indescifrable. Ni feo ni lindo, ni viento ni quietud, ni salado ni dulce. Un mar que no se sume en calma ni en caos, orilla empapada de arena salada y ella corta el aire con su andar. Música en sus oídos, música, musicaliza, música; rompa el aire y llene espacios, transpórtela hacia otras realidades que ella imagina en su cabeza. Y es que dentro de su cabeza la arena ya es dulce y el mar ya es cálido, el cielo ya la protege y el viento ya juega con ella: realidades aparte, real en su imaginación, inexistencia en su presente. Pero, ¿por qué escapa ella así? Escapar hacia adentro, escapar hacia adentro hasta que sus propias profundidades la dejan. Como esa playa tan sosa en apariencia, ella es inmensa por dentro y si se descuida quizás se pierde; nadie quiere perderse. Luego camina, continúa caminando pues el movimiento externo pone en movimiento su interior: su imaginación es inquieta, espíritu profundamente lúdico y dinámico cuyo vuelo nunca es tan alto como para perder toda conexión con el mundo real. De modo que ella camina, a veces corre, salta, se detiene y continúa, siempre nutriendo ese bosque que vive en su infinidad interior. Toma arena, toma viento, toma mar y toma cielo; imagina, viaja y de pronto es la dueña de un país nuevo, de un continente y de una mansión, es grande y acaso no lo es. Sin embargo, dije, nadie quiere perderse y ella estaba nadando en un océano demasiado ancho y demasiado profundo, debía retornar desde donde sea que se encontrara vagando. Y consigue volver rápido, se había convertido en una experta en la materia. Vuelve y ya se sienta, decidida a tomarse unos minutos, arrancar girones de reflexión, inspirarse tal vez y luego volver a zambullirse en sus interiores. Ay ese mar, lo mira y le da tristeza. Y piensa, comienza a pensar: eso también resultaba peligroso, casi tan peligroso como deambular sin juicio por su imaginación. Pues el viento le traía recuerdos salados y con perfume a mar, recuerdos de doble filo. Ella piensa en todas y cada una de las cosas que se fueron sucediendo en su vida, raconto emocional, duro e imposible de ignorar. Son postales, son amores y odios que no viven del todo pero que tampoco han muerto; latentes, reflotan y se resignifican. Y ahora ella no sabe qué siente, no sabe qué es lo que debería sentir. Los quiere dejar, los quiere enterrar recuerdos, pero ni bien comienza a cavar su fosa se arrepiente y los salva; intenta no perderlos, intenta decorarlos quizás adornarlos para regalárselos a las personas que los protagonizan, intento desesperado por revivir cosas que ya no podrían ser ciertas. Y no entiende por qué es que están todas esas cosas hermosas tan lejos de sí misma ahora, y por qué no puede ver lo que el presente le pone en el camino. Entiende que son sentimientos y no recuerdos, o bien son recuerdos envestidos de sentimientos que de algún modo se han fosilizado. Ella no logra comprenderlos con claridad, los tiene que desempolvar e investigar en su laboratorio imaginario; aunque quizás, reflexiona, no sea necesaria su comprensión mas sí lo es la famosa decisión. Nuevamente se pregunta qué hacer, se debate en una batalla cruel que enfrenta a todos los afectos que conviven en sí misma. Ya siente el suave recorrer de agridulces lágrimas por sus mejillas, ya deja de sentir frío o calor. Descubre que tiene ganas de encontrar una caricia, un abrazo, cariño, contención… en realidad alguien que decida por ella. Intenta escaparse nuevamente a sus adentros pero de algún modo las puertas de su propia interioridad se le cierran en la cara. Una nueva ráfaga de entendimiento le golpea con fuerza en el pecho; son ecos desde otro tiempo esos recuerdos que vuelven como el yodo, las botas rotas, las botellas, los tesoros y las porquerías que escupe el mar. Y ese dolor, ese amor, ese vacío y esa saciedad son lo mismo. Ella se arma de valor y sin piedad arranca esos ecos de sí. Se para, respira profundo y continúa caminando… esta vez siendo en su interior una hermosa mariposa.