El espacio comprendido entre la órbita de Marte y la de Júpiter–unos 600
millones de kilómetros– está ocupado por una gran cantidad de pequeños y toscos fragmentos de rocas o metales, los que en conjunto apenas totalizan el 5 % del volumen de la Luna. El primero de estos asteroides fue descubierto en la primera noche del siglo XIX, por el astrónomo italiano Giuseppe Piazzi, quien lo observó durante 41 noches seguidas, y después lo perdió de vista en el crepúsculo cuando se desplazaba hacia el área del Sol en el cielo. Todos los astrónomos de Europa investigaron en vano para volver a encontrarlo. Pero el genio matemático de la época, Kral Fiedrich Gaus, estimulado por su debilidad para resolver los problemas de aritmética astronómica, abandonó todos sus trabajos, convirtiéndose temporeramente en una máquina de calcular, y con los escasos datos de las observaciones de Piazzi, reconstruyó la órbita del asteroide perdido. Cuando terminó sus cálculos, indicó a los astrónomos en qué punto del cielo debían dirigir sus telescopios. Así lo hicieron, y con certeza hallaron al vagabundo perdido. Piazzi denominó al asteroide con el nombre de Ceres, y posteriores observaciones lo identificaron como un abrupto fragmento de roca, de unos 100 kilómetros de diámetro, con una superficie aproximada de 1.500.000 kilómetros cuadrados, orbitando en el espacio.