1. La subversi6n histérica
@Se puede atin hablar de histeria? {Cémo definirla? (No
es cualquier definicién efimera y cuestionada sin cesar en
fancién del contexto social?
‘Sin embargo, quienes usan esta denominacién,
ben saber por fin, después de tantos siglos de investigacion
y de atencién terapéutica?
La histeria desconcierta en primer lugar por los sinto-
‘mas que se le atribuyen. En efecto, son contradictorios: la ri-
say el llanto, la depresién y la euforia, la frigidez y el ardor,
anestesia, la afasia y la volubilidad, a
etiolégico? En este aspecto, es sorprendente comprobar una
Constante en la respuesta de quienes saben: la causa seria
“eforden de una fuerza, un poder a la vez interno y externo,
que una vez libre trastomna, a pesar nuestro, nuestras sen-
saciones, pensamientos y actos. En el transcurso de los si-
Jos esta fuerza recibié diversos nombres, y la historia de la
En la Antigtiedad
Desde la época de los médicos y filésofos griegos hasta el
siglo XVI, la patologia histérica ( ka patho) provie-
ne del drgano femenino del itero (hystéra). Cuando este se
mueve por su cuenta en el cuerpo, provoca sofocacién, afo-
nia, epilepsia, torpor. Esa es la postura de Hipécrates, Cel-
80, Areteo y Soranos,
Pero {por qué entonees ese trastorno y no otro? De
la falta de relaciones sexuales (vindas, mujeres sin hi
Fe
159con el inferior, del gobernante con el gol
Esta complementariedad en la desigualdad se encuen-
tra en todas las sociedades tradicionales. Asi, Francoise Hé-
ritier decia al respecto:
izada de las aptitudes, los
los sexos, que en-
2 80 establecen correspondencias
.) entre esas relaciones macho/hembra, derecha /iz-
quierda, alto/ bajo, calor/ frio, ctestera».?
lag relaciones sexuales o su ausenc!
briahormonal y Ta topografia ‘de sus 6rganos-.* f
Si, pero entonces la verdadera cuestién es la siguiente:
éde donde procede Ia enfermedad en In mujer? Se debe a
que le falta un hombre que se le imponga y, de ese modo,
su lugar de matriz fecundada?
to Blt Lelie 1904p. 12
‘Ahora bien, estas euestiones no se plantean y seguiran
ausentes durante mucho, mucho tiempo.
La tradicién teolégica
A partir de san Agustin, la etiologia queda trastocada.
La histeria ya no compete més a la matriz; cambia de nom-
bre para designar esa fuerza subversiva en la mujer: se la-
may ». Pero, entonees, esta fuerza que no es «segtin
la naturaleze, es divina o demoniaea? Esa es la pregunta
que debemos responder, de acuerdo eon estos tres tiempos:
1. Bl instante de ver
Extasis, trances, convulsiones, estigmias en el cuerpo de-
jan ver signos; esas mareas son tuna mancha que Hama Ia vi-
a somete el cuer-
poa la cuestién:* jsufro? 0 esta anestesiado?
2. El tiempo de saber
in hechizo qué exige una interpre-
fo toma sitio la ciencia toolbgica
iacitn erudite, De es
auerde ‘acuerdo con 1
causa divina o demoniaca, Ese man
Este momento permite pasar del saber al poder: l del
sa al demonio del hechi-
ler politico ue ejecuta en la hoguera la conde-
jen, al eontrario,
moce que la posesion es la del propio Espir .
que toma caminos extraiios, califieados de misticos, para
‘manifestarse. Asi, en todas y cada una de
se pone en juego la conformidad a las reglas:
eclestastiea
* Lecual debe entenderse en dos sentidos cl del evestionamientay el de
I euestion (question) como tormento, W. det Z)
161En efecto, como la histeria, la
politico-religioso, es decir, la dominacién masculina de Ta
autoridad sobre ay los otros, segiin las roglas de Ia mesura
ya iWentificacién comin, Ahora bien, esta etiologia sigue
viva, Ese poder de discernimicnto, efeetivamente, eontintia
los disefpulos de Chareot, Legué y
rette, la diagnosticarian a posteriori como «poseida histé-
rica».
Pero entonces, si una mistica tiene sintomas histéricos,
{no es una falsa mistica? Ese es en verdad el dilema plan-
teado desde el entendimiento «cordial» entre tedlogos y psi-
quiatras: 0 mistieaso enfermas. :Dénde esta el
que, {no se trata, después de todo, de un falso
Pierre Janet o Joseph Breuer llaman a Teresa de
.Zimpide eso juzgar que es una «ver-
icbate no cesa entre los representantes
icoy los del cuerpo médico, hombres tan-
Uno de los casos mas diseutidos fue el de la Madeleine de
Pierre Janet, cuyo verdadero nombre era Pauline Lair La-
Fextase. La mujer exhi-
sion de Jestis y
bia los estigmas de las cinco heridas
una contractura que la obligaba a
trario de Teresa de Avila.’ El sabe. i
ET ejemplo inverso es el de Marthe Robin, muerta en
1981, la estigmatizada de la Dréme en Chateauneuf-de-
Galaure. Tiene sintomas calificados de histéricos (estigmas,
completa ausencia de suefio, anorexia total desde 1932,
“Articulo aparecido on Ktudescarmelitaines, 16,0" 1, 1991, pags, 20:67
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segiin los médicos); y al mismo tiempo, inmovilizada en su
‘cama pero siempre despierta y disponible, recibe y aconseja
a decenas de miles de peregrinos; también funda hogares de
caridad. Ahora bien, en sus estudios, J. Guitton® y G. Mot-
juzgar y desechan ese falso dilema: o enfer-
1a cosa no excluye la otra. Pero zqué pasa
entonces con el discurso psiquidtrico?
La histeria como neurosis
‘Hemos visto dos etiologias, dos denominaciones de una
fuerza subversiva: el furor uterino y la posesién demoniaca.
Con la psiquiatria va'a nacer una tercera designacién: la
histeria es una neurosis. Pero acerca de la significacién de
esta neurosis van a oponerse dos corrientes.
1. La corriente organicista :
La neurosis se debe a una lesién orgénica n
nervioso, un trastorno nervioso del cerebro. Asi, Cullen in-
venta en 1769 la palabra «neurosis» para designar ese défi-
cit. Otros lo seguirdn en el siglo XIX.
de la psicogénesis
atria dindmica, esta tendencia se opone ala
primera. La histeria proviene de una dynamis, un poder,
‘una fuerza que instaura un trastorno de orden funcional.
Bs por lo tanto una psiconeurosis.
Esta recuperacién del concepto de fuerza subversiva va a
explicar en lo sucesivo To que no se presenta como un sinto-
ino como el sintoma esencial, central y constante de la
Ja falta de unidad de la personalidad, la falta de i-
jeza de la identidad. De alli sus distintos nombres: perso-
Iténeas o sucesivas, disociaciones
sciente, mitomania, ete.
it de Marthe Robin, Pars: Grasset, 1985. (Retratodle Marthe Ro-
bin ‘Monte Carmelo,
® Marthe Robin, Toulouse: Es, 1989.
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