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Las aguas del mundo - Clarice Lispector. Includo en "Felicidad clandestina" Traducido por Marcelo Cohen.

Editorial Grijalbo, 1988. All est l, el mar, la ms ininteligible de las existencias no humanas. Y aqu est, de pie en la playa, la mujer, el ms ininteligible de los seres vivos. Desde que un da se hizo la pregunta sobre s mismo, el ser humano se convirti en el ms ininteligible de los seres vivos. Ella y el mar. Sus misterios slo podran encontrarse si uno se entregara al otro: la entrega de dos mundos incognoscibles hecha con la confianza con que se entregaran dos comprensiones. Ella mira el mar, es lo que puede hacer. l slo est delimitado por la lnea del horizonte, es decir, por la incapacidad humana que a ella le impide ver la curvatura de la tierra. Son las seis de la maana. Slo un perro libre titubea en la playa, un perro negro. Por qu son tan libres los perros? Porque es el misterio vivo que no se indaga. La mujer titubea porque va a entrar. El cuerpo se le consuela con su propia exigidad en relacin con la vastedad del mar, porque es la exigidad del cuerpo la que le permite conservarse tibio, y es esa exigedad la que lo hace pobre y libre de la gente, con una parte de libertad de perro en la arena. Este cuerpo entrar en el fro ilimitado que ruge sin rabia en el silencio de las seis horas. La mujer no lo sabe: pero est realizando un acto de coraje. Vaca la playa a estas horas de la maana, le falta el ejemplo de otros humanos que transforman la entrada al mar en simple, liviano juego de vida. Est sola. El mar salado no est solo porque es salado y grande, y esto es una realizacin. A esta hora ella se conoce menos todava de lo que conoce al mar. Su coraje consiste en continuar aunque no se conozca. Es fatal no conocerse, y no conocerse exige coraje.

Va entrando. El agua salada est tan fra que ritualmente le eriza las piernas. Pero una alegra fatal -la alegra es una fatalidad- ya la ha invadido, si bien ni siquiera sonre. Al contrario, est muy seria. El olor es como el de una marejada vertiginosa que la despierta de sus ms adormecidos sueos seculares. Y ahora ella est alerta, aun sin pensar, como est alerta sin pensar el cazador. La mujer es ahora compacta y leve y aguda, y se abre camino en la gelidez que, lquida, se le opone y sin embargo la deja entrar, igual que en el amor, donde la resistencia puede ser un pedido.

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