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ES HORA DE HACER UNA LIMPIEZA ATU DISCO DURO. LO SIENTO. TU CONTRASERA NO COINCIDE CON TU NOMBRE DE USUARIO. EDITORIAL El alma de la fiesta dos fuimos a esas reuniones de finales del siglo veinte en las que alguien, sin merecerlo, se convertia en el alma de la fiesta. Eran veladas de quince personas y nadie se conocia demasiado. Un almuerzo anual de compafieros de trabajo, por ejemplo, o un grupo variopinto alrededor de la tele para ver un partido importante. En esos escenarios siempre habia un tipo, uno solo entre los quince, convencidisimo de su ingenio. Un tipo que tenia frases ocurrentes para todo, que no dejaba pasar de largo el chascarrillo jamés, ni el buen chascarrillo ni el pésimo. Que vigilaba de reojo qué efecto causaban sus comentarios. Y que redoblaba su arsenal cuando conseguia la carcajada de los otros eatorce. Al principio, cuando Hegabas a la reunién, el quinceavo te parecia un invitado simpatico. Pero a la media hora descubrias que su cerebro no filtraba los descartes. Cualquier situacién, para él, merecia ser agujereada por la chispa. Si alguien decia gato montés, él replicaba que te monte un gato; si alguien offecia dos tazas de té, él preferia dos tetazas. (Estoy poniendo ejemplos torpes para no perder la idea, pero eran latiguillos por el estilo.) El] asunto es que perseguia al chiste hasta los confines del argumento y siempre volvia con algo en la boca. No creo que haga falta describir mejor al quinceavo de las fiestas: todos fuimos a esas reuniones y padecimos su metralla verbal de retruques a destiempo. Yo dejé de ir a todos los asados del mundo, a todos los easamientos y bautismos, a todos los convites numerosos, por culpa de este sefior. Y entonces cambid el siglo y algo tuvo que haber pasado. No lo supe a tiempo, porque salgo poco de casa. Pero este afio tuve que decir que si a unas cuantas reuniones con quince invitados. Me resigné a padecer otra vez el mattirio del alma de la fiesta. Sin embargo pas6 algo muy extrafio: el quinceavo estaba alli, pero no hablaba. En ninguna de las reuniones a las que fui este afio aparecié la verborrea temible del quinceavo. En la primera reunién, pensé que era una bendicién del azar; en la segunda sospeché que quiz4 el ser humano habia evolucionado; en la tercera disfruté como un chancho la fluidez de la charla grupal; y en la cuarta reunién observé el contexto. Y descubri lo que esté pasando. El quinceavo sigue existiendo: nunca se cansa de creerse ingenioso y popular, ni deja pasar un minuto sin soltar sus frases breves de toda la vida. Pero ahora las tuitea, Esté alli, pero en modo vibrador. Descubri al quinceavo distraido de la charla porque mira todo el tiempo su teléfono. Finge estar presente en la reunién, pero en realidad esti navegando su timeline de arriba a abajo. Se le ilumina el gesto con el fulgor de la pantalla, Lo vi morderse la lengua y teclear con los pulgares. Lo vi hacer esfuerzos por resultar agudo. El quinceavo escribe frases cortas en directo sobre todo lo que ocurre, Si mira fatbol, comenta las incidencias. Si en la sobremesa se habla de politica, él teclea sus retruques con arritmia venenosa. A mitad de la reunién escribe que esté en una fiesta y dice con quién esté y explica al mundo cuanto se divierte. Lo vi. Siempre uno entre quince, Mas tarde, ya en casa, espié lo que habia escrito el quinceavo en Ja reunién: eran las mismas frases que antes decia en voz alta en los asados, en los casamientos, en las veladas insuftibles del siglo veinte: la misma necesidad patolégica del ingenio a cualquier precio. Espié también sus frases del dia anterior a la fiesta: lo descubri satisfecho cuando el ntimero de sus seguidores erece, vanidoso cuando ‘otros repiten sus frases, preocupado cuando un seguidor deja de seguirlo, y sobre todo autista, Ajeno a la conversacién fluida, y sin gritos, de los otros catorce. Hernan Casciari

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