la estructura irracional de la Camara de los Comunes brité- nica para proporcionar una base racional a los impuestos que el Parlamento queria aplicar a las colonias. En un panfleto que sor- prendié y molesté a los norteamericanos, Thomas Whately, secre- tario de la Oficina del Tesoro briténica, sostuvo que ¢l Parlamento podfa gravar a los colonos porque ellos estaban representados alli, yen su argumentacién inventé una expresién que sigue con noso- tros desde entonces, la “representacién virtual”: los colonos po- dian no votar representantes para la Camara de los Comunes pe- ro tampoco podia hacerlo la mayoria de los ingleses. No estaban realmente sino “Virtualmente” representados, Cada miembro de la Camara de los Comunes representaba no a los votantes que los elegian, sino a todos los siibditos del rey, no s6lo en Gran Bretafia, sino también en las colonias. Por una extensi6n transatléntica de la idea enunciada antes por Coke y Sidney, Whately asignaba a los miembros caprichosa- mente elegidos de la Camara de los Comunes de Inglaterra fun- ciones de apoderados para hablar y actuar en nombre de todos los stibditos del rey en las colonias. No negaba la necesidad de tales funciones de apoderados. Es més, ponfa a los colonos en una me- jor posicién en su reclamo de que sélo los representantes podian consentir la aplicaci6n de gravamenes. El consentimiento de los stibditos ingleses dado a través de sus representantes no era sélo necesario, dijo, para la tributaci6n, sino para cualquier legislacion que los afectara. El consentimiento podia ser dado, sin embargo, por representantes virtuales, a quienes los siibditos particulares no tenjan por qué haber visto u ofdo personalmente. Los colonos en ‘América del Norte daban su consentimiento de! mismo modo que los habitantes de lugares como Birmingham y Sheffield en Ingla- terra, a través de miembros del Parlamento en cuya eleccién no habian tenido nada que ver. Esto era llevar la ficcion de la representacién mas alla de sus elasticos limites y empujé a los colonos a la tensa afirmacién del caracter local de sujetos de la representacién, en la que con fre- cuencia negaban no sélo la opinién de Whately, sino también la LA REVOLUCION IMPRUDENTE 255 de Coke y Sidney. Se convirtié en un principio cardinal de los nor- teamericanos en el periado revolucionario que los Gnicos repre- sentantes legitimos de cualquier pueblo, las tnicas personas que podian consentir actos de gobierno para ellos, eran las personas a quienes habjan clegido personalmente para ese propésito. El asunto fue confirmado no sélo por varias asambleas coloniales, si- no también por el Congreso de la Ley de Estampillado de 1765 y por el Congreso Continental de 1774, “que los tinicos represen- tantes del pueblo de estas colonias son las personas escogidas en ese lugar por ellos mismos”.®° Los periédicos y los panfletos se hi- cieron eco del absurdo de suponer que los norteamericanos esta- ban representados en Inglaterra por hombres a quienes nunca ha- bfan visto. Se suponfa que un representante era una creacion de sus votantes, ¢y cémo podia algtin miembro del Parlamento ser re- presentante de los votantes del pueblo norteamericano “si ningin habitante habfa hecho lo minimo para que cxistiera csa represeu- tacién”? La respuesta fue clara: “Si no somos sus votantes, no son nuestros representantes” #86 Lo que esto implicaba era que un representante no s6lo debfa ser elegido directamente por sus votantes, sino que debia ser uno de cllos, debia vivir entre ellos y compartir sus circunstancias locales. Y, en consecuencia, una asamblea representativa debfa ser, como des pués dijo John Adams, un retrato en miniatura de la gente en gene- rak “Debe pensar, sentir, razonar y actuar como ella”.*7 Los nortea- mericanes podfan reconocer que aquellos pueblos ingleses que no enviaban ningiin representante al Parlamento estaban ‘Virtualmen- te" representados por miembros de pueblos © municipios cercanos similares, Daniel Dulany, en el panfleto més popular de la época de la Ley de Estampillado, sugirié que en Inglaterra podria haber una suerte de doble representacién donde los miembros del Parlamento Tepresentaban a los votantes y los votantes representaban alos no vo- tantes, Pero eso sélo tenia sentido donde la geografia unfa.a los hom- bres. Ningtin electorado inglés podia ser estirado hasta la metaférica inclusién de colonias a cuatro mil quinientos kilémetros de distan- cia. Yvoces mas audaces condenaban expresamente la degenera- ci6n a ta que habia llegado esa representacién en Inglaterra. Origi- nalmente, se esperaba que los representantes en el Parlamento 256 EDMUNDS. MORGAN fueran propietarios residentes de los conciados o municipios que los elegian. Habia habido, se decia, un “conocimiento y una relacién personal” entre el miembro elegido y sus electores: “Tanto los repre- sentantes como los votantes eran, como los jurados, del vecindario”. Si ese lazo geogrifico habia dejado de existir en Inglaterra, no debid haber sido asi No era que los propios colonos desearan estar representados en el Parlamento. En realidad, no podfan estarlo precisamente porque sus “circunstancias locales” lo impedian: la distancia des- trufa el objetivo y significado de la representacién, Un norteame- ricano enviado a representarlos en el Parlamento estarfa demasia- do desconectado de sus electores. Perderia “ese sentimiento de amistad que constituye el fundamento mas firme de la libertad” La ausencia del hogar “debilitarfa sus relaciones y disminuiria su interés [...] al tener pocas expectativas de ser reelecto en una fu- tura elecci6n, podria ser negligente en sus obligaciones para con sue electores”.4% En otras palabras, podria sacrificar su caracter de sibdito local a su caricter de parte del gobierno. Eso era lo que los miembros de la Camara de los Comunes bri- ténica parecian haber hecho, a pesar de la insistencia de Whately acerca de su cardcter representativo. Cuando aprobaron la Ley de Estampillado, dijeron que lo hicieron como “parte del maximo po- der ilimitado de la nacién”.**! Cuando la revocaron, acompaiiaron Jarevocacién con un Acta de Declaracién que afirmaba su poder de legislar para las colonias en absolutamente todos los casos. En esto, parecerfa, la Ciara de los Comunes habia abandonado toda pre- tensién de mantener su cardcter de siibditos como representantes, virtuales o reales, de cualquier electorado, ya fuera inglés 0 nortea- mericano. Podria admitirse que el rey tuviera alguna autoridad gu- bernamental inherente sobre las colonias, pero los poderes de los ‘Comunes, argumentaban los norteamericanos, debfan provenir del pucblo que los elegia. En consecuencia, un colono podfa plantear la cuestion: “cuando un miembro de la Camara de los Comunes de- clara con seguridad que tiene poder para limitar nuestro comercio y restringir nuestras manufacturas, me encantaria saber si obtuvo ese poder de sus electores, hombres libres honestos [...]. De estos electores no pudo recibir mas poder del que naturalmente poseian” 1A REYOLUGION IMPRUDENTE, 257 Incluso se implicaba (en lo que equivalia a un repudio a toda auto- ridad representativa) que los representantes no tenfan poder algu- ‘no mis alla de llevar al gobierno el asentimiento o disconformidad de los sabditos de sus comunidades particulares a lo que fuera que el gobierno pudiera querer hacer: “Todo representante en el Parla- mento no es un representante de todo el pais, sino sélo de cada lu- ‘ir particular en el que ha sido elegide [...] ningtin miembro del Parlamento puede representar a nadie, salvo a aquellos por los que ha sido elegido [...] los electores de Londres no pueden conferir u otorgar ningin derecho a sus representantes para imponer un im- puesto a Westminster”. Era, por supuesto, parte de la naturaleza misma de la repre- sentacién, tal como habia sido desarrollada en Inglaterra y en las colonias, que los electores de un solo distrito electoral confirieran, a sus representantes el derecho a imponer gravamenes y legislar para toda la comunidad. El miembro del Parlamento clegido para representar a Maidstone o Kent, a Londres o Westminster, se con- verta, por la magia del gobierno representativo, en legislador de toda Gran Bretafa, También se transformaria en legislador de América del Norte? Esto era lo que los colonos negaban. Al hacer- Jo, al rechazar la extensién de la representacién virtual mas alld de las costas de Gran Bretafia, estaban afirmando, sin darse cuenta del todo, al principio, de lo que estaban haciendo, que las colonias norteamericanas eran comunidades nacionales diferentes de las ‘que estaban representadas en el Parlamento. A partir de esta pre- misa no expresada, ellos argumentaron inicialmente s6lo que los representantes de los distritos electorales britinicos no tenfan de- echo a gravar a las colonias. Pero a partir de ello, mientras el Par- Jamento continuaba afirmando su autoridad en todos los casos sin excepci6n, fueron Hevados inexorablemente a Ja conclusion de que los representantes britdnicos no tenfan autoridad sobre ellos en ningiin caso, sin excepcién. Los més visionarios habian llegado a.esa conclusién a fines de la década de 1760. En 1774, se convir- 1i6 en la posicién oficial del Congreso Continental." Negar que Gran Bretafia y las colonias formaran una sola co- munidad no significaba negar todas las relaciones que habfa entre cllas. Quedaba su sumisi6n a un rey comin, El objetivo inmediato 258 EDMUND S. MORGAN del argumento colonial fue eliminar la posicién de compartir el gobierno imperial asumida por la Camara de los Comunes en In- glaterra y poner a los representantes britanicos en pie de igualdad ‘con los que integraban las diversas asambleas coloniales. Cada uno tendria autoridad, por debajo del rey, sobre su propia'comunidad. El efecto del argumento, sin embargo, no fue solamente situar a los representantes colonialesy a sus homélogos ingleses en un pla- no de igualdad, sino también destacar el cardcter de stibditos de ambos en relacién con el rey. Tal vez hubo algo més que un pare- ccido casual entre la posicién colonial y la de la Camara de los Co- munes inglesa en la década de 1620. Los colonos estaban compro- metidos a poner en su sitio a otros sibdites (es decir, a la Camara de los Comunes del siglo xvit), de manera muy parecida a lo que los Comunes en la década de 1620 habfan tratado de hacer con los favoritos del rey, exaltandolo. La ironia de los rebeldes norteame- Ficanos al exaltar al rey no fue ignorada por los ingleses. Los nor- teamericanos, decfan, eran rebeldes en accién que destruirian la libertad popular restituyendo al rey los poderes que el Parlamen- to le habia quitado. Pero los norteamericanos fueron indiferentes ala acusaci6n. Lo que ellos querfan era que sus propias asambleas representativas, dentro de sus propias jurisdicciones, tuvieran los mismos poderes legitimos que la Camara de los Comunes habia adquirido en Inglaterra. Insistieron hasta el final en su sumision constitucional aun rey que desafortunadamente habia estado cauti- vo de ministros venales y de una Cémara corrupta, una Camara de los Comunes que habia asumido poderes que no correspondian legitimamente a los stibditos. Al final, por supuesto, fueron los representantes norteameri- canos en los congresos provinciales y en el Congreso Continental los que se desprendieron de Ia afirmacién de ser siibditos y asu- mieron toda la autoridad por si mismos, tal como habia hecho el Parlamento en la década de 1640. Pero a medida que fueron for- ‘mando nuevos gobiernos independiente, se vieron condicionados por su insistencia previa acerca de la representaci6n como la vor de los siibditos (co ciudadanos?) de cada comunidad local. A lo largo de toda su existencia anterior, los representantes en la mayoria de las asambleas coloniales tenian que vérselas con una aucoridad LA REVOLUCION IMPRUDENTE, 259 gubernamental que provenia del exterior. Ese mismo hecho habia preservado entre ellos, incluso antes de comenzada la lucha con Inglaterra, un sentido mas fuerte de ese cardcter local de stibditos de la representacin que la que podian mantener los hombres que sesionaban en Westminster y que demostraron tener una vi- sién de sf tan arrogante en las medidas que enemistaron a las co- Jonias. En el transcurso de la docena de afios de resistencia a esas medidas, los colonos insistieron una y otra ver en que un represen tante s6lo obtenia su legitimidad, su tinica autenticidad, su tnica raz6n de ser, de su contacto e identificacién con sus propios elec- tores. Cuando los representantes de las trece colonias “reunidas en congreso general” declararon que sus distritos electorales eran estados libres e independientesy que el pueblo de los Estados Uni- dos era “independiente e igual” a cualquier otro pueblo, dific mente podian darle la espalda a la idea de representacién que los habia impulsado a la separaciéu. Peso esa idea tan fundamental para aplastar las pretensiones de los representantes de un pais dis- tante planteé problemas cuando los representantes estadouniden- ses eliminaron toda otra autoridad y asumieron para si mismos todos los poderes de gobierno. Los representantes que tomaron el poder en Ia revolucién no eran, en general, los miembros de las asambleas legalmente cons- tituidas bajo los antiguos gobiernos reales. Los gobernadores rea- les se aseguraron de que tales asambleas no estuvieran en sesin cuando tuvo lugar la tiltima confrontacién con la autoridad brité- nica, Pero las nuevas asambleas, convocadas por los comités revo- lucionarios, fueron elegidas de la manera antigua, aunque con un ligero aumento en el néimero de sus miembros. ¥retomaron la po- sicién habitual de sus predecesores respecto de la autoridad ejecu- tiva, En sus primeras reuniones redactaron constituciones que ¢s- tablecfan un ejecutivo porque reconocfan de mala gana que necesitaban un ejecutivo de alguna clase. Pero tuvieron el cuidado de que no fuera demasiado independiente, sin darle ningtin po- der de veto, ni ningiin otro que pudiera inhibir el suyo. Los nue- vos gobiernos iban a ser administrados por representantes, y por re- presentantes al estilo estadounidense, que conocfan su lugar como agentes del pueblo que los elegia. 260 EDMUND S. MORGAN Los hombres que hicieron la revoluci6n no eran tan provin- cianos como para creer que el agente de una ciudad 0 un conda- do, estrechamente ligado a sus electores, estaba necesariamente bien calificado para elaborar leyes y politicas para una sociedad mds grande, de la que su ciudad 0 condado era una parte. Pero en el debate con el Parlamento no se habian visto obligados a enfren- tar esta ineludible contradiccién de la representacion. Después de 1776, esto emergi6 como el problema principal de una nueva na- cién comprometida tanto con la soberania del pueblo como con tuna idea predominantemente local de la representacién. El pro- blema era, como siempre habia sido, lograr que los voceros de co- munidades particulares, sin perder su identidad y sus relaciones locales, actuaran sabiamente y bien para el pueblo de todo el esta- do. Aunque un representante debe hablar en nombre de su cormu- nidad particular, las leyes que se redactaban entre todos recibian ‘su sancién, en la nueva situaci6n, no del rey 0 de cualquier autori- dad inglesa, sino del cuerpo colective del pueblo. Con mayor ra- 26n, entonces, el representante debia estar guiado por el interés ‘colectivo mas que por el interés de su electorado particular. La dificultad de conciliar las dos perspectivas se agravé por la ‘uni6n que las colonias ya habfan logrado antes de que se declara- ralaindependencia, una uni6n que requeria que los representan- tes pensaran en términos de todo un continente. Pero el proble- ma se presenté al principio y con fuerza en Ia formacién de los gobiernos de los diferentes estados. Era ya muy dificil hacer que tun representante, por ejemplo, del condado de Hanover, pensara también en funcién de Virginia, y mucho menos de todo Estados Unidos. ‘Aunque no podia haber ninguna manera ideal de solucionar el problema, una manera intermedia podria haber sido dar una vision ‘més amplia a los representantes en los nuevos gobiernos haciéndo- los elegir por electorados mas grandes, Parecia razonable que cuan- to mas grande fuera el distrito que un hombre representaba, mas cercano estarfa al interés comtin de todo el estado, La posibilidad f- nal seria hacer que todos los representantes fueran votados en gene~ ral, que cada votante votara por todos los representantes que hubie- raen Ia asamblea. Pero esto destruirfa totalmente el cardcter local sta LA REVOLUCION IMPRUDENTE 261 dle sujeto de la representacién sobre el que los estadounidenses habjan venido insistiendo. El camino intermedio de los grandes electorados reduciria por Io menos el prejuicio de lo local y tam- bién reducirfa el siempre presente peligro de la corrupcién: era mas dificil corromper a un distrito grande que a uno pequeiio. ‘Ademés, los distritos grandes eran menos propensos a fa manipu- taci6n por parte de combinaciones de demagogos y facciosos para obtener beneficios privados. EI pueblo de Lexington, Massachu- setts, al considerar (y rechazar) la propuesta de una constituci6n para el estado que daba un representante a cada pueblo, advertia del peligro de que en la elecci6n de representantes las “pequeiias ciudades pueden transformarse en presa facil para Ja influencia corrupta de hombres astutos”.* El ejemplo inglés fue citado una yotra vez en este sentido: habfa sido a través de electorados de mu- nicipios pequeitos que los ministros corruptos habjan podido do- minar la Camara de los Comunes.# E incluso sin corrupeién, pa recfa prohable que los representantes de distritos pequefios estarfan mas dispuestos que los de los grandes distritos “a actuar segiin los intereses e ideas estrechos y privados de sus electores particulares en perjuicio del bien comin y el desprecio de otras partes de la comunidad”.4” ‘Otra manera de solucionar el problema podria haber sido re- ducir la predisposicién local en una cdmara de representantes me- diante una sucesi6n de elecciones. Asi pues, el congreso provincial de New Hampshire propuso en 1781 una constitucién que dispo- nia que las ciudades de cada condado eligieran anualmente dele- gados a una convencién del condado que luego elegirfan entre ellos mismos a una cantidad mucho mas pequefia para ocupar los, cescafios de la cémara de representantes en la legislatura. Esto sig- nificarfa, reconocié el congreso, que ninguna ciudad tendria un representante propio, Jo cual era mucho mejor: “Esas opiniones interesadas, ese espfritu partidario y ¢l celo por la rivalidad que con frecuencia surgen en las ciudades en esas ocasiones sern con ello destruidos en gran medida, y el pueblo tendra la necesidad de actuar de acuerdo con mejores y mas elevados principios”. Pero el pueblo de New Hampshire decidié no tener esa necesidad. Cada Giudad queria su propio representante escogido directamente por 262 EDMUNDS. MoRcan sus propios votantes. Yo mismo hicieron otras comunidades ev otros estados, ya fueran ciudades, parroquias o condados. Ningin estado adopté un sisterna de eleccion indirecta de los representan- tes, porque tal sistema habria traicionado la idea de represent cién sobre la que los colonos habfan insistido durante el enfrenta- miento con Inglaterra. Y por la misma razén ningéin estado adopt la otra alternativa de grandes distritos electorales. En lugar de ello, hicieron lo opuesto: redujeron el tamaiio de los distritos, ‘crearon nuevos y mis que duplicaron el niimero total de represen- tantes en las diferentes asambleas. Ademis, la mayorfa de los ex tados exigié que el representante fuera residente de su distrito y varios especificaron que sus electores debian tener el derecho a dar instrucciones.* Las nuevas asambleas representativas, que se quedaron con Ia parte del leén del poder en los nuevos gobiernos, ‘ban a ser, pues, todavia més propensas que sus predecesoras a las influencias, los prejuicios y la corrupcién locales. Yode hecho lo fueron. Antes de que comenzara el enfrenta- miento con Inglaterra, habia sido habitual que las comunidades votaran a sus hombres mis présperos y prominentes para que los representaran en las asambleas coloniales. Con la multiplicacién de los distritos electorales y el aumento del tamaiio de las asam- bleas se produjo una ampliacién de la clase de hombres conside- rados apropiados para ser parte de ellas. Los colonos habian soste- nido que un representante debia pensar, sentir y actuar como sus lectores. En esta nueva etapa comenzaron a practicar lo que pre- dicaban votando alos hombres mas comunes, que no hablaban la lengua rimbombante de los abogados, los comerciantes y los gran- des terratenientes, hombres mas parecidos a ellos mismos, que co- nocfan los problemas de manejar una granja pequefia y de mante- ner alejados a los recaudadores de impuestos.20! Con tales hombres en los escaiios de las cdmaras de represen- tantes y dando el tono del gobierno, debia encontrarse alguna otra manera de incluir en él a personas que pudieran ver mas alld de los campos y bosques de sus propios vecindarios, que pudieran contrarrestar la incompetencia y la dependencia local de los re- Presentantes y ocuparse del interés de todo el estado en un mun- do més grande. ¥, al principio, parecié que no habia que buscar LA REVOLUCION IMPRUDENTE, lejos la manera de hacerlo. Si la solucién de Harrington era ina- ceptable, el principio que habia detras de ella todavia tenia senti- do, es decir, dividir el cardcter de sujeto de la representacién de su cardcter de gobernante en dos cuerpos diferentes. Una asamblea representativa podria estar autorizada (a diferencia de lo que pro- ponia Harrington) a formular leyes, pero habria otra, un cuerpo mds pequeiio, compuesto de hombres con una visién mas amplia ycabezas mas reflexivas. Tendria poderes coordinados, una céma- ra alta que podia corregir o rechazar lo que proponia la camara baja de representantes y que también podria iniciar legislacién pa- ra ser revisada, rechazada 0 aceptada por la cémara baja. John ‘Adams tomé la delantera al instar a sus compatriotas a adoptar ese sistema en 1776,° y todos menos dos (Pensilvania y Georgia) de los trece estados siguieron su consejo y adoptaron una legislatura bicameral, en la que se suponfa que la cimara alta expresaba un ma- yor grado de sabiduria yun punto de vista mas amplio y “liberal” que la camara baja. El modelo més cercano a ese esquema no era el de Harring- ton, ni era el del Parlamento con su Camara de los Lores, sino el de las legislaturas coloniales, en todas las cuales, salvo una (Pensil- vania), el consejo nombrado por el gobernador habia servido co- mo una cémara alta. Los colonos, por supuesto, no tenian aristo- cracia de tftulos para crear una Camara de los Lores, y a medida que el entusiasmo revolucionario por la igualdad se desarrollaba, los estadounidenses estaban seguros de que no querian tener una. En sus Articulos de la Confederacién de 1781 prohibieron alos Es tados Unidos y a todos sus estados miembros la creacién de titulos de nobleza (una prohibicién que continué en la Constitueién de 1787). Para entonces a los estadounidenses les gustaba pensarse como una sociedad sin rangos. Pero siempre habian distinguido entre ellos a los de “mejor clase” de entre los de “clase intermedia” yde “la clase de los més pobres". Benjamin Rush, el médico de Fi- ladelfia, que era un republicano apasionado, pensaba sin embar- go que las diferencias “naturales de rango eran en Pensilvania tan Giertas y generales como las diferencias artificiales de los hombres en Europa’.%S Se creia que en cualquier sociedad las diferentes capacidades y habilidades naturales seialarian la diferencia entre 264 EDMUNDS. MORGAN los hombres. Eran estos aristécratas naturales, como llegaron a ser Hamados, quienes parecfan estar libres de las estrechas mira das locales que se encontraban en una camara de representan- tes. Eran ellos a quienes sus compatriotas deberfan instalar en las camaras altas de sus legislaturas, y de esa manera llevar al gobier- ‘no la estabilidad y la sabidurfa que la aristocracia hereditaria tan mal proporcionaba a través de la CAmara de los Lores en Inglaterra. La cuestién era c6mo identificar a esta aristocracia de talento y méritos, y cémo canalizar hacia ella la autoridad que emanaba ‘en ese momento de todo el pueblo. No se podia esperar que los votantes supieran quiénes debian ser los mis notables y los més ig- notos. Deberian contentarse con los hombres que se elevaban por sobre la multitud. Ylo que hacfa que un hombre sobresaliera del montén cra su riqueza. En una sociedad donde no existian los rangos oficiales y si existfan grandes oportunidades econémicas, era principalmente la riqueza la que otorgaba el respeto y la defe- sencia como sefal de habilidad y encrgia, si no por otra razén. Asi, por lo menos, pensaban aquellos que la tenfan. Habfan sido la clase de los mejores en la sociedad colonial, la clase a la que los demas otorgaban deferencia, la clase de la que los gobernado- res reales habian escogido sus consejos. No tuvieron dificultad en identificarse como la aristocracia natural del pafs. Aunque algunos de ellos se habian mantenido leales al rey en la revolucién y que- daron fuera de carrera, otros ocuparon lugares de liderazgo en el Congreso Continental y en el ejército continental, asi como en los gobiernos provisionales que sucedieron al colapso de la autoridad real, Si bien suscribfan los ideales republicanos y abjuraban de la idea de una aristocracia hereditaria, pensaban que tenjan mas en juego en el éxito de los nuevos gobiernos que los demas hombres, y pensaban que sabian mejor que otros hombres lo que el pueblo, correctamente informado, podria querer (concretamente lo que ellos mismos, ya correctamente informados, querian).. Si la aristocracia natural y la amplitud de miras podan ser identificadas por la posesi6n de enormes cantidades de propieda- des, entonces un camino para instalar a los aristécratas naturales en la cdmara alta seria exigir la posesién de esas propiedades por parte de los candidatos o los votantes de esa rama del poder. Aunque esto LA REVOLUCION IMPRUDENTE, 265 planteaba el peligro de atar al senado a una clase, de la misma ma- nera que los representantes estaban ligados a una localidad, eso fue precisamente lo que muchos revolucionarios no muy revolu- cionarios pensaron que era lo correcto. Varios estados probaron hacerlo, pero salvo en Maryland, la cantidad de propiedades re- queridas no resulté suficiente para asegurar el resultado, y en mur cchos estados el pueblo se opuso a permitir que la riqueza fuera de al- guna manera un indicador suficiente de méritos, o que las grandes propiedades dieran derecho a alguien a tener poderes 0 autoridad especiales. (Otra manera de seleccionar aristécratas naturales, como quie- ra que se los definiera, podria haber sido elegir la cAmara alta por medio de elecciones indirectas, tal como lo propuso sin éxito la ca- mara baja en New Hampshire, pero solamente Maryland adopts este método (junto con las rigidas exigencias de propiedad de ese estado). Quedaba un camino intermedio: elegir la cémara alta a partir de grandes distritos electorales. Aunque ningéin estado qui- so probarlo ton la camara baja, Ia mayoria de ellos lo probé con la camara alta. En todos los estados donde las nuevas constituciones disponian la creacién de una cémara alta o senado, éste tenfa un niimero menor de miembros que la cimara baja, ya que cada miembro representaba a un niimero mayor de votantes. Los arre- iglos precisos para conseguir este efecto, algunos de ellos muy com- plicados, variaban de estado en estado, pero en general sin produ- cirsenadores que pudieran ser ficilmente identificados como parte dela mejor clase =, ‘Sélo Connecticut y Rhode Island, funcionando segiin las anti- ‘guas cartas reales, eligieron una camara alta en todo el estado. En Rhode Island una costumbre de facto de larga data que asignaba esca- jios senatoriales por condado se impuso a cualquier tendencia aris- tocratica y de votaci6n general que representara al distrito en sucon- junto. El sistema de Connecticut, por otro lado, ofrecfa lo que era ‘en muchos sentidos la solucién menos desdichada para la totalidad del problema de la representaci6n. En una eleccién primaria que te- nia lugar anualmente en septiembre, los hombres con derecho a vo- tode cada ciudad de Connecticut se reunian y nombraban a vein- te personas como candidatos para la camara alta, que constaba de 266 EDMUNDS, MORGAN doce miembros. Cualquier votante podfa nominar o ser nominado. Luego los votos de la ciudad eran contados, y as veinte personas con los totales més altos en todo el estado eran nominadas. De entre ellos, los hombres con derecho a voto, al mes siguiente, reunidos otra vez en las ciudades, votaban por doce. Bajo este procedimiento era poco frecuente que un hombre no fuera vuelto a proponer y ree- legido todos los afios por el tiempo que decidiera, pero era facil eli ‘minar al indigno y reconocer nuevos talentos y logros.*® Un entusiasta del sistema de Connecticut explicé mas tarde cémo éste puso a los hombres correctos en la cémara alta. Las per- sonas, argumentaba, eran de dos clases, aquelllas de visién amplia y juicio equilibrado (aristécratas naturales) y aquellas predispuestas por los intereses locales y el prejuicio. La primera clase, siempre una minora pequefia, estaba espar- cida con poca densidad a lo largo de cualquier estado. En una elecci6n local (para representantes, por ejemplo) ninguno de ellos podrfa imponerse, precisamente porque no e@gpan ligados a las ideas locales, pero en una eleccién de alcance estatal los vo- tos emitidos por personas de su clase pesarian mas que aquellos de os candidatos cuyos méritos estaban s6lo en su popularidad local. Los candidatos locales lograrian solamente votos locales, mientras que los hombres de miras mas amplias serian mas extensamente conocidos, aunque sus seguidores locales pudicran ser pocos.>"7 Era evidente que eso era lo que ocurrfa en Connecticut, de he- cho, por la conducta de los votantes, En las reuniones municipales donde se elegia la camara alta, cada ciudad también elegia a sus re- Presentantes, y la votaci6n por ellos se hacia primero. Los hombres con derecho a voto se hacian presentes en importante ntimero pero ¢ra notorio que apenas elegidos sus dos representantes y llegado el momento de votar por los doce miembros de la cémara alta, la mayo- ria de los hombres con derecho a voto se retiraba. Los candidatos eran desconocidos para ellos personalmente y les era indiferente quiénes fueran escogidos. Los votantes que se quedaban a las reunio- nes para elegir a sus senadores eran los hombres més importantes de la ciudad, cuyos negocios se extendian por el estado o més alld de él, cuyos intereses iban més alld del nivel local. Ellos elegian natural- mente a la clase adecuada de personas, las de su clase. Asi pues, el LAREVOLUCION IMPRUDENTE 267 sistema de Connecticut conseguia algo del efecto que Harrington Irabia buscado. Lo hacia mediante el sacrificio del cardcter de sujeto local de los representantes en la cdmara alta, pero de todas maneras 6ta derivé de la elecci6n popular. No habia nada alli que impidiera participar en la elecci6n, si deseaban hacerlo, a todos los hombres con derecho a voto. El sistema de Maryland también produjo una cimara alta limitada a los aristécratas naturales, aunque los alejaba mucho més de la elecci6n popular. Pero Connecticut y Maryland no respondian a lo que era la norma. En general, los senados de los estados eran demasiado pa- recidos a las cémaras bajas para cumplir con los propésitos que se les asignaba. Aunque los distritos electorales eran mas grandes, aparentemente no eran lo suficientemente grandes. Los miem- bros eran demasiado estrechos de miras, estaban demasiado afe- srados a los intereses locales, eran demasiado faciles de corromper ‘ode ser afectados por influencias de grupos. Eran. podria decirse, demasiado representatives. Eso, por lo menos, era lo que pensa- ban los aristécratas naturales del pais, y asf también les ha pareci- do a los historiadores posteriores, incluso a aquellos cuyas simpa- tas podrfan haberles dictado otra cosa. En una extraordinaria serie de estudios empiricos, Jackson Turner Main ha demostrado que los miembros de las cdmaras altas de las nuevas legislacuras, si bien eran algo mas libres de las conexiones locales que los miem- bros de las cémaras bajas, eran mucho menos ricos que los miem- bros de los antiguos consejos coloniales y tendfan a dividirse acer- ‘a de asuntos particulares, de la misma manera que las cémaras bajas. En ambas camaras de las nuevas legislaturas, los miembros se dividian en partidos opuestos o facciones a las cuales Main ha designado significativamente como “cosmopolita”y “Localista” 5° Los cosmopolitas no se distingufan sélo por un punto de vista mas amplio, que en la época se Hamaba, por lo general, “liberal”, sino también por una mayor riqueza, por su residencia en la costa o sobre un rio navegable y por las relaciones comerciales. La ma- yoria de ellos probablemente se reconocian a sf mismos y eran re- conocidos por otros como aristécratas naturales. Los localistas, por otro lado, tendian a venir de regiones del interior que vivian de una agricultura de subsistencia y eran considerablemente menos 268 EDMUNDS. MORGAN adinerados. Si todos los cosmopolitas hubieran hecho su camino hacia las cémaras altas y los localistas hacia las bajas, las legislacuras podrian haber funcionado como se pretendia.°" Pero distribui- os como estaban los cosmopolitas en las dos cémaras, fueron fre- cuentemente superados por los localistas. Como resultado, las asambleas estatales, no controladas ya por gobernadores realistas y sus consejos de clase alta, actuaban de maneras que alarmaron a muchos de los jefes de la revoluci6n. Aprobaban leyes apresurada- ‘mente y las revocaban con la misma premura, Aprobaron leyes vio- lando el tratado con Gran Bretafia, demoraron o redujeron el pa go de deudas ptiblicas y privadas, imprimieron papel moneda como moneda de curso legal, se negaron a pagar las cuotas de los gastos nacionales correspondientes a sus estados, subieron sus, propios sueldos y bajaron los de otros funcionarios del gobierno. Las cmaras altas pusieron algunos limites a estas medidas, pero no lo suficiente como para solucionar el problema. En Virginia George Mason, que redacté la Declaracién de De- rechos del estado y gran parte de la Constitucién del estado de 1776, para 1783 estaba completamente desilusionado con los resul- tados. En una carta a un amigo lamentaba que “las frecuentes inter- ferencias con la propiedad privada y los contratos; las leyes retros- pectivas destructoras de toda confianza piiblica, tanto como de la confianza entre hombre y hombre y las violaciones flagrantes de Ia Constitucién deben repugnar a la mejor y més sabia parte de la co- munidad, ocasionan una gran decadencia de las formas, producen el desprecio a la legislatura, y finalmente provocan Ia anarqufa yla conmocién piiblica”.®"! Otro virginiano, Archibald Stuart, se quejo de la misma manera a Thomas Jefferson dos afios mas tarde y afia- dia: *no estamos en condiciones de esperar sino una poca ayuda del senado. Ese cuerpo sigue siendo despreciable en cuanto a capaci- dad. No tiene confianza suficiente en sf mismo para oponerse a la voz de los delegados en ninguna ocasién”®"? (La camara baja de Virginia era conocida como la Cimara de Delegados.) Stuart predicaba a los conversos, pues el mismo Jefferson ha- cia mucho tiempo que venta insistiendo en una revision de la constitucién de Virginia para lograr un senado més eficaz. £1 habia agrupado los condados del estado en distritos mas grandes, para LA REVOLUCION IMPRUDENTE 269 luego hacer que los votantes eligieran un colegio electoral en ca- da distrito para hacer la elecci6n final de sus senadores, un siste- ma comparable otra vez a la propuesta fallida para la Camara de Representantes de New Hampshire.*!® El amigo de Jefferson, fa- mes Madison, pensaba que incluso tal sistema era inadecuado por- que no escapaba suficientemente del “espiritu de localidad”. Esta- ba demasiado estrechamente ligado a los condados, y los senadores, entonces, parecian estar “perdiendo de vista los intere- ses combinados de la comunidad e incluso los sacrificaban a los in- tereses 0 los prejuicios de sus respectivos electorados”. Aun si una medida estaba bien calculada para satisfacer los intereses particu- Tares de cada condado o distrito, podria no ser necesariamente buena para todo el estado. Madison pensaba que la mejor manera de hacer que los senadores se ocuparan del interés del estado co- mo un todo era “convertirlos en elegidos de toda la sociedad, ha- ciendo que cada ciudadano votara por cada senador’,*"* en otras palabras, una eleccién para todo el estado, como en Connecticut. ‘Madison ya estaba pensando en el tamafio como Ia tntca manera de dar sabidurfa y virtudes al gobierno representativo. Pero ni Madison ni Jefferson Ilegaron demasiado lejos en la renovacién de Ia Constitucién de Virginia, y el desempefio de la legislatura de Virginia en la década de 1780 fue tipico. Incluso Maryland fue amenazado por una cémara de representantes fuera de control, inclinada a aliviar 2 los deudores con planes inflaciona- rios que parecfan amenszar la seguridad de la propiedad” La s tuaci6n era particularmente preocupante en hombres para quie- nes la revolucién habfa traido una concepcién del mundo que no iba solamente mas allé de su pueblo o condado natal, sino mas alla de su estado de residencia. Habia muchos de esos hombres que habjan peleado en el ejército continental o habian ocupado un lu- gar en el Congreso Continental o que habjan llevado sus negocios auna escala continental. Eran hombres que pensaban, como seiia- 16 Alexander Hamilton, continentalmente. Cuando buscaban la manera de controlar sus legislaturas estatales de vision corta, pen- saban no sélo en el peligro que estos cuerpos significaban para los principios republicanos, sino también en la creciente “imbecili- dad”, es decir, Ja impotencia, del Congreso y el fracaso inminente oO 270 EDMUND S. MORGAN de la unién que presidia, Para los cosmopolitas, para los que pen- saban en el continente, la unién habia legado a encarnar esos sentimientos a los que relacionamos palabras tan inadecuadas co mo “nacionalismo" y “patriotismo”. ¥, al mismo tiempo, expresaba alguna de las esperanzas revolucionarias de un futuro en el cual la monarquia y la aristocracia hereditarias darian paso en todo el mundo a la libertad republicana, a un gobierno en el que el pueblo fuera soberano. Pero eran los representantes del pueblo los que en ese momento amenazaban con destruir la unién y deshonrar toda la idea de soberania popular. Los estadounidenses estaban descubriendo, como los ingleses habfan descubierto en el siglo anterior, que la soberania del pue- blo podia plantear amenazas a los propios valores para cuya pro- teccién habia sido aparentemente creada. Las dificultades con las que tropezaban los estadounidenses no eran del todo las mismas que babian desilusionado a muchos autores de panfletos ingleses en las décadas de 1640 y 1650. Los estadounidenses no estaban acosados por un ¢jército revolucionario cuyos oficiales afirmaban ser la vor del pueblo de manera mas auténtica que los represen- tantes elegidos por el pueblo. EI tinico intento de este tipo fue aplastado répidamente por el comandante en jefe. Tampoco esta- ban los estadounidenses sometidos a representantes que se aferra- bban al poder y se negaban a enfrentar una elecci6n. Sin embargo, los problemas estadounidenses provenfan, como en Inglaterra, el mal uso por parte de los representantes de los poderes asumi- dos en nombre del pueblo. Para vérselas con el problema, tenfan Ja ventaja de la experiencia inglesa, aunque a veces no se daban cuenta del todo de que estaban abriendo senderos marcados (pero no recorridos) por sus predecesores ingleses. La reaccién estadounidense ante los problemas planteados por el gobierno representativo no fue restaurar la monarquia, co- mo los ingleses habfan hecho en 1660, aunque unos pocos habla- ron desenfrenadamente de tomar ese camino. En cambio, los es- tadounidenses reaccionaron repensando la soberania del pueblo, no para repudiarla, sino para ponerla al servicio de los objetivos que sefialaban las ficciones asociadas a ella. Aunque se origin6 co- mo una herramienta de oposicién al gobierno, podia ser usada LA REVOLUGION IMPRUDENTE an por la minoria que reflexionaba para dominar a las mayorias que no lo hacian, para controlar los prejuicios locales de los represen- tantes y dar una composicién mas cosmopolita a sus asambleas. De qué manera podfa lograrse esto era algo que habia comen- zado a preocupar a los estadounidenses pensantes tan pronto co- mo la independencia eliminé la autoridad externa, pero la locura evidente de las asambleas de los estados en la década de 1780 dra- matiz6 y aclaré el problema e hizo que su solucién fuera cada vez mas urgente. El problema, como se presentaba en ese momento, era doble: primero, en nombre del pueblo, poner limites a las ac- ciones de los representantes del pucblo, y segundo, si era posible, ampliar la visin de los representantes mismos, sin destruir el ca- racter de sujetos locales que los hacfa representativos. En tltima instancia, los dos problemas y sus soluciones estaban entrelazados, pero se materializaban por separado. La primera colucién ya habia cido elaborada, pero no imple- mentada, durante la revolucién inglesa. Los Levellers, incluso mien- tas pedian un Parlamento més representativo, habjan buscado una manera de que e] pueblo limitara a sus representantes. Ha- bian sugerido “un Acuerdo del pueblo, iniciado y concluido entre el pueblo” como constitucién fundamental superior a los estatutos parlamentarios. Aunque los devellers fracasaron, el ejercicio de la soberania popular en Inglaterra condujo a otros, como Vane y Lawson, a hacer la misma distincién entre el poder electivo del pueblo y el poder legislativo del gobierno. Se le dej6.aJohn Locke la tarea de refinar la distincién y darle la forma clésica en su Segundo tratado sobre el gobierno civil. Los contemporaneos de Locke fueron lentos para entender a fondo las implicaciones conservadoras de su argumento. En 1689, los hombres que pergefiaron la Gloriosa Revolucion ingle- sa no corrieron el riesgo de convocar al pueblo, fuera éste lo que fuese, a la accién. Después de que se hizo evidente que el orden social habia sobrevivido intacto, se mostraron dispuestos utilizar el Tratado sobre el gobierno, de Locke, como una explica- cién posible de lo ocurrido, pero no fue una explicacién que encontrara algin lugar en la ley inglesa. EI pueblo inglés nunca, ni siquiera ficcionalmente, ejercié su poder constituyente del 212 EDMUNDS. MORGAN Parlamento. Actué solamente a través de sus representantes en a Camara de los Comunes. ‘a decir verdad, Locke les habia dicho cémo podian actuar de otra manera. Ni Lawson ni Locke estaban seguros acerca de co- mo el pueblo, ya encarnado en una sociedad (de cualquier mane- ra que se hubiera llegado a ello), podria llegar a formar un gobier- no. Prefirieron pensar que eso ya habia ocurrido en un pasado no registrado. Incluso los levellers habfan sido poco precisos respecto a.cémo su Acuerdo del Pueblo podfa ser alcanzado. (gDe qué ma- nera el pueblo autorizaria su redaccién? Fue Madison quien dio la solucin que se impuso en iiltima ins- tancia, la Constituci6n de los Estados Unidos, aunque ésta no tomé del todo la forma que él inicialmente deseaba cuando, junto con sus contemporaneos, se abrfa camino a tientas hacia la gran Conven- Gién Constituyente de 1787. Esa convencién, en cuya puesta en mar- cha Madison jugé un papel principal, no se ajustaba ala receta ideal para simular un ejercicio del poder constitucional del pueblo, pues os miembros fueron elegidos por las legislaturas, no directamente Por el voto popular. Pero aun antes de que se reuniera la Conven- cién, Madison reconocié que podia alcanzar los objetivos que tenia ‘en mente para ella s6lo apelando a una soberania popular, no reco- nocida del todo hasta entonces, del pueblo de los Estados Unidos ‘como un todo. Sélo éste podia ser considerado algo superior al pue- blo de cualquier estado por si solo. Ylo que Madison tenfa mas di- Tectamente en mente era superar las deficiencias de los representan- tes de orientacién local que ocupaban escafios en las legislaturas de los estados. Para ese fin, imaginaba un auténtico gobierno nacional, 284 EDMUNDS. MORGAN {que se apoyara en Ia autoridad no de los gobiernos de los estados y ni siquiera en la de los pueblos de los estados considerados por se- parado, sino en el pueblo estadounidense, un pueblo que constitufa tuna entidad distinta y superior, capaz de dar al gobierno nacional una autoridad que necesariamente chocaria con la autoridad de los, gobiernos de los estados. Las implicaciones totales de lo que iba a proponer no eran evidentes a primera vista ni siquiera para el propio Madison. Asi como en la década de 1640 la Camara de los Comunes inglesa ha- bia inventado un pueblo soberano para derrotar la soberania del rey, Madison estaba inventando una soberanfa del pueblo estadou- nidense para superar la soberanfa de los estados. No era una de esas invenciones para las cuales el mundo no estaba preparado, si- no que se trataba de un invento que clamaba por ser puesto en prictica. La revolucién habia creado una reserva de sentimiento nacional y toda una clase de hombres que habfan comprometido sus vidas y fur tunias en una causa comin que parecia estar disol viéndose en Ia vietoria. Crear un gobierno nacional que reposara sobre todo el pueblo de la nacién era quizé la solucién obvia, y desde 1780 la convencién constituyente habia sido la manera ob- via de conseguirlo. Pero la clase de gobierno que podia desafiar y superar las deficiencias de los gobiernos de los estados no era in- mediatamente evidente, No serfa suficiente crear un gobierno na- cional con las mismas deficiencias, lleno de representantes orien- tados hacia lo local por sus electorados locales. Al mismo tiempo no alcanzaria con crear un gobierno nacional sin el apoyo popu- lar que lo sostuviera para enfrentar a los gobiernos de los estados. Madison habja estado pensando en estos peligros paralelos durante algiin tiempo antes de que la Convencion se reuniera, y por consiguiente él estaba en condiciones de adelantarse en el in- tento de maniobrar entre ellos. Lo que habia reconocido, antes de que otros lo hicieran, era que el primer peligro era més aparente que real, que el gobierno nacional por su propia naturaleza no es- tarfa sujeto a los defectos que mostraban los estados. Es bien sabido que Madison habia estado leyendo Idea of a Perfect Commonwealth, de David Hume, el intento de este autor de superar (Oceana de Harrington. El plan de gobierno de Hume era casi tan LAINVENCION DE UN PUEBLO ESTADOUNIDENSE 285 desconcertante como el de Harrington, con una sucesién pirami- dal de cuerpos directivos. Lo que atrajo la atencién de Madison fue su rechazo de la suposicién popular de que el gobierno repu- blicano era adecuado sdlo para paises pequeiios. Por el contrario, sostenia Hume, una replica grande era preferible a una peque- fa porque en ella “hay amplitud y espacio suficientes para refinar lademocracia, desde el pueblo més bajo, que puede ser admitido en las primeras elecciones o la primera preparacién de la repiibli- a, hasta los més altos magistrados, que dirigen todos los movi- mientos. Al mismo tiempo, las partes estén tan distantes y remotas que es muy dificil, sea por intriga, prejuicio o pasién, apurarlas a tomar cualquier medida contra el interés pubblico”. Madison se valié de Ia vision de Hume. El problema con las asambleas representativas de los estados era que los estados eran demasiado pequefios. En cada uno de ellos, los grupos con intere- ses particulares podian formar mayor‘as populares para sacar ade- lante medidas que eran injustas para otros grupos. En particular, los grupos deudores podian oprimir a los acreedores. En Virginia una secta religiosa habia sido capaz de oprimir a las otras hasta que Madison mismo habia ayudado a dirigir una exitosa campafia para terminar con la opresién.*®5 En un gobierno que se extendie- ra por todos los Estados Unidos, la tiranfa de las mayorfas serfa mucho menos probable, porque no seria facil formar mayorias. La miultiplicidad y la diversidad de intereses en un territorio tan gran- de protegerian a Ias minorfas, asf como la multiplicidad de sectas, religiosas en muchos estados impedfa a cualquier secta adquirir la mayoria necesaria para oprimir a las otras”.*** El tamafio era la clave. No s6lo impediria la formacién de ma- yorfas, sino que pondriaa disposici6n una gran fuente de talentos, de donde elegir para ocupar cargos de gobierno. Mientras consi- deraba los beneficios del tamafio, a Madison se le ocurrié que in- ‘luso el Congreso Continental habfa exhibido algunos de ellos. Si hubiera tenido un veto sobre la legislacién de los estados, que él consideraba esencial para cualquier nuevo gobierno nacional, ha- bria prevenido la mayorfa de los males que habian atormentado al pais. “No ha habido un solo momento desde la paz”, le escribié a Washington, “en que los representantes de la unién hubieran dado

También podría gustarte