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Jeffrey kK. Zeig / Stephen G. Gilligan (comps,) Terapia bi breve Mitos, métodos y ‘Metéforas 4. La terapia es... lo que usted dice que es Paul Watzlawick acia fines de abril de 1988, el diario italiano La Nazione pu- blieé en su seccién de informacién local la noticia de un incidente extraiio. Una mujer psicética, admitida temporariamente en el hos- pital general de Grosseto, debia ser trasiadada a una clinica psi quidtrica on su Napoles natal. Cuando los asistentes de la Cruz Roja pretendieron llevarla a la ambulancia que los aguardaba, la mujer rapidamente empez6 a perder el control: los insult, adopts ‘una actitud belicosa, comenzé a despersonalizarse afirmando que ‘era otra persona y tuvieron que sujetarla. Una hora después, la po- licia intercepts la ambulancia en plena autopista, en Is afueras de Roma, y la envis de regreso a Grosseto: habian descubierto que la mujer en cuestién no era Ia «verdadera> paciente, sino una visi- tante que habia ido al hospital « ver a una amiga operada. Este incidente fue una nueva evidencia de algo que David Ro- senhan (1973) ya habia demostrado quince nfios antes: «ser cuerdo cn lugares destinados a dementes» (en este caso, en el mareo de un error administrative) puede erear una situacién en Ia que cualquier ‘manifestacin de cordura se convierte en una «prueba adicional de locura. Si este «error epistemolégicon, como lo habria calificado Gregory Bateson (1972), puede estar en la base de nuestra definicién de la patologia, éno podria presentarse también dentro de lo que denomi- ‘amos «terapia»? En otras palabras, cabe preguntarse si llamamos sterapia» a algo que, habiendo recibido ese nombre, crea una rea- lidad propia. Un hipnotizador muy respetado por su destreza y sus éxitos clinieos conts que un dia lo invitaron a organizar un taller para un irrupo de médicos en el domicilio particular de uno de ellos. Al en- trar, nots que «todas las superficies horizontales estaban ocupadas por ramilletes de flores» (cito sus palabras textuales). El era muy ‘lérgico a las flores recién cortadas, por lo que, casi al instante, em- pez6 a experimentar en sus ojos y nariz, las conocidas sensaciones de ardor. Se volvié hacia su anfitrién, le expuso su problema y ddié que en tales circunstancias temia no poder hacer la presenta- a cin. El médico se mostré sorprendido y le pidié que examinara i, inten een png cmon cidn alérgicn desapareci casi tan répidamente como se habia ma nifestado (Wilson, 1982). En 1964, el psicdlogo Gordon Allport comunic’ este caso insdlito, del que cabe lamentar que no haya sido mejor documentado: sl lS ht ors er Bae ce eS ar ese eee aes Senos Sete ae RT fo eee ee identificar el problema. ee =~ ee Sh La st ye abr Sa es ote me ee y siguié adelante, : fang mae sched eter mers reas See es 1964, pig. 7). aoe Al término de una lograda terapia breve de nueve sesiones, la cliente resumié su visién del cambio con estas palabras: ¢Tal como yo la veia, mi situacién constituia un problema, Ahora la veo de una manera diferente y ya no es un problema, Un ejemplo mais, antes de que intente mostrar el comtin denomi- nadar que, a mi juicio, domina en esta mezcolanza de anécdotas. Un hombre batia palmas cada veinte segundos. Cuando le pregun- taron el porqué de esta extraia conducta, respondié: «Lo hago para espantar a los elefantes». «iA los elefantes? iPero si no hay ninguno en las cercanias!», le objetaron, y él replies: «iLo ven!>. _Micolegn Pits Sion (187) eae velo de ota eo parn sefalar cuatro modos distintos en que los terapeutas fe quar acsohcnhes segiaa Slootindoetaada 1. Demostrarle al paciente que no se ahuyenta a los elefantes batiendo palmas. Esta forma de «terapia de realidad» resultaria un tanto dificil desde el punto de vista téenico porque habria que al- quilar varios elefantes. Ademas, dejaria al paciente sin su «protec- cin, om oc ointersfcaria su problema. tar de llevar al paciente a un punto en que su el terapeuta sea lo bastanto fuerte camno para creer Suntan de que «realmente» no hay ningiin elefante cerea. Sin duda, este pro- ceso Hevarin mucho tiempo y se veria complicado por el hecho de que en realidad el terapeuta no haria sino repetir lo que todos le hhan dicho al paciente: que sélo imagina cosas. ‘3. La técnica tradicional indicaria averiguar las razones «reales» de los absurdos temores del paciente y hacerle ver este hecho simple: ahora los elefantes ya no representan la misma amenaza qque parecfan ser para él en su infancia. Bste proceso de insight seria tan prolongado e incierto como el precedente. “4. El paciente se fractura una mufieca en un accidente automo- vilistico y le enyesan la mano. Asi tendria la experiencia emocional correctiva que necesita: aunque no pueda batir palmas, no apare- cer ningtn elofante. El terapeuta que se atreviera a adoptar un método tan «refido con la ética profesional» podria producir la misma experiencia emocional correctiva sujetando las manos del paciente o —afiadiria yo— haciéndolo comportarse como si fuese incapaz. de batir palmas. Podemos suponer, sin lugar a dudas, que cada terapeuta elegiré una de estas cuatro elécnicas> como la tinica correcta y, en conse- ‘cuencia, rechazara las tres restantes juzgiindolas incorrectas y; Por lo tanto, ineficaces o aun nocivas. Pero... Zeusil es el origen de esta certidumbre de haber elegido acertadamente y de que cualquier otra técnica se debe rechazar por incorrect? ‘Gregory Bateson (1972) publied varios «metilogose, como dio en llamar a sus conversaciones ficticias con su hija de corta edad. En uno de ellos, la nifia le pregunta: «Papito, Zqué es un instinto?> y; on. ‘ver de dar Ia definicién «correcta y cientifica» (cun instinto es una configuracién compleja de pautas de estimulo-respuesta, trasmi- tida genéticamentes), Bateson contesta: «Un instinto, querida, es un principio explicativor. ‘La diferencia entre estas dos definiciones es de capital impor- tancia para el tema de mi exposicién. Mediante el acto de dar un nombre («instinto») a una cosa, creamos la ilusién de que «real- mente» existe porque nos resulta inconcebible que existan nombres para algo inexistente. Sin embargo, si bien se piensa, un instinto es tan «reals como los elefantes que es preciso espantar batiendo palmas. En otras palabras, una vez que los hemos creado, los ins- tintos entran a formar parte de nuestra realidad y tenemos que hacer algo con ellos © contra ellos. Al proceder asi, no somos en ab- soluto mas cuerdos que el vesquizofrénico» que se come el menti en yer de las comidas enumeradas en él, se quoja de su mal sabor y sospecha que los demas intentan envenenaxlo. ‘La otra definicién, sein la cual un instinto es un principio ex- plicativo, elude esta trampa al reconocer que el instinto pertenece fal dominio lingiiistico-semantico y se identifiea como un nombre. (Concuerda asi con el famoso principio de Korzybski (1933): EI nom- bre no es la cosa; et mapa no es el territorio. Si desechamos esta advertencia, crecremos ingenuamente que tratamos con cosas, esto es, con propiedades del mundo «real», y no con nombres. Esto equi- vale a decir que el dar nombres crea jo que consideramos las pro- piedades de una realidad supuestamente objetiva que existe con in- dependeneia de nosotros, sus exploradores. E] ejemplo mas monu- mental de esto, al menos en nuestro campo, quiz sea e] DSM-III. _En filosofia, este proceso de construir seudorrealidades se deno- mina cosificacisn o reificacién (del latin res, cosa, y facere, hacer), 0 sea, «hacer cosas». Las cosificaciones distan de ser abstracciones filoséfieas que una mente prictica pudiera dejar de un lado para avanzar hacia metas aparentemente mas importantes. Empeza- ‘mos a comprender que ellas determinan —en el sentido mas con- ereto e inmediato— lo que se puede hacer en terapia y, de hecho, su aparente contenido global. Si nuestras hipétesis y conjeturas no reflejan la realidad sino, mais bien, la crear, nos hallamos frente a Jo que el fil6sofo Karl Popper Ilamé «proposiciones autocorrobo- rativas», o sea hipstesis que, una ver formuladas, parecen confir- mar su propia verdad. Una vez que una persona no psicética es etiquetada como psicdtica, es psicstica y todo lo que haga a partir de entonces confirmara (de modo recursivo) la correccién del «nom- bre» que le han dado. La «realidad» asi creada determina lo que se «debe» hacer. No bien veo una habitacién Llena de flores recién cor- tadas, tengo una reaceién alérgica; cuando percibo que son artifi- ciales, vuelvo a estar bien, Si no sé latin y atribuyo al vocablo mori- buncus (que en si es slo un nombre») el significado de un término de diagnéstico, habra por lo menos una probabilidad de que, meses después, pueda agradecer al gran dingnosticador el haberme sal- vado la vida. Siadhiero al principio explicativo de que el insight de causas pa- sadas es un requisito previo para un cambio presente, y mi cliente mejora, quedarii demostrado el acierto de las conjeturas acerea de Ja importancia terapéutica del insight, Si, por el contrario, no me- jora, resultaré evidente que, en mi busqueda de las causas de su es- tado actual, atin no he avanzado ni buceado bastante en su incon- ciente. De este modo, mi conjetura se confirma recursivamente a si misma con el éxito 0 fracaso de su aplieacién préctica, El chiste acerea del gran rabino expresa bion la extrafia natura- leza recursiva y autocorroborativa de estas proposiciones: «Nadie puede compararse con mi rabino, No sélo habla directamen- te con Dios, sino que Dios habla directamente con él, iimaginese!», «No le creo. {Tene testigos? Si su rabino dice eso, ademas de exa- gerar esta mintiendo Jisa y llanamente>. «De veras? He ahi la mejor prueba: dacaso Dios hablaria con un mentiroso?s Entonces, la terapia es lo que decimos que es 0, dicho de otro modo, los nombres con los que operamos, los principios explicativos que usamos y la realidad que ereamos con unos y otros. ‘Ya me he referido al efecto modificador de la realidad que pro- ducen las lamadas «experiencias emocionales correctivass, los su- esos inesperados en la vida de una persona. La técnica MRI" de ‘terapia breve se basa, sobre todo, en introducir en la situacién pro- blema ineidentes «easuales+ euidadosamente planeados que le im- primen un significado nuevo y diferente; desde luego, y por fuerza, este no es mas que otro nombre u otro modo de ver la misma situa- cidn. De ahi la declaracién de aquella cliente, ya citada: «Tal como yo la veia, mi situacién constituia un problema, Ahora la veo de una manera diferente y ya no es un problema». ‘Aqui es donde se plantea la principal critica contra esta forma de intervencién: demo puede un cambio «cosméticor, superficial, causar efectos duraderos, si no se ha descubierto la causa incon- ciente de la patologia ni se la ha elevado al nivel conciente? Pero cesta objecién pasa por alto la posibilidad de que la nocién de una de- ‘terminacién inconciente de los problemas sea sélo, y una vez mais, ‘uno de los tantos principios explicativos concebibles, y no una pro- piedad objetiva de la mente humana (que, en si, es apenas un nom- bre y no una cosa), Otra critica frecuente tilda nuestro método de manipulador, hipéerita y deshonesto porque a veces el terapeuta puede decir algo en lo que no cree «realmente», sta objecién tiene la candidea de presumir que alli afuera hay una «verdad», una rea- lidad ereaby, accesible a la razén humana, ¥ que quienquiera que Ia ‘yea de un modo que no sea el «reals tiene que ser loco y/o malvado. Sin duda, imaginarse los duefios de la verdad acaso resulte tera- péutico a los terapeutas, pero no necesariamente a sus clientes. oro entonces, qué sucede con el concepto de adaptacién a la realidad como medida de la cordura o la demencia? La tinica res- puesta posible es muy incémoda para muchos, aparte de ser un principio basico del constructivismo radical: s6lo podemos saber lo ‘que la realidad «real» (si acaso existe) no es. Ernest von Glasersfold (1984) lo explica asf: «Ahora podemos ver el conocimiento como algo que el organismo va acumulando en un intento de ordenar el flujo de experiencia, en si amerfo, estableciendo experiencias repetibles y relaciones rela- tivamente confiables entre estas. Las posibilidades de establecer semejante orden estn determinadas por los pasos precedentes en. su construceién que, al mismo tiempo, las constrifien de manera constante. Esto significa que el mundo «real» se manifiesta exclu- sivamente alli donde se derrumban nuestras construceiones. Sin embargo, como sélo podemos describir y explicar estos derrumbes con los mismos conceptos que habiamos utilizado para construir esas estructuras deficientes, este proceso nunca puede producir Ia imagen de un mundo al que podamos imputar su fracaso» (pag. 39). Podriamos expresar el mismo pensamiento en términos menos abstractos, valiéndonos de la siguiente analogia: «Un capitn que debe atravesar un estrecho inexplorado en una noche oscura y tormentosa, sin faros ni otros medios auxiliares de navegacién, estrellard su buque contra los acantilados o saldrd al mar abierto y seguro, allende el estrecho. Si pierde el buque y la vida, su fracaso demuestra que no tomé el rumbo correcto. Podria deoirse que descubrié lo que aquel paso no era. Si franquea el es- ‘trecho, su éxito sdlo demuestra, en un sentido literal, que en nin- gin momento chocé con Ia forma y naturaleza del canal (por lo demas desconocidas); nada le dice acerca de cudn seguro, 0 cuin cercano al desastre, estuvo en cualquier momento dado. Pasé el estrecho a ciegas» (Watzlawick, 1984, pags. 14-5). Esta visidn constructivista de Ia realidad causa extraiieza... y mucho més. Parece muy poco cientifica, por no decir algo peor. No obstante, este juicio también depende de una definicidn: la del pro- pésito de la ciencia. Si se presume que ese propésito es descubrir la naturaleza «real» de las cosas, llegar a la verdad objetiva, entonces ¢s indudable que el enfoque constructivista no puede calificarse de cientifico. Sin embargo, la filosofia moderna de la eieneia ya no se preocupa por buscar In verdad, sino por elaborar procedimientos eficaces para determinado fin. Tomemos los dos puntos de vista clé- sicos, mutuamente excluyentes, con respecto a nuestra realidad planetaria: el geoeéntrico y el heliocéntrico. Ni uno ni otro son «ver- daderos» y, por lo tanto, tampoco son «falsos»; el eriterio con que se Jos juzga consiste en comparar Ia utitidad de eada uno con la del otro, Si creemos que la Tierra es el centro del universo, ciertos pla- netas (en especial Mercurio) parecer comportarse en formas que, ‘aun en tiempos de Galileo Galilei, eran ineompatibles eon las hipé- tesis tejidas en torno de la mecdniea del movimiento planetario. Si consideramos que el Sol es el centro del universo, estas «patologins» simplemente desaparecen. Esto no impide que los cientificos espe- clalizades en astrondutiea vuelvan en ocasiones al punto de vista geocéntrico, no porque piensen de pronto que, después de todo, era ol «verdadero», sino por la sencilla razén de que es una premisa mais practica para los eomplicadisimos calculos que requiere el en- vio de sondas espaciales a planetas distantes. Qué significa todo esto para el tema que nos ocupa: nuestra opi- nién sobre qué es «realmenter la terapia? Si la realidad es una construccidn de nuestra mente, sino existe ninguna realidad obje- tiva ereal» de la que los cuerdos (en especial, los terapeutas) se ppereaten mais que los locos, entonces la terapia es lo que usted dice ‘que es; en otras palabras, es tal como usted la define. Empero, de ser asi, el tinico criterio titil es el grado en que una determinada construccién de la realidad le permite a su arquitecto llevar una vida razonablemente libre de problemas. La terapia consiste, pues, en remplazar una visién del mundo que eausa sufrimiento por otra que sigue siendo una «mera» construccién mental y tampoco refleja Ja realidad como «realmente» es, limitdndase a encajar, de) mismo modo en que el rumbo tomado por aquel eapitiin metaférico enca- jaba en el estrecho desconocido o una lave encaja en Ia cerradura que usted quiere abrir, pero no puede ver ni «comprender». Esta vision de la realidad y la existencia no es, en absoluto, un descu- brimiento reciente. Dieciocho siglos atrés, Epicteto dijo: «No son las cosas las que nos preocupan, sino las opiniones que tenemos de ellas». Mucho después, Shakespeare escribis: «Nada es bueno 0 ‘allo; el pensamiento hace que lo sea». Nota * (Sigla del Mental Research Institute (Instituto de Investigaciones Mentales), de Palo Alto. (Nd ta 7) Referencias Allport, G. W, (1964) «Mental health: A generie attitudes, Journal of Reli- gion and Health, n 4, pigs. 7-21. Bateson, G. (1972) «Mfetalogue: What is an instinct2», en G. Bateson, ed., ‘taps to an evology of mind, Nueva York: Ballantino, pags. 38-58,

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