Está en la página 1de 153

1

Cazando aliens puedes acabar muerta. Pero


también puedes acabar con una cita.
La estudiante de instituto Camille Robins y su
mejor amiga están decididas a llamar la atención de
sus enamorados antes de la graduación del mes
próximo. Armadas con vestimenta súper caliente y
cabello agresivo, se cuelan en el club más sexy de la
ciudad, el cual atiende los deseos de los ricos y
famosos, tanto humanos como aliens. Terminan
siguiendo a Erik (humano) y a Silver (no humano) a
través de una puerta protegida y pronto estarán
separadas y bajo ataque… y no de la clase buena.
El chico malo Erik salva la vida de Camille, pero
pronto se verán perseguidos por agentes armados del
AIR. Camille está más confundida que nunca porque
Erik finalmente muestra un interés real en ella, aunque
los agentes le acusan de suministrar Onadyn (una
droga que arruina la vida de los humanos). De la noche
a la mañana, todavía con el calor de su beso presente
en los labios, Camille debe decidir de qué lado está… y
si está dispuesta a arriesgar su vida para salvar la de
Erik.

2
PRÓLOGO

ERIK Trinity tenía una táctica para comprar drogas.


Siempre durante el día. Cuando pocos agentes del A.I.R merodeaban por las
calles.
Siempre al aire libre. Donde había menos posibilidades de ser pillado.
Y siempre rodeado de gente. Incluso el A.I.R. evitaba disparar cuando había
inocentes alrededor.
Lo sabía porque él era un agente. Erik se estremeció, odiándose. ¡Cómo
lamentaba que lo de las drogas no fuera parte de una misión secreta! Pero no lo era.
Lo que hacía era ilegal.
Si alguien descubría sus actividades extracurriculares, pasaría el resto de su vida
en prisión. Pero se negaba a parar. No podía parar.
Demasiadas personas dependían de él.
Por lo general, cada transacción llevaba menos de dos segundos. Él caminaba
hacia una dirección y el vendedor hacia la otra. Cuando se cruzaban, hacían el
intercambio. Dinero en efectivo por Onadyn. Ninguno reducía la marcha, ninguno
decía una palabra. Solo… boom. Hecho.
Hoy no había sido diferente. Él ya llevaba varios frascos en el bolsillo de su
chaqueta. Aunque su parte aún no había terminado. Ahora era el momento de
pasárselos a sus nuevos dueños.
Después de echar un vistazo hacia atrás y no encontrar nada sospechoso en el
risueño gentío que paseaba y compraba por la abarrotada plaza municipal de New
Chicago, tomó un autobús que se dirigía al Distrito Sur, el lado pobre de la ciudad. Los
edificios de cristal cromado pronto dieron paso a los edificios desmoronados y
carbonizados de ladrillo rojo que no habían visto muchas reparaciones desde la Guerra
Humanos-Aliens, hace aproximadamente setenta años.
Las calles se veían menos atestadas, y la gente que las ocupaba menos… limpia.
Tanto humanos como aliens, residían aquí, pero Erik vio principalmente a Otros
derrumbados contra las paredes –tanto Arcadians de pelo blanco, Delenseans de seis

3
brazos, como Terans parecidos a gatos- todos demasiado enfermos o débiles como
para moverse. A juzgar por sus expresiones congeladas, algunos probablemente
estaban hasta muertos. Las manos de Erik se apretaron a los costados. Menudas
muertes más insensatas. Evitables e innecesariamente crueles. Ellos podrían haber
sido salvados fácilmente.
Frunciendo el ceño, se bajó en su parada. La cálida luz del sol lo bañó al instante,
recayendo sobre la chaqueta, la camiseta y los vaqueros negros que llevaba. La
discreta y poco memorable ropa no atrajo la atención de los que estaban a su
alrededor.
Realizó otra comprobación al perímetro. Todavía nada sospechoso. Tan cerca de
terminar con todo, pensó, su alivio era tan fuerte que ensombrecía su repugnancia. Él
siempre sentía los nervios de punta hasta que se deshacía del último de los frascos.
Manos a la obra. Erik caminó con las manos en los bolsillos y ligeramente
cabizbajo a lo largo de la acera con olor a orín. Dio la vuelta a la esquina y escuchó un
gemido lleno de dolor. No te pares. No mires. Aun así, su mirada se centró en una niña
que se retorcía de dolor.
Sigue moviéndote, decía una parte de él. Había visto a cientos de aliens
muriéndose de esa manera y, probablemente, vería a cientos más.
Ayúdala, gritaba otra parte.
Tenía aproximadamente una hora para conseguir dejar el Onadyn a sus nuevos
dueños y regresar a casa. De otra forma, su novia se despertaría sola y se preguntaría
dónde estaba. Y si Cara sospechaba, Cara haría preguntas. Ella también era una
agente, por lo que sabría conseguir cada pequeño trozo de información de su parte…
información que lo destruiría.
No, él no tenía tiempo para esto. Pero de todos modos, se agachó.
—¿Dónde están tus padres? —le preguntó con suavidad a la niña.
—Muertos —logró graznar ella, su pequeño cuerpo convulsionándose, los
músculos sacudiéndose de forma irregular. Cerraba los párpados con fuerza,
ocultando sus vidriosos ojos violetas. Ella rodó hasta hacerse una pelota.
La mugre la cubría de la cabeza a los pies, y él podía ver los piojos trepar por su
pelo blanco como la nieve. Era una Arcadian, de unos aproximadamente ocho años de
edad. La agonía irradiaba de ella. Más de lo que la mayoría de los adultos podría
soportar. Más de lo que él podría soportar.
—¿Y no hay nadie más que cuide de ti? —preguntó, conociendo ya la respuesta.
Su boca se abrió y cerró, pero no salió ningún sonido. Ella luchaba por respirar,
incapaz de conseguir que entrara una sola molécula de aire en sus pulmones. Su
estómago se anudó cuando la piel empezó a teñirse de azul.
Él no tenía ni una pizca de Onadyn para regalar, pero no podía abandonarla así.
Sin la droga, que permitía a esta especie alienígena tolerar la atmósfera de la Tierra,
moriría igual que sus parientes habían muerto. Y si eso pasaba, su carita de ángel lo
atormentaría por el resto de su vida.

4
¡Condenado esto y condenado él! Erik miró a la izquierda, luego a la derecha.
Nadie parecía prestarles ni la más mínima atención, por lo que retiró un transparente
frasco del bolsillo. Lo sostuvo sobre sus labios y vertió por lo menos el sueldo de una
semana por su garganta.
Tendría que comprar más. Lo que significaba mentir a Cara (otra vez) y gastarse
más dinero del que tenía (otra vez).
¿Valía la pena?
Casi al instante, el color de la niña comenzó a volver, la pálida nata ahuyentando
el pálido azul. Sus rasgos se suavizaron y su cuerpo se relajó. Una feliz sonrisa,
lentamente rizó la comisura de sus labios.
Erik suspiró. Sí, valía la pena. Sabiendo que viviría –al menos durante un poco
más- se levantó y se alejó. No miró hacia atrás. Por una vez parecía el agente que, se
suponía, era, en vez del despreciable agente en el que se había convertido.

5
CAPÍTULO 1

Unos meses más tarde…

¿ALGUNA vez has tropezado con un secreto que pedirías a Dios no haber
conocido jamás? ¿Un secreto oscuro y peligroso? ¿Un secreto por el que la gente
mataría por proteger?
Yo sí.
Y, sí, casi morí por ello.
Mi nombre es Camille Robins. Tengo dieciocho años y es mi último mes en el
Instituto de New Chicago, Distrito Ocho.
Todo comenzó un agradable viernes por la tarde cuando mi amiga Shanel Stacy
cogió prestado el coche de sus padres y me recogió.
—No puedo creer que hagamos esto —dije, ya sin aliento por la anticipación y los
nervios, mientras me deslizaba en el asiento de pasajeros.
—Créetelo, cariño —dijo Shanel mientras se metía en el lado del conductor.
Con unos golpecitos al teclado, programó la dirección del Ship’s en el ordenador
del coche y salimos por el camino de entrada hasta la carretera.
Como los sensores impedían que el coche golpeara algo o a alguien, y como el
ordenador conducía, no teníamos ni que prestar atención al camino. Podíamos charlar
tranquilamente y considerar todas las cosas que podían salir mal en el famoso club
nocturno.
Como la posibilidad de que nuestros padres se enteraran de nuestra mentira. Les
habíamos contado que nos quedábamos a pasar la noche en casa de otra amiga. Una
amiga que nos habíamos inventado. O la posibilidad de que nos echaran para atrás.
No éramos ricas ni famosas como los clientes habituales. O que hiciéramos el
ridículo… la posibilidad más grande de todas.
Ninguna de las dos tenía estilo.

6
Shanel me estudió, su fija mirada recorriéndome desde mi pelo negro hasta mis
botas. Debajo de ellas, las uñas de mis pies estaban pintadas de azul, a juego con mis
ojos.
—¿Por qué parece que estás a punto de vomitar sobre la alfombrilla?
—No me siento cómoda con las actividades clandestinas. Ya lo sabes.
—Esto no es clandestino. Es divertido.
—¿Divertido? —No es la palabra que yo habría escogido.
—Oh sí. —Shanel sonrió despacio—. Divertido. —Pasó un segundo en silencio y
perdió su sonrisa. Su expresión se volvió pensativa—. Lamento no ser un Otro.
Otro. Alias alien. Mi cara se frunció con confusión.
—¿Por qué?
—Piensa en ello. Algunos pueden controlar a las personas con la mente. Yo
podría hacer que los chicos se enamoraran de nosotras; o forzar a la gente a que se
fijaran en nosotras, convirtiéndonos en las chicas más populares de la escuela. No, del
mundo, con sólo un pensamiento.
En teoría parecía estupendo, pero… no tenía nada en contra de los Otros, sólo
que no quería ser uno de ellos, fueran cuales fueran sus poderes. Vivían y caminaban
entre nosotros, pero algunas personas todavía los odiaban y los trataban como si
fueran menos que… bueno, humanos. Había visto como los humillaban y se burlaban
de ellos despiadadamente. Había visto como los empujaban y los golpeaban.
Quería destacar, pero quería que fuera por algo bueno.
Además, los Otros no se parecían a nosotros. Algunos de ellos tenían cuernos.
¡Cuernos! Y no sólo en la cabeza. Otros tenían la piel azul y múltiples brazos
(asqueroso), otros rezumaban un pegajoso lodo verde (vomitivo) y otros cambiaban
de color según sus emociones (bueno, eso no era tan malo).
—¿Y si ese poder de controlar la mente que tanto quieres viniera con un precio?
¿Cómo escamas verdes y aliento de pescado? —pregunté. Sí, algunos de ellos también
tenían de eso—. ¿Todavía querrías ser un Otro?
Shanel se estremeció.
Tomaría eso como un no. Shanel y yo éramos Invisibles, sin ser vistas o notadas
por la elite de nuestra escuela, pero incluso nuestra socialmente inexistente vida era
mejor que la de aquellos Otros.
—Hmm… ¿Crees que él estará allí?
No tenía que explicar quién era él. Erik Troy. El magnífico, delicioso y apetitoso
Erik Troy. Un chico que raras veces miraba en mi dirección, a pesar de que observarlo
fijamente se había vuelto mi afición favorita.
—Ya te lo dije —dijo Shanel—, estaba frente a mi taquilla cuando escuché a Silver
decirle que se encontrarían en el club.

7
Silver y Erik eran los mejores amigos y los chicos más sexys de nuestra escuela.
Mientras que Erik era humano, Silver era un Otro. Un Morevv, una de las razas más
hermosas con las que me había encontrado. Lo admito: No me importaría parecerme a
un Morevv, con la piel cremosa y los rasgos faciales angelicales.
En realidad, Silver era el único alien completamente aceptado que yo conocía.
Shanel le quería; yo quería a Erik (obviamente). Una cosa era segura: los mejores
amigos hacían buenas migas con las mejores amigas. ¡Si sólo los chicos cooperaran!
—¿Crees que Ivy estará allí? —preguntó Shanel con un deje amargo.
—Probablemente no.
Silver tenía una relación tipo ahora sí, ahora no, con la popular Ivy Lynn, una
humana y alguien a quien siempre me quise parecer. Los dos estaban actualmente
libres.
Erik, también, era un hombre libre. Pero le gustaban las mujeres más mayores…
o eso había oído. Probablemente porque parecía más mayor que un chico de instituto.
Él era más grande, más fuerte, más masculino.
—¿Voy bien? —pregunté, mi nerviosismo aumentando.
Los ojos verdes de Shanel me recorrieron de arriba abajo y sonrió ampliamente.
—Pareces una sexy bestia lista para ser soltada.
No pude menos que devolverle la sonrisa. Siempre tuvo una vena para el teatro.
—Sí, pero ¿parezco mayor?
—Cariño, prácticamente estás para el geriátrico. ¡Si no te conociera, juraría que
te acercas a los treinta!
Cabeceé con satisfacción. Mi largo pelo castaño estaba sujeto en una apretada
coleta para destacar los diez kilos de maquillaje que me había aplicado y vestía un
corpiño negro de cuero sintético con una falda a juego. Era agradable vestir algo más
que mi conservador uniforme de la escuela y que encima fuera sexy.
—¿Y en cuanto a mí? —preguntó Shanel, deslizando las manos por sus curvas.
Le eché un vistazo. La luz de la luna se filtraba por las ventanas del coche y la
rodeaba con una plateada luz. Su piel era pálida y pecosa, los ojos sólo un poquito
demasiado grandes. Llevaba un ajustado vestido rosa que armonizaba completamente
con su masa de rizos rojos, pero que de algún modo le hacía parecer mayor.
—Silver va a babear por ti.
Con un chillido, aplaudió y me ofreció el brazo con la muñeca hacia arriba.
—Estupendo. Ahora, huéleme.
Olí y mi nariz se arrugó.
—Uh, siento decirte esto, pero hueles a tierra.

8
—No lo sientas. ¡Es una noticia maravillosa! Hice una pequeña investigación y
descubrí que los Morevvs adoran los olores terrosos. Froté fango por todos mis puntos
pulsantes justo antes de recogerte.
—Diabólico. —Y sonreí ampliamente.
Los edificios de fuera se volvían más altos y más cercanos, por lo que sabía que
pronto alcanzaríamos el club. Otra oleada de nerviosismo me golpeó.
—¿Y si no podemos entrar?
—Ohhh, ¿dejarás de preocuparte? — Shanel se pasó la lengua por los labios—.
¿Conoces al Ell Rollis que mi padre contrató para trabajar en nuestra casa? Bien, le
ordené que se encontrara con nosotras en el club. Él nos meterá.
Mis ojos se ensancharon. Los Ell Rollis eran una raza de feas… cosas que olían a
basura. Eran grandes, antinaturalmente fuertes y una vez que les dabas una orden,
sólo pensaban en obedecerla. Sólo cuando la cumplían se relajaban. Si Shanel le había
ordenado que nos metiera dentro del Ship’s, conseguiría meternos por cualquier
método necesario.
Tal vez Erik me pidiera bailar.
El coche se detuvo y una automatizada voz femenina dijo:
—Destino alcanzado.
Shanel soltó otro chillido de placer y tecleó el código para estacionar. Unos
segundos más tarde, el coche aparcó.
—¡Esta va a ser la mejor noche de nuestras vidas!
Al menos, una chica podía tener esperanzas. Salimos y nos quedamos de pie
fuera, observando el club mientras una cálida brisa nos envolvía. Construido de
plateado cromo pulido, el Ship’s tenía forma de círculo, sus múltiples niveles
iluminados por cientos de luces que rodeaban cada piso.
Incluso desde esta distancia podíamos escuchar el boom, boom de la envolvente
música, un demoledor sonido que inducía a moverse. Una larga fila se extendía
alrededor del edifico y que conducía a la entrada. Busqué entre el gentío a Erik, pero
no vi signos de su (sexy) cuerpo o su (atractiva) cabeza rubia. ¿Estaría ya dentro?
—¿Preparada? —me preguntó Shanel.
Respirando profundamente el olor a sudor y gases de combustión ecológicos,
agarré la mano de Shanel.
—No te alejes de mi lado, ¿vale?
—No me insultes. Como si yo fuera a abandonarte. —Shanel echó un vistazo
hacia la muchedumbre y jadeó de felicidad—. Mira. Ahí está el Ell Rollis. Vamos.
Ella saltó hacia delante… dejándome atrás.
Con un suspiro, corrí tras ella, mis tacones altos golpeando contra el pavimento.

9
Cuanto más nos acercábamos al club, más fuerte se volvían la música y las voces
y más real se hacía el juego. ¡Dios, podía meterme en muchos problemas por esto! Por
norma general obedecía a mis padres y seguía sus reglas al pie de la letra. Sólo la
idea de pasar algo de tiempo con Erik había sido capaz de atraerme al lado oscuro.
Shanel se paró abruptamente frente al macho Ell Rollis, quien estaba esperando
de pie. Cuando el Otro la vio, cabeceó en señal de saludo. Tenía la piel seca y amarilla,
ninguna nariz (que yo pudiera ver), y dientes afilados parecidos a los de un lagarto.
Intenté no mirarle fijamente.
—Esperé aquí justo como usted me dijo —le dijo a Shanel, la voz profundamente
acentuada.
—Gracias, John. Ahora, esto es lo que quiero que hagas. Crea una distracción
para que Camille y yo podamos colarnos en el edificio. —Indicó las dos puertas
batientes—. Luego, huyes y te escondes, ¿vale?
John, qué era un nombre extraño para alguien tan inhumano, asintió de nuevo
con la cabeza y caminó con fuertes zancadas hacia la dirección que Shanel le había
señalado, abriéndose paso a empujones a través de la gente. Lo seguimos. Algunas
personas jadearon, otras gruñeron con cólera, pero casi todos rieron nerviosamente y
se apartaron de su camino, como si su mayor deseo fuera hacerle un favor a esa
bestia grande y pesada.
Al frente de la cola, John se detuvo. Dos corpulentos guardias estaban parados
frente a una brillante y azulada banda-láser, que se estiraba a largo de las puertas,
impidiendo pasar a nadie. A la vez, los hombres cruzaron los brazos sobre sus amplios
pechos.
—Ahora os distraeré —les dijo John.
Los dos hombres se miraron el uno al otro y se rieron.
—Eres feo y apestas —dijo uno—. Lárgate.
Sin otra palabra, John extendió la mano y le agarró por la garganta, levantándole
del suelo. Murmullos y jadeos recorrieron la muchedumbre. Asustada, di un paso hacia
atrás. Incluso podía haber vuelto corriendo al coche, pero Shanel me empujó hasta
una esquina oscura.
—Déjalo ir, sucio alienígena. —El guardia que todavía estaba de pie, retiró una
pyre-arma de su cintura y apuntó al pecho de John.
Antes de que pudiera disparar, John la golpeó contra la pared y se rompió. Todo
el tiempo, sacudió al tipo manteniéndole en el aire, las piernas del hombre casi
tocando la banda-láser. Si llegaba a tocarla, su ropa y su piel se quemarían
horriblemente.
—Apaga el láser, Turk —ordenó a su amigo, su cara pálida... no, azul. Y
volviéndose más y más azul—. Apaga. El. Láser.
Tragué aire.
—¡Láser!

10
Con mano inestable, Turk tecleó el código. Al instante el láser desapareció como
si nunca hubiera existido.
John sonrió ampliamente y dejó caer al ahora jadeante guardia.
—Buenos chicos.
Shanel me empujó por delante del distraído par, y por delante de las puertas
batientes, y nos colamos en el edificio. Así de fácil. Estábamos dentro. Eché un vistazo
sobre mi hombro y vi como el gentío se lanzaba también hacía dentro. John se dirigía
en dirección contraria, corriendo lejos tal y como le habían ordenado.
Tal vez mis padres tuvieran que contratar a un Ell Rollis. Pero ellos eran caros de
mantener, sus apetitos legendarios, y cada vez más de ellos eran detenidos y
encerrados por el letal y muy temido A.I.R., porque demasiada gente les ordenaba que
hicieran cosas malas.
¿A quién le importaba eso ahora? Nosotras estábamos dentro. ¡Dentro!
Shanel se detuvo, giró hacia mí y me abrazó.
—¿Puedes creértelo? —gritó feliz.
Sonreí ampliamente, desterrando todas mis preocupaciones. La noche, parecía,
acababa de empezar.

11
CAPÍTULO 2

SHANEL y yo nos paramos al final del pasillo y observamos una escena que sólo
habíamos sido capaces de soñar. Hasta ahora. El humo ondeaba por todas direcciones
y la música rock salía por unos altavoces escondidos. Luces amarillas, rosas y azules
se arremolinaban en la pista de baile central, iluminando a la danzarina multitud.
Las paredes reproducían imágenes holográficas de parejas besándose y tuve que
presionar mis labios para impedir mirarlas boquiabierta con horror. Y celos.
—¿Dónde deberíamos ir? —pregunté a Shanel, gritando para que se me
escuchara sobre la música.
—¿Quieres probar en el segundo nivel? —señaló hacia arriba—. Podemos mirar
hacia abajo y ver si están bailando.
Asentí con la cabeza. Maniobramos a través de la gente y el humo y subimos las
escaleras. Casi grité cuando los escalones comenzaron a oscilar, balanceándose
lentamente de un lado para otro. Mis dedos se rizaron alrededor de la barandilla,
manteniéndome estable.
El movimiento de la escalera no era algo inteligente de tener en un
establecimiento donde se servía alcohol. ¿Y si alguien se caía? En serio, quiero decir,
pleito al canto. Mi padre era abogado y este era el tipo de cosas por las que vivía.
Cuando alcanzamos el segundo nivel, la música bajó hasta un sonido embotado y
comprendí que era porque había paneles de cristal rodeando todo el recinto, no sólo
bloqueando el ruido, sino también impedía que alguien cayera a una muerte segura.
—He oído hablar sobre escaleras como esta —me dijo Shanel con una amplia
sonrisa—. Cuando una persona ha bebido demasiado, se supone que les ayuda a
mantener el equilibrio. ¡Esto es así de fan-rarito-tástico! —riendo, se movió
tranquilamente hacia la barra.
La seguí y apoyé los codos sobre el jaspeado mostrador.
—¿Qué quiere tomar, señorita? —me preguntó inmediatamente el camarero. Un
Delensean. Tenía la piel azul, todos los de su especie la tenían, y seis brazos, lo que le
permitía servir a varias personas con rapidez.

12
—Um, uh…
Él tamborileó impacientemente con los dedos.
—Agua, por favor —dije por fin.
Pegó una palmada con sus seis manos sobre el veteado mármol color esmeralda
que nos separaba.
—Esto es una barra, humana. No los baños públicos. Pide una copa o lárgate.
—V-vale. Tomaré un Mec Loco, entonces. —Era lo que mi madre siempre pedía
cuando salíamos a cenar.
Cuando mi bebida llegó, un líquido rojo en un vaso helado, lo recogí y giré hacia
Shanel, que bebía a sorbos de una especie de mejunje naranja.
—Mmm —dijo soltando un suspiro—. Esto está bueno.
Fingí beber del mío, dejando al líquido rojo rozar mis entumecidos labios. No
quería emborracharme y ponerme en ridículo delante de Erik.
—¡Oh Dios mío! —dijo de repente Shanel, soltando un gritito ahogado y
señalando—. Silver está aquí. ¡Realmente está aquí!
—¿Dónde?
Con el corazón latiendo al galope, giré para mirar en la dirección que señalaba.
Pillé un atisbo de anchos hombros y pelo azul antes de que Silver desapareciera
escaleras arriba.
—Sigámoslo antes de que lo perdamos —dijo, corriendo hacia adelante.
Yo permanecí cerca de sus talones.
—¿Viste alguna señal de Erik?
—No, lo siento —contestó sobre el hombro, los rojos rizos balanceándose—. Pero
tiene que estar en algún sitio. Ellos nunca andan lejos.
Los oscilantes peldaños no me parecieron tan extraños esta vez y logré subirlos
con facilidad. Aunque, al moverme tan deprisa, mi bebida salpicó fuera del vaso,
goteando sobre mi mano. ¡Puajjj, que asco! ¡Estaba pegajoso!
Shanel se detuvo en lo alto y propinó un pisotón de frustración.
—No le veo. ¿Y tú?
Exploré el área. No había muchas personas aquí arriba, por lo que mi búsqueda
fue fácil. No estaban aquí.
—Subamos otro nivel —dije, decepcionada.
—Sí, deprisa.
Subimos el resto de la escalera y llegamos al nivel más alto. Estando tan arriba,
la música apenas era un zumbido. Había bastantes personas dispersadas por el lugar,
hablando y riendo, otras sentadas alrededor de las mesas y otras holgazaneando
sobre unos aterciopelados sillones negros.

13
—Ya le veo —susurró Shanel con ferocidad, agarrándome del brazo—. Se dirige
hacia Erik.
La boca se me secó por completo.
—¿Dónde? —susurré con la misma ferocidad, mis ojos explorando de nuevo el
cuarto.
—Sobre el sillón más alejado. Sentado… ¡Oh, Dios mío!, están mirando hacia aquí
—se dio la vuelta, afrontándome—. Actúa con naturalidad. Di algo gracioso.
—Uh-uh… —De repente mis ojos conectaron con los de Erik y me quedé sin
respiración. ¿Qué debería hacer? ¿Qué diablos debería hacer?
En mis sueños, Erik siempre sonreía al instante de verme. Siempre estaba de pie
y se acercaba a mí, deseando desesperadamente estar a mi lado. Tocarme…
besarme. Pero en la realidad, sus ojos negros se entrecerraron sobre mí; sus labios se
fruncieron. ¿En desagrado? Mi corazón se hundió. ¿Por qué en desagrado? ¿Lucía yo
tan mal?
Como siempre, estaba maravilloso. Tenía el claro pelo despeinado y caía sobre su
frente; las raíces más oscuras brillando en la penumbra. Creo que su pelo era
naturalmente marrón, pero parecía más bien rubio. Tenía un aro en la ceja, una nariz
ligeramente torcida que probablemente se le había roto uno o dos veces hacía tiempo
y unos pómulos afilados como el cristal.
Fuera de su uniforme de escuela, la misma camisa blanca y pantalones negros
que yo tenía que llevar, él estaba para comérselo. Ahora mismo vestía una camiseta
negra y unos descoloridos vaqueros. Ambas piezas de ropa le abrazaban
deliciosamente.
Shanel forzó una risita.
—Oh, eso es graciosísimo, Camille. Absolutamente gracioso.
—¿El qué? —pregunté, pareciendo estar atrapada en algún tipo de trance. Quizás
me equivocaba. Quizás sus labios no se fruncían de desagrado, sino de admiración.
Ella se rió otra vez, el sonido más forzado.
—Eso es aún más gracioso.
Finalmente Erik apartó sus ojos de mí y comprendí que no había hecho nada más
que mirarlo. ¡Menuda forma sofisticada y adulta de actuar, Robins! ¡Seguro que eres
todo lo que él más ansía, idiota!
—Hay una mesa vacía —dije, intentando ocultar la vergüenza en mi tono—.
Vamos a sentarnos.
—Buena idea.
Los latidos de mi corazón se negaban a reducir la marcha, golpeando contra mis
costillas con excesiva fuerza. Gracias a Dios no tropecé… ni lloré o vomité. Reclamé el
asiento de espaldas a Erik. Sabía que me quedaría mirándole como una tonta si tenía
una vista directa de él.

14
Coloqué mi copa sobre la mesa mientras Shanel se sentaba a mi lado.
—¿Nos mira alguno ahora? —pregunté.
—No —contestó, suspirando decepcionada.
Oh. Mis hombros cayeron.
—Y bien, ¿qué hacen?
—Hablan con un hombre de cabellos oscuros que lleva un pañuelo negro sobre la
mitad inferior de su cara. Y tres hembras Morevv —resopló.
Oí los celos en su voz y experimenté una oleada propia. Mientras que los machos
Morevv eran magníficos, las hembras Morevv eran exquisitas. Impresionantes. Sus
rasgos eran la perfección total: narices pequeñas y rectas, ojos rasgados, pómulos
simétricos, piel impecable…
—Tal vez deberíamos acercarnos —sugirió.
—¡No! —grité, y luego sentí mis mejillas arder—. No —dije más quedamente—.
Esperemos a que estén solos.
Quería hablar con Erik, sí, pero quería hacerlo sin un grupo de gente que
observara cada uno de mis movimientos, oyera cada una de mis palabras y fueran
testigos de mis errores.
Shanel se mordió el labio inferior.
—¿Y si se van?
—Es un riesgo que estoy dispuesta a correr. —Mejor eso que humillarme a mí
misma.
Un manto de vulnerabilidad cayó sobre sus rasgos.
—¿Crees… bueno… crees que esas demasiado-magníficas-para-ser-reales
Morevvs son parientes de Silver? ¿Las chicas, quiero decir?
—Absolutamente —dije, pero no soné convincente.
La mayor parte de los tipos que conocía no iban con la familia a los clubs.
Probablemente eran las novias. O novias potenciales. Quise girarme y observar su
lenguaje corporal con Erik. No lo hice. No me atrevía a hacerlo.
—¿Qué hacen ahora?
—Siguen hablando.
—¿Presta atención Erik a alguna de las mujeres?
—No, pero ellas le miran como si fuera un caramelo sin dueño que cualquiera
puede comerse. Es asqueroso, en realidad. Son más mayores.
Mayores. Genial. Justo como a Erik le gustaban. Mis celos se intensificaron. Me
tomé unos segundos para respirar, prestando atención a un grupo de chicas humanas
que salían de la escalera y se acercaron a la barra.

15
Estaba dispuesta a apostar que eran sólo un poco más mayores que yo, pero
parecían infinitamente más duras, cada una de ellas irradiando un aura palpable que
decía preferiría-patearte-el-culo-antes-que-hablar-contigo. Formaban un abanico de
colores, pasando de morenas a rubias e incluso pelirrojas. Una de las chicas hasta
tenía un tridente azul tatuado en la mejilla.
Shanel pasó la mirada del grupo de chicos al grupo de chicas que yo acababa de
notar.
—Erik palideció cuando las vio —dijo, reclamando mi atención de nuevo—. ¿Crees
que las conoce? —Con apenas un aliento, añadió—: ¡Ostia! Hay una mesa vacía al lado
de los chicos. Si nos cambiamos, podremos escuchar su conversación.
Sacudí la cabeza violentamente.
—No podemos cambiar de mesa. Sería demasiado obvio.
—Bueno, pero no podemos quedarnos aquí tampoco. Me muero por saber lo que
dicen.
Se bebió el resto de su copa de un trago y dejó el vaso sobre la mesa.
—Dame un minuto para pensar, y… espera. Ya sé lo que podemos hacer. —
Extendiendo la mano, golpeó mi copa y, por casualidad, la volcó.
El líquido se deslizó hacia mí y yo me puse de pie con un chillido.
—Oh, mierda —proclamó en voz alta—. Soy tan torpe, derramé tu copa.
Varias gotitas salpicaron mis botas y le fruncí el ceño a Shanel.
—La próxima vez, agradecería enormemente una advertencia.
—Lo siento. Tuve la idea y fui a por ella. —Para nuestra ahora ávida audiencia
ella dijo—: Supongo que tendremos que cambiar de mesa.
Casi gemí. ¿Con que no tan obvio, eh?
La satisfacción brilló en los verdes ojos de Shanel mientras se levantaba.
Alguien se precipitó a limpiar el lío para que no tuviéramos que cambiarnos, pero
nos apresuremos a cruzar la estancia hasta la ahora mesa vacía frente a Erik y los
Morevvs. Sabía que ellos nos miraban, sentía el calor de sus ojos perforándome, y
supe que me ruborizaba otra vez.
Lo odiaba. Odiaba cuando me sucedía y no podía controlar el revelador signo de
vergüenza.
Nos sentamos y Shanel tecleó un pedido en la unidad de pared, solicitando otra
copa. Ésta llegó minutos más tarde y luego quedemos a solas. Bueno, tan solas como
dos chicas dentro de un club podían quedarse. Me mantuve de espaldas al grupo.
Llamadme cobarde, pero todavía no podía afrontarlos. Aún no.
Siempre me ponía nerviosa alrededor de los chicos. Los pocos con los que había
salido fueron escogidos por mi madre. Citas a ciegas que ella había organizado con los
hijos de sus amigas. Cada una de ellas había durado exactamente tres horas. Una
hora para la cena y dos para una película, y todas habían sido incómodas y

16
completamente decepcionantes. A diferencia de Erik, ninguno de ellos hacía que mi
piel se pusiera de gallina y mi estómago se apretara con… no se qué.
—¡Oh no! —soltó Shanel con un gemido, interrumpiendo mis pensamientos—. Se
levantan.
Me enderecé.
—¿A dónde van?
Incluso mientras hablaba, escuché la profunda voz de Erik decir:
—Gracias por estar de acuerdo en mantener esta reunión a otra parte. Aquí hay
demasiados ojos y oídos curiosos.
Oh-oh. Pilladas, pensé, con las mejillas ardiendo de nuevo.
Para mi horror, Shanel agitó la mano y los llamó.
—Hola, Silver.
Me hundí en mi silla, apenas sofocando el impulso de cubrirme la ardiente cara
con las manos.
—¡Hola! —devolvió él, su tono cauteloso. Confuso.
Pasó un momento y Shanel frunció el ceño.
¿Qué había pasado? Finalmente reuní el coraje para mirar. Giré en mi asiento y
eché un vistazo al grupo. Silver le había dado la espalda a Shanel, cortando con
eficacia toda esperanza de conversación. La atención de Erik estaba centrada en el
hombre de cabellos oscuros y medio enmascarado. Sus hombros estaban rígidos y
tenía la espalda completamente recta.
—Vamos —dijo Medio enmascarado—. Tenías razón. El aire aquí se ha vuelto un
poco… rancio ahora mismo.
Erik asintió con la cabeza, su mirada deslizándose hacia las chicas de la barra.
Aquellas mismas chicas le miraron, todos los ojos entrecerrándose sobre él como si
fuera un objetivo en una práctica de armas. Una de ellas, una alta y bonita asiática,
hasta levantó el vaso hacia él.
Un músculo palpitó en la mandíbula de Erik.
Miré el intercambio con un creciente temor. ¿Se conocían? ¿Era el tipo de chica
que Erik encontraba atractiva? Probablemente.
En el próximo instante, mi mirada conectó con la de la hermosa asiática. Ella
había dejado de observar a Erik y ahora me miraba a mí. ¿A mí? ¿Por qué? Intenté no
estremecerme ante el intenso escrutinio, aun cuando los rasgados y oscuros ojos
parecían catalogar cada uno de mis defectos.
Si fuera valiente, le enseñaría el dedo medio. Pero no lo era, así que me quedé
sentada en mi silla y no hice nada. La siempre cobarde Camille nunca hacía nada.

17
Mis ojos se abrieron como platos cuando alguien se inclinó hacia mí, invadiendo
todo mi espacio personal. Me eché poco a poco hacia atrás… hasta que comprendí
que era Erik.
La sorpresa me mantuvo inmóvil mientras su calor y olor a pino me envolvía.
¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! La determinación destellaba en sus oscuros ojos.
—Tengo algo para ti —dijo con voz ronca.
Un temblor recorrió mi columna. ¡No sólo estaba cerca de mí, sino que también
me hablaba!
—V-vale —me encontré diciendo.
¿Le pareció tan falta de aliento como me pareció a mí? Quiero decir, en serio,
esto era… esto era… inesperado, maravilloso y todo con lo que había soñado, y no
tenía ni idea de cómo reaccionar.
Colocó algo en mi mano y mis dedos se cerraron al instante alrededor de él. Era
suave y un poco arrugado. ¿Una servilleta? Oh, Dios mío. ¿Había escrito su número de
teléfono en él?
—Has…
Erik colocó un dedo sobre mis labios, haciéndome callar.
—Hablaremos el lunes en la escuela. —Con lo cual, se separó.
¿Nosotros hablaríamos? ¿Más de lo que ya hicimos? Le observé alejarse, tan
atontada que casi me caí de la silla. En serio, ¿estaba soñando?
Medio Enmascarado y los demás estaban de pie frente a una custodiada puerta
detrás de la estancia, esperando y frunciendo el ceño. Erik les dijo algo, pero no pude
enterarme qué. Uno de ellos tecleó un código en el panel de seguridad y
desaparecieron en el cuarto.
—Dulce Jesús, cariño, ¿qué te dio? —dijo Shanel entrecortadamente.
—No lo sé. —Con mi corazón revoloteando, abrí la mano. Era una servilleta, como
había supuesto. Sonriendo ampliamente, desdoblé los bordes. La parte de arriba
estaba en blanco así que le di la vuelta, pero cuando vi que el otro lado también
estaba en blanco, mi sonrisa se borró.
—No lo entiendo.
—Déjame ver. —Shanel me lo arrebató, lo revisó, y frunció el ceño—. ¿Se supone
que es algún tipo de broma?
En el momento que lo dijo, lo comprendí todo y las lágrimas quemaron en mis
ojos. Una broma. Sólo había sido una broma. Él probablemente sabía que estaba loca
por él y lo había hecho para recordarme que estaba fuera de su liga.
—No podemos dejarle escapar sin una explicación. —Frunciendo el ceño, me
lanzó la servilleta de vuelta—. ¡Y una disculpa!

18
Metí la estúpida cosa en mi bolsillo, imaginándome que la sacaba de golpe y la
tiraba a la cara de Erik. ¡Cómo se atrevía! No necesitaba que me lo recordaran. Ya lo
sabía. Pese a todo, siempre había tenido esperanzas. Hasta ahora.
—¿Y bien? ¿Vas a hacer algo?
Dejar de ser una cobarde por una vez. Podía ser una Invisible, pero todavía me
merecía un respeto.
Miré detenidamente al guardia fijado en la puerta. Era una gran y corpulenta
bestia humana que probablemente comía clavos para desayunar y niños pequeños
para el postre.
—¿Qué puedo hacer?
—Vi el código, y creo que conozco el modo de pasar a Hulk.
Mientras perfilaba su estrategia, palidecí.
—No sé —dije con reticencia—. Parece peligroso.
—Fuiste lo bastante valiente como para venir aquí —indicó Shanel—. Ahora se lo
suficientemente valiente para luchar por lo que te mereces.
¡Lo hacía parecer tan fácil!
—Vale. —suspiré—. Lo haré.
—¡Sí! Sabía que podías.
Nos pusimos de pie, sin saber que estábamos a punto de encadenar unos
acontecimientos que jamás podrían ser deshechos y cambiaría nuestras vidas para
siempre.

19
CAPÍTULO 3

—SEÑOR —dijo Shanel al guardia humano—. ¿Puedo hablar con usted un


momento?
—Vuelva a su mesa —gruñó él.
—Pero tengo que preguntarle algo.
Frunciendo el ceño, él se cruzó de brazos y reforzó sus pies separados.
—No debería estar en este área.
—¿Por qué no? Eso es lo que quería preguntarle. ¿Qué hay detrás de…? —Ahí fue
cuando ella tropezó y cayó contra él con todas sus fuerzas, golpeándolo y empujando
a ambos contra la pared. También vertió buena parte de su copa en sus pantalones.
Él aulló de furia y ella comenzó a chillar con fuerza, aunque no sonaba muy
convincente.
Las chicas de la barra se apresuraron hacia ellos, distrayendo al guardia, y
rápidamente tecleé el código de nueve dígitos que Shanel me había dicho. La puerta
se abrió y yo me deslicé dentro.
Clink.
Eché un vistazo hacia atrás y me di cuenta que la puerta se había cerrado
automáticamente y que yo estaba encerrada dentro.
¡Lo había conseguido! Realmente lo había conseguido. Respira, Robins, respira.
Intentando controlar mi temblor, examiné mi entorno. Vi un vacío y estrecho
pasillo, con varios cuartos bifurcándose a los lados. Unos brillantes focos colgaban en
hilera del alto techo, iluminando las baldosas del suelo. No había señales de Erik.
¿Dónde estaría?
¿Y dónde estaba Shanel? Según el plan, ella debería haber entrado unos
segundos detrás de mí. ¿Le había pasado algo? ¿Debería volver? Esperaría sólo unos
minutos más.

20
Nerviosa, eché un vistazo a mí alrededor, esta vez buscando un lugar donde
esconderme.
De repente, cuatro enormes Ell Rollis salieron de una habitación, cada uno
sosteniendo una Lancer, comprendí con el miedo casi debilitándome. Las Lancer eran
armas que arrojaban unas diminutas y serradas estrellas que cortaban la piel y el
hueso como si fueran mantequilla. Otra cosa que había aprendido de mi padre y sus
casos en los tribunales.
Shanel debió de haberme dado el código incorrecto. Y si les habían ordenado que
hirieran a cualquiera que entrara en este área sin autorización, me harían daño, sin
detenerse a hablar del tema.
Esto era lo que conseguía por ser valiente.
¿Qué debería hacer? ¿Qué diablos debería hacer? No podía pelear con ellos; me
destruirían en segundos.
—Inocente —jadeé—. Soy inocente.
Sus pequeños y brillantes ojos se entrecerraron sobre mí y uno de ellos me
apuntó con su Lancer al pecho. La sangre se acumuló en mi cabeza, dejando sólo
pánico y miedo. ¡Corre, Robins, corre! Pero no había ningún sitio adonde ir.
Uno de ellos disparó. Una multitud de destellantes y plateadas estrellas salieron
volando hacia mí, acercándose… acercándose. Parecían ir a cámara lenta,
permitiéndome visualizar cada centímetro de su avance.
Con un grito, me lancé al suelo.
Mientras caía, una de las estrellas me golpeó, enviando un torrente de fuego a
través de mi brazo. Otro grito salió de mi garganta cuando aterricé en un montón
deshuesado. Un agudo y atormentador dolor se bifurcó de mi brazo al resto de mi
cuerpo.
Los Otros me alcanzaron momentos más tarde, rodeándome. Me miré el brazo,
intentando no llorar cuando vi la sangre, la rasgada tela de mi camisa y la profunda
herida.
Éste muy bien podía ser el final de mi vida.
No vi toda mi existencia destellando ante mis ojos, sino las cosas que no había
hecho. No había viajado por todo el mundo. No había ido a la universidad, ni me había
convertido en una artista como siempre había querido. Ni siquiera había probado el
sexo.
Y ahora jamás tendría la oportunidad de hacer ninguna de esas cosas.
Ecos de pisadas resonaron en mis oídos como el retumbar de unos tambores. Mi
piel se sentía fría hasta el hueso, aunque el sudor humedecía mi cuerpo y un violento
estremecimiento me recorrió. Clink, clink. Oh Dios. Apreté bien fuerte los ojos,
sabiendo que una nueva ronda de estrellas había sido cargada en los cañones de las
Lancer. En cualquier momento…

21
Mamá, Papá, os quiero. Lo siento muchísimo, jamás pensé que esto pudiera
suceder.
—Alto —ordenó una cultiva voz a los Otros—. ¿Qué ocurre?
Obedeciendo al instante, los Ell Rollis se quedaron inmóviles.
—La encontramos —dijo uno de ellos—. La matamos, como ordenó.
—¡Estúpidos incompetentes! Se supone que no tenéis que matar hasta que yo no
haya interrogado a la persona. ¿Es que no podéis pensar, aunque sólo sea por un
segundo? Simplemente… quitaos de mi camino —ordenó la voz.
Un arrastrar de pies, luego silencio.
No me relajé. No podía. Me habían dado un indulto, nada más. «Se supone que
no tenéis que matar hasta que yo no haya interrogado a la persona», había dicho él.
Entonces, ¿me interrogaría y luego me pegarían un tiro?
—Bueno, bueno, bueno —dijo aquella culta voz, más cerca esta vez—. ¿Dónde
está tu amiguita pelirroja?
Alcé la vista, viendo al hombre medio enmascarado. Me sorprendía que él se
acordara de quien era y con quien estaba.
—No está aquí —logré decir a través de mi apretada garganta.
—Aseguraos de ello —ordenó a alguien.
Cambié de posición y el dolor explotó en mi herida, más intenso que antes. Un
gemido se elevó en mi interior pero logré reprimirlo. Si gimoteaba, lloraría, y no tenía
tiempo de llorar. Tenía que salir de aquí. Tenía que encontrar y advertir a Shanel.
¡Levántate! Lo intenté, realmente lo intente, pero simplemente estaba
demasiado débil.
Observé como un Ell Rollis saltaba por encima de mí y salía por la puerta por
donde había entrado. Erik y Silver se acercaron a Medio enmascarado y pronto los tres
se cernieron sobre mí, mirándome fijamente, tomándome la medida.
—No le hagas daño a mi amiga —dije—. Por favor. Ella no hizo nada malo.
Nadie contestó.
Presté mi atención a Erik, pero su familiar cara no me ofreció consuelo. Él fruncía
el ceño y podía ver chispas de cólera en sus ojos negros. ¿Les dejaría que le hicieran
daño a Shanel? Podía ser. Realmente, ¿qué sabía yo de él? El chico que siempre
imaginaba besando no se habría burlado de mí con una servilleta en blanco.
—Por favor —me encontré rogándole de todos modos.
—¿Cómo pasaste al guardia? —me preguntó Medio enmascarado y sus metálicos
ojos color ámbar parecieron iluminarse, hipnotizándome.
—¿Caminando? —dije, la palabra más una pregunta que una afirmación. Ahora
mismo, no estaba segura de nada. Sentí un mareo y gemí. A cada segundo que
pasaba, sentía más frio aunque, por el contrario, mi brazo ardía más y más.

22
Quería hacerme un ovillo; quería llorar.
Quería a mi mamá.
—No tolero la insolencia, niña —Levantando la mano, Medio enmascarado se
quitó el negro material que le cubría la parte inferior de la cara.
Cuando su aspecto se grabó en mi mente, me encogí, incapaz de detener la
automática reacción. Su piel estaba arrugada y coloreada en una variación de rojo y
negro. No tenía boca, sólo un profundo agujero, como si alguien hubiera cogido un
cuchillo y se la hubiera cortado.
—¿Quieres que esta cara sea lo último que veas? —Aquellos labios artificiales no
se movieron, y era asombroso que sus palabras fueran tan claras, tan limpias,
totalmente comprensibles—. Las niñas malas que se meten en lugares que no son
invitadas se merecen todo tipo de castigos.
—No —dijo Erik, sonando muy enfadado mientras me miraba—. No hay necesidad
de esto. Ella está conmigo.
Todos, incluyéndome, lo miramos con sorpresa.
—Nos dijiste que le pediste que se marchara, que las de su clase no son
bienvenidas —dijo Silver, hablando por primera vez.
La boca de Erik se estiró en una forzada sonrisa, sin reflejar ninguna diversión en
su expresión.
—Le dije que se marchara porque no quería que supieras que me veía con ella.
—De ninguna manera. —Silver de nuevo. Él negó con la cabeza, su pelo azul
balanceándose sobre su frente y sienes. Entonces me echó un vistazo, estudiándome
con firme intensidad—. ¿Por qué saldrías con ella?
Erik se encogió rígidamente de hombros.
—¿Por qué sale un tío con una chica en particular? —Su tono era seco y burlón a
la vez.
Por segunda (¿o tercera?) vez en este día, las lágrimas quemaron en mis ojos.
Dejé mi cabeza caer en el hueco de mi brazo ileso. Él les estaba haciendo creer que
salía (no, que se acostaba) conmigo. ¿Para salvarme? Si era así, genial.
Sin embargo, su actitud cortaba tan profundamente como la Lancer. Él hablaba
como si yo no fuera lo suficientemente buena como para estar en la misma habitación
que él. Como si no me mereciera respirar el mismo aire. Como si él me usara.
—Sólo lamento que el sexo no hubiera sido mejor —mascullé, el dolor dándome
coraje.
Erik parpadeó hacia mí. Silver perdió su expresión sobresaltada y sonrió
ampliamente.
—Esto no me gusta —gruñó Medio enmascarado—. Sabes que es mejor no traer a
tu novia a nuestras reuniones de negocio, Erik.

23
—Lo siento, señor —Erik no sonó como el muchacho que a menudo escuchaba
por los pasillos de la escuela. Sonaba a un hombre cultivado, respetuoso, pero de
ninguna manera sumiso—. Debería de haber comprendido que ella me seguiría.
—Debería mataros a ambos —refunfuñó el hombre.
—Soy su mejor empleado —contestó Erik sin emoción—. Pero más importante
que eso, su desaparición atraería la atención no deseada de los medios de
comunicación.
Medio enmascarado suspiró y volvió a colocarse la tela sobre su cara.
—Tienes razón. Simplemente… sácala de aquí. Llévala por la puerta de atrás; no
quiero que nadie vea su herida. Si ella habla…
—No lo hará. —Erik se inclinó, pasó su brazo alrededor de mi cintura, con cuidado
de no tocar mi herida y me levantó—. Me aseguraré de ello.
Incapaz de contener un quejido esta vez, me mecí contra él. La sangre goteaba
de mi brazo y mi cuerpo se debilitaba a cada segundo que pasaba. Una lágrima,
finalmente, se deslizó por mi mejilla.
—Vamos —dijo él, conduciéndome hacia delante.
—Espera. —Incluso aunque estaba impaciente por escaparme, arrastré mis pies
como si fueran hierros pesados—. ¿Y en cuanto a Shanel?
Un músculo palpitó bajo el ojo de Erik y echó un vistazo hacia Silver.
—¿Te asegurarás de que su amiga llegue a casa?
—Sana y salva —añadí, no es que nadie me prestara ni la más mínima atención.
—¿No será esa pelirroja que siempre me mira fijamente? —soltó Silver con un
gemido—. Cualquiera menos ella.
—Es esa —dijo Erik—. Por favor.
Con un suspiró exagerado, Silver añadió.
—Sí. Vale. Seguro. Lo que digas. Sólo avísame la próxima vez que empieces a
salir con una de las Invisibles.
—Sana y salva —insistí.
—Sí —contestó Silver, haciendo rodar los ojos—. Sana y salva.
Erik comenzó a caminar de nuevo. Sin protestar más, dejé caer la mayor parte de
mi peso contra él. Una extraña niebla se abría paso en mi mente, dejando tras ella una
espesa y negra telaraña.
—Erik —lo llamó Medio enmascarado.
Nos paramos. La abrupta acción me zarandeó y siseé.
—Lo siento —murmuró Erik, luego en alto dijo—: ¿Sí?
—Me sentiría muy decepcionado si me convirtiera en el objeto de investigación
del A.I.R. Y tú ya sabes lo que pasa cuando estoy decepcionado.

24
—No tiene de qué preocuparse, señor. Lo tengo todo controlado.
—Yo soy una tumba —dije débilmente—. Sus secretos están a salvo conmigo.
Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el hombro de Erik. Se me antojó que pasaba
una eternidad antes de que saliéramos del atestado edificio a la noche. El cálido y
limpio aire rozó la desnuda piel de mi brazo y quise gritar por el agudo dolor que me
provocó.
—¿Cuál es el tuyo? —me preguntó Erik.
Apreté los dientes para cortar un gemido.
—No es mío. Es de Shanel. —No sé por qué sentí la necesidad de advertírselo.
Como si a él le importara de quién era el coche—. El sedán negro.
—¿Tienes idea de cuántos sedanes negros hay? —gruñó Erik por lo bajo,
exasperado, irritado y claramente cabreado—. Abre los ojos y al menos señálame la
dirección correcta.
Hice ambas cosas y luego cerré mis ojos otra vez. ¿Cómo podía una herida tan
pequeña ser tan dolorosa? ¿Cómo podía una noche tan prometedora acabar en tal
pesadilla?
Él me condujo al coche y me sostuvo el brazo para la identificación dactilar.
Sentía el brazo tan inestable que no pude hacerlo yo sola.
—Ahora di abrir —ordenó él.
—Abrir —dije.
Nada.
Erik pronunció otro de aquellos gruñidos amenazadores.
—¿Está programado para aceptar tu voz?
—Sí.
—Entonces habla tan fuerte como puedas, a ver si el coche te reconoce. Forzarlo
aquí, en un espacio abierto, es peligroso.
Inspiré una bocana de aire y dije:
—¡Abrir!
La puerta del coche se abrió de golpe y Erik me colocó en el asiento de
pasajeros.
—Ahora ordénaselo a la puerta del conductor.
—Abrir —dije, aún más débil que antes. Aquella puerta, al menos, obedeció y
pronto Erik se colocó a mi lado—. Acepta la nueva voz —ordené antes de que él me lo
pidiera. Yo no era una completa estúpida. La mayoría de los días, al menos.
—Arranca —dijo Erik, y el motor rugió a la vida al instante. Él programó una
dirección y nos pusimos en movimiento.

25
Mientras el coche rodaba a lo largo de la carretera, un pesado silencio nos rodeó.
Por fin estaba a solas con Erik Troy, justo como había soñado. Aunque jamás me lo
había imaginado en estas circunstancias: Yo, herida y cubierta de sangre. Él, tanto mi
atormentador como mi salvador.
—Fue cruel —dije.
—¿Qué?
—La servilleta.
Él no contestó.
Su silencio dolió. ¿Lo habría matado una explicación? ¿Pedir perdón?
Mantuve los ojos cerrados y la cabeza contra el asiento. Un poco más tarde, el
rasgar de tela cortó mis pensamientos, y luego sentí algo fresco apretado contra mi
brazo.
Mis párpados se abrieron de golpe y jadeé. Erik se inclinaba sobre mí, haciéndole
algo a mi herida.
—Para —ordené—. Sea lo que sea que estás haciendo, para.
—Tengo que hacerlo —dijo él con rotundidad—. Todavía sangra.
Se había sacado la camisa –y estaba desnudo de cintura para arriba- aplicando
presión a la herida. Lamenté no tener la sangre fría para disfrutar de la vista de su piel
bronceada, sus músculos firmes y su negro gato tatuado sobre su musculoso
estómago. Pero tal y como iban las cosas, estaría mejor tumbada en una camilla con
una intravenosa inyectada en mis venas.
—¿Vamos al hospital? —pregunté con esperanza.
—¡Infiernos, no! —Él me frunció el ceño—. ¿Tienes idea de lo que has hecho?
¿Tienes alguna idea de lo que podrías haber arruinado?
Su cara estaba roja de ira, sus ojos brillantes de furia. Yo no tenía ni idea de lo
que podía haber arruinado, pero lo que sabía era que no me gustaba ser el blanco de
aquella fija mirada.
—Lo siento. No pensé…
—Sentirlo no repara el daño que has causado. Estaba tan cerca. Estaba tan cerca
del éxito, y en menos de dos minutos lograste destruir todo mi trabajo, arrojando a la
basura todos estos meses.
Más que acobardarme ante el conflicto, mi habitual reserva desapareció y estallé.
—Me muero, ¿y tú me gritas? Dije que lo siento, ¿vale? De todos modos, tú eres
el único culpable. Si no me hubieras dado la servilleta, yo no te habría seguido.
Pasó un segundo en silencio mientras él apretaba la mandíbula. Luego, me
perforó con su feroz mirada.
—Primero, tú no te mueres. Vivirás. Segundo, de nuevo, tus «lo siento» no
significan una mierda. Pero no es completamente culpa tuya lo que pasó esta noche —

26
concedió él—. Mi pasado finalmente me alcanzó y las cosas habrían salido mal con o
sin tu interferencia.
Eso me calmó, pero sólo ligeramente.
—Habiendo dicho esto, sin embargo —añadió él, con un borde acerado en sus
palabras—, te diré el tercer punto. Incluso aunque te hubiera dado una bolsa llena de
caca de perro, deberías haberte quedado en tu mesa. Casi hiciste saltar mi tapadera
con… —Él se detuvo y frunció el ceño—. No importa.
Parpadeé con sorpresa.
—¿Tu tapadera? ¿Que ibas de incognito? ¿Eres poli?
Él se pasó la mano por el pelo y refunfuñó.
—Tú sueñas.
—¿Qué eres entonces?
—Simplemente déjalo estar, Camille.
Era la primera vez que decía mi nombre y temblé ante el sonido en sus labios.
—¿Eres del A.I.R.? —Era la única otra agencia en la que podía pensar, y ya que
ellos se especializaban en los Otros y un Morevv había estado allí…
Erik resopló.
—Soy la peor pesadilla del A.I.R. cariño… y ahora soy la tuya.

27
CAPÍTULO 4

ME tomé unos segundos para digerir sus palabras.


—¿Pe-pesadilla? —balbuceé. Había un destello impío en los ojos de Erik que
oscurecía sus marrones iris a un espantoso y siniestro negro. En ese momento, no se
parecía a un inocente chico. No se parecía al chico por el que me había vuelto loca
estos últimos meses. No, parecía duro y ruin, y capaz de hacer todo tipo de cosas
malas.
Un temblor me recorrió y éste no fue tan agradable como el anterior.
—No-no entiendo —logré decir.
—No tienes que entender nada —dijo él misteriosamente—. Todo lo que tienes
que saber es que he hecho cosas malas, y seguiré haciéndolas hasta lograr mi
objetivo.
Zarcillos de sorpresa se mezclaron con mi miedo y una frialdad barrió a través de
mí. ¿Me estaba amenazando?
—No entiendo —repetí tontamente. Seguramente he escuchado mal, pensé,
cuando el coche frenó de golpe, echándome hacia delante. Me agarré el brazo,
intentado protegerlo de los punzantes efectos secundarios.
—Como te dije, yo no me preocuparía por entenderlo. Me preocuparía por
sobrevivir. —Entonces él se giró, mirando por la ventana.
—Sólo intentas asustarme.
—Allí había agentes del A.I.R., Camille. ¿Recuerdas al grupo de chicas duras que
nos observaban? —Él no esperó mi respuesta—. Ellas van tras de mí.
—¿Por qué?
—Están decididas a cogerme —continuó como si yo no hubiera hablado—, y me
vieron darte aquella servilleta. Se preguntarán qué había en ella. ¿Un código?
¿Información? Y a no ser que todas sean ciegas, te vieron seguirme después.
Probablemente piensan que planeamos la reunión y asumirán que estás implicada
conmigo. Ahora el A.I.R. también irá tras de ti.

28
Agentes del A.I.R. Los medios de comunicación no se cansaban de repetir que
eran las personas más temidas del planeta y que mataban a los aliens depredadores
sin pensárselo. Sin afectarles. Sin remordimientos. Y sin un juicio.
Recordé a las chicas, los duros destellos en sus vigilantes ojos, el modo en que
habían destacado, indiferentes a todo a su alrededor. La forma en la que me había
observado la magnífica asiática. Sí, fácilmente podía imaginármelas como unas
asesinas.
No te preocupes. Tú no has hecho nada malo.
—Soy inocente —le dije a Erik con voz temblorosa—. Y ninguno de nosotros es un
alien. El A.I.R. no se preocupará por lo que hicimos.
—Ellos no cazan sólo a los aliens. También cazan a las personas que ayudan a los
aliens a cometer crímenes.
—Pero yo no ayudé a nadie a cometer un crimen, alíen o no.
Erik sólo me lanzó otro de aquellos duros vistazos y yo parpadeé con sorpresa.
—¿Tú ayudaste a un alíen a cometen un crimen?
—Sí.
—Y luego ellas me vieron seguirte con aquella estúpida servilleta —dije
débilmente, teniendo problemas para tomar aliento—. Así que pensarán… asumirán…
—como diría Shanel: Oh, cariño, Dulce Jesús.
—Sí —dijo él de nuevo—. Lo pensarán y lo asumirán.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? —dije entrecortadamente.
Él se encogió de hombros.
—Quería que ellas fueran tras de ti en vez de mí.
Mi sorpresa aumentó.
—¿Qué?
—Ellos te habrían cogido, te habrían interrogado, habrían encontrado la nota en
blanco, verían que eres tan inocente como pareces y te habrían dejado ir.
Conociéndome como me conocen, habrían comprendido que las había engañado. Pero
noooooo. Tuviste que seguirme como si lo hubiéramos planeado, haciéndonos parecer
tan culpables como el infierno.
—¡Tú… tú…. bastardo! —Lo que él describía me hacía parecer a mí culpable de
algo.
—Hago lo que tengo que hacer. —Erik me miró fijamente, sosteniéndome cautiva
con su intensidad—. Siempre.
Alcé la barbilla con determinación.
—Bien, iré y les explicaré qué pasó.
—Como si fueran a creerte ahora.

29
—Lo harán.
—No importará lo que les digas. Quiero decir, seguro que ya sabes cómo actúan.
Mi estómago se apretó con las náuseas.
—Aun así iré a hablar con ellos. No hice nada malo.
—Si vas a la oficina central del A.I.R. serás encerrada y golpeada para conseguir
información, igual que yo.
—Mientes.
—Supongo que sólo hay un modo de averiguarlo.
Mis náuseas se intensificaron y él suspiró.
—¿Y si ellos no consiguieron tu nombre? ¿Y si estás a salvo? ¿Todavía crees que
es sabio entregarse?
Experimenté un rayo de esperanza.
—No.
—Yo tampoco lo creo. ¿Y sabes qué? A causa de esto, hasta podrías convencer a
tu madre y a tu padre de tomar unas vacaciones y ocultarte por si acaso.
Mi boca se secó. Mis padres. No podía contarles lo que había hecho, lo que había
pasado. Simplemente no podía. Tendría que confesar que había mentido y se sentirían
decepcionados.
Y yo no podría soportar su decepción.
Era su única hija, su «precioso bebé». No quería que eso cambiara. En serio, una
mirada acuosa por parte de mi madre y yo querría arrancarme el corazón. O un
«pensé que te había educado mejor» de mi padre y sollozaría.
—¿Y si el A.I.R. sabe quién soy? —pregunté suavemente.
—Ellos te perseguirán, así que estate preparada. Te interrogarán, haciéndote
preguntas fáciles al principio. Tu nombre, tu edad. Luego se volverán más difíciles.
¿Qué hacías en el club? ¿Qué ponía en la servilleta? ¿Por qué me seguiste? ¿Alguna
vez has tomado Onadyn y si es así, de quién lo conseguiste? No les des las respuestas
que ellos quieren y —él se encogió de hombros—, sufrirás.
—¿Onadyn?
Parecía que caía más y más profundo en una pesadilla y sacudí la cabeza. Como
vampiros que necesitaban sangre para sobrevivir, algunos aliens necesitaban Onadyn.
Sin él… gracias a mi padre, había visto algunas fotos de un Otro que había muerto por
falta de Onadyn. Su cuerpo estaba retorcido y su cuerpo tan lleno de dolor que me
dolía ahora de sólo pensarlo.
Legalmente, se suponía que los humanos no consumían esa sustancia, pero ellos
lo hacían para drogarse y a menudo morían de una sobredosis, por lo que estaba
estrictamente regulado. Vender Onadyn era castigado con la cadena perpetua.
—Jamás, en toda mi vida, he consumido. ¡Si ni siquiera he estado cerca de él!

30
Erik me ignoró y continuó hablando:
—El A.I.R no está atado a las leyes comunes, por lo que hasta podrían matarte si
quisieran.
—¿Pero por qué? —La histeria comenzó a crecer en mi interior y me enderecé.
Cazada, interrogada y tal vez asesinada. Seguramente él mentía. O exageraba, al
menos. ¡Yo era inocente, maldita sea!
—Ahora estás vinculada a mí, Camille, y yo soy un sospechoso distribuidor de
Onadyn.
Quise bloquear las palabras en mi mente pero no podía. Eran demasiado
siniestras.
—Pero no hice nada malo —insistí. ¿Cuántas veces tenía que decirlo?—. No
puedo estar vinculada con esto.
—Conocías el código que abría la puerta del Ship’s. Y el A.I.R. sabe que sólo la
usan los distribuidores.
—No. No, no y no. Ellos no pueden hallarme culpable. —Sacudí la cabeza de
nuevo, aun cuando tenía mis dudas dentro de mi cabeza—. Cuando les muestre la
servilleta, ellos me creerán.
—O pensarán que destruiste la original y la sustituiste por una en blanco. Has
tenido tiempo para hacerlo.
¡Condenación! Me agarré las rodillas y me clavé las uñas en la piel.
—No te pedí que me siguieras, Camille.
—No, tú sólo me elegiste —dije con amargura.
Él me miró con los ojos entrecerrados.
—Si esto hubiera pasado de otra forma… pero, francamente, esperaba que
abandonaras el club. Esperaba que ellos te arrestaran, interrogaran y liberaran
después.
Eso no excusaba sus acciones.
—¿Por qué estas implicado en algo así? —pregunté—. ¿Por qué?
—No tengo que darte explicaciones. —Sus manos se apretaron en puños—. Oigo
la condena en tu voz pero, ¿sabes qué, señorita Inocencia? A veces hay buenas
razones para hacer cosas malas.
—Mi padre es abogado y le he escuchado hablar de alguno de sus casos. Todos
tienen una «buena» razón para hacer las cosas que hacen, pero al final del día, otras
personas son las que sufren debido a esos malos motivos.
—No me sermonees. Estoy más allá de la redención.
—Después de lo que me hiciste te sermonearé si me da la gana. —El coche dio
otro frenazo y mi brazo palpitó aún más. Las lágrimas volvieron a arden en mis ojos y
miré fijamente la herida. La sangre había traspasado la suave camiseta de Erik.

31
Dios. ¿Podría volverse esta noche aún peor?
Erik suspiró, perdiendo todo atisbo de cólera.
—Tenemos que cubrirla de nuevo.
—No. Sólo quiero irme a casa —dije débilmente—. ¿Es a dónde vamos, verdad? —
Por favor, por favor, por favor.
Espera, pensé una fracción de segundo más tarde. Si él me llevaba a casa, mis
padres averiguarían que les había mentido. No tendrían ninguna duda.
Podía pedirle a Erik que me llevara con Shanel.
No. Eso tampoco funcionaría. Se suponía que ella también se había quedado con
una amiga. ¡Maldición, maldición, maldición! ¿Qué podía hacer?
Un músculo palpitó en la mandíbula de Erik.
—Traficante de drogas o no, soy tu única cuerda salvavidas en este momento. Si
te llevo a casa ahora, tu herida se infectará. Dudo mucho que tus padres sepan curar
una herida de Lancer.
Entonces, no íbamos a casa. Mi estómago se apretó con alivio… y temor.
—Y si no me llevas a casa… ¿a dónde me llevas?
—A la mía.
—No. De ninguna manera. —Podía haber comenzado la noche queriendo pasar
tiempo con él pero ahora no podía esperar para alejarme de su lado.
—¿Dónde más quieres ir, eh? Y no me digas «al hospital» otra vez. Tus padres
serían notificados y los médicos te harían preguntas que no quiero que contestes.
Costara lo que costara, yo no quería que avisaran a mis padres.
Independientemente de lo que tuviera que hacer para mantenerlos al margen, lo
haría.
¿Más mentiras? Casi gemí pero si tenía que hacerlo sí, mentiría mucho más. Peor
sería que se sintieran decepcionados. Ellos pensarían que la culpa era suya,
preguntándose qué es lo habían hecho mal, en qué habían fallado, sintiéndose tristes
por ello. Sólo de pensarlo me odiaba a mí misma.
Jamás debería de haber salido hoy de casa.
A veces hay buenas razones para hacer cosas malas, había dicho Erik. Su voz
susurraba en mi mente y me sentí avergonzada. Mentir no era bueno, pero yo tenía
una buena razón para hacerlo… o eso me decía.
Aunque, ¿podría confiar en que Erik no me hiciera daño?
Probablemente, decidí poco después. A pesar de todo lo que él había admitido
hacer, me había salvado de los Ell Rollis. Había mentido por mí… otra buena razón
para una cosa mala. Me había ayudado en el coche y se había quitado la camiseta
para dármela.
—¿A tus padres no les importará? —pregunté.

32
Él me lanzó otro de aquellos vistazos ¿estas-de-broma?
—No vivo con mis padres. Vivo solo.
—¿Pero cómo te… mantienes? —Terminé sin convicción. Podía adivinar la
respuesta: vendiendo drogas.
—No como estás pensando —refunfuñó él.
¿Entonces cómo? ¿Algo peor que el Onadyn? Quise preguntárselo, pero no lo
hice. Quizás fuera por la pérdida de sangre o por el hecho de que casi me habían
matado, pero independientemente de la razón, una oleada de tristeza ensombreció mi
pánico, mi miedo, y probablemente mi sentido común. ¿Cómo podía haber estado tan
equivocada con Erik?
Había varios adictos al Onadyn en nuestra escuela… y Erik probablemente se la
suministraba. Aquellos chicos constantemente estaban peleando, robando. Unos
cuantos habían sido expulsados por hacer felaciones en el cuarto de baño. Y no
solamente fueron chicas.
—No todos hemos tenido tu vida mimada —dijo él, irradiando amargura.
—Tú no sabes nada de mí. —Demasiado débil para seguir discutiendo, me giré
hacia la ventanilla y me quedé mirando fuera. Los plateados rayos de la luna caían
sobre los derrumbados edificios y algún que otro árbol ocasional. Había cuchilladas de
color por todas partes y la gente caminaba a lo largo de las aceras y a través de la
noche. Gente aterradora. Las armas destellaban en sus cuerpos y los dientes brillaban
en sus malvadas sonrisas.
Esta no era una vecindad agradable. ¿Vivía Erik en esta zona? Intenté no
estremecerme.
—No me lo has dicho —dijo él de repente, cortando el silencio—. ¿Qué hiciste con
la servilleta?
No lo miré.
—La tengo en el bolsillo.
—Bien. —Él cabeceó—. Quémala cuando llegues a casa.
—Desde luego —mentí. ¿Cuántas veces lo había hecho hoy? Pero de ninguna
manera iba a quemar aquella servilleta. Era la prueba de mi inocencia. O eso
esperaba.
—No quiero que ellos la usen contra ti —continuó él, como si leyera mi mente.
Arqueé ambas cejas.
—¿Cómo podrían?
—Estoy seguro de que encontrarían la forma. Siempre lo hacen.
—No deberías de habérmela dado —gruñí—. En la escuela me has ignorado
durante todo el año, y un día que me prestas atención, prácticamente me atas un
peso alrededor de los tobillos y me lanzas en medio de los tiburones.

33
—No siempre te he ignorado. —Su voz fue suave, plana.
—Mentiroso.
—Ayer llevabas un collar con un corazón de plata. Nunca lo habías llevado antes.
¿Te parece que eso es ignorarte?
Mi boca cayó abierta por la sorpresa. Él tenía razón. Mis padres me habían
regalado el medallón ayer por la mañana «solamente porque te queremos», habían
dicho. No lo había llevado puesto esta noche porque tenía miedo de perderlo. ¿Y él
había notado ese detalle tan pequeño?
¿Eso era bueno o malo? No lo sabía, y considerando quién y qué era él, no
debería de sentirme tan feliz por ello. No, no debería sentirme. Pero lo hacía. Idiota.
—¿Por qué has ido al Ship’s esta noche? —preguntó Erik, cambiando de tema—.
Jamás habías estado allí antes.
No hice caso de la pregunta, demasiado avergonzada por la respuesta.
—No lo sabes con seguridad. Quizás he estado mil veces y tú nunca me has visto.
Él sacudió su cabeza.
—Jamás has estado allí antes. Lo sabría.
—Yo… bueno… —no sabía qué decir.
—Si no lo supiera mejor, pensaría que fuiste enviada por el A.I.R.
Sin creer lo que estaba diciendo, giré para mirarlo. Él mantuvo la vista al frente.
De perfil, su nariz era un poco más larga de lo que creía, y su barbilla sobresalía
tercamente.
—¿Te burlas de mí?
—No. Apareces la misma noche que, se supone, cosas grandes iban a suceder.
Apareces la misma noche que el A.I.R. me deja saber que me observa. Y finalmente,
me espías disimuladamente y me sigues.
Mis mejillas ardieron. Dicho así, realmente parecía culpable. De nuevo. Al parecer
no había hecho nada a derechas en el club.
—¿Y por qué sabes que no es así? —No pude menos que preguntar.
Hubo una pausa, un encogimiento de hombros.
—Simplemente no encajas en su prototipo habitual, eso es todo.
—¿Y cuál es?
—Fuerte. Sanguinario. Valiente.
Vale, sus palabras realmente dolían. Sí, yo era una cobarde. Y sí, tendía a
esconderme antes que meterme en medio de una pelea. Odiaba eso de mí. Es más,
odiaba que él me viera de esa manera.
—Tienes razón. No soy del A.I.R. —Solté un suspiro—. Shanel y yo… —¡Dios!,
¿realmente iba a contárselo? ¿Realmente iba a admitir lo estúpida que era? Por qué

34
no, pensé entonces. Su opinión ya no me importa. Ni siquiera un poco. En serio—.
Fuimos al club a verte a ti y a Silver. Sólo queríamos que vosotros dos os fijarais por
fin en nosotras, eso es todo.
Erik no contestó -él era muy bueno en eso- y mi estómago se apretó. ¿Qué
estaría pensando?
Miré como las finas líneas alrededor de su boca se volvían más profundas. Tenía
una sombra de barba sobre su mandíbula. Varios chicos de la escuela la tenían, pero
ahora, sobre Erik, le hacía parecer infinitamente más viejo.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté.
—Demasiado mayor para ti —refunfuñó él.
Ouch.
—¿Y cuántos años es eso?
Otra pausa, luego:
—Veinte —admitió de mala gana.
No mucho más mayor que yo, en realidad, pero no se lo advertí. Eso apestaría a
desesperación y él ya pensaba muy mal de mí… no es que me importara, me recordé.
Además, ¡yo también pensaba mal de él!
—Con veinte eres un vejestorio para estar todavía en la escuela —comenté—.
¿Has cateado algunos cursos?
Él resopló.
—Ni hablar.
—Entonces por qué… —las palabras murieron de pronto—. No importa. —¡Joder!
Estaba todavía en la escuela porque no había mejor lugar donde vender sus drogas.
El coche finalmente se detuvo frente a una pequeña y destartalada casa. Las
ventanas estaban selladas y los grises ladrillos descascarillados y sin pintar. El césped
estaba seco y amarillento, quebradizo.
—Bienvenida a mi casa —dijo Erik sin ningún atisbo de orgullo y salió del coche.
—Abrir —le ordené a la puerta. Fue una orden débil y los monitores no la
recogieron. Está bien, en realidad no quería salir del coche. Aquella casa podría
derrumbarse en cualquier momento. Pero Erik estaba a mi lado en el próximo
instante, abriendo la puerta con la mano y enrollando un brazo alrededor de mi
cintura. Él me puso de pie.
El sentido común exigía que no tocara a este chico que me había decepcionado
tan sobremanera, que me había insultado y se había considerado mejor que yo, a
pesar de su propio oscuro pasado (y presente). Pero encontré que mi cuerpo no
estaba de acuerdo con mi mente, y antes de darme cuenta descansaba la cabeza
sobre su desnudo hombro. Su piel era cálida, suave, y olía muy bien, a calor y luz de
luna.

35
Puf. ¿Cómo podía ser tan estúpida al pensar todavía en él así? Él es malo,
¿recuerdas? Malo, malo, malo.
—¿Qué hacías tú en el club? —pregunté—. ¿Comprando Onadyn para vendérsela
a los niños de la escuela? —Eso era. El recordármelo ahuyentó el placer que sentía al
estar entre sus brazos.
—A veces tu descarada boca no es apreciada.
¿Yo? ¿Descarada?
Él debió sentir mi sorpresa, porque añadió:
—¿Recuerdas la pequeña observación que hiciste sobre que era un mal amante?
Ah sí. Casi sonreí abiertamente. ¡Bien por mí!
—No es gracioso —dijo él.
—En cierto modo lo es.
Sus labios se estiraron mientras él me introducía por la puerta principal. Como la
vecindad era tan pobre, esperaba que usara una anticuada llave para abrir la puerta.
En cambio, tenía un caro escáner de Identificación Personal y colocó su mano en el
centro.
Al instante una brillante luz azul rodeó sus dedos y palma, escaneando las
huellas.
—Bienvenido, Erik —dijo una voz mecánica mientras la puerta se deslizaba
abierta.
Una vez que pasamos el umbral, la puerta se cerró automáticamente y las luces
de la casa se encendieron. Mis rodillas flaquearon y una oleada de vértigo me asaltó.
Me balanceé. Ponerme de pie había sido un error. Caminar había sido un error aún
más grande.
Sentí los párpados pesados como piedras y comenzaron a cerrarse solos. La
oscuridad nubló mi mente y tropecé hacia delante.
Me caigo, quise decir. Voy a caerme. Pero mi boca se negó a obedecer.
Erik me sostuvo más fuerte, manteniéndome recta.
—Sólo un poco más —dijo, y me sorprendió la suavidad de su tono.
Un segundo más tarde, los dedos de mis pies golpearon el borde de algo. El sofá,
comprendí, cuando espié por mis párpados entrecerrados. Era grande, marrón, y
suave, y me llamaba para que me derrumbara.
Erik me hizo girar despacio y me empujó suavemente por los hombros. Yo no
pude sentarme con la elegancia que él quería y terminé sentándome de golpe y sin
gracia. Los aterciopelados cojines se ahuecaron a mi alrededor.
—Quédate aquí —dijo él.
Como si pudiera moverme.

36
Cómoda por fin, luché contra el sueño -¡Qué bien se sentiría el quedarse
simplemente dormida, olvidando, soñando!- y exploré el cuarto en el que me
encontraba, curiosa por saber cómo Erik vivía.
Nada sobre él había sido como esperaba así que, ¿por qué debería serlo su casa?
A pesar del aspecto exterior, el interior era muy agradable. Techos abovedados,
suelos de hormigón pintado, paredes de ladrillo gris, y muebles limpios y cómodos: un
sofá (marrón), un sillón (marrón) y una mesa de centro de cristal. Había hasta una
televisión holográfica.
De todos modos él no debía vender mucho Onadyn ya que, de otra forma, viviría
en un barrio mejor y tendría suelos de madera auténtica y alfombras persas, ¿no?
—Ya estoy de vuelta —dijo Erik, de nuevo a mi lado. Para mi decepción, llevaba
otra camisa que cubría todos aquellos músculos y suave piel. En sus manos había
amontonado frascos y vendas.
—¿Esto va a doler?
—Oh, sí.
Fruncí el ceño y me habría alejado si hubiera tenido fuerzas.
—¿Por qué me lo has dicho? Deberías haberme mentido. Ahora saltaré cada vez
que te acerques.
Él hizo rodar los ojos.
—Siéntate recta.
Lo intenté, realmente lo intenté. Pero no había tenido fuerzas para moverme de
donde había caído, lo que quería decir que no tenía fuerzas para inclinarme. Erik
deslizó las manos por detrás de mis hombros y me impulsó hacia delante. Incluso
sentía la cabeza demasiado pesada para mantenerla recta y dejé que colgara hacia
delante.
—¿Durmiendo sobre mí? —me preguntó él.
—No —contesté, cerrando los ojos. De todos modos, ¿por qué luchaba contra el
sueño? No había razón para quedarse despierta cuando un negro abismo me
esperaba, pidiéndome que cayera en él. Allí, podía fingir que esta noche nunca había
pasado.
—¿Seguro?
La palabra cortó a través de mis pensamientos y ahuyentó el abismo, dejándome
desvelada y de vuelta a la realidad. Nada de descanso para mí, ningún indulto.
—Simplemente véndamelo ya —refunfuñé.
Él soltó una carcajada.
—No te preocupes. Lo que estoy a punto de hacer te despertará.
Un estremecimiento me recorrió al escuchar la despreocupada y desinhibida
carcajada. Es más, sentí el color drenarse de mis mejillas. Supongo que el sufrimiento

37
y yo nos habíamos hecho buenos amigos e iba a experimentarlo un poco más esta
noche.
—Gracias. Realmente necesitaba oír eso.
—Entiendo que no te llevas muy bien con el dolor.
—¿Lo hace alguien?
Mientras el desenrollaba la camiseta de mi brazo, me encogí y me mordí el labio
para impedir gritar. La tela, aunque era suave, raspaba contra la desgarrada y cortada
carne. Erik dijo:
—Algunas personas soportan bien el dolor.
Hubo una extraña inflexión en su triste y vulnerable tono.
—A ti te han hecho mucho daño, ¿verdad?
Sus ojos se encontraron con los míos durante unos breves segundos, pero él
ignoró mis palabras. Frunció los labios y comenzó a pellizcar y a pinchar en la herida.
Intenté soltarme de un tirón.
—¿Qué haces? Eso duele aún más.
—Catalogo el daño. Estate quieta.
Sí, seguro.
—Probablemente me resultaría más fácil agitar mi varita mágica y hacer
aparecer todo el reparto de Aliens Night.
—¿Realmente ves esa basura? —dijo Erik, continuando con la tortura.
—No —contesté, ruborizándome. Bueno, quizás había visto un episodio o dos. En
mi defensa debo decir que la telenovela otros-mundos tenía un argumento excelente.
Carmine había intentado matar a Sasha, que quería volver a su planeta Jen Jen Bi para
vengarse de su loco padre, Escar, que la había vendido al terrícola Rocky, que
esperaba engendrar una raza de híbridos alienígenas y humanos.
—Tienes dañado el tejido. —Erik se enderezó—. Un vaso sanguíneo seccionado y
el músculo rasgado. Si no lo hubieras esquivado cuando lo hiciste…
Podrías haber perdido el brazo, terminé por él. Casi vomité. Sentí subir la bilis,
pero conseguí contenerme.
—Esto ayudará. —Él aplicó una gruesa pasta en el centro del corte y un floral olor
llegó a mi nariz—. Tienes suerte. Sólo te golpeó una estrella y ésta sólo rozó las capas
superiores, antes que cortar el hueso.
—Parece que todavía la tengo encajada ahí.
—Es porque lo está. Bueno, trozos de ella. —Él extendió una (¡puaj!) maloliente
nata líquida sobre la pasta—. Lo que la mayoría de la gente no sabe es que las puntas
de las estrellas se liberan en el momento del impacto y se alojan en lo primero que
tocan. Por suerte para ti, la pasta lo entumecerá todo y la nata líquida disolverá el
metal y no la carne, así como cauterizará la herida. Estarás como nueva en unos días.

38
Quería estar como nueva ahora.
—Nunca había oído hablar de este tipo de pasta o nata líquida.
—Sólo porque no hallas oído hablar de ella no significa que no existan. ¿Te
sientes mejor? —añadió con apenas un aliento.
Parpadeé con asombro. Sí, lo sentía. Realmente no conocía este tipo de
medicamentos que funcionaban tan rápidos, pero estaba enormemente agradecida
por ellos. El dolor ya disminuía.
Bueno, el dolor de mi brazo disminuía, comprendí poco después. Ahora que no
estaba absorta en la herida, comencé a notar que el resto de mi cuerpo estaba en
bastante mal estado. Magullado, como si hubiera tenido un accidente de coche. La
espalda me palpitaba –debí habérmela golpeado cuando me tiré al suelo- y los
músculos del muslo estaban agarrotados.
—Te sentirás débil por la pérdida de sangre, así que tómatelo con calma. —Erik
aplicó una capa final de gel. Gracias a Dios, éste pareció neutralizar el olor de la nata
líquida. Por último, me vendó el brazo con un paño blanco.
—¿Tienes algún analgésico? —pregunté—. La pasta funciona, sí, pero ahora me
duele el resto del cuerpo.
—Sí —fue todo lo que él dijo.
—Bien —incité—. ¿Puedo tomar uno?
Él negó con la cabeza y dos mechones de pelo color miel cayeron sobre su
frente.
—No. Lo siento. Los analgésicos que tengo te pondrían a dormir y necesito que te
mantengas despierta.
¡Ey, hola!
—Dormir bueno. Permanecer despierta malo.
Sus labios se movieron poco a poco en una pequeña sonrisa que él intentó con
todas sus fuerzas ocultar.
—De tu brazo pasará a tu cuerpo, te lo prometo. Además, no quiero tener que
llevarte hasta tu cuarto. Tu padre podría no entenderlo.
Mis hombros se hundieron. Sí, era cierto. Mis padres montarían en cólera si veían
a un chico entrar a hurtadillas en mi cuarto. No importaba la razón o el motivo, se
podrían hechos un basilisco. No les importaría que Erik me hubiera salvado la vida.
Pensar en las cosas que había hecho por mí me confundió y me calentó de
repente. Realmente no podía entender cómo él pudo implicarme tan fríamente, cómo
podía traficar con drogas, y aun así, al final, tratarme tan dulcemente.
La gente buena a veces tenía que hacer cosas malas. ¡Dios! ¿Cuántas veces se
colaría eso en mi mente? ¿Qué había querido decir él exactamente con eso?
Debí cerrar los ojos y quedarme adormilada (muy mal Camille) porque la
siguiente cosa que supe fue que un mojado y frío trapo se presionó contra mi mejilla.

39
Erik me limpiaba la cara con suaves golpecitos, borrando el maquillaje que yo me
había pasado una hora aplicando. Sus cuidados no dolían, tal y como él había dicho.
Era tan suave como una persona podía ser.
Jamás podría entenderlo.
Con aquel pensamiento, mi mente regresó a la oscuridad. Yo flotaba. No, flotaba
no. Estaba acurrucada en los brazos de Erik, que me llevaba al coche. Sus brazos eran
fuertes y consoladores mientras el cálido aire de la noche me envolvía.
Él suspiró, y su igualmente cálido aliento acarició mi mejilla.
—Venga, Bella Durmiente —dijo él—. Vamos a llevarte a casa.

40
CAPÍTULO 5

NO llegamos muy lejos.


El paseo comenzó bastante suavemente, y, como prometió, el alivio del brazo
alcanzó a mi cuerpo y dejó de palpitar por completo. Todavía estaba débil, pero al
menos ya no sentía más ese atormentador dolor. No perdí el tiempo durmiendo, no
podía. No había pensado en otro lugar a donde ir, así que Erik me llevaba a casa. El
miedo me mantenía en vela mientras imaginaba la reacción de mis padres cuando me
vieran.
¡Dios!, ¿qué iba a decirles? Ya me lo había preguntado antes, pero ahora que
estaba realmente más cerca de verlos…
—¿Puedes llevarme a un motel? —pregunté, la desesperación finalmente
dándome una idea.
—¿Decidiste que no quieres que mamá y papá sepan lo que has hecho?
No contesté.
—¿Y tú?
—¿Tienes dinero?
—No.
—Yo tampoco. Además, no me sentiría bien dejándote en un motel.
¿Qué él no se sentiría bien dejándome en un motel? Me puse rígida, pero no le
indique todas las cosas malas por las que no debería sentirse bien.
Viendo mi renovada tensión, él preguntó,
—¿Estás bien? —Su mirada me recorrió como una lenta caricia.
Me estremecí… y eso me cabreó. ¡Maldita sea! Tenía que dejar de reaccionara
así. Los chicos malos con su vida criminal no eran para mí.
—¿Camille?
—Estoy bien.
Él suspiró.

41
—No, no lo estás. Puedo oír la furia en tu voz. Simplemente diles a tus padres
que te caíste en casa de tu amiga, que decidiste volver a casa, y que ella te trajo. La
simplicidad es lo que mejor funciona cuando uno miente.
Conociendo a mi padre, podría intentar demandar a mi imaginaria amiga para
que pagara los daños.
—Independientemente de lo que les digas —siguió Erik—, no menciones el club. Y
no menciones el tiroteo.
—No soy una completa idiota.
—Bueno…
—No todo el tiempo —gruñí.
Él rió entre dientes.
—Estas preciosa cuando te enfadas.
Sólo hacia unas horas, ese comentario me habría enviado un ramalazo de
euforia. Ahora… me enviaba un ramalazo de euforia, comprendí. No debería ser así,
pero lo era, y no pude…
Contener una sonrisa.
El chico más caliente de la escuela pensaba que era preciosa.
Eres idiota.
—¿Cómo vas a llegar a casa? —pregunté cuando encontré la voz, cayendo en ese
problema en este mismo momento—. No puedes quedarte el coche de Shanel.
—Lo sé. No planeo hacerlo, ya que tu amiga puede haber denunciado que se lo
robaron y estoy impaciente por deshacerme de él.
Shanel estaba con Silver. Probablemente se había olvidado de todo, incluso del
coche. Aún así… mejor prevenir que curar. No necesitaba que la policía me buscara, y
no necesitaba que otro supuesto crimen pendiera de mi cabeza.
—Voy a llamarla y avisarla.
Sin una palabra, Erik metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño y negro
móvil. Me lo dio. Marqué el número de Shanel, pero no contestó. Lo intenté de nuevo.
Nada. No le dejé ningún mensaje en el buzón de voz porque no quería que sus padres
lo oyeran por casualidad.
Le devolví el teléfono a Erik. Ya le llamaría otra vez por la mañana, le diría que
tenía el coche, y luego quedaría en algún sito para devolvérselo. Aunque, como se lo
explicaría a mis padres, no lo sabía.
—No has contestado mi pregunta —le dije a Erik—. ¿Cómo llegarás a casa?
—Caminando —fue su indiferente respuesta.
—Uh, eso será una auténtica excursión.
—Lo sé, pero el ejercicio me hará bien.

42
Él no necesitaba más ejercicio. Ya era todo músculos, y su bronceaba piel se
apretaba como el duro acero.
—Me dijiste que tenías veinte años —dije, mirándolo detenidamente a través del
escudo de mis espesas pestañas.
—Sí. ¿Y?
Con el dolor ido, mi cerebro se había puesto en marcha.
—¿Cómo conseguiste regresar a la escuela? Estoy bastante segura de saber el
por qué, simplemente no puedo entender el cómo.
Él se encogió rígidamente de hombros y la línea de su mandíbula palpitó. ¿De
furia? ¿De irritación? ¿De ambas?
—Cuanto más sepas de mí, Camille, más peligro correrás. Deja de hacer
preguntas.
Peligro. Justo la palabra que enviaba a mi sistema nervioso a un frenesí. La
acalorada sangre se precipitó por mis venas e hizo que mi pulso se lanzara al galope.
—¿Es ese tipo medio enmascarado quien vendrá por mí?
Erik hizo una pausa lo suficientemente larga para hacer que me retorciera. Luego
dijo:
—No. Me aseguraré de ello.
Él parecía muy seguro.
Mis ojos se agrandaron con horror.
—¿Vas a matarlo? —Era el único modo de garantizarlo al cien por cien.
—No, no voy a matarlo. Simplemente cállate y confía en mí, ¿vale?
Eso me calmó un poco, pero ¿podía confiar en alguien que se saltaba la ley y
vendía drogas? ¿Alguien que de buen grado vendía de puerta en puerta la muerte a la
gente? Tontamente, lo hacía. Quizás porque necesitaba tiempo para reconciliar la
realidad de lo que Erik era con la fantasía que había formado en mi mente.
Si no hubiera cuidado de mí tan bien esta noche, podría haberlo descartado
completamente. Tal vez.
—¿No puedes esperar seriamente que confíe en ti, Erik. —sólo lamentaba no
poder creer en esas palabras incondicionalmente. ¿Cómo sabes que el hombre no
vendrá tras de mí?
—¿Camille? —suspiró él.
—¿Erik? Tengo que saberlo.
Él se pellizcó el puente de la nariz.
—¿Siempre eres tan curiosa?
—Cuando está en juego mi vida, sí.

43
—Como probablemente supondrás, trabajo para él. Él me necesita y lo sabe, así
que no querrá cabrearme.
Miré fijamente mis botas. Las gotitas de sangre se habían secado sobre las
puntas.
—¿Y qué me persiga te cabrearía?
Una pausa, otro suspiro.
—Sí.
Por cualquiera razón, eso me calmó tanto como necesitaba y me quedé callada.
Y, ¡Dios me ayudara!, me gustó, realmente me gusto, que Erik estuviera dispuesto a
pelear por mí. Por tu vida, boba. No por tus afectos. Lo más seguro es que no quiera
tu muerte sobre su conciencia… o en sus antecedentes.
Cruzamos la altísima verja que rodeaba mi vecindad. Las casas que quedaban a
la vista eran de tamaño medio, del promedio estándar, pero bien mantenidas. Hechas
de pulida piedra plateada y tejados de estaño, eran casi idénticas. Yo había vivido aquí
toda mi vida, y su familiaridad era tanto consoladora como aterradora.
—Uh, Camille —dijo Erik de repente.
El duro borde en su voz fue como una perforadora en mi estómago, discorde,
dolosa. ¡Oh, no!
—¿Qué?
—¿Nos siguen?
—¿¡Qué!?
—Mira detrás de nosotros.
Giré en mi asiento y miré detenidamente por el parabrisas trasero. Había dos
sedanes negros alineados a pocos centímetros de nuestro parachoques. Ni siquiera
intentaban ocultarse. Sus ventanillas eran tan oscuras que no podía ver dentro.
—¿Quiénes son?
—¿Tú qué crees?
¿El A.I.R.? Tragué el duro nudo que se formó en mi garganta.
—Piérdelos —dije, el instinto de permanecer lejos de la situación hablando por
mí. Por favor, piérdelos. No quería que me pillaran con Erik.
Si él había dicho la verdad antes, eso sólo me incriminaría aún más. Peor aún, no
quería que el A.I.R. me escoltara a casa. Jamás sería capaz de mentir para salir de eso.
—¿Por qué no les pierdes? —Exigí cuando Erik no programó una nueva dirección
en el coche.
—Espera, déjame que chasquee lo dedos. También puedo hacer aparecer al
reparto de Alien Nights.
Apreté los dientes.

44
—Llevan detrás de nosotros desde que abandonamos mi casa —añadió él.
—¿Me vieron entrar en el coche contigo?
—Tal vez. Probablemente.
—Oh Dios. —Sentí calambres en el estómago. No sólo me habían visto en el club
con Erik, me habían visto en su casa. Y yo había estado dispuesta. Piensa, Robins,
piensa.
Bien. Tal vez intentar perderlos no era el mejor plan de acción. Eso sólo me haría
parecer más culpable. Quizás simplemente debería escaparme, acercarme a ellos, y
explicar lo que había pasado. Quizás ellos me dejarían ir sin tener que hablar con mis
padres. Quizás me preocupaba por nada.
Según Erik, el A.I.R. luchaba para proteger a la gente inocente. Yo era inocente.
Pero también según Erik, el A.I.R. me golpearía primero y preguntaría después. Bien,
¿qué iba a ser?
—T-tengo que hablar con ellos.
—No puedo dejar que hagas eso —dijo Erik—. No escucharán lo que digas.
—Pero… pero…
Ordenó al coche que parara. Los neumáticos chirriaron y me vi lanzada contra el
cinturón de seguridad.
—¿¡Erik!? Que…
—Mierda —gruñó.
Un sedán negro, salido de ninguna parte, nos bloqueaba el camino. No podíamos
avanzar ni retroceder. Nos tenían atrapados.
—Simplemente suéltame —dije—. Serán razonables sobre esto. Tienen que serlo.
—No escucharán ni una maldita cosa de lo que digas.
Con movimientos recortados, Erik tecleó una serie de botones en la consola. Las
luces se apagaron y una palanca de cambios (creo que así se llamaba), se elevó del
espacio entre nosotros. Los paneles se abrieron en un amplio círculo y apareció un
volante. Incluso se elevaron unos pedales del entarimado
Había visto esto en la TV, pero jamás en la vida real. El miedo me atrapó.
—¿Qué haces? —logré soltar.
—Anular la conducción automática y activar la manual.
—¿Puedes hacer eso? —Joder. Podía.
—Simplemente agárrate al asiento. Esto va a ponerse movidito. —Sin otra
palabra, él empujó la palanca hacia atrás y el coche corrió marcha atrás. Crrrunch.
Chillé. Sonó metal contra metal cuando chocamos contra uno de los sedanes.
Entonces Erik empujó la palanca hacia delante y giró el volante, dando vuelta y
vueltas.

45
Golpeamos otro coche.
Pisó de golpe uno de los pedales. Todo mi cuerpo voló hacia el parabrisas cuando
condujimos a toda velocidad y nos metimos de cara en una calle transversal. Gracias a
Dios, mi cinturón de seguridad me lanzó hacia atrás.
Los otros coches, por supuesto, nos siguieron. Sus neumáticos chirriaron,
quemando el caucho y levantando humo en todas direcciones.
El miedo me inundó, más fuerte que nunca. Más fuerte incluso que cuando había
sido rodeada por los aliens, las Lancers apuntando a mí pecho. Ahora no sólo estaba
yo en peligro, sin también gente inocente. Si alguien estaba tomando un paseo
nocturno… me agarré el estómago para aliviar otro calambre.
—Erik. Tienes que parar.
—No puedo.
—Por favor.
—Lo que hago es demasiado importante. No puedo ser encerrado.
—¿Y qué haces? —pregunté, acercándome al histerismo—. Ayudar a matarse a
las personas no es importante.
Sus labios se unieron en una delgada línea.
—¿Y si nos equivocamos y esos conductores no son del A.I.R.? —pregunté
bruscamente. Cerré los ojos cuando atropellamos un cubo de basura de reciclaje y
saltamos un bordillo. ¡Dios que estás en el cielo!
—Son del A.I.R.
Los neumáticos chirriaron cuando nuestro coche dio un rápido giro a la izquierda.
¡Santificado sea tu nombre! ¿O era Sacrificado?
—¿Cómo. Puedes. Estar. Tan. Seguro?
—Llámalo un presentimiento —dijo secamente.
Respira, Camille. Simplemente respira. Dentro. Fuera. Despacio. Despacio. Bien,
podía manejar esto. No estaba en medio de una persecución de coches. Estaba en la
playa, donde una fría brisa soplaba a mí alrededor. Los rayos del sol calentaban mi
piel y las olas acariciaban los dedos de mis pies.
Los neumáticos chirriaron de nuevo, arruinando la fantasía. Ejecutamos un rápido
giro hacia la derecha y fui arrojada contra la puerta.
Otra más, y vomitaría.
—Tiene que haber otro camino mejor, Erik.
—Estoy abierto a las sugerencias.
Si sólo tuviera una. Entre golpes y sacudidas, mis nauseas se intensificaron.
Quizás me enfermaba el movimiento. O probablemente fuera otra inyección de puro
miedo.
—Cierra los ojos —ordenó él.

46
—¡Los tengo cerrados!
Al instante, fui levantada de mi asiento y mi cabeza golpeó el techo. Sabía lo que
había pasado: habíamos saltado en el aire. Erik chilló con excitación. Ordené a mi
ventanilla que se abriera, me incliné hacia fuera, y vacié el contenido de mi estómago,
sacudiéndome con la fuerza de la acción. Mis costillas dolían y tenía la espalda rígida
incluso después de volver a mi asiento.
Mis mejillas ardieron de vergüenza. Oh. Dios. Mío. Acababa de vomitar delante de
Erik Troy. Al menos no lo había hecho sobre la alfombrilla, así que no teníamos que
olerlo. Todavía. ¿Podía ser más asquerosa? No había tiempo para considerar eso
ahora. El coche aterrizó, y aterrizó con fuerza. Boing. Plof. Mi garganta se cerró,
cortando mis vías respiratorias y una oleada de vértigo me inundó.
Izquierda, derecha, izquierda, vuelta.
—¿Estás bien? —preguntó Erik.
Cabeceé, incapaz de hablar.
—Hay una botella de agua en la bolsa a tus pies. Podría ayudar a calmarte.
¿Una bolsa? Miré abajo y, efectivamente, había una bolsa de vinilo negro. Me
doblé y busqué dentro, encontrado una muda de ropa, un par de gafas de sol de
forma extraña y, sí, una botella de agua. Enderezándome, engullí el contenido,
agitando mi boca con cada trago.
—Creo que te equivocas —dije, arrancando a la fuerza las palabras—. ¿Qué daño
puede hacer el dejarme hablar con ellos? Nuestra situación no puede empeorar.
Esperé y Erik gruñó bajo su garganta.
Lo tomé como un no. ¡Querido Dios! Inocente colegial un día, tiroteada y
perseguida criminal al siguiente. No pienses así. No eres un criminal. Sí, las cosas
parecen malas, pero después de que expliques la situación todo irá bien.
—Por favor, Erik.
—¿No has escuchado nada de lo que te he dicho? Ellos disparan primero y
preguntan después.
Mareada, enterré la cara entre mis rodillas. Golpeamos un cubo y botamos de
nuevo.
—Quizás prefiera que me peguen un tiro a estamparme por ahí.
—Todo va a ir bien, Camille.
Noté el atisbo de incertidumbre y culpa en su voz.
—Lo sé —ofrecí, intentando reconfortarlo. Chica estúpida.
—Creo que vamos a tener que abandonar el coche. ¿Crees que tienes fuerzas
para correr?
—Claro —contesté, sabiendo que no tendría que demostrarlo. Cuando se
detuviera, iba a entregarme a mí misma.

47
—Bien, correr es la mejor opción que tenemos.
Una risita sin humor me asaltó.
—Nunca he sacado menos de un Bien en la escuela, casi nunca transgredo las
reglas y evito los conflictos como si fueran residuos tóxicos. Cometí un error, sólo uno,
y esto es lo que consigo. Jamás intentaré impresionar a un chico de nuevo.
—Todo va a ir bien —repitió con más amabilidad esta vez.
—Olvídate del A.I.R. Shanel jamás me perdonará por perder su coche.
—No lo perderá. Simplemente será confiscado.
Como si eso fuera mejor. Quizás tendría que contarles a mis padres la verdad
después de todo. Si mentía y era pillada más tarde, sólo incrementaría la lista de mis
crecientes pecados.
—Esto meterá a Shanel en el lío. Lo que, eventualmente, conducirá a mííííí… —la
palabra salió de mi garganta con un sonido agudo mientras nos lanzábamos hacia
delante en una abrupta parada.
Me enderecé… e inmediatamente vi que una pared grande de ladrillos bloqueaba
nuestro camino. Los tres sedanes negros nos rodearon en segundos, uno a la
izquierda, otro a la derecha y el último detrás.
De nuevo, estábamos atrapados.
—Supongo que tenías razón —murmuró Erik, sin parecer alterado—. Debería
haber encontrado un camino mejor.
Sólo la oscuridad y el ladrillo nos recibieron. Y el desastre. Sí, desastre. Los
coches dirigieron unos brillantes rayos de luz hacia nosotros, iluminando todo lo que
tocaban.
Miré a Erik. Podía haber sonado indiferente, pero tenía la expresión tensa, furiosa
y sus negros ojos brillaban. Podía ver el destello de las pyre-armas apuntándonos y,
de repente, no estuve tan segura de querer entregarme.
—¿Qué deberíamos hacer?
Sus manos se apretaron sobre el volante.
—Como antes, estoy abierto a sugerencias.
—Simplemente… —¿Qué?
—¿Tienes un arma? —me preguntó.
Oh Dios. El arma era igual a sangre y la sangre igual al dolor.
—No. Y no quiero una. Un tiroteo no es el modo de terminar esto.
Erik se paso la mano por la cara.
—Tienes razón. Si estuviera solo, pelearía. Contigo aquí…
¿Conmigo aquí, corría el riesgo de qué? ¿De herirme? Oh Dios, oh Dios, oh Dios.

48
—Salid del coche —resonó de pronto una voz femenina a nuestro alrededor—.
Los dos. Con las manos arriba y a la vista.
Erik no se movió. Yo tampoco. Mi corazón galopó en mi pecho, intentando salir a
través de mis costillas centímetro a centímetro.
—Erik —dije. No sabía que más decir. Estaba muy asustada.
—No me mires —replicó.
—¿Por qué? —Miré hacia delante, pero por el rabillo del ojo vi como movía sus
brazos detrás de la espalda y cogía una pyre-arma de la cinturilla de los pantalones.
Cada onza de humedad en mi boca se secó, dejando sólo un sabor a algodón y bilis.
—Creí que no querías luchar —inquirí, las aterrorizadas palabras casi inaudibles.
—Tampoco quiero morir.
Morir. Tragué saliva. Si las cosas terminaban mal, podía morir siendo virgen;
podía morir como perdedora que supuestamente se había metido en el mundo del
Onadyn.
—Erik —dije—. Esto es de locos. Te equivocas a todos los niveles.
Él apartó los ojos del arma, como si no estuviera lo suficientemente seguro de lo
que quería hacer con ella. Los amarillos rayos de fuego saldrían proyectados de la
pyre, chamuscando todo a su paso. Tanto humanos como no humanos. No importaría.
Otra pequeña exquisitez que había aprendido de mi padre y la televisión.
—Erik —repetí su nombre en un ronco ruego.
—¡Diablos! —gruñó.
—¡Salid del coche! —dijo la voz femenina de nuevo—. ¡Ahora! Estoy harta de
esperar.
Inspiré profundamente.
—Voy a salir.
—Yo voy a crear una distracción —dijo Erik—. Tú vas a correr.
Me lo quedé mirando. Podía ver las sombras de las largas pestañas en sus
mejillas. Sombras sombrías, aterradoras.
—¿Entendido?
—No. Te lo dije. Correr es estúpido. Olvídalo.
Un músculo palpitó bajo su ojo izquierdo.
—Todo terminará bien si corres y te escondes hasta que puede limpiar tu nombre
de algún modo.
—Pero…
—Sin peros. Eres inocente y yo te arrastré a esto. No deberías estar implicada. —
Hizo una pausa y luego, por fin, me observó. Gruñó bajo la garganta.
—Prométemelo, Camille. Prométeme que huirás y no mirarás atrás.

49
—Eso sólo me hará parecer aún más culpable.
Nuestros perseguidores perdieron la paciencia y nos enfocaron con las luces.
—Salid del jodido coche. Estoy cerca de volarlo en pedazos. ¿Me oís?
—Te harán daño, Camille —dijo Erik, sin moverse todavía del vehículo. Sus
oscuros ojos marrones me perforaron profundamente—. Te pegarán y torturaran en
busca de respuestas que no tienes. No intentes ser un héroe esta noche.
¡Ja! No había intentado ser un héroe en mi vida. Pero más que por parecer
culpable, huir y abandonarle significaba que a él le harían preguntas sobre mí,
comprendí de pronto. Podrían golpearle, torturarle.
—Me quedaré —dije, decidida—. Tal vez podamos convencerlos de que tú…
—Tú no explicarás nada porque no te quedarás. —Erik alcanzó tras su espalda
una segunda vez, levantando el brazo y, de algún modo, anclando el arma en su nuca,
asegurándose que el respaldo del asiento ocultara sus acciones a los agentes—. No te
preocupes por mí. Estaré bien. Siempre lo estoy.
Estaba mintiendo y ambos lo sabíamos, aunque él no me dio la oportunidad de
responder.
—Ha sido un placer conocerte, Camille. Ahora prepárate para correr —masculló y
luego abrió la puerta del coche.

50
CAPÍTULO 6

PUEDO hacer esto, canturreé mentalmente. Puedo hacerlo. Soy inteligente… a


veces, añadí. Voy a hacer que me escuchen. Sólo deseaba que mis nervios se
calmaran. La sangre corría por mis venas, más caliente que el fuego, ardiendo,
quemando, y un sordo pitido se repetía en mis oídos.
Erik salió del coche con las manos a los costados y una arrogante sonrisa tipo
ven-a-por-mí en la cara. Yo me quedé donde estaba, asustada, intentado formar las
palabras exactas en mi cerebro y sí, rezando para que esto fuera una pesadilla y me
despertara en cualquier momento.
—Las manos encima de la cabeza —dijo la voz y él, despacio, obedeció—. Camille
Robins, salga por su lado del coche.
Al oír mi nombre, jadeé con sorpresa. Ellos ya sabían quién era. No habría habido
ningún indulto para mí, no importaba cuán lejos hubiera corrido o donde me hubiera
escondido.
Con voz inestable, ordené a la puerta del coche que se abriera. En el momento
que salí, tuve que parpadear contra el resplandor de los halógenos. Mis ojos incluso
lloriquearon.
—Somos inocentes —dije. Mis piernas estaban tan débiles que apenas podían
sostenerme y tuve que agarrarme al coche.
—Manos arriba —gritó la voz.
Las levanté y casi caí otra vez. Tuve que apoyar el hombro contra el coche para
mantenerme en pie.
—Ella está herida —dijo Erik en voz alta y luego me susurró—. Casi ha llegado el
momento de correr.
—Me quedo —susurré en respuesta.
—Ya lo veremos.
—Quiero contarles algo sobre esta noche —grité, intentando dar los detalles que
nos ayudarían a ambos. En realidad, tampoco quería que a él le hicieran daño—.

51
Jamás había hablado con Erik hasta esta noche, así que no hemos podido planear
nada juntos. Nosotros…
Erik maldijo, y comprendí que nuestros captores corrían hacia nosotros. Erik
agarró la pyre-arma colgada de su nuca y empezó a disparar. Rayos amarillos y
naranjas cortaron a través de las doradas luces, a través de la oscuridad, iluminando
las formas de tres mujeres. Cada una de ellas se zambulló para cubrirse e
inmediatamente comenzaron a disparar en respuesta, su fuego golpeando nuestro
coche. Algunos fueron apuntados directamente hacia mí.
Grité y los esquivé.
—¡Estoy desarmada!
Otra ráfaga golpeó justo donde había estado parada.
Erik devolvió el fuego y se colocó detrás de la puerta abierta del conductor,
usándola de escudo.
—Corre —me gritó.
Por instinto, di tres rápidos pasos. Entonces me congelé. ¿Qué haces? ¡No
puedes marcharte!
—Corre, estúpida —gruñó Erik.
—No.
En ese momento, una ráfaga de amarillo fuego cruzó por delante de mi oreja. No
me tocó, pero estaba tan caliente que al instante me salieron ampollas en la piel. Mi
estómago se retorció de dolor y repté detrás de la puerta de pasajeros.
—¡Joder, ella no va armada! —gritó Erik a las mujeres.
—Deja caer tu arma —gritó alguien en respuesta. Una chica diferente a la
primera que había hablado.
—Y una mierda —le contestó él, disparando de nuevo. Escuché a la chica
maldecir por lo bajo.
Sí, conocía la sensación. Quería maldecir y gritar, y maldecir aún más.
—Tenéis que creerme. Somos inocentes. Todo lo que pasó esta noche es un gran
malentendido.
—El tiro que te rozó fue una advertencia, Camille —dijo una de las chicas, la furia
goteando en su voz—. La próxima vez apuntaré a tu corazón. Si quieres vivir, camina
hacia mí con las manos en la cabeza. Iremos a algún sitio tranquilo y hablaremos.
Comencé a enderezarme, y un rayo golpeó justo por encima de mi hombro.
Gritando, me agaché. ¿Intentaban matarme?
—Pensé… pensé…
—Quieren herirte —explicó Erik—. Dirán cualquier cosa para conseguir ponerte
las manos encima.

52
—¡Pero estoy herida! —Ya no quería entregarme a esas chicas. Pienso que,
quizás, estaba más segura con Erik.
—No, estáis atrapados —dijo una tercera voz femenina con un sordo ronroneo—.
Por mucho que me gustaría sacarte lo ojos, Erik, tenemos órdenes de llevarte ileso. A
ser posible. Pero no me importa quién diablos seas. Se abrirá la veda de caza si tú y tu
pequeña amiga seguís disparando.
Sus palabras me confundieron. ¿Quién era él para ellas?
Un segundo más tarde, una brillante luz ámbar explotó, consumiendo la
oscuridad de la noche, más brillante que los halógenos, brillando y brillando sobre mí
y Erik. Ninguna sombra perduró.
Y nosotros estábamos en medio del foco.
—Dejad ir a Camille y me entregaré —gritó Erik—. Yo tampoco he fallado en mi
puntería, señoras. Si las quisiera muertas, estaríais muertas.
Alguien se rió. Otra resopló. Yo me tambaleé. ¿Él se entregaría por mí?
—Lo que tú digas, Erik —dijo la rasgada y ronroneante voz.
—La dejaremos ir, no hay problema —dijo otra.
Creo que ella era la jefa ya que fue la primera que nos habló y tenía un toque
autoritario en su tono que las demás no tenían. Pero hasta yo sabía que mentía…
aunque desearía que no lo hiciera. Nadie te disparaba para luego dejarte ir sin más.
—De verdad que somos inocentes —dije, intentando de nuevo hacérselo
entender mientras bizqueaba contra el resplandor de aquellas estúpidas luces. Bueno,
al menos, yo realmente era inocente. No podía ver a las chicas, ni siquiera un poquito
de ellas. Sólo podía ver manchas naranjas y doradas y la oscuridad que las rodeaba,
una oscuridad de la que quería ser parte. Mis ojos lloriquearon de nuevo y tuve que
bajar la vista hacia mis botas—. La servilleta que visteis que me daba estaba en
blanco y yo lo seguí porque estoy colada por él. Quería preguntarle por qué me la dio.
Eso es todo.
—Suena a una historia interesante y me gustaría enterarme de más detalles.
Lamentaba no poder verlas y leer sus expresiones.
—Seguramente puedes venir y hablar con nosotras. —Esta nueva voz era
apaciguadora, calmante.
Posiblemente esta era el poli bueno y las otras dos el poli malo.
—Lo intenté y me disparasteis.
—Danos otra oportunidad. Seremos amables.
—No las escuches, Camille —gruñó Erik.
Apoyé la frente contra la fresca puerta del coche. Mi brazo colgaba
lánguidamente a mi costado, inútil. Mis rodillas temblaban. No podía moverme ni
aunque mi vida dependiera de ello.

53
Quizás lo hacía.
—Corre y escóndete hasta que todo esté arreglado —dijo él—, tal como te dije.
—¡Por última vez, he dicho que no!
—¿De qué discutís los dos ahí? —preguntó la líder.
De repente, una mano se ahuecó contra mi hombro y jadeé. Giré a un lado, el
aliento atascado en mi garganta. Cuando vi quien estaba agachado tras de mí, casi
me derretí en un charco de alivio. Erik.
Su expresión era dura, cautelosa.
—Deberías haber corrido. —No me miró mientras hablaba, sino que mantuvo su
atención al frente.
—No podía. Estarías en más problemas.
Su mano se deslizó más abajo por mi espalda.
—Sigues sorprendiéndome, Camille Robins.
Yo me sorprendía a mí misma.
—Me canso de esperar —gritó la que ronroneaba—. No he tenido mi ración de
asesinatos esta semana y realmente estáis tentando a vuestra suerte.
—Explota el coche entonces —se burló Erik—. Nuestro tiempo se agota de todos
modos.
Palidecí. ¿Acababa de decirles que explotara nuestro coche?
—No me tientes. Mucha gente te quiere muerto, Erik. Sólo quiero hablar contigo.
Si hubiera tenido fuerzas, le habría tapado la boca a Erik con la mano de modo
que él no pudiera responder. Tal y como estábamos, no debía incitarlas más.
—Dadme un minuto para pensarlo —gritó él.
—No tienes opción, o mueres o te rindes.
—¡Déjame pensarlo, maldita sea!
Pausa.
—Un minuto —vino la respuesta—. Y la cuenta atrás empieza ahora. Si no has
tomado una decisión para entonces, lo haré yo por ti. Ya te he dado más margen de lo
que le he dado nunca a ningún otro. El hecho de que una vez fuéramos amigos
empieza a significa cada vez menos.
—¿Por qué lo hiciste? —dijo él quedamente—. ¿Por qué te quedaste realmente
conmigo?
Pasó un momento antes de que comprendiera que se dirigía mí.
—¿Tenemos un minuto y quieres hablar de eso ahora?
—Sí. Date prisa.

54
—Conocían mi nombre —contesté, tratando de absorber su fortaleza. Su pelo
caía sobre la frente, cubriendo sus cejas y unas tensas líneas le rodeaban la boca. Y
aun así, jamás había parecido tan dulce.
—No lo supiste hasta hace un minuto. ¿Por qué? —insistió Erik.
Quería la verdad. Muy bien, no tenía nada que perder en ese asunto.
—Simplemente no podía dejarte aquí para que murieras.
—¿Incluso aunque te ignorara en la escuela?
—Incluso así.
—¿Incluso aunque pienses que soy un traficante de droga?
Ante sus palabras, parpadeé. Había dicho «piensas», no «soy». En aquel
momento, desee que él fuera sólo un tipo normal y que todo lo demás fuera un mal
entendido o un rumor.
—Sí.
Su expresión se volvió vulnerable. Suave. Tan esperanzadora como yo me sentía.
—Incluso así.
—Tonta —dijo él, pero había una ligereza en su tono que no había estado allí
antes—. Valiente. —Y luego dio la vuelta hacia mí y colocó un suave beso sobre mis
labios, sobresaltándome.
El beso no duró mucho tiempo, pero me sacudió el corazón.
El peligro nos rodeaba y tenía un mental tic-tac en la cabeza, pero no me
importaba. Erik Troy acababa de besarme. No con lengua, como había soñado tantas
noches, pero sí con cariño… como si estuviéramos a punto de morir y quisiera
saborear sus últimos minutos en la Tierra.
Y aunque el beso había acabado, él no se apartó de inmediato. Inspiré su olor,
tan caliente y crujiente como la noche, regodeándome en este momento robado.
Deseé con fuerza que sus brazos me rodearan, sosteniéndome cerca.
Pero no lo hicieron, y entendí por qué. Él no podía dejar de apuntar a las chicas.
Algo que daba qué pensar. Y aun así, este era todavía el momento más feliz de mi
vida.
Tal vez porque comprendí que, por primera vez en mi vida, no me aseguraban un
mañana. Tal vez porque había estado loca por él durante muchos meses. De una
forma u otra, la acción me confortó y mi determinación de atravesar esta dura
experiencia (viva) se intensificó.
—No me merezco que te quedes —dijo él—. Nunca.
Hace unos minutos, podría haber estado de acuerdo pero con ese comentario de,
«¿incluso cuando pienses que soy un traficante de droga?», ya no estaba tan segura.
—Déjame que sea yo quien juzgue eso —contesté.
Él me estudió durante un segundo.

55
—No sé qué hacer contigo. Eres… —De repente, disparó en dirección a las chicas
—. No te acerques más, Fénix.
—¡Joder, Erik!
—Me prometiste un minuto y aún me quedan algunos segundos.
Fénix. Oírle decir su nombre me recordó la familiaridad con la que trataba a estas
chicas.
—¿Las conoces?
—Sí. Lamentablemente.
—Me estoy cansando de esto, Erik —gruñó Fénix, la líder—. No puedes resistir
toda la noche.
—Escucha, los dos sabemos que tengo la información que quieres. No vas a
precipitarte y a acabar conmigo.
—Solías ser uno de nosotros —proclamó una nueva voz.
Erik se puso rígido y una mirada de absoluta impotencia se posó sobre su
expresión.
—¿Cara?
—Sí —dijo Cara, su tono duro, severo—. También estoy aquí. Casi me matas con
tu loca forma de conducir.
¿Por qué se había puesto rígido? ¿Por qué la impotencia? ¿Y había sido alguna
vez agente del A.I.R.? Él realmente parecía saber mucho de ellos. Y yo jamás había
visto a nadie manejar un arma tan hábilmente.
—Puede que no queramos matarte —dijo Cara—, pero a mí me gustaría partirte
la cara.
La ex-novia, decidí con una punzada de celos.
—¿Cuánto tiempo hace que rompisteis vosotros dos? —pregunté antes de que
pudiera detenerme.
Erik se encogió de hombros, prestándome de nuevo su atención.
—¿Cómo sabes que estuvimos saliendo?
Di un toque como la punta del dedo sobre mi sien.
—Soy lista.
—Unos meses —dijo él con una pequeña sonrisa.
—¿Qué le hiciste para cabrearla tanto?
Sus labios se apretaron, eliminando todo atisbo de sonrisa.
—No es un buen momento para hablar de esto.
—Igual que sabes que no te mataremos —añadió Cara como si nunca se hubiera
detenido la conversación—, nosotras sabemos que tú no nos matarás.

56
—Tú no sabes nada de mí —gruñó él misteriosamente—. Ya no. Tal vez nunca.
Pausa.
—Voy a acercarme, y si me chamuscas un solo pelo de la cabeza, te mataré de la
forma que he querido hacer durante meses —dijo Cara.
—¿Seguro que quieres arriesgarte, nena? —le dijo Erik—. Yo también he querido
hacerte daño. De hecho, he soñado con ello.
¿Nena? ¡Nena! ¿Todavía sentía algo por ella? No era asunto mío, no me
importaba, no debería importarme, pero… obviamente él todavía me gustaba y
obviamente me importaba. Después de todo, él me había besado.
Plaf.
Arrugué la frente. ¿Qué había sido ese ruido?
—He dejado caer el arma —dijo Cara, contestando mi pregunta—. Estoy
desarmada.
Erik resopló y echó una ojeada por la ventanilla del coche.
—Pero no indefensa.
Yo también eché un vistazo por la ventanilla y observé como la hermosa mujer
asiática daba un paso a la luz. Tenía una suave piel color caramelo, los almendrados
ojos castaños y su largo y negro pelo recogido en una coleta. Era ágil, de estatura
media y sus suaves curvas estaban enfundadas en un ajustado traje negro de cuero.
Incliné la cabeza a un lado y fruncí el ceño. Ella había estado en Ship’s. Había
estado con aquel grupo de chicas que habían observado a Erik tan atentamente.
Aunque no había mirado a Erik todo el tiempo, me había mirado a mí.
¿Incluso entonces sospechaba que yo trabajaba con Erik? ¡Dios querido! Quizás
la noche estaba condenada a salir mal, hiciera lo que hiciera. Recordé a las chicas que
se habían acercado a la barra… una de ellas tenía un tridente azul tatuado en la cara,
otra tenía el pelo rubio y rasgos bonitos. Otra el pelo castaño y mirada penetrante. No
podía recordar a las demás, sólo sabía que había más.
¿Estaban todas aquí? Probablemente. Mi estómago se retorció ante la idea. Eso
significaba que no podíamos verlas a todas; algunas debían esconderse. Quizás,
incluso acercándose por detrás.
—Hay más, Erik. ¡Hay más!
Él entendió lo que decía.
—Lo sé. Tres ya se han apostado frente al coche. El edificio les impide tener un
tiro claro, así que no te preocupes.
¿Qué no me preocupe? ¡Qué no me preocupe!
Si Erik conocía a estas chicas tan bien, ¿por qué no había abandonado el Ship’s
tan pronto como las vio? Sabía que las había visto. Se había puesto tenso y había
trasladado su reunión con Medio enmascarado a otro cuarto.

57
¿Para salvar a los inocentes en caso de que estallara un tiroteo?
—¡Maldita sea, Cara! —gruñó él de pronto.
Cara siguió caminando hacia nosotros, manteniendo un paso lento y estable.
Mechones de su negro pelo volaban alrededor de su encantadora cara.
—No es lo que solías decirme. Solías estar contento de verme.
No era asombroso que Erik nunca me hubiera pedido una cita; él había estado
saliendo con la perfección.
—De eso hace mucho tiempo —le contestó Erik.
—Y muchas cosas han cambiado desde entonces. Inclusión tu aspecto. ¿Creías
que no te reconoceríamos con un color de pelo diferente? ¿Creías que no
averiguaríamos que te operaste los ojos, sustituyendo tus propias córneas por las de
otro? Y por cierto, los ojos verdes te quedaban mejor.
—¡Detente! —gritó él con brusquedad—. No te quiero más cerca.
Si ella nos alcanzaba… Señor, no sabía qué sucedería. ¿Qué haría ella? Nada
bueno, seguro. Había furia en sus bonitos ojos negros. ¿Y qué haría Erik? Él
obviamente no quería hacerle daño o ya le habría disparado.
Por primera vez desde que esta horrible noche había comenzado, Erik parecía
profunda y sin lugar a dudas asustado… y eso me asustaba aún más.
Quiero decir, si él estaba asustado, algo terrible estaba a punto de pasar. Todas
las advertencias que me había dado sobre el A.I.R, pasaron por mi mente. Hasta
ahora, él había tenido razón en todo lo demás.
Si él no nos protegía, lo haría yo.
Tragando saliva, busqué por el área algún tipo de arma. Vi tierra, grava y frágiles
briznas de hierba. Y unas piedras. Entonces me fijé en el mango de un arma que
sobresalía de la cinturilla de los pantalones de Erik. Jamás había disparado un arma
antes. Incluso no estaban permitidas en mi casa porque mi padre aborrecía todo tipo
de violencia.
Antes de que pudiera pensármelo, agarré el arma y apunté a Cara. No disparé,
sino que grité:
—Tengo un arma y no me da miedo usarla. —¡Menuda mentira, Robins!
Erik se sobresaltó y extendió la mano hacia mí, pero luego se lo pensó mejor y se
quedó quieto. También Cara se congeló en el lugar.
—Él podrá no dispararte —dije—, pero yo lo haré. —Tal vez. ¡Oh, Diablos! ¿Qué
estás haciendo?
—¿Inocente, eh? —Una mirada de repugnancia pasó por los delicados rasgos de
Cara. —Controla a tu novia, Erik —gruñó, dando un paso hacia adelante.
Mi mano tembló.

58
—Dispararé. Lo haré. Sólo quiero que te pares y escuches lo que tengo que decir.
No más amenazas. ¿De acuerdo?
—Dame el arma —dijo Erik, tratando de parecer tranquilo, pero sin hacer un buen
trabajo—. Simplemente entrégamela y todo saldrá bien.
—No. —Las lágrimas me escocieron en los ojos—. ¡No nos escuchan! Y tenías
razón. Ellas disparan primero y preguntan después.
—Camille —dijo Erik.
—¡No!
Cara dio otro paso, tan cerca que podía ver los dorados reflejos en su pelo a
juego con las manchas doradas en sus ojos.
—Camille —repitió Erik—. Tú no quieres hacer esto.
No, no quería.
Él extendió lentamente la mano y envolvió sus dedos alrededor de los míos. Su
toque era apacible y pude sentir su callosa y ligeramente áspera palma.
—Jamás creerán que eres inocente si comienzas a disparar.
—Pero…
—No sabes de lo que son capaces. No te conviertas en su enemigo.
—Creo que puede que ya sea su enemigo —susurré, desesperada.
—No dejaré que te pase nada, ¿vale? Confía en mí. Cuidaré de ti. ¿He cuidado de
ti hasta ahora, no?
—Bueno…
—Ahora y siempre.
Cara alcanzó la puerta, sus zapatos tocando los míos. El arma presionó su pecho.
—No hagas promesas que no puedas mantener.
—Vete al infierno, Cara. Ella es inocente. Os lo contaré todo. —Erik hizo una
pausa, sin dejar de mirarme—. Camille. Dame el arma.
Una lágrima se escapó y resbaló por mi mejilla. Permití que Erik me cogiera el
arma y mis hombros se derrumbaron de alivio. De todos modos, no quería pegarle un
tiro a nadie y jamás se me habían dado bien las confrontaciones.
En el segundo siguiente, Cara sacudió sus brazos y dos cuchillos cayeron a sus
manos. Antes de que pudiera parpadear, tenía las afiladas puntas en la garganta de
Erik.
Jadeé con sorpresa y horror.
—Dijiste que ibas desarmada.
—Mentí. —Ella no me miró. Supongo que no me consideraba una gran amenaza
—. Él está sometido —gritó—. ¿No es así, cariño?

59
Erik permaneció callado. Nuestras miradas se encontraron, y él sacudió una sola
vez la cabeza, creo que asegurándome que todo iba a ir bien.
Las otras chicas corrieron hacia nosotros y vi que había tenido razón. No había
tres o cuatro. Había seis. Alguien, la del tatuaje del tridente azul, me agarró y me
empujó de cara al suelo. La boca se me llenó de tierra e intenté escupirla.
—No le hagáis daño —ordenó Erik—. Os lo dije. Es inocente en todo esto. Le di la
servilleta para distraeros.
—Seguro que es tan inocente como tú —se mofó Cara.
Mis brazos fueron lanzados tras mi espalda y grité tan alto que el sonido se
repitió en la noche. La acción había causado que el entumecimiento de mi herida se
borrara de golpe y sentí de nuevo cada pulsación de dolor.
Erik agarró las muñecas de Cara y las torció con fuerza. Ella cayó de rodillas con
un aullido, sus cuchillos hundiéndose en el suelo. Él se zambulló hacia mí en un
esfuerzo por liberarme pero alguien -¿un gato humano?- lo encontró a medio camino y
cayeron juntos sobre la grava.
—Déjala ir —gruñó él—. Le haces daño.
Erik y la chica, que tenía el pelo multicolor y las orejas puntiagudas, luchaban y
rodaban por el suelo. La chica siseaba y repartía golpeas a diestro y siniestro con las
uñas. Erik no la golpeó, como me hubiera gustado que hiciera, sino que esquivaba sus
golpes y luchaba por someterla.
—Cuidado con él, Kitten —refunfuñó Fénix—. Lo quiero vivo.
—Sí, claro —contestó con un ronroneo—. ¿También me quieres a mí viva? Él
pelea aún más sucio que la última vez… —Ella gruñó cuando Erik la tiró sobre su
hombro.
Ella se agarró a él, tirándolo a la vez. Su pelo naranja, rojo y negro formó una
cortina a su alrededor. Moviéndose con la gracia y agilidad de un gato, se deslizó
sobre el cuerpo de Erik. Era una Teran, comprendí.
Capturada como estaba, no sabía qué hacer, como ayudarle, así que dije:
—Erik, estoy bien. Estoy bien.
Cara recuperó sus cuchillo y saltó hacía el par de luchadores. Distraído, Erik no la
vio y los cuchillos pronto se oprimieron contra su garganta de nuevo. Varias gotitas de
sangre resbalaron por su cuello.
Y aun así, de todos modos, él siguió peleando por llegar a mí.
—Estoy bien —repetí, luchando contra el dolor—. Estoy bien.
Esta vez, él dejó de moverse. Jadeando, me miró para juzgar la verdad de mis
palabras. Tuve la sensación que comenzaría a luchar de nuevo si yo fruncía siquiera el
ceño.
Aún con Cara presionando el cuchillo en su garganta y Kitten enrollando unas
esposas-laser alrededor de sus muñecas. Otras esposas-laser fueron enrolladas en mis

60
muñecas también, su luz vinculándose a mi piel. Si trataba de quitármelas, me llevaría
trozos de piel y hueso con ellas.
—Ahora que nos hemos ocupado de esto —dijo Fénix, parándose frente a
nosotros y sacudiéndose las manos. Era una chica de pelo rubio y ojos negros. Bonita,
pese a su apariencia frágil en contraste con la aureola de muerte que cubría su
expresión—, llevemos a estos dos al calabozo del A.I.R. Tengo preguntas, y ellos
tienen las respuestas.

61
CAPÍTULO 7

A ERIK y a mí nos empujaron hacia coches separados. Llegados a este punto,


todo me parecía surrealista. Un minuto había estado en un club con mi mejor amiga,
observando a mi enamorado, y al siguiente estaba herida y presa de un grupo de
gente que hasta ahora sólo había demostrado ser despiadada.
¿Qué podía hacer?. Había mencionado la servilleta, había intentado explicar lo
que había pasado, pero nadie había querido escucharme. Ni siquiera cuando había
sostenido aquel arma.
Empezaba a sospechar, profundamente en mis huesos, que dijera lo que dijera
jamás me creerían. En sus cabezas, yo era culpable y eso era todo.
Intentando no entrar en pánico, caí sobre mi asiento. Nadie se molestó en cerrar
la puerta de pasajeros, así que escuché a las chicas como se reían orgullosas de su
captura y se burlaban de Erik.
—¿Pensabas que escaparías, verdad? —dijo una de ellas.
—Deberías haber sabido que te cogeríamos tarde o temprano —proclamó otra—.
Siempre lo hacemos.
—Nunca fuiste muy brillante —se burló otra más.
Él no respondió, pero hasta desde esta distancia podía ver el dolor en sus
oscuros ojos que, al parecer, una vez habían sido verdes. Intenté imaginármelo con los
ojos de ese color, pero no pude. ¿Cómo podían ser tan crueles con él?
Cerraron las puertas, bloqueándolo completamente a mi vista. Cada una de las
chicas reclamó un coche. Una rubia que no reconocí resultó ser mi conductora y Cara
se instaló a su lado.
No me habló, pero me miraba con los ojos entrecerrados cada pocos minutos.
Una mampara de cristal nos separaba, por lo que no podía dirigirme a ella. Eso era
bueno. En estos momentos, la odiaba. Y, lamento admitirlo, me asustaba. Me había
mentido, me había atacado. Me había ganado.
Peor, la ex-novia de Erik muy bien podía sostener mi futuro en sus manos.

62
Treinta minutos y un tortuoso paseo más tarde, aparcamos en un garaje
subterráneo que conducía a una fortaleza de piedra y cristal. Altísimo, opresivo y
misterioso, el edificio prácticamente gritaba No-entres-o-muere. La gente iba y venía,
y todos ellos llevaban negros trajes de cuero y pyre-armas atadas a sus cinturas.
No vi a Erik mientras la rubia me empujaba fuera del coche. Ella me flaqueó por
un lado, Cara por el otro, y me escoltaron al interior del edificio. Intenté no encogerme
ante el dolor de mi brazo. Intenté no llorar.
¿Qué iban a hacerme?
—Todo esto es un gran malentendido —traté de explicar una vez más.
—Sí. Te creo —dijo Cara con sequedad—. Porque soy idiota.
—Si me escucharas…
Ella presionó mi hombro, con fuerza, y jadeé. Luego apretó más fuerte y mis
rodillas cedieron. Ninguna hizo nada para detener mi consiguiente caída. Chillé,
golpeándome la cara primero y el aire se escapó de mis pulmones.
Me quedé allí durante un momento, atontada. No me harán daño, le había dicho
a Erik más veces de las que podía recordar. Que tonta había sido. Solté una carcajada
sin humor mientras intentaba vencer otra oleada de miedo.
—Es ilegal tratarme de este modo. No he sido declarada culpable de ningún
crimen.
—No tenemos que encontrarte culpable —dijo Cara—. Solamente tenemos que
sospecharlo.
—Llamad a mi padre —me encontré diciendo. Él me protegería. Sí, averiguaría
todo lo que había hecho, como le había mentido, pero ya no me importaba. De
repente quería estar lejos de estas chicas, costara lo que costara.
—Le llamaremos. Más tarde.
—Conozco mis derechos. —Mi padre se había asegurado de ello—. Soy una
menor. Tienes que llamarle si lo solicito.
—Si tratáramos con un crimen humano, seguro que sí. Con el Onadyn, todas las
apuestas están echadas. Además de eso, ya no eres una menor. Tienes dieciocho
años. Legalmente eres adulta.
—Él es mi abogado. —Intenté levantarme, pero Cara puso el pie sobre mi
espalda, empujándome de nuevo al suelo. Me estremecí.
—No te levantes todavía —dijo—. Me gusta donde estás.
—Esto es hostigamiento. Y asalto —resoplé, la cólera venciendo al miedo—. Deja.
Que. Me. Levante.
—¿Crees que eres lo bastante dura para ganarme? —Cara rió entre dientes y
hubo un borde amenazador en el sonido—. Si es así, pronto te darás cuenta de tu
error. Me aseguraré de ello.

63
Quitó el pie y la rubia tiró de mí hasta levantarme. En las grandes puertas
batientes, me aseguró contra una pared para impedir que huyera mientras ella y Cara
soportaban un escáner dactilar y una exploración de retina. La entrada se abrió y me
empujaron dentro.
Había personas –agentes, seguro- por todas partes. Detrás de los escritorios,
andando por el completamente plateado vestíbulo. Unos pocos me echaron un
vistazo. Había pantallas holográficas, ordenadores y otros equipos que no reconocí.
—Esto no es… —apreté los labios. «Cualquier cosa que digas podrá ser usado en
tu contra en un tribunal de justicia». Sentí el calor abandonar mi piel mientras la voz
de mi padre se repetía en mi mente.
—Saluda a tu nueva casa —me dijo Cara—. Tu peso, altura, y el calor de tu
cuerpo ya han sido registrados en el sistema. Pon un pie en este vestíbulo o en
cualquiera de los cuartos circundantes sin permiso y estarás muerta.
Un estremecimiento me recorrió.
Después de varios giros y vueltas, por fin alcanzamos una puerta de acero.
Perdimos a la rubia en algún sitio a lo largo del camino y Cara tuvo que hacer una
pausa para otra exploración, éste de cuerpo entero. Luces rojas pulsaron durante
varios segundos antes de que la puerta se abriera.
Este nuevo pasillo tenía varias puertas que conducían directamente a unas
celdas y ese conocimiento casi me deshizo. Me empujaron dentro de la última celda a
la derecha. El aire allí dentro olía a esterilidad y sólo tenía una silla en el centro.
Otro estremecimiento recorrió mi columna vertebral. Mi nueva casa, había dicho
ella. ¿Por cuánto tiempo?
—Pon la cara contra la pared —me ordenó Cara.
Por una fracción de segundo, pensé en desobedecer. Al final, no lo hice. Cobarde.
En el momento que mis mejillas se apretaron contra el frío metal, ella se colocó
detrás de mí y me quitó las esposas-laser. Sentí un tirón sobre las muñes y luego, por
fin, el calor desapareció.
—¿Cuál es tu nombre completo? —preguntó ella, su voz fría e impasible.
—Camille Diane Robins.
—¿Cuántos años tienes, Camille Diane Robins?
Te harán preguntas fáciles al principio, me había advertido Erik. Luego se
volverán más difíciles. Tuve problemas para respirar, pero logré decir
entrecortadamente,
—Ya lo sabes. Dieciocho.
Ella me miró fijamente durante mucho tiempo, estudiándome, y pareció que una
batalla estallaba en su mente. Finalmente cabeceó, como si hubiera tomado una
decisión.

64
—Volveré dentro de poco. Por ahora, puedes sentarte y pensar en todos los
modos en los que puedo hacerte daño si me mientes.
Oh, ya me lo imaginaba, y muy bien. Agujas clavadas bajo las uñas. Martillos
aporreando mis rodillas. Todo mi pelo rapado. Pero no podía dejar que me afectara.
Hoy había soportado la picadura de una Lacer. Había sobrevivido a la persecución en
coche y a un tiroteo. No me había rajado cuando esta chica me empujó al suelo. Era
hora de dejar de ser una cobarde.
—¿Dónde está Erik? —pregunté, girando para mirarla a los ojos. Un movimiento
valiente, uno que no habría intentado ningún otro día. Pero quería hablar con él. Él me
había explicado lo que me esperaría. Ahora quería que me dijera qué hacer, y como
salir de aquí.
Ella levantó una oscura ceja.
—¿Qué te importa? ¿Qué es él para ti?
—Un héroe, supongo. Luchó por protegerme mientras vosotras me disparabais.
La furia se reflejó en su encantadora cara, vibrando a todas luces.
—¿Crees que eso te hace especial? Bueno, pues no lo hace. También me salvó la
vida una vez.
Parpadeé con sorpresa.
—¿Cómo puedes tratarlo de esta forma entonces?
No contestó. De hecho, giró sobre sus talones y salió de un tranco del cuarto,
dejándome sola. Sola con mis preguntas.
¿Dónde se habían llevado a Erik? ¿Qué le hacían?
¿Habían sido notificados mis padres como había pedido?
De repente, las lágrimas ardieron en mis ojos y me senté contra la pared. Si
sobrevivía a esto, debería hacerme abogado como mi padre y luchar contra las
estúpidas leyes que les otorgaban a los estúpidos agentes del A.I.R el derecho a
detener a gente inocente.
Nunca me había sentido más quebrantada. Más desvalida. Al menos, al final,
actuaste con valentía, me dije. Aunque era un consuelo muy pequeño.
¿Qué me pasaría ahora? Me pregunté. ¿Cómo de lejos estos agentes del A.I.R.
estaban dispuestos a ir?
Con un suspiro tembloroso, cerré los ojos. Demostró ser un error. Mis párpados
se sentían tan pesados como rocas de mil kilos y una vez cerrados no hubo forma de
abrirlos. Los músculos de mis hombros se encorvaron y mi barbilla cayó gradualmente
hacia delante. Puntitos oscuros brillaron a través de mi mente como destellos negros.
No sé cuánto tiempo pasó. Sólo sé que me mecía entre sueños turbulentos y
nebulosas vigías… y al cabo de un rato, fue difícil distinguir cual era cual. Vi destellos
de disparos. Crueles caras que se reían y que no les importaba si vivía o moría. Nubes
abrazándome. Paredes acolchadas.

65
—Ella es ciertamente toda una sorpresa —dijo una áspera voz femenina,
devolviéndome a la consciencia.
¿Todavía soñaba?
—Lo sé. Salió de ninguna parte. —Fénix. Como si alguna vez olvidaría su tono de
mando.
—¿Cómo se hirió? —Desconocida.
—No estamos seguras. Pero en algún sitio dentro del club —Fénix.
—Supongo que no importa. —Desconocida.
Estás despierta. Tienes que estarlo. De otra forma podrías envolver en llamas a
ambas mujeres con un solo pensamiento. Mantuve los ojos cerrados, sin respirar
siquiera. Procurando no moverme ni una pulgada… si es que pudiera ser capaz de
hacerlo. Todavía me sentía pesada como el plomo.
—No tenemos ni idea de si trabaja con Erik. —Cara. Y pareció amargada.
Muy bien. Había al menos tres personas en el cuarto conmigo. Genial.
Un frío aliento sopló sobre mi mejilla cuando una de las chicas se arrodillo frente
a mí.
—No es su tipo habitual. —Esta declaración vino de la desconocida.
No frunzas el ceño, no frunzas el ceño, no frunzas el ceño.
—¿Y qué tipo es ese? —exigió Cara.
—Tú —contestó la mujer.
¿Y cuál era? ¿Guapa? ¿Inteligente? ¿Ambas? Todo lo que supuestamente yo no
era.
—Bueno —dijo Cara, claramente calmada—. Eso es cierto.
Apreté los dientes.
Pausa. Luego Cara soltó angustiosamente,
—Mia… realmente crees…
Mia la interrumpió.
—No vayas por ahí. Déjalo estar, Cara. Cortaste con él y trabaja contra nosotros.
No te enamores de nuevo. Mira donde te llevó la última vez.
Una espesa tensión llenó el cuarto.
Fénix se aclaró la garganta.
—Yo, eh,… volviendo al tema de Camille. Es una estudiante modelo, jamás se
metió en problemas y no hay ningún indicio de que sea una adicta. Los padres no son
ricos, pero ganan bastante para mantenerla con estilo. Así que, ¿por qué se
aventuraría con el Onadyn?

66
—¿Por la emoción? —dijo Mia. Oí un crujido de ropa, como si ella se encogiera de
hombros—. ¿Por amor?
¡No me he aventurado con el Onadyn, idiotas!
—No por amor. Al menos, no por parte de Erik. La mayor parte, la ignoró en el
Ship’s —indicó Cara—. Quizás no trabajen juntos. Quizás ella sea un pequeño cachorro
enfermo de amor y lo acosaba.
—Tú y yo sabemos que eso no es cierto —dijo Fénix—. Él supo el momento
exacto en que ella dio un paso en el cuarto piso. Viste su reacción hacia ella. Sus ojos
se volvieron más cálidos; su lenguaje corporal cambió, inclinándose hacia ella. Era
consciente de cada uno de sus movimientos y hacia lo posible para no mostrarlo.
¿Qué? Mi corazón revoloteó.
—Pero al final, lo mostró. —Mia suspiró—. Dijisteis que le dio algo. ¿Qué?
—Después de que los arrinconáramos, ella nos dijo que fue una servilleta. —
Fénix.
—La busqué y realmente encontré una servilleta, pero estaba en blanco. —Cara.
—Un señuelo, probablemente. —Mia.
Hubo una segunda pausa, ésta tan asfixiante y afilada que me habría cortado en
pedazos si me hubiera movido. ¿Erik había notado mi presencia? ¿Sus ojos se
volvieron cálidos cuando me vio? A pesar del peligro, la idea era embriagadora.
—Y no olvidemos el modo en que la protegió cuando todas la apuntamos con
nuestras armas.
—Entendido, Fénix —dijo Cara con vehemencia—. Ya ha quedado claro. Ahora
puedes callarte.
Unos fuertes dedos se abrigaron alrededor de mi dolorido brazo y tuve que luchar
contra un estremecimiento. Unas tijeras cortaron la venda y me balanceé en la silla,
sorprendida de que no me hubiera caído aún.
¡Espera! ¿Estaba sentada? La última cosa que recordaba era que estaba tirada
en el suelo.
Hice inventario: piernas colgando, trasero firmemente plantado sobre un pedazo
plano de metal, brazos atados tras mi espalda. ¡Ellas me habían movido a la silla y me
habían atado! El miedo me inundó. Estaba total y completamente atrapada.
Oh, mierda. Podían hacer lo que quisieran conmigo y no podría detenerlas. No
podría luchar ni defenderme.
Tenía otro par de manos colocadas sobre mis hombros, sosteniéndome en el
lugar.
—¿Qué creéis que pinta ella en todo esto? —preguntó Mia, la punta de sus dedos
sondeando en mi herida.
Relájate. Permanece relajada.

67
—La novia tonta, lo más seguro. —Cara—. Y lo que realmente me escuece es que
fuera capaz de mantenerla en secreto durante tanto tiempo.
—Sí, pero ¿ella vende? —Fénix chasqueó la lengua—. ¿Qué es lo que sabe?
—¿Y bien? —dijo Mia.
Ninguna de las chicas respondió.
—¿Eres sólo la novia tonta o tienes un papel crucial en esto? —añadió ella.
Mi aprensión y miedo se triplicaron. Sabían que estaba despierta. Una parte de
mí esperó ser abofeteada mientras mis párpados revoloteaban hasta abrirse. No lo fui.
Las tres mujeres permanecieron quietas, observándome fijamente. Frunciendo el
ceño.
Jadeé cuando la misteriosa Mia entró a la vista. Supongo que no era como me la
esperaba. Alguien con una voz tan autoritaria debería haber sido alta y fornida, incluso
varonil. No esta mujer. Era hermosa. Una de las mujeres más hermosas que había
visto nunca.
Tenía el pelo negro y remolinantes ojos azules enmarcados por largas pestañas
negras. Un cuerpo pequeño y delicado. Una cara dulce y angelical. Y aún inclinada
sobre mí, estudiando mi herida, parecía completamente intangible, ajena a las
emociones y a todos a su alrededor.
—¿Y bien? —incitó.
—No soy su novia —raspé—. Ni vendedora. Ni fabricante. Ni tampoco tonta —
añadí más fuerte.
—¿Y qué eres? —Mia me perforó con su feroz mirada.
—Inocente.
Cara resopló.
Mia se encogió de hombros, como si mi respuesta no tuviera importancia.
—Alguien te quería muerta, niña. Las Lancer están acostumbradas a dar muerte,
no advertencias. A un inocente no le habrían pegado un tiro como este. ¿Hacías algo
que supuestamente no debías hacer, verdad?
Más bien que responder, dije:
—Veo las noticas. A veces se les dispara a los inocentes.
La comisura izquierda de su boca se estiró. ¿En una sonrisa? ¿Una mueca?
—¿Quién te disparó?
—El hada de los dientes —contesté, no estando segura de donde conseguí mi
alarde esta vez.
Mia se pasó la lengua por los dientes y ya no tuve más dudas en cuanto a si
sonreía o fruncía el ceño. Me fruncía el ceño con una potente furia.
Cara dio un paso hacia mí, levantando el brazo con toda la intención de
abofetearme tal y como había temido. Fénix la contuvo.

68
—Te diré lo que quieres saber cuando mi padre esté aquí.
—Él es abogado —dijo Mia, una declaración no una pregunta.
—Sí.
—No le permitiré acercarse a ti hasta que no me digas lo que quiero saber. ¿Qué
dices a eso?
Mis manos se apretaron en puños.
—No puedes mantenerlo alejado de mí.
—Puedo hacer lo que quiera.
—¿Dónde está Erik? —pregunté, intentando una táctica diferente. No llores.
Permanece fuerte. Eres valiente, ¿recuerdas?—. Quiero verlo.
—Tal vez el hada de los dientes te escoltará a su celda —contestó Mia. Ella
permaneció donde estaba, agachada a mi lado—. A no ser que, por supuesto, quieras
responder de otra forma a mi pregunta.
Bien, permanece fuerte pero sin ser impertinente otra vez.
—Déjame verlo. Por favor. —Si ellas estaban siendo enérgicas conmigo, ¿qué le
estaban haciendo a él?
Fénix liberó a Cara y ambas flanquearon a Mia, cruzando los brazos sobre el
pecho y rodeándome como una pared de ferocidad femenina. Un temblor me recorrió.
Una por una, daban miedo. Juntas, eran el infierno sobre la tierra.
La cabeza de Mia se inclinó a un lado mientras me examinaba atentamente.
—Aseguras que no eres su novia, pero actúas como tal. ¿Debería creer tus
palabras o tus acciones, hmmmm?
—Palabras. —Pero tenía razón. Mis acciones eran más que convincentes y todo
en mí había sido condenatorio—. Realmente esta noche fue la primera vez que hablé
con él.
—Oh, ¿en serio? —Extendiendo la mano, Mia la apretó contra mi brazo,
provocando que la rasgada carne lentamente se estirara. Me estremecí de dolor—. No
quiero hacerte daño, Camille, pero lo haré si tengo que hacerlo. Te lo haré lentamente
y a menudo. ¿Me sigues?
Incapaz de hablar, asentí con la cabeza. Las lágrimas que habían escocido en mis
ojos hacia un momento, se desbordaron.
—Bien. —Su apretón se relajó y fui capaz de respirar de nuevo—. Erik ha estado
transportando Onadyn del Ship’s al público. Quiero saber como lo hace sin que lo
atrapen y creo que tú puedes aclarármelo.
—Pero no puedo. —Mirándola a los ojos, le supliqué que me creyera—. No sé
nada. Lo juro.
—¿Tienes miedo de que él te haga daño si nos lo cuentas?
—Erik jamás haría daño a un chica —dijo Cara, beligerante.

69
—Cara —gruñó Mia sin apartar los ojos de mí—. Vete.
—¿Qué? —La boca de la chica cayó abierta.
—No hagas que lo repita.
Pasó un segundo mientras la sorpresa se reflejaba en el rostro de Cara. Entonces
sus ojos se estrechados sobre mí con un odio absoluto, como si fuera culpa mía que se
hubiera metido en problemas. Y lo admito, realmente sentí una pequeña punzada de
satisfacción.
No debí hacer un trabajo muy bueno ocultándolo porque su odio se transformó
en rabia, tensando sus rasgos. Me habría atacado si Mia no hubiera intervenido,
colocándose frente a mí. Me eché hacia atrás y por el rabillo del ojo vi la punta
plateada de un cuchillo. Un cuchillo que Cara sostenía. Había tenido intención de
cortarme, comprendí sorprendida.
Qué lugar tan violento era este.
—¡Cara! —rugió Mia—. Última oportunidad.
Cara salió airadamente del cuarto, su negro pelo volando detrás de ella.
Cuando la puerta se cerró, Mia dijo:
—Bien, Camille. Estabas a punto de contarme algo.
Exhalé un largo y tembloroso suspiro.
—No puedo contarte nada porque no sé nada. Fui al club para ver y hablar con
Erik, tal vez incluso bailar con él. No supe nada de las drogas hasta… —Horrorizada,
apreté los labios. ¡Maldita sea! No debería de haber admitido eso. Ahora ella me
asaría a la parrilla en busca de detalles que yo no tenía.
—Hasta —me apremió Fénix, dando un paso más cerca.
Miré mis pies y noté que me habían quitado las botas. No llevaba calcetines y mis
pies estaban desnudos. Las pintadas uñas azules, brillaron a la luz.
—Hasta que no traspasé aquella puerta custodiada —admití—. Un grupo de Ell
Rollis me atacó y Erik me salvó de ellos.
—¿Y ya está? —preguntó Mia—. ¿Eso fue todo lo que pasó?
—Sí.
Mia estudió mi cara durante mucho tiempo, sus profunda mirada sondeándome.
—¿Qué te dio él? Y no me digas una servilleta en blanco.
—Si te digo otra cosa, mentiré.
—Ya veremos, niña. Ya veremos. Voy a hacer algunas pruebas a esa servilleta e
interrogaré a algunas personas. Reza para que apoyen tus palabras. —Sin decir nada
más, Mia salió del cuarto con una zancada, la puerta cerrándose tras ella
automáticamente.

70
Fénix miró de la puerta a mí, y de mí a la puerta. Se pasó la lengua por los
dientes en una imitación perfecta a la de Mia y luego siguió el mismo camino que la
hermosa mujer había tomado.
A solas de nuevo.
El brazo me dolía. Quería irme a casa; quería que mis padres me mantuvieran a
salvo. Pero más que eso, quería salvar a Erik de la forma que me había salvado a mí.
Si realmente era un traficante de drogas, quería salvarlo de sí mismo. Si no lo era,
quería salvarlo de estos agentes.
La gente buena, a veces tiene que hacer cosas malas.
¿Lo era o no lo era? Es más, ¿me importaba?
Si vendía o no, no lo hacía por dinero. Lo sabía. No cuando su casa se caía a
pedazos. Y Erik no consumía, no era un drogadicto. Su piel no estaba escamosa ni
teñida de azul, dos signos reveladores.
¿Necesitaba alguien que él amaba el Onadyn?
La idea me cogió de improviso y parpadeé. Tal vez. Era definitivamente una
posibilidad y explicaría muchas cosas. Si un Otro lo necesitaba, pero no podía
conseguirlo, un traficante lo haría por ellos. Pero entonces la pregunta era qué
persona sabía Erik que lo necesitaba. ¿Un amigo? ¿Silver, quizás?
Negué con la cabeza. Los Morevvs toleraban el oxígeno y no necesitaban Onadyn
para sobrevivir en nuestro planeta.
¿Quién no podía conseguirlo por sí solos? ¿Los pobres? Espera. Negué con la
cabeza de nuevo. Creo que el gobierno les daba suministros gratis. ¿Aliens
depredadores, entonces? Mi boca cayó abierta. Sí. Los aliens depredadores que habían
sido sospechosos o condenados por un crimen, eran privados del acceso, por lo que
tenían que dejar el planeta… si lograban sobrevivir a la caza del A.I.R.
No era tarea fácil, comprendí ahora con un estremecimiento.
Erik podría tener todo tipo de amigos infractores de la ley. O al menos que se
sospechara que infringieron la ley. Yo era la prueba de que a veces el A.I.R. cometía
errores. Grandes errores. Yo era la prueba de que a veces las acciones eran mal
interpretadas.
Una pantalla holográfica se materializó en la pared situada frente a mí, el aire
fluctuando como jalea transparente. La imagen de Erik apareció sobre la pantalla. Al
verlo, el alivio y la sorpresa me inundaron al mismo tiempo. Él tenía un ojo morado, un
corte en el labio y varias gotas de sangre seca en la barbilla. Había sido golpeado, y
era obvio que mucho. Pero estaba vivo, que era lo más importante.
Como yo, estaba atado a una silla.
Observé como Cara daba un paso en el cuarto de Erik, su expresión decidida. Erik
la descubrió y rió irónicamente.
—Bradley ha sido informado —dijo ella—. Está de camino hacia aquí y quiere
hablar contigo.

71
—Un detalle encantador, el traerlo.
—Eso pensamos.
¿Quién era Bradley? Odiaba no saberlo. Tenía que ser alguien importante por la
afilada y torturada mirada que pasó por los ojos de Erik, Una mirada que rápidamente
enmascaró. Si no lo hubiera estado estudiando tan atentamente, lo habría pasado por
alto.
—¿Intentando quebrantarme, Cara?
—Por supuesto, Erik. —Hizo una pausa y estudió sus uñas pintadas de rojo sangre
—. Te mereces ser quebrantando en cuerpo y alma.
—Bueno, tendréis que hacerlo mejor que esto. Dejó de preocuparme lo que
Bradley piensa de mí hace mucho tiempo. Y lo que tú pienses también, en realidad. —
Le sonrió con satisfacción—. No ha sido inteligente por parte del A.I.R enviar a la ex
para interrogarme. Realmente no doy ni una mierda por lo que pienses de mí, nena.
Cara apretó la mandíbula y se dio la vuelta lejos de Erik, de la cámara, ocultando
su expresión.
—Todavía me preocupo por ti, Erik.
—¿Todavía? —Él resopló—. Jamás te preocupaste por mí, o me habrías apoyado y
permanecido a mi lado cuando ellos me echaron a patadas de la escuadrilla.
Ella se giró, la rabia resplandeciendo sobre su cara.
—¿Realmente quieres ir por ahí?
—Sí. ¿Por qué no? Tengo buenos recuerdos de ti moviéndote por mi celda y…
—¡Argh! —Levantó la mano como si pensara abofetearlo, pero se detuvo a
tiempo y se alejó de él, respirando profundamente—. Eres tan buen manipulador
ahora como entonces. «Soy inocente, Cara», «tienes que creerme, Cara». —Ella
aporreó la pared—. Te dejé engañarme una vez, pero jamás te dejaré hacerlo de
nuevo.
—¿Engañarte? Si eso es lo que tienes que decirte para dormir por las noches,
nena…
Con pasos acortados, ella camino alrededor de su silla.
—¿Por qué actúas de esta forma?
—Porque puedo —fue la respuesta de Erik.
—¿Intentas hacerme más daño? ¿Herirme por dentro?
Una parte de mí se sintió culpable por ser parte de esta conversación íntima.
Otra parte escuchaba con impaciencia, queriendo absorber cada detalle que pudiera.
—En cierta época, hubiera matado a cualquiera que te hiciera daño —dijo él,
pasándose la lengua por el corte del labio—. Incluso yo mismo. Ahora, simplemente no
me importa. ¿Te sientes herida? ¡Qué diablos! Nada de lo que te haga igualará lo que
me hiciste todos aquellos meses.

72
De nuevo, ella se alejó de él.
—¿Qué quieres de mí?
—No quiero nada de ti—dijo él sin emoción.
—¿Esperabas que dejara el A.I.R por ti? ¿Qué abogara por tu caso cuándo era
obvio que eras culpable? —Se rió amargamente, como si casi deseara que hubiera
tenido el valor de hacerlo—. Es estúpido.
—Sí, quizás sea tan estúpido como esperar que la chica que aseguraba que me
amaba defendiera mi nombre. —Él no parecía impasible esta vez. Parecía roto por
dentro—. Esperar que la chica que aseguraba amarme creyera que había una buena
razón para que fuera pillado con Onadyn.
—No existen las buenas razones —gritó ella.
Él apartó los ojos de ella, repugnado.
Pasó un momento mientras Cara se componía. Ella enderezó los hombros, giró, y
cuadró la barbilla. Un aire de determinación la envolvió; era todo negocios ahora.
—Nos has esquivado durante mucho tiempo, Erik.
Despacio, él sonrió ampliamente, algo burlón
—¿Y eso os sorprende? Ibais tras mi sangre.
Ella agitó una mano en el aire.
—No nos interesas tú; vamos tras el pez gordo. Queremos saber donde se fabrica
el Onadyn. Donde lo almacenan. Queremos saber cómo lo ponen en la calle sin ser
detectados. Si nos das esos detalles, podrás irte.
—¿Y luego podréis destruirlo?
—Sí.
Un músculo palpitó en su mandíbula.
—Lo siento. Jamás conseguiréis ayuda de mí. Es más, no negociaré con esa
información. Nunca.
—El Onadyn mata a la gente —dijo ella, la rabia oscureciendo sus ya de por sí
ojos negros—. Lo sabes.
—Y tú sabes que yo jamás se lo he vendido a un humano.
—¿Lo sé? Cada una de tus acciones aclama tu culpabilidad.
—Salva a aliens, Cara. Al menos, sabes eso.
Tenía razón, pensé con sorpresa, felicidad y alivio. Vendiendo Onadyn, Erik
intentaba salvar a los aliens. ¿Y ellos lo habían golpeado por eso? El salvar vidas no
era un crimen.
—Los aliens pueden recibir su Onadyn de proveedores apropiados como, se
supone, hacen. Fabricarlo, venderlo o comprarlo sin licencia es ilegal y peligroso. Debe
estar regulado.

73
Erik no dijo una palabra.
Cara se acercó a él y remontó la punta de un dedo a través de la anchura de sus
hombros.
—Si no nos dices quien es tu proveedor, te golpearemos para sacarte la verdad.
Y luego golpearemos a tu novia.
—Ella no es mi novia —dijo él con brusquedad, el fuego ardiendo en sus ojos—.
Dejadla en paz.
Chasqueando la lengua, ella pasó las manos por su pelo.
—Eres un mentiroso. Camille significa algo para ti. Oh sí, y mucho. Hierves con la
necesidad de proteger a la pequeña princesa.
—Por una vez te he dicho la verdad —dijo él a través de los dientes apretados,
evidentemente por ella—. Es inocente.
—El Erik que yo conocía nunca habría implicado a un civil.
—Este Erik lo hizo. La metí en esto cuando no debería haberlo hecho. Yo soy el
malo, no ella.
—Uh-uh-uh. Tienes sentimientos por ella. —El tono de Cara era ligero, pero sus
rasgos eran oscuros, como si una nube tormentosa los cubriera—. Puedo verlo
siempre que la miras. Y yo debería saberlo. Tú solías mirarme así. Además, ¿por qué si
no habrías ocultado tu relación con ella?
Él se rió, y hubo genuina diversión en el sonido.
—El A.I.R realmente se está volviendo descuidado si eso es lo que piensa.
Frunciendo el ceño, Cara lo abofeteó en la cara. Él siguió riéndose y ella lo
abofeteó de nuevo. La sangre goteó de su boca y barbilla. Ella le pegó una tercera
vez.
—Detente —grité a la pantalla.
—¿Estás celosa de que esté interesado en otra mujer —dijo Erik, aparentemente
insensible por la violencia—, o estas celosa porque ella es mejor persona de lo que tú
nunca serás?
¿Alguien tan poco atractiva como yo? ¿Mejor?
Cara palideció.
Erik frunció los labios y lanzó un beso.
—Dile a Mia que tendrá que matarme, porque no le diré nada sobre el Onadyn,
sobre el Ship’s o sobre Camille.
Oh, Erik. No digas eso. Podrían tomárselo en serio. Mi cuerpo comenzó a temblar
y se negó a parar.
—Conseguiremos las respuestas —dijo Cara, las palabras arrastradas,
moderadas.
—Haced vuestro mejor intento.

74
¿Por qué querían que viera esto? Me pregunté con ira. ¿Pensaban que me
volvería contra Erik si lo veía comportarse mal? ¡Por favor! Lo que hacían era volverme
cada vez más contra ellos a cada segundo que pasaba.
—Oh, vamos —le dijo Cara suavemente—. No te mataremos si no conseguimos lo
que queremos. Mataremos a Camille, y tú mirarás.

75
CAPÍTULO 8

«MATAREMOS a Camille.»
Y lo harían, pensé, mis oídos pitando con fuerza por el pánico. Lo harían sin
vacilar. Sin remordimiento. Nada de lo que habían hecho hasta ahora había mostrado
que eran misericordiosos. Y, para ser honestos: Cara ya me habría matado si se lo
hubieran permitido.
Lo más probable es que ni verificaran mi historia. ¿Y por qué lo harían, Robins?
Ellas vieron lo que vieron y eso no podía ser borrado.
La puerta de mi celda se abrió y mi corazón casi se detuvo. ¿Ya venían a
matarme?
Oí a Cara decir:
—Convéncela de que hable con nosotras… y que diga la verdad —No parecía
alterada o culpable, parecía satisfecha—. O podéis aprovechar el tiempo para deciros
adiós.
La verdad. Mis manos se apretaron en puños, provocando que mis esposas láser
quemaran mis muñecas.
—¡Os dije la verdad! —grité, todas mis emociones burbujeando en la superficie.
De repente, empujaron a Erik dentro de mi cuarto. Silencioso, rápidamente se
paró y se estabilizó. Sonriendo ampliamente, Cara entró tras él. Sosteniendo una pyre-
arma con una mano, le quitó las esposas-láser con la otra.
Sus ojos se cerraron sobre mí y no se movió. Determinación y alivio irradiaban de
él. Y algo más, algo que no podía identificar; sólo sabía que era intenso. Caliente.
Temblé, el calor creciendo por todas partes. Estaba vivo y estaba conmigo. ¡Por
fin! Una cosa era verle en una pantalla y otra completamente distinta verlo en
persona. Su misma presencia me consolaba cuando debería hacerme vomitar.
—¿Por qué me liberas las manos? —preguntó Erik—. ¿Tramas algo?
Silenciosa, Cara caminó hacia atrás para salir de la celda, el cañón de su arma
sin dejar de apuntar a Erik. Pero sus rasgos eran anhelantes, necesitados. Ella podía

76
haberlo traicionado después de que fuera pillado con Onadyn, pero todavía lo quería.
Y no le gustaba hacerlo.
Como todos los demás en el mundo, ella estaba desvalida contra sus propias
emociones.
Cuando estuvo de pie en el vestíbulo, la puerta se cerró frente a ella, dejándonos
a Erik y a mí solos. Inmediatamente él cerró la distancia entre nosotros y se agachó
tras de mí. Abrí la boca para hablar, pero él sacudió la cabeza. Incluso alzó una mano
y la colocó sobre mis labios.
—Hay cámaras por todas partes —dijo.
—¿Dónde? —pregunté cuando quitó la mano. Miré a izquierda y derecha, pero no
vi ninguna. Había sido filmada sin mi conocimiento. Eso me hizo sentirme aún más
violada.
—Por todas partes. Créeme. ¿Estás bien? —preguntó él.
—Sí. Todavía respiro.
—Voy a reprogramar de nuevo tus esposas. Puede…
—¡Ow!
—… picar un poco —terminó él—. Lo siento.
Había sentido un tirón, una quemazón, pero ahora era libre y no me sentía tan
desvalida. Colocar los brazos sobre mi regazo requirió un esfuerzo considerable.
Estaban inestables y débiles y la piel alrededor de mis muñecas, roja e inflamada.
Moviéndome con dolor, me giré en el asiento para afrontar a Erik. Viendo sus
cortes y contusiones en persona, aquellos signos de dolor y sufrimiento, era como ser
desnudada y colocada frente a una manguera de agua helada.
¿Qué le habían hecho para que sus ojos se ennegrecieran y su labio se hinchara
así? Él era fuerte, sí, pero hasta el más fuerte de los hombres podía ser asesinado.
—¿Estás bien?
Sonrió irónicamente, luego se estremeció. Se tocó la comisura del labio,
limpiándose una gota de sangre fresca.
—Mejor que nunca.
—Mentiroso —dije sin calor.
Él rió entre dientes.
—Me pillaste.
—Erik… —dije al mismo tiempo que él decía:
—Camille…
A pesar de las horribles circunstancias -o tal vez debidas a ellas- nos reímos,
extrayendo el humor de donde podíamos, antes de quedarnos callados.
—Tú primero —dijo él finalmente.

77
—Les dije la verdad, pero quieren matarme. Tenemos que…
Él colocó la mano sobre mi boca, cortando con eficacia mis siguientes palabras.
Lo miré con curiosidad. Liberó mi boca, pero no se apartó. Las yemas de sus dedos
remontaron la curva de mi mandíbula y temblé. Por los nervios, me aseguré.
—Escuchan todo lo que decimos, que es la única razón por la que me permitieron
entrar en la celda. —No intentó bajar el tono, sino que habló fuerte—. Solía trabajar
con ellos, aquí en este mismo edificio, así que conozco sus trucos. Quieren que
hablemos, que revelemos nuestros secretos.
Supongo que él realmente había sido un agente. Era lo suficientemente fuerte,
no me había hecho daño y era bastante inteligente. Pero en mi mente, todavía era un
estudiante de instituto que se pavoneaba por los pasillos, bromeaba con Silver y
coqueteaba con todas las (socialmente visibles) chicas.
—¿Entiendes lo que te digo?
—Sí.
—Bueno. —Sí, me había liberado de las esposas pero, con sus palabras, otra
oleada de impotencia me bombardeó. La vigilancia constante era lo mismo que estar
atados. No podíamos escapar de ninguna forma… y quería hacerlo
desesperadamente.
—No te preocupes —añadió él. Dejó caer la mano, pero no antes de que sus
dedos remontaran la comisura de mis labios en un acto de consuelo—. Todo va a ir
bien. Te lo prometí.
Tonta de mí, quise que su mano regresara a mi cara. Su toque era igual que
recordaba: caliente, áspero, calmante. Además de Erik, ningún chico antes me había
tocado así. Me gustaba, quería más.
—Lamento haberte acusado de vender a los humanos.
Sus ojos se estrecharon y él apretó la mandíbula.
—¿Dejaron que escucharas mi conversación con Cara? ¿Y me creíste?
—Sí. Y sí.
—Algunas personas dirían que vender Onadyn a los aliens es tan malo como
vendérselo a los humanos —dijo en voz alta y su tono indicó sin lugar a dudas que
pensaba que esa gente era idiota.
—¿Por qué te hacen esto si salvas vidas? —Nadie merecía morir como el alien
que vi en aquella foto.
—Buena pregunta —refunfuñó él y luego suspiró.
Reuniendo coraje, dije:
—Puedo ver por qué quisiste dejar esta línea de trabajo —grité en beneficio de
nuestra audiencia, así como para aligerar el oscuro humor de Erik.
—¿Sí, y eso por qué?

78
—No sólo las condiciones son una mierda, sino que tus antiguas compañeras de
trabajo son gilipollas. —¡Eso era! ¡Tomad eso, señoras! El A.I.R. no me derrotaría. Y no
me encogería de miedo. Ya no.
¿Quién eres? Exigió mi mente. ¿Has sido absorbida por un Otro?
Erik sonrió lentamente.
—Cada vez me gustas más, Camille Robins. Eres un buen juez de caracteres.
Le devolví la sonrisa. Él también me gustaba cada vez más.
—Lamento lo de la servilleta —dijo él—. No debería habértela dado.
Tal vez me lo imaginé, pero mientras nos sonreíamos el uno al otro, algún tipo de
tensión surgió entre los dos. No del tipo malo, sino de necesidad. Quería un beso,
necesitaba un beso. ¿Y él? Los latido de mi corazón se aceleraron y el fuego se
extendió por mis venas. La gente nos mira, me recordé.
Me aclaré la garganta.
—Siendo agente, ¿alguna vez mataste a alguien? —Un tema, que estaba segura,
el A.I.R. conocía bien.
—Sí. —Los ojos se le vidriaron y oscuros recuerdos lo arrastraron profundamente
en su interior, hundiéndolo en una terrible espiral—. Fui reclutado en mi décimo
octavo cumpleaños.
—No tienes que contármelo si no quieres.
Continuó como si yo no hubiera hablado.
—Estaba fuera celebrándolo y había bebido demasiado. Me volvía arrogante.
Grosero. Insulté a otro y luchamos. No fue una pequeña rencilla, sino una lucha
sangrienta y violenta que me rompió varias costillas, cortó mi estómago y fracturó mi
muñeca.
—Wow.
—Un agente lo vio todo. Verás, mi oponente era un Arcadian, uno que podía
moverse más rápido que el parpadeo de un ojo. Logré sostenerme en pie e incluso
infligir algún daño, algo que la mayoría de los humanos no son capaces de hacer. —Se
encogió de hombros de nuevo, y no de forma casual esta vez—. El A.I.R. me sacó del
hospital al día siguiente, me vendó y comenzó a entrenarme para convertirme en un
agente. En un asesino.
Le aparté el pelo de la frente y, comprendiendo lo que había hecho, me apresuré
a volver a colocar la mano en mi regazo.
—Aquellas chicas…
Asintió rígidamente y se puso de pie. Noté que también le habían quitado las
botas, dejándole los pies desnudos.
—Sí. Muchachas cogidas del instituto y entregadas para convertirse en agentes
del A.I.R. Nos entrenamos juntos.

79
Quise estar de pie también. Quizás poner mi cabeza sobre su hombro y
envolverlo con mis brazos. Parecía tan triste. Pero permanecí sentada. Cuanto más lo
tocara, ellas pensarían que realmente éramos novio. Ya pensaban que era una
mentirosa y eso sólo añadiría más combustible al fuego.
—¿Por qué te marchaste? —pregunté.
Él se masajeó la nuca.
—Ya te enteraste. Fui pillado con Onadyn.
—Sí, pero parece que hay más que eso. Parece, pues… —vacilé—. Siento decir
esto, pero parecen odiarte. Ser pillado con Onadyn es un crimen, sí, pero no creo que
seas digno de tal odio.
Su mirada fue aguda mientras se inclinaba sobre mí.
—Tú me odiaste cuando te enteraste. No intentes negarlo.
—Lo negaré si quiero. —Tercamente, alcé la barbilla—. No te odié. Estaba
decepcionada e impresionada. Pero incluso entonces me resultó difícil conciliar lo que
me dijiste con el chico que había idolatrado en mi cabeza. Quiero decir, mira el modo
en que me cuidaste.
Sus ojos se ensancharon con sorpresa y sacudió la cabeza como si no pudiera
creer que yo hubiera dicho eso en voz alta.
—Realmente me asombras Camille Robins.
Y lo pensaba en serio; podía oír la verdad en su tono. Ningún chico me había
dicho nada así nunca. Unos cuantos con los que había salido me habían dicho que era
bonita… para meterse en mis bragas. ¿Pero decir alguien que le asombraba? ¿Y dicho
en un tono que destilaba reverencia y temor, y no con la intención de meterse en mis
bragas? Nunca.
—Gracias.
—De nada.
Se alejó unos pasos, giró y descansó las manos contra la pared. La camisa de su
espalda estaba rasgada y pude ver gruesos verdugones rojos atisbándose por debajo
del despedazado material.
—¿Te azotaron? —dije entrecortadamente.
No me miró, ni me contestó. Simplemente continuó su historia como si nunca
hubiéramos abandonado el tema.
—Conocí a Cara aproximadamente un mes después de que hubiera sido
aceptado en el campamento. Congeniamos en seguida y empezamos a salir.
No era lo que había preguntado, pero quería saberlo. Muchísimo. Así que le
permití que ignorara mi pregunta sin protestar.
—Tuvimos una relación bastante intensa durante un año y pasamos cada minuto
que podíamos juntos. Y cuando no lo estábamos, pensábamos el uno en el otro

80
Se dio la vuelta y observó fijamente la pared frente a él, como si no me hablara
a mí, sino a quienquiera que escuchaba nuestra conversación.
—La amaba.
—¿Teníais dieciocho años? —Mi edad ahora.
Erik cabeceó.
—Sí.
Mi padre diría que unos chicos tan jóvenes posiblemente no podrían amar con
tanta pasión, que los adolescentes no tenían ningún concepto de devoción
«verdadera». Un enamoramiento, diría. Un encaprichamiento pasajero. Una mañana
te despertarás, y comprenderás que realmente nunca te ha importado ese tipo, dijo
mi padre cuando me había pillado suspirando con la foto de Erik.
Mi padre se equivocaba.
Yo no había dejado de sentirme loca por Erik. Mis sentimientos por él era tan
intensos ahora como lo eran antes. Mi padre no entendía –o tal vez no quería admitir-
que los adolescentes experimentan emociones tan intensamente como los adultos.
Quizás incluso más, ya que los sentimientos son nuevos para nosotros y aún no hemos
aprendido como tratar con ellos.
Cuando Erik dijo que había amado a Cara, lo creí. La verdad estaba en su
expresión, intensamente entusiasta. La había amado, probablemente había querido
pasar el resto de su vida con ella. Probablemente habría muerto por ella.
Que un chico te amara tanto, pues, tenía que ser estimulante. Estaba celosa, lo
admito. No me gustaba Cara, y pensaba que no se lo merecía.
—¿Qué pasó? —pregunté quedamente.
Él soltó una amarga carcajada.
—El día que fui sorprendido con Onadyn. Eso es lo que pasó. Al parecer el A.I.R.
había sospechado de mi participación con la droga. Enviaron a Cara a buscarla. Ella la
encontró y ni me preguntó por ella. ¡Joder, simplemente me entregó! Fui golpeado y
entregado a Mia, donde me interrogaron y declararon culpable.
—Lo siento mucho.
—Cara también me interrogó. Me traicionó más rápido de lo que pude tomar
aliento, asegurando que también lo había sospechado desde hacía tiempo y que se
había quedado conmigo para conseguir pruebas.
Sufrí por él, por la amargura que todavía abrazaba. Tal traición tuvo que haberlo
destruido, destrozarlo por dentro.
—Fui encarcelado. Cara vino a visitarme, llorando. Pero era demasiado tarde.
Robé su insignia y logré escaparme. Me oculté un tiempo, incluso me aclaré el pelo y
cambié permanentemente el color de mis ojos. Pero no estaba haciendo ningún bien a
nadie. Entonces me cambié el apellido y me uní a tu escuela. Sabía que el A.I.R.
terminaría encontrándome, pero no me importaba. Había algo que tenía que hacer, a
pesar de ser condenado.

81
Se quedó callado dejándome –y a nuestra audiencia- preguntándome que es lo
que tenía que hacer.
—¿Y fuiste capaz de hacerlo? —pregunté.
—Aún no. Pero lo haré. —Hubo determinación en su tono—. Hay vidas que
dependen de ello. Muchas vidas.
¿De quién? ¿Suya? ¿O de alguien que quería? Probablemente esto último. Vendía
Onadyn -un crimen que había destruido la vida que había construido- para salvar
aliens. No muchas personas harían lo mismo.
Yo probablemente no lo haría, me avergoncé de admitir.
—No tenemos mucho tiempo —dijo él con un suspiro—. Se cansarán de nuestra
conversación pronto.
Y cuando lo hicieran, iban a matarme.
¿Cómo podía haberlo olvidado ni que fuera sólo un momento? Pareció que la
celda fuera a derrumbarse a mi alrededor. Permanece calmada.
—¿Cómo está tu brazo? —preguntó Erik.
—Duele un poco. —No había razón para negarlo. Estaba seguro que mi
habitualmente bronceada piel estaba pálida. Que tenía los ojos enrojecidos.
Necesitaba dormir. Dormir de verdad, a-salvo-en-mi-cama. Necesitaba más de esa
pasta entumecedora. Sobre todo, necesitaba que me aseguraran que encontraríamos
una salida a todo esto.
Erik se acercó a mí y se arrodilló entre mis piernas. Ahuecó mis mejillas,
obligándome a mirarlo. Lo contemplé, concentrándome en él antes que en la realidad.
Sus oscuros ojos, con sus largas y espesas pestañas, me hipnotizaron. Sus llenos y
rosados labios -labios que habrían sido bonitos en una chica, pero que de algún modo
lo hacían parecer aún más masculino- me cautivaron. La anchura de sus hombros me
envolvió.
La preocupación cubrió sus rasgos cuando me estudió.
—Estaré bien. —Esperaba.
—Estoy orgulloso de ti —dijo él—. Estás herida, pero no te has venido abajo.
Podrías haber huido, pero no lo hiciste. Jamás has experimentado nada como esto,
pero te sostienes por ti misma.
—Gra-gracias. —Me sentía como un eslabón débil y aquí estaba él, elogiándome
aún más.
—Me imagino que fuiste interrogada
Asentí con la cabeza, la culpa coloreando mis mejillas. Aparté los ojos de los
suyos y miré fijamente su hombro. Después de todo lo que me había dicho, me
avergonzaba admitir que le había contado al A.I.R. un poco de lo que me había dicho
en el coche.
A su manera, lo había traicionado igual que Cara lo hizo.

82
—¿Como fue? —preguntó.
Suspirando, deje que el episodio completo fluyera de mí, sin excluir ningún
detalle. Él no se puso rígido como esperaba, ni me maldijo ni me regañó.
—Lo hiciste bien, Camille —dijo él, sorprendiéndome—. Un agente entrenado no
podía haberlo hecho mejor.
—Pero… pero…
—Muchas veces, la gente se inventa historias, diciendo a sus atormentadores lo
que ellos creen que quieren oír. Los mete en más problemas porque no pueden
recordar los pequeños detalles y terminan por cambiar la historia, lo que los hace
parecer aún más culpables. Tú te atuviste a la verdad, no te explayaste y no dejaste
que sus amenazas influyeran en ti.
Más alabanza. Wow.
Él remontó su pulgar por la comisura de mis labios, exactamente igual que había
hecho antes. Sólo que esta vez, se entretuvo. Sus ojos se oscurecieron, acalorados.
Experimenté otro de aquellos temblores deliciosos.
No me comparaba a Cara en belleza, lo sabía. Incluso aquella mujer, Mia, lo
sabía. Pero Erik me observaba tan detenidamente como si fuera exquisita.
Probablemente estaba sucia, y definitivamente tenía la ropa arrugada y manchada de
sangre, pero a él no parecía importarle.
—Siento el modo en que te traté en la escuela —dijo—. Siento no haberte hecho
caso.
Me mordisqueé el labio inferior, humedeciendo el rastro de fuego que su pulgar
había dejado.
—Está bien.
—No, no lo está. —Él dio una leve sacudida de cabeza y sus manos envolvieron
mi mandíbula—. Te mereces algo mejor que esto.
Mi corazón martilleó dentro de mi pecho. No de dolor. Ya no. Ni de miedo, que es
lo que debería estar sintiendo mientras el tiempo seguía escabulléndose. Me sentía
salvaje, excitada e impaciente.
Bésalo, dijo una parte de mí.
Podría rechazarme, contestó la otra.
¡Eh, hola! ¿Miramos al mismo chico? No te rechazará. ¿Y qué si lo hace? Nada
arriesgas, nada ganas. Ahora eres valiente, ¿recuerdas?
El A.I.R. pensará que mentí.
Ellos ya lo piensan. Bien, decisión tomada.
Sin pedir permiso, me incliné hacia delante y con suavidad presioné mis labios
con los de Erik, cuidadosa de no hacerle daño. No me importaba quien miraba, quien
escuchaba, o lo que ellos pensaran de mis acciones. Sólo existía el aquí y ahora. Sólo
Erik. Sólo un beso…

83
Maravillosamente, su cabeza se inclinó a un lado, buscando un mejor ángulo. Su
lengua se deslizó en mi boca, caliente, tocando la mía, saboreándome. Un cosquilleo
recorrió mi piel, ardiente y adictivo. Una de sus manos se enredó en mi pelo y el
empuje de nuestras lenguas se volvió más duro, más rápido.
Su picante olor masculino me envolvió, ahogándome en todo lo que Erik era. La
sangre se precipitó a través de mis venas, despertando sentimientos que jamás había
experimentado antes. La necesidad iba a más, buscando la manera de alcanzar el
final. No quería morir sin experimentar el sexo. Sin conocer todo de él.
Delicioso, pensé. Maravilloso.
Más.
Sin embargo, lentamente, él se apartó. Su respiración era jadeante igual que la
mía. Esperé a que el A.I.R entrara precipitadamente en el cuarto con las armas
preparadas, pero pasó un momento y no lo hicieron.
—¿Te hice daño? —pregunté suavemente, mirando el corte en su labio. Deslicé
mi lengua sobre mis propios labios, recogiendo la humedad que él había dejado.
—Valió la pena —dijo, su voz baja y ronca. Sus párpados estaban medio cerrados
y me dio un dulce, suave y demasiado rápido beso—. Quise hacer esto la primera vez
que te vi.
Mi cara se arrugó con confusión.
—¿En el club?
—No. —Sacudió la cabeza—. En la escuela.
Sonreí, sorprendida de que fuera capaz.
—Ni siquiera sabías que existía hasta hoy.
—Ya discutimos eso. De verdad que reparaba en ti.
Así era. Lo hacía. Lentamente, perdí mi sonrisa.
—¿Por qué me ignorabas entonces?
—Mi primer día en la escuela, me enseñaron el edificio. ¿Recuerdas?
—Eso no contesta…
—Escúchame hasta el final.
—Muy bien. Sí. Lo recuerdo. —Yo había estado en mi taquilla, hablando con
Shanel, y él me había pasado. Primero, pillé un vislumbre de su rubio pelo y luego mi
mirada cayó a su trasero cubierto por los jeans. Como si él hubiera sentido mi
escrutinio, se dio la vuelta y nuestros ojos se encontraron. Sentí el aire atascarse en
mis pulmones.
—Estabas con tu amiga y te reías de algo —dijo él—. Una risa sin inhibiciones y
completamente libre. Eso me hizo girar. Y cuando te miré, tus mejillas estaban
sonrojadas, igual que ahora, y tu pelo se había escapado de las horquillas,
enmarcando tu preciosa cara.

84
¿Preciosa? ¿Yo?
Él rió irónicamente.
—Quise ser el que te hiciera reír así, el que pusiera aquel color en tus mejillas.
Pero tenía una misión y no podía ignorarla. Tú habrías sido una distracción que no
podía permitirme, así que fingí que no existías.
— Yo… —No sabía que decir. Aparté mi mirada de la suya, fijándola en su pecho.
Donde su camisa se abría y podía ver el tatuaje del gato negro. Él se había dado
cuenta de mí ese día. Realmente me había notado. No sólo al collar, sino a mí.
Todo este tiempo, había pensado que era invisible para él.
—No quiero morir —susurré. Tenía que experimentar más de sus besos.
—Lo sé. Yo tampoco quiero que mueras.
—¿Qué vamos a hacer?
Un largo suspiró se escapó de sus labios, soplando sobre mi nariz. Se inclinó
hacia mí y colocó un suave y prolongado beso en mi mejilla izquierda, luego besó la
derecha.
—Vamos a escaparnos —susurró—. Vamos a escaparnos.

85
CAPÍTULO 9

NO había ventanas o puertas que pudiera ver. Ni siquiera un visible ribete en la


pared por donde los agentes habían ido y vuelto tan libremente. Pero sabía que la
puerta estaba ahí. Simplemente no sabía cómo íbamos a abrirla.
Erik debió leer la confusión en mi cara porque sonrió y me susurró:
—Confía en mí.
Lo hacía, comprendí. Había llegado a confiar en él. Todo lo que había dicho sobre
el A.I.R. había sido cierto.
—Lo hago. —Él había trabajado aquí. Sabía los pormenores, conocía los jugadores
contra los que nos enfrentábamos. Aunque la huida no sería fácil. Estábamos bajo un
intenso escrutinio, cada uno de nuestros movimientos era supervisado.
—Gracias. —Me besó otra vez, una rápida unión de nuestros labios que me llegó
al corazón. Cuando él se retiró, sonreía ampliamente y yo estaba sin aliento.
Observé cómo se enderezaba y caminaba frente a mí, de izquierda a derecha y
de derecha a izquierda. La celda era pequeña y no había nada que pudiera usarse
como arma. Él único mueble era la silla en la que me sentaba y estaba hecha de acero
y anclada al suelo.
Necesitábamos un milagro.
Recordé como Shanel una vez había querido ser un alien… no, una vez no. Hacía
unas pocas horas. Parecía que había pasado un año desde que habíamos ido al Ship’s
y mi vida entera cambió. Ella había deseado superpoderes, la habilidad de controlar la
mente, algo, cualquier cosa.
Por una vez, yo también deseé ser un Otro. ¿A quién le preocupaba que se
burlaran de ellos? ¿A quién le preocupaba que fueran considerados feos? Mientras uno
pudiera protegerse, así como a los que tenía a su alrededor, nada más importaba.
—¿Puedes andar? —me preguntó Erik. Él se rascó la oreja y apoyó una mano
contra la pared.
—Creo que sí. —Me dolía todo el cuerpo y la debilidad me golpeaba con sus
pesados puños. Pero me obligaría a andar hasta el final de la Tierra si era necesario.

86
Erik confiaba en mí para que hiciera mi parte y ya era hora de que demostrara que era
fuerte.
—Bien. —Él caminó por otro lado de la celda, se rascó la otra oreja y de nuevo
apoyó la mano contra la pared—. ¿Y en cuanto a correr? ¿Crees que puedes correr?
Si él me hubiera dado tiempo para responder, le habría preguntado por qué
hablaba tan alto si el A.I.R. nos escuchaba. Pero no lo hizo. Se zambulló encima de mí,
sacándome de golpe de la silla y cayendo al frío y duro suelo. Perdí el aliento y luché
por respirar mientras su peso me fijaba.
¡Boom!
Una estrepitosa explosión meció el pequeño espacio. Trozos de metal
chamuscado y pedazos de escombros llovieron a nuestro alrededor. Incluso encima de
nosotros. Un pedazo grande cayó sobre la espalda de Erik y siseó a través de los
dientes.
Segundos más tarde, la alarma cobró vida.
El aire se espesó con negros penachos de humo y tosí.
—Permanece en el suelo —dijo Erik. Rodó de encima de mí, me agarró de la
muñeca del brazo herido y tiró para que me agachara.
Me estremecí e, instintivamente, intenté soltarme.
Él me miró con confusión, comprendió lo que había hecho, y me dedicó una
rápida sonrisa de disculpa. Me agarró del otro brazo y me empujó hacia delante.
—Por aquí. No tenemos mucho tiempo.
De algún modo, Erik había logrado explotar toda una pared, ofreciéndonos una
amplia apertura. Avanzamos lentamente sobre el metal y roca, y entramos al pasillo
vacío y lleno de humo. De nuevo, tosí.
Erik se puso de pie y me ayudó a hacer lo mismo. Me balanceé y él me pasó un
brazo alrededor de la cintura. El suelo estaba frío contra mis pies desnudos.
—Debería haber agentes aquí fuera —murmuró él.
Caminamos trabajosamente hacia delante y giramos una esquina.
—¿Dónde conseguiste los explosivos? —pregunté mientras nos movíamos. Los
pedazos de escombros se clavaban en mis talones, pero no permití que eso me
volviera más lenta.
—El hombre para quien trabajo exige que todos sus empleados lleven una cinta
explosiva color carne detrás de las orejas. Es prácticamente imperceptible. Hasta que
es demasiado tarde —añadió con una sonrisa.
Mi boca cayó abierta con horror.
—¿Y si tú mismo hubieras volado por llevarla encima? —Si yo transportara la
cinta, habría estado aterrorizada de tal posibilidad. Y no podría haberme acercado a
él, ni colocarme en un radio de cien yardas si hubiera sabido que la llevaba.
¡Seguramente no lo habría besado!

87
—Yo no podía explotar. La cinta está hecha de una sustancia química que no se
activa hasta que no entra en contrato con cierto metal… un metal que el A.I.R
compuso.
Bueno, wow. Que ingenioso.
—Lo que quiero saber es dónde están todos los agentes —indicó él.
Sí. Yo, también. Él tenía razón. Era extraño que no estuvieran aquí. Fénix, Mia, y
Cara no parecían del tipo que nos dejaría escapar como si nada sin presentar batalla.
—¿Quieren que nos escapemos?
Él frunció el ceño.
—Serían idiotas si lo hicieran, y en todos los años que los conozco, no dejaron
que nadie saliera por la puerta. Algo tuvo que pasar. Algo grande que captara su
atención lejos de nosotros.
Después de varios giros y vueltas, bajamos corriendo por otro pasillo. Mientras
que Erik sabía a dónde íbamos para mí era todo un misterio. Todos los pasillos
parecían iguales. Plateados, indescriptibles. Siniestros.
—El ordenador debería estar clamando nuestras identidades y el sector que
hemos violado —dijo él—, pero los escáneres de Identificación Personal están
desconectados. —Parecía confuso—. ¿Por qué desactivarían los escáneres de IP?
Sabía que no me hablaba a mí, así que ni me molesté en contestarle.
Cada vez que veíamos una pequeña caja negra sobre la pared, él reventaba la
tapadera y tiraba de algunos cables.
—Esto debería retener un poco a los agentes que nos siguen, si es que alguno
consigue poner sus culos en movimiento.
Una puerta se deslizó abierta en el otro extremo del pasillo y dos agentes
aparecieron. Supongo que ellos habían puesto sus culos en movimiento. Corrieron
hacia nosotros, las armas levantadas. Pero había sorpresa en sus ojos, como si no
hubieran esperado vernos.
Erik me empujó a un lado y los enfrentó. Tropecé y golpeé la pared con un
chillido, observando como él se agachaba y lanzaba una pierna, derribando a los
agentes justo antes de que pudieran disparar un tiro. Uno cayó a un lado y soltó el
arma. El otro cayó también, pero mantuvo su agarre firme y finalmente disparó.
Una corriente de amarillo fuego golpeó la pared, pasando justo por encima de la
oreja de Erik.
Este saltó sobre el hombre y los dos rodaron por el suelo, golpeándose el uno al
otro. Sólo entonces el arma patinó a unos centímetros de distancia. Ambos hombres
luchaban fluida y mortalmente, yendo a por las ingles y la tráquea. Pero los dos eran
también muy buenos en el bloqueo.
¿Debería intentar ayudarlo? ¿O lo estorbaría?
No tuve tiempo de pensar en ello.

88
Con los ojos bien abiertos, observé como el segundo pistolero se levantaba,
sacudía la cabeza para despejarse y fruncía el ceño mientras buscaba su arma. La
adrenalina se precipitó en mis venas, dándome fuerza y me lancé hacia delante. Ayer
habría corrido en dirección contraria o haría cualquier cosa para evitar el peligro.
Hoy corrí hacia él, queriendo proteger a Erik de la manera que él me había
protegido.
El agente no me disparó con su arma, sino que su atención se enfocó en Erik
mientras le apuntaba.
—¡No! —grité, atrayendo su mirada.
Él se giró hacia mí y me agaché de la forma que le había visto hacer a Erik.
Extendí la pierna e intenté ponerle la zancadilla. Lamentablemente el tipo no se cayó
como había hecho antes. Pero dudó, y eso me dio la oportunidad de lanzarme a mí
misma contra él. Volamos hacia atrás y él giró en el aire para que yo tomara el
impacto de la caída. Al chocar, gemí y me morí por aire.
El tipo se elevó sobre sus rodillas y apuntó el arma a mi pecho. Mi boca se secó
de miedo pero no dejé de luchar. No me había escapado de mi celda para morir aquí.
Actuando instintivamente, le pegué un puñetazo en la nariz y rodé por si acaso
disparaba.
Él siseó y efectivamente, de verdad, disparó.
El rayo casi golpeó mi hombro, pero terminó por chamuscar la punta de mi pelo
en cambio. Un olor a ceniza llenó el aire, poniéndome enferma, y luché por
levantarme. Un segundo más tarde, el tipo gritó. Erik estaba allí, justo detrás de él,
pateándolo en el estómago y derribándolo.
Sólo cuando el tipo se retorcía de dolor y se sostenía el costado, Erik cogió el
arma y me la tiró a los pies.
—Si nos sigue… —dije.
—No lo hará. Apunté al riñón. Eso los detiene siempre —me dijo. Luego se dirigió
al hombre—. ¿Dónde están tus amigos? —y le apuntó con el arma, el afilado cañón
dirigido al corazón.
—Morevvs —contestó el agente a través de los dientes apretados—. Han atacado
el edificio exterior.
Silver, pensé, con los ojos muy abiertos. ¿Cómo sabía que estábamos aquí? Erik y
yo compartimos una mirada.
—Dispositivos de rastreo —dijo él, respondiendo a mi pregunta tácita.
Explosivos invisibles. Dispositivos de rastreo. Había un mundo a mi alrededor que
nunca supe que existía. Hasta hoy, no me había importado.
Varios agentes más aparecieron al final del pasillo, pero Erik disparó rápidamente
la pyre-arma, provocando que se lanzaran a cubierto. Echamos a correr en una carrera
a muerte.

89
Cuando alcanzamos el final del pasillo, él incapacitó la caja de IP, torciendo los
cables y juntándolos de nuevo en posiciones diferentes.
—La mayoría de los criminales no saben lo vulnerable que es el A.I.R. en sistema
de IP —explicó—. Ese es un secreto bien guardado y una de las primeras cosas que
aprendimos en el campamento de entrenamiento, así estaríamos preparados si alguna
vez éramos encerrados a causa de ello. —Mientras hablaba, dio un salto y aporreó el
techo—. Vigila —me dijo y me dio el arma—. Si alguien viene hacia nosotros, dispara
primero y pregunta después.
Mi mano tembló, pero apunté hacia el vacío pasillo. Esperando. Esperando.
Gracias a Dios, nadie vino. Pero los escuché golpeando la metálica puerta y el motor
de algún tipo, como si intentaran abrirse camino.
—Si abro la puerta, nos enfrentaremos con aproximadamente cien agentes
armados y cabreados —dijo Erik. Siguió golpeando el techo, trocitos de yeso cayendo
a nuestros pies—. Así que nos moveremos por los conductos de ventilación.
—¿Conductos? —¿Espacios diminutos, limitados, donde nos atraparían como
conejos? No entres en pánico, no entres en pánico.
—Bueno, no son realmente conductos. Fueron puestos en caso de que los
agentes tuvieran que evacuar sin salir por las puertas delanteras o traseras.
Después de que hubiera abierto un agujero lo suficientemente grande para que
cupiéramos en él, saltó, se agarró del borde y se alzó hasta arriba. Se colgó boca
abajo, cogió el arma y me ofreció la mano.
Usando mi brazo ileso, lo levanté y mis dedos se entrelazaron con los suyos.
Después él me alzó hasta quedar a su lado.
—Gracias —dije y la palabra resonó. La inquietud me consumió. El espacio era
pequeño, apretado. Oscuro—. ¿No sabrán ellos dónde estamos cuando vean el
agujero?
—Cuando lleguen, será demasiado tarde. Ahora sígueme, ¿vale, bien? Y
permanece tranquila.
Asentí con la cabeza.
Él avanzó lentamente y yo lo seguí de cerca. Mis rodillas estaban en carne viva y
deseé haber llevado pantalones en vez de falda. Los conductos parecían volverse más
pequeños y oscuros a medida que ascendíamos. Al menos sentía una fresca brisa, por
lo que no me sentí restringida ni atrapada. De todos modos, mis brazos y piernas
comenzaron a arder por el esfuerzo.
Debajo de mí, podía oír pasos corriendo y a los agentes gritarse los unos a los
otros. La alarma se había apagado, gracias a Dios, de modo que ya no resonaba en mi
cabeza.
Lo que pareció una eternidad más tarde, Erik se detuvo. Levantó una mano para
indicar silencio –como si yo me hubiera atrevido a hablar o incluso respirar- y escuchó.
Mis ojos por fin se ajustaron a la oscuridad y pude distinguir su perfil, aunque fuera

90
difuso. Su nariz fuerte y con firme mandíbula cubierta por una sombra de barba
apretada mientras se concentraba.
Yo también agudicé el oído, pero no escuché nada.
Erik giró a la izquierda y me hizo señas para que lo siguiera. Lo hice y
alcanzamos un callejón sin salida. No tuve tiempo de tener miedo, él tiró de una
cubierta en la pared y causó una nueva apertura. Se sentó en el borde, agarrándose
para no caerse. Pero entonces, para mi sorpresa, se dejó caer y desapareció. Escuché
un débil ruido cuando aterrizó.
—Camille.
Me moví poco a poco hacia delante y eché una ojeada por la apertura. Erik
estaba de pie en un espacioso y oscuro cuarto. Solo. Había camas, colocadas unas
tras otras contra cada lado de la pared
—Salta —dijo él, con los brazos extendidos y haciéndome señas con los dedos—.
Te cogeré.
Sacudí la cabeza. La caída no era alta, pero era todavía una caída y yo ya había
sido golpeada y maltratada suficiente por hoy. Además, no quería hacerle daño.
Algunos de sus cortes se habían abierto y la sangre goteaba de su labio inferior y
barbilla.
—Salta.
De ninguna manera, Robins.
—¡Salta!
Oh, diablos.
—¿Me cogerás? —No creía que mis piernas pudieran sostener mi peso—. ¿Y si te
hago daño?
—Te cogeré. Y no puedes hacerme daño.
Con un suspiro, me revolví hasta quedar sentada con las piernas colgando a
través del agujero. Sosteniéndome en el borde, me dejé caer y mi estómago casi se
elevó hasta mi garganta. Erik me cogió tal y como prometió, como si no pesara más
que una pluma. Me colocó sobre mis pies, me besó rápidamente, y corrió hacia la
ventana.
Si no me hubiera agarrado a una de las barras de la cama, me habría caído.
Como estaban, mis rodillas flaquearon y luché por permanecer recta.
—¿Dónde estamos?
—Aquí es donde los agentes duermen cuando la noche está tranquila y sin
incidentes. Y ya que hay un caos debajo, sabía que no habría nadie. —Él apuntó la
pyre-arma y apretó el gatillo. Sin ruidos, sólo calor. El material parecido a cristal se
derritió, el líquido goteando al marco inferior.
Se formaron penachos de humo, pero el aire del exterior se los llevó, alejándolos
y provocando que mi pelo volara alrededor de mi cara.

91
Erik se quitó el cinturón y aseguró la mitad a un grueso cable justo pasada la
hebilla.
—Ven aquí —dijo sin mirar hacia atrás.
Me moví hacia él tan rápido como mis pies me lo permitieron… que no era
mucho.
—Esto no me gusta —dije, sospechando lo que quería que hiciera.
Él tiró de cada lado del cinturón, tensándolo.
—¿Quieres vivir? —Por fin me miró, observándome detenidamente.
—Sí.
—Entonces rodéame con tus brazos y aprieta fuerte. Y no te sueltes por ninguna
razón. ¿Entendido?
—Sí —repetí, el miedo inundándome.
Él dio un paso a la repisa y me uní a él, temblando de modo incontrolable.
Estábamos más alto de lo que había pensado. O previsto. Debajo de nosotros, las
luces zumbaban y parpadeaban sobre el suelo, acentuando una violenta batalla ya en
juego. Los agentes iban mano a mano con los aliens. Los Morevvs. Unos luchaban con
sus puños, otros con armas. Pero los Morevvs, noté, se alejaban del edificio.
—Los Morevvs desaparecerán pronto, dejando a los agentes libres ir tras
nosotros. —El tono de Erik era tan oscuro como la noche—. Cuanto más tiempo nos
quedemos aquí, más pequeñas serán nuestras posibilidades de éxito.
Sin otra palabra de queja, abrigué mis brazos alrededor de su cuello como había
ordenado.
—No tengo miedo —mentí—. Estaré bien.
—No grites. —Y en el próximo instante, Erik saltó.
Le mordí el hombro para impedir gritar. Él siseó en mi oreja, pero no me pidió
que me detuviera. Nos deslizamos abajo, abajo, abajo, su cinturón nuestra única
ancla. Esperé que se rompiera en cualquier momento. Que cayéramos y nos
estrelláramos contra el hormigón como bichos contra un parabrisas.
Cuando aterrizamos, mis huesos vibraron y casi me desplomé de cara al suelo.
Erik me dio un áspero tirón y me mantuvo toda recta. Alguien nos descubrió y nos
disparó. Un rayo azul aturdidor pasó zumbando por encima de mi hombro. Finalmente
grité.
Esto, por supuesto, llamó más la atención. Varias rondas de fuego fueron
lanzadas contra nosotros. Amarillas, esta vez, desde luego llamó más la atención.
Fuego.
—¡Corre! —gritó Erik, empujándome hacia una loca carrera.
Entramos en un oscuro callejón, donde altos edificios se alzaban a cada lado. Erik
echó un vistazo sobre su hombro y frunció el ceño.

92
—No nos sigue nadie. Esto es demasiado fácil.
¿Demasiado fácil? ¡Demasiado fácil! Casi habíamos muerto. Habíamos saltado de
un edificio sin red al suelo sin un paracaídas. Habíamos sido tiroteados.
Él lanzó otro vistazo sobre su hombro. Alcanzamos una zona bien iluminada y la
luz de la luna alumbró su cara, encendiendo sus ojos.
—A ellos les encantaría que los condujera a mi jefe. Tal vez…
—¿Todavía no ves a nadie?
—No. Pero eso no significa que no estén ahí. —Él maldijo por lo bajo y dio la
vuelta a una esquina.
Jadeé, haciendo todo lo posible por mantenerme a su lado.
—Tal vez conducir al A.I.R. hasta tu jefe no sea tan malo, Erik.
—No sabes de lo que hablas —gruñó él—. No tienes ni idea de lo que pasaría si
ese hombre deja de fabricar Onadyn.
—Yo sólo…
—No. Tú no lo entiendes.
—¡Entonces, por Dios, explícamelo!
Él abrió la boca y luego la cerró. La abrió y la cerró. Por último, cambió de tema.
—Escucha. Ryan Stone luchaba contra los Morevvs, y eso es un punto a nuestro
favor. Créeme cuando te digo que él no es la clase de tipo con el que te gustaría
encontrarte en un oscuro callejón. Él nos dejaría hechos una mierda sólo por sonreír
tontamente.
—¿Por qué es un punto a nuestro favor?
—Cuando está en la ciudad, él y Fénix son inseparables. Ella no nos habría
seguido sin él.
Me relajé. Un poco.
—¿Qué deberíamos hacer? —Ahora que estábamos fuera de aquel edificio, mi
adrenalina disminuía. Mi brazo dolía más que nunca y la debilidad en mis miembros se
extendía. Todavía temblaba y mis pies palpitaban cada vez que ramitas y rocas
golpeaban contra ellos.
No estaba acostumbrada a este tipo de vida y sabía que no podía durar mucho
más tiempo.
Erik echó un tercer vistazo sobre su hombro.
—¡Joder!, esto no tiene sentido. —Él se paró de golpe y miró a su alrededor.
Jadeando, me apoyé contra la pared de ladrillo.
—Ya que nos tomamos un descanso, ¿por qué no me dices por qué sería una
cosa tan mala destruir el tráfico ilegal de Onadyn? Sé que quieres ayudar a los Otros,

93
pero esa gente seguramente usa el Onadyn para vendérselo a los humanos. Y si
ayudamos al A.I.R., probablemente nos dejarían en paz.
—No negociaré con ellos. Sí, podrían dejarnos en paz —dijo él, pasándose una
mano por el pelo—, pero otra gente moriría.
—Explícate.
Durante mucho tiempo, él no dijo nada. Luego suspiró y señaló:
—Los aliens que lo necesitan dejarían de conseguirlo. —Pausa—. Verás, hace
tiempo, perseguí a un alien depredador en un callejón muy similar a éste. Era
sospechoso de golpear a un humano hasta la muerte. Lo interrogamos, lo
encontramos culpable y lo matamos. Entonces, como yo había sido el que lo había
pillado, tuve que ser el que le contara a su familia lo que había pasado.
La culpa y el dolor se reflejaban en su voz. Una parte de mí quiso decirle que
dejara de hablar, que ya había escuchado suficiente. Pero me hinqué de rodilla y le
hice señas para que continuara. Él tenía que sacarlo y yo tenía que saber la verdad.
—¿Qué pasó entonces?
—Él tenía una esposa y dos niños pequeños y se quedaron devastados.
Ateniéndome al procedimiento, los aleccioné para que dejaran el planeta.
—¿Lo hicieron?
—No. —Él se rió amargamente—. No podían volver, dijeron, porque su planeta
estaba en ruinas. No había nada y allí morirían. Pero, verás, ellos morirían si se
quedaban. No eran tolerantes al oxígeno y, vinculados a un alien depredador como
estaban, no podían conseguir su suministro de Onadyn ni podían permitirse el
comprarlo en el mercado negro.
Los rasgos de Erik pasaron de ausentes a furiosos, borrando la culpa pero no el
dolor.
—No habían hecho nada malo —dijo él—, pero estaban siendo castigados.
—No fue culpa tuya, Erik. Hacías tu trabajo.
—Mi trabajo podría haberlos matado. —Él le dio un puñetazo a la pared de ladrillo
—. Los visité unos días más tarde y ya estaban cerca de la muerte. Dos niños
pequeños, Camille, incapaces de respirar por mi culpa. ¡Mía! Deberías de haberlos
visto. Encorvándose. Gimiendo. Retorciéndose.
—Erik.
—¿Alguna vez has visto a alguien morir por falta de Onadyn?
—No, pero he visto las fotos del resultado final.
—Eso no es nada comparado con ver cómo pasa. —Frunciendo el ceño, golpeó la
pared otra vez—. Tomé la decisión de salvar a aquellos niños de aquella clase de
destino.
Mi respeto por él se profundizó.

94
—Había investigado a un distribuidor de Onadyn del que aún no habíamos podido
demostrar su culpabilidad y me acerqué a él. Rechazó vendérmelo, creo que
pensando que quería delatarlo. Yo… se lo robé y se lo llevé a los niños.
—Me alegro —dije, y lo pensaba en serio. Por supuesto que les había llevado
Onadyn a los niños. Se preocupaba por la gente, por los inocentes. No les habría
dejado morir, costara lo que costara.
Se requería coraje para hacer lo que él había hecho. Se requería honor. Y
determinación. Él tuvo que saber que lo perdería todo. Pero lo hizo de todos modos. Le
dije todo eso.
Erik me miró con sorpresa.
—Hiciste lo correcto —dije—. Ahora lo entiendo y estoy de acuerdo contigo.
Aquella familia no debería haber sido castigada por los pecados de su padre.
Él desvió la mirada a sus pies.
—Vine al Distrito Ocho porque sabía que el padre de Silver vendía Onadyn
ilegalmente. Había oído hablar de él a otro agente, pero jamás lo había conocido. Me
hice hueco en su vida y le compré la droga hasta que me quedé sin dinero. No sabía
qué hacer, así que empecé a venderlo por él para pagar lo que necesitaba. No sabía
qué más hacer —repitió él.
—Lamento no tener el valor de hacer algo la mitad de valiente.
Más rápido que el parpadeo de un ojo, él se colocó frente a mí, ahuecó mi
mandíbula y plantó un fugaz beso en mis labios, un beso que fue duro y suave al
mismo tiempo.
—Eres más valiente de lo que crees.
Encontré sus ojos.
—Y tú más honorable de lo que piensas.
Su agarre se apretó.
—Jamás le he vendido a humanos. Tienes que creerme. Sólo le he vendido a los
aliens que lo necesitaban pero que no podían conseguirlo por sí solos. Mi objetivo
siempre ha sido aprender a fabricarlo yo mismo y establecer mi propio laboratorio.
—Te creo. Pero no necesitas tu propio laboratorio, Erik, sólo tienes que cambiar
la ley.
Las palabras salieron de mi boca, pero eran palabras de mi padre. Él amaba
trabajar y manipular el sistema legal casi tanto como amaba a mi madre y a mí. Jamás
para alienígenas, siempre para humanos.
Esto tendría que cambiar, decidí.
Erik resopló.
—Lo digo en serio. Puede hacerse —dije.
Él negó con la cabeza y se alejó un paso.

95
—Eso llevaría tiempo y esa gente no lo tiene. —Levantó la mano para hacerme
callar cuando abrí la boca—. El A.I.R. ya sabe donde vive Silver, así que no les
daremos ninguna información que ya no sepan. ¿Podrás llegar hasta allí?
Asentí con la cabeza. De ninguna manera iba a quedarme aquí, tan cerca del
A.I.R.
—Entonces vamos. Pensaremos en nuestro siguiente movimiento cuando
lleguemos allí.

96
CAPÍTULO 10

JADEANDO y sudando, corrimos durante casi dos kilómetros. Constantemente


permaneciendo entre las sombras. Siempre mi corazón latiendo como un tambor de
guerra. En algún momento del camino –entre la revisión de mi hombro por milésima
vez y la plegaria a Dios para que me cayera un rayo y así la noche terminaría- tropecé
y me raspé la rodilla, rasgando mi falda nueva de imitación de cuero (por no
mencionar mi orgullo).
—Ya has tenido bastante —dijo Erik entre pesados jadeos. Observó la calle a
izquierda y derecha, retiró una aterciopelada bolsa negra de su bolsillo y se agachó
frente a un coche azul de cuatro puertas—. Avíseme si se acerca algún coche.
—Vale. —Supongo que el vigilar me convierte oficialmente en una criminal,
pensé, explorando cada sombra, cada hueco, cada edificio—. ¿Donde conseguiste
eso?
—De uno de los agentes. —Desenrolló el terciopelo y extrajo dos delgados
objetos parecidos a un bisturí. Cortó la almohadilla de plástico de la IP y cavó un
profundo agujero, luego unió de nuevo varios de los cables—. Acepta la nueva voz —
dijo él—. Arranca.
El coche rugió a la vida.
—Abre.
La puerta lateral de conductor se abrió.
Sonriendo ampliamente, me introdujo dentro y luego reclamó el asiento del
conductor. Tecleó la dirección de Silver y nos pusimos en movimiento. Todo el rato, él
(y yo) observemos en busca de cualquier señal del A.I.R. Jamás aparecieron, gracias a
Dios, y pronto alcanzamos la mansión del Morevv, situada en la cima de una colina.
En una arco iris de rosa pálido, amarillo y azul, la casa parecía pulsar con
energía. Los árboles y los rosales prosperaban por todas partes sobre el bien cuidado
césped. Eran artificiales, aquellos árboles y flores, ya que la Madre Naturaleza había
sido diezmada durante la Guerra Humana contra Aliens, hacía muchos años y aún
tenía que recuperarse.

97
Y sí, la guerra entre humanos y aliens aún continuaba en privado. Algo que yo
desconocía hasta esta noche. Había asumido que vivíamos en armonía y paz con
nuestros visitantes, pero me equivocaba. Me estremecí. Qué idiota había sido.
El coche se paró en una altísima puerta de hierro. Erik colocó su palma izquierda
en la caja de IP y una luz azul brilló al instante, explorando cada uno de sus dedos y
rezagándose en el pulgar.
Finalmente, una voz automatizada dijo:
—Bienvenido, Erik.
La puerta crujió, abriéndose lentamente. Obviamente Erik había hecho esto antes
y era un invitado dado que le daban la bienvenida. Mi corazón, sin embargo, galopó
con incertidumbre mientras el coche se movía poco a poco a lo largo de sinuoso y
largo camino.
—Ahora que lo pienso —dije, enderezándome en el asiento. Se me acababa de
ocurrir—, Shanel y Silver.
—¿Sí?
—¿Han sido pillados por el A.I.R.? —Sólo pensarlo hizo que la bilis quemara en mi
garganta. Y sí, la culpa. No había pensado en ella o me había preocupado por ella
tanto como debería haberlo hecho.
Erik me cogió de la mano y la apretó.
—Tu amiga está bien. Silver me habría llamado si hubieran sido perseguidos.
—A no ser que esté incapacitado.
—No está incapacitado. Envió aquellos Morevvs por nosotros, ¿recuerdas?
Así era. Tenía razón. Me relajé. Ligeramente.
—Silver podrá estar bien, pero eso no significa que Shanel lo esté. El A.I.R podría
haberla atrapado en su casa.
Alcanzamos la entrada principal de la casa y el coche se detuvo. Erik no salió, si
no que cambió de posición en el asiento y me miró. Me estudió atentamente, en
silencio. Luego dijo:
—Después de que te desmayaras en mi casa, llamé a Silver y le dije que
mantuviera a salvo a Shanel con él. Ella está bien.
Cada músculo de mi cuerpo se relajó.
—Gracias.
—De nada. —Erik salió, rodeó el coche, abrió mi puerta y me ofreció la mano.
Tuve que usar cada onza de fuerza que poseía para permanecer en pie. Mis
rodillas temblaban y casi cedieron, pero él mantuvo su brazo alrededor de mi cintura y
me sostuvo. La mañana se acercaba rápidamente, pintando el cielo con una neblina
de bonitos matices, y el aire era más cálido, envolviéndome en un caliente capullo.

98
A salvo, pensé. Por fin. Todo mi cuerpo se preparaba para dormir. Mis párpados
se entrecerraban pesadamente y el agotamiento me atravesaba. Una fina neblina
enmarañaba mi mente.
Obviamente habían informado de nuestra llegada, Silver abrió las batientes
puertas francesas y salió con paso airado al pórtico. Su pelo azul volaba alrededor de
sus hombros mientras sus ojos tomaban nota de nuestra andrajosa y sangrienta
apariencia.
—Me alegro de verte con vida.
Erik sonrió ampliamente.
—Gracias por enviar las tropas en nuestro rescate, tío.
—Un placer —contestó Silver—. Las habría enviado antes, pero no pensé en
rastrearte hasta más tarde.
Los dos hombres se palmearon la espalda el uno al otro, empujándome.
—¿Dónde está tu padre? —preguntó Erik.
—No ha llegado a casa aún.
Erik me señaló con una inclinación de barbilla.
—Dile a Camille que su amiga está bien.
—Ella está bien —me dijo Silver—. Está dentro durmiendo plácidamente.
Incluso aunque Erik me había asegurado que Shanel estaba bien, su confirmación
fue como si agitaran una varita mágica de alivio sobre mí.
—Gracias. Muchas gracias por mantenerla a salvo.
El brazo de Erik se apretó sobre mi cintura mientras me introducía en la casa. El
olor a tierra y vegetación llegó a mi nariz. No era un mal olor pero si un poco extraño.
Él no dijo ni una palabra mientras me conducía arriba por la escalera de mármol,
pasando muebles de alabastro y colorido arte. Desfilamos por afelpadas alfombras
rojas y televisores holográficos de cristal. Hasta había una lámpara de araña con
cientos de luces que parecían estrellas goteantes.
—¿Dónde vamos? —pregunté. ¿Fueron mal pronunciadas mis palabras? Incluso a
mí me sonaron lejanas, como si estuviera al final de un túnel. Quería ver a Shanel y
contarle lo que había pasado con su coche.
—A acostarte. Apenas eres capaz de permanecer en pie.
—Pero…
—Nada de peros. Puedes hablar con Shanel por la mañana. Probablemente se
cabreará por lo del coche y no quiero que trates con ello ahora. Ya has tenido
suficiente por hoy.
Pensé discutir, luego apreté los labios juntos. Había alcanzado mi límite y ambos
lo sabíamos.
—Bien.

99
—Suelo quedarme mucho por aquí, por lo que me mantienen un cuarto
preparado. —Se detuvo en una puerta azul metálica con un diseño de grabados que se
arremolinaban alrededor del marco—. Este es el mío.
Después de un rápido escáner de la mano, la puerta se deslizó abierta. Dimos un
paso dentro y jadeé. Coloridos murales decoraban las paredes. Mi vista estaba
demasiado borrosa para distinguir todos los detalles, sólo distinguía un arco iris de
sombras. Una cama grande con negras sábanas de seda consumía el centro del
espacio. Había una pequeña cascada de piedra incrustada en la pared del fondo, la
corriente de agua emitiendo un sonido tranquilizador.
Una suave alfombra de piel negra –que probablemente era ilegal poseer- cubría
el suelo. No sabía de qué especie de animal. La mayor parte de los animales estaban
en peligro de extinción; muchos habían muerto durante la guerra contra los Otros.
—Wow —dije.
—Lo sé. Yo no la decoré pero me gusta.
—A mí también.
Erik me besó la sien.
—Hay una ducha a la derecha y ropa en el tocador. Usa lo que quieras. Estaré en
la habitación de al lado si me necesitas. Grita, y vendré corriendo.
—Vale —dije con una sonrisita, mirando fijamente y con ansia la cama. Dormir.
Que maravilloso sería dormir. Hacía treinta minutos, pensaba que no dormiría en una
cama otra vez. Había pensado que dormiría el sueño eterno de los muertos.
—No dudes en llamarme —dijo Erik firmemente—. Lo digo en serio.
Cabeceé. Erik se entretuvo, mirándome con ternura y preocupación en sus ojos,
pero por fin se marchó. Permanecí en el lugar durante mucho tiempo. Aquí estaba, en
la casa de Silver. Viva. Con Erik ocupándose de todas mis necesidades. ¿Quién habría
pensado que me encontraría en esta situación? Sí, la gente me perseguía. Sí, mis
padres se horrorizarían si supieran donde estaba. Sí, casi había muerto. Pero apenas
parecía importar en estos momentos.
Con un suspiro, caminé trabajosamente hacia delante. El cuarto de baño era más
grande que todo el dormitorio de mi casa, con un suelo de mármol plateado y grifos
de cromo. Detrás, al lado de la toilette, había una caja de mandos. Tecleé el botón de
la ducha y un rocío de encimas secas salieron disparada desde varios inyectores.
Sentí los miembros inestables mientras me desnudaba y me quitaba la venda. La
herida lucía mejor que antes, menos roja e inflamada. Menos punzante. Di un paso al
centro de la ducha, dejando que el rocío me limpiara de fuera hacia dentro. La
suciedad, la sangre y sudor que me impregnaba se disolvió al instante. Hmmmm. Una
ducha jamás había sido tan deliciosa.
Había escuchado que, antaño, la gente se bañaba con agua caliente, llena de
vapor. Creo que habría preferido un chorro ardiente contra mis músculos doloridos
pero, bueno, tomaría lo que pudiera conseguir.

100
Por fin limpia, sin pizca de mugre sobre mi cuerpo, busqué en el tocador y saqué
una camiseta blanca y un par de pantalones cortos de boxeador. Eran demasiado
grandes para mí pero se sentían cómodos y suaves. Llevaba la ropa de Erik Troy. Que
alguien me pellizcara. O me zarandeara. O me pegara con la mano. Resoplé. Ya había
pasado por eso.
Incapaz de permanecer de pie más tiempo, caí sobre el fresco y suave colchón. El
picante olor de Erik me envolvió, abrigándome en un capullo de seguridad. El sueño
me reclamó al instante.

Un adictivo calor me rodeaba como un manto de seguridad, igual que el olor de


Erik. Un calor delicioso, bienvenido.
—¡Ummm! —murmuré por lo bajo, tratando de despertarme.
Algo pesado presionaba la curva de mi cintura, pero hasta eso era algo para ser
disfrutado. Quise quedarme en la cama siempre. Pero un fastidioso dolor en mi brazo
insistió en que me despertara.
Dormir un poco más. Tan caliente. Tan cómoda.
Sí, sólo un poco más. No, no más. Ow. Ow, ow, ow. ¡Tómate una pastilla para el
dolor, Robins!
Mis párpados revolotearon abiertos, acostumbrándome poco a poco a la brillante
luz del dormitorio. Las paredes eran de multitud de colores, no del gris corriente del
mío, y presumía de hadas retozonas y verdes murales con flores. ¿Dónde estaba? ¿Por
qué sentía dolor? Fruncí el ceño.
Estiré el brazo bueno sobre la cabeza, arqueé la espalda… y golpeé algo sólido.
Profundizando el ceño, me di la vuelta, insegura de lo que me encontraría. Mi brazo
herido gritó en protesta y cerré los ojos con fuerza. Inspiré y expiré profundamente.
Mientras el dolor disminuía, abrí los ojos de nuevo y afronté el mundo a mi
alrededor.
Y cada célula de mi cuerpo se congeló en el momento que vi lo que había
golpeado.
Allí, a mi lado, estaba Erik. Profundamente dormido.
Al segundo, los acontecimientos de la pasada noche inundaron mi mente. Los
disparos, la persecución en coche… el beso… la encarcelación… la huida… el beso…
Habíamos… no, pensé entonces. No lo habíamos hecho. Estaba segura y Erik no
se habría aprovechado de mí así. Era demasiado honorable. Lo sentía en los huesos.
Pero más que por eso, sospechaba que él estaba desesperado por alguien que
confiara en él, que creyera en él, como nadie en el A.I.R. lo había hecho. Cada vez que
yo había mencionado que confiaba en él, me había mirado con completo asombro. Y
esperanza.
No, no me había traicionado en eso. Por mucho que me hubiera gustado.

101
Extendí la mano y acaricié un rubio mechón que le caía sobre la frente. Qué
tranquilo parecía. Qué relajado. Como un niño y no un hombre endurecido. En cierto
modo me alegraba de que estuviera dormido. Jamás me había despertado al lado de
un chico antes y no sabía muy bien qué hacer.
—Buenos días —dijo él, su voz un cálido ronroneo adormilado.
Chillé de sorpresa. No estaba dormido, después de todo.
Riendo entre dientes abrió los ojos lentamente y sus marrones iris, bordeados de
negras pestañas, me miraron detenidamente. Luego se pasó una mano por la cara,
borrando el sueño.
—¿Cómo está tu brazo?
—Dolorido. —Su cómoda actitud me tranquilizó y me relajé contra el colchón.
—Un poco más de pasta y debería curarse completamente. ¿Cómo has dormido?
—Como un muerto. —Ni siquiera lo había sentido subir a la cama—. Pensé que
dormías en otro cuarto. —No hubo enfado en mi tono. A pesar de mi sorpresa y leve
nerviosismo, me alegraba de que estuviera aquí.
—Lo hacía. Debiste tener una pesadilla, porque te meneabas y sacudías y no
parabas de pedir ayuda a voces.
Esperaba no haber dicho nada embarazoso.
—Lo siento.
—Estoy feliz de ayudar —contestó con una caliente sonrisa.
No pude menos que devolverle la sonrisa. Él era simplemente demasiado dulce.
Demasiado lindo. Demasiado mío. Por el momento, de todos modos. Bésalo. Me mordí
el labio inferior. Ugh. No podía besarlo con mi aliento mañanero.
—¿Me perdonarás un segundo?
Su frente se frunció con confusión, pero él asintió con la cabeza.
—No te muevas. En seguida vuelvo. —Salí pesadamente de la cama,
tambaleándome cuando mis contusiones palpitaron. Tropecé en el cuarto de baño,
donde busqué hasta que encontré un cepillo de dientes. Había varios nuevos, de todos
los tipos disponibles, todavía en sus cajas. Escogí el verde, abrí el paquete, y me
cepillé los dientes, todo el tiempo comprobando mi aspecto en el espejo. Mi pelo
estaba enredado, salvaje, y tenía sombras bajo los ojos.
—Menudo careto —refunfuñé. Allí, sobre el mármol, estaba todo lo que
necesitaba para curar mi brazo. Erik debió haberlos dispuesto para mí. Apliqué la
pasta entumecedora, la apestosa nata, el gel enfriador y finalmente las vendas. Mis
labios se rizaron poco a poco en una sonrisa.
Oh. Dulce alivio. Adiós dolores. Ahora podía concentrarme totalmente en Erik. Y
sus besos. Prácticamente vibrando de entusiasmo, salí y avancé en el cuarto.
Erik no estaba sobre la cama como yo lo había dejado. ¿Dónde había ido? Mi
entusiasmo se transformó en decepción. Un segundo más tarde, sin embargo, él cruzó

102
de un tranco la puerta lateral. Perdí mi aliento. Él lucía bien. Realmente bien. Se había
aseado, igual que yo, y ahora llevaba un par de vaqueros, los botones desabrochados.
Y no llevaba camiseta.
Su piel era bronceada y desgarrada. Su tatuaje estirado sobre su estómago, su
ombligo actuando como uno de los ojos del gato. ¿Estaba mal que quisiera de mascota
a ese gato?
Cuando él me descubrió, se paró de repente. Su mirada se volvió un infierno
oscuro. No hablé mientras caminé hacia la cama y me tumbaba de nuevo. Él hizo lo
mismo. Nos enfrentamos, sin tocarnos. Simplemente conocedores. Podía sentir la
sangre corriendo por mis venas en un río de necesidad.
No quise dejar que el miedo gobernara mi vida nunca más. No quería ser una
cobarde y no hacer las cosas que más quería. Y ahora mismo quería besar a Erik Troy.
Ahora mismo, quería todo lo que él tenía para dar.
Todavía callada, me incliné hacia él. Y resultó que no tuve que decir nada. Él me
encontró a mitad de camino. Nuestros labios se juntaron, abriéndose
automáticamente. Nuestras lenguas danzaron juntas y su picante sabor se mezcló en
mis papilas gustativas.
Una de sus manos se enredó en mi pelo, tirando de mí hasta que nuestros
dientes golpearon juntos. Su otra mano se abrigó alrededor de mi cintura, y un calor
se arrastró arriba y abajo por mi columna. Un calor delicioso.
Aplané mis manos sobre su pecho y sus diminutos pezones se clavaron en mis
palmas. Podía sentir los rápidos latidos de su corazón. Su piel estaba caliente, muy
caliente. Quemaba. Nuestros cuerpos se apretaron juntos -mmm, quería arquearme
contra él y gemir, me arqué, gemí– y entonces Erik se frotó contra mí.
Antes ardía. Ahora provocaba ampollas.
Jadeé su nombre.
—Erik. Erik.
—Estoy aquí mismo, nena. —Ahuecó mi pecho y lo amasó.
Jadeé ante el sorprendente placer.
—Quiero hacerte sentir bien —dijo él.
—Lo haces. Lo juro. —Seguí arqueándome hacia arriba y abajo, incapaz de
detenerme. Gemí de nuevo. Quise desesperadamente meter la mano entre nuestros
cuerpos y tocarlo, tocar realmente esa parte de él que nos hacía diferentes. Pero no lo
hice. Me sentía demasiado insegura. Jamás había hecho esto antes y no sabía si le
gustaría. Si lo hacía bien.
¿Dónde estaba la chica valiente que lo besó?
—¿Erik?
Alguien dijo su nombre y no fui yo. Pese a todo, eso apenas se grabó en mi
cerebro. Más besos. Más toqueteos. Más. Simplemente más.

103
—¿Erik? ¿Estás despierto, tío?
¿Quién…?
—¿Erik?
Erik se puso rígido y se apartó de mí. Su respiración era desigual. Presionó un
botón de una caja negra colocada encima de la mesita de noche.
—Sí, Silver. Ya me levanto.
—El desayuno estará listo en quince minutos.
Mi mirada se cerró sobre Erik. Su expresión era tensa y tenía unas finas líneas
alrededor de la boca.
—Gracias. —Presionó el botón otra vez.
Pasaron varios minutos y ninguno habló. Usé ese tiempo para conseguir
controlarme, respirando lentamente. La piel enfriándose poco a poco. La pertinaz
hambre, disminuyendo.
—Yo, uh, probablemente debería llamar a mis padres —dije. Ahora que lo
pensaba, era una buena idea—. Tengo que avisarles de cuando volveré. —Y que estoy
bien, en caso de que el A.I.R. al final se hubieran puesto en contacto con ellos.
Lentamente, Erik frunció el ceño.
—No sé, Camille. Ahora estás metida en muchos problemas y tus padres podrían
ser usados en tu contra. —Él lo consideró durante un momento—. ¿Qué pensaban ellos
que hacías anoche?
Me senté en la cama y sacudí la cabeza, el pelo cayendo por mi espalda,
haciéndome cosquillas.
—Pensaban que me quedaba a pasar la noche con mi amiga Tawny.
Él se relajó contra la almohada.
—Bien. Llámales y diles que quieres quedarte otra noche con Tawny.
—Pero en realidad no tengo ninguna amiga llamada Tawny —admití,
mordiéndome el labio inferior—. Shanel y yo nos lo inventamos para poder pasar toda
la noche fuera. No me preocupaba que ellos intentaran llamarla por la noche, pero
podrían intentar llamarla en algún momento a lo largo del día.
Erik me estudió un segundo antes de irrumpir en carcajadas.
—Me resulta difícil imaginarte mintiendo a mamá y papá.
—Lo sé —mascullé—. Soy una amenaza.
—Sigue así y pronto te meterás en peleas y te crearás una fama.
Hice rodar los ojos, pero mentiría si aseguraba que no me gustaba la idea. Yo,
pateando traseros. ¡Oh, sí!
El serio Erik pronto volvió y dijo:
—Aún no puedes irte a casa, Camille. El A.I.R. la estará vigilando, esperándote.

104
Suspirando, me froté las sienes para alejar un dolor punzante.
—Ya podrían haberse puesto en contacto con mis padres y ahora mismo podrían
estar enfermos de preocupación por mí.
Una vez más él se pasó la mano por la cara.
—Habiendo trabajado para el A.I.R., sé cómo funcionan. Se abstendrán de
preocupar a tus padres para que tú no tengas miedo de volver a casa. Podrían intentar
sonsacarles algo sutilmente, sí, pero no los preocuparían.
—Todavía…
—Si quieres, puedes llamarles y decirles… no sé, que te fugaste o que necesitas
algo de tiempo para pensar en tu vida. O si quieres ser fiel a la verdad, diles que el
A.I.R. te persigue pero que te escondes y estás a salvo y que los llamarás de nuevo en
unos días. Pero sé breve. ¿Te parece bien?
Mi estómago se apretó ante la idea de confesarles lo que había pasado. Ellos se
preocuparían (si no lo estaban ya), se sentirían decepcionados y se cabrearían.
Exigirían que volviera a casa enseguida. Pero tal vez…
Parpadeé cuando una idea me golpeó. Tal vez mi padre pudiera ayudar a Erik en
su causa. Tal vez mi padre podría usar el sistema en su beneficio y ayudar a cambiar
las leyes para que los aliens pudieran recibir Onadyn cuando lo necesitaran, sin
importar con quién estuvieran relacionados. Papá jamás hubiera trabajado a favor de
los Otros, ni por sus necesidades, pero si su «preciosa-única» hija le pedía que lo
hiciera…
—Les llamaré —dije, la determinación recorriendo mi cuerpo.
Erik alcanzó detrás de él y cogió una unidad celular de la mesita de noche. La
colocó en mis manos pero no la soltó. Se entretuvo, remontando las yemas de mis
dedos con los suyos.
—Te daré algo de privacidad —dijo, y hubo un filo melancólico en sus palabras—.
Comprobaré el desayuno. Tú, yo, Silver, y Shanel hablaremos largo y tendido, ¿vale?
—Vale ¡¡Hey!! —gemí cuando algo más se me ocurrió—. ¿Por qué el A.I.R.
simplemente no irrumpe como un vendaval en esta casa? —pregunté, con los nervios
aún más a flor de piel.
—Esta casa en realidad pertenece a un humano… o a una identidad humana,
debería decir. Los aliens son inteligentes, y han aprendido a conseguir falsificaciones
de Identificación Personales iguales a las de los humanos. Ellos buscan a un niño que
murió, cogen su nombre, legalizan todo tipo de actas amañadas y luego…
¿Alguna vez aprendería los pormenores de esta vida?
Él se encogió de hombros.
—El A.I.R. ha asaltado este lugar varias veces antes, pero siempre estaba vacío.
Ahora hay un pleito pendiente. Ellos no pueden entrar de nuevo sin una prueba
absoluta de que aquí ocurre algo ilegal. Y si lo intentara, nos avisarían y nos
largaríamos antes de que ellos dieran un paso dentro.

105
No, no los aprendería, decidí.
—La cocina está bajando las escaleras, frente a la sala de estar. Primer cuarto a
la derecha —dijo él, y salió rodando de la cama.
Podría quedarme mirándolo todo el día. ¡Era tan fuerte, seguro y capaz! Mis ojos
se clavaron sobre los verdugones de su espalda. ¡Mierda!, me había olvidado de ellos
y antes se los había frotado. Quizás hasta apretado. Él podía ser fuerte, pero eso no
quería decir que yo podía abusar de él.
—¿Te hice daño…, uh,… cuándo…, uh,… te besé?
Él me echó un vistazo sobre su hombro y sonrió.
—Valió completamente la pena.
Un rubor calentó mis mejillas.
Erik abandonó la habitación sin otra palabra y la puerta se cerró
automáticamente tras él, quitándolo de mi vista. Un sentimiento de vacío me asaltó.
Suspirando, observé el teléfono.
—Allá voy —dije con nerviosismo y luego le dije el nombre y la dirección de mi
padre al aparato. El teléfono marcó el número inmediatamente y casi vomité. Casi
colgué, pero al final, reuní valor y permanecía en línea.
Mi madre contestó por fin, sin aliento, como si hubiera corrido hacía el teléfono.
—¿Te ha hablado alguien de mí, mamá? —fueron las primeras palabras que
salieron de mi boca.
—¿Qué? No. ¿Camille? — preguntó, claramente confusa.
Antes de que pudiera arrepentirme, le conté como le había mentido sobre Tawny,
lo que había hecho, donde había estado y lo que había pasado. Al principio ella se rió
como si yo estuviera bromeando.
—Atiende y escucha el miedo en mi voz. Te he dicho la verdad. El A.I.R. me
persigue. —Después de todo lo que había hecho para preservar mi mentira, admitir la
verdad fue sorprendentemente un alivio.
Hubo una pausa. Un jadeo. Un quejido. Empezaba a creerme. Había terror en su
voz mientras me gritaba y la decepción que yo había esperado vino después, cuando
lloró.
—Lo siento —dije, sintiéndome más rastrera de lo que jamás me había sentido—.
Lo siento mucho, pero es más seguro de esta forma. Para todos. Ahora me tengo que
ir.
—¡Camille! —Su miedo detuvo mi mano y no desconecté—. No lo hagas. Ven a
casa. —La desesperación se adhería a cada palabra, aún más potente debido al
pánico.
Mi estómago se revolvió. ¿Cómo podía hacerle esto?

106
—Nos sentaremos juntos y hablaremos de ello —dijo ella—. Encontraremos un
modo de sacarte de esta situación. Todo saldrá bien. Ya verás. Llamaremos a la
policía. Haremos que tu padre llame al fiscal. Ellos son compañeros en el golf. No
tienes que huir o esconderte.
—Tú no viste la forma en que me trató el A.I.R. —Y ahora que había huido,
haciéndome parecer aún más culpable, ellos serían aún peores—. Si aviso a la policía,
me devolverán a ellos… Dile a papá que empiece a buscar un modo de cambiar las
leyes del Onadyn —dije con un tembloroso aliento—. Si el Otro no es un depredador,
deberían permitirle conseguir la droga sin importar con quién está relacionado. Los
niños mueren, mamá, y tenemos que hacer algo.
—Camille. Camille, amor, escucha. Necesito que…
—Realmente tengo que irme. Te quiero y siento todo esto. Estoy bien. —Colgué
antes de que ella pudiera decir otra palabra. Antes de que pudiera hablarme y me
olvidara de todo lo que tenía que ser hecho. Un estremecimiento me sacudió de la
cabeza a los pies.
No me podía creer que acabara de confesarle tales crímenes a mi madre. Las
cosas nunca volverían a ser lo mismo entre nosotras. Pero estaba bien. Yo no era la
misma chica de antes.
Dejando el teléfono, salí de la cama. Mis piernas estaban inestables, pero no
tanto como antes. Me cambié con otras de las camisas de Erik pero, en vez de bóxers,
me puse un par de pantalones de deporte color gris y me los até a la cintura. Él
también me había encontrado un par de botas y las había colocado junto a la puerta.
Me las puse… pero no antes de cubrir los cortes y las contusiones de mis pies con la
pasta entumecedora.
Cuando terminé, me eché un rápido vistazo en el espejo y vi que no había
mejorado con la ropa holgada y que las ojeras de fatiga no se habían borrado, pero
tampoco parecía peor. Lucía frágil, delicada. Y aún así, parecía lista para comerme el
mundo. Decidida. Tenía las mejillas ruborizas y los labios ligeramente hinchados.
Como si me hubieran besado, pensé.
Sonriendo, salí de la habitación y logré encontrar la escalera sin perderme en el
laberinto que era la casa de Silver. Mi estómago gruñó en previsión a la comida. Me
lamí los labios y comprendí entonces lo seca que tenía la boca.
Al fondo de la escalera, oí risas y voces conocidas y seguí el sonido, la sonrisa
apareciendo de nuevo ante el pensamiento de reunirme con Er… uh, Shanel. ¡Shanel!
Aceleré mis pasos y evité la misma cómoda y lujosa sala de estar con sus almidonadas
sillas y pulidos suelos de (¿autentica?) madera. Como Erik prometió, la cocina era el
primer cuarto a la derecha.
Erik, Silver, y Shanel estaban sentados en una mesa redonda, bebiendo zumo y
mordisqueando unos huevos sintéticos. La boca se me hizo agua. Inhalé
profundamente, saboreando el apetitoso olor. ¿Cuánto había sido la última vez que
había comido?

107
Una mujer alienígena –una bonita y mayor Morevv- estaba aplastando y friendo
algo azul, comprendí. ¿Con escamas? Puf. Vale, ya no estaba tan hambrienta.
Independientemente de lo que fuera. La mujer en si misma ya tenía un color bastante
rosado de la cabeza a los pies.
Percibiéndome, Erik echó un vistazo en mi dirección y sonrió.
—¿Todo bien?
Asentí con la cabeza. Sí, todo iba bien. Mis padres ya sabían la verdad, pero
podía vivir con su disgusto porque había hecho lo correcto.
Shanel me miró, aplaudió con las manos y se puso en pie de un salto.
—¿Camille? ¡Estás aquí, realmente estás aquí!
Corrimos la una hacia la otra, encontrándonos en mitad del camino y nos
abrazamos. Ella aún olía a tierra y, en aquel momento, era el mejor olor que había
olido en mi vida. Sus suaves rizos rojos cosquillearon en mi mejilla.
—¡Cuéntamelo todo! —dijo ella—. Erik es muy reservado.
—¿Estás bien? —Lo primero era lo primero. Mis ojos la recorrieron, notando que
ella parecía sana y entera y brillaba con una atractiva felicidad. Desgraciadamente,
había aprendido que las apariencias a menudo engañaban.
—Estoy mejor que bien. —Un perverso destello brilló en sus ojos esmeralda—.
Cuando Silver y yo abandonamos el club, vinimos directamente aquí. Él tenía que
hablar con algunas personas para no sé qué de ayudar a Erik… y hablando de eso,
estaba enfadada contigo por no despedirte de mí en el club, pero te perdonaré porque
Silver me contó que te pusiste enferma y ¡ey! ¿estás mejor? —No esperó mi
respuesta, sino que continuó—. Silver y yo hablamos, nos reímos y jugamos a las
cartas y Rose…—Shanel señaló a la Morevv—. … el ama de llaves, nos hizo tortitas, y
nos las comimos y estaban buenísimas.
—Uh, ¿Estás parloteando? —pregunté con una sonrisa. Pero la borré enseguida y
la agarré de los brazos, sosteniéndola estable—. Tu coche. —Tragué aire,
fortaleciéndome mentalmente para la confesión—. El A.I…
—La poli —lanzó Erik—. La poli.
Woops.
—Lo tiene la poli. Lo siento muchísimo. Nos persiguieron, nos atraparon, nos
esposaron y nos llevaron a comisaría.
Ella palideció, provocando que sus pecas destacaran.
—Mi padre va a matarme.
—Erik me contó anoche lo del coche —dijo Silver—. Mi padre ya trabaja para
traerlo de vuelta.
Lentamente, el color volvió a las mejillas de Shanel.
—Gracias a Dios —murmuró.

108
—Realmente lo siento, Shanel.
—No pasa nada, Camille. En serio. Si es necesario, le diré a papá que la zorra de
Tawny lo robó.
Mi alivio fue tan intenso, que me reí. Y no supe por qué, pero mis ojos buscaron a
Erik. Él me miraba, sus oscuros ojos cálidos. Todo dentro de mí se encendió mientras
mentalmente repasaba todo lo que habíamos hecho antes. El beso, el vagar de sus
manos, nuestros cuerpos frotándose.
—Tú, pequeña golfa —susurró Shanel, mirando de Erik a mí—. ¿Dormiste con él?
—Sí —contesté en el mismo tono susurrante, apartando los ojos de Erik.
—¡Lo sabía! ¿Cómo fue? Cuéntamelo todo. ¡Estoy tan celosa!
—Dormimos. —¿Habría hecho algo más si no hubiéramos sido interrumpidos esta
mañana? No lo sabía. Vale, lo sabía. Sí. Lo habría hecho. Con impaciencia. Con alegría
y abandono—. Pero te juro que no hicimos nada más que dormir
La decepción nubló sus rasgos.
—Parece ser que no hay forma de hacerlo en esta casa, no importa lo mucho
que lo intentes.
—¿Entonces tu y Silver no… ya sabes?
Ella negó con la cabeza, sus rojos rizos volando.
—Ya me gustaría.
—¿Sobre qué susurráis vosotras dos? —preguntó Silver con su profunda y
retumbante voz.
—Sobre nada —le contestó Shanel, regresando de nuevo a la mesa—. Cosas de
chicas.
La seguí y Erik apartó una silla para mí… a su lado. El ama de llaves Morevv,
Rose, vino y colocó un plato con aquella escamosa materia azul sobre la mesa, y luego
nos dejó solos.
—¿Qué es esto? —pregunté.
—Brentaes. Se parece al pescado, sólo que no vive en el agua y vienen de mi
planeta —contestó Silver—. Mi padre trajo al animal con él cuando se instaló en la
Tierra, lo puso a reproducir y desde entonces los cría. —Él se colocó algunos en su
plato y un fino hilo baboso se estiró desde un plato al otro—. Está bueno. Pruébalo.
Miré a Erik y él asintió con la cabeza y articuló, hazlo.
Genial. Ninguna ayuda de su parte. No queriendo ofender al anfitrión, extendí
vacilantemente la mano y cogí un pellizco de Brentaes entre los dedos. Duro. Caliente.
Un poco granuloso. Lentamente, coloqué el trocito en mi boca y mastiqué. Arrugué la
frente. No estaba mal, comprendí.
—Sabe a pollo.
Erik se rió.

109
Shanel me tiró un trozo y dejó un rastro baboso en mi camisa.
Silver rodó los ojos.
Entonces fue cuando el padre de Silver entró en la habitación, silbando por lo
bajo. Llevaba aquella medio máscara; sus acerados ojos grises (¿no habían sido color
ámbar la pasada noche?) brillaban intensamente. Yo había adelantado la mano para
coger un trozo de bacón sintético para lanzárselo a Shanel, pero me quedé inmóvil
con la mano suspendida en el aire.
Me descubrió y se detuvo. Sus ojos registraron luego el resto de la escena: cómo
de cómodos nos sentíamos entre nosotros. Cómo de a gusto nos sentíamos en esa
casa. Bueno, ya no tan a gusto. Todos nos sentábamos completamente quietos, en
silencio, esperando su reacción.
—Los guardias me dijeron que los cuatro estabais aquí, pero asumí que todavía
estaríais en la cama. He oído que os defendisteis bien anoche. Lamento lo de tu brazo
—me dijo y pillando unos pedazos de salchicha sintética, se marchó.
Bueno. Había esperado algún tipo de ataque, o al menos que me amenazara de
nuevo.
Erik se terminó el vaso de zumo, indiferente, como si nunca hubiera habido nada
de qué preocuparse.
—Ya le he contado a Silver todo lo que pasó y él quiere proteger a su padre y a
su… producto. —Echó un significativo vistazo a la olvidada Shanel… quien no debía
saber nada del Onadyn—. Lo que significa que tiene que ayudarnos.
—¿Qué producto? —preguntó Shanel, amontonando la comida en su plato. Nop,
ella no lo sabía—. ¿Y ayudaros con qué?
Sí. ¿Con qué? ¿Escapando del A.I.R.?
Erik reveló algunos trocitos de información, omitiendo todo lo referente al
Onadyn y al A.I.R., pretendiendo que había habido un malentendido con un grupo de
chicos de nuestra escuela. Cuando terminó, Shanel aplaudió feliz y proclamó que todo
esto era «una aventura».
¿Alguna vez había sido yo tan ingenua?
La reacción de Silver fue totalmente opuesta. Su expresión se endurecía a cada
segundo que pasaba. Obviamente uno de los motivos de que él y Erik fueran tan
cercanos era que ambos sentían lo mismo hacia los Otros que necesitaban Onadyn,
pero que no podían conseguirlo a través de un medio legal.
—Tengo que ir al cuarto de baño —dijo Shanel, poniéndose de pie—. ¿Quieres
venir conmigo, Camille?
Sacudí la cabeza, deseosa de quedarme con Erik.
Poniendo un poco de mala cara, ella dijo:
—No digáis ni una palabra hasta que regrese —y salió airadamente, en un
fogonazo rojo.

110
—Hay algo que deberías saber, Camille —dijo Erik poco después. Hizo una pausa
y un estremecimiento me recorrió—. Silver es un mestizo. Él parte de dos especies
diferentes de alienígenas: Morevv y Arcadian.
Creo que mi mandíbula golpeó el suelo.
—Eso es… eso es imposible. ¿Verdad?
—Te lo aseguro, es posible. Simplemente no se habla de ello. Los científicos lo
niegan, los agentes lo niegan, aunque unos pocos lo sospechan. En el campamento,
incluso escuché rumores de que Mia Snow era mestiza, parte humana, parte Arcadian.
Y sé que algunos de mis instructores eran aliens de alguna especie, si no por
completo, mitad. —Se encogió de hombros.
La cara de Mia apareció en mi mente. Piel impecable. Cejas exquisitamente
arqueadas. Nariz pequeña. El sedoso pelo negro, y unos ojos tan azul que eran fondos
insondables. Casi, y no me atrevía a pensarlo, otro-mundo.
Alien y humano. Wow. Simplemente wow.
—Necesito Onadyn para vivir —dijo Silver—. Que es por lo que mi padre lo fabrica
y lo vende. No quiere que dependa del gobierno para sobrevivir. No cuando ese apoyo
puede evaporarse, dejándome desvalido.
Erik alcanzó mi mano y enlazó nuestros dedos.
—Silver es uno de los motivos por lo que esta misión es tan importante. Silver y
otros como él. Antes de ir más lejos, tengo que saber si llegarás hasta el final. Cueste
lo que cueste.
No tuve que pensármelo. Asentí con la cabeza.
—Desde luego que llegaré hasta el final. —Sólo esperaba que el final llegara más
tarde que pronto.
—Bien. —Asintió—. He estado dándole vueltas y esto es lo que creo que
deberíamos hacer…

111
CAPÍTULO 11

—¿ESTÁS seguro de que esto funcionará? ¿Y si no lo hace?


Las palabras salieron de mi boca mientras miraba fijamente por la ventanilla los
otros coches que pasaban zumbando por delante de nosotros. Era un brillante y
soleado domingo al mediodía, por lo que parecía que todo el mundo había salido
fuera.
Erik me lanzó una paciente mirada.
—Funcionará. No te pondría en más peligro del necesario.
—¡No apartes los ojos del camino! —dije entrecortadamente.
Erik conducía el Jaguar de Silver de forma manual, lo que me asustaba como la
mierda. Cuando el ordenador estaba al mando, los giros y las paradas eran suaves.
Cuando Erik conducía, era empujada hacia delante y hacia atrás repetidamente.
—Funcionará.
Se suponía que dividiríamos al A.I.R.: la mitad nos seguiría a nosotros y la otra
mitad a Silver y Shanel, ya que era más fácil perder a la mitad que a todos.
Inconveniente: podría haber otra persecución de coches y no pensaba que mi
corazón pudiera soportar otro viaje.
Puntos a favor: Ahora mismo la muerte podría estar bien.
Inconveniente: Llevábamos así media hora y aún no habíamos perdido a nuestros
perseguidores.
Sip, en el momento en el que habíamos salido con el coche de Silver, el A.I.R.
había hecho su consabida aparición. No se habían precipitado sobre nosotros como
había temido, sino que se mantenían a una distancia prudente, avisándonos de que
estaban allí pero sin invadir nuestro espacio.
Me pregunté si Silver y Shanel habían corrido la misma suerte.
—Quizás sea hora de intentar algo más —dije.

112
No me gustaba estar cerca de esos agentes. Profundamente en mi interior sabía
que ellos esperaban que los condujéramos al Onadyn. De otra forma, habrían
irrumpido en casa de Silver y nos habrían detenido. Aún así, podían cambiar de idea
en cualquier momento y atacarnos.
—Quizás tengas razón —suspiró Erik—. Debo perderlos porque tengo que ir al
almacén. Debería haber hecho una entrega de Onadyn esta mañana, pero…
No tuvo que terminar. Pero. Sí, habíamos estado topándonos con muchos peros
últimamente.
—¿Sabes? Si hubiera sabido que el ir al club esa noche iba a reportarme esto,
habría ido de todas formas —dije para distraerle y distraerme a mí misma—. ¿Me
crees?
—Sí, te creo. Creo que eres una adicta al peligro reprimida —aumentó la
velocidad, volamos por la carretera y tomamos una vía de acceso. Varios coches
tocaron la bocina. El nuestro saltó arriba y abajo y viró bruscamente—. Aunque
lamento que la noche no hubiera terminado de una manera diferente para ti.
—¡Eh!, conseguí mi objetivo, así que supongo que en realidad no puedo
quejarme. Logré que te fijaras en mí.
—¡Infiernos, sí me fijé! Te sentí en el momento en que pusiste un pie en el suelo.
Tienes las piernas más bonitas que jamás haya visto y me costó apartar la mirada de
ellas para hacer mi trabajo. Incluso cuando miraba a Cara, sólo podía pensar en ti.
El placer floreció en mi interior.
—¿En serio?
—En serio.
Sonreí ampliamente; no pude impedirlo.
—Prepárate para un paseo movidito —dio un volantazo hacia la derecha y
giramos bruscamente.
Perdí la sonrisa, me agarré al borde del asiento y el sudor humedeció toda mi
piel. Permanecí quieta. No pienses en ello. Pronto la carretera se volvió grava, y
después, la grava desapareció por completo, dejando sólo tierra.
Una cerca apareció varios metros más allá de nosotros.
—Uh… Erik —no redujo la velocidad, sino que aceleró—. Vas a estrellarte…
Chocamos contra la cerca, haciéndola saltar por encima del vehículo. Chillé. Los
árboles aparecieron por todos lados, altos y verdes, y sus ramas arañaron las
metálicas puertas del coche. Yo había conducido frente a este sitio varias veces y
sabía que era un bosque protegido por el gobierno, un lugar donde los robles estaban
siendo reforestados.
—Desabróchate el cinturón —ordenó Erik.
¿Desabrochármelo? Ah, no. Ni por un millón de dólares.
—Desabróchalo.

113
—Volaré a través del parabrisas si chocamos.
—Desabróchalo —repitió, con severidad esta vez—. Vamos a pararnos, saltar y
correr como el infierno. Y ni siquiera pienses en discutir de nuevo. Nuestra otra opción
es saltar del coche mientras todavía está en movimiento.
Querido Dios. Los árboles se espesaron mientras él maniobraba hacia izquierda y
derecha. La boca se me secó.
—Entiendo —logré decirle.
Mi mano temblaba mientras me desabrochaba la única cosa que me salvaría de
estamparme contra el parabrisas si nos estrellábamos.
Como prometió, el coche chirrió cuando paramos sin golpear a nada.
Inmediatamente, Erik abrió la puerta, sin esperar a ordenarle que se abriera, sino
empujándola con la mano. Yo fui un poco más lenta, pero pronto estuve a su lado. Me
agarró de la mano y corrimos por el denso bosque.
Creí escuchar el chirrido de otro coche y el cerrar de puertas. Entonces mi
jadeante respiración inundó mis oídos y fue todo de lo que me enteré. Altísimas ramas
y hojas pasaba azotando contra nosotros. El espeso follaje en lo alto nos mantuvo en
las bienvenidas sombras y el olor a tierra y rocío saturó el aire.
Esperaba que Erik supiera lo que se hacía.
—No te preocupes —jadeó, como si me hubiera leído el pensamiento, y me lanzó
una maliciosa sonrisa. Al parecer, al tipo le encantaba el peligro—. Sé exactamente a
donde voy.
Diez minutos corriendo y mis pulmones comenzaron a arder. Quince, y mis
piernas comenzaron a temblar.
—No puedo ir mucho más lejos —jadeé.
—Ya casi estamos —dijo él entre jadeos—. Lo haces genial. Estoy muy orgulloso
de ti. Puedes conseguirlo.
Las palabras de ánimo me ayudaron. Sí, podía hacerlo. Lo haría. Balanceé los
brazos más rápido, empujándome hacia delante.
Llegamos a una valla eléctrica y me encorvé para inhalar una gran bocanada de
aire, observando cómo Erik sacaba una unidad celular de su bolsillo. Enganchó la fina
carcasa negra a la cerca, cuidando de que su piel no tocara los cables. Hubo una
chispa, luego otra. Segundos más tarde, dijo:
—Ya podemos pasar.
Uh… ¿qué?
—¿Cómo?
—La unidad celular está diseñada para absorber e incapacitar cualquier salida
eléctrica.
Él ya trepaba mientras me lo explicaba. Se detuvo, extendió la mano y me la
ofreció.

114
La cogí, permitiendo que me levantara.
Una vez que pisamos tierra firme, se acercó a través de los agujeros de la cerca y
quitó el teléfono. Maniobramos a través de callejones traseros y edificios en ruinas.
Pasó una eternidad. Pronto encontramos gente vestida con harapos vagando por las
aceras, otros apoyados contra las paredes y bebiendo alcohol.
Seguí lanzando vistazos tras de mí para asegurarme de que no nos habían
descubierto. Hasta ahora no había visto a nadie sospechoso ni ninguna cara familiar.
Por fin Erik se detuvo frente a una desconchada puerta azul. Hubo una
exploración de mano y luego escuché un pop. Él empujó la puerta de madera –y no de
metal, como pensaba que estaba hecha- y me arrastró dentro. Clonc. Clonc. Podía
escuchar el lento goteo de agua que caía de algún sitio del edificio mientras Erik
usaba un pedazo de madera para atrancar la puerta.
—Sé que los perdimos en el bosque —dijo—. Estamos a salvo. Nos quedaremos
aquí hasta que caiga la noche y luego nos dirigiremos al almacén.
—Llama a Silver y asegúrate de que él y Shanel están bien —me coloqué una
mano sobre el corazón, esperando reducir la frenética marcha de su latido.
Él sacudió la cabeza y avanzó con paso decidido hacia una pequeña cocina bien
abastecida.
—Aún no. No quiero distraerle si… —apretó los labios y se negó a continuar.
Si están siendo perseguidos, terminé yo mentalmente. No lo están, me aseguré a
mí misma. Están a salvo.
Como distracción -y parecía necesitar de eso mucho últimamente-, eché un
vistazo a mi alrededor.
—¿Qué es este lugar?
Había un sofá oscuro, dos sillas, una TV, una mesa y una barra americana de
madera. Y aún así parecía olvidada. Deshabitada. El polvo cubría todas superficies de
color gris y almizcle. Las motas hasta destellaban en el aire.
—Es una de mis casas seguras —fue su respuesta.
Agarró dos botellas de agua de la nevera y me lanzó una a mí.
La cogí y me bebí rápidamente el contenido, transportándome al cielo cuando el
frío líquido bajó por mi garganta, refrescándome. Una, había dicho él. Señor, ¿cuántas
tenía?
—Espero seriamente que tus antiguas compañeras no sepan de ésta.
Erik se dio la vuelta y apoyó la espalda contra el marco del refrigerador.
—No lo saben. Me aseguré de ello.
Bebiendo, cruzó la habitación hasta llegar a la pared del fondo y colocó la palma
sobre la esquina izquierda. Otra exploración de mano - que me asombró ya que no
podía ver ninguna caja de IP sobre la pared- y otro pop. Apareció una hendidura en el
centro de la pared y se deslizó abierta.

115
—Dulce Jesús Bendito.
Una pantalla grande de ordenador, varios teclados y muchas otras cosas que no
reconocí, aparecieron a la vista, todo pulsando con diferentes luces de colores.
—Todo el edificio está monitorizado las veinticuatro horas del día, los siete días
de la semana.
Un montón de periódicos atrajo mi atención y él se inclinó y los recogió. Se
enderezó frunciendo el ceño.
—¿Qué es eso?
—Guardo esto aquí como recordatorio. Verás, llegué tarde una noche —dijo él,
como en trance—. Y una mujer murió.
Podía oír el dolor y el auto desprecio en su tono.
—Lo lamento.
—Eso es lo que pasa si fallo.
Mi garganta se apretó.
—¿Puedo verlos?
Él me echó un vistazo.
—¿Seguro que quieres hacerlo?
Asentí con la cabeza y extendí la mano. Lentamente, él estiró el brazo y yo solté
un suspiro y los cogí. Después lancé otro suspiro y cerré los ojos. Puedes hacerlo, me
dije.
Finalmente, los miré.
La imagen era tan horrorosa como las fotos que había visto en la oficina de mi
padre. Una hembra Arcadian estaba doblada, su expresión en una congelada agonía.
Sus dedos estaban retorcidos de una manera poco natural y la inclinación del codo en
un ángulo extraño. Tenía la piel teñida de rojo, con las venas reventadas bajo la
superficie.
—Hay cientos de ellos que necesitan la droga —dijo Erik—. Tal vez miles.
—No puedes salvarles a todos —la culpa me inundó.
Yo nuca había intentado salvar a uno siquiera.
—Pero puedo intentarlo —contestó él suavemente.
Arrastró una de las sillas al teclado y perforó una serie de números.
A mi lado, escuché otro pop. Dejé las fotos y giré a tiempo de ver otra hendidura
abrirse en la pared, ésta exhibiendo tres hileras de armas, cuchillos y otros
dispositivos para matar que no quise contemplar.
Mi boca cayó abierta.
—En el campamento de entrenamiento del A.I.R., aprendimos a estar preparados
para cualquier cosa —explicó él.

116
—Por lo que parece, sobre todo para la guerra.
Erik se rió entre dientes.
—Definitivamente, para la guerra —hubo una tensa pausa y él perdió su aire de
diversión—. No te pongas histérica, pero vamos a tener que cambiar de aspecto.
Tengo todo lo necesario en el cuarto de baño —me lanzó un vistazo—. Parecerás una
gótica estupenda. Te lo prometo.
Casi me ahogué. ¿Yo? ¿Gótica?
—¿Eso no me hará destacar más?
—Sí, pero la gente mirará rápidamente hacia otro lado.
—¿Seguro?
—Seguro. El A.I.R. no busca góticos. Busca a un tipo corriente de cabello oscuro y
a una hermosa morena.
Mi boca cayó abierta ante sus palabras. Erik seguía diciéndome cosas así,
llamándome primero bonita y ahora «hermosa». No era asombroso que estuviera tan
caliente por él.
Como si no acabara de mecer mi mundo, tecleó unos botones más en el teclado.
—¿Alguna vez has utilizado una pyre-arma antes? Y no me refiero a coger una o
pillar la de un atacante… o amigo —añadió él con un ceño, claramente pensando en
cuando le había quitado la suya y había apuntado a Cara— sino a disparar realmente.
—Eh…, no.
—¿Quieres una?
—Claro.
Podría ser divertido. ¿No?
—Cógela.
Espera. ¿Qué?
—¿Qué? ¿Quieres que practiquemos ahora?
—Sí —asintió con la cabeza—. No hay un momento mejor.
—Yo… yo… bueno.
Por favor, no dejes que me mate a mí o a Erik, recé mentalmente.
Él se levantó y cerró la distancia entre nosotros. Con las manos sobre mis
hombros, me hizo girar hasta afrontar las armas. Él olía familiar, bien, a pino y luz del
sol, y a ese picante olor que era tan suyo propio.
El calor de su cuerpo me envolvió, haciéndome recordar esta mañana, nuestro
beso, aunque no me permití estremecerme. Él lo notaría, probablemente me
preguntaría por ello y tendría que admitir que no podía sacarme sus besos de la
cabeza.

117
Permaneciendo tras de mí, extendió la mano sobre mi hombro y cogió un arma
plateada. El cristal situado arriba, entre el cañón y la manija, destelló a la luz. Con su
mano libre, colocó mis dedos en ángulo recto pero no dejó el arma cerca de mí.
Todavía.
—Ten cuidado con mi brazo —dije, porque estaba nerviosa y no sabía qué más
decir.
—Siempre —contestó él, y luego el frío acero se apretó contra mi piel.
Di un brinco. No sé por qué.
—Tranquila —dijo Erik, apretando mi mano y el arma juntas y manteniendo sus
manos sobre la mía—. Muy bien.
—Es más ligera de lo que esperaba.
De hecho, si cerraba los ojos podía fingir que mi mano estaba vacía.
—El metal es especial, pero todas las pyre-armas están fabricadas de modo que
no se derritan al lanzar fuego.
No tendría que preocuparme de quemarme los dedos cuando apretara el gatillo.
—Apunta.
Estiré los brazos, apuntando tal y como había ordenado.
Erik me corrigió de modo que apuntara a una pared y no a sus otras armas. Podía
sentir los músculos de sus brazos y pecho tensándose a cada movimiento.
—Dispara —dijo él.
—No, de ninguna manera —sacudí la cabeza con énfasis.
Quemaría el edificio entero hasta los cimientos.
—Dispara —repitió él con firmeza.
—Pero…
Él cerró el dedo alrededor del mío y apretó el gatillo. Un rayo amarillo salió de la
punta del arma, propulsándose hacia delante y estampándose en la pared más
alejada. Casi chillé y tuve que morderme la lengua para contener el sonido en mi
interior. No hubo ningún retroceso, simplemente llana y lisa calma, tan fácil como
respirar.
No importa. ¡Qué flipada!
—Acabo de disparar un arma.
—La mitad inferior del edificio está hecha del mismo material que el arma, igual
que el edificio del A.I.R. Nada lo derretirá.
—Pero la puerta de la calle parece de madera.
—Está pintada así para que nadie sospeche la verdad.
Eché un vistazo del arma a la intacta pared y de nuevo al arma. Él tenía razón.
No había ni un atisbo de humo o ceniza.

118
—Dijiste que el A.I.R está construido también con este material. ¿Cómo entonces
quemaste aquella ventana?
—Las ventanas son diferentes. Es por eso que las quité en la parte baja del
edificio.
Odiaba no conocer ya todo esto. Cara lo sabía. Ella era fuerte y confiada. Así eres
tú. Ahora. Todavía. ¿Nos comparaba Erik?
Él no dijo nada mientras me quitaba el arma de mi apretado agarre y la colocaba
sobre su funda de terciopelo. No dijo nada mientras me hacía girar para afrontarlo. Ni
cuando ahuecó mi barbilla en sus manos y me obligó a encontrar su mirada.
—Te pusiste rígida. ¿Qué pasa?
Solté un suspiro.
—No soy una buena guerrera. Por lo general, soy la cobarde más grande de los
alrededores. Los pasados dos días, he sido más fuerte y más valiente que en toda mi
vida, pero todavía no soy comparable a tus amigas.
—Ex-amigas —sus manos se apretaron sobre mi mandíbula—. Te he dicho lo bien
que creo que has manejado toda esta ordalía y eso que no has tenido ni un sólo día de
entrenamiento. Por no mencionar el hecho de que estás herida. Puedes no saber de
armas, pero eso no te hace menos guerrera. Has pasado por esto como una
campeona. Ya te lo he dicho antes y es hora de que empieces a creerme.
Lamento admitir esto, y lo odié… pero mi labio inferior tembló y las lágrimas
quemaron en mis ojos. Dios, ¿qué estaba mal conmigo? Erik decía cosas agradables.
No había razón para llorar.
—Mírame —dije, limpiándome las lágrimas con el dorso de las muñecas y
sorbiéndome los mocos—. Actúo como un bebé.
—Es porque estás agotada, con la adrenalina y el arrojo avivados. Eso derribaría
a cualquiera, incluyéndome a mí.
—No creo que nada pueda derribarte —le miré a través del acuoso escudo de mis
pestañas.
Él sonrió ampliamente.
—Una vez, me asignaron cazar a un grupo de Mecs depredadores. Ellos
controlaban el tiempo por lo que era cálido y seco. Tuve que soportar aquel calor
durante seis días mientras los rastreaba, sin detenerme a descansar realmente por
temor a perderlos. Cuando volví a la base, era una ruina.
—¿Lloraste? —pregunté, incapaz de disimular la esperanza en mi voz.
No es que quisiera que él hubiera llorado, sólo que no quería ser la única.
—Peor —su sonrisa se volvió sardónica mientras remontaba el pulgar sobre la
comisura de mis labios—. Me desmayé delante del jefe.
Me reí ante la imagen de este tipo grande y fuerte derrumbándose.

119
Él pasó suavemente la punta de sus dedos bajo mis ojos, siguiendo la línea de
mis ojeras.
—Mis compañeros de equipo me gastaron bromas durante meses.
Cómo me gustaba sentir sus manos sobre mí. Y mientras estaba allí de pie, mi
diversión se descoloró, abriendo un amplio cataclismo de conciencia. Lo miré
fijamente, necesitando algo. ¿Otro beso?
Su diversión también se borró, como si él hubiera leído mis pensamientos, y todo
su cuerpo se tensó.
—Voy a besarte —dijo aproximándose.
Me lamí los labios en una invitación.
—Sí.
Sus negros ojos se encendieron más y más.
—No debería. Eres demasiado joven para mí.
—Tengo dieciocho años. Soy una adulta.
—Las cosas que he visto, las cosas que he hecho, las cosas que haré. Por eso no
debería hacer esto —pero unió sus labios a los míos, su lengua empujando por delante
de mis dientes y empezando un baile salvaje con la mía.
Sabía a calor y menta, tal y como recordaba. Enrollé mi brazo ileso alrededor de
su cintura, empujándolo más cerca.
Erik ladeó la cabeza hacia un lado mientras reclamaba y conquistaba mi boca. El
calor se extendió a cada parte de mi cuerpo. Un invasor y adictivo calor. Mejor que el
de esta mañana.
Una de sus manos acarició mi espalda y se detuvo en la curva de mi trasero. La
otra se enredó en mi pelo. El beso siguió, igual de decadente. Tan maravillosamente
salvaje y perverso. Gemí de entusiasmo.
Pero cuando su mano comenzó a moverse poco a poco por debajo de mi
camiseta, piel contra piel, y mi mano comenzó a moverse poco a poco por debajo de
la suya, él se quedó quieto, cerró el puño sobre el material durante varios segundos y
luego apartó la boca.
Él jadeaba; yo jadeaba.
—Lo siento —dijo rígidamente.
Me miraba con deseo… una mirada, estoy segura, idéntica a la mía.
—Todavía no estás preparada para esto.
—Lo estoy. Juro por Dios que lo estoy. Quiero ir más lejos —admití.
Y realmente quería. Estaba preparada, realmente preparada para dar el siguiente
paso. Le amaba. Él era más que simplemente Erik Troy para mí. Era mi salvador, mi
amigo. Él era absoluta valentía, pura excitación.

120
—Yo también quiero ir más lejos. Desesperadamente —añadió Erik, sus ojos
vagando por mi cuerpo—. Pero quiero que estés segura. ¿Alguna vez has…?
Me ruboricé.
—No.
—No es algo de que avergonzarse. Es algo de lo que enorgullecerse —se inclinó y
colocó un suave beso sobre mis aún palpitantes labios, demorándose, respirando de
mí como yo respiraba de él.
—¿Tú lo has hecho? —pregunté, aun cuando ya sabía la respuesta.
Hubo una pausa, luego:
—Sí. Durante años, Cara fue la única chica con la que lo hice. Después de
separarnos… bueno, me avergüenza admitir que fui un poco alocado y me acosté con
cualquier chica que me quisiera. Me detuve por completo cuando me matriculé en el
instituto.
Otros chicos no se habrían detenido, sospeché.
—No quiero morir sin haberlo hecho nunca —le dije—. Pero no quiero estar con
cualquiera, sino contigo.
Erik dio un paso hacia adelante, más cerca, obligándome a retroceder.
—¿Qué… dónde?
Mis rodillas chocaron contra el borde de algo y caí, aterrizando sobre suaves
cojines. El sofá.
Erik se tumbó sobre mí y después cambió su peso de modo que nuestros
costados se apretaron juntos.
Me besó una vez, dos veces. Besos dulces, inocentes y luego profundizó el
contacto, acariciando y separando mis labios con su lengua. Gemí en su boca y él se
tragó el sonido, alimentándome del sabor licencioso de la pasión.
—Podría besarte durante horas —dijo.
—Demuéstralo —contesté, y él se rió suavemente.
Nuestras lenguas se entrelazaron juntas, danzando y acariciándose. Durante
mucho tiempo, él no hizo nada con sus manos excepto abrazarme. Pero cuando las
mías vagaron por debajo de su camiseta, sobre la cálida piel de su espalda, entraron
en acción. La punta de sus dedos recorrieron mi estómago, arremolinándose en mi
ombligo, y temblé.
—Se siente bien —jadeé.
—Se siente asombrosamente bien —movió poco a poco aquellos traviesos dedos
más arriba, hasta que alcanzaron mi pecho. Yo no llevaba sostén y cuando ahuecó,
amasó y pellizcó mi pezón, grité—. ¿Quieres que pare?
—No. No te detengas.
—¿Más?

121
Incluso mientras hablaba, de nuevo jugueteó con mi pezón.
—Más —dije con un gemido.
Él rodó ligeramente, colocándose entre mis piernas. La parte inferior de su
cuerpo, se impulsó hacia delante y atrás, rozando mi centro. Jadeé ante el vértigo y lo
encontré a mitad de camino, necesitando la dura presión.
Él siseó y sus movimientos se volvieron más frenéticos, más poderosos.
Algo crecía en mi interior. Una presión. Una necesidad. Un mareo. Las tres cosas
se mezclaban, consumiéndome. Mi mente se enfocó en Erik, en sus manos, en su
cuerpo.
Quise que nuestra ropa desapareciera, que no hubiera barreras entre nosotros.
—Más —dije.
Él bajó el brazo y metió la mano bajo la cinturilla de mis pantalones. Me tensé
ante la previsión de lo que haría después. Bajar más abajo. Tocarme donde dolía. Por
favor. Incluso aunque lo pensé, la súplica saltó de mis labios.
—Por favor.
El aire se atascó en mi garganta cuando Erik hundió de verdad la mano más
abajo. Y más abajo todavía. Luego sus dedos estuvieron donde quería que estuvieran,
tocándome, moviéndose de una forma que lanzaba sensación tras sensación a través
de mí. Mis piernas se abrieron más y me agarré a sus hombros, ondulándome contra
él. Gimiendo, casi sollozando.
Deberías avergonzarte. Pareces ridícula. Presioné mis labios juntos, tratando de
cortar los ruidos que hacía. Yo sólo… se sentía tan bien. Tan cerca de algo bueno,
correcto y maravilloso.
—Déjame oírte —dijo—. Quiero oír cómo te gusta.
Otro gemido se escapó de mis labios, y ya no pude contenerme más. Sus
palabras y acciones se combinaban para destruir todas mis inhibiciones, dejando sólo
las reacciones.
—Erik —jadeé.
—Casi estás ahí. Tan, tan cerca.
Su voz parecía forzada. Obligué a mis ojos a abrirse -¿cuándo los había cerrado?-
y vi que su cara estaba tensa. El sudor bañaba su frente y líneas de tensión rodeaban
sus ojos. Pero había tal calor, tal necesidad, tal dicha en sus ojos mientras él bajaba la
vista, observándome. Entonces movió sus dedos expertamente, un simple giro, pero
fue suficiente. Las estrellas explotaron en mi cabeza. Grité, me convulsioné y grité aún
más. Aunque siempre su nombre. Siempre su nombre.
Él me sostuvo todo el tiempo, acariciándome, diciéndome lo hermosa que era.
Pasó un rato antes de que estuviera lo suficientemente tranquila para derretirme
contra él. Mi corazón aún tenía que reducir su velocidad.
—Tengo que levantarme —dijo él, con voz tensa.

122
—¿Qué? No.
Sacudí la cabeza, cerrando mis brazos alrededor de él para mantenerlo en el
lugar. No quería dejarle ir jamás.
—Sí. Tengo que hacerlo.
—¿Por qué? —pregunté, intentando no mostrar mi decepción. No habíamos
tenido sexo. Quería ir más lejos. Quería más. Quería todo de él.
—Cuanto más tiempo te abrace, más difícil se volverá —se detuvo y se rió
irónicamente—. Más duro se volverá el alejarme sin hacerte el amor de verdad.
Besé su cuello, lamiendo el gusto salado de su piel.
—Entonces ámame. Te deseo.
Un temblor le recorrió y vibró a través de mí.
—Antes te prometí que te haría sentir bien, y lo he hecho. No quiero que tu
primera vez sea deprisa y corriendo.
—Pero… ¿y en cuanto a ti? También quiero hacerte sentir bien.
Si me enseñaba cómo… sería una estudiante aplicada y dispuesta a hacer lo que
fuera por un aprobado.
Él negó con la cabeza.
—Esperaremos hasta que estemos fuera de peligro y nos aseguraremos de que
tu primera vez sea especial.
Puse mala cara y me mordí el labio inferior.
—Eso me hace desear estar fuera de peligro ahora mismo.
—A mí también —dijo, bajando en picado para otro beso antes de saltar del sofá
—. A mí también.
Yo sabía que los chicos a menudo usaban sexualmente a las chicas y luego
fingían no conocerlas. O peor, se reían de ellas y les ponían motes después. Había
visto que les ocurría a muchas chicas del instituto. Pero no creía que Erik fuera así.
¡Era tan diferente a los otros chicos que conocía! Y el hecho de quisiera que mi
primera vez fuera especial… bueno, hacía que cayera un poco más enamorada de él a
cada momento.
¿A quién quería engañar? Había caído completamente enamorada de él ayer,
cuando había hecho todo lo que estaba en su poder para protegerme.
Mi determinación a sobrevivir a esta ordalía se dobló. Se triplicó. Haría lo que
fuera por ganar y estar con Erik. Saltar a través del fuego… ningún problema. Ni las
granizadas, ni la lluvia ácida, ni el fuego, ni las inundaciones importaban.
Debería haber sabido que pensar eso me traería problemas. Grandes problemas.

123
CAPÍTULO 12

MIENTRAS esperábamos a que cayera la noche, y para mantener nuestras


mentes fuera del sexo, Erik me enseñó a defenderme. Me enseñó la mejor manera de
usar los puños. Los mejores sitios donde dar patadas a un agente para derribarlo. No
en la ingle, como había supuesto, sino en la tráquea u órganos vitales: pulmones,
estómago, corazón y riñones.
—Esto los derribará siempre —me había instruido—, y los contendrá, el factor
más importante. Porque una vez que entres en batalla e infrinjas dolor, se olvidarán
de los interrogatorios, se olvidarán de mantenerte con vida e irán a matar. Tú los
quieres en el suelo tan rápidamente como sea posible, incapaces de levantarse.
Eso asustaba. Pero me encantaba.
Lo mejor de todo, me adiestró para pelear protegiendo mi brazo herido. Tenía
que mantener aquel lado de mi cuerpo en ángulo contrario al de mi oponente y
repartir golpes a diestro y siniestro con el otro, obligándolo a intentar detenerme por
ese lado.
De nuevo, me asustaba pensar en entrar en cualquier tipo de lucha real, pero
estaba feliz de aprender y prepararme por si acaso.
Finalmente, la oscuridad llegó y nuestro indulto terminó.
Erik comprobó los monitores para asegurarse de que no había ningún agente en
la zona. No los había. Hasta llamó a Silver y se aseguró de que todo estaba bien.
Gracias a Dios, lo estaba. Silver y Shanel estaban de regreso en la casa de Silver,
rodeados por los guardias de su padre. Habían llevado al A.I.R por los alrededores de
la ciudad la mayor parte del día, manteniendo a varios agentes lejos de nosotros.
A pesar de todo, me sentí nerviosa cuando dimos un paso fuera. El aire de la
noche no era fresco, sino caliente y pesado. La plateada luz de la luna inundaba la
noche, iluminando los edificios circundantes, los humanos, los Otros que caminaban a
zancadas por las aceras y a los coches que se apresuran a lo largo de las calles.
Erik mantuvo un paso estable, agarrándome de la mano, e hicimos todo lo
posible por aparentar ser una corriente y vulgar pareja dando un paseo nocturno. Para

124
ser francos, me sentía expuesta, como si todos me observaban fijamente,
marcándome para la muerte.
—Quizás no debería haberme teñido el pelo de azul —dije nerviosamente.
—Estás preciosa.
Sonreí ampliamente y le apreté la mano.
—Estás oculta a plena vista, no te preocupes. Ya lo verás.
Al menos, yo no era la única que se ocultaba a plena vista. Su pelo estaba
coloreado de blanco con rayas de un rojo vivo. Hasta se había pintado un tatuaje de
una cobra sobre el cuello. El cuerpo de la serpiente se estiraba hasta la mejilla
izquierda y se enroscaba alrededor de su oreja. Magnéticos piercings perforaban su
ceja y labio.
—Quizás estemos un poco demasiado «a plena vista».
—De ninguna manera —se inclinó y me besó la oreja.
Un estremecimiento me recorrió.
Para ir a conjunto con nuestro nuevo pelo, también llevábamos ropa nueva. Erik
tenía todo un alijo de diferentes tipos y tallas en su casa segura. Había escogido una
cazadora y unos pantalones negros de imitación a cuero, que ponían de manifiesto los
duros planos de su cuerpo.
Parecía un agente.
Yo llevaba un vestido rojo sangre y un collar de pinchos. Unas botas altas
abrazaban mis piernas y ocultaban varios cuchillos. Erik había querido que estuviera
preparada para cualquier cosa.
—Ves —murmuró, llamando mi atención hacia su boca—. Nadie quiere mirarnos.
De hecho, hacen todo lo que pueden para evitar vernos.
Estudié las caras de los humanos con los que nos cruzábamos. Estaba claro que
nos echaban un vistazo y rápidamente apartaban la mirada, como si fuéramos un
veneno visual. Es más, los Otros daban un amplio rodeo a Erik, como si temieran que
los detuvieran.
Comencé a relajarme. Nos dirigíamos hacia algún almacén para conseguir el
suministro de Onadyn que Erik necesitaba. Luego lo distribuiríamos entre los aliens a
los que él se lo había prometido. Aliens que podrían morir, incluso ahora.
Me había contado el plan y me había dado la oportunidad de quedarme. Yo la
había rechazado. Ya no podía ignorar más el hecho de que gente inocente moría.
Caminamos varios kilómetros. Una eternidad. No más coches robados para
nosotros. Si avisaban al A.I.R., sabrían qué vehículo buscar y nos pillarían en un
chasquear de dedos. Aunque nos subimos a varios autobuses, a veces sólo dando
vueltas para asegurarnos de que no nos seguían.
Durante el recorrido, la parte pobre de la ciudad dio paso a la clase media y
cuando bajamos del último autobús, estábamos en el Distrito Norte, la parte rica de la

125
ciudad. Aquí, las casas parecían estirarse hasta el cielo. Todas eran blancas y
cromadas, probablemente con los últimos sistemas de seguridad automatizados.
—¿El laboratorio está aquí? ¿En esta vecindad? —pregunté incrédula.
—Sí.
—Pero este lugar es… —no supe como terminar la frase.
—Perfecto para un laboratorio ilegal —dijo Erik—. La policía, e incluso el A.I.R.,
por lo general dan un tratamiento preferente a la gente rica. No irrumpen en estas
casas sin el papeleo administrativo apropiado, lo que lleva tiempo conseguir. Tiempo
para que ciertos individuos mal pagados alerten al propietario. ¿Cómo crees que el
padre de Silver ha sobrevivido tanto tiempo en el negocio?
—Ahhh.
—El Onadyn y el equipo que lo fabrica pueden ser trasladados de la casa en
minutos, y los agentes saldrían con las manos vacías cuando finalmente se les
permitiera venir. Me pasó muchas veces cuando trabajaba para el A.I.R. Sabía más
allá de toda duda que las drogas estaban dentro de una casa, pero cuando conseguía
la autorización, el dueño había limpiado el lugar a fondo.
Permaneciendo en las sombras, caminamos en fila por el borde de una casa
particular. Un perro-robot ladró a lo lejos. Una amplia cerca de hierro se estiraba
desde el centro de cada lado y se dirigía hacia atrás, bloqueando los jardines. Dos
altísimas columnas blancas abrían un sendero, delineado por falsos árboles y que
conducía a una entrada arqueada.
Os doy la bienvenida, parecía decir el lugar. Aquí no pasa nada malo. Nada ilegal.
Silver le había dado a Erik el código de seguridad antes de dejar la casa segura.
Gracias a que las operaciones de Onadyn habían sido canceladas temporalmente
debido al interés del A.I.R., no teníamos que preocuparnos de tropezar con otros
empleados mientras «trabajábamos».
Ahora soy una ladrona, pensé.
Cuanto más nos acercábamos a la puerta principal, más iluminaba la luz nuestros
movimientos, apartando las consoladoras sombras. Eso no nos hizo ir más lento
mientras subíamos los escalones.
—Quédate aquí —dijo Erik, depositándome sobre un balancín y cruzando de un
salto las dos puertas batientes francesas. Tecleó una serie de números en la caja de
Identificación Personal y la puerta se abrió con impaciencia, como si hubiera estado
esperándonos todo el día. Erik desapareció dentro.
Me quedé sola.
Pasaron varios minutos. Minutos largos. Dolorosos. ¿Qué ocurría ahí dentro? El
perro-robot ladró de nuevo y contuve el aliento. Una parte de mí, temía que los
agentes del A.I.R. aparecieran en cualquier momento.
—¡Erik! —susurré con ferocidad.
Nada.

126
—¡Erik!
Con mano inestable, retiré un cuchillo de mi bota. La empuñadura estaba fría y la
sentía pesada. Amenazadora. Al menos, la vecindad era tranquila y…
Unos faros aparecieron en la distancia y me levanté de un salto, corriendo al
interior de la casa. Cerré la puerta tras de mí y presioné la espalda contra el marco,
intentando sin éxito controlar mi irregular respiración. Mi corazón galopaba a toda
velocidad. Lógicamente, sabía que el A.I.R. no anunciaría su presencia con
deslumbrantes focos. (¿O lo harían?) Se habrían echado sobre mí para que no pudiera
advertir a Erik. (¿No es cierto?)
Oh Dios. No estaba segura.
Di una vuelta e inspeccioné la casa. El vestíbulo estaba vacío, desprovisto de
muebles, y había un completo silencio.
—¡Erik! —siseé.
Mi voz retumbó.
¿Dónde estaba?
Sostuve el cuchillo frente a mí y me moví poco a poco hacia delante. ¿Había
dejado la casa? No, él no me habría abandonado. ¿Verdad? Verdad. ¿Estaba herido?
¿Inconsciente? ¿Completamente bien y simplemente ateniéndose a su plan sin tener
ni idea del hecho de que yo estaba a punto de vomitar?
O, ¿y si la gente de este sitio lo había atrapado?
Un miedo atroz me inundó. Paranoia. Terror. Me obligué a enderezar la espalda y
a cuadrar los hombros. Bien. Esto es lo que vas a hacer, Robins. Vas a buscar por la
casa e incapacitar a todo lo que se mueva. Sí. Eso es lo que haría.
—Iba a buscarte —dijo una suave y familiar voz.
Jadeé, mi mirada salvaje buscando en la oscuridad. Erik estaba de pie a mi lado
pero yo no lo había visto u oído acercarse. Frunciendo el ceño, le pegué con la mano
en el hombro.
—Justo estaba a punto de ir a buscarte y rescatarte. No tienes ni idea de lo cerca
que has estado de sentir la picadura de mi cuchillo.
En su favor, él no se rió.
Le pegué en el hombro una segunda vez.
—Estaba preocupada por ti. No me dijiste cuánto tiempo tardarías antes de
entrar en la casa. No me dijiste qué hacer si descubría a alguien.
Él confiscó el cuchillo y lo deslizó de regreso en mi bota. Creo que vi el atisbo de
una sonrisa.
—¿Estás de los nervios, no?
—Vi un coche —le dije.
—Camille, cariño, la gente suele conducir por las vecindades.

127
Cariño. Me froté los brazos con las manos.
—De todos modos, ¿por qué me dejaste ahí fuera? —me quejé.
Su mano se enredó en mi pelo, tirando de mí hacia delante para un rápido beso.
—Quise asegurarme primero de que la casa era segura.
Hmmm. Me olvidaba de todo, salvo de Erik, cuando él me besaba así.
—¿Y lo está?
Asintió con la cabeza.
—Estamos solos tú y yo, nena.
—¿Encontraste el material?
La mención del Onadyn hizo que sus ojos se entrecerraran un poco.
—Sí. Pero quiero que esperes aquí mientras lo reúno.
De ninguna manera.
—Te ayudaré.
—No —sacudió la cabeza y varios mechones de pelo blanco cayeron sobre su
frente—. Ya estás implicada en este lío, así que no puedo hacer nada al respecto, pero
puedo asegurarme de que no manejes realmente el material.
Anclé las manos sobre mis caderas y lo miré. No haría esto sin mí. No tomaría la
responsabilidad y la culpa como propias. Tenía razón, ahora yo estaba implicada. Y
haría mi parte; estaba completamente equivocado si pensaba que no manejaría el
material.
—Voy a ayudar.
—No —repitió—. Lo siento.
Mis ojos se estrecharon hasta formar diminutas rajas. Él odiaba el tener que
violar la ley, comprendí. Y no quería que yo también tuviera que odiarlo. Cuanto más
tiempo pasaba con Erik, más capas despojaba y descubría al hombre honorable que
había debajo. Pero no iba a dejar que hiciera esto solo.
—Quiero ayudar a los Otros, Erik, y estoy dispuesta a violar la ley para hacerlo.
Déjame ayudar. Por favor. Déjame que marque la diferencia. Lo que hacemos no es
algo por lo que debamos avergonzarnos. Es necesario que se haga.
Una pausa. Pesada, vacilante. Melancólica.
Entonces sus corrientes ojos oscuros comenzaron a encenderse con un brillante
dorado.
—No creo que nunca me haya encontrado con una chica como tú, Camille —me
besó otra vez, tomándose su tiempo esta vez. Saboreándolo.
—He ignorado a los aliens la mayor parte de mi vida, sin ayudarles cuando se
burlaban o reían de ellos. Creo que ya es hora de que salga de debajo de mi piedra y
vea el mundo tal y como es: un lugar a veces violento que necesita cambiar y a más

128
personas dispuestas a salir y hacer lo correcto —y tal vez algún día, pensé, sería
capaz de hacer incluso más. Quizás fuera capaz de cambiar realmente la ley.
Esperaba que mi padre ya hubiera empezado…
La esperanza se precipitó a través de mí. Por ahora, mi madre tenía que haberle
contado lo que yo le había dicho. Mi padre tenía que haber prestado atención y en
estos momentos estaría haciendo lo que pudiera por la causa.
La causa. Mi causa. Nuestra causa. Tolerancia. Aceptación de las diferencias.
—Supongo que el tiempo es nuestro enemigo —dije, con tono de negocios—, así
que muéstrame donde está el Onadyn.
Sin más vacilación, Erik me sacó del vestíbulo y entramos en una habitación en lo
alto de las escaleras. No, una habitación no. Un laboratorio. El aire olía a esterilidad,
con una leve capa a sustancias químicas. En todo el sitio había largas mesas, cada
una repleta de frascos y botes. Batas de laboratorio colgaban sobre unos ganchos al
lado de la puerta, así como cajas de guantes. Había hasta una cocina… o esa era lo
que parecía ser cuatro ennegrecidos fogones.
—Es realmente asombroso —dijo Erik—. Esta sustancia puede matar a los
humanos en un parpadeo pero también puede salvar a ciertos Otros igual de rápido.
Ten cuidado. No toques nada que contenga líquido dentro —avanzó, pero hizo una
pausa en mitad de un paso—. No quiero que te asfixies.
Yo tampoco.
—Esto es una muerte horrorosa. La piel se vuelve azul, flácida y escamosa. Los
ojos se salen hacia fuera. Las piernas y brazos convulsionan mientras tu cuerpo lucha
por respirar una sola pizca de aire.
Me lo imaginé y me estremecí ante el horror de ello.
—La mayoría de los humanos han aceptado a nuestros visitantes. Pero todavía
hay quienes los temen. Entiendo el miedo, realmente lo hago, porque algunos aliens
son capaces de andar sobre las paredes o simplemente desaparecer. Otros pueden
controlar nuestras acciones con sus mentes. Pero como los humanos, hay aliens
buenos y malos.
Yo misma soy culpable de sentir ese miedo, pensé, con un poco de tristeza.
Nunca más, me juré.
Erik se pasó la mano por el pelo.
—Nunca me permitieron venir aquí, aunque luché y luché por ganarme una
invitación. Es gracioso que fuera necesario una detención del A.I.R. para conseguirlo —
me dio otro de aquellos besos rápidos. ¿Por obligación? Era casi como si no pudiera
detenerse, como si tuviera que besarme. Como obligado por una fuerza mayor.
Esperaba que jamás parara de hacerlo.
—Mira alrededor. Voy a comprobar el Onadyn y a asegurarme de que los frascos
están sellados correctamente antes de que los toques.
—Vale.

129
Caminó hacia un armario a su espalda, abrió las puertas, cortó los cables de IP y
los enganchó de nuevo. Las cajas de IP eran supuestamente a prueba de ladrones,
pero por lo que había visto, eran muy fáciles de evitar.
Anduve hasta la mesa más cercana y levanté una de las ampollas vacías. Tenía
una corteza azul sobre el filo. Cuidadosa de no tocarla, la olí. Noté un sutil aroma a…
¿jazmín?. ¿Orquídea? Algún tipo de flor, definitivamente.
—¿Alguna vez has probado el Onadyn? —pregunté, dejando la botella.
—No —contestó Erik—. Nunca.
—¿Alguna vez pensaste en probarlo?
Pasaron varios segundos en silencio y le eché un vistazo. Él me daba la espalda y
revolvía a través de una caja metálica.
—Sí —dijo por fin—. Un par de veces después de que me echaran a patadas del
A.I.R. y afrontara una vida de encarcelamiento. No estaba seguro de si podría
continuar. No estaba seguro de si quería continuar.
Levanté otro frasco, uno con restos rosados en el fondo. El interior parecía brillar,
como las bolas de nieve.
—¿Qué te frenó?
Se encogió de hombros.
—La idea de morir. La adicción. Sobre todo, la idea de volverme descuidado y
olvidar quién soy, preocupado sólo por mi siguiente dosis.
Antes de que pudiera contestar, una tabla crujió. El sonido me asustó y me quedé
quieta, mi corazón retumbando. Erik no pareció notar o preocuparse por nada, así que
me obligué a relajarme.
—No entiendo por qué robamos al padre de Silver. Podríamos habérselo pedido y
ahorrarnos el problema de entrar por la fuerza.
—Jamás me habría dado lo que necesitamos y ahora que el A.I.R. me ha
encontrado, estoy seguro que han congelado mis cuentas. Habría sido incapaz de
comprarlo.
—Pero pensé que el padre de Silver está comprometido con la causa.
—Lo está, pero sólo para su familia. Todos los demás tienen que pagar. Supongo
que se ha acostumbrado a su modo de vida.
Solté un suspiro.
—Entonces, el padre de Silver hace trampas. ¿Podemos confiar en que no cambie
de idea y se chive?
—Sí. Ésta, bueno, esta no es la primera vez que ha tenido que ir tan lejos —una
pausa, luego un exclamación de alegría—. ¡Lo encontré! —se metió en los bolsillos
varios frascos de líquido transparente. Yo jamás había consumido Onadyn, tampoco, y
no quería hacerlo nunca… por todos los motivos que él había dicho.

130
—Algún día podrían otorgarnos la medalla al honor por esto —le dije.
¿Lo creía? No. Pero era un pensamiento agradable.
Me lanzó una sonrisa, su expresión de algún modo triste.
—Bueno, es posible —dije, rechazando el echarme atrás.
Varios frascos más encontraron el camino a sus bolsillos.
—Entonces ¿esta es la cosa más salvaje que has hecho nunca? —me preguntó él,
cambiando de tema.
—Sí. Sin lugar a dudas. ¿Y tú?
—Nah. El regreso al instituto encabeza mi lista. Aquellos primeros días, estaba
convencido de que alguien comprendería que no era quién decía ser y que no
pertenecía a aquel lugar.
Acercándome a él, remonté la punta del dedo sobre el tablero.
—Pero nadie lo hizo.
—A veces la gente sólo ve lo que quiere ver —hizo una pausa un momento para
examinarme.
—Seguramente lo hace —sonriendo ampliamente, cerré el resto de la distancia
hasta que estuve de pie a su lado—. Ya que estás llenándote los bolsillos, asumiré que
los frascos están sellados correctamente.
—Lo están, pero todavía no quiero que los toques —cerró el armario con un
suave click y giró hacia mí—. ¿Lista?
Obviamente, todavía quería llevar la mayor parte de la responsabilidad sobre sus
propios hombros. Yo, sin embargo, no quería nada de eso.
—No —dije—. No exactamente —alzándome de puntillas, planté un breve beso
sobre los labios de Erik, tal y como él me había dado varias veces. Pero no le abracé.
Introduje una mano en su bolsillo y retiré un puñado de frascos. Los empujé en mis
bolsillos, mirándolo detenidamente y en silencio, desafiándolo a decir algo—. Ahora
estoy lista. No harás esto tú solo.
Él sacudió la cabeza, pero la admiración brilló en sus ojos.
—Me asombras constantemente —dijo, sin intentar quitármelos.
—Gracias —dije remilgadamente.
—De nada —contestó, imitando mi tono.
Compartimos una sonrisa.
Dejamos el laboratorio entonces y bajamos por la escalera. Yo podía oír los
frascos chocar continuamente siempre que Erik se movía. Mi vestido era tan apretado,
que los frascos no tenían espacio para moverse y permanecieron quietos.
—No puedo creer que haga esto —dije cuando alcanzamos la puerta principal—.
De todos modos, ¿dónde están los Otros que necesitan el Onadyn?

131
—En el Distrito Sur de Main. En los Apartamentos otros-mundos que deberían
haberse derrumbado hace años. Lo siento, pero tenemos una larga excursión por
delante.
—Sobreviviré.
Fisgoneó por las separadas puertas batientes, antes de liarse con la caja de IP y
restaurar el código de nuevo.
—Estamos…
—Atrapados —dijo una mujer frente a nosotros.
Fénix. Los mechones de pelo castaño volaban alrededor de su satisfecha cara.
Apuntaba con una pyre-arma al pecho de Erik.
—Estáis atrapados.

132
CAPÍTULO 13

EN los segundos siguientes, que parecieron una eternidad, el caos estalló. Erik
tuvo su arma apuntado a Fénix antes de que yo pudiera soltar un suspiro de pánico.
Otros agentes del A.I.R. nos rodeaban, unos mil al parecer, con las armas preparadas
y a punto de disparar.
La muerte jamás me había parecido tan cercana.
—No podemos agradecerte lo suficiente que nos hayas mostrado la posición del
laboratorio —dijo Cara, dando un paso hacia adelante hasta que se puso al lado de
Fénix. Parecía tan satisfecha como su compañera.
Apreté los dientes.
—No nos seguisteis hasta aquí —dijo Erik rígidamente. Sostenía el arma estable,
aparentemente sin estar impresionado por los agentes y las armas que apuntaban
hacia él—. ¿ Cómo nos encontrasteis?
Había un hombre de pie al otro lado de Fénix y se rió, llamando la atención sobre
él.
—Acabo de llegar a la ciudad y no he sido informado porque he estado
demasiado ocupado luchando contra los Morevvs, pero hasta yo puedo contestar a
esa pregunta.
—Ryan —dijo Erik, sus hombros tensándose. Escupió el nombre, como si fuera
una oscura maldición. Se movió poco a poco hacia delante, ocultándome detrás de él
como mejor podía para que yo no estuviera en la línea de fuego.
Ryan era obviamente unos años mayor que Erik. Tenía el pelo negro y los ojos
tan azules que brillaban. Era guapo y musculoso y vestía todo de negro. Sonreía tan
ampliamente como si fuera Navidad y tuviera exactamente lo que había pedido a
Santa Claus.
—Si conozco a mi chica, ella te colocó un chip GPS.
Erik gruñó por lo bajo.

133
—Sí, eso fue exactamente lo que hice. —Tan indiferente como Erik había
parecido primero, Fénix desenvainó un cuchillo, alcanzó detrás de Erik y clavó la
plateada punta en uno de los verdugones de la parte superior de su espalda.
Él no se movió, ni mostró ninguna reacción, aunque tuvo que haberle dolido.
Cuando ella se apartó, tenía sangre en la mano y el cuchillo y un diminuto y
negro punto sobre la punta de su índice.
—Es por eso que te azotamos. Eso, y porque te mereces un poco de castigo por
lo que nos has obligado a pasar. Había un sedante en la fusta. Tú te quedaste
inconsciente y fuimos capaces de inyectar el chip sin que lo supieras. Y nunca te
enteraste, porque simplemente asumiste que el dolor en tu espalda era por los azotes.
—Tú…tú…
—Te engañé —lanzó Fénix.
Mis manos se apretaron en puños, pero me obligué a relajarme y a tocar su
espalda en consuelo. Él, también, se relajó.
—Esta vez no hay escapatoria —dijo Fénix, frunciendo el ceño. Supongo que ella
no había conseguido la reacción que pretendía—. ¿Y sabes qué? Tampoco recibiréis
ayuda de vuestros compinches Morevv. También los tenemos rodeados. Y lo van a
pagar. Hirieron a Bradley.
Shanel, pensé. Silver. No, no, no. ¿Estaban bien?
—Ahora, ¿por qué no dejas caer el arma? —dijo Ryan, perdiendo su sonrisa—. No
quiero matarte, pero ambos sabemos que lo haré en un latido del corazón. No
sostendrás un arma contra Fénix. Nunca.
Erik no dejó caer el arma, pero realmente levantó su mano libre como si pensara
rendirse. Sabía que tenía un cuchillo atado a su muñeca, por lo que la acción lo
armaría aún más y no lo dejaría vulnerable. Aún. La derrota comenzó a hundir mis
hombros.
¿Derrota? Eso era para la vieja Camille. La nueva y mejorada Camille no se
rendía, no se echaba para atrás. Había llegado demasiado lejos para ser capturada
ahora. Tú también tienes armas, ¿recuerdas? No estás desvalida.
—Tú también, Camille —dijo Fénix, quizás presintiendo lo que pensaba hacer—.
Manos arriba.
No me moví. Aún no, pero sí… Oh Dios. Oh Dios. No podía creer que hiciera esto,
no podía creer que ni siquiera lo pensara.
Empieza a creerlo, pensé, entrecerrado los ojos mientras la determinación se
precipitaba a través de mí, reforzándome.
—¿Arrastrando a chicas inocentes contigo? —Ryan chasqueó la lengua—. Cada
día te hundes más. ¿Troy, verdad? ¿Es el nuevo apellido que te has puesto? Gracioso.
Troyi también fue derrotada.

134
—¿Cómo te atreves a hablar de arrastrar a chicas inocentes por el fango? —
gruñó Erik. Su dedo tensándose sobre el gatillo—. Tú empezaste a salir con Fénix
cuando ella era tu alumna. ¿Cómo de depravado es eso?
La cólera oscureció los rasgos de Ryan, no lo suficientemente acalorada para ser
considerada como rabia, pero ardiente en todo caso.
—No metas a Fénix en esto.
—No metas a Camille tampoco. Ella no ha hecho nada malo.
—Entonces ¿por qué hay frascos de Onadyn sobresaliendo de los bolsillos de su
vestido? — exigió Cara, sin contenerse en permanecer más en un segundo plano.
La agente que se llamaba Kitten dio un paso y la percibí por el rabillo del ojo.
Pude ver que ella programaba su arma y apuntaba a Erik.
Actúa ahora, Robins. No tendrás otra oportunidad.
Antes de que pudiera discutir conmigo misma, alcé una pierna y mi bota chocó
con la muñeca de Fénix. La acción la asustó y se le escapó el arma de la mano. Con
apenas una pausa, agarré fuertemente a Erik y lo hice girar.
Todo lo que siguió pareció pasar a cámara lenta, pero lógicamente sabía que era
mentira… que todo pasaba con rapidez. Empujé a Erik tras la puerta de la calle. Sus
reflejos eran estelares y él sabía exactamente lo que yo quería que hiciera sin que se
lo pidiera. Cerró de golpe la puerta.
Pum. Zumbido.
Pum. Zumbido.
Chisporroteo. Chisporroteo.
Los agentes disparaban, algunos usaban pyre-armas, otros balas. Las balas
hacían agujeros y el fuego derretía pedazos de metal.
—Corre, Camille —gritó Erik. Esperé a que me agarrara y saltáramos a la carrera.
No lo hizo. Caminó hacia atrás, su arma apuntando a la puerta mientras esperaba a
que el A.I.R. irrumpiera a través de ella. Un cuchillo descansaba en su otra mano,
como había sospechado.
Por primera vez, noté que no había ventanas.
Permanecí en el sitio. Detrás de mí, escuché pasos y supe que el A.I.R. se
acercaba, bloqueando todas las vías de escape posibles.
—¡Están por todas partes! Tenemos que marcharnos. —El pánico me recorrió,
espeso y opresivo. Casi debilitante. Casi—. ¡Ahora! ¡Vamos!
—Joder, Camille. Escúchame esta vez y huye. Escóndete. Si nos cogen a los dos,
estamos perdidos. La causa estará perdida; los Otros morirán.
—No.
—Las casas como estas están preparadas para resistir un ataque, pero no
resistirá mucho más tiempo. Tienes que irte. Ahora.

135
—No puedo. —Sacudí la cabeza—. No puedo abandonarte. No lo haré.
—Coge el Onadyn y corre, maldición. —Él no me miró, sino que siguió
observando la puerta. Esperando… —¡Te lo suplico! He trabajado muy duro para que
ahora esos niños mueran.
Huye.
Quédate. No eres una cobarde. ¡Ayúdale!
No, tienes que huir. Tienes que salvar a esos niños.
Oh, Dios mío, no podía decidir. No sabía qué hacer. Me moví, me detuve, me
moví, me detuve de nuevo. Insegura, tan, tan insegura. ¡Qué decisión tan horrible la
de tomar… y no tenía mucho tiempo para hacerlo! Salvar a los Otros o intentar salvar
a Erik. Si fuera simplemente yo, me marcharía. Ahora mismo. Sin vacilar. Pero Erik…
—Me quedaré y los retendré mientras tú te llevas las drogas. —Él tendría mejor
suerte en evadir la captura. Y yo, pues ya había sobrevivido al A.I.R. una vez. Podría
hacerlo de nuevo. Y si no lo hacía, caería luchando.
—Camille. —Mi nombre fue una maldición, un rezo, un dolor—. Sabes que no
funcionará. Ellos te derribarán en minutos e irán tras de mí inmediatamente después.
Yo puedo retenerlos más rato, dándote el tiempo necesario. ¡Ahora vete!
—Erik. Por favor. No puedo abandonarte —susurré con voz rota.
Gruñendo por lo bajo, él se giró hacia mí y disparó un tiro a mis pies. Salté. Rayos
amarillos chisporrotearon en el suelo donde habían estado mis botas.
—¡Para! ¿Qué haces?
—¡Vete!
De todos modos me mantuve firme.
—Tú serás capaz de esconderte mejor y…
—Podrían matarte esta vez, Camille. ¿Lo entiendes ahora? Preferiría que
murieran los Otros antes que tú. ¿No lo ves? —Él disparó de nuevo, éste más cerca—.
¡Márchate! Ayúdalos y quédate escondida.
—Erik.
—¡Vete! —Otro tiro.
No salté esta vez ni aparté la mirada de la suya. Pasó una eternidad mientras
observaba fijamente aquellos oscuros ojos suyos. Un mero segundo.
—Vete.
—Está bien —dije.
Las lágrimas quemaron en mis ojos mientras retrocedía poco a poco. Eran
diferentes a todas las que había derramado antes. Eran nacidas del miedo no del
tumulto. Eran nacidas de la esperanza y la desesperación. De acuerdo. ¿Vas a dejarlo?
¡Cobarde!

136
No, cobarde no. Dejaba a alguien que amaba para salvar a otros. Dejarlo era la
opción correcta… no lo mejor, no lo que yo quería. Esto me destrozaba por dentro,
pero salvaría a aquellos aliens. A pesar de ello, las lágrimas cayeron profusamente por
mis mejillas.
En ese mismo instante, la puerta explotó, al igual que lo hicieron varias ventanas
de arriba. Erik arrancó su atención de mí y disparó a los agentes que intentaban
irrumpir dentro. No, él no les apuntaba, comprendí, apretándome contra la pared,
temblando, llorando más fuerte. Erik no quería realmente herirlos o matarlos. Él
apuntaba más allá de ellos, intentando mantenerlos fuera y proporcionándome el
tiempo que me había prometido.
Más pasos se repitieron tras de mí.
Usando las sombras en mi ventaja, gateé hacia la parte trasera de la casa. Los
agentes parecían estar por todas partes, corriendo y precipitándose en todas
direcciones. Eran negras cuchilladas de mortal poder. Amenazadores portadores de
muerte.
¿Cómo iba a salir sin ser detectada?
Unos segundos más tarde, varios de los agentes me descubrieron y se
precipitaron hacia mí. Permanecí quieta, insegura de lo que hacer. Ellos tenía un
arma… y yo tenía otra, ¿verdad? Acababa de meter la mano en mi bota y curvar los
dedos alrededor de la empuñadura de una daga, cuando el primer agente me alcanzó.
Me dio un revés en la cara y grité. Salí volando, el cuchillo olvidado y con la sangre
goteando de mi boca.
Todavía en su línea de visión, Erik fue testigo de todo. Soltó un enorme rugido,
agudo, profundo, como el de un animal y un rayo ámbar estalló.
El tipo que me había golpeado cayó al suelo a mi lado, con un ennegrecido
agujero perforando su pecho. No se movió. Estaba muerto. Muerto. Eché un vistazo
sobre mi hombro, con los ojos bien abiertos, y vi que el arma de Erik humeaba. Él lo
había matado. Por mí. No había matado a nadie por él, pero había matado por mí.
Él disparó a los otros que se lanzaban hacia delante a por mí, olvidándose de los
otros que querían detenerlo. Cuando estos lo alcanzaron, saltaron sobre él,
derribándolo, dándole patadas y puñetazos.
—No —grité, levantándome de golpe. ¡No!
¡Boom!
Una explosión meció toda la casa, lanzándome para atrás. Penachos de humo
llenaron el aire, más espesos que antes. Llovieron trozos de piedra y madera. Erik,
sospeché, había creado de algún modo una distracción para mí. Pero yo no podía
marcharme. No antes de que me asegurara que estaba bien.
Me levanté de nuevo con piernas inestables y eché un vistazo a mi alrededor,
con los ojos ardiendo y llorosos. Las ventanas de mi nariz picaban. La gente estaba
tirada en el suelo, gimiendo. Otros estaban en silencio, inconscientes o muertos.
—¿Erik? —Tosí—. ¿Erik?

137
Ninguna respuesta.
—¡Erik! —Un puro terror me llenó. No lo veía. ¿Dónde estaba? Mi mirada se
dirigió fuera, más allá de la entrada que había sido destruida por la ráfaga. Jadeé,
tanto aliviada como horrorizada. Fénix, Ryan, Cara, y Kitten tenían a Erik fijado al
suelo. Pero él todavía luchaba. Con todas sus fuerzas, todavía luchaba, su cuerpo
corcoveando. Sus miembros sacudiéndose.
Quise desesperadamente ir hacia él. Ayudarle. Hacer algo, cualquier cosa, por
salvarlo. Hoy él me había enseñado lo básico pero, profundamente en mi interior,
sabía que esos movimientos no eran suficientes para derrotar a esta gente. Si lo
intentaba, también sería capturada. Lo sabía. Él lo sabía, y por eso me había dicho que
corriera. No había forma de negarlo, de engañarme a mí misma. Estos agentes
estaban sumamente entrenados y su número era tan superior que pronto lograrían
someter a Erik completamente.
No podía ayudarle a él y a los Otros que necesitaban el Onadyn que llevaba.
De nuevo me afronté a una decisión. Había pensado que ya había escogido, que
estaba preparada para correr, pero la vista de Erik tan desvalido…
Podía dejar a los aliens morir o intentar liberar a Erik sin garantías de tener éxito,
quizás hasta destruyendo esta oportunidad que él me había brindado. Elude la
captura ahora y podrás luchar por liberarlo más tarde.
Pero no podía dejarlo. No de esta forma.
Tienes que hacerlo. Tienes que permanecer libre y así podrás rescatarlo a él, a
Silver y a Shanel. Él sabía que esto pasaría.
Vacilante, me mordí el labio inferior.
Erik quiere que te marches. Piensa en todo lo que él ha hecho por ti. Ahora tú
debes hacer esto por él.
Eso finalmente me convenció. Más que nada, Erik quería que aquellos Otros se
salvaran. Había dejado su vida y su carrera por ellos. Y ahora, yo renunciaría a mis
propios deseos por ellos. No, por él. Por Erik.
Parpadeando, me tragué mis lágrimas, giré sobre mis talones y corrí.
Simplemente corrí.

Cuando llegué a una calle pública, le hice señas a un taxi, le dije al conductor que
me llevara al Distrito Sur, y su cara color moca palideció.
—¿Seguro que quiere ir allí? —preguntó, su disgusto manifiesto.
Asentí con la cabeza. El sudor cubría mi piel. Mi respiración salía baja y rápida.
Constantemente echaba vistazos sobre la luna trasera, esperando ver a los agentes
conduciendo a toda velocidad por el camino. Gracias a Dios, no lo hacían. Me froté mil
veces la nuca, los hombros, asegurándome que no tenía allí ninguna herida. Si me
había implantado un chip GPS…

138
Traté de no pensar en ello. Traté de no pensar en Erik, de lo que le ocurría. Ellos
no lo matarían. Lo habían dicho muchas veces. ¿O habían estado mintiendo en una
tentativa de hacerlo cooperar? Ahora tenían lo que querían. El laboratorio. Las drogas.
Por favor, mantén a Erik a salvo, recé.
Alcanzamos el Distrito Sur veinte minutos más tarde y pagué al conductor con el
dinero en efectivo que Erik me había metido en la bota antes. Por si acaso, había
dicho.
Estremeciéndome, di un paso fuera, y exploré el edificio de apartamentos que
Erik había mencionado. El aire de la noche aún era fresco, pero eso hizo poco para
calmar el ardor de mi miedo y mi agotamiento. El taxi se alejó a gran velocidad,
chirriando los neumáticos.
Observé el edificio frente a mí y mi estómago tocó fondo. Los Apartamentos
Otros-mundos.
Ruinosos, tal y como Erik había dicho. Había agujeros a los lados y la mitad de la
azotea faltaba. Me acerqué vacilantemente. Un Mec desnudo y borracho, estaba
tumbado delante de los escalones, roncando. Estaba tirado sobre sus propias piernas
y tenía trozos secos en su blanca piel.
Avergonzada, salté sobre él. Busqué en mi cerebro, pero no podía recordar que
Erik me hubiera dicho un número de apartamento específico. ¡Maldita sea! Si era
necesario, llamaría puerta por puerta.
No había nadie en las habitaciones del nivel inferior, así que subí las escaleras
hasta el segundo piso. Varios peldaños faltaban y los otros eran simples losas rotas de
hormigón. Caer hacia un oscuro abismo era una auténtica posibilidad. La suciedad y la
mugre cubrían cada centímetro del lugar, y el olor a orina, sudor y alimentos podridos
impregnaba el aire. Cuanto más alto subía, más nauseas sentía.
Comprobé cada apartamento de aquel piso, y luego del tercero. Me encontré
algún Otro enfadado que agitó el puño en mi cara y me apartó de su puerta. Hasta
encontré a un humano que quiso venderme sus «servicios».
Me sentí orgullosa de mí misma. No salí corriendo.
En el cuarto piso, me encontré con varias especies diferentes de aliens, pero
todos llevaban la misma ropa andrajosa y estaban delgados como palos. Una alma
valiente, un adolescente masculino que protegía su territorio, agitó un cuchillo frente
a mí. Le enseñé el mío, que era más grande, y él se echó para atrás.
No quería hacerle daño; quería llorar.
Jamás había visto tal pobreza en mi vida y todo dentro de mí se derrumbaba al
igual que este edificio. Nadie abrió la puerta en el siguiente apartamento, que estaba
entreabierta, así que lentamente la empujé y entré. La muerte flotaba en el aire,
espesa, negra. Jadeantes gemidos se repitieron en mis oídos. En ese momento supe,
supe, que estaba en el lugar correcto.
Una Zi Kara con la piel pálida estaba tumbada sobre su estómago, con una taza a
su lado, el líquido todavía mojando la sucia alfombra. Parecía como si ella hubiera

139
estado andando hacia la cocina y simplemente se hubiera derrumbado. Su cabeza
estaba inclinada a un lado y pude ver que tenía los ojos abiertos, vidriosos, y fijos al
frente.
Los Zi Karas eran altos y flacos, con la piel gris y lisa, casi como los de una foca.
Ahora mismo, su piel lucía teñida de amarillo. Por favor que esté viva, recé.
Agachándome a su lado, la tumbe boca arriba con cuidado. Sus labios también
estaban amarillos, y su respiración era rasposa y tenue, superficial. ¡Estaba viva!
Lentamente sus negros ojos se dirigieron hacia mí, suplicantes, mendigando
silenciosamente ayuda. Sus mejillas, que deberían haber sido redondeadas, casi
gordas, estaban hundidas.
—Me envía Erik —dije, agarrándola por el cuello y levantándola. Mi corazón se
rompía por ella. Tan desvalida. Tan cerca de la muerte. Esto no tenía que pasar. Esto
no debería pasar.
Ella abrió la boca para decir algo, pero no surgió ningún sonido.
Busque en mi bolsillo y retiré un frasco. Lo descorché con los dientes y un poco
de líquido salpicó mi lengua. Era insípido, reflexioné, mientras un mareo me golpeaba.
Por una fracción de segundo, mis pulmones se congelaron, rechazando llenarse de
aire.
El pánico no tuvo tiempo de echar raíces. Un segundo más tarde, respiraba con
normalidad. Dios querido. ¿Eso era lo que los adictos experimentaban? ¿Cómo podían
soportarlo?
Sacudiendo la cabeza para recuperar la atención, vertí el contenido por la
garganta de la mujer. Ella tragó con gula. Al principio, no pasó nada. Pero despacio,
muy despacio, el tinte amarillo de su piel cedió paso al color gris. Sus vidriosos ojos se
despejaron, haciéndolos parecer a ónice pulido.
—Los niños —jadeó, su voz profundamente acentuada—. Mis niños.
Me levanté y me apresuré a buscar por el apartamento. Un niño, un varón,
estaba tumbado medio fuera del suelo del cuarto de baño. El otro, una niña
adolescente, estaba apoyada en la cama, con la mirada perdida en otro silencioso
mundo.
Les di un frasco de Onadyn a cada uno
Fueron más lentos en recuperarse que su madre. Y durante mucho tiempo, no
pensé que el chico lo lograría. Incluso con la droga, estaba débil y desvalido. Más
lágrimas quemaron mis párpados.
No era asombroso que Erik luchara tan ferozmente por esta gente.
Esto era terrible. Terrible y cruel.
Estos alienígenas eran inocentes. ¿Cómo podía el A.I.R. negarles el Onadyn?
¿Cómo?
Una familia como esta no debería ser castigada por los pecados de otro.
Inocentes. Inocentes. La palabra se repetía continuamente en mi mente. Durante

140
muchos años había ignorado todo esto. Tal vez lo desconocía porque no había querido
saberlo. Tal vez la información simplemente no era accesible al ciudadano medio.
Ya no importaba.
Tenía que hacerse algo.
Me quedé en el apartamento durante más de dos horas, asegurándome que la
familia iba a estar bien. Dejé a la madre -su nombre era Norenne- en posesión de
todos los frascos. Ella llevó cuatro a su vecino, que estaban en tan mala forma como
ella lo había estado.
Aunque los niños del vecino nunca se despertaron.
Cuando me marché, tenía el corazón roto, pero estaba más decidida de lo que
había estado en mi vida. Iba a salvar a Erik e iba a salvar a estos Otros. ¿Huir del
conflicto? ¡Nunca más!

141
CAPÍTULO 14

DESPUÉS de comprar una cámara holográfica desechable y –tragué al recordarlo-


haber tomado unas fotos de los niños alienígenas muertos (seguramente la cosa más
difícil que alguna vez había hecho), caminé hacia una cabina pública y marqué el
número de Shanel. Esperaba dejar un mensaje, pero ella contestó sobre el cuarto
timbre.
—¿Sí? —preguntó, su áspera voz sonaba… rasgada. ¿Adormilada?
—Dios, estoy tan contenta de que estés en casa —respiré aliviada. Había una
carretera cerca y quería salirme de mi piel siempre que veía un coche. Unos cuantos
sin techo, caminaban haciendo eses por la acera a mi izquierda—. ¿Estás bien? ¿Te
hicieron daño?
—¿Camille? ¿Eres tú?
—Soy yo.
—¡Dulce Jesús, no sabes lo contenta que estoy de escuchar tu voz! ¡Las cosas
iban genial y de pronto ellos nos cogieron! Nos sorprendieron, y yo no sabía qué
hacer. Pero tienes que colgar —dijo ella urgentemente—. Creo que rastrean mis
llamadas. Creo que esa es la única razón por la que me liberaron. En serio, estoy bien.
Tuve problemas con mi padre, pero ellos… —Ella se ahogó con un sollozo—. Tienen a
Silver encerrado. Ellos me interrogaron y luego me enviaron a casa.
—Me alegro que estés bien —le dije—. Te quiero.
—Yo también te quiero.
Colgué. Shanel estaba a salvo, así que una menos de la que preocuparme. Sólo
rezaba para que el A.I.R. no rastreara mi llamada. Por si acaso, caminé hasta una
esquina y usé otro teléfono público para llamar a mis padres.
—Encontraos conmigo frente al Ship’s cuanto antes —les dije y colgué. Quería
decir más, hablar con ellos, pero no podía arriesgarme. Temblorosa, cogí un autobús.
Cada ruido inesperado, cada persona que me miraba, me provocaba un torbellino de
pánico.

142
Una vez allí, esperé entre las sombras, pegada a la pared del edificio. Mi corazón
casi se saltó un latido cuando vi el coche de mis padres. Se dirigieron hacia el parking.
Miré alrededor, buscando a cualquiera que los siguiera.
Nadie lo hacía. Que yo pudiera ver. ¿Realmente vas a hacer esto?
Oh sí. Sudando, tentada a quedarme en las sombras, caminé lentamente hacia
su coche. Habían aparcado y estaban a punto de bajarse. Me precipité hacia ellos, abrí
la puerta de atrás, y me lancé dentro, quedándome tan abajo como era posible. Me
había metido la cámara en el bolsillo y esta me arañó el estómago.
Cuando me vieron, los dos jadearon.
—Arranca, papá.
—¿Qué…?
—¡Arranca!
Él salió del aparcamiento, con los neumáticos chirriando.
Mi madre se retorció en el asiento y me miró fijamente.
—Camille, ni siquiera sé qué decirte. —El miedo y el alivio se mezclaron en la voz
de mi madre.
—No me mires. La cara hacia delante. Y vigila si nos siguen.
Ella obedeció, llorando:
—Oh, mi niña. Oh mi niña, mi niña. He estado tan preocupada.
Quise abrazarla desesperadamente, pero sabía que no podía. Mis ojos buscaron a
mi padre. Incluso de perfil, pude ver que su expresión era severa y enfadada. Parecía
tener unas pocas canas más en su pelo y más arrugas en la cara.
—Señorita —fueron las primeras palabras que salieron de su boca—. Tienes
muchas cosas que explicar. ¿Por qué tu pelo es azul? ¿Por qué llevas ese vestido?
¿Qué ocurre? Nunca he tenido que preocuparme de ti antes y, de repente, eso es todo
lo que puedo hacer. ¿El A.I.R.? ¿Onadyn?
Mi madre echó la mano hacia atrás y agarró la mía, apretándola. Con la otra, se
limpió las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Tenía la cara roja y manchada de
llorar. Su camisa estaba arrugada en un lado, como si hubiera retorcido el material
demasiadas veces.
Permanece fuerte.
—¿Has examinado las leyes del Onadyn? —pregunté. Sentía las piernas débiles, y
me hubiera caído si hubiera estado de pie.
—No. No hay necesidad. No vamos a involucrarnos.
—Tengo fotos —dije, sacando la fina cámara de dentro de mi bolsillo—. Estos Zi
Karas están relacionados con un alien qué cometió un crimen. No pueden conseguir el
suministro de Onadyn que necesitan. Se mueren. Están…

143
—Destruye las fotos —gruñó mi padre antes de que pudiera explicar algo más—.
No podemos tener ninguna prueba que te relaciones con criminales otros-mundos.
—Papá. Por favor. Sólo míralas. —Sostuve la cámara y presioné un botón que
provocaba que una de las fotos se cristalizara, formándose un holograma.
Sin apartar los ojos del camino, él sacudió la cabeza.
—No quiero verlas. No debes hacer ni decir nada que te incrimine de algún modo.
La derrota pareció rodearme, pero seguí.
—Los aliens murieron, papá. Traté de salvarlos llevándoles Onadyn. Violé la ley.
¿Me hace eso una mala persona a tus ojos? ¿Una que merece ir a prisión?
Sus severos rasgos se derrumbaron, algo que casi hizo derrumbarme a mí.
—Pensé que te había educado mejor —susurró con la voz rota—. Pensé que te
enseñé que la familia era lo primero. Quizás sea un padre terrible. Quizás…
—Eres un padre maravilloso —dije, interrumpiéndolo—, y te quiero. Pero he
abierto los ojos. No puedo ignorar que hay gente que sufre. No puedo fingir que no
hay nada que pueda hacer para ayudarlos.
—No quiero oír esto. Eres mi única hija. Te quiero a salvo. Siempre.
—Sólo escúchame hasta el final. Por favor. —Cuando él permaneció callado, dejé
que toda la historia fluyera de mí. Cada detalle. No dejé nada fuera. Mientras hablaba,
ellos palidecieron. Lloraron.
—Oh, Camille. —Mi madre dejó caer la cabeza en sus manos abiertas—. Eso muy
bien podría haberte costado una cadena perpetua.
Empujé la cámara hacia ellos de nuevo, pasando las tristes imágenes una por
una.
—Se mueren —dije—. Los niños se mueren porque no pueden conseguir el
Onadyn que necesitan.
Mi padre se pasó la mano por la cara, una acción que me recordó a Erik. Erik.
Pensar en él hizo que mi estómago se apretara. ¿Qué le haría el A.I.R.?
¿Estaría bien?
—No puedo dejar que te impliques más en esto, Camille —dijo mi padre, negando
con la cabeza. Ya no estaba enfadado, estaba triste—. Podrían matarte. Y has puesto
tu vida en peligro. Y tu futuro… —Él presionó los labios y sacudió la cabeza—. No. Lo
siento.
Lo miré detenidamente, resuelta.
—Esta noche salvé vidas. Hice una diferencia. Juntos podemos hacer más.
Él agitó una mano en el aire, la acción acortada, enfadada.
—No me importan los Otros. Me importas tú.
La voz de mi madre tembló cuando dijo:

144
—No puedo perderte, cariño. Eres todo lo que tengo.
—No me perderás —prometí, pero ambas sabíamos que no era una promesa que
pudiera cumplir—. Si sobreviví a esta noche, puedo sobrevivir a cualquier cosa.
—No —dijo ella.
—No —reiteró mi padre—. ¿Sabes lo que me pasaría si intentara cambiar las
leyes del Onadyn? Sería despedido. Ninguna otra firma me contrataría. Perderíamos
mi sueldo, la casa, los coches, nuestro alimento. —Sus rasgos se endurecieron—. Te
llevaremos a la oficina central del A.I.R. y les diremos que te obligaron. Ellos dejarán
de cazarte y podremos fingir que esta noche nunca pasó.
Erik lo había perdido todo por esa gente y mi padre quería empeorar su situación
diciendo que él me obligó. De ninguna maldita forma. ¡Tenía que hacer algo!
Encontrar a alguien que pudiera ayudarme. ¿Pero quién?
—Estás sangrando —jadeó de pronto mi madre.
Miré la venda que cubría mi brazo. Unas diminutas gotas de sangre se habían
secado sobre el borde. Recordé como aquella mujer, Mia, me había apretado la herida,
intentando hacerme daño para que le dijera lo que ella quería saber. Mis ojos se
agrandaron mientras una idea surgía en mi mente…
Mia había sido dura, severa. Pero había buscado la verdad. Erik creía que era
medio humana, medio alien. Si fuera así, ella podría entenderlo. Podría compadecerse.
Aunque, ¿me ayudaría? Creía que yo era culpable de vender drogas a los
humanos. No tienes a nadie más ahora mismo.
Valía la pena intentarlo.
Lo más que Mia podía hacer era matarme y había sido amenazada tantas veces
con ello que ya me daba lo mismo. Lo cual era tan triste como poderoso.
—¿Me llevas al A.I.R.? —pregunté a mi padre.
—Sí. Y no quiero que hables con ellos. Yo me ocuparé de todo. Haré lo que sea
necesario para limpiar tu nombre.
No lo contradije. De hecho, me senté derecha en el asiento y esperé.

145
CAPÍTULO 15

CON la cabeza bien alta, di un paso en el A.I.R., con mis padres a los lados. Las
puertas de cristal se cerraron detrás de nosotros y estudié mi entorno con
nerviosismo. No es tarde. Todavía puedes huir. Seguí caminando hacia delante. Los
agentes abarrotaban el vestíbulo, algunos iban de aquí para allá con carpetas en las
manos, otros arrastrando a vociferantes Otros hacia… Dios sabía dónde. ¿Las celdas?
Probablemente, lo averiguaría personalmente.
Mientras nos acercábamos al mostrador principal, mantuve los hombros rectos y
la expresión en blanco. Por supuesto, fuimos parados antes de alcanzar mi destino.
Una voz mecanizada anunció mi entrada y las alarmas estallaron.
—Esperad un minuto —gritó mi padre—. Ella es inocente.
El agente masculino tras el mostrador, retiró su pyre-arma y la apuntó a mi
corazón. Frunciendo el ceño hacia mí, gritó:
—¡Alto! Permanezca donde está. Manos arriba.
Obedecí sin protestar.
—Estoy desarmada —le contesté, negándome a mostrar miedo. Había dejado mis
cuchillos en el coche.
—Está desarmada —gritó mi padre—. Guarde en su sitio el arma.
Mi madre se puso frente a mí, pero yo la empujé fuera de mi camino. Segundos
más tarde, un grupo de agentes corrieron hacia mí. Me tiraron al suelo, sacando el
aire de mis pulmones. Aturdida, no dije ni una palabra mientras me ataban las
muñecas y me ponían de pie de un tirón.
—Dejadla —ordenó con severidad mi padre—. Hemos venido a limpiar su
nombre.
—Quédese aquí, viejo —ordenó uno de los agentes.
Podrían haberme matado y medio me lo esperaba, pero no lo hicieron. En
cambio, me arrastraron mientras mi padre gritaba y mi madre lloraba. Fui escoltada

146
hasta una celda y atada a una silla, igual que antes. La mayor parte de los escombros
anteriores habían sido limpiados.
—Me gustaría hablar con Mia —dije, con tanta seguridad como pude—. Tengo la
información que busca.
Él resopló y el grupo salió del cuarto, dejándome sola.
Cuánto tiempo pasó, no lo sabía. Cada pocas horas, era desatada de la silla y
acompañada a un cuarto de baño donde un guardia femenino me vigilaba mientras
usaba las instalaciones. Jamás había pasado tanta vergüenza en mi vida.
Una vez, alguien limpió mi herida y la vendó de nuevo. Pero por fin, gracias a
Dios, Mia entró en la celda. Por desgracia, Fénix y Cara estaban con ella. Las tres
mujeres portaban expresiones furiosas, me atreví a pensar ¿reticentes?
—¿Tienes alguna información para mí? —dijo Mia.
Se paró justo delante de mí.
Mirándola, levanté mi barbilla y disparé todas las preguntas que habían estado
guardando en mi interior.
—¿Cómo están mis padres? ¿Dónde está Erik? ¿Está bien?
—Tú no haces las preguntas —gruñó Cara—. Eres tan culpable como él y te
mereces el mismo castigo.
—Nos dijiste que eras inocente en todo esto —me dijo Mia.
—Antes lo era —alcé la barbilla e hice una mueca.
No me echaría para atrás.
Cara arqueó una oscura ceja.
—¿Antes de qué? ¿Antes de empezar a acostarte con Erik?
Si mis manos hubieran sido estado libres, podría haberla abofeteado.
—Cara —dijo Mia—. Si tengo que echarte de la celda de nuevo, te quedarás tras
un escritorio el próximo mes.
Cara apretó los labios.
Mia cabeceó hacia mí, en una orden silenciosa para que continuara.
—Dime lo que querías contarme.
—Erik no ha estado vendiendo Onadyn a los humanos. Prácticamente ha estado
regalándolo a los Otros por una fracción muy pequeña del precio por el que los
compra. Me dijo que los daba a cambio de nada durante mucho tiempo, pero que
cuando lo perdió todo, tuvo que empezar a venderlo. Yo… —¡vamos, acaba con esto!
— he tomado fotos para demostrar cómo mueren, cómo sufren.
Los ojos de Mia se estrecharon, ocultando el azul claro de sus iris y dejando sólo
el negro.
—¿Dónde están esas fotos ahora?

147
—Las tiene mi padre. Podrían estar en su coche —si las había destruido en un
intento por protegerme… no sabía lo que haría—. Aliens inocentes mueren, y a esos
es a los que Erik quiere salvar. Ellos son a los que yo quiero salvar.
—No importa —dijo Mia, sin mostrar ninguna piedad—. Los dos violasteis la ley.
La miré fijamente, y una idea se formó en mi cabeza.
—Noté que una de tus propios agentes, tu propia amiga, es un alien. Un Teran,
creo. La vi la primera noche, después de la persecución en coche, y otras veces
después.
—Es Kitten —dijo Fénix, dando un paso hacia mí e irradiando un aire de desafío.
—¿Y si ella fuera una de los que lo necesitaran? ¿Y si ella no pudiera conseguirlo?
Haríais lo que fuera por ayudarla, ¿verdad? —desvalida como estaba, continué—. Erik
ha estado ayudando a una familia a sobrevivir, una familia a la que quiere. ¿Qué
crimen hay en eso?
—No sabes de lo que hablas —dijo Cara, pero había perdido todo el calor de su
furia. Me miraba frunciendo el ceño.
—Escucha —Fénix inclinó la cabeza a un lado, estudiándome—. Yo era una adicta
— confesó, y las palabras me sorprendieron—. Sé lo que el Onadyn puede hacerle a
una persona cuando abusa de ella. Lo regulamos para impedir que los humanos
experimenten con ella. Lo regulamos para impedir a los aliens depredadores quedarse
aquí.
—Un drogadicto será un drogadicto, no importa cuántas drogas regules —indiqué
—. Y sólo porque en una familia alien haya un depredador no significa que el resto
también lo sea.
Nadie tuvo una respuesta para eso.
—Conseguid esas fotos de mi padre —supliqué—. Él podría intentar deciros que
Erik me obligó a ayudarlo, pero es mentira. Yo no sabía lo que pasaba la última vez
que hablamos, pero ahora lo hago. Ahora ayudo a Erik. De buen grado.
Un silencio absoluto reclamó toda la celda. Mi respiración me sonó irregular en
mis oídos. El sudor cubrió mi piel. ¡Dependía tanto de lo que viniera después! ¡Tanto!
Cara se pasó una mano por su cola de caballo.
—Podrías haber trucado esas fotos. Verlas no cambiará ni una maldita cosa.
De nuevo, la miré detenidamente, luchando contra la decepción.
—Tú saliste con Erik, así que sabes qué tipo de persona es y lo mucho que se
preocupa por los demás. ¿Cómo puedes pensar, ni siquiera por un instante, que él
haría esto sin una buena razón? ¿O entiendo que lo pensaste más tarde y por eso
estás tan amargada?
Antes de que pudiera responder, añadí:
—¿Cuántas veces tengo que decirlo? Él protegía vidas inocentes. ¿No es eso lo
que se supone que hace el A.I.R.? ¿Proteger?

148
—Vidas humanas —dijo Mia y luego frunció el ceño.
—Vidas inocentes —repetí.
Si ella era mitad alien, tenía que comprender eso. Tenía que aceptarlo.
Con un chillido, Cara sacó un arma y la apuntó hacia mí.
Fénix se dirigió hacia ella.
—Guarda ese arma en su sitio, Cara. ¡Ahora!
Permanecí exactamente como estaba, sin moverme. Mi corazón galopaba en mi
pecho.
—Deja que me pegue un tiro —dije valientemente, despreocupada—.
Obviamente soy una humana mala. He sido, soy obviamente, una humana perversa.
He sido, ups, pillada con drogas.
—Cara —Mia habló bajito, quedamente, pero hubo una orden absoluta en su
tono.
La mano de Cara tembló.
—No. No bajaré el arma. Quiero que ella admita que ha hecho algo malo. Mírala,
cómo de satisfecha y superior se siente.
—¿Quieres que admita que me equivoco? ¿Por qué? ¿Para qué así puedas
continuar creyendo que traicionaste a Erik y le diste la espalda por una buena razón?
—me reí, pero fue un sonido temeroso. No sólo desprovisto de humor como antes, sino
histérico, salvaje—. Profundamente en tu interior sabes que la que se equivoca eres
tú, no yo.
—Fénix, ve en busca del padre de Camille y asegúrate que tiene esas malditas
fotos —gruñó Mia.
Fénix giró sobre sus talones y salió sin una palabra.
Cara mantuvo el arma apuntando hacia mí.
Comencé a sudar. Mia se estudió las uñas, pero podía sentir la tensión irradiando
de ella. Tal vez mis palabras le hicieron pensar. O, al menos, eso esperaba.
Una eternidad más tarde, Ryan y Fénix entraron en la celda. Sus expresiones
eran severas y venían con las manos vacías.
—¿Dónde están? —exigió Mia.
—Ven con nosotros —dijo Ryan, y se pasó preocupado dos dedos por la boca.
Los ojos de Mia se estrecharon, de nuevo ocultando el magnético azul y dejando
sólo aquellas afiladas pupilas negras.
—¿Por qué?
—Erik por fin ha hablado —contestó Fénix—. Está dispuesto a negociar.
—¿Qué? —jadeemos Cara y yo a la vez.

149
Mia me desató y cada uno de ellos abandonó la celda –incluso Cara y su arma-
dejándome sola. ¿Erik negociaba? Había jurado que nunca lo haría. Que nunca
claudicaría. La preocupación me invadió mientras me masajeaba las muñecas. ¿Por
qué haría tal cosa? ¿Le habían torturado tan horriblemente que ahora no tenía
ninguna otra opción?
¡Maldita sea! Quería respuestas y las quería ya.
—Mostrádmelo en aquella pantalla —grité.
Pero pasó un minuto, y luego otro, y la pantalla nunca apareció.
Me levanté y comencé a pasear por la celda, maldiciendo todo el rato. ¿Este era
mi castigo? ¿La tortura del no saber? ¿De no parar de hacerme preguntas? ¿Qué les
estás contando, Erik? Finalmente, unas horas más tarde, la cuadrilla entera regresó.
Parecían cansados, aliviados y enfadados a la vez.
—¿Qué ocurre? —exigí—. ¿Qué os dijo?
—Eres libre de irte —me dijo Mia.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué ha cambiado?
Cara apareció a su lado. No encontró mi mirada, sino que miró por encima de mi
hombro.
—Él hizo un trato. Por ti —dijo, escupiendo las últimas palabras.
¿Por mí? En aquel momento, no sabía qué pensar, sentir o decir.
—Tenemos su confesión completa —dijo Mia—. Nos ayudará a infiltrarnos en la
banda.
—No —di un pisotón—. ¡No! La gente morirá.
—No, porque vamos a hacer todo lo que podamos para ayudarlos.
Mis ojos se abrieron como platos y mi corazón redujo la velocidad de su errático y
furioso latido.
—¿De verdad?
—Tu padre nos dio las fotos. Aquella niña… —la voz de Mia se calmó—. Lo que tú
y Erik hicisteis, bueno, estaba mal. La forma en que lo habéis hecho está mal. Pero el
fin era —se encogió de hombros—, bueno. Y no sería justo castigarte por salvar a la
gente de una muerte cierta —hizo una pausa y me miró atentamente—. Tus padres
están aquí y están impacientes por verte.
Habíamos ganado, pensé. ¡Realmente habíamos ganado! Una pequeña victoria,
pero una victoria al fin y al cabo. No pude contenerme; chillé y la abracé. No me
devolvió el abrazo, pero me palmeó el hombro. Su pelo, suave como el de mi madre e
igual de oscuro, rozó mi mejilla.
—El Onadyn no será legalizado en un futuro próximo —me dijo—, pero has
conseguido llamar nuestra atención sobre la necesidad de una distribución correcta.

150
No podía dejar de sonreír mientras me conducía por un pasillo largo y tortuoso
hacia un vestíbulo del A.I.R. Mis padres estaban sentados sobre un sofá y se
levantaron cuando me vieron. Corrí hacia mi madre y ella me abrazó fuerte, llorando.
—Estoy tan orgullosa de ti.
Me retiré y alcé la vista hacia mi padre. Sus rasgos eran severos.
—Yo también estoy orgulloso —admitió él—. Lo que hiciste… bueno, tenías razón.
Antes, hablaba mi preocupación por ti. Simplemente no vuelvas a asustarme así de
nuevo, cariño. Te quiero demasiado para perderte.
Me empujó a sus brazos. Yo le devolví el abrazo con todas mis fuerzas y no me
retiré hasta que mi brazo herido gritó en protesta.
—¿Camille?
Oí la voz de Erik y me di la vuelta, suspirando de placer cuando lo vi. Estaba
magullado y lleno de cortes, muchos más que antes, y vestía el simple uniforme
blanco de la prisión. Tenía un brazo en cabestrillo, pero estaba vivo. La alegría me
inundó como nunca lo había sentido. Corrí y me lancé a sus brazos.
Él me cogió y me hizo girar, levantándome con un brazo y besándome
profundamente.
—¿Estás bien? —demandó un rato más tarde, dejándome en el suelo y
ahuecando mi mandíbula.
Mi padre se aclaró la garganta y Erik y yo nos separamos de mala gana. Hice las
presentaciones.
—Sólo un minuto más, papá —dije, sin esperar su respuesta mientras tiraba de
Erik hacia una oscura esquina.
—¿Estás bien? —repitió Erik cuando estuvimos solos.
—Estoy bien —dije—. ¿Y tú? —mi mirada vagó por su cara, recogiendo cada
detalle—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?
—Bien, ahora que estás aquí. ¡Dios, te eché de menos! —me besó otra vez, una
unión rápida de labios que me calentó por dentro.
Cuando nos separemos, nos miramos fijamente el uno al otro, sonriendo
ampliamente.
—Lo hicimos —le dije—. Aquellas familias serán atendidas a partir de ahora.
—Tú lo hiciste —replicó él y me besó otra vez—. Tú, la chica más valiente y dulce
que jamás he conocido.
—No. Negociaste por mí. No puedo creer que hicieras eso.
—Te lo dije. Si tenía que escoger entre tú o los Otros, te escogería a ti siempre.
Las buenas noticias son que ellos me concederán una consideración especial ahora.
Lo besé otra vez, sólo por ser tan dulce.

151
—¿Sabes qué he decidido? Voy a ir a la universidad y me convertiré en abogada
de derechos alienígenas. Voy a cambiar las leyes, de una vez por todas.
Su sonrisa se ensanchó.
—Si alguien puede hacerlo, esa eres tú.
En aquel momento me sentí capaz de todo. El futuro era brillante y prometedor,
y planeaba vivirlo a tope, haciendo lo que pudiera por ayudar a aquellos que lo
necesitaban. Había pasado de ser una cobarde a una luchadora.
—Quizás yo también vaya por fin a la universidad —dijo él—. Quizás podamos
trabajar en equipo, luchando por los Otros.
—Tiembla, mundo —murmuré y él se rió.
Sí, tiembla mundo. Por fin me había encontrado a mí misma y no había nada que
pudiera pararme ahora.

152
i
Troy: Troya

También podría gustarte