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UN ARIA DE MARA SECHTCTEN El rostro de la mujer blanqueado por el cosmtico y la brillante luz, temblaba.

En su cuello se tensaba una vena poderosa, la mirada buscaba el cielo del teatro y de su boca, contrada en una falsa y hermosa sonrisa, se proyectaba una voz fina, aguda hasta el extremo, intensa como la ms alta nota de un violn; su voz cortaba la noche, incluso por encima de la placa del teatro, mucho ms alto que las nubes. La voz de Mara Sechtcten cortaba ese teln, oscuro e iluminado por pequeas y titilantes luces, que separa al cielo de la tierra. Un canto irresistible. Pero an no alcanzaba el anunciado e inaudible Sol 10. Antes del aria final el embajador estuvo a punto de levantarse, pero desisti como antes lo haba hecho, intrigado por la esquiva mirada de la cantante. Se sirvi otro buen trago de whisky y, apoyado en el pasamano de su palco, bebi a sorbitos. La voz de Mara se elevaba nuevamente hasta alturas imposibles, elusiva como un pez que con vrtigo y gracia cambia de direccin. En los das siguientes los cronistas la describieron como un delicado y peligroso aletear de colibr. Un gorjeo que, en el ltimo sostenido, fue para el embajador Letherman casi como morirse en el cielo; casi, porque muri en la tierra. El vaso en su mano estall y los fragmentos cortaron garganta y yugular. Muri antes de la llegada de la ambulancia, en los amorosos brazos de su nueva amante, la joven Cilena klutgerberger. Accidente inconcebible, titulaba a la maana siguiente el diario. En su cuarto de hotel, sin ningn cosmtico que disimulara su edad, Mara Sechtcten lo ley y sonri una vez ms. Norwell Caldern R.

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