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vibrancias
(villancicos por un hombre bueno)
henry 1
wilford
2
la frontera conjurada (II)
(del insuficiente oficio de intentarse)
vibrancias
(villancicos por un hombre bueno)
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Nota aclaratoria:
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I
El poema es terrible, señoras.
Fue inventado el día anterior a la creación,
cuando Dios tenía miedo de estar solo.
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II
Epitelialmente oportuno,
objeto casto, jorobado orgasmogénico,
requerido para cumplir obligaciones y tareas,
ha ido perdiendo los gestos de sus amos
y ellos han dejado de inventarse
a su imagen y semejanza.
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VI
Alter ego
No se ha inventado algo que fuera nuestro,
algo que pudiéramos vender,
o paredes que manchar sin un castigo.
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VII
Somnolienta, gozada,
con la ternura haciéndola encoger
como un cachorro,
agradeciéndome el labio,
deslizada de mi cuerpo rítmico,
de mi gimnasia lenta y mis espasmos,
de esos calambres del vientre
que sostengo
cuando cierra sus ojos
para olerme felina el cuerpo que no soy,
que nunca he sido.
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VIII
En esta silla, soy casi feliz
y fumo poemas.
Visto desde el águila
perpendicular a mi destino,
lejos,
desde donde mis desdichas son efímeras,
mis mendrugos de tiempo,
mis bluyines gastados no se notan,
desde donde no se alcanza a percibir
si calzo culpas o zapatos,
acaso exista como un tropiezo del promedio,
y no se distingue mi silla de feliz
ni el humo de mis palabras.
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IX
Ojos de pronto giran hacia mí,
pestañas que resbalo hasta la risa
(inventas por un segundo tu alegría y soy feliz,
inmenso, absurdo hasta agotarme)
Y en el muro viejo, largamente,
por siglos derrumbado,
penetra la curiosidad que detenemos.
Raso azul, extensos lienzos por encargo,
cortesanos, bigotes, infantas, enanos.
La silla vacía de tí, en todos los salones,
con todos los pretextos.
Tengo extraños despertares
luego de esta pesadilla recurrente
con Velásquez,
que pinta en mis mañanas,
se come las uñas,
y me sueña desierto, inhabitado, extremo,
surrealista hasta los tuétanos.
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X
Hoy te he visto:
casto, esdrújulo, impertérrito,
de ánimo morigerado, adusto, doble,
con un manuscrito en ristre
degustando un rasquido, un lapsus uñal.
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¿qué pase usted hay que ponerse?,
¿qué vestirse para caer sin explicar sobre un cualquiera?
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XI
“P” de tanta inicial: Pitonisa y Prometeo.
Patético. Chin-chin, la gigantona.
Es más: la perseguimos.
¡Ya está este muchacho de mierda en la otra cuadra!
Y como hoy ha querido llover y no ha podido,
esa nube nos deja la angustia gris
y sucios de los pies,
de esa lluvia de pobre que es el agua de jabón.
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XII
Cómo
rodeándote de mi horma
vas tomando este aspecto inoportuno
y calzándote de mí
pisoteas las calles enemigas...
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XIII
Donde quedó
el remanso en que saciamos ambos nuestra sed
a deshoras,
vigilándote para no encontrarnos,
olfateando tus rastros,
reconociendo el brillo de tus ojos
por las noches
y reforzando mi madriguera en la mañana.
Porque
pudiendo cazarte,
surcirte en mi invierno,
exhibirte,
renuncié a mis yunques y mis trampas,
y me expongo con este plumaje de alto riesgo,
atrayendo sobre mí todas las garras.
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XIV
Manas-lu
Para Andrés
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XV
Tenía —dicen las crónicas—
unas manos que podían vivir por si mismas,
que abandonaba cansado
para que hicieran de barro los fermentos.
Creciendo, multiplicándose
el lodo que habitamos
deambuló su huella que cubrimos elegidos,
ocultándola a los otros, compadeciéndolos.
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XVI
Se han caído los cielos a mi espalda
con sus nubes breves, con sus soles,
todos los cielos de las tardes
que huyeron y auyentaron
lo que tuve, lo que fui, lo que no hice.
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XVII
Neurosis por saber de la madre de las aguas...
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XVIII
Adelgazando la tarde sobre los techos
y las espaldas de los pájaros de agosto,
los he visto salir a reirse de nosotros
cuando van a sus templos, de paseo
en los domingos de esas semanas cortas
que inventaron
sus extraños astrólogos para regir
los nortes, los vientos y los fríos.
Semanas de pájaros,
percibidas a veces como un cosquilleo entre las
alas,
un extremecimiento del cuello,
una sed
o una inexplicable necesidad de volar
bajo la lluvia.
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toman asueto sus ministros
y sus pájaros mecanógrafos.
Suelen ser días sagrados
o fiestas patrias de esos
incomprensibles países de pájaros tan carentes,
sin metales,
sin buenos propósitos.
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XIX
Cuando Hamid nació,
todos a su lado vendían algo,
y era admirable cuanta gente,
bultos, telas y gatos
corrían a su lado sin aplastarlo.
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levantó los ojos de repente
y vió que su dios no se reía.
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XX
Si Darwin tiene razón,
lo único cierto son tus piernas, mi treintayocho
y los críos que podríamos tirar
para salvar la especie.
Si no, ni siquiera eso es verdad.
Menos racionalismo:
arreglemos horizontalmente nuestras diferencias.
Después escribiré poemas para explicar el gozo
y tú aprenderas nuevas canciones.
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XXI
Partisanos: un muerto,
una niña muerta,
un muertecito azul,
una madre muerta,
un cura muerto,
otro muertecito descalzo,
un vendedor de chicles muerto,
un zapatero,
un marihuanero-talabartero muerto.
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Partisanos: siete muertos de uno en uno,
siete más,
y otro que cayó y quedó sentado,
y otro más,
y un músico muerto sin su guitarra,
un pobre muerto sin sus botas puestas,
una procesión de muertos que se cargan
a sí mismos.
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y luego, en represalia,
un muerto,
una niña muerta,
un muertecito azul.
Abúrrete: otro muerto;
encógete de hombros: una cantina de muertos;
bosteza y cambia el canal: un cantinero muerto,
y muchos muertos, la muerte en pleonasmo,
y otro más, la muerte con buena ortografía
hasta que no duela,
y otro muerto que no lava la lluvia.
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XXII
Tango
Cuando en medio de esa luz
que el vino prende en tierra extraña
te alcancen calles olvidadas.
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Y si se ríe —la risa es amarilla, cálida,
hecha para usar sombreros—
bebemos el nectar de tinaja,
dócil y generoso como cola de perro,
antes de reparar la vida por la tarde
o fumar apoyados en la puerta
viendo pasar a los viajeros,
a los comerciantes con sus cuerdas,
al maestro, al recolector de diezmos,
al vendedor de telas, al voceador de apocalipsis,
al vecino,
hormigas sin lugar, cazadores que pagan pasajes,
visitadores de hijas casadas,
pedidores de agua y de favores,
ladrones, transeuntes, diputados.
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XXIV
Como el molino invoca la mañana,
dando gritos, recordando el parto
que el comal consagra,
abro las crujías del pecho
para que mis ángeles presos pulsen la soledad que
he afinado.
Así tendremos
con qué compartir la última cena,
frugal, completa,
mientras otros agrandan los orificios
para que pasen los camellos de los triunfadores.
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XXV
Retorno
Estas palabras, mujer,
los materiales claros con que quise erigirte
la alegría
ruedan lentos, van cayendo
mientras tomo tu retrato y te contemplo,
para romperte en mí
y desangrarme.
Nubecita:
con este poema te conjuro
para que llueva en ti el dolor que lava y cura.
Llamo a mis duendes de las calles
que te inundan
para que busques los brazos con deseo:
te alcanzará el mensaje del orígen,
desnuda, mortal, más sola;
el amor te vestirá de azahares,
elevarás tu oración de gozo,
abrirás los pétalos para la celebración
de tu carne.
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Niña de agua:
con este poema me disuelvo,
reclamo cansado mis misiones
y retorno a mi lugar desconocido.
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