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LA ADORACIÓN POR MEDIO

DE LA REVERENCIA
La reverencia es mucho más que la ausencia de ruido; la reverencia sincera
consiste en la atención para escuchar, en poner los pensamientos en todo aquello
que proviene de Dios y en los sentimientos de respeto, amor y honor hacia nuestro
Padre Celestial y hacia Su Hijo Jesucristo.

“La actitud de adoración provoca los sentimientos más profundos de fidelidad,


veneración y admiración; en ella se combinan el amor y la reverencia en un estado
de devoción que lleva a nuestro espíritu más cerca de Dios” 3 .

Al ir desarrollando la reverencia por Jesucristo, nos habilitamos mejor para modelar


nuestra vida siguiendo Su ejemplo perfecto. Esa reverencia presenta muchas
facetas, entre ellas la fe en que Él vive, la confianza en Sus prometidas
bendiciones y la obediencia a las normas del Evangelio; pero una de las más
importantes es el sentimiento de nuestro corazón: el respeto, el amor y el honor
que sintamos hacia Dios. Los que respetamos, amamos y honramos al Señor no
tomaremos nunca Su nombre en vano y nos disgustarán las bromas degradantes o
triviales que se refieran a Él. En cambio, alabamos y veneramos a nuestro Padre
Celestial y a Aquél a quien adoramos como nuestro Señor y Salvador.
Las bendiciones de la reverencia

En 1836, al orar en la dedicación del Templo de Kirtland, el profeta


José Smith proporcionó un concepto interesante sobre la reverencia
cuando oró suplicando que los arrepentidos pudieran volver y que les
fueran “restauradas las bendiciones que tú has decretado que se
derramen sobre los que te reverencien en tu casa” (D. y C. 109:21).
La oración del Profeta describe cuáles pueden ser esas bendiciones
que se reciban por ser reverente: palabras de sabiduría, la plenitud
del Espíritu Santo, gracia ante el Señor, el poder de Dios y el perdón
En verdad, las recompensas de ser reverentes son muy grandes.
Nuestras capillas son principalmente casas de adoración en
las que podemos sentarnos en silencio durante la música del
preludio y reflexionar sobre la belleza del Evangelio
restaurado, preparar el corazón y el intelecto para la Santa
Cena y meditar sobre la majestad de nuestro Padre Celestial
y la magnificencia de la expiación del Salvador. ¿Qué lugar
podría ser mejor para considerar asuntos tan sagrados y
trascendentales? Esas manifestaciones de nuestra forma de
adorar al Señor irán naturalmente acompañadas de una
actitud de reverencia.
Los sentimientos de nuestro corazón son una faceta
importante de la reverencia: el respeto, el amor y el honor
hacia Dios.
Cuando estemos en lugares y momentos de reverencia,
debemos disciplinarnos a fin de pensar en todo lo que
proviene de Dios.
Preparativos para ser reverentes
Los preparativos para ser reverentes no son complicados; en lugar de permitir que nuestros
pensamientos vaguen hacia los aspectos mundanos de la vida, al estar en lugares y momentos de
reverencia debemos disciplinarnos a fin de pensar en todo lo que proviene de Dios: en la majestad de
la Expiación, en la familia eterna y en la restauración del Evangelio en su plenitud. Eso incluye
también el disciplinar nuestra conducta para que refleje las actitudes de respeto, amor y honor;
implica, además, que nos vistamos modestamente con nuestra mejor ropa, evitando las modas
extremadamente frívolas que estén al día, así como las conversaciones en voz alta y el
comportamiento bullicioso en el edificio de la Iglesia. Y cuando estemos en la capilla, debemos
procurar que nuestro silencio tenga un nivel de sosiego y concentración, especialmente durante la
Santa Cena.
Muchas veces relacionamos la reverencia de una congregación con la conducta de los niños
presentes. Es cierto que los niños pequeños pueden presentar dificultades para mantenerla, pero la
primera regla con respecto a ellos ¡es llevarlos a la iglesia! Se les puede enseñar, se les puede sacar
por un momento y volver a llevarlos a la reunión; y para esa enseñanza, es mejor reducir el número
de “instrumentos” que se lleven, tales como juguetes y alimentos. Las congregaciones de Santos de
los Últimos Días son generalmente bendecidas con un considerable número de niños y jóvenes, y
debemos estar agradecidos por eso. Ellos son el futuro de LA IGLESIA

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