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Si el tirano, empero, trastueca la república, se apropia de la hacienda pública y privada, menosprecia las
leyes y la religión del reino, y tiene la soberbia por virtud y por religión la impiedad, entonces ya no debe ser
tolerado. Pero es menester pensar detenidamente cómo debe destronársele para que no venga un mal
sobre otro mal, ni se vindique una maldad sobre otra. Si están permitidas las reuniones públicas, expedita y
segura vía es deliberar lo que haya de resolverse de común acuerdo, y tener por fijo y sancionado lo que se
resuelva en común dictamen. Primeramente hase de amonestar al príncipe, llamándole al buen camino, y si
viniere en ello, si diere satisfacción a la república, si corrigiere sus faltas, entiendo que no han de tentarse
remedios más acerbos. Agora bien, si se resiste al consejo, si no da esperanza alguna de enmienda,
entonces, pronunciada la sentencia, podrá la república negarle la obediencia primero, y pues que romperá
de aquí necesariamente la guerra, conviene saber la manera de defenderse: procurarse armas, repartir
impuestos a los pueblos para los gastos de la guerra, y si las cosas lo pidieren, sin que de otra forma fuera
posible la liberación de la patria, por el mismo derecho de defensa propia y mejor autoridad, matar a hierro
al príncipe, como enemigo público declarado. Y esta facultad reside en cualquier particular que,
abandonando toda esperanza de impunidad y despreciando su propia vida, quisiere acometer la empresa de
salvar la república.
Pero se preguntará: ¿Qué ha de hacerse cuando no haya libertad de reunirse, como muchas veces puede
suceder? Oprimida la república por la tiranía del príncipe, entiendo que, siquiera se haya quitado a los
ciudadanos el derecho de convenirse entre sí, no debe faltar nunca la voluntad de echar abajo la tiranía […].
Por lo cual, juzgo que aquel que secundando los deseos públicos intentare matarle, hace bien, de cualquier
manera que lo haga.
DOC. 5 [PRÁCTICO OPOSICIÓN CASTILLA-LA MANCHA]
Yo querría que un Príncipe no pensase sino en hacer feliz a su pueblo. Un pueblo
dichoso teme más perder a su Príncipe que al mismo tiempo es su bienhechor,
que lo que el mismo soberano puede temer respecto a la disminución de su
poder […]. No hay más que un bien, que es el del Estado en general. El soberano
representa al Estado; él y su pueblo no forman sino un solo cuerpo […]. El
Príncipe es para la sociedad que gobierna lo que la cabeza es para el cuerpo; el
debe ver, pensar, obrar para toda la comunidad, con el fin de procurarle todos
los beneficios que ella tiene derecho a esperar conseguir.
TEMA 36. CRECIMIENTO ECONÓMICO, ESTRUCTURAS Y MENTALIDADES SOCIALES EN LA EUROPA DEL SIGLO XVIII. LAS
TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII
0. INTRODUCCIÓN
1. EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA
1.1. El crecimiento de la población
1.2. Las causas del crecimiento demográfico
2. LA ESTRUCTURA SOCIAL
2.1. Las estructuras
2.2. Los estamentos
2.2.1. La nobleza
2.2.2. El clero
2.2.3. El tercer estado
3. LA ECONOMÍA
3.1. El progreso técnico en la agricultura: los límites de la revolución agrícola
3.2. Las manufacturas
3.2.1. La organización gremial
3.2.2. El domestic system
3.2.3. Las manufacturas reales
3.2.4. Las grandes manufacturas privadas
3.3. Los transportes
3.4. El apogeo del capitalismo comercial
3.5. El sistema financiero
3.6. El pensamiento económico-social
4. LAS TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII
4.1. Los cambios institucionales
4.1.1. Las bases del reformismo institucional borbónico
4.1.2. La uniformización territorial: La Nueva Planta
4.1.3. La reforma de la administración
4.1.4. La sujeción de las Cortes
4.2. Evolución política en la España del siglo XVIII
4.2.1. Felipe V (1700-1746)
4.2.2. Fernando VI (1746-1759)
4.2.3. Carlos III (1759-1788)
4.2.4. La crisis del Antiguo Régimen: Carlos IV (1789-1808)
5. CONCLUSIÓN