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Gastón Julián Gil

&
Federico Valverde
(compiladores)

TERAPIA OCUPACIONAL
&
ANTROPOLOGÍA
Primera edición: Juliana Burgos, noviembre de 2022

Gil, Gastón Julian


Terapia Ocupacional & Antropología / Gastón Julian Gil ;
Federico Valverde ; compilación de Gastón Julián Gil ... [et al.]. ­
1a ed. ­ Mar del Plata : Gastón Julian Gil, 2022.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978­987­88­7131­8

1. Antropología. 2. Terapia Ocupacional. I. Valverde, Federico.


II. Título.
CDD 301.01

Atribución­NoComercial­CompartirIgual
CC BY­NC­SA
INDICE

Prólogo.................................................................................5
Silvia Lucifora

Introducción
La Antropología y la formación de profesionales
híbridos en el campo de la salud........................................9
Gastón Julián Gil

Capítulo I
Tensiones antropológicas para pensar el juego
y la infancia desde Terapia Ocupacional...........................41
Andrés Iván Bassi Bengochea

Capítulo II
Perspectiva ecológica en Terapia Ocupacional.
Aportes de la Antropología para pensar
la salud en territorios concretos.........................................61
Vanesa Blanco

Capítulo III
Aporte de la práctica etnográfica
al campo gerontológico. Una mirada
desde la Terapia Ocupacional comunitaria.......................93
María Julia Xifra

Capítulo IV
Hacia una atención corporizada en salud:
aportes teóricos y metodológicos
de la antropología...............................................................113
Ana D'Angelo
4
Capítulo V
La terapia ocupacional en
el abordaje de grupos étnicos:
una mirada desde la antropología.....................................135
María Florencia Incaurgarat

Capítulo VI
Terapia Ocupacional y Antropología
del Trabajo...........................................................................155
Daniel Arrarás, Manuela Martínez & Ayelén Soncini

Sobre los autores.................................................................181


PRÓLOGO
Silvia Lucifora

C
uando me convocaron a escribir este prólogo me entusiasmó
por el cariño y respeto que siento hacia Gastón Gil y Federico
Valverde ­compiladores de la presente obra­. Todo se inició en
la primavera del 2001 cuando se incorporaron, por concurso como la
norma lo habilita, a la cátedra de Antropología de la Facultad de
Ciencias de la Salud y Trabajo Social de la Universidad Nacional de
Mar del Plata y formamos un equipo de trabajo colaborativo y empá‐
tico que, en el 2008 propuso el dictado del seminario optativo de
Teoría y Práctica Etnográfica Aplicadas al Campo de la Salud.
Estos espacios formativos vincularon con posterioridad a Ana
D’Angelo, antropóloga social y Doctora en Ciencias Sociales, que
fortaleció desde su experiencia profesional y perfil personal la tarea
que veníamos realizando y que a su ritmo se orientó al horizonte pen‐
sado y que hoy puede considerarse, sin lugar a dudas, concretado. Es‐
to es, la incorporación a la investigación antropológica desde el
ámbito de la carrera de Terapia Ocupacional de jóvenes graduados
con trabajos en perspectiva etnográfica como lo son Manuela Martí‐
nez, Ayelén Soncini. O el inicio de la formación doctoral en ciencias
sociales de otros recientes graduados como Iván Bassi Bengoechea y
Vanesa Blanco. El mismo trayecto en el posgrado que también están
6 Terapia Ocupacional & Antropología

atravesando dos profesores de nuestra casa, como Daniel Arrarás y


María Julia Xifra, y que ya ha finalizado María Florencia Incaurgarat,
Terapista Ocupacional y Doctora en Antropología Social.
Retomo y extiendo a todo el grupo las palabras de cariño y
respeto de la primera línea porque, desde el lugar de una emoción que
conecta, una puede expresar mejor la relevancia que este libro encie‐
rra al vincular saberes, potenciar interrogantes e involucrar a jóvenes
investigadores que son terapistas ocupacionales en formación de pos‐
grado y que lograrán construir prometedoras intersecciones interdisci‐
plinarias. Desde mí hacia todos aspiro al crecimiento personal y
profesional de cada uno en pos de una conciencia plena del proceso
de atención­salud­enfermedad­cuidados en el que los profesionales y
las personas que consultan el sistema de salud –limitadamente nom‐
brados pacientes­, están involucrados.
Por eso, estimados lectores, sumergirse en las páginas de esta
compilación implicará un diálogo activo entre los supuestos normati‐
vos sobre los modos de abordar las problemáticas de salud, enferme‐
dad, estilos de atención y estrategias de cuidado y las propuestas que,
desde un posicionamiento crítico, los autores proponen en vinculación
con las teorías y métodos antropológicos; con este marco se abordan
distintas problemáticas tales como el juego y las infancias, las pers‐
pectivas ecológicas en Terapia Ocupacional, el campo gerontológico
en clave de género, el aporte de la antropología de la corporalidad al
campo de la salud, la Terapia Ocupacional y el abordaje de la etnici‐
dad y la Terapia Ocupacional y la antropología del trabajo. El trata‐
miento situado de las trayectorias laborales se muestra como un
campo de investigación revelador de las subjetividades y condiciones
objetivas en la vida de las personas y su entorno. Puede citarse como
un campo privilegiado para visibilizar la hibridez resultante de los en‐
trecruces analíticos entre la Terapia Ocupacional y la Antropología,
obviamente siempre para transcender lo hasta ahora pensado y en‐
señado.
Ya sea que los lectores sean profesionales de la salud y/o estu‐
diantes universitarios interesados en el aporte de las ciencias sociales
al campo profesional de la Terapia Ocupacional y otros, todos encon‐
trarán en este libro y en la escritura de Gastón Gil los fundamentos de
porqué la Antropología Social ofrece las herramientas teóricas y meto‐
dológicas necesarias para enfrentarse a la comprensión de los proble‐
mas sociales complejos y a la vez proporcionar los insumos para
Prólogo 7
concebir dispositivos de intervención.
Los distintos capítulos están atravesados por las características
de los estudios antropológicos, a saber, la consideración de la histori‐
cidad como posibilidad de pensar la realidad a partir de una reflexión
acción y crítica constante. Desde esta concepción de sociedad y sujeto
que se construye es de rigor aplicar, para su comprensión procesual,
una práctica etnográfica como recurso indispensable para comprender
los diferentes contextos y planificar, a partir de ese conocimiento, la
intervención situada. Esos capítulos proponen una lectura referencial a
las experiencias profesionales y formativas de quienes habitan el cam‐
po de la Terapia Ocupacional, profesionales que pueden encontrar
aseveraciones que coincidan con sus propias posturas teóricas y meto‐
dológicas o que las pongan en perspectiva transformadora y estudian‐
tes de la carrera que sumen indagaciones a su recorrido formativo;
entre estas dos puntas del arco de lectores se ubica al estudiantado
avanzado de la carrera que puede indagar su propia experiencia de
cursada, pensar una línea de investigación, recrear sus temas y pro‐
blemáticas de tesis y optar desde un lugar más reflexivo cursar el Se‐
minario optativo de Teoría y Práctica Etnográfica Aplicadas al
Campo de la Salud, sobre todo aquellos estudiantes que se sientan
convocados por una profesionalización comunitaria.
El libro refleja un arduo trabajo de enseñanza y reflexiona so‐
bre la experiencia de un equipo docente e investigador que permanen‐
temente interroga su propia práctica antropológica la cual es
compartida con los estudiantes de la carrera a la que nutre y de donde
resulta la profesionalización híbrida en este crecimiento académico.
Con buenos resultados, por cierto, ya que algunos de esos estudiantes,
hoy graduados, son protagonistas de algunos capítulos de este libro y
forman parte del equipo de investigación. Eso es resultado de la capa‐
cidad de entretejer los aportes antropológicos al ser y hacer del tera‐
pista ocupacional.
Dejémonos llevar por los escritos… y de esta manera, captar
los puntos de la urdimbre que los hilos de la Antropología y la Terapia
Ocupacional entretejen y que en esos puntos de intersección surjan las
preguntas, los problemas, las interrogaciones que califican el accionar
académico.
Cuando la antropología repasa conceptualizaciones base de la
Terapia Ocupacional como es el caso de las Actividades de la Vida
Diaria (AVD), lo que ocurre es un pararse en la definición aceptada,
8 Terapia Ocupacional & Antropología

ubicarla en un contexto cultural (como parte intrínseca y no como su‐


ma) y lo que se produce es una inmersión de esa definición en la hete‐
rogeneidad sociocultural, entonces, la apertura de posibilidades de
tratamiento de esas actividades de la vida diaria es exponencial. Eso
ocurre cuando trabajamos en la diversidad profesional y en la unidad
metodológica tomamos conceptos y los ampliamos, los resignifica‐
mos, les otorgamos nuevo sentido al tener en cuenta los distintos pun‐
tos de vista de los actores involucrados.
Ese es el sentido del libro: juntar, acercar, trascender y sumer‐
gir en las profundidades del conocimiento a saberes de disciplinas y
profesiones singulares para que cuando emerjan esos saberes híbridos,
con toda seguridad, van a comunicar otros niveles de lo supuestamente
normado.

Mar de Cobo, septiembre de 2022


INTRODUCCIÓN
La Antropología y la formación
de profesionales híbridos
en el campo de la salud

Gastón Julián Gil

E
ste libro es la consecuencia de un trayecto de más de 20 años
enseñando una disciplina periférica como Antropología en un
plan de estudio de una carrera de ciencias de la salud, Terapia
Ocupacional. Durante dos décadas nos hemos empeñado, con suerte
diversa, en enseñar lo mejor posible los fundamentos teóricos y meto‐
dológicos de la Antropología Social. La Terapia Ocupacional es una
profesión de la salud que en general se orienta a la rehabilitación y
prevención de diferentes padecimientos que sufren las personas en su
vida cotidiana. Su campo de actuación abarca las áreas física y mental
en todos los segmentos etarios. Habitualmente los terapistas ocupacio‐
nales se desempeñan en muy diferentes ámbitos institucionales tales
como hospitales, clínicas, centros de atención primaria, centros de
rehabilitación, clínicas psiquiátricas, centros y clubes de día, escuelas,
geriátricos, centros de jubilados, aseguradoras de trabajo, talleres de
integración laboral, entre muchos otros casos posibles. En el caso es‐
pecífico de la formación universitaria de esta profesión de la salud en
la Universidad Nacional de Mar del Plata, el plan de estudios estipula
10 Terapia Ocupacional & Antropología

una carrera de cinco años con 43 materias que sólo excepcionalmente


es completada en el plazo formal, a lo que debe sumarse la compleji‐
dad de algunas correlatividades y las rígidas exigencias de las prácti‐
cas profesionales de los últimos años, que demandan una gran
cantidad de horas semanales para todos los estudiantes avanzados. Por
otro lado, un alto porcentaje de los alumnos (en su gran mayoría mu‐
jeres), provienen del interior de la provincia de Buenos Aires (incluso
de la Pampa o la Patagonia). En ese contexto, muchos estudiantes re‐
tornan a sus lugares de origen una vez que finalizan las cursadas y só‐
lo viajan ocasionalmente a Mar del Plata para rendir sus últimos
finales. Todo esto lleva a que, inevitablemente, la realización de la te‐
sis de graduación los encuentre con una considerable cantidad de años
de cursada y con cierta premura por obtener la titulación habilitante de
licenciado en Terapia Ocupacional. La carrera se ha caracterizado
además por una formación que se plantea desde lo discursivo como
“holística” en el abordaje del ser humano y la salud colectiva, pero
posee fuertes anclajes en los saberes y prácticas biomédicas (Gil & In‐
caurgarat, 2018).
Tal como es practicada la Terapia Ocupacional en la universi‐
dad argentina, se la podría definir como una cultura académica con
sus propias lógicas y prácticas profesionales y corporativas. En térmi‐
nos específicamente teóricos, la Terapia Ocupacional es alimentada en
los primeros años de formación curricular (al menos en el nivel de for‐
mulación teórica) por diversos enfoques disciplinares que transitan
“las mismas porciones de territorio intelectual” (Becher, 2001: 60).
Aunque se trata de influencias que en gran parte se encuentran ocultas
y no llegan a un nivel de formulación sistemática, dejan huellas reco‐
nocibles en los modos de abordar las problemáticas de salud. Esas cul‐
turas académicas y profesionales, como la psicología y la medicina,
mantienen importantes “conflictos limítrofes” (Becher, 2001) entre sí
y con la antropología social en el ámbito de la salud. Más allá de las
tensiones que pueden producirse en el contexto clínico en las institu‐
ciones de salud con otras culturas profesionales (Gil & Incaurgarat,
2018) como también las zonas de trabajo colaborativo y “en equipo”,
las realidades cotidianas son sumamente heterogéneas y requieren de
estudios situados que, al menos en la Argentina, no están realizados.
Lo que sí surge como un dato reiterado y recurrente es la posición su‐
balterna de profesiones como la Terapia Ocupacional frente a otras es‐
pecialidades, sobre todo las más prestigiosas dentro del campo de la
Introducción 11
medicina (neurocirugía, cardiocirugía, entre las más altamente valora‐
das).
Desde nuestra experiencia docente y con el correr de los años
en la mencionada carrera en la Universidad Nacional de Mar del Plata,
fuimos conociendo más en detalle el ethos profesional de la Terapia
Ocupacional a medida que explorábamos las mejores maneras de
aportar a los estudiantes una formación antropológica que les propor‐
cionara herramientas analíticas en su futura profesión. Siempre fue un
desafío transmitir la relevancia del conocimiento antropológico sin
plantearlo como opuesto a otros saberes cristalizados en la carrera, los
ya mencionados contenidos biomédicos pero también los de psico‐
logía. Pero muchas veces la incomprensión (seguramente por nuestra
impericia) de problemáticas complejas que se plantean en la asignatu‐
ra y cierta falta de sensibilidad de una buena parte de los estudiantes
por los temas abordados (sobre todo con los contenidos históricos)
nunca logró desanimarnos por completo. Anclada en el primer cuatri‐
mestre del primer año de la carrera y sin materias correlativas, Antro‐
pología siempre apareció como un exotismo para los estudiantes,
incluso para aquellos que la valoran y, en el mejor de los casos, la dis‐
frutan. Sin posibilidades formales de continuar la formación en el área
(más allá de la asignatura sociología y el seminario optativo que ofre‐
cemos para estudiantes avanzados) el eventual interés de los estudian‐
tes tendía a diluirse entre las urgencias de materias con exigencias de
tiempo y dedicación superiores y las troncales específicas de forma‐
ción profesional. Esta carrera de Terapia Ocupacional suele tener una
matrícula masiva en su primer año. Aunque existe un desgranamiento
importante en los primeros meses, la carrera mantiene un caudal de
estudiantes considerable y los años superiores cuentan con decenas de
estudiantes poblando las diversas cátedras, luego de un trayecto que
con suerte promedia una década de cursada, lo que además de retrasar
de manera significativa el ingreso al mundo laboral, disminuye las po‐
sibilidades de obtención de becas de investigación.1
Hoy, la carrera en la que siempre hemos trabajado en esa rela‐
1 Por ejemplo, el sistema de becas de la universidad ejecuta un algoritmo en el que la
“regularidad” de los estudiantes tiene un peso considerable en el puntaje final. Los
estudiantes y graduados de Terapia Ocupacional pierden casi la totalidad de los
puntos en ese ítem porque la duración real y promedio de la carrera es muy superior
a los cinco años enunciados en la formación curricular. El nuevo plan de estudios
próximo a implementarse resolverá en parte ese problema ya que está planificado un
trayecto de formación más corto, dinámico y actualizado.
12 Terapia Ocupacional & Antropología

tiva marginalidad, ha incorporado con la aprobación de un nuevo plan


de estudios otra asignatura del área social en su trayecto obligatorio y
además nos proporciona nuevas oportunidades de ofrecer seminarios
específicos optativos que esperamos sean una opción indispensable
para aquellos estudiantes que opten por una perspectiva comunitaria
de la Terapia Ocupacional. Además, nuestro seminario Teoría y Prác‐
tica Etnográfica Aplicadas al Campo de la Salud ya es una opción
más visible y nuestro grupo de investigación se ha nutrido de estu‐
diantes avanzados y graduados recientes con mayor fluidez. Las tesis
que se realizan desde un enfoque antropológico también han crecido
de manera significativa y, por ejemplo, este libro es posible por la in‐
tervención de terapistas que atravesaron esos espacios y que hoy for‐
man parte vital del grupo de investigación Estudios Antropológicos.

¿Qué es y para qué sirve la Antropología Social?

La Antropología (Social, en este caso) puede definirse de muchos mo‐


dos posibles. Siempre hemos propuesto desde la materia conceptuali‐
zarla como una disciplina de las ciencias sociales que busca
comprender al otro cultural, es decir, aquellas sociedades o grupos
que son distintos a nosotros. Ese esfuerzo por comprender al otro se
realiza a partir de las concepciones que los propios actores estudiados
tienen de sí mismos y no desde nuestros propios valores o puntos de
vista.
Esa condición de ser un otro refiere a la problemática de la al‐
teridad o de la otredad, que implica una “excelente categoría de la
percepción de esta realidad” (Krotz, 2002: 379) y abarca la totalidad
de la existencia humana, tanto en un sentido geográfico como tempo‐
ral. En ese sentido, el pensamiento antropológico ha estado siempre
presente en la historia de la humanidad desde el mismo momento en
que pensadores de diversas épocas y sociedades pretendieron reflexio‐
nar sobre el otro, ya sea un otro extremadamente lejano y radical o un
otro relativamente cercano desde lo cultural y lo geográfico. Ese par
nosotros/ellos refiere a una problemática relacional y no a esencias o
sustancia. Porque:
“los otros también son yos: sujetos como yo, que sólo mi punto
de vista, para el cual todos están allí y sólo yo estoy aquí, separa
y distingue verdaderamente de mí. Puedo concebir a esos otros
como una abstracción, como una instancia de la configuración
psíquica de todo individuo, como el Otro, el otro y otro en rela‐
Introducción 13
ción con el yo; o bien como un grupo social concreto al que no‐
sotros no pertenecemos. Ese grupo puede, a su vez, estar en el
interior de la sociedad: las mujeres para los hombres, los ricos
para los pobres, los locos para los «normales»; o puede ser exte‐
rior a ella, es decir, otra sociedad, que será, según los casos, cer‐
cana o lejana: seres que todo acerca a nosotros en el plano
cultural, moral, histórico; o bien desconocidos, extranjeros cuya
lengua y costumbres no entiendo, tan extranjeros que, en el caso
límite, dudo en reconocer nuestra pertenencia común a una mis‐
ma especie” (Todorov, 1997: 13).

Siempre en relación con la alteridad, lo que posibilita una reflexión y


problematización sistemática sobre esa categoría es el extrañamiento,
operación analítica fundamental para el conocimiento antropológico,
dado que la antropología se constituyó como disciplina independiente
en las ciencias sociales buscando contrastes, resonancias, “residuos
inexplicables” en el otro. No es otra cosa que la práctica fundante de
la experiencia antropológica que consiste en poner en discusión las ca‐
tegorías del nosotros al contrastarlas directamente con las categorías y
las acciones de los otros. Precisamente, el problema de la distancia
con el objeto es una cuestión central para el conocimiento antropoló‐
gico, ya que se considera que para lograr el extrañamiento es necesa‐
rio que el choque cultural sea muy amplio. Y esta mayor distancia
permitiría lograr una cuota más alta de objetividad, al poner en cues‐
tión y extrañarse ante las prácticas más cotidianas de las sociedades
que se estudian. En ese sentido, la antropología “sacralizó” durante
décadas esa radicalización de la alteridad como el recurso esencial pa‐
ra lograr un adecuado extrañamiento que pudiera garantizar la objeti‐
vidad y la distancia necesarias para dar cuenta con precisión de la
otredad cultural. Así es que confiando en la certeza de este modo de
entender al otro solía aceptarse que:
“la capacidad de objetivación es inversamente proporcional a
la distancia del objeto observado. En otros términos, cuanto
más grande sea la separación geográfica y cultural que instaure
el etnólogo entre su medio de origen y su «terreno» de elec‐
ción, tanto menos sensible será a los prejuicios alimentados
por los pobladores localmente dominantes en el encuentro con
las sociedades marginales que él estudia. A pesar de su aspecto
civilizado, aquéllos no le serán más familiares que és‐
tas” (Descola, 2005: 16).

Aquella estrategia de maximización de la alteridad hoy es relativizada


14 Terapia Ocupacional & Antropología

dado que la antropología puede ser practicada en los polos modernos


de las sociedades posindustriales y en el mismo contexto del investi‐
gador. De algún modo se acepta que:
“el hecho de que la mayor parte de los antropólogos no haya‐
mos llevado a cabo estos estudios no ha debilitado la creencia
general de que la fuerza de la antropología como disciplina
proviene del conocimiento de sociedades cuyos miembros se
comportan de una manera lo bastante distinta de la nuestra, y
que sin embargo se basan en principios lo bastante similares a
los nuestros, como para permitirnos documentar la maravillosa
variabilidad de las costumbres humanas al mismo tiempo que
reconocemos la unidad esencial e inquebrantable de la espe‐
cie” (Mintz, 1996: 24).

Por otra parte, como la otredad no es una cuestión de sustancias se tra‐


ta de una construcción, de una verdadera “invención” que consiste en
mirar la realidad social en términos relacionales y en torno al eje no‐
sotros/ellos. Esta construcción de otredades necesariamente debe
apuntar al par identidad/alteridad que remita a oposiciones socialmen‐
te significativas. Al ser la otredad una cuestión de relación y de pers‐
pectiva, por ejemplo el nosotros “argentino” refiere a un ellos por
criterio de nacionalidad (inglés, brasileño, etc.) que es el que define la
alteridad y la intensidad de esa alteridad que puede manifestarse en
grados de cercanía o de lejanía. Ello es claramente observable en el
fútbol en donde las rivalidades muestran diferentes intensidades, des‐
de la otredad radical de los rivales tradicionales (Boca y River) hasta
relaciones de afinidad entre identidades futbolísticas diferentes que en
general provienen de relaciones establecidas entre las hinchadas de
esos clubes (durante mucho tiempo Aldosivi de Mar del Plata y Olim‐
po de Bahía Blanca).
Cualquier ámbito institucional vinculado con la salud está atra‐
vesado por un sinnúmero de estas alteridades significativas de acuerdo
a cómo se observe la realidad. Una primera alteridad podría estar de‐
terminada por un eje elemental: profesionales de la salud/pacientes.
Este par oposicional abre la perspectiva para reflexionar sobre un am‐
plio abanico de dimensiones problemáticas. Así, es posible plantearse
el tipo de relaciones que se establecen entre estos profesionales y los
pacientes, partiendo de uno de los cuestionamientos al modelo médico
hegemónico: la unidireccionalidad del saber, las asimetrías y el autori‐
tarismo. En efecto, cada “invención” de alteridades abre un campo de
Introducción 15
reflexión rico cuyos contenidos deben buscarse en el campo de un
modo en que se puedan hacer dialogar las categorías analíticas (como
modelo médico hegemónico) con los datos en el terreno que surgen
del contacto con la cotidianeidad de los actores estudiados. Y es así
que podemos formular abordajes que problematicen esas relaciones,
como lo hace Lawlor (2003) en relación a la Terapia Ocupacional. Es‐
ta autora plantea la necesidad de una reconfiguración de la mirada que
busca la asociación con los pacientes ya que “el objetivo es la colabo‐
ración, y el grado en el cual los profesionales y sus pacientes necesitan
conocerse mutuamente, es limitado por el grado en el cual el conoci‐
miento es relevante para la intervención y el proceso de recupera‐
ción” (Lawlor, 2003: 32). Es por ello que, más allá de las evidentes
áreas de contigüidad entre la Terapia Ocupacional y los métodos et‐
nográficos, resultan claras las incompatibilidades cuando lo que prima
es la mirada clínica, habitualmente guiada por el modelo biomédico.
De allí que nos interese especialmente rescatar una de las categorías
propuestas por Lawlor (2003), en este caso la vulnerabilidad. Se trata
de una dimensión que le permite al investigador/profesional vincular‐
se con el sufrimiento de las personas, que pueden ser víctimas de pro‐
cesos de marginación y exclusión social o estar envueltos en
conflictos que producen sujetos en situación de vulnerabilidad (mal‐
trato, abuso, violencia familiar, violencia de género, etc.). Esta necesi‐
dad de hacerse vulnerable implicaría una forma de respetar y honrar
las tramas vitales de los actores, además de vehículo e instrumento pa‐
ra que el investigador pueda participar y construir relaciones con los
sujetos de estudio/intervención.
Ahora bien, la invención de alteridades puede dirigirse ahora a
las distintas profesiones de la salud. Un hospital público de grandes
dimensiones, como el Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA)
en Mar del Plata es un potencial “laboratorio” para explorar la rele‐
vancia de lo que implica pertenecer a distintas profesiones de la salud
y, por ende, portar determinadas culturas profesionales. La “conviven‐
cia” y las tensiones entre médicos y enfermeros, trabajadores sociales,
psicólogos, terapistas, nutricionistas, fonoaudiólogos y kinesiólogos
no sólo es un ejemplo concreto y visible sobre la problemática de la
alteridad sino que es un problema central de los sistemas de salud, las
instituciones sanitarias y la propia formación de los profesionales,
dentro y fuera de las universidades. Por ejemplo, el lugar que los pro‐
fesionales de la salud con más poder y mayor prestigio, los médicos,
16 Terapia Ocupacional & Antropología

le asignan a las demás profesiones y cómo su mirada hegemónica se


impone en el sistema, son algunos de los tantos núcleos de reflexión
imprescindibles. Toda una investigación podría estar dirigida a dar
cuenta de esas representaciones hegemónicas en el campo médico,
por supuesto sin demonizar a la profesión, pero mostrando los prejui‐
cios, estigmas y estereotipos que están cristalizados y que son repro‐
ducidos cotidianamente por quienes son los actores hegemónicos en
el sistema sanitario.
Y así es posible continuar “inventando” alteridades significati‐
vas, colocando ahora el eje dentro de la misma profesión médica. En
efecto, en torno a las especialidades médicas se configuran identida‐
des relevantes, ya que se juegan cuotas de poder (material y simbóli‐
co), se imponen jerarquías y circulan estigmas, entre otras
posibilidades. Por ejemplo, existen especialidades de mayor prestigio,
hacia fuera y adentro de la medicina. Así es que ciertas afirmaciones
tales como “médico sólo es el que opera” se suelen escuchar de parte
de no pocos cirujanos, del mismo modo que circulan entre los mismos
médicos estigmas y estereotipos negativos sobre las especialidades
“menores”. Durante una experiencia propia como docente de los tra‐
yectos de formación de residentes de salud del sistema público, hace
ya dos décadas, experimenté poderosas resonancias cuando algunos
de los R2 (residentes de segundo año) de medicina confesaban la baja
estima en la que tenían algunas especialidades, como lo generalistas,
a quienes trataban de “políticos” o los traumatólogos, categorizados
como “carpinteros”, aunque eventualmente operaran. Un ejemplo al
que siempre apelamos en nuestras clases refiere a una película argen‐
tina, Casas de Fuego,2 en la que el protagonista, el famoso médico ar‐
gentino Salvador Mazza, realizaba un congreso de medicina en Jujuy
que despertó la queja de algunos colegas frustrados porque parecía
más una reunión sobre “política” que un congreso de medicina, dado
las temáticas sociales y políticas planteadas para comprender la com‐
plejidad de endemias como el Mal de Chagas.

2 En esta película de 1995, dirigida por Juan Bautista Stagnaro, se relata parte del
trabajo de Salvador Mazza en Jujuy. Este famoso médico argentino es reconocido
por su trabajo sobre el “Mal de Chagas”, provocado por la vinchuca. Además de sus
investigaciones estrictamente “médicas” Mazza enfocaba esta patología como la
consecuencia de la pobreza y algunos de sus correlatos culturales, como la
precariedad de las viviendas que se convertían en “criaderos” de vinchucas que
favorecían diseminación de la enfermedad.
Introducción 17
Con estos ejemplos, se advierte que suponer la pertenencia
plena a un determinado grupo puede ser una afirmación demasiado
vaga y que, en gran parte, la mayor o menor distancia cultural con los
actores sociales estudiados es una cuestión de punto de vista. Es decir,
se hace necesario definir en torno a qué criterio se construyó el noso‐
tros y el ellos. Tanto las experiencias autoetnográficas como los datos
recolectados en el terreno, hacen mucho más factible construir analíti‐
camente las alteridades que generan esa “distancia” requerida para una
problematización antropológica. Y, para retomar algunos de los plan‐
teos formulados más arriba, de esa capacidad para “inventar” otreda‐
des es que dependerá en gran parte la posibilidad de hacerse buenas
preguntas, de encontrar inquietudes de investigación plausibles y de
concebir proyectos de investigación e intervención factibles.

La etnografía, mucho más que un método

Una vez “saldada” la problemática de la alteridad, la conceptualiza‐


ción adquiere otra dimensión más estrictamente vinculada con la di‐
mensión “metodológica”. En este caso, al retomar la definición
original de la Antropología Social, es necesario agregar que esa bús‐
queda de comprender al otro cultural puede concretarse cuando se
comparte la vida cotidiana con los sujetos de estudio, del modo más
intensivo y prolongado posible. De lo que se trata es de acceder a los
“imponderables de la vida real” (Malinowski, 2000: 36), a través de la
recolección de los ínfimos detalles de la vida cotidiana. Este acceso a
lo que metafóricamente se suele denominar la carne y la sangre de la
vida real tiene que ver con las dinámicas cambiantes de la realidad, la
trama social normal. Precisamente la Antropología, al menos desde
Malinowski y su experiencia en las Islas Trobriand durante la primera
guerra mundial, tiene en el trabajo de campo con observación partici‐
pante a su “método” de investigación canónico. Sin embargo, sería un
reduccionismo quedarse sólo en la observación participante como un
recurso de recolección de datos, ya que en realidad forma parte de la
investigación etnográfica en un sentido amplio. En efecto, la etno‐
grafía abarca el trabajo de campo, pero además implica la conceptuali‐
zación y definición de los problemas, la perspectiva comparativa y la
organización del texto producido por el investigador (Guber, 2013).
Porque “el trabajo de campo no es el espacio de «recolección de da‐
18 Terapia Ocupacional & Antropología

tos», sino el escenario donde el investigador pone en interlocución sus


categorías teóricas y prácticas de académico y de ciudadano con las
categorías y prácticas nativas” (Guber, 2013: 59). Y sobre todo porque
“la etnografía es una descripción donde convergen, articuladamente,
teorías, problemas y prácticas académicas y nativas. Lo que caracteri‐
za es cierta articulación entre teoría y material empírico porque uno
no tiene sentido sin el otro” (Guber, 2013: 60).
Entonces, el trabajo de campo es el que permite alcanzar la
autoridad etnográfica, a partir de la necesidad de producir un conoci‐
miento basado en el contacto estrecho con los fenómenos que se
abordan. Pero todavía falta detenerse en el último aspecto que define
el enfoque etnográfico (Guber, 2001) y que sostiene la especificidad
de la antropología social: la búsqueda casi obsesiva por comprender el
modo en que nuestros sujetos de estudio se representan el mundo.
Uno de los axiomas fundantes de la disciplina señala que no es posi‐
ble aspirar a una comprensión genuina de los fenómenos sociales si
no se alcanza la capacidad de entender los términos y categorías que
los sujetos de estudio emplean en su vida cotidiana. Sus expresiones,
sus racionalizaciones, sus clasificaciones y sus justificaciones acerca
de lo que hacen constituyen los datos fundamentales de la indagación
antropológica. Ese punto de vista del nativo se expresa de maneras di‐
ferentes, a través de narraciones, mitos, gestualidades y, sobre todo,
términos nativos. Se trata de categorías que los actores emplean para
clasificar el mundo, para evaluarlo y que les (nos) permiten explicar la
realidad cotidiana y enmarcar lo que hacen los demás. Esas termino‐
logías suelen portar una notable densidad semántica que difícilmente
pueda captarse con facilidad en la investigación sistemática sobre el
terreno. Muchas de esas categorías le son esquivas al etnógrafo, o
bien porque no sabe captarlas (extrañarlas) o porque los actores no las
hacen explícitas. Se trata, en definitiva de toda una compleja metafísi‐
ca nativa que un antropólogo necesita descifrar para dar cuenta de “la
capacidad imaginativa de las sociedades (o los pueblos, o los colecti‐
vos)” (Viveiros de Castro, 2010: 14). Más arriba, en relación a la in‐
vención de alteridades, se han referido algunas de estas terminologías
nativas, como carpintero para clasificar a los traumatólogos. Este
ejemplo es de una gran riqueza semántica, ya que nominar de ese mo‐
do a un médico no implica decirle que es un carpintero. Se trata de
una manera de menoscabar su condición profesional colocándolo en
el marco de una actividad “menor” que apenas puede reparar huesos,
Introducción 19
lo que significaría que no está practicando verdaderamente la medici‐
na o una medicina que valga la pena ejercer. Es en torno a estas termi‐
nologías, a estos sistemas clasificatorios, que los actores dotan de
sentido a la realidad y, por ende, la construyen. De allí la relevancia de
desarrollar la sensibilidad para captar estos términos. Pero las teorías
nativas sirven para entender a los clasificadores (quienes llaman car‐
pinteros a los traumatólogos) y no a los clasificados (los traumatólo‐
gos).
Entonces, ese énfasis colocado en las perspectivas nativas en‐
seña a rechazar los abordajes normativos, que presuponen escenarios
ideales y proyectan “normalidades” (en los comportamientos de los
grupos, sus modos de vida, sus formas de representarse el mundo) que
por lo general provienen de prejuicios etnocéntricos arraigados en el
sentido común. Y cuando se confía en el método hipotético deductivo
como guía para la investigación empírica, los problemas se hacen to‐
davía más densos y evidentes. Y aunque cualquier trabajo de investi‐
gación parta de hipótesis formuladas con mayor o menor precisión, es
el campo, el referente empírico en tanto recorte espacio­temporal, el
que en última instancia guía al etnógrafo. Aquel simple consejo que
Claude Lévi­Strauss le dio a Philippe Descola antes de partir a su pri‐
mera experiencia de campo en Amazonia es por demás elocuente: “dé‐
jese llevar por el terreno” (Descola, 2005: 49). En ese sentido, “es
necesario admitir que la construcción de un proyecto de investigación
se funda ampliamente en «la intuición», «la movilización de recursos
personales», a los cuales se agrega, en el propio campo, «la imprevisi‐
bilidad». Diferentes campos, diferentes datos, diferentes capacidades
para emocionarse, diferentes géneros de escritura” (Ghasarian, 2008:
31). O como plantea Ingold, “los pasos de la observación participante,
como aquellos de la vida en sí, son contingentes a las circunstancias y
no avanzan hacia ningún fin. Más bien, marcan modos de seguir ade‐
lante y de dejarse llevar, de vivir con otros humanos y no humanos
una vida que es consciente del pasado, afinada a las condiciones del
presente y abierta especulativamente a las posibilidades del futu‐
ro” (Ingold, 2017: 154).
Esta particularidad de la mirada antropológica de “dejarse lle‐
var” por el campo, conlleva evidentes contrastes con otro tipo de enfo‐
ques, tal vez más frecuentes en economía y bastante menos en
ciencias políticas y sociología. Pese a compartir algunas de esas disci‐
plinas orígenes comunes con la antropología (e incluso buena parte de
20 Terapia Ocupacional & Antropología

sus fundamentos de teoría social) el quehacer investigativo en no po‐


cas ocasiones las coloca en enfoques contrapuestos. Ello se hace más
notorio cuando se imponen ­como ya se mencionó­ las miradas nor‐
mativas, que surgen a partir de un desconocimiento profundo de las
lógicas nativas de los actores, lo que conduce a prever personalidades,
comportamientos y escenarios que deben darse “naturalmente” o que
deberían producirse de un modo determinado. Porque no pocas con‐
cepciones acerca de la “normalidad” o lo deseable se sostienen en las
convicciones ideológicas, morales o los prejuicios etnocéntricos de
quienes buscan producir, aun con las mejores intenciones, cambios so‐
ciales que favorezcan a los sectores subalternos. Así, pueden estar di‐
señándose costosos proyectos de intervención, por ejemplo reformas
educativas, reasentamiento de poblaciones y hasta políticas de igual‐
dad de género, que conducen al fracaso y a la dilapidación de fondos
públicos y privados. Ello ocurre cuando operan supuestos naturaliza‐
dos de los investigadores, por ejemplo con categorías tales como “ca‐
lidad de vida”, “vivienda digna”, “educación de calidad”, “vida
saludable” o incluso “violencia”, sin siquiera la mínima intención de
adentrarse en los sentidos que los actores le asignan a esos términos.
En el caso de la Terapia Ocupacional, su ethos disciplinar se
expresa de diversas maneras, sobre todo en la adopción de ciertas ca‐
tegorías que proporcionan criterios de interpretación e intervención te‐
rapéutica, además de constituir referencias de identidad profesional.
En Terapia Ocupacional, una de las categorías analíticas fundamenta‐
les, y que forma parte de la jerga cotidiana, es la de Actividades de la
Vida Diaria (AVD). La definición comúnmente aceptada postula una
noción universal de esa categoría que involucra un conjunto definido
de acciones, desde bañarse, moverse, tener actividad sexual o alimen‐
tarse. Esta clase de abordaje suele concentrarse en los aspectos más
bien “técnicos” de esas actividades (Bassi Bengochea & Gil, 2021) sin
detenerse en dimensiones tales como su efectiva cotidianeidad en todo
contexto cultural o las condiciones estructurales que las hacen posi‐
bles en cada caso. En consecuencia, desde esta concepción no parece
generarse demasiado espacio para abordar, ni siquiera periféricamente,
las problemáticas sociales vinculadas con el acceso a los alimentos,
los tabúes alimenticios (Sahlins, 1997) los rituales de comensalidad
(Archetti, 1999; Grignon, 2001; Gil, 2004), las determinaciones de
clase, género o etnicidad, entre tantas otras posibles (Mintz, 1996;
Introducción 21
Goody, 1995), o las crisis de sustentabilidad en la producción de esos
alimentos. Por su parte, el estudio minucioso de los hábitos alimenti‐
cios en diversas sociedades nos puede colocar en una posición privile‐
giada para analizar problemáticas ligadas a las formas de sociabilidad
en cualquier contexto cultural, paso previo y esencial para pensar dis‐
positivos de intervención en torno a esa AVD. Similares observaciones
pueden formularse sobre el supuesto carácter “diario” de tales activi‐
dades, como ya ha sido profundizado en otro texto (Bassi Bengochea
& Gil, 2021). Dejando de lado por un momento las explicaciones
“culturales” que podrían marcar una diferencia respecto de las fre‐
cuencias y hábitos de tales actividades, los tintes normativos, y por
ende etnocéntricos, de esta clase de definiciones no estimulan el desa‐
rrollo de sensibilidades analíticas de las diversidades. Por eso resulta
legítimo preguntarse a quiénes incluye y a quiénes excluye esta taxo‐
nomía que se pretende universal.
Más allá de que la relevancia de los conceptos en la ciencia no
suele ser discutida, no resulta tan claro plantear acuerdos generales
acerca del modo en que se usan las distintas categorías analíticas o los
criterios para elegir las más adecuadas. Una forma productiva de utili‐
zar conceptos es evitar la normatividad, es decir, que no impongan cri‐
terios de interpretación a priori y que, en consecuencia, los datos
adquieran un mero valor instrumental. En efecto, una amplia variedad
de conceptos teóricos son empleados de un modo en que la realidad se
acomoda a definiciones (y en el peor de los casos a prejuicios) que no
contemplan un acercamiento sensible a los datos de la experiencia co‐
tidiana. Por supuesto no se están reproduciendo las creencias de senti‐
do común acerca de la ciencia que entienden que el conocimiento
comienza con la experiencia, que el observador se relaciona con la
realidad libre de cualquier prejuicio o inclinación teórica. Esta con‐
cepción ingenua de la objetividad supone además que en la ciencia no
cabe lugar para las opiniones y las especulaciones y que se basa en lo
que podemos tocar, ver, oír. Es lo que puede denominarse opinión po‐
pular o de sentido común acerca de lo que es el conocimiento científi‐
co (Chalmers, 2000). Por el contrario, se hace imprescindible asumir
que los enunciados observacionales son precedidos por la teoría y, por
supuesto, son tan falibles como las teorías que presuponen. Por lo tan‐
to, la precisión de esos enunciados observacionales va a depender, en
gran medida, de la precisión de las herramientas teóricas que las en‐
22 Terapia Ocupacional & Antropología

marquen. En general, los conceptos que se utilizan en las ciencias so‐


ciales remiten a las tradiciones intelectuales que les dieron forma, aun‐
que pueden surgir del lenguaje cotidiano y hasta incorporarse a las
expresiones de sentido común. Nociones tales como parentesco, soli‐
daridad, cohesión social, persona, ritual, mito, clase social, sacrificio,
mercado, son algunos ejemplos posibles, y que además han alcanzado
una marcada capacidad de adquirir centralidad en el caso de la teoría
social. Pero la proliferación de conceptos adquiere una dimensión ex‐
tra, sobre todo en antropología, ya que con frecuencia también surgen
de la interacción en el terreno con los sujetos de estudio y las maneras
en que esos actores se representan la realidad. Así es que muchas cate‐
gorías de la antropología social “se marcan con una palabra exóti‐
ca” (Viveiros de Castro, 2010: 203), como kula o potlach. Y además
contamos, en esta disciplina con “neologismos que tratan de generali‐
zar los dispositivos conceptuales de los pueblos estudiados –animis‐
mo, oposición segmentaria, intercambio restringido, esquismogénesis­
o, por el contrario y de manera más problemática, que desvían hacia el
interior de una economía teórica específica ciertas nociones difusas de
nuestra tradición –prohibición del incesto, género, símbolo, cultura­ a
fin de universalizarlas” (Viveiros de Castro, 2010: 203).
La Terapia Ocupacional, del mismo modo que otras profesio‐
nes de salud, suele nutrirse de premisas normativas ampliamente acep‐
tadas, además de Actividades de la Vida Diaria, tal es el caso de
independencia. Como plantean Zango Martín & Moruno Millares
(2013), la idea de la independencia en el desempeño de las ocupacio‐
nes como un ideal a alcanzar, desconoce la variabilidad de los contex‐
tos culturales y situacionales en las que se desempeña el individuo.
Todo ello se liga también a otras definiciones más clásicas y hoy su‐
mamente cuestionadas de concebir a la salud como la ausencia de
cualquier tipo de enfermedad, padecimiento, patología o discapacidad,
propia del modelo biomédico. Este abordaje parte de un supuesto
ideal que configuraría la normalidad de la vida cotidiana en la búsque‐
da continua de:
“restituir la integridad del organismo, recuperar tal estado
ideal, o bien la curación, otorgándoles a los profesionales de la
salud un rol determinante en el proceso terapéutico. Desde esta
representación, toda disfunción o alteración de la capacidad
para realizar una ocupación es consecuencia del trastorno,
daño o desarrollo anormal de los mecanismos implicados en su
Introducción 23
realización (sistema nervioso, musculo­esquelético, psíquico,
etc.). Por tanto, la capacidad para que un individuo pueda de‐
sempeñar funcionalmente las ocupaciones que le son propias
puede ser restaurada a través del uso de actividades que mejo‐
ren las capacidades deficitarias de tales sistemas inter‐
nos” (Zango Martín & Moruno Millares, 2013: 18­19).

Este enfoque es el que suele imponerse a partir de aquellos diagnósti‐


cos médicos que se formulan sin siquiera considerar las necesidades
ocupacionales de la persona. Estos planteamientos conservan plena
vigencia en el quehacer cotidiano de la Terapia Ocupacional y tien‐
den a implementarse en mayor medida en contextos institucionales y
bajo la supervisión médica.
Frente a estas concepciones, se destaca la relevancia de otros
abordajes de la salud, en este caso las que priorizan la relación cons‐
truida entre los actores, en tanto unidades biológicas, psicológicas,
sociales y culturales, pero en estrecha relación con su entorno. De es‐
ta manera, “la salud se concibe como una meta personal que puede
coexistir con la patología, la enfermedad y la discapacidad. Según es‐
te enfoque, los modelos de atención de la salud se centran en las ne‐
cesidades de la persona, de modo que el énfasis recae en la habilidad
de la persona para afrontar los cambios que se producen en su capaci‐
dad personal y en sus circunstancias vitales” (Zango Martín & Moru‐
no Millares, 2013: 19). En el marco de este abordaje es que la
Terapia Ocupacional toma los desempeños ocupacionales en relación
con la persona y su ambiente, pero aún no consigue incorporar de
modo sistemático “las causas sociales y las condiciones estructurales
que llevan a las personas a vivir situaciones de enfermedad y disca‐
pacidad” (Zango Martín & Moruno Millares, 2013: 20).

La etnografía, la “entrevista” y la ficción legal

En el caso concreto del “método etnográfico”, su enseñanza suele en‐


contrar una serie de obstáculos de relieve. Ellas se vinculan princi‐
palmente con su densidad conceptual y el contraste que genera frente
a los dominantes abordajes normativos y habitualmente etnocéntricos
que se suelen poner en práctica desde diversas disciplinas. Al tratarse
de un conjunto de postulados teóricos que constituyen una serie de
principios de acción acerca de cómo llevar adelante la investigación
24 Terapia Ocupacional & Antropología

social, las tentaciones de proporcionar un conjunto de recetas a ser


aplicadas en el vacío que ofrecen otros “métodos”, disminuyen consi‐
derablemente. En contrapartida, esas dificultades para sistematizar el
enfoque etnográfico e incluso enseñarlo a quienes no lo han imple‐
mentado, se traducen en otras barreras habituales en los cursos de gra‐
do y postgrado. Como suelen enseñar textos y manuales de
metodología, la entrevista es un recurso por demás plausible en la in‐
vestigación social­empírica. Sin embargo, la apelación a las entrevis‐
tas, en sus diversas modalidades, puede transformarse en un lugar
común poco productivo que confía en la acumulación de testimonios
como una garantía de objetividad y señal inequívoca de un trabajo de
campo riguroso y extendido. Por eso es que resulta agobiante cuando
nos alcanzan los “protocolos de la metodología positivista, al requerir‐
nos especificar, por ejemplo, con cuántas personas esperamos hablar,
por cuánto tiempo y cómo serán seleccionadas. Frente a tales puntos
de referencia, la investigación antropológica está destinada a ser deva‐
luada” (Ingold, 2017: 145). Sin embargo, el camino tal vez más valo‐
rado en el contexto actual de las ciencias sociales sea una selección
azarosa de “entrevistas etnográficas” con el objeto de producir “datos”
confiables. En realidad, “tal procedimiento, en el que lo etnográfico
parece ser un término en boga para referirse a lo cualitativo, ofende
todo principio de investigación antropológica adecuada y rigurosa, in‐
cluyendo el compromiso a largo plazo y abierto, la atención generosa,
la profundidad relacional y la sensibilidad al contexto” (Ingold, 2017:
144).
Esta concepción ingenua tiende a naturalizarse a niveles llama‐
tivos, a tal punto que no abundan los abordajes reflexivos sobre situa‐
ciones tan típicas de investigación en el terreno, en los que la
información proporcionada por los interlocutores puede ser intencio‐
nalmente distorsionada para influir en la investigación. O incluso cier‐
tas identidades y situaciones pueden ser dramatizadas por los nativos
para posicionar denuncias sociales. La manipulación por parte de los
informantes puede cobrar la forma de la negación a proporcionar cier‐
ta información, o sobre todo, de racionalización u ocultamiento de for‐
mas de conducta que son públicamente inaceptables. También puede
darse el caso de que los interlocutores falseen la información para ser‐
vir a metas personales o que estén habituados al trabajo del antropólo‐
go y preparen lo que desean transmitirle al investigador (Hermitte,
2002). Por ello es que resulta vital lograr un grado de relación profun‐
Introducción 25
da con nuestros interlocutores, para entender sus eventuales molestias
por nuestro trabajo, sus intentos de cooptarnos para sus causas, sus re‐
clamos o incluso la posibilidad de que impugnen, por ejemplo en tér‐
minos morales, la legitimidad de nuestro trabajo y de nuestra
presencia en el campo. Los términos en que lo hacen y los argumentos
que utilizan no sólo son problemas relevantes sino que nos pueden dar
respuestas a las principales inquietudes analíticas de la investigación.
Quizás no sea una marca de distinción apelar a Malinowski y
sus observaciones sobre el método etnográfico, pero gran parte de sus
postulados no han resignado vigencia y profundidad. La consideración
minuciosa de obras como Crimen y costumbre en la sociedad salvaje,
permite apreciar que sólo mediante un profundo trabajo de campo se
pueden captar efectivamente las libertades que las personas se toman
con respecto a las conductas esperadas y normalmente aceptadas, dan‐
do espacio para la expresión de sus sentimientos que les permitan
cumplir con sus deseos, como también “su tolerancia por las faltas de
los otros” (1991: 143). Al tener tanto peso este:
“código de conducta natural e impulsivo, las evasiones, los
compromisos y los usos no legales, sólo se revelan al que inves‐
tiga sobre el terreno, observa la vida nativa directamente, regis‐
tra los hechos y vive en tan estrecho contacto con su «material
humano» como para comprender, no sólo su idioma y afirmacio‐
nes, sino también los motivos ocultos de su conducta y la línea
espontánea que casi nunca se menciona. La «antropología de oí‐
das» está constantemente expuesta al peligro de ignorar el lado
menos bonito de la ley salvaje” (Malinowski, 1991: 144).

Malinowski enseñó que la vida cotidiana está repleta de violaciones


de esos preceptos que en el discurso nativo se postulan como obliga‐
ciones normativas. Del mismo modo, puede hallarse un alto nivel de
tolerancia hacia esas infracciones, ya que las actitudes de los indivi‐
duos ante las leyes y las tradiciones son sumamente flexibles y lo que
se dice no siempre coincide con lo que se hace. Entonces, la noción de
ficción legal resume la complejidad de cualquier colectivo que sea ob‐
jeto de un estudio sistemático, ya que incluso sus preceptos más “sa‐
grados” son susceptibles de ser quebrantados de modo sistemático “en
el curso diario de la vida ordinaria” (Malinowski, 1991: 142). Su tra‐
bajo de campo de las Islas Trobriand le permitió reflexionar, entre
otros aspectos, sobre la conducta ideal que los nativos pueden recitar
ante una eventual pregunta del investigador y sus acciones concretas
26 Terapia Ocupacional & Antropología

en la vida cotidiana, por lo que “el verdadero problema no es estudiar


la manera como la vida humana se somete a las reglas –pues no se so‐
mete­; el verdadero problema es cómo las reglas se adaptan a la vi‐
da” (1991: 151).
Debo admitir que el término entrevista siempre me ha genera‐
do una marcada distancia. Por supuesto que he apelado a ese recurso
en reiteradas oportunidades, pero en general por defecto o por ciertos
límites que imponen las distancias sociales con ciertos nativos más que
por elección metodológica. En efecto, en más de una oportunidad he
tenido que concertar entrevistas formales con actores “importantes”,
con los cuales ni siquiera es sencillo entrar en contacto. De hecho, to‐
do cientista social ha fracasado casi con seguridad en algún intento de
lograr una entrevista necesaria para su investigación. Pero cuando se
tiene éxito lo usual es que el entrevistado “importante” nos ofrezca un
tiempo limitado para responder nuestras inquietudes. Los resultados de
esas entrevistas suelen ser variables. En ocasiones sólo son intercam‐
bios un tanto artificiales en los que el interlocutor sólo nos proporciona
respuestas de compromiso. En otras oportunidades pueden transfor‐
marse en el inicio de una fructífera relación en el terreno y hasta en
una de las claves para acceder a lugares (archivos, documentos, otros
entrevistados “importantes”) que pensábamos que eran herméticos. En
definitiva, se trata de los imponderables del trabajo de campo que son
imposibles de prever.
Este empleo de las “entrevistas” como garantía de objetividad
surge del habitual equívoco que señala que nuestra labor sobre el terre‐
no consistiría en conseguir información “confiable” que nuestros in‐
formantes nos retacean por naturaleza. Habría, entonces, una barrera
que sólo podría franquearse mediante la perspicacia del investigador.
Esta mirada inquisitorial deja de lado que el trabajo de campo suele
transformarse en un “toma y daca intersubjetivo” (Clifford 1995), con
interlocutores con los que se está en cierto grado de tensión, y que po‐
seen objetivos en ocasiones contrastantes con los del etnógrafo. Por‐
que “la idealización moral de los investigadores de campo es en
primera instancia simple sentimentalismo, cuando no autocongratula‐
ción o mero pretexto gremial” (Geertz, 1994: 74). En ese marco, no
necesariamente debe buscarse que los actores estudiados nos provean
de “verdades” empíricas en sus testimonios. Del mismo modo, la bús‐
queda de “contradicciones” en el relato nativo como una muestra de
comprensión profunda suele conducir por el mismo camino erróneo.
Introducción 27
El trabajo de campo nos enfrenta permanentemente a relatos que habi‐
tualmente tendemos a naturalizar sin prestar especial atención a su
carácter pragmático. Es decir, nuestros interlocutores nos cuentan his‐
torias que pueden ser relatos biográficos (propios y ajenos), narrativas
alegóricas, clichés narrativos, recuerdos fragmentados, argumentos,
metáforas, informaciones, descripciones, todo dentro de esa compleja
trama de “desencuentros” (Clifford, 1995) que es el trabajo de campo.
Así, pueden tratarse de relatos de carácter poético, plagados de figuras
retóricas que evocan poderosas imágenes mentales que, como en el ca‐
so del running, tienden a derivar en complejas estilizaciones de sus vi‐
das que el investigador pone, de algún modo, bajo examen.
Además de ello, toda estrategia metodológica debe tener un
carácter situado, por lo que no es posible ceñirse a recetas en el vacío
que, aunque sean realizables, no necesariamente tendrán la capacidad
de cumplir con los objetivos de investigación. Sin embargo, se puede
apelar una vez más a Ingold (2017) y su cuestionamiento al abuso del
rótulo “etnográfico” para los proyectos sostenidos en técnicas “cualita‐
tivas” como las entrevistas, aunque también se podrían agregar otras
herramientas metodológicas como el análisis de documentos, discursos
y archivos. Más allá de la indudable validez de estos recursos, y de las
amplias posibilidades de emplearlos de modo etnográfico, conllevan
problemas no menores. Por un lado, una colección más o menos am‐
plia de largas entrevistas presenta el riesgo de quedarse apenas en as‐
pectos superficiales del discurso de los nativos. Por supuesto, el
investigador dependerá de su capacidad para captar las terminologías
nativas y poder deconstruirlas, para trascender los datos obtenidos en
situación de entrevista o poder extraer conjeturas interesantes a partir
de las narrativas de los actores. Pero lo que a menudo ocurre es que se
acumulan relatos de interlocutores de muy diversas características que
en muchos casos no hacen otra cosa que elaborar representaciones lau‐
datorias de sí mismos y sus círculos. La situaciones de interlocución
que se construyen son susceptibles de transformarse en escenas de
acumulación de datos parciales en forma de narrativas autobiográficas
que en general tienden a producir la conocida ilusión biográfica (Bour‐
dieu, 2011).
Un eventual estudio “cualitativo” del campo de la salud, por
ejemplo en un hospital como el mencionado HIGA, basado en una
densa colección de entrevistas podría ser un ejemplo de lo que se viene
desarrollando. En ese caso, se podrían acumular testimonios, bio‐
28 Terapia Ocupacional & Antropología

grafías y demás fragmentos documentales que alimentarían ensayos


de cientos de páginas en las que los actores expondrían sus historias
personales y, sobre todo, la ficción legal de cada una de las profesio‐
nes. Encontraríamos allí, con seguridad, todo aquello que públicamen‐
te se puede decir a partir de preguntas formuladas por un investigador
que no tiene un contacto cercano con la carne y sangre de la vida real.
Es difícil imaginar que el “entrevistador” pueda, en esas circunstan‐
cias, establecer relaciones estrechas con sus sujetos de estudio,
además de la imposibilidad de cotejar el cotidiano del hospital con los
relatos de los actores. Y no es un tema de “verdad” o “confiabilidad”
de los datos obtenidos en situación de entrevista, sino de la profundi‐
dad de ese material empírico que tal vez ni siquiera pueda sobrepasar
los aspectos más triviales de la vida institucional y personal de los in‐
volucrados. Una “antropología de oídas” apenas garantiza acceder a la
ficción legal, es decir, al modo en que los actores desean ser vistos por
el resto de la sociedad. Es decir, obtendríamos testimonios que descri‐
ben las propias profesiones como entregadas al bien colectivo, relatos
de sacrificio personal, de abnegación y de compromiso con la salud
colectiva. No es que ello no pueda surgir de una etnografía en profun‐
didad pero jamás obtendríamos una versión lineal, “coherente” y sin
fisuras de una realidad mucho más compleja. Porque esas entrevistas,
así planteadas como acumulación de datos, sólo de un modo excepcio‐
nal podrían acceder a las tramas de poder, las violencias, los abusos, la
corrupción o las contradicciones entre lo que “se dice” y lo que “se
hace”, entre muchos otros aspectos. No se trata de encontrar la “ver‐
dad” o de atrapar a nuestros interlocutores en sus contradicciones para
exponerlos. Es algo mucho más interesante y complejo, que refiere a
realidades ambiguas, ambivalentes, contradictorias, de versiones situa‐
das, de manipulaciones, de relatos interesados que caracterizan a cual‐
quier escenario que busque comprenderse en profundidad. Porque, en
muchas ocasiones, las “mentiras” más burdas pueden llegar a propor‐
cionar mejor material de análisis que los supuestos datos “confiables”
y “comprobables”. Es en las contradicciones temporales, en la mani‐
pulación grosera de los episodios, los personajes y los tiempos que las
tramas de sentido que construyen nuestros interlocutores adquieren
mayor riqueza. Allí desfilan complejas narrativas, poderosos mitos
que los nativos enarbolan con convicción, más allá de que difícilmen‐
te podrían sostenerlos ante un superficial examen de los hechos. En
definitiva, nunca resulta redundante recordar que “la cuestión no estri‐
Introducción 29
ba en situarse en cierta correspondencia interna de espíritu con los in‐
formantes. Ya que sin duda prefieren, como el resto de nosotros, hacer
las cosas a su modo, no creo que les entusiasme demasiado un esfuer‐
zo semejante” (Geertz, 1994: 76). Aunque muchas de las frases y defi‐
niciones de Clifford Geertz (como las que aquí se han transcripto) se
han convertido en clichés de cierto sentido común antropológico y
también de otras ciencias sociales, no por ello pierden vigencia y pro‐
fundidad pese a su aparente simpleza. Inclusive los esfuerzos descrip‐
tivos para dar cuenta del punto de vista del nativo constituyen metas
complejas que consisten en poder encontrar coherencia y racionalidad
en los sistemas simbólicos cercanos y lejanos que hasta nos pueden
llegar a repugnar, como las lógicas de un torturador, de un explotador
o de un hombre golpeador. Y todo ello vale no sólo para aquellos
etnógrafos que seguimos confiando en la necesidad irrenunciable de
compartir la vida cotidiana de los sujetos de estudio para acceder a
una comprensión genuina de la sociedad. También las prácticas de
campo menos comprometidas desde lo temporal y lo corporal, que
apelan tal vez a técnicas de investigación más compartimentadas (co‐
mo las llamadas entrevistas abiertas, semi­estructuradas, en profundi‐
dad) pueden contemplar algunos de estos principios para no confiar,
en ocasiones de forma ingenua, en aquella “antropología de oídas”.

Terapia Ocupacional, Antropología e intervención social

Como se está tratando de justificar, una de las contribuciones sustan‐


ciales que la formación en Antropología Social le puede aportar a un
terapista ocupacional se relaciona con las competencias que ofrece
acerca de la práctica etnográfica. Mucho más que un método o un
conjunto de técnicas de recolección de datos, la etnografía está soste‐
nida, como se desarrolló más arriba, en densos postulados conceptua‐
les de la antropología social que llevan a diseñar estrategias de
investigación que apuntan a establecer un contacto estrecho y prolon‐
gado con los sujetos de estudio y, sobre todo, a dar cuenta de las pers‐
pectivas nativas, de las maneras en que se representan el mundo esos
actores estudiados, que en este caso serían los “pacientes”. En el ám‐
bito específico de la Terapia Ocupacional, Lawlor (2003) propone la
incorporación del “lente etnográfico” como superación de la tradicio‐
nal mirada clínica. La autora prefiere emplear el concepto de “lente et‐
nográfico” en vez de “mirada antropológica” para puntualizar en una
30 Terapia Ocupacional & Antropología

“adopción consciente de un tipo específico de lente, diseñado para


proveer una visión más clara; este uso es similar al de las lentes usa‐
das en los anteojos, con el fin de maximizar la visión actual ya que
proveen una modificación a una visión débil o distorsionada, o cuando
la visión precisa ser reconfigurada” (Lawlor, 2003: 29­30). Se trata de
un proceso de reconfiguración de la mirada, que comienza a captar un
mundo nuevo y diferente en el inicio de su investigación/intervención.
De allí que establezca que “para los terapistas, como para los pacien‐
tes y sus familias, la pregunta dominante es «¿cómo podemos hacer
para saber lo suficiente sobre el otro de modo que efectivamente poda‐
mos asociarnos?». El objetivo es la colaboración, y el grado en el cual
los profesionales y sus pacientes necesitan conocerse mutuamente, es
limitado por el grado en el cual el conocimiento es relevante para la
intervención y el proceso de recuperación” (Lawlor, 2003: 32).
Y esta lente etnográfica es sustancial para desarrollar del mejor
modo posible la dimensión aplicada de la ciencia y permite apreciar
con mayor claridad los aportes que la Antropología Social tiene para
ofrecer a las profesiones de la salud y en particular a la Terapia Ocu‐
pacional. Esta dimensión aplicada de las ciencias sociales y de la An‐
tropología Social en particular no está orientada al planteo de recetas y
soluciones sencillas frente a los problemas sociales. Por el contrario,
lo que las ciencias sociales proporcionan son herramientas de com‐
prensión imprescindibles para cualquier estrategia de intervención.
Ello permitiría plantear lo que Popper llama reformas sociales frag‐
mentarias,3 sostenidas en la determinación de conexiones causales de
los procesos sociales. Para poder formular esas conexiones, resulta in‐
dispensable conocer las representaciones y las cotidianeidades de los
actores que serán destinatarios de algún dispositivo de intervención.
En ese sentido, resulta vital destacar que “el rol de la antropología so‐
cial como disciplina en el mundo «práctico» del desarrollo económico
y social es insistir en que los cambios tecnológicos o de otra índole
deben ser estudiados en relación a los diferentes contextos que condi‐
cionan las preferencias de los miembros individuales del grupo que

3 Karl Popper entendía que el rol del científico social consiste en elaborar
experimentos que tiendan a lograr una modificación en la sociedad, pero en forma
fragmentaria y no a escala holística. Ello implica “la invención de hipótesis
susceptibles de ser verificadas en la práctica y de su subsiguiente sometimiento a
pruebas concretas. Necesitamos una tecnología social cuyos resultados puedan ser
puestos a prueba por una ingeniería social de tipo gradual” (Popper, 1994: 389).
Introducción 31
pretende movilizarse” (Archetti, 1998). De ahí la importancia, que po‐
demos trasladar a otras ciencias sociales y a los enfoques inter y multi‐
disciplinares, de “traducir los conocimientos sociológicos en términos
de los procedimientos (para la planificación, revisión, supervisión y
demás actividades de procesamiento interno) susceptibles de ser utili‐
zados por las grandes organizaciones burocráticas” (Cernea, 1995:
226). Se trata de un proceso en el que el investigador social opera co‐
mo un “facilitador” de las cosas, para posibilitar así que tengan éxito
los proyectos de planificación social. En definitiva, se promueven los
proyectos hechos “desde abajo” que den primacía a las necesidades y
capacidades de quienes se pretende beneficiar (Uphoff, 1995). Por ello
es que una ciencia de intervención implica un encuentro de saberes que
trasciendan las fronteras académicas y disciplinares y produzca o ali‐
mente nuevos campos de actuación profesional o fortalezca muchos de
los existentes. Esta ciencia social aplicada también está concebida co‐
mo un conjunto de herramientas fundamentales para contribuir a di‐
señar, por ejemplo en el campo de la salud colectiva, un Estado
virtuoso e innovador que utilice creativamente los recursos y que, en
última instancia, contribuya a mejorar la vida de las personas a partir
de las políticas públicas. Y por ello es que se adopta una perspectiva
que entiende a las instituciones con su “rostro humano” (Bohoslavsky
& Soprano, 2010), antes que la ficción legal (Malinowski, 1991) postu‐
lada en las normativas explícitas. No se está haciendo referencia más
que al problema de las intervenciones descontextualizadas, basadas en
aproximaciones normativas que proponen marcos de acción ideales.
En definitiva, no resulta plausible cualquier intervención a pe‐
queña y gran escala que no se formule “desde abajo” y que no busque
tener acceso y un conocimiento profundo del “rostro humano” de los
contextos en los que se desea actuar. Y para que ese conocimiento sea
posible el abordaje etnográfico se hace poco menos que imprescindi‐
ble. Así es que la Antropología Social ofrece las herramientas teóricas
y metodológicas necesarias para enfrentarse a la comprensión de los
problemas sociales complejos y a la vez proporciona los insumos para
concebir dispositivos de intervención. Un ejemplo para ilustrar esta
problemática lo constituyen las lógicas hegemónicas de los abordajes
sanitarios que asumen que lo “cultural” sólo es objeto de atención en
“casos extremos” o de exotismos que, de manera excepcional, obligan
a apelar a un experto en “cultura” o que conozca a esos grupos exóti‐
cos. Este esquema de interpretación se sustenta en la habitual asimetría
32 Terapia Ocupacional & Antropología

que entiende que “lo cultural” es digno de consideración cuando las


prescripciones, tratamientos o diagnósticos fallan o encuentran límites
ante los comportamientos, en ocasiones considerados “irracionales” de
los pacientes. Aunque concebido para el campo de los estudios socia‐
les de la ciencia, el concepto de simetría puede aplicarse para enmar‐
car el problema de esta evaluación diferencial de las prácticas y
tratamientos en salud. David Bloor (1998), en su ataque a los enfoques
dominantes en historia y filosofía de la ciencia hasta la década de
1970, destacó ­entre otros aspectos­ que las explicaciones de las creen‐
cias, tanto de las “falsas” como las “verdaderas”, deben estar sosteni‐
das en el mismo tipo de causas. La asimetría se refiere a que mientras
determinadas situaciones merecerían un “abordaje” sociocultural, la
normalidad cotidiana podría prescindir sin ningún inconveniente del
conocimiento de las dimensiones culturales que atraviesan a las perso‐
nas que utilizan el sistema de salud. Estas prácticas hegemónicas en el
campo de la salud suelen estar sustentadas en general por declaracio‐
nes grandilocuentes e imposturas que apelan a la importancia de lo
“cultural” pero que no incorporan herramientas teóricas y metodológi‐
cas para pensar enfoques genuinamente comunitarios del proceso sa‐
lud­enfermedad­atención y cuidado. Utilizada como un cliché
discursivo, incluso como marca de distinción moral, la apelación a la
“variable sociocultural” no siempre es formulada con la precisión y
sistematicidad que requiere un abordaje integral de los procesos socio­
sanitarios. Por ello es que no pocos agentes sanitarios entienden que la
“variable cultural” sólo entra en juego cuando las prescripciones (des‐
de la implementación de un tratamiento médico hasta un plan de “mo‐
dernización” social) son rechazadas por los destinatarios de esas
intervenciones o cuando se enfrentan a una incomprensión del contex‐
to en el que se deben desempeñar (Gil & Incaurgarat, 2022). Lo “cul‐
tural” se nos presenta entonces como una dimensión digna de
consideración en los casos que trascienden la normalidad del “noso‐
tros”, la racionalidad de actores que “saben” cumplir con las prescrip‐
ciones médicas. Por el contrario, “lo cultural” es constitutivo de las
relaciones sociales y no sólo se trata de una “variable” a considerar
cuando los pacientes provienen de áreas rurales o grupos étnicos que
portarían cierto “exotismo”. La religión, la clase social, la adhesión a
determinados estilos de vida son una parte central del proceso de sa‐
lud­enfermedad­atención­cuidado. Por ello, lo que habitualmente se
denominan “factores de riesgo” asociados a un supuesto estilo de vida
Introducción 33
(alimentación, vida sedentaria, consumos de alcohol y tabaco), requie‐
ren de un riguroso análisis de las dimensiones culturales y materiales
que los hacen posibles. Y para ello, los métodos etnográficos constitu‐
yen recursos indispensables para comprender los diferentes contextos
y planificar, a partir de ese conocimiento, cualquier dispositivo de in‐
tervención. Y lo que no se podrá desarrollar en esta introducción, pero
sí en varios de los capítulos que componen este libro, es exponer la ri‐
queza teórica de la Antropología Social, capaz de colocar categorías
analíticas que permiten comprender la realidad desde perspectivas su‐
peradoras. Las buenas categorías teóricas permiten superar el sentido
común y ayudan a no caer en las tentaciones normativas. Ello es espe‐
cialmente notable en problemáticas como la cultura en las que los
usos simplificados y abusivos de los conceptos suelen conducir a cri‐
terios de intervención erróneos. Si bien no existe perspectiva y método
que garantice una intervención exitosa, se hace difícil concebir que
cualquier tipo de reforma pueda implementar mejoras significativas si
es concebida “desde arriba” y desconectada de las lógicas y cotidia‐
neidades de los destinatarios.

Los capítulos

Los capítulos que componen este libro se encuadran en los lineamien‐


tos desarrollados en esta introducción y forman parte además de la
producciones de integrantes del grupo de investigación Estudios An‐
tropológicos. Desde hace algunos años contamos con un grupo conso‐
lidado con investigadores formados y en formación, en el marco de
una franca expansión que contempla proyectos cada vez más ambicio‐
sos y estimulantes, como es este libro. Ese norte compartido y enmar‐
cado en un proyecto grupal no anula las iniciativas individuales, los
estilos singulares de escribir e investigar y la libertad de cada miem‐
bro para construir sus propias trayectorias según sus intereses y moti‐
vaciones. El contenido de esta compilación es precisamente una
muestra representativa de esta conjunción de trayectorias que se re‐
troalimentan de modo constante y que además tal vez se constituyan
en aportes significativos para la institución en la cual nos desempeña‐
mos y para las disciplinas que intentamos interpelar.
Antes de los capítulos, el libro está prologado por Silvia Luci‐
fora, compañera de trabajo durante dos décadas. Desde la titularidad
de la cátedra a la que en 2001 nos sumamos los compiladores de este
34 Terapia Ocupacional & Antropología

libro, Silvia facilitó la construcción de un clima de trabajo inmejorable


que derivó en la organización del seminario optativo en 2008 y en una
constante búsqueda de mejorar la asignatura. Hoy nos completa de
alegría que ella pueda ser parte concreta de este libro y nos honre escri‐
biendo el prólogo de un trabajo que sabemos que la enorgullece.
Los primeros dos capítulos corresponden a dos recientes tesis‐
tas de grado, que ya han iniciado de manera entusiasta y firme sus for‐
maciones de posgrado. Ambos artículos dan cuenta de una madurez
vertiginosa de dos investigadores que contribuirán notablemente en la
renovación del campo de la Terapia Ocupacional en la Argentina, y que
también formularán aportes considerables para las ciencias sociales. La
compilación empieza con el texto de Iván Bassi Bengochea “Contra el
sentido común académico. Tensiones antropológicas para pensar el jue‐
go y la infancia desde Terapia Ocupacional”. El texto refleja las inquie‐
tudes de Iván que combinan reflexión filosófica, giros literarios y una
experiencia de campo sistemática. Este texto, en parte experimental,
tiene todas las condiciones para transformarse en una referencia fun‐
dante para la Terapia Ocupacional y el abordaje de la infancia. Sus arti‐
ficios literarios y reflexiones filosóficas que dan cuenta de su biografía
lectora e intelectual encontraron en la antropología una herramienta de
encuadre preciso para postular su propia y desafiante mirada de la Te‐
rapia Ocupacional. Reciente graduado, becario doctoral y ya autor de
artículos académicos, Iván aporta un capítulo que además es una ex‐
ploración sobre un sociocentrismo en particular, en este caso el adulto‐
centrismo, pero que abre la puerta a un replanteo posible de una
profesión con un campo de acción amplio y probablemente todavía su‐
bexplotado. Como otras profesiones de la salud, la Terapia Ocupacio‐
nal suele quedar atrapada entre el (necesario pero no absoluto) saber
biomédico y los reduccionismos disciplinares (como el psicologismo).
Por eso Iván no elude confrontar con algunas de las categorías funda‐
mentales de la profesión. Con rigor y firmeza, pero también con mucho
respeto, se permite tomar distancia de ese sentido común académico,
en ocasiones formulándose preguntas, a veces explorando alternativas
y, en otras oportunidades, demoliendo algunas de esas bases teóricas
que operan sobre criterios normativos. Lejos de caer en el nihilismo,
abre horizontes sobre una Terapia Ocupacional posible, que no repro‐
duzca acríticamente categorías que no sean operacionalizables sobre el
terreno. De esta manera, pone en juego con solvencia lo mejor de la
tradición antropológica: el replanteo constante de las categorías analíti‐
Introducción 35
cas, el rechazo terminante a la normatividad y la relevancia de la inves‐
tigación en el terreno que trascienda la mera búsqueda de confirmación
empírica.
Si los niños y la infancia constituyen objetos de contemplación
y de intervención por demás frecuente en la Terapia Ocupacional, con
la ecología ocurre lo contrario. Así es que Vanesa Blanco intenta co‐
locar a la ecología como un campo de intervención y contemplación
para la Terapia Ocupacional. Al posicionarse en un terreno sin bases só‐
lidas emprende la ardua tarea de definir las áreas potenciales de una es‐
pecialidad temática tan rica como necesaria. Su trabajo de campo en
torno a las mingas de bioconstrucción le permite entonces mostrar la
relevancia del abordaje etnográfico para enfrentarse a una problemática
con dimensiones sociosanitarias de relevancia. También en este artículo
son interrogadas algunas categorías analíticas fundamentales de la Te‐
rapia Ocupacional que en este caso son enriquecidas por los aportes de
la antropología ecológica en otra muestra de las potencialidades de la
hibridez disciplinar propuesta en este libro. En “Perspectiva ecológica
en Terapia Ocupacional. Aportes de la Antropología para pensar la sa‐
lud en territorios concretos”, Vanesa logra escapar de los peligros nor‐
mativos que entrañan algunos conceptos naturalizados en la Terapia
Ocupacional para dialogar productivamente con las posiciones más in‐
novadoras de ese campo disciplinar. Todo ello le permite desarrollar
una propuesta programática orientada temáticamente hacia la ecología
y las problemáticas ambientales pero inscripta en una perspectiva co‐
munitaria e intercultural de la (eco)ocupación y de los sujetos que se
ocupan. Así es que el caso de las mingas y la bioconstrucción habilitan
abordajes que contemplen la relevancia de la comprensión de la dimen‐
sión territorial, la producción social del hábitat y la justicia espacial, to‐
dos ejes conceptuales de relieve para una Terapia Ocupacional moderna
y dinámica que tenga capacidad de dar respuestas a los desafíos que
nos plantean nuestros mundos contemporáneos.
El capítulo de María Julia Xifra “Aporte de la práctica etnográ‐
fica al campo gerontológico. Una mirada desde la Terapia Ocupacional
comunitaria” es un producto que conjuga una investigación sistemática
y la labor profesional en Terapia Ocupacional sobre la vejez. A partir de
una hibridez que conjuga la propia profesión de base (Terapia Ocupa‐
cional), la gerontología y la antropología, el texto evidencia una sínte‐
sis conceptual y metodológica que permite pensar en futuras y
próximas contribuciones de relevancia para la comprensión de la vejez
36 Terapia Ocupacional & Antropología

y para la formulación de estrategias de intervención “desde abajo”,


que partan de ese “rostro humano” que es indispensable pero que tan‐
tas veces es relegado por los abordajes normativos. Esta investigación
también presenta una marcada utilidad para demoler los estereotipos
de la vejez que tienden a cristalizar imaginarios en los que esa etapa
de la vida se suele caracterizar desde la negativa: la incapacidad, la
pérdida, la dependencia o la carencia. Por el contrario, María Julia
muestra que la vejez de ningún modo es una etapa en la que los acto‐
res no pueden llevar a cabo ocupaciones significativas. Es allí en don‐
de la figura de las hacedoras permite plantear, en clave de género, las
capacidades de agencia, reales y potenciales, de esa “clase pasiva”. A
su experiencia de campo vinculada con el ejercicio de la profesión,
María Julia le agregó esa “lente etnográfica” que le ha permitido plan‐
tear nuevas inquietudes y aprovechar experiencias profesionales, algu‐
nas en carácter autoetnográfico, para plantearse nuevas y tal vez
mejores preguntas. Así es que también apelando a buena parte de las
perspectivas más innovadoras y productivas de la Terapia Ocupacional
comunitaria, María Julia Xifra consigue ofrecernos una fresca y desa‐
fiante mirada sobre la vejez que interpela no sólo a los distintos posi‐
cionamientos gerontológicos sino a las políticas públicas orientadas a
la “tercera edad”.
El capítulo a cargo de Ana D'Angelo nos introduce en una di‐
mensión teórica relevante para la antropología de la salud y para las
propias profesiones del ámbito de la salud. En “Hacia una atención
corporizada en salud: aportes teóricos y metodológicos de la antropo‐
logía” expone con solidez y claridad un denso panorama teórico sobre
la problemática del cuerpo y la paradojal y escasa sistematización que
suele recibir en el campo de la salud. De esta forma nos introduce en
los fundamentos para pensar “una atención en salud que se asuma co‐
mo una relación necesariamente corporizada y culturalmente mediada
entre usuario y profesional”. Pero por supuesto, Ana no se conforma
con el ejercicio intelectual de toma de posición teórica sino que dialo‐
ga con ejemplos etnográficos de sus propias investigaciones sobre yo‐
ga y meditación. Este artículo es además una muestra palpable de una
trayectoria consolidada de una antropóloga cuyas áreas de especializa‐
ción nunca dejaron de estar vinculadas con la salud. Y como parte sus‐
tancial de la consolidación de nuestro grupo de investigación, Ana
D'Angelo consigue plasmar en este capítulo no sólo un abordaje inno‐
vador, fundado teóricamente y respaldado por las etnografías multisi‐
Introducción 37
tuadas, sino que nos deja un texto de referencia para toda disciplina y
prácticas profesionales vinculadas con la salud. En concreto, al partir
de esa constante descorporización que también aquejó por mucho
tiempo a la antropología, nos conduce a una propuesta de “humaniza‐
ción” de la atención de la salud a partir de su corporación. Ello impli‐
ca, como sostiene la autora, “una invitación a pensar las prácticas en
salud desde nuestras corporalidades para una comprensión más pro‐
funda de las experiencias de los sujetos con los que trabajamos y des‐
de allí contribuir a mejorarlas”.
“La Terapia Ocupacional en el abordaje de grupos étnicos: una
mirada desde la antropología” constituye una síntesis madura de un
trayecto de investigación que desde su origen fue concebido en torno
a la propuesta de hibridez formulada en este libro. Como la primera
“terapista­antropóloga” que se formó en nuestro núcleo de trabajo,
María Florencia Incaurgarat expone con solidez los alcances de algu‐
nas categorías analíticas fundamentales de la teoría social para pensar
integralmente la salud colectiva. Formada como terapista ocupacional
en el grado y luego “aculturada” como antropóloga social en el pos‐
grado, la autora se reencuentra con dilemas de su profesión de “ori‐
gen”. Su trabajo de campo con inmigrantes chinos en la Argentina le
permite manejar con solvencia escenas etnográficas que encuadran en
dilemas conceptuales y problemas sustanciales de la gestión pública
de la salud colectiva. Así es que Florencia expone etnocentrismos,
simplificaciones y “verdades” del sentido común que atraviesan dis‐
cursos y prácticas de los actores del campo de la salud en torno a una
categoría tan manipulada como “cultura”. Y ello porque, como es fre‐
cuente, una mixtura de buenas intenciones y posicionamientos grandi‐
locuentes sobre la diversidad, terminan siendo meras apelaciones
vacías a la inclusión y a la “tolerancia”. Lo que nos muestra este texto
es que la Terapia Ocupacional es un ámbito especialmente propicio
para enfrentarse (y por ende “aprender” y “enriquecerse”) a la otredad
pero no sólo de grupos exóticos sino también de aquellos que for‐
marían parte de un “nosotros” más o menos hegemónico.
El último de los textos que componen este libro,“Terapia Ocu‐
pacional y Antropología del Trabajo” refiere a una dimensión central
de la vida cotidiana de las personas: el trabajo. Pero esa dimensión la‐
boral también está atravesada por la etnicidad y el estudio de grupos
“exóticos” cuyas configuraciones culturales sí serían dignas de consi‐
derarse. Como los demás artículos de esta compilación, Daniel
38 Terapia Ocupacional & Antropología

Arrarás, Manuela Martínez y Ayelén Soncini logran colocar las bases


para un abordaje híbrido de la Terapia Ocupacional, en este caso sobre
el mundo del trabajo. Este texto colectivo es además el resultado del
trabajo conjunto de un docente y director de tesis (Arrarás) de dos re‐
cientes graduadas (Martínez y Soncini) que optaron por un trabajo fi‐
nal de graduación con densidad etnográfica, lo que todavía no suele
ser tan frecuente en la carrera de Terapia Ocupacional de la Universi‐
dad Nacional de Mar del Plata. De esta manera se combinan las in‐
quietudes puntuales de investigación de los autores y la propia labor
docente (y por supuesto formativa) de Daniel. Los autores nos hablan
además desde sus dos “aldeas“ (inmigrantes senegaleses y esquilado‐
res de la Provincia de Buenos Aires) que les permiten navegar entre
contrastes explícitos e implícitos pero en el marco de inquietudes y
búsquedas compartidas. De esta manera, combinan creativamente los
aportes de una antropología del trabajo con su formación de base, lo
que concluye en una puesta desafiante y superadora. Este capítulo nos
muestra el trabajo en su dimensión comunitaria, pero también pone en
juego repertorios morales de la comunidad en la que se inscribe. Así,
el trabajo atraviesa todas las dimensiones sociales y trasciende a en‐
tenderlo sólo como un medio de sustento. Sin descuidar por ello las
relaciones de asimetría, los riesgos, la explotación o los conflictos, el
capítulo repone, en sintonía con la antropología del trabajo, la dimen‐
sión humana del trabajo y su relación con la salud colectiva en el sis‐
tema capitalista. Y por supuesto, el escrito de Arrarás, Martínez y
Soncini también será un texto de referencia ineludible para una Tera‐
pia Ocupacional laboral con perspectiva comunitaria. Más allá de la
relevancia de la densidad (y por supuesto la lente) etnográfica, el capí‐
tulo muestra no sólo una sólida fundamentación de la propuesta de hi‐
bridez de este libro sino un rico y extenso campo de intervención para
la Terapia Ocupacional.

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CAPÍTULO I

Contra el sentido común académico.


Tensiones antropológicas para
pensar el juego y la infancia
desde Terapia Ocupacional

Andrés Iván Bassi Bengochea

C
omo se adelantó en la introducción, esta compilación desea
aportar a una perspectiva ampliada de la salud, desde un enfo‐
que comunitario y de salud colectiva, que parta no tanto de “la
ocupación” como una entelequia, sino de los sujetos que se ocupan.
En ese sentido, este libro es pretencioso. Procura correr el eje discursi‐
vo, revisar críticamente ideas y categorías de la Terapia Ocupacional
que conforman la cosmovisión desde la que sostiene su accionar en el
mundo. Tamaña pretensión no es producto de un capricho desvelado,
sino de la genuina convicción de que nuestra disciplina carga con un
amplio potencial de desarrollo si se atreve a auscultarse, si se lanza a
un ejercicio de pensamiento “que nos posibilite extranjerizarnos del
juego de verdad en el que estamos cómodamente instalados, que nos
permita deshacernos no ya de esta o aquella verdad, sino de una cierta
relación con la verdad” (Kohan, 2007: 62). Tal extrañamiento del jue‐
42 Terapia Ocupacional & Antropología

go de verdad, es uno de los puntos que fundamenta la perspectiva an‐


tropológica.
El ejercicio de este capítulo pasa justamente por convertir en
exótico lo familiar, usando, por principio y por racionalización meto‐
dológica, una posición antropológica de extrañamiento (Lins Ribeiro,
1998). Estas páginas pretenden construir a la Terapia Ocupacional co‐
mo una otredad conceptual, volverla punto de análisis, reflexionar
brevemente sobre su carácter de cultura académica, revisar la manera
en que ha pensado el juego en la infancia para, finalmente, problema‐
tizar lo que se sostiene como una verdad disciplinar: ¿es el juego una
ocupación significativa?
Las “tensiones antropológicas” nos interpelan a escudriñar
nuestras categorías, a extranjerizarnos, a instituir preguntas allí donde
las certezas marcan el límite de las interpretaciones posibles. A pen‐
sarnos a nosotros mismos, para volvernos otros. A escribir, más que
para legitimar un saber, para introducir una brecha, para ser y provo‐
car alteridad.

La Terapia Ocupacional como cultura académica

Tal como es practicada la Terapia Ocupacional en la universidad ar‐


gentina, se la podría definir como una cultura académica con sus pro‐
pias lógicas y prácticas profesionales y corporativas (Bassi Bengochea
& Gil, 2021). Dar cuenta del carácter de cultura académica presupone
la comprensión de una doble implicación. Por un lado, en tanto cultu‐
ra, ha de reconocerse “una producción simbólica ­que implica un
componente de orden mental (conocimiento, valores y sensibilidades),
un código y un componente físico (significantes y expresiones) [junto
a] prácticas ­mediadas por las relaciones entre el trabajo, el poder y su
reproducción­” (García Vera, 2011: 120). Por otro lado, se ha de ad‐
vertir cómo, en el orden de lo académico, se reproducen formas de
lenguaje y de pensamiento propias de una comunidad disciplinar y
profesional. Como sostiene Becher (2001), de entre las diversas for‐
mas en que se manifiesta el sentido de pertenencia de un individuo a
una tribu académica, “el lenguaje es el medio a través del cual se ma‐
nifiestan algunas de las diferencias más fundamentales, [en tanto] la
lengua y la literatura profesional de una disciplina desempeñan un pa‐
pel clave en el proceso de establecer su identidad cultural” (Becher,
2001: 42­43). De ahí que tanto la escritura como la lectura acontezcan
Capítulo I 43
como prácticas instituidas e instituyentes de una cultura académica,
“puesto que no es posible acceder a esa tradición escrita sin el acceso
al código que las hace existir” (García Vera, 2011: 119).
La cultura académica resulta una dimensión que impacta en los
procesos de producción, circulación y consumo de conocimiento,
constituyendo un fluir continuo entre lo implícito y lo explícito (Pre‐
ciado Cortés, 2011). En efecto, los postulados de la Terapia Ocupacio‐
nal (los conceptos, las ideas, el conocimiento específico, las
perspectivas, las creencias, normas y valores) que se consideran como
verdaderos, conforman una cultura particular (Zango Martín, et al.,
2012). Ello ordena un marco epistémico, es decir, un conjunto interco‐
nectado de principios que subyacen a la investigación científica y a la
propia práctica profesional, que propone las condiciones en que se for‐
mulan los problemas, se elaboran los conceptos teóricos y los procedi‐
mientos que se emplean (Filidoro, et al., 2017).
Zango Martín (2012) advierte que esta cultura particular “se
transmite a través del proceso denominado enculturación, perpetuado
a través del tiempo de formación en el ámbito educativo, en el que los
postulados de esta disciplina adquieren el rango de sentido común y se
integran sin cuestionamiento previo” (Zango Martín, et al., 2012:
130). A partir de un análisis de este tipo de procesos que ocurren en el
ámbito educativo, Edelstein (2002) propone el concepto de sentido
común académico para referir a “categorías heredadas que no posibili‐
tan dar cuenta de los procesos sociales que en ellas se materializan
­procesos de apropiación, reproducción, negociación, resistencia, in‐
tercambio, simulación, entre otros­” (Edelstein, 2002: 476). De esta
manera, el sentido común académico nos sitúa frente a una herencia
normativa­valorativa que se sintetiza en las categorías heredadas y que
contribuye, podríamos decir, a sostener lo instituido. Cabe señalar to‐
davía que el sentido común académico se transforma en un obstáculo
epistemológico (Gil, 2012) cuando pretende imponerse como conoci‐
miento verdadero de los fenómenos sociales, anulando toda posibili‐
dad de crítica. Crítica, entendida en los términos de Foucault (1995),
como indocilidad reflexiva, como “el movimiento por el cual el sujeto
se atribuye el derecho de interrogar a la verdad acerca de sus efectos
de poder, y al poder acerca de sus discursos de verdad” (Foucault,
1995: 8).
Como se dijo, esta propuesta intenta generar un espacio para
fundar un extrañamiento. No busca a priori reemplazar conceptos con
44 Terapia Ocupacional & Antropología

los cuales, como disciplina, miramos el mundo. Más bien, a lo que as‐
pira es a puntuar y poner en común algunas preguntas que hagan posi‐
ble problematizar modos sedimentados de operar con categorías
heredadas.

El juego en la infancia: una ocupación significativa

Hay siempre una repetición que incomoda


(…) la repetición insistente de las institucio‐
nes culturales y sus lenguajes

Carlos Skliar, Pedagogía de las diferencias

El juego en la infancia ha estado notoriamente presente en los desarro‐


llos teóricos de la Terapia Ocupacional.1 El Marco de Trabajo para la
Práctica de Terapia Ocupacional (AOTA, 2010) lo define como un
área de la ocupación perteneciente al Dominio de la profesión, es de‐
cir que se incluye dentro de las áreas donde la disciplina tiene un cuer‐
po de conocimientos y experiencias establecidas. Allí es presentado
como “cualquier actividad organizada o espontánea que proporcione
disfrute, entretenimiento o diversión” (AOTA, 2010: 12). La generali‐
dad de esta definición abre las puertas a considerar diversas modalida‐
des de juego. Ahora bien, algo que podríamos preguntarnos es ¿hasta
qué punto resulta acertado considerar como juego a cualquier activi‐
dad que proporcione disfrute? Si lo que se intenta afirmar es que “todo
juego implica un disfrute”, la inversión en el orden de términos (tal
como está insinuada: “todo disfrute implica un juego”) puede no ser
necesariamente cierta. Este aspecto nos lleva a otro tipo de preguntas
más elementales (y quizá más difíciles de responder): ¿es posible aca‐
so establecer los límites de un juego, en el sentido de definir con clari‐
dad “hasta acá es juego y a partir de acá no”? ¿qué hacer puede
considerarse juego? ¿juego para quién y en qué sentido? Volveremos
sobre estas preguntas más adelante, advirtiendo de antemano que no
admiten respuestas generales ni taxativas.
1 Para no exceder las pretensiones de este capítulo, en este punto se desestimó la
presentación de aquellas investigaciones y sistematizaciones que se enfocan en el
uso del juego como estrategia o recurso de intervención frente a patologías
específicas (tales como, déficit de integración sensorial, parálisis cerebral, trastorno
del espectro autista ­TEA­, etc.) y se incorporaron aquellas producciones que lo
tratan en su generalidad y conceptualización.
Capítulo I 45
Collado y Bouzón (2013) en su artículo Ocupación y juego en
la infancia, en línea con lo planteado por el Marco de Trabajo para la
práctica de Terapia Ocupacional, definen al juego como un área de la
ocupación e introducen una pregunta, a mi entender, fundamental:
¿por qué en la infancia cobra más importancia dicha área ocupacional
en relación a las demás?2 A partir de una revisión bibliográfica, los
mismos autores llegan a la conclusión de que “todas tienen como as‐
pecto en común que [el juego] es la principal actividad durante la
edad infantil, es espontánea y significativa para el niño. Entonces, si
es conocido que la Terapia Ocupacional usa la actividad significativa
(…), el juego será nuestra herramienta de trabajo” (Collado &
Bouzón, 2013: 33). En su desarrollo, si bien lo afirman, no fundamen‐
tan de manera expresa qué es lo que vuelve al juego, significativo.
Para Lagos Castro et al. (2017) el juego, junto al movimiento,
son expresiones vitales del ser humano. En su propuesta recalcan la
importancia del juego en el desarrollo de los niños y las niñas en tanto
se constituye como un medio de expresión, exploración del entorno y
aprendizajes. El juego, afirman, “es la ocupación significativa de los
niños y niñas [por lo que] es fundamental conocer el valor de és‐
te” (Lagos Castro et al., 2017: 18). Como características constitutivas
mencionan que todo juego implica motivación intrínseca y placer, es
libre, espontáneo y divertido, resulta una forma de expresión y creati‐
vidad, implica descubrimiento y es socializador. Al igual que la pro‐
puesta anterior, la afirmación reaparece sin hacer foco en los
elementos que conforman el carácter significativo del juego. Algunas
preguntas posibles para dialogar con el texto: ¿el juego se vuelve sig‐
nificativo por la importancia en el desarrollo? Si esto es así, ¿es acaso
el infante o el adulto aquel que asigna valor al desarrollo? En otras pa‐
labras, ¿quién establece que el juego es significativo en esos térmi‐
nos? A la postre, ¿significativo para quién? Consideraremos este
punto en el apartado siguiente.
En el artículo Estudio descriptivo de forma y función del juego
libre del niño(a) en etapa preescolar (Palma Candia, et al., 2012) se
afirma que el juego como ocupación es una actividad inherente al ser
2 Los autores toman los aportes de la segunda edición Marco de Trabajo (año 2002),
que establecía siete áreas ocupacionales, a saber: AVD (actividades de la vida
diaria), AVDI (actividades instrumentales de la vida diaria), educación, trabajo,
juego, ocio y participación social. Esta clasificación fue revisada y desagregada en
ediciones posteriores del Marco.
46 Terapia Ocupacional & Antropología

humano, y sus autoras lo consideran en un doble sentido: como sinó‐


nimo de recreación y como modalidad terapéutica. Establecen una re‐
lación central entre ocupación e identidad y, a partir de afirmar que la
ocupación central del niño es el juego, concluyen que éste se constitu‐
ye como una actividad primordial para formar la identidad ocupacio‐
nal del infante. Del juego, valoran que “es una actividad primordial
en el desarrollo psicomotor [del niño y la niña] que lo preparará a
afrontar las exigencias de la sociedad en la vida adulta” (Palma Can‐
dia et al., 2012: 4). En este artículo, lo significativo queda fundamen‐
tado en un doble sentido. En primer término, estimando las
posibilidades que el juego brinda para el desarrollo psicomotor del
niño y la niña (en este punto parece existir una coincidencia con el
trabajo de Lagos Castro, 2017). En segunda instancia, postulando que
existe una íntima relación entre el hacer y el ser (dirán las autoras:
ocupación e identidad). Así las cosas, el infante logra ser a través del
jugar.
En líneas similares con la primera fundamentación, en el
artículo Terapia ocupacional pediátrica: algo más que un juego
(Blázquez Ballesteros, et al., 2015) se parte de afirmar que “la TO pe‐
diátrica emplea el juego como una herramienta terapéutica por ser la
ocupación más significativa de la infancia y el eje de su desarrollo
motor, cognitivo, emocional y social” (Blázquez Ballesteros et al.,
2015: 101). Aquí se presenta al juego como “una actitud subjetiva
donde el placer, la curiosidad, el sentido del humor y la espontaneidad
se unen” (Blázquez Ballesteros et al., 2015: 103). Quienes lo escriben
adhieren a la idea de “conducta juguetona” de Bundy (2002) que es‐
taría determinada por la presencia de tres aspectos: “motivación
intrínseca (se observa en el interés innato que produce el propio jue‐
go); control interno (decisión propia de cómo se desarrolla el juego);
y habilidad para dejar a un lado la realidad (capacidad de evasión
dentro del juego)” (Blázquez Ballesteros et al., 2015: 103). Se reto‐
man los aportes del Marco de Trabajo para la práctica de Terapia Ocu‐
pacional y se concluye que “el juego es el área de ocupación más
relevante en la infancia porque es aquella donde los niños intervienen
la mayor parte de su tiempo” (Blázquez Ballesteros et al., 2015: 103).
Las autoras focalizan además en que éste “es conocido por su contri‐
bución al desarrollo físico, cognitivo, social y emocional [de las in‐
fancias] y les ayudará a potenciar su autoconcepto, mejorar su
autoestima y disminuir su frustración en el desempeño de activida‐
Capítulo I 47
des” (Blázquez Ballesteros et al., 2015: 103).
Cancelo (2014), por su parte, abreva en los desarrollos teóricos
de Vygotsky y plantea que la importancia de su teoría en relación a la
infancia reside en que:
“la ocupación principal en esta etapa del ciclo vital, el juego,
es esencial para la adquisición de aprendizajes significativos a
lo largo del día a día del niño. Una ocupación como el juego,
con sus potencialidades y significancia, brindan al niño una
forma de expresar ocupacionalmente su libertad, creatividad y
motivación” (Cancelo, 2014: 28).

Si bien, en términos estrictos, su investigación se orienta a la intersec‐


ción entre la Terapia Ocupacional y el aprendizaje creativo como una
contribución hacia un nuevo modelo educativo, en la cita podemos ver
que los argumentos en relación a la significancia del juego no se ale‐
jan de los presentados con anterioridad.
Aún con las limitantes de una revisión no exhaustiva, y admi‐
tiendo que todo estudio documental resulta siempre una muestra pro‐
visional y perfectible, este vuelo rasante deja entrever el panorama
respecto a cómo se viene pensando y fundamentando el juego en Tera‐
pia Ocupacional. De lo anterior me permito remarcar dos ideas recu‐
rrentes: el juego es la ocupación significativa del niño y la niña y;
contribuye a su desarrollo integral.3
Ahora bien, hemos dicho que la lengua y la literatura profesio‐
nal (como una de las formas en que se manifiesta la cultura académi‐
ca) a la vez que van conformando una identidad disciplinar, pueden
cristalizar ideas como sentido común académico. Es por ello que se
vuelve necesario instituir preguntas como ejercicio de extrañamiento,
como modo de exotizar aquello que nos es familiar. Llegados a este
punto, la repetición insistente: “el juego es la ocupación significativa
del niño y la niña” será recortada como verdad disciplinar para su in‐
terrogación y análisis.

Exotizar lo familiar: una apuesta a superar el sentido común


académico

Al sostener como terapistas que el juego es la ocupación central del


3 Estas ideas se encuentran también en aquellos trabajos que se dedican a presentar
al juego como recurso de intervención terapéutica frente a patologías específicas.
48 Terapia Ocupacional & Antropología

niño y la niña, ¿a qué se quiere referir?, ¿a que el niño y la niña jue‐


gan?, ¿qué saberes se despliegan?, ¿es posible realmente decir algo de
la ocupación sin considerar al sujeto que se ocupa?, ¿existe acaso la
ocupación por fuera del sujeto? Si ninguna ocupación se configura co‐
mo una entidad abstracta, ¿qué saber se pone en juego respecto de esa
ocupación y de ese niño o niña? ¿Existe esa ocupación y ese niño o
niña como entes separados?
Si lo que llamamos ocupación “es la expresión de las ocupa‐
ciones colectivas, de la práctica social, de las relaciones históricamen‐
te producidas que se han encarnado, materializados en las
singularidades que, a su vez, en una relación dialéctica se invierten a
lo colectivo” (Guajardo, 2014: 53), ¿alcanza con decir que un niño o
una niña juega?
De ahí que la frase corre el riesgo de convertirse en una inva‐
riante con fuerza de ley, pero sin contenido. Una situación similar
ocurre con la afirmación que expresa, palabras más, palabras menos:
los niños y las niñas, durante la infancia, juegan la mayor parte del
tiempo (Collado & Bouzón, 2013; Blázquez Ballesteros et al., 2015).
Aquí nos topamos con otro obstáculo epistemológico. Claro que cons‐
tituye una cuestión deseable, incluso amparada en términos de dere‐
cho, pero, ¿ocurre realmente así? ¿A quiénes refiere? ¿En qué niños y
niñas se piensa y en cuáles no? ¿Qué imagen de infancia sostiene esa
afirmación? ¿Es una afirmación universal?
En una propuesta más que pertinente, Nabergoi (2019) junto a
otras colegas, nos invitan a plantearnos una serie de preguntas para re‐
componer los supuestos de nuestros textos académicos:
“¿qué concepciones de ser humano, de salud y de mundo están
en la base de ese discurso?, ¿qué hace que se hayan seleccio‐
nado esas concepciones y no otras como válidas o posibles?,
¿dónde y cuándo fue escrito el texto?, ¿qué marcas contextua‐
les retoma y dan cuenta de los problemas que se presentan y
que motivan la escritura como operación o acción en un cam‐
po discursivo?” (Nabergoi, et al., 2019: 15).

En ese sentido, Zango Martín et al. (2012) presentan números que


pueden resultar impactantes respecto de la realidad de las infancias en
“otra” parte del mundo. Según la terapista ocupacional,
“en Burkina Faso el trabajo infantil (considerado aquel realiza‐
do por niños y niñas de entre 5 a 14 años) en el año 2008 era
del 47%. El porcentaje de niñas (de 5 a 14 años) es del 48%
Capítulo I 49
frente al 46% en los niños. En muchas ocasiones el niño/a
compatibiliza su asistencia a la escuela con tareas agrícolas o
de ganadería en beneficio de la familia y en ocasiones como
mano de obra para otras familias. Esto implica jornadas labo‐
rales intensas (de 9 a 10 horas en ocasiones) con unas condi‐
ciones de alimentación, higiene y descanso
deficitarios” (Zango Martín et al., 2012: 134).

En este punto vemos cómo, al asumir tanto la universalidad de ciertas


actividades como el significado que tendrían para los actores que las
ejercen, la Terapia Ocupacional puede quedar atrapada en ocasiones
en definiciones circulares que no le permiten detectar subjetividades
diversas, apropiaciones situadas y, sobre todo, contextos de significa‐
ción que requieren experiencia de campo y una determinada actitud
para comprender al otro (Bassi Bengochea & Gil, 2021). Entonces,
esa afirmación con fuerza de ley, ¿qué luces y sombras proyecta sobre
las infancias?
Volviendo al eje de problematización de este apartado, soste‐
ner que “el juego es la ocupación significativa de la infancia” amerita,
por lo menos, dos tipos de indagaciones: ¿en qué sentido se entiende
“lo significativo”?,y ¿qué imagen de infancia es la que está incluida
en esa afirmación?
Si se presta atención, se verá que la mayoría de las produccio‐
nes teóricas presentadas elaboran respuestas a la pregunta “juego, ¿pa‐
ra qué?”: para explorar el ambiente, para el aprendizaje, para la
adquisición de habilidades, para la expresión de emociones, etc. Mary
Reilly fue una de las primeras terapeutas ocupacionales en abordar el
juego como ocupación, “en «Play as exploratory learning» [1974],
teorizó sobre la importancia de la exploración y el juego en la infancia
asociándolo al desarrollo de habilidades para la participación compe‐
tente en el trabajo y en las relaciones sociales en la etapa adul‐
ta” (Oyarzún Valdebenito, et al., 2021: 46­47).
Una limitante de esta forma instrumental de pensar el juego
para la preparación de la vida adulta, por ejemplo, tal y como lo vi‐
mos planteado en Palma Candia et al. (2012) es que, así entendido, el
juego sólo es posible a una determinada edad y los adultos quedarían
sin opción de juego. Al entender el juego “como medio para”, se su‐
bordina toda su significación y potencia a la concreción de un objeti‐
vo futuro. Podríamos incluso ir más allá, y postular que el quid de la
cuestión no se trata sólo de un límite temporal­cronológico virtual que
50 Terapia Ocupacional & Antropología

restringiría los alcances del juego. En la cosmovisión del “juego como


medio para la preparación de la vida adulta”, el dilema no radica tanto
en la vida adulta, sino en el para. Es así que:
“cuando un niño deja de preguntar ¿por qué?, y comienza a
preguntar ¿para qué?, es que el mundo se torna estrecho, utili‐
tario y mezquino. Quizá el gran triunfo de la vida entendida
únicamente como lucro y provecho, sea justamente la gran de‐
rrota de la infancia. ¿Para qué?, pues: para nada. Juego para
nada, leo para nada, deseo tiempo para nada. Porque sí y para
nada que se parezca a la utilidad de los mercaderes. El «¿por
qué?» abre al mundo, invita a la conversación, nos ofrece el
pensamiento y la percepción. ¿Para qué escribo todo esto?
Pues para nada. Y porque me duele que los niños ya no pre‐
gunten porqué, quizá porque los adultos sólo hagamos cosas
para qué” (Posteo en Instagram de Carlos Skliar, 17 de junio
de 2020).4

Las producciones teóricas en Terapia Ocupacional justifican lo signifi‐


cativo en base a un para qué. El infante juega para interactuar con el
entorno, para expresar emociones, para apuntalar un desarrollo psico‐
motor. Avancemos un poco más:
“[Diversos autores] han estudiado que los niños y las niñas que
participan en juegos con frecuencia crecen rápidamente, expe‐
rimentan un mayor rendimiento en la escuela y desarrollan há‐
bitos saludables para la vida adulta. Desde esta perspectiva,
podemos vincular la percepción de salud y bienestar, con la
creación de rutinas, actividades diarias y la satisfacción que se
experimenta a través del juego, en el desarrollo de la infancia y
adolescencia” (Oyarzún Valdebenito, et al., 2021: 47).

Aquí se vislumbra cómo “lo significativo” del juego carga, en un fluir


entre lo implícito y lo explícito, con valores disciplinocéntricos (si se
permite el neologismo) en relación con el desarrollo y con la salud
(incluso, parecería, más que con el ámbito del derecho). En otras pala‐
bras, el carácter significativo del hacer lúdico, a la postre, queda esta‐
blecido desde nuestra propia cultura disciplinar, antes que desde los
sujetos protagonistas de la práctica. Más aún, el valor asociado cen‐
tralmente a la relación juego­desarrollo convive en las producciones
teóricas analizadas con un desentendimiento de las prácticas de los su‐
4 Recuperado de: https://www.instagram.com/p/CBjGVyDggO0/
Capítulo I 51
jetos como ámbitos de producción de saber, de organización social y
de construcción de experiencias superadoras de lo cotidiano (Enriz,
2014).
Siguiendo la propuesta de Skliar, una pregunta radicalmente
diferente es ¿por qué juega un niño o una niña? Y la posibilidad de
encontrar esa respuesta nos espera en cada encuentro singular en tanto
y en cuanto seamos capaces de ingresar en una lógica diferente, donde
lo significativo no se configura tanto por su aporte al desarrollo, sino
por las apropiaciones diferenciales de las infancias, siendo, en el acto
de jugar. Así, el sujeto se torna lo central, desde lo ético y la alteri‐
dad.
En línea con el corrimiento discursivo planteado al inicio de
este capítulo, quizá podamos encontrar fundamentos diferentes acerca
de lo significativo, partir de un cambio de términos para nada menor:
del juego al jugar. Esto no constituye un mero “juego de palabras”
aséptico, sino que el abandono de “el juego” como entelequia, deman‐
da a su vez el abandono de “la infancia” como categoría singular y
universal.
El antropólogo Jerry Chacón (2015) plantea que el plural “in‐
fancias” tiene lugar porque existen, por lo menos, dos: “la primera se
refiere a la realidad concreta vivida por niñas y niños, la segunda es el
complejo de ideas, imágenes y representaciones que cada sociedad
hace de ellos” (Chacón, 2015: 137). Es interesante la diferencia que
reconoce el antropólogo, es decir, ¿son distintas las representaciones
que como sociedad tenemos acerca del acontecer infantil y “la carne y
la sangre de la vida real” de los sujetos aludidos en los discursos? En
ese sentido, Minnicelli (2008) afirma que los niños y las niñas:
“están sujetos a las variantes históricas de significación de los
imaginarios de época, en tanto a lo largo de la historia se han
promovido dichos y decires de infancia y sobre ella. Éstos se
encuentran en discursos y prácticas que dan cuenta de discon‐
tinuidades y continuidades en los modos de considerar la niñez
en distintas épocas, en diferentes culturas y en diversos discur‐
sos disciplinares” (Minnicelli, 2008: 15).

Confundir el singular con lo universal nos enfrenta con un problema


de orden epistemológico ya que, “[puede tender] a homogeneizar y
enmascarar una gran variedad de experiencias de vida por las que
atraviesan los niños/as concretos/as, experiencias que justamente tie‐
nen que ver con la diversidad cultural y la desigualdad social” (Colán‐
52 Terapia Ocupacional & Antropología

gelo, 2003: 5). En el mismo sentido lo piensa Graciela Frigerio (2008)


al afirmar que frente a aquello que la modernidad denominaría infan‐
cia,
“el plural se impone para, al menos, albergar los matices, no
solo los que las miradas teóricas acentúan, sino los de las vidas
concretas de niños reales, frente a las cuales, además de ideas
y conceptos, es imposible evitar la conmoción de las sensacio‐
nes y sentimientos que suscitan” (Frigerio, 2008: 18).

La apelación a una infancia­en­singular de carácter universal nos de‐


manda una vigilancia epistemológica en tanto el imaginario histórico:
“protege al adulto de la alteridad radical que todo niño signifi‐
ca, niño cuya extranjería resulta cuestionante; omite el enigma
que porta todo niño real, enigma que incomoda. Cuando esto
ocurre, lo que se considera un saber consolidado sobre los
niños se pone al servicio de su ocultamiento y puede llegar a
impedir ver al niño real, que queda cubierto por representacio‐
nes, nociones, prejuicios, anticipaciones acerca de su ser o de
su deber ser. Llamaremos a esto el riesgo de un saber clausu‐
rante” (Frigerio, 2008: 85).

De igual modo, algo similar debería advertirse para la pro‐


puesta de “infancias” en plural, en tanto un cambio de morfología no
garantiza en sí misma la ausencia de aproximaciones etnocéntricas.
¿Qué camino tomar entonces?
A propósito de las tensiones antropológicas, Lawlor (2003)
nos propone la adopción consciente de un tipo de “lente etnográfica”
que permita transformar las formas de percibir, conocer y ser/estar con
otros, propios de una “mirada clínica”. Esta transformación demanda
una posición de vulnerabilidad, no necesariamente referida a una fra‐
gilidad emocional, sino a una forma de respetar y honrar las tramas
vitales de los actores. Hacer, no ya de la universalidad sino de la sin‐
gularidad, la pretensión y el presupuesto de algún conocimiento ético
posible (Testa, 2019).
Es sabido que las construcciones teóricas implican formas de
comprender al otro, que derivan en modos específicos de relación pa‐
ra generar conocimiento (Nabergoi et al., 2019). De ahí que, si lo que
se sostiene deviene en afirmación universal con fuerza de ley, pero sin
contenido, dichas construcciones no harán más que operar como un
saber clausurante.
Luego de este recorrido, no sería descabellado postular que la
Capítulo I 53
afirmación invariante: “el juego es la ocupación significativa de la in‐
fancia” se trata de un sentido común académico construido (y sosteni‐
do) desde una perspectiva disciplinocéntrica. Es decir que emerge
como una verdad disciplinar desde cosmovisiones propias de una cul‐
tura académica particular (donde se ponen en juego valores sobre la
salud y el desarrollo) que abonan a consolidar nociones cristalizadas,
dichos y decires de infancia­en­singular, sin generar espacios para un
protagonismo infantil. La frase, en este sentido, reactualiza en cada
discurso un saber que, a la vez que intenta comprender al otro en su
hacer, lo omite en su agencia y disputas de significación.
Lo escrito hasta aquí, pretende demarcar un camino de proble‐
matización necesario para desandar postulados que circulan en TO y
que adquieren rango de sentido común y fuerza de ley sin contenido.
Al fin y al cabo, “socavar los sentidos comunes ­en primer lugar, los
nuestros­ puede ser nuestra principal contribución a cualquier proceso
de cambio social” (Grimson, 2018: 99).
¿Es el juego la ocupación significativa de la infancia? Nuestro
sentido común académico puede todavía hacernos sentir que se trata
de una pregunta descabellada. Sin embargo, luego de lo revisado hasta
aquí, parecería oportuno volver a plantearla y no naturalizar respues‐
tas, ni dar por resuelto el debate.

La noción de práctica lúdica: una alternativa posible


“(…) una ciencia de interven‐
ción implica un encuentro de saberes que trascien‐
dan las fronteras académicas y disciplinares y
produzca o alimente nuevos campos de actuación
profesional o fortalezca los muchos existentes”

Gastón J. Gil, Terapia de la fe‐


licidad

“(…) la cultura es esa urdimbre


y el análisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no
una ciencia experimental en busca de leyes, sino
una ciencia interpretativa en busca de significacio‐
nes”

Clifford Geertz, La interpreta‐


ción de las culturas

Como afirma Gil (2021) en la cita que inaugura este apartado, la Tera‐
54 Terapia Ocupacional & Antropología

pia Ocupacional como institución que interviene en (sobre y con) el


mundo, demanda un encuentro de saberes que trascienda sus fronteras
disciplinares para producir o fortalecer sus campos de acción.
A partir del corrimiento epistemológico propuesto, en relación
a las infancias siendo en el acto de jugar, se torna fructífera la apela‐
ción a categorías antropológicas para comprender dicho fenómeno.
Tal es el caso de la noción de práctica lúdica. En primer lugar, pensar
la acción de jugar en términos de práctica, enfatiza el protagonismo de
los sujetos implicados ya que por ella entendemos “un proceso de
transformación de una realidad en otra realidad, requiriendo la inter‐
vención de un operador humano” (Barbier, 2000: 3). En la práctica,
los protagonistas centrales son los sujetos que las constituyen y que, al
mismo tiempo, son constituidos por ésta.
Respecto de “lo lúdico”, el investigador francés Gilles Brouge‐
re (1998, en Enriz 2014), destaca la presencia de tres aspectos combi‐
nados que permiten considerar a cierta práctica como lúdica:
“Por un lado, el aspecto material, que refiere al conjunto de
objetos vinculado entre sí para jugar, claro que no son los ob‐
jetos en sí mismos quienes cuentan con esta virtud, sino que el
uso que se hace de ellos los convierte en lúdicos. (…) El se‐
gundo aspecto de análisis es la estructura, que referencia al sis‐
tema de reglas en que el jugador enmarca su actividad y que
otorgan sentido a la práctica. Este sistema no basta para la
existencia del juego, y a su vez, no basta denominar juego a
una acción si no se inscribe en un marco de reglas que definan
lo posible e imposible para tal. Para superar esta instancia se
encuentra la práctica en sí, es decir la acción de jugar (…) [y]
las acciones o mejor dicho las actitudes que convierten la acti‐
vidad en tal” (Enriz, 2014: 31).

En el apartado El juego en la infancia: una ocupación significativa


dejamos pendientes algunas preguntas: ¿es posible establecer los lími‐
tes de un juego, en el sentido de definir “hasta acá es juego y a partir
de acá no”? ¿qué hacer puede considerarse juego? ¿juego para quién y
en qué sentido?
Como postula Gutiérrez Delgado (2004),
“el juego, de condiciones ambivalente (cualitativo y cuantitati‐
vo, pasado y presente… cierto e incierto) se resiste a una defi‐
nición categórica. Su significación es polisémica, pues implica
un amplio abanico de significados y su lectura, es múltiple. El
concepto de juego es tan versátil y elástico que presume de es‐
Capítulo I 55
caparse a una ubicación conceptual definitiva” (Gutiérrez Del‐
gado, 2004: 115).

La categoría de práctica lúdica, por su parte, aborda el juego desde las


prácticas que son definidas de tal modo por los sujetos implicados, de
modo que permite “desdibujar un poco los límites de lo que es y no es
juego, considerando en cambio las diversas formas de aproximarse a
diferentes situaciones y las definiciones de los sujetos sobre la prácti‐
ca” (Enriz, 2011: 107). Es decir que supone la reposición de la palabra
y de las condiciones materiales y simbólicas que construyen sentido
en los sujetos siendo en la ocupación. La posición de vulnerabilidad
propuesta por Lawlor (2003), es decir, la sensibilidad para dar cuenta
de las cosmovisiones nativas en torno al juego, puede colocarnos fren‐
te a perspectivas amplias y plurales del mundo.
La incorporación de esta noción como inspiración para la prác‐
tica profesional cotidiana, quizá permita operar un reemplazo en las
percepciones y categorías disciplinocéntricas que, más que “decir sin
decir”, diciendo, no dicen.

Conclusiones

Que “el juego es la ocupación significativa de la infancia” es una re‐


petición insistente en los postulados de la Terapia Ocupacional. Ello
es transmitido en el ámbito educativo durante el periodo de formación
y encuentra su eco en diversas publicaciones y desarrollos teóricos de
la disciplina. Ahora bien, ¿cuáles son las condiciones epistémicas de
las preguntas que sostienen tal afirmación? En otras palabras, ¿desde
qué lugar se entiende “lo significativo” del juego para las infancias?
Estas cuestiones son aspectos que no han sido problematizados sufi‐
cientemente. En consecuencia, la frase adquiere carácter de sentido
común académico y opera como categoría heredada que no permite
dar cuenta de los procesos que se materializan.
Como se pudo ver, la fundamentación sobre “lo significativo”
configura respuestas a un para qué. Así, el juego se tornaría significa‐
tivo en tanto sirve al infante para expresar emociones, para desarro‐
llar habilidades, para apuntalar un desarrollo psicomotor, para
explorar el ambiente. Esta concepción instrumental del juego esconde
el hecho de que tal cualidad de “significativo” es producto de una va‐
loración disciplinocéntrica que poco dice de las apropiaciones parti‐
56 Terapia Ocupacional & Antropología

culares de los sujetos aludidos en los discursos. Por otro lado,


(re)produce nociones de infancia­en­singular con carácter universal
que se tornan un obstáculo epistemológico para dar cuenta de subjeti‐
vidades diversas. Es así que, frente a tales afirmaciones como inva‐
riantes con fuerza de ley pero sin contenido, se vuelve necesaria la
adopción de una postura de vulnerabilidad que permita la recupera‐
ción de lo cotidiano como espacio clave de disputas de sentido, “co‐
mo [lo] obvio, fragmentario, recurrente, contradictorio, divergente,
con efecto de sentido para los actores sociales” (Edelstein, 2002;
476). Lo cotidiano como centro mismo del acontecer histórico (He‐
ller, 1987), donde los sujetos se vuelven protagonistas y constructo‐
res de sentidos. Es allí, en el hacer cotidiano, donde “lo significativo”
emergerá, no como una cualidad apriorística de juego, sino como
efecto de una praxis.
El ejercicio de un diálogo interdisciplinar, tomando conceptos
y métodos de la antropología social, hace posible esbozar otros deci‐
res sobre las infancias siendo en el acto de jugar. Este diálogo es cen‐
tral si entendemos que:
“en el pensamiento sobre la infancia no es posible establecer
una filiación única desde el punto de vista de las disciplinas,
en tanto se trata de una temática que requiere la exploración
de distintas dimensiones, que abre analíticas diversas y que se
vincula en muchos casos con demandas de intervención polí‐
tica, social o educativa. La delimitación entonces de un cam‐
po de estudios sobre la infancia resulta de la convergencia de
aportes que se generan dentro y en los bordes de las discipli‐
nas” (Stolkiner et al., 2017: 45­46).

Como profesionales sostenemos interpretaciones y explica‐


ciones sobre los fenómenos sociales a través de nuestros marcos
epistémicos. Es por ello que se hace imprescindible asumir una acti‐
tud de permanente vigilancia sobre los sentidos que construimos des‐
de ese lugar. Ello requiere apelar a una posición de reflexividad, lo
que implica una particular sensibilidad teórica y metodológica. Re‐
sulta necesario “reorganizar esquemas de pensamiento y acción a la
luz de categorías con mayor poder explicativo y problematizador de
la realidad, que permitan profundizar en las evidencias aparentes de
lo cotidiano” (Edelstein, 2002: 479).
Problematizar “el juego como una ocupación significativa”
quizá haya sido, en algún punto, también un jugar. Un jugar con el
Capítulo I 57
pensamiento. Parafraseando a Morales Ascencio (1996), un jugar co‐
mo modo de poner a trotar las palabras, las manos y los sueños. Más
aún, ha sido la osadía de transformar ese acto de jugar, en un texto vi‐
sible.

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CAPÍTULO II

Perspectiva ecológica en
Terapia Ocupacional.
Aportes de la Antropología para
pensar la salud en territorios
concretos

Vanesa Blanco

L
a actual preocupación mundial por el deterioro medioambiental
ha llevado a un aumento del interés académico por la temática.
La Terapia Ocupacional, como todas las disciplinas, responde a
las preocupaciones de la sociedad. En este sentido, el debate público
sobre el medio ambiente gira principalmente alrededor del impacto
negativo que las actividades humanas producen sobre el entorno. Asi‐
mismo, debemos destacar que los problemas medioambientales no se
deben simplemente a la utilización de recursos naturales o a la genera‐
ción de residuos. Los problemas ambientales surgen cuando los recur‐
sos son utilizados a un ritmo más acelerado que el de la naturaleza
para producirlos; o cuando los desechos son generados a un ritmo ma‐
yor a su capacidad de absorción (Tommasino, Foladori & Taks, 2005).
62 Terapia Ocupacional & Antropología

En este mismo sentido, se ha creado el término Antropoceno1 para de‐


signar a las repercusiones que tienen en el clima y la biodiversidad los
daños irreversibles ocasionados por el consumo excesivo de recursos
naturales. Hablar de Antropoceno implica afirmar que el ser humano y
su acción, han traspuesto un umbral (Svampa, 2016). En efecto, el
cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación y los
cambios en el modelo de producción y consumo representan riesgos
ambientales, generadores de desigualdades, que inciden directamente
en la salud de las personas. Por su parte, la Organización Mundial de
la Salud (OMS, 2015) afirma que muchos de los retos sanitarios ac‐
tuales, incluidas las enfermedades infecciosas, la malnutrición y las
enfermedades no transmisibles, están vinculados al deterioro de la
biodiversidad y los ecosistemas.
En lo que respecta a la actual crisis socioambiental, el origen
del concepto desarrollo sostenible2 se encuentra asociado a la crecien‐
te preocupación por considerar el vínculo existente entre el desarrollo
económico y social y sus efectos inmediatos sobre el medio natural.
De esta manera, se pretende garantizar el equilibrio entre el creci‐
miento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar so‐
cial. Asimismo, es importante destacar que durante las últimas
décadas, en América Latina, diversos conflictos asociados a pro‐
blemáticas ambientales cobraron relevancia en el espacio público, es‐
pecialmente en los países industrializados donde la degradación
ambiental da cuenta del deterioro sufrido en los niveles de calidad de
vida “son casos que llevan a poner el foco sobre problemas de orden
social que fueron históricamente invisibilizados” (Merlinsky, 2021:
21). En efecto, los conflictos socioambientales surgen a partir de la
apropiación y transformación del medio ambiente, donde quienes su‐
fren las consecuencias o perciben los riesgos en su salud y/o calidad
de vida contribuyen al surgimiento de demandas sociales y acciones
comunitarias. En ese sentido, debemos considerar que la mayoría de
1 El término Antropoceno fue creado por el biólogo estadounidense Eugene F.
Stoermer (1987) para designar una nueva época geológica que sigue al Holoceno
(época actual del período Cuaternario). Posteriormente, fue popularizado por el
holandés Paul Crutzen, premio Nobel de Química. Según Crutzen (2002) el término
hace referencia al impacto acumulado de las actividades humanas que convierten a
la humanidad en una fuerza geológica.
2 La declaración de Johannesburgo sobre el desarrollo sostenible (2002) lo definió
como el proceso mediante el cual se satisfacen las necesidades económicas, sociales
y culturales de la actual generación sin poner en riesgo a las generaciones futuras.
Capítulo II 63
los programas de promoción de la salud enfatizan más en los indivi‐
duos que en los ambientes. Por lo cual, se encuentran diseñados para
modificar los estilos de vida, que son considerados perjudiciales para
las personas, más que centrarse en los ambientes como promotores de
salud.
Desde Terapia Ocupacional, las relaciones entre salud­ambien‐
te y sociedad han recibido insuficiente atención. La inclusión de la
perspectiva ecológica en Terapia Ocupacional implica la necesidad de
superar la dicotomía naturaleza­sociedad/humano­no humano, así co‐
mo también la visión antropocéntrica desde la cual las personas se ubi‐
can por encima de la naturaleza. De la misma manera, requiere el
estudio y análisis del rol del medioambiente como promotor de la sa‐
lud colectiva. A su vez, resulta fundamental la exploración de la natu‐
raleza política de las diversas situaciones de la vida cotidiana
(Kronenberg & Pollard, 2006) lo que implica comprender la realidad
social desde el punto de vista de quienes están involucrados. En este
sentido, cobra relevancia la antropología que históricamente se inte‐
resó por el estudio de la relación entre las poblaciones humanas y su
entorno natural, donde el análisis de la relación ambiente­cultura ha
ocupado un lugar central. En este contexto, entre los trabajos más rele‐
vantes, podemos mencionar a la ecología cultural desarrollada por Ju‐
lian Steward y la antropología ecológica de Roy Rappaport.
Julian Steward (1902­1972), en su trabajo sobre la ecología
cultural plantea, fundamentalmente, el efecto del entorno en la cultu‐
ra, aportándole a esta discusión la posibilidad de ver el ambiente como
un factor clave en la evolución de las sociedades. De esta manera, se
enfocó en las similitudes que existen entre sociedades que participan
de ambientes parecidos. Así, Steward destacó que los rasgos culturales
evolucionan como adaptaciones a su entorno local y que, dentro de
una determinada cultura, existen rasgos que se encuentran influencia‐
dos por los factores medioambientales locales. En consecuencia, pos‐
tula que los factores medioambientales específicos moldean rasgos
culturales concretos (Steward, 1972).
Por otra parte, el trabajo de Rappaport (1926­1997) es recono‐
cido por el desarrollo de la antropología ecológica. Rappaport se
centró en el estudio de las interrelaciones entre cultura y ecología en
función a la adaptación de los individuos a sus ecosistemas.3 Su pro‐
3 El total de las entidades vivientes y no vivientes íntimamente relacionadas en
intercambios materiales dentro de una porción definida de la biosfera (Rappaport
(1987).
64 Terapia Ocupacional & Antropología

puesta, dentro de la Teoría General de Sistemas, se concentra en los


factores limitantes y los mecanismos reguladores (como la religión y
la guerra) que posibilitan el equilibrio entre la población y los recur‐
sos naturales para evitar el colapso del ecosistema. A su vez, reconoce
que la forma en la que las personas interaccionan con cualquier eco‐
sistema depende de la composición y estructura del mismo y, a su vez,
del bagaje cultural heredado y difundido por generaciones. Según
postula Rappaport (1987), las personas actúan en la naturaleza según
sus conceptos y deseos, tienen una gran capacidad para aprender y co‐
rregir sus conocimientos sobre el medio ambiente. Por lo cual, sostie‐
ne que en los sistemas ecológicos en los que intervienen las personas
es de esperar que los mecanismos de auto­regulación incluyan impor‐
tantes componentes culturales, bajo la forma de sistemas simbólicos,
pautas de conducta o racionalizaciones.
Asimismo, la antropología con sus herramientas teóricas y me‐
todológicas permite el estudio y análisis de las relaciones entre el me‐
dio ambiente, el proceso salud/enfermedad/atención/cuidado y la
exclusión social, haciendo partícipes a quienes habitan la cotidianidad
del territorio estudiado. De la misma manera, nos invita a pensar la
complejidad de los fenómenos sociales reconociendo “el conflicto”
sin dejar de percibir la existencia de una sociedad marcadamente desi‐
gual. Desde el enfoque socio­antropológico de la salud, cobran rele‐
vancia las diversas articulaciones culturales y discursivas, significados
y prácticas, tanto de los actores sociales como de las instituciones que
integran el conflicto. De esta manera, los terapistas ocupacionales se‐
remos capaces de ampliar nuestra comprensión sobre la forma en que
repercuten las acciones humanas sobre el medio ambiente natural pro‐
vocando, en muchas ocasiones, daños irreversibles en la salud de las
personas. Al respecto, Simó Algado & Abregú (2015) sostienen que
“durante el paradigma mecanicista la Terapia Ocupacional se centró
en el análisis de los aspectos físicos del medio, mostrando una grave
negligencia ante los condicionantes sociopolíticos, económicos y
ecológicos” (Simó Algado & Abregú, 2015: 33).
El presente capítulo se encargará de profundizar el conoci‐
miento sobre la relación salud, ambiente y sociedad desde un enfoque
crítico de la Terapia Ocupacional. De esta manera, en un primer mo‐
mento se desarrollará un acercamiento a los conflictos socioambienta‐
les desde el marco teórico de las actividades políticas de la vida diaria
(ApVD). Luego de ello, se explorarán las principales aproximaciones,
Capítulo II 65
teóricas y prácticas, de la Terapia Ocupacional a la ecología. Además,
este apartado alude a la relevancia del estudio de casos en profundi‐
dad, por lo cual se expone el trabajo realizado por la autora. Por últi‐
mo, se abordará el concepto de desarrollo sostenible desde la
perspectiva de la terapia ocupacional.

Actividades políticas de la vida diaria: una introducción a los


conflictos socioambientales

En América Latina, a partir de diversos conflictos socioambientales,


adquirieron mayor visibilidad situaciones de disputa en las que predo‐
mina un contenido ambiental, social y ecológico. Los conflictos so‐
cioambientales, surgen a partir de la apropiación y transformación de
recursos naturales y territoriales que, según Svampa (2012) “expresan
diferentes concepciones sobre el territorio, la naturaleza y el ambiente,
así como van estableciendo una disputa acerca de lo que se entiende
por desarrollo y, de manera más general, por democracia” (Svampa,
2012: 19). Así, surgieron nuevas formas de movilización y participa‐
ción ciudadana, centradas en la defensa de los bienes naturales, la bio‐
diversidad y el ambiente (Svampa, 2012).
En este contexto, la ecología política4 se ha convertido en uno
de los marcos analíticos más utilizados en el estudio de los problemas
socioambientales. En esta perspectiva, “convergen diversas discipli‐
nas que tienen como objetivo común establecer las causas y efectos de
la degradación ambiental” (Comas D'Argemir, 1999: 80). Igualmente,
la ecología política discute los aspectos de la sistematización social de
la naturaleza no sólo en cuanto a los asuntos “materiales”, como tales,
sino a su construcción imaginaria o simbólica (Palacio, 2006). En
consecuencia, analiza las disputas, luchas y negociaciones de los acto‐
res sociales, identificando los daños que son percibidos por la comu‐

4 La ecología política se desarrolla a partir de la década de 1980. El término fue


empleado por primera vez por Frank Thone en un artículo publicado en 1935
“Nature Rambling: We Fight for Grass”. Posteriormente, Eric R. Wolf
(1972) introduce el término en el artículo “Propiedad y Ecología Política”, donde
define a la ecología política como el estudio de la forma en que las relaciones de
poder median las relaciones humano­medio ambiente. Sus principales temas de
interés, están representados por las diferencias sociales en el acceso a los recursos, el
papel de los factores políticos en el uso y gestión de los mismos, las dinámicas de
desarrollo y sus efectos sobre el medio ambiente, así como la articulación entre los
contextos locales y la globalidad (Comas d'Argemir, 1999).
66 Terapia Ocupacional & Antropología

nidad. Desde el punto de vista crítico de la Terapia Ocupacional los


conflictos sociales son entendidos como parte de la dinámica de las
relaciones sociales (Galheigo, 2006). Así, el enfoque crítico debe co‐
menzar por comprender la macroestructura “lo cual contribuye al de‐
sarrollo de una comprensión de la realidad experimentada por las
personas involucradas y por la historia y el contexto de las vidas de
las personas como procesos socialmente construidos” (Galheigo,
2006: 93). Paralelamente, resulta fundamental estudiar y comprender
la realidad social desde el punto de vista de quienes están involucra‐
dos, así como también “es esencial conocer el modo en que las perso‐
nas experimentan sus vidas cotidianas” (Galheigo, 2006: 93).
Desde el marco conceptual de las ApVD, se considera a la
política como un aspecto de la ocupación humana (Kronenberg & Po‐
llard, 2006). Así, la exploración de los conflictos desde Terapia Ocu‐
pacional debe incluir el estudio de los actores sociales implicados, así
como también sus metas e intereses (Kronenberg & Pollard, 2006). La
valoración de los procesos diarios que conforman la vida de las perso‐
nas ­con respecto al medio ambiente que habitan y las formas de vin‐
cularse con lo no humano­ requieren estudios en profundidad que
incluyan el análisis del discurso, significados y prácticas. Frente a un
mundo globalizado y guiado por la idea del progreso, los conflictos
socioambientales requieren la exploración de las causas que los deter‐
minan y sus consecuencias, lo que permitirá detectar las diferentes
formas de violencia y las bases estructurales que las producen. Como
señala Harvey (1996) hay una dimensión simbólica, un cierto tipo de
imperialismo cultural, que supone que ciertos grupos sociales deben
quedar asociados con la contaminación, suciedad y peligros tóxicos.
En consecuencia, los riesgos y daños recaen sobre los grupos más vul‐
nerables, “cualquier impacto negativo sobre la salud se producirá so‐
bre los menos capacitados para afrontarlo” (Harvey, 1996: 473). En
este contexto, el movimiento de justicia ambiental5 sostiene que la
distribución de los riesgos e impactos ambientales se encuentra me‐
diada por relaciones de poder asimétricas y desiguales. En relación
con ello, Harvey (1996) sostiene que la justicia ha de ser esencialmen‐

5El concepto de justicia ambiental surge, a principios de la década de los ochenta, en


Estados Unidos debido a las protestas sociales urbanas que se llevaron a cabo a
causa de la distribución desigual de riesgos ambientales ocasionadas por los
vertederos de residuos tóxicos en comunidades afroamericanas.
Capítulo II 67
te considerada como un principio (o una serie de principios) para re‐
solver demandas conflictivas.
Desde el marco de la justicia ambiental, se toman en cuenta
las dimensiones espacial y social; y se pretende asegurar que, en cues‐
tiones de salud, todas las comunidades tengan igual protección contra
los riesgos medioambientales. A su vez, se procura garantizar el mis‐
mo derecho a vivir en un medio ambiente seguro, independientemente
de la etnia, género, identidad o nivel de ingresos económicos. Según
postula Harvey (1996) el movimiento por la justicia ambiental invoca
principios igualitarios buscando una distribución más equitativa de
ventajas y cargas medioambientales.
En lo que refiere a la relación entre los conflictos socioam‐
bientales y la Terapia Ocupacional, desde el marco conceptual de las
actividades políticas de la vida diaria (ApVD) se apela a la explora‐
ción de “la naturaleza política de las diversas situaciones de la vida
cotidiana que se encuentran en la práctica, la investigación y la educa‐
ción de la terapia ocupacional” (Kronenberg & Pollard, 2006: 59). A
su vez, desde un posicionamiento en la Terapia Ocupacional con pers‐
pectiva crítica “la emancipación y la construcción de una consciencia
alrededor del derecho a tener derechos debe ser el foco del cuidado
comunitario” (Galheigo, 2006: 94). En este sentido, los dilemas
ecológicos han consolidado movimientos sociales que ponen de mani‐
fiesto cómo impactan las decisiones políticas en sus formas de vida.
La conciencia de los riesgos es, para Latour (2005), lo que nos une ca‐
da vez más a los otros. Así, estamos cada vez más vinculados a la
multitud de seres por compartir los riesgos y por estar conscientes de
que las consecuencias de nuestras acciones nos ligan a los otros (La‐
tour, 2005). De igual manera, Merlinsky (2021) afirma que “un punto
clave es que los reclamos se experimentan y se exhiben mediante for‐
mas tangibles de sufrimiento que impactan en la vida cotidiana y que
son consecuencias de desigualdades en la asignación de bienes, locali‐
zaciones territoriales y reparto de daños” (Merlinsky, 2021: 122). Res‐
pecto a la gestión de los riesgos, según postula Harvey (1996) desde
la concepción estándar el planteamiento general es intervenir después
de los hechos. Así, la estrategia más utilizada por parte del Estado es
negociar soluciones con el sector privado de acuerdo con un criterio
ad hoc y caso por caso (Harvey, 1996).
De esta manera, a partir de la resonancia de los conflictos, se
68 Terapia Ocupacional & Antropología

establecen conexiones entre el medio ambiente y el bienestar de las


poblaciones que estimulan prácticas políticas y devienen en el surgi‐
miento de “nuevas prácticas ocupacionales”. Un aspecto fundamental
es que, en la mayoría de los casos, estas propuestas surgen de la mis‐
ma comunidad y no se limitan exclusivamente a los actores académi‐
cos. En efecto, los riesgos ambientales originan una respuesta
comunitaria que se sustenta en la implementación de modos alternati‐
vos de producción y consumo, prácticas y estilos de vida, que eviden‐
cian la preocupación de diversos grupos sociales por el impacto de la
degradación ambiental en su salud y bienestar. En este sentido, Filho
& Paim (2013) sostienen que “la participación política es la principal
estrategia de transformación de la realidad de salud” (Filho & Paim,
2013: 9). En efecto, desde la perspectiva de la salud colectiva se in‐
cluye como aspecto relevante la lectura de la estructura social para en‐
tender las desigualdades en salud. A su vez, involucra prácticas que
toman como objeto las necesidades sociales de salud e incluye inter‐
venciones centradas en los grupos y en los ambientes. Es así que el
abordaje desde la salud colectiva,6 se encuentra sustentado por tres ca‐
tegorías analíticas: la determinación social de la salud, la reproduc‐
ción social y el metabolismo sociedad­naturaleza (Casallas Murillo,
2017). Siguiendo a Laurell (1986) uno de los mayores aportes desde
el campo de la salud colectiva es que “postula la necesidad de anali‐
zar los fenómenos de salud y enfermedad en el contexto del acontecer
económico, político e ideológico de la sociedad y no sólo como fenó‐
menos biológicos que atañen a los individuos” (Laurell, 1986: 1).
Aquí, desde la antropología de la salud, cobra relevancia el trabajo
realizado por Menéndez (1998) donde a partir del concepto de modelo
médico hegemónico describe los efectos en la salud de las poblacio‐
nes a partir de una mirada que privilegió el análisis de la enfermedad
desde una visión biologicista, individualista, ahistórica, asocial,
asimétrica y de participación subordinada del paciente. En concordan‐
cia con De Souza Minayo (2001) las ciencias sociales han contribuido
a pensar la relación salud­enfermedad desde un lugar distinto de
6 Filho y Paim (2013) afirman que la Salud Colectiva contribuye con el estudio del
fenómeno salud/enfermedad en poblaciones en su carácter de proceso social;
investiga la producción y distribución de las enfermedades en la sociedad como
procesos de producción y reproducción social; procura comprender las formas con
que la sociedad identifica sus necesidades y problemas de salud, busca su
explicación y se organiza para enfrentarlos.
Capítulo II 69
acuerdo a las circunstancias sociales que las determinan y, a su vez,
contribuyó a la configuración de espacios para la participación comu‐
nitaria en los programas de salud. Metodológicamente, uno de los ma‐
yores aportes es lograr que el enfoque cualitativo y sus técnicas sean
incorporados a la investigación en salud (De Souza Minayo, 2001).

La ecología en Terapia Ocupacional

La ecología7 es el estudio de las relaciones entre los seres vivos y su


entorno. Como postula Milton (2001), en el mundo descripto desde la
antropología no existe una única ecología humana sino una multitud
de distintas “ecologías”, cada una de las cuales, ha sido generada por
una experiencia distinta del mundo y representa su propio y único mo‐
do de comprenderlo. En ese sentido, Milton (2001) afirma que las so‐
ciedades industriales comprenden muchos modos de relacionarse con
el entorno donde el problema de cómo vivir de un modo sostenible es,
generalmente, considerado como uno de los retos más difíciles que
debemos afrontar. A su vez, es importante no sólo saber qué tipos de
actividades humanas perjudican el entorno y de qué modo lo hacen,
sino también qué tipos de actividades son beneficiosas (Milton, 2001).
Desde Terapia Ocupacional, Wilcock (1999) definió al modelo
ecológico de la salud como “la promoción de relaciones saludables
entre humanos, otros organismos vivos, sus entornos, hábitos y modos
de vida” (Wilcock, 1999: 21). A su vez, señaló que el modelo mencio‐
nado es el menos comprendido y el más vital en términos de la salud a
largo plazo. Por otra parte, Simó Algado (2012), creador del proyecto
comunitario Jardín Miquel Martí i Pol,8 propone el desarrollo de una
Terapia Oupacional eco­social “cuyo principal objetivo es la co­crea‐
ción de comunidades inclusivas y sostenibles” (Simó Algado, 2012:
13). Esas comunidades pueden definirse como:
7 El término fue creado en 1866 por el filósofo alemán Ernst Haeckel, quien la
definió como la ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos con su ambiente.
Desde el punto de vista etimológico, la palabra ecología deriva del griego ökologie
compuesta de la unión de los vocablos griegos oikos, que significa casa, hogar o
vivienda, y logos, que significa ciencia o estudio.
8 En este proyecto estudiantes de T.O junto a personas en situación de exclusión
social, por motivos relacionados con la enfermedad mental, la pobreza y/o la
inmigración, trabajaron en la creación y mantenimiento de un jardín abierto a toda la
ciudadanía en el campus de la Universidad de Vic en Barcelona. El mismo es un
jardín lineal de 5 kilómetros, integrando los espacios verdes de la ciudad con el
bosque de ribera.
70 Terapia Ocupacional & Antropología

“aquel grupo humano que se reconoce interdependiente y en el


que toda persona se siente y participa como ciudadano de ple‐
no derecho, a pesar de cualquier problemática, y que se desa‐
rrolla en armonía con el medio natural asegurando las
necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones
futuras para satisfacer las propias” (Simó Algado, 2012: 13).

De esta manera, el concepto de comunidades inclusivas y sostenibles,


nos invita a comprender la importancia de mantener los espacios natu‐
rales y, a su vez, de guiar a las personas y comunidades hacia estilos
de vida sostenibles, abordando su salud y bienestar de forma integra‐
da.
Por otra parte, según sostiene Wilcock (2006), los terapistas
ocupacionales necesitan enfocarse en cómo las personas pueden al‐
canzar sus potenciales creativos, su necesidad de hacer, ser y llegar a
ser sin dañar el medio ambiente. En este sentido, la misma autora afir‐
ma que:
“los gobiernos requerirán ayuda para comprender la importan‐
cia de la necesidad humana de la ocupación de tal manera que
mantenga los entornos naturales y, a la vez, proporcione un de‐
safío suficiente a las capacidades y el potencial de las personas
para que los individuos y las comunidades puedan florecer co‐
mo una parte integrada de la ecología” (Wilcock, 1999: 21).

Otros aportes desde Terapia Ocupacional relacionados con la


crisis ecológica fueron desarrollados por Simó Algado & Abregú
(2015) a partir del caso de estudio de la megaminería en Argentina.
De esta manera, describen el impacto generado por esta forma de ex‐
tracción de recursos naturales en materia de salud, trabajo, ecología,
cultura y derechos humanos. Según sus autores, casos como el de la
megaminería nos cuestionan como expertos en ocupación. Por lo cual,
plantean la necesidad de lograr una mayor comprensión y conciencia
de la crisis medio ambiental y de las posibles soluciones, lo que impli‐
ca plantear alternativas de patrones ocupacionales, por lo que abogan
por “comprender y abordar la disfunción ocupacional asociada a la
destrucción del medio ambiente” (Simó Algado & Abregú, 2015: 30).
Además, enfatizan en la necesidad de desarrollar una Terapia Ocupa‐
cional eco­social que “aborda de forma integrada las cuestiones de sa‐
lud, sociales y medioambientales” (Simó Algado & Abregú, 2015:
Capítulo II 71
37).
En la misma línea, Simó Algado (2012) sostiene que no es po‐
sible separar a la salud de la ecología y que la ocupación humana ha
sido un factor clave en la génesis del problema. De esta manera, defi‐
ne a la ecología ocupacional como:
“un doble movimiento de acción­reflexión, entendido como la
toma de conciencia del genocidio ecológico al que nos enfren‐
tamos que pone el peligro la vida misma en la tierra, momento
de reflexión; que debe ser seguido por la toma de medidas
proactivas para, a través de la ocupación humana, restablecer
el equilibrio con el medio ambiente, momento de acción. Una
acción consciente del ingente potencial terapéutico de la natu‐
raleza” (Simó Algado, 2012: 13).

En lo que respecta a las prácticas ecológicas, se puede obser‐


var que la mayor parte de la producción académica desde Terapia
Ocupacional, se fundamenta en la efectividad de su uso a nivel te‐
rapéutico. Aquí, podemos mencionar el trabajo realizado por Castillón
Daniel & Xifré Diaz (2019) que, a través de la implementación de un
programa de jardinería para adultos mayores institucionalizados con
deterioro cognitivo, sostienen que la jardinería favorece la autonomía,
inclusión y relaciones interpersonales. Por su parte, Maruri Montalván
(2016) realizó un programa de actividades de reciclaje con enfoque
ocupacional donde su objetivo fue determinar sus beneficios en pa‐
cientes esquizofrénicos. Al respecto, su autora afirma que esta inter‐
vención terapéutica mejora la calidad de vida del paciente,
favoreciendo su ajuste laboral, reduciendo la severidad de síntomas y
las posibilidades de recaída. Asimismo, Lescano Navarro & Carrera
López (2017) exploraron la eficacia de la terapia hortícola como alter‐
nativa terapéutica para disminuir la depresión en pacientes con acci‐
dente cerebrovascular. Entre sus hallazgos, las autoras evidenciaron
que la aplicación de la terapia hortícola ayudó a disminuir la depre‐
sión en su población de estudio, así como también se evidenció que es
un medio terapéutico que permite mejorar habilidades y destrezas. Por
último, podemos mencionar el trabajo realizado por Romero Villama‐
gua (2019) a través de un programa de horticultura terapéutica en
niños y jóvenes con discapacidad intelectual moderada. El autor sos‐
tiene que el taller estimuló la capacidad de trabajar en equipo, incen‐
tivó la toma de decisiones y, a su vez, mejoró la comunicación y
72 Terapia Ocupacional & Antropología

cooperación entre sus miembros.


Así, la amplia gama de estudios sobre las distintas modalida‐
des y usos de estas actividades (principalmente huerta, jardinería y re‐
ciclado de diferentes materiales desechables) se han desarrollado en el
marco terapéutico individual y grupal que, a su vez, se encuentran
atravesados por diferentes factores como la edad y las patologías. A
pesar de que promueven la relación armoniosa con el medio ambiente
natural, no se encuentran encuadradas dentro de los principios de la
sostenibilidad ambiental como sustento teórico, ni se contemplan sus
posibles beneficios a la salud colectiva.

Exploración de las prácticas ecológicas comunitarias: la


relevancia del estudio de casos

Como postula Zango Martin (2017) uno de los principales re‐


tos de la Terapia Ocupacional es la aplicación del conocimiento sobre
la ocupación a los diferentes tipos de prácticas comunitarias. Por su
parte, Palacios (2017) sostiene que a partir de las prácticas desarrolla‐
das en Latinoamérica se hace necesario situar a la ocupación como
una producción social. Las prácticas comunitarias de Terapia Ocupa‐
cional se expresan en lugares que forman parte de la vida cotidiana,
donde se producen ocupaciones colectivas, por lo que es necesario
comprenderla situándose en la propia comunidad y desde sus condi‐
ciones materiales, muchas veces adversas e injustas (Palacios, 2017).
Además, en lo que respecta a las intervenciones comunitarias, debe‐
mos destacar la importancia del estudio de casos, “cualquier estrategia
de intervención debe contar con un conocimiento profundo de los co‐
lectivos y sujetos que serían sus destinatarios” (Gil, 2019). Tal y como
plantea Gil (2021), una investigación en profundidad sobre un refe‐
rente empírico concreto, siempre es mucho más que un simple “caso”.
En esta misma línea, el trabajo realizado para la tesis de fin de grado
de la licenciatura en Terapia Ocupacional sobre las mingas de bio‐
construcción9 permitió la exploración de una práctica ecológica co‐
munitaria que no había sido estudiada desde la disciplina (Blanco,
2021). Esta tesis es el resultado del trabajo de campo etnográfico rea‐
9 La bioconstrucción constituye un sistema de edificación realizado con materiales
reciclados o extraídos de la naturaleza, que busca establecer una relación armoniosa
entre lo construido, el medio ambiente y las personas que habitan los espacios.
Capítulo II 73

lizado en las ciudades de Mar del Plata y Santa Clara del Mar (Provin‐
cia de Buenos Aires, Argentina) durante el período 2019/2020. En este
sentido, la disciplina antropológica, y en particular la densidad del
método etnográfico, constituyen herramientas conceptuales indispen‐
sables para la formación de profesionales en el área de salud (Gil &
Incaurgarat, 2018). En efecto, este proyecto de investigación surgió a
partir del Seminario de teoría y práctica etnográfica aplicadas al
campo de la salud.10 Una de sus finalidades fue identificar cómo los
saberes y las prácticas, que conciernen a la relación de las personas
con el medio ambiente natural, influyen en la salud y bienestar de los
individuos y comunidades. Por otra parte, el estudio aspiró a visibili‐
zar una perspectiva habitacional, diferente a la hegemónica, que con‐
templa el fortalecimiento de las comunidades y la producción de
hábitats sostenibles y de bajo costo. De esta manera, se procuró supe‐
rar el foco tradicional considerando las condiciones estructurales en
las que se procesan las prácticas ecológicas y se incluyó como cate‐
goría de análisis a las desigualdades sociales.
Las mingas11 constituyen una antigua tradición andina, preco‐
lombina, de trabajo colectivo con fines de utilidad social. De igual
manera, en la sociedad contemporánea, aparecen grupos que han recu‐
perado esta forma tradicional de organización social aplicándola a la
construcción natural de viviendas y espacios comunitarios.12 A pesar
de que en la actualidad han sufrido transformaciones sus característi‐
cas fundamentales se mantienen en el tiempo. En este contexto, apare‐
cen formas novedosas de participación social que demuestran el
involucramiento de la comunidad en actividades de impacto benéfico
para el medio ambiente y para la salud de las personas.

10 Seminario cuatrimestral optativo dictado en la Facultad de Ciencias de la Salud y


Trabajo Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
11 La palabra minga proviene del quechua “mink'a”, que según el diccionario de la
RAE, significa reunión de amigos y vecinos para hacer algún trabajo gratuito en
común.
12 La bioconstrucción o construcción natural a diferencia de la construcción
convencional se desarrolla en un ambiente libre de numerosas sustancias tóxicas y
contaminantes para la salud, por lo tanto, no se emiten vapores, polvo, partículas u
olores perjudiciales (ya sea en su fabricación o en su utilización) y, a su vez, los
materiales naturales y reciclados se ensamblan de forma artesanal por lo que no se
requiere maquinaria pesada (con lo cual se evita la contaminación producto del ruido
y la peligrosidad del uso de las maquinarias). Por otra parte, esta actividad es
realizada en grandes espacios al aire libre, generalmente, en barrios que cuentan con
escasa edificación (Blanco, 2021: 112).
74 Terapia Ocupacional & Antropología

Por otra parte, la organización de esta práctica ecológica co‐


munitaria es realizada principalmente a través de las redes sociales
virtuales, y se expone mediante propuestas educativas y colaborativas
definidas como “minga/taller”, en las cuales a partir del trabajo vo‐
luntario en una causa preestablecida se aprende una técnica de cons‐
trucción natural o partes de su proceso (construcción en barro,
bastidores ensamblados, paja encofrada, construcción de hornos y/o
estufas rocket, techos vivos, realización de pinturas naturales, etc.).
Así, las mingas se organizan en torno a la construcción de una vivien‐
da de carácter social o un espacio para una comunidad (comedor, so‐
ciedad de fomento, biblioteca, unidad barrial, jardín, entre otros). La
participación de los actores sociales, por su parte, se presenta como
una manifestación de temas sociales actuales evidenciándose en la
problematización y en la movilización comunitaria ante la presencia
de desigualdades.
En lo que respecta a los grupos de trabajo, se encuentran
constituidos principalmente por: especialistas en la temática (grupos
bioconstructores), personas que se unen a colaborar por voluntad pro‐
pia y la comunidad destinataria del proyecto o vivienda social. De es‐
ta manera, esta práctica reveló un claro ejemplo de trabajo
comunitario enmarcado en el concepto de reciprocidad, donde se po‐
nen en juego la participación y la gestión comunitaria. Arribas, Boi‐
vin & Rosato (2004) afirman que “el intercambio recíproco, revelado
por la Antropología como el mecanismo central de constitución de las
sociedades primitivas, no deja de estar presente en las sociedades mo‐
dernas” (Arribas, Boivin & Rosato, 2004: 331). Los autores sostienen
que las sociedades de clases también recurren a la reciprocidad ante
la emergencia de crisis.
Por otra parte, la minga no es solo una actividad que organiza
un colectivo, el esfuerzo comunitario actúa como un elemento de
cohesión donde las personas tienen la oportunidad de compartir,
construir lazos y trabajar por un bien común. Asimismo, se pudo esta‐
blecer que este trabajo comunitario se encuentra motivado por dos
temáticas principales: las desigualdades sociales y el cuidado medio
ambiental. En ese sentido, esta actividad no solo busca aliviar pro‐
blemáticas contemporáneas a través del trabajo colectivo, sino que
también promueve la relación armoniosa con el medio ambiente na‐
Capítulo II 75
tural y, a su vez, evidencia claras ideas de su vinculación con la salud
y el bienestar de las personas (Blanco, 2021). A su vez, este proceso
participativo, se encuentra comprendido dentro del concepto de Pro‐
ducción Social del Hábitat (PSH)13 el cual involucra “procesos auto‐
gestionarios colectivos, por implicar capacitación, participación
responsable, organización y la solidaridad activa de los pobladores, lo
cual contribuye a fortalecer las prácticas comunitarias, el ejercicio di‐
recto de la democracia, la autoestima de los participantes y una convi‐
vencia social más vigorosa” (Ortiz Flores, 2012: 35). En efecto, las
mingas de bioconstrucción con fines sociales representan una alterna‐
tiva habitacional, diferente a la hegemónica, con ventajas económicas,
sociales y ecológicas. Estos espacios, desde un punto de vista ambien‐
tal influyen directamente sobre el medio ambiente y desde un punto
de vista social, son generadores de impactos benéficos directos en la
comunidad (Blanco, 2021). Por otra parte, implican múltiples varian‐
tes productivas que a través del aprendizaje pueden ser fácilmente re‐
producidas, fomentando así la autonomía de las personas.
Igualmente, debemos considerar que la emergencia habitacio‐
nal requiere de un abordaje transdisciplinar por la complejidad de la
causa y las consecuencias directas que trae en la calidad de vida de las
personas. En el caso estudiado, la ocupación comunitaria representa la
estrategia que determina la participación y movilización de las perso‐
nas. De esta forma, la Terapia Ocupacional desde una perspectiva de
construcción y mejoramiento del hábitat, podría aportar sus conoci‐
mientos sobre la protección y promoción de la salud. A su vez, podría
sumarse al esfuerzo transdisciplinario fomentando las iniciativas loca‐
les y el involucramiento de la comunidad utilizando la ocupación co‐
mo promotora de bienestar y autonomía.
Por otra parte, a través de la mirada antropológica fue posible
comprender que esta actividad ecológica y colaborativa responde a
formas de ver el mundo y actuar en él. Así es que, en la mayoría de
los casos, la gestión de los proyectos y la participación en las mingas
13 Ortiz Flores (2012) distingue a la PSH de la autoconstrucción, debido a que esta
última es la práctica de construir la vivienda por los propios usuarios (sin asistencia)
y puede realizarse bajo procesos individuales familiares (autoayuda) o colectivos­
solidarios (ayuda mutua). Por otro lado, la PSH “comprende todos aquellos procesos
generadores de espacios habitables, componentes urbanos y viviendas que se
realizan bajo el control de autoproductores y otros agentes sociales que operan sin
fines de lucro”.
76 Terapia Ocupacional & Antropología

trasciende la elección de una técnica constructiva ecológica, dado que


está guiada por preceptos éticos y estéticos definidos (Blanco, D´An‐
gelo y Gil, 2022). De esta manera, en la cotidianidad de la minga, la
multiplicidad de actividades y experiencias ligadas a saberes y prácti‐
cas, diferentes a aquellas tradicionalmente asociadas a la vida urbana,
dan cuenta de un estilo de vida particular. En el caso de la biocons‐
trucción, la conceptualización como estilo de vida sostenible permite
encuadrarlo como un conjunto de elecciones y comportamientos so‐
ciales que pretenden minimizar el impacto al medio ambiente (uso de
recursos naturales, emisiones de CO2, residuos y contaminación), y fa‐
vorecer un desarrollo socioeconómico equitativo y una mejor calidad
de vida para todos (Programa de las Naciones Unidas para el Medio
Ambiente, 2014). En efecto, en torno a la bioconstrucción de vivien‐
das se observaron diferentes actividades ecológicas comunitarias, en‐
marcadas en los principios de la sostenibilidad ambiental. Así, se
evidencia cómo los riesgos ambientales originan una respuesta comu‐
nitaria que se sustenta en la implementación de “nuevas prácticas” que
forman parte de la cotidianidad de las personas, tales como la reutili‐
zación, reciclaje y compostaje, el manejo adecuado de desechos, la
agricultura y alimentación natural, la reducción del consumo innece‐
sario y la utilización de energías renovables. Recuperando los relatos
de campo y a través de la realización de entrevistas etnográficas, se
pudo acceder a las principales problemáticas que motivan esta práctica
comunitaria:

­ Falta de naturaleza urbana: Las áreas verdes urbanas repre‐


sentan un enfoque planificado, integrado y sistemático del manejo de
árboles, arbustos y otro tipo de vegetación en centros urbanos (Nasci‐
mento, Krishnamurthy & Keipi, 1998). En esta línea, uno de los as‐
pectos fundamentales, señalados por los participantes de los
proyectos, es la falta de naturaleza urbana y “el sentimiento de encie‐
rro en las ciudades”. Aquí, debo destacar que uno de los principios sa‐
lientes de la bioconstrucción es respetar la vegetación del lugar,
especialmente los árboles que jamás son talados para construir. Por lo
cual, muy frecuentemente, hay mayor cantidad de plantas al finalizar
la construcción que al llegar al terreno, ya que varios de los integran‐
tes se dedican a cuidarlas y reproducirlas, incluso se suelen llevar nue‐
vas especies e iniciar huertas.
Podemos agregar que existen numerosas experiencias y litera‐
tura académica referida a la importancia de las zonas verdes en los
Capítulo II 77
centros urbanos. En este sentido, entre los beneficios medioambienta‐
les, podemos mencionar el control de la contaminación del aire y el
ruido; la modificación del microclima y calidad del aire; disminuyen
la escorrentía pluvial y las inundaciones, y suministran el hábitat para
la fauna silvestre (Nascimento, Krishnamurthy & Keipi, 1998). En lo
referido a la salud mental y física, Martínez­Soto et al. (2016) mani‐
fiestan que “las áreas verdes y los espacios abiertos desempeñan un
conjunto de funciones esenciales en el bienestar y en la calidad de vi‐
da de los centros urbanos” (Martínez­Soto et al., 2016: 205). Por lo
cual, las áreas verdes urbanas o la presencia de naturaleza en las ciu‐
dades, pueden repercutir positivamente en los estados anímicos, el
estrés y el funcionamiento cognitivo (Martínez­Soto et al., 2016) que,
además, representan un espacio con posibilidades recreativas y socia‐
lizadoras. A su vez, las áreas verdes urbanas proveen entornos estéti‐
cos, aumentan la satisfacción de la vida diaria y dan mayor sentido, de
relación significativa, entre la gente y el medio natural (Nascimento,
Krishnamurthy & Keipi, 1998). Del mismo modo, considerando los
beneficios que devienen en una mejor calidad de vida, la Organiza‐
ción Mundial de la Salud (2010) sostiene que las grandes ciudades de‐
ben contar con un mínimo de 10 m2 de espacio verde por habitante
para que una ciudad sea considerada saludable.
En lo que respecta a la ciudad de Buenos Aires, según los da‐
tos oficiales,14 cuenta con 6 m2 de espacios verdes por habitante, lo
que no alcanza el mínimo recomendado. Por otro lado, la problemáti‐
ca no solo se limita a la falta de espacios, sino también a su distribu‐
ción desigual entre las comunas.15 Por su parte, la ciudad de Mar del
Plata según el relevamiento realizado por el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) en el marco de la “Iniciativa de Ciudades Emergen‐
tes y Sostenibles”,16 cuenta con menos de 4 m2 de espacio verde por
habitante. Asimismo, cabe destacar que Rosario (provincia de Santa
Fe) y Bahía Blanca (provincia de Buenos Aires), contabilizan 11,68
m2 y 14,30 m2 respectivamente superando los estándares mundiales.
14 Superficie de espacios verdes por habitante por comuna. Ciudad de Buenos Aires.
(2006/2018). https://www.estadisticaciudad.gob.ar/eyc/?p=27349.
15 La Comuna 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Montserrat y
Constitución) posee 1,84 hectáreas cada mil habitantes, siendo la que cuenta con la
mayor cantidad de espacios verdes. En lo que respecta a la Comuna 14 (Palermo)
cuenta con 1,38 y la Comuna 8 (Villa Soldati, Villa Riachuelo y Villa Lugano) con
1,31. Por otra parte, la Comuna 3 (Balvanera y San Cristóbal) y la Comuna 5 (Boedo
y Almagro) contabilizan respectivamente apenas 0,05 y 0,02 hectáreas cada mil
habitantes.
16 https://pensarmardelplata.org/mar­del­plata­una­ciudad­verde/
78 Terapia Ocupacional & Antropología

En lo que respecta a las áreas verdes urbanas en Latinoamérica y el


Caribe, según el relevamiento de ONU­Hábitat (2012) son escasas las
ciudades que cumplen con el mínimo requerido. Es así que solo tres
ciudades brasileñas Curitiba (51,3 m2), Porto Alegre (13,62 m2) y São
Paulo (11,58 m2) y la uruguaya Montevideo (12,68 m2) cumplen con
los parámetros recomendados.
A partir de lo mencionado, damos cuenta de que uno de los
problemas que enfrentan las grandes ciudades en Latinoamérica es la
falta de naturaleza urbana. Por otra parte, debemos considerar que “el
espacio de nuestras ciudades no es homogéneo, indiferenciado y con‐
tinuo: ni las residencias ni la infraestructura urbana se encuentran dis‐
tribuidas de manera uniforme” (Segura, 2013: 149). De esta manera,
considerando los beneficios ­sociales y medioambientales­ debemos
acentuar la importancia de focalizar en los ambientes como promoto‐
res de la salud. A su vez, resulta fundamental no solo orientar los pro‐
yectos urbanos hacia la cantidad de metros “verdes” por habitante,
sino también focalizar en su accesibilidad y distribución.

­ Escasa o nula participación del Estado en los proyectos ha‐


bitacionales ecológicos: En lo que concierne a la participación del Es‐
tado u otros organismos públicos, las personas que fueron consultadas
y llevan adelante este tipo de proyectos sociales, manifestaron que en
muy pocas ocasiones fueron acompañados. Por otra parte, destacan
que obtuvieron mayor respuesta del sector privado.
Cabe remarcar que, ante la emergencia habitacional en Argen‐
tina, las políticas hegemónicas carecen de la concepción de la vivien‐
da como proceso. En efecto, la producción social de la vivienda y el
hábitat representa una herramienta que permite a sus habitantes con‐
ducir sus propios procesos habitacionales. Como postula Ortiz Flores
(2012), la PSH es “un fenómeno que presenta múltiples variantes pro‐
ductivas, que van desde el mejoramiento y ampliación de viviendas
existentes y la producción de nuevas viviendas, hasta el mejoramiento
barrial y la producción y gestión de grandes conjuntos urbanos o rura‐
les” (Ortiz Flores, 2012: 35). En este sentido, las personas que concu‐
rren a las mingas/taller lo hacen con la finalidad de autoconstruir su
casa en familia o colaborar ante la necesidad de otro. De esta manera,
la producción social de hábitats ecológicos se presenta como la posi‐
bilidad de acceso a la vivienda para aquellas personas que no pueden
lograrlo de otro modo; en donde se construye con la familia, los ami‐
Capítulo II 79
gos, los vecinos, la comunidad.
Por último, cabe destacar que ­según los datos relevados por el
Centro de Investigación Social de Techo en Argentina,17 se identifica‐
ron un total de 3.826 asentamientos informales en los que residen
aproximadamente 787.808 familias. El origen predominante de los
mismos, incluso en la ciudad de Mar del Plata, surge a partir de lo que
se llama “ocupación hormiga”, lo cual implica que luego de la toma
espontánea de tierras llegan nuevos habitantes paulatinamente. En es‐
tas circunstancias y respecto a la salud, uno de los indicadores más
importantes a tener en cuenta es el hacinamiento,18 que conlleva una
multiplicidad de consecuencias negativas para las personas. Por otra
parte, existen otros tipos de riesgos fundamentales como los asociados
a las falencias estructurales de las viviendas y al uso de materiales al‐
tamente inflamables para su construcción. Asimismo, encontramos los
riesgos relacionados con el medio ambiente, que responden principal‐
mente a la ubicación de los asentamientos (próximos a basurales,
arroyos, caminos de alto tráfico, entre otros).

­ Manejo inadecuado de los desechos urbanos: Otro de los te‐


mas relevantes, es el consumo responsable y la disminución de los de‐
sechos urbanos. De esta forma, el reciclaje y la reutilización se
convierten en el medio por el cual se adquieren los componentes ne‐
cesarios para las construcciones. Así, en base a los conocimientos y la
creatividad, los objetos de desechos son convertidos en elementos úti‐
les. Otra de las prácticas ecológicas realizadas es el compostaje. Con‐
siderando que aproximadamente el 40 % de la basura diaria de un
hogar corresponde a residuos orgánicos, es muy habitual que se pro‐
mueva la realización de abono natural. De este modo, la importancia
del compost radica en que se reutilizan los materiales orgánicos, lo
cual contribuye a la reducción de los desechos destinados a rellenos
17 Relevamiento de asentamientos informales (2016) https://www.techo.org/
argentina/wp­content/uploads/sites/3/2019/04/Informe­Relevamiento­de­
Asentamientos­Informales­2016­TECHO­Argentina.pdf
18 El hacinamiento es uno de los indicadores más graves del déficit habitacional, ta‐
les situaciones pueden provocar alteraciones tanto en la salud física como mental al
desencadenar situaciones de estrés psicológico, favorecer la propagación de enfer‐
medades infecciosas e incrementar la ocurrencia de accidentes en el hogar (Releva‐
miento de asentamientos informales, 2016). La ONU Hábitat subraya también, que
en situaciones de hacinamiento las personas tienden a perder la dignidad, se vuelven
susceptibles a la violencia doméstica.
80 Terapia Ocupacional & Antropología

sanitarios.
En este sentido, el impacto ambiental negativo, generado por
los residuos sólidos urbanos, se encuentra relacionado con la contami‐
nación de los recursos hídricos; del aire; del suelo; y del paisaje. A su
vez, su manejo adecuado puede constituirse en un factor relevante pa‐
ra mejorar las condiciones medioambientales de las ciudades, en espe‐
cial en barrios periféricos donde sus habitantes conviven con la basura
cotidianamente. En esta línea, Grinberg, Dafunchio & Mantiñán
(2013) mediante un trabajo de campo etnográfico, estudiaron las diná‐
micas que adquiere la basura en la vida del barrio y los modos en que
se hace presente en la cotidianidad. Según los autores, la basura se
presenta “como un aspecto que atraviesa la vida del barrio, de los su‐
jetos, a la vez que en los últimos años desborda los límites de esos es‐
pacios urbanos y establece modos particulares de conexión entre los
barrios urbanos más pobres” (Grinberg, Dafunchio & Mantiñán, 2013:
117). Así es que plantean que:
“en el barrio nos encontramos con: los cartoneros, principales
recicladores y recuperadores urbanos; los conflictos y contra‐
dicciones que genera vivir entre la basura que es fuente de vi‐
da pero también de contaminación; y la ausencia en algunos
casos de la recolección de residuos y, en los casos donde sí
hay recolección de residuos, que se presenta en la lógica de la
total regularidad de la excepción” (Grinberg, Dafunchio &
Mantiñán, 2013: 118).

De esta manera, el abordaje de las problemáticas que atraviesan los


habitantes de barrios afectados por conflictos medio ambientales, co‐
mo la basura y la contaminación, requiere pensar la salud en territo‐
rio. Merlinsky (2021) sostiene que “la territorialidad debe ser
entendida conceptualmente como una relación entre diferentes grupos
humanos y su medio ambiente espacio­temporal, un vínculo que se
fundamenta en experiencias de vida” (Merlinsky, 2021: 70). La cons‐
trucción de los problemas sociales en salud desde la perspectiva de la
territorialidad permite pensarlo como territorio de disputas atravesado
por variables económicas, sociales, geográficas, culturales y de géne‐
ro. Así, “los procesos de metropolización selectiva, donde la pobreza
urbana se combina con la degradación ambiental” (Grinberg, Dafun‐
chio y Mantiñán, 2013: 117) ponen en evidencia los padecimientos
que devienen de las desigualdades estructurales y la importancia de
estudiar la singularidad de los espacios.
Capítulo II 81

­ Pérdida creciente de la soberanía alimentaria: Como se


mencionó al inicio del capítulo, la resonancia de los conflictos so‐
cioambientales contribuyen al surgimiento de demandas sociales y ac‐
ciones comunitarias, especialmente cuando se perciben posibles
riesgos en la salud. En este sentido, el termino soberanía alimentaria
hace referencia al derecho de los pueblos, comunidades y países a de‐
finir sus propias políticas agrícolas, pesqueras, alimentarias y de tierra
que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a
sus circunstancias únicas (Foro de Organizaciones de la Sociedad Ci‐
vil para la Soberanía Alimentaria, 2002).
En el caso de la alimentación, la agricultura industrial basada
en transgénicos, los monocultivos intensivos y el uso extensivo de
herbicidas, se presentan como los factores más resonantes. Esto se de‐
be, no solo a los efectos comprobados en la salud de las personas, sino
también al impacto que generan en el territorio y en la población don‐
de se llevan a cabo. “Los impactos sanitarios y ambientales del agro‐
negocio se hacen sentir: se ha convertido en el mayor problema
socioambiental de nuestro país por su extraordinaria extensión y pro‐
porción de ocupación territorial” (Svampa & Viale, 2020: 118). A su
vez, según sostienen Svampa & Viale (2020) “la Argentina ostenta el
triste record de ser el mayor aplicador de glifosato19 por persona en el
mundo (más de 350 millones de litros por año)” (Svampa & Viale,
2020: 117).
En lo que respecta a las problemáticas asociadas al uso de
agroquímicos, los reclamos de las comunidades promovieron el traba‐
jo de científicos de diversas disciplinas que abordaron la temática des‐
de diferentes perspectivas. En Argentina, “las primeras señales de
alarma con respecto a los cultivos transgénicos surgieron en las perife‐
rias urbanas de las grandes metrópolis, así como en pequeñas ciuda‐
des localizadas en las proximidades de los campos de
soja” (Merlinsky, 2021: 149). Estas comunidades se vieron afectadas

19 El glifosato es la sustancia activa del herbicida más utilizado en cultivos


transgénicos. Originalmente fue desarrollado, patentado y comercializado en
diversas formulaciones por la multinacional Monsanto. En el año 2015,
la Organización Mundial de la Salud (OMS), clasificó el glifosato como
“probablemente cancerígeno para los seres humanos”.
82 Terapia Ocupacional & Antropología

por su nivel de vulnerabilidad a la fumigación área (Merlinsky, 2021).


Según Blois (2016), “las denuncias de los efectos nocivos de los pla‐
guicidas sobre la salud de las poblaciones que habitan en zonas cerca‐
nas a cultivos datan de varios años.20 Los pobladores declararon
aumentos de cánceres, malformaciones, abortos espontáneos y otras
enfermedades” (Blois, 2016: 74).
En esta línea, uno de los trabajos pioneros fue realizado por
Andrés Carrasco21 quien, en el año 2009, dio a conocer los efectos del
glifosato en embriones. A través de su trabajo, demostró que “la expo‐
sición a dosis de glifosato hasta mil quinientas veces inferiores a las
utilizadas en las fumigaciones que se realizan en los campos argenti‐
nos provoca trastornos intestinales y cardiacos, malformaciones y al‐
teraciones neuronales” (Svampa & Viale, 2020: 118).
Por lo mencionado, es muy habitual, que en las mingas “la so‐
beranía alimentaria” se convierta en un tema relevante, donde se fo‐
menta la producción de alimentos accesibles, originados de forma
sostenible y ecológica. Así, se observa una creciente producción de ta‐
lleres educativos destinados a la producción de huertas familiares. A
su vez, se puede observar el intercambio de semillas y ferias barriales,
llamadas “ferias verdes”, que representan sistemas económicos alter‐
nativos, donde a partir de pequeños emprendimientos sostenibles se
venden o intercambian productos y alimentos que cumplen con crite‐
rios ecológicos.

El desarrollo sostenible como nuevo horizonte para la Terapia


Ocupacional

Debido a la creciente preocupación, a nivel mundial, por asegurar un


20 A fines de 2001, en el Barrio Ituzaingó Anexo (provincia de Córdoba), un grupo
de mujeres, las “Madres de Ituzaingó”, había comenzado a movilizarse al identificar
un llamativo número de casos de cáncer. En el año 2002, la municipalidad declaró
que Ituzaingó Anexo se encontraba en estado de emergencia sanitaria. Desde princi‐
pios de 2006, el Grupo de Reflexión Rural, con el apoyo de organizaciones como el
CeProNat (Centro de Protección a la Naturaleza) de la ciudad de Santa Fe y la UAC
(Unión de Asambleas Ciudadanas), entre otras, llevó adelante la campaña Paren de
fumigar. La campaña incluyó un trabajo de relevamiento de enfermedades asociadas
con agroquímicos realizado por médicos y vecinos de pueblos de Buenos Aires, San‐
ta Fe, Entre Ríos y Córdoba que se plasmó en el libro Pueblos Fumigados de 2009
(Blois, 2016).
21 Andrés Carrasco (1946­2014), médico, investigador especialista en biología del
desarrollo, ex presidente del CONICET (años 2000­2001) y miembro del Instituto de
Biología Celular y Neurociencia (IBCN, CONICET­UBA).
Capítulo II 83
desarrollo sostenible se han creado asociaciones y organismos dedica‐
dos al estudio, conocimiento y protección del medio ambiente. Sin es‐
capar a esta problemática, la Federación Mundial de Terapeutas
Ocupacionales (WFOT),22 en el año 2012, incluyó a la sostenibilidad
ambiental dentro de sus incumbencias con el fin de armonizar la prác‐
tica con cuestiones de interés mundial.23
En ese marco surgió la declaración de posicionamiento acerca
de la sustentabilidad/sostenibilidad24 ambiental. En la misma, la
WFOT (2012) “alienta a los terapeutas ocupacionales a que reevalúen
modelos de práctica y a ampliar el razonamiento clínico sobre el de‐
sempeño ocupacional para incluir la práctica sustentable” (WFOT,
2012: 2). Por su parte, la OMS considera a la promoción de la salud
como pilar fundamental para el logro de los Objetivos del Desarrollo
Sostenible (ODS) de la agenda 2030. Al respecto, desde la Declara‐
ción de Alma Ata (1978) hasta la Declaración de Astana (2018) la pro‐
moción de la salud ha sido reconocida como estrategia clave para
lograr resultados en salud. Cabe destacar que la promoción de la salud
“abarca tanto las acciones dirigidas a favorecer la incorporación de
prácticas individuales y comunitarias saludables, así como a la modi‐
ficación de las condiciones sociales, ambientales y económicas, con el
fin de reducir las desigualdades sanitarias” (Ministerio de la Salud de
la Nación, 2010). Asimismo, la OMS sostiene que “la promoción de
la salud constituye un proceso que permite a las personas incrementar
su control sobre los determinantes de la salud25 y en consecuencia,
mejorarla” (OMS, 1998).

22 En 2012, se constituyó un grupo compuesto por ocho miembros (el coordinador


del proyecto WFOT y siete expertos en contenido). Todos los miembros del equipo
eran terapeutas ocupacionales, excepto uno, que es antropólogo y científico ocupa‐
cional.
23 Cabe aclarar que en el año 2010 la Asociación Sueca de Terapeutas Ocupacionales
publicó su primer documento sobre terapia ocupacional y desarrollo sostenible. De
esta manera, se convirtió en la primera organización de terapia ocupacional en plan‐
tear esta temática desde la perspectiva profesional.
24 Aunque suelen ser utilizados como sinónimos, la concepción de desarrollo susten‐
table aparece por primera vez en la Declaración de Estocolmo (1972, Principio 2)
significando que es un “proceso por el cual se preservan los recursos naturales en be‐
neficio de las generaciones presentes y futuras”, pero el concepto no tiene en cuenta
las necesidades culturales, políticas y sociales específicas del ser humano, a diferen‐
cia del concepto de desarrollo sostenible.
25 Conjunto de factores personales, sociales, económicos y ambientales que determi‐
nan el estado de salud de los individuos o poblaciones. Glosario de la OMS (1998).
84 Terapia Ocupacional & Antropología

Anteriormente a la declaración de posicionamiento acerca de


la sustentabilidad/sostenibilidad ambiental, profesionales de Terapia
Ocupacional reconocían la necesidad de incluir a la ecología dentro
de las incumbencias de la profesión. Wilcock (1999) afirma que un
modelo ecológico de ocupación debe partir de la armonía del ser hu‐
mano con su ambiente. De esta manera, en el año 2006, la misma au‐
tora propone el desarrollo de comunidades ecosostenibles centradas
en la ocupación, la cual incluye por un lado la necesidad de sostener
la ecología y también de involucrar a la comunidad para promover el
desempeño ocupacional autosostenible.
Tras la declaración de posición, la WFOT (2012) incluyó al
cambio climático y sus efectos en la salud como un área importante
de trabajo. Por esta razón, formuló cuatro objetivos26 como los pasos
esenciales para promover el desarrollo sostenible:
• Crear una sociedad en la que todas las personas persigan obje‐
tivos ocupacionales personales de manera sostenible.
• Garantizar que los sistemas de atención de salud y asistencia
social consideren los elementos esenciales de los procesos, la
estructura, la política y la práctica a través de la lente de la sos‐
tenibilidad.
• A través del proyecto de preparación y respuesta ante desas‐
tres, apoyar la prestación de servicios y la práctica para satisfa‐
cer las necesidades ambientales inmediatas de las personas, a
través de prácticas y estilos de vida ambientalmente sostenibles.
• Reconocer la naturaleza esencial de la educación y la investi‐
gación, aclarando la necesidad de materiales educativos que re‐
flejen los principios y ejemplos de la capacidad de
sostenibilidad.

Posteriormente, el equipo del proyecto de sostenibilidad de la


WFOT se embarcó en el desarrollo de los principios rectores para la
inclusión de la sostenibilidad en la educación, la práctica y el saber de
la Terapia Ocupacional.27 “Al desarrollar los principios, la visión era
que la terapia ocupacional podría unirse a este esfuerzo interdiscipli‐

26 Para abordar los objetivos, WFOT ha adoptado los 17 Objetivos de Desarrollo


Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas (ONU).
27 WFOT (2018). Matters: Guiding Principles for Sustainability in Occupational
Therapy Practice, Education and Scholarship. Traducción de Vanesa Blanco.
Capítulo II 85
nario para promover el cambio de comportamiento en la dirección de
una vida saludable y sostenible a través de opciones ocupacionales re‐
flexivas” (WFOT, 2018: 18). En el año 2018, se publica el documento
con los cinco principios que se desarrollan a continuación:

Principio 1: Comprender la sostenibilidad: Una perspectiva de Tera‐


pia Ocupacional. Para la Terapia Ocupacional, la sostenibilidad pue‐
de entenderse como la capacidad de elegir y participar en
ocupaciones saludables y significativas sin amenazar la disponibili‐
dad de recursos. De esta manera, otras personas podrán participar en
sus propias ocupaciones significativas en el presente y en el futuro,
para lo cual los terapistas ocupacionales deberían:
• Conocer el significado del principio de sostenibilidad en gene‐
ral y el significado de la participación ocupacional sostenible.
• Conocer la relación entre el estilo de vida ocupacional28 y la
sostenibilidad.
• Ser capaces de determinar factores individuales, culturales y
contextuales que conducen a estilos de vida ocupacionales in‐
sostenibles.
• Comprender los beneficios colaterales para la salud pública de
los estilos de vida bajos en carbono.29
• Ser capaces de usar sus habilidades profesionales para guiar a
las personas y las comunidades en la toma de decisiones de
comportamiento ocupacional que conducen a estilos de vida sa‐
ludables y sostenibles.

Por otra parte, plantea la necesidad de que los educadores en Terapia


Ocupacional incluyan contenidos sobre temáticas tales como: la rela‐
ción entre el comportamiento ocupacional y la sostenibilidad, el im‐
pacto en la salud del cambio climático debido a estilos de vida
ocupacionales insostenibles y, por último, desarrollar habilidades de
intervención para ayudar a personas y comunidades a cambiar el com‐
portamiento ocupacional hacia estilos de vida saludables y/o sosteni‐
bles.

28 Estilo de vida ocupacional: La forma en que las personas eligen ocupaciones todos
los días y modelan un repertorio de ocupaciones durante un período significativo de
tiempo en sus vidas (Ikiugu & Rosso, 2006).
29 Es un indicador ambiental que pretende reflejar la totalidad de gases de efecto
invernadero (GEI) emitidos por efecto directo o indirecto de un individuo,
organización, evento o producto.
86 Terapia Ocupacional & Antropología

Principio 2: El papel de la Terapia Ocupacional para contribuir a la


mitigación del daño ambiental debido a estilos de vida insostenibles.
Este principio enfatiza la necesidad de que los profesionales trabajen
junto con las personas y comunidades para ayudar a explorar formas
de participar en ocupaciones saludables y significativas, de tal mane‐
ra que contribuyan a mitigar el daño ambiental debido a estilos de
vida insostenibles. Esto significa que los profesionales y educadores
deberán:
• Tomar conciencia de su papel en la reducción de la huella de
carbono dentro de sus propios entornos de práctica.
• Trabajar activamente con las personas que expresan su deseo
de reducir su huella de carbono y, así, guiarlos en el desarrollo
de estilos de vida ocupacionales sostenibles y saludables.
• Incluir la sostenibilidad en el análisis de la actividad.
• Tomar conciencia de las implicaciones éticas de los estilos de
vida ocupacionales insostenibles.
• Ayudar a los estudiantes a: desarrollar las habilidades necesa‐
rias para analizar sus entornos de práctica y desarrollar protoco‐
los orientados a contribuir a la reducción de la huella de carbono
al mínimo, así como también, deberán colaborar en el desarrollo
de las habilidades específicas necesarias para trabajar de manera
competente con las personas y comunidades interesadas en de‐
sarrollar estilos de vida ocupacionales saludables y sostenibles.
• Participar en estudios de investigación que conduzcan a: 1) un
mayor conocimiento de las relaciones entre sostenibilidad, de‐
sempeño ocupacional, salud y bienestar; 2) una traducción del
conocimiento acumulado y desarrollo de modelos de interven‐
ción para ayudar a las personas y comunidades, con el fin de de‐
sarrollar estilos de vida ocupacionales saludables que
contribuyan a la sostenibilidad ambiental.

Principio 3: Colaborar con los usuarios del servicio de Terapia Ocu‐


pacional en la adaptación a las consecuencias del daño ambiental de‐
bido a la insostenibilidad.30 Este principio, fundamentalmente, alienta
a los profesionales a colaborar con las organizaciones de la sociedad

30 El cambio climático debido al calentamiento global ha resultado en riesgos


significativos para la humanidad en su conjunto. Los impactos relacionados con el
clima incluyen la alteración de los ecosistemas, la interrupción de la producción de
alimentos y el suministro de agua, el daño a la infraestructura y los asentamientos, la
morbilidad y la mortalidad, y las consecuencias para la salud mental y el bienestar
humano (Sustainability Matters: Guiding Principles for Sustainability in
Occupational Therapy Practice, Education and Scholarship, 2018).
Capítulo II 87
civil y las comunidades locales para iniciar medidas políticas y estra‐
tegias para ayudar a las personas a adaptarse a las consecuencias ne‐
gativas del cambio climático. Asimismo, sostiene que los terapistas
ocupacionales deben trabajar en colaboración con las personas y co‐
munidades con el fin de adaptarse a los efectos nocivos y perjudicia‐
les para la salud de la degradación ambiental y, así, puedan continuar
participando en ocupaciones significativas de manera sostenible. Los
profesionales de la Terapia Ocupacional deberán incluir:
• El uso de intervenciones basadas en las actividades políticas
de la vida diaria (ApVD) (Kronenberg & Pollard, 2006) para ca‐
pacitar a las personas y comunidades con el fin de organizarse y
abogar por sí mismas. Por su parte, los educadores deberán en‐
señar las habilidades necesarias para trabajar con intervenciones
basadas en la ocupación, y formar a los estudiantes con habili‐
dades en ApVD.

Principio 4: Sostenibilidad comunitaria frente a catástrofes ambien‐


tales. A través de este principio, la WFOT alienta a los profesionales
a desarrollar competencias para empoderar a las comunidades. De
esta forma se podrá facilitar las ocupaciones significativas de manera
sostenible entre miembros de la comunidad, teniendo en cuenta la
necesidad de mantener la equidad y la justicia ocupacional.31 La
WFOT (2018) afirma que “la sostenibilidad social también está rela‐
cionada con el concepto de justicia ocupacional, que incluye las
cuestiones éticas, morales y políticas de justicia relacionadas con la
ocupación humana” (WFOT, 2018: 35). Como postula la WFOT
(2018), los profesionales y educadores deberán:
• Implementar programas basados en la ocupación de tal manera
que permita a las comunidades desarrollar la cohesión y defen‐
derse a sí mismas para garantizar la sostenibilidad.
• Formar a los estudiantes en el desarrollo de habilidades nece‐
sarias para guiar a las comunidades sobre temas de sostenibili‐
dad e implementar estrategias culturalmente sensibles para
fomentar la cohesión y el comportamiento ocupacional dirigido
a mejorar la sostenibilidad.

Principio 5: Desarrollo de la competencia profesional para la admi‐

31La justicia ocupacional refiere al “cumplimiento del derecho de todas las personas
a participar en las ocupaciones que ellos necesitan para sobrevivir, porque las
definen como significativas, y porque contribuyen positivamente a su propio
bienestar y al de sus comunidades” (WFOT, 2018).
88 Terapia Ocupacional & Antropología

nistración de intervenciones basadas en la ocupación para abordar


problemas de sostenibilidad. Una sociedad en constante cambio, mo‐
dificará el contexto y la configuración en la que se desarrollan las pro‐
fesiones. Este cambio requiere nuevos conocimientos, habilidades y
actitudes para que los profesionales puedan trabajar de manera com‐
petente. De esta manera, la WFOT (2018) sostiene que los profesiona‐
les de T.O requerirán:
• Ampliar los marcos teóricos para incluir nuevos conocimientos
sobre las interrelaciones entre salud, ocupación humana, cambio
climático global y sostenibilidad.
• Desarrollar herramientas de evaluación e intervención que
aborden cuestiones relacionadas con la sostenibilidad.

Por último, por parte de los educadores, será necesario incluir el tema
de la sostenibilidad en los planes de estudio.

Conclusiones

Lo expuesto a lo largo del capítulo, pretende realizar un aporte a la


construcción de una perspectiva ecológica en Terapia Ocupacional
que incluya el estudio de las interrelaciones entre la salud, el ambien‐
te y la sociedad. En este sentido, el reconocimiento del carácter social
de la salud y el estudio de casos en territorios concretos, representan
un aspecto clave para incluir a la problemática medioambiental en Te‐
rapia Ocupacional. Asimismo, la construcción de los problemas que
afectan la salud desde la perspectiva de la territorialidad supone el es‐
tudio en profundidad de la singularidad de los espacios. En este senti‐
do, la etnografía no solo constituye un método científico, sino que da
forma al desarrollo de toda una investigación y la reflexión asociada a
ella. De esta manera, la incorporación de saberes, experiencias, el es‐
tudio de las formas de vida y sus problemáticas asociadas permite
pensar la salud en territorio. En esta línea, la investigación etnográfi‐
ca, sustentada en el trabajo de campo, garantiza la construcción del
conocimiento haciendo participes a las comunidades estudiadas; lo
que representa una herramienta, para la práctica profesional e investi‐
gativa, que permite la contextualización de la población como estrate‐
gia fundamental capaz de lograr intervenciones eficaces e
innovadoras.
Capítulo II 89
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CAPÍTULO III
Aporte de la práctica etnográfica
al campo gerontológico.
Una mirada desde la Terapia
Ocupacional comunitaria

María Julia Xifra

L
a población en el mundo está envejeciendo. La mayoría de los
países están experimentando un incremento en el número y la
proporción de personas mayores, por lo que el envejecimiento
poblacional apunta a convertirse en una de las transformaciones socia‐
les más significativas del siglo XXI (Organización de las Naciones
Unidas [ONU], 2019). Por primera vez en la historia, la mayoría de
las personas pueden aspirar a vivir por encima de los 60 años (OMS,
2015), evidenciando un proceso demográfico global que acompaña
las múltiples transformaciones que acontecen. En este sentido un nue‐
vo grupo social evidenciará los diversos cambios sociales, tanto cuali‐
tativos como cuantitativos, redefiniendo el concepto de longevidad y
demostrando que, el privilegio que hasta hace un siglo era reservado
para unos pocos, hoy se vislumbra como una experiencia colectiva
posible (Bernardini, 2021).
94 Terapia Ocupacional & Antropología

La vejez puede considerarse como un subconjunto de fenóme‐


nos y procesos que forman parte de un concepto más global: el enve‐
jecimiento, así nacemos envejeciendo, vivimos envejeciendo, y
morimos envejeciendo. La vejez sería aquella etapa de la vida en que
las señales del envejecimiento se tornan más visibles y reflejan el pa‐
so del tiempo (Kanje, 2015). La vejez, entendida como construcción
social, dependerá del contexto sociocultural e histórico, lo que deter‐
minará una gran variabilidad en las formas de envejecer que tienen las
personas. En este sentido, al abordar la cuestión social del envejeci‐
miento, es fundamental focalizarse en todos los factores que se arti‐
culan y determinan realidades, como son la pobreza, el género, las
migraciones, etc., y dan cuenta de la heterogeneidad y las diversas ve‐
jeces. Por lo tanto, existe una interseccionalidad de vectores entre los
que se encuentra el género, la clase social, el nivel de instrucción, que
de alguna manera operan, como opresión estructural, hacen visibles
múltiples vejeces y configuran diversas vivencias que dependen no
solo del sujeto sino también del contexto (Manes et al., 2016).
El corpus de investigaciones y producciones académicas sobre
envejecimiento y género, así como la concepción del envejecimiento
como proceso diferencial, es reciente, a pesar que, desde la década del
70, estudios con perspectiva feminista resaltaban los determinantes de
las relaciones entre los sexos, así como las marcas que dejan en la
constitución de las subjetividades femeninas la situación de desventa‐
ja y opresión de la mujer. Por su parte Yuni & Urbano (2001) enfati‐
zan sobre las dos revoluciones que acontecieron en el siglo XX, la de
los viejos y la de las mujeres, haciendo visibles a estos dos grupos co‐
mo sujetos de derechos, pero también sujetados a deberes, con la con‐
secuente aparición de la vejez y el género como categorías culturales.
Los autores, además, refieren como las relaciones sociales se estructu‐
ran a partir de estas categorías y las mismas condicionan formas de
ser y estar dentro de una sociedad en un momento histórico.
A partir de lo expresado es oportuno definir qué se entiende
por género, para lo cual es importante mencionar que no es un con‐
cepto cerrado y se encuentra en permanente debate. A pesar de esto y
a los fines del análisis sobre género y vejez, se adherirá a la definición
de Scott (1986), quien refiere que el género no es solo la construcción
social de la diferencia sexual, sino una forma de significar las relacio‐
nes de poder. En tanto construcción social, el género instituye un or‐
den social, produce significados respecto a los diferentes roles y
Capítulo III 95
lugares para mujeres y varones como también asigna normas regulato‐
rias de comportamiento. Si se considera, por lo tanto, que el género no
es un fenómeno independiente de la construcción social de la vejez,
será fundamental abordar el envejecimiento poblacional desde una
perspectiva de género (Aguirre & Scavino, 2018). En este sentido, el
aumento en la expectativa de vida irá acompañado de una feminiza‐
ción de la vejez, siendo que la mortalidad es menor en las mujeres
mayores que en los varones, así como también de un fenómeno multi‐
generacional, es decir, con la convivencia de tres o cuatro generacio‐
nes que simultáneamente forman parte de una misma familia
(bisabuelos/las, abuelos/las, padres/madres e hijos/as).
A partir de este análisis, desde una mirada etnográfica, se pro‐
pone introducir la problemática de la alteridad o de la otredad que, co‐
mo menciona Krotz, implica una “excelente categoría de la
percepción de esta realidad” (Krotz, 2002: 379), ya que nuclea la tota‐
lidad de la existencia humana, en las dimensiones temporales y
geográficas y nos puede conducir, en el campo gerontológico, a refle‐
xionar y problematizar desde una perspectiva antropológica, la nueva
longevidad, los cambios que acontecen socialmente y las personas
mayores como grupo social concreto en el interior de la sociedad.
Bhabha (2002) sostiene que, si bien lo extraño es una condición colo‐
nial y poscolonial paradigmática, impacta igualmente en aquellas fic‐
ciones donde se ponen en juego poderes de diferencia cultural, a lo
cual se podría agregar el grupo étnico, la clase social, la religión,
edad, etc. En este sentido es relevante citar a Bhabha (2002: 21) cuan‐
do refiere que:
“la significación más amplia de la condición posmoderna está
en la conciencia de que los «límites» epistemológicos de esas
ideas etnocéntricas son también los límites enunciativos de un
espectro de otras historias y otras voces disonantes. Incluso di‐
sidentes: mujeres, colonizados, minorías, portadores de sexua‐
lidades vigiladas (…) el límite se vuelve el sitio desde el cual
algo comienza su presentarse en un movimiento no distinto a
la articulación ambulante y ambivalente del más allá que he
trazado…”.

Como refiere Todorov (1997) el otro no necesariamente debe ser un


otro lejano y radical, sino que la concepción del otro puede referir a
aquel grupo social concreto al que nosotros no correspondemos. Por
lo tanto, ese grupo puede encontrarse en el interior de la sociedad, por
96 Terapia Ocupacional & Antropología

ejemplo, las mujeres para los hombres, los ricos para los pobres, los
viejos para los jóvenes. La alteridad y la visión supremacista en este
caso, de los jóvenes respecto a las personas mayores, puede conducir
a los estereotipos y discriminación edaísta.
Desde el campo de la gerontología institucional, Golpe et. al.
(2014) promueven la reflexión en base a narrativas de adultos mayo‐
res, por lo que muestran cómo esos relatos emergen desde los bordes
de la cultura dado que, como refiere Bhabha (2002), son los límites
los que señalan el surgimiento de los otros y anuncian la presencia de
un acontecer. Las autoras argumentan además que los límites no mar‐
can solo una frontera, donde algo se detiene, sino que marcan el lugar
donde surge y se ponen en cuestión nuevos acontecimientos. El des‐
pliegue de una lógica binaria (Bhabha, 2002) evidencia la construc‐
ción de identidades de diferencia, (viejo/joven, yo/otro), que no hacen
más que visibilizar opuestos que indican categorías (adentro/fuera, in‐
clusión/exclusión, público/privado) en las cuales los sujetos ven difi‐
cultadas sus oportunidades de circulación. La división binaria y los
límites en la construcción de las categorías joven/viejo se encuentran
en parte basados en la idealización de la juventud y la adultez tempra‐
na, consideradas y valorizadas como etapas de la vida asociadas a la
productividad, la realización personal, el éxito, entre otros, mientras
que la vejez se asocia a lo pasivo, improductivo, y demás calificativos
que fomentan y construyen creencias negativas sobre las característi‐
cas, atributos y conductas en este caso de las personas mayores, es de‐
cir, los estereotipos.
Numerosos estudios (Hummert et al., 1994; IMSERSO, 2002;
Gómez Carroza & León de Barco, 2010; Miguel Negredo & Castella‐
no Fuentes, 2012; Bauzá Aguilar, 2011; Callis Fernández, 2011) apor‐
taron evidencia que demuestra que los estereotipos que los grupos
sostienen hacia parte de sus miembros como pueden ser el género, la
etnia, la orientación sexual, la edad o la religión, influyen directamen‐
te en la conducta de las personas a quienes se dirigen. En el caso de
los estereotipos negativos hacia las personas mayores no solo incide,
sino que se produce una aceptación pasiva de las supuestas conse‐
cuencias que implica ser mayor. Los estereotipos de la categoría so‐
cial personas viejas resultan especialmente intrigantes ya que
presentan una particularidad, siendo que la vejez es la única categoría
social a la que todas las personas van a pertenecer en algún momento,
ya que la única posibilidad de no llegar a viejo es la muerte en edades
Capítulo III 97
más jóvenes (Sanchez Palacios, 2004).
La Terapia Ocupacional, como profesión, no se encuentra aje‐
na a los desafíos que propone la nueva longevidad y a los diversos
emergentes del mundo contemporáneo. Como refirieran Bassi Bengo‐
chea & Gil (2021), la Terapia Ocupacional asume su potencial hibri‐
dez aportando a distintas disciplinas científicas, entre ellas al campo
interdisciplinar gerontológico, desde su especificidad. El envejeci‐
miento femenino, la configuración de universos vitales diferenciales
para varones y mujeres, desventajas y subordinación femenina, los
condicionantes sociales, entre otros, interpelan hacia la necesidad de
contemplar las dimensiones socio­culturales de los sujetos en cues‐
tión. En esta línea la Terapia Ocupacional y la gerontología, pueden
aspirar a un abordaje que contemple la salud, la enfermedad, la aten‐
ción y el cuidado, con el foco puesto en las personas mayores, en par‐
ticular las mujeres y su condición asociada a la edad y el género. Yuni
& Urbano (2001) lo expresan como la teoría del doble riesgo, defini‐
do por las desigualdades que conducen a una condición donde se con‐
jugan la edad y el ser mujer, con las dificultades que conlleva la
misma para acceder de forma igualitaria a recursos sociales.
A partir de lo expuesto este capítulo aspira a describir el aporte
de la práctica etnográfica a la Terapia Ocupacional y la gerontología
como disciplinas híbridas que se aportan y nutren mutuamente, defi‐
niendo en primer lugar a la gerontología en relación a otras disciplinas
y la Terapia Ocupacional Social Comunitaria como paradigma que
guía el análisis. En segundo lugar, se propone explicitar los diversos
paradigmas, estrategias y metodologías, que respondan a las necesida‐
des de conocimiento de la sociedad, en el contexto actual, de enveje‐
cimiento poblacional de nueva longevidad y acompañado de una
feminización de la vejez, que invite a repensar nuevas formas de ob‐
servar, percibir, interpretar, rescatando experiencias, sentires, procesos
de subjetivación y la perspectiva de los/las propios/as agentes o acto‐
res sociales.

Gerontología y la disciplina de Terapia Ocupacional:


haciendo historia

Puede definirse a la gerontología como un campo de abordaje inter‐


disciplinar y multidisciplinar bio­psico­social del envejecimiento y
del sujeto envejeciente. Un aspecto importante que sostiene el saber
98 Terapia Ocupacional & Antropología

gerontológico es el pensar el envejecimiento como un acontecer mul‐


ticausal, atravesado por numerosos factores interrelacionados que lo
condicionan. En este sentido, no solo es el estudio del proceso de en‐
vejecimiento universal por el que atraviesan todos los sujetos, sino
que la mirada recae en el sujeto envejeciente y sus diversas modalida‐
des en relación a sus propias características, el tiempo histórico, el
contexto y la cultura.
La gerontología abreva de un conjunto de disciplinas que
abordan el envejecimiento, abarcando tanto a la persona envejeciente
sana como enferma. Se propone por tanto definir a la gerontología co‐
mo una disciplina híbrida, en la medida que las ciencias sociológicas,
psicológicas, biológicas y ciencias médicas aportan conocimientos,
teorías, prácticas e intervenciones dando lugar a diversas áreas como
son: la Gerontología Biológica, Psicogerontología y Gerontología So‐
cial. Cada una de estas áreas estudia tanto las vejeces sanas como
aquellas que cursan algún proceso mórbido, desde su propia forma‐
ción o perspectiva profesional.
Como disciplina científica, la Gerontología posee una breve
historia, por lo que los avances en investigación, así como las diversas
reflexiones teóricas y prácticas deben conducir a ampliar el conoci‐
miento en la búsqueda de respuestas ante las diversas problemáticas
del envejecimiento, en este contexto de nueva longevidad. A los enfo‐
ques clásicos sobre el envejecimiento y los cambios evolutivos ha si‐
do importante el avance de los paradigmas que comprenden las
teorías gerontológicas, a saber, el paradigma del curso de la vida, el
paradigma de la gerontología positiva, el paradigma de la geronto‐
logía crítica, feminista y el paradigma de la complejidad. Del mismo
modo es fundamental reflexionar sobre los factores biológicos, socia‐
les, culturales, cognitivos que intervienen en la trayectoria vital de un
sujeto, como así también adicionar la subjetividad como otro factor
que se pone en juego en este proceso. Sin dudas la reconceptualiza‐
ción de la vejez y la posibilidad de superar enfoques reduccionistas
del envejecimiento es una de las metas a la que la gerontología debe
aspirar, desde la reflexión epistemológica y desde nuevos desarrollos
teóricos multi e interdisciplinares.
El campo de la Terapia Ocupacional en Gerontología, ha ido
desarrollando nuevas concepciones teóricas y epistemológicas. La
perspectiva Social de la Terapia Ocupacional, que surge a partir de va‐
riables sociales y contextuales actuales, ha evolucionado estos últimos
Capítulo III 99
años, en Latinoamérica, en el área mencionada. Países Latinoamerica‐
nos como Argentina, se enfrentan a un envejecimiento poblacional sin
precedentes. La República Argentina exhibe una transición demográ‐
fica acelerada, de acuerdo al censo 2010, que realizó el Instituto Na‐
cional de Estadística y Censos (INDEC), la población asciende a
40.117.096 habitantes. La población de 65 años o más correspondería
al 10,2% del total y la de 60 años o más, al 14,3%, haciendo que la
Argentina sea el cuarto país más envejecido de América Latina des‐
pués de Uruguay y Chile. Los últimos datos oficiales relevados en la
ciudad de Mar del Plata, según el Censo Nacional (Instituto Nacional
de Estadística y Censos [INDEC], 2010), arrojaron que el total de la
población es de 618.989 personas, de las cuales 119.006 son mayores
de 60 años (19,2%). El análisis de datos publicados más recientemen‐
te por la Pontificia Universidad Católica Argentina permite observar
un incremento del porcentaje de personas de este grupo etario en la
ciudad, llegando al 25,8% (Cicciari, 2017). En cuanto a la distribu‐
ción por estrato socioeconómico, el 43,7% pertenece al estrato muy
bajo (Cicciari, 2017). Lo mencionado ha exigido un cambio en las
políticas sociales y ha puesto en agenda la necesidad de estrategias,
servicios, programas y proyectos que impliquen a las personas mayo‐
res en pos de mejorar su calidad de vida, así como la inclusión y parti‐
cipación comunitaria.
Esto ha impulsado una renovación paradigmática y la preocu‐
pación por la reflexión teórica en Terapia Ocupacional, desde una po‐
sición epistemológica en el campo del conocimiento que contemple
los cambios culturales y sociopolíticos actuales. Como refieren Car‐
valho et al. (2018) “el envejecimiento necesita ser pensado y aborda‐
do por los terapeutas ocupacionales desde diferentes perspectivas,
contemplando también los aspectos sociales que involucran a esta po‐
blación” (Carvalho, 2018: 31).
En los últimos años y a partir de los cambios sociales, la Tera‐
pia Ocupacional ha trascendido de una práctica individual­clínica ha‐
cia una práctica comunitaria­social y contextual, producto de nuevas
necesidades de las comunidades, es decir, prácticas de intervención
que respondan a cuestiones de naturaleza social (Morrison, 2018).
Simó et al. (2016), sostienen que la Terapia Ocupacional, como insti‐
tución social, está convocada a resolver problemas sociales concretos
que involucren a personas y colectivos que se encuentran en condicio‐
nes de vulneración, marginalidad y pérdida del bienestar social. A lo
100 Terapia Ocupacional & Antropología

largo de la historia de la Terapia Ocupacional como disciplina, han


emergido distintos paradigmas, que han respondido a epistemologías
y prácticas, conforme un contexto social­histórico determinado. Mo‐
rrison et al. (2011) han abordado claramente la sucesión de paradig‐
mas en un continuo desde el inicio de la disciplina, lo cual se
describirá a continuación. Antes del primer paradigma, se desarrollan
diversas teorías e ideologías conducentes a la formación de la profe‐
sión, fundamentados en la filosofía pragmatista, el Tratamiento Moral
y el Movimiento de Artes y Oficios. Estas confluyen en el que podría
denominarse el pre­paradigma de la ocupación, vinculado con la Se‐
gunda Revolución Industrial y la segunda ola del feminismo. En se‐
gundo lugar, puede mencionarse el paradigma mecanicista. La
dominación del neopositivismo lógico, hace que aquellos fundamen‐
tos holistas y humanistas que fueran adoptados por los y las terapeutas
ocupacionales, no respondieran a la manera actual de concebir la cien‐
cia. Esto conducirá a las sucesivas generaciones de terapeutas ocupa‐
cionales, a validar su práctica profesional en las ciencias biomédicas,
bajo un paradigma mecanicista, en particular en la Segunda Guerra
Mundial. En tercer lugar, podemos referirnos al paradigma de la ocu‐
pación, que surge ante una revolución científica que cuestiona al para‐
digma neopositivista. De esta manera se abre paso a un nuevo
paradigma interpretacionista, que conduce al desarrollo de nuevos co‐
nocimientos y prácticas de la Terapia Ocupacional, desde concepcio‐
nes y enfoques que responden a las necesidades de salud de la
población. Este paradigma postmoderno y postindustrial concibe a la
ocupación humana como un fenómeno individual y subjetivo, entre
los cuales se destaca el Modelo de Ocupación Humana, el desarrollo
de las Ciencias de la Ocupación y la denominada Naturaleza Ocupa‐
cional del Ser Humano. Finalmente, Morrison et al. (2011), describen
como, en la actualidad, la ocupación humana ya no será entendida
esencialmente como un fenómeno individual, y se cuestionará la im‐
posición de modelos teóricos de países desarrollados a otros que viven
realidades absolutamente diferentes. Por lo tanto, se revalorizará la
producción local y se comenzará a concebir a la Ocupación como
fenómeno social. Este nuevo paradigma, denominado Paradigma So‐
cial de la Ocupación, forma parte de un paradigma más amplio, el Pa‐
radigma de la Complejidad. Morrison (2018) habla en términos del
cuarto paradigma, cuando refiere al que se ha dado en llamar el para‐
digma Social, que introduce la perspectiva social y comunitaria que
Capítulo III 101
guiará la profesión.
Para seguir analizando los aconteceres y cambios históricos in‐
herentes a la Terapia Ocupacional, puede ser interesante introducir có‐
mo se han expresado los cambios regionales y locales que abonan a
una configuración del objeto de estudio y de intervención en la disci‐
plina. A lo largo del tiempo, la forma de concebir al ser humano, la sa‐
lud y la discapacidad han ido cambiando y las profesiones no son
independientes de lo que acontece socialmente, así como lo que suce‐
de socialmente debe enunciarse en la profesión (Nabergoi et al.,
2019). A diferencia de Morrison et al. (2011), Nabergoi et al. (2019)
eligen el término “tradiciones” en lugar de paradigma, para entender y
visibilizar los procesos materiales en los que se producen y reprodu‐
cen los conocimientos y las prácticas profesionales, desde una con‐
cepción de conocimiento histórico y contextual, que resulta de
prácticas contextuadas que definen las problemáticas de estudio, las
interpretaciones, los marcos teóricos que permiten su comprensión y
las estrategias metodológicas que orientan las formas de abordarlos.
Las autoras adoptan el concepto “tradiciones” en lugar de paradigma,
a partir de la postura de Huarte (2012). Plantean que, la idea de tradi‐
ciones, por un lado, deriva del proceso abierto por la noción kuhniana
de paradigma y por otro lado se diferencia de la idea de una sucesión
lineal de paradigmas admitiendo la posibilidad de pensar una plurali‐
dad al interior de las mismas. Nabergoi et al. (2019), considerando los
orígenes de la Terapia Ocupacional en Argentina1 describen la tradi‐
ción reduccionista, la tradición ocupacional y la tradición social. Esta
última aboga por una producción local y situada, con discursos que
fundamentan la perspectiva de derechos humanos, las epistemologías
desde el sur y la intervención comunitaria y colectiva, es decir, el tra‐
bajo en territorio y en escenarios reales de la vida cotidiana. Resal‐
tando que si bien en los últimos años, se ha observado tanto en
congresos como en textos y divulgaciones científicas, que los discur‐
sos, conceptualizaciones y prácticas, se relacionan y comunican desde
la tradición social, las mismas conviven y dialogan con discursos de
las otras tradiciones según la necesidad de intervención, el contexto y

1 En 1959 se crea la carrera de Terapia Ocupacional en Argentina y es incluida en la


Ley 17.132 de 1968 como actividades de colaboración de la medicina u
odontología: colaboración con los profesionales responsables en la asistencia y/o
rehabilitación de personas enfermas o en la preservación o conservación de la salud
de las sanas.
102 Terapia Ocupacional & Antropología

todas las variables que interactúan (Nabergoi, 2021).


Para aquellos y aquellas Terapeutas Ocupacionales que se de‐
sempeñan en el área gerontológica, en un contexto de múltiples trans‐
formaciones y cambios sociales cualitativos y cuantitativos, este
paradigma aporta una visión y comprensión de la vejez que abarca los
múltiples aspectos y factores que determinan la calidad de vida y la
salud de las personas mayores. Esta mirada aspira a contemplar la vul‐
nerabilidad social, situaciones de deprivación y desventaja social, el
edaísmo, la diversidad cultural y sexual, las diferencias socioeconómi‐
cas, reconocer el carácter eminentemente femenino del envejecimien‐
to, así como también las perspectivas neuro­biológica,
neuro­cognitiva, ocupacional, ética, psicológica, sociológica, ecológi‐
ca, entre otras.

El método etnográfico

El contexto actual, de envejecimiento poblacional, de nueva longevi‐


dad y acompañado de una feminización de la vejez, invita a repensar
nuevas formas de observar, percibir, interpretar, desde distintos para‐
digmas, estrategias de investigación y diversos métodos, como los que
brinda la investigación cualitativa, que responda a las necesidades de
conocimiento de la sociedad. Además de reconocer el alcance de la in‐
vestigación social a partir del respeto de los valores culturales parti‐
culares y la dignidad humana universal, Denzin & Lincoln (2012: 22)
sostienen que “el carácter relacional de la investigación cualitativa de‐
termina, pues, el ineludible compromiso del investigador de respetar a
toda/o «otra/o» en su identidad, en su alteridad irreductible”.
En relación a la Terapia Ocupacional como profesión, si bien,
como ya se hubiera desarrollado, hubo un predominio de modelos he‐
gemónicos de atención de la salud, progresivamente en las últimas dé‐
cadas se han incorporado las dimensiones culturales y sociales en el
análisis e intervenciones terapéuticas (Bassi Bengochea & Gil, 2021).
Como describieran Bassi Bengochea & Gil (2021) podrían mencionar‐
se numerosos referentes quienes se expresaron en términos de una Te‐
rapia Ocupacional transcultural, o la perspectiva comunitaria en
Terapia Ocupacional, Terapia Ocupacional Eco­Social, la cuestión so‐
cial, entre otros, así como la importancia de reconocer al otro en un
plano de equidad. Es aquí donde la práctica etnográfica, sustentada en
postulados de la antropología social, se constituye en una de las con‐
Capítulo III 103
tribuciones sustanciales para las y los terapeutas ocupacionales, en el
abordaje de su objeto de estudio.
Zango Martín & Moruno Miralles (2013) resaltan la importan‐
cia de la etnografía a partir de la doble función que puede cumplir, ya
que se constituye en un instrumento metodológico que habilita inter‐
venciones de Terapia Ocupacional comunitaria pero además es una
herramienta que conduce a la reflexión. La denominada etnografía do‐
blemente reflexiva, considera las diferencias asimétricas de los actores
sociales implicados en la investigación y la intervención terapéutica.
Este quehacer político busca promover la equidad en una doble refle‐
xividad que involucra tanto al actor social que reflexiona sobre su pro‐
pio hacer cotidiano, como a las personas que investigan e intervienen
(Zango Martín, 2017).
La etnografía, en su triple acepción de enfoque, método y tex‐
to, tal cual enuncia Guber (2016), se constituye como una práctica de
conocimiento que aporta a la comprensión de los fenómenos sociales,
rescatando las voces, es decir, desde la visión y perspectiva de sus
agentes o actores sociales. En este sentido, las personas mayores son
protagonistas o informantes privilegiados que pueden expresar sus
pensamientos, sentimientos, experiencias y dar cuenta de los eventos
y de las dinámicas sociales e institucionales de las cuales participan.
Por lo tanto, a la explicación de los hechos, se suma la perspectiva de
los miembros de un colectivo o grupo social. Con el deseo de ampliar
esta descripción propongo un ejemplo que ilustrará lo expresado.
La experiencia personal y profesional, en el área gerontológi‐
ca, en diversos talleres y dispositivos donde me desempeño, me con‐
dujo al análisis de las denominadas Organizaciones de Mayores
(OMA), como los Centros de Jubilados. Estas actúan como efectores
comunitarios donde se desarrollan múltiples actividades socio preven‐
tivas. Los Centros de Jubilados son organizaciones sin fines de lucro,
que forman parte de la sociedad civil, se constituyen como espacios
que construyen, remarcan y desarrollan el sentido de pertenencia so‐
cial en las personas mayores. Además, fomentan un reconocimiento
institucional y formal de la vejez, facilitan el empoderamiento en las
personas mayores y la apropiación de un espacio que los define. Los
centros de jubilados representan un campo de lucha, en el cual las per‐
sonas mayores se vuelven protagonistas, ejerciendo su ciudadanía co‐
mo una alternativa frente al edaísmo y la exclusión que transita este
colectivo (Golpe & Arias, 2005), dando razón de un compromiso que
104 Terapia Ocupacional & Antropología

expresa un cambio en los marcos cognitivos, ideas, sentimientos, va‐


lores, prácticas y proyectos (Golpe et al., 2014).
Estas organizaciones operan como un nucleamiento de sujetos,
que lo que connota es, por un lado, un lugar de apoyo social, un espa‐
cio de resistencia de un grupo discriminado y por otro lado denota que
hay una sociedad que los excluye, ya que los mismos no participan en
espacios intergeneracionales (inclusión por exclusión) (Golpe & Arias,
2005). El análisis de las instituciones facilita la observación y el des‐
pliegue de la lógica binaria (Bhabha, 2002), mencionada anteriormen‐
te, en la cual pueden construirse identidades de diferencia, (viejo/
joven, yo/otro), que exponen opuestos que indican categorías (inclu‐
sión/exclusión) en las cuales los sujetos ven dificultadas sus oportuni‐
dades de circulación. Lo expuesto resignifica la función de los Centros
de Jubilados, donde pertenencia, inclusión, construcción de vínculos y
redes, proyectos, prácticas, se complementan y articulan para estable‐
cer relaciones de complejidad creciente superadoras de una mirada es‐
tereotipada de vejez que habiliten el desarrollo de los derechos
humanos y las libertades.
Dos investigaciones desarrolladas en organizaciones de mayo‐
res (Xifra, 2017; 2020), además de la práctica profesional, motivaron
el deseo de conocer a las personas mayores que allí concurren, así co‐
mo las dinámicas institucionales. Los hallazgos permitieron visibilizar
diversas vejeces, algunas asociadas a situaciones de vulnerabilidad y
otras que evidenciaron la participación y empoderamiento. Al grupo
de personas mayores que participan y desarrollan un proyecto de ges‐
tión las denominé hacedoras. Si bien, como expresan algunos autores
(Wilcock, 2011; Wood, 1998), ser un ser humano es ser ocupacional,
siendo que las personas en su compromiso en ocupaciones se definen
a partir del hacer, ser y convertirse (Wilcock, 2011), al focalizarse en
las personas mayores, se ha reservado el término hacedor o hacedora
para los y las líderes de OMA que, más allá de lo que hacen con su
tiempo, cómo organicen sus actividades y los propósitos y significado
que le otorguen, son capaces de relegar lo personal por el bien de un
colectivo o su comunidad (Xifra, 2020). Ulloa (2011) expresa cómo
cada sujeto integrante de la cultura, es a un tiempo hechura y hacedor
de ella. Puede ser considerado hechura en tanto demora parte de su li‐
bertad, en compromiso con el bien común de su comunidad; esa de‐
mora de su propio juego libre va edificando en él una ética de
compromiso cultural. Esta renuncia, legitima su condición de protagó‐
Capítulo III 105
nico hacedor de esa cultura, postergando parte de la propia libertad.
A partir de ambos estudios, sus hallazgos y el mayor conoci‐
miento del colectivo de mayores se propuso conocer y describir los
cambios acontecidos en los centros de jubilados en relación a la ges‐
tión y roles jerárquicos desde una perspectiva de género. A partir de la
observación de la gran cantidad de mujeres que ocupan cargos jerár‐
quicos en las organizaciones de mayores se planteó conocer la preva‐
lencia de mujeres respecto a varones, qué significado le otorgan al
centro de jubilados y la función que cumplen, así como la manifesta‐
ción de relaciones de poder en estas organizaciones.
A través de diversas actividades desarrolladas en los centros,
que articularon la percepción y experiencias directas con las personas
mayores hacedoras, pude observar cómo las mismas se vuelcan hacia
el voluntariado, lo cual promueve el desarrollo de la cooperación y el
ejercicio de su solidaridad. Esta tarea desempeñada por las y los hace‐
dores, no busca una recompensa o retribución económica, sino que se
sostiene a partir de las posibilidades de conseguir beneficios para otras
personas mayores, en la búsqueda de mejorar la calidad de vida. Los
Centros de Jubilados se constituyen como un apoyo social que permi‐
ten establecer relaciones de ayuda mutua, recíproca. Los que organi‐
zan/gestionan no solo dan sino reciben. Brindan su tiempo, asumiendo
su responsabilidad ante los demás, pero también son escuchados, mu‐
chas veces adquieren reconocimiento, reciben el afecto de las perso‐
nas concurrentes y encuentran la posibilidad de brindar su experiencia
a los otros. El testimonio de una líder de centro de jubilados ilustra lo
referido:
“poder brindarme, poder dar cariño, viene gente con muchos
problemas, y me los derivan directamente, y puedo darles una
palabra de aliento, otra cosa no puedo, brindarme, brindarle
amor, que necesitan amor, necesitan ese abrazo, que no lo tie‐
ne, y eso. Eso es lo importante, con eso ya está. Me den las
gracias o no me las den, no me interesa”.

En las Organizaciones de Mayores se establecen relaciones de


poder entre sus miembros. Al igual que en otras instituciones existen
competencias, distancias jerárquicas, liderazgos y autoridad. La visita
y participación sostenida en los Centros de Jubilados, ha permitido
observar cómo se manifiestan estas tensiones de poder, donde además
las relaciones de género, se tornan fundamentales para entender la
transición que está aconteciendo en el presente, en el contexto de una
106 Terapia Ocupacional & Antropología

nueva longevidad, caracterizado por la feminización de la vejez.


Entre los años 2007 y 2008 en un estudio realizado en Mar del
Plata (Golpe et al., 2014), fueron entrevistados líderes de OMA. Lo
que se observaba hasta hace 10 años atrás era que, si bien participaban
tanto varones como mujeres en actividades de gestión, el cargo de pre‐
sidencia o vicepresidencia era ocupado mayoritariamente por hom‐
bres. En la actualidad (Xifra, 2020) se observa un mayor
protagonismo de las mujeres, donde la visita a 23 Centros permitió
identificar que los cargos jerárquicos también pueden ser ocupados
por ellas. En este contexto, por consiguiente, se ha observado un cam‐
bio con respecto a la mujer. Las mujeres hacedoras aportan una nueva
configuración a la dinámica social de la vejez. Se ha advertido un au‐
mento en la cantidad de líderes femeninas, que participan activamente
en estos espacios, cuestionan el rasgo masculino de este tipo de insti‐
tuciones y expresan otras democratizaciones.
El trabajo de campo, a partir de una residencia prolongada en
las OMA, con observación participante y entrevistas no dirigidas,
aportó información para el desarrollo de una descripción de estas ins‐
tituciones. Además, los datos etnográficos que llevaron a la reflexión
de las dinámicas institucionales, fueron contrastados con datos recien‐
tes, facilitados por los y las trabajadoras sociales de PAMI (julio
2020), UGL XI, quienes se constituyeron en informantes clave funda‐
mentales y condujeron a tener un mejor conocimiento del objeto de
estudio y ampliar el análisis de género de las personas mayores hace‐
doras. En este sentido, la triangulación se constituye en una alternati‐
va de validación. El registro se realizó sobre treinta y cuatro de los
cincuenta y cuatro Centros de Jubilados vinculados a PAMI, es decir,
de aquellos donde se desarrollan los Programas Pro Bienestar en con‐
junto con Socio Preventivo. Además de ser mayor el porcentaje de
mujeres que de varones que ocupan el cargo de presidente/a, vicepre‐
sidente/a y tesorero/a, es importante resaltar que, de los treinta y cua‐
tro centros registrados, once se encuentran compuestos
exclusivamente por mujeres hacedoras, no observándose ningún hom‐
bre que se desempeñe en actividades de gestión. Si bien en muchos
centros se advierte un varón registrado en la comisión directiva, luego
en la práctica son ellas quienes adquieren protagonismo y se encuen‐
tran tomando decisiones, es decir, son las que ponen el cuerpo día a
día, desempeñándose en ese rol que expande su experiencia vital.
Este rol activo y este empoderamiento de las mujeres en los
Capítulo III 107
centros, condujo al interés de comprender qué significado le atribuyen
a la institución y cuál es su percepción acerca de la tarea primaria que
cumplen. Diversas entrevistas a las mujeres hacedoras permitieron co‐
nocer sus voces, expresadas en los siguientes testimonios, que mani‐
fiestan qué representa para ellas un centro de jubilados: “la otra casa,
la casa grande”; “encontramos una familia”; “para mí es mi familia el
centro de jubilados”; “el centro de jubilados es como mi segunda casa,
siento amor por el centro de jubilados”. Del mismo modo, se refieren
a la función que cumplen en la sociedad: “es un centro de reunión”;
“un lugar para reunirnos”; “es un lugar de atracción social”; “lugar de
contención”; “contención de la gente”; “el centro de jubilados es una
contención”; “me preocupo más por los jubilados que por mi familia y
ellos se preocupan más por mí que por la familia”; “me gusta mucho
el trabajo solidario y es un lugar de contención”.
Como refiere Freixas Farré (2013), los sistemas de género pue‐
den conducir a desigualdades y las mismas afectan en mayor medida a
las mujeres que a los hombres. En este sentido, los patrones de género,
los mandatos y los roles desempeñados por las mujeres durante su tra‐
yectoria vital, en sociedades donde predomina el sistema patriarcal,
sin duda condicionan los modos de envejecer. Las diversas formas de
envejecer, para varones y mujeres, estarán asociadas con las identida‐
des de género que construyeron en edades más tempranas de la vida
(Ramos, 2018). Si bien algunas condiciones, por género, impactan ne‐
gativamente en las mujeres durante toda su trayectoria vital, operando
como estructuras de opresión, al mismo tiempo existen diferencias in‐
dividuales que dependerán de variables como el estado civil, el nivel
de instrucción alcanzado, la clase social, etc, que permitirán observar
la heterogeneidad de estas mujeres a lo largo de su curso vital y parti‐
cularmente en su vejez.
La observación participante en contexto, en los centros de ju‐
bilados, así como las entrevistas a mujeres hacedoras, evidencian que
existen diversas trayectorias y experiencias personales. La práctica et‐
nográfica, en este caso, es la metodología que ha permitido el aborda‐
je y la posibilidad de dar voz a las mujeres hacedoras, que comparten
en común un proyecto vital asociado a un rol institucional en una or‐
ganización de mayores. Es importante además mencionar que la posi‐
ción investigadora desde la cual se aborda, en este caso el objeto de
estudio, es una posición feminista, que cuestiona, como refiere Ramos
(2018), desde una perspectiva de género, el sesgo androcéntrico que
108 Terapia Ocupacional & Antropología

ha caracterizado a la gerontología y demás disciplinas, demostrando el


impacto del sistema patriarcal en el envejecer de las mujeres. Al res‐
pecto, Haraway (1995) sostiene que si consideramos que el lenguaje
produce realidad en un contexto de poder, por lo tanto, debemos espe‐
cificar el punto de vista desde donde partimos, desde este conocimien‐
to situado, en el género, en la dimensión étnica, la clase social, para
entender el conocimiento que se ha producido y se produce. En esa lí‐
nea, Denzin & Lincoln (2012) sostienen que el etnógrafo trabaja en
una realidad híbrida, ya que el discurso y la experiencia se integran en
asunciones culturales más amplias, asociadas a la raza, la etnia, el gé‐
nero, la edad, entre otros; citando a Trinh T. Minh­ha (1992) agregan
que “el etnógrafo siempre debe preguntarse, no ya ¿quién soy?, sino
¿dónde?, ¿cuándo, cómo soy?” (Trinh T. Minh­ha, 1992: 157).
Me parece interesante introducir la propuesta de Denzin &
Lincoln (2012), quienes desde una postura que defiende una metodo‐
logía artesanal, conciben al investigador como un bricoleur. Si bien
pueden adoptarse diversas definiciones del término, un bricoleur sería
aquella persona que en su trabajo logra adaptar los retazos del mundo,
utiliza las herramientas estéticas y materiales de su oficio. Al citar a
Weinstein y Weinstein (1991: 161) se concibe al resultado del método
del investigador, como una construcción emergente que muta y ad‐
quiere diversas formas a medida que el bricoleur incorpora diferentes
herramientas, métodos y técnicas para representar e interpretar el
fenómeno de estudio. El bricoleur metodológico conjuga un gran nú‐
mero de tareas diferentes, observación, entrevistas, procesos de auto‐
rreflexión e introspección intensivas. El bricoleur teórico lee y domina
distintos paradigmas de interpretación que facilitan la comprensión de
los problemas a estudiar. Por su parte, el bricoleur interpretativo con‐
cebirá la investigación como un proceso interactivo, incorporando tan‐
to su historia personal, la etnia, género y clase social así como
también, las historias de las personas en el contexto de investigación.
Por último, el bricoleur crítico hace hincapié en la naturaleza dialécti‐
ca de la investigación interdisciplinaria, reforzando el deseo de supri‐
mir las fronteras entre disciplinas (Denzin & Lincoln, 2012).

Consideraciones finales

El contexto de envejecimiento poblacional, de nueva longevidad, que


evidencia un incremento en el número y la proporción de personas
Capítulo III 109
mayores, acompañado de una feminización de la vejez, invita a repen‐
sar nuevas formas de observar, percibir, interpretar, desde distintos pa‐
radigmas, estrategias de investigación y diversos métodos, que
respondan a las necesidades de conocimiento de la sociedad. La Tera‐
pia Ocupacional como disciplina híbrida que aporta al campo interdis‐
ciplinar gerontológico, en sus desarrollos teóricos y epistemológicos
recientes ha puesto el foco en la necesidad de incorporar las dimensio‐
nes sociales y culturales, en la consideración de la vejez como cons‐
trucción social, que depende del contexto sociocultural e histórico, y
determina gran variabilidad en las formas de envejecer, es decir, diver‐
sas vejeces. En este sentido, la concepción del envejecimiento como
proceso diferencial y la consecuente aparición de la vejez y el género
como categorías culturales conducen a un mayor entendimiento de lo
que implican los diferentes roles y lugares para mujeres y varones co‐
mo también asigna normas regulatorias de comportamiento.
Por su parte la problemática de la alteridad o de la otredad,
desde una perspectiva antropológica, permite ampliar el conocimiento
sobre un colectivo discriminado sobre el cual recaen creencias negati‐
vas y estereotipos, a partir de la construcción de identidades desde la
lógica binaria yo/otro, joven/viejo. Lo expuesto argumenta la impor‐
tancia de la etnografía como instrumento metodológico en el campo
gerontológico ya que, como refirieran Zango Martín y Moruno Mira‐
lles (2013) habilita intervenciones de Terapia Ocupacional comunita‐
ria pero además conduce a la reflexión, de los actores sociales
implicados en la investigación, les da voz y los lleva a reflexionar so‐
bre su propio hacer. En el caso de análisis propuesto se observa cómo
la etnografía es la estrategia que abre el camino al conocimiento de las
personas mayores hacedoras, que expone un nuevo rol de las mujeres
en los Centros de Jubilados. Una experiencia femenina que ha adqui‐
rido nuevos significados, un posible proceso de transformación de las
prácticas sociales, subjetividades y mentalidades colectivas, en el
campo de las relaciones de género que aspira a modificar la imagen de
la mujer y del hombre. Es fundamental mencionar que, si bien estas
mujeres hoy lideran organizaciones, deconstruyendo un imaginario
subalterno de la mujer y haciendo uso del poder que disponen, en la
actualidad coexisten prácticas sociales públicas y privadas innovado‐
ras, con prácticas tradicionales de desventaja, discriminación y subor‐
dinación.
110 Terapia Ocupacional & Antropología

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CAPÍTULO IV

Hacia una atención corporizada


en salud: aportes teóricos y
metodológicos de la antropología

Ana D’ Angelo

L
a atención en salud se asume predominantemente descorporiza‐
da a pesar de que tiene principalmente como objeto al cuerpo
del paciente. Ante esta paradoja quisiera contribuir al desarrollo
de una atención en salud que se asuma como una relación necesaria‐
mente corporizada y culturalmente mediada entre usuario y profesio‐
nal. Es decir, una atención que parta del reconocimiento tanto de la
experiencia del sujeto que padece como también la del profesional que
lo atiende. Esta relación que es intercorporal está basada no sólo en lo
dicho, sino en lo observado, percibido, sentido por ambos. A tal fin
ofrezco diálogos posibles con la antropología de la corporalidad, a
partir tanto de conceptualizaciones teóricas como de enfoques meto‐
dológicos que pueden ser de utilidad para el campo de la salud. Final‐
mente acerco ejemplos etnográficos de investigaciones propias sobre
técnicas corporales (yoga y meditación) que resultan de interés por sus
apropiaciones terapéuticas.
114 Terapia Ocupacional & Antropología

Recientemente, la antropología ha contribuido, junto con otras


ciencias humanas y sociales, a lo que considero un giro social en Tera‐
pia Ocupacional. Efectivamente, en la última década distintas perspec‐
tivas y modelos en Terapia Ocupacional (comunitaria, intercultural,
social crítica, decolonial, etc.) se han interesado por el contexto socio‐
cultural del sujeto, así como por los significados de las ocupaciones,
aunque más indirectamente, por aquellos en torno al cuerpo, la salud,
el bienestar, la enfermedad y la atención (Iwama & Simó Algado,
2008; Guajardo Córdoba, 2011; Zango Martín & Moruno Millares,
2013).
Por otra parte, de manera aún más incipiente que el anterior
considero que existe un giro hacia lo somático (D´Angelo, 2022) en el
campo de la salud en general del que la Terapia Ocupacional no resul‐
ta ajena. De hecho, terapistas de nuestra región, especialmente en Bra‐
sil, se vienen esforzando por arribar a definiciones sobre un concepto
de corporalidad fructífero para la disciplina: que considere la historia,
la cultura, la experiencia, la subjetividad y los deseos de los sujetos
(Almeida, 2004) sin llegar aún a consensos respecto de su definición
(Ambrosio & Silva, 2017). Sin embargo, en Argentina la pregunta por
la corporalidad en la disciplina es aún más marginal. De hecho el tér‐
mino no aparece mencionado en ningún artículo de la única revista de
Terapia Ocupacional local. Por tal razón, este capítulo, aspira a contri‐
buir al desarrollo de una disciplina que articule ambos intereses: por lo
social y por el cuerpo, a partir del paradigma de la corporalidad en an‐
tropología. Ambos virajes resultan de gran potencial para el abordaje
integral de la salud al que aspira la Terapia Ocupacional.

El cuerpo en ciencias sociales

Quisiera empezar señalando que el interés de las ciencias sociales y la


antropología en particular por el cuerpo no es novedoso. Al momento
de su surgimiento como ciencia, a mediados del siglo XIX, la antropo‐
logía prestó atención a la dimensión física del cuerpo, es decir a aque‐
lla empíricamente observable: visible, tangible y por lo tanto
mensurable. En plena expansión imperial, el paradigma evolucionista
entonces vigente buscaba convalidar científicamente la superioridad
de las sociedades europeas por sobre sus colonias. Sesgados por el et‐
nocentrismo, los primeros antropólogos consideraron que la única so‐
ciedad civilizada y “con cultura” era la europea. Para ello, tomaron
Capítulo IV 115
como parámetro para la clasificación de los diferentes estadios evoluti‐
vos la organización de las instituciones y el desarrollo económico tec‐
nológico de las sociedades industriales a las que ellos mismos
pertenecían. A principios del siglo XX, los pueblos de América, Africa,
Asia y Oceanía habían quedado catalogados como salvajes, primitivos
o bárbaros frente a los europeos que se encontrarían en el estadio má‐
ximo de evolución. En ese contexto, la antropometría se ocupó de las
diferencias biológicas (en altura, masa corporal, tamaño craneal, etc.)
para demostrar la superioridad también física de los europeos (así co‐
mo la de los hombres sobre las mujeres). Así, la ideología racista que
buscaba consolidarse científicamente no era más que el resultado del
etnocentrismo de la época.
Hasta mediados del siglo XX, la antropología se dedicó al aná‐
lisis de las instituciones, prácticas y representaciones de las aún llama‐
das sociedades “primitivas”. La superación del etnocentrismo se buscó
por la vía del relativismo cultural que consideraba la diversidad de for‐
mas de organización como resultado de procesos independientes pero
igualmente válidos de las distintas sociedades para satisfacer las nece‐
sidades humanas (biológicas y derivadas). Este nuevo paradigma pre‐
tendía acceder al punto de vista de los nativos a partir de la
convivencia prolongada del antropólogo en el lugar y del trabajo de
campo con observación participante que Bronislaw Malinowski siste‐
matizó en el marco de la antropología funcional británica. Sin embar‐
go, en el análisis de las prácticas culturales observadas, la presencia
del cuerpo había sido considerada evidente (precondición necesaria
para su puesta en acto) y su análisis social desestimado (Berthelot,
1991).
Fueron precisamente los nativos quienes en algunos casos exi‐
gieron a los antropólogos problematizar aquello que hasta entonces pa‐
recía tan obvio, incluyendo el concepto mismo de cuerpo. Así, durante
su estadía a principios del siglo XX entre los kanak de Nueva Caledo‐
nia (Melanesia) el etnólogo y misionero francés Maurice Leenhardt
constató, gracias a sus esfuerzos por comprender los mitos y la lengua
nativa, la inexistencia de un término para referir a “cuerpo” distinto
del de “persona”. Simultáneamente, Robert Hertz analizó la construc‐
ción cultural del cuerpo y el carácter simbólico otorgado a su laterali‐
dad (en términos de pureza de la mano derecha frente a la izquierda).
De modo que los primeros pasos por comprender las representaciones
y los usos culturales del cuerpo se dieron a principios del siglo XX. Se
116 Terapia Ocupacional & Antropología

suele reconocer al trabajo exploratorio del sociólogo francés Marcel


Mauss (1979) en diferentes sociedades como el puntapié principal pa‐
ra referir al carácter culturalmente aprendido de los usos del cuerpo.
Con la categoría de técnicas corporales, Mauss entendió al cuerpo si‐
multáneamente como origen, medio y objeto de la técnica y enfatizó la
necesidad de un enfoque psico­bio­social para su comprensión. Asi‐
mismo recuperó el término aristotélico habitus o exis en tanto consi‐
deró que las técnicas constituían símbolos morales e intelectuales de
cada sociedad.
Paralelamente y desde el relativismo cultural norteamericano,
Franz Boas observó y registró fotográficamente el uso del cuerpo en
actividades cotidianas y rituales (técnicas manuales, juegos, danzas,
etc.) asumiendo que cada cultura se distinguía por ciertos estilos de
movimiento. Posteriormente su discípula Margaret Mead y su marido
Gregory Bateson (1942) llevaron a cabo un registro fotográfico sis‐
temático y prolongado de los gestos de mujeres y niños balineses (re‐
lativos a la crianza, la danza, etc.). En línea con los objetivos de la
Escuela de Cultura y Personalidad norteamericana consideraron a los
gestos como expresiones del carácter del pueblo balinés. En síntesis,
cuando se producía y explicitaba, la observación del cuerpo se debió
exclusivamente al hecho de ser considerado el lugar en el que se ex‐
presaba la cultura. Así, durante varias décadas, el análisis de las activi‐
dades cotidianas y los rituales (principalmente a través de sus
símbolos y sus movimientos que eran necesariamente corporales) sir‐
vió como medio para acceder a las representaciones sociales y el con‐
trol social.
A partir de los años 1960 el interés por el cuerpo en el análisis
de lo social creció exponencialmente debido a los importantes cam‐
bios sociales que se venían produciendo en las sociedades considera‐
das occidentales desde las cuales se producen los saberes
hegemónicos: las europeas y la estadounidense en particular. La aten‐
ción al cuerpo fue ineludible para reflexionar sobre aquellos movi‐
mientos sociales que hacían de su liberación la bandera de la
transformación contracultural, la vía para una mayor autonomía del in‐
dividuo frente a las estructuras sociales ­los movimientos estudiantil,
hippie, pacifista, ecologista, feminista, las luchas por los derechos ci‐
viles de las minorías genéricas y étnicas, el surgimiento del rock, las
performances artísticas, entre otros (Carozzi, 2001; Citro, 2010).
En ese contexto, la antropóloga británica Mary Douglas ana‐
Capítulo IV 117
lizó la relación del cuerpo con las normas sociales. Consideró que el
cuerpo individual constituía un símbolo natural, de gran potencial me‐
tafórico para representar las relaciones sociales (Douglas, 1966). Es
decir, estaba interesada en la capacidad del cuerpo para simbolizar los
límites morales de la sociedad (aquello que era considerado puro) y
los riesgos de su traspaso (lo impuro). Lo cierto es que, en la medida
que el cuerpo es un producto tanto físico como cultural es difícil dis‐
tinguir la frontera entre ambos en las ecuaciones simbólicas (Scheper­
Hughes & Lock, 1987).
Posteriormente, Víctor Turner (1980) profundizó en el carácter
simbólico del cuerpo en su análisis del ritual entre los ndembu de
Zambia. Consideró la existencia de dos polos en todo ritual: el ideoló‐
gico­normativo y el oréctico (correspondiente a los fenómenos fisioló‐
gicos). De tal forma, afirmó que el ritual tiene la capacidad de
transmitir y condensar referencias cognitivas (ideas y normas sociales,
etc.) así como afectivas. Es decir que durante el ritual lo normativo es
cargado con significado emocional a través del cuerpo, de manera que
lo que es socialmente necesario, obligatorio, se vuelve deseable (Tur‐
ner, 1988). Esta manera de concebir al proceso ritual la aplicó también
a los procesos contraculturales de su propia sociedad (la generación
“beat” y el movimiento hippie) por sus características marginales y
antiestructurales en las que se ponía en juego la communitas y la limi‐
nalidad (1988).
En estas propuestas el cuerpo fue explícitamente analizado
aunque no constituyera un objeto de estudio en sí mismo (sino a través
del ritual). Según la antropóloga argentina Silvia Citro (2010) recién
en los años 1970 el cuerpo devino un objeto de investigación legítimo
para la disciplina a partir de la publicación de dos libros: The Body As
a Medium of Expression de Jonathan Polhemus & Ted Benthall (1975)
y The Anthropology of the Body de John Blacking (1977).1 A partir de
entonces, la antropología del cuerpo lo considera como objeto de estu‐
dio en función de su capacidad para representar, transmitir, vehiculizar
y simbolizar lo social.
Por su parte, en sociología, el constructivismo social se opuso
a la concepción de cuerpo en tanto fenómeno exclusivamente biológi‐
co. Se coincidió en asumir que el cuerpo es el producto de las
1 En Citro (2010) puede encontrarse un detallado estado de la cuestión sobre la
antropología de y desde los cuerpos incluyendo su propia producción de referencia
en el plano local y regional.
118 Terapia Ocupacional & Antropología

relaciones sociales y de poder que a su vez simboliza (Schilling,


1993). Particularmente, la noción de habitus de Pierre Bourdieu (re‐
formulada a partir de la propuesta original de Mauss), como disposi‐
ciones incorporadas, esquemas de percepción, pensamiento y acción
que producen la “interiorización de la exterioridad” (Bourdieu, 2010:
88­89), resultó altamente influyente a la hora de considerar el carácter
constitutivo de la sociedad. Este concepto pretende hacer del cuerpo
no sólo la manifestación de los procesos por los cuales lo social es in­
corporado, sino el locus de la práctica social en que residirían las posi‐
bilidades de su transformación.
En el marco del posestructuralismo, la preocupación por el
cuerpo regulado y controlado por el poder se nutrió ineludiblemente
de la obra de Michel Foucault manteniendo concepciones representa‐
cionales del cuerpo donde lo social estaría “inscripto” en él.2 Su in‐
fluencia respecto a la discursividad de las normas fue marcada en el
feminismo y los estudios de género, que a su turno señalaron el carác‐
ter performativo del género y la importancia de la materialidad de los
cuerpos (Butler, 2005). Otras transformaciones sociales más recientes
habrían influido en el crecimiento de este interés por el cuerpo como
objeto de investigación: el cuestionamiento de los saberes y el poder
biomédico (Lock, 1993; Frank, 1991; Fausto­Sterling, 2000; Rohden,
2001; Preciado, 2008), los problemas éticos y legales derivados de la
intervención tecnológica (la fertilización in vitro, la clonación) (Tur‐
ner, 1989), los cyborgs (Haraway, 1985), la realidad virtual, las trans‐
formaciones en la percepción del tiempo y el espacio (Harvey, 1989),
la modificación de los cuerpos que requería el trabajo en serie a los
cuerpos flexibles del posfordismo (Martin, 1992) y el posindustrialis‐
mo con su ampliación del tiempo de ocio y consumo (Turner, 1994).
Estas son sólo algunas manifestaciones de los cambios radicales en las
relaciones del cuerpo con la sociedad, la economía y la tecnología. Así
se pasó de la omisión del cuerpo en ciencias sociales, a análisis predo‐
minantemente representacionales del cuerpo en función de su poten‐
2 En su obra existe un pasaje de un fuerte componente constitutivo de lo social, un
sujeto ocupando posiciones discursivas establecidas a priori, sin espacio para su
resistencia o negociación (en sus arqueologías) y una concepción casi omnisciente
del poder en los dispositivos disciplinares y en la biopolítica, con implicancias
constructivistas sobre los cuerpos dóciles (en sus genealógicas), hasta el
reconocimiento de que el poder requiere de la respuesta de un sujeto ante el esfuerzo
por disciplinarlo, regularlo y constituirlo en tanto tal (en sus trabajos sobre la
gobernabilidad).
Capítulo IV 119
cialidad para simbolizar el control social ejercido sobre los individuos.

La antropología de la corporalidad

Desde la década de 1980 una serie de cambios teóricos y metodológi‐


cos en antropología y sociología dieron forma al paradigma de la cor‐
poralidad. Esta distinción es meramente analítica ya que los cambios
conceptuales redundan en un abordaje diferente y en sentido contrario
los metodológicos conllevan la reflexión sobre la naturaleza de lo ana‐
lizado. Los cambios teóricos refirieron a un pasaje conceptual: del
cuerpo a la corporalidad. El primer término quedó reservado para el
cuerpo como objeto de investigación por su carácter representacional,
tal como fue abordado anteriormente, o como veremos en relación a la
salud, a su dimensión exclusivamente biológica­material. Ahora bien,
el término corporalidad refiere a la experiencia perceptual y al modo
de presencia y compromiso con el mundo que debe ser también inves‐
tigado por la antropología (Csordas, 1990). El antropólogo neoze‐
landés Michael Jackson fue uno de los primeros en presentar este
paradigma señalando las limitaciones de los análisis previos del cuer‐
po que lo tomaban como representación, símbolo y metáfora de lo so‐
cial. Consideró que en un esfuerzo por darle relevancia como objeto
de estudio en su calidad de producto social corrían el riesgo de reifi‐
carlo. Fue pionero en cuestionar la subsunción de lo corporal a lo re‐
presentacional, de la acción al lenguaje, del cuerpo al pensamiento,
etc. Dado que por ese entonces, los abordajes predominantes se basa‐
ban en un enfoque semiótico de la cultura (Geertz, 1997), donde los
significados serían accesibles sólo por el lenguaje en un análisis inter‐
no y cerrado sobre sí mismo de la cultura como un texto a ser interpre‐
tado.
En términos metodológicos, el cambio de perspectiva vino da‐
do por quienes hicieron del cuerpo ya no sólo el objeto de conoci‐
miento, sino también una herramienta de investigación. Estos cambios
supusieron explícitamente la producción de conocimiento desde el
cuerpo del investigador (Wacquant, 2004; Citro, 2009). Dado que el
propósito de la antropología es comprender qué hacen y por qué lo ha‐
cen los sujetos de estudio (es decir, qué piensan sobre lo que hacen),
resulta necesario ahora hacer lo que ellos hacen para acceder a una
comprensión corporizada. Según Jackson:
“si entendemos que la comprensión antropológica es primero
120 Terapia Ocupacional & Antropología

y principal un medio de adquirir habilidades sociales y prácti‐


cas sin ninguna asunción a priori acerca de su significado o
función, entonces se sigue un tipo diferente de conocimiento,
esto implica decir que puede encontrarse un entendimiento
empático evitando el solipsismo y el etnocentrismo que domi‐
nan muchos de los análisis simbólicos” (Jackson, 2010: 80).

El autor partió de la dificultad de acceder a los significados de un ri‐


tual por medio de la palabra. Entonces buscó en las acciones que “ha‐
blan más alto y más ambiguamente que las palabras” verdades
comunes, es decir, experienciales (que refieren al significado tal como
es vivido por cada uno “desde el interior del ser” pero que guardan un
acuerdo común a los demás en esos momentos rituales), y no verdades
semánticas establecidas por otros. Estas verdades experienciales son
ambiguas porque no están precedidas por ninguna definición verbal de
su intención. De esta forma, cuestionó el uso de modelos lineales de
comunicación para entender la praxis corporal. En cambio, propuso:
“adoptar la estrategia metodológica de tomar parte sin un mo‐
tivo ulterior y de ponerse uno ­literalmente­ en el lugar de la
otra persona: habitar su mundo. La participación se vuelve así
un fin en sí misma, más que un medio para reunir información
observada de cerca que será sujeta a interpretación en algún
otro lugar, luego del evento” (Jackson, 2010: 81).

Posteriormente el antropólogo norteamericano Thomas Csordas re‐


tomó la propuesta de Jackson. Para él la corporalidad (embodiment) se
erige como un punto de partida metodológico, una “posición desde la
cual mirar” (standpoint) la cultura ­más que un “punto de vista” sobre
el cuerpo­ (Csordas, 1990). Entonces el punto metodológico de partida
es el “cuerpo vivido”. Ya no se trata del cuerpo como un “tema” de in‐
vestigación a ser estudiado en relación con la cultura como en la antro‐
pología del cuerpo. Desde este posicionamiento es posible acceder a la
experiencia de los actores más allá de su dimensión discursiva y se‐
miótica, cotejándola con la propia experiencia corporizada. Esto es,
complementando el enfoque semiótico con uno fenomenológico y
considerando que el conocimiento de la cultura es intersubjetiva e in‐
tercorporalmente accesible (Csordas, 2008). El autor considera que la
experiencia de nuestras corporalidades y las de los otros se encuentran
en el medio intersubjetivo como horizonte fenomenológico.
Así, en este paradigma, los enfoques representacionales prece‐
Capítulo IV 121
dentes (antropología simbólica, constructivismo social y posestructu‐
ralismo) son integrados a la fenomenología de una manera que se pre‐
tende superadora. A tal fin, siguiendo a Maurice Merleau­Ponty,
Csordas, sostiene que la percepción es pre­objetiva y pre­reflexiva
(precede al objeto percibido y al pensamiento sobre el mismo). Ya que
en el nivel de la percepción no hay Sujeto (que ve, conoce) frente a un
Objeto (visto, conocido), la percepción se inicia en el cuerpo y termi‐
na por medio del pensamiento reflexivo en los objetos, constituyéndo‐
los: “para que el objeto pueda existir respecto del sujeto, no basta que
éste lo abarque con su mirada (...) se requiere además que sepa que lo
capta o lo mira, que se conozca en cuanto lo capta o lo mira” (Mer‐
leau­Ponty, 1984: 252). En consecuencia el análisis debe iniciarse en
el acto pre­objetivo de la percepción en vez de en los objetos ya cons‐
tituidos. Esto le permite a Csordas pasar del análisis del cuerpo como
objeto, al enfoque de la corporalidad desde la cual nos relacionamos
con el mundo. Sin embargo, Merleau­Ponty no contemplaba el carác‐
ter cultural de esta relación entre el sujeto y el mundo social en el que
está imbuído, al cual se orienta y percibe. Csordas entiende entonces
que la percepción si bien es pre­objetiva y pre­reflexiva no es por ello
pre­cultural. Para ello retoma de Pierre Bourdieu el énfasis en el cuer‐
po socialmente construido y el habitus como orquestación no autocon‐
ciente de prácticas. Esto es que tenemos hechas cuerpo formas
socialmente pautadas de percibir y actuar de las cuales no somos cons‐
cientes. En síntesis: el sujeto percibe su propio cuerpo y el entorno
desde su cuerpo (éste es sujeto y objeto de la percepción) de maneras
que pueden no estar conscientemente reflexionadas, ni mediadas por
la razón, pero siempre y necesariamente son maneras culturalmente
aprendidas y lo más importante: experimentadas. En resumen, esta ex‐
periencia corporal es el punto de partida para analizar la participación
humana en el mundo cultural: la corporalidad es el “sustrato existen‐
cial de la cultura” (Csordas, 1990).

Hacia una atención corporizada en salud

Ahora bien ¿cómo podría la antropología de la corporalidad contribuir


al campo de la salud? Presentaré algunas articulaciones posibles, tanto
en términos teóricos como metodológicos. En primer lugar (y sólo por
cuestiones de orden) el paradigma ofrece un pasaje conceptual del
cuerpo como determinado por lo social ­cara al análisis simbólico y
122 Terapia Ocupacional & Antropología

constructivista­ a la corporalidad como un emplazamiento (embodi‐


ment) desde el cual los sujetos se relacionan con el mundo (Csordas,
1990). El apartado anterior nos lleva a afirmar que la cultura tiene lu‐
gar en el cuerpo y a través suyo, no existe fuera de él como algo exter‐
no que le sea in­corporado a posteriori. Y que así como la cultura es
corporalmente experimentada, la corporalidad está culturalmente
constituida. Las ventajas del término corporalidad residen en su capa‐
cidad para entrever la intersección de lo biológico y lo cultural en el
terreno de la experiencia y en su énfasis en lo procesual (Strathern &
Steward, 1998). La corporalidad no sólo es receptora de lo cultural si‐
no también constructora de formas culturales, agente activo en la
construcción social del mundo. El concepto queda delineado en un
continuum entre dos polos: el social y el físico (superando los esfuer‐
zos de distinguir el cuerpo social y el cuerpo físico que habían regido
a la sociología y la antropología desde Mary Douglas). De hecho, nu‐
merosos autores sostienen que los sujetos son agentes corporizados
que se representan a sí mismos simultáneamente en y como sus cuer‐
pos (Lyon & Barbalet, 1994; Mellor & Schilling, 1997).
Por su parte, en el campo de la salud existen tradiciones muy
arraigadas en las que lo cultural suele funcionar como una gran caja
negra a la que se recurre sólo excepcionalmente y ad hoc: para buscar
explicaciones cuando la comunicación profesional­paciente falla;
cuando hay resistencias en la adhesión a un tratamiento o en su soste‐
nimiento; cuando los sujetos de atención forman parte de alteridades
étnicas, religiosas, de clase, de género, entre otras; o para la preven‐
ción apelando a tareas educativas de la población ante problemáticas
de salud colectiva, grupos en “riesgo”, etc. En consecuencia el enfo‐
que predominante considera lo sociocultural como una variable que se
adosa a posteriori al abordaje terapéutico especialmente cuando obsta‐
culiza el acceso a la salud y no como parte inherente del proceso de
salud­enfermedad­atención­cuidados. Así aunque se reconoce como
obvio que la salud refiere a aspectos bio­psico­sociales, en la mayoría
de los casos no se cuenta con herramientas de análisis de los primeros
que permitan contemplarlos en un abordaje integral de la salud.
En segundo lugar, al considerar el carácter fenomenológico de
la corporalidad, este paradigma puede brindar herramientas para anali‐
zar la experiencia corporizada y cultural del padecer (illness) y no sólo
las causas orgánicas o fisiológicas de la enfermedad (disease). El pa‐
decer es tanto una experiencia subjetiva y fenomenológica como
Capítulo IV 123
simbólica y cultural (Good & Kleinman, 1992). Este enfoque invita a
un conocimiento más profundo del paciente, que contemple todos los
aspectos de su corporalidad y redunde en un abordaje más efectivo de
aquello que lo aqueja. A tal fin, es central conceptualizar la corporali‐
dad de manera que refiera directamente a sus aspectos interactivos, re‐
lacionales y por lo tanto sociales. Aspectos en los que las emociones
tienen un rol muy importante. Para Margot Lyon & J.M. Barbalet
(1994) por ejemplo, la corporalidad es eminentemente emocional: las
relaciones sociales implicadas en la experiencia emocional involucran
al cuerpo, no sólo al cuerpo como entidad física sujeta a fuerzas exter‐
nas, sino el cuerpo como agente (1994: 57). Es decir la corporalidad
es el agente activo en la creación del mundo social en virtud de ser
eminentemente emocional. Sostienen además que las emociones tie‐
nen simultáneamente una génesis y unas consecuencias sociales. Des‐
de esta propuesta considerar la característica fenomenológica de la
corporalidad dista de sostener que la experiencia del padecer deba ser
entendida exclusivamente en términos de los procesos “internos” del
paciente. Este cambio de enfoque contribuiría al desarrollo de una
atención verdaderamente integral regida por una concepción bio­psi‐
co­social de la salud.
Entonces, para finalizar respecto a los aportes teóricos: dado
que la noción de corporalidad incluye de manera superadora a la de
cuerpo biológico, contribuye a una concepción ampliada de salud que
trascienda el dualismo entre lo físico y lo emocional y pueda final‐
mente incluir su vínculo con lo social. Dualismo presente en la forma‐
ción y especialización en salud al distinguir por ejemplo a las
disciplinas que se ocuparían de lo mental. Mientras lo social queda re‐
legado a unas pocas asignaturas específicas que permanecen muchas
veces aisladas del resto de la formación. Esto es así incluso en disci‐
plinas como la Terapia Ocupacional definida como holística por su
consideración de las tres dimensiones. En la formación y desempeño
profesional predominan aún hoy los enfoques biologicistas del cuerpo
en función de su origen ligado a la rehabilitación física y en segundo
término los referidos a la salud mental.
En ese sentido, el diálogo entre antropología de la corporalidad
y formación en salud permanece poco explorado. Son aún escasas las
investigaciones antropológicas en salud que abordan la corporalidad.
De hecho lo más frecuente es que la articulación entre corporalidad y
salud se produzca indirectamente en función del objeto de estudio (por
124 Terapia Ocupacional & Antropología

ejemplo cuando se estudian grupos que utilizan distintas técnicas cor‐


porales para promover la sanación física y espiritual). Esto no es
casual ya que el desarrollo de la capacidad de atender somáticamente
a otras corporalidades ha sido y sigue siendo fomentada especialmente
en aquellas medicinas usualmente denominadas “alternativas” o
“complementarias” respecto a la biomedicina, como el ayurveda, la
medicina china, entre otras. Por otra parte, el campo psi ha prestado
atención a la corporalidad de los pacientes (por medio del síntoma y la
somatización) e incluso, a la del profesional como parte de la relación
terapéutica. De manera que, contrariamente a lo que las divisiones
disciplinares basadas en el dualismo mente­cuerpo proponen, aquellas
que integran la salud definida como “mental” (desde sus orígenes
ligados al psicoanálisis hasta la psiquiatría) se han interesado por el
vínculo entre los procesos físicos y los psicoemocionales. Aún más,
ciertas corrientes (como la bioenergética o las terapias gestálticas) han
otorgado centralidad al trabajo corporal y la atención somática
recurriendo a la inclusión de técnicas derivadas de otras medicinas no
biocientíficas (como el yoga) (D´Angelo, en prensa).
Pasemos ahora a considerar los aportes metodológicos posibles
de este paradigma al campo de la salud. Partamos de que el modelo
hegemónico de atención en salud proveniente de la biomedicina se ba‐
sa principalmente, y cada vez más, en una relación descorporizada en‐
tre usuario y profesional. Al igual que sucedía en la antropología y en
gran parte de la teoría social que aún hoy permanece descorporizada,
el cuerpo es dado por descontado, es una verdad evidente, material,
observable, mensurable, comparable, etc. Y lo es tanto clínicamente
por medio de la revisación del cuerpo del paciente como por un sinnú‐
mero de tecnologías de la imagen llamadas a colaborar en dicho
diagnóstico a partir de develar lo oculto. Desde esta perspectiva, el
cuerpo del paciente es el objeto de la percepción del profesional de la
salud (incluyendo al técnico de imágenes que describe lo visto en su
informe). Esta objetivación del cuerpo preponderante en biomedicina
ha sido muy cuestionada principalmente por resultar desubjetivante
del paciente cuya percepción de su propio cuerpo es poco o nada teni‐
da en cuenta. Por su parte, el diagnóstico clínico es semiológico: basa‐
do en signos visibles y/o tangibles de la enfermedad y en síntomas
referidos por el paciente. En la consulta se le otorga la palabra al pa‐
ciente para describir sus dolores, sensaciones, y responder a la fre‐
cuente pregunta sobre “qué le pasa”. En este encuentro, la experiencia
Capítulo IV 125
corporal del padecer es traducida y reducida al lenguaje (de los signos
y los símbolos). Podríamos decir que al igual que sucedía en la antro‐
pología del cuerpo: el diagnóstico se basa en lo que el sujeto dice que
le pasa y en lo que su cuerpo representa, simboliza de la enfermedad.
Este enfoque semiológico del cuerpo guarda afinidad con el semiótico
de la cultura. No es casual, de hecho, que uno de los referentes de la
antropología simbólica, Clifford Geertz comparara la interpretación
del antropólogo con el diagnóstico clínico:
“Generalizar dentro de casos particulares se llama general‐
mente, por lo menos en medicina y en psicología profunda,
inferencia clínica. En lugar de comenzar con una serie de ob‐
servaciones e intentar incluirlas bajo el dominio de una ley,
esa inferencia comienza con una serie de significantes presun‐
tivos e intenta situarlos dentro de un marco inteligible. Las
mediciones se emparejan con predicciones teóricas, pero los
síntomas (aun cuando sean objetos de medición) se examinan
en pos de sus peculiaridades teóricas, es decir, se diagnostica.
En el estudio de la cultura los significantes no son síntomas o
haces de síntomas, sino que son actos simbólicos o haces de
actos simbólicos, y aquí la meta es el análisis del discurso so‐
cial. Pero la manera en que se usa la teoría ­indagar el valor y
sentido de las cosas­ es el mismo” (Geertz, 1997: 36).

Ahora bien, este diagnóstico clínico se traslada luego a otras discipli‐


nas como la Terapia Ocupacional cuyo desafío es convertir lo dicho en
una práctica terapéutica, en un hacer con. Por ejemplo, cuando se trata
de partir de una descripción del dolor físico y de sus causas hacia una
reformulación conjunta de las actividades diarias. El pasaje del len‐
guaje a la acción requiere considerar que lo significativo o no de di‐
chas actividades de la vida cotidiana (para utilizar los términos de la
disciplina) debe hallarse en las vivencias corporales y culturales que
las rodean, incluyendo la experiencia del dolor físico. Entonces, si
trasladamos la propuesta metodológica de la corporalidad al campo de
la salud, debemos primero reconocer que el diagnóstico y la atención
son relaciones necesariamente intercorporales: entre el cuerpo del pa‐
ciente y el del profesional que para revisarlo lo observa, mide, palpa,
maniobra, etc. Partir de que se trata de un trabajo intercorporal con el
otro permite acceder a un conocimiento ya no sólo de la dimensión
material de su cuerpo (fisiológica, anatómica, biomecánica, etc.) sino
también de su corporalidad (incluyendo aspectos emocionales, vin‐
culares, sociales, etc.).
126 Terapia Ocupacional & Antropología

Para aprehender estos aspectos de la corporalidad, la atención


en salud requiere “prestar atención” desde la propia corporalidad. Este
modo de atención es somático ya que implica un compromiso senso‐
rial del terapista con el otro. Compromiso que está culturalmente defi‐
nido tanto por las características personales de ambos (de género,
clase, edad, creencias, etc.) como por las expectativas sobre el tipo de
atención profesional que debe brindarse (generalmente descorporiza‐
da). Según Csordas en distintas prácticas culturales pueden identificar‐
se “modos somáticos de atención” que son “modos culturalmente
elaborados de atender a, y con, el propio cuerpo, en entornos que in‐
cluyen la presencia corporizada de otros” (Csordas, 2010: 87). Desde
este concepto, la atención en salud debería incluir la atención con el
cuerpo al propio cuerpo y al cuerpo del otro así como la atención a
sus efectos sobre la propia corporalidad. Esta atención exige una refle‐
xividad también corporizada por parte del o la profesional en salud
que debe reconocer los modos culturalmente mediados en que su pro‐
pia corporalidad interactúa con la del sujeto de atención. En ocasión
de un curso de posgrado dictado por Csordas en Argentina en 2012 al
que tuve la suerte de asistir, una enfermera relató que había podido
“sentir” el momento en que un paciente internado en grave estado es‐
taba por morir. Su aguda capacidad para percibirlo había sido precisa‐
mente resultado de años de trabajo con el cuerpo de los demás. El
desarrollo de esta percepción había sido alentada por las propias ca‐
racterísticas culturales del trabajo que realizan los y las enfermeras
quienes están en una relación intercorporal permanente con sus pa‐
cientes para medir sus signos vitales, asistirlos en la higiene, colocar
inyecciones y cánulas, entre otras.
En síntesis, esta propuesta puede ser de interés para una aten‐
ción corporizada en salud, una que se interese no sólo por el carácter
sociocultural del cuerpo como construcción simbólica, sino también
por la experiencia culturalmente mediada que la corporalidad implica
(tanto del paciente y como del profesional). Dado que este
emplazamiento es cultural, el conocimiento que se produce en esa
relación intercorporal con los otros también lo es. Esta relación es
también frecuente en el hacer del terapista ocupacional que mueve y
manipula el cuerpo del paciente e incluso lo educa en nuevas formas
de movimiento. No es casual que en la disciplina se esté produciendo
un giro hacia lo somático basado en los aportes de distintas técnicas
(entre ellas el yoga) para promover una reeducación de la corporalidad
Capítulo IV 127
del usuario. El giro hacia lo somático busca hacer consciente el propio
cuerpo del terapista, para arribar a un conocimiento vivencial de su
anatomía y biomecánica. Sin embargo considero que se vuelve inelu‐
dible la reflexión sobre la manera en que la corporalidad (y no sólo el
cuerpo) del o la terapista constituye en sí misma una herramienta de
conocimiento el usuario y, posteriormente, de intervención. En esta
línea, recientemente algunos terapistas han señalado la necesidad de
aproximarse al hacer a través del cuerpo, y el reconocimiento de que
el terapista afecta y es afectado (Lima, 2004); ya que trabaja sobre
territorios de corporalidad en los que su cuerpo se entrelaza con otros
cuerpos (Liberman, 2007).
Por último, la propuesta metodológica de la antropología de la
corporalidad resulta de gran utilidad para la investigación en salud, en
tanto permite utilizar la corporalidad de quien investiga como herra‐
mienta para acceder a un conocimiento más acabado de las experien‐
cias de los otros. Siguiendo a Merleau­Ponty, algunos terapistas
afirman que la misma ocupación está encarnada en los sujetos de
maneras que al ser, habituales y pre­reflexivas, no son accesibles por
medio de la racionalización en el marco de una entrevista, por lo que
señalan la necesidad de nuevas formas de investigación para la
disciplina (Bailliard, Carroll & Dallman, 2018).
Quisiera ilustrar brevemente este punto a partir de la investiga‐
ción que llevé a cabo entre practicantes de distintos tipos de yoga y
meditación entre 2009 y 2018 (D´Angelo, en prensa). La participación
observante durante las prácticas y un constante ejercicio reflexivo so‐
bre mi corporalidad y mi subjetividad como investigadora me permi‐
tieron acceder a sus experiencias en torno a la concepción misma de
cuerpo y a su vínculo con la mente, las emociones y la espiritualidad;
a la manera en que los sujetos entienden la salud y la enfermedad, el
bienestar y el padecimiento y sus respectivas vías de atención y cuida‐
do. Estos significados nativos no son transparentes por medio de la
observación ni directamente accesibles por el lenguaje. Aunque por
supuesto abunden discursos orales y escritos sobre estos conceptos en
fuentes secundarias que también analicé (textos filosóficos, libros de
divulgación, discursos mediáticos, charlas de profesionales, etc.). Para
acceder a una comprensión de sus experiencias fue necesario ir más
allá de estos discursos nativos (ya fueran de practicantes o de instruc‐
tores). Es decir, dejarme llevar por la práctica como quien se inicia,
experimentar personalmente los modos de atención que las técnicas
128 Terapia Ocupacional & Antropología

promueven: unas a la respiración, a la actividad de la mente, a las


emociones; otras a los órganos, centros y canales de energía; otras a
las vibraciones sonoras y energéticas propias y del entorno y a la ma‐
nera en que permean mutuamente los cuerpos.
Así, pude participar de las experiencias y significados nativos
sobre la eficacia atribuida a las técnicas y sus motivaciones para prac‐
ticar. Estas últimas suelen referir a la búsqueda de bienestar y no ex‐
clusivamente de salud. Pude comprender que el bienestar implica una
concepción ampliada de la persona donde las dimensiones física,
mental, social, emocional y espiritual se hallan estrechamente vin‐
culadas entre sí, y que por lo tanto no se reduce a la salud psicofísica.
El bienestar (igual que el padecimiento) es una experiencia corporiza‐
da culturalmente mediada. Es decir que requiere ser alcanzada y sos‐
tenida en el tiempo por medio de una serie de discursos y técnicas
más o menos ritualizadas. Una experiencia que no es acabada sino
que debe ser reiterada, performatizada por medio de la práctica.
Además, los practicantes contemporáneos de yoga y meditación com‐
prueban corporizadamente la eficacia de estas técnicas practicadas en
compañía de otras corporalidades. Es decir que la creencia en la efica‐
cia se basa en la experimentación del bienestar, más que en la creen‐
cia en las filosofías, las religiones y las medicinas a que corresponden
originalmente dichas técnicas. El trabajo de campo me permitió ob‐
servar que para los actores, la supuesta frontera entre salud bio­física
y sanación espiritual es mucho más porosa de lo que los campos dis‐
ciplinares pretenden sostener. Así lo evidencian de hecho, numerosas
investigaciones socio­antropológicas que cruzan el campo de estudio
de la salud y con el de las creencias. Precisamente, en Terapia
Ocupacional, según Castelli (2018) dos modelos parten de una idea
similar de bienestar que incluye la espiritualidad: el modelo
Canadiense de Rendimiento Ocupacional y más recientemente el
modelo Kawa (de origen japonés). Este último tiene además la
particularidad de utilizar la metáfora del río como flujo de vida, a
partir de la cual se busca lograr un equilibrio entre las distintas
dimensiones de la vida de las personas.
Volviendo a lo metodológico, personalmente pude acceder a
estas experiencias al practicar yoga y meditación con ellos y parti‐
cularmente al llevar un registro reflexivo de mis propias vivencias
que sirviera luego de insumo para conversaciones más o menos for‐
males sobre sus experiencias. Entonces me fue posible hacer pregun‐
Capítulo IV 129
tas más adecuadas y fructíferas para avanzar en la comprensión de las
lógicas nativas. Por ejemplo, en una ocasión tras sufrir un fuerte dolor
de cabeza luego de una meditación grupal consulté a distintos instruc‐
tores de yoga y meditación. Las explicaciones que recibí refirieron
tanto a la necesidad de cumplir con una dieta vegetariana como a la
posibilidad de un bloqueo energético emocional en mis chakras como
a la influencia de la energía de los demás participantes que me habría
causado una “ojeadura”. Lejos de ser contradictorias estas explicacio‐
nes eran complementarias y daban cuenta de que el cuerpo no era ex‐
perimentado ni entendido en términos exclusivamente físicos sino en
niveles de materia y energía de la que incluso participaban otras cor‐
poralidades allí presentes.
Difícilmente hubiera llegado a estas conclusiones por medio
de otra metodología de investigación. Más aún, precisamente gracias
a la investigación desde la propia corporalidad es que pude compren‐
der que los significados y experiencias de quienes practican yoga y
meditación se insertan en concepciones del cuerpo y del bienestar pre‐
sentes en grandes sectores de la población de nuestra sociedad y dia‐
logan fuertemente con el campo de la salud que de distintas formas ha
incorporado medicinas, terapias y técnicas consideradas holísticas. Es
decir, que estas concepciones trascienden a un grupo específico y se
insertan en un sistema de salud mayor, en diálogo y muchas veces en
tensión con la concepción de cuerpo y de atención predominante.
En un ejemplo más de cómo la metodología tiene implicancias
teóricas y viceversa, los terapistas Zango Martín y Pedro Moruno Mi‐
llares (2013) arribaron al concepto de etnocupación precisamente con
el objetivo de considerar las prácticas y representaciones nativas gra‐
cias al desarrollo de una etnografía doblemente reflexiva: una que
considere la relación dialéctica y asimétrica entre investigadores y su‐
jetos de la investigación de manera autocrítica. Mi propuesta es la de
dar un paso más en esta reflexividad del o la terapista­investigador/a
hacia una que considere su propia corporalidad. Para ello harán falta
etnografías corporalmente reflexivas desde y para la terapia ocupacio‐
nal.

A modo de cierre

Como se desarrolló, a pesar de haber prestado atención temprana al


cuerpo, la antropología ha sido una disciplina descorporizada durante
130 Terapia Ocupacional & Antropología

mucho tiempo. El recorrido realizado no pretendió ser exhaustivo,


sino priorizar las líneas que me resultan de mayor potencial para la
atención en salud con el propósito de contribuir a una humanización
de la misma vía su corporización. Esta fue una invitación a pensar las
prácticas en salud desde nuestras corporalidades para una compren‐
sión más profunda de las experiencias de los sujetos con los que traba‐
jamos y desde allí contribuir a mejorar las prácticas. Seamos médicos,
terapistas, o investigadores, somos agentes culturales corporizados.
Debemos promover políticas de salud que den verdadera respuesta a
las necesidades de los usuarios contemplando sus creencias,
concepciones y vivencias sobre aquello que los/nos aqueja. En esa
misma línea, Almeida (2004) afirma que la corporalidad es central
para un rol necesariamente político de la Terapia Ocupacional, en la
medida que el cuerpo es creador y “sueña” otras corporalidades
posibles, nuevos modos de hacer, nuevas subjetividades y en
consecuencia produce nuevas sociedades:
“Entendemos que el cuerpo sueña, y soñar aquí no es revelar
símbolos, sino configurar nuevos cuerpos, con nuevos
sentimientos, nuevas subjetividades, nuevas sensibilidades. A
través del hacer, muchos mundos son producidos. El cuerpo
soñador crea nuevos entendimientos sobre la vida” (Almedia,
2004: 16).

Considerando que hasta lo que parece más evidente ­el cuerpo­ no lo


es, como tampoco lo son la salud ni la enfermedad, ni las experiencias
de bienestar y de padecimiento asociadas. En consecuencia, la
atención y cuidados que requieren tampoco pueden darse por
sentados. Así como, no puede asumirse que aquello considerado
ocupación o actividades de la vida diaria desde la terapia ocupacional
se corresponda con lo que los sujetos experimentan como tales. Los
significados que les atribuimos y las vivencias no son los mismos en
cualquier tiempo y lugar. Mientras son cada vez más las
investigaciones que desde la disciplina consideran los significados y
los contextos sociales de los sujetos, en lo que considero constituye
un giro social de la disciplina, muchas de ellas corren el riesgo de
perder de vista la preocupación por el cuerpo. El análisis de la
corporalidad encauzaría la terapia ocupacional hacia una que sea a la
vez social y corporizada.
Capítulo IV 131
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CAPÍTULO V

La Terapia Ocupacional en el
abordaje de grupos étnicos:
una mirada desde la antropología

María Florencia Incaurgarat

A
partir del trabajo de campo principalmente realizado con
migrantes chinos en la ciudad de Mar del Plata tanto en el
ámbito de la salud como en sus hogares, se propone aquí
realizar una contribución no sólo en el conocimiento de un “otro” en
principio exótico sino repensar la terapia ocupacional en el abordaje
de grupos étnicos a la luz de los aportes de una mirada antropológica.
Para ello, además de rastrear al interior de la disciplina antecedentes
de relevancia en la temática se describe el encuentro entre los
migrantes chinos y la terapia ocupacional en términos no sólo de
personas sino de valores, saberes y concepciones relativas al cuerpo,
al proceso de salud­enfermedad­atención y al llamado desempeño
ocupacional. Será a partir de estos diálogos y tensiones que ciertos
fundamentos y valores axiales de la terapia ocupacional, tales como el
de independencia, se verán interpelados y enriquecidos en el
encuentro con el “otro”.
136 Terapia Ocupacional & Antropología

La Terapia Ocupacional y el abordaje de la etnicidad

En el ámbito de los estudios sobre “lo cultural” en terapia ocupacio‐


nal, podemos encontrar en principio dos grandes grupos que se vin‐
culan de un modo u otro con la etnicidad. En primer lugar, autores
como Beagan (2015) o Dix & Baptiste (2011) señalan que son varia‐
dos los estudios al interior de la disciplina que abordan la diversidad
cultural reducida únicamente a factores étnicos a la vez que advierten
de los riesgos de esta simplificación de la diversidad cultural. Por su‐
puesto, la cuestión de la etnicidad es un tema de relevancia y justa‐
mente es el que tomará protagonismo en el presente análisis. Sin
embargo, coincidimos en que existen muchas formas de diversidad
cultural, por ejemplo de género, religión, status socioeconómico, esti‐
los de vida, entre muchos otros, que van más allá de lo étnico. En
efecto, en otro lado nos hemos detenido en las invisibilizaciones de
esas otras formas de diversidad (Gil & Incaurgarat, 2022) en el ámbito
de la atención de la salud.
En segundo lugar, aunque muchos más escasos, encontramos
estudios al interior de la disciplina que abordan específicamente la
problemática de la etnicidad como pregunta de investigación y son en
estos últimos en los que aquí nos detendremos. Entre ellos, destacan
algunos trabajos publicados a fines del siglo XX como, por ejemplo,
el de Meghani­Wise (1996). Allí, además de trazar la composición ét‐
nica de la población del Reino Unido y su “distribución espa‐
cial” (Meghani­Wise, 1996: 486), la autora parte de la base de un
aparente interés “reciente”, para ese entonces al interior de la discipli‐
na, respecto a la intervención profesional con grupos étnicos y la im‐
portancia de desarrollar servicios “culturalmente sensibles”. Un año
antes, en la misma revista británica, Rowe & MacDonald (1995) cues‐
tionaban que la mayor parte de las terapeutas ocupacionales de ese en‐
tonces eran “blancas europeas” por lo que postulaban como necesario
incluir estudiantes de minorías étnicas en los programas de terapia
ocupacional. Así, además de favorecer la creación de currículas cultu‐
ralmente sensibles, se evitaría que “sin representantes significativos de
otros grupos étnicos se cayera fácilmente en un enfoque eurocéntri‐
co”1 (Rowe & MacDonald, 1995: 256). Por otro lado, el artículo pu‐
1 Definido por las autoras como un enfoque que “asume y se enfoca tácitamente en
estilos de vida y perspectivas blanco­europeas” (Rowe & MacDonald, 1995: 256).
Capítulo V 137
blicado por Skawski (1987) en el marco de la terapia ocupacional es‐
tadounidense plantea ya ciertos cuestionamientos que, incluso luego
de varias décadas, siguen resultando novedosas en ciertos ámbitos de
la disciplina y del cuidado de la salud. Allí, retomando los aportes de
la Antropología de la Salud de mano de autores como Nguyen (1985)
y Kleinman, Eisenberg & Good (1978), la autora ya ponía en discu‐
sión que, habitualmente, la prestación de servicios tanto médicos co‐
mo terapéuticos sigue formatos predeterminados que no abordan las
particularidades de los pacientes en cuanto a orientación de valores y
contexto sociocultural. Asimismo, la presunta universalidad de la pro‐
fesión también ya era puesta en cuestión al afirmar que:
“las valoraciones relacionadas con la productividad, el auto‐
cuidado y el ocio son culturalmente específicas al menos en
algún punto. Sin embargo, la relación entre los antecedentes
culturales y la planificación del tratamiento no está bien arti‐
culada en la literatura de terapia ocupacional. La evaluación
del desempeño ocupacional se basa en gran medida en las
normas socioculturales de una población blanca de clase me‐
dia” (Skwaski, 1987: 37).

No obstante el importante antecedente que establecen estos estudios,


tanto en ellos como en otros posteriores,2 pareciera existir una confu‐
sión recurrente entre racialidad y etnicidad ya que toman como cate‐
gorías étnicas “blanco” o “negro”, cuando en realidad se tratan de
clasificaciones raciales. Esta equiparación resulta en una identifica‐
ción y simplificación de los grupos étnicos a partir de características
“externas” (Llorens, 2002) mediante clasificaciones rígidas y limita‐
das ya hace tiempo desterradas de disciplinas como la antropología
social salvo como meras categorías nativas (Gómez García, 1993).
Más contemporáneamente, pueden relevarse algunos trabajos a
nivel regional y global que abordan de un modo u otro la relación en‐
tre Terapia Ocupacional y etnicidad aunque no sea retomada desde
una perspectiva antropológica. Entre ellos, encontramos una investi‐
gación realizada en 2008 con poblaciones jóvenes afrodescendientes,
gitanas e indígenas en la ciudad de Bogotá con el objetivo de conocer

2 Por ejemplo, Steggles & Gerlach (2011), si bien desde una mirada crítica a la
terapia ocupacional dominante, refieren que “los terapeutas ocupacionales de raza
blanca como nosotras” (2011: 3), gozan de una situación privilegiada ya que sus
parámetros culturales son rara vez puestos en cuestión y considerados
frecuentemente como universales.
138 Terapia Ocupacional & Antropología

su desempeño ocupacional. Allí se parte de la base de que “la etnia y


la cultura determinan características y necesidades particulares en el
desempeño ocupacional de las personas” (Acosta, Caro & Morán,
2008: 17) por lo que la etnia sería una “condición” que demandaría al
terapeuta ocupacional desarrollar “competencias profesionales parti‐
culares” para abordar a los diferentes grupos étnicos con los que se
vincule en su práctica profesional. Si bien estas afirmaciones son per‐
tinentes, en otro lado (Gil & Incaurgarat, 2022), planteábamos que
suele vivirse lo exótico como única justificación de aplicación de una
mirada antropológica, concepción que pareciera reforzarse con estas
“competencias particulares” que debiera desarrollar la Terapia Ocupa‐
cional para el abordaje de lo exótico, en este caso puntual, vinculado a
una pertenencia étnica. Por supuesto, ciertas herramientas que aporta
la antropología tanto a la Terapia Ocupacional como a otras discipli‐
nas de la salud son claves en casos particulares como el que aquí se
plantea (distanciarse de razonamientos de sentido común y de posturas
etnocéntricas, desnaturalizar el “nosotros”, develar lógicas de poder,
entre tantas otras), pero no deberían ser exclusivas del tratamiento de
lo exótico, sino de toda práctica profesional cotidiana que esté vin‐
culada con alguna forma de diversidad sociocultural y no únicamente
de tipo étnica. Desde otra perspectiva, Awaad (2003), a la par de esta‐
blecer una serie de lineamientos para construir una práctica profesio‐
nal “culturalmente competente”, se detiene en la pertenencia étnica
del “nosotros” y no únicamente de los “otros”. Así, sugiere que todos
los terapeutas ocupacionales deberían tener mayor conciencia de su
herencia étnica, trasfondo cultural y experiencias de vida ya que, en
conjunto, influenciarán la propia práctica profesional.
En la llamada “Terapia Ocupacional Crítica” Hammell & Iwa‐
ma (2012), por su parte, la etnicidad es frecuentemente interpretada
como un factor de desigualdad.3 En efecto, dichos autores definen a
esta perspectiva como “una práctica comprometida que reconoce el
impacto de las inequidades como la clase, el género, la raza, la etnici‐
dad, lo económico, la edad, la habilidad y la sexualidad, y que recono‐
ce que el bienestar no se puede lograr centrándose únicamente en
mejorar las habilidades individuales de las personas y, por tanto, se es‐
fuerza en facilitar cambios tanto a nivel individual como del entor‐
3 Desde esta perspectiva aplicada a intervenciones con grupos étnicos, puede
encontrarse el trabajo realizado por Emeric Méaulle (2010) con la comunidad gitana
en Madrid.
Capítulo V 139
no” (Hammell & Iwama, 2012: 386).
Por otro lado, una confusión que por momentos pareciera darse
con la categoría de etnicidad, además de la raza mencionada anterior‐
mente, es la de reducirla únicamente a la nacionalidad, por ejemplo,
en el clásico de Bonder et al. (2002). En Culture in Clinical Care, se
establece una equivalencia entre la etnicidad como forma de identifi‐
cación con el país de origen como “italiano” o “polaco” (Bonder et al.,
2002: 40), etc. Si bien suele existir una vinculación entre estas dos
formas de identificación, Wade (2002) nos recuerda un “conocido as‐
pecto de la ‘etnicidad’: el hecho de que las identidades étnicas se ‘en‐
cajan’ unas en otras a la manera de una muñeca rusa. Más que tener
una identidad étnica única e inequívoca, mucha gente tiene múltiples
identidades según con quiénes interactúen y en qué contexto” (Wade,
2002: 26). La identificación circunstancial de ciertos migrantes entre
“chinos” y/o “taiwaneses” relevada durante el trabajo de campo que
da lugar a este escrito (Incaurgarat, 2021) da cuenta de esta caracterís‐
tica fundamental de la etnicidad.
Por último, en ciertos casos la etnicidad suele ser mencionada
de forma superficial como un elemento más entre “género”, “clase
social”, “edad” y hasta incluso “raza”4 de las poblaciones involucra‐
das en la práctica profesional (Valles, 1999). De un modo u otro, como
advierte Bello (2004), en muchos casos la cuestión de la etnicidad
“aparece como algo evidente que el lector debe suponer de antemano,
dando por sentado que conceptos como identidad y etnicidad pudiesen
explicarse por sí solos porque representan verdades incuestionables,
sobre todo si se trata de los grupos étnicos” (Bello, 2004: 29). Es por
esto que, para evitar confusiones, aquí queremos postular el lugar des‐
de donde entendemos la etnicidad.
Desde una mirada antropológica, el concepto de etnicidad re‐
mite a categorías de adscripción y que los sujetos fijan para sí mismos,
generalmente con un origen común, determinando formas de organi‐
zación e interacción entre las personas. Dicho origen ofrece, por lo ge‐
neral, una interpretación particular de la historia que tiende a
justificar, fortalecer y mantener la identidad étnica. Como indicara
Barth (1969) en su célebre escrito, “los rasgos que son tomados en
4 Cabe aclarar que en algunos estudios raza y etnicidad son considerados como
sinónimos. Por ejemplo, Dhillon & Dhiman (2011), reflexionan sobre las ventajas y
desventajas que puede traer aparejada la concordancia “racial o étnica” entre el
terapeuta ocupacional y el paciente. La pregunta por la “concordancia étnica/racial”
también es realizada similarmente por Meghani et al. (2009).
140 Terapia Ocupacional & Antropología

cuenta no son la suma de diferencias ‘objetivas’, sino solamente aque‐


llas que los actores mismos consideran significativas” (Barth, 1969: 6).
Asimismo, este tipo de categorías suelen tener una incidencia impor‐
tante en los patrones de conducta, en la autopercepción en la macroso‐
ciedad (Gil, 2008) y en las diversas prácticas cotidianas, en donde
están comprendidas por supuesto también las referidas a la salud. En
esta misma línea, acorde al enfoque desarrollado por Barth (1969),
Bartolomé (2000) propone que los grupos étnicos “consisten en seg‐
mentos sociales caracterizados por más elevados niveles de interacción
y por lazos especiales de pueblitud entre miembros que se identifican y
son identificados por otros como constituyendo una categoría de perso‐
nas diferenciadas de las demás categorías del mismo orden” (Barto‐
lomé, 2000: 31).

La población migrante china en el encuentro con la Terapia


Ocupacional

A partir del trabajo de campo principalmente realizado con mi‐


grantes chinos en la ciudad de Mar del Plata tanto en el ámbito de la
salud como en sus hogares, se propone aquí realizar una contribución
no sólo en el conocimiento de un “otro” en principio exótico sino re‐
pensar la terapia ocupacional en el abordaje de grupos étnicos a la luz
de los aportes de una mirada antropológica. Para ello, además de ras‐
trear al interior de la disciplina antecedentes de relevancia en la temáti‐
ca se describe el encuentro entre los migrantes chinos y la terapia
ocupacional en términos no sólo de personas sino de valores, saberes y
concepciones relativas al cuerpo, al proceso de salud­enfermedad­aten‐
ción y al llamado desempeño ocupacional. Será a partir de estos diálo‐
gos y tensiones que ciertos fundamentos y valores axiales de la terapia
ocupacional, tales como el de independencia, se verán interpelados y
enriquecidos en el encuentro con el “otro”.
Las reflexiones aquí esbozadas tomarán como punto de partida
el trabajo de campo etnográfico que realizara con población migrante
china entre los años 2012 y 2020, principalmente en la ciudad de Mar
del Plata, Argentina. Allí, realicé observación participante en dos Cen‐
tros de Atención Primaria de la Salud (CAPS) municipales, uno de in‐
fluencia céntrica y otro periférica, en donde participé de controles y
consultas pediátricas, controles del desarrollo realizados por el servicio
de terapia ocupacional, conversaciones informales con profesionales
Capítulo V 141
de la salud (médicos, fonoaudiólogos, trabajadores sociales, psicólo‐
gos y terapistas ocupacionales) en el “office”, y con migrantes chinos
en la sala de espera. Asimismo, realicé observación participante en ho‐
gares de familias chinas y participé de actividades de ocio y tiempo li‐
bre por fuera de sus hogares. El trabajo de campo también incluyó
incursiones a la ciudad de Buenos Aires lo que permitió profundizar el
conocimiento de la población en términos generacionales, de proce‐
dencia y de clase social siendo la diáspora china allí más heterogénea
en este sentido. Por último, una estancia de investigación en la Repú‐
blica Popular China permitió visibilizar los usos y apropiaciones de
los diversos modelos de atención de la salud, en principio el biomédi‐
co u “occidental” y el llamado “tradicional”.
Gracias a la metodología y perspectiva antropológica utiliza‐
das, concebida aquí como un “amuleto crítico­epistemológico” (Testa,
2019), pude dar cuenta de algunos de los modos en los que los mi‐
grantes chinos establecen sus “itinerarios terapéuticos” (Menéndez,
2003) como así de las representaciones del cuerpo y procesos de sa‐
lud­enfermedad­atención­cuidados que configuran. Todo esto, en su‐
ma, propone una serie de lecturas posibles que abren interrogantes
para repensar a la terapia ocupacional en el encuentro con lo diverso,
al menos en este caso, en términos étnicos. “Encuentro” pensado aquí
desde la propuesta de Faier & Rofel (2014), es decir, no desde una len‐
te que ve el contacto entre dos o más grupos como privado de conflic‐
tos y en aparente armonía. Por el contrario, esta categoría hace
referencia a encuentros que implican una constante disputa y renego‐
ciación de identidades y posiciones de status en el terreno. Aclarado
esto, aquí se propone entonces, sintetizar algunos de los hallazgos más
relevantes de dicha investigación etnográfica en clave de una terapia
ocupacional interseccionada y repensada por los aportes de la antropo‐
logía.

Encuentros, tensiones y negociaciones en el sistema de salud

Como mencionara, durante el trabajo de campo tuve la posibi‐


lidad de presenciar diversas consultas en el primer nivel de atención.
Allí, las familias chinas acuden entre otros motivos, para realizar los
controles de desarrollo de sus hijos en el marco del programa munici‐
pal denominado “Programa de Desarrollo Infantil” por medio del cual
el servicio de terapia ocupacional implementa acciones en los tres ni‐
142 Terapia Ocupacional & Antropología

veles de prevención junto a otros profesionales de la salud. Los deno‐


minados “controles del desarrollo” en el servicio de terapia ocupacio‐
nal consisten en acciones de detección temprana mediante screenings
del desarrollo a los 6, 9 y 24 meses de edad, aunque estos momentos
pueden variar entre los distintos centros de salud a criterio del profe‐
sional a cargo. Asimismo, en los casos en los que se observa algún
signo de alarma o alteraciones del desarrollo como ser atencionales,
vinculares, conductuales, de aprendizaje, etc., se brinda un turno para
una evaluación más exhaustiva y se elabora con posterioridad un plan
de tratamiento en los casos que sea necesario, en los que pueden parti‐
cipar más servicios además del de terapia ocupacional.
Para las distintas evaluaciones, se suelen utilizar escalas de
evaluación del desarrollo psicomotor, subdividiendo las consignas en
áreas como por ejemplo motora, social, lingüística, cognitiva, etc., y
según el puntaje obtenido se establece si el niño presenta un desarrollo
normal, en riesgo/sospecha, o con retraso. Paralelamente se evalúa el
control motor de los bebés en las diferentes posiciones (decúbito pro‐
no, supino, sedente, etc.). A su vez, se realiza una observación del
comportamiento del niño y de la díada madre­hijo, como así tambiém
se lleva a cabo una entrevista acotada con los padres en donde se inda‐
ga, además de los datos filiatorios, sobre las prácticas en diferentes
áreas: alimentación, sueño, higiene, lenguaje, actividad lúdica y luga‐
res de permanencia durante el día (“cochecito”, corral, piso, cuna,
etc.).
Durante el trabajo de campo, en la gran mayoría de los casos
observados, los niños de padres chinos presentaron un desarrollo psi‐
comotor con parámetros descendidos para su edad cronológica, arro‐
jando, según el test administrado, “riesgo/sospecha” o “retraso”.
Puntualmente, en el caso de los niños que acudieron a los screenings
de 6 y 9 meses, no lograron las pautas esperadas en el área de motrici‐
dad gruesa, presentando un desempeño acorde en el resto de las áreas
del desarrollo. Por ejemplo, en el control de los 6 meses, la mayoría
de los niños no presentó un control motor suficiente para sentarse de
manera independiente, rolar, realizar balconeo superior, entre otras
pautas del área motriz gruesa. Por su parte, los niños mayores, como
aquellos de 24 meses, presentaron una menor adquisición del lenguaje
que lo esperado para su edad cronológica pero ya no presentaban alte‐
raciones en la motricidad.
Al indagar en la entrevista a los padres sobre el lugar de per‐
Capítulo V 143
manencia de los niños en el hogar, sólo una minoría contestó que los
colocaba en el piso, de los cuales declararon utilizar este espacio unos
30 minutos al día, lo que dista mucho de lo recomendado por la tera‐
pia ocupacional, la cual considera que el suelo es el lugar de perma‐
nencia por excelencia para que los niños puedan explorar el espacio y
desarrollar sus potencialidades. En contraposición, las familias chinas
entrevistadas refirieron utilizar equipamiento de permanencia tales co‐
mo andadores, cochecitos, sillas, entre otros. Esta reiterada conducta y
aparente resistencia a “colocar a los niños en el piso” despertó diferen‐
tes interpretaciones por parte del equipo profesional, arguyendo de
forma unívoca una cuestión “cultural” y que probablemente “allá en
China” así se acostumbrara. Por el contrario, el relato de una cuidado‐
ra, a la que las familias chinas suelen llamar “nana”, deja a la vista
que las razones de esta práctica pueden no tener que ver con un exo‐
tismo cultural: “quizás que no es que no compartan la costumbre, sino
que, conociendo cómo se trabaja, seguramente no tengan tiempo.
Están muy ocupados”. La explicación de lo “cultural” como comodín
argumentativo ante lo inexplicable fue habitual que emergiera en el
discurso de los profesionales cayendo en una exotización del “otro”,
buscando y marcando diferencias a priori, en donde “lo cultural” vie‐
ne a explicar todo y nada a la vez. Además de esto, siguiendo a Brio‐
nes (1998), este tipo de concepciones constituyen una “dinámica de
desmarcación que invisibiliza como universal la especificidad de algu‐
nos al acentuar la de ciertos otros como particular” (Briones, 1998: 7).
De este modo, “la etnicidad del sector culturalmente hegemónico pa‐
reciera quedar invisibilizada” (Briones, 1998: 3), evidenciando un me‐
canismo de marcación de la otredad de algunos, para diluir la
afiliación de otros.5 Esta actitud también ha sido visibilizada y cues‐
tionada al interior de la disciplina, especialmente respecto a los enfo‐
ques que desarrollan la noción de la llamada “competencia cultural”
ya que la cultura es vista como algo que posee el otro étnico y no así
el terapeuta concebido por el contrario como “culturalmente neu‐
tral” (Beagan, 2015).
Por otro lado, en la entrevista a los padres se detectaron otras
prácticas consideradas como inadecuadas desde los marcos teóricos
5 En este sentido, Grimson (2005), explica que desde los años noventa: “comenzó a
esbozarse un cambio en el régimen de visibilidad de la etnicidad en la Argentina: de
una situación de invisibilización de la diversidad se pasó a una creciente
hipervisibilidad de las diferencias” (Grimson, 2005: 12), tendiendo a una progresiva
etnización de ciertos grupos.
144 Terapia Ocupacional & Antropología

disciplinares. Es así que en relación a la esfera del sueño, la gran ma‐


yoría de las madres refirieron realizar “colecho” con sus hijos, y mien‐
tras los niños duermen con las madres, los padres, duermen en otra
habitación (lo que provocaba indefectiblemente una reprobación por
parte de los profesionales). Desde la lógica sanitaria local se concep‐
tualiza esta práctica como “inapropiada” principalmente por dos moti‐
vos. Por un lado, por lo que refiere a la prevención de accidentes, ya
que el niño además de poder ser aplastado y/o asfixiado involuntaria‐
mente por sus padres mientras duermen, también corre el riesgo de
caerse desde la altura de la cama al piso y sufrir un traumatismo de di‐
versa gravedad. Por otro lado, también se les explica a los padres la
importancia del espacio personal del bebé para poder formar su propio
“yo” (siguiendo la teoría psicoanalítica), al tiempo que se les “enseña”
que ningún adulto debe dormir en su cama (como forma de preven‐
ción de un posible abuso sexual infantil).
Asimismo, al respecto de la alimentación, muchas de las ma‐
dres refirieron incorporar los alimentos semisólidos antes de los 6 me‐
ses, edad a partir de la cual se indica esta práctica en los servicios de
salud locales. A su vez, se recomienda no incluir pescado hasta los 10
meses, ya que es un potencial alergénico, y algunas familias chinas lo
incorporan con anterioridad. Por otro lado, en cuanto al área de higie‐
ne, ninguna familia refirió bañar a los hijos todos los días, en contra‐
posición a lo indicado. A su vez, la frecuencia recomendada por los
profesionales de paseos es diaria, a lo que las familias respondieron en
general, llevar a los niños de paseo una vez a la semana, siendo esto
los domingos, tal como luego lo presenciaría al lograr un contacto más
estrecho con mis interlocutores.
Según el equipo de salud, el “retraso madurativo” observado a
partir de las evaluaciones se debe a una “escasa facilitación ambien‐
tal”. Ante estos casos, la intervención del equipo profesional consistió
en brindar las indicaciones correspondientes según el caso, siendo más
importante colocar a los niños mayor tiempo en el suelo de modo que
puedan desarrollar las habilidades psicomotrices esperadas para su
edad. A continuación, si en sucesivos encuentros los resultados conti‐
nuaban arrojando parámetros descendidos, se daba inicio al tratamien‐
to, con una frecuencia semanal o quincenal. Con respecto a la
respuesta de los padres ante las intervenciones del equipo, se observó
una aceptación parcial, ya que las familias en general sólo asistieron a
Capítulo V 145

las primeras sesiones, abandonando luego el tratamiento. Asimismo,


las madres referían entender lo explicado, pero no cumplían con las
indicaciones en el hogar.
Estas situaciones, las cuales podríamos interpretar como “dile‐
mas culturales” según Castro et al. (2016), fueron percibidas por el
equipo de salud como dificultades en el cumplimiento del tratamiento
prescripto. Así, en todos los casos en los que los niños no alcanzaban
las “pautas madurativas” esperables para su edad, las diversas dificul‐
tades suscitadas en la atención de este grupo (por ejemplo, las incom‐
prensiones, la “baja adherencia” a los tratamientos, el incumplimiento
de las indicaciones, etc.) fueron racionalizadas por los profesionales a
partir de causas “culturales” que obstaculizaban la prestación de sus
servicios. De este modo, fue frecuente escuchar comentarios por parte
de los profesionales de la salud que tendían a homogeneizar la pobla‐
ción, formando suerte de estereotipos a partir de información prelimi‐
nar. Por ejemplo: “ellos son muy cerrados”, “es una población muy
difícil”, “por su cultura son muy reservados y no les gusta ser observa‐
dos”, prejuicios de por sí extendidos en la comunidad local en general.
Así, las prácticas realizadas por los migrantes resultan ser conceptuali‐
zadas como “erróneas”, y “lo cultural” suele ser visto como algo a ser
sorteado, en vez de ser entendido como la red de significados en don‐
de cobra sentido aquello percibido como problemático. En otras pala‐
bras, estos “factores culturales” son vividos por el equipo de
profesionales, como obstáculos para implementar una prescripción o
desarrollar las intervenciones que consideren pertinentes desde su cul‐
tura profesional.
Entre otras lecturas posibles, las situaciones aquí retratadas en
el encuentro entre los migrantes chinos y la terapia ocupacional nos
habilitan a cuestionar junto a Kronenberg, Pollard & Sakellariou
(2011) entre otros, las posturas disciplinares normativas que tienden a
ver como universales las propias teorías, concepciones e intervencio‐
nes. Esto puede verse reflejado al menos en dos aspectos. Por un lado,
la utilización de tests o escalas estandarizadas, sean de evaluación del
desarrollo, del desempeño ocupacional, etc., si bien aquí no se niega
su utilidad en numerosos casos, en otros, pueden obturar miradas y la
comprensión del “otro”. Nos guían a buscar algo que esperamos en‐
contrar de forma homogénea y tabulada cuando la realidad puede pre‐
sentarnos escenarios muy diversos y no necesariamente patológicos o
146 Terapia Ocupacional & Antropología

que requieran de una intervención profesional. Por otro lado, la repro‐


bación de conductas vinculadas a prácticas como el colecho o diversas
formas de alimentación siguiendo los lineamientos disciplinares, co‐
mo ya planteara Hammell (2017), dan cuenta de posicionamientos ho‐
mogeneizantes vinculados a teorías dominantes de la terapia
ocupacional que tienden a concebir a las propias perspectivas vincula‐
das a valores occidentales y “científicos” como universales en vez de
culturalmente específicos.

Concepciones “chinas” sobre el cuerpo, la salud, la


enfermedad y los cuidados

En principio, una práctica realizada por las mujeres chinas durante el


puerperio, denominado en lengua nativa como “zuo yue zi” (Incaurga‐
rat, 2017) nos brinda un rico escenario para dar cuenta de ciertas re‐
presentaciones del cuerpo, la salud, la enfermedad como así de su
atención y prevención, muy diversas a las teorías dominantes en la te‐
rapia ocupacional más vinculadas a la biomedicina.
Como observaran ya otros terapeutas ocupacionales (Hopton
& Stoneley, 2006; Iwama, 2006; Kondo, 2014), algunas de las cosmo‐
logías llamadas “orientales” tienen como eje central en el cuidado de
la salud la noción de balance y armonía. En particular, la perspectiva
china, basada en corrientes filosóficas de larga tradición como el
taoísmo y en estrecha sintonía con los saberes de la llamada “medicina
tradicional china”, traduce este equilibrio en términos de energías lla‐
madas yin y yang (que tienen equivalentes opuestos en frío­calor, fe‐
menino­masculino, oscuridad­luminosidad, etc.). Cuando alguna de
las dos se encuentra aumentada o disminuida dentro del cuerpo huma‐
no o en su entorno, puede devenir un proceso de enfermedad, y la for‐
ma de preservar la salud es manteniendo dicho equilibrio como
veremos, por ejemplo, mediante la alimentación.
Durante el primer mes siguiente al nacimiento de un hijo, a
raíz de una disminución natural en la energía yang producto de la pér‐
dida de sangre durante el parto, las mujeres chinas realizan un confi‐
namiento en sus hogares siguiendo una estricta serie de prescripciones
y proscripciones vinculadas a actividades de autocuidado como son
principalmente la higiene personal y la alimentación. Para el primer
caso, las mujeres evitan el contacto con agua, sobre todo fría, por
ejemplo para bañarse, lavarse el pelo o cepillarse los dientes, como así
Capítulo V 147
también para otras actividades “instrumentales” de la vida diaria co‐
mo el lavado de platos o la cocina. Esto se debe a que el agua, junto
con el “viento”, consisten en elementos de la naturaleza potencial‐
mente patógenos durante este periodo de fragilidad y pérdida de ba‐
lance del equilibrio yin­yang. Respecto a la alimentación, las mujeres
deben evitar durante este periodo consumir alimentos “yin” o “fríos”
como son los tubérculos (papa, batata) ya que crecen en lugares oscu‐
ros y fríos, y deben priorizar alimentos “yang” como el jengibre o el
pollo.
Además de este cúmulo, aquí resumido, de representaciones y
prácticas de salud que tensionan las teorías biomédicas sobre las cua‐
les se cimenta la terapia ocupacional, hay otro elemento característico
del zuo yue zi que también pone en cuestionamiento uno de los prin‐
cipios de las teorías dominantes de la disciplina, el cual tiene que ver
con la aspiración a una consecución individual de las metas y ocupa‐
ciones desde una lógica de la independencia respecto a terceros. En
base a lo brevemente descripto, sumado a que los primeros diez días
la mujer no sólo debe permanecer en su hogar sino haciendo reposo
en cama, es de imaginarse que tanto para llevar a cabo sus ocupacio‐
nes como para el cuidado del recién nacido precisa de una asistencia
externa de tipo permanente. En efecto, durante este periodo, tanto en
el país de origen como en el contexto migratorio, se afianza una red
de contención que ya de por sí está presente en la cotidianeidad de la
mayoría de los migrantes chinos, al menos de aquellos que pertenecen
a lo que se conoce como la “cuarta corriente migratoria” (Incaurgarat,
2021). En este contexto socio­familiar se espera que la mujer reciba
todos los cuidados necesarios para reestablecer el equilibrio perdido y
que guarde únicamente reposo para así evitar futuras complicaciones.
Por supuesto, este modelo ideal de recuperación posterior a un parto
dista bastante de ciertas concepciones hegemónicas en nuestra socie‐
dad que espera una pronta recuperación de la madre no sólo en térmi‐
nos de un autocuidado independiente, sino también en términos
estéticos y productivos. Del mismo modo, la “independencia”, objeti‐
vo primordial de las teorías dominantes de la terapia ocupacional, no
sólo no es un valor deseado en estos casos sino todo lo contrario. En
lo que algunos autores llaman como “co­ocupaciones”, “ocupaciones
colectivas” (Pickens, 2009) u “ocupaciones colaborativas” (Zango
Martín et al., 2015), la interdependencia es el valor que atraviesa el
quehacer ocupacional. Nuevamente, podemos ver cómo los conceptos
148 Terapia Ocupacional & Antropología

clave de la terapia ocupacional no son generalizables (Whiteford &


Wilcock, 2000) y mucho menos universales.
Por último, el “colectivismo” como oposición al “individualis‐
mo” (Heigl, Kinebanian & Josephsson, 2010) que caracteriza ciertos
comportamientos de los migrantes chinos trasciende el ámbito de lo
“extraordinario”, como es el caso del zuo yue zi, y puede verse en
otras prácticas más cotidianas. Por ejemplo, la misma llegada al país
por medio de “cadenas migratorias” (Bruneau, 2010), la organización
laboral (trabajan familias ensambladas en un mismo comercio o en
más de uno de forma coordinada), o las actividades recreativas (como
las salidas dominicales a centros comerciales o los viajes turísticos a
destinos como las Cataratas del Iguazú o Ushuaia) son prácticas que
dan cuenta de esta tendencia a llevar a cabo ciertas ocupaciones de
manera colectiva y rara vez de manera individual6 (Incaurgarat,
2021).
Por supuesto, uno de los riesgos de adoptar una mirada en ex‐
tremo relativista, denominada como “relativismo ideológico”, impli‐
caría tolerar y respetar costumbres y creencias de manera acrítica sin
emitir juicios de valor respecto a prácticas culturales que, en muchas
ocasiones, pueden representar un perjuicio para quienes las practican
o para terceros (Gil, 2009), pudiendo incluso configurar situaciones de
desigualdad o de ejercicio de distintos tipos de poder. Es entonces im‐
portante en este sentido estar siempre atentos a “relativizar al relativis‐
mo” y agudizar una “conciencia cultural”7 que nos permita dar cuenta
de las perspectivas nativas comprendiendo la diversidad dentro de su
propio contexto, en relación a los diversos actores involucrados y en
términos de las relaciones que mantienen entre sí. En esta misma lí‐
nea, Nazzal & Khalil (2016), advierten los riesgos de este tipo de pos‐
turas en la intervención terapéutica con ciertos grupos como los de
afiliación étnica árabe. En un estudio realizado en Jordania con pa‐
cientes con Parkinson, los autores relevaron un alto grado de interde‐
pendencia familiar ante casos de enfermedad o discapacidad la cual, si
bien ofrece una robusta red de apoyo, obstaculiza en parte la rehabili‐

6 Un antecedente importante al interior de la terapia ocupacional respecto al estudio


de comunidades migrantes chinas es el estudio realizado por Yu & Berrymann
(1996) en la ciudad de Nueva York donde se abordan las formas de desempeño
ocupacional de jóvenes chinos respecto al ocio y tiempo libre, además de categorías
como la autoestima, la aculturación y la participación en actividades extrafamiliares.
7 “Cultural awareness” en inglés (Humbert et al., 2011).
Capítulo V 149
tación individual de este tipo de casos siendo necesario “negociar” en‐
tre el paciente y su entorno los alcances de dicha ayuda.

Conclusiones

Stier et al. (2012), refieren que:


“los trabajadores de la salud formamos parte de un dispositivo
de control instituido, en el que a la población que consulta
comúnmente se la reta, se le niega su saber o se la invisibiliza;
y se la sanciona o se homogeiniza la atención cercenando las
singularidades. En el trabajo con lo otro hay varias posibilida‐
des, podemos rechazarlo, desconocerlo, coaptarlo o crear un
intercambio entre saberes, advertidos de las diferencias de po‐
der y armar algo nuevo” (Stier et al., 2012: 79).

Es uno de los intereses de este capítulo aportar en la consecución de


esta última alternativa, es decir, vislumbrar al menos cómo la terapia
ocupacional puede aprender y enriquecerse a partir del intercambio
con el “otro”. Es a partir del encuentro con cosmologías y cotidianei‐
dades propias de ciertos sectores de la diáspora china que pueden pen‐
sarse, al menos, una serie de aportes para la disciplina. Como ya
hemos visto, las nociones de independencia e “individualismo” carac‐
terísticas de la terapia ocupacional hegemónica se ven contrastadas a
partir de los diversos modos del desempeño ocupacional que llevan a
cabo las personas chinas en términos de interdependencia y “colecti‐
vismo” (Heigl, Kinebanian & Josephsson, 2010), lo que puede ser vis‐
to también en términos de “co­ocupaciones” (Pickens, 2009) u
“ocupaciones colaborativas” (Zango Martín et al., 2015). Asimismo,
la concepción de “armonía” y “equilibrio” tanto respecto al cuerpo hu‐
mano como a su relación con el entorno, ofrece maneras distintas de
pensar los procesos de salud­enfermedad­atención en contraposición a
miradas biologizantes y descontextualizadas características de la bio‐
medicina. Más aún, este tipo de valores ya están siendo retomados por
ciertas corrientes disciplinares aún novedosas como es el de la “Rele‐
vancia Cultural” cuyo referente principal es Michael Iwama y su pro‐
puesta del “modelo Kawa” (2006).8

8 El modelo Kawa (“río” en japonés) retoma muchos de los principios de las


cosmologías china y japonesa aquí mencionados como precisamente son el de
balance y armonía en relación al entorno.
150 Terapia Ocupacional & Antropología

Este vaivén entre perspectivas, por supuesto, aporta no sólo en


la comprensión de un otro en principio “exótico” sino también del
“nosotros”, en cuanto cultura profesional contextualmente situada y
culturalmente específica, y por ende, no universalizable o neutral. Co‐
mo señala Beagan (2015) “los efectos omnipresentes de la diversidad
son menos evidentes entre grupos que son socialmente dominan‐
tes” (Beagan, 2015: 273). Los miembros de estos grupos que experi‐
mentan un “privilegio sociocultural” tienden a ni siquiera notar que
forman parte ellos también de configuraciones socioculturales. La cul‐
tura es entendida como algo que el “otro”, el “diferente” posee, mien‐
tras que el “nosotros” sería culturalmente neutral. Esta invisibilización
cultural de los grupos dominantes representa una potencial adopción
de posturas asimétricas en la atención de la salud y refuerzo de las de‐
sigualdades.
Es importante aclarar que en el trabajo con lo diverso, y pun‐
tualmente si consideramos variables de tipo étnico, se debe guardar
una especial atención en no caer en estereotipaciones que homogeni‐
cen a las poblaciones. El caso de los migrantes chinos y sus diferen‐
cias respecto a criterio generacional, género y región de procedencia
dan cuenta de la heterogeneidad al interior del grupo étnico y la difi‐
cultad de realizar generalizaciones únicamente asociadas a una cues‐
tión étnica (Incaurgarat, 2021). Más aún, respecto a la atención de la
salud, como bien señalan Mc Grath et al. (2022) en una revisión sis‐
temática sobre migrantes adultos mayores con diagnóstico de demen‐
cia institucionalizados en centros residenciales de atención a la tercera
edad, “aunque el personal pueda compartir los mismos antecedentes
culturales de los residentes […] la cultura debe entenderse de manera
dinámica si se quieren obtener los beneficios de un enfoque de aten‐
ción etno­específico” (Mc Grath et al., 2022: 8). Por ejemplo, en el
contexto de una residencia para migrantes persas en Suecia, Antelius
& Kiwi (2015) señalan que mientras el personal (del mismo grupo ét‐
nico que los residentes) compartía un idioma y antecedentes culturales
con los residentes, sus experiencias de vida individuales eran lo sufi‐
cientemente diferentes como para que el personal no pudiera recono‐
cer o apreciar a los residentes como poseedores de un herencia
cultural compartida. En este sentido, el hablar un mismo idioma no fa‐
cilita en sí mismo la comprensión del otro cultural, por el contrario,
los problemas de comunicación pueden existir incluso cuando los in‐
Capítulo V 151
terlocutores hablan el mismo idioma, lo que nos hace recordar que la
comunicación no consiste sólo en un ejercicio de entender palabras,
sino también en apreciar referencias culturales y sociales. Es decir:
“incluso entre dos personas del mismo grupo sociocultural ese código
no anula la existencia de malos entendidos, más aún en las situaciones
de interculturalidad, un mismo discurso puede ser interpretado de ma‐
neras múltiples e incluso contrapuestas” (Grimson, 2005: 21).
Como reflexión final, a diferencia de lo formulado por terapeu‐
tas ocupacionales como Dhillon & Dhiman (2011) en relación a que
“no existe ningún abordaje ideal para abordar las dificultades asocia‐
das a la concordancia étnica entre el paciente y el terapeuta ocupacio‐
nal” [y que] “se trata sobre todo de un camino individual y por
momentos de una lucha interior” (Dhillon & Dhiman, 2011: 29), aquí
creemos lo siguiente. Por supuesto, no existen recetas para abordar la
diversidad en el ámbito clínico o comunitario, pero sí disponemos de
herramientas que nos guían sobre cómo delinear intervenciones cultu‐
ralmente relevantes. En este sentido, como ya abordáramos con Gil
(Gil & Incaurgarat, 2022), los abordajes terapéuticos no deberían estar
librados al azar o al comportamiento individual del profesional, y mu‐
cho menos el diseño e implementación de políticas públicas. Por el
contrario, como esperamos haber ilustrado aquí, los aportes de la an‐
tropología social, y en particular de la antropología de la salud, son in‐
valuables no sólo en términos de constituirse como “amuletos
crítico­epistemológicos” (Testa, 2021) sino en herramientas concretas
de abordaje de la otredad cultural por parte de la terapia ocupacional.

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10.3109/11038128.2014.965197
CAPÍTULO VI

Terapia Ocupacional y Antropología


del Trabajo
Daniel Arrarás
Manuela Martínez
Ayelén Soncini

E
l presente capítulo se inspira en el recorrido realizado por el
grupo de investigación “Estudios Antropológicos” de la Facul‐
tad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social procurando cons‐
truir, a partir de los postulados de una Terapia Ocupacional híbrida,
una agenda programática de investigación y formación académica
centrada en sujetos que se ocupan en contextos vinculados al mundo
del trabajo.
En busca de una síntesis productiva entre el campo profesional
y académico de la Terapia Ocupacional, la Ciencia de la Ocupación y
de la Antropología Social, en especial de la Antropología del Trabajo,
se expondrá un diálogo conceptual en relación a determinadas cate‐
gorías analíticas indispensables para comprender las ocupaciones la‐
156 Terapia Ocupacional & Antropología

borales y sus implicancias. Esta síntesis recupera y se arraiga en el va‐


lor de lo interdisciplinario que le ha otorgado la Antropología del Tra‐
bajo a su desarrollo disciplinar, basado en una perspectiva holística en
el estudio de los procesos complejos que involucran tanto a trabajado‐
ras como trabajadores (Palermo & Capogrossi, 2020).
En este sentido, nuestras reflexiones apuntan a construir un en‐
cuadre teórico y metodológico que permita comprender desde la pers‐
pectiva de los actores sociales las principales problemáticas
resultantes del trabajo de las personas en contextos reales. En palabras
de Palermo & Capogrossi (2020), “las relaciones cotidianas trastocan
los abordajes estáticos y obligan a complejizar y dinamizar nuestro
entendimiento sobre las maneras en las que se configura el trabajo, al
tensionar e imbricar dimensiones, esferas, lugares y formas de conce‐
bir los ritmos temporales en el desarrollo de las vidas (Palermo & Ca‐
pogrossi, 2020: 18). Como punto de partida, se propone revisar los
alcances y limitaciones del abordaje de la ocupación desde la perspec‐
tiva de la Terapia Ocupacional y de la Ciencia de la Ocupación para
luego pensar el abordaje del trabajo, como una de las expresiones ocu‐
pacionales más relevantes en la vida de las personas y de las comuni‐
dades, desde una lente etnográfica.

Bases de la ocupación para el abordaje en Terapia


Ocupacional Laboral

El objeto de estudio de la Terapia Ocupacional, desde comienzos del


siglo XX, ha sido la ocupación y su relación con la promoción del bie‐
nestar y de la calidad de vida, laboral, social como así también con la
recuperación de la salud (Trujillo Rojas et al., 2011). A lo largo del to‐
do el siglo pasado, los enfoques teóricos y metodológicos se fueron
transformando a partir de las realidades y demandas de los contextos
políticos, sociales, económicos y culturales. Esta situación favoreció
el desarrollo y crecimiento de corrientes académicas interdisciplinares
vinculadas a la investigación de la ocupación como objeto de estudio
académico, con el objetivo de comprender cómo las personas y los
grupos llevan adelante sus ocupaciones en el devenir de lo cotidiano
(Morrison et al., 2021).
En este sentido, el estudio de la ocupación debe incluir en sus
reflexiones las dinámicas y relaciones de poder del contexto donde és‐
ta se desarrolla. El enfoque propuesto se sitúa desde una mirada crítica
Capítulo VI 157
de la Terapia Ocupacional abordando, en el estudio de la ocupación
humana, los determinantes sociales, políticos, económicos, culturales
y ecológicos que inciden en el bienestar ocupacional de las personas
(Simó Algado et al., 2016). Por lo tanto deben contemplarse necesaria‐
mente las consecuencias de un modelo de sociedad que vulnera los de‐
rechos humanos y sociales, que acrecienta la desigualdad, la pobreza y
expone a las personas a diversas modalidades de violencia social. Es
importante mencionar que lo cultural se toma en un doble sentido, tan‐
to en la búsqueda de comprender el sistema ordenado de significados
y símbolos a partir de los cuales cada sujeto define el mundo, como
también en el cuestionamiento de las formas culturales que subyacen
en la práctica cotidiana de la Terapia Ocupacional.
En las diversas definiciones del término ocupación se pueden
identificar elementos comunes que necesariamente deben ser revisa‐
dos a partir de una postura crítica que considere la interculturalidad no
como una utopía, sino como una necesidad técnica (Zango et al.,,
2012). Entre ellos, que la ocupación implica un proceso continuo que
demanda la participación activa de las personas en actividades de au‐
tomantenimiento, trabajo, educación, ocio, juego, participación social,
entre otras (Christiansen & Townsend, 2014). Esta participación activa
se manifiesta en contextos y espacios definidos, con una ubicación
temporal demandando habilidades específicas. A su vez, este proceso
puede ser nominado por la cultura donde el sentido y significado que
se le otorga varía de persona a persona. Para Trujillo Rojas et al.
(2011) es relevante destacar que tanto la Terapia Ocupacional como la
Ciencia Ocupacional compartan el estudio del significado que las ocu‐
paciones tienen para las personas, cómo construyen identidad y su re‐
lación con la promoción del bienestar.
La ocupación se devela como un proceso sistémico en perma‐
nente transformación, evolución, desarrollo y como producto del ha‐
cer ocupacional de sujetos y grupos en interacción con las dinámicas
sociales, culturales y ambientales. Se edifica sobre elementos de orden
biológico, histórico, social, cultural, psicológico, espiritual siendo
fuerzas dinámicas que actúan de forma interrelacionada (Trujillo
Rojas et al., 2011). Autores como Christiansen & Townsend (2014) re‐
fieren que las ocupaciones son en realidad conceptos complejos que
tienen diferentes usos en diversos contextos. A su vez, Pollard (2018)
manifiesta que la ocupación es un concepto plural y diverso con una
relación compleja con la comprensión de la salud y a su vez agrega
158 Terapia Ocupacional & Antropología

que la Terapia Ocupacional ofrece algunas formas de manejar proble‐


mas de salud complejos a través de un núcleo de razonamiento y com‐
prensión narrativa.
Un tema relevante, enfocado desde múltiples miradas teóricas,
radica en la trascendencia que tiene la ocupación de las actividades de
subsistencia. Claro está, que se deben destacar los aportes conceptua‐
les sobre la importancia del rol de la ocupación en la posibilidad de sa‐
tisfacer las necesidades básicas para la supervivencia y la adaptación
al medio ambiente. Entonces, resulta relevante considerar las dimen‐
siones de significado de las ocupaciones que se relacionan con el ha‐
cer, ser, pertenecer y llegar a ser (Zango Martín et al., 2012).
La construcción de sentido y significado en torno a las ocupa‐
ciones son procesos tanto individuales como colectivos. En palabras
de Trujillo Rojas et al. (2011), “la dación de significado a una ocupa‐
ción está influida y enriquecida culturalmente, constituyendo un as‐
pecto integral y característico de lo humano. La influencia de las
especificidades físicas, sociales, culturales y temporales influye en la
forma en que la persona concede significados a su ocupación” (Truji‐
llo Rojas et al., 2011: 56).
En este sentido, el contexto social y cultural es fundamental
para poder dimensionar el valor de las ocupaciones dentro de grupos y
comunidades. Por esta razón, indagar los aspectos simbólicos y de
sentido de las ocupaciones, en diferentes contextos culturales o como
por ejemplo en personas migrantes, es un desafío que promueve el de‐
sarrollo de investigaciones centradas en el punto de vista de los acto‐
res. En esta dirección podemos citar los escritos de Incaurgarat (2014;,
2016; 2021) relacionados con su trabajo etnográfico con la comunidad
china en Argentina, puntualmente en la localidad de Mar del Plata. Es‐
ta autora reflexiona sobre distintos aspectos de la cultura china, cómo
esta comunidad concibe los procesos de salud­enfermedad, sus formas
de abordarlos y las tensiones que se generan en un contexto cultural
occidental como el nuestro.
Esto demanda un enfoque teórico y metodológico que trascien‐
da las categorías analíticas objetivas de la ocupación (actividades de
auto mantenimiento, trabajo, educación, ocio, juego, etc.). En adhe‐
sión a lo planteado por Zango Martín et al. (2012) se entiende “por
ocupación significativa aquella que favorece la emancipación de la
persona, su fortalecimiento, la cohesión social y es determinante en la
promoción de la salud y la prevención de la enfermedad” (Zango
Capítulo VI 159
Martín et al., 2012: 126).
Estos posicionamientos que se produjeron en la Terapia Ocu‐
pacional provienen de aportes disciplinares indispensables de ciencias
como la Antropología Social. En efecto, esta disciplina dio sustento
teórico y metodológico a nuevos desarrollos, permitiendo configurar
apuestas híbridas (disciplinares y profesionales) e innovadoras que
partieron de la base de que “ninguna ocupación se comprende como
entidad abstracta separada de las relaciones con otros. Toda ocupación
es cultura, significado, relaciones. La ocupación en uno, es la expre‐
sión de las ocupaciones colectivas, de la práctica, de las relaciones so‐
ciales históricamente producidas que se han encarnado, materializados
en las singularidades” (Guajardo, 2012: 24). Así, la ocupación no de‐
bería ser concebida como una entidad aislada de su contexto, cosifica‐
da y deshumanizada lo que implica no sólo plantear un modo posible
de pensar la Terapia Ocupacional sino de un abordaje integrador de
los procesos socio­sanitarios.
La organización espacio temporal que estructura la participa‐
ción activa en diversas ocupaciones es un elemento destacado que
configura aspectos de la vida cotidiana de las personas. Algunos auto‐
res toman el concepto de habitus de Bourdieu para sostener teórica‐
mente las disposiciones basadas en esquemas clasificatorios que
orientan las prácticas cotidianas dentro de los diferentes espacios so‐
ciales. Es así, que “la construcción de los hábitos se fundamenta en la
experiencia subjetiva e individual de la «temporalidad y la espaciali‐
dad», en la cual las personas realizan sus ocupaciones” (Trujillo Rojas
et al., 2011). En la misma dirección, Christiansen & Townsend (2014)
intentando responder la pregunta de cómo las personas ocupan su
tiempo, argumentan que se debe considerar qué es lo que las personas
hacen en sus rutinas diarias, y también cuándo, dónde, y el porqué de
ese hacer, además de cómo el contexto determina lo que esas personas
hacen. No es otra cosa que la recuperación situada de consignas clási‐
cas de la Antropología Social, uno de cuyos axiomas descansa en lo
imprescindible de obtener un registro cercano de los “imponderables
de la vida real” (Malinowski, 2000).
Otro eje de análisis es la relación que establece la ocupación
con la promoción de la salud y el bienestar. Participar de manera acti‐
va en ocupaciones significativas promueve el desarrollo y potencial de
las personas y de las comunidades. Cabe aclarar, que es necesario revi‐
sar este postulado a la luz de los determinantes sociales, económicos,
160 Terapia Ocupacional & Antropología

políticos y culturales en torno a las ocupaciones, ya que no siempre és‐


tos permiten la elección de actividades significativas que promuevan
la salud y el bienestar. El término justicia ocupacional nos permite re‐
flexionar y posicionarnos a través de una mirada que contemple las lu‐
chas locales y mundiales desde una perspectiva ocupacional, es decir
“considerando estas luchas desde el punto de vista de las ocupaciones
significativas y con un propósito (tareas y actividades) que la gente
quiere hacer, necesita hacer y puede hacer considerando sus circuns‐
tancias situacionales y personales” (Stadnyk, Townsend & Wilcock,
2010).
El debate de las taxonomías de las ocupaciones es un tema con
controversias teóricas y metodológicas dadas las implicancias sociales
y culturales que las atraviesan. De esa manera, es importante controlar
los potenciales tintes normativos (y ocasionalmente etnocéntricos) que
dominan las categorías empleadas en la profesión y que se tienden a
reproducir acríticamente. Porque “esa cierta normatividad con que la
Terapia Ocupacional suele abordar los «imponderables de las vida
real» presenta serias limitaciones para la comprensión de la realidad
vivida de los sujetos que son objeto de algún tipo de intervención te‐
rapéutica” (Bassi Bengochea & Gil, 2021: 132).
Al asumir tanto la universalidad de ciertas actividades como el
significado que tendrían para los actores que las ejercen, la Terapia
Ocupacional queda atrapada, en ocasiones, en definiciones circulares
que no le permiten detectar subjetividades diversas, apropiaciones si‐
tuadas y, sobre todo contextos de significación que requieren experien‐
cia de campo y una determinada actitud para comprender al otro.
Variables como género, discapacidad, o etnicidad pueden operar en la
invisibilización de ciertas ocupaciones en esas clasificaciones. Poder
analizar las ocupaciones sin esquemas rígidos nos permitirá compren‐
der las experiencias o vivencias ocupacionales de las personas de for‐
ma situada o multisituada. Por esta razón, es importante tomar los
aportes de la Terapia Ocupacional Social para desarrollar intervencio‐
nes que procuren “la comprensión acerca de la desigualdad que emer‐
ge de las contradicciones sociales, en las sociedades capitalistas,
resultantes de la relación capital­trabajo y de la explotación y precari‐
zación producidas por ella” (Lopes et al., 2015). En síntesis, se com‐
parte la visión de Lopes Correia et al. (2016) que proponen partir:
“de la suposición de que la Ocupación Humana significa la
participación activa en las actividades del día a día y que, por
Capítulo VI 161
lo tanto, sufren las amenazas de las cuestiones de vulnerabili‐
dad y desafiliaciones de las estructuras sociales, siendo las ac‐
tividades humanas, un conjunto de repertorios vividos y
producidos colectiva y socialmente, que funcionan como ins‐
trumentos de mediación del terapeuta ocupacional para los
procesos de intervención en el campo social” (Lopes Correia
et al., 2016: 14).

Desde el campo específico de la Terapia Ocupacional Laboral el estu‐


dio de la ocupación y sus complejidades resultan centrales en situacio‐
nes reales de trabajo. Nuestra disciplina surgió en contextos sociales,
políticos y económicos que demandaron la inserción laboral de perso‐
nas que atravesaban procesos de rehabilitación por diversas causas. La
ampliación del campo de acción, dirigida hacia la prevención de ries‐
gos derivados del trabajo, revalorizó las herramientas teóricas y meto‐
dológicas propias de la disciplina, entre ellas el uso y el estudio de las
actividades de forma contextualizada (Lancman et al., 2003).

Determinantes sociales en salud

En función de lo expuesto y centrándonos en las actividades contex‐


tualizadas en ámbitos laborales se hace necesario focalizar la atención
en las nuevas demandas del mundo del trabajo. Es así que los nuevos
procesos de trabajo y su relación con los proyectos migratorios, las
nuevas tecnologías, las problemáticas de género, el desempleo, las
condiciones de trabajo y salud deben ser analizados teniendo en cuen‐
ta las influencias del contexto macro socioeconómico. A su vez, es in‐
dispensable incluir, en estos estudios, la perspectiva de los actores
sociales en tanto posibilidad de comprender lo que hacen, el significa‐
do que le otorgan a su hacer y las condiciones en que se llevan adelan‐
te sus acciones. En sintonía con esto, escritos clásicos y
contemporáneos dan cuenta, desde diversas perspectivas teóricas y
metodológicas, de los esfuerzos académicos por entender y describir
la complejidad del mundo del trabajo y las circunstancias en las cuales
se desarrolla.
Previo a introducirnos en lo específico vinculado al estudio del
trabajo, es necesario posicionarse conceptualmente en torno al proceso
salud­enfermedad­atención­cuidado. Los debates en torno a este pro‐
ceso se fueron consolidando en las décadas del 60 y 70 del siglo pasa‐
162 Terapia Ocupacional & Antropología

do a partir de una creciente corriente impulsada principalmente por


movimientos sociales. El enfoque biologicista no era suficiente para
dar respuestas a una serie de demandas sociales vinculadas a la salud
y a la enfermedad. Necesariamente estas críticas se fueron estructuran‐
do bajo la necesidad imperiosa de desarrollar modelos que logren
comprender estos fenómenos (Eslava Castañeda, 2017). En este con‐
texto, el desarrollo de la corriente de la Medicina Social Latinoameri‐
cana será crucial no solo a la hora profundizar los debates y
posicionamientos políticos sino también para generar una mirada que
incluirá la promoción de la transformación social.
Siguiendo a Goldberg (2007), el proceso de salud­enfermedad­
atención no puede abordarse de manera abstracta. Por lo tanto, ha de
considerarse a “los sujetos que sufren determinados padecimientos,
que tienen una forma de concebirlos en términos socioculturales, que
poseen un conjunto de prácticas terapéuticas alrededor de las mis‐
mas” (Goldberg, 2007: 11). En el mismo sentido, Incaurgarat (2021)
toma esta categoría analítica desde la Antropología de la Medicina
distanciándose del uso del concepto “estado” de salud o enfermedad,
principalmente por su utilización en relación a la presencia o ausencia
de éstas y por su descontextualización. A su vez, esta autora refuerza
la necesidad de comprender el proceso salud enfermedad como expre‐
siones de un proceso de determinación social.
Buscando una mayor precisión conceptual del proceso salud­
enfermedad­atención se toma la definición que realiza Goldberg
(2007) a partir de los postulados de Menéndez (2005), quien define
que el proceso de salud/enfermedad/ atención “constituye un universal
que opera estructuralmente –por supuesto que en forma diferenciada–
en toda sociedad, y en todos los conjuntos sociales estratificados que
la integran. Aún cuando ésta es una afirmación casi obvia debe
subrayarse que la enfermedad, los padecimientos, los daños a la salud
constituyen algunos de los hechos más frecuentes, recurrentes,
continuos e inevitables que afectan la vida cotidiana de los conjuntos
sociales” (Menéndez, 1994: 71).
Desde esta perspectiva, y tomando trabajos de autores ya men‐
cionados (Goldberg, Incaurgarat), la comprensión de las prácticas en
torno a la salud, enfermedad y atención cobran un lugar relevante en
los estudios migratorios donde estas prácticas se articulan y tensionan
con el modelo médico dominante de la sociedad receptora.
Ampliando brevemente el tema de la atención, Incaurgarat
Capítulo VI 163
(2021) toma los lineamientos de Menéndez en relación a las formas de
abordaje del cuerpo sano o enfermo y los roles que se estructuran a su
alrededor. Así, se caracterizan tres modelos: el Modelo Médico He‐
gemónico (MMH); el Modelo Alternativo Subordinado; y el Modelo
de Autoatención. El primero, se distingue por un conjunto de prácti‐
cas, saberes y teorías bajo la denominada medicina “científica”. Este
modelo se construye sobre una mirada biologicista considerando su‐
balternas otras prácticas y modelos de atención. El segundo, contem‐
pla una serie de prácticas que se estructuran como subalternas, en
parte por la acción hegemónica del modelo médico, y que se las cono‐
ce habitualmente como “tradicionales”. El tercer y último modelo
contempla aquellas prácticas de diagnósticos y atención que el propio
sujeto lleva adelante. Además de la acción de cada sujeto, se suman
las acciones propias de los grupos familiares y de las comunidades a
las que pertenecen estos sujetos y grupos. Poder conocer y compren‐
der el uso de estos modelos permitirá el abordaje de la construcción de
los itinerarios terapéuticos.
Cabe ampliar que en las últimas décadas se ha incorporado al
debate del proceso salud/enfermedad/atención la cuestión del cuidado.
A partir de búsquedas bibliográficas orientadas a esclarecer el sentido
del uso del término cuidado se ha identificado diferentes acepciones
en el que es implementado (Michalewicz, Pierri & Ardila Gomez,
2014). Dos de estos usos son los que más se aproximan a los postula‐
dos de la Medicina Social Latinoamericana: la integralidad de la aten‐
ción y la reorganización de los servicios de salud con eje en los
usuarios y usuarias. En esta dirección Stolkiner & Ardila Gómez
(2012) afirman que la incorporación del cuidado como categoría
analítica tuvo como principal objetivo otorgar al proceso un sentido
más amplio e integral donde se revalorizan las relaciones horizontales,
simétricas y participativas. Esto conlleva un desplazamiento de las
instituciones y agentes de salud para darle mayor protagonismo a las
acciones y prácticas cotidianas de las personas y de los grupos socia‐
les.
Teniendo en cuenta el eje de este capítulo, cabe realizar una
aproximación más detallada del proceso salud enfermedad y su vin‐
culación al trabajo. En este punto, Goldberg (2007) para comprender
esta vinculación incorpora en su análisis tanto variables materiales es‐
tructurales como también las experiencias, percepciones y representa‐
ciones de cada sujeto. Así, el proceso de trabajo es una potencial
164 Terapia Ocupacional & Antropología

fuente de desgaste de la salud y productor de determinadas enferme‐


dades derivadas de las condiciones de vida y trabajo. En este punto
Laurell ha realizado aportes sustanciales a la hora de incorporar el
proceso de trabajo como elemento central en el análisis de la repro‐
ducción social principalmente en cómo se edifica la relación entre el
hombre y la naturaleza.1
El estudio de las condiciones de trabajo y sus consecuencias
sobre la salud de los trabajadores y trabajadoras tendrá un lugar rele‐
vante posterior a la revolución industrial. Se pueden mencionar múlti‐
ples antecedentes de estos estudios, entre ellos uno de los ejemplos
más citados es la investigación realizada por Friedrich Engels de los
determinantes sociales de la salud vinculados al trabajo, donde se des‐
criben con minuciosidad las condiciones generales de vida y de traba‐
jo de la clase obrera de Inglaterra en el siglo XIX. También, pueden
mencionarse el trabajo realizado por Rudolf Virchow sobre el tifus en
los mineros del carbón en Prusia (Brown & Fee, 2006) o el estudio de
Benjamin McReady en 1837 sobre trabajadores migrantes irlandeses
que conectaron, a través de la construcción del Canal de Erie, los
Grandes Lagos con la costa este de los Estados Unidos de Norteaméri‐
ca (Flynn, 2018). En nuestra región, un antecedente relevante fue el
trabajo desarrollado por Bialet Massé2 sobre la situación de la clase
trabajadora argentina a principios del siglo XX.
Las corrientes latinoamericanas críticas de la medicina social y
las ciencias sociales desarrollaron, desde la década del 60 del siglo pa‐
sado, elaboraciones teóricas sobre la relación trabajo­salud abonando

1 Se toma el sentido que le da el marxismo a la clásica definición del proceso de


trabajo sobre la transformación de la naturaleza a manos del hombre y su propia
transformación a partir de la relación con la naturaleza.
2 El informe sobre la situación de la clase obrera en Argentina fue solicitado a Bialet
Massé por el entonces presidente Julio Argentino Roca. Este informe ha sido fuente
de fructíferos debates y controversias y sin lugar a dudas logró ser un antecedente
innegable de la descripción de la situación sociolaboral de la clase trabajadora de
principios del siglo XX en nuestro país. De las diversas miradas en torno a esta
investigación resulta interesante detenerse sobre la lectura que realiza Marcelo
Lagos (2004) sobre la mirada etnográfica del trabajo de Bialet Massé. Sin escapar
de los principios de la visión tradicional de la época, sobre cuestiones de género y
del pensamiento colonialista, el “trabajo de campo” describe parte de la realidad del
país detallando las costumbres, idiosincrasia y las condiciones generales de vida y
de trabajo. De acuerdo con Lagos, la influencia de las ideas evolucionistas se
vislumbran en muchos pasajes del informe interpretando además la revalorización
del “criollo” y del “indio” cercanas a una mirada que valora lo multiétnico, cuestión
ciertamente limitada por la mirada nacionalista construida sobre el inmigrante.
Capítulo VI 165
a la comprensión del carácter social de los procesos salud­enfermedad.
Estos procesos son considerados productos o expresiones de ciertas
condiciones sociales, económicas y culturales constituyendo un ele‐
mento central que influye sobre la salud­enfermedad tanto de forma
individual como colectiva (Grimberg, 1991). A su vez, en palabras de
Menéndez (2005):
“si reconocemos que el «trabajo» constituye todavía el princi‐
pal articulador de la vida de los que trabajan; si aceptamos que
las condiciones de trabajo siguen siendo las ordenadoras de los
tiempos de trabajo y no trabajo, del tipo de relaciones intra y
en parte extralaborales, así como de los niveles posibles de
consumo; si asumimos que dichos tiempos suponen marcar las
posibilidades de contacto cotidiano con la familia en términos
de relaciones de pareja y en función de las relaciones con los
hijos, debemos reconocer entonces que las condiciones de tra‐
bajo afectan no sólo la salud del trabajador sino también las
condiciones de vida de los miembros del grupo fami‐
liar” (Menéndez, 2005: 15).

El desarrollo de esta perspectiva permitió caracterizar un nuevo objeto


de estudio diferenciado de la medicina laboral y de las disciplinas téc‐
nicos ambientalistas.
En este sentido, una categoría analítica central en el estudio de
la vinculación trabajo ­ salud ha sido la de proceso de trabajo.3 Éste se
edifica a partir de una construcción social determinada, estableciendo
relaciones particulares en determinados contextos sociales e históri‐
cos. El desarrollo tecnológico de las últimas décadas ha diversificado
y flexibilizado tanto las modalidades como también la intensidad de
los procesos de trabajo en el marco del desarrollo capitalista. Integrar‐
3 En las últimas décadas el debate en torno al proceso de trabajo ha tomado
nuevamente fuerza dentro de la Sociología del Trabajo. Se concibe este proceso
como una relación social donde se producen intercambios simbólicos y de poder
accionado por “sujetos dotados de subjetividad” dentro de estructuras productivas
situadas en contextos macro socioeconómicos particulares. Cabe aclarar que el
desarrollo del mundo del trabajo vinculado al sector servicios requiere ampliar la
mirada en torno a este proceso y superar en su estudio los límites de las
organizaciones productivas tradicionales. Esto es fundamental para comprender
cómo el control del proceso de trabajo no es patrimonio exclusivo de la relación
capital ­ fuerza de trabajo ya que por ejemplo dentro de las nuevas demandas de
consumo los clientes ejercen un claro control sobre el trabajo. A su vez, siguiendo a
De la Garza (2011) es importante introducir en este análisis la potencialidad que
tiene el proceso de trabajo en la construcción social de la ocupación como resultado
de estructuras y de interacciones que ponen en diálogo las nociones y significados
en torno al trabajo.
166 Terapia Ocupacional & Antropología

los dentro de una categoría más amplia como la de condiciones gene‐


rales de vida fue determinante a la hora de comprender que el proceso
de salud­enfermedad contiene dimensiones psicobiológicas pero tam‐
bién político económicas (Menéndez, 2005). Entonces es clave reco‐
nocer que estos procesos generan repercusiones vinculadas al desgaste
físico, cognitivo y psicosocial que pueden evidenciarse en determina‐
das patologías como así también en accidentes de trabajo.
Como se mencionó al inicio de este capítulo, el hacer de las
trabajadoras y de los trabajadores es una dimensión indispensable en
el estudio del trabajo y su relación con el proceso de salud­enferme‐
dad­atención­cuidado. En este hacer, se despliegan múltiples estrate‐
gias operatorias construidas sobre la base de la experiencia y de los
significados otorgados al trabajo. Creencias, percepciones, actitudes y
prácticas son construcciones de la interacción social en determinados
contextos socio históricos. Grimberg (1991), plantea que se abren una
serie de interrogantes entre las determinaciones sociales y su relación
con las prácticas desarrolladas por los diferentes actores sociales, es
decir, expone la necesidad de contemplar aspectos de lo macro socio
económico pero también de lo micro, tomando las acciones de los su‐
jetos para enfrentar la dinámica del proceso de trabajo.
En este punto es importante introducir un concepto clave des‐
de la perspectiva teórica y metodológica de la Ergonomía de la Escue‐
la Francesa: la actividad de trabajo. Es esta disciplina la que ha
introducido fructuosos debates poniendo en discusión las diferencias
entre la tarea prescripta y la actividad real con el fin de lograr com‐
prender las lógicas en disputa en el marco de la organización del tra‐
bajo. Dejours plantea que esa diferencia se genera en el núcleo de la
técnica y dirá que “poder atrapar esta contradicción hasta en el refugio
secreto de la actividad real de trabajo tiene consecuencias considera‐
bles para guiar después la práctica de la intervención en ergo‐
nomía” (Dejours, 1998).
Siguiendo la argumentación de Daniellou et al. (2009), esta
distinción puede precisarse considerando: la tarea como el resultado
preestablecido, la actividad de trabajo como el cumplimiento efectivo
de la tarea y el trabajo como una unidad en la que engloba lo antes
mencionado incorporando las condiciones reales en las cuales se desa‐
rrolla y sus resultados efectivos. En esta dirección Nusshold, Baudin
& Celio (2020) plantean que esa distancia entre lo prescripto y lo real
es irreductible, y que trabajar es salvar esas distancias. Será Dejours
Capítulo VI 167
(1998) quien desde esta perspectiva presentará una nueva definición
del trabajo diciendo que este consiste en “la actividad desplegada por
los hombres y mujeres para enfrentar lo que no está dado por la orga‐
nización del trabajo”. Abordando aspectos de la formación en Ergo‐
nomía, Davezies (1991) expone que la ergonomía de la escuela
francesa apunta a que los ergónomos puedan percibir la experiencia
vivida y el compromiso de las personas frente a la situación real de
trabajo develando así las lógicas que estructuran la acción de los co‐
lectivos de trabajo.

La Antropología del Trabajo

El surgimiento de la Antropología del Trabajo se produce en los años


´60 del siglo pasado, y se cristaliza en la década del 1970 a partir de
una serie de estudios antropológicos centrados en las respuestas cul‐
turales de los actores subalternos en el contexto de diversas dinámi‐
cas de hegemonía y dominación. Constituye una delimitación del
campo disciplinar que recupera la cotidianidad laboral como escena‐
rio de problematización. Pensar el contexto en el que se producen las
prácticas antes que pensarlas como fuera de la acción, como parte de
las lecturas que los actores sociales hacen dentro de un campo de po‐
sibilidades nos permite comprender la representación de los mismos
y el modo en que el horizonte de expectativas y el espacio de expe‐
riencia construyen las formas de ver el mundo. Para lo cual, es nece‐
sario tomar en serio a dichos actores, comprendiendo que las
prácticas tienen sentido en el contexto, en la historia en las que se
inscriben (Perelman, 2020).
De esta manera, se entiende que toda práctica social surge y
se construye a partir de una compleja trama de valores,
significaciones y sentidos, representaciones a través de las cuales
distribuyen identidades y roles, además de expresar necesidades
colectivas y fines a cumplir. Es así, que se comprende que el trabajo
se trata de una producción contingente, creadora de sentido, para lo
cual la Antropología del Trabajo se presenta como una herramienta
privilegiada en su análisis. Las personas que forman parte de la co‐
munidad desarrollan múltiples creencias, valores, expectativas y acti‐
tudes en torno al trabajo que hacen al significado que tiene el mismo
para esa sociedad en particular y que se configura como un compo‐
nente que circula dentro de la realidad social, influenciando las ac‐
168 Terapia Ocupacional & Antropología

ciones individuales y los procesos grupales que tienen lugar en ella


(Moyano Díaz, Castillo Guevara & Lizana, 2008).
El trabajo como actividad humana ha experimentado diversas
transformaciones a lo largo del tiempo vinculadas a factores macro­
económicos y cambios históricos, culturales, económicos, políticos,
tecnológicos y religiosos. Esto indica que se trata de un fenómeno so‐
ciológico, determinado por variables sociales, culturales e históricas.
El mismo se presenta como un constructo complejo y dinámico que
no se limita a aquellas acciones de las personas realizadas con el fin
de supervivencia, sino que implica actos reflexivos, conscientes, con
propósito y moralmente reconocidos. Requiere el involucramiento no
sólo de capacidades corporales y psíquicas, sino de múltiples formas
de comportamiento, manejo de artefactos y herramientas, relaciones
sociales, tránsito por diferentes espacios, y una compleja gama de ex‐
periencias a las que los propios trabajadores dotan de sentido (Bustos
Ordoñez, 2012).
Es en esta esfera de la vida en donde se imbrican necesidad y
deseo. La mayoría de las personas trabaja porque necesita hacerlo, y
esta necesidad no deriva solamente de aspectos económicos, sino de
la posibilidad de poner en juego las capacidades y habilidades que
han desarrollado a lo largo de su vida para enfrentar desafíos, gene‐
rando sentimientos de realización personal. De esta manera, quienes
disfrutan de su trabajo, no dejarían de hacerlo aun cuando ya no re‐
quieran de los ingresos que éste les asegura. No se trata meramente de
obtener recursos para la subsistencia material, sino también la aproba‐
ción y reconocimiento social en los contextos donde trabajan (Moya‐
no Díaz, Castillo Guevara & Lizana, 2008).
Así, se puede afirmar que las razones que motivan a las perso‐
nas a trabajar más allá de las económicas son actualizar sus potencia‐
les, ejercer su autonomía, relacionarse con otros y desarrollar
sentimientos de pertenencia. A esto se suma el hecho de prestar un
servicio y con él contribuir al desarrollo comunitario. Son estas cues‐
tiones las que invitan a indagar sobre la centralidad del trabajo en la
vida de las personas haciendo hincapié en las narrativas de los propios
actores. En este sentido, la Antropología del trabajo “puede contribuir
a los estudios laborales posicionando una «mirada» situada y hacien‐
do uso de sus herramientas disciplinares para conocer y explicar, des‐
de lo contextuado, las prácticas y las experiencias vividas por los
sujetos, así como también las diferentes lógicas y los sentidos que en‐
Capítulo VI 169
marcan el trabajo” (Belmont Cortés & Rosas Raya, 2020: 163).
El Tratado Latinoamericano de Antropología del Trabajo es
una obra dirigida por Hernán Palermo y María Lorena Capogrossi en
el cual se plasman diversas experiencias etnográficas vinculadas al
estudio del trabajo. Referentes latinoamericanos comparten sus traba‐
jos de investigación desarrollados a lo largo y ancho de gran parte de
nuestro continente. En esta publicación, a partir de estudios de casos
se abordan investigaciones donde se buscan comprender las relacio‐
nes de poder construidas en determinados procesos sociales y cultura‐
les, siempre haciendo foco en el rol protagónico de los trabajadores y
las trabajadoras (Palermo & Capogrossi, 2020). Se toman algunos
ejes de este tratado como líneas actuales y potenciales de investiga‐
ción donde se despliegan y construyen sentidos, significados y estra‐
tegias para hacer frente a la organización del trabajo.
En esta dirección una de las temáticas investigadas por gran‐
des referentes de la Antropología del Trabajo centra su interés en los
sentidos y significados construidos tanto en los espacios de produc‐
ción como de reproducción. Existen variadas modalidades de trabajo
en la actualidad (formales, informales, precarias, temporales, de sub‐
contratación, entre otras), que generan, en consecuencia, múltiples
formas de concebirlo. Es debido a su carácter polisémico que para
poder entenderlo se deben considerar tanto sus aspectos objetivos co‐
mo los subjetivos experimentados por los trabajadores y las condicio‐
nes socioeconómicas en las que se lleva a cabo. En este sentido, se
debe tener en cuenta que el trabajo implica ineludiblemente la cons‐
trucción e intercambio de significados.
Al pensar en la dimensión subjetiva del trabajo, la misma se
concibe como la “organización de los procesos de sentido y significa‐
do que aparecen y se organizan de diferentes formas y en diferentes
niveles en el sujeto y en la personalidad, así como en los diferentes
espacios sociales en que el sujeto actúa” (Mitjans Martinez, 2001:
238). De esta manera, se entiende al trabajo como partícipe de la
constitución y desarrollo de la subjetividad, es decir, como un organi‐
zador de la misma dentro de un contexto donde el sujeto actúa, se re‐
laciona con otros y experimenta vivencias emocionales específicas.
Dentro de los elementos que determinan la importancia del trabajo en
la constitución de la subjetividad, cabe mencionar los siguientes: el
significado que el actor le confiere a su actividad y el sentido que tie‐
ne para el mismo, las relaciones que establece dentro de ese contexto,
170 Terapia Ocupacional & Antropología

las necesidades y motivaciones que se satisfacen en dicho proceso, en‐


tre otros.
En consonancia con lo anterior, Grinberg (2003), hace referen‐
cia a la actitud hacia el trabajo que los diversos actores van desarro‐
llando antes y durante el proceso de socialización para y en el trabajo.
En este sentido, el significado del trabajo surge de la interacción entre
las condiciones socio­económicas y la construcción que los sujetos es‐
tablecen en torno a las mismas, lo cual estará determinado por los
cambios y experiencias que vivencian dentro de su contexto. En pala‐
bras de la autora:
“En tanto significado culturalmente construido, el trabajo puede
ser entendido como imaginario socialmente instituido. Todo
proceso de construcción de significados acerca de objetos,
fenómenos, situaciones, es decir, acerca del mundo que nos ro‐
dea, implica un proceso en el que se entrecruzan las experien‐
cias personales de los sujetos y los contextos en que él se
produce. Así, si bien este conocimiento es necesariamente
construido por cada sujeto a través de sus propias experiencias,
se constituye como tal, a partir de los pensamientos, valores,
conocimientos y tradiciones en los que somos arrojados al
mundo de la cultura” (Grinberg, 2003: 68).

Si bien, la noción de sentidos y significados pueden entenderse mu‐


chas veces como sinónimo, es importante diferenciarlos. Da Rosa
Tolfo et al. (2010) conciben a los significados como aquellos que son
construidos socialmente en un contexto económico, político e histórico
concreto, y a los sentidos como una producción personal resultado de
la apropiación individual de esos significados colectivos. Independien‐
temente de esta distinción, ambos son generados en una relación
dialéctica con la realidad y son realmente difíciles de separar por com‐
pleto. El punto de convergencia de ambos deriva de concebir a los tra‐
bajadores como personas insertas en un contexto y realidad social que
determinan sus procesos reflexivos, participativos y su autonomía.
Al hablar de los sentidos y significados en torno al trabajo, se
hace referencia a tres aspectos fundamentales que los constituyen. En
primer lugar, la centralidad que el trabajo tiene en la vida de las perso‐
nas, es decir, el grado de identificación que desarrollan con el mismo,
el valor que le otorgan y su importancia en relación con otros roles y
actividades de su vida. Otro dominio que abarcan son las normas so‐
ciales, todas las creencias y expectativas sobre los derechos de los tra‐
Capítulo VI 171
bajadores y sus deberes, responsabilidades y obligaciones que tienen
los mismos derivados de su trabajo. Por último, incluyen las razones o
metas individuales que motivan a las personas a trabajar: las relativas a
aspectos económicos y extrínsecos (pago y seguridad social, por ejem‐
plo), aquellas más referidas a aspectos intrínsecos o expresivos (auto‐
nomía y uso de habilidades) o las relacionadas con el estatus, prestigio,
satisfacción o subsistencia que pueden derivar de su ejercicio laboral
(Da Rosa Tolfo et al., 2010).
La construcción de significados y sentidos es un proceso subje‐
tivo que implica la historia individual de los sujetos y su inserción so‐
cial. Se constituyen como mediadores en la relación de las personas
con su realidad, dotados de componentes afectivo­cognitivos, estable‐
ciéndose como elementos de la cultura y, en consecuencia, fundadores
de la condición humana. Al apropiarse de las concepciones sociales so‐
bre el trabajo, los individuos elaboran sus propios sentidos en torno al
mismo. Los sentidos son comprendidos como el efecto subjetivo de la
actividad humana, una estructura afectiva constituida por la aprehen‐
sión, comprensión y significación de la experiencia. A su vez, la inten‐
ción que persigue la acción del sujeto y la coherencia que resulta de la
integración de la misma en la consciencia del sujeto también forman
parte de ellos (Da Rosa Tolfo et al. 2010).

Aproximaciones conceptuales en el trabajo de campo

En el marco de una investigación para optar al título de Lic. en Terapia


Ocupacional, dos de las autoras de este capítulo (Martínez & Soncini,
2021) centraron su trabajo en la actividad de la esquila en la localidad
de Labardén, Provincia de Buenos Aires. A través de un estudio et‐
nográfico se propusieron como objetivo principal comprender los sen‐
tidos y significados que los esquiladores de ovinos le otorgan a su
trabajo. Además, la investigación abordó otras categorías analíticas co‐
mo las trayectorias laborales de los esquiladores, los modos de apro‐
piación y de aprendizaje de las ocupaciones y los procesos de
construcción identitaria.
A partir del encuentro con los trabajadores de la esquila una de
las conclusiones de la investigación permite inferir que pese a las con‐
diciones laborales dadas en un contexto de informalidad, a los múlti‐
ples riesgos presentes en su medioambiente de trabajo y a la carga
física que éste demanda, estos trabajadores consideran a la esquila co‐
172 Terapia Ocupacional & Antropología

mo una ocupación central en sus vidas. Esto último deriva no sólo del
rédito económico que obtienen de ella, siendo la actividad dentro de
sus múltiples oficios que más ganancias les otorga, sino también de la
posibilidad que les brinda para desempeñarse de forma autónoma.
Otro aspecto está vinculado con el reconocimiento social que obtie‐
nen, derivado del prestigio que supone ser quienes dan continuidad a
una tradición de gran importancia en el ámbito rural. Estos sentidos
que los actores desarrollan en torno a su trabajo, están en consonancia
con los significados que circulan dentro del entramado comunitario,
que tal como afirma Grinberg (2003) surgen a partir de la interacción
de las condiciones socioeconómicas y de las experiencias que dichos
actores vivencian dentro de su cotidianidad. De esta manera, se consi‐
dera al trabajo como causa y efecto subjetivo: como causa ya que de‐
termina la subjetividad de los actores que intervienen en el proceso y
como efecto debido a que cada uno de ellos se apropia de su trabajo,
otorgándole sentidos y significados en base a las historias individuales
y colectivas.
La esquila les posibilita a estos trabajadores poner en práctica
las habilidades que han aprendido en su propio núcleo familiar, lo cual
dota a su oficio de un gran contenido simbólico y afectivo. Los signifi‐
cados que circulan en su propia comunidad asocian a quienes trabajan
mediante su esfuerzo físico, de manera autónoma, ausentándose de sus
hogares y sin jornadas laborales fijas a una valoración positiva, no só‐
lo en términos del “buen trabajador” sino también como sinónimo de
personas nobles y respetables. De esta manera, se reproducen múlti‐
ples creencias, valores y expectativas sobre las formas en que este tra‐
bajo debe ser llevado a cabo. Al apropiarse de estas concepciones
sociales, los trabajadores moldean los sentidos en relación a su oficio,
por lo que conciben a la esquila no sólo como una fuente de ingresos
económicos sino también como una manera de contribuir al desarrollo
comunitario y una forma de ser en ese contexto particular.
Por otro lado, las trayectorias laborales son también centrales
en las investigaciones en las ciencias sociales en general, y en la so‐
ciología y antropología en particular. Partiendo desde una perspectiva
sociológica, se entiende al concepto de trayectoria laboral como un
particular entramado de experiencias laborales que tienen una orienta‐
ción y direccionalidad, es decir, una dinámica específica. Se busca re‐
construir el encadenamiento causal de los hechos teniendo en cuenta
las decisiones adoptadas por los actores a lo largo de sus vidas. Consti‐
Capítulo VI 173
tuye una herramienta de análisis del mundo del trabajo que permite
una reconstrucción realizada por el propio investigador a partir de la
narración de un actor sobre su propia experiencia de vida, poniendo
énfasis en el área del trabajo y en el contexto en el cual intervienen
factores históricos, políticos, económicos, sociales y culturales. Un as‐
pecto central de esta definición, recae en la narración de ese otro debi‐
do a que “los relatos en sí mismos muestran percepciones,
valoraciones e interpretaciones propias de los sujetos acerca de su his‐
toria, ya que se expresan a través de moldes narrativos con los cuales
los sujetos encuadran significativamente sus experiencias” (Labrunée,
2010: 15).
Desde una concepción activa de los sujetos, para el análisis de
las trayectorias es necesaria la reconstrucción de las alternativas que
los actores tuvieron ante sí y de los recursos con los que contaron para
llevarlas a cabo. En palabras de Frassa (2007), citado por Labrunée
(2010):
“los sujetos como individuos activos constantemente, produ‐
cen y reproducen la sociedad en la que viven (...), todo ser hu‐
mano, aunque limitado por un tiempo histórico y un contexto
espacial específico, es, al mismo tiempo, producto y productor
de sus condiciones materiales y culturales de vida. El análisis
de las trayectorias de vida no pretende poner el énfasis ni en el
condicionamiento social ni en el voluntarismo de los sujetos,
sino que intenta lograr una completa articulación entre ambos
niveles” (Labrunée, 2010: 17).

Finalmente, la última dimensión pone énfasis en la relación entre el


contexto histórico y la trayectoria individual cuestionando cuál es el
grado de autonomía del actor en base a la toma de decisiones sobre su
trayectoria y qué tan condicionado se encuentra por el contexto. En
este sentido, esta categoría teórica resulta central en el análisis del de‐
venir ocupacional de los actores, teniendo en cuenta los factores socia‐
les, culturales, familiares y económicos que lo determinan.
En torno a las trayectorias laborales vale citar los estudios vin‐
culados a las migraciones internacionales, en especial aquellas que tie‐
nen destino en nuestra región. Una de las líneas de investigación del
grupo de investigación de Estudios Antropológicos (ya citado en este
capítulo) y proyecto de tesis doctoral de uno de los autores de este
capítulo, parte de indagar las trayectorias laborales de migrantes sene‐
galeses a nuestro país, cómo se construyen los itinerarios laborales a
174 Terapia Ocupacional & Antropología

partir de un complejo entramado de relaciones comerciales, étnicas,


religiosas, familiares entre otras y la relación del trabajo con el proce‐
so salud­enfermedad­atención­cuidado. La investigación de las ocupa‐
ciones laborales de migrantes subsaharianos en las localidades de Mar
del Plata y Santa Clara del Mar, busca contribuir a la comprensión de
los factores sociales, económicos, políticos y culturales que operan en
la construcción de sentido y significado de las mismas. Además indaga
en el impacto que el proyecto migratorio tiene en las transformacio‐
nes, privaciones o limitaciones en el desarrollo de las ocupaciones co‐
tidianas. Es importante destacar que el sudeste bonaerense es un lugar
privilegiado para observar los ciclos estacionales de trabajo, en este
caso de comunidades migrantes transnacionales que son incorporadas
a circuitos laborales informales. Como lugares de una movilidad cons‐
tante que se intensifica en período estival, los vendedores ambulantes
senegaleses constituyen un caso relevante para comprender desde la
perspectiva y categorías nativas.
Otras problemáticas actuales marcan la agenda en los estudios
de investigación vinculados al mundo del trabajo. Entre ellos las in‐
vestigaciones vinculadas a las cuestiones de género, al desarrollo de
las nuevas tecnologías y la industria del software, también sobre el
empleo, desempleo, la desigualdad y los procesos migratorios ya sean
internos como internacionales. En relación al primer caso, los estudios
centran su atención sobre la configuración de las feminidades y mas‐
culinidades dentro de los complejos procesos de trabajo y las organi‐
zaciones donde se contextualizan. Las investigaciones y producciones
científicas debaten sobre la dualidad del sistema capitalista y el pa‐
triarcado o si se condensan en una estructura de dominación/subordi‐
nación. Estudios actuales proponen revisar estos postulados a la luz de
una mirada transversal fundada en la dimensión colonial (Contreras &
Salazar, 2020).
Como se mencionó otro de los temas que crece en relevancia
es el desarrollo de la industria del software y las implicancias en tér‐
minos de las nuevas configuraciones de las condiciones de trabajo y su
impacto sobre las personas que llevan adelante tales procesos de traba‐
jo. La expansión del mundo digital estructuró nuevas actividades co‐
merciales como también flexibilización de la organización del trabajo.
La industria del software, como uno de los pilares más destacados de
esta nueva tendencia, se caracteriza por un alto grado de inestabilidad,
una fuerte competitividad, procesos de tercerización y deslocalización.
Capítulo VI 175
Con esto, nuevas demandas se imponen y recaen sobre cada trabaja‐
dor y trabajadora exigiendo flexibilidad y adaptabilidad constante (Pa‐
lermo, 2020).

Palabras finales

Estas palabras finales ofician no tanto como cierre sino como apertura
reflexiva sobre posibles líneas de investigación, donde lo cotidiano de
la actividad de trabajo tome la centralidad de una problematización
construida desde una perspectiva híbrida de Terapia Ocupacional. Se
toma la hibridez en el sentido de “colocar en la superficie la necesidad
de transgredir las fronteras disciplinares y propiciar diálogos producti‐
vos y concretos entre las disciplinas científicas «puras», las prácticas
profesionales y las diversas agencias colectivas en el campo de la sa‐
lud” (Bassi Bengochea & Gil, 2021: 127).
En este sentido, la transgresión disciplinar se orienta específi‐
camente a ser elaborada con la Antropología Social, y más aún con la
Antropología del Trabajo. Se revaloriza y toma la propuesta de Lawlor
(2003) sobre el uso de la lente etnográfica como herramienta teórica y
metodológica para el abordaje de la vida cotidiana permitiendo com‐
prender cómo viven y trabajan las personas en sus mundos sociocultu‐
rales. A su vez, adoptar la lente o perspectiva etnográfica requiere un
reconocimiento de las asimetrías y dialécticas entre sujeto investiga‐
dor y sujeto investigado como también un posicionamiento crítico y
autocrítico de los fundamentos teóricos de la práctica profesional
(Zango Martín & Moruno Miralles, 2013). El desarrollo de proyectos
de investigación y de formación académica que den continuidad a esta
línea de trabajo requiere profundizar los debates y las reflexiones tanto
disciplinares como transdisciplinares.
Las investigaciones etnográficas realizadas desde la antropo‐
logía del trabajo han construido una serie de reflexiones teóricas y me‐
todológicas en estudios vinculados a la clase trabajadora, sus
condiciones de vida y de reproducción social donde el trabajo es la ac‐
tividad a partir de la cual se construye el sujeto de estudio. Siguiendo
a Soul, es así que los trabajadores como objeto de estudio permitieron
el “reconocimiento del trabajo como una instancia relacional que po‐
tencia, motoriza y contribuye a configurar procesos sociocultura‐
les” (Soul, 2019: 9). Una de las diversas líneas de investigación, de la
Antropología del Trabajo, que se intenta repensar en este capítulo es la
176 Terapia Ocupacional & Antropología

que orienta su objeto de estudio a los procesos de salud – enfermedad


y la exposición a riesgos vinculados con el proceso de trabajo. Por es‐
ta razón, nos parece necesario destacar los aportes de Santiago Walla‐
ce y Mabel Grimberg tanto por el abordaje de los procesos de
salud­enfermedad como también por la contribución política de sus
estudios que resultaron valiosos insumos para las reivindicaciones de
la clase trabajadora (Manzano, 2018).
Además, el trabajo reflexivo aquí planteado pretende contri‐
buir al desarrollo de una terapia ocupacional laboral y comunitaria que
contemple al sujeto que se ocupa en contextos laborales, tomando la
ocupación como expresión cultural y a las ocupaciones colectivas
históricamente producidas visibilizadas en lo singular (Guajardo,
2012). La Antropología del Trabajo y la lente etnográfica presentan
una potencialidad única para el abordaje de las vivencias de los traba‐
jadores, sus familias y comunidades. En esta línea, siguiendo a Flynn
(2018) nos parece necesario ahondar los trabajos de investigación y de
formación académica que permitan reducir la brecha entre la salud
ocupacional y la salud comunitaria. Por último, remarcamos que la in‐
corporación de la perspectiva emic es indispensable como recurso pa‐
ra el desarrollo de políticas y programas de mejoramiento de las
condiciones de trabajo tanto en materia de salud ocupacional como de
seguridad y también, para cuestionar los posibles enfoques etnocéntri‐
cos de especialistas vinculados al estudio del trabajo.

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cualitativa en salud. Centro de investigaciones sociológicas.
Zango Martin, Inmaculada; Emeric Méaulle, Daniel & Cantero Garli‐
to, Pablo (2012) “La cultura en la intervención de Terapia
Ocupacional: escuchando otras voces”. TOG, 5: 125­149.
Zango Martín, Inmaculada & Moruno Millares, Pedro (2013) “Apor‐
taciones de la etnografía doblemente reflexiva en la construc‐
ción de la Terapia Ocupacional desde una perspectiva
intercultural”. AIBR. Revista Iberoamericana de Antropología,
8 (1): 9­48.
Sobre los autores
Daniel Matías Arrarás (Rauch, 1978). Profesor adjunto regular de
Terapia Ocupacional Laboral (Universidad Nacional de Mar del Plata) e
integrante del grupo de Investigación Estudios Antropológicos, Facultad
de Ciencias de la Salud y Trabajo Social (Universidad Nacional de Mar
del Plata). Licenciado en Terapia Ocupacional (Universidad Nacional de
Mar del Plata, 2009), Especialista en Ergonomía (Universidad Tecnoló‐
gica Nacional, 2013). Doctorando en Ciencias Sociales (Universidad de
Quilmes).

Andrés Iván Bassi Bengochea (Ayacucho, 1988). Doctorando en Cien‐


cias Sociales (Universidad Nacional de Mar del Plata). Licenciado en
Terapia Ocupacional (Universidad Nacional de Mar del Plata, 2022). Be‐
cario doctoral e integrante del grupo de investigación Estudios Antro‐
pológicos, Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social
(Universidad Nacional de Mar del Plata). Docente adscripto en Antropo‐
logía y Seminario Teoría y Práctica Etnográfica Aplicadas al Campo de
la Salud (Universidad Nacional de Mar del Plata).

Vanesa Blanco (Buenos Aires, 1980). Doctoranda en Ciencias Sociales


(Universidad Nacional de Mar del Plata). Licenciada en Terapia Ocupa‐
cional (Universidad Nacional de Mar del Plata, 2021). Integrante del
grupo de investigación Estudios Antropológicos, Facultad de Ciencias de
la Salud y Trabajo Social (Universidad Nacional de Mar del Plata). Do‐
cente adscripta en Antropología y Seminario Teoría y Práctica Etnográfi‐
ca Aplicadas al Campo de la Salud (Universidad Nacional de Mar del
Plata).

Ana D'Angelo (Buenos Aires, 1977). Docente de Antropología de la


Universidad Nacional de Mar del Plata (Facultad de Ciencias
Económicas y Sociales y Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo
Social), integrante del grupo de Investigación Estudios Antropológicos y
directora del PI­INICIAL (SPU) "Etnografías de y desde las
corporalidades en el campo de la salud". Licenciada en Ciencias
Antropológicas con orientación Sociocultural (Universidad de Buenos
Aires, 2006) y Doctora en Ciencias Sociales y Humanas (Universidad
Nacional de Quilmes, 2014).

Gastón Julián Gil (Mar del Plata, 1972). Profesor titular regular de An‐
tropología y director del grupo de Investigación Estudios Antropológi‐
cos, Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social. Investigador
Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET). Doctor en Antropología Social (Universidad
Nacional de Misiones, 2005).
182 Terapia Ocupacional & Antropología

María Florencia Incaurgarat (Puerto San Julián, 1987). Docente


regular de Antropología y miembro del Grupo de Investigación Estudios
Antropológicos (Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social,
Universidad Nacional de Mar del Plata). Secretaria de Investigación y
Representante de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias
de la Salud y Trabajo Social (UNMdP). Licenciada en Terapia Ocupacio‐
nal (UNMdP, 2014), Magister en Salud Pública (Universidad de Tsing‐
hua, 2022) y Doctora en Antropología Social (Universidad Nacional de
San Martín, 2021).

Silvia Gabriela Lucifora (Mar del Plata, 1952). Profesora Titular regu‐
lar en las carreras de Terapia Ocupacional y Servicio Social (Universidad
Nacional de Mar del Plata, 1995­2017). Licenciada en Antropología
(Universidad Nacional de Mar del Plata, 1975). Co­directora del proyec‐
to de investigación Familias y equipos de trabajo en salud: la Atención
Primaria de la salud como referencia y las acciones de los sujetos socia‐
les en la complejidad de lo posible (2000­2008). Directora de Programas
Académicos de la Secretaría Académica de la Universidad Nacional de
Mar del Plata (2006­2017).

Manuela Martínez (Labardén, 1996). Licenciada en Terapia Ocupacio‐


nal (Universidad Nacional de Mar del Plata, 2021). Docente adscripta de
Terapia Ocupacional en Psicopatología Infanto­juvenil (Universidad Na‐
cional de Mar del Plata). Residente en el Instituto Nacional de Rehabili‐
tación Psicofísica del Sur.

Ayelén Soncini (Mar del Plata, 1995). Licenciada en Terapia Ocupacio‐


nal (Universidad Nacional de Mar del Plata, 2021).

Federico Valverde (Mar del Plata, 1974). Docente de Antropología (Fa‐


cultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social) e Historia de América
Precolombina (Facultad de Humanidades) en la Universidad Nacional de
Mar del Plata. Licenciado en Antropología (Universidad Nacional de La
Plata, 1999). Integrante del grupo de Investigación Estudios Antropoló‐
gicos, Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social (UNMdP).

María Julia Xifra (Mar del Plata, 1974). Docente en asignaturas del
área de investigación en la Carrera de Lic. en Terapia Ocupacional
(UNMdP). Licenciada en Terapia Ocupacional (Universidad Nacional de
Mar del Plata, 2002), Especialista en Docencia Universitaria
(Universidad Nacional de Mar del Plata, 2012) y Magister en
Psicogerontología (Universidad Maimónides, 2018). Coordinadora
Técnica de la Carrera de Posgrado de Especialización en Gerontología
(UNMdP). Integrante del grupo de Investigación Estudios
Antropológicos, Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social
(UNMdP).

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