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JAVIERA

La muy puta tena una ortografa envidiable. Debo decir que superaba con creces a mis trazos frustrados y a mis lneas aprendidas de aquellas lecturas parcas que entonces haca para no perder el tiempo en babosadas. Un da, no recuerdo exactamente la fecha, me envi un mensaje por Gmail: La salida del cine est cerrada por construcciones. Sal por los pisos de abajo, y esperme en el bao de mujeres. As lo hice. La esper. Lleg radiante y as la culi como nunca a la sombra de dos policas, a quienes Javiera haba pagado con anticipacin un billetito. Despus, con crudeza, Javiera me dijo que si no la mataba ah mismo, me iba a cortar la paloma. Cmo as, dije yo, tocndome los huevos. Quiero que me mats, chavalo baboso, dijo ella, discreta, como si sus cuerdas vocales viajaran dentro de un violn sin cuerdas, atrapado en un sinfn de instrumentos musicales. La llev a mi casa. Ah colgu su cabeza sobre el mosquitero de una cuna, y le tir un balazo. Un tiro perfecto en la sien. Sal de la casa con su cuerpo envuelto en una sbana gris; al botarla en el basurero (camin tres cuadras ms al norte y una al sur) mir a un gato rebuscando comida en un terramental de cerotes mal dejados en una tierra hmeda y caf. Lo cog sin asco en medio de la mierda y me lo llev a la casa. Pasaron tres das para que el gato se acostumbrara a un nuevo hogar, techo de sutil ternura y hospitalidad como lo era el mo. Pero fue mi mama la que me dijo que no quera gatos por el beb (la pelusa se les mete en sus ojitos, y les da una enfermedad muy peligrosa, era su argumento) y tuve que botar al gato de nuevo, dejarlo donde lo haba encontrado. Curiosamente, ayer que pas por el cauce en donde lo enterr, pude ver al gato tirado a la orilla de las aguas chanchas; era el rostro de un gato muerto: tena un calzn en la cabeza, y un brasier del tamao de Javiera sobre su pancita blanca.

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