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El hombre y la muerte la virtud cvica las leyes de la ciudad son verdaderamente universales, al margen de los intereses particulares.

Y es gracias a esta universalidad como el ciudadano es un indi viduo libre. No es libre el hom bre que depende de otro hom bre pero s aquel que slo depende de una ley universal. En el sistema en que la ciudad acepta estar nicamente al ser vicio del individuo, la virtud acepta afrontar la muerte. El traum atism o de la m uerte queda dominado, as como la ilu sin de la inmortalidad: poco im porta mi muerte, pues como mi vida, servir para fundar otras individualidades virtuosas, que a su vez... En las sociedades occidentales se amalgamaron con los elementos ambivalentes de la moral cvica, preceptos ulte riores epicreos y estoicos, para form ar una especie de vulgata laica, cuya sabidura se esgrimir contra la muerte. Sabidura del combatiente, del sabio, del legislador en cuyo espritu est presente la superior universalidad a la que se consagra, aun cuando busque el dulce estremecimien to de la gloria. Sabidura del gran hombre, capaz de vivir como si no existiera la m uerte, m ientras lleva a cabo su obra inmortal. Sabidura tam bin la del hom bre normal que sien do consciente de que hasta los ms grandes de este mundo m ueren, sabe cun jactancioso sera de su parte la sola idea de escapar a la ley comn. Muere pues, amigo. Patroclo, que vala ms que t, ha muerto. Orgullo del inventor: Mi obra sobrevivir. Ternura de quien extiende su am or a toda la descendencia humana: Trabajo por las generaciones futu ras. La amistad, la fraternidad, el ard or en el trabajo, el dulce calor social, el propio impulso de la vida cvica dis persan la proximidad de la m uerte, alejan el tem or con su ayuda. No nos preguntarem os aqu si esta moral es verdade ra o falsa; ms adelante la examinaremos con deteni miento.

De la plenitud al vaco: el suicidio En el lmite, el individualismo conduce al cosmopolitis mo; el movimiento hacia la individualidad es el movimiento
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