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El hombre y la muerte La entrega del ciudadano a la ciudad no es una fusin annima: existe reciprocidad; es una especie de contrato social

(aunque el trm ino no sea ms que una m etfora) que el ciudadano entiende contraer con el Estado. La ciudad que se incauta de la vida del buen ciudadano, le da a cambio gloria eterna. La gloria es a la vez exaltacin individual, ser vicio insigne a la patria e inm ortalidad social; es decir, se tra ta de algo mixto; y, como la m oral cvica, de u n m utuo intercam bio de satisfacciones entre la ciudad y el individuo. No hay que olvidar, en efecto, que la bsqueda de la gloria es tam bin bsqueda de intensidad en el instante glorio so (11), bsqueda de felicidad. Es preferible arriesgar la vida que malvivir. De ah que la verdadera vida, la vida peligrosa, deba preferirse a la vida mediocre, y por ello mismo, la m uer
te gloriosa a la m uerte mediocre. La gloria es, pues, exaltacin

de la vida individual. Al propio tiempo, el instante glorioso es la ola gigantesca que recubre la historia p ara siempre, el mom ento privilegiado ms fuerte que la m uerte, y que sub sistir eternamente en la m em oria colectiva. Y una tal gloria no slo es m ilitar sino tambin, como en Atenas, de portiva, cvica, esttica. La sntesis del individuo y de la ciudad desemboca, en el plano de la m uerte, en una especie de inm ortalidad cvica, donde lo m ejor del individuo se inscribe en el phylum comn. Llegada a ese punto, la m oral cvica se hace equvoca, ambivalente, y tiende a caer en una especie de religin, sea de la ciudad, sea del hroe. As, cuando Augusto Comte sistematiza en su m oral posi tiva las caractersticas esenciales de la moral cvica, se deja llevar hasta hacer de la patria, extendida a la humanidad, una Patria, una Madre carnal, real, casi mstica: la moral positi va se transform ar insensiblemente en religin positiva. Y en el interior de esta Patria, los m uertos se hacen tan presentes como los vivos, ms an, los gobiernan. Son m uertos conso lidados, m uertos que viven en el interior de los vivos, muer tos que hablan segn la expresin de Melchior de Vogu. Schopenhauer supo lo que era el misticismo prctico que
(11) Cf. cap tu lo 9, en el que analizamos las m odernas teo ras del in stan te ante la m u e rte , aunque desprovistas de todo civismo. (12) Jenofonte, M em orables.

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