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Seminario Taller Latinoamericano

Movilizándonos por una cultura integral de protección de derechos de la


niñez y la adolescencia en Chile

Modelos de protección de la niñez y la adolescencia

Sandra Palestro C.

Los programas de atención a niños, niñas y jóvenes que desarrollamos desde nuestras
respectivas instituciones, sin excepción, se sustentan en una particular concepción
ideológica, y es esta manera de concebir el problema la que determina cómo será
abordado, qué estrategias de intervención se utilizarán para lograr los cambios que se
requieren. La visión que se tenga del problema y las acciones que de ella se derivan
tienden a ser necesariamente consistentes.

Según las distintas concepciones ideológicas1, hay modelos de intervención que atribuyen
las causas y responsabilidades del problema, a factores que van desde la patología
individual hasta los aspectos macro-estructurales. Entre estos dos extremos se ubican
aquellos que se centran en las fallas de los grupos primarios, como la familia y el grupo
de pares. Otros, que enfatizan en las deficiencias de las instituciones de la sociedad,
como la escuela, los servicios de bienestar social, el aparato administrativo
gubernamental, el sistema político-económico y el sistema jurídico.

En Chile, entre los modelos predominantes de protección y control de la infancia y


juventud se encuentran el correccional, el rehabilitador, el comunitario y el preventivo.
Todos ellos, como es obvio, son hijos de su tiempo.

El modelo correccional, que predominó durante prácticamente todo el siglo XIX,


enfoca los problemas de la infancia y de la juventud desde un punto de vista normativo, y
responsabiliza al mismo niño, niña o joven de su situación.

Este es un enfoque que asume supuestos de patología individual, y las intervenciones que
se desprenden de este modelo son básicamente de carácter individual, clínicas y
punitivas. La idea que subyace a estas acciones es que hay que corregir al joven
desviado.

Este modelo está a la base del sistema carcelario para menores y es el que predominó
mayoritariamente en las instituciones policiales, los Tribunales de Menores e importantes
sectores de la opinión pública, quienes ven a los niños, niñas y jóvenes con problemas
conductuales como “delincuentes”, en el mismo plano que ven a los adultos que infringen
la ley.

El modelo rehabilitador, que emerge en el contexto de las inquietudes sobre “la


cuestión social” a comienzos del siglo XX, sostiene la idea de que los niños con problemas
son víctimas de condiciones familiares, económicas y sociales que los han dañado.
También asume supuestos de patología individual y déficit de capacidades para
desenvolverse adaptativamente en la sociedad. Sin embargo, lo que lo diferencia del

1
En adelante expondremos los cuatro modelos de intervención sistematizados por: Cortés, Juan Eduardo.
“Análisis de los modelos de atención para la infancia y la adolescencia en Latinoamérica”. Servicio Nacional de
Menores.

1
modelo correccional es que las causas del problema son atribuidas a factores ambientales
y no al niño o niña.

Las estrategias de intervención son programas de rehabilitación, que pretenden reparar la


situación re-socializando a los niños en un nuevo entorno. Al niño lo alejan de su entorno
natural (familiar y comunitario) para compensar lo que este ambiente no le proporciona.

Las intervenciones siguen teniendo un carácter predominantemente clínico e individual,


aunque ocasionalmente incorporan lo grupal a través de acciones con la familia y el grupo
de pares. En este tipo de programas la institucionalización es una de las características
relevantes.

El modelo comunitario, que surge en el espíritu de las Leyes de Promoción Popular,


promulgadas en el gobierno de Eduardo Frei Montalva, promueve el desarrollo de
programas de atención a la infancia y a la juventud en contextos abiertos, no
institucionalizantes, y propicia el trabajo con los niños y jóvenes sin desarraigarlos de su
entorno familiar y comunitario.

Atribuye las causas de los problemas que afectan a la infancia a deficiencias macro-
estructurales, que impactan principalmente la vida de las familias y comunidades pobres.
Por lo tanto, el sistema niño-familia-comunidad constituye el foco de la mayor parte de
sus intervenciones.

Según este modelo, las deficiencias macro estructurales se manifiestan también en un


mal funcionamiento de las instituciones y servicios sociales, los que no logran satisfacer
adecuadamente las necesidades de los más desventajados. Por ello, la estrategia de
intervención más representativa consiste en promover la autogestión y participación
activa de los afectados en la resolución de sus propios problemas.

El modelo preventivo, se basa en supuestos que asignan responsabilidad absoluta por


los problemas de la infancia a factores macro estructurales de la sociedad, que se
manifiestan a través de la pobreza, la falta de oportunidades, la escasez de viviendas, la
falta de empleos, los bajos salarios, entre otros.

Dentro de este contexto, los niños de y en la calle, el abandono infantil, la desintegración


familiar y los jóvenes en conflicto con la justicia pasan a ser sólo síntomas de un mal
mayor que hay que atacar en sus raíces

Dado entonces que el problema no son los niños, niñas o jóvenes en sí mismos, una
estrategia preventiva, en estricto rigor (en el sentido de la prevención primaria), no
justifica programas directos de intervención con ellos, sino acciones prioritarias a nivel de
políticas públicas, movilización social y desarrollo comunitario.

Sin embargo, la mayor parte de los programas de prevención de los problemas que
afectan a la infancia se han quedado trabajando a un nivel más operativo, a través de
estrategias de intervención de base comunitaria. Estos programas trabajan generalmente
con niños, niñas, familias y comunidades en situación de “riesgo social”, siendo
experiencias que se centran más bien en lo que habitualmente se denomina “prevención
secundaria” o “intervención temprana”. Esto significa que, más que anticiparse a la
aparición de un problema, lo que se hace es intentar detener el proceso de desarrollo del
mismo en etapas tempranas de su evolución, con el fin de evitar la severidad o
irreversibilidad del daño que produciría en los niños, niñas si no se interviniera.

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Es este el modelo que prevalece en la actualidad, aunque también podemos encontrar
resabios de todos los anteriores en las opiniones y actitudes en distintas instancias y
niveles.

Si bien en este modelo, como veíamos, la responsabilidad por los problemas de la infancia
se atribuye a factores macro estructurales de la sociedad, y son sólo síntomas de un mal
mayor que hay que atacar en sus raíces, en la práctica, independientemente de los
esfuerzos de las y los trabajadores de instituciones dedicadas a infancia, en el discurso
predominante hay otra idea de prevención: más Carabineros y retenes, más cárceles,
más pasajes cerrados, más rejas en las casas, más iluminación. Así también, muchas
medidas surgidas desde la mejor intención, van aportando por otro camino en este
mismo sentido, me refiero al deporte o la música para prevenir el consumo de drogas; los
múltiples talleres para evitar el ocio o para sacar a los niños y niñas de las calles, entre
otros.

Con esto, nos hemos ido alejando de las raíces y, por tanto, desarrollando programas
sociales que requieren ampliación de cobertura cada año. La acción reparadora,
rehabilitadora, de atención directa a los niños y niñas vulnerados en sus derechos tiene
más profesionales y mayor valoración, en tanto el trabajo con la comunidad, que es
donde se produce el maltrato, la agresión sexual, la infracción de ley, entre otras, es un
trabajo devaluado, puntual, con objetivos poco precisos.

La construcción de un nuevo modelo

El desarrollo de la sociedad, los avances en las ciencias sociales y la proclamación de la


Convención sobre los Derechos del Niño, entre otros cambios operados en la actualidad,
muestran las limitaciones de los modelos expuestos.

La principal limitación que tienen los cuatro modelos es su carácter problematizador de la


situación de la infancia y la juventud. Es decir, el carácter reactivo frente a los problemas
de la niñez y la juventud. Básicamente, son modelos centrados en el problema.

Se requiere por tanto un modelo que enfatice en el desarrollo pleno de las capacidades de
las niñas y niños, y de los recursos de su familia y su comunidad. Un modelo que tenga
como centro el desarrollo integral de las niñas y niños. Elementos que constituyen lo que
podría llamarse un Modelo Promocional.

El desarrollo integral del niño o niña, es entendido como un proceso continuo y gradual,
donde se lleva a cabo su formación o aprendizaje social, en interacción permanente con
el medio, a través de la estimulación de sus capacidades, la satisfacción de las
necesidades físicas, psíquicas y sociales, y el respeto de sus derechos.

¿Qué es lo promocional?

En ese contexto, lo promocional es un proceso de aprendizajes, descubrimiento y


despliegue de las potencialidades individuales y colectivas, para enfrentar carencias y
necesidades, para ejercer derechos. Proceso que operativamente se traduce en: 1.
Conocer la realidad en que se vive, la situación del entorno familiar, barrial, vecinal, en
que se desarrolla la cotidianeidad; 2. Compartir con otros/as este conocimiento,
reflexionar acerca de las causas y consecuencias de las situaciones problemáticas
detectadas, retroalimentar los propios saberes y formarse una opinión más fundada, y 3.
Programar acciones tendientes a introducir cambios en la situación observada.

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Podríamos decir entonces, que lo promocional tiene como centro la habilitación y el
empoderamiento de las personas, para enfrentar colectivamente las diversas situaciones
que se presentan en la vida cotidiana. En este sentido, su accionar se enfocaría más a
intervenir sobre las múltiples causas o los factores que están generando dicha situación,
a intervenir sobre un conflicto de fondo.

Una estrategia de intervención

Si nuestro objetivo es acercarnos a un modelo que tenga como centro el desarrollo


integral de las niñas y niños, dentro de un sistema de protección requerimos entonces
una estrategia de intervención integral.

Habíamos dicho que el desarrollo infantil es visto como un proceso en el que se conjugan
la satisfacción de sus necesidades físicas, psíquicas y sociales, y las condiciones
proporcionadas por el contexto social, económico y cultural en que las niñas y niños se
desenvuelven.

Tal proceso requiere, por tanto, integrar diversas dimensiones y articularlas en una
superposición progresiva de niveles2.

Un primer nivel referido a la complejidad que se reconoce a las situaciones que enfrentan
los niños y niñas. Integralidad significa en este sentido, comprensión, medida e
intervención atendiendo a todas las facetas del problema. Una acción tendiente a
desarrollar una política institucional intersectorial y articuladora de las distintas entidades
dedicadas a la infancia en el territorio, asumiendo a la vez el desafío de comunicar una
nueva concepción de niño, niña y de generar cambios en hábitos y actitudes cotidianas
hacia él, ella.

Un segundo nivel referido a la participación. Integralidad significa en esta segunda


acepción, incorporación a una acción coordinada del conjunto de agentes encargados de
la socialización o crianza infantil (familia, barrio, escuela, organizaciones para la infancia).
Esfuerzo encaminado a la constitución de una red de crianza, donde la participación no
sólo es un medio para alcanzar ciertos objetivos para los destinatarios niños, niñas, sino
una posibilidad para el aprendizaje colectivo y el auto-desarrollo,

Un tercer nivel referido a considerar en las acciones a las mismas niñas y niños, como
integrantes, distintos y válidos, en la construcción de lo que llamamos la infancia y las
políticas sociales de infancia. Integralidad en este sentido significa, reconocimiento del
niño, niña como sujeto dotado de autonomía (relativa y en desarrollo), capaz de
interactuar con las redes de crianza. Lo que implica la creación tanto de canales para la
expresión de sus intereses y motivaciones, como de espacios de encuentro con el
interlocutor adulto.

Cada uno de estos niveles tiene, en parte una dinámica propia. Sin embargo, parece
imprescindible un avance conjunto de los tres ámbitos.

Finalmente, un Sistema de Protección de los niños y niñas, que tenga a la base estos
elementos de un modelo promocional, sólo podría desarrollarse no EN la comunidad, no
CON la comunidad, sino DESDE la comunidad, como condición sine qua non para el
desarrollo integral.

2
Canales, Manuel y otros. Temas Emergentes: Crianza. Alcances y límites de la perspectiva integral. Santiago,
Chile, 1996.

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