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María Tenorio

Profesor Ignacio Corona

Español 858

29 de mayo del 2001

De Mario Bencastro y su Odisea del norte:

los salvadoreños en los Yunaites ya tienen su propia historia novelada.

¿Qué nueva mezcla de olvido y recuerdo les espera

del otro lado de la raya?

Carlos Fuentes, “La raya del olvido”

En el extremo superior derecho de la página web de La prensa gráfica, uno de los

dos periódicos más grandes de El Salvador, aparece un escudo verde, con pequeñas letras

blancas y grandes números de igual color que rezan: “Departamento 15”. El Salvador, el

país más pequeño del itsmo centroamericano (20 mil kilómetros cuadrados

aproximadamente) y más densamente poblado de todo el continente (cerca de 280

habitantes por kilómetro cuadrado), está dividido políticamente (¡vaya que lo aprendí

desde la primaria!) en catorce departamentos. ¿Qué es eso del “Departamento 15”?

Ahora que llevo más de un año viviendo en Columbus, como estudiante de la

Universidad Estatal de Ohio, se me hace mucho más fácil responder a esa pregunta y

encontrarle sentido a esa sección del periódico: el “Departamento 15” se abre ante la

avasalladora ausencia del suelo patrio de, más o menos, una quinta parte del total de la

población salvadoreña. Esta sección construye, da cuerpo textual, a un conglomerado de

salvadoreños en el exilio, a personas de ‘origen’ salvadoreño en otros países, como Los

Estados Unidos y Australia; esta sección de La prensa gráfica agrupa a los ‘hermanos
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lejanos’, como tan eufemísticamente se llama –desde la tierra natal- a los emigrantes que,

desde varios países del hemisferio norte, envían remesas a sus familiares en El Salvador a

través de agencias que desplazan dinero a través de órdenes como Money Gram o

Western Union.

El “Departamento 15” es un sitio cultural construido a partir de noticias

relacionadas con la inmigración, especialmente sobre la población salvadoreña en los

Estados Unidos, y con mensajes personales y familiares que abre un lugar en el mapa

salvadoreño para colocar lo que está fuera de él, fuera de sus 20 mil kilómetros

cuadrados, impidiendo que la densidad poblacional se eleve aún más: la metáfora de la

nación que se disemina, al decir de Homi K. Bhabha, la nación que viaja y se des-prende

del territorio, la disemi-nación.

The nation is no longer the sign of modernity under which cultural

differences are homogeneized in the ‘horizontal’ view of society. The

nation reveals, in its ambivalent and vacillating representation, the

ethnography of its own historicity and opens up the possibility of other

narratives of the people and their difference.” (300)

Una versión otra de la nación, una narrativa colateral de la “comunidad

imaginada” ligada a la imprenta capitalista, como propone Benedict Anderson, que toma

lugar en la esquina de uno de los periódicos que textualizan la nación salvadoreña. De

acuerdo con Anderson, el periódico y el libro, en tanto mercancías de amplia distribución

y consumo, juegan un papel preponderante en la conformación de las comunidades

imaginadas o estados-naciones modernas. El periódico publicado a diario da lugar, según

Anderson, a una ceremonia masiva de lectura: “We know that particular morning or
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evening editions will overwhelmingly be consumed between this hour and that, only on

this day, not that” (35). Y esta ceremonia, incesantemente repetida en silencio todos los

días del año, liga imaginariamente a muchas personas que no se conocen, pero que

conforman una comunidad imaginada básica para la articulación del estado-nación.

El “Departamento 15” otorga un lugar físico, en las páginas del periódico de papel

o el virtual, a los salvadoreños emigrantes, emigrados, exiliados, des-territorializados.

Allí están, allí caben. Allí pueden hablar, “mandar saludes” a los parientes que habitan en

algún punto del Pulgarcito de América, otro diminutivo popularizado para referirse a mi

país.

Pero la disemi-nación, ese aquí y allá, se narra, se imagina, se textualiza, se re-

presenta cohesionado de algún modo: ya no por los 20 mil kilómetros cuadrados cuajados

de rostros mestizos, híbridos, ninguno igual al otro, que recorren carreteras, caminos,

calles y leen, en esa ceremonia ritual que describe Anderson, los mismos periódicos cada

mañana junto a la tacita de café. Nación dise-minada, repartida –¡ya no cabemos!- y

recogida bajo el nombre mismo del país, con su artículo definido que tantas veces se

omite y su connotación mesiánica, salvadora, que se contrapone al imaginario de una

nación cuyo manto protector nunca ha alcanzado para salvar a todos. Bandera, escudo, 15

de septiembre: símbolos obvios que cruzan fronteras sin pasaporte, sin visa, sin

problemas. Gentilicio que sujeta y subjetiviza: salvadoreña, salvadoreño. El internet

ayuda, por supuesto. Mantiene redes, abre caminos. Los periódicos salvadoreños se

pueden leer día a día a través del internet, repitiendo la silenciosa ceremonia masiva que

aglomera a los de aquí y de allá en comunidades imaginadas que se han ido des-

territorializando, pero que aún se imaginan ligadas a la madre patria, donde el periódico
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es consumido en papel. El internet posibilita, se podría decir, nuevas formas de

mantenerse integrados o de integrarse a los imaginarios nacionales, si bien quien lee el

diario a través de la red no tendrá acceso al papel periódico de la semana anterior para

proteger la jaula del perico o para limpiar el agua que se derramó en el piso.

1. La odisea de Mario Bencastro en los Yunaites.

El internet me mantiene comunicada con El Salvador, tanto con el real como con

el virtual, con la comunidad imaginada y con la comunidad sentida y vivida de la familia

y los amigos. El internet me permite explorar y encontrar otros “El Salvador” que yo,

antes de des-territorializarme, ignoraba que andaban flotando en esos cables, ondas o lo

que sea. Así me encontré con Mario Bencastro, escritor nacido en el occidental

departamento de Ahuachapán, como mi abuela materna, que tiene muy bien montada su

página en el web y sobre cuya figuración de la disemi-nación salvadoreña quiero tratar en

las próximas páginas.

La salvadoreñidad de Bencastro ha viajado consigo a los Yunaites, como él llama

al país del norte en su poema “Vato guanaco loco” en un intento de fijar una dicción

coloquial de dicho nombre. Bencastro habita, labora, pinta, escribe, hace teatro en los

Yunaites. “Since 1978 he has lived alternatively between the United States and his native

country, maintaining ties to both cultures”, escribe Barbara Mujica en el artículo “Mario

Bencastro: On the Character of Words”, publicado el año de 1991 en Américas, revista

bimensual de la Organización de Estados Americanos que aparece paralelamente en

inglés y español. Reputado como “uno de los escritores principales de la literatura

hispana en Estados Unidos” (“Entrevista”), este ahuachapaneco es estudiado en varias

universidades norteamericanas donde también imparte charlas, presenta y firma sus


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libros, da a conocer su obra. Dice el autor en una entrevista recogida en su página web:

“Como mi obra combina historia, ficción, preocupación social e innovación literaria,

posiblemente sea eso lo que la hace atractiva principalmente en el mundo académico, en

que se usa como texto de lectura en la enseñanza de español y literatura latinoamericana.”

(“Entrevista”). Su narrativa reciente ha sido publicada en Houston, en ediciones paralelas

en inglés y en español, por la casa editorial “Arte Público Press”, que “cuenta con el

mayor número de títulos por escritores latinos en Estados Unidos” (Gil).

El ahuachapaneco/salvadoreño/hispano/latino, según el lugar desde donde se le

quiera situar, escribe en español, es traducido al inglés por Susan Gierbasch Rascón y

publica en los Estados Unidos. Su última novela, Odisea del norte apareció un año antes

en la versión inglesa Odyssey to the North que en la original en español, fechada esta

última en 1999.

El discurso de Bencastro, su obra literaria o literary works –como aparece en su

bilingüe página web-, cruza y descruza fronteras entre El Salvador y los Estados Unidos

o, a lo mejor más valdría decir, se ha abierto sitio instalándose en la frontera entre El

Salvador y los Estados Unidos. Desde ese locus de enunciación, este escritor asentado en

Washington D.C. esboza la historia de y para una comunidad imaginada des-prendida de

la nación salvadoreña –los 20 mil kilómetros cuadrados- en dirección al norte y re-

territorializada en distintas ciudades del país del tío Sam. De la misma entrevista antes

citada, Bencastro asegura: “Debo reiventar la historia y agregarle el sentimiento humano

que las frías estadísticas no reflejan. Revivir los muertos para darles una oportunidad de

contar su historia que usualmente no es la oficial” (“Entrevista”, el énfasis es mío).

Bencastro construye un discurso -reinventa la historia- para la comunidad de origen


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salvadoreño en los Estados Unidos, principal destinatario de una ficción que quiere a la

vez dar forma a una realidad social contemporánea y legitimar su resultado: el éxodo de

salvadoreños en los últimos veinte años, su odisea o viaje cuajado de aventura, riesgo y

esfuerzo hacia/en el país del norte, la tierra prometida. Esa reinvención de la historia,

invención de una historia, no es otra cosa que la construcción de un relato legitimador de

una experiencia individual y colectiva. Víctor Zúñiga, al hablar de la dinámica de las

migraciones y la insuficiencia de las narrativas nacionales románticas que pretenden

borrar toda diferencia interna entre los habitantes de un territorio nacional, hace hincapié

en como: “Individuals, social groups, and communities are more and more experiencing

the disconcerting fragmentation of their own identities and seek refuge in the only place

where history offers it: in a sense of belonging they construct for themselves” (51, el

énfasis es mío). Es en esta construcción de un relato propio donde veo el lugar de la

narrativa de Bencastro.

En la reseña del libro publicada en Américas, Mujica, después de señalar la

práctica inexistencia de literatura sobre el éxodo hacia los Estados Unidos, donde vive un

millón de salvadoreños –la quinta parte de su población- presenta la novela de Bencastro

“among the first to tell the Central American inmigrant’s story” (“Neighbors”, 62). Esta

propuesta de Mujica, profesora de Georgetown University, da pie para pensar en la

Odisea como novela aspirante a la calidad de discurso fundacional de una comunidad

imaginada salvadoreño-americana. El artículo de Pamela Constable, del Washington Post,

recoge una opinión semejante expresada en términos muy entusiastas:

"Mario is doing something no one else has. He is reproducing our

culture as our community evolves on a day-to-day basis," said Arnoldo


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Ramos, a Salvadoran American who is director of the Council of Latino

Agencies, a nonprofit advocacy group in Adams-Morgan. "He is giving

form to the aspirations and conditions in which people live. For me, he is a

cultural hero."

Vamos por pasos. Odisea no aparece publicada en El Salvador, sino en Houston;

no aparece primero en español, sino en inglés. Su audiencia, su público es “el lector

hispano”, como reza el “Elogio para Disparo en la Catedral”, su novela anterior, en la

contratapa de Odisea del norte. El primero de los sesenta y dos capítulos de la novela no

sitúa al lector en El Salvador, sino en la capital de los Estados Unidos:

‘¡Hoy será un precioso día en Washington!’ exclamó la voz de la

radio. ‘Cielo azul despejado, con temperatura en los 70 grados, soleado sin

pronóstico de lluvia. ¡Perfecto día de primavera!’ (1)

Hace cuestión de dos años, antes de venir a Columbus, Ohio, yo no tenía la más

mínima idea de las temperaturas en grados Farenheit que la cita anterior propone como

dato ‘objetivo’, a todas luces legible como dato cultural: en El Salvador, la temperatura se

mide en centígrados y, en centígrados, 70 grados es casi el doble de la temperatura

‘normal’ del cuerpo humano. La belleza del clima propuesta como punto de arranque de

la novela –en El Salvador tampoco hay primavera- construye un escenario familiar para

“el lector hispano” pero no para el salvadoreño que vive en los 20 mil kilómetros

cuadrados.

2. Calixto y el éxodo salvadoreño a los Yunaites.

El personaje que luego de esa apertura washingtoniana se irá dibujando en las

páginas de Odisea, de nombre Calixto, es un joven inmigrante salvadoreño que se turna y


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comparte con diecinueve personas un pequeño apartamento y que es testigo de dos

incidentes violentos en “Adams Morgan, el barrio en que habitaba un crecido número de

inmigrantes salvadoreños, los que constituían la mayoría entre la población latina de

Washington, D. C.” (Bencastro, Odisea 73). La historia de Calixto, que se va contando a

partir de retrospecciones o “flashbacks”, es la de un viaje sin retorno, una odisea sin

regreso: desde la huida del hogar, en el mesón Misericordia de San Salvador, y el

arriesgado viaje dirigido por dos coyotes a través de Guatemala, México y la frontera, ya

no hay regreso. Calixto quiere ser un personaje arquetípico, un Adán sui generis en cuya

expulsión de la patria se puede leer todo un éxodo, una nueva patria des-prendida de

aquella, la del itsmo centroamericano, cuya disemi-nación posibilita -parafraseando lo

que más arriba señalaba Bhabha- otras narrativas. Lydia Gil, en nota para el Servicio de

Noticias EFE, lo pone en estas palabras:

Bencastro ofrece un retrato de la comunidad de inmigrantes que

permanece escondida en sótanos y hacinados apartamentos donde el sueño

y la privacidad son inimaginables. Si el lector, en su deambular por la

ciudad, creyera reconocer a Calixto y su historia tras un rostro anónimo

desorientado por el hambre, "Odisea" habrá alcanzado una gran victoria.

Calixto no es un estudiante, no es un escritor, no es un profesional, no es ni

siquiera el lector de la novela que narra su propia odisea: el nuevo Adán salvadoreño

des/re-territorializado es un campesino (¡vaya casualidades!) que, en las conversaciones

que dan cuerpo a gran parte de la novela, se remite constantemente a su vida en el campo:

“Tampoco yo imaginé que después de andar arreando vacas en mi pueblo, iba a estar tan

lejos, viviendo en una tierra tan diferente” (Bencastro, Odisea 66). El estar aquí y pensar
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allá es una constante en la novela de Bencastro que permite situar el relato como

experiencia de frontera, de márgenes, de límites. Gloria Anzaldúa aclara lo que es vivir en

la fronteras:

In fact, the Borderlands are physically present wherever two or more

cultures edge each other, where people of different races occupy the same

territory, where under, lower, middle and upper classes touch, where the

space between two individuals shrinks with intimacy. (19)

El viaje de Calixto ha estado cuajado de cruces de fronteras, su odisea parece

estar condenada a no abandonar las fronteras desde de una expulsión injusta y dolorosa

del vientre materno de la patria –Calixto tuvo que huir para salvar su vida por aparecer

señalado en una lista negra del gobierno o del ejército- hasta una difícil y nunca plena

adaptación en tierras desconocidas. Así, cuando atraviesan México, los coyotes advierten

al grupo de viajeros entre los que va Calixto que para pedir comida en el mercado deben

“hablar como mexicanos”: cruzar la frontera lingüística de los dialectos del español de un

solo golpe, pasar al otro lado para no ser notados o, como lo pone Renato Rosaldo en su

libro Cultura y verdad: Nueva propuesta de análisis social, hacerse invisibles.

-Cuando hablen no usen el ‘vos’, sino ‘tú’ –agregó el otro

(coyote)-. En vez de decir ‘Vos lo tenés’, deben decir ‘Tú lo tienes’, y no

olviden de hablar con el cantadito de los mexicanos.

-Mucho cuidado con lo que digan. Si les preguntan si andan

‘pisto’, digan que no, porque aquí ‘pisto’ no significa dinero, sino beber,

andar borracho. Porque si les preguntan ‘Tienen pisto’ y ustedes responden


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‘Sí, aquí está’, puede ser que el fulano sea de la Migra y ahí mismo los

descrubran y los pesquen. ¿Entendido? (Bencastro, Odisea 71)

En las ciudades mexicanas es posible para un salvadoreño hacerse culturalmente

invisible mientras no abra la boca o hable “con el cantadito de los mexicanos”, porque su

apariencia física, su cuerpo, no dice mayor diferencia. Rosaldo, al hablar de la labor del

etnógrafo en su contacto con grupos de otras culturas, hace ver como la búsqueda o

detección de diferencias hace al “otro” culturalmente visible: “el énfasis sobre la

diferencia resulta en una proporción particular: en tanto el ‘otro’ se hace culturalmente

más visible, el ‘yo’ se hace menos” (186). De allí la relevancia de buscar indiferenciarse

como estrategia para cruzar fronteras, para atravesar territorios extranjeros sin ser

notados.

Sin embargo, esta invisibilidad cultural al alcance de la lengua cuando se trata de

pedir comida en un mercado mexicano se complica más cuando se trata de cruzar la línea,

la frontera entre México y los Estados Unidos, porque allí los mecanismos para detectar

diferencias se sofistican sobremanera. Como señala Anzaldúa: “Borders are set up to

define the places that are safe and unsafe, to distinguish us from them” (25). Y ellos están

seguros en la frontera pues portan documentos, sin miedo ninguno exhiben sus cuerpos

frente a los oficiales de migración; los otros tienen que ocultarse por carecer de papeles

que los acrediten como culturalmente invisibles, sus cuerpos son la materialización

misma de la diferencia temida, los invasores, los “aliens”. Nuevamente Rosaldo enfatiza

que: “Uno alcanza la ciudadanía plena en el estado-nación cuando se convierte en una

pizarra culturalmente en blanco” (185).


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El episodio del cruce de la frontera por el lado de Ciudad Juárez, ciudad donde

permanecieron los viajeros unos pocos días encerrados en un hotel haciéndose invisibles

a la Migra, describe las dificultades para pasar los cuerpos sin ser vistos en esa tierra

inhóspita llena de mecanismos para detectar presencias extrañas, alienígenas. “La única

preocupación del guía era que no se notaran las cabezas por las ventanas. Pero algunos de

los pasajeros no soportaban la posición en que iban. Varios de ellos habían vomitado

sobre sus compañeros” (Bencastro, Odisea 121). La vida o la muerte, todo depende en

este momento de ocultarse, hacerse invisible, casi desmaterializarse.

No voy a aludir a los pormenores del cruce y la forma como Calixto llega a

Washington D.C., pues me parece que la novela alcanza uno de sus puntos de mayor

tensión en el momento en que se va desentrañando esta incógnita que se mantiene a lo

largo de todo el relato. No quiero desencantar al futuro lector.

Lo que sí se puede ver desde las primera páginas de Odisea es como ese goteo de

salvadoreños ilegales ha llegado a acumular dicha disemi-nación en Washington D.C. En

la propuesta narrativa de Bencastro, la capital del país más poderoso del mundo está

marcada por el inmigrante salvadoreño como Los Ángeles lo está por el mexicano y estoy

pensando en el discurso consagratorio de Guillermo Gómez-Peña y Rubén Martínez. En

el siguiente párrafo de Gómez-Peña pueden hacerse las sustituciones pertinentes para

pensar en la relación de El Salvador con su ex-tensión estadounidense: “Mexican identity

(or better said, the many Mexican identities) can no longer be explained without the

experiencie of ‘the other side’, and vice versa. As socio-cultural phenomenon, Los

Angeles simply cannot be understood without taking Mexico City –its southernmost

neighborhood- into account” (“Danger zone”, 178). Mario Bencastro bautiza a


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Washington como la ciudad salvadoreña en Los Estados Unidos, el territorio central del

éxodo, donde se puede estar entre salvadoreños, trabajar con salvadoreños, comprar

comida y artículos salvadoreños, donde se puede seguir siendo salvadoreño. El siguiente

diálogo que sostienen en la cocina donde lavan platos Calixto y otros salvadoreños, un

chileno y un colombiano sirva como ejemplo:

En mi pueblo prefería andar descamisado y descalzo pero nunca

sin el machete; porque sin él me sentía completamente desnudo, expuesto

a todo peligro.

¿Y ahora, cómo haces? En este país no es permitido portar

machete.

Yo estaba dispuesto a traérmelo. Pero las condiciones en que vine a

este país no me lo permitieron.

Comprate uno para Navidad. Conozco una tienda aquí en

Washington que los vende. (Bencastro, Odisea 171)

En Washington D.C. se puede ser salvadoreño nuevamente, de otra manera

distinta a la del campo o de la capital San Salvador, se puede resignificar la

salvadoreñidad, re-salvadoreñizarse, ‘darse color’: conseguirse un machete, comer

pupusas, comprar mango verde con algüashte, hablar como salvadoreño, con

salvadoreñismos y hasta escribir, pintar y montar obras de teatro con tramas

salvadoreñas.

No quiero decir que es lo mismo estar aquí que allá, lo que quiero decir es que los

Yunaites ya no son aquel país –aquella comunidad imaginada- donde solo habían cheles y

negros, que solo hablaba inglés y comía hamburguesas. Como dice Gómez-Peña: “Cities
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like Tijuana and Los Angeles, once socio-urban aberrations, are becoming models of a

new hybrid culture, full of uncertainty and vitality” (“Documented”, 39). Y lo híbrido no

es coexistencia armónica, sino espacio abierto de lucha por abrirse lugar propio entre la

diferencia visible y la invisible. Esa nueva cultura híbrida, cultura de fronteras, cultura

fronteriza, es permanente tensión que se no se puede acallar. Constable, en su artículo

sobre Bencastro publicado en el Washington Post, recoge la opinión de un joven que

ilustra la hibridez propia de vivir en fronteras:

“We always felt this tension of being in the middle. We were called

gringos, but we felt like guanacos. I had a lot of rage, and I always wanted

to fight," said Julio Cesar Hernandez, 22, a Salvadoran American who

survived a troubled adolescence and recently graduated from Eastern

College in Philadelphia. "We have one foot here and one foot in our

homeland, and we have to live with that.”

3. Para otras odiseas críticas.

Fue el jesuita Segundo Montes, asesinado junto a otros cinco sacerdotes y dos

mujeres en El Salvador en 1989, quien desde su trabajo como sociólogo inició la

narrativa del éxodo salvadoreño hacia el norte en la década de los ochentas. Bencastro

reconoce, entre otras personas, al padre Montes por este aporte que abrió camino en la

construcción de otras narrativas de la nación salvadoreña des-prendida, disemi-nada. El

discurso sobre los salvadoreños en los Estados Unidos, sin embargo, está todavía en

pañales. Bencastro no es el único que ahora está escribiendo. Pienso en Horacio

Castellanos Moya, por ejemplo, cuyo nombre no aparece ni siquiera catalogado en todas

las bibliotecas del estado de Ohio, para sorpresa mía. Tendría que realizar una
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investigación exhaustiva para atreverme a hacer otras afirmaciones sobre las narrativas de

la disemi-nación salvadoreña. Lo que me llama la atención en la obra de Bencastro es la

red o redes que la sostienen, que le han abierto sitio en el mercado norteamericano. Como

él mimo escritor dice en la ya antes citada “Entrevista”:

Esto es para mí una verdadera sorpresa pues nunca creí que mis obras se

publicaran aquí en tal forma, tomando en cuenta lo difícil que es entrar en

este gigantesco y altamente competitivo mercado, en que el total de las

obras en traducción (escribo en español) representa tan solo el 1.5 por

ciento de toda la literatura publicada anualmente en los Estados Unidos.

La explicación de este fenómeno he querido trazar en las páginas anteriores, al

hablar de la consolidación de una colectividad de origen salvadoreño en Estados Unidos

ligada, por supuesto, al auge de los movimientos latinos, hispanos, chicanos en distintos

puntos de esta tierra del norte.

La odisea de Bencastro no está divorciada de otras muchas odiseas culturales que

se proponen hacer visibles en Estados Unidos a comunidades que otrora eran sin

problemas llamadas “minorities” o minorías y que intentan también, como parte de ese

mismo movimiento en algunos casos, colorear la cultura anglo dominante de manera que

su hegemonía no siga disfrazada en la invisibilidad cultural de la ciudadanía ‘universal’.

Son odiseas atravesadas, de principio a fin, por intereses políticos, por redes de

solidaridad, por apertura de mercados.

No quiero cerrar este trabajo sin apuntar, para futuras odiseas críticas, un par de

aspectos que en este ensayo apenas dejé asomar en medio de otras ideas.
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El primero la coincidencia de esta narrativa bencastriana de la disemi-nación con

la narrativa madre, con el imaginario hegemónico, al proponer la figura de un campesino

en la base de la “nacionalidad”: la figuración del otro (el otro del intelectual, del escritor,

del letrado) en el nuevo gesto fundacional de la comunidad imaginada trans-nacional. Me

atrae el hecho discursivo de que El Salvador, desde dentro o desde fuera, sigue atado a la

identidad campesina, agrícola, en el mundo de la maquila y la globalización de fines del

siglo XX y principios del XXI.

El segundo aspecto es el del lenguaje que, cuidadosamente seleccionado por

Bencastro en su narrativa, está pensado no exclusivamente para el lector salvadoreño,

sino para el latino o hispano y otros lectores posibles -los que leen en inglés o los que lo

leerán en la edición publicada en la India. Se percibe claramente la estandarización del

español de la novela cuando se lo contrasta con el del poema de Bencastro titulado “Vato

guanaco loco”, que invierte la estrategia de Odisea y coloca los dialectalismos o

regionalismos en el centro, no sin amplia introducción explicativa y al final un “Parcial

glosario del caliche”, con datos incluso históricos, para hacer entendible a una audiencia

no salvadoreña el poema en caliche, en jerga juvenil salvadoreña.

Quede aquí, mientras tanto, esta primera incursión crítica a las narrativas de la

disemi-nación salvadoreña.
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Obras citadas

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Anzaldúa, Gloria. Borderlands/La frontera. San Francisco, Ca: Aunt Lute, 1999.

Bencastro, Mario. Odisea del norte. Houston: Arte Público P, 1999.

---. The Literary Works of Mario Bencastro/ La obra literaria de Mario Bencastro. 1999.

Mayo del 2001. <http://www.bencastro.com/index.htm>

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Bhabha, Homi K. “DissemiNation: time, narrative, and the margins of the modern

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291-322.

Constable, Pamela. “Salvadoran Sagas: Area Writer's Works Describe Painful

Realities of His Native Land. Bencastro, The Literary Works.

<http://www.bencastro.com/wpost.htm>

“Departamento 15.” La Prensa Gráfica: Noticias de verdad. 19 de mayo del 2001.

http://www.laprensa.com.sv/

“Entrevista con el escritor salvadoreño Mario Bencastro: LIBRUSA. 8 de noviembre de

1998. Miami, Florida.” Bencastro, The Literary Works.

http://www.bencastro.com/entrevis.htm

Gómez-Peña, Guillermo. “Danger Zone: Cultural Relations Between Chicanos and

Mexicans at the End of the Century.” New World Border. 169-78.

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Martínez, Rubén. The Other Side: Notes from the New L.A., Mexico City, and Beyond.

New York: Vintage Books, 1993.

Mujica, Barbara. Mario Bencastro: On the Character of Words.” Américas 43.4 (1991) :

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traducida por Susan Gierbasch Rascón. Américas 51.3 (1999) : 62-3.

Rosaldo, Renato. “Cruce de fronteras.” Cultura y verdad: Nueva propuesta de análisis

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Zúñiga, Víctor. “Nations and Borders: Romantic Nationalism and the Project of

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1998. 35-55.

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