Está en la página 1de 1

Obsesionario

[espejos de lo invisible]

La relación que los artistas Daniel Callori, Maximiliano Ocampo Salinas y Juan Giribaldi
establecen con sus respectivas obras puede caracterizarse de críptica, cuando no de
indescifrable. Este vínculo con la materia en tránsito es de una espiritualidad sutil, tan arcaica y
sintética como frágil y contemporánea. En ella lo etéreo y fluido adquiere otras pregnancias,
otros simbolismos donde los colores --como expresara Roberto Elía en un poema dedicado a
Carlos Arnaiz-- juegan en una plaza los juegos que no sabemos. En lo personal, considero que
esos juegos recrean todo, incluso la ignorancia más profunda que tristemente olvidamos al
aprender.

Sus miradas dialogan con la luz: les interesa la opacidad, el brillo y la poiésis del color. Daniel
Callori acaricia la sinfonía de lo nebular y apareja diferentes manifestaciones emparentadas
con lo onírico; a través de exquisitos papeles plasma luminiscencias autónomas donde el
lirismo de las curvas gesta cartografías plenas de cadencia armónica. Ocampo Salinas traslada
su propia intimidad hacia ambientes que funden la selva con lo acuático, sugiriendo
enigmáticos bosques submarinos y musicales frecuencias de liberada instancia terrestre; la
obra es ondulante y exploratoria: sensual. Juan Giribaldi interpela los abismos del plano; sus
piezas son de impecable método y factura, y expanden la posibilidad narrativa de lo dado como
liso, desacreditando todo aquello que sea innecesario en la composición; las imágenes son
ricas en despojos, y de una geometría a secas e intransigente.

Importa señalar que a los tres, en verdad, poco les interesa si la obra remite o refiere a algo en
especial. La sensibilidad presente es introspectiva, vibrátil y de una autonomía mayor con
respecto a las circunstancias. No obstante, nada indica que el trabajo plástico, per se, esté
desvinculado de los contextos; por el contrario, los autores son seres inmersos en realidades
específicas y sus actos estéticos probablemente trasladen lo concreto al mundo de lo visual.
Sin embargo, me atrevo a pensar que estas imágenes, tan acurrucadas en la sintaxis de las
formas, transitan mundos intangibles sólo tangencialmente engarzados a la cotidianeidad.
Semejante tránsito vuelve a las pinturas espejo de lo invisible, dotándolas de existencia
neumática y flotante: abierta en su poética plena de levitación. Se trata de sonoridades de
presencia silente, que indican obsesiones y desvelos para con los intrincados lenguajes de la
imagen. Aquí no hay anécdota ni sentencia, más bien el fluir constante de guiños y gestos. En
fin, se trata de la persistencia de una actitud, la de reflejar lo imposible de reflejar.

Es indudable que las imágenes, como los sonidos o las palabras, poseen la facultad de unir y
desunir, de invocar el concierto o procrear el caos, o de ambas cosas. Ocampo Salinas,
Giribaldi y Callori, conscientes de las características centrípetas y centrífugas de la comunión
de sus propuestas, buscaron el aporte textual que colaborara en la sinergia creciente de sus
artísticas particulares. En el Diccionario de símbolos, de Juan Eduardo Cirlot, encontraron una
definición de la palabra “espejo”, que despertó reflexiones hondas, de naturaleza ontológica,
sobre sus quehaceres estéticos. Difícilmente hubiera podido ser de otra manera, pues la
obsesión de reflejar lo imposible de reflejar los introdujo en la dimensión metafórica de lo
absolutamente pictórico, y les permitió el acceso a conceptos que movilizan la comprensión de
una obra nacarada y fractal (Ocampo Salinas), orgánica e intimista (Callori), vibrátil y precisa
(Giribaldi). Estamos ante realidades que bailan y espejos que las pretenden. Y estamos ante
nosotros y la posibilidad de ver los colores que juegan en una plaza.

Miguel Ángel Rodríguez

También podría gustarte