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En la mitología griega, Dédalo (en griego Δαίδαλος Daídalos) era un arquitecto

y artesano muy hábil, famoso por haber construido el laberinto de Creta.


Dédalo tuvo dos hijos: Ícaro y yapige.

Dédalo construyó una amplia pista de baile para Ariadna (Ilíada xviii.591) y más
tarde construyó un laberinto en el que estaba encerrado el Mino tauro y del que
escapó Teseo gracias al consejo de usar un hilo que le dio Ariadna.

El laberinto era un edificio con incontables pasillos y calles sinuosas abriéndose


unos a otras, que parecía no tener principio ni final. Dédalo lo construyó para el
rey Minos, pero tras ello perdió el favor del rey y fue encerrado con su hijo Ícaro
en una torre. El rey Minos quería el laberinto para encerrar en él al Mino tauro,
el hijo de su esposa Pasifae. Poseidón había maldecido a Pasífae y Dédalo le
construyó una vaca de madera hueca para que pudiese aparearse con un toro.

Dédalo consiguió escapar de su prisión, pero no podía abandonar la isla por


mar, ya que el rey mantenía una estrecha vigilancia sobre todos los veleros y
no permitía que ninguno navegase sin ser cuidadosamente registrado. Dado
que Minos controlaba la tierra y el mar, Dédalo se puso a trabajar para fabricar
alas para él y su joven hijo Ícaro. Enlazó plumas entre sí empezando por las
más pequeñas y añadiendo otras cada vez más largas, para formar así una
superficie mayor. Aseguró las más grandes con hilo y las más pequeñas con
cera, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro.

Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo batió sus alas y se halló subiendo y
suspendido en el aire. Equipó entonces a su hijo de la misma manera y le
enseñó cómo volar. Cuando ambos estuvieron preparados para volar, Dédalo
advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría
la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no
podría volar. Entonces padre e hijo echaron a volar.

Pasaron Samos, Delos y Lebintos, y entonces el muchacho empezó a


ascender como si quisiese llegar al paraíso. El ardiente sol ablandó la cera que
mantenía unidas las plumas y éstas se despegaron. Ícaro agitó sus brazos,
pero no quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y cayó al mar.
Su padre lloró y lamentando amargamente sus artes, llamó a la tierra cercana
al lugar del mar en el que Ícaro había caído Icaria en su memoria. Dédalo llegó
sano y salvo a Sicilia bajo el cuidado del rey Cócalo, donde construyó un
templo a Apolo en el que colgó sus alas como ofrenda al dios.

Mientras tanto, Minos buscaba a Dédalo de ciudad en ciudad, proponiendo un


acertijo: ofrecía una caracola espiral y pedía que fuese enhebrada
completamente. Cuando llegó a Camico, el rey Cócalo, sabiendo que Dédalo
sería capaz de resolver el acertijo, buscó al anciano. Éste ató un hilo a una
hormiga que recorrió todo el interior de la concha, enhebrándola
completamente. Minos supo entonces que Dédalo estaba en la corte del rey
Cócalo y exigió que le fuese entregado. Cócalo logró convencerlo para que
tomase primero un baño, y sus hijas le mataron entonces quemándolo con
agua hirviendo.

Dédalo estaba tan orgulloso de sus logros que no podía soportar la idea de
tener un rival. Su hermana había dejado a su hijo Perdix a su cargo para que
aprendiese las artes mecánicas. El muchacho era un alumno capaz y dio
sorprendentes muestras de ingenio. Caminando por la playa encontró una
espina de pescado. Imitándola, tomó un pedazo de hierro y lo cortó en el borde,
inventando así la sierra. Unió dos trozos de hierro por un extremo con un
remache y afiló los extremos opuestos, haciendo así un compás. Dédalo tenía
tanta envidia de los logros de su sobrino que cuando un día estaban juntos en
lo alto del templo de Atenea en la Acrópolis, aprovechó la oportunidad y lo
empujó. Pero la diosa, que favorece al ingenio, le vio caer y cambió su destino
transformándole en un pájaro bautizado con su nombre, la perdiz. Este pájaro
no hace su nido en los árboles ni vuela alto, sino que anida en los setos y evita
los lugares elevados, consciente de su caída. Por este crimen Dédalo fue
juzgado y desterrado.

Dédalo dio su nombre epónimamente a cualquier artesano griego y a muchos


artilugios griegos que representaban hábiles técnicas. En Platea (Beocia) había
un festival, la Pequeña Daedala, en la que se derribaba un roble del que se
tallaba una imagen que se vestía con ropas nupciales y que se llevaba en una
carreta tirada por bueyes con una mujer que hacía de novia hasta el río Asopo.
La figura se llamaba Daedale y el arcaico ritual se explicaba con un mito: Hera
había abandonado enfadada a Zeus y éste, para lograr que volviese, anunció
que iba a casarse y vistió un muñeco para imitar una novia. Hera se unió a la
procesión de la boda, rasgó el velo de la falsa novia y, al descubrir el ardid, se
reconcilió con su marido. Las imágenes se guardaban tras cada fiesta, y cada
sesenta años un gran número de ellas se llevaban en procesión a lo alto del
monte Citerón, donde se construía un altar de madera y se quemaban junto
con animales y el propio altar.

En alusión a esta figura mitológica en 1970 se le llamó «Daedalus» a un cráter


lunar situado en el centro del lado oscuro de la Luna.

En la isla de Creta existió hace muchos años un rey llamado Minos, este rey
poseía grandes riquezas y algo que nadie tenía: un hijo de fuerza
extraordinaria, con cabeza de toro al cual lo llamó Mino tauro.

Minos pensó ponerlo en lugar seguro, de donde no pudiera escapar, así que le
encargo a Dédalo, un gran arquitecto, que construyera un enorme y
complicado laberinto.

Dédalo aceptó y junto con su hijo Ícaro, emprendió la gran obra. Cinco años
después terminaron el laberinto, éste era tan grande que solo ellos sabían el
camino correcto.

El rey Minos quedó satisfecho, pero tuvo miedo de que Dédalo e Ícaro
revelaran el secreto del laberinto así que el rey les negó el permiso para
abandonar la isla de Creta.
Dédalo se dio cuenta que escapar de la isla sería imposible por el mar, ya que
el rey Minos ordenó a todos los soldados de su ejercito a vigilar las playas de
día y de noche.

Pero Dédalo era un hombre muy ingenioso e ideó un maravilloso plan,


consistía en escapar volando como las aves.
Dédalo e Ícaro se dedicaron a reunir muchas plumas de las aves que
sobrevolaban la isla y juntándolas todas las unieron con cera de abeja.

Sin que nadie los viera, pegaron las plumas y construyeron dos pares de alas.
Cuando estuvieron listas, Dédalo pegó un par de alas en la espalda de Ícaro y
otro par en su propia espalda.
Y Dédalo dijo a Ícaro: “¡Volemos fuera de la isla! Pero debemos de tener
cuidado de o volar demasiado alto, pues el sol quemaría nuestras alas”.

Dédalo e Ícaro iniciaron el vuelo, a Ícaro le pareció tan hermoso de volar como
los pájaros, que olvidó las advertencias de su padre. Voló, voló y voló más alto
cada vez que el no escuchaba los gritos desesperados de su padre.

El calor de sol empezó a derretir la cera de las alas de Ícaro entonces empezó
el drama, las plumas comenzaron a desprenderse, hasta que las alas no
soportaron más el peso de Ícaro y cayó ante la mirada atónita de su padre.

Según la leyenda que las plumas quedaron flotando sobre el mar y tiempo
después se formaron las islas Ícaras, llamadas así en recuerdo del joven que
intentó volar al sol.

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