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Si sopla el aire, a la cara viene.

Quien es calvo no lo tiene.

El pelo.
Al final de los brazos están las manos, al final de los dedos
nosotras estamos.

Las uñas.
No hay ningún día del año
en que pueda descansar;
siempre en tu pecho cantando ando,
con mi rítmico tic-tac.

El corazón.
Treinta caballitos blancos
por una colina roja,
corren, muerden, están quietos,
¡y se meten en tu boca!

Los dientes.
Parecen persianas,
que suben y bajan.
¿Qué son?

Los párpados.
Sólo tres letras tengo pero tu peso yo sostengo. Si me tratas
con cuidado,
te llevaré a cualquier lado.

El pie.
Tengo un tabique en el medio
y dos ventanas a los lados por las que entra el aire
puro y sale el ya respirado.

La nariz.
Entre dos murallas blancas
hay una flor colorada,
que con lluvia o con buen tiempo,
está siempre bien mojada.

La lengua.
Dos hermanos sonrosados,
juntos en silencio están, pero siempre necesitan separarse para
hablar.

Los labios.
Aunque sepas esto,
mago no serás, si no sabes dónde,
lo digerirás.

El estómago.
Cinco hermanos muy unidos,
que no se pueden mirar, cuando riñen aunque quieras, no
los puedes separar.

Los dedos.
En la jirafa descuella, bajo la barba del rey, lo tiene cualquier
botella,
la camisa o el jersey.

El cuello.
Ordenes da, órdenes recibe, algunas autoriza,
otras las prohíbe.

El cerebro.

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