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Violencia sexual como

arma de guerra
Colombia y el mundo.

.
¿A que hace referencia?

La violencia sexual ha sido parte de los conflictos armados a lo largo de


la historia de la humanidad. En ocasiones perpetrada como un acto final
de humillación al contrario vencido, en otras como venganza por actos
similares, a veces como una estrategia de terror impuesta a poblaciones
civiles para crear mayor caos en medio de un conflicto. El término es
utilizado para caracterizar actos sexuales impuestos por la fuerza,
mediante coerción, abuso de poder o violencia sicológica. Puede afectar
a hombres, mujeres, niñas, niños y/o adolescentes. Su ejecución forma
parte de un contexto de abusos y violencia generalizado, que incluye
asesinatos, desapariciones, reclutamiento infantil, saqueos, etc
Innumerables son los casos de violaciones contra mujeres,
hombres, niños y niñas en contextos de guerra que
organismos internacionales han documentado. Países como
República Democrática del Congo, Irak, Ruanda y las dos
Coreas (antes y durante la Segunda Guerra Mundial), entre
muchos otros, han develado con el tiempo los atroces casos
en los que el cuerpo se ha convertido en un campo de
batalla.
El silencio de las victimas

pese a los registros que hoy en día se tienen del tema,


distintos organismos coinciden en que en el caso de las
víctimas de violencia sexual en entornos de conflictos, lo
más difícil es lograr que las víctimas denuncien. Esto se
produce por la connotación íntima de este delito, lo que
hace frecuente que las víctimas y sus familiares prefieran
callar a denunciar, lo que a su vez refuerza el dominio del
agresor.
Quien abusa o viola está demostrando una forma de poder,
no solo sobre el cuerpo, sino también sobre la intimidad del
otro, transmitiendo un mensaje muy eficaz de imposición y
opresión a las víctimas, reforzando así que quien tiene el
total control de la situación es el victimario.
Las consecuencias opresivas no recaen solo sobre la victima,
también se extienden a su comunidad, donde este tipo de
actos se empiezan a normalizar permitiendo así que se
vuelva un escenario frecuente.
Las cifras en Colombia
La encuesta de Prevalencia de Violencia Sexual contra las
Mujeres en el Contexto del Conflicto Armado Colombiano,
que fue realizada por 13 organizaciones de mujeres, mixtas,
feministas, víctimas y de derechos humanos, en 142
municipios de 29 departamentos del país con presencia de
Fuerza Pública, guerrillas, paramilitarismo y bacrim, arrojó
que en total, 875.437 mujeres fueron víctimas directas de
algún tipo de violencia sexual durante el período 2010-2015.
Esta cifra significa que anualmente, en promedio, lo fueron
145.906, 12.158 cada mes, 400 cada día y 16 cada hora.
Nuestro país ha sido escenario de un gran número de casos
de violencia sexual en el marco de los diferentes conflictos
armados. Seguramente, la mayoría no han sido denunciados
y habitan solo en la memoria de las víctimas. Un caso que
podríamos señalar son las diferentes formas de tortura
sexual ocurridas durante la llamada 'masacre de El Salado',
ocurrida en febrero del 2000", recuerda Sandra Milena Toro,
especialista en Psiquiatría de U. de La Sabana.
"En 2017 SISMA mujer, con el apoyo
financiero de la Embajada Británica y
Christian Aid publicó un documento
titulado “La Luz que nos queda”, que
es un compendio de relatos en
primera persona de mujeres
colombianas de distintas edades y
procedencias, con el común
denominador de ser víctimas de
violencia sexual en el conflicto
armado. Resulta realmente
desgarrador leer cada testimonio,
parecidos pero con el color de cada
una de las narradoras. También es
admirable encontrar en esos mismos
relatos la resiliencia que se pone de
manifiesto en sus historias", finaliza
Toro.
Repercusiones sobre las victimas de
la violación.
Como si no fuera poco, esta conducta deplorable detona otras
problemáticas que a la larga terminan siendo mas atroces para las
victimas que el problema en cuestión. Llegando a el punto que, la
sociedad juzgue y muestre apatía hacia las victimas y su comunidad.
La ejecución de estas violaciones forman parte de un contexto de abusos
y violencia generalizado, que incluye asesinatos, desapariciones,
reclutamiento infantil, saqueos, etc. En el Informe del ex Secretario
General de la ONU, Ban Ki-moon, se explica que la violencia sexual en
los conflictos armados supone: “violación, esclavitud sexual, la
prostitución forzada, el embarazo forzado, aborto forzado, esterilización
forzada, el matrimonio forzado y todas las demás formas de violencia
sexual de gravedad comparable perpetradas contra mujeres, hombres,
niñas o niños, que tienen una vinculación directa o indirecta (temporal,
geográfica o causal) con un conflicto”.
En 2016 Amnistía Internacional documento 100 casos de abusos sexuales sufridos por
mujeres en México. De los casos documentados por la organización, 33 señalaron haber
sido violadas. Y aunque más del 50% de estas mujeres tuvieron el valor para denunciar a
sus victimarios, solo 22 casos fueron investigados. Para la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, la violación sexual como acto de tortura ocurre cuando:
Ø Es intencional, en el sentido que es deliberadamente infligido en contra de la
víctima;
Ø Causa severos sufrimientos físicos o mentales que le son inherentes al hecho
victimizante;
Ø Se comete con un determinado fin o propósito como intimidar, degradar, humillar,
castigar o controlar a la persona que la sufre; y
Ø Cuando consista en un solo hecho u ocurra fuera de instalaciones estatales.
Por su parte, la Corte Europea de Derechos Humanos ha considerado la violación por
parte de un agente del estado, como una “forma especialmente grave” de trato cruel,
en virtud de la situación de vulnerabilidad de la víctima y las persistentes
consecuencias físicas y sicológicas que produce.
En los casos visibilizados por Amnistía Internacional, la violencia sexual era
aplicada en el marco de la guerra contra el narcotráfico, y buscaba lograr una
confesión por parte de las víctimas. La denuncia entonces, se desvirtúa en
función de priorizar la acusación de los agentes del estado. La veracidad de los
testimonios queda en tela de juicio, y los actores del daño no son ni siquiera
investigados. Esto produce un elevado nivel de impunidad.
Sin embargo, el testimonio de muchas mujeres que han sufrido este terrible tipo
de tortura, ha permitido poner ante el ojo público la existencia de una realidad
que debe ser evaluada, dando prioridad a la atención y acompañamiento integral
a las víctimas, investigando diligentemente a los agentes cuestionados e
implementando estrategias que envíen el inequívoco mensaje de que la tortura
es un delito.
No realizar investigaciones adecuadas ni llevar a los responsables ante la justicia
transmite el peligroso mensaje de que violar a mujeres o utilizar otras formas de
violencia sexual para obtener confesiones resulta ser una arma efectiva.

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