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El espanto, ni la muerte ni la vida, ni el lmite ni el misterio, el caos, el azar o el drama; ni lo uno ni lo otro, solo la amnesia; de eunuco feliz liberticida, del rampln esfuerzo de no ver al hombre sin querer cambiarlo; por desesperanza y hasto, por indiferencia y nimiedad, por torpeza o prepotencia. No espantan la tragedia o el dolor, vivir, sentir la negacin; espantan el duelo, la comedia, la farsa, la cobarda; la ignorancia y oscuridad hechas fe, el mundo y el lelo y el resignado, que solo es lo que toca ser. El espanto, no nacer cada da; huirle al sol y al azul profundo, al trino, al canto y algaraba de mirla, pmparo o cigarra; no enfermar de esperanza, dejar de morir por la vida; dejar de amar porque pueda terminar, simplemente por vivir la nada. El espanto, el paraco; no creer en s mismo, darle igual ser roca o vegetal; no vivir para matar, la abulia, la ilibertad; pacer echado y no morir,
por la sombra de un nuevo da; por gozar incertidumbre y azar, por no gozar la herida en los ojos del alba y las estrellas; el llenado de los sentidos, la llegada de los nios; amanecer y amar, jugar, cantar, tambin rer, tambin crear y trabajar. Espanta el miedo, no la patasola o los demonios; los de otros o los mos, no el terror ni la barbarie; de la bestia, de sus prncipes enanos, o la de ratas, esbirros o lacayos; espantan, siempre me espantan, la verdad absoluta, las vacas sagradas; las ceremonias, los ritos del poder, la certeza eterna, su fatalidad.