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Las aguas del Bermejo Escaneado con CamScanner Hubo un tiempo en que las aguas del Ber- mejo fueron claras como las de sus vecinos, los rios Pilcomayo y Uruguay. Un tiempo en que a sus orillas no se asomaban, como hoy, las casas de los pueblos formosefios, ni eran surcadas por las embarcaciones de los argen- tinos descendientes de europeos. Las tierras que recorria el Bermejo eran disputadas por dos tribus enemigas: los tobas y los matacos. Unos y otros atrapaban los peces de su cauce, se sumergian en su frescura en las tardes calu- rosas, deslizaban las canoas por su corriente y se sentaban a sus orillas en las noches de luna. Escaneado con CamScanner La mayor afrenta que sufrieron los tobas durante esa larga guerra fue la captura de la hija del cacique, una joven hermosa y decidi- da, que pas6 de vivir en sus chozas a las de los matacos. Aunque extrafiaba a los suyos, poco a poco sus captores se le hicieron me- nos extrafios, sobre todo desde que conoci6 al hijo del cacique y comenzaron a pasar lar- gas horas juntos. Se enamoraron mientras conversaban a la sombra de un urunday, mientras nadaban en el rio, mientras camina- ban en silencio siguiendo al ciervo de los pantanos... Pero sus relaciones eran imper- donables. La uni6n entre una toba y un mata- co estaba prohibida por los hombres y mal- dita por los dioses. Cuando el consejo de la tribu dio 6rdenes estrictas para prohibir los encuentros entre los jévenes, ellos estable- cieron citas secretas y se amaron més toda- via a la sombra de su sigilo. Sin embargo, no estuvieron a salvo de las habladurias, de los comentarios a media voz que deslizaban las viejas cuando se sentaban en rueda a tejer sus yicas y a moler las se las del algarrobo. Tampoco de las miradas 2 de alguno que los habja sorprendido al en- trar en el monte tras un armadillo fugitivo o para recoger los frutos del jume. Y Ilegé el dia en que, reunido nuevamente el consejo de Ia tribu, debieron comparecer ante él, Los jefes, que ya habfan deliberado, los miraban en silencio, Los corazones de los jOvenes se aceleraron ante esos rostros seve- ros ¢ imperturbables. El cacique habl6 con voz suave y firme. Era preciso que todos res- petaran las tradiciones de la tribu, con mas raz6n tratandose del heredero de la autori- dad: se les exigia la separaci6n inmediata y definitiva. Ante la decidida oposicién de los jévenes principes, que se sabian unidos por los lazos indestructibles urdidos por palabras, mira- das y gestos recientemente descubiertos, al- ma con alma y cuerpo con cuerpo, el conse- jo emitié el fallo final: los amantes serfan sa- crificados, se les arrancarian los corazones y éstos serian arrojados al rio, como leccién y advertencia para quienes se atrevieran a contrariar las leyes de los hombres y las dis- posiciones divinas. —_—_—_— 8 Escaneado con CamScanner EI sol del mediodia brillaba alto en el cie- loformioseROymientras la tribu se reunia pa- ra presenciar la ejecuci6n. Si algo de viento agité las ramas de los arbustos, si las ciga- rras cantaban su cancién filosa y monocor- de, si el rio dejé ofr su rumor, si finalmente algiin indiecito protest6 en los brazos de su madre, nadie lo supo cuando los j6venes fueron Hevados a lo alto del barranco y muertos por el haiawi, cuando el agua acep- t6 sus corazones sangrantes y se tif de ro- jo para siempre. Cumplido el sacrificio, la muchedumbre se dispers6. A los pocos dias hombres, mujeres y nifios volvieron al barranco para comprobar con sus propios ojos la noticia que se habia di- fundido: los corazones no habfan sido arrastra- dos por la corriente; flotaban juntos exactamen- te en el mismo lugar en el que habian cafdo. Intensas discusiones siguieron al hallazgo. ira acaso que los dioses no estaban confor- mes gon el fallo? ;Sobrevendrian entonces pestes, sequias y escasez? Las deliberacio- “4 ——— nes duraron varios dias; las reuniones se prolongaban hasta que el diltimo de los jefes hubiera meditado y expresado su opinion. Fi nalmente se acordé sacar los corazones del agua y convertirlos en cenizas, para que no quedara rastro de ese amor que habia desco- nocido la tradicior Todos los matacos contribuyeron a for- mar la gran pira, no hubo nadie que no qui- siera conformar a sus dioses, y mientras otro fuego lejano se apagaba en el horizonte la ho- guera brillaba cada vez més, alimentada por los cantos de la ceremonia. Los corazones ar- dian al compas de los pimpines, abrasados or el fuego que, cada vez mas alto, ahuyen- taba los mosquitos e iluminaba los cuerpos de los bailarines. Cuando los indios se retira- Ton a sus chozas s6lo quedaba un monticulo grisdceo y una tenue columna de humo que se elevaba, confundiéndose con la neblina hémeda. Dias después, cuando un enviado volvié al lugar para comprobar que las cenizas hubie- — Escaneado con CamScanner ran sido dispersadas por el viento, vio con un asombro cercano al terror que donde es- tuviera la pira habia crecido un arbolito des- conocido. Entre sus verdes hojas mostraba dos Gnicas flores rojas, una al lado de la otra, en forma de corazon. A la sombra del letaneta, como llamaron los matacos a la nueva planta, y mecida por las aguas del rfo que encontr6é su nombre, nacié entonces la amistad entre tobas y ma- tacos, que todavia luchan en el monte para sobrevivir. Escaneado con CamScanner | Lu sirena del lago Lacar Escaneado con CamScanner Dicen que quienes no vieron el lago Lacar no conocen la verdadera belleza. Y que entre todas sus hermosuras —mas que sus aguas plateadas, mas que el amancay en el bosque, mas que la nieve sobre la cumbre del Chapel- co— no hay nada mas hermoso que Kojfiilaf- quen, la hija del lago. A Kojnilafquen nadie la vio de noche; se sienta de dia sobre una roca que sobresale del agua por el lado de Las Bandurrias a arre- glarse el cabello con su peine de piedra. Su pelo es ms brillante que los reflejos del lago y su piel tan blanca que parece la luna. Mien- 10 Escaneado con CamScanner tras se peina canta, y los que la escuchan no pueden decidir si su cancién es mas herma- na de la risa o del llanto. Es imposible acercarse a Kofiilafquen; la cuidan las bandurrias, que todas juntas le- vantan vuelo, chillando, para avisarle que al- guien se aproxima. Entonces la muchacha desaparece, mas plateada que nunca, como una perla en la neblina. Un dia Chokori, el gran cacique mapuche, quiso conocer a Kofiilafquen. Querfa ver por si mismo su hermosura, queria saber si era una enviada del Cielo o la hija maldita de al- guna blanca cautiva. Para eso llamé a tres de sus principales guerreros y les orden6: —Vayan y trdiganme a Kofitlafquen sin las- timarla. Si es una huen pillén habrd lugar pa- ra ella en mis toldos, donde hace falta al guien que cante. Si es una huesha huinca, la mandaremos lejos, junto con las manadas. Asi partieron los tres bravos: Kurulunko, “el de cabeza negra’, Millahueke, “vell6n de oro” y Llepumanti, “pluma del sol”. Iban ale- res y confiados, también ellos sentfan curio- 20 —_ Sue —_ sidad por la hija del lago. Ademas, no habia nada que temer de esta aventura: {podian considerar a la Kofiilafquen un enemigo des- pués de haber enfrentado a tantas tribus ri- vales? Tomaron el camino del cerro Pukaullé, atravesaron los densos bosques de pehuén y ‘comenzaron a bajar la cuesta que los llevaria al lago. Todavia no se habfan preguntado c6- ‘mo harian para encontrar a la Kofillafquen cuando comenzaron a ofr un canto como nin- gin otro que hubieran escuchado antes. Era un canto que hablaba sin palabras de la ciu- dad perdida que se levanta todavia en el fon- do del lago, de las almas encerradas en los volcanes, de los primeros placeres y los pri- meros castigos. La voz de Kohillafquen, due- fia de todos los imanes, atrapé a los guerre- Tos, que comprendieron de golpe por qué al escucharla tantas canoas, a cargo de los me- jores pilotos, habfan perdido el rumbo y se habfan estrellado contra las rocas. Y alli estaban los tres jefes a la orilla del la- go, fuertes como las araucarias pero olvida- dos de todo propésito, prontos a entrar en el at Escaneado con CamScanner agua siguiendo el hilo tendido por una voz de mujer. Con el primer chapoteo y el revuelo de las bandurrias Kofiilafquen hizo silencio y ‘de un salto se sumergié en el lago. Roto el he- chizo, los tres guerreros se abalanzaron so- bre ella, pero no pudieron encontrarla, Vol- vieron a verla un momento después, ya dis- tante, mientras se alejaba de ellos caminan- do sobre la superficie del agua. Asi cruzaba el lago, en direccion al Threngtreng, la mon- tafia de la Creaci6n, donde desapareci Kurulunko, Millahueke y Llepumanti no tu- vieron mas remedio que volver a donde esta vez no querfan llegar. Alargaban el trayecto para postergar el momento de tener que dar explicaciones a quienes tantas veces los ha- recibido como a triunfadores. La humi- Tlaci6n mas grande fue que Chokori no se eno{6; se rié de sus enviados por haberse de- jado engafiar, por haber inventado un cuento para disculpar su fracaso. Pero la Machi de Jos manzanos, la profetisa més sabia de la tri- bu, primero se puso serla y después furiosa: ‘—iQuiénes se atrevieron a perseguir en — ——_—_———— sus propias aguas a la hija del lago? _—_—_—_—___—___.. Escaneado con CamScanner Lia proteccion del pehuén | | I Escaneado con CamScanner Mas alla de la pampa, en los valles y bos- ques del noroeste de la Patagonia, vivian ha- ce tantisimos afios los pehuenches. Cerca de los rios en invierno, al pie de las monta- fias en primavera,. armaban sus toldos en los valles cordilleranos rodeados de bos- ques de pehuén. Porque, aunque itineran- tes, ésa era su-verdadera casa. Los pehue- nes eran su sombra y su abrigo, y Jos pifio- nes su alimento. Como siempre al final del otofio, las muje- res y los chicos pehuenches estaban dedica- dos a preparar la bienvenida,a los hombres, 5 Escaneado con CamScanner que se habfan alejado durante semanas. Se- manas hechas de dias empleados en cazar huemules y guanacos, mientras que las muje- res se quédaban en la tolderfa a cuidar los hi- jos y las pertenencias. Como todas, la mujer de Kalfu-kir espera a su hombre. Su hijo mayor, Kona, ha juntado Por ditima vez —en la proxima salida acom- pafiard a su padre— cestos de pifiones; jun- tos los han pelado para quitarles la semilla, que ella ha molido y amasado con sal para hacer tortillas. Ha traido agua del torrente y ha preparado el chafid para el reencuentro. Y * ha enebrado un collar nuevo, que mantiene reservado para la ocasi6n. Pero Kalfu-kir tarda. Pasan los dias y su mujer manda a preguntar a las otras si los hombres ya estan de vuelta. El tinico que fal- ta es Kalfu-kir. Sus compajieros lo vieron por itima vez en los pinares altos yle han perdi- do el rastro. Kalfu-kir se demora, pero el invierno no. La mujer se pasea envuelta en su manto de guanaco, Se pregunta qué puede retenerlo le- 1.—————— jos de su ruca y cualquier respuesta la ator- menta, Para darse una tregua se imagina que Jo ve llegar, que ya viene a su encuentro cru- zando el valle, cargado con las armas y los cueros. De dia interrumpe el trabajo para re~ correr con la mirada las laderas; de noche se acuesta y aguza el ofdo: lo que mas quiere en el mundo es ofr filtrarse las pisadas de Kalfu- kir entre los sonidos que arrastra el viento cordillerano. Con la primera nevada la mujer toma una decisién. Llama a Koné, que es casi un mu- chacho, y le pide que salga a buscar a su pa- dre por las montafias. Elige una cesta —una cesta tan bien tejida por los chiquillames que sirve para cargar agua— y la llena con torti- las de pehuén, pifiones y una manta. Con,la cesta en una mano y sus armas en la otra se va Kona, que se habia imaginado muy distintas las circunstancias de su parti- da, Asf deja los toldos y llega hasta el final del valle. Antes de tomar Ja cuesta se detiene para mirar una vez mas el humo familiar y, ahora si, entra en el bosque. Escaneado con CamScanner Hacia s6lo unas horas que caminaba, atra- vesando una zona de cofhues, cuando en me- dio de un claro vio un gran pehuén? Se detu- vo ala sombra del arbol sagradoy,sintiéndo- se tan solo, rogé que no le faltara el valor pa- a seguir adelante. Antes de retomar el cami- No dejé sus zapatos, como ofrenda, colgados de una de las ramas bajas del pehuén, Al dia siguiente, el joven hijo de Kalfu-kir se encontré con un grupo de indios descono- cidos, a quienes les cont6 su historia y les Pregunté si habjan visto.a su padre. Estos in- dios se mostraron amistosos al principio, pe- To aprovecharon la confianza creada para ro- barle las armas y la cesta al muchacho pe- huenche. Le amarraron los tobillos, le ataron las manos en la espalda y lo dejaron solo, in- defenso y sin abrigo en medio del bosque. Kona habia escuchado tantas historias de la montafia... Las habfa ofdo en boca de las mujeres, cuando hablaban entre ellas mien- tras trabajaban, 0 se las habfa contado su pa- dre cuando, de vuelta de sus viajes, le ense- fiaba a armar las flechas y le dejaba acomo- darlas en los carcajes. Sabfa de la nieve que 2 — cae silenciosa y va disfrazando las sefias del camino, del frio que adormece si uno se que- da quieto y del sorpresivo ataque del nahuel, el puma de la Patagonia. Y supo que el miedo que habia sentido cuando las escuchaba era un miedo de nifto, un miedo que se dejaba acorralar enseguida por el brillo de la fogata, el roce con el cuerpo de su madre y la mira- da tranquila de su padre. Pero el miedo de ahora era otro miedo, tan enorme, tan deses- perado como el que sélo puede sentirse en soledad. Mientras tanto la madre, que habia pre- sentido la desgracia, salié a buscar a su mu- chacho, Camin6 y caminé a través del bos- que, a veces laméndolo, a veces lorando, a veces con una roca dura en el coraz6n, En- contré primero los restos de Kalfu-kir, con una herida en el costado y el rostro querido sucio de sangre y de tierra. La thujer se arro- dill6 y comenzé a tocarlo, pero su cuerpo es- taba tan rigida y tan frio que comprendi6 que ya no encontraria alli a Kalfu-kir. Con su cuchillito de piedra se corté dos mechones del largo pelo negro, los colocé sobre el pe- 68 ar Escaneado con CamScanner cho del muerto y siguié adelante, al tiempo que empezaba la nevada. Koné habia pasado la noche encogido de miedo, de hambre, de sed y de frio. Con la luz de la mafiana recobr6 algo de confianza, pe- ro al ver caer los copos, al sentir el contacto helado de la nieve y la humedad del suelo; se sintié tan aterrado de morir que todas las fuerzas que le quedaban se anudaron en un grito desesperado: “jNiuque! jNiuqueeee!”, juque! jNiuqueeee!”, que quiere decir “ma- ma”. Y cerr6 los ojos. Los abrié de nuevo cuando sintié que la nieve ya no cafa sobre su cuerpo, que el viento se habfa calmado. caminado hasta 61 para no dejar su grito sin respuesta, el pebuén que habia extendido sus ramas.sobre Kond para protegerlo, que le brindaba el toldo més verde, mas fragante y mas milagroso. Poco tiempo después Ileg6 la madre, que encontr6 el refugio cuando distingulé entre las ramas los zapatos de Kona. Llorando, a abrazé al muchacho. Lo desaté y lo reanimé soplando su aliento en la éara rigida y los de- dos agarrotados de Kona. Después agradeci6 al pehuén como de madre a madre, y colg6 Sus zapatos al lado de los de su hijo. Juntos comenzaron a bajar, buscando el valle, dejando sobre la nieve recién caida la huella de sus pies descalzos. Detras de ellos venia el pehuén, que s6lo se detuvo al ralear el bosque, cuando su proteccion dejé de ser necesaria. Y desde ese dia el lugar se llama Niuque, nombre que derivé en Neuquén, donde los pehuenes siguen creciendo y ofre- clendo a quienquiera sus regalos. Escaneado con CamScanner Ex misterio de Tandil | | | Escaneado con CamScanne! ~ Esta es la historia de como surgié una sie- rra en medio de la pampa, y de cémo, sobre un monticulo de esa sierra, una enorme roca se mantuvo en equilibrio durante afos y afios, apoyada sdlo sobre un pequefio vérti- ce. Hasta 1912, fueron muchisimos los argen- tinos que llegaban hasta Tandil para ver la Piedra Movediza. Los que la contemplaban por primera vez se asombraban, y quienes ya la conocian y volvian a verla no podian evitar cada vez permanecer absortos un mo- mento, tratando de descubrir su secreto. Pa- recia increible que no se cayera y, sin embar- ———————————— 7 Escaneado con CamScanner go, todos estaban tan acostumbrados a ella que pensaban que siempre estaria alli, insta- lada en su vaivén eterno. Pero un dia se cay6; se vino abajo en una tarde apacible y se rom- pié en pedazos, que todavia pueden ver los viajeros de la sierra. Cuentan los que saben que al principio la zona de Tandil era tan chata como el resto de la pampa, puro horizonte, pasto y lagunas. Era plana, verde e interminable porque asi lo habfan querido el Sol y la Luna, que la habjan creado, Los esposos gigantes habfan dejado un dia su casa celeste y bajado para inventar la Tle- ra, Una vez hecha la sembraron de pastos, de cardos y de cortaderas, y desencadenaron llu- vias para hacerlos crecer. Hicieron correr los ios y los arroyos y brotar las lagunas. Aqui y allé irguieron un arbusto 0 un arbol solitario. Después crearon los animales: el puma, gran le6n de las pampas, y clervos, handiies ¥ guanacos que corrian por las praderas, Luego quisieron ver nadar los patos entre los Juncales y contemplar el vuelo de los chingo- CD —— los en el cielo abierto, y no se olvidaron ni si’ quiera de los caracoles de los guadales. Finalmente crearon a los hombres y a las mujeres, que encontraron buen sitio en esa extensa casa que les habian dispuesto. Terminada la obra, el Sol y la Luna se vol- vieron al Cielo. Pero no se olvidaron de sus criaturas y para contemplarlas se turnaban, con el correr de los dias y las noches. Para todos los pampas, era tranquilizador alzar la cabeza para mirar al Padre, que entibiaba los toldos en dias despejados, o dejar que la Lu- na guiara sus travesias en las noches de ve- rano cuando se asomaba, redonda y brillan- te, sobre la laguna. Pasaron afios incontables, hasta que un dia los indios advirtieron que el Sol no era el de siempre. Inquietos, lo vieron palidecer, ca- si extinguirse, como queriendo esfumarse entre las nubes. Con asombro, stibitamente ateridos, comprobaron que un enorme puma alado lo atacaba. Agazapandose y saltando,.. primero desde un lado, después del otro, lo acosaba sin tregua. 79 Escaneado con CamScanner Todos los pampas se prepararon para de- fender a su Padre. Las manos se apuraron so- bre los carcajes y un momento después in- contables flechas salian disparadas. Se aleja- ban, se alejaban hacia arriba.en un trayecto extrafio, hasta desaparecer en un cielo que se habia vuelto grisdceo. Hasta que un indio se separé del grupo. Se agach6 rozando el suelo con su manto de piel de nutria, y estuvo un rato en cuclillas, eligiendo su mejor flecha. Luego se levant6 despacio y la colocé en su sitio. Levanté la cabeza para apuntar, aguz6 la vista en un gesto imperceptible, tens6 el arco y dispar hacia el cielo. Nadie tuvo tiempo de seguir con la mirada el rumbo de la flecha. Sobre el espacio blan- co aparecié una mancha roja y el puma cayé en la tierra, con el cuerpo atravesado y la punta de la flecha asomandose por el lomo. Estaba alli, enorme, con sus alas rotas, ha- clendo esfuerzos por incorporarse y rugien- do de tal modo que nadie se atrevi6 a acer- carse para rematarlo. Un fino reguero de san- gre iba humedeciendo el pasto que, orlado 80 de los penachos blancos de las cortaderas, vovia a relucir iluminado por el Sol. El horizonte atin no habia terminado de os- curecerse cuando aparecié la Luna. Répida cruzaba el cielo para, desde lo alto, ver mejor al monstruo caido que se habia atrevido a ata- car al Sol. Asombrada, lo vio estremecerse, descubrié que no estaba muerto y comenz6 a tirarle piedras para acabar con él. Toda la no- che ocupé la Luna en la tarea. Las rocas que arrojaba se fueron amontonando, unas al lado de las otras, encima de las otras, hasta sepul tar al puma y formar una sierra. La ultima pie- dra cayé justo sobre la punta de la flecha y alli qued6 posada. Pero no podfa estar quieta por- que el animal, que no estaba muerto, se revol- via en su tumba de piedra y la hactfa oscilar en direcci6n al Sol. Escaneado con CamScanner Asi nactO la guitarra | | | Escaneado con CamScanner Hilario no conocia mas que la soledad. Y al principio no le importaba. ;Qué podia faltarle a un gaucho joven, si tenia un rancho donde cobijarse, un caballo incansable y unas cuan- tas ovejas que atender? Pensandolo bien, tenia también otros triunfos. Las albas frias cuando, bajo un cielo de estrellas transparentes, se le- vantaba de la cama, apartaba con mano toda- via lerda el cuero que hacia de puerta para otear el horizonte y se calentaba los primeros mates en el brasero. Las majianas soleadas, que lo alejaban del rancho buscando los mejo- res pastos, con la tranquilidad del que conoce ES 85 —_————_—_—_———— Escaneado con CamScanner elcerro y sus mahas, hechas de viboras sigilo- sas y cafiadones imprevistos. O bajar al valle al riesgo del pleno galope, sintiendo el viento en lacara, para volver despacito cuando la tar- de se va, despreocupado del camino que su caballo tan bien conoce, hilvanando y deshil- vanando un silbido que corte el silencio del campo que se aquieta... Porque asi fue como comenzaron Hilario a cansarse de su soledad y las cosas a suceder. Lo que a él no le gustaba era el silencio. Ese silencio suyo leno de pequefios ruidos: el compas de la alpargata contra el flanco tibio de su alazén, el chirrido del cuchillo rasgan- do el cuero 0 el chiflido de la bombilla al sor- ber el agua caliente. Por eso a veces buscaba el rumor del arroyo que estaba lejos o se en- tretenia escuchando el canto de los pajaros. “Teh, tch, teh”, azuzaba a las ovejas, o lanza- ba un “vamos, Bonito” mientras picaba con el rebenque el anca transpirada del caballo, en los escasos didlogos de su vida solitaria. Una tarde que anunciaba tormenta Hilario entr6 en su rancho y se acost6 con las prime- ras gotas. Durmié de a ratos, sobresaltado 5 por los truenos y los relémpagos, hasta que una lluvia copiosa y acompasada lo condujo al suefo. Al principio sofé con la misma Ilu- via, la lluvia que sabia ser a veces alegre y a veces melancélica, la lluvia de voz serena y melodiosa. Y en el suefio la voz tuvo cuerpo y tuvo rostro. Cuando se desperté, Hilario ya sabia: necesitaba una compafiera. La tarde siguiente lo encontré a Hilario con camisa limpia, domando su pelo tieso. Bajaba al trote por el camino, un poco confiado y otro poco nervioso, con la mirada fija en el pueblo al que se acercaba. No la vio al principio, entre la gente que se habia juntado frente a la pulperia. Fue mas tarde, cuando dio vuelta a las casas para bus- car el pozo, que la escuché cantar un aire alegre inclinada sobre el fuent6n. Era la mu- chacha con la que habfa sofiado, con su voz, su cara y su cuerpo, y se lamaba Rosa. Las palabras las dijo ella, en un susurro contra su espalda, cuando, sobre el lomo del su ca- ballo, Hilario la llev6 arriba. a7 Escaneado con CamScanner “Asi se acabé la soledad del rancho, que su- po de noches y despertares mas dulces. Ro- sa trabajaba y cantaba. Hilario se apuraba a estar de vuelta para mirarla y escucharla. Vi- via para ese rato al final del dia en que, con los quehaceres listos, se sentaban muy jun- tos, al calor del fuego en invierno, a la puer- ta del rancho en verano, mirando las prime- ras luces de las luciérnagas. Era la felicidad mantener a Rosa abrazada, rodeandole la cintura con el brazo, mientras ella cantaba con su voz dulce y profunda. La desgracia vino un dia en que Amuray, el cacique de una tribu indigena, también se enamoré de esa criolla tan graciosa, tan amante y tan fiel. El indio esperé la oportuni- dad apropiada. Primero quiso seducir a Ro- sa, sin resultados, vanagloriéndose de su po- sicién y ofreciéndole regalos. Finalmente, una tarde, un rato antes de que Hilario regre- sara, asalt6 el rancho y se la llev6. Hilario se extrané de que su mujer no le saliera al encuentro y de la inquietud del ca- ballo. Al llegar al claro el viejo silencio volvi6 2 de pronto, pero esta vez era un grito. En un momento, el gaucho comprendié lo que ha- bia pasado. .No tuvo mas que ver el desorden del rancho, el agua volcada en el patio y las manchas de sangre sobre la tierra, Al galope y con el coraz6n apretado, siguié el penoso rastro. La persecuci6n no duré mucho, pero la lu- cha fue feroz. Hilario, fuera de sf al ver que Rosa estaba herida, rugié y se abalanzé so- bre Amuray como si fuera un puma. Por fin; un certero puntazo del cuchillo hizo que el indio soltara a la cautiva. A duras penas Hila- rio pudo sostener a la desmayada Rosa que, antes de llegar al rancho, ya estaba muerta. Hilario, abrazado al cadaver, llamé a su amada con el sinfin de palabras que ella le habia ensefiado y lloré con toda la pena de su coraz6n solitario mientras caia la noche. El pobre gaucho se.qued6 dormido bajo las estrellas con la cabeza inclinada sobre el cuerpo querido, y s6lo con el suefio llegé el alivio. 89 Escaneado con CamScanner No lo despert6 el alboroto de los pajaros ni el resplandor rojizo tras los arbustos sino © una musica desconocida y tan cercana que parecia brotar de su propio cuerpo. Con la vi- gilia volvi6 la pena, y también la sorpresa, al ver que sus brazos ya no rodeaban el cuerpo de su compafiera sino una caja de madera con forma de mujer apenas perlada por el te- nue rocio del amanecer. Escaneado con CamScanner

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