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Unidad Interior

El “yo” fragmentado y el “yo”


interior
• Uno de los problemas que tiene el hombre actual
es que no está unificado.

• Vive dividido entre numerosos compartimentos


distintos, pensamientos, deseos, voluntad. Y lo
primero que tiene que hacer es buscar su
unificación.
• Cuando digamos «yo», haya alguien
perfectamente definido que responda a
ese pronombre personal.
• «yo creo»
• «yo deseo
• Este «yo» no es el que puede estar ante la
presencia de Dios y tratarle como a un auténtico
tú.
• Este hombre nunca será un contemplativo, y su
mirada interior, narcisista, le llevará a una
experiencia de sí mismo aunque crea que es una
experiencia de Dios.
Encontramos en el hombre dos
“yo” distintos:

• “Yo interior” • “Yo exterior”


Yo interior
• Y el “yo interior”, que es una espontaneidad libre a la que no
se puede engañar, ni manipular, y que sólo aparece cuando
el hombre se encuentra en calma y en silencio. Nada ni
nadie puede seducirlo, pues sólo responde a la atracción de
la libertad divina.

• Es una parte de nuestro ser, “es” nuestro ser, el nivel más


elevado, personal y existencial que pueda darse. Es la vida
misma, nuestra vida espiritual cuando rebosa vida, que
sustenta y mueve todo cuanto hay en nosotros.

• No es algo que tenemos, es algo que somos, es una


cualidad indefinible de nuestro ser, es tan secreto como Dios

• El yo interior es una fuente de conocimiento de Dios; el


hombre es imagen de Dios y en su yo más interior, como en
un espejo, Dios se refleja a sí mismo.
Yo Exterior
• El “yo exterior”, que manipula a los objetos para poseerlos, a
los otros, a Dios y a sí mismo.

• El «yo exterior» es el que vive una vida frenética que trata de


evitar el miedo a la muerte a través del escapismo, la novedad,
la variedad, la búsqueda de nuevas satisfacciones que nunca
le sacian y le dejan decepcionado.

• En estas condiciones, el hombre está alienado, sin libertad,


pues está sujeto a múltiple necesidades.
• En el interior de nuestro ser hay un punto
de nada que no está tocado por el
pecado, ni por la ilusión, un punto de pura
verdad que pertenece enteramente a
Dios, y desde el que Dios dispone de
nuestras vidas.
“YO SOY”

Verdadero
YO
trasciende
El yo más profundo, Cristo
morando en nosotros…
• Despierta por obra del
amor, pues no puede existir
si no hay otro a quien amar.
• Nuestro yo más profundo
no sólo ama a Dios,
también a los hermanos, en
un amor guiado por el
Espíritu de Cristo, que
busca más el interés de la
Comunidad que el interés
de personal.
La gracia es la que unifica al hombre…
• lo identifica con Dios. La gracia significa que no hay
oposición entre el hombre y Dios, es amistad con Dios, que
nos hace inteligentes y libres para desarrollar nuestra
libertad y nuestra capacidad de amar, y para elevar nuestra
mente hasta la búsqueda de la verdad.
• Para esto necesitamos la gracia que nos ayuda a:

– superar nuestras limitaciones, deficiencias y debilidades, y


– nos lleva a conocer nuestro yo más profundo y verdadero oculto
con Cristo en Dios.

• Hasta que no hayamos conocido


este yo interior, no nos
conoceremos como personas
auténticas, ni conoceremos a
Dios.
• El “yo” al que se
opone la gracia es el
“superego” despótico,
desordenado y
confundido, la
conciencia rígida y
deformada

• Él ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu
Santo para liberar nuestra
mente de la inmadurez, del
miedo alienante, del
prejuicio tenaz y de
nuestros sentimientos de
culpa.
El encuentro con Dios
• A Dios no hay que recordarlo, a
Dios hay que descubrirlo cada
día. Podemos empezar a
buscarlo en la desolación,
sintiendo sólo su ausencia,
pero el mero hecho de buscarlo
demuestra que ya lo hemos
encontrado, y llegaremos a
conocerlo cuando lo
encontremos escondido por
amor en nosotros mismos.
• Encontrar a Dios es más que el simple
abandono de todas las cosas que no son
Dios y vaciarse de imágenes y deseos. El
que consigue vaciar la mente de todo
pensamiento y todo deseo se puede
retirar al centro de sí mismo, pero no
encontrará realmente a Dios.
• Nuestro descubrimiento de Dios es ser
descubiertos por él. No podemos ir a
buscar a Dios en el cielo, él baja del cielo
y nos encuentra.
• Dios se conoce a sí mismo en todas las cosas que
existen y las cosas existen porque él las ve, son
buenas porque él las ama, con un amor que es su
intrínseca bondad; todas las cosas reflejan a Dios
en la medida en la que él las ama.
• Para conocer y amar a
Dios es preciso que él
habite en nosotros de
una forma nueva, no sólo
en su poder creador sino
en su misericordia, no
sólo en su grandeza,
sino en su pequeñez, por
la que se vacía de sí y
desciende a nosotros
para vaciarse en nuestra
vaciedad, a fin de
llenarnos de su plenitud.
• Cuando Dios, que lleva en sí el secreto de
nuestra identidad, empieza a vivir en
nosotros, no sólo como el Creador, sino
como nuestro otro y verdadero yo, es
cuando se descubre y perfecciona nuestra
identidad.

Es entonces cuando se cumple que: “Vivo,


pero no yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga
2, 20).
• Es la misericordia de Dios que se nos revela
entregándose a nosotros y despertando nuestra identidad
como hijos y herederos de su Reino, cuya venida pedimos
en el Padrenuestro. Es entonces cuando estamos
preparados para recibir la gloria de Dios en nosotros. Y
éste es nuestro auténtico yo.

Lucas 15:11-32
El hijo Pródigo
• El primer paso hacia el encuentro con Dios
consiste en conocer la verdad acerca de nosotros
mismos, y descubrir lo que hay en nosotros de
ilusorio.
• Si consideramos como experiencia de Dios lo
que es una simple ilusión, llegaremos a una
especie de silencio interior que será
prontamente perturbado por una profunda
corriente de inquietud y de ruido.
• Es la tensión de un alma que trata de asirse a sí
misma en el silencio, cuando no posee la verdad
que la apacigüe con un silencio superior.
• Cristo es el Dios vivo, y todos aquellos para
quienes él es Dios, vivirán para siempre.
Será nuestro Dios si le pertenecemos
totalmente, si hemos pasado de la muerte a
la vida; para esto tenemos que salir de
nuestra debilidad y comprender nuestra
nada, y esto será imposible si conservamos
la ilusión de nuestra fuerza.

Mc. 10, 17-28


El Joven Rico
• Por eso serán los pobres y desamparado
los primeros en encontrarlo, pues el hijo
verdadero de Dios tiene que ser humilde,
perfecto, dócil, solitario.

Mateo 5, 3-12 Bienaventuranzas


• Cuando esta
experiencia de Dios es
obra de la gracia, es
fresca y nueva, no la
recuperación de algo
pasado. Es una
experiencia de contacto
con el Espíritu Santo y
con Cristo, el Dios vivo,
que nos hace hombres
nuevos y nos
transforma. Y lo
descubrimos si nos
dejamos transformar
por él.
Esperanza y humildad
• La esperanza es un don de Dios y a su vez un
acto libre de nuestra voluntad.
• Nos arroja en los brazos de la misericordia y
providencia divina.
• Cuando esperamos en Dios, conocemos que es
misericordioso y lo experimentamos.
• Por la fe conocemos a Dios a quien no vemos,
por la esperanza poseemos a Dios sin sentir su
presencia; entonces las verdades de fe se
convierten en asunto de convicción personal e
íntima.
• Cuando esperamos a Dios, es porque ya lo
poseemos, pues la esperanza es la
confianza que él crea en nuestras almas
como evidencia secreta de que ha tomado
posesión de nosotros. Dice el Señor:
“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y se os
dará lo demás” (Mt 6,33).
• Algunos creen que confían en Dios y en cambio
pecan contra la esperanza. Si confiamos en la
gracia de Dios, también debemos confiar en
nuestras fuerzas naturales que son un don de
Dios.
• No seremos humildes si no conocemos
que somos buenos, y que lo bueno que
hay en nosotros, no es nuestro, sino de
Dios. Si creemos en la gracia de Dios,
también tenemos que creer en nuestro
libre albedrío, sin el cual la gracia se
derramaría sin objeto en nuestras almas.
Ascetismo
• Ejercicio y práctica
de un estilo de vida
austero y de
renuncia a placeres
materiales con el fin
de adquirir unos
hábitos que
conduzcan a la
perfección moral y
espiritual
• Debemos guardarnos de toda esperanza
vana, que en realidad es una tentación a
desesperar
• Sólo la persona humilde puede hacer grandes
cosas y con una gran perfección, pues no se
preocupa de cosas secundarias como su
reputación o sus intereses.
• La persona humilde no teme al fracaso, ni nada,
ni siquiera a sí misma, porque la perfecta
humildad implica perfecta confianza en el poder
de Dios, ante el que ningún otro poder tiene
significado alguno y para el que no hay
obstáculos.

• La humildad es el
signo más seguro
de nuestra fuerza
• La desesperación es la forma extrema del amor propio;
el ser humano llega a ella cuando vuelve la espalda
deliberadamente a toda ayuda por el placer de “saberse
perdido”.
• Es la máxima expresión de un orgullo tan grande y
obstinado, que prefiere la miseria de la condenación,
antes que aceptar la alegría de las manos de Dios, y
reconocer que él está por encima de nosotros y que no
podemos cumplir nuestro destino por nosotros mismos.

1Jn 3,19-20
Lc. 14, 7-11
• El que se humilla será
ensalzado, porque su
espíritu ya no vive para
sí mismo ni en el nivel
humano, ha sido
liberado de todas las
limitaciones y vicisitudes
de la condición humana,
y puede sumergirse en
los atributos de Dios,
cuyo poder,
magnificencia, grandeza
y eternidad se hacen
nuestros a través del
amor y la humildad.

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