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Dios en su infinita bondad nos ha dado
incontables regalos para ser felices y
equilibrados. En la vida espiritual, el
principal fruto es el del Espíritu Santo y, en
la vida física, podemos mencionar los
deliciosos frutos de los árboles frutales.
Comer frutas diariamente ayuda al cuerpo a
funcionar de manera correcta y equilibrada.
Así sucede con el fruto del Espíritu Santo;
mantendrá nuestra vida espiritual fuerte,
equilibrada y con defensas fuertes contra el
enemigo y sus asechanzas.
Una de las grandes alegrías de la vida es saber que
Dios nos ama con un amor incomparable. Él tiene
planes maravillosos para que vivamos juntos,
eternamente en su reino, rodeados de gozo y paz.
Al crearnos, Dios quiso que nuestras
elecciones y decisiones nos condujeran a la
vida eterna en una atmósfera de salud
perfecta, en un ambiente de amor pleno y
armonioso, disfrutando de su presencia y
de las otras personas que formarían parte
de la familia humana.
¿Por qué hoy en día no podemos
tener un hogar feliz y una atmósfera
de amor? ¿Estamos destinados a vivir
en constante confusión, en un clima
de conflicto y sin derecho a la alegría
y a la paz?
Para responder a estas preguntas primero
debemos entender que, aunque el sueño de
Dios para las familias continúa siendo el
mismo (amor, paz, armonía, felicidad e
intimidad con Dios), el mundo se corrompió
desde la entrada del pecado, cuando Satanás
engañó a Adán y Eva en el Edén.
A partir de la caída del hombre tenemos
que luchar con dos naturalezas: la carnal
y la espiritual. El campo de batalla es
nuestra vida y luchan entre sí para
obtener el dominio de nuestras
decisiones, acciones y reacciones.
(Romanos 7:14-20)
¿cómo podemos dar frutos según el
Espíritu si nuestra naturaleza es carnal?
El apóstol Pablo afirma: “Porque el
deseo de la carne es contra el Espíritu, y
el del Espíritu es contra la carne; y estos
se oponen entre sí, para que no hagáis lo
que quisiereis” (Gálatas 5:17).
En Colosenses, Pablo nos orienta y enseña acerca de lo
que es vivir por el Espíritu: "Vestíos, pues, como
escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable
misericordia, de benignidad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros,
y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja
contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así
también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas
vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”
(Colosenses 3:12-14).
El amor es la base del éxito en la vida
cristiana. Es sustentar nuestra propia
vida en Dios. Es la columna que hace
que todo esté equilibrado. Es el
ingrediente que debe unirnos con Dios
y los demás. Es la fuerza que nos
impulsa hacia las virtudes espirituales.
Es el vínculo de la perfección
(Colosenses 3:14).
Este es el amor ágape, un amor incondicional
y voluntario, que no discrimina y que no
impone condiciones previas. Es un amor que,
independientemente de lo que haga la otra
persona, bueno o malo, este amor no
aumentará ni disminuirá. Dios nos ama
incondicionalmente a pesar de no ser dignos
de ese amor.
El amor de Dios por nosotros es
un amor inmutable y sacrificial.
Cuando lo aceptamos somos
impulsados a amarlo.
De nuestros corazones brotará la
misma declaración que expresó el
apóstol Pablo: “Porque el amor de
Cristo nos constriñe, pensando esto:
que si uno murió por todos, luego
todos murieron”. También se nos
anima a amar a nuestros semejantes.
(2 Corintios 5:14).
Por lo tanto, sólo seremos capaces de
amar a nuestros semejantes, amigos e
incluso enemigos, cuando
mantengamos una vida de intimidad
con Dios. Por medio el estudio diario
de la Palabra y de una vida de oración,
recibiremos el fruto del Espíritu Santo.
La Biblia nos revela que el fruto del
Espíritu Santo está a nuestra disposición.
Se ofrece de forma gratuita a aquellos
que deseen recibirlo. Al aceptar el
sacrificio de Cristo en la cruz entendemos
que la vida con él es como un árbol que
crece, madura y da fruto.
A medida que crecemos en Jesús, el Espíritu
Santo transforma nuestras vidas,
haciéndonos más maduros y fructíferos en
todas las áreas de la vida. El fruto del
Espíritu no es obra del esfuerzo humano, es
el resultado de la obra milagrosa de Dios en
nuestras vidas, cuando nos sometemos en
obediencia a su voluntad.
“Dios toma a los hombres como son, y los educa para su
servicio, si quieren entregarse a él. El Espíritu de Dios, recibido
en el alma, vivificará todas sus facultades. Bajo la dirección del
Espíritu Santo, la mente consagrada sin reserva a Dios se
desarrolla armoniosamente y se fortalece para comprender y
cumplir los requerimientos de Dios. El carácter débil y
vacilante se transforma en un carácter fuerte y firme...
...La devoción continua establece una relación tan íntima entre
Jesús y su discípulo, que el cristiano llega a ser semejante a
Cristo en mente y carácter. Mediante su relación con Cristo,
tendrá miras más claras y más amplias. Su discernimiento será
más penetrante, su juicio mejor equilibrado. El que anhela
servir a Cristo queda tan vivificado por el poder del Sol de
justicia, que puede llevar mucho fruto para gloria de Dios” (El
Deseado de todas las gentes, p. 216)
Por otro lado, aquellos que no buscan la presencia de
Dios y se apartan de su influencia y comunión,
producirán en sus vidas otro tipo de frutos:
AMOR
Enfrentó las duras pruebas
del Getsemaní y del
Calvario en mi lugar.

ALEGRÍA
Nadie ha tenido mayor
deleite y gozo en hacer la
voluntad del Padre.
PAZ
Reflexiona en la serenidad
de Jesús mientras enfrenta
una prueba injusta.

LONGANIMIDAD
Le pidió al Padre que
perdonara a sus crueles
torturadores.
BENIGNIDAD
Nota el trato que él le dio
a la mujer adúltera ante
sus acusadores.

BONDAD
Presta atención a su
mirada y trato al traer
alivio a los que sufrían.
FIDELIDAD
Prometió que si el hombre
pecaba daría su vida en su lugar.
Sufrió grandes pruebas, pero
cumplió su promesa.

MANSEDUMBRE
Como oveja enfrentó a sus
acusadores y a la turba
enfurecida.
DOMINIO PROPRIO
Su mayor tentación fue no usar
sus poderes divinos en su propio
favor y lo consiguió.
Recordemos que la vida con Jesús es como
un árbol que crece, madura y da fruto. A
medida que crecemos con Jesús, el Espíritu
Santo transforma nuestras vidas,
haciéndonos más maduros, fructíferos y
productivos.
Acepta a Jesucristo como Señor y Salvador
de tu vida. Dale la libertad de actuar en ti
por medio del Espíritu Santo y de los dones
que te ha entregado. Usa estos dones que te
capacitarán para realizar su obra y para
“amar a tu prójimo como a ti mismo”.

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