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Edit by Jess Mosquera

POR : JOAQUIN DICENTA

Te adoro mi bien, le deca lleno de insensato ardor un hombre a su amada un da y la mujer se rea del amante y del amor. Qu prueba te dar bastante, le deca el tierno amante, para hacerte creer en m? y agregaba suplicante:

Qu quieres?, por ti har cuanto me cuadre; con el nombre de mi padre mi existencia te dar, o quieres que abone mi fe, con las joyas de mi madre? Con desdeosa sonrisa miraba el hombre la hermosa y su afn le aguijoneaba. Y con su voz espantosa, pero dulce y cariosa le dijo: Quiero probar tu pasin

Qu quieres?, dijo el hombre. De tu madre el corazn! Como si escuchado hubiera el rugido de una fiera un grito dio el hijo herido y a su vez lanz un gemido que horroriz a la pantera. La hermosa criminal de la lucha se apercibi y del poder se arm de su belleza infernal.

Solt sus sedosos cabellos, tan diablicos como bellos, brillar hizo en su mirada luminosos resplandores, y en la boca perfumada de besos embriagadores. Mas cuando quiso llegar a la hermosa, lleno de pasin, ella con voz espantosa, pero dulce y cariosa, le dijo otra vez: Y el corazn?

en el alma del doncel lucharon el bien y el mal, mas, vencido aqul Hzo se el hombre un chacal, y con ese paso veloz que nos lleva siempre al delito, fuese el hijo aquel tras la voz de su impuro amor maldito. Dormida la madre estaba en pobre y triste aposento, todava brillaba una oracin en su aliento, quizs si esta soaba la buena y santa mujer con el hijo que vena; dbil luz derramaba una lamparilla, luz que encendi la ternura de un carioso amor maternal

de ese que buscar procura sombra para su pual. Acercse al santo lecho a tientas buscle el pecho que fuente fue de su vida. Se oy un gemido, un extrao ruido como el que causa la garra del len enfurecido que carne viva desgarra; despus se escuchaba

la respiracin que ahogaba a aquel hijo criminal, y la sangre que goteaba de la punta de un pual; guard el hijo el corazn de esa madre asesinada

y enceguecido de pasin corri a llevarlo a su amada. Aguijoneado corri por la fiebre y el deseo, pero al llegar tropez y por el suelo rod con su espantoso trofeo. Y al dar en el pavimento ese ensangrentado lo murmur con tierno acento: Te has hecho dao, hijo mo?

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