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José Victorino Lastarria: Obra narrativa
José Victorino Lastarria: Obra narrativa
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José Victorino Lastarria: Obra narrativa

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Como dijo Vicuña Mackenna: El señor Lastarria es sin disputa uno de los talentos más culminantes de nuestros días. Ha sido profesor, periodista, orador, publicista, abogado, diplomático, y en todo ha sobresalido. Y cuando se tiene presente que cuanto es y ha sido lo debe a sí mismo y que ha hecho todo lo que de él se apunta a la ligera en esta reseña, en medio de los cuidados de una salud precaria, de las dificultades anexas a la carencia de fortuna y de pergaminos, y preocupado por la educación de una familia que recuerda por su número y su mérito la de los patriarcas antiguos, no puede menos de reconocerse que él es uno de los más beneméritos ciudadanos de nuestra República.
LanguageEspañol
Release dateNov 18, 2019
ISBN9789569320804
José Victorino Lastarria: Obra narrativa

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    José Victorino Lastarria - Hugo Bello

    Chile.

    INTRODUCCIÓN

    HUGO BELLO

    I. EL PESO DE LA NOCHE

    La reacción de 1830 trajo el silencio del terror.

    LASTARRIA, Recuerdos literarios

    José Victorino Lastarria Santander nació en la ciudad de Rancagua, el 23 de marzo de 1817¹. Fueron sus padres Francisco de Asís Lastarria y Cortés y Carmen Santander Bozo. Por la necesidad de continuar sus estudios debió dejar su provincia natal y su familia para dirigirse a Santiago, la capital de la nación, tal cual lo hicieran otros muchos estudiantes connotados en la historia de Chile como Pablo Neruda, Nicanor Parra y Jorge Teillier. Lastarria comenzó sus más importantes estudios en el claustro de Santo Domingo (1828-9), y los terminó en el Liceo de Chile y el Instituto Nacional. Parte del tiempo que pasó en el Liceo dirigido por el español José Joaquín de Mora (1783-1864) permaneció interno en su Academia Militar anexa.

    El año 1836 obtuvo el grado de bachiller en Sagrados Cánones y Leyes y en 1839 recibió el título de abogado. Desde temprano, mientras aún era estudiante, comenzó a ejercer la docencia: en 1837 en el colegio de Romo; en 1843 en el Colegio de Santiago; en 1839, el mismo año en que contrajo matrimonio con Jesús Villarroel, como catedrático de legislación y derecho de gentes en el Instituto Nacional.

    Como casi toda la generación de chilenos que condujo y fundó las instituciones de la República (entre ellos José Joaquín Vallejo (Jotabeche), y Jacinto Chacón, que fueron sus condiscípulos), Lastarria pudo gozar de una educación privilegiada por la voluntad y los esfuerzos del naciente Estado chileno. Recibió, en efecto, las lecciones de Andrés Bello (1781-1865), José Joaquín de Mora, José Miguel Varas (1807-1833) y Ventura Marín (1806-1877), entre otros, pues ese Estado buscaba a los mejores maestros en diversas materias, con el fin de entregar una educación coherente con los horizontes de la Ilustración que había sellado el pensamiento de los primeros independentistas.

    En el Liceo de Chile (1829-1831), fundado y regentado por el gaditano José Joaquín de Mora², Lastarria recibió lo medular de la concepción educativa ilustrada, en la que se compendian elementos neoclásicos y otros románticos, propios de las formas de pensamiento que había aprehendido Mora en su estancia en Inglaterra. En sus Recuerdos literarios (1878)³ Lastarria rectifica la información difundida por Benjamín Vicuña Mackenna respecto del protagonismo hispanizante que le habría cabido a Mora en la formación de la juventud ilustrada; allí, en carta escrita en El Ferrocarril el 15 de febrero de 1871, Lastarria precisa los aportes que sin duda influyeron en él, propiciados por la institución dirigida por Mora y que distaban mucho de ser conservadores:

    Para que Ud. se persuada de que no es Mora el autor de la reacción literaria española, no tiene mas que ver el Plan de Estudios del Liceo, en el cual por primera vez en Chile aparecen los estudios de humanidades divididos en cinco años y basados en los estudios científicos que dirigía don Andres Antonio de Gorbea. Al mismo tiempo que se enseñaba gramática latina, no por Nebrija, sino por la gramática de Mora, el francés, la geografía, la historia, la literatura francesa i la española, la gramática castellana, la filosofía por las inmortales lecciones Laromiguière, se enseñaban tambien las matemáticas, desde la aritmética hasta los cálculos diferencial e integral, la física, incluyendo la óptica, la química i la astronomía. Las lecciones de elocuencia i de literatura, las de gramática i jeografía, así como las de derecho, se hacían por testos escritos espresamente por el señor Mora, quien, habiendo completado su educación en Inglaterra, introducia por primera vez en América las doctrinas de Bentham en el derecho, i dejaba mui atras todas las reminiscencias españolas en la enseñanza literaria (17-18).

    La relación de discípulo y alumno que sostuvieron Lastarria y Mora en el Liceo de Chile, al parecer, influyó en el desarrollo de los puntos de vista intelectuales y políticos del joven rancagüino; así, la expulsión de Mora de Chile, en 1831, gatilló su repulsa temprana a la figura de Bello. Como es sabido, el debate público entre los dos intelectuales, a raíz de una disputa de orden filológico, propició la detención y posterior expulsión de Mora y su familia⁴. Sin embargo, es la autoría de la Constitución liberal de 1828, atribuida a Mora, aquello que lo había convertido en un peligro a los ojos de los pelucones, vencedores de la batalla de Lircay, tras la que se instauró la persecución de los pipiolos y la consiguiente hegemonía política conservadora bajo la férula de Diego Portales como ministro. Mora tenía un carácter más polémico que Bello, y lo manifestaba en sus opiniones de prensa. En el poema que se difundió en la época de su expulsión, El Uno y el Otro, muestra toda su mordacidad⁵. Esta perspectiva satírica, crítica, acerba, claramente cismática respecto del poder de los sectores oligárquicos, es lo que probablemente influyó de modo determinante en su discípulo⁶.

    II. FRAGUANDO UN SISTEMA DE IDEAS Y CREENCIAS

    Es cierto que la gran tradición se ha perdido y que la nueva no está formada aún.

    CHARLES BAUDELAIRE, El heroísmo de la vida moderna

    Lastarria tuvo cercanía con los liberales organizados en el Partido Liberal, pero nunca se allanó a integrar sus filas y se mantuvo en una posición solitaria que le costó, sin duda, el precio de la marginalidad, incrementada por el individualismo intransigente del cual hacía gala. Sin embargo, como afirma en su texto biográfico Alejandro Fuenzalida Grandón, la vida de Lastarria compendia toda la vida contemporánea de Chile (1911: XIX). La que pudiese ser una más de las muchas frases encomiásticas, propias de la desfiguración biográfica, se ajusta a la realidad en la medida que esa vida tiene la extensión del primitivo Chile republicano. El país, forjado como nación independiente, emancipado de la sujeción colonial de casi cuatro siglos, sin que los lastres de ese pasado pudiesen extirparse de la noche a la mañana, fue testigo de la obra de Lastarria que representa ideas matrices para la formación del Estado. Por una parte, buscará proveer de instituciones y organismos esenciales a la organización republicana; por otro, su labor queda descrita en la cristalización de textos (literarios, históricos, legales, pedagógicos) que él concibe imprescindibles para una nación civilizada. Acusa la carencia de una tradición literaria, y no se hacen esperar sus ensayos (relatos, dramas, novelas) que den cuerpo a una literatura nacional. Es decir, Lastarria actúa en el alba de la creación y en el crepúsculo de la crítica que reflexiona sobre los objetos literarios creados.

    Esa vida republicana en la que Lastarria participa activamente (escribiendo, fundando publicaciones) es testimoniada en su acción en el campo de la política: ejerce responsabilidades públicas en el poder judicial, es miembro del poder ejecutivo en distintas ocasiones, como diputado en ocho oportunidades, como senador en otra, como profesor del Instituto Nacional y de la Universidad de Chile. Sin embargo, su compromiso con la nación se muestra a través de su afán de no participar de lo que él llamaba el desorden… [ni las] riñas de partido (Lastarria, 1849: 17), lo que lo convierte en un sujeto rebelde a las orgánicas partidarias, pero no reniega de ellas al punto de ignorarlas. El abogado rancagüino, que llevó una vida sin comodidades económicas, sin granjerías personales obtenidas por sus vinculaciones con el poder político, prefirió, a cambio de su libertad, desempeñarse como maestro de geografía, de derecho de gentes y derecho universal, teniendo como horizonte la realización de la República entre nosotros (17) por sobre cualquier otro interés.

    La idiosincrasia ideológica de Lastarria, adquirida mediante la formación que le facilitan sus maestros y las lecturas fundamentales de su juventud, además de los imperativos de su carácter personal, determinan las afinidades filosóficas que conjugará con la atmósfera cultural del siglo XIX –participa en dos tercios del siglo–. Su sistema de ideas, vacilante, ciertamente, se puede definir como la suma de dos factores: las ideas ilustradas que vitalizaron el movimiento criollo que incitó a la Independencia y las ideas románticas, nacidas en principio en el Círculo de Jena. Es el romanticismo alemán de Novalis (1772-1801), Friedrich (1772-1829) y August Schlegel (1767-1841), llevado a Francia por Madame de Staël (1766-1817) y acogido por la juventud francesa, que tiene en Victor Hugo (1802-1885) a su representante por antonomasia, el conjunto de ideas apropiadas –problemática y contradictoriamente–, el que constituye el ideario desde el que se desprenden sus narraciones hasta más o menos el año 1860, cuando publica Don Guillermo. Hugo será la cúspide del liberalismo político y la superación de los elementos conservadores y reaccionarios del primer romanticismo, que desconocía el trabajo secularizador de la filosofía de la Ilustración. No solo eso: Hugo revitaliza la poética romántica, la redime de los dogmas formales de la época neoclásica y propone un arte literario que esté en consonancia con el liberalismo político, que se constituye en la corriente política dominante de Europa. Este es el momento ideológico con el que se entroncará el liberalismo romántico de América Latina, la síntesis que Faletto y Kirkwood denominan liberalismo romántico, que se entiende como [la] ideología liberal [que] en el siglo XIX ha recibido la influencia del Romanticismo, de modo que, junto al anterior pensamiento de la Ilustración surge una nueva forma liberal (1974: 61)⁷. De allí que las formas y los núcleos ideológicos del pensamiento literario de Lastarria aparezcan tallados por ciertas ideas antitéticas, paradójicas, que se entrelazan sobre la base de sus razonamientos políticos, por sobre todo.

    En 1842, con la lectura de su Discurso de Incorporación a una Sociedad de Literatura, el días 3 de mayo, Lastarria abrió las compuertas de un sistema de ideas (y de creencias) que rivalizaba con la España colonial, y su extenso legado, en la esfera de la representación literaria. El modelo de literatura que se ofrecía era ideológicamente distante a la matriz colonial: por una parte estaba la literatura francesa, en cuya historia se vinculaba con las fuerzas liberales y revolucionarias emanadas de la Revolución francesa; por otra parte se apelaba a la fundación de una literatura nacional, es decir, se apelaba a que los escritores debían extraer de las experiencias y del suelo de la nación los motivos y los argumentos de una literatura que aún estaba por nacer.

    Aquel vínculo expresivo, que conforma a la literatura de una comunidad histórica definida, se debía ajustar cuidadosamente –junto a los propósitos de emancipación con lo que Lastarria atribuía a los deberes de la instrucción, la prensa, el derecho, la filosofía, etc. En sus dimensiones alegóricas y poéticas la literatura estaba determinada por un conjunto de deberes para con la polis.

    Para Lastarria España capitaliza todas sus antipatías, a ella atribuye la herencia colonial de males que aquejaban al presente en que le corresponde vivir. España, la Colonia, su religión, y con ellas su literatura, así como quienes personificaban políticamente ese pasado que no acababa de morir, ni acabaría, por cierto, eran la sustancia de las ideas conservadoras, que desplegaban con pujanza su hegemonía encabezada por Diego Portales.

    En un primer ciclo de sus narraciones, el pasado colonial y su herencia de atraso, oscurantismo y gazmoñería (Una hora perdida, El mendigo, Rosa, El Alférez Alonso Díaz de Guzmán) fueron objeto de escarnio. Un segundo momento de las letras de Lastarria lo constituye la sátira, que mediante el recurso de la alegoría ridiculiza las condiciones políticas apabullantes en las que se desenvuelven las ideas liberales. Bajo el subterfugio alegórico se enfrentará a los gobiernos conservadores. Ejemplo de este período son, a nuestro juicio, El manuscrito del Diablo (1849) y Carta sobre Lima (1851), Una situación política (1855), Peregrinación de una vinchuca (1858), Don Guillermo (1860), Astronomía celeste y social. Un eclipse de sol (1868) y Situación moral de Santiago en 1868. Finalmente hay un tercer período, marcado por la publicación de Lecciones de política positiva, profesadas en la Academia de Bellas Letras (1874), que manifiesta de manera más definitiva su apropiación de las ideas positivistas propuestas en Francia por Comte y también su perspectiva más cosmopolita y americanista. En este tercer conjunto de textos narrativos y que hemos dispuesto en esta edición crítica, podemos leer Diario de una loca (1874), Mercedes (1874), Una hija (1881), Estudio de caracteres: Salvad las apariencias (1884)⁸.

    En el período en que Lastarria comienza a escribir sus primeros textos literarios, no desarrolla un género ya consagrado, la novela burguesa, por ejemplo. Más bien entrevé y sospecha formas larvarias, imprecisas, derivadas de sus múltiples y sesgada lecturas de la literatura española y europea. Luego las ensaya en una emulsión de géneros, donde domina el cuadro de costumbres, el cuento de hadas, la novela histórica, la alegoría dantesca y la crítica volteriana, el diarismo, la crónica, el ensayo político y filosófico, la retórica en sus tres géneros (forense, deliberativo y demostrativo). Como la ocupación de Lastarria es la moral cívica, que promueve la Ilustración y la formación de ciudadanos, Lastarria, definitivamente, ensaya. ¿No es lo que hizo Sarmiento en el Facundo en 1845? ¿Se trata de ideas mal apropiadas o de ideas implantadas en un terreno que les es ajeno? No, de ninguna manera.

    De cualquier modo, la docencia es su condición más tenaz. Lastarria es discípulo de grandes maestros y disputa, de varias maneras, el lugar de sus mayores. Ese es el origen de la diatriba reiterada en que se transforman los Recuerdos literarios (1878) contra la figura de Andrés Bello.

    Lastarria es el maestro de la crema de una clase social en desarrollo, que hará un vuelco productivo y político durante el siglo XIX, aunque no sea siempre visible su impronta. Participa, como testigo e incitador de la oligarquía que por una parte lo rechaza y constriñe, que lo incita a participar de las fuerzas sociales y políticas triunfantes, inclusive a su pesar. Verá, al final de sus días, los estertores y la crisis del progreso, que llegaba a sus límites, no sin haber modificado su ideario liberal a cambio de una ideología que terminará siendo opresora.

    III. LITERATURA, HISTORIA Y NACIÓN

    El mundo de nuestra vida intelectual será a la vez nacional y humanitario; tendremos siempre un ojo clavado en el progreso de las naciones y el otro en las entrañas de nuestra sociedad.

    ESTEBAN ECHEVERRÍA, Dogma socialista

    A la distancia de los hechos acontecidos en su época de mayor vigencia, tutelaje e influencia sobre la juventud liberal y romántica⁹, J. V. Lastarria afirmaba en sus memorias (1878) que el movimiento literario que se operó en 1842 entre nosotros (1) ejerció un rol fundamental que se puede caracterizar por ser el impulso inicial del portentoso progreso que han hecho las letras en Chile durante los treinta i cinco años que nos separan de aquella fecha memorable (1) y que los los historiadores contemporáneos no son en jeneral exactos al describir aquel movimiento literario (2), buscando de este modo resarcir el daño que el olvido o la tergiversación histórica de otros causaban a su persona.

    La escritura de sus Recuerdos literarios resulta ser un acto de restitución del pasado, en palabras de François Hartog (2009); la necesidad de enmendar, reconstruir, rectificar y reordenar las fuentes de la memoria es la matriz apelativa que moviliza la escritura. El olvido, antes que el recuerdo, da pábulo al engranaje que subyace a este texto sobre el cual se debe ordenar la biografía intelectual de Lastarria, y por cierto, los temas, asuntos, leitmotiv y obsesiones declaradas de toda su literatura a lo largo y ancho de aquel período de tiempo del que Fuenzalida Grandón piensa que Lastarria es representativo. François Hartog plantea un modo de apropiación del tiempo histórico dentro de la categoría que él ha definido como restitutio.

    Cualquier operación de restitutio es presentista en su proyecto mismo, pues su finalidad es actuar en y sobre el presente, aunque no por eso deja de buscar en el pasado (el de los fundadores míticos o reales) el crecimiento que necesita para imponerse. Hacer de un antes un pasado que sirva de recurso y sea portador de precedencia, es una operación para tiempo de crisis. En realidad, reconoce una distancia (con la República de antes) para tomar de ella parte de su fuerza: grandeza del pasado versus mediocridad del presente. Luego, sin dejar de destacarla, busca reducir esta distancia por transferencia. El nuevo comienzo es un re-comienzo que toma su fuerza o su autoridad de serlo. A fin de cuentas, la restitutio puede analizarse como una operación de captatio y traslatio de la autoridad del pasado al presente, pero en nombre de un pasado que se hace propio (2009: 1424).

    La elaboración temporal de los textos de Lastarria puede ser distinguida en dos modalidades diferentes. Un trabajo de representación del tiempo es el que estigmatiza el pasado colonial, español, católico, imperial que proyecta sus sombras sobre el presente, opacándolo, volviéndolo ilegítimo y amenazante. Ese tiempo es develado en su Memoria presentada en el primer aniversario de la recién fundada Universidad de Chile, 1844: Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile y por sus relatos (El mendigo, Rosa, El Alférez Alonso Díaz de Guzmán, Rosa, El manuscrito del Diablo, Don Guillermo, Carta de Lima, Una hija, Mercedes). Desde el punto de vista histórico, dicho tiempo está encarnado en las figuras de Bello y Portales. Una segunda categoría temporal, igualmente restitutiva, es la que se revela con sus Recuerdos literarios (1878). Lo que hace Lastarria con el pasado inmediato, en el cual está directamente inmiscuido, es devolverle su exactitud en función del protagonismo que a él le cabe. Puesto que, en sus palabras:

    Puede un suceso ser mirado de distinto modo por los contemporáneos, i puede ser juzgado tambien con distinto criterio; pero el hecho es el hecho, i al narrarlo, no es permitido alterarlo, ni atribuirlo a causas o personas que en él no han figurado, ni dar la responsabilidad o la gloria que de él se desprendan a quienes no corresponden (1885: 2).

    Lastarria responde a un libro que, le parece, lesiona sus intereses personales en los registros históricos: la Historia de la Administración Errázuriz¹⁰, que ponía de relieve la figura de Bello y, a juicio de Lastarria, hacía desaparecer su persona, envileciéndolo, pues no se le reconocían los fueros que le correspondían por el desarrollo de las letras en la nación chilena. Los Recuerdos rectifican, desde la perspectiva de 1878, el pasado histórico, conformándose en una suerte de colección reivindicativa de sus textos, cartas, editoriales y discursos literarios a lo largo de cuarenta años.

    La escritura de sus memorias tiene el acento rectificador que poseen también otras memorias de la época, como las de José Zapiola en Recuerdos de treinta años (1871)¹¹ o de Domingo Faustino Sarmiento en Mi defensa (1843), Facundo (1845) o Recuerdos de provincia (1850). Así, inmiscuyéndose en la trama de la historia, a contrapelo de ella y de la historiografía, las memorias de Lastarria –como las de otros autores– se desplazan a un campo en el que los recuerdos, su fidelidad y verosimilitud, devienen en el campo de las disputas políticas, o, más claramente, en un orden en el que las memorias rivalizan y pugnan con otras formas discursivas de representación del pasado. Sus memorias sobrevienen en restitución política de la verdad histórica.

    Por otra parte, en la formación retórica y filosófica¹² de Lastarria dominaba la noción de que el verso era la forma literaria¹³ que se identificaba con la imaginación y la pasión; la prosa, la forma coherente con la que se manifiestan el raciocinio y el saber. Pero la matriz ilustrada que caracteriza al pensamiento de Lastarria (Subercaseaux, 2005) contiene elementos o particularidades románticas, y adquiere connotaciones contradictorias¹⁴. Se opone al melodramatismo¹⁵ de personajes como Álvaro de Aguirre, en El mendigo, por ejemplo, o Alejo y Mercedes en Mercedes. Dichas formas melodramáticas, patéticas, que caracterizan al verso y a gran parte de la poesía romántica, resultaban incoherentes con los deberes ciudadanos a los que el abogado liberal se veía convocado, identificado como estaba con la prosa, que se vincula con la seriedad argumental de la razón.

    La literatura entendida como manifestación romántica, novelesca, está aún teñida de cierto manierismo emocional que a la racionalidad ilustrada le resulta ligeramente repulsiva. Esto se advierte en la constitución de la autoría de las primeras narraciones de Lastarria, así como en sus primeros escarceos con el teatro (y en distintas épocas). Niega su nombre y se nomina bajo diferentes seudónimos: Un injenio de esta Corte en su pieza ¿Cuál de los dos? (1844), o bien Ortiga en la primera edición de Don Guillermo (1860, en La Semana. Periódico noticioso, literario i científico, desde el 3 de marzo hasta el 21 de abril de dicho año), o Un oriental en Salvad las apariencias (1884). La paternidad respecto de los textos históricos, educacionales y jurídicos nunca es diferida ni enmascarada por el autor rancagüino.

    En medio del surgimiento de las primeras formas folletinescas, congénitas a la prensa popular que circula en Santiago de Chile y Valparaíso, surgen formas discursivas románticas, y con ellas el ideario (y el imaginario), atados al pathos sentimental rousseauniano. Este imaginario se opone al logos cartesiano. De allí emerge la pulsión represiva, que niega o difiere la identidad entre el autor y sus obras de sustrato romántico. Se las autoriza siempre y cuando estas circulen asociadas a la subjetividad. Esto ocurre junto con la transformación de los procesos sociales propios del consumo de libros y medios diversos de lectura¹⁶; no así cuando la obra se identifique con la racionalidad ilustrada y con el debate directo de ideas políticas o filosóficas. Según René Wellek (1962: 246), en la Francia de Stendhal las categorías románticas se podían sintetizar en genio, espontaneidad y lirismo, categorías que no aparecerían aún en la literatura de Lastarria o, simplemente, aparecerían en los textos de otros autores. En las diferentes ediciones que Lastarria hace de su Miscelánea, y luego en la recuperación de la totalidad de sus textos literarios (1855¹⁷, 1868-1870, 1885), se verá una progresiva actitud de familiaridad con los géneros menos autorizados, para después de 1860 asumir formas literarias más concretas y en sintonía con la novedad naturalista, por ejemplo. Pese a ello, como suele recordarnos entre otros Michel Foucault (1995: 15), [por] más que en apariencia el discurso sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y con el poder. Y es en ese cruce de caminos, entre la política, el deseo inconsciente, la voluntad magisterial y la alegoría como recurso expresivo de donde emergen los textos literarios de Lastarria: en medio de una trama de aporías y con la inseguridad autorial que manifiesta un juego de desidentificación e identificación con sus propios textos. No solo son las vacilaciones a las que se encuentra sometida la emergencia de la novela, son las insuficiencias del espacio cultural propio de naciones modernas embrionarias.

    Pero sin duda, lo que traspasa las narraciones de Lastarria es su interés infatigable por la historia, la expresión temática y filosófica más radicalmente romántica de entre las muchas concepciones que el romanticismo europeo propagó. Así lo testimonia su Memoria leída en el primer aniversario de la fundación de la Universidad de Chile, el 22 de septiembre de 1844, Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile, y antes su discurso inaugural de la Sociedad Literaria de 1842. Podemos afirmar que a través de su historia intelectual Lastarria se interesa por diversos temas, como la frustración y la desilusión de los patriotas; la lucha entre las políticas reaccionarias del partido conservador y las siempre aplazadas razones liberales, reflejos de un mundo colonial que se proyecta en el tiempo; la problemática de la diferencial racial (Una hija, 1881), o el diletantismo cosmopolita (en Salvad las apariencias, de 1884) en su fase próxima al naturalismo y el modernismo. La historia y sus complejidades es el escenario de todos estos temas. Para Lastarria la tarea magisterial y la fidelidad a la historia serán determinantes para la constitución de los ejes temáticos de su literatura.

    En general, se puede afirmar que en sus narraciones no hay características poéticas indiscutibles, donde las hubiere, pues como se observa en el Discurso Inaugural el concepto de literatura en Lastarria es amplio en tanto sistema expresivo:

    Forman el teatro en que la literatura despliega sus brillantes galas, la cátedra desde donde anuncia el ministro sagrado las verdades civilizadoras de nuestra divina relijion i las conminaciones i promesas del Omnipotente; la tribuna en que defiende el sacerdote del pueblo los fueros de la libertad i los dictados de la utilidad jeneral; el asiento augusto del defensor de cuanto hai de estimable en la vida, el honor, la persona, las propiedades i la condicion del ciudadano; la prensa periódica que ha llegado a hacerse el ajente mas activo del movimiento de la inteligencia, la salvaguardia de los derechos sociales, el azote poderoso que arrolla a los tiranos i los confunde en su ignorancia. La literatura, en fin, comprende entre sus cuantiosos materiales, las concepciones elevadas del filósofo i del jurista, las verdades irrecusables del matemático i del historiador, los desahogos de la correspondencia familiar, i los raptos, los éxtasis deliciosos del poeta (1885: 100).

    Lastarria se plantea frente a Bello en un esquema relacional semejante al de la querella de antiguos y modernos¹⁸, de modo tal que el sabio venezolano encarna la proyección del espíritu colonial en medio del despliegue republicano que aspira a personificar Lastarria.

    La importancia de la historia no radica en la gesta de uno u otro individuo, como aspira a expresar Lastarria en sus textos históricos. La historia es la obra y, las más de las veces, los vestigios de lo acontecido por la acción de todos los miembros de la sociedad; es, inclusive, una construcción que no depende de la voluntad individual ni colectiva, es decir, no es una obra que surja motu proprio. Como afirma Luis Oyarzún respecto de la idea que Lastarria tiene de la historia –la que se puede apuntar de la literatura, como lo entienden varios de sus críticos–, esta es concebida como instrumento al servicio de la reorganización política y social y como el mejor camino que la sociedad podría seguir para tomar conciencia de sí misma y evitar los errores en que habían incurrido las anteriores generaciones (1953: 63). Sin embargo, la escritura de la historia en Lastarria es también espacio para la edificación de una idea del tiempo. Pero, antes que todo, de las operaciones que realiza la escritura de la historia en manos de Lastarria se puede afirmar aquello que Michel de Certeau plantea en relación con la representación de lo real, y es que lo "real que se inscribe en el discurso historiográfico, proviene de determinaciones de un lugar. Las relaciones efectivas que parecen caracterizar a este lugar de escritura son las siguientes: dependencia de un poder establecido por otros, dominio de las técnicas que se refieren a las estrategias sociales, juego con los símbolos y las referencias que tienen autoridad ante el público" (1993: 24). Lastarria se enfrenta a la idea que tiene Andrés Bello sobre la historia y a lo que esa autoridad encarna respecto del dominio de la historia. En ese sentido es que a partir de esta relación de poder autorizado, legitimado y vinculado al poder político que encarna Bello, Lastarria construye dependientemente su lugar. Y esta afirmación del lugar será una suerte de anclaje para la totalidad de sus narraciones: El mendigo (1843), Rosa (1847), El Alférez Alonso Díaz de Guzmán (1848), Carta sobre Lima (1851), Peregrinación de una vinchuca (1858), Don Guillermo (1860), El diario de una loca (1874), Mercedes (1874), Salvad las apariencias (1884). Son narraciones que subrayan la escenificación, reconstrucción y cuestionamiento del tiempo pasado, así como la proyección y la intromisión del tiempo Colonial, el tiempo bastardo y contaminado por antonomasia en el ideario independentista y poscolonial que habita Lastarria.

    Lastarria sabe que la acción –y la omisión es una de las formas de la acción– es inevitable en la construcción del futuro, y conoce los efectos que ha tenido el pasado en la vida de hombres y mujeres. De allí su compromiso con la escritura de la historia, y con los acontecimientos que forjan la historia de la nación en un mundo cambiante al que quiere incorporar la historia nacional.

    IV. ESCRITURA Y MODERNIDAD

    Ser modernos es vivir una vida de paradojas y contradicciones.

    MARSHALL BERMAN, Todo lo sólido se desvanece en el aire

    Sin duda uno de los inconvenientes, no solo para la exégesis de los textos literarios de Lastarria, sino para que este autor sea leído por los lectores del presente ‒probablemente esto mismo se puede afirmar de la totalidad de sus escritos‒, es la distancia entre las afinidades artísticas de sus textos (manifestación incontestable del pensamiento de su autor) y las de los chilenos lectores del siglo XXI. Dicho de otro modo: los lectores para quienes fueron escritos estos textos debían, y podían, esperar las lecciones políticas, sociales y filosóficas del maestro que esgrimía la literatura, hoy diríamos la ficción, para iluminar ciertas cuestiones de orden moral, intelectual, de convivencia social ‒de sociabilidad, como se decía en la época‒, propias de la contingencia, muchas veces contradictoria de la ciudadanía y la política. La condición discipular de los lectores de Lastarria hacía previsible el afán didáctico de su escritura: a su modo, Lastarria pretendía aquello que Immanuel Kant (1724-1804) había sintetizado con la exhortación sapere aude, atrévete a saber, en su carta ¿Qué es la Ilustración? (1784).

    El discurso didáctico es lo que está en la base de lo que Renato Cristi llama el carácter propiamente ideológico (1974: 10) de los textos de Lastarria. Se trata de aquello que determina en gran medida la función comunicativa, didáctica, de los textos, lo que podría concluirse es su función doctrinal. La relación que media entre el autor y sus lectores se funda en la relación que existe entre el maestro y sus alumnos en el aula. Estos discípulos, aprendices, son los neófitos letrados de una república que no conoce ni la plenitud de la democracia (donde la hubiere) ni de la libertad (menos utópica de lo que hoy nos podríamos imaginar). Saber y libertad son las medidas de una nación que deja de estar en pañales; es esa condición de inferioridad de los lectores a la que Kant designaba como minoría de edad, aquello que la nación está llamada a superar de manera previsible con el concurso de la literatura. Ante la sugerencia horaciana de docere et delectare, Lastarria muestra su visión platónica: docere, instruir, formar los espíritus de la nación de la cual él y sus más cercanos discípulos se han hecho cargo. De allí que las expectativas de encontrar una manifestación del lirismo romántico sea un equívoco al leer los textos literarios de Lastarria.

    Es bueno recordar que la totalidad de los textos que hoy se publican en esta edición fueron divulgados en diversos medios de prensa de la época. Lastarria participa de la fundación y la redacción de periódicos y revistas (El Nuncio de la Guerra, El Semanario de Santiago, La Revista de Santiago, El Crepúsculo, entre otras publicaciones importantes), las que fueron constituyéndose con el tiempo en las fuentes de la historiografía moderna, en referentes de las ideas que surgían al calor del debate, refutadas y afirmadas en la contingencia política cotidiana de más de medio siglo. Sus narraciones (entre las que contemplamos cuentos, cuadros de costumbres, crónicas y novelas), participan de las bataholas cotidianas, así como muchos de sus artículos y crónicas de prensa que forman parte de la disputa política cotidiana. Sus textos literarios, jurídicos, de prensa, editoriales, sus manuales de divulgación geográfica y legal, participan igualmente de una misma función: la docencia. No es que la función fruitiva (el goce estético) sea un requisito que pospusiese sin más; en Lastarria prevalece su disciplina retórica, entendida como el conjunto escolástico de fórmulas reiteradas, una insistencia circular de alegatos que adquieren un carácter duro, no carente de ornatio (el ornamento fundado en el estilo, en la expresión de Aristóteles), lo que se traduce en la expresión correcta y limpia que los alumnos de Bello y Mora debían aprender, cual patricios romanos, para la perfección de sus deberes ante la audiencia republicana. No son las técnicas narrativas modernas, la perspectiva compleja de la novela, ni la elaboración enmarañada del tiempo, ni menos la caracterización psicológica y conductista, propia de las más importantes novelas del siglo XIX europeo, aquello que le demanda el juicio a la hora de escribir sus narraciones. ¿Qué de romántico hay en esta escritura que se resiste a la destrucción de las formas racionales y a la pulverización de las propiedades formales del lenguaje y el discurso encorsetado heredado por la Ilustración? ¿Dónde está la imaginación desbordada y provocativa de la poesía romántica? ¿Dónde las categorías de imaginación y de originalidad que propugnaba el romanticismo en todas sus variantes, inclusive las más conservadoras de la vieja Europa?¹⁹.

    La escritura de Lastarria se forja en una práctica concreta: la prensa, y un tipo específico de prensa en unas circunstancias históricas concretas. La prensa que Carlos Ossandón (1998) ha llamado, con certeza, prensa política y de barricada, aquella que:

    Si nos atenemos a su volumen, diversidad y bullicio… en la primera mitad del XIX fue principalmente política y polémica, de oposición, oficialista o ministerial (esta última una suerte de especie media entre el oficialismo y una relativa independencia). Esta prensa ocasional, ideológica y múltiple, se activó en función de propósitos políticos directos y específicos (25).

    Si los soportes (medios), contextos situacionales, los usos y las funciones pragmáticas de la comunicación, además de los componentes de carácter paralingüístico, tienen alguna relevancia en la organización, el orden y la constitución de las funciones lingüísticas hegemónicas para la concreción del sentido, entonces es ese el modo como debemos explicar la urdimbre significante de los textos narrativos de Lastarria. En el bastidor de las formas discursivas, entonces, operan todos estos ejes concretos e históricos de constitución de los discursos en sus aspectos más formales. La escritura de Lastarria, así como las formas discursivas dentro de las que elabora sus textos (como quien acepta las reglas de un juego), están determinadas por las preferencias, los apremios y compromisos de su responsabilidad cívica (docente), antes que por las reglas del discurso novelesco o cuentístico desarrollado ejemplarmente por el romanticismo europeo del siglo XIX, así como por su acceso al conjunto de reglas de constitución de los textos, a las que se accede mediante la aprehensión de las reglas de la lectura (las lecturas hegemónicas de su época). El conjunto de reglas de la escritura, que varían en el tiempo, tienen, sin embargo, un correlato que se advierte en la propia consciencia de Lastarria respecto de la función de sus textos. En el prólogo a su Miscelánea histórica y literaria (1868-1870), con una gran parte de su producción literaria más importante ya publicada, Lastarria mantiene sus juicios (en este caso se refiere a El mendigo, El alférez Alonso Díaz de Guzmán y Rosa):

    Las tres obras históricas que encabezan esta Miscelánea, son jemelas por su origen, sus tendencias y su fin. Un pensamiento ha dirigido su composición, el de combatir los elementos viejos de nuestra civilización del siglo XVI, para abrir campo a los de la regeneración social y política que debe conducirnos al gran fin de la revolución Americana –la emancipación del espíritu, y con ella la posesión completa de la libertad, es decir, del derecho (v).

    Por ello es que podemos situar sus textos literarios en el horizonte de expectativas de la segunda mitad del Siglo XIX, dentro de otra categoría descrita por Ossandón (1998: 42), la prensa raciocinante e informativa, que emerge en el contexto social y político de un Estado más consolidado y poderoso, al que en gran medida ha contribuido la labor política de Lastarria en el campo de sus querellas culturales y políticas y ciertamente en el campo de las muchas batallas ideológicas de las que participó con sus estudios jurídicos e históricos, educacionales y por cierto literarios (en el amplio sentido que él le diera a la literatura en su Discurso Inaugural de la Sociedad Literaria de 1842).

    Se hace necesario situar la producción literaria de Lastarria. Leído por algunos de modo patrimonial o documental desde las vidrieras del siglo XX, se pasa a una lectura que busca hacer calzar las categorías de la novela moderna europea, al modo en que las entendía, por ejemplo, Wolfgang Kayser (1965). El conocimiento que hoy tenemos del romanticismo europeo (imaginario, rupturista y estetizante) no deja ver las peculiaridades de esa manifestación en América. Sin duda, el cuento y la novela fueron constituyéndose en la medida en que se profesionalizó el hacer del escritor en concomitancia con sus lecturas. Definir los orígenes de la novela y del cuento fueron en principio problemas estadísticos (quién fue el primer novelista, quién el primer dramaturgo, etc.) que pasaron posteriormente a ser problemas de orden filológico, en la medida que las instituciones asociadas a las prácticas literarias fueron especializándose. La definición de los géneros, su apropiación y reconocimiento, dice relación con la profesionalización de los autores, la transformación de los fenómenos de comprensión e interpretación azuzados, en parte, por la crítica literaria y las formas de socialización de la lectura. Lastarria, en el prólogo ya citado, explica la situación en la que se encuentra el Discurso de 1842:

    Los primeros años de la administración Bulnes, como los primeros del reinado de Luis Felipe, habían sido favorables a las letras. En ellos había tomado su curso de una manera franca y consoladora cierto movimiento intelectual iniciado tres años antes, que despuntaba entonces por la afición a la poesía y un gran anhelo de aprender y de saber. Nuestra educación había sido limitadísima y descuidada hasta el punto de no tener coherencia, ni objeto, ni plan que pudieran llamarse científicos. Los jefes del Instituto Nacional comenzaban entonces a penetrarse de esta realidad y a introducir una reforma seria.

    Hacia 1844, el movimiento literario continuaba, pero con menos entusiasmo; y nuestras pobres librerías, entre un gran caudal de obras de derecho civil apenas principiaban a tener uno que otro libro de la escuela francesa y de eclecticismo filosófico. No sabíamos nada de ciencias sociales; estábamos en ayunas de la reacción que la filosofía preparaba sorda y lentamente en Europa, para rectificar las bases de la sociedad, purificando los principios fundamentales, a la luz de la ciencia (vi).

    Es decir, las preocupaciones por la construcción del narrador, la estructura de los personajes, la constitución del tiempo novelesco, etcétera, son preocupaciones que solo surgieron a posteriori, una vez sentadas las bases de una cultura al modo de la modernidad europea. No son en absoluto las preocupaciones de Lastarria ni puede este acceder a las reglas de producción de la novela que, como Rojo y negro (1830), de Stendhal, podemos advertir sin mucha acuciosidad en el intertexto de Martín Rivas (1862), de Alberto Blest Gana (1830-1920). Al decir de Lastarria (1868: vi-vii), "[la] revolución literaria iniciada en Francia en 1830, esa revolución, proclamada por Victor Hugo con la fórmula de La libertad en el arte, apenas era aquí conocida por unos cuantos; y había dado ocasión en 1842 a polémicas ardientes con los escritores argentinos, que la comprendían mejor que nosotros. A confesión de parte, relevo de pruebas. Sin embargo, motivado como se muestra desde el Discurso Inaugural de la Sociedad Literaria" por crear una literatura nacional, a la vez que reflexiona sobre sus condiciones de posibilidad en el mundo hispanoamericano, Lastarria decide tomar la pluma como quien toma las armas frente a una situación de amotinamiento, y es en ese sentido que debemos leer gran parte de sus cuadros de costumbres y ese género ampliado, fagocitado, reelaborado con la novela y la crítica social al que pertenece un texto como Don Guillermo (Historia contemporánea), de 1860.

    La complejidad que advierte Cedomil Goic (1991) en su estudio sobre Don Guillermo (1860), debida a los elementos provenientes de diversas tradiciones que revelan muy variadas lecturas (27), son aspectos relevantes que, a nuestro juicio, no han sido aquilatados en algunas de sus consecuencias más profundas. Goic buscó mostrar que en el texto de Lastarria se asumen las formas de la novela moderna mediante la estructura del narrador personal. El carácter personal y hasta trivial que Goic advierte en el narrador, debido a que [percibimos] en él la voz de un narrador concreto. Lo reconocemos por su entonación, por el ritmo de sus períodos, por la articulación de sus oraciones, así como por el ánimo festivo con que se refiere a sus propia persona (28-9), son constataciones que podemos advertir en varios de los cuadros de costumbres, anteriores y posteriores a Don Guillermo, como El manuscrito del diablo (1849), Carta sobre Lima (1851), Una situación política (1855) y Peregrinación de una vinchuca. Eso, a mi juicio, no contradice las afirmaciones de Goic, solo las desplaza: antes que consideraciones o cortes genéricos, la escritura de Lastarria amerita leerse en la iteración sistemática de temas y recursos estilísticos, en el singular modo de focalización, en la perspectiva ideológica y moral que antecede a Don Guillermo. Se trata antes que todo de una escritura en marcha: escritura que conjetura un orden. Un orden por lo general impuesto, aprendido mediante distintas formas de socialización: la escuela, la familia, los partidos políticos, la enseñanza de la lengua. El andamiaje de esa escritura es la retórica, es decir, la organización de un orden dentro de un sistema de preferencias. Esa urdimbre de orden, similar a la expuesta por Lastarria en sus textos de derecho y política, las confirma respecto de lo que él pensaba sobre la literatura, y así lo asume en 1868:

    La emancipación literaria, esa pobre conquista, que encantaba en Chile, cuando ya pasaba de moda en Francia, produjo una verdadera anarquía por un poco de tiempo, que me obligó a mí a ser versificador y novelista, invita Minerva, para enseñar a mis discípulos que la libertad en la literatura como en política, no podía ser la licencia, sino el uso racional de la independencia del espíritu, que no debía pervertir lo bello y lo verdadero en el arte, como no podía conculcar lo justo en las relaciones sociales (vii).

    V. EL CREPÚSCULO DEL LETRADO

    Todo aislamiento es ilusorio.

    PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA, El descontento y la promesa

    A la juventud que acompaña a Lastarria en 1842 le cabrá la responsabilidad de conducir los destinos de la nación. Ya sea desde la vereda de los liberales o la de los conservadores (los antiguos pelucones), la juventud ilustrada y oligárquica del año 42 tomó posiciones, a veces contradictorias, que fueron finalmente disolviéndose en favor de una sola clase social que tomaba las riendas de la nación. Cada uno de ellos, y todos juntos, asume lugares de poder en el Estado moderno chileno. Con eso se da pie a la conformación de una burguesía que medraba en función del desarrollo de las grandes metrópolis capitalistas de América del Norte o Europa, lo que trajo a los países americanos una larga historia de dependencia y subordinación de las que las prácticas artísticas y literarias no eran ajenas. Se había ampliado, modificado, dirá Mario Góngora (1981), el estrato social del cual salían los dirigentes del Estado, sin dejar su base económica proveniente de la Colonia (18). Así, las vicisitudes que Lastarria hubo de experimentar, para introducir sus ideas entre sus connacionales, fueron mudando en una lección cruel acerca de las auténticas ambiciones de los partidarios del liberalismo. Muchos de ellos se asociaron con un núcleo importante de conservadores, para dar origen a un bloque que resistiría las nuevas reivindicaciones nacidas en los sectores de proletarios y asalariados, manados de las transformaciones productivas que habían modificado el paisaje urbano y demográfico del país. El liberalismo intelectual de Lastarria, más bien idealista, pese a la apropiación no exenta de contradicciones de las ideas positivistas, le acarreó un severo aislamiento que se refleja en textos como El libro de Oro de las Escuelas (1862), o en sus Recuerdos literarios (1878) y en parte de su correspondencia con Sarmiento (Del Pino de Carbone, 1954). Por otro lado, su errática forma de asumir las corrientes estético-literarias como el Naturalismo en Diario de una loca (1874), Una hija (1881) o el Modernismo en Salvad las apariencias (1884) lo aíslan en el campo de la literatura.

    Sin embargo, la herencia literaria de Lastarria solo puede ser valorada si reconocemos su aporte a la constitución de un emergente tejido cultural, antes existente solo bajo las coordenadas del Imperio español. El obstáculo representado por el poderío de la metrópoli le permite alzar la trabazón que determinó su actitud nacionalista y antiimperial, inseparable de la situación poscolonial en que se encontraba la juventud letrada tras la gesta de Independencia: el rechazo y la negación fueron los motores de gran parte de su obra. Esta, como la de diversos autores latinoamericanos, fue haciéndose más compleja, aunque no será influyente para la formación de los narradores postreros.

    Los procesos de secularización y asociación que experimentan los letrados generan redes efectivas entre los distintos miembros de la comunidad de escritores, pensadores y artistas que, mediante las instituciones universitarias, tertulias y otros organismos de sociabilidad, van encadenándose a aquellos miembros semejantes de otras comunidades de distintas provincias de la nación. Así ocurre también con los miembros de dichas comunidades en distintos países. Las instituciones les son útiles para compartir conocimientos, libros, redes de contacto y experiencias similares que los asemejan en los propósitos y en las estrategias que seguirán para constituirse, progresivamente, en profesionales de la escritura a la vez que en cabezas del poder político. En el caso chileno, está documentada la influencia notable del exilio argentino, así como de presencias activas de Andrés Bello, Ignacio Domeyko (1802-1889) y José Joaquín de Mora. Los extranjeros no fueron solo un eslabón en el cambio de perspectiva ideológica; con ellos se produjeron, en la medida que avanza el siglo, grandes cambios en el modo productivo, debido al conocimiento que traían desde diversas latitudes. Se trata de un sinnúmero de personajes que actuaron como auténticos vectores de movilidad social y de renovación del tejido de la clase burguesa²⁰. De este mismo tipo de procesos es que se nutre la última etapa de la escritura de Lastarria. No es en absoluto casual que el personaje de Don Guillermo sea un emigrante inglés.

    El despliegue de la cultura letrada es correlato del desarrollo material de las naciones americanas, que experimentaban la proliferación de vías férreas, caminos, muelles, y un ingente crecimiento de la población de inmigrantes. Al sur de Chile llegaban los colonos alemanes, y en el centro y el norte, un gran contingente de ingleses, norteamericanos, italianos y otros.

    A partir de 1851, en particular con su salida hacia Perú, en condición de confinado, Lastarria va a entrar en contacto con una realidad latinoamericana más compleja, como es la que experimenta en la ciudad de Lima²¹ mediante sus seductoras formas culturales. El diarismo, la progresiva vida urbana y la poderosa coexistencia de la tradición colonial, a la vez que la circulación de las modas recientes, le permitirán acceder a información y exploración de una realidad social más rica, diversa y ciertamente más atractiva de la que había conocido en el parroquial Santiago de Chile, que le había tocado habitar hasta 1850. En palabras de Lastarria, no carentes de ironía, en Carta sobre Lima (1855: 204-5):

    Lima es una ciudad monumental en comparacion de las de Chile: a cada paso se encuentran en ella vestijios claros da una córte que fué rica i altanera en otro tiempo, i que ahora se inclina para amoldarse a la frívola elegancia y a la efímera brillantez de la civilizacion del siglo. Sin embargo, no se edifica, sino que antes bien se deja a cada edificio su libertad para desmoronarse como quiera. En Lima hay más libertad que en Inglaterra, porque los edificios están fuera del alcance de la lei.

    Pero el lujo monumental de Lima se halla en sus templos.

    Posteriormente, en 1863, 1864 y 1865, será nombrado ministro diplomático en Perú, Argentina y Uruguay; en 1879 será nombrado ministro plenipotenciario ante el gobierno del Brasil. Su mundo se complejizará, y de ello dan cuenta los motivos y temas que cruzan sus últimas narraciones, en particular aquellas que tienen el santo y seña del Naturalismo y el Modernismo, con temáticas cosmopolitas, a veces pretendiendo ser frívolo, pero logrando escasamente apelar al interés de los lectores.

    En 1887, ya jubilado de la carrera judicial, le fue encargada a Lastarria la organización del Certamen Varela, concurso literario que habría de adquirir relevancia por la participación de Rubén Darío. Un año después, José Victorino Lastarria muere sin alcanzar a prologar, como le había solicitado su autor, la obra que haría definitivamente famosos al poeta nicaragüense, y cuya aparición marca una nueva etapa en la historia de nuestras letras: Azul… Era el 14 de junio de 1888.

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    ¹ Se desconoce el año exacto del nacimiento de Lastarria. Se ha determinado que es 1817 gracias a información entregada por los herederos, pero hay suficientes argumentos para dudar de dicha información. Un razonamiento no desdeñable es el que hace Guillermo Feliú Cruz, quien constata que en 1829 era sargento segundo de las Sección Militar del Liceo de Chile, lo que era poco plausible teniendo 12 años, más probable en cambio si fuese mayor de 16.

    ² La figura de Mora es en extremo relevante para Lastarria pero también para la formación de la prensa y el derecho constitucional en Chile, además de ser una personalidad polémica y atractiva, su obra se amplía a la fundación del Liceo de Chile. Creó, junto con José Passamán, El Mercurio Chileno (1828-1829), una de las publicaciones que se destinó a la difusión de la ciencia, las humanidades y las ideas liberales en Chile. Miguel Luis Amunátegui, primer biógrafo de Andrés Bello, describe el encuentro entre Mora y el intelectual venezolano con palabras que caracterizan a Mora (como al propio Amunátegui). Las citamos en extenso para hacer composición de lugar del contexto chileno de la época: "El acreditado escritor español don José Joaquín de Mora habia venido de la República Arjentina a Chile, en principios de 1828, por llamamiento del presidente don Francisco Antonio Pinto.

    No habia tardado en ocupar la buena posición que correspondia a su indisputable mérito. Habia sido nombrado oficial mayor ausiliar del ministerio del interior; habia establecido dos colejios, uno de hombres rejentado por él mismo, i otro de mujeres, dirijido por su esposa; habia fundado una revista, que tuvo por nombre El Mercurio Chileno.

    Algun tiempo ántes, i a propuesta del plenipotenciario don Mariano Egaña, habian sido traídos por contrata otros dos españoles mui recomendables e ilustrados: el médico don José Passaman, i el matemático don Andres Antonio Gorbea.

    Mora se asoció con estos dos paisanos suyos para algunos de los variados trabajos de que se encargó.

    Gracias a esta importante cooperación, i a la decidida proteccion del gobierno, adquirió pronto una marcada influencia en la sociedad chilena.

    La diversidad de sus conocimientos algo superficiales, pero jenerales, que sabia lucir, contribuyó mucho a fortalecer ese prestijio.

    Encantaba a sus oyentes en las tertulias, i a sus lectores en los periódicos, con un injenio i agudeza realmente admirables." (Amunátegui 1882: 326)

    ³ Citaremos en adelante por la segunda edición, de 1885.

    ⁴ Según narra Iván Jaksic (2001: 131) en su exhaustivo libro sobre la vida y la obra de Bello, al ofrecer el discurso inaugural de la cátedra de oratoria del Liceo, Mora ironizó con la enseñanza de la retórica de algunos profesores franceses en el Colegio de Santiago, dirigido por Andrés Bello. El Colegio había sido creado por los sectores conservadores y contaba con el respaldo de Portales, como alternativa al Instituto Nacional y con mayor razón al Liceo de Chile dirigido por Mora. La respuesta de Bello no se hizo esperar. En ella el venezolano enmienda y pone en evidencia contradicciones del lenguaje empleado por Mora en su alocución, en la que veía Bello algunas de las faltas que Mora enrostraba a sus adversarios. Se inició una escalada de ataques mutuos que terminó con la cancelación del Liceo de Chile y, finalmente, la expulsión de Mora rumbo a Lima.

    ⁵ Se trata de un poema que, según Luis Monguió (1967), Mora escribió mientras estaba preso en la fragata Colocolo, en vísperas de su deportación. El texto fue publicado en El Trompeta el 25 de febrero de 1831, y alude a Diego Portales y José Tomás Ovalle (ministro plenipotenciario y presidente provisional, respectivamente), quienes habían firmado su expulsión mientras gobernaban con mano firme un país en crisis. Ver también Ricardo Donoso (1950), La satírica política en Chile.

    ⁶ Ver la tesis doctoral de Bárbara Rodríguez Martín (2005-2006), que muestra la fuerte influencia de Mora en el intelectual argentino Juan María Gutiérrez (1809-1878). Rodríguez confirma los vínculos de Mora con el romanticismo a través de Blanco White, así como sus incursiones en los temas y los géneros de interés del romanticismo y la ilustración mediante su labor editorial en Londres.

    ⁷ En un documento testimonial escrito por Jacinto Chacón (1924: 196) este recuerda que en ciertas tertulias a las que concurrían él y Lastarria, realizadas en la casa de Andrés Bello, se leía, entre otros, a Lord Byron, Lamartine y Victor Hugo.

    ⁸ A este período pertenecen sus memorias, Recuerdos literarios (1878) y Lunática por deber: comedia original, en un acto i en verso (1883), texto dramático atribuido a Lastarria y emparentado con los temas y formas lexicales de nuestro autor.

    ⁹ Dice Jacinto Chacón, en un texto testimonial de dicho acontecimiento: Parece que la juventud más distinguida de la capital se hubiese dado cita a ese centro de estudio. Moralidad, desinterés, rectitud y pasión por las letras, las ciencias y las artes, distinguían a esa juventud (1924: 196).

    ¹⁰ Se trata del texto Historia de la administración Errázuriz: precedida de una introducción que contiene la reseña del movimiento y la lucha de los partidos, desde 1823 hasta 1871. Escrito por Isidoro Errázuriz, publicado en Valparaíso en la Imprenta de La Patria en el año 1877.

    ¹¹ Zapiola advierte a sus lectores que sus memorias no tienen un respaldo documental, y similar situación exponía Sarmiento en Facundo, en 1845, cuando explicaba que su exilio le había impedido contar con el respaldo de documentos apropiados para su alegato. Este gesto de anteponerse a las consecuencias de sus palabras, no avaladas por la fuerza de la letra, el documento o el libro, no es solo una estrategia de prevención sino, ante todo, un ejercicio de validación de sus afirmaciones justificada por sí y ante sí. En otras palabras, sus argumentos están validados por ser su autor quien es, lo que constituye su mayor prenda de fiabilidad. La confrontación de los hechos o las diversas versiones que estos pueden tener no le

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