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| BRUGUERA/LIBRO AMIGO LA MARCHA °* SOBRE ROMA LUIS BETTONICA Un hombre Ilamado Mussolini 5 -— _ LA MARCHA SOBRE ROMA Luls Bettonica EDITORIAL BRUGUERA, S. A. BARCELONA © BOGOTA BUENOS AIRES © CARAGAS © MEXICO © Lute Bettonica - 197 © Keystone = 1977 Cubierta La presente edicién es propiedad do EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (Espatia) Ls edicién: marzo, 1977 Impreso en Espaia Printed in Spain ISBN 84-02-05074-3 Depésito legal: B. 6848-1977 Impreso en los Talleres Grificos de EDITORIAL BRUGUERA, S.A. Carretera Nacional 152, Km 21,650 Parets del Vailés - Barcelona - 1977 + La Italia de Humberto I 1A Roma! A las 10.42 del dfa 30 de octubre de 1922 hizo su entrada en la estacién Terinini de Roma el tren di- recto mimero 17 que habla salido de Milén la noche anterior a las 2030. De un cochecama descendié ob diputado onorevole Benito Mussolini, acogido triun- falmente por un nutrido grupo de fascistas. El Duce descubrié entre la muchedumbre a un oficial del ejér- cito, el coronel que estaba al mando de la estacién ferroviaria. Se le acere6 con paso firme y pronuncié eolemnemente estas histdricas palabras —Entro en Roma como jefe del Gobierno y mi primer saludo es para el glorioso ejército. {Viva Ita- Hal iViva el Rey! El anénimo oficial, estupefacto, se sintié algo ner- vioso porque asf, de sopetén, no se le ocurria qué con- testar al nuevo jefe del Gobierno. Pero tras unos instantes de comprensible titubeo, el coronel, que ya ee sentfa un italiano importante, improvisé una frase BO menos histérica: —B! ejército italiano —dijo, rotundo y tal vez un tanto temerario— estar4 siempre firmemente dispues- to a cumplir con su deber. Reconfortado por el optimismo del coronel, Mus. solini subié al automévil para dirigirse al Palacio del Quirinal donde habia sido convocado por el rey para recibir el encargo de formar nuevo Gobierno. Pero los solicitos y poco escrupulosos cronistas oficiales del fascismo aprontarfan una versién distin. ta, mas épica y dramitica, con un protagonista duro € severo, armato di fucile y capaz de tutto osare —de atreverse a todo— al mando del aguerrida ejércita fascista. La verdadera Marcha sobre Roma del Duce no tuvo el menor matiz heroico, ni Jo tuvo la Marcha sobre Roma de los demés, por la simple razén de que nadie se opuso a ella, El cuadro que en el afio 1935 presidiria la aportacién italiana a la Expo- sicién de Arte Moderno de Parts, representaba al Duce a la cabeza de las legiones fascistas mientras se lan- zaba, montado sobre un soberbio y brioso caballo medio de una encarnizada batalla, ante las puer- tas de Roma. Pero aquel cromo carecia de valor do- cumental porque allf no se libré ninguna batalla, No hubo enemigos con quienes guerrear. Ni el rey, ni el Gobierno, ni los partidos, ni el ejército salicron al paso de los camisas negras que marcharon sobre Roma. Todo sucedié segtin los deseos (y hasta cierto Punto segiin Jas previsiones) de Mussolini, que nunca habia crefdo en la capacidad militar de sus «marchis- tas» y que, como «viejo zorro de la politica» —as{ Jo define el prestigioso historiador Angelo Tasca—, preferia conquistar el poder, mientras le fuera posi. ble, con armas legales o que por lo menos lo pare cleran. El «viejo zorro» tenfa a Ja sazén treinta y nueve afios, Habia nacido en Varano dei Costa, caserio de Dovia que Iuego se Hamarfa Predappio Nuova, case- rio perteneciente al municipio de Predappio, de la provincia de Forlf, en la Romaiia, el 29 de julio de 1883, el mismo afio en que murié Karl Marx, per- sonaje hacia el cual sentiria una ciega admiracién durante su juventud. Su padre, Alessandro, era he- trero de oficio, y su madre, Rosa. Maltoni, maestra de escuela. En su Autobiografia, Mussolini no escon. dié la humildad de su cuna ni se preocupé del arbol genealégico familiar. Ya se més tarde Jos aduladores bidgrafos oficiales de escudrifiar la es- tirpe de los Mussolini «descubriendo» nobles antepa- sados del Duce desde el siglo xm en adelante, tenta. 6 cién en la que cayé. también su hermano Arnaldo, € incluso el mismo Benito Mussolini en sus cologuios con Emil Ludwig. No seria éste, de todos modos, el Pecado de vanidad mas grave del creatore del fas- cismo. La familia Mussolini En realidad, Ja familia de los Mussolini ‘no era, rigurosamente hablando, de origen campesino: perie- necia a aquella pequefia burguesia rural que més tarde el Duce escarnecerfa tan duramente. Alessan- dro, en efecto, habla heredado de sus mayores una herreria que, sin embargo, no tardé en vender por- que el oficio de herrero, efercido a salto de mata y_sin la menor aficion, no le daba lo suficiente para vivir. Alessandro Mussolini era, en el fondo, un buen hombre al que su ferviente vocacién revolucionaria y eu desenfrenada debilidad por las mujeres le aparta- ‘ban constantemente del trabajo en su herrerfa. Prac- ticd con pertinaz entusiasmo el amor extraconyugal y se entreg6, con igual dedicacién, a Ia causa politica inspirdndose en el ideario nihilista de aquel auténtico principe de la violencia, intelectual contestatario entre ingenuo e incendiario, verdadero némada de la revo- lucién, que fue Mikhail Bakunin. Pregonaba su credo Tevolucionario en las tabernas, con charlas desorde- nadas y vehementes, y defendia sus ideas a. través de los periédicos locales con una prosa elemental, directa y eficaz: el herrero no habfa frecuentado la escuela, pero sabfa hablar, leer y escribir correcta- mente. Habja sido un autodidacta perseverante y era un lector infatigable. Su primogénito heredaria estas dos grandes aficiones: la pluma y las mujeres. Y las cultivaria con indiscutible éxito. Rosa Maltoni eta una mujer de sélidos principios morales, bondadosa y dulce, aunque los modales de gu educacién burguesa, la prudencia y la delicadeza de -4nimo disimularan su extraordinario temple de ‘cero, 6u admirable firmeza de cardcter, su ejemplar a re ve 11 em 9 ebpiritu de sacrificio, Administrando sabiamente su médico estipendio de maestra, soporté sobre sus espaldas el peso de Ia familia. Acepté con resignada serenidad una vida Mena de privaciones. Amaba a su marido y respeté siempre sus ideas, sin compartir Jas. Supo estar en aquel ambiente ateo y revolucio. nario sin abdicar de los principios catdlicos y con. servadores que habfan presidido su educacién. Com sintié incluso que su primer hijo se Hamara Benito, Andrea, Amilcare: tres nombres que constitufan ung especie de profesién de fe politica Mussolini, porque éste escogié el nombre de Benito en honor de Benito Judrez, el revolucionario mexi. cano; el de Andrea, en memoria del socialista Andrea Para mayor gloria del anar- . Seguramente estos nom- mas apropiados a Rosa Mussolini, aquel bautizo revolucionaria, una definiti- No sabemos qué ilusiones se harfa el herrero de Predappio sobre el porvenir de Benito, pero es facil Suponer que sofiara para su hijo una fulgurante ca- rrera politica, a pesar de que el nifio no apuntaba una especial inclinacién a la oratoria, arte que el Padre, como hemos dicho, practicaba ‘con entusias- mo para servir a Ia causa revolucionaria. El pequefio Benito empez6 a hablar bastante tarde y este retraso. Preocup6 seriamente a sus padres. Por fortuna, di. Sip6 aquellos légicos temores el diagnéstico de un Otorrinolaringélogo que lo reconocié en Forlf. Tran. quilizado por Ia salud de Benito, Alessandro conti. nuarfa albergando, sin embargo, serias dudas acerca del futuro politico de su hijo. El buen hombre pro- bablemente ignoraba que también a Carlos V le coy 6 mucho aprender a hablar, Italia unificada Cuando nacié Benito Mussolini, el Estado italiano }-@ontaba tan sdlo veiutiddés afios de existencia. Como ‘0 aabido, desde la cafda del Imperio romano has. * ta 1861, afio de la unificacién bajo la corona de Vic- (or Manuel II de Saboya, la peninsula permanecié ida en territorios bajo dominacién extranjera. foes te catorce siglos, Italia fue un eee de Es tados absolutamente inestable y sometido sucesiva- Mente a influencias diversas. Con la proclamacién ri Reino de Italia se consiguié realizar una unidad i crear un nuevo Estado y programar un fu. “fare comin para la jndlscutible entidad geogrésica f\" peninsular. Pero no fue posible, obviamente, impro- } usar una sélida conciencia nacional. «L'Ttalia ¢ fatta, ora bisogna fare gli italiani», dijo el patriota Massi. ‘Mo d’Azegtio. Tenia razén. Los padres de la patria “" m\Victor Manuel I, Cavour, Garibaldi— solo habjan abecho» un reino. Para hacer» a los italianos, se ne- cesitaria mucho mds tiempo. « ., Después de la unificaciém, a pesar de que los Go- blernos que se sucedieron en Italia tenian distintos tf eolores politicos, las diferencias de mentalidad de la Gi lase dirigente fueron inapreciables. Las institucio- fines publicas serian, hasta el fascismo, las mismas jque se crearon en 1847 a través del Estatuto finda- Mbental del pusilénime Carlos Alberto, rey de Cer- 4) defia, que fue la Constitucién del nuevo Reino de Ita- ‘Ma, El poder quedé en manos de una clase politica ff aristocraticorural y burguesa, mientras que la masa ; @@ mantuvo totalmente apartada de la vida piblica 1. y de los problemas civicos. Sélo hacia finales ¢el si- {by Blo xxx, cuando la crisis econdmica en el sector agra- Ho canalizé las fuerzas de la produccién hada la industria pesada, adquiririan forma concreta lis di- as entre la Italia burguesa, defensora del orden ly del nacionalismo, y la Ttalia de las masas populares y del socialismo arraigado en la genercién salida del Risorgimento —el movimiento de unifica- cién e independencia que se desarrollé a partir de 1820—, en la que subsistié una corriente radical ins- pirada por Gi Mazzini, imbuida de romanti- cismo revolucionario y, bajo la influencia de Bakunin —que tanto habfa impresionado con sus ideas a los antiguos carbonarios, iniciadores del Risorgimento, a los mazzinianos, rebeldes pero austeros, ya los ale- eres y violentos garibaldinos—, fuertemente colorea- da de anarquismo, EI anarquismo italiano Conviene que nos detengamos para examinar Ja evolucién del, anarquismo italiano. El abanderado fue, como queda dicho, Bakunin, al que siguieron nu- merosos jévenes, los que més ilusiones habfan alber- gado al constituirse el Reino de Italia, los vastagos de Jas familias de la aristocracia, especialmente de la feu- dal y cerrada aristocracia campesina del sur de Italia: Enrico Malatesta, Carlo Cafiero, Carlo Palladino. Bs tos y tantos otros inquietos aristécratas abrazaron la fe anérquica de Bakunin y, desordenados y apa- sionados, sin tan siquiera redactar un programa ni formular una precisa teorfa politica, se lanzaron en cuerpo y alma a organizar la revolucién que, segiin Ja intima conviccin de todos ellos, tenfa ya cercana Ja hora suprema. Una hora suprema que, sin embar- 20, no Megarfa jamés. Intentaron sublevar a las ma- sas de Apulia, de la revolucionaria Romafia, de la m(sera Sicilia. Fracasaron en todos lados. Una y otra vez el pueblo dejé de acudir a la cita con aquellos andrquicos que, por mucho que lo negaran, no de- jaban de ser unos aristécratas disfrazados. Esta continuidad de fracasos disgregé el anarquis- ‘mo italiano en numerosfsimas corrientes, entre las que cabe distinguir a tres por su mayor importancia, Una, la més coherente y especulativa, evolucionaria hasta fundar, en 1892, el partido socialista italiano. La segunda intentarfa, en vano, realizarse a través 10 i experimento sociopolitico conocido por viteomunidades experimentales». La historia de estas comunidades» mereceria un largo capitulo aparte. Siguiendo e] ejemplo de los Padres Peregrinos, que a América con la esperanza de fundar alli su Republica ideal, numerosos anarquistas italianos marcharon al Nuevo Mundo decididos a realizar sus suefios utépicos. Surgieron una docena de estas «co- munidades», la m4s importante de las cuales fue Im Colonia Cecilia, fundada en Brasil por Giovan- Ai Rossi, médico ‘de Pisa. Es cierto que el expe rimento dio ciertos frutos durante algunos afios: la Colonia se desarrollé y prosper6 sin reglamentos anf Jefaturas, abolida Ia propiedad e instituido el amor {Hbre. Pero, al final, los egofsmos personales y, mas que nada, los contrastes ideolégicos que tradicional- ‘mente han minado las iniciativas andrquicas, provo- caron el fracaso de los experimentos comuntarios. La fama siniestra que la palabra «anarquia» lleva consigo no viene ni de los anarquistas de la primera gorriente, ni de los innocuos sofiadores reunidos en {us comunidades experimentales de América, que #610 fueron los teéricos de una concepcién filoséfica cuyo ‘origen en los tiempos modernos va unido a Max Sti Ber, que publicé el libro Yo y mi propiedad, en 1845: ‘Wa movimiento polftico que proclamaba una sociedad ‘Wore de vinculos de autoridad, de religin, de justi- fy.@la, etc., y que, por tanto, tan s6lo puede realizarse Fei través de la revolucién. Estos fueron los anérqui- j : ‘autores de dulces cancioncillas de contenido inge- a pesar de la truculencia de las palabras o de ‘lee enternecedoras composiciones melddicas, como jyaquella tan famosa que Pietro Gori escribié cuando correligionarios fueron expulsados de Lugano 1894: ‘Addio, Lugano betta, O dolce terra pia; Scacciati senza colpa Gti anarchici van via E partono cantando Colla speranza in cuor. uw Finalmente est4 la tercera corriente’andrquica ita- Yiana, la de los individualistas, que pretendian'destruir Ja sociedad a través de la accién directa y de las vio- lencias personales. Estos anarquistas italianos no prac- ticaron el terrorismo —como hacian sus correligiona- ios franceses, rusos 0 espafioles—, sino que atentaron siempre, generalmente con éxito, contra determinadas ¥ concretas personas. Su doctrina era muy confusa. Consideraban, por ejemplo, que el hombre verdade- ramente libre era el que obedecia ciegamente a su propio este des concertante, increfble telegrama: «A vos personalmen- te he dispuesto sea otorgada, motu proprio, la Cruz de Gran Oficial de la Militar’ Orden de Saboya para compensaros por el servicio que habéis prestado a las instituciones y a la civilizacién, y para que sca tes- timonio de mi afecto y de la gratitud mia y de la Patria» _ ste fervoroso aplauso a la més imitil y criminal violencia le costaria la vida a Humberto I. El regi- cidio, perpetrado por Gaetano Bresci —que luego, du Tante el proceso que termin6 con su condena a cadena perpetua, declararia: «Yo no he matado a un hom- bre, he destruido un principio, fue sin duda la cién anarquica de mayor alcance en Talia. Y en rea. Udad marcé el declive de esta forma cruenta de lucha politica. A ello contribuyeron Ia subida al poder de Slovanal Giolitt, las reformas institucionales, el su. fragio universal, la libertad de huelga y de asociacisn, Mas tarde, la politizacion del movinests eliminé casi completamente de sus programas revolucionarios las acciones y atentados de inhumana violencia que en Elia, sin embargo, se repetirian en los afios del pre- Infancia de Mussolini En aquella atmésfera tensa, en aquella Italia , ta torpemente gobernada por Humberto I y sus poco aventajados colaboradores, Benito Mussolini vivis los @ios de la infancia y su primera madre, Benito sintid desde pequetio y di : ou vida una infinita ternura. Hecla el pace Ss los hombres, rudos e independientes, profesaban tra- dicionalmente la fe revolucionaria, al anticlericalismo como reaccién a Ja larga dominacién pontificia y el cult a la libertad. Tambien peso en el pequefio Mus- solini la escasez econémica que a pesar de los abne gados desvelos de Rosa Maltoni padecié la familia. Los exiguos y esporddicos ingresos del herrero y el sueldo de su’ esposa bastaban para cubrir solamente los gastos imprescindibles. Cuando Benito tenfa dos afios, nacié el segundogé- nito Arnaldo, y cuatro afios después la nifia, Eduvigis. Los Mussolini no Megaron a conocer el hambre, pero tampoco conocieron Ia abundancia. «En nuestra casa —recordaria el Duce, que més de una vez se compla- ¢i6 de la pobreza que habfa sufrido en su infancia—, no comfamos generalmente mas que sopa, legumbres y pan. Probabamos Ja carne sélo los dias de fiesta, Pero no los domingos.» Adorado por sus hermanos, Benito era un nifio dificil, discolo, caprichoso, violento y soberbio, El mismo escribirfa que habfa sido «un Pequefio granuja, inquieto y pendenciero. De vez en cuando regresaba a casa con la cabeza descalabrada por las pedradas, pero yo sabia vengarmes. Como dice el profesor Pedro Vega Garcia, quizd en sus luchas y provocaciones constantes pretendiera ven- garse. del ambiente sérdido en que vivia. El cardcter rebelde del nifio y ciertas peligrosas inclinaciones hacia una conducta demasiado desorde- nada —«Yo era un audaz ladrén campesino, y como Jefe de una banda de rateros arrastraba en mis fe- chorias a bastantes nifios-—, hizo que el padre, a pesar de su furioso anticlericalismo, se resignara @ matricular a Benito en el colegio de los salesianos de Faenza, con la esperanza de que aquellos reli- giosos lograran habituarlo a una vida disciplinada. Benito hizo su ingreso en el colegio, como alumno interno, cuando contaba nueve afios. Su permanencia no seria larga. La rebeldfa del pequefio pudo con la experiencia y la paciencia de los salesianos: cierto dfa, Benito disparé un tintero contra uno de los re ligiosos déndole, con certera punteria, en Ia cabeza; 15 en otra ocasién, clavé su cortaplumas, que manejaba con indiscutible destreza, a uno de los colegiales en el trasero; y Megé a los ofdos de los piadosos salesia- Bos que el alumno Mussolini, cuando los domingos salia del internado, se apostaba en las cercanfas de Ja iglesia para apedrear a Jos fieles que iban a misa... Ademés, los Mussolini no eran Tuy puntuales en el Pago de la pensién del nifio: al cabo de dos ajfios, Benito fue expulsado. De su estancia en el colegio de Faenza, el Duce conservaria tan sélo algunos recuer- dos: su primera comunién, que no sirvié para me- jorar su conducta, la amistad con un solo compa- fiero de clase al que Hamaban «Pedro el mentiroso» ¥ que tenfa la cabeza tan dura que Benito se divertia FpiMplendo sobre ella bastones y hasta ladrillos, la iscriminacién en el reformatorio, donde if aren diakiiies wh We gegen oie ae ke nobles, 60 liras mensuales de pensién, la de Ia clase media, 45 liras, y la de los pobres, 30 liras, a la que sentaba él... Mussolini escribiré mas tarde: «El re. cuerdo de aquel trato injusto juedado en el corazén.» me ha siempre Ensefianza secundaria, Mussolini, maestro Durante un afo permanecié en Ia casa pate! y la madre cuid6 personalmente, con amorosa soli, citud, ‘de su instruceién, Recobrada la libertad, de. vuelto a sus campos y a sus bosques, Benito estudio con verdadero entusiasmo y aproveché mucho mae cl tiempo que en el severo internado salesiano, donde fodo y todos se le antojaron hostiles desde el ‘primer dia. Para cursar Ja ensefianza secundaria, Mussolini ingresé en setiembre de 1895, cumplidos los doce afios, en Ia Real Escuela Normal de Forlimpopolt A, unos quince kilémetros de Dovia de Predappio, Dirigia aquel instituto el profesor Valfredo Carducer hermano de Giosué, el celebrado «Padre de las Le. tras». El profesor Carducci era un hombre cultiva, do, inteligente, excelente pedagogo: recibié a Beste 6 con simpatia, y le traté siempre con autoridad pero sin extremar innecesariamente el rigor de la discipli- na, «Mussolini, Mussolini —dijo en cierta ocasin el director al alumno—, usted tiene un gran ingenio, usted tiene un camino muy largo por delante en su vida; nadie Hegaré donde podré Hegar usted gracias al don que Dios le ha concedido; pero tiene que moderarse.» Segin algunos bidgrafos, los afios de Forlimpopoli —hasta el 8 de julio de 1901, fecha en que recibié el titulo de maestro— fueron “sin duda, Ja etapa més importante de la vida de Mussolini, por cuanto en ella comienzan ya @ delatarse los rasgos tipicos que definirian su carécters. Durante aquellos afios, el joven Benito hizo sus primeras experiencias amorosas: una, platénica, con la pequefia Elena Giun- chi, de su misma edad, doce o trece afios; después, las incursiones en los ‘burdeles provincianos y una aventura con una joven Hamada Virginia que Benito poseyé por primera vez, al parecer por la fuerza, en el rellano de las escaleras cuando la muchacha re- gresaba a su casa después de haber asistido piado samente a una funcién religiosa: los dos jévenes con- tinuaron améndose . Restauré la tradicién parlamentaria cediendo al primer ministro de turno el ejercicio del poder. E] primer periodo del reinado de Victor Manuel IT estuvo dominado por la figura de Giovanni Giolitt, un piamontés con una larga carrera administrativa sobre sus espaldas, que habia sido diputado en 1882 y ministro del gobierno Nitti, Liberal moderado en politica y en economia, inteligente y trabajador, rea- lista y empfrico, maniobrero y flexible, admirable 9 maestro en el arte del compromiso, Giolitti pretendié construir una Italia burguesa sobre la base de un proletariado satisfecho del desarrollo y las reformas sociales que la favorable coyuntura cconémica hizo posibles en el pafs durante la primera década de nuestro siglo: el dia de descanso semanal, la regla- mentacién del trabajo nocturno, de los contratos la- borales y de los accidentes de trabajo, la participa. cién de las cooperativas obreras en las empresas de utilidad piiblica, Giolitti tendié amistosamente 1a mano a los socialistas para que colaboraran en el gobierno (ofrecié una cartera a Filippo Turati, abo- zado, lider de la corriente moderada, dispuesto a man. fenerse dentro del juego democratic, a ejemplo de Ja socialdemocracia alemana, que habia servido de modelo a Antonio Labriola,’ Andrea Costa, Leonida Bissolati, Anna Kuliscioff, y ‘al mismo Turati cuando, en 1891, entre numerosas y contradictorias tendencias radicales y anarcoides, constituyeron el partido s0- cialista italiano). Digamos ya que el socialismo ita. liano habia surgido bajo el impulso de una vigorosa fuerza rural. Convendré tener en cuenta esta peculia- tidad —que no se repitié en ningtin otro pais de Europa— porque, en cierto modo, y no s6lo por la evidente relacién etimolégica, el fascismo italiano es- tard, al principio, bastante identificado con los mo- vimientos de los fasci (los haces, los grupos sélida. mente unidos) de trabajadores del campo que dieron vida a los movimientos de 1892 en Sicilia. Por supues- to, aquel socialismo agrario sedujo también a las masas obreras de los centros industriales del norte de Ja penfnsula —y a los campesinos del valle del Po, naturalmente— donde el malestar econémico de Jos tiltimos afios del siglo xix habia acentuado las diferencias sociales. A pesar de sus reformas, a pesar de esa buena voluntad para realizar las justas aspiraciones del pue- blo en el émbito del Estado liberal, a pesar de sus innegables virtudes politicas, Giolitti contribuys de una manera muy importante’ al desprestigio del Par. lamento que éI quiso, y consiguié, controlar en todo 20 momento usando los medios mAs eficaces del caci- cato politico: el sutil juego de los favoritismos, Is corrupcién més descarada, el total olvido de los es- ‘erdpulos imorales permitieron a Glolittl mantener en el Parlamento a una clientela propia a través de la cual pudo interferir a su antojo en las funciones de la Camara. El mayor descrédito de la institucin parlamentaria serfa una de las consecuencias més negativas del giolittismo en aquella Italia que, a la ‘ea76n, atin no contaba medio siglo de vida e inten- taba regirse por un sistema democratico, todavia ex. perimental, sin tradicién alguna en la historia del pais. Giolitti retrasé asf la formacién de una con- ciencia nacional —el «fare gli italiani», que habia dicho D’Azeglio— que permitiera convertir en politica la unidad geografica. Por esto sus detractores le la- maron el veian en las estructuras de la placida sociedad de primeros de siglo habitos men- tales y convencionalismos que, en caso de perpetuar- se, jam4s habrian consentido al pais superar sus liv mitaciones y lo hubieran condenado al rango de na- cién de segundo orden, incapaz de levantar su voz en el didlogo de las grandes potencias. Los nostél- gicos, quienes sentian afioranza por aquella época que se les antojé feliz, no negaban tales razones: se lt mitaban a observar que, en el fondo, aquellas limr taciones eran propias de la realidad italiana, de su corta existencia, de las seculares lacras del pais. ¥ pen- saban que era mAs prudente no caer en la tentacién de grandes y temerarias aventuras, y evolucionar paulatinamente. Razonaban asi: «Si Italia no tiene medios para ser una gran potencia, pues que no lo sea, Limitémonos a combatir el analfabetismo, a me- jorar Ia higiene piblica, a industrializar poco a poco el pais. Y, sobre todo, vivamos en paz.» Asistian, se renos y complacidos, a todo lo bueno que la vida italiana presentaba y cerraban los ojos ante todo lo malo. Gozaban del bienestar general y progresivo, de las decorosas economias privadas de la burguesfa, del equilibrio que presidia la vida social. E ignoraban —o pretend{an ignorar— que cada vez se hacfa mas profunda la divergencia entre el norte, progresiva- mente industrializado y poseedor de mayores recur- sos, y el sur, con su agricultura tradicional desaten- dida, abandonado a su secular estructura semifeudal y sojuzgado por una antigua mentalidad de clan que ‘se oponia a toda clase de renovacién y progreso. Divergencia que ahondaba ain més el foso entre los nortefios y los meridionales, levantando otro obstécu- jo a la lenta y dificil consolidacién de la precaria unidad nacional. . ‘Si bien es cierto que poco menos de Ia mitad de Jos italianos no sabfan ni leer ni escribir, la «Italiet- 2B ta» podia presentar con orgullo a su poeta Giosué Carducci, consagrado universalmente con el Premio Nobel, o al eminente médico Camillo Golgi, catedra- ‘ico de la Universidad de Pavia, distinguido con el mis- mo galardén. Vilfredo Pareto con sus estudios sociolé- gicos, Benedetto Croce con sus teorias filoséficas, Ma- ria Montessori con su revolucionaria doctrina pedagé- gica entre otros nombres ilustres, mantenfan Ja glorio- say secular tradicién del pais. Sucesores del gran Giu- seppe Verdi, otros compositores de talento honraron los ‘escenarios de la épera verista produciendo sus grandes dramas, y los italianos se emocionaron con la dulce japonosita de Madame Butterfly y los per- sonajes burgueses de la Boheme, con el mundo rural de la Cavalleria Rusticana, con la tragedia doméstica de I Pagliacci. Caruso, Titta Ruffo y otras voces pri- vilegiadas consagraron los nombres de Puccini, Mas cagni, Leoncavallo. La «Italietta», sorprendida, cono- cié las maravillas del cinematégrafo, En 1905 se rea- liz6 Ja primera pelicula italiana importante, La presa di Roma; doscientos cincuenta metros de ‘cinta que fueron la fe de nacimiento del cine como una indus- triaarte en Italia, En 1912 se rod6 el gran colossale de Enrico Guazzoni, Quo vadis?, historico triunfo del cartén piedra, que seria durante muchos afios el mo- delo de su género. Al afio siguiente, con Ma l'amore mio non muore, nacié el mito de la languida y fatal Lyda Borelli y, tan slo un par de afios después, cuando ya Ia Primera Guerra Mundial estaba cose. chando su tremendo tributo de vidas, la tenebrosa mirada de Francesca Bertini turbaba desde la blanca pantalla a los italianos. Mientras la Borelli, la Ber- tini, Pina Menicelli o Italia Almirante Manzini, tan lacteas y sensuales, encandilaban a los italianos sen- sibles a aquellos primeros matices de fatalidad se- xual, en Jos escenarios dominaba, con su magica y dolorosa inquietud, la cincomparable», la Sarah Bem. hardt italiana, Eleonora Duse, a quien cierta noche del afio 1885 un joven de veintidés afios, acercéndose a ella después de una representacion insuperable de Jos draméticos amores de Margarita Gautier, pronun- 24 I cié estas palabras: O Grande Animatrice! Aquel joven Nee hacia Mamar Gabriele d’Annunzio. Opera Ifrica, cine, teatro, y también el deporte: en 1895 Italia habfa , disputado contra Suiza su primer partido internacio- * nal de fatbol y no tardaron en popularizarse los nombres de los primeros equipos y de los primeros ases. Nacié también el automovilisine deportivo y, 2 en 1907, dos italianos, Valerio Borghese y Luigi Bar- zini, cumplieron el raid automovilistico Paris-Pekin. Los italianos descubrieron también el graméfono * y-el teléfono, la publicidad y los primeros grandes .almacenes que, al estilo de ios de Paris, Londres 0 ‘Nueva York, inauguraron en Mildn los hermanos Boc coni con el nombre de «Alle citt& d'Italiax. Los ita- Hanos compraban muchos periédicos al precio de cinco oéntimos, y asi Jas tiradas de los grandes dia- Fos alcanzaron en Ia el medio millén de ejemplares. Claro que en los pueblos, después de ta misa de ios domingos, pocos lefan el periédico y mu- chos hacian corro alrededor de los cantastorie para escuchar sus truculentas narraciones. Entre otras, ia leyenda del célebre brigante Giuseppe Musolino, ban- dido romantico y «generoso», cuya captura en 1901 guscit6 casi mayor conmocién que le noticia, unas se manas més tarde, del primer SOS recibido por Gu- glielmo Marconi a través del Atlntico. Si el telegrafo Senza fili de Marconi parecié algo prodigioso, mayor entusiasmo suscitaron atin los primeros aeroplanos que, segtin las cronicas de la guerra italo-turca, pro- 4 vocaron el desconcierto y el panico en el campo ene- migo. El italiano —el pacifico burgués con paglietta, bastén de bambi y polainas blancas— seguramente ‘ge habrd sentido un poco orgulioso de su aviacién mi Mtar, ¥ un poco importante también: por primera ‘vez, Italia marchaba triunfante sobre Africa. Era afio 1911, primer cincuentenario de la Unidad italiana. La guerra de Libia devolvia al pais a Jos lumino- ‘gos destinos de la antigua Roma, conquistadora del mundo. Bealidades subterréneas En realidad, no todos los italianos de Ja «Ttalietta> compartian el ideal del guieto vivere. Bajo las placi- das apariencias de la Italia de Giolitti se oculiaban contrastes, resentimienios y rebeldfas. Estaban los na- cionalistas, imperialistas y belicosos, autoritarios y exaltados, ‘agiutinados en Ia Associazione Nazionale Italiana, fundada en 1910. Como escribe Paul Gui- chonnet, a la consolidacién del nacionalismo contri. buyé en buena medida Gabriele d’Annunzio, aquel poeta, novelista y dramaturgo, grafémane inagotable, ampuloso y prolijo, politico voluble que, sin solidez ni coherencia se invent6 la retérica del rinnovamento para pasar de un extremo a otro, de la derecha 2 Ia izquierda y de Ja izquierda a la derecha, impulsado siempre por su tremenda ambicién. Al servicio de la idea nacionalista puso su prosa suntuosa, su imagi- nacién delirante y gu esteticismo decadente que fascinaban a la burguesfa de la «Italiettas, aquella burguesfa tan mediocre, que, en pago de su apoyo y simpatia hacia los nacionalistas, recibié de éstos un pe- tulante desprecio y el més hiriente sarcasmo. Aunque la «Ttalietta» les enervara, los nacionalistas encontra- ron los primeros militantes en Ia clase que mejor is representaba. Al principio eran pocos pero, tras ia victoria en Libia y como consecuencia de ella, algu- nos nacionalistas ocuparon los escafios de la derecha en el renovado Parlamento. Otro sintoma importante de la realidad subterré- nea de ia «ltalietta» fue la aparicién del futurismo. En febrero de 199, Filippo Tommaso Marinetti pu dlicé en Parts €l primer Manifiesto futurista, Polémi- cos, violentos, a veces originales, los futuristas sur- gieron contra el culto al pasado, contra ias tradicio nes, contra las normas establecidas y exaltaron la tension hacia el futuro, la belleza de las maquinas, de la velocidad, del dinamismo. Si en el campo del arte el futurismo fue un saludable revulsivo, por otra 26 incurrié en el error de dar a sus principios es- HHéticos alcance y contenido de normas morales y so- ciales, En este sentido, Marinetti, que seria el gran Copywriter del fascismo, acabo convirtiéndose en un pernicioso inventor de esloganes. «Guerra, sola, igiene Bel mondo» fue una de las mds célebres bellaquerias Gebidas a su mediocre pluma. Con todo, a los futu: fistas no se les puede negar cierta coherencia. Inter- Yencionistas furibundes, no rehusarian alistarse para Iptervenir en persona én el chigiénico» ejercicio de la guerra cuando, en 1915, Wegara la hora de. pasar palal i decir gue, ode las palabras a los hechos. También cabe f aunque fuera con ribetes farsescos, las belicosas reu- © jones en que los futuristas exponfan sus ideas y sus Sbras, y que con frecuencia se conclufan a bofetadas i Gran bastonazos, prefiguraban, ya antes de la Buerra, aquelia violencia del choque frontal, del golpe ; de mano y de las spedizioni punitive que més tarde ‘drian en prdctica, con bien distintos objetivos, Pee tuadristl de Benito Mussolini. Pero, a la ne el joven Benito Mussolini, director de Avantil, no compartia todavia el vivere pericolosamente de nacio- nalistas y futuristas. Por haber participado en oH manifestacién contra la guerra de Libia en Ja esta de Forli, habia sido detenido —juntamente con Gs eorreligionario y amigo Pietro Nenni— y condenado a siete meses de prisién. Hasta finales de 1914 Let folini defenderia el pacifismo a ultranza, ateniéndose eacrupulosamente a la Winea programatica de su par tido. Desde las columnas de su periddico Dre ee 4 rotundo y violento: <{La guerra es la gran traicién'» BI 26 de julio de aque! afio hizo piblicamente 0 méxima profesion de fe antimilitarista y antibe Lica, tucribiendo un articulo con el titulo, perentorio y ear fegorico, de: «Abajo la guerral> _ tegerico. nos voluble que D’Annunzio en politica, at menos tenaz en la ambicién, pronto cambiaria Idea. 3. “Benitouchka” » “Dios no existe” EI ateo Benito Mussolini —Benitouchka lo Wama- ban allf, en Suiza, en los circulos de los revolucio- Barios rusos, donde los nihilistas y marxistas aprecia- 4 ban su cardcter violento e impulsivo— se encontré @ Slerto dia con el pastor Tagliatella quien, contraria- mente a él, por supuesto sf crefa en la existencia de Dios. En un momento dado de la discusin politica que ambos entablaron, Mussolini se levant6, puso su feloj sobre Ja mesa y' dij |) —Dios no existe! Para Max Gallo, los Tesortes que produjeron el voliafeccia fueron raidti- ples: ante todo, su gusto por el gesto heroico a tra: vés de la violencia verbal, diffcilmente compatitle con una politics neutralista; su ambicién de situarse en primer plano, cuando la intervenciéa democr tica, risorgimentaiz, carecia de una cabeza y ofrecia el puesto de mando que Mussolini no queria abate donar a otros; finalmente, la seguridad de que la Ttalia oficial Ie apoyarfa, como le apoyari el gran capital del pais. Cuando Mussolini, en el Teatro del Popolo grité: «Estoy solo!s, mentia. Estaba acom- pafiado. Muy acompatiade. ¥ lo sabia muy bien. ‘Algunos de los que le scompafiaban en el camino intervencionista —por el que Mussolini eché a andar, pero que no fue irazado por él, fueron quienes wencionaron if Popole d'Italia. Empecemos por ;ppo Naldi, propictario del diario bolofiés 7! Resto del Carlino, intervencionista como Ja mayoria de la prensa del ‘pais. Naldi, en una entrevista publicada por I Paese, en enero de 1960, revels que Hf Popole 49 @'ltalia vecibié fondos de Ja FIAT, de la Ansaldo, de la Edison, de la Unione Zuccheri. Renzo de Felice, historiador gue ha reconstruide con cautela y serie’ dad la genesis del diario de Mussolini, afiuima que, por st parie, Filippo Naidi contribuyé’con un capi- tal inicial de medio millon de liras al lanzamiento de iI Popoto. Luego esté el problema del oro francés». Se ha insistide mucho sobre este tema, También lo abordamos nosotros, en otro lugar, y deciamos en- tonces que el Gobierno de Paris, por supuesto en forma solapada y con lis debidas precauciones, sub- venciond «en un scgunks momento», a aguel porta vos intervencionisia en aba, Sobre este punio, no existen dudas razonables. Pero a la luz de nuevos estuclios hay que admitir la probabilidad de que el sero francés» Jlegara a manos de Benito Mussolini «desde el primer momenios. Concretamente, desde el 15 de noviembre de 1914, cuando el futuro propie- tario de 1! Popolo d'lratia recibié, con Ia mayor dis- crecién, 100.000 frances franceses procedentes del Mi nisterio de Finanzas de Paris. Al F, las sub- venciones contiquaron hasta 1917, «cuando los indus. triales italianos exigieron que Mussolini_ renunciara a ellas, prometiéndote los fondos necesarios para de- volver ef dinero hasta cntonces recibido de Francian. Paris, sin cmhatpo, no acepté la devolucién, Pero a pesar de esta colaboracién econémica, se- a arriesgado suponer que cl cambio de rumbo fuera dictado a Mussolini por ef dnimo ‘de lucro. Mucho menos puede considerarse como un acto de corrup- cién. En esto coinciden la mayorfa de historiadores, incluso autores tan rigurosos como Max Gallo, quien escribe textualmente: «Mussolini, indiscutiblemente, no estuyo impulsado por simples razones financie: Vemos, pues, que Mussolini encontré confortable, cficaz interesaca compafiia en el mismo momento en que lo abandonaron sus camaradas socialistas. Un Mussolini intervencionista convenia al Gobierno italiano, decidido a entrar en la contienda para esca- par del peligro de la revolucién (palabras del pe 50 quefio rey Victor Manuel TIT: «Tengo que hacer Ia guerra para evitar la revolucién»). Convenia también a los industriales, que con una Italia en guerra intuian pingiics negocios. Y convenia a los franccses, que buscaban un aliado mas. Mussolini no defraudé a ninguno de ellos. 11 Popolo d'Italia, con el mismo ardor que empleara el Avanti! en defensa de obje- tivos diametralmente opuestos, se batié desde su pri- mer mimero por la intervencién en Ia guerra. En un crescendo de delirio guerrero, Mussolini ni puso su prosa incendiaria, casi saténica, al servicio del intervencionismo: «La propaganda antiguerrera la ejercen Jos bellacos: los curas, los jesuitas, los burgueses, los mondrquicos», «;Los neutrales jamés do- minaron los acontecimientos, s6lo los padecieron!», «]Sdlo la sangre pone en movimiento la rueda sonora de la Historia!s, «jlo inevitable se cumplird: los viejos mundos de ta vida politica y social de Ttalia se convertiran en polvo miserable... ix, «No querer dis- tinguir entre guerra y guerra, y pretender oponerse a todas las guerras, sean Jas que sean, es una con ducta propia de imbéciles». Esto decia’ Benito Mus- solini en 1915. En 1911, habia dicho: — y los campe- sings —los campesinos resentidos que se habian cv- 4 Vitor Manuel de Saboya, «Padre de la Patria», en una wlegoria donde la joven ‘alia muestra su gratitud al tor Manuel IL esposa hijo de Vie y su Los Saboya de Victor A reina imponente, estatuaria y altanera, el 1, primer nr Giovanni G administratiy ro en_ polit fall el sent la_verdaders deza. Mussolini en 1915: aqui aparece en Roma, junto con intervencionistas, en una manifestacion de los par wlaios de la entrada’ en guerra de Italia Mundial como Mussolini ital militar, con las muletas, nuple soldado y, posteriormente, como cabo del 11 Re- perandaa dag que Se prodajo, durante runiento de los Bersaglieri. Pero cn mayo de 1918 fue peices veendido a sargento, segun consta en este documento. Entre En esta pagina, arriba 1920, alrededor mo mumero de «Gua diz incluso al ejercito. En esta pdj jo: Liorna, 1921. Grupos de mili tantes socialistas ante el teatro donde se esta cclebrancdk el XVII Congreso Nacional Socialista, Alrededor de 40.000. miembros. del par avon cn aquell ocasién el Congreso y fundaron el Partido Comunists Ttaliano, BI Altare delta Patria, en Roma, donde cl 4 de noviem- bre de 19 aniversario de la Victoria, fue inbu- mado el del Soldado _Desconocid supo sacar partido de la patritica. manifestacion. Una de las pri festacion en 19. ganelto en la mi 210, esta fascista de la primera hora ostenta una actitud semancipadas. Reparto de armas a los fascistas en una comandanc de policta. Victor Manuel II con el presidente del Consejo, Luig Facta, en la ceremonia de colocacién de la primer picdra del monumento a Mazzini. @ tregado a la causa revolucionaria— vuelven a entonar el himmo socialista: Avanti Popoto, alta riscoss Bandiera rossa, bandiera rossa... La bandizra rossa ta trionferd La bandiera rossa ta trionferd E viva it socialismo e ta libertd, iano tenfa més fachada que contenido. En realidad, tras Ja apariencia de un gran lo de masas, se ‘ocultaba un buen nimero de ‘artidos, desvinculados los unos de los otros, movidos por’ intereses distintos cuando no abierta: mente contradictorios, movimientos y corrientes con sus propios programas, estrategias y objetivos. An- tonio Gramsci compararia el socialismo italiano con el gran Circo Barnum. Los «ntimeros» del circo co- rrerian a cargo de los maximalistas, dispuestos a hacer una revolucién al dia; de los reformistas, que proyectaban una conquista gradual del poder; de los Hamados «fildntropes del socialismo humanitario», idealistas y nostdlgicos; de los campesinos pobres, que reclamaban sus tierras; de los campesinos enri- quecidos —los medieros, aparceros y nuevos peque- fios propietarios—, que lo que querfan era conservar Jas tierras; de los «astutoss, como los Hama Bocca, Jos abogados de la politica, que de Ja politica preten- dian hacer su profesién; de los que pensaban en un nuevo partido, un partido de élite, de los que preten- dfan estructurar el socialismo sobre los «consejos de fabricas, y de muchos otros. El programa dei gran circo socialista era realmente muy amplio. Era un solo cuerpo, de voluminoso aspecto, con muchas ca- bezas, con muchas voluntades. Es decir, un cuerpo sin cabeza y sin voluntad. Tanto es asi que, a pesar de su programético espiritu revolucionario, no Megé a hacer la revolucién. ¥ tampoco consiguié abrirse a otras corrientes, a pactar coaliciones, a recoger en su seno a las clases intermedias. 65 Inteligentemente, Giorgio Bocca advierte: «No nos engaiiemos sobre este punto: el partido socialista de la inmediata pospuerra auiza fuera un partido de re- formistas, pero en todo caso se mantuyo como un partido cerrado.» Y, en efecto, a partir de 1921 el so- cialismo italiano ird debilitandose, aquejado por una anemia rebelde, por un paulatino destallecimiento, por la pérdida de cnergias, inevitables resultados de Ja dispersién ideolégica interna, de la incoherencia entre sus miiltiples nticleos y movimientos, de Ia ab soluta falta de una estrategia comin. Hemos de vol- ver a Bocca una vez més para aclarar, desde ahora, un concepto muy importante para la comprensién de Ia verdadera historia del fascismo: «El fa: nace y no triunfa como reacci6n al bolchevismo; no es, como se pretendera hacernos creer, una Jegitima defensa de una burguesia amenazada ‘que sustituye a un Estado débil y desarmado. No, el fascismo, en realidad, se inicia y triunfa cuando la revolucion pro- Ietaria ha fracasado ya; el fascismo no es la defensa, es la venganza de la burguesfa atemorizada, y sobre todo es una revolucién de derechas, una manera es- cogida por la burguesia para afirmarse politicamente.» [a precaria situacién social y econdmica que re sulté de la guerra es harto conocida. La triste reali dad cra que quienes regresaban de Ia trinchera se cticontraban sin trabajo. Escaseaban los viveres. Los campesinos reclamaban las tierras, en las fibricas las huelgas eran casi continuas. Los ex combatientes, a Jos que la Patria les pag6 los servicios prestados ne- gindoles hasta el trabajo, se lanzaron a la calle y se enfrentaron con la tropa y la policia, y los que fueron sus oficiales en el Isonzo, en el Carso, en ef Piave tuvicron que dar orden dé carga contra ellos... Las masas saqueaban las tiendas de alimentos. La corrup- cidn se propagé, crecié el desorden, los mutilados de guerra pedian pan al Gobierno, los ex combatientes organizaban masivas cacerias de ratas en las cloacas de las ciudades para calmar el hambre. Hasta el clero reclamaba mejoras: en Prato y en Loreto, varios sacerdotes rehusaron decir la misa hasia que no se 66 les garantizaran unas entradas suficientes para subsis- tir, La concentracién industrial provocé una acrecen- tada inestabilidad en el sector agrario y el descenso de la produccién agricola, la eliminacién de un con siderable mimero de medianas y pequefias empresas y la consiguiente «proletarizacién» de la pequetia bur- suesia. Y ésta, que durante Ia guerra habia vivido en régimen de’austeridad, volvié a ostentar su rigue: za... Asi era Ia Italia victoriosa de 19181919. La victoria mutilads Pero més que ef descoatento popular por la st tuacién que acabames de recordar, pesaria en Ja his- toria de Italia Ia desilusién nacional por aquello que se Ilamé «vittoria mutilata». Con el tratado de paz Tialia habfa obtenido Ja tan deseade unidad googré- fico-politica, habia realizado el sueio del Résorgimen- io, habla conquistado fos territories irredentos. Pero ya hemos dicho que las aspiraciones italianas iban més all4: soberanfa sobre toda la peninsula de is- tria y la costa de Dalmacia, expansién del imperio africano a expensas de las ex colonias alemanas —la alegitima compensacién colonial» 2 la que aludia el pacto de Londres entre Italia y la Entente, suscrito el 26 de abril de 1915 por Francia, Inglaterra y Ru- sia—, adems de otras concesiones menores. La Conferencia de Paz dejé pendiente, sebre todo, Ja cuestién de Fiume, que Roma reivindicaba en base a la autodeterminacién. Sobre este punto, los aliados, especialmente el presidente de Estados Unidos, Wil- son, s€ mostraron intransigentes ¢ inexorables. La decepeién de los italianos fue tremenda. Sobre todo, Ia de los nacionalistas, y la de aquellos casi 200.006 oficiales —como hemos dicho, procedentes en su mar yoria de la pequefia y mediana burguesia— que con Ja victoria, con «su victoria, se encontraban en gra. ves dificultades para conseguir un empleo, un sueldo decente, un modus vivendi digno de un . Aque- los oficiales sélo tenfan sus medalias, sus heridas @ y sus recuerdos de guerra. La guerra era, pues, su timbre de gloria, su mayor mérito, el tinico patrimo- nio que podian reivindicar. Reivindicaron aquello por Jo que hicieron Ja guerra: la Nacion, la Patria, 18 altalia mas grande». Frenie a ellos, en contra de ellos, estaban los pro- letarios de la industria y del campo, los socialistas que, aun sin encontrar una Knea comin de accién, se sentian unidos por una aspiracién colectiva: la paz internacional. Asi otra divergencia, otro enfren- tamicnto contribuirén a ahondar el surco, que pronto Wegaria a sex un abismo, entre ia burguesia y el pro- Ietariado italianos. La clase intermedia, desitusiona- da y humillada, reaccionaré para reivindicar lo que considers sus legitimos derechos. Légicamente, su adversario sera la clase inferior. La revolucién no podra dirigirse hacia arriba. No convendra destruir el Fstado puesto que el fin tiltimo, el derecho reite- radamente reclamado por los medios y pequeiios bur- gueses, era el de sustituir al Estado, Transforman- dolo, por supuesto, pero conservandolo. Este fue el programa de Benito Mussolini, Conscguiria hacerlo realidad, apoyandese en los defraudados y acusando al Estado y a su forma de gobierno —ei parlamen- iarismo— como responsables de la «vittoria mutila- tay: «Este grupo de hombres apestados y sifiliticos del parlamentarismo... y que hoy tienen en sus manos esclersticas los destinos de Italia, este grupo de hom- bres quc se nombran ministros, no merecen otras de- finiciones gue las de bastardos, idiotas, mistifica- dores.» Mussolini, habil politico y gran periodista, decidié en el momento favorable presentarse en el campo de batalla donde le esperaba la gran masa de italianos embravecidos por la «mutilaciéns de su victoria, Su periddico H1 Popole d'Italia, que con tanta vehemencia habia patrocinado Ja causa intervencionista en 1915, habia cambiado en agosto de 1918 su subtitulo de sQuotidiano socialistay por el_de «Quotidiano det combattenti ¢ dei produttori». Con su extraordinaria inclinacién al sofisma, justificé esta formulacion en cy letra impresa de su cambio de rumbo proclamando que un hombre inteligente no puede ser siempre so- cialista, 0 republicano, 0 anarquista, 9 conservador, ya que el movimiento es cl reflejo del espiritu y que la inmovilidad es propia de los muertos. Ante la tumba de un muerto, la de su padre, Benito habia jurado su inquebrantable fidclidad a los tdeales del socialismo ateo. Pero no era culpa suya si, en un momento dado, «Dios (Qué lejos parecian estar los tiempos de Sui za...!) le ha destinade a grandes empresas»... Bl Mus- solini de 1919 aglurind los bumores, los malos humo- res, de los oficiales, de los arditi, de los ex comba- tientes que no encajaban en la paz, que reclamaban los derechos adquiridos en el frente, que despreciaban a Ios pusikinimes socialistas y que consideraban trai dores 2 aquellos burgueses gue se entiquecieron du- rante la guerra, a sus espaldas: los pescecani, los tiburones, Hamados asi por fode Jo que devoraron, insaciables, muy lejos de las Hineas de combate. [2 Po. polo @iialia se convertiria en una especie de «parte guerrero» diario a través del cual los partidarios de Mussolini se irian organizando. Mussolini, portavoz de los ox combotiontes El 16 de encro de 1919, Mussolini se presentaba como el portavoz, el anico portavoz autorizado, de los ex combatientes: «Es necesario sobre todo man- tener las promesas que se hicieron a los combatien- tes... Ellos no tienen tan siquiera la satisfaccién es- tética_y moral de ser recibidos triunfalmente... El soldado que se quita el uniforme vuelve a ser un ciudadano: y entonces comienzan para él las dificul- tades... jSefiores de! gobierno, sefiores de la clase dt rigente!: jtenéis que escucharnos!» En realidad, Mus- solini pretendia congraciarse con el mayor numero posible de italianos, sin hilar demasiado por to fino : inaugurando wna politica de ambigiiedad que le fa- cilitara la conquista de su dltimo objetivo —el poder— fuera con el apoyo de quien fuera. «A todos tiende oo ja mano, oportunista y demagogo —escribe Max Gallo—, en busca del irampolin, de la ocasién pro- picia, asegurando, sin embargo, que él parte de la ‘Nacién, de Ix zucira, de Ja victoria”. ¥ en estas va riaciones, el tema nacional es sin duda el tnico punte fijo de st: pensamiento politico, como la ambicion és el tinico resorte, Por Jo demas, él busca toda cole- boracién posible» Para que nadie se Hamara a en- gaiio, Mussolini pronunciarfa en marzo de 1919 aque. ila célebre frase con la que resumié Ia ideologia del yecién nacido fascismo: «Nosotros nos permitimos el Iujo de ser aristocraticos y democréticos, conservado- res y progresisias, reaccionaries y revolucionatios, legalistas ¢ ilegalistas, segén les circunstancias de tiempo, de lugar y de ambiente en las que nos vemos obligados a vivir y 4 obrar» Voluble y perverso, maniobrero y cinico, hébil y oporkinista, Mussolini reunié a su alrededor a los na- cionalistas, a los arditi, a los propietarios agricolas, a los danrunziani y 2 sus acélitos mds intimos, que ya vestian la camisa negra, También este punto es impertante: el fascismo italiano no nacié como un ‘nico y nuevo partido, sino que fue el resultado de una confluencia de corrientes distintas. Pero a Mus- solini y a su grupo hay que reconocerles una funcién determinante: la de aglutinar, unificar y establecer et contacto enire aquellas fuerzas de la media burgue- sia italiana de la posguerra, Y convendra tener pre- sente, ademas, que el Mussolini fundador del fascis- mo “en consideracion de «las circunstancias de lugar, tiempo y ambiente»— se permitié el lujo de incluir en el confuse programa inicial de su movimien- to tesis y propésitos de tendencia claramente socia- listoide y progresiva, tal vez para advertir que el fascismo nacfa tanto’ en conira de las masas prole- tarias revolucionarias como en contra de la gran bur guesia, En su proyeccién al exterior, ei fas zaba unas vagas perspectivas expansionistas, aun pro- pugnando —-paradéjicamente— una coexistencia pact fica en Ja politica internacional (eoexistencia pacifica que, sin embargo, comenzaria solamente a partir dei 7 momento en que Italia viera reconocidos sus dere- chos sobre Dalmacia, territorio que el Tratado de Versalles habia asignado a Yugoslavia y cuyos habi tantes son de mayoria eslava. Mussolini, en suma, como comenta Giorgio Bocca, se sentia profundamen- te pacifista... a condicién de que los demas cedieran y obedecieran), mientras que en politica interior pro- metia el sufragio universal, la eleccién de una Asam- blea Constituyente para Ia creacién de las institucio- nes rectoras del pats, la participacion de los trabaja- dores en Ja direccién de las industrias, un sistema de impuestos progresivos sobre el capital, Ia confiscac de los bienes acumulados mediante la especulacién durante Ja guerra, Fundacién del fascismo El poder de convocatoria de Mussolini, sin em- bargo, no parecié ser extraordinario aquel 21 de marzo de 1919, dfa de la fundacién del fascismo. A su Mamamiento acudieron alrededor de setenta milane- ses que se reunieron para constituir el primer Fascio Milanese di Combattimento, a cuyo frente figuraban Ferruccio Vecchi, Michele Bianchi y Benito Musso- Jini, quienes convocaron para dos dias mas tarde una asamblea con el fin de fundar la organizacién nacio- nal, los Fasci Italiani di Combattimento. La reunién tuvo Iugar en el némero 9 de la Piazza San Sepolcro de Milan, en Ja sala cedida por el Circolo degli In- teressi Industriali e Commerciali (el Circulo Indus- trial y Mercantil de Milén). Esta vez Ja concurrencia fue mAs numerosa, exactamente 119 personas entre las cuales se contaban los belicosos ¢ impacientes arditi, anarco-sindicalistas descontentos, socialistas in- tervencionistas y disidentes, republicanos nostélgicos, arrebatados nacionalistas, ex oficiales resentidos, fu. turistas y estudiantes, revolucionarios independientes y algin que otro ultraconservador més o menos despistado... Ostentaba la presidencia de tan variada y extravagante reunién politica, el ductor de los ar 1 diti, Ferruccio Vecchi, y se vieron entre los asistentes rostros destinados a medrar en el ya cercano venten- nio fascista: como el inefable Marinetti, 0 Giuseppe Bottai, que seria el intelectual iluminado del régimen, © Roberto Farinacci, la figura mds despreciable y ne- fasta de toda la historia del fascismo italiano. La resonancia del acto fundacional del fascismo fue tan escasa como exigno el mimero de participan- tes al mismo, los que se Namarian sansepolcristi y que, misteriosamente, se muttiplicarian en los afios triunfales del régimen, cuando el titulo de sansepol- erita, 0 «camaradas de Ia vigilia» como también se Hamé a Jos fascistas de la primera hora, otorgara el derecho a lucir un distintivo especial y ‘seré motivo de preferencia para los aspirantes a los cargos piibli- cos... Mussolini, temerario, afirmé en Ia sesién fundacio- nal; «Dentro de dos meses tendremos en toda Italia un millar de Fascis. O se engafiaba a si mismo, o en- gafiaba a los demds. Las adhesiones al nuevo’ movi- miento fueron Hegando muy lentamente, y hasta fi- nales del afio 1920 el fascismo conté solamente con «un pequefio grupo de individuos que actuaban en Ja orbita de IT Popolo d'Italia y de su director, fun- dador y propietario» como afirma Antonino Repaci uno de los maximos investigadores de la historia fas: cista. Por otra parte, tengamos presente que en su Jenta expansién el movimiento no consiguié. calar hondo en las masas, por lo menos hasta la marcha sobre Roma. Fueron formandose en las ciudades re ducido grupos alrededor de unos micleos constituidos casi siempre por los arditi, que desde enero de 1919 ya habian fundado su propia asociacién nacional. La misma noche del 23 de marzo, cuando Ia sala del Circolo degli Iateressi Industriali e Commerciali estaba casi desierta, Vecchi recibié a sus mis ficles seguidores. Pufial en mano, pronuncié el solemne ju- ramento: «Nosotros juramos defender a Italia. Por Italia estamos dispuestos a matar y a morir> Los arditi prestaron al fascismo no solo sus ideales de violencia, sino también el mito del italiano heroico, DR el estilo y Jas formas. La camisa negra vino de su uniforme —jersey negro de cuello alto debajo de la casaca militar— a través del atuendo de los legiona- rios de D'Annunzio. También el fez negro, que desde el principio usaron los squadristi y que luego seria complemento del uniforme oficial fascista, era distin- tivo de los arditi, Del mismo modo, el fascismo se apropié del sfmbolo de la calavera que aquellos co- mandos Ievaban bordada en el jersey y en el fez. El gallardete triangular de las squadre fasciste dazione tiene el mismo origen, y se convertiria en la tipica expresi6n del régimen; w+. sempre in pugno il valido moschetto, sempre in alto, fiero il gagliardetto, El lema «Me ne frego», expresin soez de popula- chera prosapia dialectal romana, entré en el Ienguaje de los arditi y pas luego, consagrado por el petulan- te D’Annunzio, a los legionarios de Fiume, y final- mente, more solifo, a los squadristi, con la aprobacién y_el entusiasmo de Benito Mussolini que escribié: «El orgulloso lema de los squadristi, "Me ne frego”, escrito sobre las vendas de una herida, no es sola: mente una expresiGn de filosofia estoica 0 simplemen- te el resumen de una doctrina politica: es la edu- cacién a la batalla, a Ia aceptacién de los riesgos que ésta conlleva, es un nuevo estilo de vida ideal.» He aqui un botén de muestra de la insoportable re- t6rica mussoliniana: retérica dulica y solemne, repi- tiendo una y mil veces las més temerarias profecias sobre los destinos luminosos de la patria, los ditiram- bicos cantos a la victoria, las reivindicaciones de las glorias imperiales, el repetido y exagerado homenaje al sentido del honor, al herofsmo y a la virilidad de los italianos; y retérica grosera, sarcdstica, burda, Ienguaje de palabrotas, insultos y ordinarieces para uso y consumo de las masas. La ampulosa retérica de Mussolini desde el balcén de Palazzo Venezia y la retérica del «Me ne frego» bordado con hilo de plata B en los estandartes, cuadrados y rectangulares, que Jos squadristi usurparian, deslumbrados por el mito de la romanidad, a los legionarios de Ia antigua Roma. Como hemos advertido, el tascismo de 1919 y de 1920 era un cuerpo raquftico que se fue desarro- Mando Jentamente, con muchas dificultades, tal vez a causa de su hibrida naturaleza. A la ausencia de un programa claro y definido, correspondia una absoluta incoherencia idealdgica. Sdlo dos motivos, el naciona- lismo y el imperialismo —exaltacién de Ja victoria ¥ Tencor hacia los ex aliados y los propios gobernan- tes que habia y su «Comandante» el gue mrero que disponia de las fuerzas armadas. Por otra 5 Parte, la constante adulacién del Duce, D'Anaunzio, Por sincera simpatia hucia el nuevo moviniento fas. cista y por su absoluta incapacidad de resistirse a ui halago, respondié prestamenie apoyando Ia carnpaiia de Mussolini con sus bien labradas piczae retoriess. Pero aquel idilio entre fos dos personajes, bastante parecidos en ciertos aspectos, esiaba faialmente mii nado por Ia envidia, por et recelo y por la vanidad, a inmensa, delirante vanidad que tenia su asiento en el fnimo de uno y oiro personaje. ¥ Mussolini no podia olvidar el himno de los legionarios fiumanos, Que anunciaba Ia conquists del Quirinal y el bom: bardeo del Parlamenio, es decir, Ja marche evbre Roma. Por aquel entonces, semejanie proyecto ee puso de moda, BI 9 de setiembre de 1919, uno de los ca. becillas legionarios eseribid al Fascio de Trieste con cretamente; «La gesta de Fiume debe culminar en Roms.» Ne pocos capitalistas indusiriales. pensaron que una conquista del poder desde Fiume acabaria son el Fermento que agitaba a las masas proletari ‘También en algunos cireulos militares la idea tenia muchos partidaries que sofiaban con el reconocimien- to de los privilegios del ejército y de Jos derechos de los defraudados ex combatientes. Incluso el duue de Aosta tal vez hubiera estado dispuesio @ patroci- nar una marcha dannunziana sobre ‘Trieste y sobre Roma, porque en su fuero interno sibergaba ambi ciones dindsticas. Y ef D’Annunzio se hubiese decidi- do a la aueva aventura, lo hubiera hecho para ins- taurar en Italia a misma dictadura que habia instau- rado en Fiume. Sobre esto, desde luego, Mussolini no tenia la menor duda. ¥ con razén. Mussolini, que viajaba a Fiume desde Milin ca avién para rendir homenaje al héroe, se mostrd siem- pre discretamente contrario a una marcha sobre Roma. ¥ a ella se oponfa, sin discrecién alguna, en privado. A principios de 1920, en ia Asociacion de in Prensa de Milin, declaré: «En Fiume hoy una espe cic de club de republicanos que por poco me acusan de traicionar a Malia porque saben que yo he des3- 86 consejado cualquier marcha dentro del pais.» Estaba claro que si Gabriele d’Annunzio se hubiera movido, otra vez con éxite, el duefio y seflor de Italia habria sido él, y Mussolini el segundo de a bordo. Solamente los socialistas descartaron la complici- dad con D'Annunzio para marchar sobre Roma. Fue Enrico Malatesta, el anarquista ya cercano a los se- tenta, quien intentaria a principios de 1920 establecer un acuerdo, al que tal vez el vate que en su incohe- rencia politica, en més de una ocasién estuvo en la izquierda, hubiera accedido. Pero los socialistas, que a Ja saz6n dominaban todavia las masas, no se flaron dle Malatesta como no se fiaban de D'Annunzio, vol ble en politica como en todo lo demas. Desecharon la sugerencia, sobre todo a partir del momento en que Mussolini, sagaz periodista, descubrié el pastel y lo conté todo en {1 Popolo d'Italia. Asi se rompié cual. auier posible vinculacién entre la empresa de Fiume y una revolucién popular en Iialia. De la experiencia de Fiume, como veremos, se aprovecharén slo los fascistas. Y Ja marcha sobre Roma se hard desde la derecha. 6 La erisis econémica de 1920 Las elecciones de 1912 El fascismo dio torpemente sus prirerce pasos y emprendié su andadura con mucha dificuliad. A los ocho meses de la fundacién de su movimiento, Beni- to Mussolini constataria amargamente la precariedad de su posicién politica y Ia escasa influencia del fas- cismo en las elecciones del 16 de noviembre de 1919, convocadas por medio del sufragio universal y de la representacin proporcional, que fueron las primeras clecciones verdaderamente libres desde que se pro- clamara Ia unidad del Reino. Ni el apoyo de Gabriele WAnnunzio desde Fiume, ni el coqueteo de Musso. lini con el socialismo, evitaron el estrepitoso asco fascistas en Ia consulta electoral. La insolente irres- ponsabilidad del poeta y sus inquietudes expansionis- tas Ie restaron crédito, a la hora de la verdad, entre los italianos sensatos, y en cuanto a Mussolini, aun que intenté jugar la baza del proletariado disputan- do el liderazgo de las manifestaciones sindicales y el patrocinio de las reivindicaciones de las clases obréras a Jos socialistas, los trabajadores no orientados hacia el socialismo revolucionario encajaron mejor ea el Partido Popular, donde habian encontrado una base para organizarse. La tinica lista del movimiento, con tres candidatos —Mussofini, Arturo Toscanini y Ma- rinetti— por Ia circunscripcién de Mildn, obtuve 4.795 Votos sobre unos 270.000 votanies. Qué significaron aquellas elecciones? Anie todo, 89 confirmaron Ja

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