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El fantasma del final del cuento

… y algunos sortilegios para expulsarlo


desde la biblioteca escolar

Miguel Ángel Caro L.


Grupo de Investigación Dilema
Universidad del Quindío
CONJETURA INICIAL
La mayoría de los estudiantes saben armar excelentes conflictos,
pero fallan al resolverlos

Cuentos moralizantes, finales predecibles, lugares


comunes (muchas terminan en muerte, soluciones
mágicas, intervenciones divinas, cierres
escatológicos…)
Relación con bajos índices en pruebas de otros
ámbitos en cuanto a resolución de problemas
Colombia, último lugar en solución de problemas en
Pisa 2013
Un fantasma recorre la escritura creativa:

EL FANTASMA DEL
FINAL DEL CUENTO
… y 10 conjuros
didácticos para
expulsarlo
El conjuro del
pensamiento
lateral
Primer conjuro
“Cualquier modo de valorar una situación es solo uno
de los muchos modos posibles de valorarla”

Edward de Bono,
“El pensamiento
lateral: Manual de
creatividad”
Pensamiento vertical
y pensamiento lateral
John Adair,
“El arte del
pensamiento
creativo”
Ejemplos
Un precursor: Gianni
Rodari,
“Cuentos para jugar”
A contracorriente del lugar
común
Inversiones irónicas
Cuentos de lógicas
hipertextuales
Finales naturales, abiertos,
ambiguos, contundentes,
sorpresivos, flotantes,
detonantes (Guillermo
Samperio)
La magia de
saberlo
decir
Segundo conjuro
El reino endemoniado
(Enrique Anderson Imbert)

De los cuatro puntos cardinales del mundo acudieron cuatro magos,


convocados por el rey para que pusieran coto a los sucesos
extraordinarios que enloquecían a los súbditos y alteraban la
estabilidad misma del reino. Antes, debían probar sus poderes.
Fueron al patio, en cuyo centro había una gran higuera. El primer mago
cortó unas ramitas, las convirtió en huesos y armó un esqueleto. El
segundo lo modeló con higos que se convirtieron en músculos. El
tercero envolvió todo con una piel de hojas. El cuarto exclamó: “¡Que
viva!”.
El animal así creado resultó ser un tigre, que devoró a los cuatro magos.
Probaron así sus poderes, pero lejos de resolver el mal, lo empeoraron,
pues ahora el tigre, que había huido al bosque, solía volver para
comerse al primero que encontrara. Los cazadores que partieron en su
busca no lo hallaban o sucumbían bajo sus garras.
El rey tenía una hija, famosa por su sonrisa. Sonreía, y desarmaba a todo
el mundo. Conmovida por la aflicción de su padre, la princesa, sin
avisarle, fue a amansar al tigre con su sonrisa.
Esa misma tarde, amansadora
princesa y el ya amansado tigre
regresaron al palacio: la
princesa, adentro, y su sonrisa,
en la cara del tigre.
La poción de
la historia
oculta
Tercer conjuro
“Un cuento siempre cuenta dos historias”
“Tesis sobre el
cuento.
Los dos hilos:
Análisis de las dos
historias”. Ricardo
Piglia
Nexos, causalidades,
continuidades de
sentido…
Ejemplos

“Tramontana”,
Gabriel García
Márquez
“Templanza
Lasprilla”,
Gustavo Álvarez
Gardeazábal
Templanza Lasprilla
(Gustavo Álvarez Gardeazábal)

Ahora estoy recordando bien el día aquel


cuando mataste los palomos que Pascasio
me había regalado. Los encontré debajo del
palito de limón. Mataste la palomita y el
pichón, al palomo lo dejaste arrullando su
soledad. Seguramente no lo viste o te dio
miedo porque era de un color más subido.
Nunca pude saberlo, te negaste a hablar de
ello y con el silencio admitiste tu culpa.
(…)

Hoy, cuando adoptaste la misma posición, pero no con


la paleta en la mano, sino con la piedra con que
tranqué la puerta del patio de atrás para evitarle la
entrada al viento, olvidando que tú estabas allá
arreglando las orquídeas, y viniste a mí
presentándome tus reclamos, porque te había dejado
sola como en el día de los palomos, recordé muy bien
ese momento pero me entretuve pensando en todo lo
que hicimos por ti y en el amor que puse para todo lo
tuyo. Pero parece que tú no piensas igual que yo y
que recuerdas mejor la forma como mataste las
palomas. Las encontré tiradas debajo del palo de
limón con las cabecitas destrozadas a golpes contra las
piedras. Debiste haberlas tomado al descuido porque
sus alitas no se alcanzaron a abrir.
(…)

Yo tampoco he alcanzado a pararme de esta silla y ya la


sangre me corre por los ojos esperando el segundo golpe
con que volverás, igual de destrozada que la de las
palomas, mi cabeza ya canosa y cansada de pensar por ti.
Sólo me queda la esperanza en este segundo, cuando he
pensado en los palomos, que hagas lo mismo que hiciste
con ellos, mientras fui a llamar a Germán para conmoverlo
de tu violencia. Que me entierres a la carrera al pie del
estanque de los patos en donde estoy segura no me faltará
el agua, que te estoy pidiendo a gritos en este momento
cuando ya me siento desfallecer por la hemorragia
ocasionada por tu piedra en mi cabeza y que tú te niegas a
traerme porque dizque a tus hermanos también se las
negaron la noche cuando entraron a tu casa de Monteloro y
los machetearon sin consideración después de tus padres y
delante de ti.
Padre nuestro que estás en los cielos
(José Leandro Urbina)

Mientras el sargento interrogaba a su madre y


a su hermana, el capitán se llevó al niño, de
una mano, a la otra pieza.
– ¿Dónde está tu padre? –preguntó.
– Está en el cielo –susurró él.
– ¿Cómo? ¿Ha muerto? –preguntó asombrado
el capitán.
–No –dijo el niño–. Todas las noches
baja del cielo a comer con nosotros.

El capitán alzó la vista y descubrió la


puertecilla que daba al entretecho.
El encanto
del punto
final
Cuarto conjuro
¿Encanto o dilema?
Conciencia breve
(Iván Egüez)

Esta mañana Claudia y yo salimos, como siempre, rumbo a nuestros


empleos en el cochecito que mis padres nos regalaron hace diez años
por nuestra boda. A poco sentí un cuerpo extraño junto a los pedales.
¿Una cartera? ¿Un ...? De golpe recordé que anoche fui a dejar a
María a casa y el besito candoroso de siempre en las mejillas se nos
corrió, sin pensarlo, a la comisura de los labios, al cuello, a los
hombros, a la palanca de cambios, al corset, al asiento reclinable, en
fin. Estás distraído, me dijo Claudia cuando casi me paso el semáforo.
Después siguió mascullando algo pero yo ya no la atendía. Me
sudaban las manos y sentí que el pie, desesperadamente, quería
transmitir el don del tacto a la suela de mi zapato para saber
exactamente qué era aquello, para aprehenderlo sin que ella notara
nada. Finalmente logré pasar el objeto desde el lado del acelerador
hasta el lado del embrague. Lo empujé hacia la puerta con el ánimo de
abrirla en forma sincronizada para botar eso a la calle. Pese a las
maromas que hice, me fue imposible. Decidí entonces distraer a
Claudia y tomar aquello con la mano para lanzarlo por la ventana.
Pero Claudia estaba arrimada a su puerta, prácticamente virada hacia
(…)
Comencé a desesperar. Aumenté la velocidad y a poco vi por el retrovisor
un carro de la policía. Creí conveniente acelerar para separarme de la
patrulla policial pues si veían que eso salía por la ventanilla podían
imaginarse cualquier cosa. -¿Por qué corres? Me inquirió Claudia, al
tiempo que se acomodaba de frente como quien empieza a presentir un
choque. Vi que la policía quedaba atrás por lo menos con una cuadra.
Entonces aprovechando que entrábamos al redondel le dije a Claudia
saca la mano que voy a virar a la derecha. Mientras lo hizo, tomé el
cuerpo entraño: era un zapato leve, de tirillas azules y alto cambrión.
Sin pensar dos veces lo tiré por la ventanilla. Bordeé ufano el
redondel, sentí ganas de gritar, de bajarme para aplaudirme, para
festejar mi hazana, pero me quedé helado viendo en el retrovisor
nuevamente a la policía. Me pareció que se detenían, que recogían el
zapato, que me hacían señas. -¿Qué te pasa? me preguntó Claudia con
su voz ingenua. -No sé, le dije, esos chapas son capaces de todo. Pero
el patrullero curvó y yo seguí recto hacia el estacionamiento de la
empresa donde trabaja Claudia. Atrás de nosotros frenó un taxi
haciendo chirriar los neumáticos. Era otra atrasada, una de esas que se
terminan de maquillar en el taxi.
-Chao amor, me dijo Claudia,
mientras con su piecito juguetón
buscaba inútilmente su zapato de
tirillas azules.
El dictamen
del destino
textual
Quinto conjuro
Decálogo del perfecto cuentista (Horacio
Quiroga)

VIII- “Toma a tus personajes de la


mano y llévalos firmemente hasta
el final, sin ver otra cosa que el
camino que les trazaste. No te
distraigas viendo tú lo que ellos
no pueden o no les importa ver”. 
La pordiosera
(Umberto Senegal)

En el andén, antes de subirme al bus, le di la limosna que sólo a mí


suplicaba la insistente anciana. Varias personas esperaban y ninguna le
prestaba atención. Tampoco ella a estas. Agradecida, la vieja me reveló
que era un hada. Subí al vehículo y ella subió tras de mí,
acomodándose en un lado del puesto donde me senté. Buscando mis
ojos, porfió: “Señor, míreme bien que soy un hada”. “Un trol, tal vez”,
pensé, porque estaba sucia y olía fétido. Sus ojos eran lo único limpio
para la edad que debía tener: setenta y cinco o más.
Cuando me aproximé al sitio donde debía bajarme, por cortesía le dije:
“Aquí me quedo, señora, que pase buen día”. Bajó tras de mí. Aunque
no experimenté la sensación de ser perseguido, la anciana caminó tras
de mí repitiendo: “Un hada, señor, soy un hada”. Me tocó el hombro.
Su mano llena de pecas. “No lo dudo, amiga”, le dije, deteniéndome
un momento, “pero con esta prisa que mantenemos… Hombres, hadas,
la muerte. Tan rápido todo, que uno no se da cuenta ni de uno mismo”.
Le dije, sin saber si comprendía.
Al llegar a mi casa, la anciana ya no me seguía . Por algún lugar de la
calle, debió entrar a cualquier sitio. Eso creo.
Aunque mi hija no cesa de
preguntarme: “Papá, ¿por qué
la niña que venía a tu lado salió
volando cuando abrí la puerta?”
Peter Bichsel
Una mesa es una mesa
(Peter Bichsel)

Os hablaré de un hombre viejo,


de un hombre que ya no dice
palabras y cuyo rostro está
cansado, demasiado cansado
para sonreír y demasiado
cansado para enfadarse
(…)
Pero la historia no tiene gracia.
Empezó triste y termina triste. El
hombre viejo del abrigo gris ya no
podía comprender a la gente, pero
aquello no era tan malo. Mucho peor
era que la gente no podía comprenderle
a él. Y por eso dejó de decir cosas.
Quedó en silencio, ya no habló más
que consigo mismo, ni siquiera volvió
a saludar.
El emperador pacifista
Nicolás Camilo Cuervo
(Colombia cuenta, 2013)

Un emperador pacifista enlistó


en su ejército a los hombres con
la peor puntería del reino con el
fin de lanzarse a la guerra, no
causar ninguna muerte y así
lograr la paz entre los países.
(…)
(…)
Al cabo de un rato de risotadas, el
comandante enemigo se
incorporó, se secó las lágrimas,
frunció el ceño y dio la orden de
ataque. 
En doce minutos los liquidaron a
todos, incluyendo al emperador
pacifista que por un momento,
creyó haber logrado su objetivo.
El secreto
de poner a
girar el
ciclo
Sexto conjuro
Ropa usada 1
(Pía Barros)

Un hombre entra a la tienda. La chaqueta de cuero,


gastada, sucia, atrapa su mirada de inmediato. La
dependienta musita un precio ridículo, como si
quisiera regalársela. Sólo porque tiene un orificio
justo en el corazón. Sólo porque tras el cuero, el
chiporro blanco tiene una mancha rojiza que ningún
detergente ha podido sacar. El hombre sale feliz a la
calle.
A pocos pasos, unos enmascarados disparan desde un
callejón. Una bala hace un giro en ciento ochenta
grados de su destino original. Se diría que la bala tiene
memoria. Se desvía y avanza, gozosa, hasta la
chaqueta. Ingresa, conocedora, en el orificio. El
hombre congela la sonrisa ante el impacto.
La dependienta, corre a desvestirlo y
a colgar nuevamente la chaqueta en
el perchero.

Lima sus uñas distraída, aguardando.


Otro ejemplo

“El reino por un


caballo", Marina
Colasanti
El reino por un caballo
(Marina Colasanti)

Era lustroso, esbelto, más blanco


que una sábana al sol. Y mucho
más precioso. Era el caballo del
rey. Precioso no sólo por su
belleza, sino porque únicamente
se alimentaba de monedas de
oro.
(…)
(…)
Entonces un día, luego de recibir la visita de
un embajador extranjero, el rey bajó a la
caballeriza haciendo revolotear su manto
por las escaleras, alegre como hacía mucho
tiempo no se veía. Tenía una sonrisa en los
labios y órdenes para ser ejecutadas. Con
rápida determinación, antes de que el
curador oyera, mandó a matar al caballo. Y
que el establo fuera lavado y perfumado de
inmediato para acoger a un lindo caballo
nuevo que acababa de recibir.
Fue así que la caballeriza real,
olorosa a lavanda, recibió al
raro alazán venido de tierras
distantes. Raro no sólo por su
belleza y su noble porte, sino
porque únicamente se
alimentaba de piedras
preciosas.
El sorbo
mítico
Séptimo conjuro
Las medias de los flamencos
(Horacio Quiroga)

(…)
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua,
sintiendo un grandísimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas,
que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de
las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible
ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre,
porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los
flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en
el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas. A
veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para
ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven
enseguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que
sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así
horas enteras, porque no pueden estirarla.
Esta es la historia de los flamencos, que
antes tenían las patas blancas y ahora
las tienen coloradas. Todos los
pescados saben por qué es, y se burlan
de ellos. Pero los flamencos, mientras
se curan en el agua, no pierden ocasión
de vengarse, comiéndose a cuanto
pescadito se acerca demasiado a
burlarse de ellos.
- Los animales
domésticos y
electrodomésticos
- Las cosas de la
casa

Celso Román
La licuadora
(Celso Román)

(…)
“Y lo que es peor, a veces el
zumo de las frutas se mezcla
con el jugo de los cuerpos, son
iguales la sangre de las moras y
la sangre de las venas”.
- Cuento chino y
otros cuentos no
tan chinos
Ema Wolf
El rey que no quería bañarse
(Ema Wolf)

(…)
“La esponja me contó que después no había
forma de sacarlo del agua. Y también que
esa costumbre quedó para siempre. Es por
eso que todavía hoy, cuando los chicos se
van a bañar, llevan sus soldados, sus fuertes,
sus barcos, sus perros, sus osos, sus
tambores sus cascos, sus armas, sus
caballos, sus patos y sus patas de rana. Y si
no hacen eso, cuéntenme lo aburrido que es
bañarse”.
El toquecito
del alivio
Octavo conjuro
“Tolkien afirma que los
aspectos imprescindibles en un
cuento de hadas son fantasía,
superación, huida y alivio;
superación de un profundo
desespero, huida de un enorme
peligro y, sobre todo, alivio”
(Bettelheim, 1978: 204).
El embrujo
del humor
Noveno conjuro
El sortilegio
de explorar
las
vecindades
Décimo conjuro textuales
No necesariamente todo tiene que terminar en cuento:
Puede ser crónica, canción, poema, historieta, obra teatral…
El final en una canción:
El príncipe y la rana
Joan Manuel Serrat
Él era un auténtico príncipe azul
más estirado y puesto que un maniquí,
que habitaba un palacio como el de Sissí
y salía en las revistas del corazón,

que cuando tomaba dos copas de más


la emprendía a romper maleficios a besos.
Más de una vez, con anterioridad,
tuvo Su Alteza problemas por eso.
Un reflejo que a la luna
se le escapó,
en la palma de un nenúfar
la descubrió;

y como en él era frecuente,


inmediatamente
la reconoció.
Ella era una auténtica rana común
que vivía ignorante de tal redentor,
cazando al vuelo insectos de su alrededor
sin importarle un rábano el porvenir.

Escuchaba absorta a un macho croar


con la sangre alterada por la primavera,
cuando a traición aquel monstruoso animal
en un descuido la hizo prisionera.
A la luz de las estrellas
le acarició
tiernamente la papada
y la besó.

Pero salió rana la rana


y Su Alteza en rana
se convirtió.
Con el agua a la altura de la nariz
descubrió horrorizado que para una vez
que ocurren esas cosas, funcionó al revés;
y desde entonces sólo hace que brincar y brincar.

Es difícil su reinserción social.


No se adapta a la vida de los batracios
y la servidumbre, como es natural,
no le permite la entrada en palacio.
Y en el jardín frondoso
de sus papás,
hoy hay un príncipe menos
y una rana más.
El fantasma del final del cuento
… y 10 sortilegios didácticos para expulsarlo desde la
biblioteca escolar
1. El conjuro del pensamiento lateral
2. La magia de saberlo decir
3. La poción de la historia oculta
4. El encanto del punto final
5. El dictamen del destino textual
6. El secreto de poner a girar el ciclo
7. El sorbo mítico
8. El toquecito del alivio
9. El embrujo del humor
10. El sortilegio de explorar las
Miguel Ángel Caro L.
vecindades textuales Grupo de Investigación Dilema
Universidad del Quindío
El fantasma del final del cuento
… y algunos sortilegios para expulsarlo
desde la biblioteca escolar

Miguel Ángel Caro L.


Grupo de Investigación Dilema
Universidad del Quindío

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