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HISTORIA DE AMÉRICA LATINA DE

LA COLONIA XXI
Loris Zanatta es profesor de Historia
de América Latina en la Universidad de
Bolonia, Italia. Publicó libros y
artículos en diversas revistas de
Europa y Latinoamérica. Entre sus
obras se destacan Del Estado liberal a
la nación católica. 1930-1943 (Buenos
Aires, 1996), Perón y el mito de la
nación católica. 1943-1946 (Buenos
Aires, 1999), Historia de la Iglesia
argentina (con R. Di Stefano, Buenos
Aires, 2000), Breve historia del
peronismo clásico(Buenos Aires,
El patrimonio espiritual de la colonia
• La herencia política: A lo largo de casi tres siglos (desde que, en la
primera mitad del siglo XVI, la conquista se volvió colonización hasta
que, en los inicios del siglo XIX, las colonias lograron su
independencia) América Latina fue Europa.
Tres siglos durante los cuales cambió el mundo y, con él, se transformó
Iberoamérica. Cambiaron ideas y tecnologías, las mercancías y su modo
de circulación, las sociedades y las fO,rmas de organización social.
No obstante, es preciso aclarar algunas cuestiones, en especial
respecto de su herencia.
En primer lugar, nos referiremos a su patrimonio espiritual, sin el cual la
historia de los períodos siguientes perdería sus coordenadas. La
primera observación clave es que en esos siglos nació en esa parte de
América una nueva cultura. Aquella América compartió desde entonces
rasgos y destinos de la civilización hispánica, cuyo elemento unitario y
principio inspirador residía en la catolicidad, en la cual encontraba,
además, su misión política.
En términos políticos, los imperios ibéricos -en especial el de los
Habsburgo, quienes ocuparon el trono de España desde 1535 hasta
1707- fueron organizados y concebidos para dejar en herencia tanto un
principio de unidad como uno de fragmentación. Sobre una
dosificación sabia y delicada de ambos principios se basó de hecho el
régimen pactista que gobernó las relaciones entre el soberano y sus
reinos.
la sociedad orgánica
A lo largo de tres siglos, las relaciones entre las partes de estas
sociedades, tan distintas de una zona a la otra, fueron complejas, y
ricas en variantes. Por ende, no existe un único modelo social válido
para todos y cada uno de los tantos territorios gobernados por las
coronas ibéricas.
Las leyes que regularon dichas sociedades y, más aún, las costumbres y
las normas implícitas del régimen pacto con la Corona dotaron de vida
a una sociedad de corporaciones. Una sociedad donde los derechos y
los deberes de cada individuo no eran iguales a los de cualquier otro,
sino que dependían de los derechos deberes del cuerpo social al cual
se pertenecía. Esto ocurría tanto en los vértices de la sociedad, donde
funcionarios, clero, fuerzas armadas poseían sus propios fueros, es
decir, sus privilegios y sus obligaciones, como en la base, donde las
masas populares, en su mayoría indias, tenían también derechos y
obligaciones.
Como todas las sociedades occidentales de aquella época, también la
ibérica en América era orgánica, y presentaba dos rasgos
fundamentales: era una sociedad "sin individuos", en el sentido de que
los individuos se veían sometidos al organismo social en su conjunto; y
era jerárquica, porque, como en todo cuerpo orgánico, tampoco en
este todos sus miembros tenían la misma, ya que se consideraba que
cada uno debía desempeñar el papel que Dios y la naturaleza le habían
asignado.
Españoles, indios y esclavos africanos
En toda América, la población blanca de origen europeo ocupaba los
vértices superiores de la jerarquía social, y controlaba la política y la
economía, la justicia, las armas y la religión. Vivía concentrada en los
centros urbanos. En su interior, sin embargo, resultaba heterogénea,
rasgo que se acentuó a medida que, en el curso de la era colonial,
nuevas olas migratorias arribaron a las orillas americanas desde la
Península Ibérica.
Un régimen de cristiandad
A su modo, los imperios ibéricos fueron regímenes de cristiandad:
lugares donde el orden político se asentaba sobre la correspondencia
de sus leyes temporales con la ley de Dios y donde el trono (el
soberano) estaba unido al altar (la iglesia).
La era liberal
En las últimas décadas del siglo XIX, en América Latina se crearon las condiciones para una
profunda transformación política, económica, social y cultural que no sólo dio pruebas de la
integración a los grandes procesos de modernización incitados en Europa por la Revolución
Industrial y por los progresos del constitucionalismo liberal, sino que también profundizó las
brechas entre las diferentes vías nacionales transitadas por cada país.
En líneas generales, la transformación consistió en el inicio de un largo período
durante el cual :
• se consolidaron las estructuras de los estados-nación y se atenuó el caudillismo;
• se produjo el boom de la economía de exportación de materias primas hacia los
mercados europeos;
• los ferrocarriles comenzaron a surcar los inmensos espacios latinoamericanos,
favoreciendo la movilidad territorial y social; y millones de inmigrantes europeos
llegaron a las costas latinoamericanas revolucionando la composición demográfica
de algunos países.
En los regímenes liberales que se establecieron en varios países se produjo una
momentánea tregua en la antigua disputa entre las ideologías irreconciliables de
liberales y conservadores. Sin embargo, los efectos de la agitada modernización
promovida por esos mismos regímenes no tardaron en generar reacciones que los
pusieron en crisis.
El ocaso de la era liberal
La gran transformación que tuvo lugar en América Latina durante la época liberal
plantea, a inicios del siglo XX, los clásicos problemas de los procesos de modernización.
En el plano político, el crecimiento de la escolarización y la ampliación de la ciudadanía
política sometieron a una dura prueba al elitismo de los regímenes liberales y se
expresaron en el crecimiento de nuevos movimientos políticos decididos a combatirlos.
En el plano social, volvieron más evidente la urgencia del conflicto moderno entre el
capital y el trabajo, y la importancia del rol del estado para hacerle frente.
En el plano económico, el extraordinario crecimiento de las décadas precedentes hizo
emerger su lado oscuro: la vulnerabilidad y el desequilibrio de un modelo de desarrollo
basado en el comercio exterior.
Por último, en el plano ideológico, el clima comenzó a cambiar en forma rápida; el mito
del progreso tendió a sustentar una vasta reacción nacionalista, que contribuyó a
alimentar tanto el intervencionismo militar estadounidense en Centroamérica y el
Caribe como la declinación de la civilización europea en las trincheras de la Primera
Guerra Mundial.
CORPORATIVISMO Y SOCIEDAD DE MASAS
La Gran Depresión de los años treinta del siglo XX acentuó la crisis del liberalismo en
América Latina así como también contribuyó a hacer descarrilar la ya delicada transición
hacia la democracia política en la mayoría de los países. Sin embargo, y al igual que en
gran parte de la Europa latina, el pasaje a la sociedad de masas se produjo a través de
instituciones e ideologías antiliberales y en muchos casos abiertamente autoritarias.
Comenzó entonces una nueva primavera de las concepciones sociales y las prácticas
políticas corporativas, de las cuales fue consecuencia el renovado protagonismo político
de las fuerzas armadas y de la iglesia católica.
La larga noche en la cual entraron la civilización burguesa y la democracia representativa
tuvo por correlato la difusión de las grandes ideologías totalitarias del siglo XX, es decir, el
fascismo y el comunismo, en las que se inspiraron numerosas corrientes sociales y fuerzas
políticas. Nacionalismo político y dirigismo económico fueron rasgos distintivos de la
nueva etapa.
La Edad del Populismo Clásico
Además de cortar los antiguos y ya debilitados vínculos que habían unido a América
Latina con Europa y establecer desde los albores de la Guerra Fría su pleno ingreso a la
órbita estadounidense, la Segunda Guerra Mundial aceleró en toda la región los procesos
de modernización en curso desde hacía ya varios decenios.
De hecho, creció la industrialización, alentada por la amplia adopción de un modelo
económico orientado a protegerla y a sustituir importaciones, y también se incrementó, a
ritmo sostenido, la movilidad de la población en cada país, a menudo atraída por el
desarrollo de la economía urbana y expulsada por la concentración de la tierra en el
campo.
La madurez de la sociedad de masas se expresó, en principio, en una oleada de
democratización política y social. Sin embargo, en la mayor parte de los casos rompió de
inmediato los marcos de la democracia representativa y encontró expresión en una
creciente polarización política e ideológica.
El ejemplo más típico lo constituyen los regímenes populistas, los cuales perseguían la
integración social de los nuevos sectores y, en nombre de la unidad nacional,
conculcaban la democracia política.
LOS AÑOS SESENTA Y SETENTA: EL CICLO REVOLUCIONARIO

En 1959, la revolución cubana echó fuego a la pólvora de un ciclo revolucionario que se


prolongaría durante veinte años.
Acentuados por la Guerra Fría y el conflicto ideológico que la caracterizaba, los efectos a menudo
traumáticos de las rápidas transformaciones sociales de la posguerra y el frecuente colapso de
las instituciones democráticas bajo el peso del militarismo o del populismo alimentaron, en la
década de 1960, un clima imbuido de utopías revolucionarias y violentas reacciones
contrarrevolucionarias.
En muchos casos, el camino del nacionalismo y el socialismo confluyeron en el terreno político e
ideológico, inspirados por el régimen castrista y la teoría y praxis revolucionarias de Ernesto
Guevara -que influyeron en el nacimiento de numerosos movimientos guerrilleros-, o en el
terreno económico, donde la Teoría de la Dependencia propició un desenlace socialista de las
injusticias y contradicciones de la economía global.
También incidió en el terreno religioso, en el que la Teología de la Liberación teorizó el diálogo y
la colaboración entre cristianismo y marxismo.
Finalmente, en el plano internacional, el antiamericanismo se robusteció y se extendió a gran
parte del continente, creando serias preocupaciones en los Estados Unidos acerca de su
hegemonía en el hemisferio.
En América Latina, la oleada revolucionaria de los años sesenta y setenta fue
sofocada por una violenta oleada contrarrevolucionaria, de gran
envergadura, que condujo al nacimiento de numerosos regímenes militares,
incluso en países de sólida tradición democrática.
La Guerra Fría (y la Doctrina de la Seguridad Nacional, su fruto) funcionó
como legitimación de la acción militar, que se injertó en la ya consolidada
cepa del militarismo latinoamericano.
Quienes tomaron el poder por la fuerza no se limitaron a restablecer el
orden, sino que se propusieron desbaratar la coalición populista y
transformar la estructura económica de los respectivos países, favoreciendo
la acumulación del capital necesario para el despegue industrial.
Fueron regímenes a veces tan largos que, a partir de los años setenta, se
caracterizaron no tanto por el elevado grado de represión indiscriminada,
sino por la decisión de dejar atrás el modelo desarrollista e invocar las
reformas neoliberales.
LA DÉCADA PERDIDA Y LA DEMOCRACIA (RE)ENCONTRADA

En el transcurso de los años ochenta, la mayoría de los países latinoamericanos que en


las dos décadas precedentes había entrado en el oscuro túnel del autoritarismo,
recuperó la democracia, por lo general después de largas tratativas y algunos pactos
entre las fuerzas armadas y los partidos políticos. Así fue al menos en la parte meridional
del hemisferio.
En cambio, para América Central esa misma década fue la de mayor violencia política,
durante la cual los conflictos intestinos en varios países del istmo se mezclaron en forma
explosiva con la última y virulenta fase de la Guerra Fría, y en cuyo transcurso el
presidente estadounidense Ronald Reagan no escatimó medios para aislar y derrocar al
régimen sandinista de Nicaragua.
La democratización convivió durante largo tiempo con una tremenda recesión
económica, cuyo aspecto más dramático fue la crisis del endeudamiento que afligió a
casi todos los países de la región.
En general, las nuevas democracias nacieron en un contexto desfavorable y, en la mayor
parte de los casos, se revelaron frágiles y sujetas a antiguos vicios.
LA EDAD NEOLIBERAL
Si bien los años noventa habían comenzado bajo el signo del Consenso de Washington -
un vasto plan de reformas económicas liberales con el que terminaba la larga etapa de los
modelos de desarrollo dirigistas en la región-, se cerraron con evidentes señales de crisis,
anunciadas por recurrentes cimbronazos financieros.
En algunos países las reformas liberales fueron aplicadas de manera gradual y
coincidieron con la consolidación de las instituciones democráticas, mientras que en
otros acentuaron su fragilidad, desembocando en graves crisis sociales y reiterados
episodios de inestabilidad política.
Las transformaciones provocadas por la apertura económica y las reformas del estado
fueron acompañadas por el retorno de las corrientes antiliberales y el nacimiento de
nuevos movimientos sociales, entre los cuales emergieron con fuerza inédita los
indigenistas.
Entretanto, el clima democrático alentó los procesos de integración económica entre los
países latinoamericanos así como con los Estados Unidos, aunque en este último
encontraron fuertes oposiciones.
EL NUEVO SIGLO: ENTRE EL FUTURO Y EL DEJÀ VU

La primera década del siglo XXI fue un verdadero vía crucis para América Latina. Aunque
en ciertos aspectos los diversos países de la región habían alcanzado similares
condiciones, con más frecuencia tomaron caminos disímiles debido a las peculiares
circunstancias de su evolución histórica.
A unir América Latina durante buena parte de la década contribuyeron tanto el
sostenido crecimiento económico (impulsado tanto por el de los Estados Unidos como
por la demanda china), como la tendencia general a elegir gobiernos de izquierda,
decididos a poner un freno a las políticas neoliberales de la década precedente.
En cambio, el grado de consolidación de la democracia representativa varió entre cada
nación. A los casos en los que esta había echado sólidas raíces se oponen otros que,
exhibiendo credenciales revolucionarias, han reverdecido el populismo clásico, a veces
en coincidencia con la radicalización del indigenismo. Déjà vu (/deʒa vy/, en francés ‘ya
visto antes’) es un tipo de amnesia del reconocimiento (en contraposición a las
paramnesias del recuerdo) de alguna experiencia que sentimos que ya hemos vivido
previamente.

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