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Usted podrá pensar que es incapaz de alcanzar la

aprobación del cielo, y hasta puede decir: “Nací con


esta tendencia natural hacia el mal; me es
imposible vencerla”. Sin embargo, nuestro Padre
celestial ha hecho toda la provisión necesaria para
que pueda vencer cualquier tendencia al mal. Usted
va a triunfar, así como Cristo ganó la victoria en
nuestro favor. El dice: “Al que venciere, le daré que
se siente conmigo en mi trono, así como yo he
vencido, y me he sentado con mi Padre en su
trono”. Apocalipsis 3:21. El pecado puso en peligro
a la familia humana. Pero antes que el hombre
fuera creado, se hizo la provisión para que, si él no
soportaba la prueba, Jesús viniera a ser su sacrificio
y garantía, y para que por la fe en él, el hombre
pudiera ser reconciliado con Dios. Porque Cristo fue
el Cordero “inmolado desde el principio del
mundo”. Apocalipsis 13:8. Jesús murió en el
Calvario para que el hombre pudiera tener poder
para vencer sus tendencias naturales hacia
el pecado. RP. 352
No es suficiente que de vez en cuando
oren, y se comporten con justicia. Deben
poseer los atributos que Cristo, morando
en ustedes, desarrollará en sus vidas
continuamente. ¿Cuántos de nosotros
vivimos esta experiencia? No obstante
podemos tenerla y, teniéndola, seremos la
gente más feliz sobre la faz de la tierra.
Con la palabra de Cristo que mora en
nosotros, daremos evidencias de que
hemos recibido totalmente a Aquel que en
su humanidad vivió una vida sin pecado.
En la fortaleza de la divinidad venceremos
toda tendencia al mal... ATO. 301
La vida de trabajo y cuidado, que en
lo sucesivo sería el destino del
hombre, le fue asignada por amor a
él. Era una disciplina que su pecado
había hecho necesaria para frenar la
tendencia a ceder a los apetitos y las
pasiones y para desarrollar hábitos de
dominio propio. Era parte del gran
plan de Dios para rescatar al hombre
de la ruina y la degradación del
pecado. PP. 44
"Sed cuidadosos, sumamente cuidadosos en la
forma en que os ocupáis de la naturaleza de
Cristo. No lo presentéis ante la gente como
un hombre con tendencias al pecado. El es
el segundo Adán. El primer Adán fue creado
como un ser puro y sin pecado, sin una
mancha de pecado sobre él; era la imagen de
Dios. Podía caer y cayó por la transgresión. Por
causa del pecado su posteridad nació con
tendencias inherentes a la desobediencia. Pero
Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó
sobre sí la naturaleza humana, y fue tentado
en todo sentido, como es tentada la naturaleza
humana. Podría haber pecado; podría haber
caído, pero en ningún momento hubo en él
tendencia alguna al mal. Fue asediado por
las tentaciones en el desierto como lo fue Adán
por las tentaciones en el Edén" (Ellen White.
CBA, t 5, p.1102).
La historia de Belén es un tema inagotable. En ella
se oculta la “profundidad de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios.” Nos asombra el
sacrificio realizado por el Salvador al trocar el trono
del cielo por el pesebre, y la compañía de los ángeles
que le adoraban por la de las bestias del establo. La
presunción y el orgullo humanos quedan reprendidos
en su presencia. Sin embargo, aquello no fué sino el
comienzo de su maravillosa condescendencia. Habría
sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios
revestirse de la naturaleza humana, aun cuando
Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús aceptó
la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada
por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo
de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la
herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales
demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino
con una herencia tal para compartir nuestras penas
y tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida
sin pecado. DTG. 32

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