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Un Mundo de Pura Experiencia
Un Mundo de Pura Experiencia
I. EMPIRISMO RADICAL
Ahora bien, el empirismo ordinario, a pesar del hecho de que las relaciones
conjuntivas y disyuntivas se presentan a sí mismas como partes completamente
coordinadas de la experiencia, siempre ha mostrado una tendencia a deshacerse de
las conexiones de las cosas, y a insistir más en las disyunciones. El nominalismo
de Berckley, la afirmación de Hume de que las cosas que distinguimos están tan
"desconectadas y separadas" como si no tuvieran forma de conexión, la negativa de
James Mill a que los similares tengan algo "real" en común, la resolución del nudo
causal dentro de la secuencia acostumbrada, la consideración de John Mill sobre
las cosas físicas como compuestos de posibilidades discontinuas, y la general
pulverización de toda experiencia mediante asociación, así como la teoría del
"Mind-dust"1, son ejemplos de lo que quiero decir.
No existe ninguna otra naturaleza, ninguna otra cualidad (whatness) que esta
ausencia de ruptura y este sentido de continuidad en la más íntima de todas las
relaciones conjuntivas, el pasar de una experiencia a otra cuando ambas pertenecen
al mismo yo. Y esta cualidad (whatness) es el "contenido" empírico real tal y como
la cualidad (whatness) de separación y discontinuidad es contenido real en el caso
contrastado. Experimentar el continuum personal de este modo de vida es conocer
en la práctica los orígenes de las ideas de continuidad y de identidad, conocer lo
que las palabras representan concretamente, reconocer todo lo que puedan
significar. Pero todas las experiencias tienen sus condiciones, y los intelectos más
agudos, pensando sobre estos hechos, y preguntándose cómo son posibles, han
terminado sustituyendo muchos objetos estáticos conceptuales por las experiencias
perceptuales directas. La "identidad", han dicho, "debe ser una identidad numérica
completa, no puede continuar de una a otra. La continuidad no puede significar la
mera ausencia de vacío, porque si decís que dos cosas están en contacto inmediato,
¿cómo pueden ser dos en contacto? Si, por otra parte, establecéis una relación de
transición entre ellas, esto en sí mismo es una tercera cosa, y necesita ser
relacionada o asociada con sus términos. Está involucrada una serie infinita, y así
sucesivamente". El resultado es que de dificultad en dificultad, la experiencia
conjuntiva completa ha sido desacreditada por ambas escuelas, los empiristas
dejando cosas permanentemente en disyunción y los racionalistas remediando la
desconexión mediante sus absolutos o sustancias, o mediante cualquier otros
agentes ficticios de unión que puedan haber empleado. Podemos salvarnos de todo
lo artificial mediante un par de sencillas reflexiones; primero, esas conjunciones y
separaciones son, en todos los casos, fenómenos coordinados que, si tomamos las
experiencias en su valor nominal, deben ser considerados igualmente reales; y
segundo, que si insistimos en tratar las cosas como realmente separadas cuando se
dan continuamente asociadas, recurriendo, cuando se requiere la unión, a
principios trascendentales para vencer la separación que hemos asumido, debemos
estar preparados para llevar a cabo el acto de conversión. Debemos invocar a altos
principios de desunión también, para hacer nuestras disyunciones, simplemente
experimentadas, más verdaderamente reales. De no ser posible, debemos dejar que
las continuidades originalmente dadas se mantengan firmes por su propio pie. No
tenemos derecho a mostrarnos desequilibrados o a soplar a capricho calor y frío.
Discutir todas las maneras en las que una experiencia puede funcionar como
conocedora de otra, sería incompatible con los límites de este ensayo 3. He hablado
sobre el tipo 1, el tipo de conocimiento llamado percepción, en un artículo
publicado en Journal of Philosophy del 1 de septiembre (1904), titulado "¿Existe la
'conciencia'?". Este es el tipo de caso en el que la mente disfruta de una "relación"
directa con un objeto presente. En los otros tipos la mente tiene "conocimiento-
sobre" un objeto no inmediatamente presente. Sobre el tipo 2, la forma más simple
de conocimiento conceptual, he hecho alguna consideración en dos artículos,
publicados respectivamente en Mind, vol. X, p. 27, 1885, y en la Psychological
Revue, vol. II, p- 105, 1895 4. El tipo 3 siempre puede, de manera formal e
hipotética, ser reducido al tipo 2, de manera que una breve descripción de ese tipo
pondrá ahora al lector suficientemente al tanto, y le hará ver lo que pueden ser los
significados actuales de la misteriosa relación cognitiva.
IV. SUSTITUCIÓN
Pero este percepto se sostiene junto a todos nuestros otros preceptos físicos.
Forman una misma materia con él, y si fuera nuestra posesión común, debería ser
por tanto lo mismo. Por ejemplo, vuestra mano sostiene un extremo de una cuerda
y mi mano sostiene el otro extremo. Tiramos uno contra otro. ¿Pueden nuestras dos
manos ser objetos comunes en esta experiencia y no ser la cuerda igualmente
común? Lo que es cierto sobre la cuerda es cierto sobre otro percepto. Vuestros
objetos son una y otra vez lo mismo que los míos. Si os pregunto dónde está un
objeto vuestro, nuestro viejo Memorial Hall, por ejemplo, vosotros señaláis
hacia miMemorial Hall con vuestra mano, que yo veo. Si alteráis un objeto en
vuestro mundo, sacáis una vela, por ejemplo, cuando yo estoy presente, mi vela
desaparece ipso facto. Sólo mediante la alteración de un objeto es como yo
supongo que vosotros existís. Si vuestros objetos no se unen a mis objetos, si no
son idénticos en lo que los míos lo son, deben ser probados como existentes
positivamente en algún otro lugar. Sin embargo, ningún otro lugar puede serles
asignado, por lo que su sitio debe ser el que parece ser, el mismo8 .
Conozco bien la sutil dialéctica que insiste en que un término tomado en otra
relación debe necesitar ser un término intrínsecamente diferente. El asunto sigue
siendo la vieja cuestión griega sobre que el mismo hombre no puede ser alto en
relación con un vecino, y bajo en relación con otro, porque esto le haría alto y bajo
al mismo tiempo. No puedo detenerme a refutar esta dialéctica en este ensayo, por
lo que lo paso por alto, dejando este flanco abierto. Sin embargo, si mi lector sólo
permitiera que el mismo "ahora" terminase su pasado y comenzase su futuro, o que
cuando compra un acre de tierra de su vecino, sea el mismo acre que
sucesivamente figura en los dos estados, o que cuando le pago un dólar, el mismo
dólar vaya a su bolsillo que salga del mío, tendrá que permitir también en
consecuencia que el mismo objeto pueda de forma concebible, actuar como
relacionado con el resto de cualquier número de otro tipo de mentes
completamente distintas. Esto es suficiente para mi cuestión actual, la noción de
sentido común de mentes compartiendo el mismo objeto no ofrece una lógica
especial o dificultades epistemológicas propias, se sostiene o no con la posibilidad
general de que las cosas sean en relación conjuntiva con otras cosas.
VII. CONCLUSIÓN
Con esto tenemos ante nosotros el perfil de una filosofía de pura experiencia.
Al comienzo de mi ensayo, la denominé una filosofía mosaico. En los mosaicos
reales las piezas se sostienen mediante su soporte, para este soporte pueden
tomarse las sustancias, egos trascendentales o absolutos de otras filosofías. En el
empirismo radical no hay soporte, es como si las piezas se pegasen por sus bordes,
tomando como cemento las transiciones experimentadas entre ellas. Para la
experiencia real en tal metáfora evidentemente engañosa, las partes más sustantivas
y más transitivas tropiezan continuamente una con otra, en general no es necesario
vencer ninguna separación mediante un cemento externo, y cualquier separación
experimentada realmente no se supera, permanece y cuenta como separación hasta
el final. Sin embargo, la metáfora sirve para simbolizar el hecho de que la
experiencia en sí, entendida libremente, puede crecer por sus bordes. Sostengo que,
que un momento de ella prolifera en el siguiente mediante transiciones, sean
conjuntivas o disyuntivas, que continúan el tejido experiencial, y que no pueden
ser negadas. La vida está en las transiciones tanto como en los términos
conectados, a menudo, de hecho, parece estar ahí con mayor énfasis, como si
nuestros esfuerzos y salidas hacia delante fueran la verdadera línea de batalla,
como la delgada línea de la llama avanzando a través del seco campo otoñal que el
granjero procede a quemar. En esta línea vivimos eventualmente tanto como
retrospectivamente. Es "del" pasado, puesto que llega expresamente como la
continuación del pasado; es "del" futuro en la medida en que como el futuro,
cuando llega, lo habrá continuado.
El más allá puede existir en cualquier caso simultáneamente –para que pueda
ser experimentado como haber existido simultáneamente– con la experiencia que
de forma práctica lo postula, observando en su dirección, o girando, o cambiando
en la dirección de la que es el objetivo. Hasta que llegue esa realidad de la unión,
en virtud de la cual la "verdad", incluso ahora, en la que la postulación consiste, el
más allá y su cognoscente son entidades separadas una de otra, y esto es por lo que
decía anteriormente que la unidad del mundo está, en conjunto, experimentando un
aumento. El universo crece continuamente en cantidad gracias a nuevas
experiencias que se insertan sobre la más vieja masa de experiencias, pero estas
mismas experiencias nuevas a menudo ayudan a la masa de experiencias a adquirir
una forma más consolidada.
Notas
2. Los libros de psicología han descrito recientemente estos hechos con una
adecuación aproximada. Me refiero a los capítulos sobre "La corriente de la
conciencia" y sobre el Yo en mi obra Principios de psicología, así como en
la Metafísica de la experiencia de S. H. Hodgson, vol. I, Capts. VII y VIII.
6. Sobre todo, lo que es necesario decir en este ensayo es que también puede
ser concebido como funcional, y definido en términos de transiciones, o de
posibilidad de tales transiciones.
Fin de "Un mundo de pura experiencia" (1904). Traducción castellana de Oihana Robador.
Fuente textual en F. Burkhardt, F. Bowers e I. Skrupskelis (eds.), The Works of William
James, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1976, III, pp. 21-44.
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