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Alianza _—_&ditorial gmuno _ Freud E| malestar nla culty Introduccién Aporias de la cultura Sigmund Freud (1856-1939) insistié en diversas ocasiones en que el psicoandlisis por él fundado podia considerarse desde una triple perspectiva: como un método terapéutico, como una teoria psiquica y como un método de estudio de aplicacién general, susceptible entonces de consagrarse al andlisis de las mas variadas producciones culturales, dando lugar a lo que él mismo denominé «psicoanilisis aplicado». Dentro de éste cabria incluir su ensayo E/ malestar en la cul- tura (1930), acompaiiado en el presente volumen por otros dos trabajos de critica cultural y por los estudios de meta- psicologia publicados en torno a 1915. La brevedad de esta introduccién hace que, habiendo de desentendernos de los restantes, nos centremos con exclusividad en el justamente célebre e influyente estudio de 1930. Antes, sin embargo, de entrar en la consideracién del mismo, habremos de re- cordar sucintamente algunos conceptos basicos de la teoria psicoanalitica’. a Carlos Gomes, 1. Algunos conceptos basicos de la teorfa psicoanalitica El recordatorio se hace tanto més preciso por cuanto que el psicoandlisis, inicialmente rechazado por los medios académicos y el pablico en general, se ha difundido con posterioridad como una marea que ha Ilegado a inundar nuestra sociedad, impregnando las més diversas discipli- nas y el lenguaje dela vida cotidiana. Pero tal expansi6n ha sido a costa no solo ya de la posible deformacién acatreada por todo proceso de divulgacién, sino ante todo de una tergiversacién sistematica, que transpira freudismo en el mismo momento en que lo niega. Seran algunos de esos equivocos los que -de modo sumario—trataremos ahora de deshacer. 1.1. Inconsciente y represién 1.1.1. Lo inconsciente no equivale a lo subconsciente Asi, aunque se suele decir que Freud realizé el descubri- miento del subconsciente, este término fue pocas veces empleado por él (excepto en su etapa prepsicoanalitica) y, casi siempre que lo hizo, fue de una manera despectiva, por cuanto que lo subconsciente (Unterbewusste), como todo aquello que «esta debajo» de la conciencia, oculta las divisiones fundamentales establecidas por Freud, En la primera t6pica 0 teorfa de los lugares (en gtiego, tdpoi) psi- quicos -lugares metaféricos, sin cortespondencia directa con localizaciones cerebrales-, presentada en el capitu- lo VII de La interpretacion de los suefios ( 1900), Freud di- 12 Introduccién: Aporfas de la cultura ferencié tres instancias psiquicas (lo consciente, lo pre- consciente, lo inconsciente) y dos sistemas (primario y secundario). Podemos considerar consciente (Bewusste) aquello de lo que nos damos cuenta en un momento deter- minado. Lo que no se encuentra en el campo de la con- ciencia, pero puede acceder con relativa facilidad a él, seria preconsciente (Vorbewusste), por ejemplo, normas gramati- cales olvidadas, pero que admitimos sin dificultad emocio- nal cuando se nos recuerdan. Sin embargo, lo inconsciente (Unbewusste) propiamente dicho seria aquello que ni se encuentra presente en la conciencia ni puede acceder a ella, sino, en todo caso, habiendo de vencer fuertes resis- tencias afectivas. La gran divisoria, entonces, no se en- cuentra para Freud entre lo consciente, por un lado, y lo subconsciente como un todo, por otro, sino entre el siste- ma inconsciente y el sistema preconsctente-consciente (en realidad, sistema preconsciente, al que eventualmente se le agrega la cualidad de la conciencia), que no son, por lo de- més, dos niveles de una misma funci6n, sino que se rigen por leyes diferentes: el proceso primario (ausencia de contradic- cién y de temporalidad, movilidad de carga energética en- tre las representaciones) gobierna el sistema inconsciente, mientras que el proceso secundario (actividades légicas, energia ligada) caracteriza el sistema preconsciente-cons- ciente. Es por ello por lo que, aunque a toda teoria se le pueden encontrar antecedentes (y Freud hizo remontar los suyos, en alguna ocasi6n, hasta Empédocles), no se puede situar al psicoanilisis en la linea de las filosofias romanticas de lo in- consciente, pues éstas suelen entender por tal término, como tantas veces sucede hoy dia, lo que Freud tendia a considerar simplemente como preconsciente. 13 Carlos Gomes resin no equivale a la no realizacion deun BS sino a su falta de percepcién deseo percibido, { fue alertado sobre la existencia de los proce Freud oa ecientes i conscientes los fe t Ia histri, ona daba alteracton funcional sin leston orgdnica Concomitant daba alteracton | A partir de ahi, postuld la posibilidad de recuerdos Sustraj. dos a la representaci6n consciente, por haber Sucumbidg, a la represién (Verdningung). Mas por ésta no habrfa que en. tender, como suele hacerse en al lenguaje cotidiano, la no satisfaccién de un deseo percibido (que ya es Consciente gj uno se da cuenta de él, aunque luego no lo Satisfaga por otras consideraciones —morales, por ejemplo-), sing el no percibir algo que se desea, lo que esmuy distinto. A Freud se le atribuye a menudo la peregrina idea de que todo deseo no satisfecho provoca neurosis, cuando para él, como insis. tid desde muy pronto, «a educacién requiere displacers, Un deseo del que se es consciente, aunque no se Satisfaga, no se encuentra reprimido desde el punto de vista Psicoanalitico, para el que Freud reserva el término Verdriingung, frente 4 Unterdriickung (que es el sentido adoptado por el término cuando lo empleamos en un contexto coloquial o politico, por ejemplo, al hablar de que «la policia reprimié una ma- nifestacién»), diferencia establecida en francés entre répres- sion y refoulement, careciendo el castellano de términos di- ferenciadores de esos conceptos. Pero la contencién de muchos de nuestros deseos es un Presupuesto ineludible de la cultura y de la moral, sin que tal contencién acatree necesariamente riesgos patolégicos. Asi, se puede experimentar una intensa agresividad hacia alguien ~razonablemente motivada 0 no-, hasta el punto de desearle la muerte, sin que por ello hayamos de procurars: 1 * El conficto entre los propios deseos y los principios mo” por los fendmenos de la histeria, en los 4 Introduccién: Aporias de Ja cultura rales se puede tratar, por tanto, de resolver, bien procuran- do satisfacer aquéllos sin limite, como lo intenta el perverso (en cuanto estructura psicolégica), bien reprimiéndolos, como sucede en las neurosis. En uno y otro caso se es inca- paz de una elaboracin paciente del conflicto, en vez de tra- tar de cancelarlo con el simplista expediente de pretender anular uno de sus polos. 1.1.3. Afecto y representacién Si la esencia de la represién es, como hemos visto, el olvi- do, no todo lo olvidado se encuentra por ello reprimido (puede considerarse simplemente preconsciente). El efecto de la represion sobre la pulsion es disociarla entre su contenido representativo (pensamientos, imdgenes, recuerdos) y su carga afectiva. El afecto, en cuanto cantidad energética ligada a de- terminadas representaciones, no se reprime. Cuando en psi- coandlisis se habla, un tanto impropia pero comprensible- mente, de amor reprimido, agresividad reprimida, etc., tal represién no se refiere en realidad sino a la de la representa- cién ala que esos afectos iban ligados. Pues bien, el destino del afecto separado de su representacion originarta determina el tipo de neurosis que el individuo contraera. Tal monto energético puede emplearse, en efecto, en inervar determi- nados érganos del cuerpo, dando lugar a la histeria de con- versin, en la que el conflicto psiquico se expresa somatica- mente (los vémitos como indice de una repugnancia moral que no se puede o no se acierta a expresar). O puede carecer de representacién a la que ligarse, siendo ese cardcter erran- te del afecto el que provoca la angustia, no como miedo a algo determinado, sino como producto de una energfa no li- gada, como expresién de la cantidad al desnudo: lo insopor- table de tal estado hace que la histeria de angustia degenere 15 Carlos Gomez una fobia, la cual acarrea la ventaja de cg de la angustia con la del objeto fobicg presi6n interna ineliminable Por un of, : : onal, del que se puede huir, En fin, la lucha jeto exterior ocasional, To reprimido se puede 4 las fuerzas represoras y 10 Teprin © puede desp},, entre ‘os muy alejados del conflicto originario, dandy ees sen penaaiictt9 sometido a todo baie escripulos, cetemoniales y cavilaciones, tal como se manifiesta en la ney, i min de la transaccién entre las fuerzas en Pugna surgen los sintomas, €D los que lo reprimido retorna distra, zadamente: los sintomas tratan de dar satisfacci6n a exigen. cias de diferentes estratos psiquicos mediante un compro. miso, como el pacto al que pudieran llegar dos ejércitos cuando ninguno de ellos fuera capaz de imponer decidida. mente su triunfo en la batalla. habitualmente en nectar la aparicion sustituyendo asi una 1.2. Por qué es la sexualidad lo que se reprime?: la sexualidad no es del orden del instinto, sino de la pulsién Junto a las neurosis, la clinica psicoanalitica suele distinguir otras estructuras psicopatolégicas, como las perversiones y las psicosis. Sin detenernos ahora en ellas, hemos de repa- rar en el término «pulsién» (Trieb), arriba aludido. Tal como traté de mostrar en sus Tres ensayos para una teoria sexual (1905), para Freud, la sexualidad humana no es del orden del instinto, sino de la pulsion. Es discutible la exis- tencia de instintos en el hombre, ya que el equipamiento ge- sine ostahuns cl a if a 4 de mi tiples recreaciones culturales, qué 4 preterir y elegir las que considera mejores, Con 16 Introduccién: Aporias de la cultura todo, algunos aspectos tienen un cardcter més instintivo que otros y Ja sexualidad se caracteriza precisamente por la érdida de rasgos instintivos. Podriamos decir que mien- tras el instinto (Instinkt) se expresa en una conducta gené- ticamente adquirida y estereotipada, la pulsién supone también un empuje, una insistencia, una fuerza irrefrenable (treiben, empujar), mas sin objeto ni fin especificos, que han de ser social y biograficamente moldeados. Si consideramos Ja nutricién como uno de los registros més instintivos del hombre y a la necesidad subjetiva que acompafia a esa ne- cesidad la denominamos Aambre, Freud propone denomi- nar a lo que corresponde al hambre en el dominio sexual libido, término derivado del latin, que significa ‘deseo’, ‘en- vidia’, y que expresaria ante todo el aspecto energético de las pulsiones sexuales. Si la sexualidad fuera un instinto, viene a decir la argu- mentaci6n freudiana, las denominadas perversiones serfan una excepcién, la excepcién que confirma la regla. Sin em- bargo, los testimonios histéricos y antropolégicos dan cuenta de la amplitud y variabilidad de las perversiones sexuales (entendiendo por tal la unilateralizacién de aque- llas actividades que normalmente coadyuvan al coito, pero que el perverso busca como el fin de su goce, tal como su- ionismo, el voyerismo, el sadismo, el ma- soquismo, el fetichismo, etc.). Ahora bien, el perverso no llega tanto a serlo cuanto sigue siéndolo, ya que todos lo fui- mos en Ja infancia, caracterizada por una sexualidad de ten- dencias perversas (autoerotismo, conductas incestuosas...), a las que las sanciones sociales y morales trataran de poner més tarde un dique. Cuando el conflicto entre los impulsos ylas normas no se elabora bien, surgen /as neurosis, que por £80 constituyen el negativo de las perversiones. Y sélo por 17 Carlos Gémez una limitacién efectiva de tales tendencias y una determing. da elaboracién surge la sexualidad humana «normal», que, en realidad, supone, para Freud, un canon ideal: la sapera. cin de las tendencias incestuosas, expresadas en el mito de Edipo?, y la asuncion de la castractén simbélica (para decitlo en términos lacanianos) respecto a una imaginatia omnipo. tencia y completud, en la que, al noYasumit la ley paterna (impuesta por el padre o por quien ejerza su funcién), ley que rompe la mitica unidad entre el infante yla madre, se es incapaz de dar reconocimiento a Ja diferencia sexual yall. mite, el cual otorga, sin embargo, su campo al deseo, al len. guaje -que trata de simbolizar lo ausente- y al orden huma- no de la historia y de la cultura. Es esa maleabilidad de la sexualidad humana la que posi- bilita su represién o satisfacciones sustitutivas muy diver. sas, mientras que el hambre no se reprime. No se trata, pues, de ningtin pansexualismo ni de establecer la primacia de uno u otro orden, sino de destacar la importancia de la sexualidad para la estructura del psiquismo, dadas las dife- rentes elaboraciones y posiciones subjetivas que respecto a ella pueden darse. Un impulso sexual puede en efecto satis- facerse, mas 0 menos cumplidamente, masturbandose, por ejemplo, o paseando por la seccién de lenceria de unos grandes almacenes, mientras que el hambre no se apacigua froténdose el estémago o recorriendo los repletos estantes de un buen supermercado, Freud rastrea la incidencia delo sexual en los mas diversos érdenes de la vida, no para redu- cirlos todos a aquél, sino para mostrar los diversos destinos de pulsién. Sea como fuere, lo que no hay en Freud es la pretensin de eliminar todo tipo de normas 0 principios morales (aun- que podamos discutir cuéles nos parecen adecuados), pot 18 Introduccién: Aporias de la cultura cuanto la sociedad es impensable sin diques sdlidamente establecidos, 0, si se quiere, sin tabiies (para Freud, Ja for- ma primitiva del mandato moral, pero que, a su entender, ain resuena en el imperativo categérico kantiano), pues una cultura sin tabties es algo asi como un circulo cuadra- do: cultura equivale a represion, al menos en el sentido de la represién primaria (Urverdrangung), de la que habl6é en 1915 (1915a), y ala que hemos procurado aludir en los an- teriores comentarios, sin poder proseguir una discusién que requerirfa andamios més complejos. Bastenos hacer notar que es tal escisién (Spaltung) la que torna quimérico el suefio de una completa identidad y transparencia del in- dividuo consigo mismo y con su sociedad. 13. Teorfas de las pulsiones, narcisismo, segunda tépica: las servidumbres del yo El concepto freudiano de sexualidad es mucho mas amplio que el de genitalidad, refiriéndose a aquellas conductas capa- ces de suscitar un placer desligado de la satisfaccién de una necesidad fisiolégica, tal como se manifiesta ejemplarmente en la sexualidad oral del nifio, que sigue chupando con de- leite el pecho, sin succionar, o que lo sustituye por el chupe- te o por el chupeteo del pulgar. Precisamente, las pulsiones sexuales naceran apuntaladas 0 apoyadas en las pulsiones del yo o de conservacién (primera teoria de las pulsiones), con- forme a lo que ya expresara Schiller a propésito de las gran- des fuerzas que mueven el mundo: el hambre y el amor. Sin embargo, mis tarde, sobre todo a partir de Introducct6n al narcisismo (1914), Freud estima que el yo no es sélo una ins- tancia de adaptacién a la realidad, sino asimismo una reserva 19 Carlos Gomez libidinal, lo que comporta un ineliminable «narcisismo Dri mario». Tal reserva libidinal puede dirigirse hacia Ottos oh. jetos, pero puede también retornar a si, como los Seudépo. dos de un protozoo, en el fendmeno del enamoramiento de la propia imagen, que es a lo que se suele denominar nargi. sismo (para Freud, «narcisismo secundario», puesto que si. gue a una investicién objetal, siquiera sea la de los objetos parentales), segtin narra el mito griego transmitido por Oyj. dio en Metamorfosis. Y fueron ésas, entre otras observacio. nes ~sobre todo, la compulsidn a la repeticién por parte de los pacientes neuréticos, en una conducta que parecia alejar. se de los dictados de la realidad y del deber, pero también de la prosecucién del placer-, las que le llevaron a plantear, en Mas allé del principio del placer (1920), un nuevo dualismo pulsional: el de pulsiones de vida o eréticas, que tratan de unir a los seres, buscando agregados cada vez més amplios, y pulsiones de muerte, destructivas o de agresividad, que tra- tan de disociarlos y volver al estado anorgénico. Las pulsiones siguen, en todo caso, un curso variable y pueden estar sometidas a fijaciones y regresiones, asi como variar de objeto y de fin, especialmente a través de la subli- maci6n, proceso por el que se sustituye el primitivo fin sexual pot otro ya no sexual, pero psiquicamente afin al pri- mero y socialmente valorado, que se encuentra en la base de altos rendimientos culturales (cf. Laplanche, 1987a). La contencién sexual (o una cierta contencién sexual) no es siempre, pues, indice de represién (Verdrangung); en oca- siones, en cambio, actividades sexuales directas pueden en- cubrir represiones mucho més efectivas, de acuerdo con el concepto forjado por Herbert Marcuse de «desublimacién tepresiva»; como es obvio, es posible una amplia gama de conductas intermedias y de combinaciones. 20 Introduccién: Aporias de la cultura La nueva teoria de las pulsiones se vio acompafiada por un nuevo modelo del psiquismo, expuesto en E/ yoy el ello (1923). Aunque es también tripartito, ni sustituye al prime- ro ni se puede hacer corresponder exactamente con él, puesto que ahora las tres instancias (ello, yo, superyé) son en cierto modo inconscientes: desde luego el ello, polo pul- sional; pero también en cierto sentido el yo, agente de la adaptacion y de los procesos racionales, mas también sede de ctistalizaciones identificatorias y de defensas compulsi- vas, como la represién, en si misma inconsciente; y, final- mente, el superyé o instancia de las prohibiciones y de los ideales morales, en gran medida inconscientes, por cuanto el superyé se instaura como el «heredero del complejo de Edipo». Cuando el nifio ha de renunciar a esos objetos sexuales primordiales que son los padres, se resiste a hacerlo y no encuentra otro recutso que hacerse a si mismo como eran ellos, como si se ofreciera a sus pulsiones, diciéndoles: «Mi- rad, podéis amarme a mi también: jMe parezco tanto al objeto perdido!...». Se trataria ahi de una identificacién nar- cisista con el objeto perdido, como una forma de retenerle, como sustituto de la carga erdtica, segan Jo habia estudiado Freud a propésito de la psicosis maniaco-depresiva (deno- minada por él «melancolia») en Duelo y melancolia (1917). Mas alla de la imitacién y de la endoculturacién, Freud quiere destacar, pues, el lazo inconsciente y sexual que liga a las generaciones, asi como la ambivalencia de la instancia superyoica, que supone un dique frente al incesto, pero, asimismo, y de algdin modo, su prolongaci6n. Esa conexién con lo pulsional, ese anudamiento entre lo sexual y lo mo- ral, revestiré de una profunda ambivalencia a Jos mandatos superyoicos, tanto mds severos (con independencia de 2. Carlos Gomez eaimo furesen los padres) cuanto ma fuertes fueran las tem, pranas inclinaciones libidinales. De abi que esa instancia, surgida a traves de un proceso de modificacion del yo, y ne. cesaria para su desarrollo, puede con frecuencia adquirir un rostro tininico y cruel, por el que llega a torturar al yo, aj que estaba llamada redimir. En efecto, las pulsiones eréticas y tandticas pueden aso. ciarse -por ejemplo, en el componente sddico que se da en la relacidn sexual-, pero también disociarse a través de los procesos de desexualizacién y de sublimacién, de for- ma que la pulsién de muerte puede expresarse aislada ~asi, en el sadismo como perversién— y ensefiorearse del supery6. Cuando esto llega a suceder, comenta Freud con desoladora comparacién, el destino del yo «ofrece gran- des analogias con el de los protozoos que sucumben a los n creados por ellos mismos» Y es que, frente a sus pretensiones de soberania, el yo suele ser @Gbardeqoportunistalysialsophabiendo de mediar entre los impulsos incoercibles del ello, los reproches su- peryoicos y la indiferente realidad, intenta satisfacer a va- rios sefiores y no es extrafio verle fracturado y roto entre exigencias contradictorias, cuando no trata de presentarse, en contraste, rigido, inmaculado y sin fisuras. Mas alla de esas hinchazones imaginarias, disolviéndolas y analiz4ndo- las en sus componentes pulsionales, la terapia analitica tra- tard sin embargo de robustecer el yo en una nueva reestruc- turacién, que ha de admitir, frente a la pretendida perfecci6n narcisista, las propias carencias, sin desistir por ello del po- der —limitado, pero real— del que un hombre es capaz. El lema de esa terapia, tal como Freud lo enuncia en sus Nue- vas lecciones introductorias al psicoandlisis (1933a), dice en- 22 Introduccién: Aporias de la cultura tonces: wo es war, soll ich werden, «donde era ello, ha de llegar a ser yo». Se trata de ganar para el campo de accién del yo nuevas partes del ello —como los példeres holandeses ganan tierra al mar-, aun cuando resulte ilusoria la preten- sién de absorber el océano de impulsos sobre los que se asienta. 2. Problemas y caracteres del «psicoandlisis aplicado»* Aunque la denominacién de «psicoanilisis aplicado» fue utilizada por el propio Freud, no deja de suscitar equivo- cos. Sugiere la imagen de una técnica y una teoria, ya pre- paradas y listas, que después se aplican. Sin embargo, el es- tudio de la cultura no es un mero complemento, sino que estuvo presente en Freud desde el principio, contribuyen- do a la formacién de las principales hipdtesis y conceptos psicoanaliticos. Sin multiplicar los ejemplos se puede repa- rar en el papel de la censura en la primera tépica 0 del su- peryé en el segundo modelo del psiquismo, equivalentes psiquicos de la funcién social de interdiccién y de los idea- les que la cultura ostenta. Institucién intrapsiquica e insti- tucién social se doblan, asf, mutuamente, de forma que las neurosis «se nos revelan como tentativas de resolver indivi- dualmente aquellos problemas de la compensaci6n de los deseos, que habrian de ser resueltos socialmente por las ins- tituciones» (1913b, I, 1864). Mas, en cualquier caso, la interpretaci6n de las forma- ciones culturales no puede realizarse como la de los indi- viduos‘. Es preciso considerar su peculiaridad. Capaz de ocuparse de las mas variadas manifestaciones culturales y, 23 Carlos Gomez en principio, de todas ellas, por cuanto que todas pued ver pricoanaliticamente cuestionadas, se podria decir, con Paul Ricoeur (Ricoeur, 1970), que el estudio psicoanalit, co de la cultura se caracteriza por la irrestriccion del campo y la limitacion de la perspectiva, la cual no tiene por qué negar reductivamente otros acercamientos. El riesgo se puede conjurar si el psicoandlisis se atiene al punto de vis. ta que potencia su examen: Freud intenté explicar los ca- racteres del psiquismo considerado «normal» a través de los caracteres agigantados de su caricatura. Pues bien, en. lazando, una vex mds, normalidad y patologia, diriamos que la perspectiva desde la que enfoca el estudio de la cultura se caracteriza por el valor ejemplar que para la interpretacion de la misma tienen la neurosis (cf., p. ej., 1913a, I, 1794) y el sucno. Ambas, neurosis ¢ instituciones sociales, tratan, para de- cirlo en términos habermasianos, de domefiar el conflicto entre el exceso de pulsion y la coaccién de la realidad (Ha- bermas, 1982, 278). Pero, sobre todo, esta el valor paradig- miatico del suefio. En analogia con lo descubierto en su in- terpretacién, Jas instituciones culturales habran de ser reconducidas a los deseos que operan latentemente tras sus expresiones, tras su contenido manifiesto, considerado, desde ese punto de vista, como mascara de los mismos. Los deseos, escapando a la ruda disciplina de la realidad, bus- can el atajo de la satisfaccién inmediata, sea en la alucina- cién onirica 0 en el delirio colectivo de la vigilia. A través de miltiples cambios y desplazamientos, persisten en su tena- cidad, pues los procesos del sistema inconsciente se €0- cuentran zeitlos, fuera del tiempo. En consonancia, al ana- lizar las producciones culturales, subrayara Freud, «nuestta mirada persigue a través de los tiempos la identidad» 24 Introdueciin: Aporias de la cultura (191Ba, IL, 1846), De ahi el recelo frente a la sdusién, el con- trapunto tenazmente sostenido frente a cualquier cémoda nocién de progreso que, pese a todo, quizd Freud no quiera por completo arrumbar. Sin embargo, aunque ése sea su tono mayor, Freud no desdefiari el significado y aportaciones de la labor cultural, por cuanto la analogéa con las neurosis y el suefio no permi- te arrastrar al nuevo campo todos los caracteres del registro metaférico de origen. Entre la alucinacién onirica, privada y nocturna, y la publica lucidez del simbolo cultural -ético, estético, religioso— media el trabajo mismo de la cultura. Freud hubo de reconocer asi que «elipsicoanalisisiieneique sendir las armas ante el problema del poeta» (1928, III, 3004). Y es que, por valiosas que resulten sus aportaciones, el psicoanilisis no debe tratar de convertirse en una con- cepcién del mundo (Weltanschauung) 0 en una filosofia (1933a, II, 3191). La critica psicoanalitica es, ante todo, una critica genética y funcional, esto es, pregunta por el origen y el papel jugado por determinadas instancias psf- quicas © instituciones culturales en el conjunto del psi- quismo o de la cultura. Pero no ha de suplantar a una cri- tica sustantiva, que demanda por el valor de verdad de determinadas afirmaciones 0 por la correccién o incorrec- cién de determinadas propuestas. Todo lo primario en psi- coanilisis (proceso primario, represion primaria, narcisis- mo primario, identificaci6n primaria y, mas tarde aun, masoquismo primario) esiprimariorenteltordentdelardis- torsion o del desplazamiento, nunca en el de la justifica- cién: ser primero (genéticamente) no es ser primero (desde elpunodenistadelafundamenmacion). Es preciso tener en Cuenta esas diferencias si no queremos que el incuestiona- 25 Carlos Gomez ble valor de la critica psicoanalitica degenere en el totality. rismo de una perspectiva totalizante, ajena al propio ik coandlisis y ruinosa para el cuestionamiento filosdfico, Bs cierto que las razones aducidas no constituyen, a veces, sino este modo, al hablar intencionalmente respecto de una cuestion, estamos hablando, sin perctbirlo, de muchas otras y siendo hablados por ellas, al producirse un desplaza- miento desde los temas inconfesados hacia aquellos que admiten un tratamiento social. Mas atin, una racionaliza- cién no tiene por qué echar mano de tesis absurdas o fan- tasias caprichosas: funciona tanto mejor cuanto més cohe- rente y racional sea la proposicién que la permite. Pero todo ello no excusa de, sino que obliga a, una mutua criti- ca, capaz de conjugar el desvelamiento de los motivos in- conscientes de nuestro discurso con la discusién racional de los temas debatidos, como el propio Freud intenté a través de toda su obra. 26 Introduccién: Aporias de la cultura 3, El malestar en la cultura 3,1, Antecedentes Las relaciones del individuo y la sociedad, o, si se quiere, las tensiones entre la vida pulsional y las exigencias culturales, son en Freud un tema de larga data. Podemos hacerlo re- montar hasta la correspondencia con Fliess, a quien le co- mentaba en 1897: Esas relaciones fueron examinadas por Freud en diversas obras y desde diversos angulos. El primer articulo en el que explicitamente las analiza es Los actos obsesivos y las practi- cas religiosas (1907), y a la critica de la religién consagrara asimismo, por aludir tan sdlo a los capitales, estudios como Tétem y tabti (1913) 0 El porvenir de una ilusin (1927), en Jos que las cuestiones morales y las relativas a la organiza- cin social no dejan de estar presentes. Sin embargo, el pri- mer ensayo en el que aborda de modo frontal los temas mas tarde desarrollados por El malestar en la cultura (1930) es La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna (1908), al que habria que agregar, en el filum de esa trama, Sobre una degradacién general de la vida erética (1912), Considera- ciones de actualidad sobre la guerra y la muerte (1915) y Pst- cologia de las masas y andlisis del yo (1921). Con posteriori- dad al estudio de 1930, Freud volvera sobre algunas de las cuestiones en él tratadas en el breve ensayo Sobre la con- quista del fuego (1932) en la leccin XXXV y Ultima de sus Nuevas lecciones introductorias al psicoandlisis (1933), en la 27 Carlos Gémez carta a Albert Einstein E/ porqué de la guerra (1933) Moisés y la religion monoteista (1939). Yen No podemos aqui intentar discutir esas obras, que exam: né de manera sucinta en el capitulo V de Freud y sy ohn més pormenorizadamente, en Freud, critico de la Tha ys cién. Nos centraremos, en cambio, en El malestar en Ig ol tura, sin perjuicio de volver sobre una u otra de las oby, . citadas cuando el anilisis lo requiera. ha 3.2. Circunstancia de la obra Freud redacté El malestar en la cultura en el verano de 1929, sin esperar, quiz, el éxito que este breve ensayo, de sombria belleza, iba a alcanzar. De hecho, en el cuerpo de la obra co- ment6 que ninguna de las suyas le habia producido tanto como ésta «la impresi6n de estar describiendo cosas por to- dos conocidas, de malgastar papel y tinta» (1930, III, 3049). Operado ya varias veces del cdncer de paladar que tan in- tensos dolores le producia, con 73 afios de edad y en su pe- tiodo de vacaciones, parece como si el escrito fuera para él un motivo de sereno entretenimiento. «Qué le voy a hacer _le comenté en esas fechas a Lou Andreas-Salomé-, no pue- do fumar y jugar a los naipes todo el dia, no tengo resisten- cia para caminar mucho, y Ja mayoria de las cosas que puc den leerse ya no me interesan. Escribo y paso el tiempo asi agradablemente» (ed. de E. Pfeiffer, Madrid, Siglo XX1, 1968, p. 243). Pese a esas declaraciones, el ensayo tiene fundible que lo convierte en una de sus mejores piezas. NY pese a la distancia ir6nica observada, algo de eso debié de percibir el propio Freud, al comentarle a su discipulo Jones un estilo incon- 28 Introduceién: Aporias de la cultura que, sobre un cimiento diletante, creia haber alzado una in- yestigaciOn analitica finamente afilada. El influjo que estaba llamado a ejercer parece confirmarlo. FJ titulo inicial del manuscrito (Ilse Grubrich-Simitis, 2003, 223) fue Das Gliick und die Kultur («La felicidad y la cultura»), sustituido mds tarde por Das Ungliick in der Kul- tur («La infelicidad en la cultura»), pero, finalmente, antes dela impresion, decidié sustituir el término mas explicito y dramatico Ungliick (‘infelicidad’, ‘desdicha’) por Unbeha- gen (‘malestar’, ‘descontento’), que quiza exprese mejor ese estado tantas veces silencioso, pero no por ello menos acti- vo, que mina nuestra aspiraci6n a la felicidad. En conjunto, constituye uno de los estudios en los que més implacable- mente fustiga las ilusiones de la cultura, abordando con fir- me serenidad el tema de la desdicha humana. 3.3. Estructura Como en El porvenir de una ilusién (1927), también ahora se trata de realizar un balance de las renuncias y compensa- ciones que la cultura ofrece, pero considerada en su con- junto y no tan sdlo desde el angulo de la critica a la religion, privilegiado en 1927. El libro, en cualquier caso, tiene una composicién un tanto extrafia y se deja estructurar de di- versos modos. Por seguir uno de ellos, podriamos decir que el primer capitulo se descuelga un tanto de todos los de- més, al constituir una prolongacién o epilogo de algunas de las cuestiones discutidas en El porvenir de una ilusién. Pero Freud decide no proseguir por més tiempo el debate con la religién y, abandonando la ambiciosa cuestién del sentido, ptefiere concentrarse en otta de apariencia mas modesta 29 Carlos Gomez —pero, tal vez, no menos espinosa— como la de las Posi} vias que se ofrecen al hombre en su aspiracién a ser feli, a segundo capitulo tiene un caracter basicamente descr, el vo: los caminos hacia la felicidad y sus impedimentos, o capitulos 3 y 4 incluyen un andlisis mas sistematico de k cultura, para, a partir del capitulo 5 —que actiia de Disagry entre las dos partes fundamentales de la obra-, adoptar yy tono mucho més agrio, al subrayar la dificultad de regular las relaciones sociales debido a la importancia de los impyl. sos agresivos en el hombre. Esto le lleva, en el capitulo 6, a recordar la evolucion de la teoria de las pulsiones y a desta- car el papel de la pulsién de muerte, dando entrada al am. plio excursus sobre el sentimiento de culpabilidad con e| que se cierra la obra (caps. 7 y 8). Este final, reconoce Freud, puede parecer que trastoca su estructura, pero no es ast: el sentimiento de culpabilidad se revelar, a la postre, como el problema més importante de toda la evolucién cul- tural. 3.4. El sentimiento ocednico El malestar en la cultura se abre atn con la discusién sobre el fendmeno religioso, a través de la respuesta a un amigo, Ro- main Rolland, que echaba de menos, en el estudio de 1927, lo que para él era la fuente ultima de la religiosidad, una especie de sentimiento de infinitud y de comunién con d Todo, un «sentimiento oceénico». Freud intenta una expli cacién psicoanalitica, genética, de dicho sentimiento, que por su parte, indica, no habia experimentado nunca. En todo caso, observa, desde el psicoandlisis se le puede «red: cir a una fase temprana del sentido yoico» (1930, IIL, 3022; 30 Introduccién: Aporias de la cultura cursiva mia). Tal fase puede volver a surgir en circunstancias favorables -por ejemplo, mediante una regresién de sufi- ciente profundidad-, de manera similar a como somos capa- ces de desvelar, tras la Roma actual, la del primer Imperio y la de la Reptiblica, hasta llegar a la del Septimontium yala Roma quadrata, pues, en la vida psiquica, como en los estra- tos arqueolégicos, todo se conserva, aunque se encuentre encubierto y deformado. Esa hermosa explicacién —en la que echa mano de uno de sus principales registros metaféri- cos, el arqueolégico, quiza el preferido, junto al militar— es- camotea, sin embargo, la cuestién de si el sentido que el hombre religioso otorga a su experiencia de la realidad se reduce 0 no a su explicacién genética, pues el que ciertos sentimientos 0 conductas puedan haberse facilitado, o inclu- so formado, con ocasién de determinadas experiencias, ni justifica ni refuta el valor y el sentido que les demos, como la racionalidad 0 irracionalidad de un principio moral no se ventila apelando a su «contexto de descubrimiento». Sucede con el «sentimiento ocednico», de raigambre més bien ma- terna, lo que con el simbolo «Dios Padre», cuyo surgimiento Freud dilucida en el complejo paterno (muy explicitamente en Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci), sin que ello permita decidir si su sentido se agota o no en su referencia arcaica. La cuestién a debatir, entonces, es si los simbolos estéticos, morales 0 religiosos de la cultura son simples tepeticiones, desplazadas y distorsionadas, de un recuerdo traumatico, o pueden recrear también ese pasado y orientar- se en un sentido nuevo, que permita desligarlos de su mero arcaismo. En todo caso, la cuestién del sentimiento ocednico era muy apropiada, segiin acabamos de apuntar, para decir algo acerca de la fuente maternal de la religién. Pero Freud 31

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