"Mi estancia en tu casa fue una larga entrevista de trabajo, en la que siempre quise ser mejor de lo que era. Pese a nuestras discusiones, que con la confianza se hicieron frecuentes, di el pego, me comporté como lo que se esperaba de mí, fui tu hijo." Esta frase pertenece a Pensilvania (editorial Siruela), la última novela de Juan Aparicio Belmonte, en la que recuerda a Rebeca, la madre postiza, fanática religiosa, que le acogió en su casa en Estados Unidos durante casi un año. Dice que en aquella casa aprendió a mentir, y por lo tanto, posiblemente, también a escribir.Como librólogo se enfrenta a retos difíciles: libros para adolescentes que leen cosas que no nos gustan ("Otra vuelta de tuerca", de Henry James), personas que parecen estar entrando en una depresión ("La vida exagerada de Martín Romaña", de Alfredo Bryce Echenique), alguien con problemas de salud no muy claros ("El cartero siempre llama dos veces", de James M. Cain), un lector que busca un clásico de la autoficción ("La tía Julia y el escribidor", de Mario Vargas Llosa) y  un buscador de narradores raros ("Claus y Lucas", de Agota Kristoff).