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Rafael Martín

Versos fechados y
Un relato

© Rafael Martín. 2009-2010


I

Te vuelcas a la espera.
Te giras y tornas
Diseminada
Como una ovación,
Asediada
De pedigrís
Innecesarios.
Tranquilo el porte.
No maleas.
Debiera decir
Entre el juego
Digno
Que fluye:
Alma mía,
Hay tantos
Desconocidos.
No desempolvo
Confluencias.
A veces,
Cansado,
Me tomo un respiro.

II

Se estremece mi corazón
En noches de abandono.
El bálsamo merodea
Aterido sin culpa.
Entrelazo mis dedos,
No llegan a adormecerse.
Relacionar involucra
Al péndulo del tiempo.
Dos notas
No forman acorde.
El reproche
Tras larga expectativa,
Simple y cristalino:
Una vez más olvidé las rimas.
III

Otras esquinas resisten


En su espera indolente,
Acompañan fijamente
Sombras rancias y tristes.
Blanco espera al tinte
Tras cerradas ventanas.
El son de plúmbeas campanas
No acobarda palomas
En la tarde que asoma
Los pespuntes y marañas.

IV

Modulas voz convencida,


A pesar del aire tordo
Que emula saberse sordo,
Columpias como enhilas
En serpenteantes filas.
Transitorio y velado,
Cobarde, acorralado,…
Para quedar mudo, todo,
Simulando culpa, lloro
Fragua rezo enhebrado.

21.11.2009
ÁNGEL

Acoplado el soplo.
Vituperio distendido.
Las manijas ancladas
Sin desgastar la piel.
Disipado el impulso.
¿Cómo saber
Ni intuir?
El sabio, la verdad,
El camino.
Despojado
De ángeles fieles.
No me nombres,
El viento ya arrastra
Lastres renegados.
Como un niño
Vuelvo al abrazo
Tibio.
A veces intuyo
Que estas.
Vuelvo a tararear
La canción aquella.
El silencio perdona.
El tiempo incita.
Sin balbuceos
Te nombro,
Quedo quieto,
Pensativo.
A pesar de todo
Me tomo un tiempo
Que sirve
Para curar las llagas.
Me distraigo,
Me pierdo.

Si acaso,
Alguna vez,
Me recuerdas
Debes saber
Que no ayudaron
Los ángeles.
Tintamos nuestra boca
Con sangre.
Labios
Fueron atados
Con hilos,
Aguja;
Y,
A pesar de todo
Conseguimos
Unas palabras
Parcas
Antes
De ser conscientes
De que el ángel
Quedó muerto.
¿Merece una visita?

16.11.2009

El ímpetu.

¿Existe?

Ser sereno.

Acoplo.

Desguaces.

Desnudo.

Risas.

¿Triunfos?

Mordido el lápiz
Que ensaya firma.

Voces.

¿Dónde?

07.11.2009
I

Albor de un gesto,
Rasgo incompleto.
Velado momento,
Espera en defecto.

Colibrí en vuelo,
Sombra diminuta.
Mencionar las dudas,
Poema sincero.

Temblor en la sombra,
Llanto a oscuras,
Filigrana loca

Del ser que madura,


Alma que a solas
Desliga ataduras.

II

Furibundo viento
Que agita ideas.
No cesa la marea
Eterna del tiempo.

¡Rápido! Presiento,
Intuyo. Revela
Sin gloria ni pena
Débil pensamiento.

El color adorna
Efímero cuerpo,
Boceto de forma

Levita en sueño.
Frágil amapola
De rojo risueño.
III

Balance de copas
En la mesa verde,
Destino endeble
De miel y estopa,

Naipes trucados
De reyes y sotas.
Dagas y pólvora,
Ropajes sudados.

Al alba la pena,
Sermón y distancia.
La aurora llega

Vertiendo lágrimas,
Desolada, yerma.
Suave elegancia.

22.10.2009
I

A pesar del largo invierno


en que quedó el rosal despojado,
blandiendo espinas amarillentas,
desafiantes, devolverá,
con esplendor y renovada savia,
tupido verdor.
Y un día cualquiera,
una mañana adormecida
en que los gorriones pululan
en algarabía, revoltosos,
por el jardín aún húmedo,
un brote escondido
comenzará, tímido, a abrirse a la luz.
¡Y tú seguirás lejos!

II

A pesar del largo invierno


quedaré temeroso ante la inevitable
algarada de color que se arraiga.
Orgullosos, arrogantes
se posan en las frescas ramas
como farolillos incandescentes
sin esperar la noche,
haciendo gala de su pureza
indiscutible.
Apacibles en las tardes,
pacientes,
maquillan su esplendor insolente.
Puesta de sol: aromas y fragancias.
¡Y tú seguirás lejos!

III

A pesar del largo invierno


abriré ventanas y dejaré que el aire
abofetee mi semblante blanquecino,
curtido en tantas horas
insípidas.
Magullado, dolorido
saldré a tomar aire.
¿El por qué importa?
Impresionado de tu esplendor
vagaré algún tiempo antes de quedar
frente a frente junto a tu color,
distraído. Me atrevo,
y sin acercarme, acerco mis dedos
que quedan heridos.
¡Y tú seguirás lejos!

16.10.2009

AMBIGUO

Sobre el puente las sombras.

Bajo las sombras el silencio


Traspasa esa quietud
De vacío en solitud.

Solo los tilos se mecen


Acompasados.

¿Podré en el mañana
Dilucidar mis dudas?

Hubo amaneceres
Diferentes
En que abanicabas
Mi cuello
Con secreteos y resuellos.

Y yo era, residía, apreciaba.

Aquellos tiempos…

¿Acabará la flor rosácea


Confundida tras el vaho
Del vidrio que cubre?

13.10.2009
OBVIO

Tantearé esta eclosión

sin final premeditado.

Distancia que perdura.

Obvio el grácil vínculo.

Lejanía un pretexto.

¿Apegos en espadaña?

El gris no consta ni existe,

demanda presencia.

¿Desertar como un apóstata

sin acabar rogativa?

Los límites me circundan.

Amplio el hueco de mi voz.

Cristal.
SONETO

Dime, ¿cómo templar mi aspiración?

Perdurable y eterno resquemor

Establecido en mí, denso. Con fervor

De ángel venido a menos, sin dilación.

Distrae el centro de híbrida atención

En días de clarividencia, el temor

Riguroso. Manifiesto de mentor

Atraviesa sin piedad mi interior.

¿Otorgar carta blanca al espanto?

¿A la perfidia, a tanto lamento?

¿Agotaré tantas voces y desgarros?

Sumido en mi rincón y pensamientos

Esbozaré un método bien trabado

Que justifique conjunto de intentos.


Una mañana lluviosa

Relato inspirado en otro de mi amiga malagueña SILPANA

Ayer el día había amanecido gris, algo turbulento, con nubes plomizas que
presagiaban lluvias. Andaba yo por el centro de la ciudad. Mi chamarra de piel
gastada con la cremallera subida hasta el pecho y el casco de la moto en mi
mano. Deambulaba sin prisas, fisgoneando aquí y allá por las vidrieras de los
establecimientos: Algún pantalón, alguna blusa, las novedades editoriales en las
librerías,… También aproveché para visitar alguna galería donde la exposición de
un admirado artista atrajo mis pasos.

Era media mañana, como se dice. Había aprovechado para darle un descanso a
mis pies y tomar algo. Entré en una cafetería, era la primera vez que entraba, no
la conocía. Me senté en una mesa del fondo, junto a una de las vidrieras. El local
estaba débilmente iluminado. A los pocos minutos degustaba un emparedado,
debiera decir, intentaba degustar, pues quemaba el queso fundido como mil
demonios. Así que tocó ir soplando. Entre soplo y soplo fuera, en las calles, la
lluvia hizo presencia. Los ya de por sí agitados y presurosos viandantes
comenzaron a acelerar el paso. Aparecieron paraguas de mil colores. Jóvenes
encapuchados, mujeres con bolsos sobre el peinado, y, los más indefensos
claudicaron bajo soportales y amplias balconadas.

Algunos aprovecharon para entrar en la cafetería donde me encontraba. Las


mesas, antes vacías, fueron poblándose de paseantes pasados por agua. En esa
que entra una mujer. Sus ojos en un coqueto movimiento escudriña la sala
buscando un hueco, una mesa que no estuviera ocupada. Se decide por una
pequeña de dos asientos también cerca de los ventanales, a pocos metros de
donde yo sigo soplando. A igual que yo hice en su momento toma asiento con la
vista dirigida hacia el exterior. Pidió un cappuccino. La lluvia arreciaba. Ella
observaba el trajín de la gente. Llegó su aromática infusión. Vertió medio sobre
de azúcar y agitó la mezcla. Fue a probar, pero un gesto inequívoco delató que, al
igual que mi sándwich, achicharraba. Sopló un par de veces con un mohín
encantador y decidió posar de nuevo la tasa sobre el platillo de porcelana blanca.
Reanudó su observación desinteresada del ajetreo callejero, el desfile había
perdido la conmoción y barullo de hacía pocos minutos antes, solo algún que otro
personaje previsor pasaba encorvado bajo su paraguas. La lluvia no concluía,
seguía arremetiendo contra la ciudad.
Mientras me atrevía con un primer bocado de mi tentempié observaba aquella
mujer desconocida. Debiera rondar los cuarenta años, quizás algunos menos, sus
facciones delicadas, distendidas, sus pausados movimientos, su ausente mirada la
envolvía en un aura misteriosa, recóndita. De una belleza indiscutible, pues sin
duda era hermosa, eran sus ojos, su contemplación, lo que me fascinaba. Miraba
al frente, traspasaba su vista el salpicado cristal, pero se perdía en la lluvia, no
miraba nada en concreto, sus ojos apenas delataban movimiento al pasar algún
transeúnte, diríamos que con sus ojos abiertos miraba dentro de su alma tan
solo, en calma.

Al poco sacó de su amplio bolso un esferográfico plateado, fino como sus


tranquilos dedos, a falta de algún bloc de notas extendió una servilleta sobre la
mesa y entonces acortó la profundidad de campo de su atisbo, ya no miraba
nada, parecía que sus ojos buscaran palabras en sus recuerdos. Tardó casi medio
minuto en decidirse escribir una primera línea, sin prisa. Dejó la mano quieta y la
punta del instrumento en espera, casi rozando el papel. Sus ojos claros de mirada
perdida se fueron abrillantando a la par que los recuerdos iban cargándose en la
tinta. Tras un intervalo largo reanudó la escritura, esta vez más fluida.

Yo la observaba. Ella abstraída, yo atraído. La mezcla de su femineidad


asombrosa con esa melancolía en que estaba envuelta ejercía un cierto encanto
en mis sentidos. Con un balanceo misericordioso de su muñeca trazaba pulcra
caligrafía. Con mi corazón anhelante yo comenzaba a desearla. ¿Sería atrevido de
mi parte levantarme y querer sentarme a su lado? Podría brindar mi mesa a una
pareja que esperaba y, educadamente, preguntar si el asiento a su lado estaba
ocupado. Mil supuestos desfilaban por mi frente. Yo cavilaba mientras mis ojos
asimilaban su figura. Ella dejó de escribir. Posó la esferográfica sobre la mesa.
Intentó un sorbo de la minúscula taza. Otro mohín encantador. Entretanto su
infusión se había destemplado pareciera. Leyó su escueto manuscrito y una
lágrima resbaló por su mejilla, quedó apenas un segundo colgando de su barbilla
hasta caer sobre la redactada servilleta. Un par de palabras se emborronaron.

Pidió su cuenta, sacó el monedero de su bolso, puso unas monedas sobre la mesa
y guardó el escrito bien plegado dentro de lo que parecía una agenda. Se levantó
de su asiento sin apenas hacer ruido, unos cuantos pasos y abría la puerta, se
perdió por las húmedas calles. La lluvia había dado una tregua y un tímido sol
jugaba en los charcos con brillos revoltosos, alegres .

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