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OBRA DE LA TRINIDAD, 1

La liturgia es en primer lugar una teofanía:


Dios manifiesta su fuerza, y el hombre le
reconoce, le adora y le glorifica. Se sitúa
dentro de la economía salvífica proyectada
y revelada por el Padre, cumplida por el
Hijo y llevada a cabo por el Espíritu Santo
en la etapa de la Iglesia.

En la creación, la vida es donada al mundo. Cuando llega el hombre


se inicia la historia que vive el drama del rechazo de la comunión con
Dios. Llega la “plenitud de los tiempos” y la vida es nuevamente do-
nada. El Hijo eterno, engendrado antes de todos los siglos y encarna-
do en el tiempo por obra del Espíritu Santo, introduce al hombre en
el misterio de la comunión del Dios tres veces santo.
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CCE 236: “Los Padres de la Iglesia distinguen


entre la Theologia y la Oikonomia, designando
con el primer término el misterio de la vida ín-
tima del Dios-Trinidad, con el segundo todas
las obras de Dios por las que se revela y comu-
nica su vida (...). Las obras de Dios revelan
quién es en sí mismo; e inversamente, el miste-
rio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de
todas sus obras”.

Una vez cumplida la voluntad del Padre mediante el misterio pascual,


el Hijo entrega su Espíritu a la Iglesia. Desde la hora pascual, el mis-
terio de la comunión de la santidad divina (theologia), dispensado en
el misterio de Cristo (oikonomia), se convierte, en cuanto dado en
participación a los hombres mediante el culto de la Iglesia, en liturgia.
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La liturgia no es otra cosa en el fondo que la actualización sacra-


mental continuada de aquel primer acontecimiento por el cual la
Palabra-Dios se hizo carne para santificar a los hombres y dar
gloria al Padre.

Toda celebración sacramental –y de


modo eminente la Eucaristía- vive los
tres movimientos de la Pascua de Je-
sús: el Padre nos dona a su Hijo a-
mado, el Verbo asume nuestra carne
y nuestra muerte para que resucite-
mos con Él, y su Espíritu nos hace
entrar en la comunión eterna del
Padre.
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Juan Pablo II, Ecclesia in Europa (28.06.2003):


“Se trata de vivir la liturgia como acción de la Tri-
nidad. El Padre es quien actúa por nosotros en los
misterios celebrados; Él es quien nos habla, nos
perdona, nos escucha, nos da su Espíritu; a Él nos
dirigimos, lo escuchamos, alabamos e invocamos.
Jesús es quien actúa para nuestra santificación, ha-
ciéndonos partícipes de su misterio. El Espíritu
Santo es el que interviene con su gracia y nos con-
vierte en el cuerpo de Cristo, la Iglesia”.

La liturgia es primariamente misterio, acontecimiento y obra trinita-


ria, presencia siempre actual de la inefable santidad de Dios dada por
Cristo en comunión a los hombres. Se convierte “en anticipación de la
bienaventuranza final y participación de la gloria celestial” (Idem).
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El Padre es la fuente y el fin de la liturgia; Cristo, el Hijo en-


carnado, es el mediador; y el Espíritu Santo su artífice.

La estructura trinitaria de la liturgia im-


plica que toda celebración de culto debe
ser siempre comprendida y vivida como
alabanza de la gloria del Padre (doxolo-
gía), presencia sacramental de Cristo
(anámnesis), resplandor de su gloria por
obra del Espíritu Santo (epíclesis).

Todas las fórmulas litúrgicas culminan


en una glorificación del Padre, por
Cristo, en la unidad del Espíritu Santo.
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La liturgia unifica en su dinámica teológica interna las dimensiones


descendente y ascendente –santificación y culto- del misterio de
salvación.

“En la liturgia terrena, pregustamos y toma-


mos parte en aquella liturgia celestial que
se celebra en la santa ciudad de Jerusalén,
hacia la cual nos dirigimos como peregri-
nos, y donde Cristo está sentado a la dies-
tra de Dios como ministro del santuario y
del tabernáculo verdadero” (Sacrosanctum
Concilium 8).

Final de los prefacios y Sanctus.

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