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Ja juventud tomé el perfil de un ave de ra os ojos juntos, la frente huidiza, Tas cejas ras ‘Gna plinta de hombre audaz. Piernas abiertas s firmes, hombros macizos, caderas hechas como ‘er un arma. Y encitna el nombre: Héctor ug se hace con_este hervor en la cabera, "en Las entrafas, cuando se vive en un fcomo Ciudad Real? ;Y cuando, ademis, se ie viudat Feasa de Ia infancia huele a membrillo, a incien- in las ollas, las pequefias ollas’de carne- timidas ollas de cocido, sobre el fogén. Se jan los fustanes almidonados bajo el tacto det os corredores, en. los patios. ‘mal le sentaba a Héctor la sotana de mona- ‘Gon ella enoscada en la cintura, se trepd a les, brined las cercas, trabd feroces rifhas con jemielos. A los ocho ‘dias tuvo que devolverla, Tistima, al padre Domingo, que acariciaba die. hacer, de aquel muchacho revoltoso, Mote enérgico, wun misionero con agallas. o de Hector por la escuela fue turbulento. cen clase, malas calificaciones y una estrepi or haber i ique destruyé toalos los vidrios (amén de mal- jemtas, paredes y muebles) de su salén de cla- un oficio era desdoro para Ia familia. viviendo, Su muerte fue cortés: sin un arrebato, tun desmelenamiento, Parientes lejanos, sefioras ca vas hicieron una colecta para pagar los gastos funeral. Durante los primeros meses de su orfandad, Héctor nnvirtié en el asistente obligatorio de celebraciones fiestas. Ocupaba un puesto discreto, part guardar 10, y desde alli veia a los dems comer 0 divertie ‘con una mirada distante, porque el desdén- en él una actitud, no un estado de animo. Cuando las rodilleras de sus pantalones empezaron Drillar escandalosamente y cuando tuvo que posar ie con cuidado para no dar a las suelas el desgarrén |, Héctor pensé que era necesario sentar cabeza. Propalé a los cuatro vientos su propésito, exhibié iad de soltero disponible, seguro de que su met- ia era de las que siempre tienen demanda. Las eres Io miraban codliciosimente y Héctor respondia jas —sin hacer distinciones para no comprometer- ‘con la misma sonrisa de cinica espera y de indie: te voluptuosidad. a ee ‘Si por lo menos Héctor hubjera tenido un caballo ide orgullo y desafio! Paciencia, Ya Jo tendri des- “Tendré mesa bien servida, billetes en Ta carter, saludo respetuoso y servil de quienes ahora lo ee Ra ra arr jonarle holgura y respeto... bueno. Pyede ser esta A oscuras todas las hembras son iguales. fa sus deberes como marido preftindola ntre los embarazos y la crianza de los ella se mantendria tranquila en sw Tincén. Pero da la casualidad de que las mujeres de Ciudad rho andan de partida suelta por las calles. $i por sto fuera, tal Yer, pero hay padre, ermanos, pe , costumbres que las defienden. ¥' no € cosa de e, de buenas a primeras, a gato bravo, Los ma- ‘acaban siempre por vencer. O por desheredar. ‘Tenian, guardados en un arcén muy antiguo, titulos de nobieza que firmé el mero Rey de Espana y un es cudo que el tiempo habia borrado de la fachada. prin cipal de la casa. La pobreza no afrenta a quien la padece. Pero un trabajo vi Una especie de seleccién natural, que aparté a Héc tor de la sacristia, Jas aulas y los talleres, lo dejé en Ia calle con los amigos, de cigarro insolente y escupitajo despectivo, Ellos 1o condujeron a la cama) miserable de la prostituta, a la mesa maltratada de la cantina, a la atmésfera, sordida, de luz artificial y humo, de los billares. Hector se hizo compafiero de los misicos de mala muerte, Dondequiera que tocase la marimba, ahi taba él ayudando a cargar y descargar el instrumento. ‘con Ia misma delicadeza que si se tratara de un cad: ver. Llegé a ser imprescindible para echar vivas esten: t6reos alos que pagaban la serenata. Y al amanecer disparaba, con una pistola ajena, tiros al aire, confian: do a la pélvora initil su impetu rebelde, ese potro al {que la rutina puso —tan tempranamente— su freno. ‘Aprendié ciencias merquinas: cémo se corta un nai pe y se merclan las cartas; cémo se cala un gallo de pelea y cuuil es el mejor perro de caza. Para ser un seiior, a Héctor no le faltaba mas que Ia fortuna. Porque Héctor no podia pagarse el Iujo de la pe: rera,. Su madre coment por empetiarIas-alhajas ira librarlo del deshonor de una deuda de juego. Después fue ficil irse desprendiendo de cuadros, vajilla, ropa Los compradores no quieren vejestorios. Regatean, ‘entregan el dinero a regafiadientes. Y, como para des quitarse, dan la propina de un comentario severo, de tuna amonestacién que apenas puede disimular a. son- risa interior de complacencia propia, de un consejo ineficaz. La viuda luché, hasta el fin, para defender a los santos del oratorio de los despilfarros de su hijo, Cuan- do el oratorio quedé vacio la anciana renuncié. a con- 78 79 BIBLIOTECA CENTRAN . Ram Las tentativas de mnatrimonio de Héctor no pros raron. El hombre aplanaba las. banquetas, silbuba en Tas eoquinas con un aire estudiado de perdonavidas.y ariesgaba uno que otro requiebro al pasar frente’ ias ventanas.. Huian las muchachas ‘con un estrépito dle postigos cerrados. Y ya detrds de los cristales se burlaban de las solictaciones de Héctor, acaso un poco tristes por no poder complacerlas Hobo, sin embafgo, tuna mujer sin parientes, sin perro que le ladrase: con s6lo una sefiota de respeto para culdar la casa y las apariencias, pero en lo demas, bre. Un poco talludita, ya pasada de tueste. De ceio grave y un'pliegue amargo en los labios. Jamis hombre figuno se habia acercado a ella pues, aunque tuviese fama de rica, Ia tenia mis de avara, Cuando una mujer, razonaba el pretendiente, esti en las condiciones de’ Emelina "Tovar, se enamora_y bre la mano, Enamorarla no serd diffe” Basta mover ante ella un trapo rojo'y ha de embestir, ciega de furor y de ans. Contra todos los cileulos de Héctor, Emelina no embistié. Miraba al galan rondando. sis balcones_y fruncia mds las cejas en un supremo esfuerzo. de_aten cién. Eso era todo. Ni un aleteo de impaciencia, ni tin suspiro de esperanca en aquel pecho drido de sole Cuando Héctor Jogré hablarle por Emelina Io escuchd parpadeando como sivuna luz ex: casiva la molestase. No'supo responder. "Yen este si Jencio el pretendiente entendid. su aceptacion, Ta bola no fue lo que podria Hamarse brillance El novio guapo, 30 si, pero que no tenia ni en que Te hiclera’maroma un piojo. Y de sobornal, detro chador. Emelina dels por la nave de ta iglesia de. Merced (porque habia hecho un voto a Ia Virge gque era tan inilagrosa, de casarse ante st altar) bien Sogida ‘del brazo de Héctor, temerosa, aun enmedio 80 ‘este wiunfo precario que al fin de una larga, hu mnte soledad, le habia regalado su destino. Emelina se mantenia de hacer dulces. Todo el tiem- zumbaban los insectos en el traspatio de la casa, tendia —a que se asolearan— los chimbos, los 1s, las tartaritas, El oficio no rinde mucho, Pe- ‘una mujer ordenada y precavida puede ahorrar, No ‘como para juntar una fortuna, pero bastante hacer frente'a un caso repentino, una enfer- lad, una pena. ;Cudntas no iba a darle este marido jjoven, cerrero y que no buscaba mis que su con- jenciat “Si Emelina no hubiese estado enamorada de Héc- ‘acaso habria sido feliz, Pero su amor era una Ilaga pre abierta, que el ademan més insignificante y ‘mis insignificante accién del otro, hacian sangrar. Fevolcaba de celos y desesperacién’en su lecho fre- jente abandonado. A un pajaro de la cuenta Héctor no le basta el alpiste. Rompe la jaula y va. ‘A todo esto el recién casado no lograba ver claro. fl dinero de su mujer? Revolvia cofres, levantaba mnes, excavaba agujeros en el sitio. Nada, La ‘matiosa lo tenia bien escondido, si es que lo te- ‘Lo cierto es que los ahortos se agotaron en los pri- meses y hubo que echar mano del capital. Todo iba en parrandas de Héctor, comilonas y apuestas ‘Se acabé. Emelina no pudo soportar un mal par- que su clad hizo imposible, Y Héctor qued solo, rmente libre otra vez. Y en la calle. {Para cuindo son los amigos? Para trances como preciamente. El que ayer era compafero de hhoy ocupa un puesto de responsabilidad y pue- Tecomendarlo a uno con los meros gargantones. —

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