Está en la página 1de 290

Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Primera parte. Solo tú y yo
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Axel
Trey
Axel
Trey
Segunda parte. Solo contigo
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Epílogo
Créditos
Gracias por adquirir este eBook

Visita Planetadelibros.com y descubre una


nueva forma de disfrutar de la lectura

¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos!


Primeros capítulos
Fragmentos de próximas publicaciones
Clubs de lectura con los autores
Concursos, sorteos y promociones
Participa en presentaciones de libros

Comparte tu opinión en la ficha del libro


y en nuestras redes sociales:

Explora Descubre Comparte


Sinopsis

En cuanto Axel King se traslada a mi universidad se convierte en el quarterback estrella


del equipo. Todo el mundo parece adorarlo, a pesar de que se comporta como un idiota
arrogante, y yo me descubro buscándolo en cada habitación en la que entro,
sintiéndome de una forma como nunca antes lo había hecho.
Una noche, después de una fiesta, terminamos besándonos. A partir de ese
momento, King parece empeñado en torturarme con su presencia y yo… Yo solo trato
de sobrevivir a sus sonrisas oscuras y pecaminosas, a sus roces descuidados y al
hecho de que no puedo dejar de pensar en lo mucho que quiero volver a besarlo.
Sucumbir a Axel King parece una mala idea desde el principio, pero resistirse ha
dejado de ser una opción. Solo él ha conseguido meterse bajo mi piel y calarme hasta
los huesos. Y lo que no eran más que una serie de encuentros salvajes se ha
convertido en algo mucho más profundo. Sin embargo, cuando descubro que solo ha
estado jugando conmigo, lo único que se me ocurre es huir.
Pero no importa lo mucho que trate de alejarme. Escapar de él es, en realidad, lo
único que Axel King nunca me permitirá que haga.
SOLO JUNTOS

Victoria Vílchez
Primera parte
Solo tú y yo
Trey

No tenía ni idea de lo que me estaba pasando. En realidad, no entendía una mierda de nada.
«Esto se está volviendo espeluznante. Y raro. Jodidamente raro», me dije mientras continuaba
observando al idiota de King.
Axel King era la nueva estrella en ascenso del equipo de fútbol americano universitario en el
que yo también jugaba. El maldito quarterback. Arrogante, mordaz y demasiado pagado de sí
mismo; su fama lo precedía. Cada vez que alguien lo llamaba por su apellido, lo que ocurría a
menudo porque era algo común en el campo y fuera de él, yo estaba convencido de que el tipo
debía de pensar que sus vasallos le estaban rindiendo pleitesía o alguna mierda por el estilo.
Se creía el puto rey.
Y por alguna razón yo no podía dejar de mirarlo. Y no tenía nada que ver con que estuviera
acomodado en un sillón justo enfrente de mí.
No sabía en qué momento había ocurrido. Llevaba dos semanas con nosotros, después de que
lo captaran en una universidad menor y le hicieran una oferta que, al parecer, no había podido
rechazar. King venía a rellenar el hueco que había dejado nuestro capitán al graduarse y ser
fichado para jugar en la NFL. Carter, nuestro anterior quarterback, le había dejado el listón muy
alto, pero King no estaba dando muestras de que la presión le afectara en absoluto.
Para empeorar la situación, acababa de convertirse también en mi nuevo compañero en el piso
que ya compartía con mi mejor amigo, Cooper, y con Grayson, otro de mis amigos.
Y yo seguía observándolo como un puto acosador.
Bajé la vista de su rostro hasta sus piernas fibrosas, lo cual no mejoró en absoluto la extraña
emoción que retorcía mi estómago desde que había llegado a la fiesta de Chad, uno de mis
compañeros de equipo.
Al menos, King estaba demasiado ocupado tonteando con la rubia que prácticamente se le
había subido al regazo como para darse cuenta de mis insistentes miradas. El tipo no debía de ser
muy perspicaz, porque, a pesar de que la chica no dejaba de restregarse contra su polla, aún no
había movido ficha para llevarla arriba. Cualquier otro miembro del equipo probablemente
estaría ya jodiéndola de la mejor manera posible. Sinceramente, eso era justo lo que ella parecía
creer que ocurriría.
—Tío, tienes cara de estar demasiado sobrio. —Cooper se inclinó para echar un vistazo al
interior de mi vaso. Al comprobar que estaba vacío, lo cambió por el suyo—. Bebe. En cuanto
empecemos la temporada, no tendrás oportunidad.
—No es como si estuviera planeando emborracharme.
No, claro que no, porque estaba demasiado entretenido diseccionando cada puto centímetro de
King.
Le di un trago al vaso que mi amigo me había pasado y me bebí la mitad de golpe, lo cual
resultó una idea de mierda.
—Pero ¡¿qué cojones, Cop?!
Lo que fuera que llevara la bebida bajó por mi garganta como fuego líquido y apenas si pude
evitar ponerme a toser como un adolescente con su primer trago.
Cooper sonrió de oreja a oreja y le dio un golpecito al vaso de plástico.
—Lo necesitas. Pareces a punto de ponerte a reventar cristales o bocas, no estoy muy seguro
de cuál de los dos.
Le dediqué una mirada asesina antes de darme cuenta de que tenía razón. ¿Por qué demonios
me sentía como si en cualquier momento fuera a salirme de mi propia piel? Estaba tenso como el
infierno y muy inquieto. Los músculos de la mandíbula me dolían de tanto apretar los dientes.
Mi mirada voló de nuevo hacia el frente, directa al rostro de King. Había apartado un poco a
la rubia, que no parecía demasiado feliz por eso, y charlaba con Chad. Y mientras oía de fondo
cómo Cop me instaba a terminarme la bebida, todo a lo que podía prestar atención era al modo
en que los labios del jodido rey del campo se abrían y se cerraban mientras hablaba.
Por Dios, ¿qué mierda iba mal conmigo?
Me bebí el resto de la bomba de Cop con otro largo trago que me dejó atontado. Quizá, en vez
de emborracharme como un imbécil, tendría que haberme levantado, dar la noche por terminada
e irme a casa. Pero, de algún modo, Cooper se las arregló para mantener una charla banal
conmigo, rellenar mi bebida una y otra vez y asegurarse de que, después de un rato, ya no me
preocupase nada que no fuera conseguir mantenerme consciente y en pie.
Para cuando llegó la medianoche ya me sentía un poco más como yo mismo. Un «yo»
borracho, eso sí, pero la tensión de mis hombros se había evaporado y volvía a reír mientras
escuchaba los comentarios y las bromas de mi mejor amigo.
Por supuesto, King tuvo que elegir ese momento para acercarse a nosotros.
Me envaré sin poder evitarlo. Mi pecho se elevó cuando inspiré profundamente y la sensación
de que la piel me apretaba demasiado regresó aún con más intensidad que antes.
—Tíos, me marcho. ¿Alguien a quien tenga que llevar? —King enarcó las cejas y su mirada
alternó entre Cooper y yo. Grayson hacía rato que se había perdido escaleras arriba con una chica
bajita y morena.
Cop se rio como si King hubiera contado un chiste que solo él comprendiese, y me dije que
había llegado la hora de que mi amigo soltase el vaso y dejara de beber, aunque yo no estaba
mucho mejor que él. Dejé que mi espalda encontrara la pared tras de mí y eso me dio cierta
estabilidad. La casa continuaba llena de gente: compañeros de clase, de equipo, hermanos de
fraternidad, amigos de amigos... De algún modo, Chad siempre organizaba las fiestas más
multitudinarias.
—Tienes pinta de necesitar dormir la mona, Donovan —señaló King con una media sonrisa y
esos putos ojos del color del cielo totalmente centrados en mí.
La bruma del alcohol se despejó lo suficiente como para que me percatara de que estaba
mirándole los labios de nuevo. Tenía el superior levemente más grueso y su boca lucía llena y
suave. Su lengua salió y se humedeció el inferior, y yo contemplé el movimiento con una
atención obsesiva.
Mi polla dio una sacudida en el interior de mis pantalones.
«Ah, no, eso sí que no», me dije con algo muy similar al pánico trepando por mi garganta.
Tanto King como Cop me miraban a la espera de una respuesta, y puede ser que yo empezara
a balbucear incoherencias que ni siquiera recuerdo. Cuando quise darme cuenta, King me estaba
empujando a través de la sala en dirección a la salida.
El calor de su mano, apoyada en la parte baja de mi espalda, encontró el modo de traspasar la
tela de mi camiseta y calarme hasta llegar a la piel. Tropecé hacia delante en un intento de
separarme de él y tomar algo de distancia, pero todo lo que conseguí fue estar a punto de besar el
suelo y que King tuviera que sujetarme por los hombros.
Ese nuevo toque lo empeoró todo aún más. Se me aceleró el pulso de la misma manera en que
siempre lo hacía cuando estaba a punto de iniciarse una nueva jugada en el campo, y el latido de
mi corazón reverberó en mis oídos hasta que ya no pude oír la música, las risas o las voces del
resto de los invitados.
—Vaya, está claro que has aprovechado bien la noche, chico de oro.
Que se dirigiera a mí así me enfureció, pero también le hizo cosas raras a mi cuerpo, ya jodido
de por sí. Mi estómago se apretó y me pregunté si iba a vomitar, y mi polla ya medio dura
comenzó a hincharse y a empujar contra la cremallera de mis vaqueros.
Miré por encima del hombro para encontrarme los fríos ojos azules de King observándome.
Solo que ahora ya no eran fríos, sino que desprendían una calidez inesperada, y tampoco eran del
todo azules; había pequeños destellos de verde salpicando la parte más cercana a sus pupilas.
—Todo esto es culpa de Cop —me defendí, aunque no me refería al hecho de que estuviera
ebrio como pocas veces antes.
Cooper había sido el idiota que nos había metido a King en casa, justo en el dormitorio de al
lado del mío, al colgar el dichoso anuncio en la red online del campus. Y ahora yo tenía que
lidiar con la mierda que el tipo me estaba haciendo. Como si no fuera a tener suficiente con verlo
en cada entrenamiento en cuanto empezáramos la pretemporada.
No era la primera vez que miraba dos veces a un tío. Había tenido una breve... historia con mi
compañero en la residencia durante el primer año de universidad, justo antes de que el curso
llegara a su fin y todos volviésemos a nuestras casas para pasar las vacaciones. Ni siquiera
recuerdo cómo había terminado con Craig masturbándome y tampoco había querido pensar más
en ello. Habíamos estado jodidamente borrachos y todo había sido un experimento, solo eso. O al
menos eso era lo que había pensado hasta el momento, dado que después de Craig no había
vuelto a fijarme en ningún otro hombre ni a hacer nada similar.
Hasta ese día.
Hasta King.
«Bien, solo es el alcohol. Estás borracho y cachondo», me convencí a mí mismo, ignorando la
parte en la que había estado pendiente de él durante las dos semanas que llevaba en el campus.
—Vamos, Donovan. Llevemos tu mierda al coche. Quiero irme a dormir.
Lo dejé arrastrarme fuera de la casa y por la acera, aunque esta vez fui capaz de caminar por
mí mismo —más o menos— y evitar sus toques.
—¿Y la rubia? Parecía bastante interesada. —¿Y a mí qué demonios me importaba dónde
estaba la rubia o por qué no se la estaba tirando? Joder. Tenía que cerrar la boca.
Una risa suave, aunque cargada de malicia, llegó desde mi espalda. Me detuve para mirar a
King. El aire fresco de la noche estaba obrando su magia y empezaba a ser capaz de pensar con
algo de lucidez. No mucha. Pero al menos pude mantenerme erguido mientras giraba y le echaba
un nuevo vistazo al capullo que tenía frente a mí.
El tipo era atractivo, eso estaba claro. Hombros anchos, brazos fibrosos y caderas estrechas,
con un buen conjunto de abdominales al que puede que le hubiera echado un par de mis miradas
de acosador cuando él iba sin camiseta por la casa. El pelo, de un negro imposible, le caía sobre
la frente y se le enroscaba detrás de las orejas y en la nuca, despeinado y tal vez demasiado largo,
y lucía una piel clara acorde con el tono pálido de sus ojos.
«Está tremendo», admití mentalmente, y acto seguido me horroricé ante el pensamiento.
Las cosas no mejoraron por el sur de mi cuerpo. Estaba claro que mi polla se había empeñado
en que esa noche iba a tener algo de acción y no estaba recibiendo el mensaje de que King estaba
fuera de los límites.
Sus cejas se elevaron y, una vez más, esbozó una media sonrisa arrogante. El imbécil ni
siquiera necesitaba sonreír del todo para que pareciese que te estaba perdonando la vida, pero
igualmente consiguió provocarme un estremecimiento.
Por Dios, ¿en qué me estaba convirtiendo? Parecía una jodida adolescente poniéndole ojitos al
chico popular del instituto.
—¿Te interesa dónde la meto y dónde no, Donovan? Porque te veo muy pendiente de mis
movimientos.
—Vete a la mierda, King —le espeté al tiempo que le sacaba el dedo medio.
Fui a darle un empujón —o a lanzarme sobre él, aún no estoy del todo seguro—, pero mi
coordinación no era exactamente la habitual, así que acabé tropezando con mis propios pies. Su
mano se cerró sobre mi muñeca, su otro brazo terminó enredado en mi cintura y su pecho
presionó contra mi espalda.
Mierda.
Trey

King y yo éramos casi de la misma altura, aunque él era algo más estilizado y delgado. En el
momento en que sus caderas se asentaron contra mi culo, una ráfaga de calor se extendió desde
la zona en todas direcciones. Me sentí aturdido, casi borracho de nuevo, como si el alcohol
hubiera regresado de golpe a mi cabeza. Aunque... en realidad toda mi sangre se concentraba
ahora mucho más al sur.
Y, como el gilipollas que era esa noche, no se me ocurrió otra cosa que echarme a reír. Mi
pecho vibró bajo su brazo y todo mi cuerpo se sacudió carcajada tras carcajada.
—Mira por dónde, si resulta que el chico de oro sabe reírse —murmuró King, demasiado
cerca de mi oído—. Pensaba que todo lo que hacías era gruñir.
Seguíamos plantados en mitad de la acera y, aunque habíamos dejado atrás la casa de Chad y
no había nadie en los alrededores, estaba seguro de que no era una buena idea dejar que King me
sostuviera de la manera en que lo hacía. Supongo que, de no estar borracho, me habría apartado
de él. Pero en ese momento me sentía demasiado bien para ir a ningún lado y no encontré ánimos
para preocuparme.
Tampoco él se movió. En todo caso, su brazo se apretó más en torno a mi pecho.
—Estás totalmente borracho, Donovan —susurró, y sus labios rozaron la curva de mi oreja.
Mi erección creció aún más si cabe y estuve a punto de gemir. El calor de su aliento
revoloteando sobre mi piel me hizo saber que no pensaba retirarse. Lo lógico habría sido
preguntarle por qué demonios no me soltaba de una vez, pero no había nada racional en lo que
estaba sucediendo. Mis neuronas se habían ido todas de vacaciones.
—Tienes que caminar y meterte en el coche si no quieres que las cosas se pongan intensas —
continuó hablándome en susurros. Cuando la parte baja de su cuerpo empujó hacia delante,
descubrí que yo no era el único que estaba excitado.
Mierda, tenía una polla dura apretada contra el culo. La polla de Axel King. Y, joder, no
parecía precisamente pequeña...
—Camina —ladró entonces, y el tono áspero y autoritario que empleó me erizó la piel.
Con la boca seca, me lamí los labios solo Dios sabe por qué razón, y mi propia polla mostró
su entusiasmo palpitando. Me pareció una buena idea bajar la mano para recolocarla, pero
cuando eché un vistazo por encima del hombro descubrí que King se percataba del movimiento.
Resopló y solo entonces se movió. Deslizó el brazo hasta mi cintura y se colocó a mi lado.
—Putos borrachos —farfulló, y su voz sonó mucho más exasperada.
Al menos no había comentado nada sobre el hecho de que ambos estábamos felizmente
empalmados.
—¿Qué pasa? ¿El rey nunca se emborracha? —señalé, aún con un rastro de risa empujando
cada palabra a través de mis labios a pesar del nudo de nervios que apretaba mi estómago.
Al día siguiente ya me volvería loco por todo aquello. Aunque me dije que, con suerte, no lo
recordaría y esa posibilidad me envalentonó, lo cual seguro que era una pésima idea. Otra más.
Pensé que no iba a contestar a mi patético ataque. Alcanzamos su coche, desbloqueó las
puertas y me abrió la del pasajero antes de decir:
—Eres adorable, Donovan, pero métete en el puto coche. Ya.
King emanaba irritación. Y eso solo lo hacía todo mejor. Bien, lo quería tan cabreado como
yo lo había estado antes de beberme hasta el agua de los jarrones. Lo quería furioso y jodido.
Me eché a reír al pensar en joderlo... o en que él me jodiera a mí.
—No vas a reírte tanto mañana.
—No, seguro que no —repuse arrastrando las palabras de una forma lamentable, incluso yo
era consciente de eso—. Pero hoy es divertido. Aunque tú no eres divertido. Eres gilipollas. Y un
capullo...
Un capullo que acababa de sentarme en el asiento y me estaba abrochando el cinturón de
seguridad como si fuera un niño pequeño, con mucha más paciencia de la que yo seguramente
habría mostrado en la misma situación.
Su aroma atravesó la niebla de alcohol que me rodeaba y se coló en mis pulmones. Olía
demasiado bien. A limpio y a alguna otra mierda deliciosa que me hizo querer hundir la cara en
el hueco de su cuello y lamer su piel hasta descubrir de qué se trataba. Quería saborearlo.
Pero ¿qué demonios? ¿De dónde salían todos esos pensamientos? No iba a olerlo y mucho
menos a lamerlo. Ni a tocarlo, joder.
—Tú también eres la hostia —señaló con su sarcasmo característico aflorando de nuevo—.
Pero la próxima vez que me insultes, procura que tu polla piense igual que tú y a lo mejor me lo
tomo en serio.
Bajé la vista hasta mi regazo, donde el bulto resultaba evidente, y me tragué un vergonzoso
gemido. Mis mejillas se incendiaron y, aun así, tuve el valor suficiente para dirigir la mirada
hacia su entrepierna.
Bueno, estaba claro que su polla tampoco parecía ponerse de acuerdo con su propio dueño.
—El alcohol me pone cachondo —me defendí, avergonzándome a mí mismo. Más aún.
King se irguió y me observó desde fuera del coche. Con los brazos cruzados sobre el pecho y
sin hacer nada para ocultar su erección, el tipo lucía como un puto dios del sexo. Salvaje y listo
para arremeter contra mí. Me pregunté si había rechazado a la rubia porque bateaban en el mismo
equipo o si era ella la que había provocado que la cremallera de su pantalón estuviera a punto de
reventar. ¿Era Axel King gay?
—¿Por qué? ¿Estás interesado? —preguntó, y me di cuenta muy tarde de que había dicho al
menos la última parte en voz alta.
—¿Eh? —fue todo lo que salió de mi boca.
Me dedicó otra de sus sonrisas arrogantes y cerró la puerta. Trotó alrededor del coche y se
acomodó detrás del volante mientras yo intentaba asimilar si se me estaba insinuando. ¿O era yo
el que me había insinuado antes?
Joder, las cosas se me estaban yendo de las manos por momentos. No me atraían los hombres,
lo mío eran las tetas y los coños, y, desde luego, no me atraía el gilipollas de Axel King. Si de
repente descubriera que era gay o bisexual, estaba seguro de que aquel idiota no sería mi tipo en
absoluto.
¿Y por qué me lo estaba planteando siquiera?
—Llévame a casa de una vez —gruñí. Cerré los ojos y dejé caer la cabeza contra la parte
superior del asiento.
—Di «por favor».
El tono juguetón me hizo abrir los ojos. King se había girado hacia mí y esperó a que lo
mirara para llevarse la mano a la entrepierna y colocar todo el material en su sitio sin rastro de
vergüenza. Y había mucho que colocar.
Estaba seguro de que solo trataba de provocarme y que de un momento a otro soltaría el
clásico «No soy gay, solo te estoy jodiendo». Pero se limitó a mirarme mientras, a su vez, yo lo
observaba con un interés enfermizo, demasiado ansioso para alguien que se consideraba
heterosexual.
No supe lo que vio en mi rostro, pero las comisuras de sus labios se fueron arqueando
lentamente y una sonrisa le llenó la cara de tal manera que perdió toda la arrogancia de golpe.
Durante un instante, pareció mucho más joven y, lo que era seguro, también un poco menos
capullo. Parpadeó con ojos curiosos y se lamió los labios en un gesto que, por un motivo que ni
me planteé entender, me resultó jodidamente sexy.
¿Cómo me sentiría si fuera mi boca la que lamiera? ¿O mi polla? Joder. Tragué saliva,
repentinamente acalorado, casi febril. Se me enturbió la mirada y no fui capaz de ver nada salvo
esos malditos labios gruesos y de aspecto suave.
Cuando quise darme cuenta estaba inclinado sobre el hueco entre los asientos. Tan cerca de
King que sentí su aliento en mis propios labios y, una vez más, su olor le hizo cosas raras a mi
cuerpo. Aquello era una puta locura.
Sin embargo, no me retiré. Me quedé ahí, como un gilipollas embobado y cachondo. Porque
resultaba bastante evidente que estaba cachondo. Eso tendría que haberme preocupado, seguro,
pero en ese momento no lo hacía en absoluto.
Demasiado alcohol.
—Voy a llevarte a casa antes de que hagas alguna estupidez —ladró, y ahora parecía
enfadado de nuevo.
Joder con los cambios de humor. El tipo iba de un extremo a otro en cuestión de segundos. Y
lo peor era que de las dos formas resultaba atractivo. Y un gilipollas. Ambas cosas a la vez.
Le brindé una sonrisita sucia, la que normalmente reservaba para captar la atención de alguna
chica y conseguir un revolcón. No tenía ni idea de qué me proponía ni de por qué estaba
actuando así, pero el cóctel molotov que Cop me había hecho tragar esa noche era un seguro de
vida al que me agarraría como la maldita Kate Winslet en Titanic.
«Por cierto, en la tabla cabíais los dos. Todos lo sabemos, Kate.»
Fue King el que puso fin al concurso de meadas que habíamos establecido. Giró la cara y
arrancó el coche. Me ignoró por completo durante todo el trayecto, y eso que no aparté los ojos
de él en ningún momento. No reconoció mi presencia hasta que tuvo que sacarme del coche y
arrastrarme por toda la parte delantera de la casa que compartíamos. Era una casita de dos plantas
muy cerca del campus y a pocos metros de la costa, con una pequeña terraza, cuatro dormitorios
y un espacio decente para hacer vida común. Cocina, un amplio salón y dos baños, aunque uno
de ellos estaba en la habitación principal y Cop se lo había apropiado, dado que eran sus padres
los que nos habían conseguido el alquiler a un precio ridículo para la zona. Los demás
compartíamos el del pasillo, y fue a ese al que me llevó King.
—Deberías darte una ducha para despejarte y no acabar vomitando.
Me sostuvo por las caderas en un gesto que se me antojó posesivo y demasiado íntimo para
dos casi extraños que apenas si habían empezado a convivir juntos un puñado de días antes. Si se
hubiese tratado de Cooper, seguramente yo estaría desparramado sobre él y riéndome de sus
intentos de devolverme la sobriedad, y él estaría maldiciendo y acordándose de toda mi familia.
Pero era King quien me agarraba y sus dedos los que se clavaban en mi carne.
—Estás deseando verme desnudo, ¿verdad? —farfullé, más pagado de mí mismo de lo que
debería para lo borracho que estaba.
—Sí, no he dejado de pensar en eso desde que llegué. —Vale, eso era sarcasmo. ¿O no?—.
¿Puedes desnudarte tú solo sin abrirte la cabeza contra el lavabo?
Sí, por el tono, era sarcasmo, y también una buena dosis de irritación. Igual era yo quien me
estaba imaginando cosas.
Sin esperar mi respuesta, sus manos volaron hasta el dobladillo de mi camiseta y comenzó a
quitármela. El roce de sus nudillos contra mi estómago despertó de nuevo esa jodida sensación
de estar quemándome de dentro afuera, y la cosa no mejoró en absoluto cuando la palma de su
mano se extendió sobre mi pectoral. Se me endureció el pezón bajo sus dedos y ahogué un
gemido.
A esas alturas, mi polla ya se las prometía muy felices. Estaba claro que no había recibido el
mensaje de que King era un tío y eso no iba a pasar. Aunque... ¿quería yo que pasara? ¿Lo quería
él?
—Deja de comportarte como un niño, Donovan. No tengo paciencia para esta mierda.
La dureza con que me lanzó el reproche hizo que me bajara del tren de la perversión de
inmediato. Levanté la mirada y le permití que me quitara la camiseta por la cabeza,
repentinamente abochornado.
Inspiré hondo, lo cual fue una pésima idea porque su aroma me golpeó y trajo consigo una
vez más un montón de pensamientos decadentes y perversos. Joder, quería lamer la curva de su
cuello. No podía dejar de pensar en eso.
—Quiero lamerte —solté sin más. Estaba claro que esa noche había decidido ponerme en
ridículo de todas las formas posibles.
King se rio y el sonido que brotó de su garganta fue tan masculino, grave y delicioso que hizo
eco en todas las partes equivocadas de mi cuerpo. En partes que definitivamente no deberían
verse afectadas por la risa de un hombre, y menos aún de un compañero de equipo.
—Está claro que necesitas una ducha. Con agua fría —añadió, y no pareció cabreado o
avergonzado por mi comentario.
El campus contaba con una nutrida comunidad LGBTIQ+ y se enorgullecía de ser tolerante e
inclusivo, pero en lo concerniente a los deportistas aún había mucho camino que recorrer en ese
aspecto. Ni uno solo de mis compañeros, ni que yo supiera tampoco de los miembros de otros
equipos de la universidad, se había declarado abiertamente gay, bi u otra cosa que no fuera
heterosexual al cien por cien. El mundo del deporte seguía siendo un lugar poco seguro para
mostrar una orientación que se saliera de lo heteronormativo. Supuse que, además, ninguno
quería ser el que diera el primer paso para salir del armario.
Pero si King hubiera encontrado ofensivo mi comentario, supongo que me lo habría
reprochado o se habría apartado. O tal vez solo era un tipo tolerante. No tenía manera de saberlo,
como tampoco estaba en un estado que me permitiera pensar qué demonios estaba haciendo yo.
Me apoyé contra el borde del lavabo en el mismo instante en que los dedos de King se
cerraron sobre el botón de mis vaqueros, lo cual fue de agradecer porque, en cuanto obtuve una
visión de sus manos en mis pantalones, empezó a darme vueltas la cabeza y el aire huyó de mis
pulmones de golpe. Incluso puede que mi corazón se saltara algún latido.
King se quedó paralizado cuando jadeé. Elevé la vista y me encontré con sus ojos
entrecerrados, pero esta vez me estaba mirando de una forma muy distinta, casi... apreciativa, y
desde luego también parecía dispuesto a saltar sobre mí en cualquier momento. Lo que no sabía
era si me golpearía o sus planes eran muy distintos.
Pasó un segundo. Otro. Y luego otro más. Y el ambiente del pequeño espacio en el que nos
encontrábamos se cargó de tensión sexual y de un montón de preguntas que ninguno formuló en
voz alta.
En ese preciso instante no supe muy bien quién de los dos se abalanzó sobre el otro, pero de
repente me encontré su boca apretada contra la mía y mis manos en su culo. Gemí contra sus
labios y eso le dio la oportunidad de hundir la lengua en el interior de mi boca. Al primer roce
comprendí que acababa de cometer un error fatal.
No iba a ser capaz de parar.
King sabía bien. Joder, más que eso, sabía a menta fresca, a cielo y a pecado, todo en uno. A
puro sexo. Y el muy cabrón se apropió de mi voluntad con tanta facilidad que resultó
vergonzoso. Empujó y empujó. Lamió. Mordió. Y succionó mi lengua de un modo en el que creí
que iba a correrme en los pantalones. Apreté su culo con ambas manos y restregué sin ningún
pudor mi polla contra la suya. La sensación resultó extraña, pero me hizo gemir de nuevo;
maldita sea, dudaba que nada me hubiera hecho sentir tan cachondo antes.
No me dio tregua. Y tampoco yo la quería. Me devoró con ferocidad. Firme y contundente,
sin permitirme escapar ni retroceder. Tiró de mi labio inferior entre sus dientes y luego lo lamió,
y yo tuve que apretarme con más fuerza contra él para mitigar la necesidad cruda de obtener algo
de alivio.
Joder, ¿por qué demonios cada roce de nuestras bocas y cada caricia era tan exquisito? ¿Tan...
correcto? ¿Tan deliciosamente desgarrador y tan excitante?
—Deberíamos... parar —murmuró, aunque acto seguido me lamió la comisura, agarró mi
nuca y se hundió de nuevo en mi boca. Más. Eso es. Yo también quería más—. Pídeme que pare,
Donovan. Pídemelo, joder.
No dije ni una palabra. Metí las manos bajo su camiseta y le clavé las uñas en los músculos de
la espalda. Y él redobló sus besos salvajes. No había nada contenido o suave en ellos. Y yo no
quería que lo hubiera. No en ese momento. Incluso cuando su erección se clavaba en mi
estómago, grande y tan dura como la mía.
Eso tendría que haberme vuelto loco, y no de la mejor de las maneras.
Nunca había besado a un hombre. Mi experimento con Craig palidecía en comparación con lo
que estaba sucediendo en aquel baño y, desde luego, no habíamos estado ni remotamente cerca
de besarnos en ningún momento.
Pero no quería que King parase.
Y no lo hizo. No al menos durante lo que me pareció una eternidad. Continuó bebiéndose mi
aliento, lamió mi mandíbula y mordisqueó la zona de mi mentón áspera por la sombra del vello
incipiente, y el roce de su propia barba sobre mi piel envió latigazos de placer a lo largo de mi
columna todo el tiempo. Mantuvo una mano en mi nuca y otra en mi cadera, y juro que deseé
que la moviera hacia mi polla y descubrir cómo me sentiría si eso sucedía.
Definitivamente, esa noche no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, porque fui yo el que
metió el brazo entre nosotros y presionó su erección con la palma de mi mano. Se me fue la
cabeza hacia atrás cuando mis dedos se cerraron sobre su eje duro, como si fuera a mí mismo al
que estuviese acariciando y no pudiera soportar el placer de ese toque rudo.
Pero entonces King se retiró de golpe y todo se desvaneció. Su calor se extinguió, su aroma se
disipó y ya no hubo más humedad sobre mi piel o mis labios. No más lengua. Ni besos. Ni roces
descarados, exigentes y excitantes.
Me quedé sin nada de un segundo al siguiente.
Vacío.
La realidad me alcanzó y me golpeó con dureza. Y todo lo que pude preguntarme fue hasta
qué punto acababa de cagarla.
Axel

—Olvida la ducha y vete a la cama —rugí con voz inflexible.


Donovan respiraba a trompicones. Mi propio pecho subía y bajaba a un ritmo frenético
mientras observaba el atractivo lío en el que se había convertido mi nuevo compañero de equipo.
Tenía el pelo rubio alborotado, los labios hinchados y enrojecidos, las pupilas dilatadas y las
mejillas coloreadas por la vergüenza de un modo adorable.
Lástima que estuviera tan borracho, porque no podía negar que estaba deseando arrancarle los
pantalones, inclinarlo sobre el lavabo y follármelo hasta que le temblasen las rodillas y ninguno
de los dos pudiera mantenerse en pie.
Según todas mis indagaciones —y había hecho unas cuantas—, Trey Donovan era
heterosexual. Pero la manera en que había respondido a mis besos contaba algo muy diferente.
Y, a decir verdad, yo había querido que fuera así desde el momento en el que le había puesto los
ojos encima dos semanas antes. Que no dejara de mirarme también había sido una señal, aunque
él se creyera muy discreto al respecto.
«No te enredes con él, imbécil.»
Un supuesto hetero borracho gritaba problemas, yo lo sabía muy bien, sin contar con que
vivíamos y entrenábamos juntos. Yo no escondía mi orientación sexual, aunque tampoco la iba
gritando a los cuatros vientos. Que mi antiguo equipo hubiera sido más o menos discreto al
respecto y lo hubiera aceptado bien —al menos, en su mayoría— no indicaba que eso fuera a
suceder también aquí. Era un recién llegado y no estaba seguro de querer agitar tan pronto ese
avispero.
Fuera como fuese, tampoco pensaba reprimirme. Mis días de vivir en el armario se habían
acabado hacía ya un año y no tenía ninguna intención de volver a él.
Al día siguiente Donovan me odiaría, eso seguro. Los rumores en el vestuario no tardarían en
comenzar, las miradas de reojo y los comportamientos extraños a mi alrededor, como si el mero
hecho de que un tío al azar se paseara junto a mí con solo una toalla cubriéndolo fuera suficiente
como para que babeara por él.
—Largo, Donovan —le espeté con más dureza de la que pretendía. Me importaba una mierda
lo que pensase de mí, pero no quería que creyese que me había aprovechado de su ebriedad, así
que suavicé mi tono al añadir—: Vamos, te ayudaré a llegar hasta tu habitación.
A lo mejor volver a tocarlo no era una buena idea, pero me guardaría mis manos para mí
mismo y mantendría el estúpido coqueteo al mínimo. Para empezar, ni siquiera debería haber
coqueteado con él de camino aquí.
—Siento todo esto. No volverá a ocurrir —agregué cuando no se movió. Parecía jodidamente
asustado, y eso me hizo sentir mal a muchos niveles.
Me armé de paciencia para soportar los siguientes minutos y lo que, a la mañana siguiente,
preveía como un día muy largo y jodido.
—Me has besado —farfulló titubeante, y estuve a punto de echarme a reír.
—Tú también.
Más que besarlo, lo había devorado. Y, por mucho que me hubiera dicho que tenía que parar,
apenas si había podido contenerme hasta que las cosas habían ido demasiado lejos. Esperaba que
al menos pudiera agradecerme eso.
Se lamió los labios como si intentase recuperar los restos de mi sabor de ellos. Mala idea,
joder. Yo quería más. Quería volver a besarlo y hacerle otras muchas cosas para las que no creía
que estuviese preparado. La idea de que a él le sucediera lo mismo no hacía nada por aplacar mi
erección ni favorecía la decisión de mantenerme fuera de su camino.
Avancé hacia él despacio y con las manos en alto.
—Te ayudo.
Cuando no se movió ni me lanzó un puñetazo, me decidí a envolver un brazo en torno a su
espalda y recostarlo contra mí para darle apoyo. En realidad, ya no se veía tan borracho, pero lo
último que quería era que tropezara y acabara haciéndose daño de camino a su dormitorio.
Se puso rígido en cuanto empezamos a andar para salir del baño, aunque un momento después
su cuerpo perdió la tensión y se amoldó a mi costado. Joder, su piel desnuda ardía bajo mis
dedos, e incluso cuando apestaba a alcohol —y sabía parecido— anhelé volver a deslizar las
manos sobre su cuerpo para dibujar todos los músculos de su torso. Quería tomarme mi tiempo
para lamer sus abdominales, sus pezones, hacerlo gemir y que me rogara para que me metiera su
polla en la boca o lo follase.
Apreté los dientes para apartar el pensamiento y nos arrastré a todos juntos por el pasillo:
Donovan, yo y mi miseria.
No había sentido esa clase de tirón en las entrañas por alguien desde hacía mucho. Incluso
cuando mi anterior equipo estaba lleno de tipos geniales, nadie había despertado mi interés;
gracias a Dios, porque ninguno de ellos había dado muestras de quererlo. Mis últimas relaciones
no habían ido más allá de algunas mamadas y frotamientos en locales gais a los que acudía de
vez en cuando. Y la última vez que había hecho algo parecido a salir con alguien..., bueno,
digamos que las cosas no habían terminado demasiado bien.
A los veintidós años, no era que hubiera decidido sentar la cabeza ni mucho menos, pero
restregarme en un bar oscuro contra otro tío empezaba a resultar agotador y vacío. No obstante,
mucho más lo sería enredarme con alguien que no tenía claro si le gustaban las pollas o no.
Lo solté sobre la cama y me alejé. De haber sido otro, tal vez podría haberlo ayudado a
quitarse los vaqueros, pero eso estaba fuera de toda discusión, dada la tensión que había flotado
en el ambiente. Donovan rehuía mi mirada y era de nuevo el tipo gruñón que había conocido a
mi llegada al campus, solo que ahora, en vez de acosarme con sus miraditas suspicaces, parecía
querer salir corriendo y no echar la vista atrás.
Bueno, mierda, estaba claro que se sentía incómodo.
—Da un grito si necesitas algo —le dije de todas formas. Me froté la nuca, más inseguro de lo
que era normal para mí, y le acerqué la papelera por si acababa vomitando en mitad de la noche.
Luego salí al pasillo, cerré la puerta y me apoyé en la pared durante un minuto eterno. Me
pregunté en qué demonios había estado pensando al devolverle el beso, porque definitivamente
había sido él quien lo había iniciado todo. Pero, bien, estaba borracho. Muy borracho. Y era
bastante probable que no supiera lo que estaba haciendo.
Me di una palmadita mental al recordar que me había retirado a tiempo. Posiblemente,
Donovan pasaría una noche de mierda y se levantaría con la madre de todas las resacas. Con
suerte, incluso lo olvidaría todo.
Suspiré y fui hasta el armario del baño. Recogí su camiseta del suelo y la dejé doblada en el
toallero. Luego tomé un par de analgésicos y, en la cocina, me hice con una botella de agua del
frigorífico. Eso lo ayudaría a capear con algo de dignidad las consecuencias de su borrachera.
Ni siquiera lo pensé demasiado cuando regresé a su dormitorio. Giré el pomo y abrí la puerta
despacio. Esperaba encontrarlo desmayado sobre la colcha, algo bastante probable dada la
mierda que llevaba encima.
Pero Donovan no estaba dormido. Eso habría sido mucho pedir.
El aire de la habitación desapareció de repente y, por mucho que me esforcé, no fui capaz de
llevar nada al interior de mis pulmones. Y el escaso control que había ganado sobre mi erección
se esfumó por completo.
Con los ojos cerrados, Donovan estaba tumbado en el mismo lugar en el que lo había dejado,
pero sus pantalones estaban ahora bajados hasta la mitad de sus muslos, junto con su ropa
interior, y su mano se movía sobre la dura longitud de su polla. Arriba y abajo. Una y otra vez. A
un ritmo lento y sugerente, como si no quisiera apresurarse. Como si deseara disfrutar lo máximo
posible de cualquiera que fuese la imagen que evocaba su mente mientras se masturbaba.
Su muñeca giró al llegar a la gruesa cabeza y un gemido abandonó sus labios entreabiertos; el
sonido reverberó en la habitación e hizo palpitar mi propia polla. Todo mi cuerpo en realidad.
«Oh, mierda.»
Ni siquiera se había dado cuenta de que yo estaba allí. Y no era como si mis pies fueran a
moverse en un futuro inmediato. Sabía que tenía que dar media vuelta y salir de la habitación lo
más rápido posible, pero estaba paralizado. No podía apartar los ojos de la sugerente escena. De
su espalda arqueada ni del modo en que apretaba la parte posterior de la cabeza contra la
almohada. De los músculos de su abdomen contrayéndose con cada bombeo de su mano. La
curva de sus musculosos glúteos contra el colchón...
La visión era demasiado sexy. Lo más erótico que había contemplado jamás.
Parecía totalmente perdido en su propio placer. Tan necesitado de él que deseé ser yo el que
se lo concediese. Mi mano, la que estuviera cerrada alrededor de su polla. Mis dedos, los que lo
acariciaran. Joder, quería mi boca sobre él y mi polla en su culo. Y follarlo una y otra vez hasta
el olvido y más allá.
Un nuevo gemido torturado se elevó en el interior del dormitorio y me di cuenta de que había
salido de mi garganta. La cabeza de Donovan giró hacia la puerta de golpe y sus ojos se abrieron
y se clavaron en mí.
La botella de agua que tenía en la mano resbaló y cayó al suelo, y era probable que las
pastillas hubieran corrido la misma suerte. No me consideraba un tío fácilmente impresionable y
no era como si, conviviendo con otros tipos en el pasado, no hubiera pillado alguna vez a algún
compañero de piso en una actitud comprometida. Pero nada de aquello se le acercaba siquiera...
—Hostia puta —aspiré entre dientes, porque no había más palabras que mi cerebro fuera
capaz de conjurar.
Donovan permaneció callado, con la boca abierta pero sin decir nada, y su mano, aunque se
había detenido, continuaba sobre su polla erecta. Su expresión era de absoluto pánico; sin
embargo, había también un calor ardiente en sus ojos que no disminuyó mientras nos mirábamos
en silencio.
Traté de recobrar al menos parte de la compostura. Alguno de los dos tenía que hacer o decir
algo, así que me dije que bien podría ser yo; más que nada porque no tenía mi polla en la mano,
y supongo que eso me daba alguna clase de rara ventaja.
Tragué la saliva que se me había acumulado en la boca y gané firmeza en cuestión de
segundos. Recogí la botella y las pastillas, avancé hasta la cama y lo dejé todo en la mesilla. No
lo miré, pero juro que no se movió en ningún momento. Supuse que el pánico no se lo permitía.
Me aclaré la garganta antes de tratar de hablar, aunque no tenía ni idea de qué decir.
—¿Necesitas algo más?
No hubo respuesta. Me obligué a mirarlo y... Joder, mis ojos se desviaron hacia su entrepierna
como atraídos por un puto imán. Su erección no solo no se había desinflado, sino que parecía
estar aún más duro que antes.
Se me hizo la boca agua.
Elevé la mirada hasta su rostro congestionado y el rubor se extendió por todo su cuello y
alcanzó sus mejillas de un modo delicioso. Donovan era un tipo grande, apenas unos centímetros
más bajo que yo, y tenía una espalda ancha y unos hombros firmes. Brazos musculosos y un
pecho bien construido y digno de admiración. Pero su cara era una auténtica locura. Era el
clásico californiano con pelo rubio más claro en las puntas, ojos verdes, pómulos cincelados, dos
putos hoyuelos que apenas si había sacado a relucir desde mi llegada —aunque los había visto en
un par de ocasiones cuando bromeaba con Cooper— y unos labios de aspecto suave y totalmente
follables.
Era un maldito sueño húmedo, y que estuviera semidesnudo no ayudaba en nada a mantener
mis oscuras fantasías a raya.
Me incliné sobre la cama y sus manos volaron a los lados de su cuerpo; sus dedos se cerraron
sobre la colcha, pero de inmediato una de ellas recuperó su lugar y se apretó en torno a la base de
su erección.
—Mierda —gimió, y yo perdí la cabeza.
Cuando quise darme cuenta estaba ya sentado entre sus piernas y mis manos ascendían por el
interior de sus muslos.
Le lancé un manotazo para que se soltara.
—Aparta. Yo lo haré. —Su cuerpo se arqueó en cuanto lo rodeé y soltó una florida maldición
entre dientes—. Esto es lo que en realidad quieres, ¿verdad?
Mi confianza se elevó al mismo ritmo que él dejaba escapar suaves gemidos y su estómago se
contraía. Estaba totalmente duro y la humedad se le acumulaba en la punta, prueba de lo cerca
que estaba de correrse.
Pero yo era un cabrón y quería que durara. Joder, podría hacer aquello toda la noche.
Durante un rato, deslicé la mano arriba y abajo con lentitud y la presión justa para que
resultara placentero pero no suficiente. Y cuando Donovan gimoteó pidiendo más, no pude evitar
sonreír.
—Te la chuparía si no creyera que mañana vas a volverte loco por eso. —Agarró mi mano y
me detuvo, incorporándose ligeramente sobre la almohada. De nuevo entrando en pánico—.
Tranquilo, nadie lo sabrá. No diré una palabra. Ahora, dime que lo quieres.
Mantuve mi mano inmóvil, con sus dedos aún envolviendo los míos, pero le di un pequeño
apretón. En sus ojos, la bruma del alcohol había sido sustituida por una turbia necesidad; sin
embargo, necesitaba saber que de verdad deseaba que lo tocara. Ya tendríamos mierda suficiente
al día siguiente...
Arqueé una ceja cuando no dijo nada y, tras unos segundos, comencé a apartarme. Pero
Donovan se aferró a mi muñeca y tiró de mí hasta casi hacerme caer sobre él.
—Hazlo, joder. Hazlo de una vez —escupió. Sonreí con arrogancia y él me soltó un par de
insultos, pero continuó agarrándome y añadió—: No significa nada.
Mi sonrisa se amplió y entré en modo gilipollas.
—Te vas a correr tan fuerte que volverás rogando a por más.
No le di tiempo a argumentar nada en contra. Comencé a masturbarlo con un ritmo furioso y
exigente mientras le acariciaba las pelotas con la otra mano. Eso lo volvió loco. Empezó a
retorcerse sobre la cama y a gemir de tal modo que agradecí que nuestros otros dos compañeros
de piso se hubieran quedado en la fiesta; no había forma de que nadie que lo oyera ignorara lo
que estaba sucediendo en aquella habitación.
—Joder, estás muy cachondo, ¿verdad? Te encanta esto —señalé, aunque yo no estaba mucho
mejor. Me dolía la polla de lo duro que estaba y sabía que luego tendría que acabarlo yo mismo;
no creía que Donovan fuera a ofrecerse como voluntario para ayudarme.
Pero en aquel momento me daba igual.
Los siguientes minutos fueron frenéticos. Bombeándolo sin compasión, tracé con los dedos de
la otra mano su cadera, el costado de su torso, las líneas de sus abdominales, y ascendí hasta su
pecho. Al primer roce con uno de sus pezones, Donovan empezó a murmurar cosas sin sentido.
Lo pellizqué una y otra vez, provocándolo. Era tan jodidamente receptivo a cualquiera de mis
toques que me estaba volviendo loco. Gruñó, maldijo y rogó por más, de tal modo que pensé que
terminaría pidiéndome que lo follara.
Si no hubiera bebido, al menos podría haber tanteado su entrada con los dedos. Me moría por
descubrir lo apretado que estaría y si sería tan sensible como parecía. Mi propia polla daba la
impresión de estar a punto de hacer un agujero en los pantalones para salir a comprobarlo, pero
no iba a asustarlo pidiéndole más de lo que parecía preparado para dar. Estaba claro que no había
hecho nada como aquello antes.
Y, sinceramente, no me planteé en absoluto ser egoísta con él. Quería que disfrutara cada
segundo, aunque yo no obtuviera nada a cambio.
—Mierda. Estoy... estoy casi... —farfulló, y abrió los ojos para mirarme.
El mundo se congeló durante un instante cuando nuestras miradas se encontraron. Su piel
brillaba con una capa de sudor y sus labios lucían hinchados. Sus ojos estaban completamente
nublados por el placer. Joder, quería besarlo y volver a probar su sabor. Y quería que de verdad
se corriera como nunca antes. Quería un montón de cosas de él. Y su expresión me hizo creer
que Donovan quería exactamente lo mismo.
No podía esperar para ver el espectáculo que sería su rostro cuando por fin se corriera.
Pasé el pulgar sobre la cabeza de su polla y luego por la parte más sensible bajo esta.
Donovan no apartó la mirada, pero sus párpados cayeron un poco y jadeó una maldición.
—Necesito chupártela —admití en voz alta, a riesgo de parecer un puto desesperado—, pero
si no quieres...
No me dejó terminar la frase. Exhaló un profundo gruñido, su cuerpo convulsionó y chorros
de semen se dispararon por todas partes, cubriéndome la mano, su estómago y hasta su pecho. Se
derrumbó sobre la almohada un instante después, aunque continué bombeándolo hasta la última
gota y sus músculos temblaron por las réplicas de lo que sabía que había sido un potente
orgasmo.
Y..., mierda, su expresión resultaba absolutamente deliciosa. Se perdió de tal manera que creo
que yo también me perdí un poco con él. Las líneas duras de su rostro se suavizaron, sus
párpados cayeron del todo, los labios suaves e hinchados se abrieron...
Era lo más hermoso que había visto jamás.
—Oh, joder —farfulló sin aliento, cubriéndose los ojos con el brazo—. Mierda. Mierda.
Mierda.
Sí, seguramente eso lo resumía todo bastante bien.
Trey

Me quería morir.
No, borra eso. Me había muerto y luego había ido a alguna clase de realidad alternativa en la
que...
—Joder —mascullé, todavía aturdido a pesar de que era más de mediodía y yo aún estaba en
la cama.
No había hecho otra cosa más que maldecir desde que me había despertado. Desnudo, me
había despertado completamente desnudo y con una resaca de las que te hacían desear meter la
cabeza en el váter y mantenerla ahí hasta que tu estómago dejase de hacer piruetas.
Para empeorarlo todo, tenía una erección matutina que pedía atención a gritos, aunque la
noche anterior la hubiera recibido de sobra.
—Joder —escupí de nuevo.
Al menos no había restos de semen sobre mí. Lo más gracioso era que no recordaba haberme
limpiado en absoluto. Lo que sí recordaba demasiado bien era lo duro que me había corrido.
Mierda, había visto putas estrellas y fuegos artificiales. Para el caso, bien podría haber sido
Cuatro de Julio.
Y el culpable de todo, además del alcohol de mi sangre, había sido... King. Axel King, el
nuevo quarterback de mi equipo y compañero de piso.
Genial. Todo aquello era una mierda épica y genial.
Me froté los ojos en un intento de ganar lucidez o perder la memoria, no lo tenía muy claro.
Lo que fuera que hiciera que mi pulso dejara de taladrarme los oídos y apartara de mi mente la
imagen de King bombeando mi polla como si hubiera nacido con ella en la mano. Como si ese
fuese el lugar en el que estaba destinada a estar.
Traté de no ceder al pánico. Cosas como aquella ocurrían todo el tiempo, ¿no? Alcohol,
necesidad, curiosidad. Lo que fuera. No significaba nada.
No era un imbécil homófobo, no me malentendáis. Me daba igual a quién se tirara King o
cualquier otra persona, pero cuando se trataba de mí mismo..., la idea resultaba abrumadora.
Estaba acojonado. Y excitado, eso también.
Pero no quería estarlo. Eso sería un follón en el que no tenía ánimos para meterme. Menos
aún con King. ¡Santo Dios! El tipo ni siquiera me caía bien. Era un gilipollas y un prepotente que
esperaba que la gente le hiciera la ola al pasar.
Y lo hacían. La gran mayoría de los fanáticos del campus, tíos y tías por igual, lo habían
adorado desde el mismo segundo en el que había puesto un pie en nuestra universidad.
Resoplé, cabreado conmigo mismo. Recordaba la noche anterior a trozos, pero estaba bastante
seguro de que prácticamente le había suplicado. Lo peor era que se había sentido tan bien que...
quería repetir.
Me mandé a la mierda a mí mismo y salí de la cama. Estaba a medias nervioso y a medias
expectante por lo que sucedería cuando me encontrara con él. Tan muerto de miedo como
curioso. Y cachondo, imposible olvidar eso dado el dolor de huevos que tenía.
Me cubrí con un pantalón de deporte y me fui directo al baño. Prácticamente corrí de una
habitación a otra para no encontrarme con nadie. Necesitaba una ducha. Y una paja. Y
seguramente también jurarme a mí mismo que lo de la noche anterior no se iba a repetir.
Haría como si nada hubiese sucedido, y esperaba que King hiciera lo mismo.
Sí, eso sería. «Ante la duda, niégalo todo.»
Al final no necesité negar una mierda. Cuando terminé de ducharme y me vestí, salí al salón y
me di cuenta de que no había nadie más en la casa. Era sábado, así que a esas horas Cooper
seguramente estuviera en la casa de la fraternidad. Grayson me había mandado un mensaje para
decirme que iba a entrenar a la playa y luego comería con algunos de sus compañeros de clase. Y
a saber dónde demonios estaba King, aunque tampoco me importaba. O eso me decía.
Respiré más o menos tranquilo hasta que empezó a oscurecer. Entonces cogí las llaves de mi
coche, la cartera y el móvil y salí corriendo de la casa como si el lugar hubiera estallado en
llamas.
No quería ver a King. No habría sabido qué decir ni cómo comportarme. Y no había decidido
aún cómo iba a lidiar con todo aquello, por mucho que me dijera que lo ignoraría y lo olvidaría.
Teniendo en cuenta que mis pensamientos no habían dejado de regresar a lo sucedido la noche
anterior, era más fácil decirme que podía negarlo que cumplirlo.
Ni siquiera tuve fuerzas para comer algo por ahí. Tenía el estómago revuelto y el insistente
dolor de cabeza no terminaba de desaparecer, a pesar de haberme tragado las dos pastillas que
había encontrado por la mañana en mi mesilla de noche; cortesía de King, supuse.
Para cuando regresé a casa, mi estado de ánimo era lamentable y, físicamente, parecía haber
atravesado alguna clase de infierno en las últimas horas. Tal vez hubiera sido así.
Dadas las múltiples fiestas que se organizaban cualquier fin de semana, no esperaba
encontrarme a todos mis compañeros de piso en casa. Había pensado que a esas horas de la
noche estarían emborrachándose por ahí; las pretemporadas de los distintos equipos y el
comienzo de las clases eran inminentes, y todo el mundo aprovechaba para volverse un poco
loco, aunque no era que un montón de universitarios necesitasen una excusa para hacerlo de
forma habitual.
—¡Ey! ¿Dónde te habías metido? —preguntó Cooper en cuanto crucé la puerta de entrada.
Grayson y él estaban sentados uno junto al otro en el sofá, con sendos mandos entre las manos
y la vista fija en la pantalla plana que dominaba la habitación. Había cajas de pizza en la mesa,
botellines de cerveza vacíos, y ambos vestían de manera informal, con ropa de deporte y
camisetas viejas.
Vale, así que tocaba noche de videojuegos; nada de fiesta. No era del todo extraño, pero
habría dado cualquier cosa porque ese no fuera el plan aquel día.
—Por ahí, dando una vuelta —murmuré, lo cual no era mentira.
Me había dedicado a vagar sin rumbo. Había pasado un rato aparcado frente a la playa,
mirando sin ver el mar y tratando por todos los medios que mi mente no volviera una y otra vez a
King.
Spoiler: no había conseguido una mierda.
Avancé hasta situarme de pie junto al sofá, totalmente tenso y alerta. No había ni rastro de él
en el salón, pero la esperanza de que no estuviera en casa se marchitó y murió un par de
segundos después, cuando el rey en persona cruzó la puerta de la cocina con una bolsa de patatas
fritas en una mano y más cervezas en la otra.
Juro que dejé de respirar.
—Vaya mierda llevabas anoche —se burló de mí, derrumbándose en una de las butacas a un
lado del televisor.
Luché contra la extraña necesidad de mirarlo. Quería mirarlo, pero a la vez no quería hacerlo
en absoluto. Me sentía como si estuviesen tirando de mí en dos direcciones distintas y fuese a
partirme por la mitad y dejar al descubierto toda la vergonzosa miseria de mi interior.
No le contesté, aunque Cop y Grayson se rieron y se lanzaron a parlotear sobre otros detalles
de la fiesta. Gray habló de su ligue y de lo bien que le había ido la noche con ella y yo
desconecté. Era hiperconsciente de la presencia de King en la habitación y de cada una de las
veces que intervenía. Del sonido de su voz y su risa. De cada movimiento o del modo en que se
reacomodó en el asiento en un par de ocasiones.
Incluso cuando no miré ni una sola vez en su dirección, sabía lo que estaba haciendo en todo
momento. Resultaba un poco espeluznante.
—Vas a echar raíces ahí plantado —señaló Cop, dándome un golpecito con el mando en el
muslo.
Continuaba de pie e inmóvil. Tieso como un palo. Parecía un gilipollas, la verdad. Así que
opté por fingir que no estaba a punto de tener un ataque de pánico y fui a sentarme en la butaca
libre. Tuve que pasar junto a King y, por azar o no, mi pierna rozó su rodilla. Apenas si fue un
leve toque, pero a mí se me aceleró la respiración y el pulso rebotó en mis oídos a un nivel
preocupante. La habitación se hizo de repente mucho más pequeña y mi cuerpo prácticamente
vibró. Además, ¿por qué hacía tanto calor allí dentro?
Tal vez estuviera sufriendo un derrame cerebral.
Una vez sentado, esperé a recuperar un poco el control de mí mismo antes de atreverme a
mirar a King. Mis otros dos amigos se lanzaban pullas y empujones y estaban pendientes de la
partida, así que decidí arriesgarme.
Mala idea.
En cuanto le puse los ojos encima, no fui capaz de apartar la vista de él. Llevaba una camiseta
sin mangas que dejaba al aire sus brazos y un pantalón corto de algodón. Se hallaba despatarrado
en la butaca, lo cual me daba una buena panorámica de sus poderosos muslos y... mucha carne
algo más arriba. Se me secó la boca al instante cuando llegué a la conclusión de que no parecía
que llevase ropa interior.
Me obligué a elevar la mirada. La atención de King estaba centrada en la pantalla, así que me
encontré bebiéndome con avidez cada línea de su perfil relajado, la curva de sus labios llenos, su
firme mentón y los pómulos altos y bien dibujados. No parecía en absoluto preocupado; es más,
el muy imbécil no miró en mi dirección ni una sola vez ni me prestó la más mínima atención.
Robé un trozo de pizza de una de las cajas abandonadas sobre la mesa y me forcé a masticar y
tragar. Estaba fría y no era mi preferida, pero no podría haberla disfrutado de todas formas. Lo
más probable era que, teniendo en cuenta las volteretas que estaba dando mi estómago, la
vomitara poco después.
No fui muy consciente del tiempo que pasé callado y observando a King. Cooper y Grayson
discutían y se lanzaban insultos entre risas, picados por el juego, y de vez en cuando él hacía
alguna aportación. No sabría repetir ni una sola palabra de lo que ninguno dijo, aunque en alguna
de las ocasiones que se dirigieron a mí supongo que respondí con «sí» o «no» o un «mmm»
adecuado, porque ninguno de ellos señaló mi aparente estupidez.
Me picaba la piel y mis músculos protestaban a intervalos regulares, cargados de tensión.
Hasta que contemplé cómo King, sin volverse hacia mí, se llevaba la mano al lateral de la cara
que quedaba de mi lado y se rascaba disimuladamente la sien con el dedo corazón. Supe que el
gesto estaba dedicado a mí cuando esbozó una media sonrisa burlona y, sin apartar la mirada del
televisor, se reclinó en la butaca como lo haría un rey en su trono.
«Gilipollas.»
—Me voy a la cama —dije a nadie en particular, poniéndome en pie.
—Vamos, tío, échate una partida con nosotros. Es sábado por la noche —intervino Cop,
lanzándome una rápida mirada.
Gray aprovechó su despiste para tomar ventaja en el juego, lo cual desembocó en un montón
de maldiciones saliendo por la boca de mi mejor amigo.
King se rio y... ladeó la cabeza para mirarme por fin.
Nuestras miradas se encontraron a mitad de camino. Me dije que tenía que ignorarlo y
empezar a caminar hacia el pasillo, pero no logré moverme. Mantenía esa estúpida sonrisa
bravucona en su rostro, aunque me dio la sensación de que su expresión se tornaba más suave e
interrogativa segundo a segundo.
«¿Estás bien?», pareció que me preguntaba.
«Vete a la mierda, King», me esforcé por transmitirle.
Solo entonces reuní el ánimo para dar media vuelta y largarme. Grité un absurdo e innecesario
«portaos bien» por encima del hombro y me encaminé hacia mi dormitorio a grandes zancadas,
desesperado por encerrarme allí y alejarme así de King.
Joder, y aquello no había hecho más que empezar. En el momento en que los entrenamientos
dieran comienzo, íbamos a tener que pasar un montón de horas juntos. La sola idea de compartir
vestuario con él era ya de por sí aterradora...
Ya estaba casi en el territorio seguro de mi habitación cuando oí unos pasos acercarse a mi
espalda. No me dio tiempo a entrar. Alguien me agarró del brazo y abortó mi vergonzosa huida.
—Eh, espera —murmuró en voz baja King.
Me deshice de su agarre de un tirón y él retrocedió un poco con las manos en alto. Y, a pesar
de que ya no me estaba tocando, el brazo me hormigueaba allí donde lo había hecho.
Abrí y cerré el puño para deshacerme de la sensación y él debió de tomárselo como la
advertencia de un ataque inminente. Su mirada bajó hasta mi puño y, al levantarla de nuevo, su
expresión era mucho más dura. Cautelosa pero también oscura.
—¿Todo bien? —se interesó, pese a la hostilidad que flotaba en el ambiente.
No iba a pegarle, joder, yo no era esa clase de tío. Pero supongo que eso él no lo sabía. A
pesar de que me sentí como una mierda por darle esa impresión, no fui capaz de hacer nada por
corregir lo erróneo de su percepción.
De nuevo, notaba la piel tirante como una vieja camiseta que se ha quedado demasiado
pequeña y mi pulso se había desbocado. Sabía que si me inclinaba un poco hacia delante sería
capaz de detectar ese olor exquisito que desprendía y que no había logrado quitarme de la cabeza
en todo el día, y por un segundo sentí el impulso de deslizar la mano por su brazo y colarla a
través del hueco de la camiseta para llegar hasta su pecho.
«Su puta madre.»
—Perfecto —me obligué a contestar, y pronunciar esa única palabra requirió de toda mi
fuerza de voluntad.
Odié que mi voz saliera casi jadeante. Odié que el tipo me afectara de esa manera tan visceral.
Odiaba al puto Axel King. Punto.
—No parece que estés bien.
—Me importa una mierda lo que parezca.
El tipo se atrevió a lanzarme una de sus sonrisas espléndidas y me desconcertó por un
momento que el pasillo oscuro se iluminase como si un rayo golpease el espacio entre nosotros.
¿De verdad? ¿Qué sería lo próximo? ¿Lanzarle corazones por los ojos? ¿O empezar a mear
purpurina?
¿Qué coño me pasaba?
—Mantente alejado de mí, King. —La advertencia habría resultado más efectiva si no hubiera
parecido un perro jadeante. Solo me faltaba ponerme a mover el rabo como un cachorrillo
entusiasmado, lo cual no estaba muy lejos de suceder si él continuaba observándome con esa
intensidad tan abrumadora.
—Está bien —dijo finalmente, y luego bajó la voz aún más—. No me cruzaré en tu camino,
pero no hagas como si no te hubiera gustado lo que sucedió anoche, porque tu polla dura y tus
gemidos necesitados dejaron bien claro lo mucho que lo disfrutaste.
Mis mejillas se incendiaron y se me cerró la garganta de golpe. No lo había creído capaz de
evocar nada de lo sucedido ni de lanzármelo a la cara con tanta tranquilidad. Mientras yo me
deshacía bajo el peso de su mirada, él no parecía en modo alguno afectado. Lucía calmado y
controlado. Todo arrogancia y serenidad.
Y lo odié aún más por eso.
—Te corriste en mi puta mano, Donovan —se jactó con tal naturalidad que parecía estar
hablando del tiempo.
Lo agarré de la camiseta para lanzarlo al interior de la habitación y cerré la puerta tras de mí;
no tenía ninguna intención de contarle a Cop o a Grayson lo que había ocurrido y no quería que
oyeran la conversación. Sin embargo, cuando me encontré a solas con King en mi dormitorio,
comprendí que no había sido mi idea más brillante.
Al parecer, últimamente solo tenía ideas de mierda.
Las imágenes de King inclinado sobre mí, machacándome sin compasión, se desataron en mi
mente y mi polla se endureció en cuestión de segundos. La cosa no mejoró cuando me di cuenta
del llamativo bulto que lucía el propio King. Joder, el tipo no llevaba ropa interior y el pantalón
suelto que vestía no hacía nada por contenerlo.
Nos medimos el uno al otro con la mirada, y durante un instante eterno ninguno de los dos se
movió ni dijo nada. El aire del ambiente se cargó a nuestro alrededor hasta resultar abrumador y
asfixiante, justo igual que la noche anterior.
Olía tanto a sexo que ni siquiera era gracioso.
—Y tú ibas a chupármela —me defendí, como si aquello se tratase de alguna competición de
comentarios estúpidos e irrelevantes.
Se cruzó de brazos y sus comisuras se elevaron junto con una de sus cejas. Antes de ser
consciente de lo que estaba haciendo, me encontré apreciando el modo en el que sus bíceps se
tensaban y la franja de piel de su estómago que quedaba al descubierto. Luego, mis ojos cayeron
una vez más hasta su entrepierna.
Mi polla dio una sacudida, claramente interesada en lo que sucedía en el interior de sus
pantalones, y no pude evitar mascullar una maldición.
Esto no podía estar ocurriendo. King no podía estar allí plantado, tan sereno y despreocupado,
además de claramente divertido, y yo no podía estar duro como una roca frente a él. Excitado de
un modo febril, y preguntándome si su ofrecimiento para chupármela aún tenía validez o, peor
todavía, cómo se sentiría si fuese yo el que me metiese su polla en la boca.
No, nada de eso era real.
—Joder.
—¿Eso es una invitación? —inquirió el muy gilipollas, con tanto descaro que quise darle un
puñetazo.
Pero lo peor fue que no supe qué contestarle.
Axel

Era muy consciente de que estaba presionando a Donovan de forma peligrosa. Parecía a punto de
explotar, aunque no creía que fuera a hacerlo en el mal sentido. Tal vez volviera a lanzarse sobre
mí, algo que no me habría importado en absoluto. O quizá estaba equivocado y terminara
sacándome a empujones de su habitación.
Lo que estaba claro era que se encontraba bordeando el límite.
Y yo no podía evitar seguir empujándolo.
—Te encantó lo que te hice —señalé, dejando que mi espalda reposara contra la puerta
cerrada.
Grayson y Cooper estaban en el salón, a unos pocos metros de distancia en la planta baja, pero
podía oír el eco de sus gritos y risas, lo que significaba que no podía pasar nada en la habitación
sin que probablemente acabaran enterándose. No era como si yo tuviera algo que esconder, pero
Donovan apenas si podía asumir lo de la noche anterior, así que me dije que tenía que
comportarme.
Pero comportarme no se me daba bien en general, y con Donovan me resultaba aún más
difícil. Era demasiado excitante presionar y escarbar en su interior para comprobar hasta dónde
podía llegar. Cuán lejos podía empujarlo.
No negó mi afirmación. Yo sabía que lo había disfrutado. Joder, el tipo había explotado en mi
mano como un puñetero volcán en erupción. Había gemido todo el tiempo y se había mostrado
tan necesitado y ansioso que estaba deseando poder contemplarlo así de nuevo. Pero esta vez lo
quería sobrio y quería que rogara. Quería que suplicara para obtener lo que yo podía darle.
Me impulsé hacia delante y avancé hasta él. En cuanto comencé a moverme, dio un paso
hacia atrás. Y luego otro. Y otro. Hasta que tropezó con su escritorio y ya no tuvo adónde ir. La
puerta ni siquiera tenía el pestillo echado y sabía que los otros podrían irrumpir en cualquier
momento en la habitación.
Pero eso solo lo hacía todo más excitante.
El pánico fue apoderándose de su expresión conforme me acercaba a él, aunque había mucho
más detrás de su mirada horrorizada. Curiosidad, deseo, ansiedad y un ardor tan profundo que
hizo que mi propia sangre se me calentara en las venas.
Incluso asustado, el tipo resultaba jodidamente atractivo. Y yo sabía que cuando se corría lo
era aún más. La noche anterior lo había visto ceder a mis caricias y caer, y había caído con
mucha fuerza; todo un espectáculo para la vista.
—¿Qué demonios haces? —preguntó con un suspiro tembloroso.
—Mmm... —Levanté la mano y dejé que mis uñas arañaran el débil rastro de barba de su
mandíbula.
Podría haberme dado un manotazo, apartarme de él, detenerme con un simple «no». Yo me
habría marchado, no era tan capullo. Pero no lo hizo. Sus fosas nasales se ensancharon cuando
tomó aire de forma brusca y yo empujé su barbilla hacia arriba. No se resistió, y su docilidad
solo espoleó aún más mi deseo de continuar empujándolo. Quería arrancarle la ropa y desmontar
su cuerpo pieza a pieza hasta que no fuera más que pura necesidad. Hasta que sollozara y
lloriqueara por mi polla. Hasta que se derritiera por mi causa. Por mí.
—No puedes tocarme —balbuceó con un tono débil.
Le dediqué la sonrisa más arrogante que fui capaz de conjurar, una que decía «Puedo hacer lo
que quiera». Ni siquiera necesité decirlo en voz alta, y juraría que él lo comprendió
perfectamente. Y que lo aceptó.
Un suave rubor ascendió por su cuello. Tragó de forma audible. El tipo que tenía frente a mí
no se parecía en nada al que había visto durante las dos semanas anteriores. Trey Donovan era el
clásico chico californiano, todo un tópico andante, y, por regla general, cuando pensaba que yo
no miraba, hacía alarde del encanto y la seguridad que se esperaba de alguien como él.
Encantador y divertido, aunque frente a mí gruñera demasiado a menudo.
Pero no ahora, no cuando lo estaba tocando. Y aunque había prometido no repetir lo sucedido
la noche anterior y mantenerme alejado de él por el bien de ambos, resultaba demasiado tentador.
—Cop y Gray... —farfulló, pero no fue capaz de terminar la frase.
—Tranquilo, chico de oro, no se van a enterar.
Sus labios se entreabrieron y exhaló un suspiro titubeante, como si apenas alcanzara a llevar
aire a sus pulmones. Me lamí los labios y su mirada de inmediato se movió hacia mi boca, lo
cual solo me hizo sonreír de nuevo.
Estaba tan tenso que parecía que en cualquier momento fuera a quebrarse bajo mi tacto, y la
sensación que eso me provocaba resultaba casi abrumadora. Adictiva.
Tracé un camino descendente por el lateral de su cuello con la punta de los dedos. Suave y
despacio. Y la piel se le erizó. Joder, era tan tan receptivo a cada uno de mis toques. Incluso
cuando luchaba contra ello, su cuerpo respondía de forma inmediata. Sin engaños ni
fingimientos. Había una extraña vulnerabilidad en el hecho de que no fuera capaz de esconder
sus reacciones que solo me hacía desearlo más y más.
Continué bajando por su torso hasta alcanzar el dobladillo de su camiseta y deslicé la mano
bajo la tela para volver a ascender con la misma calma. Los músculos de su abdomen ondularon
y se mordió el labio inferior, y sus dientes se clavaron aún con más fuerza cuando froté uno de
sus pezones. Hizo un ruidito con la parte posterior de la garganta que fue directo a mi polla. Y
me pregunté si sería así como sonaría si le follaba la boca.
—Te gusta esto, ¿verdad? —pregunté mientras continuaba torturándolo.
Apenas fue capaz de asentir, y puede que me emocionara más de la cuenta cuando por fin lo
consiguió.
Lo empujé contra el escritorio y aprisioné sus caderas con las mías, mostrándole lo mucho
que me gustaba también a mí. Mi pantalón de algodón y la ausencia de ropa interior no hacían
nada por ocultar mi erección y sabía que él se había fijado en el salón; me había estado mirando
todo el rato, creyendo que no me daba cuenta. Y tal vez fuera precisamente la manera ansiosa en
la que lo había hecho lo que me había empujado a seguirlo hasta su dormitorio.
Sujeté su cadera con una mano y le lamí el cuello hasta llegar al hueco tras su oreja. Donovan
se estremeció y un gemido ahogado escapó de entre sus labios. Joder, si seguía así iba a
olvidarme de que mis compañeros de piso estaban abajo e iba a darle todo por lo que parecía
estar rogando.
Rodeé con la mano su erección a través de la tela de sus vaqueros y apreté. Se le cerraron los
ojos y, acto seguido, masculló una maldición.
—Abre los ojos, chico de oro. Mírame. —Obedeció con rapidez y lo premié con dos
placenteros tirones—. Quieres esto, ¿verdad? Te mueres por sentir mi mano alrededor de tu
polla.
No contestó, pero no fue necesario. Empezó a empujarse contra mi mano en cuanto se dio
cuenta de que no iba a moverla más. Tan necesitado. Tan jodidamente ansioso.
—Eso es. Hazlo tú mismo —lo alenté. Deslicé la otra mano a su espalda y apreté una de sus
duras nalgas—. Muéstrame lo mucho que lo quieres.
—Vete a la mierda, King —replicó, pero no se detuvo. Ahogué una carcajada para no alertar a
los otros y que vinieran a comprobar qué era lo que resultaba tan divertido. Donovan gimoteó—:
Oh, mierda. Joder.
Aceleró el balanceo, follándose mi mano con abandono. Su cabeza cayó hacia atrás y tuve que
agarrarle la nuca para obligarlo a mirarme. Quería verlo, joder. Quería contemplar cómo perdía
los putos sesos mientras iba en busca de su orgasmo y se deshacía contra mí.
Mi polla palpitaba al ritmo de sus embestidas, necesitada de un poco de acción, pero la visión
de Donovan luchando por más fricción resultaba demasiado deliciosa como para que me
plantease hacer algo al respecto. Era una puta fantasía húmeda.
Me incliné sobre su oído.
—En algún momento, te desnudarás para mí, abrirás la piernas y me pedirás que te folle. Y
amarás cada jodido segundo que pases con mi polla enterrada en tu culo.
—Mierda, King. Deja... Cállate, joder —balbuceó medio ido, con los párpados apenas
abiertos y jadeando en busca de aire. Empujando con más y más fuerza. Más rápido. Pura
necesidad y lujuria.
Prácticamente sollozaba por liberarse.
Estaba a punto de correrse, así que...
Di un paso atrás y retiré la mano. Y durante unos pocos segundos Donovan continuó
sacudiéndose contra la nada.
—¿Qué coño...? ¿Por qué demonios te has apartado? —protestó frustrado, y ni siquiera
moderó el volumen de su voz para evitar llamar una atención indeseada.
Su respiración no era más que una serie de jadeos encadenados, sus ojos estaban vidriosos y
tenía el labio inferior hinchado por habérselo estado mordisqueando todo el tiempo. Y, bueno...,
la abultada parte delantera de sus pantalones lucía una pequeña mancha húmeda.
Le dediqué una sonrisa oscura y maliciosa y me encogí de hombros. Retrocedí hasta la puerta
sin mirarlo, no por vergüenza, sino más bien como... una dulce venganza. Sí, lo estaba torturando
y lo sabía.
—Acaba tú mismo, chico de oro. Seguro que sabes cómo hacerlo.
Solo cuando estuve junto a la puerta me giré hacia él. Parecía totalmente desarmado. Medio
tirado sobre el escritorio y con la frustración y la ira luchando claramente por apropiarse de su
expresión. Creo que incluso temblaba, y me requirió una buena cantidad de autocontrol no
regresar sobre mis pasos y darle el alivio que tanto necesitaba.
Me crucé de brazos y no dije una palabra. Solo me quedé allí, observando al maldito chico de
oro. Mi compañero de piso. Mi compañero de equipo. Era condenadamente hermoso, no tenía
sentido negarlo.
Pero lo quería rogando... Quería que lo deseara. Que me deseara.
—Eres un cabrón —escupió, incluso cuando resultaba evidente que estaba perdido y
desconcertado.
—Y tú estás deseando que te la chupe.
Abrió la boca para replicar, pero lo que fuera que viera en mis ojos lo disuadió y la cerró antes
de dejar ir palabra alguna.
—Buenas noches, Donovan.
No esperé para que me deseara lo mismo. No creía que fuera a hacerlo.
Abrí la puerta y me largué.
Trey

Los días se arrastraron uno detrás de otro durante las dos siguientes semanas. Comenzaron los
entrenamientos. Grayson no pertenecía al equipo de fútbol, pero también era un atleta, aunque lo
suyo fuera el voleibol. Así que todos estábamos tratando de retomar la forma que habíamos
perdido durante las vacaciones y acomodarnos a la nueva rutina de ejercicio, ejercicio y más
ejercicio.
A pesar de que me machaqué en el campo y pasé horas en el gimnasio, estaba tenso como el
infierno y de un humor lamentable. Por mucho que me esforzase para desgastarme hasta que lo
único que pudiera hacer fuera caer rendido en mi cama al final del día, nunca resultaba
suficiente. Apenas había visto a King fuera de los entrenamientos, y no tenía claro si él me
evitaba a mí o yo a él.
Bien, mentira. Yo seguro que lo evitaba a toda costa, pero la idea de que él estuviera haciendo
lo mismo me provocaba un absurdo malestar en la boca del estómago que no sabía cómo
sobrellevar. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido entre nosotros. Daba igual lo
mucho que me empeñara en apartar las imágenes explícitas que mi mente me lanzaba de modo
aleatorio y en los momentos menos adecuados: King con la mano alrededor de mi polla, King
susurrándome obscenidades al oído, King sonriéndome, cerniéndose sobre mi entrepierna y
atragantándose con mi erección... (Eso no había ocurrido, pero a mi imaginación no parecía
importarle.) Y había otras fantasías mucho más sucias, unas en las que no quería pensar y que
implicaban a King a mi espalda empujando y machacándome de forma salvaje hasta clavarme al
puto colchón.
Estaba jodido. Muy jodido. Y no de la manera divertida.
También me sentía aterrorizado, pero la cuestión era que estaba más cachondo que asustado,
lo cual era peligroso, porque, si seguía así, acabaría abalanzándome sobre él la próxima vez que
nos cruzásemos en el pasillo y suplicándole que me follara de una vez por todas.
—Ey, ¿vais a lo de esta noche en Phi Delta? —La pregunta fue lanzada al interior del
vestuario por Jules, uno de los defensas.
Acabábamos de terminar el entrenamiento y yo apestaba. Me había llevado un sermón del
coordinador ofensivo sobre estar centrado y no perder el objetivo de vista, sobre mucho trabajo y
menos juergas, como si me pasara las noches de fiesta en fiesta. Resultaba gracioso, porque solo
había ido a una en las últimas dos semanas y con la única intención de buscar un polvo sin
complicaciones con alguien pequeño y bonito que no midiera uno ochenta y cinco, tuviera el
pelo negro ni una voz profunda y sexy. Que no fuera un cabrón mandón y arrogante. Ah, sí, y sin
nada colgando entre las piernas.
Había sido un desastre. No porque no lograra un ligue. No era un gilipollas prepotente como
King, pero yo sabía que gustaba a las chicas, y conseguir a alguna dispuesta a darse un revolcón
conmigo no solía ser nunca un problema. Pero cuando me había encontrado en un rincón oscuro,
apretándome contra las curvas de una de mis compañeras de clase, su lengua en mi boca y mis
manos sobre su culo, todo me había parecido... equivocado.
Mi libido se había declarado en huelga indefinida y yo había tenido que salir de la fiesta a
toda prisa tras balbucear una burda excusa.
Lo peor era que, en cuanto pensaba en King, no tenía ningún problema en ponerme duro
como una piedra. Así que estaba sobreviviendo a base de pajas. A ese paso se me caería de tanto
machacármela, y ni siquiera resultaba tan placentero como lo había sido con el idiota de King.
Cooper, sentado en el banco a mi lado, me dio un empujón con el hombro que me devolvió al
presente.
—¿Vas a ir o vas a seguir comportándote como un imbécil?
—Estoy bien —repetí, porque Cop parecía sospechar que me pasaba algo y me había
interrogado varias veces al respecto.
«Estoy bien» era mi respuesta comodín en esos días. Una mierda, vamos. Y mi mejor amigo
no tenía intención de comprarlo. Me conocía demasiado bien.
—¿Vas o no? —insistió mientras se deshacía de las zapatillas.
Ladeé la cabeza y lo miré. No llevaba camisa y estaba muy en forma, como todos en el
equipo. Traté de admirarlo con ojos apreciativos y descubrir si me resultaba guapo o había algún
indicio de atracción, pero no me provocó absolutamente nada. Claro que llevábamos años siendo
amigos, pensar en él de otro modo resultaba... perturbador. Era casi como un hermano para mí.
Agité la cabeza y deseé poder frotar el interior de mi cerebro con agua y jabón para borrar el
decadente pensamiento.
—Vale. Iré —cedí finalmente. No quería que creyese que tenía algún problema con él, y
quizá una fiesta me distrajera.
A lo mejor incluso mi cuerpo colaboraba y consiguiera un poco de alivio.
Por alguna estúpida conexión de ideas, ese pensamiento me hizo levantar la vista y buscar a
King a través del vestuario. Su taquilla estaba en el otro extremo de la sala y él se encontraba de
espaldas a mí, concentrado en quitarse la equipación. Durante esas dos semanas, yo había sido lo
suficientemente inteligente como para no tentar mi suerte y había evitado mirarlo en el vestuario.
Lo último que necesitaba era una erección rodeado de tipos semidesnudos o directamente en
pelotas, y estaba bastante seguro de que eso era lo que sucedería si me paraba a observarlo más
de dos segundos seguidos.
Pero resultó que no necesitaba mirarlo siquiera. Mi cuerpo reaccionaba a su mera presencia en
cuanto él entraba en la misma habitación. Había algo magnético, oscuro e intenso en el modo en
que todo se despertaba dentro de mí cuando King estaba alrededor; una llamada que arrastraba
cada uno de mis músculos y mis huesos en su dirección.
Si nos cruzábamos en el pasillo de casa, me estremecía. Si entraba en el baño después de que
él se duchase, la boca se me hacía agua al captar el aroma de su piel húmeda mezclado con el de
su gel flotando en el ambiente. Me ponía tan cachondo que había tenido que buscar en Google si
los humanos éramos capaces de desprender feromonas o alguna mierda parecida para atraer a
otras personas como perros lujuriosos.
Los resultados que había arrojado la búsqueda no habían sido nada alentadores ni
concluyentes, pero yo estaba convencido de que me estaba volviendo loco y de que la cosa no
iba a mejorar hasta que hiciera algo para remediarlo.
King debió de sentir mis ojos taladrándole la nuca. Volvió la cabeza en mi dirección y me
dedicó una de sus sonrisas de bastardo arrogante por encima del hombro. Acto seguido, tiró de su
camiseta interior y la parte superior de su cuerpo quedó al descubierto, dándome una vista apenas
parcial de sus abdominales cincelados con exquisita perfección, su costado derecho y uno de sus
pezones oscuros.
Me incliné para ocultar la amenaza del principio de una erección. Cooper continuaba
desvistiéndose a mi lado, ajeno al intercambio de miradas entre King y yo y, gracias a Dios,
también a mi evidente excitación.
Alargué todo lo que pude el tedioso proceso de deshacerme de mi propio equipo. Resultaba
una bendición que las duchas fueran individuales y contaran con puertas para salvaguardar la
intimidad de los jugadores, porque ya me habría puesto en evidencia más de una vez de tener
duchas comunes. Aun así, no tenía ninguna intención de coincidir con King por el pasillo que
llevaba hasta ellas. Esperaría hasta que el tipo se metiera en una para entrar en otra —lo más
lejos posible de él—, ducharme en tiempo récord, vestirme y salir corriendo del vestuario.
Joder, me daría un infarto si seguía así.
A lo mejor era mejor abordarlo y... Mierda, lo que fuera. Terminar con eso de una vez.
—Genial, tío. Las chicas de Delta Gamma estarán allí. Necesito echar un polvo —aseguró
Cooper, aún centrado en la fiesta de esa noche.
—Amén a eso, hermano —repliqué entre dientes.
Cop, ya desnudo, me palmeó la espalda y soltó una carcajada antes de encaminarse hacia las
duchas. Yo aún tenía la mayoría de las protecciones puestas. Me movía como una octogenaria
moribunda cruzando un paso de peatones interminable.
—A lo mejor así dejas de gruñir todo el tiempo —sentenció mi amigo antes de perderse por el
pasillo.
La mayoría de los chicos ya estaban duchándose. Chad y Jules se reían de alguna broma a
pocos pasos y, con el rabillo del ojo, vi a King inclinándose hacia delante con los dedos
enrollados en la cinturilla del pantalón. Tiró hacia abajo muy despacio, casi como si se estuviera
desnudando para mí. Dos profundos hoyuelos asomaron en la parte alta de sus nalgas y luego
todo su musculoso y exquisito culo quedó en exposición.
Me lamí los labios en un acto reflejo.
Desde luego que estaba jodido si el culo de un tipo me hacía salivar.
Cuando quise darme cuenta, ya no lo observaba de reojo, sino que lo estaba mirando
abiertamente. Mis ojos se pasearon con una ansiedad vergonzosa por todo su cuerpo. La curva de
su espalda baja, la redondez de sus nalgas, los músculos que ondulaban con sus movimientos...
Mierda, ahora ya estaba completamente duro.
Ahogué un gemido de vergüenza para no llamar la atención de mis otros compañeros y bajé la
vista al suelo. Esa mierda acabaría conmigo. Era una auténtica tortura, y estaba claro que no
podía continuar así.
Después de un momento, una sombra se cernió sobre mí. Ni siquiera necesité comprobarlo
para saber de quién se trataba. Los pies y la mitad inferior de las piernas de King entraron en mi
campo de visión, y también el borde de una toalla. Al menos no estaba plantado frente a mí
desnudo, porque no estaba muy seguro de lo que pasaría si levantaba la barbilla y me encontraba
su polla justo delante de los ojos.
Continué desatándome las zapatillas con una calma que ni de lejos sentía y recé para que no
se percatara del temblor de mis dedos.
—Juegas como el culo, chico de oro.
Gruñí. Eso era culpa suya, pero no había manera de negar que había sido un desastre en el
entrenamiento de ese día; en los de las últimas dos semanas en realidad.
—Creo que lo que necesitas es un buen polvo —agregó, y la diversión quedó patente en su
voz.
Jodido capullo arrogante. Él sabía lo que me hacía. Lo sabía. Y le encantaba.
—Que te jodan, King.
—Eso se podría arreglar —replicó, y esta vez no detecté burla alguna en sus palabras.
«Mierda.»
¿Estaba insinuando que yo podría...? Imágenes de King a cuatro patas sobre mi cama,
gloriosamente desnudo y sudoroso, gimoteando bajo mi cuerpo y apretado alrededor de mi polla
se desparramaron por mi mente como un castillo de naipes que se derrumbara bajo la más suave
brisa.
Por mucho que tratara de negarlo, llevaba dos semanas imaginando a King follándome hasta
dejarme sin sentido, y la idea resultaba tan atractiva que mis pajas no duraban más allá de un par
de minutos. Era más que vergonzoso. Pero no podía negar que la idea que acababa de sembrar en
mi mente le hacía una clara competencia. Cualquiera de las dos me valdría, dijera lo que dijese
eso de mí, aunque era probable que King solo me estuviera tomando el pelo.
Levanté la mirada por inercia.
Error.
King tenía una mano en torno a la toalla para mantenerla sobre sus caderas. La profunda «V»
de sus oblicuos y el resto de sus abdominales eran una verdadera delicia. Su otra mano se hallaba
sobre su pectoral izquierdo y se acariciaba el pezón de forma distraída; un puto pezón perforado.
Una barrita de metal lo atravesaba de lado a lado y la zona se veía un poco enrojecida, aunque a
él no parecía dolerle en absoluto mientras se tocaba. ¿Cuándo demonios se había hecho aquello?
—¿Te has hecho un piercing? —inquirí, y para mi vergüenza soné jadeante y... excitado.
—¿Te gusta? —Se inclinó hasta que su cabeza quedó junto a la mía y, en un tono ronco y
peligroso para mi cordura, añadió—: Puedo dejar que lo lamas. Apuesto a que podrías correrte
haciéndolo, chico de oro. Ni siquiera tendría que tocarte.
Mi cabeza giró como un látigo en dirección al lugar donde antes estaban Chad y Jules, pero
no había rastro de ellos. Ni siquiera me había dado cuenta de que se iban. Joder, lo que me hacía
King no era normal.
—Estás lleno de mierda —le espeté, recomponiéndome a duras penas.
—Lo que estoy es jodidamente cachondo. Y tú también pareces necesitar liberar tensión.
Métete en la última ducha del pasillo y espérame allí. —Abrí la boca para protestar, mandarlo a
la mierda o reírme, lo que fuera. Cualquier cosa. Pero King cortó mis protestas antes incluso de
que pudiera lanzarle algún argumento decente—. Hazlo, Donovan. Ya.
Me levanté, me arranqué el resto del equipo tan deprisa que a punto estuve de caerme de
bruces al suelo e hice exactamente lo que me había ordenado. Mi cuerpo no dudó ni un segundo.
Fue realmente patético.
Estaba aún más jodido de lo que pensaba, eso estaba claro. Pero no podía esperar para
descubrir lo que King me tenía preparado.
Trey

Había algo oscuro y pecaminoso en la manera en que King me ladraba órdenes y mi cuerpo
respondía a ellas por inercia. Era excitante y vergonzoso al mismo tiempo. No necesitaba
esfuerzo ni ningún tipo de coacción para ejercer influencia sobre mí, solo esa voz rica, pausada y
autoritaria derramándose en mis oídos y sacudiéndome de pies a cabeza como un maldito
tsunami.
Entré en la última ducha del pasillo sin siquiera preocuparme de llevar una toalla conmigo.
Abrí el grifo y, con las manos apoyadas en la pared, me metí bajo el chorro de agua caliente. El
corazón me sacudía las costillas con cada latido, pero, aun así, había algo calmante en el hecho
de estar allí plantado esperando a que King apareciera. Tal vez, después de todo, me gustaba que
me diera órdenes.
Quizá era más fácil así y podía decirme que me estaba limitando a obedecer.
No tenía ni idea. Pero cuando oí ruido a mi espalda y el clic de la puerta cerrándose, no me
moví. A pesar de la existencia de dichas puertas, en el campus no debían de sentirse tan
comprometidos con la privacidad de los estudiantes como para añadir un pestillo, así que debería
haber estado más preocupado. Uno de mis compañeros de equipo podía equivocarse de puerta o
sentirse especialmente gracioso —algo de lo más habitual— e irrumpir en la ducha en cualquier
momento. Y podía oír el sonido de otros grifos abiertos y hasta algún intercambio de
comentarios de un cubículo a otro, lo cual debería haber bastado como recordatorio de lo mucho
que podían torcerse las cosas si encontraban a King allí conmigo.
El pensamiento se desvaneció de mi mente cuando unas grandes manos me sujetaron de las
caderas. Me tensé durante un par de segundos, pero entonces los pulgares de King se movieron
en círculos sobre mi piel, despacio, con una suavidad que resultaba casi tierna, y mis músculos se
relajaron bajo ese contacto.
Pasamos unos pocos minutos así, en silencio, como si de algún modo nos estuviéramos
acostumbrando a la presencia del otro de nuevo o alguna mierda profunda por el estilo. Hasta
que sentí el aliento de King revoloteando junto a mi oído. Pegó su pecho a mi espalda y sentí el
metal frío de su pezón contra la piel. Luego acomodó su polla entre mis nalgas como si ese fuera
su sitio, lo cual igual no iba muy desencaminado dados los últimos acontecimientos.
Me estremecí, pero ni me di la vuelta ni lo rechacé. Mi desesperación estaba ya muy lejos
como para salir de allí corriendo y escandalizado y, si era honesto conmigo mismo, lo único que
había conseguido King era excitarme aún más.
—No tengo un condón y no puedo follarte —susurró, y yo tuve que apretar los párpados y los
labios para evitar dejar escapar un torpe jadeo. Su melodiosa risa resonó en el estrecho espacio
cuando lo percibió. Cabrón—. Además, estoy seguro que te pondrías a gemir a gritos y todos
sabrían exactamente lo que estamos haciendo. Y tú no quieres eso, ¿no es así?
—Te encanta oírte hablar, ¿verdad? —repliqué en un susurro, y lo acompañé de algunas
maldiciones también en voz baja.
A pesar del ruido del agua corriendo, cualquiera que oyera a dos tipos murmurando en el
interior de una de las duchas no tardaría en preguntarse qué demonios estaba pasando. Y no
estaba seguro de cómo se tomarían mis compañeros de equipo la idea de que su quarterback y su
mejor running back no solo se ponían de acuerdo en las jugadas dentro del campo.
La rica risa de King llenó el aire una vez más. Joder, el tío de verdad estaba encantado de
conocerse.
—En realidad, lo que me gusta es cómo reaccionas tú cuando me oyes hablar. Resulta...
embriagador.
Se estaba burlando de mí, pero me obligué a aguantar. También a no ceder con tanta facilidad
a sus exigencias. Bien podría conservar aunque solo fuera un poco de dignidad, si es que aún me
quedaba algo de eso.
—¿Vas a chupármela o no? —gruñí, y casi, casi, logré no sonar mortalmente desesperado.
King acabaría conmigo, esa era una certeza de la que no tenía ninguna duda.
—Mmm..., ¿eso te gustaría, chico de oro? —Hizo una pausa para lamer las gotas de agua que
resbalaban por mi cuello y sus manos, hasta ahora inmóviles en mis caderas, comenzaron a
moverse. Sus dedos se extendieron por mi espalda. Arriba y abajo. Firmes y resueltos—. Haré
algo mejor.
—¿Calentarme y luego largarte como la última vez?
Esperé su respuesta conteniendo el aliento, porque quería saber si eso era lo que se proponía.
Necesitaba saberlo. No volví a respirar hasta que él contestó:
—No esta vez.
Bueno, al menos no acabaría con dolor de huevos y masturbándome de nuevo. Aunque esa
fue una suposición quizá demasiado precipitada, porque King me agarró una mano y me hizo
envolver los dedos alrededor de la base de mi erección. Siseé cuando apretó mis dedos con los
suyos. No supe si de alivio, dolor o placer; en realidad, no tenía ni idea de lo que King le hacía a
mi cuerpo.
—Tócate. Ve despacio. Y no pienses siquiera en correrte hasta que yo te lo diga.
—Eres un imbécil. Apuesto a que lo sabes.
—No es la primera vez que me lo dicen —murmuró, y el aguijón de los celos que me atravesó
el pecho me pilló desprevenido. ¿Qué mierda era eso? ¿Qué me importaba a mí a quién se
hubiera follado antes?—. Pero admito que nunca en una situación como esta.
Eso me calmó de una forma absurda. No quise pensar en lo que significaba. No iba a pensar
en otra cosa más que en encontrar alivio a las dos semanas de tortura y anhelo por las que había
pasado.
—Sigue tocándote —dijo a continuación, retirando su mano de la mía.
Sinceramente, eso no era ni de lejos suficiente. Ni a mi mano ni a mi polla les hizo demasiada
gracia la orden. Últimamente se habían hecho íntimas y estaban muy cansadas la una de la otra.
Y yo estaba un poco harto también. Frustrado. Pero hice lo que me dijo. Tal vez porque sus
manos se deslizaron de un lado a otro y de repente estaban por todas partes. En mi pecho. En mis
hombros. A lo largo de mis costados. Siguiendo la línea de mi columna. Presionando mis
muslos. Apretándome el culo. En cualquier parte menos en mi polla. Cómo no.
Gruñí, aún más frustrado.
No quería masturbarme. Quería que fuera él quien me tocara. Quería su mano rodeándome y
bombeando, joder. Lanzándome a otro de esos orgasmos en los que me quedaba medio ciego y
apenas podía respirar. Pero, al parecer, lo que yo quisiera no le importaba una mierda a King.
Sus labios se posaron en mi nuca y la sensación fue... sorprendentemente cálida.
—Apuesto a que, si te pidiera que abrieras las piernas para mí, me preguntarías cuánto.
—Oh, joder, vete al infierno —escupí cada vez más malhumorado, aunque creo que ambos
sabíamos que eso era justo lo que haría.
Pero no pensaba admitirlo.
Resistir. Resistir. Resistir.
Podía hacerlo.
No rogaría. Ni suplicaría. «Que se joda el puto King.»
Una de sus manos bajó hasta la curva de mi espalda y alcanzó mi culo, y entonces se detuvo.
—¿Has estado alguna vez con un hombre, chico de oro?
—Deja de llamarme así —solté, solo para ganar tiempo. Admitir mi escasa experiencia no me
hundiría más en la miseria; ya había caído bastante profundo en ese charco.
Me agarró del pelo y dio un tirón. Mi cabeza colgó hacia atrás, exponiendo mi garganta y mi
boca a la vez, y cerré los ojos para no tener que ver su rostro. Sabía que me rompería del todo si
lo miraba.
—Bueno, tienes este pelo tan rubio y adorablemente alborotado, y toda esta piel bronceada.
Eres dorado y... bonito.
¿Qué mierda quería decir? ¿«Bonito»? ¿En serio? ¿Eso era lo que le parecía? Algunas chicas
me habían dicho que era sexy, guapo o incluso atractivo. Que estaba bueno. «Bonito» ni siquiera
era algo que se le decía a un tío, ¿no? ¿O sí?
Ni siquiera fui capaz de decidir si me gustaba o no el halago. Y tampoco tuve más
oportunidad de pensar en ello porque King siguió a lo suyo.
—Responde a la pregunta. ¿Has hecho esto alguna vez?
—No. No de esta forma —admití finalmente.
Se quedó callado un rato, y eso me puso nervioso. ¿Se iba a echar atrás? Juré que lo mataría si
se largaba en ese momento. No podía ser así de capullo.
Pero entonces su mano volvió a moverse y sus dedos pasaron con suavidad sobre mi agujero.
El puto aire de aquella mierda de sitio enano desapareció en cuanto me rozó y tuve que luchar
para continuar respirando, además de para no correrme.
Me dije que reprimir el impulso no tenía nada que ver con que él me hubiera dicho que no
podía hacerlo. No, no era eso. Solo que ni de coña iba a terminar tan rápido.
—Esto... ¿está bien? —preguntó con una voz algo más suave, aunque la oscuridad y ese tono
ronco persistieron.
Fue la primera vez que me dio la sensación de que dudaba. Me desconcertó aún más que
eligiera ese momento para distribuir una serie de besos por mi espalda. Casi resultó cariñoso. Y
mentiría si dijera que no quería sentir la suavidad de sus labios también sobre mi boca otra vez.
Llenarme de su sabor y respirarlo como un adicto que esnifa su dosis después de demasiado
tiempo esperando por ello.
—¿Está bien? —insistió con una nueva pasada de sus dedos alrededor de mi entrada.
—Sí.
Se me estaban aflojando las rodillas y mi mano se movía de forma errática sobre mi eje. Ni
siquiera estaba apretando ni dándome otra cosa que no fueran pasadas muy poco satisfactorias
que no hacían nada por resultar placenteras. Dios, ¿a quién quería engañar? Me estaba tocando a
mí mismo solo porque él me había dicho que lo hiciera. Pero su tacto, su sola presencia tan cerca
de mí eran como una droga, y yo necesitaba más.
Presionó un poco con la punta del dedo. No parecía estar tratando de ir más allá. Era una
especie de tanteo, pero me estaba volviendo loco de todas formas. Mi cuerpo era como un
maldito cable de alta tensión y mis músculos no dejaban de vibrar y de estremecerse.
—Haz algo de una vez —exigí con otro de mis estúpidos susurros. Joder, todo aquello era
irreal.
—No corras tanto. Si quieres una paja rápida, puedes hacértela tú mismo.
Se retiró y me maldije por joderlo todo. Dios, no quería que parara, pero tampoco estaba
dispuesto a rogar.
Maldito King.
Por suerte, no se marchó. El tipo sabía hasta dónde apretar, cuándo tocar, cuánto exigir y
cuándo esperar. Volvió a deslizar la polla entre mis nalgas y comenzó a balancearse mientras me
sujetaba por las caderas.
Mierda. Tenía una polla en el culo; no dentro, eso estaba bastante claro. Y lo peor era que ese
detalle ni siquiera era una buena noticia para mí. Me dieron ganas de reír, pero no era divertido.
Era jodido y lamentable que lo necesitara tanto y de esa forma. Que necesitara a Axel King.
—Tan perfecto, chico de oro —gimió el muy cabrón, mientras no dejaba de frotarse contra mi
culo.
A pesar de lo frustrante que resultaba, también era lo más erótico que había experimentado
jamás.
A la mierda.
—Vamos, King, no me hagas esto.
Aceleró sus movimientos. Si el tipo se corría antes de que yo lo hiciera, lo mataría. Lo juro.
Lo asfixiaría con mis propias manos. Aunque, visto el hormigueo que sentía en la base de mi
columna y lo apretadas que estaban mis pelotas, lo mismo acababa corriéndome solo porque él
encontrara su propia liberación.
Y eso... eso sí que resultaba inquietante. Y patético.
Me di un par de tirones y ahogué los gimoteos que mi garganta parecía tan feliz de dejar salir.
King por fin se detuvo. Se recostó sobre mí y sus dedos juguetearon esta vez con mis pezones.
Para entonces, cualquiera de sus toques era una mezcla de placer y dolor. Así que cuando
envolvió los dedos en torno a mi erección vi estrellas de colores tras mis párpados. Joder, vi la
Luna, el Sol, toda la Vía Láctea y hasta el puto universo en expansión.
—Oh, sí, joder. Sí..., sí. Sí, no pares —balbuceé sin sentido.
Percibí su sonrisa contra la piel de mi hombro, pero había dejado de importarme lo mucho que
estuviera divirtiéndose a mi costa.
—Qué ansioso.
—Cabrón.
—Me vas a matar, chico de oro. No puedo esperar a follarte para verte suplicar por más.
—Imbécil —seguí insultándolo, pero mi voz era débil y carecía de convicción.
De puta madre. Ahora resultaba que me gustaba lo que me decía. Me excitaba que murmurara
cosas sucias en mi oído y hasta que pensara que era bonito. King me había jodido de todas las
formas posibles menos de la que realmente necesitaba.
Se rio, y yo no pude evitar soltar una carcajada también, a pesar de que su mano estaba
acelerándose y...
—Mierda, se siente tan bien...
No me paré a pensar si me hacía parecer vulnerable confesar algo así. Aquello era demasiado
bueno para no decirlo en voz alta.
—Baja el tono si no quieres que tengamos compañía. —Mi polla se sacudió como si le
interesara la idea.
¡Santo Dios! Me estaba convirtiendo en un pervertido. No quería otras manos sobre mí que no
fueran las de King —y eso ya era preocupante y se merecía un estudio aparte—, pero estaba
visto que me excitaba el hecho de que pudieran pillarnos.
—Vaya, te gusta la idea. —¿Cómo lo sabía?—. Eres una caja de sorpresas, Donovan.
De un empujón, y sin mediar ningún aviso, me lanzó contra los azulejos. Tropecé hacia
delante y a duras penas me mantuve erguido.
—¿Qué demonios va mal contigo, King?
Cuando traté de girarme para encararlo, él me sujetó contra la pared.
—Abre las piernas. —Oh, mierda. Había dicho que no tenía condones. Y, aun así, ¿qué creéis
que hice yo? En cuanto obedecí, King soltó otra de esas pecaminosas carcajadas oscuras—. Eres
realmente obediente. Me encanta eso, chico de oro. No sabes lo duro que me pones.
Se apretó contra mí para hacérmelo notar, así que sí que lo sabía. No creí que fuera algo de lo
que debiera sentirme orgulloso, pero, en el fondo, me encantó saber que lo atraía de esa manera.
Lo preocupante era que King no era precisamente pequeño, y yo no estaba seguro de que todo
eso fuese a caber dentro de mi culo. No sin mucho dolor.
Cuando sentí que se agachaba a mi espalda, eché un vistazo por encima del hombro.
—Tío, ¿qué haces ahora?
La sonrisa que me brindó fue diabólica y su mirada, pura y abrasadora lujuria. Me mordió la
nalga y siseé. Eso iba a dejar una marca, joder. Pero antes de poder echárselo en cara, el tipo me
separó las nalgas y todo se convirtió en un infierno de calor y placer.
—Mierda. Oh, Diiios. E-eso... eso no-ooo... —Sí, ahora tartamudeaba. En mi favor diré que
King estaba lamiendo mi agujero y... nunca pensé que admitiría algo así, ni que tuviera
oportunidad de comprobarlo siquiera, pero era como estar en el puto cielo—. Joder, joder.
King...
Su nombre atravesó mis labios como algo entre un gruñido y un gemido. O un sollozo. Fuera
lo que fuese, hablaba de necesidad cruda y un deseo feroz.
—¿Esto te gusta?
Él lo sabía. Solo preguntaba para oírmelo decir, pero contesté de todas formas:
—Sí, joder. No pares.
Eché otro vistazo por encima de mi hombro. Si la sola imagen de King arrodillado no era ya
de por sí estimulante, él volvió a hundirse entre mis nalgas. Lamió despacio, en círculos y de
arriba abajo. No supe si había o no un patrón para sus caricias húmedas, pero me iba a matar. Me
estaba muriendo en un placer agónico que no mejoró cuando empezó a follarme con la lengua.
—Oh, mierda. Estoy... muy cerca —me obligué a advertirle a regañadientes.
Estaba a punto en realidad. Lo único que me mantenía entero era que estaba apretando los
dedos con fuerza en torno a la base de mi polla para evitar correrme. Me estaba reprimiendo solo
para complacerlo. Estaba claro que me había trastornado por completo.
Como suponía, King se retiró y yo sollocé. ¡Sollocé! Esta vez no hubo duda, estaba
lloriqueando.
Mierda, mierda y más mierda.
Ese tipo me volvería loco.
No, ya lo estaba. Y solo podía esperar que me diera suficiente de esa locura como para acabar
saciándome y terminar con lo que fuera todo aquello.
Axel

Me gustaba Donovan. No ya por la manera en que respondía a mí y a mis provocaciones, no por


su cuerpo musculoso y sólido, ni porque fuera bonito, que lo era, además de absurdamente
guapo, con ese nido de ondas doradas y su expresión de niño bueno enfurruñado con el mundo.
Me gustaba por la forma en que luchaba consigo mismo y no se permitía ceder a pesar de que lo
estaba deseando, pero, incluso con toda esa batalla interior que mantenía, también dejaba claro lo
mucho que le gustaba que lo tocase y no decía ninguna gilipollez. Al menos, no gilipolleces de
importancia.
En el campo, durante los partidos, los insultos homofóbicos estaban a la orden del día, aunque
cada vez más árbitros, entrenadores y demás personal trataban de imponer un poco de su
autoridad para evitar ese tipo de ataques sin importar la orientación de quien los recibía. Pero,
lejos de sus oídos, había palabras despreciables y humillantes que seguían oyéndose como una
cantinela vieja y rancia que nadie parecía querer contener. No todos eran así, la verdad, pero sí
muchos. En el caso de Trey, aun cuando había confesado no tener experiencia con alguien de su
mismo sexo, me daba la sensación de que estaba más centrado en resistirse a mí por ser yo que
porque fuera un tío.
Lo que pasaba era que se le daba de pena, y eso me encantaba. Trey Donovan me hacía sentir
como hacía mucho que no me sentía. Tan excitado que, joder, dolía. Física y emocionalmente.
Lamerle el culo a un tipo cualquiera no era mi estilo; sin embargo, lo estaba disfrutando tanto
como él. Y eso resultaba casi peligroso, porque no estaba seguro de adónde iba a llevarnos el tira
y afloja que nos traíamos entre manos.
¿Diversión? ¿Un poco de buen sexo? Sí y sí. Joder, apúntame a eso. Pero las cosas se estaban
poniendo desconcertantemente intensas y ni siquiera habíamos follado aún. Tras dos semanas
evitándolo, o más bien tratando de ignorarlo, yo tenía tantas ganas como él. Así que, ¿por qué no
caer en la tentación y quitarla de mi camino de una vez por todas? Claro que no había planeado
toda esa mierda de la ducha y que Donovan me llevara tan al límite.
Empezaba a pensar que una sola vez con él no resultaría suficiente.
—King —pronunció mi nombre con una larga exhalación que sonó como música para mis
oídos. Una canción excitante y deliciosa.
Incluso cuando era evidente que se estaba esforzando para no hacer ruido, no podía evitar que
algunos de esos sonidos tan sexys salieran de entre sus labios. Cada vez que gemía o que, como
ahora, murmuraba mi apellido con voz temblorosa y necesitada, todo mi cuerpo se sacudía de
deseo y mi polla rogaba por la atención que se le estaba negando.
Continué lamiéndolo y estirándolo con la lengua. Sin compasión. De una forma salvaje y
voraz, y me dije que podría pasar horas así, arrodillado a su espalda, oyendo cada suspiro y cada
susurro, disfrutando del temblor de sus muslos y de su necesidad de obtener más de lo que iba a
poder darle en ese momento. Ahora me arrepentía de no haber cogido un condón cuando lo había
seguido hasta las duchas.
Pero llegaríamos a eso. En algún momento no muy lejano, me follaría a Donovan y disfrutaría
de cada maldito segundo. Y me aseguraría de que él también lo hiciera.
—No puedo más —gimoteó, totalmente devastado.
Había apoyado la mejilla en los azulejos y había dejado de tocarse, pero decidí no decir nada
al respecto. No paraba de empujarse hacia atrás, contra mi lengua, buscando más y más con un
abandono desvergonzado que resultaba aún más excitante. Joder, era un espectáculo absoluto
contemplar cómo la necesidad brotaba de él, cómo se derretía con cada embestida de mi lengua y
su agujero se contraía y se relajaba de forma alternativa en busca de alivio o de algo más grueso
a lo que aferrarse.
Deslicé la mano por su espalda y él se estremeció.
—Tan entregado. Joder, Donovan, eres demasiado sexy. Si supieras las cosas que planeo
hacerte.
Tembló y dejó ir un murmullo exasperado que me hizo sonreír. Quería alargar el momento
todo lo posible, pero era muy consciente de que los grifos se iban cerrando en las otras duchas.
El sonido del agua cayendo era ahora solo un vago rumor de fondo. Los demás estarían ya
vistiéndose y saliendo de allí, y cada segundo que pasamos juntos aumentaba las posibilidades de
que alguien nos pillara.
Al parecer, la idea de que eso ocurriera excitaba a Donovan. Pero estaba seguro de que no
agradecería que Cooper, Chad o cualquier otro lo descubriera con mi lengua hundida en el culo.
Me erguí a su espalda y Donovan gimió una protesta cuando me aparté de él. Dios,
contemplar el modo en el que se deshacía frente a mis ojos probablemente bastaría para llevarme
al orgasmo. Sus gemidos, su piel lisa y tensa sobre los músculos, esa hostilidad que desprendía y
que desaparecía tan pronto como invadía su espacio...
Se me estaba metiendo bajo la piel tan rápido que apenas era consciente de ello, y mucho
menos me sentía con fuerzas para evitarlo.
—Aguanta un poco más —le dije, deslizando un brazo en torno a su cintura y presionando mi
pecho contra su espalda.
Mi nuevo piercing restalló de dolor con el roce. Me lo había hecho solo unos días atrás y aún
estaba demasiado sensible, pero apostaba a que no tardaría en sacarle partido. Los ojos de
Donovan se habían abierto en una expresión casi cómica al descubrirlo, y la idea de su lengua
jugueteando con el metal hacía que se me acelerara la respiración y un oscuro placer se enroscara
en la base de mi espalda.
—Dime lo que quieres que haga.
—Mierda, King. Ya lo sabes.
Sonreí, pero él no podía verme. Así que agarré un mechón de su pelo rubio y tiré para que
ladeara la cabeza. Tenía su boca a unos pocos centímetros de distancia. Su labio inferior lucía
hinchado y enrojecido, y apostaba a que no había dejado de mordérselo en todo ese tiempo. Ese
detalle se confirmó cuando hundió los dientes en él en el mismo instante en que nuestras miradas
se encontraron.
Jodida mierda. Trey Donovan era precioso, y dudaba haber empleado ese adjetivo para
ninguno de mis rollos anteriores.
Me miró con los párpados apenas abiertos y los ojos completamente turbios. Parecía al límite,
a punto de permitir que su cuerpo cediera y se derrumbara sobre el suelo. Lo sostuve contra mi
pecho y empujé las caderas para frotar mi erección contra su culo. Sus dientes se clavaron con
más fuerza sobre la fina piel y apenas si pudo evitar jadear.
—Pídemelo —exigí, porque aún no había acabado de torturarlo. Sus reacciones eran
demasiado estimulantes para detenerme—. No te lo daré hasta que oiga cómo me lo pides. Hasta
que sepa que eso es lo que de verdad quieres.
Cerró los ojos y una línea profunda atravesó su frente. Quise aplanarla con los dedos hasta
hacerla desaparecer, pero me contuve y me dediqué a espolearlo aún más; me estaba
convirtiendo en un adicto a sus viscerales reacciones.
—¿Quieres que te la chupe? ¿Mis dedos follándote el culo? Solo tienes que pedirlo
amablemente y te lo daré.
Puede que Donovan estuviera deshecho y más allá de sus límites, pero yo... Tuve que admitir
ante mí mismo que le daría cualquier cosa que me pidiera en ese momento. Aunque eso no era
algo que él tuviera que saber.
—Eres un jodido sádico, King.
—Pídelo, chico de oro —insistí, y para ayudarlo a decidirse recorrí su muslo con la mano
hasta alcanzar su ingle.
Estiré los dedos y mis yemas rozaron apenas la base de su erección, que se sacudió en
respuesta al toque. El tipo estaba tan cerca y a la vez tan lejos de liberarse que debía de resultarle
muy muy doloroso.
Bien, lo quería ansioso y dolorido, tan necesitado de mí que no pudiera resistirse. Después de
esas dos semanas, había quedado claro que yo no podía sustraerme a la atracción que sentía por
él. Algo que tampoco iba a hacerle saber. No me expondría de esa manera; ni siquiera sabía muy
bien qué demonios me pasaba con él.
—King —gruñó empujando el culo contra mi polla, frotándose desesperado, y supe que había
ganado.
Tardó unos pocos segundos más en romperse del todo y ceder, pero esperé con paciencia, a
sabiendas de que ya era mío.
«Mío.»
La palabra se repitió en mi mente y, joder, me gustó. Me gustó demasiado.
—Chúpamela.
—Mmm... A lo mejor si me lo pides de forma más educada —tarareé divertido y satisfecho.
Maldijo para sí, pero lo oí de todas formas.
—Por... favor.
—¿Por favor qué, chico de oro? —Se retorció entre mis brazos y presioné la mano contra su
ingle un poco más—. Vamos, sé que eres un tipo muy amable cuando quieres.
Lo sujeté por el pelo, consciente de que trataría de esconderse de mí. Creo que le habría
gustado ser capaz de fulminarme con la mirada, pero no le quedaban fuerzas. Lo tenía justo
donde quería. Necesitado de mí. Totalmente consumido por el deseo.
—Chúpamela, por favor —gimió por fin.
Le dediqué una media sonrisa arrogante y otro tirón de pelo. Su cuello se tensó, dejando a la
vista los tendones y sus músculos; entreabrió los labios y sus ojos descendieron hasta mi boca.
No se resistiría si lo besaba. Es más, estaba seguro de que me devolvería el beso con entusiasmo.
Pero iba a darle otro uso a mi boca en ese momento.
Lo hice girar y lo empujé con brusquedad hacia la pared. Ni siquiera le importó. En cuanto me
arrodillé frente a él, se le cerraron los párpados y su cabeza rebotó contra los duros azulejos,
aunque enseguida abrió los ojos de nuevo y bajó la vista para mirarme.
—Oh, mierda. —La maldición atravesó sus labios con tal vehemencia que no pude evitar
sonreír. Luego, simplemente, me lo tragué entero—. Joder. Oh, Dios. Aaah.
Empezó a decir una incoherencia tras otra. Oí otro golpe, probablemente su cabeza
estampándose de nuevo contra la pared. Mientras dejaba que mi lengua recorriera su dura
longitud de arriba abajo, le agarré la mano y la llevé hasta mi propio pelo.
Me eché hacia atrás.
—Vamos, chico de oro, fóllame la boca.
No tuve que decírselo dos veces, aunque me di cuenta de que tardó un par de segundos en
procesar la información y lo que significaba. Pero, en cuanto lo hizo, sus dedos se cerraron en un
puño alrededor de varios mechones de pelo y sus caderas embistieron de golpe. Empujó hasta el
fondo de mi garganta y yo gemí a su alrededor, lo que a su vez le arrancó a él un brusco jadeo.
Me agarré a sus muslos y lo ayudé a impulsarse, y se lo di todo. Joder, quería darle placer de
una forma casi enfermiza. No estaba seguro de quién de los dos estaba disfrutando más de todo
aquello.
Cuando Donovan encontró por fin un ritmo cómodo, yo me retiré.
—Oh, Dios. No..., por favor... King, por favor —sollozó, y yo me eché a reír, aunque estaba
tan al límite como él.
Sabía que podría correrme con dos simples tirones, pero no hice nada por tocarme. Lo observé
desde abajo con una sonrisa de imbécil total. Apenas se habría sostenido en pie si no hubiera sido
porque estaba apoyado contra la pared. Inspiró profundamente y movió la mano hasta mi mejilla.
Luego, su pulgar frotó mi labio inferior despacio, y el gesto se sintió casi más íntimo que el
hecho de que hubiera estado golpeando el fondo de mi garganta hasta atragantarme con su polla
un momento antes.
Me rehíce un poco y le di un apretón en el culo para empujarlo contra mi boca. Rodeé la
cabeza hinchada con la punta de la lengua en una especie de remolino sin fin y luego lamí la
zona sensible bajo esta. Su respiración tropezó de nuevo. Estaba a punto, y yo lo sabía. Le había
dado y quitado a mi antojo, y no estaba seguro de cuánto tiempo llevábamos allí dentro, así que
decidí darle lo que quería de una vez por todas.
Envolví mis labios a su alrededor y él se deslizó sobre mi lengua hacia el fondo. Lo animé a
moverse con un golpecito en el muslo mientras estiraba la otra mano y pellizcaba uno de sus
pezones. Su estómago se contrajo y esa jodida tableta que lucía onduló.
—Me estás... matando —gimió torturado, y luego añadió—: Voy a correrme, Axel.
Mi mano voló hasta mi propia polla al oír mi nombre de pila derramarse entre sus labios como
chocolate líquido. Tan caliente, espeso y delicioso que sacudió partes extrañas de mí. Donovan
empujó y volvió a empujar. Una y otra y otra vez. Se desató por fin del todo y yo se lo permití.
Esta vez no lo detendría. No me retiraría. Lo observé mientras me follaba la garganta sin
titubeos, rindiéndose de un modo que me hizo amar cada segundo que pasó persiguiendo su
propio placer sin tener ninguna consideración conmigo. Aun así, sabía que no estaba furioso ni
enfadado por lo que estaba haciendo. Lo estaba disfrutando con una entrega ciega.
Por fin.
—Te encanta esto, ¿verdad? —murmuró mientras me machacaba, y yo traté de reírme a su
alrededor, algo difícil cuando su polla me llenaba la boca.
El gorjeo de mi risa vibró a través de él, y eso fue más de lo que pudo soportar. Intentó
empujarme hacia atrás para apartarme, pero yo me aferré a sus muslos.
—Joder, King. Joder... No...
Chorros calientes de su semen me llenaron la boca y se deslizaron por mi garganta dolorida
cuando tragué a su alrededor. Lo chupé con fuerza y saboreé cada gota de un orgasmo que lo
sacudió de pies a cabeza. Tuve que sujetarlo contra la pared con una mano para que no se
derrumbara entre incoherencias, totalmente devastado por la potencia del clímax.
No aparté la mirada de su rostro ni un segundo. Era jodidamente precioso. Su expresión...
¡Santo Dios! Podría vivir viendo esa imagen todos los putos días y no me cansaría de ello.
No me aparté de él hasta que el último de sus estremecimientos se desvaneció y fue capaz de
abrir los ojos y devolverme la mirada. Solo entonces, me puse en pie frente a él. Sonreí de un
modo sucio y cruel y envolví mi erección con la mano. La fricción se sintió aún mejor cuando
me di cuenta de que Donovan bajaba la vista para contemplar cómo iba en busca de mi propia
liberación.
No se movió ni trató de tocarme, solo se sostuvo contra los azulejos y miró y miró.
Bombeé, fuerte y rápido. No iba a tardar una mierda en correrme, y que Donovan pareciera no
ser capaz de apartar los ojos de mí empujó el hormigueo de mis pelotas hasta que ya no hubo
marcha atrás.
Me acerqué y lo arrinconé. No lo toqué, pero apenas si había espacio entre nuestros cuerpos.
—¿Vas a dejar que me corra sobre ti, chico de oro? Lo quieres, ¿verdad? Joder, di que sí,
porque yo quiero ensuciarte de todas las formas posibles.
Lo oí tragar con fuerza. No había pánico en sus ojos y, por el momento, tampoco
arrepentimiento. En realidad, tenía el aspecto de alguien bien jodido y satisfecho.
—Sss-sí —tartamudeó, y eso fue todo cuanto necesité para derramarme sobre su estómago.
La potencia de mi propio orgasmo me sorprendió incluso a mí, y tuve que plantar una de las
manos en la pared mientras me vaciaba para evitar caer de nuevo de rodillas sobre el suelo.
No había terminado de correrme sobre él y ya quería hacerlo todo de nuevo. Apenas si
comprendía el hambre insaciable que Donovan despertaba en mí.
Nos quedamos unos pocos minutos en silencio. No se oía ya nada fuera, y en el interior el
sonido del agua cayendo y nuestras respiraciones aceleradas parecían haber alcanzado el
volumen de un mar de truenos restallando en mitad de una tormenta.
No estaba seguro de que no nos hubiera oído alguno de nuestros compañeros, pero me
importaba una mierda que así fuera.
Dejé que el agua me cubriera y me enjuagué con rapidez. Acto seguido, me di media vuelta,
agarré la toalla y le lancé una última mirada antes de deslizarme hacia el pasillo.
—No puedo esperar a follarte —le dije.
Luego, me marché.
Trey

Tenía una crisis de identidad sexual. Bueno, igual ya era un poco tarde para eso. Teniendo en
cuenta lo que había sucedido en las duchas del vestuario una semana atrás, la heterosexualidad
quedaba descartada.
No era tan imbécil como para no ser consciente de ello. No sabía si era solo por King o de
repente los tíos estaban en el menú del día para mí. La verdad era que, en los últimos días, me
había encontrado observando a otros hombres en el campus en más de una ocasión, pero ninguno
me provocaba nada ni remotamente parecido a lo que despertaba King. Ni de lejos.
En realidad, no me interesaba otro tío que no fuera él.
El tipo me había roto. Ya ni siquiera conseguía mirar a una chica y encontrar algo interesante
en unas tetas, y no hablemos de mis torpes y exasperantes intentos de satisfacerme a mí mismo.
Había perdido la cuenta de las veces que me había masturbado después de nuestro encuentro.
Estaba constantemente cachondo e insatisfecho. Tenso como el jodido infierno y con un hambre
eterna que no encontraba forma de saciar.
Con la certeza innegable de mi atracción por King flotando sobre mi cabeza a cada hora de
cada día, y sabiendo que en el fondo quería repetir... No, mentira, quería más de lo que habíamos
hecho. Lo quería todo. Solo que no me atrevía a buscarlo o pedirlo, y él no parecía en absoluto
interesado en mí.
Había afirmado que quería follarme antes de largarse y dejarme en la ducha exhausto y
tembloroso y tan satisfecho como no recordaba haberlo estado antes. Mierda, nunca en toda mi
vida había tenido un orgasmo como aquel. Lo que me había hecho ni siquiera tenía nombre. Me
había obligado a suplicar, y al final sabía que habría dicho o hecho cualquier cosa para conseguir
lo que deseaba.
—Tío, vuelve a la Tierra. —Cop encajó su codo en mis costillas y casi me caigo de la silla.
Eché un rápido vistazo a mi alrededor. Estábamos en una de nuestras pocas clases comunes,
rodeados de otros compañeros y con el profesor inmerso en una disertación tediosa y sin fin que
no me ayudaba en absoluto a interesarme por sus cavilaciones. No sabía ni de lo que estaba
hablando.
—Necesito que me confirmes lo del sábado para decírselo a Maddox, aunque deberías saber
que ya cuenta contigo. Todos tienen que estar allí.
Rebusqué en mi mente. ¿Qué demonios había el viernes? En cuanto lo recordé, me derrumbé
sobre el respaldo con un quejido.
—¿En serio tenemos que hacerlo?
Cop movió las cejas de un modo que pretendía ser insinuante, pero que resultó perturbador.
Sonrió como un capullo y asintió.
—La subasta es por una buena causa, y la fraternidad tiene que ganar algunos puntos después
del desastre de la última fiesta.
El sábado anterior las cosas se habían salido de madre en nuestra hermandad. La seguridad
del campus había terminado por aparecer, el decano estaba furioso y se nos había limitado la
realización de eventos festivos. Pero una recaudación de fondos benéfica siempre era bien
recibida, solo que conseguir pasta en esa ocasión conllevaba que se nos subastara. A nosotros.
Cada miembro tendría una cita con su compradora, una cena o algo por el estilo, que acabaría en
sexo o no según el deseo de los implicados, aunque, como era obvio, esa última parte no
constaba en el dosier que le habían pasado al decano para que aprobara el evento. Solo era uno
de esos secretos a voces de los que nadie hablaba pero que todos conocían.
—Lexi ha dicho que pujará por mí —comentó Cop, frotándose las manos como un puto
pervertido, aunque quién era yo para juzgarlo después de mi sesión con King.
Le puse los ojos en blanco a pesar de que me alegré por él. Llevaba persiguiendo a esa chica
varias semanas y ella no dejaba de darle largas. Tal vez hubiera decidido rendirse por fin y esa
fuera la oportunidad que mi amigo estaba esperando.
—¿Adónde vas a llevarla? —pregunté bajando la voz porque alguien siseó a mi espalda.
Mientras él se lanzaba a hablarme del restaurante en el que ya tenía una reserva y del resto de
sus planes, me planteé quién podría pujar por mí. No era como si hubiera tonteado con nadie en
el último mes, lo cual era raro, porque normalmente siempre estaba tanteando el terreno aquí y
allá. Ni siquiera me requería un gran esfuerzo, no podía evitarlo. Y las chicas solían responder
bien a mis avances.
No supe cómo esa línea de pensamiento me llevó hasta King. De nuevo. Parecía que
últimamente no pensaba en otra cosa que no fuese él. ¿Se habría acabado? ¿Habría perdido el
interés en mí? King también formaba parte de la fraternidad, ¿quién pujaría por él? ¿Y qué haría
con su cita...?
Gruñí, y Cop me dio otro codazo de advertencia.
—¿Qué te pasa? —inquirió, después de asegurarse de que el profesor seguía a lo suyo.
Agité la cabeza en una negativa. Había pensado en contarle lo que había sucedido. Cooper
Adams era mi mejor amigo desde el primer año de universidad, congeniamos enseguida y
confiábamos casi de un modo ciego en el otro. No creía que reaccionara mal al hecho de que me
hubiera enrollado con un tío (aunque a lo mejor lo de que se tratase de King sí que lo hacía
enloquecer un poco). Más bien se sorprendería, luego me daría una torpe palmadita en la espalda
y me soltaría alguna mierda sobre sexo seguro y dar o recibir, como si lo viera.
Pero sobre Grayson y mis otros compañeros de equipo o fraternidad no estaba demasiado
seguro. Tampoco sabría qué decirles en realidad. ¿Ahora era gay? ¿Bisexual? Joder, no tenía ni
idea. Las etiquetas eran una mierda, y el hecho de que mi polla estuviera negándose a responder
ante nadie que no fuera King no ayudaba en nada.
Bien. No tenía que ponerle un nombre. Tampoco era como si fuera a salir con King o algo así.
Por lo que sabía, ni siquiera creía que nada de aquello se repitiera. Para bien o para mal, la
actitud de Axel King no había variado conmigo. En el campo teníamos una química excelente y
él la aprovechaba para maximizar el éxito de cada jugada; su trato era cordial, supongo.
Comentaba conmigo o con otros algunos detalles en los entrenamientos y bromeaba con todos en
el vestuario. Su arrogancia no había disminuido, pero sí que me había dado cuenta de que tras
ella, en realidad, no había una maldad implícita. Era más como una forma de pinchar a los que
estaban a su alrededor y forzarlos a dar lo mejor de sí mismos.
O tal vez eso era pura mierda y yo estaba empezando a lanzarle corazones por los ojos cada
vez que lo miraba, cualquiera sabe.
—¿Comemos juntos? —sugirió Cop, pero yo volví a negar.
—Tengo una montaña monstruosa de tareas esperándome. Necesito adelantar algo de trabajo
y estudiar un poco si quiero mantener mis notas. Voy a encerrarme en mi habitación y no salir de
allí en toda la tarde.
Nos despedimos al final de la clase y yo me fui directo a nuestra casa. Grayson estaba sentado
a la mesa de la cocina, comiéndose un sándwich de algo que no fui capaz de identificar; tenía una
capacidad especial para mezclar ingredientes sin sentido y disfrutar de ello como si se tratase de
una exquisitez.
—Ey, ¿cómo va? —lo saludé mientras me inclinaba en el interior del frigorífico en busca de
algo de pasta que había preparado el día anterior.
Mis aptitudes culinarias apestaban un poco. Mucho, a decir verdad. Me desenvolvía lo justo y
con lo más básico, y en escasas ocasiones, como ese día, podía enorgullecerme de haber dejado
comida lista para no tener que ponerme a preparar cualquier cosa sobre la marcha. A Cooper se
le daba aún peor. Grayson... Bueno, a la vista estaba, comía casi cualquier cosa que pudiera
masticar. Y a King, por lo que yo sabía, no se le daba del todo mal.
—Saca el pollo también —dijo una voz grave a mi espalda.
Hablando del diablo.
Agarré un recipiente con pollo y ensalada y me giré para entregárselo. Me lo encontré justo
detrás de mí, demasiado cerca; mi cuerpo vibró al percibir el calor que emanaba de él y su
adictivo olor. King me sonrió como si le hubiera ofrecido las llaves del cielo. Joder, resultaba
perturbador lo mucho que me afectaba su sonrisa.
Aparté la vista y lo rodeé para coger un tenedor y encaramarme a la encimera con mi
almuerzo. Grayson y él se pusieron a charlar enseguida. Aunque Gray no estaba en el equipo,
King comentó algunas de las estrategias que el entrenador Meyer había esbozado para el
próximo partido esa misma mañana. Y luego Grayson le habló de un encuentro informal de
voleibol que había disputado en la playa unos días atrás.
—Deberíais venir conmigo el domingo. Tengo que entrenar, pero luego podríamos echar un
par de partidos. Amistosos —agregó, aunque todos sabíamos lo competitivo que era y que nada
para él era amistoso. Siempre jugaba para ganar.
—El sábado es la subasta —señalé tras masticar un bocado y tragar—. No sé en qué estado
terminaremos, pero dudo que consigas hacer madrugar a Cop para ir a tragar arena a la playa.
Percibí los ojos de King sobre mí y me dije que no debía mirarlo. Dio igual. Bastaron un par
de segundos para que mi atención se desplazara hacia él y lo encontrara observándome con una
intensidad abrumadora. No recordaba que me hubiera mirado así en toda la semana.
Me lamí el labio inferior en un acto reflejo, y eso solo consiguió un desvío de mis ojos hacia
su propia boca y luego más abajo, justo hasta el lugar de su pecho en el que un pequeño bulto
sobresalía bajo la tela de su camiseta; no había dejado de preguntarme cómo sería lamerle el
piercing y si eso se la pondría dura.
Seguro que a mí sí; ya estaba medio empalmado.
Con un calor repentino ascendiendo por mi cuello, me aclaré la garganta y dirigí la vista hacia
Grayson. Él era terreno seguro.
—¿Vas a venir a la subasta a reírte un poco de nosotros?
Grayson no era muy partidario de las fraternidades. No estaba en ninguna ni había querido
estarlo, pero siempre se apuntaba a una fiesta, y más si le daba la oportunidad de burlarse de sus
amigos.
Me lanzó una mano y chocó los cinco.
—Puedes apostar por ello. Estoy deseando que os gane alguna tía que no os atraiga una
mierda y ver cómo os las arregláis —se burló—. Aunque a Cop le irá bien, le gustan todas.
No era una exageración. Cuando se trataba de mujeres, Cop era como una ONG, siempre
dispuesto a ayudar de la forma más altruista. Sabía que él quería que Lexi ganara su puja, pero
no lloraría si era otra la que terminaba con él.
Yo sí que iba a tener un problema. Y pensar que cualquiera podría pujar por King me revolvía
las entrañas de un modo preocupante. Comprendí que estaba celoso, y a punto estuve de soltar
una carcajada nerviosa. No podía dejar de preguntarme si su postor sería una chica o él arreglaría
las cosas para que fuera un tío. Yo no había dicho una palabra sobre nosotros ni sobre su
orientación sexual, tampoco sabía si era gay o bisexual o lo que sea. Pero ya había oído algún
rumor sobre él y su antigua universidad. Nadie había asegurado nada, pero la idea estaba ahí,
flotando en el ambiente. Aunque creo que la mayoría del equipo elegía no prestarle atención. Su
labor en el campo y en los entrenamientos era impecable; se mataba a trabajar y no se rendía
nunca, así que todos estaban contentos teniéndolo allí.
¿Cambiaría eso si se confirmaba el rumor? ¿Le importaría a él? No veía a King entrando en
pánico ni retrocediendo ante nadie, tampoco negándolo. Seguro que soltaría alguna contundente
afirmación y los desafiaría a todos a decir una mierda ofensiva al respecto. Ni siquiera creo que
le importara lo más mínimo lo que pensaran de él, y esa seguridad en sí mismo resultaba tan
atrayente como todo lo demás.
También era molesta. Supongo que por eso lo había odiado tanto al conocerlo. Ahora, lo
admiraba un poco en secreto. Aunque nunca se me habría ocurrido decírselo.
—¿Os dais cuenta de que os pagan por follar? —se rio Grayson.
Me incliné hacia él y le di una colleja.
—Gilipollas, ganar la puja no implica un polvo.
Arqueó las cejas, porque todos sabíamos cómo acababan muchas de las citas que tenían lugar
la noche de la tradicional subasta. Joder, éramos jóvenes y la universidad era ese punto en el que
todos queríamos un poco de divertido descontrol. No era raro que las parejas acabaran dándose
un revolcón, pero no se pagaba por eso.
—A más de uno no le vendría mal —intervino King, con una de sus expresiones cargadas de
oscuridad y malicia—. Hay mucha tensión en el vestuario últimamente. ¿No crees..., Donovan?
Me dio un microinfarto cuando pensé que soltaría un «chico de oro» para dirigirse a mí. De
repente me sudaban las manos y, sí, estaba muy muy tenso. Lo fulminé con la mirada, consciente
de que sabía lo que estaba haciéndome y, no solo eso, lo estaba disfrutando.
Aquel era su modus operandi.
—¿Lo dices por ti? —reuní el ánimo para decir. Al parecer, aún podía mantener algo de
dignidad cuando se trataba de él.
No mucha, pero la suficiente.
King soltó una carcajada que rebotó en las paredes y se hizo eco en sitios inadecuados de mi
cuerpo. Profunda y rica, como su voz, su risa casi parecía estar desafiándome.
—Yo obtengo siempre lo que quiero. Y me gusta esperar por ello, nunca es bueno
apresurarse.
—Tío, vaya masoquista estás hecho —señaló Grayson.
«Joder, si tú supieras...» Masoquista no, pero sádico lo era un rato.
—La recompensa luego es mucho más satisfactoria, créeme, no hay nada como ver a alguien
derrumbarse y rogar pidiendo más.
Mi cara se incendió. Cabrón arrogante. Sabía que hablaba de mí. La alternativa, que estuviera
refiriéndose a otro tío, o a una mujer, me cabreó aún más que el hecho de que estuviera
lanzándome pullas delante de nuestro compañero de piso. Pero no quería lidiar con lo que eso
significaba en ese momento.
Grayson se rio y, esta vez, chocó los cinco con él antes de empezar a recoger los restos de su
almuerzo. King arqueó las cejas en mi dirección aprovechando la distracción.
—Que te jodan —vocalicé en silencio.
Su dedo osciló, señalándome a mí primero y luego su pecho. Sus comisuras se curvaron una
vez más, provocándome con una promesa oscura de dolor y placer. Acto seguido, desapareció
por el pasillo y Grayson también se marchó a su habitación a estudiar.
Cuando quise darme cuenta, llevaba un buen rato allí sentado, sin comer ni moverme ni
pensar en nada que no fuera King, su maldita sonrisa y su cuerpo de escándalo y esa irritante
manera que tenía de empujarme al límite y luego desentenderse de mí.
Aquella mierda realmente apestaba, pero yo no podía esperar para obtener una dosis más.
Trey

—Ha venido mucha gente —comenté asomándome a la sala por un lado de la cortina.
La subasta benéfica era una tradición para mi fraternidad y en todo el campus, pero esa vez se
habían superado todas las previsiones. Claro que se decía por ahí que la puja por el idiota de
King iba a estar muy muy reñida. El presidente de la fraternidad, Maddox Wright, estaba que no
cabía en sí mismo, sabiendo que sería todo un éxito y que tal vez eso llevara al decano a
replantearse el castigo que nos había impuesto. O al menos a reducir su duración.
Maddox nos había alentado a darlo todo, como si hubiera una manera mejor o peor que otra
de estar plantados en el escenario mientras te iluminaban con un foco de dos millones de vatios y
los asistentes lanzaban cantidades al aire a grito limpio.
Un montón de chicas murmuraban entre sí, los chicos reían; aquello parecía una exposición de
carne lista para ser degustada.
—He oído que varios miembros del equipo de waterpolo van a pujar por King —comentó
Jude Hall, uno de los hermanos novatos.
Ladeé la cabeza para contemplar su expresión, buscando señales en su rostro sobre lo que
pensaba de eso, y juraría que el tío prácticamente estaba babeando sobre la cortina. ¿Por King?
¿Por el equipo de waterpolo? A saber. Pero parecía muy interesado, eso seguro.
Me encogí de hombros y traté de no ceder a la amargura que ascendió desde mi estómago y
me llenó la boca. Alguien pujaría por King, mujer u hombre, a lo mejor incluso el puto equipo
masculino de waterpolo al completo. Joder, estaba convencido de que el tipo podría darles lo
suyo a todos ellos sin siquiera despeinarse.
Y eso me consumía por dentro de una forma insana.
Maldije para mí, aunque no debí de ser muy discreto porque Jude me lanzó una mirada
interrogante para la que no tenía una respuesta adecuada.
¿En serio me estaba colgando de King?
Un escalofrío me recorrió la espalda al pensar en esa posibilidad. A lo mejor solo tenía que
dejar que me follara y ya está. Ir de frente, pedírselo y solucionar el tema como quien se arranca
una tirita solo para descubrir que la piel de debajo ya está completamente curada. Tenía muy
claro que ni yo era un enfermo ni ser gay, una enfermedad. Pero King sí que era una droga, no
tenía dudas, y yo me había hecho adicto al subidón que me producía su mera presencia.
No, ni siquiera eso, le bastaba con existir, sin importar lo lejos o cerca que estuviese de mí.
Tenía a King bajo la piel, en el pecho, en el estómago. En los huesos y los músculos. Lo tenía
metido hasta el fondo —y eso no era una bromita jocosa ni un juego de palabras—, pero no era
suficiente. Quería más.
—¿Has pujado por alguien? —preguntó Chad, acercándose hasta el lugar desde donde Jude y
yo continuábamos observando la sala cada vez más llena. No sabía si le hablaba a él o a mí.
Fruncí el ceño.
—¿Nosotros también podemos pujar?
Tanto Chad como Jude asintieron, pero fue Chad el que contestó:
—Se aprobó en la última reunión, a la que, por cierto, no viniste. Los hermanos también
podemos pujar, pero la cita tendrá lugar otra noche, dado que hoy tenemos que salir con nuestros
compradores.
Chad no hizo referencia a que todos los subastados eran tíos, y me alegró ver que no le daba
mayor importancia. A lo mejor resultaba que yo era el único idiota que estaba preocupado por
quién se la metía a quién.
Aunque todo aquello de las pujas y los subastados seguía sonando de lo más turbio. Menos
mal que lo que se recaudase iría destinado a un programa de entretenimiento infantil para niños
que estaban hospitalizados. A lo mejor eso nos salvaba del infierno al que estaba seguro de que
iríamos de cabeza.
—Ya hay algunas pujas cerradas —agregó Jude con timidez. El tipo era algo introvertido y
aún le costaba soltarse con varios hermanos alrededor.
—¿Por qué nunca me entero de nada? —inquirí, y Chad me brindó otro reproche silencioso
por no asistir a la reunión—. ¿Y cómo va a haber pujas cerradas si no hemos empezado?
Chad se lanzó a contar entonces algo sobre pujas anónimas en sobres cerrados y otros detalles
que aumentaron lo turbio y retorcido del asunto. Davis iba a estar encantado con todo aquello.
—¿Anónimas? —repetí, y resultó curioso que eso fuera todo lo que se me había quedado de
su larga explicación.
Chad asintió.
—Pero creo que ya se han cerrado. Había algún tipo de plazo...
Dejé de escuchar su parloteo, lamentando no haber pujado por King. Joder, habría sido
perfecto. Pero de todas formas no era como si tuviera en realidad mucho dinero que emplear en
aquello, a quién iba a engañar.
La idea de que fuera King el que hubiera pujado por mí se me pasó por la cabeza, pero la
descarté enseguida. El tipo no pagaría por algo que, de cualquier manera, empezaba a resultar
obvio que podía conseguir gratis.
—Axel King. Nuestro quarterback. No hay mucho más que decir —bromeó Maddox, que
ejercía de maestro de ceremonias con su habitual desparpajo.
Dadle un micrófono a ese hombre y una oportunidad para lucirse y él hará uso de su
descarada labia para conseguir cualquier cosa que se proponga. Tenía un don y mucha cara dura.
En un ademán exagerado, barrió con ambas manos la figura de King sobre el escenario,
atrayendo toda la atención hacia él y provocando un montón de risitas femeninas y masculinas
entre el público. Nos habían pedido un atuendo más o menos formal, por lo que yo llevaba un
pantalón de vestir negro, zapatos y una camisa de botones gris. King vestía zapatillas, unos
vaqueros rotos y desteñidos y un jersey que se le pegaba al pecho y al abdomen de forma
deliciosa; estaba increíble, el muy idiota. Mejor que ninguno de los demás, por mucho que nos
hubiésemos arreglado. Con el pelo negro apenas peinado, el jersey remangado hasta los codos y
la sombra de una sonrisa perversa en los labios, parecía alguna clase de dios oscuro; un Hades en
su mejor forma, sexy como el infierno.
«Puto King.»
Su puja fue una locura. Había brazos levantados por todas partes mientras él se limitaba a
permanecer ahí en medio, con las manos en los bolsillos, observando cómo hombres y mujeres
se lo disputaban sin ningún pudor. Sí, no los conté porque resultaba complicado seguir el ritmo,
pero parecía que medio equipo de waterpolo estaba pujando por él.
En un momento dado, King recorrió la sala de un vistazo y su mirada tropezó conmigo. Yo
me encontraba en uno de los laterales, esperando mi turno, porque estaba un poco ansioso y el
ambiente detrás del escenario resultaba demasiado frenético para mí.
Sin dejar de mirarme, sus comisuras se curvaron un poco más hasta dar lugar a una sonrisa en
toda regla.
«¿Y bien? ¿No vas a pujar, chico de oro?», parecía querer decirme.
Traté de transmitirle algo así como: «En tus sueños, idiota». Pero la verdad era que hacía rato
que las pujas por él habían excedido el límite de mis escasos recursos. Y no estaba seguro de
que, aunque hubiera podido, me hubiese atrevido a realizar una oferta abierta delante de todos.
Bueno, sí, tal vez era un imbécil cobarde.
King ladeó la cabeza, aún con los ojos fijos en mí, y se lamió la comisura del labio. Sin darme
cuenta, me encontré avanzando por el pasillo lateral de la sala y me acerqué al escenario para
verlo mejor. Como una polilla que no pudiera evitar danzar hacia la luz aunque eso supusiese
perecer bajo las llamas.
Me detuve en cuanto fui consciente de que me había movido y no tenía ni idea de lo que me
proponía; seguramente, hacer el ridículo. Realmente estaba en racha en esos días.
Pero desde allí descubrí un brillo desconcertante en sus ojos, alguna otra pregunta que no supe
descifrar y tal vez... ¿ira? ¿Decepción? El destello fue tan fortuito y tan fugaz, y King se cerró
tan rápido de nuevo que no estuve seguro de que no lo hubiera imaginado todo.
Retomó su pose arrogante y apartó la mirada de mí, lo cual hizo que por alguna razón
estúpida mi estómago se desplomara y fuese yo el que seguro que sí se sintió decepcionado.
Me deslicé entre bastidores. No quería saber quién ganaba su puja. Haría lo que había ido a
hacer: venderme al mejor postor, salir con quien fuera que me ganara y cumplir. No iba a ir más
allá de una cena y algo de charla banal, lo tenía bastante claro.
Y eso me enfureció.
Para cuando fue mi turno, estaba de un humor de perros. Hubo varias chicas interesadas en
mí; incluso Tracey, una morena preciosa con la que sabía que me había enrollado en algún
momento entre primer y segundo curso, levantó la mano en más de una ocasión.
Fue horrible, la verdad. No quería una cita, solo irme a casa, meterme en mi dormitorio y
hundirme en la cama hasta que la inconsciencia me atrapara y no me dejara ir. Joder, me sentía
como un niño malcriado al que no se le permitía salirse con la suya. Y eso aumentó aún más mi
cabreo, y así en un ciclo que se retroalimentaba todo el tiempo en un bucle infinito.
—Sabe sonreír, lo prometo —comentó Maddox durante mi subasta mientras otra mano se
elevaba entre el público.
Yo ya ni miraba de quién se trataba, me importaba una mierda. No podía creer que tuviera un
ataque de celos por King.
Me recordé que se trataba de una causa benéfica y me forcé a sonreír para seguirle el juego a
Maddox, al que no se lo estaba poniendo nada fácil. Pero fue todo lo que él necesitó para
imprimirle un entusiasmo excesivo.
—¿Veis? Nuestro chico de oro es hasta bonito cuando sonríe.
«Mierda, ¿qué?»
Levanté la cabeza y lo miré. ¿Qué demonios acababa de decir?
Se oyeron varias risas y busqué a King entre el público por inercia, aunque el foco que me
estaba haciendo sudar sumía en sombras toda la parte central de la sala. King no estaba en los
laterales, que era la única parte que podía ver, pero podría haberse ido al fondo o sentarse entre
los demás ahora que ya lo habían subastado.
¿Le habría dicho algo a Maddox? ¿O la manera en la que se había referido a mí nuestro
presidente solo era una casualidad?
Joder, iba tener un ataque o algo así. Mi corazón comenzó a latir de forma errática. Me
sudaban las manos, todo el cuerpo en realidad, y mi estómago no dejaba de retorcerse.
Apreté los puños y me exigí calma.
No funcionó.
Tiré del cuello de mi camisa, agobiado. Estaba seguro de que mi expresión reflejaba el horror
que me estaba devorando por dentro. Se me emborronó la vista y todo lo que pude ver fueron
manchas de luz danzando a través de una neblina oscura. No sabía si estaba sufriendo una crisis
de ansiedad, me estaba dando un golpe de calor o había pillado alguna clase de virus estomacal.
Pero lo que sí sabía era que no tardaría en empezar a vomitar y apenas conseguía llevar aire a mis
pulmones.
Temblando, se me aflojaron las rodillas y supe... supe con toda certeza que iba a desmayarme
de un momento a otro.
Tres, dos, uno...
Alguien me rodeó con los brazos por la espalda y me sujetó con firmeza. Cuando un familiar
aroma me envolvió, me dejé ir del todo; mis músculos se relajaron y me derrumbé contra un
pecho amplio y reconfortante.
—Te tengo, Trey —susurraron en mi oído.
Fue la primera vez que Axel King me llamó por mi nombre.
Axel

—Apartaos, joder —gruñí al resto de los chicos.


La mayoría se había largado enseguida con sus respectivas citas, pero un pequeño grupo
permanecía allí para asegurarse de que Donovan estaba bien. Ni siquiera lo había pensado
cuando lo vi palidecer de un modo enfermizo y tambalearse sobre el escenario. Llegué justo a
tiempo para evitar que cayera de bruces y me lo llevé a la parte trasera de la sala en brazos.
En ese instante estaba tumbado sobre un viejo sofá y su cabeza estaba sobre mis muslos.
Aquello no le iba a gustar en absoluto cuando se despertase, pero parecía que se encontraba bien
y yo iba a quedarme justo donde estaba hasta que volviera en sí del todo. Había comprobado su
pulso, y su respiración se había suavizado y era pausada y regular.
Me dije que estaría bien.
—Largaos de una vez. Yo me quedo con él.
Maddox se adelantó.
—Tienes a los de waterpolo esperando. —Hizo un gesto burlón con las cejas y yo no pude
evitar reírme.
—Dales las gracias de mi parte a esos capullos por cumplir. —Maddox frunció el ceño sin
entender—. Quedé en que pagaría mi propia puja. No hay cita para mí.
Conocía a los chicos de waterpolo porque su capitán era un viejo amigo del instituto. Había
acordado que pujarían por mí como un favor personal y yo lo pagaría. Tener a esos tipos gritando
cantidades de un segundo al siguiente había animado bastante las cosas e iba a tener que
rascarme el bolsillo a lo grande, pero había merecido la pena. Quería contribuir a la causa con
todo lo que pudiera, pero no deseaba una cita. Me corrijo: no quería una cita que no fuera con el
tipo que ahora dormitaba sobre mis piernas, y estaba convencido de que él no había empleado las
pujas anónimas para ganarme.
Yo, por el contrario, tenía ahora la única cita con él que se había vendido, dado que la subasta
pública no había llegado a su fin.
La mirada de Maddox osciló entre mi rostro y el de Donovan y arqueó las cejas curioso. No
resultaba difícil adivinar lo que estaba pensando, ya que él era el único que conocía la identidad
de los que habían pujado mediante el sistema de sobres. También hablaba por sí solo el modo en
que me había aferrado al chico de oro en el escenario y lo había cargado en brazos entre
bambalinas, así como que lo hubiera acomodado a medias sobre mí.
Le hice un leve gesto de negación con la cabeza y Maddox me guiñó un ojo. Dio una palmada
y comenzó a dispersar a los más rezagados, enviándolos con sus citas de una vez.
Al fin.
Aquellos tipos eran como jodidas viejas cotillas, ansiosos por cualquier chisme jugoso.
Al quedarme solo, enredé los dedos en los rizos rubios de Donovan. Los deslicé por su
barbilla, por su sien, y luego continué jugueteando con su pelo de forma distraída. Mierda, no
había planeado nada de aquello. Sí lo de la cita y la puja, por supuesto, pero no sabía por qué lo
estaba haciendo.
Me reí de mí mismo. No era de los que se autoengañaban o se contaban mentiras hasta
convertirlas en realidad; lo había hecho durante algún tiempo en el pasado y había aprendido por
las malas que no servía de nada. Desde entonces, solía ir a por lo que quería y no me rendía hasta
obtenerlo. Pero la manera en que Donovan me atraía, la forma en que no podía dejar de pensar en
él y evocar cada segundo de lo que había sucedido en la ducha del vestuario me volvía loco.
Así que, al parecer, me lo estaba negando a mí mismo solo para comprobar si de verdad lo
quería tanto. O alguna mierda similar que no entendía ni yo.
Me recosté sobre el sofá, apoyé la nuca en el respaldo y miré al techo. Luego me permití
cerrar los ojos un rato. Mis músculos se relajaron, pero mis manos continuaron acariciando sin
descanso el pelo de Donovan. Resultaba relajante.
Calma, eso era lo que sentía. Incluso cuando me dedicaba a provocarlo siempre que podía,
cuando decidía evitarlo para luego volver a buscarle las cosquillas, Trey Donovan hacía que
todo... encajase en mi interior. Lo que fuera que significase eso.
Se removió y bajé la vista para mirarlo. Sus ojos se agitaron tras los párpados un instante
antes de que los abriera. Pestañeó un par de veces aturdido, hasta que debió de comprender
dónde y con quién estaba.
Retrocedió bruscamente por el sofá hasta la parte más alejada de mí.
—Mierda, ¿qué...? —Volvió a parpadear y se pasó la mano por la cara—. Joder.
—¿Estás bien?
Me miró como si me estuviera viendo por primera vez. Parecía desconcertado y también algo
asustado. Yo solía aprovechar ese miedo en mi favor la mayoría de las veces cuando se trataba
de él, pero decidí que no era el momento para juegos.
—Te desmayaste.
Apoyó los codos en las rodillas, hundió la cabeza entre las manos y exhaló con pesadez.
—No me digas —replicó un momento después con evidente sarcasmo, aunque también sonó
cansado—. ¿Mi cita?
—Tu puja se canceló y era la última, así que todos se han ido ya.
No traté de acercarme a él. Parecía un animal acorralado a punto de saltar y morder si alguien
se le acercaba.
Echó un vistazo a su alrededor, como si, a pesar de mis palabras, esperase encontrar a alguien
más allí. O tal vez solo quería asegurarse de que nadie nos estaba escuchando.
—¿Y tu cita...? —terció titubeante, sin levantar la cabeza para mirarme.
Un leve rubor le cubrió las mejillas y lo hizo recuperar parte del color que había perdido su
rostro. Al menos ahora no parecía un muerto viviente.
Me permití sonreír, aunque estaba claro que evitaba mirarme por todos los medios. Quería
que lo hiciera. Que me viera. Así que, visto que parecía encontrarse un poco mejor, me desplacé
por el sofá un poco más cerca y le pasé una mano por la nuca. Se estremeció en cuanto lo toqué.
Aferré su cuello con más firmeza y lo obligué a volver la cabeza hacia mí.
—Los chicos de waterpolo pueden esperar.
—¿Chicos? ¿En plural?
Mi sonrisa se amplió al oír su tono. Mierda, estaba celoso. Había dejado caer la pregunta con
lo que pretendía que fuera indiferencia, pero las palabras se deslizaron entre sus labios con un
filo cortante sin que pudiera evitarlo.
El chico de oro me quería para él.
Bien. Porque yo estaba deseando tenerlo solo para mí también, al menos mientras
descubríamos por qué demonios no parecía que pudiéramos mantenernos apartados el uno del
otro. Posiblemente, la atracción no hiciera más que aumentar hasta su punto álgido y luego caería
sin más. Perderíamos interés y las cosas volverían de nuevo a su sitio de forma natural.
—Sí, en plural —repliqué, y me callé el detalle de que había amañado mi puja para no tener
que salir con nadie.
Su mandíbula se apretó, y juro que oí sus dientes rechinar. A pesar de lo que Donovan
creyera, yo no era de los que se dedicaban a jugar con la comida. Solía ser muy claro con mis
ligues y establecía normas desde el principio. Solo sexo. Revolcones esporádicos para divertirnos
y cubrir una necesidad. Nada de sentimientos. Nada de acurrucarse o de citas. Y nada de esperar
que nos convirtiéramos en algo más.
Al menos así había sido en el último año. Aunque, claro, casi todo habían sido rollos de una
noche en un bar cualquiera.
Y ahora resultaba que había pagado para tener una cita con él. Una de la que Donovan ni
siquiera tenía constancia.
—Tal vez quieras empezar ya. Vas a estar muy ocupado complaciendo a tanta gente —me
espetó, y se retiró un poco para deshacerse de la mano que mantenía en su nuca—. Estoy
perfectamente. Puedes largarte.
Arqueé las cejas. No daba la impresión de estar bien en absoluto. Mejor sí, pero no bien del
todo. Por Dios, se había desmayado en el escenario y parecía que hubiera sido atropellado por un
tren de mercancías.
Me puse en pie.
—Vamos. Te acompaño a casa.
—Jódete, King. No necesito que me hagas de niñera.
También él se puso en pie. Tiró de su camisa para sacársela del pantalón. Le quedaba como
un guante y revelaba un estómago liso y firme, pero intenté no comérmelo con los ojos.
—Pues te estás comportando como un crío, así que a lo mejor sí que necesitas supervisión
después de todo.
Se encaró conmigo en un movimiento que no fui capaz de prever. Un segundo estaba a un par
de metros, dispuesto a largarse sin mirar atrás, y al siguiente se encontraba plantado frente a mí.
Su boca a un suspiro de distancia y su cuerpo erguido en toda su altura.
Ni siquiera pestañeé. Me lamí los labios con toda la intención y mi polla comenzó a ganar
volumen al descubrir el modo en que me estaba mirando. Jodido chico de oro. Era casi absurdo
lo que conseguía hacerle a mi cuerpo con solo respirar en mi dirección.
—¿Quieres algo? —ronroneé, provocándolo a sabiendas.
Sus fosas nasales se hincharon cuando inspiró, furioso. Pero también estaba excitado, podía
verlo. Le brillaban los ojos y apenas era capaz de dominar su aliento agitado.
—Quiero que te alejes y me dejes en paz. Acaba con esta mierda.
—No es eso lo que quieres —rebatí, dejando que mi tono de voz descendiera hasta que
prácticamente se convirtió en un gruñido contra su boca.
Me aventuré a deslizar la punta de la lengua sobre su labio inferior. Donovan tembló de pies a
cabeza con el toque. Si mi cuerpo no era dueño de sus reacciones cuando estaba cerca de él, al
suyo a duras penas le iba mucho mejor. Era como ver despertar y abrirse una puta flor tras el
amanecer. De alguna manera, vibrábamos en una extraña sintonía que nos mantenía a ambos al
borde de un maldito precipicio, con un pie en tierra firme y el otro en el aire, dispuestos a caer en
cualquier momento.
Y yo quería caer, joder. Y quería llevármelo conmigo.
—No. Es. Lo. Que. Quieres —repetí, acompañando cada palabra de una mirada de
advertencia. De un poco del calor que se filtraba desde mis huesos a mi piel. De una parte del
profundo deseo que me quemaba de dentro afuera.
No preveía que contestara, pero el chico de oro debía de sentirse aventurero. O temerario tal
vez.
—¿Y qué es lo que quiero según tú? —gruñó devolviéndome la advertencia.
Pero su cuerpo se inclinó un poco más hacia mí y su pecho rozó el mío. Ni siquiera creía que
fuera del todo consciente de cómo bailábamos el uno alrededor del otro. De esa fuerza que
parecía acercarnos sin remedio.
Mi réplica fue más directa esta vez. Lamí su boca de un lado a otro, y sus labios respondieron
entreabriéndose por reflejo. No creo que lo hiciera de forma intencionada.
Una sonrisa tiró de la comisura de los míos; no arrogante o altiva, como en otras ocasiones,
pero sí provocadora. Una especie de desafío a su voluntad.
—Eres un completo...
—Bésame, joder —lo corté, y su boca se estrelló de inmediato contra la mía.
Gimió al primer contacto de mi lengua, y el sonido fue directo a mi polla. Era como apretar
un interruptor.
—Mierda —murmuró en el beso, pero sus manos se aferraron a mi cuello y sus dedos se
hundieron en el nacimiento de mi pelo.
Giré con él entre los brazos y lo empujé sobre el sofá. No le di tiempo a protestar; un segundo
después, estaba sobre él.
—Voy a darte lo que quieres —gruñí abriéndole el pantalón y tirando de su ropa interior hacia
abajo.
Había una desesperación ansiosa en el modo en que me movía, fui muy consciente de ello.
Pero no me paré a pensar en lo que significaba. Donovan ya estaba completamente duro. Liberé
su erección y la envolví con los dedos, y él hundió la cabeza en el respaldo del sofá. Su espalda
se arqueó de una forma deliciosa. Era como si estuviera ofreciéndose a mí en alguna clase de
sacrificio voluntario. Tan dispuesto. Tan jodidamente ansioso por más.
—Joder, King. Estás... Esto no es...
Me encantaba cuando se ponía a balbucear cosas sin sentido.
Le levanté la camisa sobre el pecho para descubrir su estómago. Me incliné y lamí los surcos
de sus abdominales. Donovan tenía un cuerpo espectacular. Voluminoso pero, aun así, firme y
elegante. Y su sabor en mi boca resultaba adictivo. Estimulante de una modo totalmente nuevo
para mí.
Por Dios, quería lamerlo de pies a cabeza como un jodido helado y disfrutar de esos soniditos
que no parecía capaz de reprimir cuando lo tocaba. Era tan receptivo y se abandonaba de tal
manera cuando dejaba de estar a la defensiva conmigo...
Lo besé aquí y allá, e incluso mordí la carne a mi alcance. También chupé su piel hasta que
estuve seguro de que le dejaría alguna marca. Y sonreí como un estúpido cuando advertí
manchas enrojecidas en su costado. Acaricié las costillas y el centro de su pecho, y luego afiancé
una mano en su cadera. Lentamente, tracé la línea descendente de su oblicuo con el pulgar,
provocándole un escalofrío que sacudió todo su cuerpo.
Su polla se erguía hinchada y preciosa entre nosotros. La cabeza húmeda con su excitación y
pidiendo a gritos que me la metiera en la boca de una vez. No quise decepcionarla.
—Oh, mierda —farfulló, y sus manos volaron hasta mi pelo.
Contemplé su rostro mientras lo chupaba, pero había dejado caer los párpados. Así que me
retiré un poco.
—Mírame, chico de oro. Mira lo que te hago.
Abrió los ojos con esfuerzo, turbios por el placer. Su dedos tiraron de mi pelo hasta que
resultó casi doloroso, pero no me importó en absoluto. Verlo perder el control era casi tan
satisfactorio como todo lo demás.
—Te encanta joderme de todas las formas posibles, ¿verdad? —preguntó, aunque ambos
sabíamos la respuesta.
Sonreí a su alrededor, todo lo que fui capaz mientras me lo tragaba hasta el fondo de la
garganta. Y el escaso ánimo que parecía haber reunido para lanzarme el reproche se evaporó. A
partir de ese momento, las cosas se aceleraron y caímos por el borde del precipicio sin que nos
importara una mierda lo que encontraríamos abajo. Él empujaba y yo tomaba. Y joder si no
estaba encantado de hacerlo.
No suplicó, pero no hacía falta. El modo en que se retorcía, los gemidos que lanzaba al aire, la
forma en que sus dedos se me clavaban en el cuero cabelludo y sus uñas en la piel... Mierda,
podría haberme corrido contemplándolo así. Tan desatado. Resultaba intoxicante.
Rodeé sus pelotas con una mano y di un suave tirón, y todo su cuerpo vibró. Me retiré lo justo
para poder hablar:
—Eres un puto espectáculo, chico de oro.
—No pares, joder —ladró incorporándose un poco para mirarme.
Tuve que reírme.
—Ah, pero eso no sería divertido. —Llevé mi mano un poco más atrás y froté los pliegues de
su agujero.
Donovan gruñó alguna incoherencia, pero sus ojos continuaron fijos en mí. Arqueé las cejas
mientras mis dedos giraban en círculos en torno a su entrada. Por un momento temí que le
inundara el pánico o se apartara; sin embargo, también él parecía estar desafiándome. Incluso
cuando su pecho subía y bajaba a un ritmo preocupante y tenía los dientes clavados con fuerza en
el labio inferior. Mechones de pelo rubio le caían alrededor de la cara.
Forcé un poco el índice en su interior y él siseó. Tenía un sobre de lubricante en el bolsillo
trasero del pantalón, también condones, así que no había ningún impedimento para que lo follara
allí mismo, si él accedía a que lo hiciera, claro estaba.
Aunque se deshiciera con cada caricia y yo no parase de provocarlo, no iba a dar nada por
sentado. Era su primera vez y..., mierda, quería hacerlo bueno para él. Necesitaba que lo deseara
y lo disfrutara.
Y que luego volviera a por más.
Trey

«Joder. Joder. Joder.»


Inspiré bruscamente cuando King empujó un poco la punta de su dedo. Fue suave, pero me
tensé de todos modos. No porque no lo quisiera, sino porque me estaba volviendo loco y lo
quería demasiado.
No apartó los ojos de mí y yo tampoco desvié la mirada. Permanecía plantado delante, con
una rodilla hincada en el suelo y la otra pierna doblada, de manera que aquello casi parecía una
proposición de matrimonio. Claro que, teniendo en cuenta que tenía un dedo empujando en mi
agujero, se trataba de algo mucho más sucio y menos romántico.
—¿Quieres... ? —comenzó a decir.
—Sí.
Soltó una carcajada y pequeñas arruguitas se le amontonaron en los laterales de los ojos de
una forma que encontré adorable, lo cual casi resultaba más preocupante que todo lo que estaba
sucediendo entre nosotros. Por mucho que me fastidiara reconocerlo, en el fondo sabía que King
no era tan idiota ni arrogante como yo había pensado en un principio. Salvo cuando se trataba de
mí, porque entonces sacaba a relucir toda esa mierda descarada y se comportaba como un capullo
para exasperarme. Pero, con los demás, en los entrenamientos o cuando estaba por el campus, me
había ido percatando de algunos detalles que no coincidían en absoluto con la imagen que tenía
de él.
Lo había observado más de lo que quería admitir. Era un buen compañero de equipo, nunca le
negaba ayuda a nadie y trataba con respeto a los novatos de la fraternidad, algo que no se podía
decir de todos. Lo había visto trabajar mano a mano con algunos de los tipos que solían calentar
regularmente el banquillo después de que el entrenador diera por finalizado un entrenamiento; les
daba consejos o los ayudaba en la sala de máquinas del gimnasio sin hacer ningún tipo de alarde
al respecto.
Por qué yo estaba pensando en eso precisamente en ese instante no lo sabía; tal vez era que
contemplarlo arrodillado, o el modo en que no había dudado en hacerlo tampoco en las duchas
para chuparme como si le fuera la vida en ello, despertaba una extraña calidez en mí.
Joder, podría acostumbrarme a tener a King a mis pies. Y también a ser yo el que se
arrodillase para él.
Se retiró un poco y su mano desapareció, pero esa vez me dio la sensación de que no trataba
de torturarme. Frunció el ceño. Colocó la mano de nuevo en torno a mi polla y comenzó a
acariciarme despacio aunque con firmeza.
Las pelotas se me apretaron tanto que pensé que me correría de un segundo al siguiente. Dios,
¿por qué demonios era tan fabuloso todo lo que me hacía?
Tiró del botón de sus vaqueros y se bajó la cremallera mientras continuaba bombeándome sin
pausa. Me reí al comprobar que, de nuevo, no llevaba nada bajo el pantalón.
—¿Problemas con la ropa interior? —inquirí, y cuando quise darme cuenta me había movido
y estaba sosteniendo su cara con una mano.
Me brindó una media sonrisa tan sucia que se me escapó un gemido. Su pulgar se movió en
círculos sobre la cabeza de mi polla, extendiendo la humedad de la punta de un modo perverso.
—Me gusta estar siempre listo.
Y con esa afirmación, se tumbó sobre mí. Su erección empujó contra la mía y la sensación fue
una jodida locura. Se me arqueó la espalda y mis caderas presionaron más contra las suyas. Era
tan bueno... Tan placentero... Todo él. Todo lo que hacía o cómo me tocaba.
—Eso es. Vamos allá, chico de oro —murmuró frotándose durante un momento contra mí.
Luego se separó lo justo para colar las manos entre nuestros cuerpos y agarrar nuestras pollas
juntas. Una punzada de decepción me sacudió el estómago al comprender que no intentaba ir
más lejos. Había creído que lo haría. Que me follaría de una vez por todas.
Tal vez no tenía condones. De nuevo. Aunque... yo sí que tenía. Los había cogido antes de
salir solo por si acaso. O eso me dije. Pero no encontré la valentía para hacérselo saber. ¿Qué
mierda podía decir? «Ey, King, tengo condones, puedes follarme el culo si quieres. Lo estoy
deseando.»
Gemí mi vergüenza, lo cual solo llevó a que él comenzara a masturbarnos con más fuerza. La
fricción era casi demasiado. Y como si King pensara exactamente lo mismo, soltó una de sus
manos y se la llevó a la espalda. Sacó de alguna parte un sobrecito y casi esperé que fuera un
preservativo.
No fue así.
Era lubricante.
Lo abrió con los dientes y derramó su contenido sobre su otra mano.
—Eso está mejor, chico de oro, ¿verdad?
«No del todo», pensé para mí. Pero un instante después el pensamiento voló de mi mente.
Cada movimiento de su mano se lo llevó más y más lejos, y yo ni siquiera me esforcé por
contener los jadeos que cada golpe me arrancaba del fondo del pecho.
—Dios, qué bueno. No pares —le pedí, y él también gimió.
Saber que aquello lo excitaba tanto como a mí, que él también disfrutaba, resultaba un
afrodisíaco incomparable y muy potente. Cuando se inclinó hacia delante, sus labios rozaron mi
mentón y deseé... Mierda, quería que me besara. Lo necesitaba.
—King, por favor —murmuré. Estaba cerca, demasiado cerca.
—Todavía no. Vas a correrte conmigo.
Lo peor fue que no me planteé desobedecerlo en ningún momento. Así de jodido me tenía
aquel tipo.
Aproveché para meter una mano bajo su jersey y pasar los dedos por su nuevo piercing,
arrancándole un siseo que me hizo sentir ridículamente orgulloso.
King no me besó. Hundió la cara en mi cuello y gruñó, redoblando el ritmo hasta que creí que
no podría contenerme. Percibí el contacto húmedo de su lengua en la garganta y sus dientes
arrastrándose tras ella. Luego un mordisco en el lóbulo y el aliento entrecortado revoloteando
alrededor de mi oído. Pequeños y suaves jadeos escapaban entre sus labios mientras él también
se dejaba arrastrar por el placer que estaba a punto de derribarme y lanzarme de cabeza al
éxtasis.
—Lo quiero ahora. Dámelo —gruñó con tono áspero.
Como si su voz ronca y exigente no hubiera sido mi perdición por sí misma, los dientes de
King se hundieron con fuerza en mi cuello y desataron los hilos que mantenían mi escasa cordura
contenida; también los que contenían mi orgasmo. El dolor del mordisco se entremezcló con una
oleada de placer crudo que me sacudió desde los dedos de los pies hasta el último pelo de la
cabeza. Me barrió de abajo arriba, asolándolo todo a su paso, e hizo que toda la puta sala se
iluminara a mi alrededor.
King me destrozó por completo.
Chorros de semen se derramaron por todas partes, el suyo y el mío, porque él también
comenzó a temblar sobre mí mientras se corría. Sus dientes apretaron más mi carne y eso solo
aumentó aún más la potencia de mi orgasmo.
Una eternidad después, me soltó y exhaló algo muy similar a un rugido que me calentó la
sangre y el pecho.
—Joder, creo que me estoy muriendo —me reí, cayendo hacia atrás, porque no había forma
alguna de que hiciera frente a todo lo que sentía en ese momento.
También él dejó salir una carcajada y su rostro se encajó de nuevo contra mi cuello.
—Necesito un minuto para moverme —oí que decía. Sus labios rozaron mi piel y enviaron
aún más de esas deliciosas descargas a mis pelotas.
No me importaba si se tomaba un día entero. De alguna forma, me encontré pasando mis
brazos alrededor de su espalda para sostenerlo, aunque tuve cuidado de no apretarlo demasiado
para evitar que su jersey acabara manchándose con el lío que habíamos montado sobre mi
estómago.
Lo estaba abrazando. Estaba abrazando a Axel King.
Madre mía. Aquello era todavía peor de lo que pensaba.
Pero él no se retiró. Me dejó mantenerlo contra mi cuerpo hasta que nuestras respiraciones se
estabilizaron. Mi corazón era otro tema; continuaba golpeándome las costillas con tanta fuerza
que me pregunte si él podría oírlo.
Tiré de King para subirlo al sofá y se derrumbó a mi lado. Echó un vistazo a mi abdomen
cubierto de esperma y volvió a reírse. Su risa fue entonces mucho más relajada y abierta, menos
oscura. Pero, igualmente, le hizo cosas raras a mi cuerpo y, peor aún, a mi mente.
—Estás hecho un desastre.
—Bueno, esta noche han intentado venderme, me he desmayado delante de medio campus y
luego me has masturbado hasta sacarme la vida por la polla. Tengo derecho a parecer...
—¿Jodido? —intervino él, y soltó otra carcajada. Mierda, me encantaba que se riese así.
—No del todo. —Le guiñé un ojo. Supongo que me sentía un poco aventurero.
King levantó la mano y me frotó la mejilla con el pulgar. Durante un momento no dijimos
nada más; solo estábamos él y yo y su dulce caricia sobre mi piel. Nos miramos en silencio y la
atmósfera se cargó de ese algo intenso y abrumador que siempre nos envolvía cuando
coincidíamos en la misma habitación, aunque ahora parecía ligeramente diferente.
Íntimo.
Cómplice.
Aterrador.
—Vamos a limpiarte y salgamos de aquí. Necesito comer algo —dijo finalmente, alejándonos
del territorio inexplorado y desconocido al que nos habíamos asomado sin querer—. Invítame a
una buena hamburguesa, chico de oro.
Se puso en pie y buscó alrededor hasta dar con una vieja camiseta. Pobre del idiota que se la
hubiera dejado allí; la prenda no iba a tener un final digno.
Pensé que me la lanzaría y se arreglaría su propia ropa. Pero volvió a arrodillarse frente a mí y
me limpió él mismo. Para cuando ambos estuvimos decentes y listos y nos dirigimos uno al lado
del otro hacia la salida, no podía dejar de desear saber más de él y obtener más de esos destellos
amables de King.
Me gustaba cuando ladraba y me provocaba, pero aquello era algo nuevo e igual de atrayente.
Era hora de admitir que King me tenía cogido por las pelotas.
Y también que yo no quería que las soltara.
Axel

No le confesé a Donovan que teníamos una cita pendiente. No supe muy bien por qué se lo
oculté. Quizá era el hecho de que yo no me metía en citas. O que en realidad sí que deseaba tener
una con él. No era capaz de ponerme de acuerdo conmigo mismo al respecto.
Nos fuimos en mi coche a un restaurante a las afueras del campus. La noche era un poco más
fresca de lo habitual y yo no tenía ganas de caminar, la verdad. Estaba destrozado. Donovan me
había desarmado y luego había unido todas las piezas de nuevo con una habilidad exquisita, pero
me había dejado agotado física y emocionalmente; esto último era lo más... extraño.
Comimos como cerdos. Ambos teníamos buen apetito, y esa misma mañana nuestro
coordinador ofensivo se había ensañado especialmente con nosotros. Comenzamos a charlar
mientras devorábamos nuestras hamburguesas, patatas fritas, alitas... Un poco de todo.
Me encontré hablándole de mi anterior equipo, de algunos de los amigos que había tenido que
dejar atrás, aunque no eran demasiados, e incluso de parte de mi salida del armario con unos
padres que se mostraron un poco distantes frente a mi revelación, pero que tampoco montaron un
drama. Más bien se limitaron a ignorar ese detalle de mi vida. Supongo que mi miedo a su
reacción había superado con mucho la realidad.
Donovan no hizo ninguna gran aportación mientras se lo contaba. Veía las dudas en sus ojos y
mis antiguos miedos reflejados en su rostro. Ni siquiera estaba seguro de cómo se sentía al
respecto o de si lo nuestro no era para él más que un experimento alocado que recordaría
avergonzado en el futuro, en una preciosa casa junto a una bonita chica y con un par de críos
correteando a su alrededor; un futuro sobre el cual ni siquiera sabía por qué estaba pensando.
Pero tuve que admitir que me inquietaba preguntarle directamente sobre su sexualidad. No
sabía si estaba preparado para la respuesta que pudiera darme y, si solo se trataba de curiosidad
por su parte, supongo que podía esperar un poco más para descubrirlo. Cuando me hubiera
saciado de él.
—¿Qué hay de ti? —pregunté, y agitó las manos frente a él con cierto frenesí.
—No, yo... Yo no he...
Apreté los labios para no reírme.
—Me refiero a tu familia, chico de oro. ¿Viven cerca?
Sus mejillas se colorearon al comprender que no le estaba preguntando por su salida del
armario, dado que resultaba obvio que no se había producido y que tal vez nunca lo hiciera.
Puede que ese pensamiento me molestara un poco, pero lo aparté a un lado y me puse a
interrogarlo sobre sus padres y la posible existencia de algún hermano o hermana. Así fue como
me enteré de que tenía un hermano menor que vendría a estudiar a nuestra misma universidad el
próximo semestre. Caleb Donovan se había tomado algo así como un año sabático, pero ahora
estaba listo para retomar sus estudios.
También me contó que su padre era obrero de la construcción y su madre enfermera, y que se
habían conocido cuando él tuvo un pequeño accidente laboral en sus primeros años de profesión.
Habló con claridad de lo mucho que se habían sacrificado para enviarlo a la universidad y de
cómo la cosa se pondría aún peor con la incorporación de su hermano a los estudios. Había
cariño en sus palabras y mucho respeto, y eso me gustó.
A pesar de que seguía pensando en él como en el chico de oro por su aspecto, Donovan no era
un idiota engreído incapaz de valorar lo que sus padres hacían por él.
Y luego estaba yo, sin problemas de dinero, pero sí con una falta clara de compromiso por
parte de mis propios padres con su labor. A veces creía que declararme gay no les había afectado
mucho porque, en realidad, no se preocupaban por mi bienestar en general. Al menos, no de la
forma en que me habría gustado.
La conversación se aligeró después de eso y continuó mientras regresábamos a casa
conduciendo. Hablamos de películas, libros y series de televisión. De música. De las clases.
Todo fluyó con facilidad hasta que cruzamos el umbral de nuestra residencia y nos dimos de
bruces con Cooper.
—Oh, hola —soltó Donovan turbado.
Hice lo posible por no reírme. Resultaba tan jodidamente transparente y tan adorable que
deseé empotrarlo contra la pared y besarlo. Pero no lo hice, por supuesto.
Durante un instante demasiado largo, Cop nos observó con el ceño fruncido y una extraña
atención, como si supiera que había tenido la polla de su mejor amigo en la mano unas horas
antes. Luego el momento pasó. Cooper se levantó del sillón y avanzó hasta Donovan.
—¿Qué tal estás, capullo?
Él resopló ante su preocupación.
—Estoy bien. Solo fue un golpe de calor o algo así.
—Te desmayaste como una primorosa dama de la corte con un corsé demasiado apretado, tío.
Te quedaste blanco como el papel.
Donovan le dio un empujón para apartarlo mientras continuaba gruñendo, a medias
avergonzado por las burlas de su amigo.
—Ese foco era una tortura lumínica —se quejó, y Cop se partió de risa.
Yo sonreí, contemplando la dinámica entre ellos con evidente curiosidad. Resultaba obvio que
se sentían muy cómodos el uno con el otro, pero no había ni rastro de esa vibración excitante que
emanaba de Donovan cuando se relacionaba conmigo.
Exhalé un suspiro de alivio sin ser muy consciente de que había estado conteniendo el aliento.
Y luego me dije que era hora de largarme a mi habitación antes de decir o hacer alguna tontería.
O de que ideas extrañas se asentaran y echaran raíces en mi cabeza.
—Me voy a la cama.
—Yo también estoy exhausto —indicó Donovan.
Cooper no parecía muy contento. Más bien estaba muy muy aburrido.
—Vamos, tío, mi cita ha sido un desastre de veinte minutos. Tómate una cerveza conmigo y
sácame de mi miseria. ¿Qué tal una partida al Call of Duty?
No me quedé a escuchar la respuesta de Donovan. Me largué escaleras arriba, dejándolos a
ambos atrás.
Necesitaba algo de espacio. Y aire, también un poco de puto aire.
De repente, me costaba respirar.

Donovan estaba en mi cama. Bueno, al menos esperaba que fuera él quien había entrado en
mi dormitorio a hurtadillas de madrugada y se había deslizado bajo la colcha. Porque si se
trataba de una excursión de Cooper o de Grayson, las cosas iban a ponerse muy raras en los
próximos minutos.
Rodé para darme la vuelta y me encontré al chico de oro acurrucado de lado, con la cabeza
sobre mi almohada, los ojos cerrados y, al parecer, tranquilamente dormido.
¿Qué demonios hacía allí?
No tenía respuesta para eso, así que me quedé un rato observándolo. Donovan era,
definitivamente, muy bonito. Por mucho que eso lo jodiera. Tenía unos perfectos labios gruesos
que pedían a gritos ser besados, un pelo dorado y sedoso para hundir los dedos a placer y unos
rasgos masculinos y armoniosos. Y yo probablemente parecía un acosador mirándolo en mitad
de la noche, claro que había sido él quien se había metido en mi cama.
Deslicé los dedos por su hombro y fui bajando, arrastrando tan solo la yema contra la piel
caliente y suave de su costado. Hasta que, una vez bajo las sábanas, mi mano tropezó con algo de
tela. No llevaba camiseta, pero se había dejado el bóxer puesto; al contrario que yo, que estaba
totalmente desnudo.
Me preguntaba si se habría dado cuenta de ello al acostarse a mi lado.
—Jodido Trey... Donovan —me corregí enseguida, incluso cuando no hubiera nadie para
oírlo.
Llamarlo así se había sentido demasiado bien cuando lo había abrazado sobre el escenario
horas atrás, pero era mucho más... íntimo.
—Lo he oído —dijo con una voz no tan somnolienta como habría sido de esperar. Así que no
estaba dormido del todo. No abrió los ojos ni se movió, pero añadió—: Y también soy muy
consciente de que llevas media hora mirándome como un pervertido.
Sonreí y, sin pensarlo, me incliné y le robé un beso fugaz que me supo a poco y que me
sorprendió más a mí que a él.
—Dijo alguien que se mete en camas ajenas en mitad de la noche. —Hice una pausa—. ¿Qué
haces aquí, chico de oro?
—Vivo aquí.
Esa era una gran evasiva, pero le di una tregua y no lo señalé.
—Bien. —Metí la mano bajo la cinturilla de su bóxer y le apreté una nalga con más bien poca
consideración.
Luego empujé un poco más y lo atraje hacia mí. Pero entonces fue él quien lanzó otra
pregunta complicada:
—¿Qué estamos haciendo, King?
Unas semanas antes, sin duda le habría dicho que yo solo intentaba meterme en su culo; sin
embargo, había tenido varias oportunidades para hacerlo y..., bueno, allí estábamos,
prácticamente desnudos, charlando entre susurros sobre un colchón perfecto para clavarlo a él y
conseguir mi objetivo de una vez por todas. Pero yo no me estaba moviendo y, por una vez,
tampoco trataba de provocarlo.
Rodé para quedar boca arriba y, solo entonces, Trey abrió los ojos y se incorporó hasta
apoyarse en un codo. Me miró, pero no dijo nada. Parecía creer que yo tendría todas las
respuestas, cuando en realidad no sabía una mierda de qué era aquello, qué demonios nos pasaba
o por qué parecía incapaz de quitarle las manos de encima y no paraba de volver una y otra vez a
por más.
—No lo sé.
Donovan se rio en voz baja.
—Esto es una novedad. El gran King no sabe algo.
—Hay un montón de cosas que no sé —admití sin ningún recelo, y le sonreí porque sabía que
solo estaba burlándose de mí.
Me ladeé de nuevo y coloqué una mano en su cadera. Él respondió arqueando las cejas.
¿Era eso una invitación?
Dejé caer la mano hasta la parte delantera. Joder, ya estaba duro. Apreté para darle fricción y
Trey correspondió el gesto con un sonidito de aprobación que aumentó mi propia excitación.
—Quiero estar dentro de ti —solté de repente, sin saber de dónde había venido la urgencia de
ese pensamiento. O, ya puestos, por qué simplemente no había dicho que quería follármelo. Así
que me apresuré a continuar—: Sé que no lo has hecho antes y podemos ir todo lo despacio que
quieras o necesites. Si no te gusta, pararé en cuanto me lo digas. En cualquier momento. Sin
explicaciones ni culpa. Y no volveré a...
Detuvo mi repentina diarrea verbal presionando un dedo contra mi boca.
—Vaya —fue todo lo que dijo. Hice amago de retirar la mano de su entrepierna, pero él la
sujetó para mantenerla en el sitio—. Yo también lo quiero.
En cuanto esas cuatro palabras salieron de sus labios, una sonrisa maliciosa se apropió de mi
rostro. Joder, quería hacerle tantas cosas que me daba vueltas la cabeza y no sabía ni por dónde
empezar.
Abrí la boca y le lamí el dedo que mantenía contra mis labios, y luego lo chupé con tanto
descaro y lascivia que podríamos haber estado rodando una película porno.
—Axel —me advirtió.
«Mierda.»
Tardé un segundo en quitar su mano de mi camino y me lancé sobre él. Asalté su boca con
avaricia y supe que nada me había sabido nunca tan bien como Trey en ese momento. Lo aplasté
contra el colchón y me lo bebí a tragos largos. Le metí la lengua hasta la garganta con una
desesperación desconocida para mí, pero sabiendo que estaba con el único hombre que podía
provocármela. Lamí y mordí, y juro que podría haber pasado toda la noche haciéndolo si él no
hubiera empezado a empujar sus caderas hacia arriba, frotándose contra mi polla de forma
insistente.
Trey parecía de pronto más ansioso que nunca, y a mí encantaba. Me gustaba que necesitara
más de mí y que su cuerpo lo traicionara con tanta transparencia y tan a menudo.
—Dilo otra vez.
—Yo también...
—No, mi nombre. Dilo.
Apretó la cabeza contra la almohada para ganar algo de espacio y poder verme bien la cara. A
saber qué fue lo que encontró, pero me lanzó una sonrisa de imbécil que yo conocía muy bien; la
empleaba mucho con él.
—Eso te pone cachondo, ¿no?
—Podría correrme solo oyéndotelo decir —admití sin vergüenza alguna—. No eres
consciente de lo que me haces, chico de oro.
Alargó el cuello y me lamió la barbilla en una clara provocación.
—Ya, bueno, supongo que entonces estamos a la par.
Trey

Estaba nervioso. Y ansioso. Y cachondo.


Joder, sentía tantas cosas a la vez que apenas si podía dejar de vibrar sobre el colchón. Axel
—sí, ahora era Axel y no King— devoraba mi boca como alguien hambriento al que por fin le
hubieran servido una comida y no fuera capaz de controlar la gula. Resultaba abrumador. Y
ponía en evidencia que me deseaba tanto como yo a él.
Bien. Habría sido muy jodido que no fuera así.
Meterme a hurtadillas en su cama había sido una apuesta arriesgada, pero yo... me había
rendido. Quería eso más de lo que había deseado nunca cualquier otra cosa. Lo quería todo. Con
él.
No terminaba de encajar las piezas de lo que se suponía que era ahora; ¿bisexual, tal vez? No
lo sabía y no me importaba. Y desde luego no iba a preocuparme de descubrirlo justo en ese
momento.
Ya llegaría a cruzar ese río más adelante y, si no lo hacía nunca, por mí estaba bien. Podía
vivir sabiendo que me gustaba Axel King. Que lo deseaba solo a él.
A la mierda las etiquetas y a la mierda todo.
Las manos de Axel estaban por todos lados. Parecía como si no pudiera obtener suficiente de
mi piel, como si necesitase asegurarse de que realmente estábamos allí; mi cuerpo bajo el suyo y
mis labios abiertos para él. Saqueó mi boca a placer, con astucia y de forma minuciosa. Se
aseguró de que sus caricias despertaran cada rincón, menos los que yo quería que fuesen
despertados, claro estaba. Si no hubiera sido así, no se habría tratado de él.
Le gustaba torturarme. Le encantaba oírme rogar por más. Deshacerme pedazo a pedazo con
sus manos y su lengua hasta que no quedase nada de mí. Y yo disfrutaba con ello, para qué
negarlo. Disfrutaba demasiado. Incluso cuando ladraba órdenes como lo haría un capitán a sus
tropas, esperando que se cumplieran de inmediato y con total diligencia.
Joder, era sexy de una manera que no sabía ni por dónde empezar a explicar y mucho menos
podía comprender.
Su cuerpo empujó contra el mío y nuestras pollas se deslizaron una sobre otra en un baile sin
fin. Una y otra y otra vez, llevándome al límite y... Santo Dios, estaba seguro de que Axel no
había hecho más que empezar. Tendría suerte si no me convertía de pronto en un eyaculador
precoz.
Alcancé su espalda y le clavé las uñas, y él gruñó y chupó aún con más fuerza mi cuello.
Apoyó un codo al lado de mi cabeza y me miró. Estaba seguro de que yo tenía un aspecto
lamentable; el pelo revuelto, la piel enrojecida y los labios hinchados, pero él lucía espectacular.
Como un puñetero Dios. Con esa sonrisa de pecador que jamás se arrepentía de ninguno de sus
pecados. Dispuesto a ir de cabeza al infierno y llevarme con él.
—No podemos hacer esto ahora.
—¡¿Qué?! ¿Por qué? —La voz me salió demasiado aguda y con un leve, y patético, tinte de
pánico.
Joder, estaba de verdad desesperado.
Axel tanteó mi mandíbula con la yema de los dedos y repasó luego la curva de mis labios. Su
expresión se suavizó, aunque ambos respirábamos a trompicones, y sus ojos adquirieron un brillo
casi dulce, mucho más tierno, a pesar de que continuaban ardiendo de deseo.
—Pienso hacerte gritar mi nombre todo el tiempo, chico de oro. Y esta casa no tiene paredes
suficientemente gruesas para eso.
—A lo mejor eres tú el que acaba gritando —repliqué sin dejar de frotarme contra él como un
perro en celo; sin embargo, comprendí enseguida lo que no estaba diciendo.
Era de madrugada, todo estaba en silencio y nuestros compañeros de piso dormían en aquella
misma planta. Cooper o Grayson podían despertarse e incluso levantarse a por agua o al baño.
Todos solíamos dormir con las puertas cerradas, por lo que, si oían algo, bien podrían imaginar
que Axel se había traído a alguien y estaba teniendo una sesión de sexo salvaje. Solo que Cop
nos había visto llegar juntos y, además, los dos reconocerían mi voz. No nos engañemos, había
muchas posibilidades de que yo acabara olvidándome de todo y gimiendo sin control o gritando,
por vergonzoso que resultara reconocerlo.
Inspiré resignado y empujé a Axel con suavidad para apartarlo. Frustrado y a la vez borracho
de excitación como estaba, en realidad no me planteé lo que el gesto daba a entender. Bien
podría haberle dicho que no importaba si nuestros amigos se enteraban o si lo hacía el vecindario
entero. Axel se había detenido solo por mí; él ya estaba fuera del armario. Joder, medio equipo
de waterpolo había pujado abiertamente por él esa noche y nadie había dicho una palabra al
respecto.
Pero no pensé en nada de eso, y él se retiró y se dejó caer boca arriba a mi lado. Durante un
rato, nos quedamos allí inmóviles. En honor a la verdad, yo estaba demasiado concentrado
intentando apagar el ardor que me corría por las venas, así que tardé bastante en darme cuenta de
lo mucho que se alargó el silencio entre nosotros.
Hasta que habló por fin y me dijo:
—Vuelve a tu habitación, Donovan.
Vaya. No «Trey», ni siquiera «chico de oro». Fue como recibir una invitación a salir de su
dormitorio con patada en el culo incluida.
Ladeé la cabeza para observarlo.
Tenía un brazo bajo la nuca y, con el otro, había tirado de la colcha hacia arriba para cubrir su
desnudez. Mantuvo la vista fija en el techo. No me miró, a pesar de que debió de percibir mis
ojos sobre él, y no había nada en su expresión que me diera una pista sobre lo que estaba
pensando.
—Es lo mejor —insistió cuando no me moví.
—¿Quieres que me vaya?
Odié cada palabra de esa pregunta. Mi voz salió tan necesitada... Tan herida... Fue realmente
lamentable sin importar que yo ya hubiera aceptado lo mucho que lo deseaba. Y fue peor aún
cuando él respondió con un contundente «sí».
Oh, joder. ¿Por qué estaba tan dolido? ¿Por qué demonios de repente me sentía tan mal?
Le eché un nuevo vistazo solo para comprobar que no había ni rastro de su actitud
provocadora ni de esa malicia que yo ya encontraba encantadora a su manera. A la manera King.
No. No había nada en su rostro que indicara que estaba bromeando o que aquello solo era otra
de sus tretas para sacarme de quicio. No intentaba llevarme al límite.
Solo deshacerse de mí.
Se tapó el rostro con un brazo mientras yo salía del dormitorio con tanta rapidez que me
golpeé la cadera con la cómoda y un dedo del pie contra la puerta. Apenas si procesé el dolor de
ambos golpes.
En ese momento, había otras cosas que dolían más.

El día siguiente llegó y me encontró con algo similar a una resaca. La noche anterior no había
bebido nada, pero la sensación era casi la misma. No había sido capaz de conciliar el sueño salvo
por breves instantes aquí y allá en los que apenas si llegué a desfallecer del todo.
Una mierda, vamos.
Grayson se había largado a la playa a entrenar y King no estaba en casa cuando me levanté,
mientras que Cop roncaba en su cama con una placidez que deseé para mí y que yo iba a joderle
de un momento a otro.
Necesitaba hablar con alguien o me volvería loco.
Mi mejor amigo estaba tirado boca abajo, con un hombro y un brazo colgando por el borde
del colchón y la cara enterrada en la almohada. Le di un manotazo al que no reaccionó, así que al
final tuve que zarandearlo un poco.
Compuse una expresión de lo más inocente cuando finalmente abrió un ojo y alzó la cabeza
para mirarme.
—Bien, ya estás despierto.
—Tienes un aspecto de mierda —farfulló. Frunció el ceño, aún medio dormido, y echó un
vistazo a su alrededor—. ¿Llego tarde a clase otra vez?
Me tumbé en el lado libre de la cama antes de contestarle:
—Es domingo. —Hice una pausa que él llenó refunfuñando sobre qué demonios estaba
haciendo yo entonces—. Necesito hablar.
—Estás bromeando, ¿no? Quiero dormir.
A pesar de sus protestas, se quedó esperando a que continuara. Supongo que el hecho de que
estuviese allí, con la pinta de un maldito zombi, al menos debió de despertar su curiosidad.
O su compasión.
—¿Qué pasa? —inquirió cuando no dije nada, y yo continué titubeando—. Vamos, me has
jodido el sueño y te has tumbado aquí como si fuera el puto diván de un terapeuta. Así que
empieza a largar de una vez o...
—Me he liado con King.
Traté de obtener de su rostro alguna clase de indicio de lo que estaba pensando sobre lo que
acababa de decir, pero a esas alturas casi me daba igual. Además, Cop era mi mejor amigo;
confiaba en él.
—Define «liarse» —replicó con cierta cautela tras una pausa tal vez un poco larga.
—Besos. Pajas —gemí avergonzado, y seguramente ruborizado como un jodido colegial.
Estaba claro que Axel me había arruinado por completo—. Puede que también...
—Oh, espera, espera, espera. ¿Habéis follado?
Su expresión se iluminó como un maldito cartel de Las Vegas. El tipo de verdad estaba
entusiasmado con aquello, lo cual resultaba tranquilizador, aunque también un poco raro.
—Mmm... No, eso no.
Para entonces ya se había sentado en la cama y me estaba mirando como un niño el día de
Navidad.
—Oh, joder. Entonces eres bi. O gay. ¿Pansexual? —prosiguió con un torpe movimiento de
cejas, y me tuve que reír—. Mierda, había rumores sobre King y, bueno, lo del equipo de
waterpolo anoche en la puja fue bastante revelador, aunque al parecer estaba amañado —
prosiguió imparable—. Pero, amigo mío, ¿tú y él? Pensaba que lo odiabas. ¡Oh, eso es! Toda esa
hostilidad no era más que tensión sexual no resuelta. Se trata de eso, ¿no?
—¿Amañado? —tercié yo, porque no sabía a qué se refería.
Pero él desechó mi pregunta con un gesto de la mano.
Tendría que haber sabido que a Cooper le importaría de poco a nada todo aquello y no le daría
mayor importancia. A lo largo de los años que llevábamos siendo amigos, nunca me había
defraudado, había estado ahí para mí a cada paso y yo lo había estado también para él. Eso me
quitó un peso de encima; no sé cómo lo habría sobrellevado si hubiera descubierto que aquello
suponía un problema para nuestra amistad. Habría sido un golpe duro.
—Espera —sus ojos chispearon con evidente diversión, y me preparé para alguna de sus
payasadas—, ¿tú eres el que da o el que recibe?
Empezó a reírse sin control, y yo lo empujé y lo saqué del colchón por el otro lado de la cama
hasta que terminó en el suelo. Ni siquiera entonces dejó de reírse, el muy cabrón. Se quedó
sentado sobre la alfombra y se apoyó en la cama como si estuviera esperando al camarero en una
barra de bar.
—Esa es una pregunta muy poco educada por tu parte. Y ya te he dicho que no hemos follado.
—Tengo otras muchas preguntas —siguió burlándose él. Un segundo después, su sonrisa se
apagó un poco—. Si estás aquí en plan terapia, supongo que hay algo que no va bien. ¿Te
arrepientes?
Negué.
—No. Estoy bien.
—¿Y King?
Resoplé. Le tendí una mano y, cuando la estrechó, tiré de él para subirlo de nuevo a la cama.
—No es la clase de tipo que se arrepiente de algo así.
—Demasiado seguro de sí mismo —aportó Cop, y luego comenzó a tantearme—.
¿Entonces...? ¿Cuál es el problema? ¿No quieres salir del armario? Tío, hay una considerable
comunidad queer en el campus, no creo que sea para tanto.
Mis cejas salieron disparadas hacia arriba.
—¿Queer? ¿Desde cuándo estás tú tan puesto con la terminología?
—Esa es una conversación para otro día. Estamos hablando de ti —replicó, y me brindó una
sonrisita de capullo total—. ¿Te preocupa lo que pensará el equipo? ¿Los chicos de la
fraternidad?
—Te das cuenta de que son casi las mismas personas, ¿no?
Nuestra fraternidad era la que aunaba a la mayoría de los atletas del campus; sí, éramos los
deportistas borrachos de la universidad. Y, sí, había miembros de otros equipos deportivos, pero
prácticamente todo el nuestro formaba parte de ella.
—Lo que sea. ¿Es eso? Porque, si es así..., que los jodan, Trey. Haz lo que quieras; nadie
debería tener nada que decir al respecto.
Me encogí de hombros. Yo sabía que lo de Axel no era un experimento y tampoco curiosidad
o alguna mierda por el estilo; puede que no fuera a dar una rueda de prensa y hacer una salida del
armario frente a todos en plan revelación del año, pero el hecho de que todo se hubiera torcido la
noche anterior después de que Axel mencionase la posibilidad de que Grayson o Cop nos
descubriesen me picaba de una forma muy desagradable.
—No sé. Anoche... King me echó de su habitación.
—¿Después de que follarais?
Lo empujé de nuevo, aunque me eché a reír, y él se había parapetado de tal forma en el
colchón que no hubo manera de moverlo. En realidad, agradecía que se lo tomara todo con su
característico buen humor.
—Ya te he dicho que no llegamos tan lejos, pero no sé si dije o hice algo que no le gustó.
Mi elección de palabras, por supuesto, solo podía desembocar en nuevas pullas por parte de
Cop sobre lo que le gustaba o no a King en la cama. Así que estuvimos un buen rato diciendo
tonterías. Me di cuenta de lo fácil que me lo estaba poniendo y de lo estúpido que había sido al
tratar de ocultarle lo que pasaba entre Axel y yo. Siempre nos lo habíamos contado todo. Él
conocía gran parte de los problemas por los que había pasado mi hermano el año anterior y yo
me sabía al dedillo la historia del borracho de su padre y el modo en que lo había abandonado
cuando Cop solo era un adolescente.
Rato después, tras una cantidad de bromas y pullas considerable, yo no había encontrado
ninguna de las respuestas que buscaba —aunque tampoco estaba seguro de cuáles eran las
preguntas—, pero me sentía mucho mejor.
—¿Recuerdas a Cara Robinson, el primer año de universidad? —Asentí sin saber muy bien
adónde quería llegar—. Joder, la perseguiste sin descanso todo un semestre, tío. Al principio ella
ni siquiera miraba más de tres segundos en tu dirección, pero terminó cayendo.
—No es que me disguste este paseo por los recuerdos, pero ¿qué tiene eso que ver con nada?
El estómago de Cooper gruñó y él se arrastró fuera de la cama. Llevaba puesto solo un
pantalón corto y, durante un breve instante, mientras esperaba que aclarase lo que trataba de
decirme, intenté contemplarlo con los mismos ojos con los que miraba a Axel...
No.
Fue un «no» enorme. Cop no me atraía en absoluto. Confirmado.
Solté una carcajada.
—¿Qué?
—No eres mi tipo, tío —señalé, y casi pareció genuinamente ofendido. Pero no quería darle
más cuerda para sus bromas, así que me centré—. Cara. ¿Qué pasa con ella?
—Ah, sí. Si hay algo que eres es tenaz. Y terco como una mula, colega. Hasta el aburrimiento.
Así que, si te gusta King, ve a por él.
—No es tan sencillo —repuse, aunque no pensaba confesarle que cuando estaba con Axel
terminaba siempre convertido en un tipo necesitado y ansioso. ¿Cómo demonios iba a ir yo a por
él si me ponía a vibrar de excitación con tan solo una de sus miradas?
Me lanzó una sonrisa mientras le echaba un vistazo a su móvil.
—Lo bueno nunca lo es. Habladlo y soluciónalo. O chúpasela y ya verás como pronto se
olvida de todo. Eso siempre funciona. —Se encogió de hombros. Dios, era de verdad un capullo
y se lo estaba pasando genial a mi costa—. Y ahora ve a vestirte y acompáñame a la fraternidad.
Maddox quiere verme para hablar de no sé qué evento. Podemos pillar unos tacos de camino.
Invitas tú. Es mi tarifa por ejercer de terapeuta sexual.
Puse los ojos en blanco.
—El Taco Bell ni siquiera está de camino.
—Ahora sí. ¡Venga, muévete! ¿O tengo que ir yo a sacarte las cosas del armario? —se burló
como el idiota que era. Un idiota al que quería mucho.
Lo mandé a la mierda y me fui hacia la puerta, no sin antes mostrarle de buena gana el dedo
corazón.
Sus carcajadas me acompañaron todo el camino hasta mi dormitorio.
Trey

Tres días.
Habían pasado setenta y dos putas horas en las que Axel me había evitado como a un
apestado, esta vez de una forma tan descarada que no dejaba lugar a dudas de lo que estaba
haciendo. Apenas estaba en casa; llegaba casi de madrugada y se marchaba al amanecer. En los
entrenamientos no actuaba de forma muy diferente con el resto, pero solo se dirigía a mí cuando
era estrictamente necesario.
Así que, esa tarde en particular, me cansé de esperar.
Axel aún seguía en el campo ahora desierto. Incluso el equipo técnico se había largado ya.
Solo quedaba él y un aspirante a quarterback novato al que le estaba dando algunas indicaciones.
Cualquier cosa con tal de no tropezarse conmigo en el vestuario. O, peor aún, en las duchas.
Bien, era perfecto. Cuanto más se retrasase, mejor. Los demás se largarían y solo quedaríamos
él y yo, y el novato.
Me mantuve en la sombra del túnel que conducía hasta los vestuarios. Observando y
esperando. Todavía llevaba todo el equipo encima, así que me entretuve jugueteando con el
casco. También me dediqué a comerme a Axel con los ojos. El uniforme le sentaba muy bien, y
su culo... Joder, era una locura. No podía apartar los ojos de él.
Ryn, el novato, resopló exhausto después de una carrera. Axel le dio un golpecito en el
hombro cuando se le acercó y le dijo algo. Los dos rieron. Luego, con una nueva palmada de
ánimo, echaron a andar en mi dirección.
Retrocedí un poco por el pasillo. No quería que me viera hasta que ya no pudiera encontrar
alguna excusa para volver al campo. Lo creía capaz de embaucar al pobre Ryn y someterlo a otra
ronda de pases eternos solo para evitarme.
Cuando me descubrió a mitad de camino, su espalda se tensó y sus dedos se apretaron sobre el
borde del casco, que llevaba en la mano. Saludé a Ryn con un gesto de la cabeza que él me
devolvió. Sabía que Axel no iba a detenerse por propia iniciativa, así que no me quedó más
remedio que decirle:
—Necesito hablar contigo un momento.
Ryn se giró, pero Axel continuó andando como si no me hubiera oído en absoluto.
Y luego Cooper decía que yo era el terco.
—¡King! —lo llamé de nuevo.
Prosiguió su camino, ignorándome incluso delante de un perplejo Ryn. El pobre chico no
sabía muy bien qué hacer, pero me desentendí de él. No permitiría que Axel se escaqueara esa
vez.
Me adelanté y le corté el paso. Cuando trató de rodearme sin siquiera dignarse mirarme,
terminó con la escasa paciencia que me quedaba. King era corpulento y quizá un poco más alto,
pero yo era algo más ancho y estaba en tan buena forma como cualquier otro miembro del
equipo. Podía con él.
Lo agarré y lo estampé contra la pared, presionando con todo mi cuerpo para evitar que se
moviera. Le ladré un «largo de aquí» demasiado duro a Ryn, quien, gracias a Dios, se apresuró a
perderse por el pasillo sin hacer ninguna pregunta aunque resultó evidente que tenía muchas.
—Suéltame ahora mismo, Donovan.
Me reí en su cara a pesar del tono brusco e inflexible que empleó conmigo. Se podía ir a la
mierda si pensaba que perdería mi ventaja y lo dejaría largarse. Tal como había dicho Cop, yo
era tenaz y perseverante cuando quería algo.
Y ahora quería a King.
—No hasta que hables conmigo.
—Tengo cosas que hacer.
—Que te jodan, King. Lo único que tienes que hacer es correr lejos de mí como llevas
haciendo desde el sábado por la noche. —Aplané las palmas de las manos sobre sus hombreras y
apreté mis caderas contra las suyas cuando él me empujó para liberarse.
Al no conseguirlo de esa forma, me agarró de los costados. Por un instante creí que me
lanzaría por los aires, pero no hizo nada más. Sus manos permanecieron totalmente inmóviles,
aunque sus dedos se cerraron en torno a la tela de mi camiseta.
—¿Qué demonios quieres, Donovan?
Había planeado un largo discurso y un montón de preguntas que quería que él contestase. No
entendía qué había cambiado tanto hacía tres noches para que se volviese tan frío conmigo. Ya
habíamos pasado por algo similar en las semanas anteriores, pero incluso cuando yo lo había
evitado o él jugaba un poco al gato y al ratón conmigo, siempre había habido alguna mirada
burlona o una sonrisa oscura y provocadora por su parte; una señal de que la rueda de algún
modo seguía girando para nosotros.
Esto era diferente. Era como si... estuviera enfadado y me castigase con su indiferencia. Y no
tenía ni idea de por qué.
Así que, de todo cuanto podía decir, simplemente elegí la verdad:
—A ti.
Las dos palabras quedaron suspendidas en el aire que flotaba entre nuestras bocas, ahora un
poco más próximas que un segundo antes. Debía de haberme inclinado sobre él al responder o
algo así, y lo que fue seguro era que Axel ya no estaba luchando contra mí.
Nos miramos el uno al otro durante un minuto eterno. Yo, con la expresión desafiante del que
no está escondiendo nada y tampoco tiene nada que perder y él, con algo de sorpresa, calidez y
otra emoción que no atiné a interpretar destellando en el fondo de sus ojos.
Mis dedos aferraron la camiseta sobre sus hombros y se convirtieron en puños casi por inercia
mientras esperaba una respuesta a mi confesión. Y cuando vi que no iba a decir nada, me lancé
de cabeza al desastre sin importar las consecuencias.
No fue una decisión difícil de tomar en realidad. Puede que yo hubiera estado decidido a tener
una charla con él, pero Axel era una especie de debilidad para mí, una jodida fuerza gravitatoria
a la que no podía sustraerme por mucho que lo intentara. Su boca estaba demasiado cerca, su
aliento olía como el paraíso y el aroma rico de su colonia y su piel se mezclaba con el sudor tras
el intenso entrenamiento. Incluso aunque ambos llevásemos aún las protecciones encima,
tampoco ayudaba sentir su cuerpo duro contra el mío.
Lo había echado de menos durante esos tres días. Necesitaba besarlo. Y eso fue justo lo que
hice.
Cerré el espacio entre nuestras bocas sin prisa, dándole la oportunidad de rechazarme si así lo
quería. Pero no lo hizo. Se quedó quieto mientras le lamía la comisura del labio de forma
tentativa, esperando que se abriese para mí. Y cuando mi petición silenciosa de acceso fue
aceptada, deslicé con cuidado la lengua en su interior.
Axel respondió enseguida. Y fue dulce y lento, y tierno, y también jodidamente delicioso.
Nunca nos habíamos besado así. Ni siquiera había besado a una chica así alguna vez. Tan
despacio. Como si ninguna otra cosa importase más que degustar el sabor del otro. Como si todo
a nuestro alrededor se hubiese detenido al primer roce de labios, el mundo entero se hubiera
desintegrado y solo quedásemos nosotros en pie. Hubo suaves gemidos que no supe de quién de
los dos provenían; tal vez de ambos. Le acaricié la lengua y él respiró en mi boca. El beso se hizo
más profundo, pero no más ansioso. No, había una calma que fluía entre nosotros y que resultaba
tan sensual y erótica como cualquier otro de los momentos íntimos que hubiésemos compartido
hasta entonces.
No supe el tiempo que pasamos besándonos de esa forma. Otra manera de devorarnos que
amé de inmediato y a la que sabía que no quería renunciar.
—Joder, chico de oro —gruñó dejando caer la cabeza contra la pared y cerrando los ojos.
Bien. De nuevo era su chico de oro, así que eso tenía que ser bueno. Un momento, ¿su chico
de oro? ¿Suyo?
¿Qué demonios...?
Aparté ese detalle para otro instante. No tenía la claridad mental necesaria para pensar en lo
que eso significaba. Y también me daban un poco de miedo las conclusiones a las que pudiera
llegar.
Axel abrió los ojos de nuevo y echó un vistazo a lo largo del pasillo vacío. Cuando su mirada
se posó otra vez en mí, comprendí que estaba dispuesto a argumentar alguna clase de burda
excusa para alejarse de nuevo. Lo supe. Había poco en él de su arrogancia y del descaro al que
me había acostumbrado, y eso era muy mala señal.
Pensé en Cop y en lo que había dicho sobre Cara, y decidí no darle margen a Axel para que
retrocediera, al menos figuradamente, porque su cuerpo continuaba contra la pared y el mío,
sobre él, presionando todos los puntos importantes a pesar de las malditas protecciones. Nuestros
cascos habían caído al suelo y terminado uno al lado del otro en cuanto lo había arrastrado contra
el muro; verlos juntos fue casi como tener una epifanía. Como si de algún modo ese hubiera sido
el lugar exacto en el que tuvieran que estar.
Como si esa fuera la manera en la que tenía que ser.
—Mira, Trey...
—Oh, vamos. Cállate de una puta vez —lo corté exasperado.
Sin permitirle hacer ninguna otra aportación o concluir lo que fuera a decir, le brindé una
sonrisa sucia y lo agarré de la camiseta. Lo sostuve durante unos pocos segundos muy cerca de
mí. Dejé que mis ojos vagaran por su rostro y atrapé mi labio inferior entre los dientes cuando a
él se le aceleró la respiración. Su expresión se tornó menos contenida; el deseo haciéndose cargo
por fin.
Dispuesto a ser yo quien lo torturase por una vez, lo estampé contra el muro a su espalda y
Axel jadeó.
—Deja de evitarme, maldita sea —gruñí contra su boca.
Quería sumergirme en Axel. Meterme bajo su piel como él había hecho conmigo. Su sabor
aún estaba fresco en mi mente por el beso anterior, pero yo quería más. Más. Mucho más. Me
había vuelto adicto a su cuerpo, a sus caricias y sus besos de la mejor de las maneras. Y al diablo
con él si creía que podía seguir esquivándome todo el tiempo.
Tampoco pensaba darle una oportunidad.
Apoyé los brazos a los lados de su cabeza y arremetí contra él de nuevo. Esta vez no hubo
suavidad o cautela. Ni tampoco ningún cuidado. Fue un beso duro y exigente. Salvaje. Un
choque de dientes húmedo. Un ataque. Una puta declaración de intenciones a la que esperé que
no fuera capaz de resistirse. Hundí la lengua en su boca como si me perteneciese, y muy pronto
él reaccionó y me plantó cara. Peleamos como dos idiotas ebrios de deseo por el control del beso,
tomando lo que el otro ofrecía incluso sin querer entregar más de lo que recibíamos; ambos
dispuestos a ganar en lo que quiera que fuese aquello.
Axel no era la clase de tipo que se rendía y yo lo sabía, así que resultaba aún más extraño que
se hubiera alejado de mí en los días anteriores. Pero en cuanto traté de vencerlo en su propio
juego, todo volvió a encajar como un puzle perfecto de deseo crudo y placer. Tiró de mí y sus
manos apresaron mi culo para apretarme más contra él. Yo sonreí en el beso, satisfecho.
Sin saberlo, me estaba brindando la victoria.
Metí la mano entre nuestros cuerpos para tantear la erección que sabía que me encontraría y
gemí frustrado cuando mis dedos tropezaron con su suspensorio.
—Esto es una mierda —solté mientras su boca se desviaba hasta mi garganta y me chupaba el
cuello con una agresividad apenas contenida.
Axel rio contra mi piel y el sonido vibró a través de mi carne. Oh, sí, esa risa. Ahí estaba Axel
King de nuevo. Había una promesa oscura tras ella; una orden exigente y una oferta de más y
más placer al mismo tiempo.
Dar y tomar. Pedir y entregar. Así éramos juntos.
El reverberar de una serie de pisadas al fondo del pasillo llegó demasiado tarde a mis oídos,
aturdido como estaba por los besos y los mordiscos que Axel estaba dejando a lo largo de mi
cuello. Y supongo que a él le ocurrió lo mismo, porque no nos detuvimos hasta que un silbido
bajo atravesó la neblina sexual en la que ambos estábamos sumidos.
Giramos la cabeza de golpe solo para descubrir a Cooper en mitad del pasillo, con las manos
en las caderas, su bolsa colgada del hombro y una sonrisa burlona que me hizo saber que iba a
estar jodiéndome con aquello durante mucho mucho tiempo.
Axel me empujó lejos de él en cuanto fue capaz de reaccionar. Traté de no tomármelo como
algo personal, pero no me gustó de todas formas.
—Todavía queda gente ahí dentro —comentó Cop, señalando la puerta del vestuario. Ni
siquiera se molestó en disimular su diversión—. Así que, si no queréis que alguien grabe vuestra
sesión de arrumacos cachondos y la suba a YouTube, deberíais llevaros esto a un lugar más
privado.
Agarré a Axel del brazo en cuanto me di cuenta de que echaba a andar hacia mi mejor amigo;
no creí que tuviera buenas intenciones.
—Quieto ahí.
Al oír la orden que le dediqué, la sonrisa de Cooper se amplió hasta que prácticamente se le
salió de la cara. Estaba provocando a Axel; joder, yo también lo habría atormentado un poco de
no ser porque parecía a punto de lanzarse sobre mi mejor amigo y arreglarle la cara a puñetazos.
—Supongo que os habéis reconciliado por fin —dijo Cop entonces, y se puso a aplaudir con
el entusiasmo de un crío de cinco años frente a un pastel de chocolate.
Reprimí la risa por su estupidez y tuve que tirar con más fuerza de Axel, quien, al ver que lo
retenía y no estaba balbuceando alguna lamentable excusa, se giró por fin hacia mí.
—¿Lo sabe? ¿Se lo has contado?
—Sí, así que ahórrate el derroche de testosterona. No tienes que ir allí a defender mi honor —
me reí sin poder evitarlo.
La mirada de Axel fue de mi rostro hacia el final del pasillo, luego de vuelta a mí y, por
último, otra vez hasta Cooper.
—Gilipollas —le espetó enseñándole un dedo.
Para entonces yo ya me estaba riendo abiertamente. Señor, todo aquello era un poco irreal. En
realidad, tendría que haberme inquietado un poco la posibilidad de que, en vez de Cooper, fuera
otro de mis compañeros de equipo el que nos hubiera descubierto, pero, por más que busqué algo
de preocupación en mi interior, no fui capaz de hallar nada.
—Yo también te quiero, King —replicó Cop, devolviendo la grosería con un gesto igual de
obsceno—. Os veo en casa.
Lanzó un beso al aire y luego se alejó en dirección a la salida, silbando como un idiota y
riéndose de sus propias bromas.
Y así fue como Axel y yo nos quedamos de nuevo a solas. Él se volvió hacia mí con las cejas
enarcadas y una pregunta formulándose silenciosamente en su expresión.
—Necesito una ducha —solté encogiéndome de hombros.
Y, siguiendo el ejemplo de mi mejor amigo, eché a andar hacia el vestuario entre risas y dejé
a Axel King plantado en el túnel.
Tenía la sospecha de que no continuaría ignorándome a partir de ese momento.
Axel

Tuve que soportar estoicamente ver a Trey quitándose el equipo y desnudándose por completo a
pocos metros de mí sin poder hacer nada al respecto. Ryn y otro de los chicos me asaltaron en
cuanto entré en el vestuario para contarme no sé qué mierda. No les estaba haciendo ningún caso,
la verdad, aunque procuré soltar un «ajá» aquí y allá y asentir con la cabeza para que pareciera
que les prestaba atención. Sin embargo, mis ojos se desviaban continuamente hacia Trey. Y
continuaron haciéndolo cuando se largó a la ducha sin molestarse en coger una toalla para
taparse y me brindó una espectacular visión de su precioso culo.
Había sido yo el que lo había apartado. Yo había iniciado ese estúpido baile entre nosotros en
primer lugar y luego, al parecer, había salido corriendo. Pero tenía mis motivos.
Tres noches antes, había acabado demasiado jodido para mi gusto cuando Trey retrocedió por
miedo a que nuestros compañeros de piso lo pillaran metido en mi cama. Y puede que me
hubiera entrado un poco el pánico al descubrir lo mucho que eso me había molestado.
Dios, era casi una ironía.
Me gustaba Trey. En realidad, me gustaba mucho. No había podido dejar de pensar en él en
semanas y me había costado toda mi fuerza de voluntad mostrarme frío con él durante esos tres
días. Y os aseguro que no había nada frío en lo que le hacía a mi cuerpo cada vez que estábamos
en la misma habitación. Joder, incluso cuando no lo tenía a la vista, la mitad del tiempo
terminaba con una dolorosa erección entre las piernas al recordar lo bien que me hacía sentir
tenerlo aprisionado bajo mi cuerpo.
Resultaba preocupante. O revelador, según se mirara.
Peor aún, ahora estaba desconcertado. Trey le había hablado a Cooper de nosotros y, si las
burlas de este eran muestra de algo, parecía que se lo había tomado bastante bien. A mí me daba
igual lo que pensara Cooper, pero era el mejor amigo de Trey y no quería que las cosas se
pusieran raras o incómodas entre ellos por mi culpa. Lo que me llevaba de nuevo al inicio: estaba
preocupándome por el chico de oro de una forma en la que hacía mucho tiempo que no lo hacía
por nadie.
Por Dios, ni siquiera me lo había follado; eso no podía ser bueno.
Me pasé la mano por la cara frustrado y traté de no reírme de mí mismo. Estaba siendo
ridículo.
Para cuando por fin logré que Ryn me soltara, Trey había regresado de la ducha. Al menos ya
se había rodeado las caderas con una toalla, pero su piel dorada estaba cubierta de gotitas que
sentí el impulso desesperado de lamer. El pelo le caía chorreando alrededor de la cara y pequeños
riachuelos de agua le corrían por el cuello y sobre los hombros.
Sus ojos verdes destellaron con diversión cuando me descubrió devorándolo con la mirada
desde el otro lado del vestuario. Lucía tan satisfecho y pagado de sí mismo...
Bien, si quería jugar, jugaríamos. Y yo iría con todo.
Me deshice una a una de las protecciones que aún llevaba encima y de la ropa hasta quedar
completamente desnudo. Sonreí cuando se le aceleró un poco la respiración. Ryn y Jules todavía
estaban charlando a pocos pasos de nosotros y, aunque Trey hubiera puesto al tanto de lo nuestro
a su mejor amigo, dudaba que quisiera darles el espectáculo a los chicos.
Se mordisqueó el labio de esa forma en que lo hacía cuando estaba ansioso y que a mí
siempre me ponía duro.
De espaldas a nuestros compañeros, y antes de coger una toalla y taparme, le regalé un
explícito plano frontal, mostrándole exactamente lo que estaba provocando. Fui muy consciente
de que yo no era el único afectado; el modo en que una mancha de rubor ascendió por su pecho y
su cuello, la manera en que sus labios se entreabrieron en busca de aire, el bulto que empezaba a
formarse bajo su propia toalla... Resultaba una verdadera delicia, y estaba claro que yo no podría
tener suficiente de él hasta que lo metiera en mi cama y me permitiera hacerle todas las cosas
perversas que deseaba.
—¿Me esperas para volver a casa? —pregunté al pasar por su lado.
Lo que de verdad quería hacer era estamparlo contra su taquilla, arrancarle de encima la toalla
y caer de rodillas frente a él para saborearlo hasta que me doliera la mandíbula. Pero eso no iba a
suceder. Por el momento.
Es más, planeaba ser yo quien lo hiciese arrodillarse y tragar. ¿Se atrevería Trey? Durante
nuestros encuentros, había sido yo el que lo había tocado la mayoría del tiempo. ¿Se sentiría
cómodo si fuese al revés? ¿Lo desearía tanto como yo? Había estado más que dispuesto a
dejarme follarlo, pero tal vez aún lo cohibiera —o, en el peor de los casos, incluso le provocara
repulsión— chupársela a otro tío. Había tías a las que tampoco les gustaba de todas formas.
—Está bien —dijo con un leve temblor.
—Bien.
Estaba decidido a encontrar respuestas a todas las preguntas que Trey Donovan me hacía
plantearme, aun cuando algunas ni siquiera tuvieran que ver con el sexo.
—Siento la mierda de estos días —dejé caer después de que la camarera nos trajera las
bebidas y se marchase de nuevo.
En vez de largarnos a casa, habíamos terminado en una de las cafeterías del campus. Ambos
estábamos muertos de hambre y, a no ser que Gray o Cooper hubieran hecho la compra para
todos en un arranque de responsabilidad y bondad infinita, teníamos poca esperanza de que
quedara algo comestible en el frigorífico.
El ambiente entre nosotros se había vuelto de nuevo relajado y... fácil. Era una de las cosas
que más cómodo me hacían sentir cuando estaba con Trey. Incluso tras el derroche de hostilidad
fingido del que había hecho gala las primeras semanas después de mi llegada, era un tipo de trato
fácil, divertido, y al que no parecía faltarle nunca un tema de conversación. Yo, muchas veces,
no era en exceso hablador, aunque me gustaba ayudar y relacionarme con los otros miembros del
equipo y los hermanos de la fraternidad. Todos me habían recibido con los brazos abiertos y me
habían hecho un hueco entre ellos con rapidez. Pero con Trey me sentía... bien. Capaz de
hablarle de cualquier tema que me propusiera.
—Dime una cosa, sé que dijiste que no, pero ¿alguna experiencia previa con otro tío?
No se encogió en el asiento ni se lanzó a comprobar si había alguien cerca que pudiera oír la
pregunta, y eso, en cierto modo, me tranquilizó. En realidad, no apartó los ojos de mí y su mirada
se llenó de algo muy similar a... calidez.
—Oh, ya veo —repuso con calma—. Sigues esperando que me vuelva loco por esto, ¿no?
¿Era así? Sí, supongo que una parte de mí creía que en algún momento Trey retrocedería, me
daría una excusa de mierda y confesaría que esto no había sido otra cosa que curiosidad o alguna
clase de experimento sexual. No sería ni el primer ni el último tío heterosexual que tanteaba sus
límites en la universidad y luego fingía que no había pasado nada.
Trey suspiró cuando mi silencio le dio la respuesta que buscaba.
—Supongo que no puedo culparte por creerlo. —Esperó mientras la camarera colocaba
sendos platos frente a nosotros, nos deseaba buen apetito y se marchaba para ocuparse de otra
mesa—. Puede que le haya dado algunas vueltas, pero ha sido más..., no sé, he estado aturdido,
por decirlo de algún modo.
—No tienes que darme explicaciones.
Joder, no quería presionarlo. No con algo así. Y parecía vulnerable. No podía ser fácil de
manejar para él sentirse atraído de repente por otro hombre. Mi caso había sido muy distinto; yo
había sido consciente de ser gay desde muy joven, aunque luego tardase en compartir ese detalle
con el resto del mundo.
Trey agitó la cabeza de un lado a otro y jugueteó con la comida de su plato. De vez en
cuando, afloraba en él una timidez que dudaba que mostrara demasiado a menudo. Y... también
me gustaba eso.
Joder, me gustaba todo él. Incluso cuando se comportaba como un impertinente. Incluso
cuando me mandaba a la mierda.
—Tuve un par de interacciones con mi compañero de habitación el primer año de universidad
—confesó finalmente, con un suave rubor destacando de forma preciosa en sus mejillas.
—Vaya, vaya —me reí algo sorprendido. Eso era algo que ocurría más de lo que nadie quería
admitir, pero, en su caso, no sé por qué no me lo esperaba.
—No fue nada en realidad. Solo... —Hizo un gesto evasivo con la mano y me dije que lo
dejaría estar. Tampoco era que quisiera pensar demasiado en Trey montándoselo con otro tío—.
Un par de pajas.
Solté una carcajada mientras su rostro enrojecía aún con más intensidad.
—Eres jodidamente adorable, Trey.
Mi comentario puso fin a esa parte de la conversación. Luego giró en torno al equipo, nuestras
posibilidades de ganar el próximo partido y nuestras expectativas de jugar al fútbol de modo
profesional. Aunque Trey admitió que no creía que eso fuera a suceder, yo tenía muchas
esperanzas para mí al respecto; un par de reclutadores se habían interesado y sabía que estaban
siguiendo mi evolución después del traslado de equipo.
Jugar en la NFL era el sueño de toda mi vida.
Comenzó a lloviznar poco antes de que terminásemos de cenar y tuvimos que lanzarnos por el
aparcamiento a la carrera. De toda formas, acabamos calados hasta los huesos. Manipulé la
calefacción en cuanto nos subimos a mi coche con la ropa empapada pero el ánimo encendido.
Su coche había quedado a las puertas del campo de entrenamiento.
Cuando lo miré, Trey estaba abrochándose ya el cinturón. El pelo le chorreaba y se le pegaba
a la frente, oscurecido por la humedad. En un impulso, estiré la mano y le aparté un mechón, y
mi pulgar se demoró más de lo debido sobre la piel de su sien. Ese simple contacto envió una
descarga por todo mi brazo, y juraría que Trey se estremeció.
Un instante después estábamos besándonos como un par de quinceañeros cachondos. Le metí
las manos en la sudadera solo para descubrir que no llevaba nada bajo ella, pero enseguida me
apartó para ser él quien se aventurara a acariciar mi pecho. Sus dedos tantearon con suavidad la
barrita de metal de mi pezón y no pude evitar gemir en su boca.
—Qué sensible —se burló, pero luego pareció pensarlo mejor—. ¿Te duele?
—No lo suficiente como para que quiera que pares.
La zona continuaba curándose aún, pero los eventuales destellos de dolor no podían competir
con lo extraordinario de sus toques.
No estoy seguro del tiempo que pasamos besándonos y acariciándonos tanto por encima como
por debajo de la ropa húmeda. Fue todo... incluso un poco inocente. Ninguno de los dos trató de
llevarlo más allá, a pesar de que creo que yo no era el único al que le dolían las pelotas de pura
necesidad.
Pero, de algún modo, y a pesar de todas las veces que lo había torturado, quería tomármelo
con calma con Trey. Tal vez fuera por esa inocencia con la que había admitido su inexperiencia;
quizá porque no quería que se asustara y me alejara. O a lo mejor solo era que yo estaba
acojonado y era muy consciente de que, una vez tuviera a Trey Donovan en mi cama y le hiciera
todo lo que anhelaba hacerle, no habría manera de que lo dejara ir.
No, no habría marcha atrás para mí después de eso.
Creo que ya no la había incluso entonces, solo que yo todavía no lo sabía.
Trey

Los siguientes días se fusionaron uno con el otro en una especie de locura sexual que implicó un
montón de momentos robados con Axel. Resultaba incluso divertido la forma en que ambos
tratábamos de encontrar huecos y situaciones para quedarnos a solas.
Él no me preguntó más acerca de cuánto le había contado a Cop o si había alguien más que
supiera lo que estaba ocurriendo entre nosotros, y tampoco trató de llevar las cosas a un nuevo
nivel. De repente me daba la sensación de que había ajustado el tempo y había bajado las
revoluciones conmigo, aunque no dudaba en seguir torturándome siempre que podía.
En casa, lanzaba pullas cuando Cop o Grayson estaban presentes, me metía mano bajo la
mesa de la cocina o me acorralaba en el pasillo el tiempo suficiente como para ponerme nervioso
y luego me dejaba con ganas de más.
Era un cabrón, pero yo también aprendí que tenía cierto poder sobre él.
Una de las mañanas en las que todos corríamos de un lado a otro antes de salir de casa rumbo
a nuestras respectivas clases, me colé a hurtadillas en el baño del pasillo cuando Axel estaba
duchándose. Cop aún se estaba vistiendo en su dormitorio y Grayson se hallaba en la cocina
desayunando.
Eché el pestillo sin hacer ruido y me deslicé en silencio hasta la ducha. Me alegré de que la
cortina fuese casi transparente, porque la figura desnuda que se perfilaba del otro lado era una
maravilla visual que todo el mundo debería admirar al menos una vez en la vida. Axel se
encontraba bajo el chorro con la cabeza hundida entre los hombros y ligeramente encorvado
hacia delante, y el agua le caía por la espalda y por el culo. El tipo era una obra de arte de
músculos firmes, piel clara y pelo oscuro.
Me lamí los labios de anticipación mientras me desnudaba con rapidez y me coloqué tras él.
Axel dio un respingo en cuanto lo agarré de las caderas. Trató de girarse, pero lo mantuve
inmóvil y le besé la nuca.
—Grayson aún tiene que ducharse —murmuró en voz baja.
La advertencia era clara; sin embargo, no había manera de que me detuviese. Empujé contra
su culo. Ya estaba lo suficientemente duro como para que lo notara, y a él estaba claro que no le
iba mucho mejor. Recorrí su pecho con las palmas de las manos, sus muslos, su ingle, y Axel
dejó caer la cabeza sobre mi hombro.
—Gray se marcha este fin de semana a ver a sus padres —le susurré al oído—, y pienso
enviar a Cop a la casa de la fraternidad.
Íbamos a tener la casa para nosotros solos, lo que significaba poder hacer todo el ruido que
quisiésemos. Las noches anteriores no había habido ninguna excursión nocturna. Meyer nos
había machacado con dos entrenamientos diarios y, entre eso y las clases, todos llegábamos a
casa y nos derrumbábamos donde primero pillábamos; a veces ni siquiera llegábamos a nuestros
respectivos dormitorios. Salvo Grayson, que no pertenecía al equipo, a Cooper, Axel y a mí
apenas nos quedaba energía para hacer otra cosa.
Las comisuras de sus labios se curvaron y se ladeó para lamer el agua que descendía por mi
garganta. Lo hice girar y empujé una mano contra su pecho, pegándolo a la pared. Acto seguido,
caí de rodillas.
—Joder, Trey —gimió. Hubo un breve destello de sorpresa en su expresión.
Hasta ese momento, digamos que yo había sido más de recibir que de dar, lo que suponía que
Axel me había chupado hasta sacarme la vida por la polla un montón de veces sin esperar nada a
cambio. Nunca presionó. Nunca trató de exigirme más. Aunque lo había masturbado y nos
habíamos frotado con y sin ropa hasta corrernos sobre el otro.
—Te voy a dar un pequeño adelanto de lo que va a suceder esta noche —le dije a
continuación, tomándolo en la mano.
Quería aquello. No solo chuparlo y volverlo completamente loco del mismo modo que él lo
hacía conmigo. Quería..., deseaba y necesitaba que me follara. Lo había sabido aquella noche en
su habitación y lo sabía ahora. Y era muy consciente de que Axel solo lo estaba retrasando por
mí, para darme tiempo a que me acostumbrara a la idea. Además, estaba seguro de que se las
apañaría para que al final se lo rogase.
Pero yo también podía hacerle suplicar.
Sin apartar la vista de su rostro, lamí la punta de su erección muy despacio. Axel volvió a
gemir y cerró los ojos, pero enseguida los abrió de nuevo; estaba claro que no pensaba perderse
ni un segundo de aquello. No era como si yo tuviera alguna idea de lo que en realidad estaba
haciendo, aunque me había asegurado de ver un montón de porno de mamadas y supuse que
bastaría con reproducir lo que a mí me gustaba. Quería que lo disfrutase. Joder, quería que lo
desease todo el tiempo. Que perdiera el control. Que fuera más Axel que King, si es que eso
tenía sentido.
Así que, sin perder el tiempo, me lo tragué hasta el fondo. Fue una idea de mierda, porque mis
habilidades de garganta profunda dejaban mucho que desear y me atraganté en el momento en
que la cabeza de su polla me golpeó de lleno.
—Mierda —maldije entre toses, a pesar de que a él se le escapó algo entre un jadeo y un
gruñido increíblemente sexy.
—Oh, joder —masculló. Enredó los dedos en mi pelo y me mantuvo inmóvil para que no
repitiera la hazaña—. Ve despacio. No hay nada que demostrar —agregó, como si supiera lo que
estaba intentando.
—Guíame —le pedí entonces, apartando a un lado el pudor—. Dime lo que tengo que hacer.
Él se estremeció y sus dedos se hundieron un poco más en mi pelo.
—Chico de oro, vas a matarme si sigues diciendo esas cosas. —Hizo una pausa e inspiró
despacio—. Abre.
Mi propia erección ganó volumen con esa única palabra. Definitivamente, tenía alguna
fijación con Axel dándome órdenes, pero no me importaba una mierda. Pensaba disfrutar al
máximo cualquier perversión siempre que fuera con él.
Hice lo que me había dicho y, mientras él susurraba indicaciones y las cosas se calentaban
más y más, fui ganando seguridad. Lo lamí, lo chupé y lo llevé una y otra vez sobre mi lengua,
en cada ocasión un poco más profundo. Más ansioso. No podía evitar gemir mientras lo hacía.
Sabía bien y..., joder, me gustaba la sensación de tenerlo en la boca tanto como me gustaba oír
los ruidos que él no podía evitar dejar escapar.
—Trey, joder, es... No voy a tardar en correrme.
Gemí de nuevo a su alrededor al oír el modo en que mi nombre se derramó entre sus labios.
Como una plegaria. Como una súplica. Su voz impregnada del placer que yo le estaba
proporcionando.
Me retiré y alcé la mirada con una sonrisa de capullo total.
—Chico de oro... —me advirtió con un tono grave y exigente.
Rodeé mi propia erección con la mano y los ojos de Axel se clavaron en mi entrepierna
mientras me daba una serie de fuertes bombeos. Estaba tan excitado que empezaba a creer que
podría correrme solo chupándosela. Dudaba que fuera algo de lo que estar orgulloso, pero, joder,
Axel era capaz de llevarme al límite incluso sin proponérselo. Hacía brotar una necesidad en mí
que nunca antes había sentido con una chica; tampoco con un chico, si mi torpe experiencia de
novato de primer año contaba algo.
—Te la pone dura chupármela. —No era una pregunta, así que no contesté.
Él sabía que sí. Joder, me encantaba. No sabía por qué no lo había hecho antes, pero tal vez
solo era el momento exacto para aquello. Quizá Axel había sabido que necesitaba ese tiempo y
ser yo el que tomara la iniciativa.
—Tú me la pones dura —admití. No tenía sentido negarlo y, es más, quería que lo supiera.
—No sabes lo que me hace verte ahí de rodillas.
Si era algo similar a lo que yo sentía cuando era él quien se arrodillaba para mí, tenía una
ligera idea. Volví a sonreírle y llevé una mano de vuelta a su polla. Siseó en cuanto cerré los
dedos alrededor de la base y lo hizo de nuevo cuando descendí hasta sus pelotas y comencé a
jugar con ellas.
Abrió la boca para hablar, pero elegí ese momento para cerrar mis labios alrededor de la
cabeza hinchada y goteante, y lo que quiera que fuera a decir se convirtió en un gruñido de
placer. Continué chupándolo mientras me masturbaba, demasiado cachondo por lo que le estaba
haciendo como para esperar mi turno. Creo que eso lo llevó aún más al límite, porque se inclinó
para verme mientras no dejaba de trabajarlo con la boca y la lengua.
Sus caderas comenzaron a impulsarse en golpes cortos y superficiales. Y, cuando por fin logré
llevarlo hasta el fondo, se desató del todo, fuera de control.
—Oh, joder. Trey. Sí, eso es... Justo así... Mierda.
Ver a Axel King balbucear, tan perdido en el momento, en su placer, resultó casi más de lo
que podía soportar. Chupé con más fuerza hasta arrancarle otra ronda de esos deliciosos gruñidos
y luego le dediqué un asentimiento al tiempo que me detenía.
Lo entendió sin problemas.
Yo me quedé quieto y él sujetó mi cabeza y me folló la boca, y resultó vergonzoso lo mucho
que me gustó. Con cada vibración que mis gemidos enviaban a través de su eje, Axel se perdía
más y más.
Me llevó dos tirones derramarme sobre mi puño en una explosión que me dejó medio ciego.
Creo que incluso Axel debió de percibir los potentes temblores de mi orgasmo.
—Dios, me voy a correr... —Trató de hacerme retroceder, pero yo coloqué una mano
alrededor de su muslo y lo mantuve en el interior de mi boca—. Joder, no tienes...
La protesta murió en sus labios cuando lo apreté con más fuerza y los primeros chorros de
semen me llenaron la boca. Y, aunque ya me había corrido, gemí con él mientras me tragaba
hasta la última gota. Los balbuceos, los jadeos y los gruñidos de Axel fueron sin duda la mejor
parte, aunque el sabor ni siquiera me pareció desagradable, y supe que no iba a ser la última vez
que hiciera aquello.
Axel resbaló por la pared hasta sentarse en el suelo. Apoyó la parte trasera de la cabeza en los
azulejos y cerró los ojos. Apenas parecía ser capaz de respirar.
En cuanto los abrió, le disparé una sonrisa de arrogancia que podría haber competido con las
que tanto le gustaba dedicarme. En un movimiento que no fui capaz de prever, me agarró de la
nuca y me tiró sobre él para darme un beso abrasador. Yo apenas si había recuperado el aliento,
pero la forma en que volcó tanta pasión y desesperación en aquel beso resultó casi tan excitante
como lo sucedido unos segundos antes.
Cuando ya creía que me desmayaría por la falta de oxígeno, me soltó. Apoyó la frente contra
la mía y me mantuvo anclado a él con una mano en el lateral de mi cuello.
—Me vuelves loco —confesó a duras penas. Deslizó el pulgar arriba y abajo por mi piel con
suavidad y me brindó una sonrisa sincera, repleta de una ternura poco común en él.
No supe quién de los dos parecía más aturdido, lo que sí sabía era que nunca me cansaría de
aquello. De tenerlo haciéndome arder en un segundo y, al segundo siguiente, comportándose con
tanto cuidado y... cariño.
—Eres demasiado sexy para mi propio bien —continuó elogiándome, con los ojos fijos en los
míos.
Depositó varios besos sobre mi boca y tiró más de mí para subirme a su regazo, lo cual, por
alguna estúpida razón, me calentó la cara. ¿Era normal que me sintiera avergonzado por estar
sentado a horcajadas sobre él cuando acababa de dejar que se corriera en mi boca? No estaba
seguro, pero, incluso abochornado como estaba, también me sentí reconfortado. Deseado.
Incluso querido. Necesitado.
Era un auténtico placer. Él. Todo él.
Hasta que se oyeron un par de golpes en la puerta.
—¡Deja de machacártela ahí dentro y sal de una vez, King! Voy a llegar tarde —gritó
Grayson desde el exterior del baño.
Juro que oí de fondo a Cooper reírse. Apostaba a que mi mejor amigo sabía exactamente que
Axel no estaba solo, y mucho menos machacándosela.
—¡Ya voy, joder! —gritó él de vuelta, y luego bajó la voz para dirigirse a mí—: Si se queda
esperando fuera...
—No importa. Da igual —lo interrumpí. No quería que se preocupase por eso, Y lo estaba; yo
sabía que lo estaba.
Ni una sola vez me había echado en cara que estuviésemos escondiéndonos de todos, a pesar
de que él no tenía por qué. Le debía eso.
Axel suspiró mientras se ponía de pie y me llevaba consigo.
—No quiero que hagas nada para lo que no estés listo, Trey. Y tampoco que lo hagas
pensando en mí o en lo que yo desee.
Una vez más, acallé sus protestas, en esta ocasión tapándole la boca con una mano.
—Estoy más que preparado para esta noche. Tú y yo. Quiero que me folles —afirmé, a
sabiendas de que no era de eso de lo que estaba hablando en realidad.
Pero no iba a discutir mi salida del armario en ese momento. Si salía del baño y Grayson nos
pillaba, que así fuera. Sinceramente, empezaba a darme cuenta de que tener que pasar el día
esperando poder quedarme con Axel a solas no era suficiente, como tampoco lo era no poder
besarlo a veces en mitad de la acera o cuando nos cruzábamos en clase o en cualquier otro lugar,
a la vista de todos.
Ahora solo me faltaba averiguar cuánto más quería de Axel King y de lo que teníamos. Y
también si él sentía lo mismo.
Axel

No pude evitar sentirme algo conmocionado cuando llegué a casa esa tarde. Después de nuestro
excitante encuentro en la ducha a primera hora, no había vuelto a ver a Trey en todo el día. Me
había pasado el almuerzo en la biblioteca con uno de mis grupos de estudio y, aunque le había
mandado un par de mensajes para ver si estaría con Cooper esa tarde en la casa de la fraternidad,
resultó que Maddox había reclutado a Cop para alguna clase de montaje festivo que iban a llevar
a cabo de cara al fin de semana. Ya había perdido la cuenta de todo lo que ese tipo estaba
haciendo para ganarse de nuevo el favor del decano; no le envidiaba el puesto.
Así que cuando crucé el umbral y el aroma delicioso de la comida me golpeó, me pregunté
quién demonios se había atrevido a cocinar algo en aquella casa. Sinceramente, ninguno estaba
muy dotado en el aspecto culinario.
El misterio quedó resuelto cuando entré en el salón y me encontré a Trey inclinado sobre la
mesa frente al sofá, abriendo un montón de envases de comida para llevar. La luz estaba apagada
y, en cambio, había un montón de velas por todos lados iluminando la estancia. Eché un vistazo a
mi alrededor y, poco a poco, una sonrisa se fue extendiendo por mi cara sin que pudiera evitarlo.
Me crucé de brazos y durante un momento no dije nada. Trey se irguió y se frotó la nuca, y
ese excitante sonrojo que tanto había aprendido a apreciar le cubrió el cuello y las mejillas casi
de inmediato.
—Empiezo a pensar que de verdad estás intentando llevarme a la cama esta noche —señalé
sin ocultar la diversión—. Aunque contigo soy un tío fácil. No necesitabas esto.
Puso los ojos en blanco y resopló, pero la broma cumplió su cometido y sus hombros se
aligeraron. Creo que, a veces, Trey todavía se sentía sobrepasado por lo que había entre nosotros,
fuera lo que fuese, de ahí que no hubiera querido presionarlo para llegar hasta el final.
También yo estaba un poco abrumado en realidad. Trey me aturdía. Aunque me moría de
ganas de enterrarme en él y descubrir lo bien que se sentiría su cuerpo apretándose en torno a mi
polla.
—¿Qué has pedido? —inquirí cuando percibí que aún estaba algo avergonzado.
Dios, ese chico era una puta delicia.
—Tailandés.
No añadió ninguna otra explicación, pero no resultaba necesario. La tailandesa era una de mis
comidas favoritas, y que él se hubiera dado cuenta...
Me metí las manos en los bolsillos para no ir hasta él, agarrarlo de los hombros y devorarlo
entero. No recordaba que nadie hubiera hecho antes algo así por mí.
—Gracias —dije en un susurro bajo pero que estuve seguro de que él oyó.
Me había fijado en Trey Donovan desde el momento en que mi traslado se hizo efectivo y
visité aquella casa después de encontrar el anuncio en el que se alquilaba una habitación. Lo
había observado luego en los entrenamientos y cuando Maddox me admitió sin casi tener que
pasar prueba alguna en la fraternidad. Y lo había deseado desde ese primer momento, a pesar de
que, al principio, había estado bastante seguro de que no tenía ninguna posibilidad con él, más
que nada porque parecía totalmente heterosexual.
Ahora, viéndolo allí plantado frente a mí y evocando cada instante en el que lo había tocado,
besado y torturado sin tregua solo por el placer de oír los sensuales sonidos que salían de su
garganta, empezaba a creer que no era yo el que lo había atraído y atrapado, sino él quien me
había hecho caer.
Y qué jodida manera de caer.
—Es solo comida —señaló recuperándose de su breve ataque de timidez—. Iré a por los
cubiertos. ¿Qué quieres beber? Hay cerveza, vino e incluso una botella de whisky que tengo
escondida en mi habitación.
Sí, todos solíamos escondernos el alcohol unos a otros. Vivir con tres tipos más, a cuál más
fiestero y borracho, tenía sus inconvenientes.
—Cerveza está bien.
Cuando pasó por mi lado en dirección a la cocina, no pude evitar agarrarlo de la nuca y
atraerlo hacia mí. Tenerlo entre mis brazos resultaba cada vez mejor, significara eso lo que
significase.
Arrastré la nariz por su cuello y aspiré su olor. Desprendía un aroma a gel y... a él. A Trey. A
puto deseo implacable y feroz que siempre conseguía ponerme medio duro incluso con el más
breve de los roces.
—Voy a hacértelo tan bien que no querrás que salga de ti jamás —susurré en su oído.
Trey hizo un ruidito agudo y necesitado que me hizo sonreír. Luego me llamó imbécil, me
empujó y se largó a la cocina refunfuñando sobre lo sádico que era.
Compartimos la cena mientras veíamos el comienzo de una película a la que ninguno de los
dos prestó demasiada atención, y cuando acabamos lo convencí para continuar viéndola, a pesar
de que Trey parecía decidido a arrastrarme escaleras arriba. Me tumbé en el sofá y tiré de él hasta
que lo tuve casi sobre mí. Encontrarme acurrucado con un tipo no era habitual para mí, no desde
hacía mucho, y los recuerdos ni siquiera eran del todo buenos. Pero con Trey disfrutaba de cada
segundo. Y él por fin pareció relajarse y dejar de vibrar nervioso de un lado a otro.
Me pregunté si no habría sido mejor asaltarlo cualquier día al azar y hacer aquello casi por
sorpresa, porque estaba claro que él había estado pensando mucho en lo que quería que sucediera
esa noche y había una especie de zumbido inquieto en cada palabra que decía y en cada uno de
sus gestos.
Sin embargo, resultaba tan evidente lo mucho que lo quería, cuánto me deseaba, que no pude
evitar sentir una vergonzosa satisfacción al respecto. Joder, yo también lo deseaba a él de una
forma casi obsesiva.
Pasé un largo rato acariciándole la espalda, deslizando los dedos arriba y abajo por su
columna mientras ambos fingíamos que nos enterábamos de algo de lo que ocurría en la pantalla.
Despacio, tracé las líneas de sus músculos hasta que estos se aflojaron y Trey prácticamente se
derritió contra mi pecho. Lo siguiente que supe fue que había empezado a besar su cuello. Le di
pequeños mordiscos, y creo que una parte posesiva de mí que desconocía por completo pero que
no dejaba de aflorar últimamente intentó dejarle un par de marcas. Cuando Trey se frotó con un
torpe disimulo contra mi muslo, dejé ir mi mano más abajo y la colé bajo la cinturilla de su
pantalón y su bóxer. Su respiración se aceleró. No apartó la vista de la pantalla ni hizo
comentario alguno, pero, un instante después, se le escapó un jadeo al percibir el roce de mi dedo
sobre su agujero.
La presión de su entrepierna contra mi muslo creció y su erección resultó entonces más que
evidente.
—¿Te gusta? —pregunté presionando levemente con la yema del dedo en su entrada.
Trey se mordió el labio para reprimir el gemido que estaba seguro de que, de otra forma, se le
habría escapado como respuesta. Simplemente asintió, mirándome por fin.
Apreté un poco más solo para ver cómo reaccionaba. No pensaba hacer nada de aquello sin
lubricante; le facilitaría las cosas todo lo que pudiera y, joder, no solo quería que fuera fácil para
él. Quería que fuera jodidamente bueno.
«Tal vez...»
—Podrías ser tú el que me follase hoy.
Parpadeó aturdido. Y luego volvió a parpadear. Abrió la boca y la cerró.
—¿De verdad? —replicó finalmente, y el tono entre sorprendido y esperanzado me arrancó
una carcajada.
—Tendrías que verte la cara —me burlé. Me moví hasta quedar sobre él—. Pero sí, puedes
hacerlo. Y no creas que no lo disfrutaría. Disfrutaría de cualquier cosa que me dieses, chico de
oro.
Vale, a lo mejor no había querido confesar algo así ni sonar tan desesperado. Solo que era
verdad. Trey no era el único necesitado de los dos.
Me clavó las uñas en los brazos cuando le mordí el lóbulo de la oreja y luego se lo chupé
hasta arrancarle otro de esos excitantes gemidos.
—Me gusta esa idea. Mucho en realidad. No creía que tú... —tartamudeó, y yo me retiré para
verle la cara y arqueé una ceja.
—¿Que pudiera ser pasivo? No es algo que haya hecho mucho —confesé, aunque eso era un
eufemismo—. Pero estoy seguro de que me gustaría contigo.
Se le enturbiaron los ojos de tal modo que supe que, en ese instante, había un montón de
imágenes pervertidas deslizándose por su mente. Tardó un segundo en agitar la cabeza.
—No. Quiero que seas tú esta noche. Llevo semanas imaginándolo. Pero te tomo la palabra
—añadió de forma apresurada, y tuve que reírme.
—Bien, porque yo también llevo mucho tiempo pensando en ello —repuse metiendo de
nuevo la cabeza en el hueco de su cuello—. Desde la primera vez que te vi.
La confesión le hizo soltar una exhalación brusca. Empujé mi polla contra la suya durante un
momento para que supiera lo que me hacía, lo duro que me ponía estar allí tumbado sobre él
hablando de follarlo. Pero enseguida me retiré y me puse en pie. Le tendí la mano.
—Vamos, te quiero en mi cama. —No dudó ni un segundo en agarrar mis dedos y levantarse
—. Voy a hacer que pierdas la puta cabeza, chico de oro.
—Te veo muy seguro de ti mismo.
Me permití sonreírle. Perverso y oscuro. Provocador.
—No te haces una idea de lo mucho que pienso disfrutar de esto.

Estaba cachondo a niveles desconocidos. Habíamos subido al piso de arriba a trompicones,


intentando besarnos y tocarnos por todas partes durante el camino; había sido un milagro que no
hubiésemos acabado tropezando y rodando escaleras abajo. Por mucho que ahondara en su boca,
no podía obtener suficiente de Trey. Me sentía totalmente ebrio y a la vez más lúcido que nunca.
En cuanto cruzamos la puerta, lo acorralé contra la pared y me dediqué a devorarlo sin tregua
alguna. Lamí su cuello, sus clavículas. Mordisqueé la piel de sus hombros. Lo ataqué con un
hambre feroz y él me devolvió cada beso y cada caricia con idéntico ímpetu y pasión. Nos
arrancamos la ropa el uno al otro como dos desesperados que apenas si tuvieran el menor control
sobre sus impulsos.
No estaba seguro de que yo lo tuviera. No estaba seguro de nada, salvo de que necesitaba
estar dentro de Trey. Meterme bajo su piel y quedarme allí para siempre.
Caímos en un lío de brazos y piernas sobre el colchón, jadeando y riendo a la vez. Trey no era
de los que permanecían callados, y no solo porque apenas si pudiera contener sus gemidos y
todos esos ruiditos deliciosos que yo adoraba. Decía lo que pensaba en cada momento. Lo que
sentía. Aunque eso supusiera enrojecer hasta la raíz del pelo. Y eso resultaba demasiado sexy
para mi propio bien.
Tumbado boca arriba, y conmigo sentado a horcajadas sobre sus muslos, Trey estiró los
brazos y me pasó las palmas de las manos por el pecho. Jugueteó con el piercing y sus dedos
dibujaron mis músculos casi con devoción, y yo no pude evitar estremecerme. Luego, una de sus
manos se desvió y recorrió mi eje de arriba abajo. Para entonces, yo estaba duro como una roca,
más de lo que creía haberlo estado nunca.
Eso era lo que me hacía Trey Donovan. Y lo hacía muy bien.
—Sí, joder. Me encanta que me toques —solté casi sin querer.
Me gustaba que no titubeara, que estuviera tan entregado a mí y a lo que hacíamos como yo lo
estaba a él. Y supe que me hallaba en lo cierto al señalarme a mí mismo que había sentido miedo
de que retrocediera y me dejara tirado. No quería que esto fuera algo casual o puntual para él.
Quería más de nosotros. Juntos.
Axel

Tracé sus costados con la yema de los dedos sin apartar la vista de su rostro. La expresión de
Trey era un puto festín para los sentidos. La forma en la que dejaba caer los párpados solo a
medias, el aliento que silbaba a través de sus labios entreabiertos, cómo sus fosas nasales se
expandían en determinados momentos y el suave rubor de sus mejillas.
Era precioso.
Le aparté la mano de mi erección para evitar que las cosas fueran demasiado deprisa; si no
tenía cuidado, acabaría por correrme antes de metérsela. Y no estaba dispuesto a que eso
sucediera.
Ni de coña.
Me incliné hacia un lado y saqué el lubricante y un condón del cajón superior de la mesilla.
Trey me agarró de la muñeca antes de que pudiera lanzar el preservativo sobre la colcha y
sostuvo nuestras manos unidas en alto.
—Has visto mis pruebas y yo las tuyas —comentó, y supe con exactitud lo que estaba
diciendo. Lo que me preguntaba. Asentí y él añadió—: Quiero sentirte.
—Mierda, Trey.
Me precipité sobre su boca una vez más. Insaciable. Demasiado desbordado por las
emociones como para encontrar algo más que decir.
A todos los atletas del campus se nos sometía a análisis periódicos y ya hacía días que Trey y
yo habíamos compartido los resultados con el otro. Ambos estábamos limpios. Pero lo que
aquello suponía iba más allá. Implicaba que esto era nuestro, que estábamos al cien por cien el
uno con el otro.
—Solo tú y yo —murmuré contra sus labios.
—Solo tú y yo —repitió él, y no pude evitar gemir de aprobación ante la sincera aceptación.
Esa parte posesiva de mí que solo Trey despertaba se dio golpes en el pecho como un jodido
animal. No quería algo casual con él; lo quería para mí. Solo para mí. Y de una forma aún más
estúpida y egoísta, me sentí satisfecho de que fuera conmigo con quien iba a descubrir lo bien
que podía sentirse estar con otro hombre.
Bajé por su cuerpo dejando un rastro de besos húmedos a mi paso. Entre beso y beso, no
podía evitar levantar la vista para observar su rostro y comprobar que todo estaba bien. Que se
sentía cómodo y tan excitado como yo, aunque su erección goteante dejaba pocas dudas al
respecto y el calor que desprendían sus ojos prácticamente me quemaba la piel.
Me lo metí en la boca y gemí alrededor de su gruesa cabeza al probarlo. Olía y sabía tan bien.
Joder, podría haberme pasado la vida chupándolo y, aun así, no habría tenido suficiente de Trey
Donovan.
Sin dejar de lamerlo, me embadurné los dedos de lubricante y los llevé hasta su entrada. Trey
dio un respingo y se echó a reír. Fue una risita nerviosa que me hizo levantar la cabeza y
brindarle una mirada tranquilizadora.
—Iremos tan lejos como desees. O no iremos en absoluto si eso es lo que quieres.
—No, quiero esto. Lo quiero todo —se apresuró a contestar.
Hundió la mano en mi pelo revuelto y tironeó de varios mechones, luego me empujó contra su
polla con tal descaro que fui yo el que se echó a reír.
—Alguien está necesitado de cariño.
—Oh, cállate y chupa, Axel —protestó, y yo aproveché sus quejas para presionar un dedo en
su agujero.
Cualquier otra cosa que fuera a decir murió en su garganta y se transformó en un quejido
ansioso. Lo tanteé con cuidado, muy lentamente; en un primer momento me limité a trazar
círculos y a presionar de forma muy leve, intentando que se relajara. Pero luego me dije que
había algo mucho más efectivo y que yo ya sabía que le haría perder la cabeza.
Aparté los dedos, empujé su pierna para abrirlo más y lamí el apretado anillo, y acto seguido
me perdí en él con todo lo que tenía. Lo apuñalé con la lengua una y otra vez, empleando mis
dedos para continuar acariciando la piel de alrededor y sus muslos. Y Trey se deshizo bajo mi
lengua como un helado derritiéndose al sol en un desierto abrasador.
Hundí un dedo en su interior, sobrepasando por fin la primera barrera de músculos, y él
gimoteó. Dios, estaba tan apretado que no sabía cómo encontraría la manera de entrar en él y no
correrme en el acto.
Mantuve mi boca sobre él, dándole largas pasadas con la lengua a su eje y a sus pelotas, al
tiempo que bombeaba en su culo con un dedo primero y luego con dos. No podía dejar de
contemplar cómo desaparecían dentro de él y apenas si quería imaginarme cómo sería cuando
fuera mi polla la que lo llenara.
—Eres jodidamente sexy —le dije mientras él no paraba de revolverse bajo mi toque. Cuando
empezó a salir al encuentro de mis dedos, estuve a punto de perder la cabeza—. ¿Quieres más?
¿Es eso?
—Deja de ser un capullo y fóllame de una vez —masculló. Tan ansioso. Tan necesitado. Tan
absolutamente rendido.
Me reí solo porque sabía que eso lo sacaría de quicio.
—Un momento... —Doblé mis dedos en busca de ese punto que sabía que terminaría con sus
reproches y, cuando di con él, todo su cuerpo se sacudió—. Ah, ahí está. ¿Decías?
—Oh, mierda. Mierda. Mierda... Qué bien se siente, joder.
Solté otra carcajada.
—Será aún mejor cuando lo golpee con mi polla.
Me dio un tirón de pelo y me hizo levantar la cabeza.
—¿Y a qué demonios estás esperando? Estoy listo. —La última palabra salió más aguda que
el resto cuando rocé de nuevo su próstata—. Vamos, por favor... Por favor.
—Así está mejor —repuse, pero no dejé de torturarlo.
Necesitaba prepararlo bien y que se deshiciera casi por completo antes de ir más allá. Yo no
era precisamente pequeño, y esa era la primera vez para Trey. Cuanto más necesitado estuviera,
menos molestias sentiría.
Así que durante un rato alterné las atenciones de mi boca sobre su erección y los golpes en su
interior, a pesar de que yo mismo estaba tan duro que resultaba doloroso. Necesitaba tanto entrar
en él que sentía que moriría si no lo hacía.
Cuando Trey no fue más que un lío derrotado de gemidos, amenazas hacia mi persona y un
montón de jadeos necesitados, retiré los dedos por fin.
—¿Quieres que me dé la vuelta? —preguntó, repentinamente tímido a pesar de lo que había
estado haciéndole hasta hacía un segundo.
Negué con la cabeza sin pensarlo siquiera.
—Quiero verte todo el tiempo. Necesito ver tu cara cuando te corras.
Incluso con la piel enrojecida y cubierta de sudor, más de ese dulce sonrojo se acumuló en su
rostro. Dios, era una delicia. Todo él. Era demasiado receptivo. Demasiado. Y acabaría
matándome en algún momento.
Agarré mi erección y me coloqué en su entrada. Estaba tan ansioso como él.
—Relájate para mí. Iré despacio.
Mientras empujaba en su interior, no dejé de acariciarlo. No quería apartar las manos de él.
No podía apartarlas de él.
—Oh, mierda. Arde —gimoteó Trey, haciéndome reír—. No te rías, joder. No ayuda —me
reprochó, pero él también empezó a reírse y tuve que parar.
—Mejora mucho, te lo aseguro. Solo relájate y déjame entrar.
—Eso es fácil de decir para ti. No es a ti al que están taladrando con ese puto monstruo que
tienes entre las piernas —rio fingiendo una indignación que yo sabía que no sentía.
—Gracias, supongo. Pero que sepas que eso será lo próximo que hagamos.
La sola mención de esa posibilidad hizo que apretara la parte trasera de la cabeza contra la
almohada y su espalda se arqueara. Me hundí aún más en él sin siquiera tener que empujar.
Ambos gemimos a la vez. Joder, era demasiado... Demasiado cálido, apretado y perfecto. Como
si estuviera hecho para mí y yo para él.
Lo que fuera que estuviera pensando después de mi sugerencia lo ayudó a relajarse. El hecho
de que pudiéramos bromear y reírnos juntos de todo aquello me golpeó en una parte profunda del
pecho y perdí el aliento durante unos pocos segundos. Estar con Trey, tocarnos, besarnos y
follarnos era no solo sexy y placentero, resultaba... divertido. Todo él era increíble.
Cuando me asenté por completo, bajé la vista y, joder, tuve que quedarme quieto para no
convertirme en un adolescente sin experiencia que disparaba a la primera de cambio. La visión
de ese punto exacto en el que nuestros cuerpos se unían, verlo estirado a mi alrededor...
Levanté la mirada.
—¿Estás bien?
—Eres grande —fue todo lo que dijo. Luego exhaló una nueva risa repleta de hoyuelos que
apretó un poco más el nudo de mi garganta y añadió—: Es muy raro, pero se siente bien.
Jodidamente bien.
—Me alegra oír eso, porque voy a empezar a moverme y te va a gustar aún más.
¡El muy idiota me puso los ojos en blanco! Así que me retiré y embestí sin previo aviso, y
entonces el gesto se repitió pero de forma totalmente involuntaria.
—Joder, Axel.
—Eso hago. Joderte.
Me reí y continué machacándolo. No había rastro de dolor o molestia en su expresión, lo cual
me espoleó hasta encontrar un ritmo con el que cada golpe le provocaba un nuevo gemido.
Yo tenía algo de experiencia. Había follado con un buen número de tipos desde la
adolescencia, pero ninguno de ellos podía compararse con lo que me hacía sentir Trey en ese
momento. Sus reacciones me saturaban los sentidos. Me hacía sentir borracho de él.
Con sus muslos abiertos sobre los míos, me incliné para poder besarlo.
—Te sientes como la puta perfección, chico de oro —murmuré en sus labios.
Le mordí el inferior hasta hacerlo sisear y continúe empujando una y otra vez. Sin darle tregua
ni un pequeño descanso para recuperarse de mis embestidas. Lo follé con tanta fuerza que estaba
seguro de que al día siguiente iba a tener problemas para caminar. Pero en ese momento... En ese
momento Trey no parecía tener ninguna queja al respecto. Solo pedía más y más, y yo quería
dárselo todo.
Cambié de ángulo y el siguiente golpe encontró su objetivo. Trey comenzó a balbucear un
montón de maldiciones y yo tuve que esforzarme para no ceder al intenso cosquilleo que había
empezado a trepar por mi columna.
—Oh, sí. Justo ahí. Ah, mierda... Dios, tócame, por favor.
Sin esperar respuesta, trató de agarrarse con una mano mientras la otra se cerraba en un puño
sobre la colcha. Le di un manotazo y lo aparté.
—Aún no.
—Por favor... Necesito correrme. Por favor, Axel.
—Me encanta oírte suplicar —afirmé clavándolo al colchón con todo lo que tenía. Cada vez
más duro. Más profundo. Más. Más. Más.
Quería meterme tan dentro de él que no fuera capaz de sacarme jamás.
—Eres un... sádico de mierda —farfulló, pero no dejó de empujarse contra mí.
Entonces, salí de él.
Otra ronda de maldiciones abandonó sus labios junto con los restos de su aliento entrecortado.
Tenía los ojos totalmente vidriosos y parecía tan hambriento... Me rodeé la polla con la mano y
me di un par de tirones bruscos solo para recuperar un poco el control.
Trey se incorporó sobre los codos y me dio una patada en el muslo. Yo me reí.
—Eres un cabrón. Estaba a punto.
Una sonrisa torcida tironeó de mis comisuras mientras plantaba las manos en sus muslos y
ascendía por ellos. Froté su entrada con los dedos y él volvió a desplomarse sobre el colchón con
un suspiro. Pero ese fue todo el descanso que le di.
La tortura se alargó. Lo saqué de la cama y lo doblé sobre mi escritorio, y le di otra ronda
intensa de bombeos, asegurándome de estimular su próstata con cada golpe. Lo empujé contra la
pared y, con una de sus rodillas encajada en el hueco de mi codo, lo abrí y volví a apuñalarlo sin
descanso. Lo hice recorrer todo mi dormitorio y lo follé de todas las maneras que se me ocurrió,
llevándolo al límite en cada ocasión pero retrocediendo justo antes de que lo traspasara. Hasta
que caímos de nuevo sobre la cama y Trey aseguró que se desmayaría si no lo dejaba correrse de
inmediato.
Gemimos y nos reímos por igual, y Trey me lanzó floridos insultos entremezclados con un
montón de jadeos y peticiones perversas.
Yo estaba a punto de reventar, pero sabía que, cuando finalmente fuera a por ello, nos
correríamos de forma explosiva.
Volví a tumbarlo bajo mi cuerpo y esa vez ya no hubo más juegos. Me hundí en él
lentamente, pero eso fue lo único que hice despacio. Luego, lo destrocé y me destrocé a mí
mismo hasta que ya no hubo vuelta atrás. Agarrado a sus caderas con tanta fuerza que supe que
iban a quedarle marcas y alentado por los sonidos que salían de su garganta, me dejé llevar por
fin del todo.
—Tócate. Déjame ver cómo te corres para mí —le pedí a duras penas.
No le llevó más que un par de golpes. Su cuerpo convulsionó mientras se derramaba sobre su
puño y su estómago. Y se apretó de tal forma en torno a mi polla que me lanzó de cabeza a mi
propio orgasmo. La potencia del placer que me recorrió de arriba abajo fue tal que vi putos
fuegos artificiales detrás de mis párpados y juro que mi corazón se detuvo durante un instante
demasiado largo.
—Joder —exclamé con los dientes apretados mientras lo llenaba, chorro tras chorro, sin dejar
de bombear en su interior.
El placer creció y creció, y se mantuvo arriba durante una eternidad. Y resultó aún más
increíble mientras oía a Trey gruñir y jadear a través de su propio orgasmo devastador.
—Mierda —me quejé, derrumbándome sobre él.
Sabía que no podía quedarme ahí; no era precisamente ligero y lo estaba aplastando, pero no
tenía claro que pudiera mover las piernas o, ya puestos, ninguna otra parte del cuerpo. Pero
entonces los brazos de Trey me rodearon y dejó ir un largo suspiro contra mi oído que me
provocó un tipo muy distinto de estremecimiento.
Escondí el rostro en el hueco de su cuello y traté de recuperar el aliento. Y la cordura.
—Ha sido...
No terminó la frase, pero lo entendí de todas formas. Había sido más. Más de lo que esperaba.
Más que cualquier polvo que hubiera echado. Había sido más que un polvo en realidad. Al
menos para mí. Había sido brutal, sí. Pero también cómplice e íntimo. Y en ese momento me di
cuenta de que necesitaba hacérselo saber de alguna forma.
Busqué su boca y, con una delicadeza que contrastaba con el salvajismo que había empleado
hasta entonces, lo besé muy despacio. Ya sin prisa y sin más expectativa que la de sentir la
calidez de su boca y poder saborearlo. De poder transmitirle esa sensación que empujaba en mi
pecho, que me ahogaba y a la vez me daba aliento.
Lo besé tanto y con tanta calma que deseé no dejar de hacerlo jamás.
Nunca.
—Solo tú y yo —murmuré para mí, anhelando que, de algún modo, fuera siempre así para
nosotros.
Trey

—Creo que me has roto el culo.


Axel soltó una carcajada oscura que fue casi como una promesa de repetir lo más pronto
posible todo lo que me había hecho la noche anterior.
Sí, me molestaba un poco al andar y al sentarme, y al hacer cualquier cosa que no fuera
tumbarme y no moverme en absoluto; aunque tal vez incluso así notara un ligero palpitar. Pero
ese dolor era un recordatorio magnífico de lo que había sucedido en su dormitorio. Joder, no
podía evocar un momento en el que hubiera disfrutado tanto nunca con una chica. Ni sentirme
tan tan satisfecho o complacido. Ni haberme corrido tan duro y durante tanto tiempo. Había sido
una locura, aunque el muy idiota de Axel se lo hubiera tomado con mucha calma para llevarme
hasta el orgasmo, torturándome lo indecible por el camino.
Y, sí, yo estaba deseando repetir.
—Lo sé. Lo haremos —señaló él, y comprendí que había dicho lo último en voz alta—.
Cuando te recuperes —se burló a continuación.
Lo empujé contra la isla de la cocina para quitarlo de mi camino. Capullo presuntuoso.
Solo que, después del maratón desenfrenado de perversiones, y de limpiar el desastre de mi
estómago, había dormido en la cama de ese mismo capullo presuntuoso. Mierda, me había
acurrucado contra él, disfrutando de su calor y del aroma a sexo —de nuestros olores mezclados
para formar solo uno— que flotaba en la habitación. Había depositado un montón de besos
suaves en su boca y él me los había devuelto. Y la inconsciencia me había alcanzado envuelto
entre sus brazos mientras Axel rozaba los labios contra la piel de mi nuca.
Claro que esa mañana, apenas un rato antes, me había despertado con su cabeza entre las
piernas y la mejor mamada que me hubieran hecho alguna vez. Y luego yo le había devuelto el
favor en la ducha.
—Me muero de hambre —comenté rebuscando en los armarios.
—Suelo tener ese efecto. —Le mostré el dedo corazón, pero tuve que reprimir la sonrisa que
amenazó con desbaratar mi actitud exasperada—. Venga, vistámonos. Te invito a desayunar.
Fue lo que terminamos haciendo. Condujimos en mi coche a una cafetería que servía unos
desayunos increíbles y devoramos juntos una cantidad ingente de comida: huevos, beicon,
tostadas y hasta un montón de tortitas bañadas en sirope. Íbamos a tener que hacer mucho
ejercicio para quemar todas esas calorías o el entrenador nos echaría una buena bronca, aunque,
dada la sesión de la noche anterior, tal vez no fuera tan necesario.
Me sobresalté cuando alguien se deslizó en el asiento a mi lado. Había estado tan pendiente de
Axel mientras me hablaba de una de las asignaturas que cursaba ese semestre que ni siquiera
había visto entrar a Cooper.
—Tenéis un brillito... —Agitó un dedo en círculos en el aire entre nosotros, burlón—. ¿Me he
perdido algo?
—Nada que sea de tu incumbencia —replicó Axel a la defensiva.
Él ya sabía que Cop estaba al tanto de todo, pero me dio la sensación de que aquella réplica
cortante era más por mí que por él mismo. Al fin y al cabo, era yo el culpable de que nos
escondiésemos.
Cooper alzó las manos y se rio, dirigiéndose a mí.
—Tu novio es muy protector.
Mi mirada voló hasta Axel mientras la palabra «novio» flotaba alrededor de la mesa. En
realidad, no habíamos hablado de lo que éramos. Hasta el día anterior yo ni siquiera había sabido
muy bien lo que estaba haciendo; ahora, después de lo sucedido esa noche, lo que sí tenía claro
era que no iba a poder mantenerme apartado de él nunca más ni permitiría que él se apartara de
mí. Ya no porque me hubiera dado el mejor orgasmo de mi vida, y luego otro muy similar esa
misma mañana, sino por cómo me había mirado después. El modo en el que sus ojos habían
recorrido mi rostro con cierta ansiedad, buscando tal vez alguna señal de arrepentimiento. Había
desprendido un aire vulnerable del que me parecía casi imposible que fuera capaz tratándose de
él.
Dios, no me arrepentía. Quería más.
—Oh, vaya —añadió Cop—. Aún no habéis tenido esa conversación, ¿no es así? La estoy
cagando.
En su defensa diré que mi amigo parecía genuinamente preocupado. Deseché su inquietud con
un gesto de la mano, aunque por la mirada que me dedicó Axel supe que él también quería
conocer la respuesta a esa pregunta.
Le sonreí, más que nada porque encontré divertido el hecho de convertirme en el novio de
Axel King. ¡Santo Dios! Todo aquello seguía siendo en cierta medida un poco extraño. Pero me
gustaba la idea más de lo que iba a permitirme exteriorizar en ese momento. Así que llevé la
conversación por otros derroteros. Cooper se quedó con nosotros y poco después apareció
Grayson cubierto de arena de playa y vestido con un bañador tipo bermuda, una camiseta raída y
las chanclas. Estaba claro que había regresado directo de casa de sus padres a la playa y venía de
jugar alguno de esos partidos amistosos que nunca eran amistosos para él.
—Cop me ha enviado un mensaje. Me muero de hambre, invitadme a desayunar —soltó de
cualquier manera, ocupando el lugar junto a Axel.
Agité los dedos en su dirección.
—Hola a ti también.
Acabamos llenando tres mesas cuando más y más amigos nuestros fueron apareciendo.
Aquella cafetería servía los mejores desayunos de todo el campus, y no era raro que todos
terminásemos allí en fin de semana; éramos unos vagos con una alta necesidad de calorías y a los
que no les gustaba demasiado acercarse a la cocina. O, peor aún, ir al supermercado siquiera.
Maddox, luciendo unas gafas de sol que no se quitó en ningún momento y que hablaban de
una noche movidita, se estiró desde el otro lado de la mesa para llamar la atención de Axel. El
presidente de nuestra fraternidad no estaba en el equipo de fútbol, sino en el de hockey, pero no
se perdía ninguno de nuestros partidos.
—¿Preparado para el partido contra UCLA?
Al cabo de dos semanas teníamos un encuentro especialmente difícil contra nuestros
competidores más cercanos y siempre había líos y más de una pelea en el campo que a veces se
trasladaba a las gradas o fuera del estadio. Pero sabía que Maddox se refería más bien al rumor
que corría por ahí sobre una posible visita de reclutadores de conocidas agencias deportivas. No
era más que un rumor, aunque había muchas papeletas, dado que Axel había llamado la atención
de varios equipos.
Yo estaba seguro de que él acabaría jugando de forma profesional. Tenía un brazo asesino y
un instinto natural para saber a quién lanzar y cómo y cuándo hacerlo. Era rápido y preciso. Y,
mierda, ¿era orgullo de novio lo que estaba sintiendo?
Axel estaba contestándole a Maddox, pero no se perdía ninguna de mis reacciones. Lo
descubrí conteniendo una sonrisita burlona y supe que debía de estar sonrojándome de nuevo.
Era jodidamente molesto que, incluso cuando no hacía nada ni me estaba provocando, Axel King
siempre consiguiese colarse bajo mi piel y poner todo mi mundo patas arriba.

Esas dos semanas fueron largas y agotadoras. También estuvieron llenas de encuentros
fortuitos —o no tan fortuitos— entre Axel y yo. Se colaba en mi cama cada noche o era yo el
que asaltaba su dormitorio, lo cual era todo un riesgo porque yo era incapaz de mantenerme en
silencio con su boca sobre mi cuerpo o su polla en mi culo. Grayson aún no sabía nada de lo que
estaba pasando entre sus compañeros de piso, así que di gracias porque durmiera como un
muerto; no había otra manera de que no nos hubiera oído alguna vez. O eso, o estaba siendo muy
discreto al respecto y esperaba que lo confesásemos. Pero Gray siempre había sido muy sincero
y, en realidad, creo que era el menos malicioso de nosotros. Era un tipo leal y sencillo que decía
lo que pensaba, a veces sin darse cuenta siquiera de lo directo que podía llegar a resultar. La
verdad, no creía que tuviera ni idea.
Además de esos encuentros nocturnos, Axel y yo repetimos mamadas en las duchas del
vestuario y una vez estuvimos a punto de ser sorprendidos en un rincón oscuro de la biblioteca
metiéndonos mano como dos adolescentes salidos que acabasen de descubrir que tenían una
polla y cómo usarla.
—Tenemos una cita pendiente —me dijo ese día, mientras tratábamos de recuperar la
movilidad de las piernas después de un orgasmo particularmente intenso, y luego confesó que
había pagado por ello. También admitió que ahora quería que tuviésemos una cita de verdad, al
margen de la puja que había hecho para conseguirla.
Axel era... intenso. Y sacaba una parte igual de intensa de mí que nunca había sabido que
tenía. Me ponía la carne de gallina con tan solo un roce descuidado de sus dedos sobre la nuca. O
conseguía que me endureciese en mitad de un entrenamiento con una mirada oscura y ardiente,
lo cual era una mierda absoluta porque lo último que quería era ir por ahí, frente al equipo de
entrenadores y mis compañeros, con una maldita erección en los pantalones.
También hubo otros momentos no tan salvajes. Un día tratamos de cocinar juntos el almuerzo:
carne, algo de puré de patatas y unas pocas verduras para no sentirnos demasiado culpables. Pero
Axel se entretuvo besándome contra la encimera más de la cuenta. Quemamos casi todo y la
cocina acabó hecha un desastre que tuvimos que limpiar después de pedir unas pizzas.
Nos reímos todo el tiempo y nos burlamos el uno del otro incluso mientras tratábamos de
eliminar restos de puré de un armario que a saber cómo habían llegado hasta ahí.
También tratamos de estudiar juntos. Cuando Cooper, Grayson o alguno de los otros se unía a
nosotros, las cosas funcionaban más o menos bien, pero solos... Bueno, era complicado no
desearlo todo el tiempo, incluso cuando yo sabía que las miradas de mucha gente empezaban a
volverse hacia nosotros y quedarse ahí más tiempo del normal. Nuestra amistad llamaba la
atención. Pero no me importaba demasiado, tanto si estábamos por el campus como si nos
encontrábamos solos frente al televisor, compartiendo un bol de palomitas y contándonos chistes
horribles.
Sí, Axel tenía un sentido del humor terrible. Supongo que era bueno saber que no era perfecto
en todo.
Como fuera, dos semanas me parecieron casi toda una vida con él, embotellada y concentrada
y con multitud de momentos dulces o sexys, a veces ambos a la vez.
El partido contra UCLA llegó y fue una mierda épica. Los derribamos y barrimos el césped
con ellos, y aún nos quedó tiempo para alardear quizá más de lo debido. Pero así era en
ocasiones el fútbol, y esa vez nos lo habíamos ganado. Además, ojeadores de dos equipos
nacionales habían estado allí para presenciarlo y también un conocido agente deportivo, lo cual
podría traducirse en buenas noticias para Axel.
La fiesta posterior, después de una buena ronda de palmaditas en la espalda del equipo técnico
y un montón de gritos y bromas en el vestuario, se trasladó a la casa de nuestra fraternidad. El
campus entero parecía estar allí y, cuando Axel y yo entramos junto con Cooper y Jules, tuve por
primera vez el deseo de gritarles a todos lo bien que me sentía por estar allí con mi novio (mi
novio secreto, porque sí que habíamos hablado ya de ello, pero quedamos en mantener un perfil
bajo y no llamar la atención). Fue quizá un sentimiento estúpido, pero sentía la necesidad de
presumir de él, supongo. No estaba seguro. Solo sabía que empezaba a no sentirme cómodo por
tener que ocultarlo, no importaba que hubiésemos hablado de ello.
Axel lo había sugerido y yo no había creído necesario llevarle la contraria, pero me
preguntaba si él solo lo había hecho por mí o temía la reacción del equipo. Creo que todos sabían
ya que Axel era gay, pero tampoco había hecho demasiado alarde frente a ellos, más aún después
de que confesara que se había compinchado con el equipo de waterpolo en la subasta y que los
chicos no habían ido en serio al pujar por él. O no tan en serio al menos.
Es decir, al final todos lo sabían, pero no lo habían visto con sus propios ojos, y eso aún podía
marcar la diferencia entre la tolerancia y los problemas.
Tardamos media hora en conseguir cruzar la entrada. Todos querían felicitarnos por la
victoria y el quarterback siempre se llevaba mucha atención cuando ganábamos. Cuando dos
integrantes del maldito equipo de waterpolo se acercaron a él con una sonrisa coqueta en los
labios, estuve a punto de agarrar a Axel del brazo y declararlo de mi propiedad allí mismo.
Por Dios, yo jamás había sido de esos tipos celosos que iban por ahí derrochando testosterona
y tratando a las chicas —chico en este caso— como ganado al que hubiera que marcar.
—Voy a por algo de beber —solté escabulléndome en dirección a la cocina.
Cooper me siguió y Jules se quedó con Axel. Me dije que era del todo irracional sentirme tan
posesivo con él. Estaba conmigo, pero era una persona; no era mío, joder.
—Estás celoso —se burló Cop, que me conocía demasiado bien.
—Como un verdadero gilipollas —admití entre dientes.
No tenía sentido negarlo. Solo conseguiría más burlas por parte de mi mejor amigo. Incluso
cuando no me hubiera visto nunca así, era transparente para él.
—No quiero meter cizaña, pero ¿se puede saber por qué no lo decís y listo? Al menos así los
demás sabrían que no está disponible —comentó con no poca razón. Luego, con una risita que
debería haberme advertido de lo que se avecinaba, añadió—: Y lo mismo para ti.
Alguien me rodeó por detrás. Bajé la vista hasta mi cintura y me encontré dos brazos
estilizados y dos manos demasiado pequeñas rematadas con unas uñas pintadas de rojo. Resultó
curioso lo mucho que me desconcertó la imagen.
—Trey —ronroneó una voz femenina contra mi espalda.
America, o Mare, como yo siempre la había llamado, se deslizó a mi alrededor, de modo que
acabó frotando sus tetas por todo mi costado. Nos habíamos enrollado un par de veces en
segundo, pero ella había empezado a salir en serio poco después con un compañero de una de sus
clases y todo se había acabado ahí.
—¿Sabes? Estoy libre de nuevo. Estrenando soltería —aclaró canturreando, como si la
primera parte de su insinuación no hubiera resultado suficiente.
Era simpática, bonita y tenía una delantera espectacular, además de buenas curvas, pero todo
en lo que podía pensar en ese momento era en quitármela de encima. Me parecía... incorrecto.
Totalmente equivocado. Demasiado pequeña para mí y demasiado... femenina, supongo. Pero lo
más relevante fue que pensé: «No es Axel. No es él».
Y fue entonces, antes siquiera de reaccionar y hacerla retroceder, cuando me di cuenta de que
sentía algo más que atracción por Axel y de que lo que teníamos era mucho más que un montón
de sexo del bueno.
Estaba enamorado del maldito, arrogante y precioso Axel King.
Y eso me aterrorizó por completo.
Axel

Había una tía metiéndole mano a mi novio. Una chica bajita y morena y con unas curvas que
supuse que un hetero apreciaría mucho más que yo.
Apreté los dientes para no ir hasta donde estaban y..., no sé, tal vez besarlo delante de toda la
puñetera universidad para que supieran que Trey Donovan, el sexy y precioso running back del
equipo de fútbol, estaba saliendo conmigo.
Tenía a un montón de aficionados y hermanos alrededor, desglosando y comentando una a
una las jugadas que nos habían llevado a la victoria en el partido de esa noche, como si yo no
hubiera estado en el puto campo todo el tiempo. Como si no hubiera sudado la camiseta hasta
casi desfallecer y me hubiera llevado varios placajes que aún dolían.
Normalmente, esa parte me encantaba porque adoraba hablar de fútbol. Pero en ese instante
no veía el momento de quitármelos de encima y regresar junto a Trey.
Solo que, ¿qué pretendía? Se suponía que éramos amigos, compañeros de equipo y de piso.
Nada más. Eso era lo que habíamos acordado, y puede que yo me hubiera sentido un poco
decepcionado cuando Trey lo aceptó sin más. Dios, sí, sabía que la culpa era mía por no hablarle
claro. Y lo peor de todo era que yo ya había estado ahí, en esa misma situación. Joder, tenía hasta
la camiseta de recuerdo y una marca invisible en el pecho que aún dolía de vez en cuando.
—Perdonad un momento —dejé caer, sin pararme a comprobar si mi repentina interrupción
resultaba o no maleducada.
No me dirigí hacia la zona de la cocina, adonde en realidad quería ir, junto a Trey, sino que
me deslicé hacia la puerta a toda prisa y sin establecer contacto visual con nadie, no fuera que me
detuvieran de nuevo. Necesitaba respirar algo de aire fresco, a pesar de que acabábamos de
llegar.
Gracias a Dios, antes de mi huida, un breve vistazo fue suficiente para ver que al menos Trey
había tomado algo de distancia con la morena y la chica ya no estaba sobre él, aunque
continuaban hablando.
Bien, hablar no era nada malo. Podía hablar con quien quisiera. Joder, podía incluso tontear
con ella si luego regresaba conmigo, me dije. No supe si eso revelaba una confianza absoluta o
resultaba patético. No podía pensar.
Avancé por el camino de entrada hasta dejar atrás el revuelo que se había formado alrededor
de la casa. No paraba de llegar más y más gente; no tenía ni idea de cómo iban a meterse todos
en el interior, por muy grande que fuera. Llegué hasta el borde de la carretera y me hice a un
lado, luego retrocedí un poco y me apoyé en el tronco de uno de los árboles del jardín.
Incluso con mi experiencia anterior, nunca me había sentido tan vulnerable ni tan expuesto.
Ni tan inseguro. Ni tan perdido, joder.
Traté de calmarme. Sabía que aquello no era solo por ver a una chica tontear con Trey. Por
Dios, cuando iba por el campus se lo comían con los ojos; yo me lo comía con los ojos
continuamente. Trey, con su aire de chico de oro californiano y su bonito rostro, llamaba la
atención incluso más que yo. Era un tipo de sonrisa fácil y hoyuelos, algo que no se podía decir
de mí. Yo era el de las miradas perturbadoras y las risas más... oscuras.
Trey era todo luz y, de algún modo, yo me estaba ahogando en la oscuridad sin querer.
—Ey, King. —Levanté la mirada del suelo, porque al parecer llevaba un rato mirándome las
zapatillas como si fueran la cosa más fascinante del mundo, y me encontré con Grayson.
Solté una carcajada al descubrir que el tipo llevaba puesto solo una bolsa de basura que por
detrás apenas si debía de taparle el culo. Esperaba que al menos tuviera algo debajo, porque, si
no, iba a terminar enseñando toda la artillería esa noche.
—Déjame adivinar: ¿una apuesta?
Asintió con pesar, aunque tampoco parecía muy estresado por tener que acudir a la fiesta
pospartido de aquella guisa. Sinceramente, esa clase de cosas ocurrían a menudo en el campus y
aún con más frecuencia en nuestra fraternidad. Aunque Grayson no pertenecía a ella, supuse que
vivir con tres hermanos lo estaba llevando por el mal camino.
—No preguntes.
—Casi prefiero no saberlo —tercié yo. No estaba en mi mejor momento.
—¿No vas a entrar?
Hundí las manos en los bolsillos y eché un vistazo por encima del hombro hacia la casa. La
música llegaba a través de la puerta y las ventanas abiertas, si es que a esa cosa machacona sin
ritmo alguno podía considerársela como tal.
—Dentro de un momento.
Grayson arqueó las cejas. Siguió el rumbo de mi mirada y luego sus ojos estuvieron sobre mí
de nuevo, curiosos y casi algo desconcertados.
—¿Trey y tú... os habéis peleado?
Fue mi turno para parecer aturdido. Mierda, Grayson lo sabía. Ni siquiera necesité
preguntárselo para confirmarlo. Estaba escrito por todo su rostro. Lo gracioso era que parecía
apenado por la idea de que Trey y yo hubiéramos podido tener una pelea o algo por el estilo.
Tuve que echarme a reír mientras negaba.
—Estamos bien. Solo estoy tomando el aire.
Se rehízo enseguida al oír mi respuesta y me sonrió con ese particular estilo que tenía.
Grayson podía ser un idiota a veces, pero más del tipo idiota encantador. Amable. Era un buen
tío. Un buenazo en realidad.
—Bien. Voy dentro. Tengo que hacer mi gran aparición.
Le hice un gesto con la mano en dirección a la casa y él se encaminó hacia la entrada. Luchó
todo el camino con la parte baja de la bolsa. Acabaría tirando de más, el plástico se desgarraría y
daría todo un espectáculo, pero, en fin, no sería lo peor ni lo más raro que sucediese en el
campus.
Apenas cinco minutos después estaba listo para volver dentro. Supuse que podía pasar una
noche divertida con todos mis amigos y sin comportarme como un gilipollas cada vez que
alguien se acercara a Trey.
Al día siguiente tendría una nueva charla con él. Continuaba decidido a no presionarlo para
hacer de lo nuestro algo oficial, pero necesitaba contarle cómo me sentía. Y, sobre todo, por qué.
Aunque esa parte iba a ser un poco más difícil.
—¿Agobiado por tus fans? —Oh, esa voz. Esa jodida voz y su dueño...
Me giré para encontrar a Trey a unos pocos pasos de mí. Lo contemplé de arriba abajo y me
bebí cada línea y cada curva de su cuerpo y su rostro.
En los últimos días había descubierto que Trey tenía la capacidad de sorprenderme cada vez
que lo miraba, como si fuera descubriendo más y más detalles diminutos y deliciosos de él en
cada ocasión. Como la pequeña marca que tenía bajo la barbilla y que apenas se apreciaba si no
lo mirabas de cerca. O el modo en que desviaba a veces solo los ojos cuando se sonrojaba pero
enseguida volvía a ponerlos sobre mí. Cómo retenía un poco el aliento cuando yo decía su
nombre. O cómo su cuerpo vibraba si extendía la mano sobre su pecho. Los rizos que se le
formaban sobre la nuca cuando tenía el pelo mojado.
También me había hecho descubrir muchas cosas sobre mí mismo.
Lo furiosamente que lo deseaba.
Lo mucho que me gustaba.
Todo lo que me hacía sentir en un nivel tan profundo de mi pecho que no sabía ni que existía.
Deseé tirar de él y besarlo. Y abrazarlo. Respirarlo.
Sentirlo.
Pero no me moví. Solo... me encogí de hombros.
—Hay demasiada gente ahí dentro.
Y una morena follándoselo con los ojos. Pero eso solo lo pensé, porque ese parecía ser el
nivel de mis pensamientos esa noche.
—Todos menos tú —rio él, aunque estaba... inquieto.
Comenzó a balancear su peso de un pie a otro; uno más de mis descubrimientos recientes
sobre él. Había algo que quería decir. Y una parte de mí, la parte que estaba cagada de miedo y
todavía esperaba que Trey me cerrara la puerta en las narices con un «eh, era todo una broma.
Solo me gustan las tías» o un «no me interesa estar contigo», se estremeció.
Para mi sorpresa, fue él quien preguntó:
—¿Qué pasa?
—Necesito que me beses y no preguntes —escupí sin pensar.
Fue una petición cobarde y muy egoísta por mi parte, pero supongo que Trey Donovan era
más valiente y menos estúpido que yo, porque ni siquiera había acabado de hablar y ya tenía sus
labios sobre mi boca y sus brazos rodeándome.
Y así, solo gracias a él, la oscuridad se disolvió y todo mi mundo brilló de nuevo.
No regresamos a la fiesta, sino que nos fuimos a casa. Trey no me preguntó qué era
exactamente lo que me rondaba la cabeza, pero supongo que, tan bien como yo había aprendido a
leerlo, él estaba empezando a diferenciar mis estados de ánimo.
Debería haberlo hablado con él entonces, pero, en cambio, lo llevé arriba apenas entramos y
medio minuto después ya lo había desnudado. Luego, lo besé y adoré su cuerpo como si él fuera
un jodido dios y follarlo, mi religión. No fue tan salvaje como aquella primera vez, sino mucho
más pausado. Tierno.
Hicimos el amor.
Creo que mi lengua y mis manos recorrieron cada centímetro de su piel, y mis embestidas se
transformaron en algo más lánguido y minucioso. Solo aceleré el ritmo al final, cuando Trey
rogaba por algo de alivio y yo estaba deshecho y roto después de verter cada emoción de mi
interior en él y entregárselo todo. Todo lo que tenía, y lo que no, se lo di esa noche. Casi como si
supiera que a la mañana siguiente lo nuestro se iría a la mierda y me estuviera preparando para
decirle adiós.
Como una despedida.
Solo que en vez de palabras le di orgasmos, y seguramente eso fue un gran error. Pero ¿qué
sabía yo? Solo quería amarlo, supongo.
¿Amarlo?
Amarlo.
Joder.

Rodé sobre el colchón. La luz ya se colaba a través de las cortinas e iluminaba toda la
habitación. Trey estaba boca abajo, con el rostro ladeado hacia mí y la expresión placentera de
alguien bien jodido, lo cual me satisfacía a niveles alarmantes. Quería contemplar esa misma
expresión todas las mañanas. Incluso si llegaba la oferta que el entrenador me había dicho que
una agencia parecía querer hacerme y conseguía jugar en la NFL, quería a Trey allí. Donde
quiera que fuese ese «allí».
A mi lado.
Conmigo.
«Solo tú y yo.»
Me escabullí hasta la planta baja con la esperanza de encontrar algo en la cocina con lo que
prepararnos el desayuno antes de que Trey se despertara. Íbamos a tener que sentarnos los cuatro
y diseñar algún tipo de reparto de tareas o alguna mierda así, porque no era normal que nunca
tuviésemos nada.
Encontré cereales y una botella de leche que, por el olor, debía de haberse abierto en el siglo
pasado. Algunas barritas y bebidas energéticas y demasiado alcohol para tratarse de una casa que
compartían cuatro deportistas.
Dios, éramos lo peor.
Cuando decidí rendirme, coger un par de chocolatinas y regresar arriba diciéndome que
tendríamos que salir a desayunar fuera otra vez, llamaron a la puerta de la entrada y me desvié
para ir a comprobar de quién se trataba.
Habría esperado casi cualquier cosa: Cooper con resaca y un tío colgado del cuello o Grayson
con un biquini hecho reciclando la bolsa de basura de la noche anterior. O, ya puestos, incluso a
todos mis hermanos de la fraternidad vestidos con esa misma indumentaria.
Pero no era Cooper, ni Grayson ni mis hermanos, y no hubo ningún biquini de por medio.
Incluso siendo gay, eso habría resultado alentador.
Trey

Algo iba mal.


En cuanto me desperté y me encontré solo en la cama de Axel, tuve un mal presentimiento. La
voz lógica de mi cabeza me decía que él podía estar en el baño o abajo desayunando, algo
complicado porque nuestra cocina era un desastre últimamente, incluso más de lo habitual. Quizá
bajaría y lo encontraría charlando con Cooper o con Grayson. O habría salido a correr para
despejarse... Pero desde la noche anterior Axel había estado comportándose de un modo extraño,
y algo me decía que el hecho de que no estuviera en la cama conmigo no era un buen presagio.
Tras mi encontronazo con Mare, a la que le había hecho saber que no estaba interesado de la
forma más educada pero firme posible, Gray había aparecido en la fiesta luciendo tan solo su
eterna sonrisa y una bolsa de basura sobre el cuerpo, lo cual dio lugar a un revuelo considerable
entre los asistentes. Fue él quien me informó de que Axel estaba fuera y que parecía necesitar un
amigo. El modo en que lo dijo casi me hizo preguntarle qué demonios se estaba callando, pero
me centré en el hecho de que Axel se había escabullido de la celebración y no me había dicho
nada al respecto.
Llegué a pensar que había visto a Mare lanzarse sobre mí y estaba molesto por eso; no habría
sido el único que sintiera celos de los dos, la verdad. Sin embargo, una vez que lo había
encontrado en el jardín con expresión sombría y una actitud cautelosa y retraída, comprendí que
se trataba de algo más que un simple brote de celos irracionales.
No había preguntado cuando me pidió que lo besara casi a las puertas de nuestra fraternidad.
Tampoco cuando me llevó a casa y luego a su dormitorio. Y menos aún al percibir la necesidad
que brotaba de él mientras me besaba, me acariciaba y empujaba dentro de mí como si fuera a
morirse si no lo hacía. Todo había sido distinto y extraño la noche anterior, aunque no en todos
los casos fue de la peor manera.
La forma en que Axel me había tocado... Bueno, estaba seguro de que eso no había sido
simplemente un polvo. No habíamos follado sin más, y no era que no me gustase cuando eso
sucedía. Pero la noche anterior las emociones de Axel habían estado dispersas por todas partes.
Sobre su rostro, sus labios y su piel. Y también en esos dos charcos azules que eran sus ojos y
que habían parecido más profundos que nunca y un poco más tristes que de costumbre.
Así que, si no estaba allí ahora para hablar de ello, mucho me temía que su ánimo no habría
mejorado en absoluto.
Me deslicé fuera de la cama y salí al pasillo. Las puertas de Grayson y Cooper estaban
cerradas y no se oía ningún ruido tras ellas, así que imaginé que estarían durmiendo la mona;
incluso puede que alguno de los dos hubiera pescado algo en la fiesta y no hubiera pasado la
noche en casa. O que no estuviese solo.
Oí golpes en la puerta principal y me asomé a la parte alta de la escalera a tiempo para ver a
Axel dirigirse hacia la entrada. Sonreí sin querer, aliviado al saber que estaba en casa después de
todo y no había... huido o algo por el estilo. Estaba claro que me había vuelto un poco paranoico.
Incluso recién levantado, tenía un aspecto jodidamente espectacular. Con esa mata de pelo
oscuro despeinado, el pecho desnudo y tan solo un pantalón de algodón colgando de las caderas
demasiado bajo como para permitirme echar un buen vistazo a los hoyuelos que se le formaban
al final de la espalda con cada movimiento.
Mi erección matutina me recordó que estaba más que listo para perderme de nuevo en su
cuerpo, y tuve que palmearla para hacerle saber que iba a tener que esperar un poco.
—¿Qué haces tú aquí? —oí exclamar a Axel en cuanto abrió la puerta.
Aunque me disponía a bajar la escalera, la brusquedad con la que lanzó la pregunta me hizo
detenerme en el acto. Puede que Axel en ocasiones se mostrara arrogante o algo gruñón, pero,
además de ese toque de irritación que a veces empleaba con Cop cuando se metía con nosotros,
su voz contenía ahora un matiz tenso y alerta que despertó mi propia inquietud.
Quienquiera que hubiera al otro lado de la puerta no levantó la voz tanto como para que
pudiera oír su respuesta. Me asomé un poco más para comprobar si podía ver algo desde donde
estaba sin delatar mi presencia.
Tal vez debería haber bajado y hacerme notar en vez de esconderme y escuchar a hurtadillas.
Pero, de nuevo, me dio la sensación de que había algo extraño en el comportamiento de Axel. No
lo pensé demasiado, solo... me quedé entre las sombras que me brindaba el pasillo a oscuras y
observé.
Descubrí unos zapatos brillantes justo al otro lado del umbral y un par de piernas enfundadas
en un pantalón de traje de aspecto caro. Me incliné un poco más, pero apenas alcancé a ver la
mitad inferior del cuerpo de un hombre. Tras él había alguien más, al menos otro juego de
zapatos igual de lujosos.
Yo provenía de una familia modesta y con recursos limitados, pero era muy consciente de que
aquellos dos eran hombres de negocios.
—Podrías haber llamado —dijo Axel en respuesta a lo que fuera que el hombre le había
dicho.
Esta vez fui capaz de captar la réplica de una voz con el mismo timbre grave que la de mi
novio y un retumbar serio que rebotó escaleras arriba hasta llegar a mis oídos.
—Soy tu padre, supongo que se me permite visitarte.
Mierda. Matthew John King. El padre de Axel.
Por lo que me había contado, sus padres no solían prestarle excesiva atención. Incluso cuando
les había confesado que era gay, parecieron asumirlo sin más, aunque también le habían dado a
entender que mantuviera sus relaciones personales lejos de posibles escándalos. Los King eran
gente adinerada y con cierta reputación; aun así, Axel me había asegurado que no acostumbraban
a inmiscuirse demasiado en sus asuntos. Hasta que lo hacían.
Que su padre estuviera allí seguramente no era buena señal.
—Vístete. Tu representante y yo queremos hablar contigo.
Axel estiró el brazo y apoyó una mano en el marco de la puerta, como si quisiera dejar claro
que no pensaba invitarlos a entrar. La línea de sus hombros estaba cargada de tensión y su
espalda ganaba rigidez por momentos, por mucho que la pose que había adoptado fuera en
apariencia relajada. Lo conocía demasiado bien como para no darme cuenta de ello.
—Supongo que mi representante es él —replicó señalando en dirección al otro tipo—. Un
placer, pero no te conozco de nada.
El aludido se adelantó y pude ver que le tendía la mano, aunque seguía sin ser capaz de
contemplar la imagen completa de ambos hombres.
—Jeremy Foster. Tu padre y yo hemos preparado el contrato de representación con mi
agencia y solo queda que lo firmes. Puedes echarle un vistazo si quieres.
—Sí, eso estaría bien —dijo Axel, el sarcasmo goteando de su voz en cada palabra.
Me devané los sesos intentando recordar de qué me sonaba ese nombre, hasta que mi mente
colaboró y... ¡Joder! Jeremy Foster era de sobra conocido en el mundillo del fútbol por formar
parte del equipo de Olsen & Faulk, una de las agencias deportivas más importantes de California.
Que estuvieran dispuestos a representar a Axel era una jodida mierda muy muy grande; eso
quería decir que de verdad había algún club dispuesto a ir tras él.
Me emocioné tanto que estuve a punto de lanzarme rodando escaleras abajo, si no hubiera
sido porque estaba claro que Axel no parecía compartir mi entusiasmo en absoluto. Así que no
me moví.
—Vamos, Axel —intervino de nuevo su padre—. No nos hagas perder el tiempo.
—Nadie te ha pedido que vinieras. Y tampoco recuerdo haber hablado contigo sobre mi
elección de representante. Ni sobre una mierda en particular. ¿Cuánto hace? ¿Dos? ¿Tres meses?
Joder, ¿Axel llevaba tres meses sin hablar con sus padres? Yo hablaba con los míos casi todas
las semanas, y mi hermano Caleb y yo nos enviábamos un montón de mensajes. Incluso alguno
de mis tíos me llamaba de vez en cuando para ver cómo me iba.
Jeremy debió de ser consciente de lo enrarecido que se había vuelto el ambiente entre padre e
hijo, porque se acercó un poco más a la entrada y, cuando habló de nuevo, quedó claro que
trataba de mostrarse conciliador.
—Tu padre me ha comentado ciertas... condiciones. Podemos negociar sobre ello, pero
tendremos que ser cuidadosos. De todas formas, Matthew me ha asegurado que no habrá
problemas con tu chico para que seáis discretos.
¿Qué? Pensé que lo había oído mal. No solo por la referencia a unas condiciones que o mucho
me equivocaba o estaban relacionadas con la orientación sexual de Axel, sino porque no tenía ni
idea de que él les hubiera contado a sus padres nada acerca de nuestra relación.
Un momento. Había conocido a Axel apenas dos meses atrás, si no había hablado con su
padre en tres meses... No era posible. O quizá se lo hubiera dicho a su madre...
Joder, ¿qué demonios estaba pasando?
—Mi chico —soltó Axel, estirándose para ver más allá de los dos hombres, y entonces sí que
se puso realmente rígido.
Tanto su voz como su cuerpo parecían estar preparándose para recibir alguna clase de golpe
de gracia. No se me escapó que las dos palabras habían salido como una afirmación y no como
una pregunta. Axel sabía exactamente a quién se referían.
—Está en el coche, esperando. Hemos hablado de todo, pero sería bueno que estuviera
presente en la reunión.
Tardé al menos un par de segundos en asumir lo que acababa de decir el padre de Axel. Su
novio estaba en el coche. Su novio. ¿Qué demonios? ¿Qué novio? Tenía que ser una broma...
Solo que Matthew King, al que por el desprecio que había empleado resultaba obvio que le
desagradaba bastante el hecho de tener a ese tipo en el coche, no parecía estar gastándole a su
hijo una broma.
—Está totalmente dispuesto a mantener lo vuestro en secreto —continuó explicando Foster,
aunque yo estaba tan aturdido que apenas si estaba escuchando ya. Me sudaban las manos y una
sensación incómoda se había apropiado de mi pecho y mi estómago—. Es un buen arreglo, y
podrás mantener una saludable vida sexual con tu pareja.
Por Dios, incluso sin verlo, pude oír en su voz el guiño pícaro que estaba seguro que el
representante le habría dedicado a Axel. Básicamente, le daban carta blanca para follar con quien
quiera que fuese ese novio —del que yo no tenía ningún conocimiento— siempre que lo
mantuvieran para ellos mismos y no afectara a una carrera en la NFL que ni siquiera había
comenzado aún.
—Todo arreglado —soltó Matthew—. Tienes una buena oferta para jugar de forma
profesional, Axel. Tus preferencias no tienen por qué interferir, pero no hay gais en la NFL.
Axel soltó una carcajada que me puso los pelos de punta. Destilaba pura ira, daba igual que se
estuviera riendo. Pero yo seguía atascado en el hecho de que no estuviera negando que tenía un
novio al que su padre conocía y que, por supuesto, no era yo.
Me dejé caer sobre el primer escalón incluso a riesgo de que me descubrieran allí arriba. No
había manera de que mis piernas continuaran sosteniéndome.
Axel me había mentido.
Ya estaba saliendo con alguien.
Todo esto, todo lo que habíamos hecho, el estúpido juego de darle caza a Trey, provocarlo y
joderlo, en realidad era solo eso: un puto juego.
—Déjame que te diga que dudo mucho que no haya gais en la NFL, además de una buena
cuota de bisexuales también y otras tantas orientaciones sexuales distintas —señaló Axel. Sentí
náuseas y se me atascó la respiración. Él seguía sin negar la existencia de una pareja, no era eso
contra lo que peleaba—. Y yo ni siquiera tengo aún una oferta en firme.
—Hay mucho interés por parte de un equipo muy importante —le rebatió Foster con una
alegría que me resultó ofensiva incluso cuando una parte de mí sentía esa misma alegría por él.
—Ve a vestirte de una vez, Axel. Seguro que quieres ver a Levy.
Levy. El novio de Axel.
Iba a vomitar.
Me puse en pie y me dirigí a mi dormitorio con paso tambaleante e inseguro. No quería oír
nada más. Dios, no quería saber una mierda de todo aquello. Puede que en los últimos días me
hubiera aventurado a imaginarme un par de veces con Axel a largo plazo, una vida en común. Y
no era la primera vez que pensaba que el hecho de que él no escondiera que era gay podía
conllevar algunos problemas a la hora de que lo ficharan. Una cosa era la universidad y otra, las
grandes ligas. Allí reinaba la ley del silencio y ningún atleta se había atrevido aún a salir del
armario. ¿Qué pasaría si Axel, que no ocultaba su condición sexual ahora, irrumpiera en ese
panorama? ¿Lo querría algún equipo?
Al parecer, así era. Porque ya habían encontrado una fórmula que les funcionaría: una
relación estable y secreta y un novio discreto que a saber cuánto tiempo llevaba con él.
Accediera Axel o no a ello, lo que estaba claro era que había una tercera persona en su vida.
No, peor aún, yo era esa tercera persona.
En el posible futuro que yo apenas había empezado a vislumbrar, y a desear, no había espacio
para mí. No era más que una mentira.
Y dolía como el demonio, joder.
Me metí en mi dormitorio y eché el pestillo. Cuando traté de contemplar lo que me rodeaba,
me di cuenta de que la humedad se me había acumulado en los ojos de tal forma que apenas si
podía ver nada en realidad.
Mierda, no. No iba a llorar.
No pensaba derrumbarme.
Y de ninguna manera aceptaría que era el gilipollas que había terminado por entregarle el
corazón al arrogante quarterback, futura estrella de la NFL, y que él acababa de rompérmelo en
cientos de pedazos.
«Que te jodan, Axel King.»
Segunda parte
Solo contigo
Trey

Resulta curioso cómo pueden cambiar las cosas en cuestión de unos pocos segundos. Con una
frase. Una sola palabra incluso. Una decisión en apariencia inofensiva. La elección de nuestra
ropa una mañana. Un retraso de unos pocos minutos a la espera del café. Girar a la izquierda en
vez de a la derecha en cualquier cruce... Tomamos tantas y tantas de esas pequeñas decisiones a
lo largo del día que, si nos parásemos a pensarlo, seguramente nos volveríamos locos.
La mañana en que descubrí que King estaba saliendo con otro tío, a pesar del extraño
presentimiento —acerca del cual no había estado equivocado—, supongo que podría haber
discurrido de forma muy diferente. Podría haber decidido quedarme un rato más en la cama.
Tomar una ducha o, simplemente, mear antes de dirigirme al piso inferior. Podría haber
remoloneado entre las sábanas de King, que olían a él y mí. A nosotros.
«Solo tú y yo.»
Jodido mentiroso.
Me había llevado un período indefinido de tiempo, del que no fui demasiado consciente,
tomar otra de esas decisiones, aunque entonces se trató de una más relevante, más directa y
mucho más desesperada. Pero cuando finalmente las compuertas de una dolorosa ira se abrieron
de par en par en mi pecho y arrasaron con la decepción, el desconcierto y el sentimiento
humillante de haber sido usado y descartado sin más, me vestí, cogí las llaves del coche, la
cartera y el móvil apenas cargado y salí de la casa como un jodido huracán de categoría cinco
dispuesto a asolar todo a mi paso.
Recuerdo apenas a King intentando detenerme y gritando mi nombre después. También
recuerdo que le di un empujón para apartarlo de mi camino que casi lo derriba, y que si no lo
encadené con un derechazo fue porque me dije que no merecía la pena.
Y, sí, recuerdo que había más gente por medio. Primero solo su padre y el idiota de su
representante, y luego Cooper llegó en ropa interior desde la planta de arriba preguntando qué
demonios estaba pasando.
Vi un coche junto a la acera. Vi a alguien dentro. Y me obligué a apartar la mirada para no ir
hasta allí y comprobar por mí mismo el aspecto que tenía aquel tipo. El novio de King.
Su maldito novio.
Me sentí herido, furioso, dolorido, traicionado. Me sentí como una mierda. Perdido. Jodido de
la peor de las maneras.
Así que cogí mi coche y me fui.
Supongo que podría haber decidido quedarme. Esperar a que Matthew King y Jeremy Foster
se marcharan y tratar de hablar con King hijo. Aunque estaba claro que él debía acudir a su
maldita reunión, por lo que yo tendría entonces que haber esperado su regreso pacientemente
para mantener una charla que no quería mantener en absoluto. Eso habría sido... más ¿maduro?
A la mierda la madurez.
Aunque King no firmase ese contrato de representación ni se comprometiera a mantener su
discreta historia de amor lejos de los medios, la cuestión era que tenía una historia que sí era
secreta, pero para mí.
Aunque mandara a su padre a la mierda, eso no cambiaría el hecho de que me había mentido y
se había reído de mí todo ese tiempo. Joder, no era como si nos hubiésemos jurado amor eterno,
pero... dolía igual.
Dolía mucho.
Y yo no tenía ni idea de cómo lidiar con ese dolor.
Me largué a casa de mis padres, aunque eso suponía conducir alrededor de tres horas. En mi
estado, tuve suerte de llegar de una pieza, más aún teniendo en cuenta que me había sentido muy
tentado de parar en cualquier bar de carretera y buscar respuestas en el fondo de una botella de
whisky. Si no las encontraba, seguramente conseguiría acabar inconsciente o tan aturdido que
todo dejaría de importar.
Por suerte, aún conservaba algo de sensatez y no me detuve salvo para echar gasolina y
comprar algo de comer por si en algún momento lograba deshacerme del nudo que me apretaba
el estómago y conseguía tragar algo de alimento.
Eso, por supuesto, no ocurrió.
Llegué a mi destino a mediodía, casi desfallecido y con los nervios destrozados. A juego con
mi corazón.
—¡Trey! —exclamó mi madre en cuanto abrió la puerta y me encontró plantado en el porche.
Se precipitó con tanta rapidez sobre mí para darme un abrazo que dudo que se percatara de mi
lamentable estado. Claro que eso cambió cuando retrocedió y me hizo una de sus inspecciones
visuales de madre que solían terminar con un «estás más delgado... vamos a prepararte algo
decente de comer». Luego refunfuñaría sobre lo mal que comía en la universidad y diría que mis
entrenadores nos exigían demasiado mientras me arrastraba hasta la cocina.
Sin embargo, no fue así esta vez.
—¿Qué ha pasado, cariño? —Sin esperar respuesta, me envolvió de nuevo con sus brazos.
A pesar de que mi madre era bajita y su cabeza apenas me llegaba a la mitad del pecho, me
hizo sentir pequeño. Pero su abrazo de algún modo fue lo único que mantuvo todos los pedazos
de mí unidos entre sí y evitó que me desarmara frente a sus ojos.
Dios, ni siquiera comprendía por qué me sentía tan mal. Durante el trayecto hasta allí, una
parte de mí había tratado de convencer al resto de que no era para tanto. Sí, había follado mucho
y muy a menudo con King. Habíamos hecho un montón de cosas que yo jamás habría imaginado
que haría y se había sentido bien, demasiado bien. Pero solo era eso. Una aventura sexual muy
intensa. Un lío en la universidad. Diversión. Un pasatiempo.
Creo que esa parte de mí estaba tratando de sobrevivir. Fue el mejor mecanismo de defensa
que encontró, supongo. Y yo la alenté. No pude evitarlo.
La alternativa...
Bien, no iba a pensar en ello.
—Vamos dentro.
Me dejé arrastrar al interior del hogar de mi infancia. No parecía que mi padre estuviera allí,
algo que agradecí. No iba a poder enfrentarme a los dos a la vez.
—¿Caleb está arriba?
—No, está en la piscina. Estamos solos.
Suspiré, aunque no supe si sentirme aliviado por la ausencia de mi hermano. Adoraba a Caleb,
incluso cuando él se había empeñado durante un tiempo en apartarnos a todos. El último año
había sido duro para mi hermano pequeño, pero las cosas habían mejorado mucho.
—No esperaba que nos visitaras este fin de semana. Pero hay comida de sobra.
—Siempre hay comida aquí, mamá —señalé, y la voz me salió áspera, a pesar de que estaba
tratando de bromear y agradecía que mi madre no estuviese ya sobre mí, interrogándome.
—Bien —dijo girándose para encararme—. ¿Quieres comer o dormir? Pareces necesitar algo
de descanso, cariño.
Me apartó el pelo enredado de la frente. No me había peinado, afeitado o lavado la cara
siquiera antes de salir en desbandada de mi casa en el campus. Y eso, sumado a mi estado
emocional, no creo que me hiciera ganar puntos de buen aspecto.
—Podría echarme una siesta —mentí.
A pesar de estar agotado, no podría dormirme ni aunque mi vida dependiera de ello, pero eso
me haría ganar algo de tiempo cuando las preguntas empezaran a llegar, lo cual no tardaría
mucho en suceder.
—Sube entonces. Te preparé algo mientras.
—No tienes por qué molestarte... —comencé a quejarme, pero la mirada de advertencia que
me dedicó fue suficiente para que me diera media vuelta y me dirigiera a la planta alta sin poner
más objeciones.
Discutir con mi madre en cuestiones de comida era inútil, una guerra perdida de antemano. Y
yo sabía qué batallas podía ganar con ella y cuáles no. Esa, definitivamente, no la ganaría.
—Trata de descansar, Trey —me aconsejó mientras yo ya ascendía por los escalones de dos
en dos, necesitado de espacio y soledad.
La preocupación dulce de su voz me acompañó de camino a mi antigua habitación. Pero,
aunque me sentí bien al estar de vuelta en casa, no fue suficiente como para hacerme olvidar el
motivo por el que había acabado allí.
Lo peor era que no iba a poder quedarme mucho tiempo. Huir no era lo mío, pero habría
deseado unos días libres y lejos de todo y de todos..., si bien no podía faltar a clase o a los
entrenamientos sin una muy buena excusa.
Supuse que el hecho de que te rompieran el puto corazón no estaba entre ellas.
Rebusqué hasta dar con un viejo cargador y poder enchufar el móvil. La pantalla se iluminó
con un buen puñado de notificaciones, tanto llamadas como mensajes, pero lo silencié del todo,
lo coloqué boca abajo y me derrumbé sobre la cama.
Toda esa mierda del mundo real iba a tener que esperar.

Cuando percibí el colchón hundirse a mi espalda no sé cuánto tiempo después, me había


quedado adormilado. Sufrí un breve momento de confusión mental en el que estuve a punto de
estirar la mano, agarrar al recién llegado y tirarlo sobre mí para besarlo, totalmente convencido
de que se trataba de Axel. Luego, los recuerdos de lo sucedido esa mañana cayeron en cascada
por mi mente y la realidad me abofeteó con tanta contundencia que se me escapó un suave
quejido.
Fue una suerte que lo recordara de todas formas, porque no estaba en la universidad y no era
King, sino mi hermano, el que estaba invadiendo mi espacio.
Abrí los ojos y me encontré a Caleb tumbado de lado, mirándome. Mi hermano y yo éramos,
en ciertos aspectos, bastante parecidos. También era rubio, tenía unos ojos verdes apenas un
poco más claros que los míos y lucía un saludable moreno dorado, aunque en su caso estaba
salpicado de pecas en la zona de los hombros, la espalda y el rostro. Ambos éramos atléticos,
pero él era más delgado y pequeño, más similar a nuestra madre, aunque no tan bajito como ella.
Caleb había sido siempre incluso más extrovertido que yo; alegre y radiante como el puñetero
sol. Solo que algo más de un año atrás empezó a perder parte de esa luz y se retrajo de tal forma
que casi había llegado a parecer otra persona.
Me sonrió y un poco de ese brillo que volvía a emanar de él se derramó sobre mi rostro.
—Mamá está abajo, preparando comida suficiente como para alimentar a todo el ejército de
Estados Unidos, así que he pensado en subir a comprobar qué clase de apocalipsis has desatado
esta vez para que monte semejante despliegue. —Cuando no correspondí su broma con otra,
como era habitual, añadió—: ¿Y bien? ¿Qué haces aquí, hermanito?
Me tumbé de espaldas para no tener que hacer frente a la curiosidad de sus ojos.
—Supongo que os echaba de menos.
Caleb se rio.
—Sé lo mucho que nos quieres, pero dudo que hayas tenido tal ataque de nostalgia que no
hayas podido evitar conducir más de tres horas un domingo para tener que regresar esta noche o
mañana a la universidad.
No sé qué me llevó a soltar lo siguiente que dije con tanta facilidad, supongo que decidí
arrancar la tirita sin más, tal como había hecho con Cooper. Al mismo tiempo, estaba demasiado
cansado como para inventarme una excusa.
—Me he acostado con un tío.
Ladeé la cabeza. Los ojos de Caleb se habían abierto como platos para reflejar la sorpresa que
le provocó mi confesión. Yo ya estaba a punto de brindarle una explicación un poco más
elaborada, pero entonces él se limitó a escupir:
—Soy gay.
—Es todo muy... Espera, ¿qué? ¿Cómo que gay? —Se echó a reír de nuevo, aunque esa vez el
sonido adquirió un matiz nervioso—. ¿Me estás jodiendo? ¿Desde cuándo? ¿Lo saben papá y
mamá?
Mis padres iban a alucinar un poco. Ni siquiera tenía muy claro cómo se tomarían tener un
hijo bisexual —o lo que sea que yo fuera—, ahora también resultaba que Caleb era gay. Estaba
claro que estábamos en racha en la familia.
—Mamá... Bueno, ella lo habría sabido aunque no se lo dijera. Ya sabes cómo es. Tiene ese
radar de emociones y situaciones complicadas que la alerta cada vez que le escondemos algo.
Me pasé la mano por la cara aturdido. El día se ponía cada vez mejor.
—¿Cuánto hace que lo sabes? Nunca me has dicho nada...
Caleb se encogió de hombros. Parecía más aliviado que asustado por habérmelo confesado, y
supuse que yo me sentía un poco igual. Pero lo mío era reciente. ¿Lo suyo? No tenía ni idea.
—No sabría decirte un momento en concreto. En realidad, durante el instituto era muy
consciente de que me gustaba más mirar a los chicos en bañador durante mis entrenamientos en
la piscina que a las chicas. Pero me decía que solo era porque quería mejorar sus tiempos,
incluso cuando no podía apartar los ojos de Jake Longsford, y sus tiempos realmente apestaban.
Nos echamos a reír a la vez.
Caleb había formado parte del equipo de natación del instituto y, más tarde, también empezó a
competir. Era muy bueno, rápido; nadaba como si hubiese nacido y crecido en el agua. Antes de
marcharme a la universidad, solía ir a recogerlo de vez en cuando y me quedaba observándolo
entrenar. Recordaba a Jake y, desde luego, también recordaba que nunca había sido capaz de
superar a mi hermano en velocidad.
—Vaya —fue todo lo que dije.
—¿Qué hay de ti? ¿Tan malo fue? Porque tienes un aspecto...
—Lamentable —completé por él, pero luego me di cuenta de que pensaba que me refería a mi
nueva experiencia—. No, no. Eso no. El sexo fue... bueno. Demasiado bueno, en realidad.
Mierda, no podía creer que de verdad estuviera teniendo esa conversación con mi hermano.
Caleb esbozó una sonrisita pícara.
—Escúpelo todo.
—Ni de coña. No voy a hablar de sexo contigo, Caleb.
Resopló y puso los ojos en blanco. Todo a la vez.
—No te estoy preguntando esa clase de detalles, aunque escucharé si quieres contarme lo bien
que te sentiste con una po... —Le tapé la boca, pero no pude evitar reír.
—Ni se te ocurra completar esa frase. Por Dios, eres mi hermano pequeño.
Tiró de mi mano y se alejó un poco sobre el colchón para evitar que repitiera la jugada.
—Tengo veinte años, Trey, y no soy precisamente virgen, ¿sabes?
—Para mí vas a ser virgen hasta los treinta como mínimo.
Volvimos a reírnos.
Siempre me había sentido muy protector con Caleb, y ese sentimiento se agravó después de lo
que le había sucedido. Los episodios de ansiedad y el principio de depresión que había sufrido
mi hermano habían mantenido a la familia Donovan en un estado de inquietud constante y todos
habíamos danzado alrededor de él tratando de ayudarlo como mejor pudimos. Al final, las horas
de terapia y nuestro apoyo habían empezado a surtir efecto, pero yo seguía manteniendo un ojo
en él; también mis padres.
—Entonces, te gustó —canturreó divertido—. Y las chicas, ¿siguen atrayéndote? ¿O te has
cambiado definitivamente a mi bando?
—Ni siquiera sabía que no estabas en mi bando hasta hace cinco minutos, Caleb —señalé,
pero le sonreí de todos modos—. No sé qué decirte. Ahora mismo me da la sensación de que
hace siglos que no miro a una chica de esa forma, pero tampoco me he fijado en otro chico que
no fuera... él.
Eso despertó aún más la curiosidad de mi hermano.
—Todavía no has dicho su nombre.
—No importa —mentí, demasiado rápido. No quería mencionarlo en voz alta, no sabía si
sería capaz.
Por el momento, pensaba mantenerlo tras los límites de mi mente todo el tiempo que fuera
posible.
—Bueno, a lo mejor no importa... —Su voz fue apagándose hasta morir y de nuevo hizo eso
de mirarme con los ojos abiertos como platos. Casi pude ver cómo encajaba las piezas en su
cabeza: mi repentina visita, mi aspecto horrible, que hubiera confesado lo bueno que había sido
todo con Él... Caleb me señaló con el dedo y parecía casi escandalizado—. ¡Tú! Oh, Dios, Trey.
Ay, mierda. ¿Te has enamorado de él?
Negué con la cabeza. Una y otra y otra vez.
Mi hermano, claro estaba, no se lo creyó ni por un momento.
Axel

—¡¿Qué demonios le has hecho a Trey?! —me gritó Cooper. Llevaba un buen rato haciéndolo y
no podía culparlo por ello.
Parecía evidente que me lo merecía.
En algún punto entre el momento en que me había despertado esa mañana y el instante en que
abrí la puerta de entrada poco después, todo se había ido a la mierda. O a lo mejor no, quizá las
cosas habían empezado a torcerse la noche anterior cuando decidí que era mejor ser un capullo
egoísta y buscar refugio en el cuerpo de Trey y en su boca en vez de sentarme y tener una
conversación incómoda con él.
—No estoy seguro —fue todo lo que se me ocurrió ofrecer como respuesta. Cooper parecía a
punto de arrancarme la cabeza, mientras que Grayson me miraba receloso desde el otro lado de la
cocina. Sinceramente, no sé cuál de sus dos actitudes me hacía sentir más avergonzado de mí
mismo—. Mira, tengo que ir a solucionar algo...
—Y una mierda te vas a ir si no es a buscar a mi mejor amigo —prosiguió gritando, fuera de
sí—. El mismo que ha salido de aquí casi a puñetazo limpio y se ha subido en un coche en
dirección a solo Dios sabe dónde. Si le ocurre algo malo...
La posibilidad de que Trey sufriera algún tipo de daño me apuñaló el pecho. Dios, ni siquiera
estaba muy seguro de cuánto la había cagado con él. Podía imaginar que había escuchado algo de
la conversación con mi padre. Era lo único que se me ocurría. Que nos hubiera oído mencionar a
Levy.
Joder, incluso debía de haberlo visto metido en el coche de mi padre.
Yo solo había vislumbrado su perfil a través de la ventanilla trasera y ni de coña pensaba
acercarme a él hasta que no me quedara más remedio. Aún seguía aturdido por todo lo sucedido
y no comprendía cómo demonios había acabado Levy con mi padre en la puerta de mi casa.
—Tengo que quitarme a mi padre de encima —dije, a sabiendas de que eso enfurecería más a
Cooper.
Pero Matthew King no era de los que aceptaban un «no» por respuesta, y mucho menos que lo
dejaran plantado. Tenía que arreglar aquel lío y descubrir cómo había llegado a producirse en
primer lugar. Eso sin contar con que la idea de que Olson & Faulk quisiera representarme era
justo la oportunidad que había estado esperando; por Dios, al parecer, los Rams ya los estaban
tanteando y yo ni siquiera había firmado aún el contrato con la agencia.
Era una completa locura.
La clase de locura que habría querido compartir con Trey. Solo que él se había largado y no
tenía ni idea de adónde podía haber ido.
—Voy a llamar a algunos de los chicos y a su hermano, pero si ninguno sabe nada de él ya
puedes ir preparándote para salir por esa puerta y encontrarlo —repuso Cooper, y descubrí a
Grayson asintiendo en silencio su conformidad—. Me importa una mierda lo que quiera tu padre.
Como si tienes una cita con el puto presidente.
No podía culpar a Cop por demostrar lealtad hacia su mejor amigo, tampoco por preocuparse
por él. Yo también estaba preocupado, joder. Mucho. Me sentía frustrado e impotente.
Cooper salió de la cocina maldiciendo.
—Ni siquiera sé por qué se ha ido —le dije a Grayson, aunque no era verdad. Tenía que ser
por lo de Levy. El claxon del coche de mi padre resonó una vez más en el exterior y yo también
maldije—. Llámame si os enteráis de algo. Tengo que... Volveré en cuanto pueda.
Grayson no dijo una palabra, aunque al menos asintió. Estaba claro que ninguno de mis
compañeros de piso, a los que ya consideraba amigos, estaba demasiado contento conmigo en
ese momento.
Joder, tampoco yo lo estaba.
Debería haberme metido en mi coche y haber seguido a Trey cuando se marchó. Hacerlo
entrar en razón. O al menos pedirle que me dejara explicar lo que fuera que iba mal.
Salí por la puerta como si estuviera saltando al campo para enfrentarme al más competitivo de
nuestros rivales. En cierta forma, eso era mi padre, un rival más que una persona cercana o de
confianza. Y siempre demasiado ocupado para mostrar interés por mí hasta que algo lo hacía
girarse en mi dirección.
Esa vez había sido la posibilidad de que jugara en la NFL. Aún no sabía cómo había llegado
todo a sus oídos, tan rápido además, pero tenía que suponer que alguien del cuerpo técnico de mi
equipo se mantenía en contacto con él. Sería muy típico de mi padre tener a alguien que lo
informase de los avances, las torpezas e incluso los fracasos de su hijo; cualquier cosa mejor que
descolgar el maldito teléfono y llamarme para preguntarme qué tal me iba todo.
Mi padre me hizo un gesto para que subiera a su coche, pero yo me acerqué solo lo suficiente
para decirle:
—Te sigo.
Ni de broma iba a meterme en su coche.
Me obligué a no mirar hacia el asiento trasero, aunque podía percibir los ojos de Levy sobre
mí. No, no tendría esa discusión con él allí.
Joder, no quería tenerla en realidad en ningún lado. ¿Qué demonios se suponía que hacía con
mi padre? ¿A qué había venido?

La reunión de la que me habían hablado se celebró en un discreto pero exclusivo reservado de


un restaurante aún más exclusivo. Claro que estábamos hablando del mismísimo Jeremy Foster.
Las oficinas de Olson & Faulk estaban en Los Ángeles, por lo que suponía que aquella era la
mejor alternativa para una reunión de negocios sin tener que desplazarnos hasta allí.
Para cuando atravesé el lujoso local detrás del camarero que me llevó hasta el reservado, mi
padre, Foster y, cómo no, Levy estaban ya sentados alrededor de la mesa.
—Él se va. —Señalé a Levy sin llegar a tomar asiento, aunque miré directamente a mi padre
—. No tendrías que haberlo traído.
Mi padre enarcó las cejas levemente. Esa fue toda la reacción que le arrancó a su rostro
inexpresivo mi reproche.
—Pensaba que te gustaría saber que lo apruebo.
Me eché a reír. Joder, aquello era surrealista. Y una mierda muy grande, eso también.
Levy estaba a punto de abrir la boca, pero le dediqué una mirada asesina que hizo que
volviera a cerrarla. Llevaba el pelo negro más corto que la última vez que nos habíamos visto,
casi rapado, pero el resto de su aspecto era exactamente el que recordaba. Levy era un tipo
grande y también muy atractivo, incluso cuando no estaba haciendo su mejor despliegue de
encanto, lo cual no ocurría muy a menudo. Era como un maldito encantador de serpientes.
Ahora, en cambio, casi parecía inocente sentado al lado de Matthew King. Aunque era muy
consciente que no tenía nada que ver con la inocencia encantadora y transparente de Trey.
No, Trey era auténtico. Mi precioso chico de oro.
Levy debió de malinterpretar que me quedara mirándolo con..., no sé con qué, pero algo hice
mal, porque se atrevió a hablar.
—Hola, cariño. Está bien, ya no hay nada que ocultar.
—Tú eres imbécil —le espeté—. Y si vuelves a llamarme «cariño», te juro que te arrancaré
los putos dientes a puñetazos. Y disfrutaré haciéndolo.
—Ya está bien, Axel —me amonestó mi padre.
Foster parecía querer que se lo tragase la tierra. Estaba dándole un espectáculo lamentable al
tipo que podía hacerme entrar en la NFL. Era mi sueño. Lo que siempre había deseado. Pero no
podía dejar de rememorar una y otra vez el dolor furioso que había visto en los ojos de Trey
cuando me había apartado de su camino horas antes. Le había hecho daño de alguna manera y
eso me quemaba, joder. Me quemaba como no esperaba que lo hiciera.
No. Eso era otra mentira.
Trey me importaba demasiado. En poco más de dos meses, el tipo había traspasado mi piel,
los músculos, los huesos... Se había deslizado sigilosamente hasta llegar a mi corazón. Y se había
atrincherado allí dentro como si mi pecho le perteneciera. Como si yo fuera suyo.
Eso seguramente era lo único verdadero de todo aquello.
—Lárgate, Levy. Ni siquiera tengo ganas de discutir contigo lo mal que está todo esto. —Hice
un gesto con la mano a mi alrededor como si el lugar fuera un antro oscuro y siniestro de alguna
carretera dejada de la mano de Dios, pero él sabía perfectamente a lo que me refería.
—Puedo explicártelo.
Apreté los dientes y los puños para no perder el control. No era un tipo agresivo ni siquiera en
el campo. Mi misión era lanzar el balón lo más lejos posible y directo a las manos de uno de mis
receptores antes de que me derribaran o, como mucho, correr como si el mismísimo diablo me
estuviese persiguiendo y anotar yo mismo. Pero, joder, estaba a punto de ceder, agarrar del
cuello a Levy y lanzarlo por los aires solo para hacerlo desaparecer de mi vista.
Inspiré profundamente y dejé marchar la ira. No ayudaría y, desde luego, no mejoraría la
opinión de Foster sobre mí.
—No quiero que me lo expliques. Los dos sabemos de sobra cómo sucedió todo.
—Ni siquiera llegamos a romper, sigo siendo tu...
—Ni lo pienses, joder. No te atrevas. —Me giré hacia Foster—. Lo siento mucho.
Deberíamos... ¿Podríamos tener esta reunión en otro momento?
Jeremy negó sin compasión.
—Esto es importante, Axel. Los Rams han mostrado un gran interés por ti y mi agencia está
dispuesta a representarte y negociar las mejores condiciones para tu fichaje con ellos, incluso sin
pasar por los drafts.
Cerré un momento los ojos. Dios, ¿de verdad tenía que suceder todo de aquella manera? ¿Por
qué a mi padre se le había ocurrido que era una buena idea traer a Levy para algo así? ¿Y, para
empezar, por qué demonios estaba mi padre en medio de aquello? Yo podía manejarlo. Era
adulto y sabía lo que quería y lo que no.
Pero, claro..., él era Matthew King. De algún lado había sacado yo mi estúpida arrogancia, y
no era de mi madre, eso seguro.
Me senté junto a Foster, negándome a reconocer la presencia de Levy. Oh, sí, tendríamos un
intercambio de palabras a la salida, podía apostar por ello. Pero él no importaba ahora. Y cuando
antes acabase la reunión, antes podría ir a buscar a Trey y arreglar lo que fuera que hubiera
jodido esa vez.
Si es que tenía arreglo.
«Espera un poco, chico de oro. Voy a por ti.»
Trey

—Bueno, Trey... —Caleb levantó una mano para silenciar el inicio del interrogatorio de mi
madre.
—Dale una tregua, mamá. Ni siquiera ha acabado aún.
Cuando Alice Donovan creía que alguno de sus hijos se había metido en un lío o le estaba
ocultando algo, llevaba a cabo toda una operación de localización y rescate. El procedimiento se
basaba en cocinar sin descanso durante varias horas, luego cebarte como si fueras un pavo de
Navidad y, cuando tu cerebro estaba demasiado concentrado en hacer la digestión y tus neuronas
flotaban en una nube de placer gastronómico, ella entraba a matar. Te lanzaba preguntas una
detrás de otra hasta que estabas lo suficientemente confundido como para ser incapaz de contarle
cualquier cosa que no fuese la verdad.
En realidad, yo apenas había comido. Me había dedicado a mover los alimentos de un lado a
otro del plato, y eso de por sí ya era bastante preocupante. Adoraba la cocina de mi madre tanto
como la de mi padre; al menos él todavía no estaba en casa para ver mi lamentable caída.
—Estoy bien, mamá —dije para tranquilizarla, aunque dudaba mucho que eso funcionase con
ella.
Sin embargo, lo que fuera que hubiese visto en mi rostro a mi llegada consiguió que no
actuara como era habitual. A esas alturas ya debería haberme tenido contra las cuerdas y, si eso
no hubiera funcionado, estaría también torturando a Caleb para arrancarle una confesión. Sabía
lo unidos que estábamos.
Sentí el deseo de preguntarle cuánto hacía que sabía que Caleb era gay o si lo había
sospechado desde siempre. ¿Le habría dado yo también alguna idea al respecto? No había
llevado a muchas chicas a casa, la verdad, pero salí con algunas en el instituto de las que mis
padres tuvieron conocimiento y, en una ocasión, traje conmigo a una compañera de la
universidad en Acción de Gracias. No estábamos saliendo, aunque nos habíamos enrollado un
par de veces, pero ella no tenía con quién pasar las fiestas y yo se lo propuse a sabiendas de que
en casa siempre había comida de más y un hueco en la mesa. Estaba seguro de que, como
mínimo, mi madre había pensado que íbamos en serio y lo de «Solo somos amigos, mamá» era
una excusa.
—Echaba de menos una buena comida casera —comenté. Eso le daría cuerda para desvariar
sobre lo poco que me cuidaba desde que me había ido a la universidad, y prefería oírla
refunfuñar al respecto que tener que dar otras explicaciones—. Y mañana por la mañana no
tengo clase.
Odiaba mentirle, pero necesitaba al menos otra noche más de calma antes de regresar al
campus y tener que enfrentarme a... lo que había dejado atrás. Me perdería unas cuantas clases,
pero llegaría a tiempo para ir a entrenar. Es más, pensaba ir directo al campo. Todo mi equipo
estaba allí, así que no tenía que pasar por casa para nada.
Luego ya vería cómo me las arreglaba para no perder los papeles y acabar gritándole a King.
No. No se merecía ni siquiera eso.
«Olvídalo», me dije. Pero resultaba más difícil cumplirlo. Una vez que lo tuviera delante...
Era demasiado consciente de lo que me hacía una sola de sus miradas. No quería acabar
derrumbándome y darle la satisfacción de comprobar lo mucho que me había destrozado.
Necesitaba conservar aunque fuera algo de mi dignidad.
¿Ya tenía a alguien en su vida? Bien, pues que se quedara con él.
—¿Habrá fiesta de Halloween en la hermandad? —preguntó Caleb en voz demasiado alta.
Mi madre perdió interés y se concentró en ir enjuagando los utensilios que había empleado
para el banquete de rescate.
Le sonreí a mi hermano en agradecimiento por la maniobra de despiste. Caleb sabía
perfectamente cómo funcionaba mi fraternidad. Por supuesto que habría fiesta de Halloween.
Teníamos fiestas incluso cuando no había nada que celebrar. La de Halloween era una de las más
importantes del año. Esperaba que Maddox hubiera hecho entrar en razón al decano, porque
habría un motín si nos prohibían montar algo ese día.
—¿Por qué no te vienes? Lo pasaremos bien —le propuse. Mi madre me lanzó una mirada
rápida que me dijo que no estaba segura de que esa fuera una buena idea.
No le dije nada en ese momento, pero, si Caleb decidía venirse al campus para poder acudir a
la fiesta, me aseguraría de hacerles saber a mis padres que cuidaría de él. Creo que incluso le
vendría bien. Después de todo, el semestre siguiente iba a regresar a la universidad, ese podría
ser un buen modo de retomar cierta normalidad e ir preparándose para tratar con un círculo más
amplio de personas.
—¿De verdad quieres que vaya? —La duda en su voz me rompió un poco el corazón, y creo
que también ablandó a mi madre.
—Creo que deberías ir —le dijo ella mientras yo asentía—. Así a lo mejor consigues que tu
hermano coma algo decente aunque sea durante unos días.
—¡Eh, tampoco es que Caleb sepa cocinar mucho mejor que yo!
Mi madre sonrió mientras su mirada iba del uno al otro, negando con la cabeza pero
transmitiendo con el gesto más cariño del que probablemente nos merecíamos.
—Bien, me apunto entonces —sentenció mi hermano.
—Vendré a buscarte.
—Puedo conducir —replicó, ligeramente exasperado.
—Vendré a buscarte, enano.
Eso me hizo ganarme un empujón, pero Caleb soltó una carcajada. Solo lo llamaba así cuando
quería fastidiarlo, y en los últimos meses eso no había ocurrido a menudo. A lo mejor nos
habíamos equivocado un poco al ir de puntillas a su alrededor todo el tiempo y necesitaba
también que lo empujásemos de vez en cuando.
Me incliné y le golpeé el hombro con el mío.
—Te echo una carrera hasta el centro del lago.
Mi madre empezó a gritarnos de inmediato, pero Caleb ya se había puesto en pie.
—¡Acabáis de comer! ¡Os dará un corte de digestión!
Me acerqué a ella mientras me quitaba las zapatillas a toda prisa y le di un beso en la mejilla.
—Estaremos bien, mamá.
Mi hermano se estaba deshaciendo de la camiseta e iba de camino a la puerta de atrás. No
podía dejar de reírme mientras trataba por todos los medios de quitarme los jodidos vaqueros.
Pero Caleb estaba ya a punto de salir al jardín trasero; si le dejaba ganarme terreno en tierra,
podía ir olvidándome de superarlo en el agua. Así que di dos tirones y me quedé solo con el
bóxer.
—¡Tramposo! —le grité mientras, a su vez, mi madre nos pedía que tuviésemos cuidado,
como si el diminuto lago que había a unos cientos de metros de casa estuviera plagado de
tiburones o algo por el estilo.
—Dios, eres muy lento, Trey. ¡Te estás haciendo viejo! —gritó él en respuesta, ya desde el
porche trasero.
Habíamos hecho aquello cientos de veces desde que éramos unos críos. En muchas ocasiones,
era la forma de resolver incluso las disputas que surgían entre nosotros. Y ahora... ahora yo
necesitaba cualquier cosa que mantuviera mi mente alejada de la universidad, el campus y mi
inevitable regreso.
Lejos de Axel King.
Así que no creí que pudiera haber nada mejor que una competición contra mi hermano. Correr
y nadar como dos locos. Seguramente, iba a darme una paliza. Pero incluso eso me sentaría bien
en aquel momento.

Mi predicción se cumplió y perdí. Caleb ya no competía de forma profesional, pero sabía que
había retomado su rutina en la piscina. El agua siempre lo había calmado, aunque durante un
tiempo fue parte del problema, supongo. Así que, en realidad, era muy bueno que estuviera
aprendiendo a hacer las cosas que le gustaban de nuevo sin exigirse más de lo que podía dar.
Pasé el resto del día en casa, eludiendo las miradas suspicaces de mi madre. Supongo que
decidió no presionarme, tal vez precisamente porque le asustaba pensar que yo pudiera
encerrarme más en mí mismo y repetir la historia de Caleb. Mi padre llegó y no se mostró en
absoluto sorprendido de encontrarme allí, pero había pocas cosas que sorprendieran a Robert
Donovan. Se limitó a darme un abrazo y a decirme lo mucho que se alegraba de verme.
En algún momento de la tarde, eché un vistazo a mi móvil. Quería mandarle un mensaje a
Cooper para decirle que estaba bien y que no se preocupase. Cop me contestó que me vería al día
siguiente sin mencionar a King ni hacer referencia alguna a mi dramática salida de la casa horas
atrás. Claro que eso fue antes de que Caleb confesase que mi mejor amigo lo había llamado por
la mañana para preguntarle si estaba allí. De ahí que mi hermano interrumpiera una de sus
sesiones en la piscina para regresar a casa antes de tiempo y que Cooper no me hubiera quemado
el móvil a llamadas.
De quien sí tenía un montón era de King, y al menos dos decenas de mensajes, pero no tuve
valor ni fuerzas para leerlos, menos aún para devolverle la llamada.
Por la noche, terminé tirado en el sillón con mi hermano. Vimos Doctor Strange, una de
nuestras películas favoritas de Marvel, y luego seguimos con Guardianes de la Galaxia. Él no
me preguntó de nuevo cómo se llamaba el tipo que me había roto el corazón y yo no tuve que
confesar que no tenía ni idea de lo que iba a hacer al día siguiente cuando volviera a verlo.
Simplemente, nos sentamos el uno junto al otro y lo dejamos estar, como si hubiera una
manera de que, al regresar, las cosas pudieran volver a ser como antes.
Ojalá.
Axel

La reunión con Foster debería haberme animado un poco. Al menos porque era muy probable
que se tradujera en un contrato con los Rams o, como mínimo, en mi ingreso en la NFL con
cualquier otro equipo. Pero no fui capaz de reunir ni un ápice de ilusión en todo el día. Apenas
acabamos, le dije a mi padre que hablaríamos en los próximos días, porque tenía muy claro que
íbamos a hablar y a discutir en qué momento había creído tener derecho a inmiscuirse en mi vida
de la forma en que lo había hecho.
Lo de Levy era harina de otro costal.
Después de que yo le estrechara la mano a Foster y le lanzara cuchillos con los ojos a mi
padre a modo de despedida, Levy me siguió fuera del bar. No me sentía capaz de decidir si
quería gritarle en mitad de la acera o bien no merecía la pena el esfuerzo.
En realidad, yo sabía que no lo merecía, pero seguramente necesitaba desahogar de algún
modo toda la frustración que había acumulado contra él en las horas anteriores. O, más bien, en
los meses anteriores.
—No vas a formar parte de esto —le espeté en cuanto cruzamos la entrada y salimos a la
calle.
—Ya los has oído. Olson & Faulk quieren asegurarse de que no te pillan en cualquier bar gay
recibiendo una mamada de consolación. Vamos, sé que lo hice mal contigo, pero...
Lo miré de hito en hito. Joder, qué cara más dura tenía.
—«Mal» ni siquiera se acerca. Me empujaste sin descanso hasta que conseguiste que cediera
para que saliésemos juntos del armario y luego me dejaste tirado —ladré levantando la voz más
de lo que pretendía—. Tuve suerte de que mi equipo estuviera lleno de tipos tolerantes y no
hubiera ningún hijo de puta homofóbico. Y eso ni siquiera me habría importado, ¿sabes? Estaba
tan... deslumbrado que habría aguantado por ti. Lo peor de todo fue lo mucho que insististe. Me
obligaste y yo ni siquiera estaba preparado. Y luego saliste corriendo como un puto cobarde.
—No fue exactamente así.
—¡No me digas cómo fue! ¡Yo estaba allí!
Mierda, tenía que calmarme. ¿Por qué estaba discutiendo de todas formas? Mi historia con
Levy se resumía en un «ni siquiera fue bonito mientras duró porque a él nunca le importé una
mierda en realidad». Era un tío egoísta y manipulador, y yo me había colgado de él sin saber
dónde me estaba metiendo. Le encantaba la atención y que la gente se partiera la cara por él, y
también medrar y conseguir contactos. Pero a la hora de la verdad...
Quizá por eso yo había sido tan reacio a ceder a mi atracción con Trey; en el fondo, y por
mucha seguridad que exhibiera, me jodía la mente pensar que él también retrocediese y se
desentendiese de mí. Pero Trey no se parecía en nada a Levy. Joder, eran como la noche y el día.
No podían ser más diferentes ni aunque lo intentasen.
No había nada de la bondad de Trey en Levy, o de esa sincera naturalidad que dejaba entrever
incluso cuando yo lo había presionado y lo había perseguido, a pesar de que era evidente que
estaba asustado.
—Desaparece de mi vista, ya tengo un novio de verdad. —Eso le hizo arquear una ceja y un
brillo de interés destelló a través del frío de su mirada—. Y aunque no lo tuviera, tú serías mi
último recurso. No, olvídalo. No serías ni siquiera eso. No sé qué le has dicho a mi padre ni me
importa, pero te aseguro que no voy a volver contigo ni vas a estar involucrado en ningún
aspecto de mi vida.
—He llegado a un acuerdo, Axel.
Me reí. No pude evitarlo. Y mis carcajadas estaban tan cargadas de cinismo que varios
transeúntes se giraron en nuestra dirección.
—¿Un acuerdo para qué? ¿Para calentarme la cama? Joder, estás enfermo. Ni siquiera sé qué
vi en ti la primera vez. Resulta evidente que no eres más que un montón de mierda.
Se cruzó de brazos y su mandíbula se apretó. Estábamos llamando la atención, pero no de la
forma que le gustaba a Levy.
—No te quedará otra si no quieres mantenerte célibe durante años.
—Antes me la corto que volver a follar contigo. No creas que te necesito, no lo hago. Sal de
mi vida y no vuelvas.
Decidí dar por concluida la discusión. Aquella pelea no iba a ningún lado, y lo único que
podía suceder era que acabásemos llegando a las manos. No podía creer que mi padre hubiera
buscado a Levy para ofrecerle la polla de su hijo en bandeja a cambio de un contrato con los
Rams. Yo ya sabía que para Matthew King supondría un golpe de gracia en los negocios que su
hijo jugara para uno de los grandes de la NFL, además del extra de reputación que le daría, pero
aquello era demasiado incluso para él.
Y lo peor era que Olson & Faulk estuviera de acuerdo en toda esa charada. Era de locos.
Nadie iba a decirme con quién salir, a quién follar ni de quién podía enamorarme; en ese aspecto,
ni siquiera había elección posible.
Yo sabía exactamente a quién quería a mi lado.
Me metí en el coche y revisé de nuevo el móvil. No había nada de Trey, ni una llamada ni un
mensaje, a pesar de que yo lo había bombardeado incluso mientras hablaba con Foster. Pero
tenía un mensaje que me hizo respirar algo más tranquilo. Trey estaba bien, se había ido a casa
de sus padres.
Era Grayson quien me había escrito para decírmelo, y creo que solo lo había hecho porque
sabía que me estaba volviendo loco de preocupación. Cop no tuvo esa deferencia conmigo. No
iba a cabrearme con él. Era el mejor amigo de Trey y entendía que lo defendiera a vida o muerte;
no habría deseado que fuese de otra manera.
Trey Donovan se merecía todo lo mejor, y yo iba a encontrar el modo de dárselo.
Tuve un día de mierda. Incluso cuando sabía que Trey estaba con su familia y que volvería al
día siguiente. Cuando llegué a casa después de la reunión y me di cuenta de que ni siquiera
teníamos un maldito paquete de galletas en la despensa, decidí ir a hacer la compra, ya que nadie
parecía que fuera a presentarse voluntario para pasar tal trago. Creo que, además de mantenerme
ocupado, fue una especie de castigo autoimpuesto. Llené un carro con todo lo que se me ocurrió;
no solo con muchos de los alimentos preferidos de Trey, sino también con cosas para Grayson y
Cooper. Tal vez eso me hiciera ganar algo de su favor. Ah, y nada de alcohol salvo algunas
cervezas. Ya había bastante de eso en casa.
Me arrastré de vuelta a casa con el maletero lleno de bolsas que luego tuve que descargar.
Grayson me pilló colocándolo todo en los armarios y alucinó. Joder, creo que incluso le di un
poco de pena, porque, sin que tuviera que pedírselo, se puso a ayudarme.
Estaba tan inquieto que no supe qué hacer conmigo mismo el resto de la tarde. Para cuando el
sol se puso y la oscuridad comenzó a extenderse por el cielo despejado, yo ya llevaba un rato
tirado en una de las tumbonas del jardín mirando la nada. No podía dejar de pensar en toda la
mierda de mi padre, el contrato de la agencia, la posibilidad de firmar con los Rams y el imbécil
de Levy.
Y en Trey, por supuesto.
Había estado tan cabreado por la mañana... Tan... herido. Claro que, si hubiera sido yo, no me
habría tomado demasiado bien enterarme de la existencia de Levy. Foster se había referido a él
como «mi chico», ¿era eso lo que Trey había oído? ¿Qué habría pensado?
«Mierda.»
No estaba seguro de que me dejara siquiera explicarme. Tal vez yo no lo habría hecho; no
tenía ni idea, porque si algo tenía claro era que, cuando se trataba de Trey Donovan, mis
reacciones no eran las habituales.
Cerré los ojos y me mantuve allí tumbado, a pesar de que la temperatura comenzó a descender
y yo estaba en manga corta. El frío que pudiera tener no era nada comparado con la sensación
gélida que me devoraba por dentro. La ira que había acumulado desde que mi padre se había
presentado esa mañana en mi puerta no bastaba para calentarme.
En algún momento de las horas posteriores, Cooper salió y se acomodó en otra de las
tumbonas. Durante un rato no habló, solo se quedó sentado a mi lado en silencio, como si
estuviera decidiendo si había algo que valiera la pena decirme.
—Deberías ir dentro y dormir un poco —murmuró finalmente—. Él volverá mañana.
—Lo sé.
Gracias a Grayson. Me habría vuelto loco de no tener en mente que Trey regresaría al día
siguiente al campus; con toda seguridad, de no ser así, me habría plantado en casa de sus padres.
—Lo que sea que haya pasado entre vosotros...
—Lo arreglaré. Lo prometo —lo corté, porque quería que Cop lo supiera—. No es lo que
parece.
Lamenté de inmediato hacer uso de una excusa tan manida, pero era la verdad. Puede que
Levy y yo no hubiésemos puesto fin de manera oficial a lo que fuera que habíamos tenido, pero
ni siquiera creo que hubiésemos llegado nunca a poder considerarnos una pareja en realidad. Yo
había estado deslumbrado, por decirlo de algún modo; él se había asegurado de que fuera así y...
tener la atención de alguien contribuyó a ello; supongo que el hecho de que mis padres apenas si
se dignaran ejercer como tales me había vuelto necesitado de esa atención.
Joder, había sido tan iluso. Tan manipulable y estúpido.
—Él de verdad te importa —señaló a continuación. No fue una pregunta, pero de todas
formas contesté.
—Lo hace. No estoy jugando con él.
Había jugado con Trey, pero no de esa forma. O tal vez un poco sí. Porque había retrocedido
en varias ocasiones y había llegado a ignorarlo, y comprenderlo en ese momento me hizo sentir
aún peor. Joder, ¿era eso lo que creía Trey? ¿Que lo nuestro había sido alguna clase de juego
retorcido para mí?
La había cagado con él.
—Bien, pues más te vale dejárselo claro y arreglar lo que sea que te traes entre manos, King.
Porque no quiero tener que patearte el trasero.
El tono más ligero me hizo volver la cabeza hacia él. Le brindé una media sonrisa, aliviado en
cierto modo de que pareciera dispuesto a hacer un alto en aquella especie de guerra fría con la
que me estaba castigando.
—No creo que puedas patearme el trasero, Adams.
Cooper era un tío alto, ancho y con un buen número de músculos. Nuestro equipo técnico se
aseguraba de que nos machacásemos en la sala de pesas tanto como de que entrenásemos en el
campo. Y, sí, el tipo tal vez pudiera darme lo mío, lo había visto arremeter en el campo contra
tíos con casi el doble de peso que él, pero ambos sabíamos que yo era mucho más rápido.
Tendría que pillarme desprevenido.
Sin embargo, Cooper no haría ningún movimiento contra mí sin antes contar con el
beneplácito de su mejor amigo. Y yo planeaba convencer a Trey de cualquier manera posible
para que no llegásemos a ese extremo.
Se levantó, metió las manos en los bolsillos y bajó la barbilla. Había una advertencia clara en
la forma en que me miró.
—Será mejor que no me pongas a prueba.
Asentí a pesar de la amenaza. Respetaba sus motivos. Joder, los aplaudía incluso. Me habría
gustado tener a alguien como Cooper que me respaldase siempre, sin importar la situación. Pero
Levy también se había encargado de aislarme de cualquiera que pudiera brindarme su apoyo o
abrirme los ojos en lo concerniente a mi relación con él.
Así que, no, yo no tenía un Cooper Adams que peleara por mí.
Se metió en el interior de la casa y yo me quedé allí solo de nuevo, lo cual parecía una jodida
metáfora de mi vida.

En algún momento de la noche debí de arrastrarme hasta el sofá y, por suerte, mi móvil estaba
sobre la mesa de salón y la alarma me despertó por la mañana a tiempo para mis clases. Me
obligué a prepararme y a cumplir con mis obligaciones, pendiente en todo momento de si Trey
hacía su aparición o me enviaba algún mensaje, lo cual no sucedió.
Tampoco apareció a la hora del almuerzo. Lo sabía porque fui a casa con la excusa de comer
algo y echarme una siesta antes del entrenamiento. Revisé por enésima vez los mensajes, pero en
el chat que tenía abierto con él lo último era un desesperado «llámame, por favor» sin respuesta.
Para cuando entré en el vestuario esa tarde, empezaba a creer que Cooper y Grayson me
habían mentido solo para deshacerse de mí o que Trey había decidido incluso pasar del equipo.
Si faltaba ese día, me daba igual lo que dijera Cop, iría a buscarlo y lo traería de vuelta a rastras
si era necesario. No dejaría que hiciera peligrar su puesto en el equipo o las buenas notas que
necesitaba para mantener su beca por mí.
Trey no estaba en el vestuario y no apareció mientras me cambiaba, pero, al salir del túnel por
el mismo pasillo en el que una vez me había acorralado, lo descubrí en mitad del campo, con las
hombreras y el resto de las protecciones cubriendo su delicioso cuerpo y lanzando el casco al aire
y recogiéndolo una y otra vez mientras esperaba que los entrenadores comenzaran a ladrar
instrucciones.
El pulso se me aceleró y mi estómago hizo un doble salto mortal hacia atrás al contemplar su
rostro. Comencé a andar en su dirección. Como si detectara mi presencia, sus ojos volaron hacia
mí. Pero no me dedicó más de tres segundos de atención.
Se puso el casco y se acercó a nuestro coordinador ofensivo, y esos tres segundos fueron todo
lo que conseguí de él durante el resto de la tarde.
Trey

¿Cómo de estúpido se puede llegar a ser por un tipo? ¿Cuánta necesidad de alguien puede uno
acumular?
Debajo de las capas de tela y el plástico duro que llevaba encima, me picaba la piel como si
estuviera desarrollando alguna clase de alergia a la falta de las caricias de King sobre mí. Un
cosquilleo continuo en la nuca me mantenía alerta de cada una de las miradas que me lanzaba y,
las veces que lo tuve cerca de mi posición, su cuerpo tiraba de mí como un puto imán cuya
atracción fuese incapaz de resistir.
Resultaba absurdo, joder.
Ridículo, así era cómo me sentía. Ridículo, expuesto y desprotegido. En carne viva.
Cooper se acercó a mí trotando mientras los chicos de la línea defensiva tomaban posiciones.
Me pasó una botella de agua y yo me quité el casco para beberme la mitad; la otra mitad me la
tiré por encima de la cabeza.
—¿Cómo estás?
—Estoy bien, Cop. Deja de hacer de mamá gallina. No fue nada. —La respuesta había salido
disparada de mis labios de forma automática, y estaba claro que no había ni una sola parte de
verdad en ella.
Pero no me permitiría a mí mismo hacer de aquello algo más grande de lo que en realidad era.
A todos nos habían dado la patada alguna vez; una chica, un chico, lo que fuera..., daba igual. No
era muy distinto de las veces en las que una chica por la que me hubiera interesado no me había
devuelto ese interés, me dije, aunque nunca me había afectado al nivel en el que parecía estar
haciéndolo en esa ocasión.
Por regla general, pasaba a la siguiente chica disponible y listo.
—¿Qué tal le va a Caleb? —cambió de tema, algo que agradecí.
—Va a venir por Halloween. Está más tranquilo, creo que le irá bien.
Cooper se alegró de la futura visita de mi hermano y se lanzó a hacer planes para esos días,
hasta que el entrenador Meyer nos preguntó si queríamos un poco más de tiempo e intimidad
para charlar de nuestras cosas. Por la forma en que lo gritó y el tono irónico, resultaba bastante
obvio que lo que de verdad estaba diciéndonos era que moviésemos el culo de una puta vez.
Me las arreglé para eludir a King el resto del entrenamiento, aunque creo que varios de mis
compañeros se percataron de la extraña tensión que había entre nosotros. Ambos formábamos
parte de la línea ofensiva, así que a la hora de practicar ciertas jugadas resultaba inevitable que
tuviésemos que intercambiar algunas frases o indicaciones. Los monosílabos que empleé como
respuesta seguramente les dieron alguna pista de que algo no iba bien. Pero no hicieron
preguntas y yo no tenía pensado contarle a nadie lo sucedido.
El problema fue que hubo fallos de comunicación. Yo ignoraba deliberadamente muchas de
las instrucciones que lanzaba King y él parecía... distraído.
—¿Qué demonios se supone que estáis haciendo? —nos amonestó por quinta vez el
coordinador ofensivo. Tal vez fuera la sexta. O la novena, había perdido la cuenta hacía rato—.
¿Creéis que porque hayáis ganado a UCLA podéis relajaros y holgazanear en los
entrenamientos? ¡King! ¿Dónde te has dejado la concentración? Estás haciendo unos
lanzamientos de mierda. ¿Qué pasa? ¿Ahora que te están tanteando para la NFL te crees
demasiado bueno para estar aquí y hacer tu trabajo?
Me encogí un poco al oír sus reproches. Estábamos haciendo un trabajo patético ese día, pero
no era solo culpa de King. Y dudaba que fuera el interés de Olson & Faulk lo que lo estaba
desconcentrando; era demasiado perfeccionista y competitivo para tomarse a la ligera incluso el
más básico de los ejercicios de entrenamiento.
—Lo siento, señor —murmuró él—. Estoy distraído.
No eludió la bronca ni planteó una excusa. Muy típico de King, incluso cuando ambos
sabíamos que esa mierda era cosa de los dos. Además, las malas vibraciones que había entre
nosotros estaban afectando también al resto del equipo.
—¡Os quiero centrados y dejándoos la vida en cada entrenamiento!
—Sí, señor —respondimos todos, porque no había otra cosa que pudiésemos decir.
Nos dejaron marchar poco después. O más bien nos echaron de allí más que hartos de
nosotros. Me encaminé con paso resuelto hacia el túnel y, con el rabillo del ojo, vi a King
quitarse el casco y venir detrás de mí. Por suerte, Meyer lo interceptó. Oí cómo le decía que
quería hablar con él y supuse que estaría relacionado con su probable postulación para los drafts.
No me quedé para descubrirlo. Era mi mejor oportunidad para salir de allí lo más rápido
posible. Ni siquiera iba a ducharme; me cambiaría y me largaría antes de que el entrenador lo
liberase.
Lo que no iba a resultar tan fácil sería evitar que King me arrinconara en casa.
—Ey, ¿qué tal vas, Donovan? —Hice a un lado mi móvil y choqué los cinco con Maddox.
Estaba en la casa de la fraternidad, porque al parecer ahora era la clase de tío que huía de las
confrontaciones. King me había mandado un mensaje hacía unos minutos —otro más—
pidiéndome que volviera a casa, diciéndome que quería hablar conmigo.
Ya, bueno, yo no quería hablar con él. Aunque supongo que una parte de mí deseaba oír lo
que tenía que decir y, además, no podía rehuirlo eternamente. Vivíamos juntos, por Dios. Y si
seguíamos cagándola en los entrenamientos, acabaríamos jugando mal en los partidos; eso podría
suponer que el interés de los Rams o cualquier otro equipo de la NFL en King decayera.
No pensaba ser responsable de arruinar su carrera profesional incluso antes de que empezara.
—Todo bien, supongo. ¿Has conseguido ya el visto bueno de Davis para Halloween?
Maddox resopló y se dejó caer en el enorme sofá del salón. Aunque él no vivía ya en la casa,
pasaba más tiempo allí que en la suya propia. Dirigir una de las hermandades más antiguas del
campus, y de las más problemáticas, era casi un trabajo a tiempo completo para él.
—Ese tipo es... duro. Me pone de los nervios.
Arqueé las cejas. Maddox era una especie de hombre tranquilo, de los que no perdían los
papeles con facilidad; de otra forma, ya lo habríamos vuelto loco entre todos hacía tiempo. Era
abierto y charlatán, y su paciencia resultaba legendaria.
Me pregunté cuánto lo estaría presionando el decano para que pareciera tan derrotado.
—Pero caerá —aseguró con una sonrisita—. Lo tengo a punto de caramelo...
El comentario sonó casi sexual. O tal vez solo fuera yo y mi mente sucia, porque de ninguna
manera Maddox y el decano podrían...
—Oye, cuando dices que caerá...
—Lo tengo controlado, tío. Cop me ha comentado que Caleb va a venir.
El cambio de tema fue tan radical que me costó un momento recordar que Maddox conocía a
mi hermano.
—Dios, sois una panda de cotillas... —Me reí, y eso me hizo pensar en lo raro que era que no
estuvieran todos ya murmurando acerca de King.
Y de mí.
—Me gusta estar al día de las vidas de mis chicos —se defendió él con una sonrisa—. ¿Te vas
a quedar a dormir?
Fruncí el ceño.
—No. ¿Por qué lo preguntas?
Ya ni siquiera solía quedarme en las noches de fiesta. Despertar en mi cama era mucho mejor
que hacerlo rodeado de un montón de tipos inconscientes y resacosos en una casa repleta de
vasos de plástico, botellas vacías y pilas de basura; la limpieza era cosa de los novatos, yo ya
había pasado por eso y no estaba interesado en repetir.
Se encogió de hombros y luego, tras levantarse de nuevo, me guiñó un ojo.
—Soy el jefe, ¿recuerdas? Yo lo sé todo.
Dios, hablaba de King, ¿no? Por muy bocazas que fuera Cooper a veces, no creía que le
hubiera hablado del numerito que había montado dos días antes. En cuanto a Grayson, no era un
hermano, aunque conocía a Maddox. Y aunque a veces soltaba cosas sin pensar, tampoco lo veía
en ese plan. Además, pasaba más tiempo en la playa entrenando que en el mismo campus.
—Puedes quedarte si quieres. Ya sabes que hay varias habitaciones libres, pero...
—Pero ¿qué?
—Nunca me has parecido de los que huyen, Donovan. No empieces ahora.
Bien, genial. Lo sabía. ¿Quién más estaría al tanto de que estaba evitando a King? ¿Alguien
del equipo habría comentado nuestro comportamiento patético de esa tarde? En serio, aquellos
tipos necesitaban una vida de la que preocuparse.
Y probablemente yo necesitaba enfrentarme de una vez por todas a lo que fuera que me
esperaba en casa.
«Bien, allá vamos.»
Me pareció probable que King hubiera estado esperando detrás de la puerta de entrada,
porque, en cuanto crucé el umbral, me di de bruces con él. Mis manos acabaron sobre su pecho y
su aroma me envolvió de tal modo que durante un momento todo lo que pude hacer fue
respirarlo como un yonqui que estuviera atravesando el mono más jodido de su vida. Inhalé sin
control hasta que mis pulmones se saturaron de ese aroma rico y perverso tan suyo. Era injusto
que el tipo oliese a puro pecado, y aún más que sus músculos se sintiesen tan bien bajo las
palmas de mis manos.
En cuanto reaccioné, me eché hacia atrás y lo fulminé con la mirada. Lo rodeé para ir arriba.
Seguía sudado del entrenamiento; sumadle a eso el viaje de tres horas en coche desde casa de
mis padres y seguro que de ninguna manera yo olía tan bien como él.
Ni siquiera llegué a alcanzar la parte baja de la escalera. Los dedos largos y elegantes de King
se cerraron con firmeza en torno a mi muñeca para detenerme.
Di un tirón brusco y me solté.
—Ni se te ocurra volver a tocarme —siseé, a pesar del agradable cosquilleo que se apropió de
mi brazo y del calor que afloró en mi piel.
No era que no lo desease; anhelaba su toque. Demasiado. Y me daba miedo lo poco que
tardaría en ceder si le permitía acercarse a mí. Pero supongo que eso él no lo sabía. En sus ojos
destelló algo muy similar al dolor, lo cual no me ayudó en nada a permanecer firme.
Maldito King.
—Deja que me explique, Trey.
—No quiero saberlo —repliqué retrocediendo con las manos en alto hacia la escalera. Luego
me forcé a encogerme de hombros con una despreocupación que estaba muy lejos de sentir de
verdad—. Follamos y ya está, King. No creas que esto ha sido nada más. No seas tan ingenuo.
Su mirada se llenó otra vez de ese brillo dolorido y juro que se encogió un poco, lo cual era
casi imposible porque Axel King siempre ocupaba todo el espacio disponible en cualquier
estancia en la que entrase.
Durante un instante estuve a punto de desdecirme. Pero presioné y presioné en mi interior los
sentimientos que trataban de llegar a la superficie. El recuerdo de sus besos. La solidez de sus
caricias. El modo en que se había hecho dueño y señor de mi cuerpo y mis emociones.
Lo ahogué todo en un montón de resentimiento furioso y no dejé escapar ninguna expresión
que pudiera traicionarme.
Joder, estaba muy muy herido. Más incluso de lo que había creído en un principio.
Él se pasó la mano por la cara. Luego se la llevó al pelo y bajó la vista, rehuyendo mis ojos.
Bien, supongo que eso me daba la razón. Ni siquiera era capaz de sostenerme la mirada.
—Enhorabuena por lo de los Rams —añadí, y, como el capullo dolido en el que me había
convertido, le lancé un último golpe—: Y dile a tu novio que no se preocupe. No estoy
interesado en ti.
King levantó la cabeza con un movimiento tan brusco que tuvo que hacerse daño en el cuello.
—Levy no es mi novio.
Me forcé a subir la escalera antes de que comenzara a creerme más de sus mentiras. La
tentación era grande, no iba a negarlo.
—Pues me parece que él no lo sabe —le dije a medio camino ya de la planta superior—.
¿Sabes? Casi puedo ver un patrón en tus relaciones. Al parecer, ninguno de los dos sabíamos una
mierda.
«Hijo de puta», pensé para mí, pero el insulto no era para King, tampoco para su maldito
novio secreto.
No, era yo quien me sentía como un cabrón. Yo no era así. Nunca lo había sido.
De todos modos, no retrocedí. No me disculpé. Y tampoco me atreví siquiera a mirarlo.
Continué subiendo escalones, un pie delante del otro, casi por inercia. Convencido de que estaba
haciendo lo correcto.
Joder, no tenía ni puta idea.
Axel

Trey había dejado muy claro que no quería saber nada de mí, lo cual había sido un duro y
doloroso golpe. Uno muy grande que no había esperado. O sí. Pero que no encontraba manera de
soportar. Los siguientes días fueron... Bueno, apestaron. No había mejor manera de resumirlo.
Intenté hacerlo lo mejor posible para que la hostilidad de su trato no afectara a mi desempeño en
los entrenamientos y el resto de nuestros compañeros no tuviera que lidiar con el malestar de los
entrenadores.
No supe si lo conseguí del todo, aunque he de decir que Trey parecía estar esforzándose
también por el bien común del equipo. En casa, la historia era muy diferente. Me ignoraba,
pasaba mucho tiempo encerrado en su dormitorio o simplemente se largaba a la casa de la
fraternidad, la biblioteca o solo Dios sabe dónde para no tener que verme.
Cooper y Grayson se quedaron varados en medio. No les envidiaba el lugar, la verdad.
Incluso cuando yo sabía que Cop apoyaba a muerte a su mejor amigo, se mantuvo más o menos
al margen y no alteró el comportamiento que tenía hacia mí; fue una suerte, porque la mierda
parecía venirme de todos lados en esos días.
Acumulaba varios correos de Foster y llamadas de mi padre sin contestar, y sabía que no
podía retrasarlo mucho más. También había recibido unas cuantas llamadas de un número
desconocido que podía imaginar a quién pertenecía, pero al que tenía claro que sí que no
contestaría. Nunca.
Para colmo, estaba hasta arriba de trabajos de clase y Maddox se había empeñado en que
todos colaborásemos con la preparación de Halloween; al final, había logrado convencer de
alguna forma al decano Davis de que éramos lo suficientemente responsables como para tener
derecho a celebrar más fiestas.
Otro pobre al que le iban a caer hostias más temprano que tarde. No había manera de que una
festividad como Halloween terminara sin alguna escenita, disturbio o incluso con media
hermandad borracha y corriendo por el campus vestidos tan solo con una máscara o algún
lamentable espectáculo similar. Si el decano hubiera sido listo, le habría prohibido a Maddox
cualquier cosa que supusiera tener alcohol y hermanos en una misma estancia. Pero a saber en
qué estaba pensando ese tipo.
Así que, para cuando la semana llegó y pasó, y el martes previo a Halloween se nos echó
encima, todo lo que sabía de Trey era que su hermano vendría a pasar unos días. Y que me
odiaba, eso también había quedado bien claro.
Las cosas no pintaban bien para mí. Había dejado de intentar hablar con él o darle cualquier
tipo de explicación. Era terco como él solo, había que reconocérselo. Y yo estaba que me subía
por las paredes.
Siempre que Trey entraba en la cocina o en el salón y yo estaba allí, mis nervios se
iluminaban como un árbol de Navidad. Ese hecho continuaba sorprendiéndome y pillándome
desprevenido por muchas veces que ocurriera. Y se volvía peor según los días avanzaban.
Estaba desesperado. Y jodido. Como no lo había estado nunca antes.
Sentado en el sillón, continué mirando la pantalla de mi móvil. Tenía un e-mail de Foster
abierto y llevaba alrededor de veinte minutos leyéndolo y releyéndolo, y aún no sabía qué
contestar.
Cuando oí la puerta principal abrirse, me incliné hacia atrás para contemplar cómo una
versión más pequeña y algo más joven de Trey irrumpía en la casa. Miró alrededor y enseguida
me descubrió allí sentado. Por algún motivo estúpido, me puse en pie mientras él avanzaba hacia
mí dando saltitos con un entusiasmo que resultó encantador, incluso logró hacerme sonreír un
poco.
—Hola —me saludó alegremente.
—Hola.
—Tú debes de ser King —dijo dándome un nada disimulado y concienzudo repaso de pies a
cabeza.
Caleb Donovan estaba rodeado de ese mismo halo de energía radiante que tanto me había
atraído de Trey desde el principio y tenía una sonrisa igual de reconfortante, aunque no era como
si hubiera visto mucho la de su hermano últimamente.
—Axel —lo corregí, y estreché la mano que me tendía—. Y tú debes de ser Caleb, el
hermano de Trey. Os parecéis mucho.
No me había pasado por alto el hecho de que, las pocas veces que se veía obligado a dirigirse
a mí, Trey había empezado a llamarme de nuevo por mi apellido. Pero no quería que fuera la
norma también para su familia. Daba igual que eso ya no significase nada.
—Estaba deseando conocer al tipo que ha conseguido que mi hermano se replantee su
sexualidad —soltó a bocajarro, sin ningún tipo de vergüenza.
Una estúpida sonrisa se extendió por mi cara. Era directo y eso me gustaba; antes de que yo
me hubiera hundido en mi propia mierda, habría dicho algo similar. Decidí ser... comedido con
él, a pesar de que me emocionó un poco la idea de que Trey le hubiera hablado de mí.
Seguro que no le había dicho nada bueno.
—Yo no diría tanto. En realidad, creo tu hermano me odia.
Eché un vistazo por encima de su hombro en dirección a la entrada, esperando ver a Trey
aparecer en cualquier momento. No podía estar muy lejos. Sabía que había sido él quien había
ido a buscar a Caleb.
—Tal vez lo hace. Un poco. No eres su persona favorita en el mundo ahora mismo. No habéis
hablado aún, ¿verdad? —Hizo una mueca, como si no estuviera de acuerdo con su hermano en
eso, y me pregunté cuánto sabría. No parecía que él me odiase. Su expresión varió un momento
después y se tornó mucho más juguetona—. Bueno, piénsalo un poco, Axel, odiamos a las
personas que nos hacen daño solo cuando de verdad nos importan. Así que...
Capté de inmediato lo que estaba sugiriendo.
Me gustaba cada vez más aquel tío. Igual incluso podría encontrar en él a un aliado
inesperado que me echase una mano con Trey.
Pero lo que había dicho me hizo pensar en Levy y en el rencor que le guardaba. Estaba muy
seguro de que los sentimientos que había albergado por él alguna vez apenas eran un pálido
reflejo de lo que sentía por Trey, pero la verdad era que puede que aún odiara un poco a Levy.
Solo que, más que porque hubiera estado enamorado de él, porque había sido la única persona
con la que había creído poder contar en un momento muy delicado de mi vida. Cuando había
dado un paso adelante para exponer mi sexualidad al mundo, había estado realmente aterrado.
Había sentido tanto miedo a ser rechazado, a quedarme solo...; resultaba irónico que, de todas
formas, hubiera estado igual de solo antes de hacerlo, pero no había sido consciente de ello.
—Un consejo —añadió Caleb ante mi silencio—. Si tienes algún plan maestro, más vale que
redobles tus esfuerzos. Mi hermano es particularmente terco cuando se le mete algo en la cabeza.
—Me he dado cuenta.
—Y creo que ahora está empeñado en permanecer lejos de tu camino. Venga, pregúntame por
qué.
No tuve oportunidad de hacerlo. Alguien se aclaró la garganta y me encontré a Trey en la
entrada, con los brazos cruzados sobre el pecho y una actitud claramente a la defensiva. Nuestras
miradas se cruzaron y el aire de la habitación pareció desaparecer durante un puñado de
segundos. Dios, era precioso. Incluso cuando se mostraba tan serio y distante.
Jodidamente precioso.
Y aún había calor en sus ojos cuando me miraba, por mucho que tratara de esconderlo tras los
muros que había erigido a causa de mi supuesta traición.
—He preparado pasta al pesto. Por si os apetece comer algo antes de la fiesta —le dije, para
no quedarme callado.
Esa era otra novedad. En los últimos días me había dedicado a cocinar para todos. Había
dejado un tarro vacío con una nota en la encimera para que los demás aportaran su parte, y ahora,
por fin, teníamos comida en los armarios. Yo mismo hacía la compra. Tal vez fuera mi modo de
disculparme, el único que había encontrado.
—Cocinar te da puntos extras —murmuró Caleb por un lado de la boca, inclinándose en mi
dirección, aunque no estaba seguro de que Trey no lo estuviese escuchando.
Reprimí la sonrisa que amenazaba con asomar a mis labios; no creía que Trey la agradeciera.
Pero definitivamente Caleb me caía bien. Muy bien.
—Saldremos a comer algo por ahí —replicó Trey.
Bien, supongo que era de esperar.
Caleb echó a andar de vuelta a la entrada, pero lo oí resoplar.
—Me gusta la pasta al pesto.
—No, no te gusta.
—Claro que me gusta —insistió Caleb.
Trey recogió del suelo el bolso con las cosas de su hermano y ambos giraron hacia la escalera.
Pero Caleb se detuvo un momento.
—Irás a la fiesta, ¿verdad? —me preguntó. Asentí. Ellos irían, así que yo iba a estar allí
también, y no porque mi ánimo fuera especialmente festivo—. Bien, y ¿de qué vas a disfrazarte?
La cabeza de Trey se ladeó ligeramente, como si tratara de escuchar mi respuesta a pesar de
que ya había empezado a subir la escalera.
Desde mis primeros y torpes intentos de hablar con él, no había vuelto a insistir. No quería
convertirme para Trey en lo que mi ex era para mí. No quería ser ese tío que no sabe cuándo
parar. Pero, allí plantado, me di cuenta de que mantenerme alejado de él nunca había parecido
funcionar para nosotros. Después de todo, yo había insistido y presionado desde el principio.
Había luchado hasta derribarlo y, joder, sabía que Trey había disfrutado cayendo conmigo.
Pensé en el calor parpadeante que había visto un instante antes en sus preciosos ojos verdes.
En lo que había sugerido Caleb acerca de redoblar los esfuerzos...
A lo mejor lo estaba haciendo todo mal de nuevo. ¿Era eso lo que había intentado decirme
Caleb? Tal vez Trey solo necesitaba que yo siguiera esforzándome por llegar hasta él. Al menos,
se merecía una explicación. No importaba que todo fuera fruto de un malentendido; él creía que
yo lo había engañado.
—Es una sorpresa —respondí por fin.
Caleb me devolvió la sonrisa y fue tras los pasos de su hermano.
Saqué el teléfono y llamé a Cop en cuanto oí una puerta cerrarse en el piso superior.
—Necesito un favor. ¿Sabes de qué va a ir disfrazado Trey a la fiesta? —solté en cuanto
contestó.
Me llevó un rato convencer a Cooper de que no estaba planeando nada para atormentar a su
mejor amigo, o al menos no en el mal sentido, pero al final me dio lo que buscaba. Colgué y me
puse a redactar la respuesta para Foster casi de inmediato. Una vez que le envié un mensaje
escueto en el que concluía asegurándole que nos veríamos el jueves, cogí la cartera y las llaves
del coche. Caleb y Trey bajaban ya de vuelta a la planta baja, supuse que para salir a cenar antes
de prepararse para la fiesta.
—Comeos la pasta —solté sin pensar, en uno de mis arrebatos autoritarios. Y luego me largué
sin esperar una contestación.
Tenía algo que hacer.
Trey Donovan iba a escucharme. No pensaba dejar de pelear al menos hasta que me
concediera una oportunidad para explicarme. Y si tenía que darle una buena y generosa dosis de
Axel King para ello, que así fuera.
Fue la primera vez que me sentí yo mismo en días.
Trey

—¿Qué te dijo?
—Nada relevante —replicó mi hermano por enésima vez, aunque su expresión decía otra
cosa.
Al llegar a casa, Caleb se había hecho con mi juego de llaves y había salido volando del coche
antes siquiera de que lo detuviese del todo. Durante el viaje me había preguntado por King, y no
parecía demasiado satisfecho con mi idea de mantenerme lo más lejos posible de él, más que
nada porque decía que yo parecía... miserable. Triste y apagado.
Amargado.
No quise discutir con él al respecto, no era como si tuviera muchas más opciones. Dudaba
demasiado de mí mismo y de mi capacidad de resistencia cuando se trataba de King como para
hacer otra cosa que no fuera alejarme de él.
Y lo peor era que cada vez me resultaba más difícil ignorarlo.
No era justo que, en lugar de desvanecerse, mi atracción por él pareciera crecer día a día.
Empezaba a lamentar no haberle dado ninguna oportunidad. Lo echaba de menos tanto que dolía.
No solo el sexo, aunque no negaré que resultaba una parte difícil, más aún cuando mi cuerpo
parecía ajeno ahora tanto a las chicas como a cualquier tío que no fuese él.
Pero también echaba de menos los ratos de charla en el coche de camino al entrenamiento;
encontrármelo a media mañana entre clases y escondernos en un rincón solo para robarnos unos
cuantos besos apresurados; las veces que habíamos acabado buscando algún lugar en el que
comer porque seguíamos sin ir a hacer la compra; ver una película sin verla en absoluto,
demasiado interesados en lo que el otro estaba contando o en quitarnos la ropa para acabar
hechos un lío de brazos y piernas; incluso llegar a casa muertos de agotamiento tras un
entrenamiento y tener que esperar a que Gray y Cooper se fueran a sus habitaciones para
derrumbarnos juntos en la cama. Echaba de menos despertarme y encontrarlo a mi lado, aunque
tuviera que salir de puntillas de su dormitorio para volver al mío. Sus dedos en mi nuca. Los
besos suaves y breves. Las sonrisas cómplices a través de la habitación. Las miradas oscuras que
me aceleraban el pulso.
Y, sobre todo, echaba de menos el modo en que me presionaba, por muy raro que pareciese,
cómo me provocaba en todos los aspectos, incluso en el campo, y me obligaba a sacar lo mejor
de mí mismo.
Lo vivo que me hacía sentir.
En el fondo, quería que King me explicase por qué me había ocultado que ya había alguien en
su vida. Lo necesitaba.
Al menos no había aparecido por casa con ese tipo colgado del brazo ni tampoco lo había
visto en el campus con él. No era que yo estuviera pendiente de lo que hacía King.
Para nada.
Nop.
Por eso no tenía ni idea de que, tras más de una hora en aquella fiesta, aún no había ni rastro
de él. Claro que sí, muy lógico todo. Llamadlo «autoengaño».
Me pregunté si al final había decidido no ir, y luego me pregunté por qué me estaba
preguntando eso si no debería importarme en absoluto.
«Maldita sea.»
Caleb me lanzó una mirada maliciosa después de darle un sorbo a su botella de agua. Me
había dicho que no iba a beber, algo que de todas formas no debería haber hecho porque no tenía
edad legal para ello. Aún estaba tomando un tratamiento para la ansiedad, y el alcohol y las
pastillas no eran una buena combinación. Me alegré de que se mostrara responsable en ese
aspecto, porque no estaba seguro de que yo tuviera la cabeza lo suficientemente en su sitio como
para recordarlo.
—No me extraña que te lo hayas tirado. Es incluso demasiado sexy para ti.
—¡Eh, ¿qué demonios?! —protesté después de darle un largo trago a mi cerveza—. ¿Qué se
supone que significa eso?
Cooper apareció en ese momento dando botes entre la gente. Traté de no reírme al descubrir
lo que llevaba puesto. Mientras que yo iba disfrazado de Luke Skywalker —espada láser
incluida, por supuesto—, Caleb había optado por convertirse en un apuesto Han Solo y lucía
parte del pecho al aire y la misma sonrisa canalla que había hecho famoso a Harrison Ford. En
cambio, mi mejor amigo era un hada. Una puñetera hada del bosque. Llevaba unas alas a la
espalda a las que les daba un par de horas de vida a lo sumo y se había echado medio kilo de
purpurina por encima. Alrededor de las caderas, una tela vaporosa y casi transparente no hacía
nada por ocultar unos atributos muy pocos propios de una criatura tan... etérea.
—Por Dios, Cop, creo que acabo de quedarme ciego —me reí.
Giró sobre sí mismo en un estúpido baile y luego me estampó en la cabeza la varita que
llevaba en la mano. Para mí que había empezado a beber incluso antes de ponerse el disfraz. Jude
Hall apareció tras él vestido de Príncipe Encantador, lo cual supuso una sorpresa porque la
tradición era que los novatos siempre eran bufones.
A nuestra llegada también había visto a dos de mis compañeros de equipo, Chad y Jules,
caracterizados como las gemelas de El resplandor, lo cual había resultado perturbador en más de
un sentido, y a Maddox como Jack Torrance, el protagonista de la misma película.
Y, sí, el tipo llevaba incluso un hacha.
Esperaba que fuera de atrezo, porque lo último que necesitábamos era que alguien acabase en
Urgencias esa noche y darle un nuevo motivo al decano para arremeter contra nosotros.
—¿Dónde está Grayson? —le pregunté a mi mejor amigo.
—Ni siquiera sé de qué va. No lo he visto aún.
«Ni yo a King», pero eso me lo callé.
A pocos pasos de nosotros descubrí a Mare junto con un grupo de chicas. Me dedicó un
entusiasta saludo con la mano y creí que iba a acercarse, pero luego una de sus amigas le dijo
algo y se llevó su atención a otro lado. Gracias a Dios.
Había un montón de chicas de fraternidades hermanas de la nuestra y ya habían sido varias las
que se habían acercado a coquetear tanto conmigo como con Caleb. Las caras nuevas solían
despertar interés y, además, mi hermano siempre atraía la atención, solo que ahora yo sabía que
no era de la que él buscaba. Le había presentado a algunos de mis hermanos y otros pocos
compañeros de equipo, pero a su pregunta de si alguno era gay, no tuve ni idea de qué responder.
Dudaba que King fuera el único. Creo que los había visto a todos en uno u otro momento
liándose con alguna tía, pero... Bueno, miradme a mí; estaba claro que eso no era para nada
vinculante.
A medida que avanzaba la fiesta, las cosas se fueron calentando cada vez más. Había
muchísima gente, música, alcohol en abundancia y disfraces de lo más esperpénticos, aunque
otros eran realmente alucinantes. Caleb, Cooper y yo repusimos nuestras bebidas y nos fuimos a
bailar al gran salón de la casa, normalmente destinado a las reuniones, que habíamos despejado
de muebles el día anterior entre todos.
Cuando por fin Grayson apareció, lo hizo con solo un bañador Speedo, uno de esos gorros de
los que se usan en la piscina y sus eternas chanclas de playa. Por Dios, creo que a mi hermanito
se le salieron los ojos de las órbitas en cuanto lo vio.
Caleb y él no habían llegado a coincidir antes, y mi hermano murmuró algo acerca del
destino, supuse que porque practicaba natación y el disfraz de Gray era el uniforme habitual que
él empleaba cuando estaba en la piscina. Mi compañero de piso no creo que se enterase de que se
lo estaba follando con la mirada —sinceramente, yo también habría preferido vivir en la
ignorancia—, lo único que dijo Grayson fue que iba disfrazado de los omnipresentes chicos de
waterpolo.
Otros que me imaginé que también estarían por allí en algún sitio.
—Ay, madre —exclamó Caleb cuando logró arrancar los ojos del pecho de Grayson y dejar
de babear por él—. Creo que alguien te está lanzando un desafío.
Me cogió de los hombros y me hizo girar sobre mí mismo. Al otro lado de la sala, un tipo
disfrazado de Darth Vader agitó su espada láser en mi dirección. Entrecerré los ojos ante lo
familiar que me resultó la figura. Aunque con el casco no había manera de saber de quién se
trataba, sospeché de inmediato.
Cuando la gente comenzó a hacerse a un lado para dejarlo pasar, supe que solo había una
persona capaz de despejarse el camino en una sala repleta de universitarios borrachos sin mover
un solo dedo: King.
Me obligué a no sonreír, a pesar de que estaba ridículo.
No, eso no era verdad. El disfraz no era una de esas mierdas cutres, sino algo totalmente
creíble que parecía sacado directamente de un set de rodaje, y le quedaba demasiado bien incluso
con ese casco enorme sobre la cabeza. Saber que él estaba debajo resultaba aún más... excitante.
Claro que, en la ficción, era mi padre, lo cual resultaba un poco espeluznante también. Pero
entendí de qué iba todo aquello cuando mi hermano canturreó:
—Alguien quiere llevarte al lado oscuro...
No tenía duda de que, si había alguien capaz de arrastrarme a cualquier lugar, oscuro o no, era
el maldito Axel King.
—¿Se lo dijiste tú? Alguien ha tenido que chivarle que vendría disfrazado de Luke.
Caleb negó, pero Cooper, que seguía en su línea de ir por ahí dando saltitos como una cría de
seis años a tope de azúcar —solo que en su caso era más bien cerveza de barril—, empezó a
retroceder disimuladamente con expresión culpable.
—Traidor —vocalicé sin sonido, pero Cooper se limitó a encogerse de hombros.
Mi mejor amigo no era el mayor defensor de King, es más, se había enfurecido y lo había
puesto a parir cuando le conté el porqué de mi huida a casa de mis padres, así que no comprendía
a qué venía aquella encerrona.
King se detuvo a varios metros de mí y me apuntó con la espada. No sabía si reírme o
maldecir sus retorcidas ideas. Oí a varias personas murmurando sobre su identidad y comprendí
que nadie, salvo Cooper, Caleb y yo, debía de saber que bajo el disfraz se encontraba el deseado
quarterback de nuestro equipo.
Le aparté la espada con un golpe de la mía y me volví de espaldas a él.
No iba a entrar en el juego.
No más juegos con King.
—No te muevas de aquí. Voy a por otra cerveza —le dije a Caleb.
Me puso los ojos en blanco y murmuró un «aguafiestas», pero me dejó marchar. No me di
cuenta de que estaba cometiendo un error. Cuando quería, King no era de los que se rendían, y
darle la espalda era una muy mala idea.
Pésima.
Al menos si querías conservar la cordura y el corazón intactos.
El lado oscuro de la fuerza me siguió de camino a la enorme cocina de la fraternidad, a la cual
no llegué nunca porque en mitad del pasillo que llevaba hasta ella me vi empujado a través de
una de las otras puertas. Luego, antes de que pudiera reaccionar, me hicieron una llave o alguna
mierda similar y terminé con la mejilla contra la pared de un cuartito de escobas y el puto Darth
Vader empujando todo su cuerpo duro contra mi espalda.
Sinceramente, nunca creí que fuera a ser el clásico tío que terminaba excitado por el villano
de la historia.
—No soy tu padre —soltó, aprovechándose de que contaba con ese tono ronco y grave que
solía ponerme tan cachondo. Me mordí el labio para ahogar una carcajada. Incluso cuando se
comportaba como un idiota, King no hacía nada a medias—. Así que tienes dos opciones, chico
de oro. O te bajas los pantalones o... escuchas lo que tengo que decirte.
—Vete a la mierda, King —repliqué en un intento de oponer algo de resistencia. No era nada
fácil cuando su espada láser se me estaba clavando en la cadera, y no me refería a la del disfraz.
—Bien, al menos ahora me estás hablando. Y si te lo estás preguntando, quiero que elijas la
segunda opción, por mucho que esté deseando abrirte de piernas y clavarte a la pared.
Presionó un poco más mientras me mantenía uno de los brazos contra la espalda y con su otra
mano agarraba la mía para evitar que pudiera moverla. Para mi vergüenza, empujé el culo como
respuesta a su provocación, tratando de alcanzar sus caderas. Me convencí de que solo era la
reacción de mi cuerpo a... él. Su olor, su voz, que me tocase de nuevo y me estuviera provocando
como había hecho esas primeras veces en las que yo fingía odiarlo; era tarde para negar que King
despertaba mi necesidad como nadie más lo hacía. A mi polla claramente le daba igual que fuera
un jodido mentiroso.
Pero a mí no.
—No quiero tus explicaciones.
Vale, ahora yo también mentía.
Sí que las quería, joder. Quería que me dijera que me estaba equivocando, que lo que había
oído era una mentira o solo una media verdad con una razón de ser. Una razón muy buena, ya
que estábamos pidiendo imposibles.
En realidad, quería rendirme y escucharlo, pero no sabía cómo hacerlo.
Mierda, Cop tenía razón sobre mí. Era terco hasta la estupidez.
—Entonces, ¿quieres mi polla? —me preguntó susurrando las palabras en mi oído. La piel de
la nuca se me erizó y un escalofrío me recorrió la espalda—. ¿Es eso, chico de oro? ¿Quieres que
te baje los pantalones? ¿Que te lama ese dulce y apretado agujero hasta que empieces a suplicar?
Acallé el gemido que me provocó la imagen que se desencadenó en mi mente.
King me soltó la mano y llevó la suya hasta la cinturilla elástica de mis pantalones. Cuando
pensé que la colaría bajo ella para hacer exactamente lo que había dicho, y que yo le dejaría
hacerlo, la bajó un poco más y presionó mi erección con la palma a través de la tela. El toque fue
demasiado e insuficiente, todo a la vez. Y me volvió loco.
También terminó demasiado rápido.
—Porque, si eso es lo que quieres, ¿sabes qué? No voy a dártelo hasta que me escuches. No te
lo daré hasta que sepas toda la verdad. Tú eliges, chico de oro.
Axel

Había planeado un ataque no tan directo para acercarme a Trey. Quizá incluso rondarlo un poco
antes de hacerle saber que era yo. Pero Caleb, de algún modo, había sabido quién estaba bajo el
casco en cuanto me había visto al otro lado de la sala. Y Trey tampoco parecía haber tenido
ninguna duda al respecto.
Así que, visto que había intentado largarse e ignorarme otra vez, supuse que esto tampoco era
una mala opción. Claro que la situación me estaba aturdiendo casi tanto como yo planeaba
hacerlo con él. No había contado con que el tirón que Trey ya ejercía sobre mí, sin tener que
hacer absolutamente nada que no fuera existir, aumentaría de forma exponencial cuando lo
estuviera tocando de nuevo.
Era una tortura. Y el puto casco no ayudaba una mierda.
Dios, me moría de ganas de besarlo. Solo eso. Un beso. Llevaba demasiado tiempo sin poder
saborearlo y... lo echaba de menos a un nivel en el que ya ni siquiera me iba a molestar en
pensar.
Me arranqué el casco y lo lancé a un lado, pero no traté de hacer ningún otro movimiento que
me llevase más cerca de su boca. Trey necesitaba oír lo que tenía que decirle y, desde luego, yo
no iba a poder explicarle nada con la lengua hundida en su garganta.
Me limité a dejar caer un roce de labios sobre su nuca y luego apoyé la frente en el mismo
lugar. Trey se estremeció al percibir el gesto. Todo su cuerpo se aflojó, así que solté su brazo y
moví los míos hasta colocarlos en la pared a ambos lados de su cuerpo.
Suspiré.
—Deja que te lo explique, Trey. Por favor...
No recordaba haber suplicado antes por nadie, ni siquiera estando con Levy. Ni siquiera
cuando me encontré tan vulnerable después de hacer público que era gay y creí que ninguno de
mis compañeros de equipo me miraría igual.
Supongo que era un digno hijo de mi padre y no solo había heredado de él su arrogancia o la
forma de exigir ciertas cosas. O tal vez solo se trataba de que nunca había deseado la atención y
el perdón de alguien con tanta intensidad como lo hacía con Trey.
Cuando él no contestó, me dije que esa era toda la oportunidad que necesitaba.
—El chico que trajo mi padre, Levy —aclaré, aunque incluso decir su nombre hacía que la
amargura me cubriera la lengua—, no es mi novio. Ni siquiera estoy seguro de que lo fuera
alguna vez.
Nunca habíamos definido los parámetros de nuestra relación. Incluso cuando planeamos
nuestra salida conjunta del armario, Levy seguía llamándonos «amigos». Yo siempre había
creído que era porque le daba miedo admitir que éramos algo más mientras tuviésemos que
escondernos; había supuesto que eso cambiaría cuando por fin no tuviésemos que hacerlo.
De todas formas, eso ni siquiera era lo realmente importante ahora.
—No lo he visto desde hace casi un año —proseguí, con la frente aún apoyada contra su nuca,
respirándolo. Sintiéndolo con todo el cuerpo de una manera que me hacía desear envolverlo con
los brazos y no dejarlo ir jamás—. Te aseguro que ya no hay nada entre nosotros. Y tampoco lo
va a haber.
—Lo oí, King —murmuró Trey. No podía verle la cara, pero estaba seguro de que había
cerrado los ojos y hablaba entre dientes. Casi... dolido—. Oí lo que tu padre dijo y también lo
que dijo tu agente. Olson & Faulk te quiere controlado, y no deja de ser tu mejor oportunidad
para llegar a la NFL. Por Dios, era el puto Jeremy Foster el que estaba en nuestra puerta, y ya
sabes cómo son las cosas en la liga profesional. Tu vida será un espectáculo, dentro y fuera del
campo...
Lo agarré de los hombros y lo hice girar, pero no le di margen para escabullirse de entre mis
brazos. Su sonrisa de chico de oro estaba ausente y había arrugas de tensión por todo su rostro. Y
en todo en lo que yo podía pensar era en hacerlas desaparecer a base de toques suaves con las
yemas de los dedos. Quería que sonriese de nuevo. Quería sus hoyuelos de vuelta.
—No me importa lo que mi padre quiera. Para empezar, no debería inmiscuirse en mis
asuntos. Y respecto a Jeremy..., puedo trabajar en eso. Joder, no tengo que firmar con ellos y,
desde luego, no necesito que nadie me haga de proxeneta para asegurarse de dónde o con quién
me acuesto.
Trey me miró a los ojos. Últimamente procuraba no hacerlo demasiado, así que casi había
olvidado lo que le hacía a mi cuerpo tener su mirada sobre mí. Lo precioso que era el tono verde
de sus iris. Lo jodidamente hermoso que era su rostro. Todo él.
Mierda, no podía dejar de mirar.
—Solo te quiero a ti en mi cama, chico de oro. —Me aseguré de no llamarlo por su nombre en
ese momento, quizá por miedo a terminar confesando también que, después de todo, ya lo tenía
en mi corazón—. Así que, si no vas a ser tú, prefiero que no haya nadie.
Recorrió mi rostro con una ansiedad que yo conocía de sobra. Hambriento pero también
indeciso. Luchando consigo mismo, con sus deseos y sus miedos. Oí incluso cómo tragaba con
fuerza.
—Tengo que volver a la fiesta. Mi hermano...
Asentí, un poco decepcionado, pero consciente de que no podía obligarlo a nada. Que
presionarlo no era lo adecuado ahora que ya me había escuchado.
—Te contaré toda la historia con Levy —dije en un último intento desesperado de conseguir
más de él. Una respuesta distinta. Algo a lo que aferrarme.
No quería recordar lo sucedido con Levy. Cómo había bailado al son de un tipo al que, en
realidad, yo no le importaba en absoluto, y cómo me había prometido no volver a hacerlo jamás.
Y ahora estaba allí..., rogando por Trey. Y dispuesto a contárselo todo si eso era lo que
necesitaba para no terminar con lo nuestro.
Durante un instante ninguno de los dos se movió. Yo no estaba seguro de reunir la fuerza
necesaria para apartarme de él, y me dio la sensación de que Trey quería decir algo más. Así que
esperé.
Y, mientras lo hacía, disfruté lo indecible de su cercanía aunque solo fuera por unos segundos
más.
—¿No has firmado aún con Olson & Faulk?
—No. No quería tomar una decisión todavía sobre eso. Tienen sus propias condiciones al
respecto.
Él asintió, como si supiera exactamente los términos que la agencia me había exigido cumplir
para representarme. Luego se agachó para pasar bajo mi brazo y rodeó el pomo de la puerta con
la mano. Antes de que la abriera, volví a sujetarlo por la muñeca. Ladeó la cabeza y me bebí con
renovada desesperación cada línea de su rostro.
Quería decirle algo más. Cualquier cosa que lo retuviera allí. Como si estar en el interior del
maldito cuarto de las escobas fuera a mantenernos de algún modo a salvo del exterior, lo cual
resultaba una auténtica ironía teniendo en cuenta que yo ya había salido del armario.
Pero fue él quien habló.
—La noche de la fiesta después del partido con UCLA, cuando llegamos aquí, quise decirles a
todos que estábamos juntos —susurró muy bajito, casi avergonzado, y esbozó una media sonrisa
despectiva, como si eso lo hiciera sentir mal consigo mismo—. Quería gritar que eras mío,
¿sabes?
Agitó la cabeza de un lado a otro en una negativa que no era más que un reproche hacia sí
mismo.
—Y a la mañana siguiente pensaste que era de otro —repuse yo, acercándome más a él.
Lo tomé de la barbilla y le hice levantar la vista. Sus labios se entreabrieron. Su respiración se
aceleró al tiempo que lo hacía también la mía.
«Soy tuyo, Trey Donovan. Da igual si lo quieres como si no. No creo que nunca haya sido
tanto de nadie.»
Quise decir esas palabras una a una, hacerle saber que, por mucha arrogancia que mostrara,
por mucho que lo hubiera provocado y empujado y hubiese tratado de controlar en todo
momento las cosas entre nosotros, no tenía el control en absoluto cuando se trataba de él.
—Axel...
Al oír cómo dejaba salir mi nombre en un suspiro tembloroso, tuve que emplearme a fondo
para no lanzarme sobre él y devorar su boca. En cambio, uní mi frente a la suya y respiré su
aliento. Le acaricié la mejilla con el pulgar en un gesto tan íntimo que me puso la carne de
gallina y envió oleadas de un cosquilleo nervioso por todo mi cuerpo.
Hacía solo algo más de dos meses que conocía a Trey Donovan. Me había sentido atraído por
aquel hombre desde el momento en que había puesto los ojos sobre él, pero nunca podría haber
imaginado que me haría caer con tanta fuerza ni tan rápido. No había esperado que despertara el
deseo de ser más. De serlo todo para él.
Yo también había deseado decirles a todos que Trey estaba conmigo esa misma noche, y
debería haber sabido que eso significaba mucho más que alejar a chicas como la morena con
curvas que había ido a por él. Tal vez se hubiera tratado de un impulso posesivo e irracional,
pero además había otra sensación cálida y reconfortante empujando junto a los celos, la idea de
que todos supieran que el hombre magnífico que tenía ahora delante, el chico de las sonrisas de
oro y el pelo dorado, era alguien importante para mí.
Y que yo podría serlo también para él. Que deseaba serlo para Trey.
—Quiero besarte —dejé escapar con un tono ronco y necesitado casi irreconocible.
Sediento. En parte salvaje y en parte cargado de la angustia nacida de saber que tal vez no
fuera igual para él. Aún temía que esto solo fuera un experimento para Trey. O algo casual. Una
forma de rascarse el picor, por así decirlo. El campus estaba repleto de tíos que podían llamar su
atención...
Acuné su rostro y me incliné sobre su boca.
—Quiero besarte, Trey —repetí, perdido en el calor que desprendían sus ojos brillantes.
Y entonces él sonrió. Sonrió de verdad. Sus hoyuelos se revelaron por fin y el corazón me dio
un vuelco en el pecho al contemplar su precioso rostro iluminado por esa dulce sonrisa.
—Si estás esperando que te ruegue por ello...
Ni siquiera lo dejé terminar. Era todo lo que necesitaba.
Lo besé y su sabor explotó sobre mi lengua de tal forma que me hizo gemir. Rocé mi lengua
contra la suya y dejamos que se enredaran la una en torno a la otra, ya no peleando por el control,
sino jugando con él. Entregando y tomando por igual. Devorándonos envueltos en el sonido de
los suaves jadeos del otro.
La chaqueta de tela beige, gruesa y áspera que Trey llevaba se mantenía en torno a su torso
tan solo con un cinturón. Tiré de él y las solapas cayeron a un lado, exponiendo un montón de
piel dorada y músculos deliciosos. Joder, quería lamerle el pecho de arriba abajo. Tocarlo.
Morderlo.
—Tu cuerpo... —farfullé mientras bajaba hasta alcanzar uno de sus pezones— es una puta
locura.
Trey rio, pero, en cuanto me metí en la boca la dura protuberancia, su risa se convirtió en un
largo y necesitado gemido.
Nunca había sentido tanta admiración por el cuerpo de alguien. Tanta reverencia. Joder,
quería adorarlo hasta que comprendiera lo loco que me volvía. Hasta que las caricias de mis
manos y mi boca sobre su piel lo volvieran loco también a él.
—No sé si... No deberíamos... Cualquiera podría... —tartamudeó, tan excitado como yo.
Solté una carcajada.
—No creo que pueda parar. —Metí la mano entre nuestros cuerpos y la llevé hasta su
entrepierna. Trey escupió una maldición. Estaba duro y tan listo como yo—. Y no creo que tú
quieras que pare.
—No —fue cuanto acertó a decir.
Le di un apretón a su polla y sonreí.
—Entonces, déjame que te enseñe lo bien que puedo hacerte sentir, chico de oro.
Trey

Aliviado. Así era como me sentía después de hablar con Axel. Creía en su palabra, dijera eso lo
que dijese de mí. A lo mejor era yo el ingenuo.
También estaba a punto de explotar.
Por mucho que lo hubiera intentado, no había olvidado lo intenso que era siempre todo con él,
aunque estaba claro que mis recuerdos no le hacían ninguna justicia. Le bastaba un toque para
despertar cada nervio, cada músculo y cada hueso de mi cuerpo. Como si sus caricias cantaran
una dulce y excitante canción que me hiciera vibrar en sintonía con él y a la que no pudiera
resistirme por mucho que quisiera.
Cuando las cosas habían empezado a avanzar entre nosotros nunca se me había ocurrido
pensar que sería así. Que el buen sexo se convertiría en algo más. Por Dios, ni siquiera había
tenido una relación de verdad con una chica. No era como si fuese alérgico al compromiso, pero
tampoco tenía prisa por salir en serio con nadie; menos aún en la universidad.
Y ahora no podía dejar de preguntarme qué demonios iba a pasar con nosotros en el futuro.
Qué haría Axel —sí, de nuevo era Axel. Mi Axel. Mío. Mierda— con Olson & Faulk. Era una
oportunidad demasiado buena para desaprovecharla, aunque ni siquiera quería pensar en las
condiciones que Foster trataría de imponerle.
Axel se separó un poco de mí y buscó mi mirada.
—No debo de estar haciéndolo muy bien. Te oigo pensar desde aquí —señaló, pero una
sonrisita maliciosa comenzó a aflorar a sus labios y luego...
Cayó de rodillas frente a mí.
—Mierda.
Mi mano voló hasta su cabeza y hundí los dedos entre los mechones de pelo oscuro, mientras
que las suyas fueron directas a la cintura de mi pantalón. Me lo bajó sin contemplaciones hasta
medio muslo, arrastrando el bóxer al mismo tiempo y liberando mi erección, que saltó orgullosa
y encantada de tener toda su atención.
Pensé que perdería la cabeza cuando contemplé el modo en que se lamió los labios.
—Siempre tan listo para mí, chico de oro.
—Voy a reventar en cuanto te la metas en la boca —me reí, porque no había otra cosa que
pudiera hacer.
Podía oír los ruidos de la fiesta a través de la puerta; gente que pasaba por el pasillo, la
música, risas, gritos cuando alguien recibía un susto... Mis hermanos, y mi hermano real, estaban
allí. Medio campus parecía estar en aquella puta fiesta en realidad. Todos a una pared de
distancia.
Y Axel King se hallaba a mis pies, de rodillas y a punto de chupármela.
Si eso no era la fantasía húmeda de cualquier tío gay o bisexual, nada podía serlo. Incluso
cuando él convertía algo tan sumiso como estar arrodillado frente a alguien en un alarde de
poderío y control. Bien podría haber sido yo quien estuviera postrado ante él.
Me estremecí cuando sacó la lengua y la arrastró muy despacio sobre la humedad que ya me
cubría la punta. No apartó los ojos de mi cara mientras lo hacía y se las arregló para no dejar de
sonreír tampoco. Había algo perverso en contemplarlo sonriendo de ese modo mientras más
pasadas de su lengua caían sobre mí. Como si le gustase tanto que no pudiese evitarlo.
Como si lo disfrutase incluso más que yo.
Gemí ante el pensamiento y mis dedos se enterraron más en su pelo. Me obligué a no empujar
con las caderas y metérsela en la boca de golpe. A duras penas conseguí estarme quieto.
Pero Axel era... Axel, y parecía conocerme incluso mejor que yo mismo.
—Vamos, chico de oro. Dame todo lo que tengas.
Envolvió los labios a mi alrededor y me tragó entero. Mi cabeza se descolgó hacia atrás y me
di un golpe contra la puerta que resonó en las paredes. Esperaba que nadie lo hubiera oído y
viniera a investigar qué mierda estaba pasando allí dentro, porque no había manera de que yo
pudiera parar.
—Mierda, Axel. Joooder.
La presión de su garganta cuando tragó a mi alrededor se llevó cualquier resto de control que
albergara. Me retiré y empujé, y luego otra vez. Y otra más. Axel me animó aferrándose a mis
muslos y ayudándome a follarle la boca con un abandono total. Cada gemido que él exhalaba
mientras me deslizaba sobre su lengua vibraba a través de mi eje y hacía que mis pelotas se
encogiesen.
Era tan placentero... Húmedo y cálido. Pero lo más excitante era la manera en que él parecía
necesitar aquello tanto como yo.
Por Dios, iba a correrme vergonzosamente rápido.
Lo detuve y me incliné un poco para tirar de él hacia arriba.
—Dime que esta mierda tiene una abertura o un acceso fácil. —Tanteé la tela de su disfraz
como un loco y finalmente conseguí apartarla para descubrir que debajo no llevaba más que un
pantalón corto de deporte. Gemí de puro alivio—. Fóllame. Ahora. Quiero correrme contigo
dentro de mí.
—Sí. Joder, sí. Gracias a Dios.
Me reí del modo desesperado en que lo dijo.
Y luego todo fueron prisas y maldiciones. Me coloqué de cara a la puerta y planté las manos
sobre la madera, y Axel me metió dos dedos en la boca.
—Chupa.
Ni me paré a pensarlo. Los chupé con todo lo que tenía y él los retiró envueltos en saliva.
—Me alegra que no seas de los que escupen.
Axel soltó una carcajada.
—Alguien ha estado viendo porno últimamente.
Mi réplica no llegó a alcanzar mis labios. Murió en cuanto percibí el toque húmedo de sus
dedos en mi agujero, aunque no pude evitar tensarme incluso cuando necesitaba tenerlo dentro
de mí de un modo desesperado.
—Relájate para mí, chico de oro. Voy a hacerte sentir muy muy bien.
Besó mi cuello, mi nuca, mis hombros. Cualquier zona que quedara a su alcance. Mientras yo
me iba derritiendo poco a poco, él frotaba y presionaba con suavidad, y apenas un momento
después uno de sus dedos se hundía a través del anillo de músculos. No se molestó en esperar.
Alcanzó ese delicioso punto en mi interior y a mí se me pusieron los ojos en blanco.
—Oh, joder. Hazlo otra vez —rogué, y él repitió el gesto.
Luego empezó a moverse dentro y fuera, y un instante más tarde añadió un segundo dedo.
Siseé, a medias de placer y a medias de dolor.
—¿Estás bien? Porque puedo parar —ofreció, y sentí la sonrisa en su voz.
Axel sabía de sobra que no quería que parase. Él lo sabía, al igual que conocía el modo de
provocarme, exigir y darme más placer del que pudiese haber llegado nunca a imaginar.
—Cállate, imbécil arrogante, y fóllame de una vez.
—Igual si me lo pides con algo más de educación —siguió burlándose.
A lo mejor me había vuelto idiota yo también, porque odiaba que me provocase y me
encantaba al mismo tiempo. Además, había algo en el hecho de que de nuevo se estuviese
comportando así que me volvía loco.
—Tú también lo quieres.
—No sabes cuánto —aceptó, con la boca contra la piel de mi cuello, mientras me taladraba
con dos dedos pero evitaba rozar mi próstata a sabiendas—. Me muero por joderte ese agujero
apretado y caliente hasta que te olvides de todo lo que no sea yo. No voy a reprimirme, chico de
oro. Quiero que me sigas sintiendo mañana... Eso te recordará que solo se trata de ti. Solo
contigo, Trey. Solo contigo —repitió, susurrando las dos palabras en mi oído con una voz
diferente. Cómplice. Cariñosa.
Dios...
No dije nada. No fui capaz.
Sus dedos desaparecieron, pero no tuve tiempo de protestar por el vacío que dejaron atrás. La
gruesa cabeza de su polla los sustituyó enseguida y todo lo que pude hacer fue elevar las caderas
y ofrecerme a él. Si alguien me hubiera dicho hacía unos meses que iba a estar ofreciéndole el
culo de esa manera a un tío —a Axel King, nada menos—, seguramente le habría dicho que me
pasase lo que fuese que estuviera fumando.
Pero me daba igual. Quería aquello, joder si lo quería.
Axel empujó de golpe y se deslizó hasta el fondo. Mi cuerpo se sacudió. Jadeé y él gruñó, y
acabé empalado contra la puerta. El ardor mezclado con un placer profundo y desgarrador.
—Mierda, es demasiado bueno —farfulló él, y yo dejé ir una carcajada.
Pero Axel era un hombre con un objetivo y no dudó en ir a por él. Me sujetó de las caderas.
Hundió los dedos en mi carne y comenzó a follarme como si aquella fuera la última vez que iba a
poder hacerlo. Desde luego, estaba seguro de que lo iba a notar al día siguiente, pero era
demasiado placentero para pedirle que se detuviera.
Sus embestidas eran una deliciosa tortura. La forma en la que me sostenía. Los besos en la
piel en llamas de mi espalda.
—Más. Joder. Más —le pedí, y el ritmo de sus empujes se recrudeció.
No éramos más que dos animales en celo, y no habría deseado ser otra cosa en aquel
momento. Axel sabía lo que hacía, algo en lo que no quería pensar demasiado en ese momento.
Varió su postura hasta alcanzar de nuevo el mejor ángulo para apuñalar mi próstata en cada
golpe. Una de sus manos comenzó a moverse sobre mi columna y se inclinó sobre mí hasta que
sus labios siguieron el camino que había trazado con los dedos.
Luego, su boca alcanzó mi nuca y apretó la mejilla contra ella mientras su brazo me rodeaba
la cintura. Su otra mano serpenteó hasta extenderse sobre mi corazón.
Y, cuando menos lo esperaba, aunque no detuvo sus embestidas ni una sola vez, susurró en mi
oído:
—Solo contigo, Trey Donovan. Solo contigo.
Ni siquiera tuve que tocarme. La caricia de esas palabras y el tono desgarrador con el que las
pronunció fueron suficientes para alcanzarme a la vez la polla y el pecho. Me corrí sin poder
evitarlo y mi corazón se expandió hasta que creí que explotaría también.
Y a lo mejor no era el momento más adecuado para ese tipo de revelación, pero, temblando
entre sus brazos, cegado por la fuerza de un orgasmo que me barrió de pies a cabeza y se llevó
todo mi aliento, tuve la certeza de que, aunque hubiera intentado evitar ese pensamiento, no solo
estaba completamente enamorado de Axel King, sino que ya no había marcha atrás para mí.
Mierda.
Axel

Tuve que sostener a Trey para que no resbalara hasta el suelo. Tampoco yo estaba mucho mejor.
Me temblaban las piernas y respiraba a trompicones. Me había corrido tan duro y durante tanto
tiempo que no sabía muy bien cómo bajar de nuevo de la nube postorgásmica a la que Trey me
había lanzado.
—Joder, chico de oro... —exhalé, aferrando aún su cintura y con la frente reposando contra su
espalda.
Era tan agradable tenerlo entre mis brazos... Tener su cuerpo envuelto con el mío. No quería
que aquel momento pasase.
—Sí, eso lo define muy bien.
Se echó a reír y su cuerpo se sacudió bajo el mío. En las últimas semanas había aprendido a
apreciar ese sonido, y me di cuenta de que lo había echado mucho de menos en aquellos días.
No lo solté hasta estar seguro de que ambos recordábamos cómo usar las piernas. Nos
adecentamos e hicimos todo lo posible para limpiar las huellas de nuestro encuentro. No creía
que fuéramos los únicos en haber empleado la pequeña habitación para echar un polvo rápido
durante una fiesta, solo esperaba que la música y el ruido del exterior hubiesen sido suficientes
para disimular nuestros gemidos. De otro modo, los hermanos podían estar esperando al otro
lado de la puerta para burlarse de quien fuera que estuviese dentro; no sería la primera vez, y no
tenía ninguna intención de someter a Trey a un bochornoso paseíllo de la vergüenza.
Una vez que todo estuvo en orden y nuestra ropa de nuevo en su sitio, Trey se apoyó en la
puerta y me miró mientras se mordisqueaba el labio inferior. No podía saber lo que estaba
pensando, pero esperaba que no estuviera arrepintiéndose de lo que había sucedido.
—Ey. —Me acerqué a él y acuné su rostro entre las manos—. ¿Estás bien? ¿Estamos bien?
Asintió, pero no dijo una palabra.
Arqueé las cejas mientras trazaba círculos sobre su mejilla con el pulgar. Tenía los labios
hinchados y un precioso rubor cubriéndole las mejillas, además del aspecto de alguien bien
jodido, lo cual me hizo sentir vergonzosamente orgulloso.
—Debería volver con Caleb.
—Puedes salir tú primero. Yo esperaré un poco.
Volvió a reír despreocupadamente y algo se aflojó en mi pecho. No sonó arrepentido y
parecía haber abandonado por fin la guerra silenciosa a la que me había sometido en los últimos
días.
—Cualquiera ha podido vernos entrar. No fuiste muy discreto al arrastrarme aquí. Y
probablemente el pasillo esté lleno de gente.
Suspiré. Yo mejor que nadie sabía lo malo que era que alguien te empujara a salir del armario
cuando aún no estabas preparado, y literalmente estábamos en un puto armario. No debería haber
hecho las cosas de aquella forma. Lo último que quería era que Trey se viera señalado por los
hermanos o los miembros del equipo.
—Lo siento. Yo no quería... —empecé a decir, pero él me tapó la boca con la mano.
Ladeó la cabeza y me brindó una sonrisa suave aunque ligeramente triste.
—Puedo salir solo de aquí o... podemos salir juntos. No me importa. Pero tú tienes mucho que
perder, Axel.
Al principio, no comprendí a lo que se refería. No había hecho una declaración pública sobre
mi orientación sexual, pero era muy consciente de que ya había multitud de rumores sobre mí.
Incluso había tenido algún encontronazo con un par de compañeros de hermandad en la última
semana; nada grave ni un ataque directo, pero los comentarios malintencionados y las miradas
suspicaces estaban ahí. No todos eran tan tolerantes como Cooper, Maddox o los chicos de
waterpolo. Siempre había algún capullo homófobo dispuesto a dejar claro lo gilipollas que podía
llegar a ser la gente.
Pero entonces recordé las condiciones de Olson & Faulk. Las cosas podían ponerse aún peor
para mí. Cuando un equipo seleccionaba a un jugador en los drafts, no solo valoraba su
desempeño deportivo o su potencial en el campo, también se tenían en cuenta otros muchos
factores. Escarbaban en tu pasado, comprobaban tus antecedentes o cualquier altercado en el que
te hubieras visto involucrado, así como cualquier otro detalle que pudiera perjudicar la
reputación del club. Nadie quería un jugador que se pasaba los días metiéndose en líos o creando
escándalos y, desde luego, el mero hecho de ser gay podía, por sí mismo, hacer que se
replantearan contar conmigo.
—La gente ya está hablando. No es como si no fueran a saberlo de todos modos. Si tú estás
dispuesto a salir de aquí conmigo, no dejaré que lo hagas solo. —No, no permitiría que Trey
estuviera solo de esa manera, como yo lo había estado. Le mantuve la barbilla alta para que no
apartara la vista—. Mira, es una historia larga y... penosa, pero el resumen de lo mío con Levy es
que él me empujó a salir del armario frente a todos y luego me dejó tirado para lidiar con las
consecuencias. Nunca te haría algo así, pero tú tampoco puedes hacer esto por mí. Espera hasta
que estés listo y hazlo solo por ti mismo. Solo por ti. Yo... no tengo prisa. Esperaré.
Una tímida curva se apropió de sus comisuras.
—Mmm... Si no tienes cuidado, voy a empezar a pensar que estás en esto a largo plazo, Axel
King.
«No tienes ni idea», pensé para mí. Le acaricié el labio inferior con el pulgar y luego le robé
un beso. Empezó como algo ligero, apenas un roce, pero no pude evitar profundizar e
impregnarme de su sabor. Me encantaba besarlo. Resultaba totalmente adictivo, y no tenía la
impresión de que fuera a mejorar. Más bien, cada vez resultaba mejor. Real. Perfecto.
Cuando nos separamos, a ambos nos faltaba de nuevo el aliento y yo me estaba poniendo duro
de nuevo.
—¿He dicho yo que no lo esté? —repliqué, y dejé salir mi voz con un tono bajo y grave
cargado de promesas lujuriosas, pero también de algo más. De la promesa de un «nosotros»—.
No voy a dejarte marchar, chico de oro. No de nuevo.
Parecía que eso era todo lo que habíamos hecho hasta el momento. Acercarnos y alejarnos.
Tomar y luego correr en dirección contraria. Pero eso se había acabado. Le contaría todo lo que
había sucedido con Levy y le haría comprender. Y si en algún momento Trey quería hacer
público lo nuestro, estaría a su lado para lidiar con quien fuera que se creyese con derecho a
opinar sobre algo que, en realidad, no tenía por qué importar en absoluto. Sin embargo, tampoco
iba a presionarlo; podíamos seguir siendo discretos al respecto.
—Está bien. Salgamos de aquí —dijo inclinándose para recoger el casco de mi disfraz y
entregándomelo—. Si alguien nos ve, que piense lo que quiera. Me da igual.
Estaba muy claro que Trey Donovan era mucho más valiente de lo que yo lo había sido en su
momento. Y puede que eso hiciera que la calidez que había empezado a ocupar mi pecho se
extendiera un poco más por mi cuerpo y se clavara también más hondo.
Cuando iba a abrir la puerta, lo detuve.
—¿Sabes? La noche del partido de UCLA yo también quería decírselo a todos —admití,
porque quería que supiese que me había sentido igual que él—. Sobre todo, a una morenita con
curvas que parecía querer meterse en tus pantalones. Estaba jodidamente celoso.
Sus cejas salieron disparadas hacia arriba. Parecía sorprendido, como si fuera imposible que
yo tuviera miedo de perder a alguien como él. Por Dios, Trey no tenía ni idea del hombre tan
maravilloso que era.
—¿Lo viste?
—Sí, vi cómo se restregaba contra ti y quise ir allí y arrancarte de sus brazos. —Me reí, un
poco avergonzado—. Patético, lo sé.
Trey sonrió, encantado con mi confesión.
—Bueno, no lo hiciste, así que supongo que el arranque posesivo fue convenientemente
controlado, lo que supone que también confiaste en mí. ¿Por eso saliste de la fiesta?
Hice una mueca.
—Entre otras cosas. A veces... es difícil. No quiero que pienses que queda nada de lo mío con
Levy, pero en ocasiones supongo que lo que pasó con él me hace desconfiar.
Trey se quedó mirándome un momento sin decir nada. Me sentí tan expuesto que deseé
tragarme mis palabras, pero me dije que, si quería que las cosas funcionasen con él, no podía
seguir siendo un cobarde. Y Trey, de alguna manera, conseguía que quisiera sacármelo todo de
dentro, incluso cuando había una pequeñísima parte de mí que aún temía que de pronto
comenzara a replantearse qué demonios hacía con un tío y decidiera poner fin a lo nuestro.
—Sé que hui a casa de mis padres, Axel, pero no voy a salir corriendo otra vez. No quiero que
vivas esperando a que te deje tirado con esto —señaló agarrándome de la nuca y dejando reposar
su frente en la mía—. Me gustas. Me gustas mucho. Más de lo que lo haya hecho nadie jamás. Ni
siquiera esa morenita con curvas —rio por último—. Aunque es bueno saber que el gran Axel
King tiene sus propias inseguridades.
Tuve que acallar su risa burlona con otro beso profundo y ardiente, y no quedé satisfecho
hasta que su mirada se enturbió y pareció lo suficientemente aturdido como para recordarme lo
mucho que yo le afectaba también.
Cuando lo conseguí, salimos por fin de la habitación. Trey se dirigió de inmediato hacia la
fiesta en busca de su hermano y yo eché un rápido vistazo a los lados antes de seguirlo. Entre la
gente que iba y venía por el pasillo, distinguí a un par de hermanos que no nos miraron dos veces
pero que estaba seguro de que nos habían visto salir juntos. Siendo miembros de la fraternidad,
resultaba obvio que sabían que aquello era un puto cuarto para las escobas y podían imaginar lo
que había sucedido allí.
Bien, supongo que no tardaríamos en oír algún rumor al respecto.
—No veo a Caleb —dijo Trey cuando nos deslizamos al interior del salón en el que había
estado con su hermano un rato antes—. Mierda, no debería haberlo dejado solo tanto tiempo.
—Estará bien. Probablemente esté con Cooper. Además, es mayorcito, ¿qué edad tiene?
¿Diecinueve? ¿Veinte?
Trey parecía de repente preocupado. La fiesta estaba en pleno apogeo y, con todos disfrazados
y tal vez demasiado borrachos, entendía que no quisiera perder de vista a su hermano, más aún
teniendo en cuenta que a veces ese tipo de celebraciones se nos iban un poco de las manos. Pero
Caleb no parecía de los que necesitaban una niñera.
—Veinte, pero él... ha pasado por mucho últimamente. No creo que haya bebido, aunque
igualmente prometí a mis padres que lo vigilaría.
Por instinto, envolví los dedos alrededor de su mano antes de darme cuenta de lo que hacía.
Resultaba irónico, porque nunca había sido de los que necesitaban ese tipo de demostraciones en
público. Pero si Trey estaba preocupado por su hermano, debía de tener sus motivos, y yo
deseaba hacerlo sentir mejor de cualquier modo en el que pudiera.
—Demos una vuelta por la casa. Lo encontraremos.
No soltó mi mano cuando tiré de él y yo tampoco quise hacerlo. Era algo natural y, bueno,
supongo que, dado lo difícil que era avanzar por la casa llena hasta los topes de gente, nadie
parecía estar prestándonos atención.
—Tampoco veo a Cooper o a Grayson. Es probable que esté con ellos —murmuró mientras
recorríamos el pasillo en dirección a la cocina.
Dimos vueltas por la casa, que no era precisamente pequeña. Trey estaba cada vez más
nervioso, y me pregunté qué clase de problemas había tenido Caleb. Supuse que no era el mejor
momento para interrogarlo sobre ello y que Trey me lo contaría cuando se sintiera cómodo para
hacerlo.
Al final, salimos al jardín trasero y...
Sí, ese era Caleb.
—Ay, mierda —exclamó Trey, deteniéndose de golpe.
Enarqué las cejas y me eché a reír. Al parecer, la preocupación de Trey había sido del todo
injustificada.
—No creo que lo esté pasando mal —tercié yo. Incliné la cabeza para tratar de descifrar el lío
de brazos y piernas que apenas se vislumbraba entre las sombras de los árboles. El disfraz de
Han Solo de Caleb y su mata de pelo dorada resultaban inconfundibles—. ¿Quién es el otro? ¿Lo
conoces?
—No estoy seguro. —Trey apartó la vista y suspiró—. Quiero arrancarme los ojos.
—No sabía que tu hermano era gay.
—Yo tampoco hasta hace unos días. Cuando le conté lo nuestro, se lanzó a salir del armario
conmigo.
Rodeé sus hombros con el brazo y lo empujé de vuelta al interior de la casa.
—Bien, démosle algo de intimidad. No creo que vaya a ir a ningún lado.
Trey soltó una carcajada nerviosa.
—Sí, bueno, necesito una copa para borrar eso de mi mente. O dos. Mejor dos copas.
—Está bien. Vamos a por algo de alcohol.
No llegamos siquiera a entrar en la cocina. Maddox nos interceptó por el camino, más sobrio
de lo que alguien esperaría en una fiesta que él mismo había organizado y también mucho más
cabreado. Daba un poco de miedo, más que nada porque llevaba un hacha en la mano y una
expresión asesina que rivalizaba con la del mismísimo Jack Torrance.
A saber qué tripa se le habría roto ahora.
Trey

—Dime que estás bromeando.


Caleb se encogió de hombros. Estaba fresco como una rosa y, gracias a Dios, yo tampoco
tenía mucha resaca. Supongo que tener que ayudar a Maddox a desalojar la casa de la fraternidad
y que la fiesta acabara de forma precipitada había contribuido a ello.
Al parecer, las cosas se habían descontrolado un poquitín. Algún incauto irresponsable le
había prendido fuego, adrede o sin querer, a parte de la decoración frontal de la casa. No había
sido más que un pequeño conato de incendio que enseguida habían apagado, pero eso no evitó
que alguien avisara a la seguridad del campus; estos a su vez sacaron al decano de la cama y... el
resto era historia.
Maddox había acabado gritándonos a todos hasta que su teléfono había sonado y el
mismísimo decano había empezado a gritarle a él a través de la línea telefónica, lo cual nos dio la
excusa perfecta para escaquearnos y dejar a los novatos la maravillosa tarea de la limpieza.
—No puedes ir en serio. Al menos le preguntarías el nombre antes de meterle la lengua hasta
la garganta —insistí, pero Caleb parecía demasiado interesado en escarbar en su bol de cereales.
No podía creerme que mi hermano no supiera con quién demonios se había enrollado. En la
fiesta había tanta gente de la propia fraternidad como otros estudiantes de la universidad, y todo
lo que yo había visto del tipo en la oscuridad del jardín era una larga túnica morada. Ni siquiera
sabía de qué demonios iba disfrazado y mucho menos quién era.
—Tampoco es que hiciéramos mucho.
—Ya, te aseguro que «mucho» era justo lo que parecíais estar haciendo cuando yo os vi.
Caleb se tragó una risita que me hizo sospechar, pero decidí dejarlo pasar porque al menos
parecía estar bien. Y, bueno, tenía veinte años, no era ningún niño; él mismo me había dicho que
no era precisamente virgen.
—No soy yo el que fue abducido por el lado oscuro de la fuerza —me reprochó—. Entiendo
que ya habéis hecho las paces.
Justo en ese momento, Axel entró en la cocina con el aspecto de un jodido rey; un rey con el
pelo húmedo y despeinado, recién salido de la ducha y con una escasez de ropa que no le hizo
ningún bien ni a mi corazón ni a mi polla. Llevaba uno de sus pantalones cortos de deporte y el
pecho desnudo. Reprimí una maldición cuando fui consciente de que llevaba un arañazo en el
costado, cortesía de la segunda ronda de sexo que habíamos tenido al regresar de la fiesta, y un
chupetón en la zona de la clavícula.
Desde luego, a él no parecía importarle lo más mínimo. O tal vez no se hubiera dado cuenta
de que los tenía.
Avanzó hasta situarse detrás de mí, deslizó los brazos en torno a mi cintura y apoyó la barbilla
en mi hombro. Hasta entonces no nos habíamos mostrado cariñosos cuando sabíamos que
Cooper o Grayson estaban en casa, o al menos no fuera de nuestras habitaciones, así que no pude
evitar envararme. Pero Axel no se dio por enterado, o fingió no hacerlo.
Me besó el cuello antes de decir:
—Buenos días. Me muero de hambre.
Mi hermano no perdía detalle del intercambio y sonreía como el maldito gato de Cheshire,
resultaba un poco inquietante. Pero el delicioso aroma de Axel se me coló por la nariz y él se
apretó un poco más contra mí, así que me olvidé de cualquier inquietud o preocupación y me
derretí contra su pecho.
Tanto Caleb como Cop ya sabían lo nuestro, y dudaba que supusiera un problema para
Grayson. Iba a descubrirlo enseguida, porque fue el siguiente en entrar en la cocina y Axel no
hizo nada para separarse de mí.
—Mierda, me he quedado dormido. Quería madrugar para ir a entrenar un poco a la playa —
exclamó Gray mientras se apresuraba a nuestro alrededor.
Cogió un bol y una cuchara y le robó el cartón de leche y los cereales a Caleb. Se sentó a su
lado y se puso a tragar como un loco.
—Sois muy monos juntos —soltó con la boca llena, y nos señaló a Axel y a mí con la cuchara
—. Pero follad un poco más bajo, tíos. No necesito saber lo apretado que está Trey.
Se me calentó la cara de golpe. Estaba seguro de que había enrojecido desde los dedos de los
pies hasta la raíz del pelo. Caleb comenzó a reírse sin control y Axel no dijo nada, pero cuando
miré por encima de mi hombro descubrí que estaba presionando los labios para no reírse
también. Me guiñó un ojo y se retiró de mi espalda, aunque me dio una palmada en el culo antes
de ponerse a preparar su propio desayuno.
—Sois todos imbéciles.
—Hablando de imbéciles —intervino Grayson, lo cual agradecí porque quería que la tierra me
tragase y me escupiese muy lejos de allí—, ¿me visteis anoche antes de la estampida del final de
la fiesta? Creo que me enrollé con una chica en el jardín, pero no me acuerdo de nada.
Se me atascó la respiración a mitad de camino entre la garganta y la boca y estuve a punto de
morir ahogado. Mis ojos volaron hasta Caleb, que ahora parecía aún más interesado en el fondo
de su bol de cereales. También estaba jodidamente ruborizado.
Ay, Dios, no.
El tipo con el que se había liado Caleb no podía ser Gray, ¿verdad? Él llevaba tan solo un
bañador y yo recordaba la túnica morada que vestía el ligue de mi hermano, pero mi compañero
también podría haberla sacado de cualquier sitio y echársela por encima para cubrirse. No le
había visto la cara, pero de lo que sí estaba seguro era de que el color de pelo coincidía.
Abrí la boca para interrogar a Grayson sobre esa supuesta chica, temiendo que hubiera estado
tan borracho como para no darse cuenta de que era un tío, pero Caleb levantó la mirada y negó
con la cabeza de forma disimulada al tiempo que me lanzaba una mirada suplicante.
Me callé, pero le devolví la mirada con la advertencia implícita de que tendríamos una
conversación más tarde sobre eso.
Si Grayson se había liado con mi hermano pero creía que lo había hecho con una chica...
Mierda, aquello no era bueno. Por Dios, ¿en qué demonios había estado pensando Caleb para
hacer algo así? Iba a tener que dar muchas explicaciones.
Decidí no decir nada hasta que hablara con él y escuchara su versión. Y quedó claro que Axel
pensó lo mismo porque, a pesar de que también debía de haber atado cabos, fue él quien contestó
a Gray:
—Ni idea, tío. Había un montón de gente.
—Joder, pues fue jodidamente espectacular, aunque solo sea porque me puso a mil y llegué a
casa con las pelotas...
—Demasiada información —lo corté. Mi amigo tenía tendencia a largar cualquier cosa que se
le pasara por la mente, y no quería saber lo cachondo que lo había puesto mi hermano pequeño.
Jodida mierda. Aquello era... surrealista.
Axel, en cambio, sonreía y parecía estar pasándoselo de puta madre.
El único miembro del grupo que faltaba, Cooper, entró en la cocina en ropa interior y
rascándose la cabeza, aún más dormido que despierto. Esperaba que no dijera que se había
montado una orgía o alguna mierda similar. Estaba claro que la noche de Halloween había dado
mucho de sí para los habitantes de esa casa y casi me daba miedo preguntar.
—Ey, capullos. ¿Sabéis algo de Maddox? Tengo el móvil lleno de mensajes de los novatos.
Anoche se largó y no ha aparecido por la casa todavía.
—No me extrañaría que hubiera dimitido o se hubiera fugado al Caribe. El decano no estaba
muy contento —señalé, aunque la mayoría habíamos oído los gritos del tipo a través del teléfono
de Maddox la noche anterior y éramos perfectamente conscientes de que íbamos a perder un
montón de privilegios.
Pero Maddox era la cabeza visible que rodaría sobre la alfombra del despacho de Davis.
Pobre de él, no me habría gustado estar en su pellejo.
El desayuno se alargó un rato más entre anécdotas y bromas. Estuve a punto de intervenir
cuando Grayson dijo que se marchaba, preguntó si alguien quería acompañarlo a la playa y Caleb
dijo que se apuntaba. Pero Axel me susurró que tal vez fuera buena idea que los dejara irse
juntos. Quizá Caleb solo necesitaba un rato a solas con él para aclarar lo que fuera que hubiera
sucedido entre ellos.
Le advertí a mi hermano que tenía que llevármelo a casa esa misma tarde, y Grayson aseguró
que comerían algo por ahí y volverían directamente después.
—Cuida de él —le dije, y mi amigo frunció el ceño como si le hubiese pedido que me
entregara a su primogénito o algo por el estilo.
Claro que Gray no sabía que lo que en realidad quería decirle era que fuera... comprensivo.
No creía a Caleb capaz de aprovecharse de nadie, ni de coña. Joder, era un buen tío y lo había
pasado mal, y me gustaba pensar que mis padres nos habían educado mejor que eso. Tenía que
darle el beneficio de la duda.
—Y tú —señalé a mi hermano—. Hablaremos luego.
Asintió, ligeramente avergonzado, y se marchó con Grayson. Yo me derrumbé en uno de los
taburetes, junto a Axel.
—¿Qué pasa? —me preguntó Cop. Me conocía lo suficientemente bien como para saber que
algo me estaba corroyendo por dentro—. Tu hermano está bien, tío, no te preocupes por él.
Cooper creía que solo estaba siendo protector con Caleb, lo cual era habitual en mí, así que
tuve que contarle lo que Axel y yo habíamos visto en el jardín durante la fiesta.
—Oh, Dios. Esto es demasiado bueno para ser verdad —se rio, con lágrimas en los ojos.
Le di un codazo.
—No es gracioso, idiota.
—Un poco sí —terció Axel—. Tranquilo, no creo que Gray se lo tome a mal. No demasiado
al menos, parecía muy... contento.
—Porque cree que era una chica. Joder, seguramente pensará que era un pibón rubio con
buenas tetas. Más vale que Caleb tenga una buena explicación para esta mierda.
Después de un rato discutiendo sobre el tema, y de pasar de la risa a la preocupación varias
veces, Cooper nos dijo que iba a acercarse hasta la casa de la fraternidad a ver si encontraba a
Maddox. Eran buenos amigos y Cop a menudo le echaba una mano con la organización y otros
detalles de la institución, así que supuse que estaría preocupado por si el decano había matado y
escondido el cadáver de nuestro presidente solo para deshacerse de una vez de todos y acabar
con el largo historial de problemas que suponíamos para la universidad.
Con la casa para nosotros, Axel y yo nos trasladamos al salón y nos dedicamos a holgazanear.
Y él por fin me contó todo lo sucedido con Levy un año atrás.
El muy cabrón lo había manipulado una y otra vez hasta que consiguió que lo llevara a su
casa en varias ocasiones, a sus partidos, a las fiestas... Axel era popular en su antigua
universidad, algo que no me costó creer, y Levy había querido que le presentara a todo el mundo
solo para poder medrar y aprovecharse para hacer contactos, aunque eso él no lo comprendió
hasta mucho después. La gente había empezado a hablar sobre ellos, pero a espaldas de Axel, e
incluso frente a él, Levy negaba cualquier sospecha que su amistad pudiera levantar.
Al final, se las había arreglado para que Axel saliese del armario con sus padres y en el
campus. Solo que Levy no siguió sus pasos como había asegurado que haría; se acojonó tanto
que no solo continuó negando que hubiera nada entre ellos, sino que llegó a burlarse de las
inclinaciones del quarterback. Para entonces, los supuestos amigos de Axel eran también los
suyos, así que ya tenía lo que quería.
—No quiero tener que esconderme, Trey, pero tampoco voy a presionarte con nada de esto.
Lo entiendo, ¿vale? Te aseguro que entiendo lo confuso que puede ser, las dudas, el miedo...
Solo quiero que tengas claro eso. Nunca te presionaré. Y, de todas formas, aún tengo que
solucionar lo de Olson & Faulk.
Estábamos tumbados en el sofá, apretados el uno contra el otro. Hundí los dedos en su pelo
oscuro y me maravillé de lo cómodo que me sentía estando allí con él. También me di cuenta de
lo mucho que necesitaba tocarlo todo el tiempo. Yo nunca había sido de dar o recibir muchas
atenciones de esa clase, pero estaba claro que no podía mantener las manos alejadas de él.
Y me encantaba que a Axel le pasase lo mismo.
—Quieren que lo mantengas en secreto, ¿no? Eso y que tengas a un chico con el que...
aliviarte de forma discreta —comenté con evidente amargura—. Suena jodidamente retorcido.
—Quieren asegurarse de que no dé lugar a ningún escándalo con el que luego ellos tendrían
que lidiar.
—Sigo sin creer que se metan en algo así. Es tu vida y, si tú quieres estar fuera y no
esconderte, no entiendo por qué deberían tener nada que decir al respecto. Ni ellos ni nadie.
Pero lo dirían. Todo el mundo hablaría. Sus agentes, el equipo, la NFL al completo, los
aficionados... Su reputación caería y todo sería una pesadilla de relaciones públicas. No había un
solo jugador de la NFL ni de ninguna otra liga mayor que se hubiera declarado abiertamente gay,
y eso daba mucho que pensar.
—Pero no puedes renunciar a esa posibilidad, Axel —añadí cuando se quedó en silencio,
dándole un ligero tirón de pelo para que me mirase—. Olson & Faulk es una de las mejores
agencias deportivas de California.
—Lo sé. Ni siquiera sé a qué mierda de trato ha llegado mi padre con Levy. Por Dios, no me
cabe en la cabeza que haya tenido el valor de hacer algo así.
Se quedó mirándome abatido, y juraría que quería decir algo más. Esperé a que me pidiera
que yo fuera su chico. Ese novio secreto que parecía necesitar según sus futuros agentes. ¿Lo
haría yo? ¿Estaba dispuesto a esconderme de todos y mantenerme al margen una vez que Axel
fuese seleccionado en los drafts? Yo ni siquiera había salido del armario, pero incluso ahora no
me sentía cómodo manteniendo la mentira.
Sin embargo, Axel no dijo nada, y yo tampoco me atreví a sugerirlo.
Axel

Aunque Trey insistió en que no hacía falta, lo acompañé a llevar a Caleb de regreso a casa de sus
padres. Tenía tres largas horas de viaje de ida y otras tres de vuelta; no quería que pasara todo el
camino hasta el campus solo. Además, podría conducir si él se cansaba; no nos habíamos
acostado precisamente temprano.
Trey no dudó en interrogar a su hermano sobre Grayson. Caleb aseguró que la noche anterior
no le había parecido que estuviera tan borracho, aunque sí que había bebido, pero precisamente
por eso él le había preguntado si estaba bien con aquello antes de que las cosas se pusieran
intensas entre los dos.
—¿Y por qué demonios no me dijiste quién era cuando te lo pregunté? —exigió saber Trey,
desde detrás del volante.
Caleb resopló.
—Porque sabía que te pondrías como un loco. Es uno de tus amigos y tu compañero de piso, y
tiendes a ser un poco sobreprotector. —Se encogió de hombros. Sinceramente, no parecía muy
arrepentido, aunque sí preocupado ahora que sabía que Gray no recordaba nada—. Además, creí
que él tampoco te lo contaría.
—Ah, claro, eso es genial. Realmente genial. Así que simplemente esperabas que no me
enterase.
—Escuchad —intervine, y me giré para mirar a Caleb, que ocupaba el asiento trasero—, hay
una posibilidad de que Grayson lo recuerde todo, pero no quiera recordarlo... No sería la primera
vez que un tío hace algo así borracho y luego se asusta. Y os aseguro que sé de lo que hablo, por
desgracia.
Trey me lanzó una mirada rápida.
—Escúpelo. ¿Qué pasó?
—En segundo año, en una fiesta. Fue un compañero de clase. Todos estábamos bastante
borrachos después de un partido, y lo más gracioso fue que el tipo tomó la iniciativa. Se me
lanzó encima y le pregunté varias veces si quería parar, y también me aseguré de que no
llegásemos demasiado lejos. Pero al día siguiente no debí de gustarle tanto. Yo sí que se lo
recordé. Fue bastante desagradable, pero básicamente dijo que me había aprovechado de él...
Trey masculló una palabrota y volvió a mirarme. Esta vez se demoró unos segundos más y
supe en lo que estaba pensando.
—Por eso aquella primera vez entre nosotros... retrocediste.
Asentí.
En aquel baño, había tenido claro que tenía que parar porque no quería repetir la historia.
Aunque me había costado toda mi fuerza de voluntad con Trey. Parecía tan entregado, tan
consciente de lo que sucedía, que apartar mis manos de él y negarme algo que deseaba con todas
mis fuerzas no fue precisamente fácil.
Claro que, después, en su habitación, habíamos acabado cediendo, lo cual hablaba con
bastante claridad del escaso control que tenía con Trey.
—Así que tal vez Grayson solo está asustado y confuso —concluí. No creía que fuera tan
idiota como el tipo con el que yo había estado, pero nunca se sabía.
—¿Hablaste con él? —siguió preguntándole Trey a su hermano.
—No pude. Es decir, lo tanteé con disimulo, pero no fui capaz de contarle que era yo. Sé que
está mal, ¿vale? Pero, si no lo recuerda y es heterosexual, se volverá loco por algo que no se va a
repetir.
Trey suspiró. Era evidente que no estaba de acuerdo con la decisión de su hermano. Yo
tampoco creía que fuera lo mejor, pero entendía a Caleb. Si había creído que Grayson sabía lo
que hacía, debían de estar comiéndoselo los remordimientos, y no era tampoco plato de buen
gusto para él. Y no digamos ya si se daba el caso de que Gray simplemente se lo estuviera
negando todo a sí mismo. Sinceramente, tampoco me creía que Grayson fuera tan heterosexual
como decía ser por muy borracho que fuera, pero me callé ese detalle.
—No me gusta, Caleb. No me gusta en absoluto.
—Lo sé —gimió él avergonzado—. Lo siento.
Se hizo un silencio espeso e incómodo cuando todos nos quedamos callados después de eso.
Caleb se recostó en el asiento y fingió dormir; estaba seguro de que solo lo hizo para evitar que
siguiésemos interrogándolo. No pude culparlo.
Me volví hacia Trey. Tenía el labio inferior hinchado debido a su manía de mordisqueárselo
cuando algo lo inquietaba y sus ojos estaban fijos en la carretera.
—¿Vas a presentarme a tus padres? —solté de repente. Sí, tal vez me gustaba torturarlo un
poco.
—¡¿Qué?! ¿Quieres que lo haga?
No pude evitar sonreír. Dios, era adorable cuando se ponía nervioso.
—Me gustaría, hablas mucho de ellos. Pero basta con que les digas que soy tu compañero de
piso. ¿Saben... algo?
Trey me aseguró que Alice Donovan tenía un radar de secretos familiares. Había sabido lo de
Caleb mucho antes de que este se lo confesara y, aunque Trey no había confirmado ni
desmentido nada en su última visita, su madre parecía haber captado un rastro, y no le extrañaría
nada que tuviera alguna clase de revelación cuando los viera juntos. Algo que no tardó en
confirmarse, porque cuando por fin llegamos y salió a recibirnos, percibí la mirada de la mujer
sobre mí como un halcón acechando a su presa.
Se mostró amable y nos invitó a entrar, incluso le sugirió a Trey que nos quedásemos a
dormir. Pero era tarde y teníamos un largo camino de vuelta al campus. Al día siguiente no solo
había clase y entrenamiento, sino que a mí me esperaba una reunión con Jeremy Foster.
—Gracias, mamá, pero tenemos que irnos.
Me despedí de Caleb con un apretón de manos y le susurré que no se preocupase demasiado
por Gray. No tenía sentido hacerlo.
La señora Donovan me abrazó del mismo modo cariñoso que empleó con su propio hijo y
entonces fue su turno para susurrarme al oído:
—Tú eres el motivo de su última visita, ¿verdad? —Le dirigí un leve asentimiento. No tenía
ni idea de cómo lo sabía, tal vez Caleb se lo hubiera contado, pero no negaría que había hecho
huir a Trey—. Trátalo bien. A veces es un poco impulsivo, pero tiene un buen corazón.
—Lo tiene. Y lo que pasó no fue culpa suya.
Trey, que hablaba en voz baja con Caleb, debió de percibir que la despedida duraba más de lo
normal, pero no dijo nada hasta que estuvimos de nuevo en el coche y de camino al campus;
conmigo al volante en esa ocasión.
—Mi madre. ¿Qué te ha dicho? Dime que no fue algo vergonzoso, por favor.
—Nada de eso. Solo... ha dicho algo que yo ya sabía. Nada importante.
No pareció muy conforme, pero no preguntó más. Estiré la mano y tomé la suya para
colocarla sobre mi muslo.
—Bien, volvamos a casa entonces —suspiró.
Sonreí. Llevábamos algo más de dos meses viviendo juntos, pero «casa» sonó mejor que
nunca cuando él lo dijo. Sonó un poco al hogar que nunca había tenido y que ni siquiera sabía
que quisiera tener.

La reunión con Foster tuvo lugar por videoconferencia. Parecía una pérdida de tiempo
desplazarme hasta Los Ángeles o que lo hiciera él teniendo los medios para llevarla a cabo a
distancia. Además, cuando la pantalla cambió y reveló una lujosa sala de juntas, me di cuenta de
que Jeremy Foster no estaba solo.
Mierda.
Mi padre estaba allí, y también el maldito Levy. Me erguí en la silla de la habitación y eché
un vistazo rápido a la puerta cerrada. Trey estaba abajo. Se había ofrecido a preparar algo de
cena mientras yo hablaba con Foster, lo cual suponía que era una excusa para darme privacidad
porque lo más probable era que él acabase quemando la cocina.
No había contado con que Jeremy avisara a mi padre, ni se me había pasado por la cabeza en
realidad; ya le había dejado claro que no quería que se involucrase en eso. Empezaba a creer que
tenía algún contacto en la agencia. La única firma que necesitaban en el contrato era la mía, así
que la presencia de mi padre no tenía razón de ser.
—Jeremy —lo saludé, e ignoré a mi padre deliberadamente—. Quiero a Levy fuera de esto
ahora. Tengo mis propias condiciones y, desde luego, él no forma parte de ellas.
—Axel, vas a... —empezó a decir mi padre.
—No. No voy a discutir más sobre esto. No sé lo que le has ofrecido, pero sácalo de la sala
ahora mismo.
El tono tajante que adopté, muy parecido al que solía emplear él mismo conmigo, debió de
sorprenderlo. No era común que Matthew King cediera ante nadie, mucho menos frente a mí,
pero después de unos segundos eternos le hizo un gesto con la cabeza a Levy y este se levantó
sin protestar.
Esperé hasta que lo vi cruzar la puerta y luego le di incluso unos pocos segundos más.
—Él está fuera de esto —repetí, dirigiéndome esta vez a Jeremy—. Es más, os aseguro que no
es de fiar, así que espero que le hayáis hecho firmar algún acuerdo previo de confidencialidad,
porque nada evitará que cuente todo lo que hayáis podido ofrecerle cuando se dé cuenta de que
no puede sacar tajada de otra forma.
Jeremy tamborileó con los dedos sobre la mesa de madera y su mirada fue de mi padre a mí.
Yo crucé los brazos y me recosté en el asiento. Lo de Levy era una locura, joder, ¿es que
ninguno de ellos se daba cuenta? ¿De verdad esperaban que me comprometiera con algo así? Ni
siquiera había visto a Levy en meses y, desde luego, no lo metería en mi cama ni aunque no
estuviera saliendo con Trey.
—Seré discreto hasta que me seleccionen en los drafts. Luego hablaré yo mismo con los
Rams o con la directiva del club que me fiche y les haré saber quién soy y lo que no soy. No soy
un mentiroso. No me voy a ocultar durante toda mi carrera, así dure un día o diez años. Y no
obligaré a Trey ni a nadie a ocultarse por mí.
—Eso no es...
—Cállate, papá. Ni siquiera tendrías que estar presente —le espeté. Dios, igual la estaba
cagando con Foster, pero ¿qué más podía hacer? Una cosa era mantener un perfil bajo mientras
esperaba a entrar en la NFL y otra muy distinta comprometer mi vida personal y todas mis
convicciones y mis principios solo para no ofender a un montón de intolerantes y gilipollas—.
Soy un buen jugador, mis estadísticas no solo rebasan la media con mucho; son jodidamente
espectaculares. Están al nivel de Terry Bradshaw en su época universitaria, y todos sabemos lo
que hizo con los Steelers. Si Olson & Faulk no está preparado para representar a un jugador gay
y luchar por mis intereses, tal vez tenga que encontrar a otra agencia que pueda hacerlo.
El eco de mi voz reverberó a través de los altavoces, y supuse que lo hacía también en la sala
en la que estaban Foster y mi padre. Dejé que mis palabras calaran en ellos; sobre todo, en
Jeremy. Lo que pensase mi padre a esas alturas me daba igual.
Quería un futuro en la NFL y también quería a Trey en él. Sabía que era codicioso desear
tenerlo todo, pero no veía por qué tenía que renunciar a nada. No había hecho nada malo ni había
nada malo en mí. Y lo último que le haría a Trey era obligarlo a ocultarse. Tan malo era que te
sacaran del armario como tener que permanecer a la fuerza en él.
Ni siquiera había querido preguntarle a Trey lo que pensaba al respecto. Joder, solo
llevábamos dos meses y sabía que lo asustaría si me ponía a hablar de planes de futuro. Apenas
acababa de descubrir que le gustaban los hombres...
Tal vez estaba loco. Quizá estuviera jodiéndolo todo. Pero al menos, si me equivocaba, sería
yo quien lo hiciera. Yo. Con todo lo que era y lo que no.
Al diablo si Foster o mi padre creían que me doblegaría sin pelear.
Trey

Había hecho pasta, un básico para mí, y era un milagro que no la hubiera echado a perder. No
podía dejar de pensar en que Axel estaba arriba, en su habitación, manteniendo una reunión con
la que podría ser su agencia deportiva en un futuro no muy lejano. Sabía que aquello era
importante, muy importante. Podía cambiarle la vida a Axel por completo.
En el pasado, yo había tenido también una buena cuota de sueños en los que jugaba al fútbol
americano de forma profesional en la NFL. La diferencia era que Axel era lo suficientemente
bueno como para conseguirlo.
Así que cuando oí el sonido de unos pasos firmes y decididos acercándose a la cocina, me giré
hacia la puerta, rezando mentalmente para que las cosas hubieran ido bien. Axel apareció en el
umbral y se detuvo allí, con los ojos clavados en mí y una expresión indescifrable en el rostro.
Un calor profundo se apoderó de su mirada mientras me observaba, y lo siguiente que supe fue
que se estaba quitando el polo con el que se había vestido para hablar con Foster.
Tiró de la parte trasera del cuello, se lo quitó por la cabeza y lo lanzó a un lado sin molestarse
en comprobar dónde caía. Su pecho quedó expuesto y el piercing de su pezón destelló bajo los
fluorescentes del techo. Axel estaba construido de una forma maravillosa, cada músculo, cada
valle, cada línea de su cuerpo era una jodida locura. Sus oblicuos descendían hacia su ingle junto
con un rastro de vello oscuro. Ni siquiera tenía el botón de los vaqueros abrochado y, por lo bajo
que colgaban estos de sus caderas, estaba bastante seguro de que de nuevo había olvidado la ropa
interior.
Se me hizo la boca agua.
Joder, era imponente y precioso, y un montón de cosas más que apenas podía llegar a procesar
con él frente a mí. Axel tenía la capacidad de absorber todos mis pensamientos coherentes y
convertirme en pura necesidad.
Avanzó hacia mí despacio y su mirada se tornó oscura y lujuriosa. Se me disparó el pulso
mientras retrocedía sin darme cuenta siquiera de que lo estaba haciendo. Hasta que me topé
contra un armario y la encimera se me clavó en la parte baja de la espalda.
—¿Axel? —lo llamé en voz baja y titubeante.
No contestó. Pero para entonces ya estaba sobre mí. Deslizó una mano sobre mi nuca y ancló
la otra en mi cadera. Creo que nunca lo había visto así; contenido y desatado a la vez, como si
mantuviese alguna clase de lucha consigo mismo.
Como si estuviera a punto de explotar y arrasarlo todo a su alrededor y lo único que evitase
que eso ocurriera fuera un débil hilo de control.
Parecía al límite. A un paso de quebrarse.
Se cernió sobre mi boca y capturó mis labios como quien toma posesión de algo que cree suyo
por derecho. Y yo me abandoné a él. Dudo que hubiera podido resistirme y tampoco quería
hacerlo. Lo dejé ganar, no peleé. Lo deseaba con una intensidad que hacía que me doliese el
pecho y la piel. Y lo que fuera que estuviese sucediendo no importaba.
Su lengua buscó la mía con desesperación y se bebió el gemido que brotó de mi garganta con
avidez. Durante un rato, todo lo que pude hacer fue resistir a sus envites y permitir que me
saqueara a placer. Me entregué a él como quien alza una bandera blanca y finalmente se rinde
porque no hay otra cosa que pueda hacer. Me besó, exigente, y seguramente se llevó partes de mí
que no le había entregado jamás a nadie.
Pero yo lo permití. Y también lo disfruté.
Cuando se retiró apenas la distancia necesaria para mirarme a los ojos y hablar, yo estaba sin
aliento, y cualquier cosa de aquella habitación que no fuera él había desaparecido.
—Te necesito dentro de mí —afirmó con un tono tan exigente como necesitado. Todo a la
vez.
Aturdido, parpadeé, tratando de encontrar sentido a sus palabras.
—¿Eh?
Volvió a besarme y se llevó un poco más de mi aliento y mi cordura.
—Quiero que me folles. Te quiero. Ahora.
Busqué en su rostro la causa de aquella necesidad desgarradora y encontré deseo, frustración
y un fuego que lo quemaba todo a su paso. Y me pregunté qué demonios había sucedido en esa
reunión como para que Axel estuviera pidiéndome algo así. Habíamos hablado alguna vez de
ello y él lo había sugerido en varias ocasiones, pero nunca había llegado a suceder, y yo estaba
tan cómodo y disfrutaba tanto con él en la cama que no me suponía ningún problema.
—Por favor, Trey —gimió mientras su boca descendía por mi cuello.
—Lo que quieras. Haré lo que quieras.
Ni siquiera me molestó el matiz desesperado y complaciente que se filtró en mi voz. Lo que
fuera que había ocurrido, lo que él necesitase, yo quería dárselo. Y la sola idea de estar dentro de
Axel hacía que me diera vueltas la cabeza.
Mi camiseta desapareció y luego mis manos estaban ya bajándole la cremallera. Axel no dejó
de besar mi piel. Mordisqueando, lamiendo. Reclamando cada parte de mí.
—Vamos arriba —sugerí, pero él negó. Coló una mano bajo la cinturilla elástica de mi
pantalón y rodeó mi erección con los dedos, haciéndome gemir.
—No, te necesito ya.
—Joder. Mierda. Joder...
Todo lo que podía hacer era maldecir mientras Axel me bombeaba con firmeza y lamía mis
pezones. Me estaba volviendo loco. A ese paso, no iba a llegar siquiera a bajarme los pantalones.
—Te necesito —gruñó de nuevo.
Retrocedió, se deshizo de sus zapatillas y sus calcetines y tiró de sus vaqueros hasta
quitárselos de encima. En décimas de segundo, Axel King estaba frente a mí completamente
desnudo y, joder, la vista resultaba gloriosa. La piel pálida contrastaba con su pelo negro y esos
ojos azules que desprendían el calor de mil soles. Su cuerpo no tenía un gramo de grasa, y su
erección se alzaba furiosa, dura y gruesa, exigiendo una atención que yo estaba decidido a darle.
Comencé a arrodillarme, pero Axel me detuvo.
—No. Fóllame, Trey. Ya.
Giró y apoyó ambas manos en la isla que dominaba la estancia. Su espalda se arqueó y el
movimiento resaltó la curva suave de su espalda, con sus dos hoyuelos destacando y un culo
duro que era la octava maravilla del mundo expuesto para mi disfrute. Joder, el tipo era una obra
de arte.
Y era todo mío.
Me reí del pensamiento y de lo que suponía. Y Axel reaccionó ante mi risa tirando de mí y
colocándome a su espalda.
No iba a decirle que no. Mierda, en ese momento no podría haberme negado a nada que me
pidiera, incluso le habría entregado el alma y mi puto corazón..., si es que no lo había hecho ya.
Repasé sus costados con las palmas planas sobre su piel, de arriba abajo, hasta alcanzar sus
caderas. Y juro que me temblaron las manos. O tal vez era él quien lo hacía. No estaba seguro de
nada.
—Eres jodidamente hermoso, Axel King.
Llevé mis dedos entre sus nalgas mientras mi boca se entretenía aquí y allá. Aspiré su aroma
directamente de su piel y no pude evitar sonreír, incluso cuando el olor fue directo a mi polla y
mis labios dejaron escapar un gruñido bajo y posesivo. Ese olor... Su olor... Nunca habría creído
que el aroma de alguien pudiera hacerme estremecer y apretarme las pelotas de ese modo. Joder,
nunca habría esperado estar inhalando a nadie como un maldito yonqui.
—¿Qué...? —Mascullé una maldición y se me aflojaron las rodillas al rozar su agujero y
encontrarlo húmedo. Tuve que erguirme un poco e inspirar profundamente antes de ser capaz de
formular una frase coherente—. ¿Qué has estado haciendo ahí arriba?
—Me he preparado para ti. No sabía si tú... si querrías hacerlo.
—Pensaba que estabas reunido.
—He hecho ambas cosas.
—Espero que no a la vez. —Traté de reír, pero mi voz se convirtió en un sonido estrangulado.
La imagen de Axel tocándose, hundiendo los dedos en su propio culo, abriéndose para mí...
—Mierda, cariño —solté antes de poder evitarlo. Oh, Dios, puede que fuese la primera vez en
mi vida que empleaba esa clase de apelativo afectuoso con alguien—. Me habría encantado
verlo. Es más, quiero verlo en algún momento.
Axel rio, pero sus caderas empujaron hacia atrás buscando más de la presión de mis dedos y
tuve que darle lo que quería. Nunca había hecho algo así, pero no pude apartar la mirada
mientras deslizaba un único dedo en su interior. Mi polla se sacudió encantada con la visión.
—Oh, mierda. Más. Otro —pidió Axel de inmediato.
Añadí un segundo dedo. No tenía ni idea de lo que hacía, a pesar de que había visto un
montón de porno gay últimamente, así que supuse que era bueno que Axel ya se hubiera
preparado antes de bajar; lo último que quería era cometer alguna torpeza y hacerle daño. Pero
igualmente Axel gimió y empujó hacia atrás de nuevo, y un momento después estaba follándose
a sí mismo en mis dedos.
Puede que fuera lo más erótico que había contemplado jamás.
—Sí, joder. Eso es —lo animé, sujetándolo por la cadera con la otra mano y ayudándolo a
balancearse. A tomarlo todo.
Levanté la vista poco a poco por su cuerpo, bebiéndome ansioso cada curva, cada contracción
de los músculos de su espalda, el modo en que su cabeza colgaba hacia atrás y había cerrado los
ojos. Sus labios entreabiertos. Los sonidos que escapan de ellos.
El dulce abandono con el que iba en busca de su placer.
—Estoy listo. Por favor, Trey.
«Por favor.» Axel King suplicando era... más. Joder, lo era todo.
Podría haber caído de rodillas sobre el suelo de no haber estado decidido a darle exactamente
lo que me estaba pidiendo. Me bajé la parte delantera del pantalón y el bóxer lo suficiente como
para liberar mi erección. Estaba duro como una roca y más que dispuesto para complacerlo, eso
si no acababa perdiéndome a mí mismo en cuanto empujara dentro de él.
Lo que fuera que hubiera sucedido en su dormitorio, en la reunión con Foster, no podía ser
bueno. No si él me necesitaba de aquella forma tan cruda. Y sabía que cuando todo acabara tal
vez no iba a gustarme lo que descubriría, pero en ese instante el mundo entero podría haberse
derrumbado a nuestro alrededor y yo no me habría detenido.
Retiré los dedos y apenas le di tiempo para recuperarse. Al segundo siguiente era mi polla la
que empujaba en su lugar.
—Diooos. Joder —gemí abrumado en cuanto me rodeó—. Mierda, esto es... Estás...
No fui capaz de completar una frase mientras me deslizaba poco a poco hasta el fondo.
Resultó casi milagroso que pudiera contenerme para ir despacio. Me detuve una vez que lo hube
llenado del todo y cerré los ojos. Apreté tanto los párpados que pequeñas luces destellaron tras
ellos.
—Estoy bien, puedes moverte.
Me eché a reír y me sentí como un gilipollas a la vez. No me había parado para darle tiempo a
adaptarse a mí, algo en lo que debería haber pensado, sino porque estaba a punto de correrme
como un hijo de puta.
—Necesito un segundo.
Axel se irguió y llevó uno de sus brazos hacia atrás hasta alcanzar mi nuca. Ladeó la cara para
buscar mis labios. Tras un largo beso que no mejoró en nada mi precario control, apoyó la
cabeza en mi hombro. Su culo presionó mis caderas y su espalda formó un arco perfecto y
precioso.
—Lo quiero duro —soltó a bocajarro, y yo gemí pensando en cualquier cosa que me evitara
hacer el ridículo—. Dame todo lo que tengas, chico de oro. Todo.
Me rehíce lo mejor que pude. Si rápido, duro y sucio era lo que Axel necesitaba, sería justo lo
que recibiría. Y yo disfrutaría cada puto segundo de ello.
Recorrí su pecho con ambas manos y tironeé de la barrita de metal de su pezón. Axel gimió y
volvió a empujarse contra mí, así que no dudé más. Anclé ambas manos en sus caderas y creo
que le clavé los dedos con tanta fuerza que estaba seguro que le dejaría marcas.
—Así que duro, ¿eh? —susurré en su oído.
—Quiero sentirte por la mañana. Haz que te sienta, Trey.
No pude negarme. No quise negarme. Yo también quería que lo sintiera. Todo. Cada
embestida. Cada golpe. Cada maldito centímetro de mi polla dura. No me importaba que acabase
andando raro en el maldito entrenamiento a la mañana siguiente y todos imaginasen lo que
habíamos hecho. Ese día las cosas habían sido más o menos normales en el vestuario, pero estaba
dispuesto a apostar que la calma no duraría. Si alguien nos había visto en la fiesta de la mano o
saliendo del cuarto de las escobas, acabaría por saberse. Y hablarían. Susurrarían.
Me importaba una mierda.
Arremetí contra él con todo lo que tenía. Axel jadeó con la primera embestida, pero no me
detuve. Lo follé con fuerza y de forma implacable. Fue sucio y áspero y todo lo que él me había
pedido que fuera. El sonido de nuestros cuerpos chocando una y otra vez, los gemidos y los
gruñidos. Los «más».
Más duro.
Más rápido.
Más. Más. Más.
Sentía a Axel tan bien, tan apretado y cálido, que no sabría decir cómo conseguí controlarme
para no correrme de inmediato. Lo sentía como el cielo y el infierno a la vez.
Lo sentía mío, joder. Y suyo. Lo sentía nuestro.
—Sí. Sí, Trey. Joder. No pares.
—Oh, mierda, no creo que pudiera parar aunque quisiera.
Fue lo último que dijimos que pudiera resultar coherente. En cuanto doblé un poco las rodillas
y empecé a atacarlo desde otro ángulo, ya no hubo más palabras. Solo gruñidos, jadeos y
gemidos. Dientes y lengua en su espalda. Dedos hundiéndose en la piel. Y la sensación de estar
cayendo una y otra vez más allá de todo.
No tenía ni idea de si conseguiría regresar. Y menos aún creía que fuera a hacerlo entero.
Axel

—¿Te das cuenta de que Cooper o Grayson podrían haber entrado en cualquier momento? —
señaló Trey—. Todavía pueden hacerlo.
Estábamos tirados en el suelo uno al lado del otro, medio desnudos aún y con la espalda
apoyada contra los armarios de la cocina. Trey todavía trataba de recuperar el aliento y a mí me
temblaban las piernas y me dolía el culo, aunque era un dolor agradable y más que bienvenido.
Había pasado un tiempo desde la última vez que había dejado que un tipo me follara. Mucho
tiempo. Algo que no había compartido con Trey. De algún modo, pensaba que eso haría las cosas
raras, algo estúpido seguramente. Pero hacerle saber que era la segunda vez que hacía algo así y
que la primera había sido cuando era un adolescente cachondo y estaba aún en el instituto...
Bueno, me hacía sentir vulnerable y expuesto.
Y, sin embargo, no habría cambiado nada de lo sucedido en aquella habitación. Lo había
deseado. Lo necesitaba. Y Trey había cumplido de una forma brutal y había superado cualquier
expectativa que tuviera al respecto.
Quería repetir. Pronto.
Me eché a reír. A pesar de la mierda de la reunión. A pesar de todo. Porque Trey hacía eso
conmigo. Me hacía reír, me excitaba y arrastraba mis emociones de un lado a otro como si yo no
fuera más que un maldito muñeco de trapo.
«Joder, chico de oro. ¿Qué has hecho conmigo?»
—No te reirías tanto si Cop nos hubiera pillado con los pantalones bajados y mi polla en tu
culo —repuso Trey, malinterpretando el motivo de mis carcajadas.
—Habría sido divertido ver su cara, no te creas.
Cop y Gray se lo habían tomado muy bien esa mañana, pero apostaría a que saldrían
corriendo si nos encontraban en una posición tan comprometida.
—¿Y bien? ¿Vas a contarme qué ha pasado?
Era de esperar que Trey preguntara y yo no sabía muy bien qué decirle. Qué confesar. Cuánto
contar. Cuánto pedirle. Parecía una locura exigirle comprometer su futuro cuando acabábamos de
empezar a salir. Ni siquiera estábamos en el mismo punto de nuestras vidas. Yo llevaba años
sabiendo que era gay, y en el último no lo había escondido en absoluto, y Trey aún estaba...
asumiendo que le gustaban los hombres. O al menos que yo le gustaba.
—Mi padre estaba en la reunión. Y Levy —añadí.
Trey se sentó de lado y me encaró.
—¿Bromeas?
—No, por desgracia estaba allí. Aunque se levantó y salió en cuanto exigí que lo hiciera.
También le aseguré a Foster que no firmaría para esconderme.
Los dedos de Trey se enredaron en un mechón de mi pelo, y suspiró.
—Podría costarte mucho...
Agité la cabeza.
—Hace un año, yo no quería salir. Pero me niego a volver a ocultar lo que soy ahora que
estoy fuera. Si Olson & Faulk no tienen los cojones para representar a un jugador gay, buscaré a
otro. Tiene que haber alguien dispuesto a pelear por mí.
Trey envolvió mis hombros con un brazo y me deslicé sobre su pecho. Me abrazó y me apretó
contra su cuerpo, y me sentí reconfortado. Y feliz. Quería aquello cada día. Dentro y fuera de
casa. No quería tener que fingir o negarme a besar a Trey si él quería hacerlo en plena calle...,
algo que no estaba seguro de que fuera a suceder.
Además, sabía que estaba arriesgándolo todo. Mi futuro y mis sueños. Aunque encontrara un
agente al que no le importara representar a un jugador abiertamente gay, puede que ningún
equipo quisiera arriesgarse a provocar malestar en su vestuario. Y Dios sabía que lo habría,
porque al parecer los gais deseaban a cualquier hombre que se paseara medio desnudo delante de
ellos.
Cerré los ojos.
Todo aquello era una mierda.
—¿Qué te ha dicho Jeremy? ¿Te ha dado algún plazo de tiempo para decidirte?
Me reí.
—Se lo he dado yo a ellos. Le he dicho que sería discreto hasta los drafts, eso es todo cuanto
estoy dispuesto a ceder.
—Axel...
—No. Yo... —titubeé, no sabía cómo decirle que lo quería a mi lado. No hasta los drafts, sino
también después de ser seleccionado.
Por Dios, quería a Trey Donovan. Estaba jodidamente enamorado de él. Había caído rápido y
duro y sin posibilidad de retorno, y no me importaba en absoluto. Pero no tenía ni idea de si él
sentía algo que se acercase siquiera. Y de lo poco que sabía era que no podía permitirme
simplemente pasar el rato con él. No ya porque eso le haría aún más daño a mi reputación y a mi
carrera; en cuanto hurgaran en mi pasado, se me etiquetaría de promiscuo y dos mil mierdas
ofensivas más. Lo que no encontraran lo inventarían. Pero, además de eso, Trey podía romperme
el corazón, porque en algún momento de los últimos dos meses yo se lo había entregado sin
darme cuenta siquiera de que lo hacía.
Pasar el rato con él ya no era una opción para mí.
—¿Tú qué? —me animó a seguir.
—Quiero estar contigo. Quiero ir en serio —solté, rezando para que Trey no saliera corriendo
en dirección contraria.
Cuando no dijo nada, abrí los ojos y me moví para verle la cara. Parecía desconcertado.
—En serio... Quieres ir en serio —repitió aturdido.
Asentí. ¿De verdad no le había quedado claro aún? A lo mejor toda la mierda de juegos con
los que lo había torturado no había sido mi mejor idea.
—Sé que es mucho para asumir, y te juro que no espero que lo hagamos público ni nada de
eso si tú no estás preparado —me apresuré a decir. De repente, necesitaba... convencerlo. Lo
quería conmigo—. Haremos lo que quieras. Y sé que quieres terminar tus estudios de periodismo
y luego tal vez hacer prácticas y buscar un trabajo. No espero que me persigas allá donde vaya.
Pero podemos hacerlo funcionar y podemos...
—Axel, para.
Cerré la boca en el acto. Dios, estaba asustándolo. Planeando su futuro en función del mío.
Aunque no estaba mintiéndole. Funcionaría. Lo ayudaría a encontrar su propio camino. Haría lo
que fuese.
Colocó una mano sobre mi mejilla y no pude evitar cerrar los ojos. Mierda, su tacto era tan
placentero como tenerlo empujando en mi interior. Eso debería haberme asustado incluso a mí,
supongo. Pero no lo hizo.
—Yo también quiero estar contigo, pero... —fruncí el ceño, un «pero» nunca traía nada bueno
— necesito que me prometas que no vas a condicionar todo tu futuro para estar conmigo. No lo
permitiré.
Debería haber sabido que Trey me pediría algo así. Qué ironía que mi padre hubiera ido en
busca de Levy, un tipo que haría cualquier cosa, incluso joder toda mi carrera, si eso le reportaba
alguna clase de beneficio, cuando debería haber hablado con Trey Donovan.
—Haré lo que pueda —me limité a decir. No quería hacerle ninguna promesa vacía a Trey.
—No, harás lo que necesites hacer. Tampoco estoy de acuerdo con que tengas que regresar al
armario para jugar en la NFL, porque dudo que eso te hiciera feliz a la larga. Pero prométeme
que harás un esfuerzo para llegar a un acuerdo.
—¿Me estás pidiendo que oculte esto? —señalé entre ambos y, aunque no quise que mi voz
sonara tan dura, estaba cargada de reproche. Incluso así, la expresión comprensiva de Trey no
varió—. No quiero decir... No voy a asumir que tú...
Él ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa repleta de ternura. Y recordé entonces que me había
llamado «cariño» mientras follábamos. Así que le sonreí de vuelta incluso sin ser consciente de
que lo hacía. Sonaba tan cursi y tan fuera de lugar, y aun así...
—No, no quiero que ocultemos nada. No me importa lo que piensen los demás. Estoy cómodo
con esto. Contigo.
Titubeé a pesar de la convicción que transmitían sus palabras. Joder, ¿por qué tenía que ser
todo tan complicado?
Se oyó el tintineo de unas llaves en la puerta de entrada y luego el sonido de esta abriéndose y
cerrándose de nuevo.
—Pero no tan cómodo como para que mis compañeros de piso me pillen en pelotas y recién
follado —rio a continuación, incorporándose de forma apresurada.
Apenas tuve tiempo de ponerme también en pie y enfundarme los vaqueros mientras Trey se
adecentaba un poco. Cop entró silbando en la cocina y los dos nos quedamos inmóviles como un
par de cervatillos deslumbrados por los faros de un camión.
Parecíamos tan culpables que era inútil esperar que Cooper no se diera cuenta de lo que
acababa de suceder en nuestra cocina.
—¿En serio? ¡Tenéis no una, sino dos habitaciones, joder! —Señaló a su alrededor—.
Comemos aquí.
Trey y yo estallamos en carcajadas a pesar de la mueca de disgusto de nuestro compañero de
piso. Cop agarró un trapo de cocina y lo lanzó en mi dirección cabreado. Pero lo único en lo que
podía pensar en ese momento era en que Trey había dicho que quería estar conmigo y en lo
jodidamente bien que eso sonaba.
—Idos a la mierda —continuó protestando Cop—. Sois unos cabrones.
Trey fue hasta su mejor amigo, probablemente para abrazarlo y meterse un poco más con él,
pero Cop saltó hacia atrás.
—Ni se te ocurra tocarme sin darte una ducha antes.
Volví a reírme y los observé divertido, mientras Trey trataba de llegar hasta él y Cop
retrocedía todo el tiempo. Y me sentí feliz.
Lo que fuera que nos esperase ahí fuera lo afrontaría con él.
«Contigo. Solo contigo, Trey Donovan», quise volver a decirle, y en mi mente sonó a una
promesa que sí que podía cumplir.
Axel

Fui consciente de que algo había cambiado en cuanto Trey y yo entramos en el vestuario. Tal vez
fuera precisamente el hecho de que lo hiciéramos juntos, ya que el día anterior a mí se me había
hecho un poco tarde en clase y Trey se había adelantado. O tal vez no.
El silencio que nos envolvió no resultaba natural en un lugar como aquel, salvo en los días
que perdíamos un partido y estábamos a la espera de la consiguiente bronca del entrenador.
Incluso entonces, solían oírse maldiciones murmuradas, protestas por alguna jugada fea o injusta
y un montón de insultos cargados de autodesprecio.
Sabía que aquello terminaría ocurriendo, pero de todas formas me pilló desprevenido, supuse
que debido a la naturalidad que habían demostrado Cooper y Grayson al enterarse de que Trey y
yo estábamos saliendo.
Apretando los dientes, me dirigí a mi taquilla, aunque no aparté la vista de Trey mientras él se
encaminaba hacia la suya, al otro lado del vestuario. Sentí el deseo instintivo de colocarme a su
espalda y enfrentarme a cualquiera que se le ocurriera soltar algo ofensivo. Quería proteger a
Trey de toda aquella mierda sin importar lo que supusiera para mí.
No me quedaría atrás ni me haría a un lado. No dejaría que nadie le hiciera daño si podía
evitarlo. Nunca sería como Levy, y me alegró comprobar que era así. La mirada que intercambié
con Cop me dijo que él estaba pensando exactamente lo mismo.
Pero cuando creí que Trey agacharía la cabeza e iría directo hasta su propia taquilla, él
simplemente se plantó en mitad de la estancia. Dio una vuelta sobre sí mismo y enfrentó una a
una las miradas de nuestros compañeros de equipo. No parecía intimidado ni mucho menos
avergonzado.
—Bien, ¿alguien tiene algo que decir? Porque antes de que saltéis al campo y comencéis a
susurrar a mi espalda, prefiero que lo hagáis aquí y ahora y me lo digáis a la cara.
El orgullo se desbordó en mi pecho. Orgullo por Trey. Por su valentía y por no bajar la vista o
fingir que no se había dado cuenta de lo que estaba pasando. Me sentí estúpido por no haber
imaginado que haría algo así y también por pensar que necesitaba que yo lo protegiera; ya había
quedado claro quién de los dos era el valiente. Y no, no era yo.
Era Trey Donovan.
Joder, creo que en ese momento me enamoré aún más de él.
Que nadie dijera nada no lo amedrentó, tampoco lo hizo conformarse.
—Sí, Axel y yo estamos juntos. Juntos y muy satisfechos. Así que siento cargarme vuestras
ilusiones de conseguir algún tipo de atención por mi parte —se burló, con la barbilla alta y una
voz firme y clara que hizo que me endureciera. Joder con el chico de oro—. No, no me interesan
vuestros culos. Lo único que me interesa es salir ahí fuera y ganar partidos. Y, a riesgo de poner
palabras en boca de nuestro quarterback estrella —añadió, e incluso se permitió mirarme y
guiñarme un ojo con todo el descaro del mundo—, tampoco tenéis nada que hacer con él.
Durante un minuto eterno, en el vestuario no se oyó ni tan siquiera el sonido de una
respiración. Bueno, tal vez el de mi corazón arremetiendo contra mis costillas como un puñetero
cañón. Quería ir hasta Trey y besarlo delante de todos, y también decirle que estaba enamorado
de él.
Pero no creía que fuera el mejor momento para algo así. Sabía lo que estaba haciendo Trey.
Les estaba diciendo a todos que le importaba una mierda lo que pensasen, pero también que no le
interesaba en absoluto mirarlos dos veces. Que nada había cambiado aunque todo se antojara
diferente. Porque solo era diferente para nosotros, no para ellos.
Sabía que nadie iba a soltar su mierda sobre mí. Desde mi llegada había dejado claro que no
aguantaría ninguna tontería de nadie y, les gustara o no, necesitaban mi brazo para ganar
partidos. Trey también era uno de los mejores running back que teníamos, pero él llevaba más
tiempo alrededor de aquellos tipos; se conocían, habían compartido vestuario y entrenamientos
durante varios años, así que su traición parecía mayor y los hacía sentir más incómodos.
Irían más a por él que a por mí.
Por eso me mantuve inmóvil y no dije una palabra, aunque no me callaría si alguien arremetía
contra Trey.
Alguien se aclaró la garganta y todos los ojos de la sala se clavaron en... Ryn. ¿El novato?
¿En serio? Había estado trabajando con él casi desde mi llegada al campus. Esperaba no haberme
equivocado con aquel chico.
—¿Tú estás con... él? —preguntó, pero no había malicia en su voz, solo curiosidad y tal vez...
¿decepción?
Oh, vaya, igual alguien había malinterpretado mi interés por ayudarlo a mejorar su juego.
La risita proveniente de Trey me dijo que él había llegado a la misma conclusión que yo. Pero
esa fue toda la diversión que hubo, porque entonces llegó justo la clase de mierda que había
estado esperando.
—Deberían daros otro vestuario.
Solté una carcajada en cuanto oí la reveladora sugerencia de JT, uno de nuestros alas
defensivas. El tipo era como un jodido armario, pero también tenía la potencia en carrera de un
cohete y, por lo visto, una boca igual de grande y un cerebro muy pequeño. Era parte importante
de nuestra defensa y no estaba seguro de si los demás lo seguirían, tampoco iba a sentarme a
esperar que eso sucediera.
—No me interesa verte la polla, JT. Tengo una mucho más grande y bonita justo ahí —señalé
en dirección a mi novio.
Cop, ahora situado junto a Trey, se echó a reír y le dio una palmada a su amigo en el hombro.
Y, cuando vio que todas las miradas se dirigían hacia él, no solo no retrocedió, sino que mantuvo
la mano en su hombro y se quedó pegado a su costado. No se podía negar que Trey tenía toda su
lealtad.
Que algunos compañeros más se unieran a las burlas no debió de gustarle al imbécil de JT,
porque no se le ocurrió otra cosa que murmurar:
—No quiero jugar con maricones.
Y entonces todo se fue al infierno.
Lo vi todo rojo. Joder, ya estaba bien de aquella mierda. Me abalancé en su dirección a
sabiendas de que las cosas no iban a acabar bien para mí, pero al menos le cerraría la boca a él y,
de paso, a todos lo que pensaran igual. Si no le estampé el puño en la cara fue solo porque Trey
llegó a mi lado antes para sujetarme y, al mismo tiempo, la voz del entrenador Meyer tronó a lo
largo y ancho del vestuario. Y seguramente lo primero fue más decisivo que lo segundo.
—No merece la pena. Mírame, Axel. Mírame, cariño —me exigió Trey, mientras el
entrenador avanzaba y llegaba también hasta nosotros.
Me centré en Trey. En su rostro. En esos ojos verdes que había empezado a adorar. En los
mechones rubios que caían sobre su frente. Y en los jodidos labios que había querido besar unos
minutos antes.
Inspiré y espiré muy muy despacio en un intento de ganar algo de control.
—King —me llamó el entrenador con un tono de clara advertencia, pero luego se giró hacia el
lugar en el que JT continuaba de pie, junto a su taquilla y muy satisfecho de sí mismo, y lo
apuntó con el dedo—. A mi despacho. Ya. Y os lo advierto a todos. Me trae sin cuidado quién
sale con quién, con quién os liais o a quién os lleváis de paseo. ¿De verdad queréis jugar a ver
quién la tiene más larga en mi vestuario? Os lo diré: yo. Así que, si vuelvo a oír un solo insulto
homófobo, racista o discriminatorio en mi campo o si me entero de que alguien está presionando
o molestando a otro de vosotros por ese motivo, no acabaréis en mi despacho. Os iréis a la puta
calle.
Giré la cabeza de golpe hacia él.
—¿Qué? —exclamé sin poder evitarlo.
Resultaba obvio que Meyer había oído gran parte de lo que había sucedido en el vestuario; a
saber el tiempo que llevaba en la puerta antes de que JT se pusiera gilipollas y yo saltara para
partirle la cara. Pero no esperaba ni mucho menos que fuera tan tajante. Mi anterior entrenador
había hecho la vista gorda más de una vez, y eso que en mi antiguo equipo las cosas habían ido
bastante bien en general.
—¿Ahora estás sordo, King? ¿Es que no hablo claro? —continuó gritando—. ¿Y a qué
demonios estáis esperando todos? ¡Llegáis tarde al maldito entrenamiento!
Eso fue suficiente para que todo el mundo se moviera a una velocidad inaudita. Los retrasos
no eran bien tolerados por nadie del equipo técnico y posiblemente acabáramos recibiendo una
sesión mucho más larga y dura de lo normal por salir de allí tan solo unos minutos más tarde de
lo debido.
Observé a Trey mientras se apresuraba a colocarse todas las protecciones y el equipo y coger
su casco. Debió de sentir mis ojos sobre él, porque levantó la vista y me sonrió.
—¿Qué ha sido eso? —vocalicé, aunque no estaba seguro de que me entendiera.
Él se encogió de hombros y sus mejillas enrojecieron levemente. Ah, ahí estaba de nuevo mi
chico de oro.
No podía esperar para llegar a casa y demostrarle lo orgulloso que estaba de él de las formas
más perversas posibles...
—Joder —me quejé cuando alguien me golpeó el lateral de la cabeza.
Estaba a punto de empezar a despotricar cuando giré la cara y me encontré a Meyer plantado a
mi lado.
—Deja de tontear, King, y sal de aquí antes de que yo mismo patee tu culo fuera del puto
campo.
—Sí, señor.
Juro que lo oí murmurar algo muy parecido a «jodidos universitarios» y luego no sé qué
acerca de que no le pagaban lo suficiente. Dijera lo que dijese, y sin importar lo que lo motivara,
tenía todos mis respetos por no mantenerse al margen y mirar hacia otro lado. No era que
hubiésemos ganado la guerra, pero al menos aquella batalla era nuestra.
JT, y cualquiera que estuviera de acuerdo con él, lo pensaría un poco más la próxima vez. O al
menos se aseguraría de que el entrenador no estuviera oyéndolo. Eso no iba a evitar los insultos
susurrados en voz baja en el césped ni los que pudiésemos recibir de otros equipos o fuera del
campo. Tampoco haría cambiar de opinión a los tipos como JT. Pero, mierda, era maravilloso
tener algo de respaldo por una vez.
Y lo mejor de todo era, sin duda, haber contemplado el modo en que Trey se defendía y nos
defendía frente a un montón de tíos sin pestañear siquiera.
Si eso no era amor, supongo que no tenía ni idea de lo que podía serlo.
Y no podía negar que deseaba con todas mis fuerzas que fuera eso lo que Trey sentía por mí.
Trey

Las cosas se pusieron un poco raras en los siguientes días. No ayudó que sufriésemos una derrota
en el siguiente partido. De repente, el equipo parecía haber perdido la cohesión en el campo y fue
como si cada uno de nosotros fuese por libre. Axel estaba muy cabreado. Conocía de sobra los
motivos por los que eso estaba sucediendo y, al igual que yo, era muy consciente de que algunos
chicos murmuraban a nuestra espalda y los rumores corrían por el campus. La noticia de que el
quarterback titular estaba saliendo con uno de los corredores del equipo era un cotilleo
demasiado jugoso como para dejarlo escapar.
Todo aquello me pilló con la guardia baja. Supongo que, hasta entonces, nunca había prestado
demasiada atención a la cantidad de veces que se empleaba la palabra «maricón» durante un
partido. Vi a Axel apretar los dientes y gruñir respuestas en voz baja a esa clase de insultos
mientras trataba de encadenar un pase que nos acercase a la zona de anotación. No volvió a
perder el control ni una sola vez como en el vestuario, pero en alguna ocasión hubo empujones y
amagos de pelea contra el equipo contrario; también alguno en el nuestro. Y eso sí que fue de lo
más triste.
Él nunca había sido así, no solía permitir que nadie lo sacara de quicio en el césped ni fuera
de él, y no podía dejar de preguntarme si de repente Axel se estaba tomando todo aquello como
una especie de cruzada personal para defender mi honor. Sabía lo duro que había sido para él
salir y encontrarse solo cuando ese imbécil de Levy lo había dejado atrás, y aquello parecía su
forma de compensarme.
En la fraternidad, el tema no trascendió del mismo modo gracias a Maddox. Es decir, creo que
todos lo sabían, pero no hubo tantas reticencias, a pesar de que los mismos idiotas que nos
señalaban en el equipo eran también hermanos. No supe cómo lo hacía, pero nuestro presidente
se merecía un homenaje por saber encarrilar a un montón de idiotas que no hacíamos más que
darle disgustos. Después del conato de incendio de la última vez, el decano nos había prohibido
dar más fiestas por un período de tiempo indefinido, así que los ánimos se fueron caldeando y la
gente no estaba especialmente contenta. Pero, aun así, Maddox se las arregló para asegurarse de
que nadie nos hiciera sentir incómodos.
Axel y yo nos lo tomamos con calma en el campus. Fuimos discretos, aunque a veces él me
lanzaba una de sus miradas oscuras en la biblioteca y la sensatez huía volando por la ventana
más próxima. Era extraño salir con alguien, y ni siquiera se debía a que fuera un chico.
Simplemente, no estaba acostumbrado a tener una relación. Pero incluso con todo el revuelo y
los problemas que suponía lo nuestro para algunas personas, nunca había sido tan... feliz.
Mi única preocupación real durante la siguiente semana fue la de que Axel estuviera lanzando
por la borda su futura carrera en la NFL por estar conmigo.
—¿Has sabido algo más de Foster? —Cuando Axel negó, la culpabilidad se asentó un poco
más en mi pecho—. Deberías llamarlo tú.
Él suspiró y su mandíbula se endureció bajo el rastro de una barba de tres días, que, por cierto,
le sentaba realmente bien. Habíamos tenido la misma conversación en media docena de
ocasiones. Y también sabía que su padre lo había estado llamando durante toda la semana; Axel
no había respondido ninguna de las veces.
Tiré de él y lo arrastré entre mis piernas abiertas. Habíamos decidido no salir esa noche
porque teníamos partido al día siguiente y el entrenador nos había dado una larga y apabullante
charla sobre el compromiso y nuestra mierda de rendimiento en los entrenamientos, pero la casa
estaba llena de gente. Cooper había aparecido con Jules y Chad, y luego algunos más de los
chicos se habían ido sumando. Todos estaban apiñados en el salón, charlando y bromeando
mientras se turnaban para machacarse al Call of Duty, comían pizza como cerdos y se bebían
nuestras cervezas.
—Explícame de nuevo por qué no puedo echar a los idiotas de ahí fuera y llevarte arriba de
una vez —repuso Axel, cambiando de tema sin el más mínimo pudor.
No quería ni oír hablar de Olson & Faulk. En el fondo, me daba la sensación de que, a pesar
de todos sus alardes, él también estaba preocupado, pero no quería dar muestras de ello para
evitar oír lo que sabía que yo le diría.
—Son nuestros amigos —le dije, e incliné la cabeza para darle acceso a mi cuello. Fue
dejando un rastro de besos hasta alcanzar ese punto detrás de mi oreja que me volvía loco—, y
no era como si nos quedasen muchos. Al menos, de los buenos.
Se retiró y buscó mis ojos con el ceño fruncido y una expresión asesina dominando todo su
rostro.
—¿Alguien te ha estado molestando?
Sí, Axel King era ferozmente protector, lo cual resultaba gracioso porque los primeros días
habría apostado que no le preocupaba nadie que no fuera él mismo y, además, si había alguien
que me molestaba todo el tiempo era él, aunque en el buen sentido.
Negué antes de que su imaginación empezase a desbordarse y se pusiera en modo destructor.
Deslicé una mano sobre su nuca y empujé mis caderas contra las suyas, frotándome de una forma
bastante poco discreta.
—Todo está bien —aseguré. Era inútil tratar de luchar contra el mundo. Por desgracia, estaba
lleno de gente intolerante, y yo no estaba dispuesto a prestarles una atención que no merecían—.
Deja de intentar controlarlo todo. No puedes.
La arruga de su frente tardó unos cuantos segundos en desaparecer, el tiempo que empleé yo
en agarrar su culo y darle un par de apretones. Contemplar cómo un tipo como Axel cedía y se
desmoronaba en la cama —o fuera de ella— era uno de mis pasatiempos favoritos en esos días.
—Deberías parar si no quieres que eche a esos pocos amigos —se burló. Sus facciones se
relajaron y su expresión se tornó juguetona primero y mucho más ardiente un segundo después
—. O puedes ponerte de rodillas para mí. Yo vigilo.
Me eché a reír. Lo creía muy capaz de plantearse recibir una mamada con nuestro salón lleno
de gente. Y, por desgracia, mi polla parecía muy de acuerdo con la sugerencia. No necesitaba
que nadie la pervirtiera en absoluto.
—Eso no va a suceder.
—Ah, ¿no? —Hundió la cara en el hueco de mi cuello y comenzó a mordisqueármelo
mientras sus manos se colaban bajo mi chándal—. A lo mejor puedo hacerte cambiar de opinión.
Podría hacerlo. Si yo era terco, Axel no se quedaba atrás cuando se trataba de conseguir lo
que quería. Una de sus manos se dirigió a mi culo y sus dedos estuvieron muy pronto entre mis
nalgas.
—King —gemí aturdido cuando rozó mi agujero. Era vergonzoso lo rápido que podía
excitarme y hacerme perder el control.
¿A quién quería engañar? En realidad, yo no tenía ningún control cuando se trataba de él.
Cada vez que me tocaba, el mundo desaparecía para mí.
—Así que ahora soy King. —Sonrió con una lujuria pecaminosa que yo conocía muy bien.
Si llevarlo al límite y hacer caer a Axel King era mi idea de la diversión en esos días,
continuar torturándome y haciéndome suplicar era la suya. Lo había convertido casi en un arte. Y
no podía negar que yo disfrutaba mucho de ello.
Su dedo se hundió un poco y a mí se me cerraron los ojos. Incluso cuando la fricción en seco
despertó un ardor incómodo, tuve que apretar los labios para contener un jadeo. Si uno de los
chicos entraba en ese momento en la cocina y nos pillaba en pleno magreo, iba a darle un ataque.
Pero resultaba complicado resistirse a Axel; no importaba las veces que hiciéramos aquello,
cuánto nos besásemos, nos tocásemos o follásemos, nunca parecía suficiente.
Nunca tendría suficiente de Axel King.
—¿Irás a casa en Acción de Gracias? —pregunté, solo para distraerme de la delicia de su
toque y de lo bien que olía siempre.
—Ver a mi padre no es una de mis prioridades. Y mi madre... —Lamió la comisura de mi
boca y negó, aparentemente estoico, aunque yo sabía que era un tema delicado para él.
La relación con su madre no era tan tensa ni estaba tan deteriorada como la que mantenía con
su padre, pero tampoco resultaba muy cercana.
—Ven conmigo... a casa... —tartamudeé, no porque dudara al invitarlo, sino porque él
acababa de alcanzar ese punto sensible en mi interior y comenzó a presionarlo sin descanso—.
Mamá estará... encantada. Joder, no pares.
Sentí su sonrisa sobre la piel. Cabrón arrogante, le encantaba convertirme en un idiota
desesperado y balbuceante.
—Bonita conversación para mantener con mi dedo en tu culo —se burló mientras se movía,
de modo que su eje endurecido y el mío se deslizaron uno contra el otro.
Nuevos jadeos escaparon de mi garganta. Me tapó la boca con la otra mano, riendo, y yo le
lancé insultos varios solo con la mirada. Algunos de nuestros amigos gritaron en el salón en ese
momento y se oyeron abucheos en respuesta. Ambos miramos hacia la puerta para comprobar
que solo se tratase de una de las estúpidas disputas causadas por el videojuego con el que estaban
tan entretenidos.
—Alguien va a pillarnos —farfullé, y mis protestas quedaron amortiguadas por su mano—. Y
si Cop vuelve a enterarse de que nos lo montamos aquí, empezará a buscar nuevos compañeros
de piso.
Siseé cuando un segundo dedo se unió al primero.
—Axel, joder.
—¿Qué pasa, chico de oro? —rio, aunque también estaba sin aliento—. ¿Quieres que pare?
—Capullo.
El insulto solo lo hizo reírse más fuerte. Me volvía loco oírlo reír, casi tanto como las cosas
que le hacía a mi cuerpo. Y supongo que esa era una señal clara de lo metido que estaba en
aquello. De lo hondo que había llegado a colarse Axel en mi interior, y no hablo de los dedos que
me estaban destrozando en ese momento.
—Te encanta que sea un capullo, chico de oro. Así que ahora dame lo que quiero —dijo
mientras envolvía mi polla dolorida con la otra mano. El tacto cálido de sus dedos directamente
sobre mi piel hizo que me arqueara en busca de más fricción.
—Oh, mierda. No... no hagas eso.
Arqueó las cejas, divertido por mis evidentes contradicciones.
Mi cuerpo se volvió loco. No sabía muy bien si empujar hacia delante en su puño cerrado o
hacia atrás para clavarme en sus dedos.
—Eres un cabrón.
—Y tú eres precioso cuando estás a punto de correrte. Vamos, un poco más... Ve a por ello —
me animó con un tono oscuro, lujurioso y grave que aumentó el cosquilleo que se acumulaba en
la parte baja de mi columna vertebral y mis pelotas—. Podría quedarme mirándote hacer esto
toda la puta vida.
Gemí ante la vehemencia de su confesión.
Más gritos llegaron desde el salón, pero yo ya había alcanzado un punto en el que dudaba que
pudiera detenerme aunque irrumpieran en la cocina todos mis amigos, nuestros compañeros de
equipo, la universidad entera o hasta el mismísimo decano.
Cuando resultó obvio que estaba a punto de explotar, Axel presionó su boca contra mis labios
para acallar mis gemidos y se los tragó mientras yo me derramaba sobre su puño. Tuve suerte de
estar apoyado contra la encimera y de que me estuviera sujetando, porque de no haber sido así
estaba bastante seguro de que habría acabado desparramado por el suelo.
—Tienes que dejar de hacerme estas cosas —señalé cuando fui capaz de sentir las piernas de
nuevo y obligar a mis cuerdas vocales a funcionar.
No lo decía en serio, ni de coña. Me había corrido más veces en las últimas semanas que en
toda mi vida, incluyendo mi época de adolescente cachondo, en la que cualquier momento era
bueno para machacármela.
Axel se limitó a sonreír como el idiota fanfarrón que era y que sabía perfectamente lo que me
hacía. Incluso cuando él continuaba duro y no había recibido nada a cambio, parecía totalmente
satisfecho.
Se apartó para lavarse las manos y volvió con un montón de servilletas para limpiarme. Lo
observé mientras se afanaba en la tarea con un cuidado que nadie esperaría de un tipo como él.
Solo que yo sabía que Axel King no era para nada lo que parecía y había un hombre increíble y
atento bajo esa seguridad y arrogancia con la que se desenvolvía habitualmente.
Después de lo que le había sucedido con Levy, y teniendo en cuenta los padres que tenía,
cualquiera habría esperado que se volviera un cínico egoísta y desconfiado. Pero no había nada
egoísta ni cínico en él, no al menos en el modo en que se comportaba conmigo, y me aterraba la
idea de que eso cambiara si sus sueños terminaban destrozados por mi culpa. No podía decidir
por él ni decirle lo que debía hacer, y me enorgullecía que no quisiera ajustarse a lo que se
esperaba de un jugador de la NFL, que no tratara de encajar en el molde que la sociedad había
estipulado como aceptable.
Pero... tampoco podía sentarme a contemplar cómo lo perdía todo.
—Tienes que llamar a Foster.
—Trey.
Se cruzó de brazos y se alejó hasta apoyarse en la isla central.
—No, escúchame. Habla con él. Yo... puedo mantenerme al margen. No me importa...
—¿Esconderte? ¿Meterte en el puto armario conmigo y fingir que no somos nada? ¿Durante
cuánto tiempo, Trey? ¿Cuánto aguantaremos hasta que tú quieras algo más? O a alguien más...
—Lo último lo dijo en un tono mucho más bajo, apenas audible, pero lo capté de todas formas.
Fui hasta él y acuné su rostro entre las manos. Por Dios, ¿eso era lo que le preocupaba? ¿Que
me cansara de él? ¿De nosotros?
—No puedes apostar toda tu carrera a lo nuestro —me obligué a hacerle entender, aunque
sabía que no le gustaría oírlo. No le estaba diciendo que no fuésemos a durar, pero no podía
poner esa carga sobre mis hombros ni sobre nuestra relación. Se resentiría y acabaríamos mal de
todas formas—. Tienes que pelear por tus sueños, Axel. Yo estaré ahí para ayudarte a
conseguirlos. Y si tengo que mantenerme al margen, también lo haré. Por ti.
—No quiero seguir hablando de esto.
Trató de deshacerse de mi agarre, pero no lo dejé ir y puede que empezara a enfadarme por su
tozudez. Tal vez no pensé lo que decía o la frustración me hiciera elegir mal las palabras. Quién
sabe.
—No te tenía por un cobarde, King.
Deseé tragarme el comentario en cuanto escapó de mis labios, así como no haber empleado su
apellido para decirle algo así. No había nada cobarde en él, al contrario. Incluso cuando alguien
lo hubiera persuadido con engaños para salir casi a la fuerza del armario en el pasado, Axel no
rehuía un enfrentamiento, ni en el campo ni fuera de él. Era un hombre increíble y yo estaba
locamente enamorado de cada parte de él. Pero no podía dejar que se hiciese eso.
—Siento haber dicho eso. No creo que seas un cobarde —añadí, tratando de eliminar el dolor
que rebosaba de sus ojos azules.
No dijo nada y tuve que preguntarme si, tal vez, Axel tenía más miedo a fracasar y perderlo
todo del que daba a entender y yo había tocado una fibra sensible.
Yo lo habría tenido. En realidad, lo tenía por él. Y supuse que eso era lo que pasaba cuando
amabas a alguien, aunque no se lo hubiera dicho aún.
Las dos palabras vibraron en mi lengua, dispuestas a salir de un instante a otro para hacerle
comprender lo importante que era él para mí. Lo mucho que me importaban sus sueños y su
felicidad. Pero entonces Chad entró en la cocina gritando que necesitaban más combustible, es
decir, cerveza, y Axel se apartó de mí.
Salió de la estancia sin mirar atrás y yo me quedé allí, mientras Chad rebuscaba en nuestro
frigorífico, esperando ser capaz de encontrar otro modo, lugar y momento oportuno para hacerle
saber a Axel King que lo amaba como nunca había amado a nadie antes, y también rezando para
no terminar con el corazón roto.
Sí, todo bien. No estaba asustado ni nada...
Trey

Cuando descubrí que Axel no estaba en el salón, sino que se había ido a su habitación, no fui tras
él de inmediato. Esperé hasta que todos nuestros amigos se largaron. Me dije que era bueno darle
un poco de tiempo a solas.
Cooper me preguntó si todo iba bien. Supuse que Axel había pasado por allí gruñendo y sin
molestarse en hablar con nadie, y mi mejor amigo había intuido que algo había pasado entre
nosotros. Cop no había hecho otra cosa que apoyarnos y se había erigido como nuestro mayor
defensor. Di gracias por contar con su amistad, aunque no le expliqué nada de mi conversación
con Axel; no necesitaba más presión con el tema de Olson & Faulk, ya me bastaba yo solo para
cagarla en ese sentido.
—Me voy arriba —dije una vez que recogimos el desastre de cervezas y cajas vacías.
Gray se había escaqueado y ya estaba en la cama.
—Recordad: follad bajito —replicó Cop, y tuve que lanzarle un cojín a la cara.
Aquello se había vuelto una broma recurrente después de que Grayson lo hubiera comentado
tan alegremente en la cocina, y había sustituido al «buenas noches» en la casa.
Cabrones.
Me dirigí a la habitación de Axel. Entré sin llamar, cerré la puerta y me apoyé en ella.
Axel se encontraba tumbado en la cama. No dormía aún, a no ser que hubiera aprendido a
hacerlo con los ojos abiertos y clavados en el techo. Casi podía oír los engranajes de su cerebro
girando sin descanso.
—¿Estás bien? —lo tanteé sin moverme de la puerta—. Puedo irme a mi habitación si quieres.
Ladeó la cabeza para mirarme.
—¿De qué hablas?
—Supongo que eso ha sido nuestra primera pelea real.
Se le suavizaron los rasgos y esbozó una sonrisa antes de hacerme un gesto para que me
acercase.
—Ven aquí. —Me aproximé a la cama con la misma cautela que un niño al que han pillado
con la mano en el tarro de las galletas y sabe que lo van a regañar, pero Axel me hizo tumbarme
y me rodeó con los brazos de inmediato—. No es nuestra primera pelea. Me insultabas todo el
tiempo y me odiabas las primeras semanas.
—¿Estamos haciendo la cucharita? —repliqué solo para meterme un poco con él, tampoco era
como si no lo hubiésemos hecho antes. Sí, supongo que éramos de esos tipos que necesitaban
mimos—. Y no te insulto. No en serio —me corregí, arrancándole una carcajada.
Axel me hacía sentir a veces como un crío y otras como un hombre invencible. No tenía ni
idea de cómo lo conseguía. Pero refugiarme en sus brazos siempre resultaba muy agradable.
Me apretó más contra su pecho y sentí el metal de su piercing clavándoseme en la espalda. El
entrenador le había echado otra bronca más por eso. Le había sugerido cubrirlo con cinta en cada
entrenamiento y en los partidos, a pesar de que también le había dicho que si perdía el pezón en
un derribo le estaría bien empleado por imbécil.
Quedó claro que a Meyer no le gustaban demasiado los adornos corporales de ese tipo.
—No has negado que me odiaras en las primeras semanas...
Me reí.
—No, eso sí es verdad —señalé, y él también se unió a mis carcajadas.
Nos quedamos en silencio, abrazados. Axel besaba mi nuca de vez en cuando y, cuando no, su
aliento flotaba sobre mi piel como una caricia cálida y reconfortante. Quise confesarle lo que no
había podido decir un rato antes en la cocina, pero no supe si me falló el valor o solo creí mejor
callarme para no alentar más su decisión de luchar contra todo y todos.
Quería a Axel King. Lo amaba. Pero quizá por eso mismo necesitaba que él tuviera cualquier
cosa que desease.
Así que no dije nada. Me dejé llevar por el suave rumor de su respiración y la sensación
reconfortante de su cuerpo contra el mío, y no tardé en quedarme dormido entre sus brazos.

Unos días después, Grayson se desplomó frente a mí resoplando y con aspecto derrotado.
Intercambié una mirada con Axel y luego miré a Cop, que se encogió de hombros y siguió
devorando su almuerzo. Estábamos en nuestra cafetería favorita del campus, reponiendo fuerzas
después de clase para afrontar otra sesión maratoniana de entrenamiento. Tras nuestra reciente
derrota, entrenar parecía ser todo lo que hacíamos. Gray estaba bastante centrado en sus propios
entrenamientos, así que no lo habíamos visto mucho últimamente.
—No la encuentro.
—¿A quién no encuentras? —me aventuré a preguntar, y Grayson me dedicó una mirada
frustrada.
—A ella. ¡La chica de Halloween! —aclaró cuando resultó evidente que ninguno sabía de lo
que hablaba.
Me sentí culpable de inmediato. Finalmente, Caleb no había llegado a confesarle a mi
compañero de piso que era su chica, y tampoco los demás habíamos dicho nada al respecto. Yo,
en realidad, me había olvidado por completo del incidente. Pero tampoco había esperado que
Grayson se dedicase a buscarla por todo el campus.
Axel se inclinó por encima de la mesa para dirigirse a él.
—¿Y cómo, si puede saberse, pretendes encontrar a alguien a quien no recuerdas?
Cooper se metió una patata frita en la boca sin perder detalle. Me pregunté si uno de nosotros
tendría valor suficiente para contarle a Grayson la verdad. ¿Éramos unos amigos terribles? Sí,
posiblemente lo fuéramos.
Grayson alzó las manos y negó con la cabeza.
—Era rubia. Tenía el pelo corto, eso lo recuerdo —comentó, y yo gemí para mí mismo—. Y
los ojos de un verde increíble.
—Eso sigue siendo un charco muy grande en el que meter los pies —repuso Axel, que al
parecer no tenía intención alguna de ser él quien le revelara a Grayson la identidad de su ligue.
—No puedo dejar de pensar en ella.
Madre mía, aquello se ponía cada vez peor. ¿Y si Grayson se obsesionaba con ese encuentro?
¿Sería tan terrible si descubriera que era mi hermano al que había estado besando?
«Si solo hubiera sido un beso...», me lamenté en silencio.
Me parecía surrealista que mi amigo no recordase que había estado magreando a un tío. Caleb
era más pequeño y menos musculoso que yo, pero seguía siendo atlético y fibroso, más alto que
la media de cualquier chica y, lo más importante, por lo enredados que habían estado cuando
Axel y yo los vimos, dudaba que Grayson no hubiera sentido lo que tenía entre las piernas.
Hice una mueca. Lo último en lo que quería pensar era en mi hermano empalmándose con
uno de mis amigos.
El teléfono de Axel vibró sobre la mesa y nos salvó a todos de tener que dar una respuesta.
Grayson se dejó caer contra el respaldo y se frotó los ojos con las palmas de las manos, y Cooper
regresó a su comida. Axel estiró la mano y cogió el móvil, y enseguida sus ojos volaron hacia
mí.
Supe de quién era la llamada incluso antes de ver el nombre de Jeremy Foster iluminándose
en la pantalla.
—Vamos, cógelo —lo animé. Se había quedado con el teléfono en la mano y no parecía que
tuviera intención de responder.
Podía ser una buena noticia que Jeremy lo estuviese llamando. Axel se había plantado en la
última reunión y le había advertido que no estaba dispuesto a ser nada más que lo que era; quizá
Olson & Faulk fuera a jugársela con él después de todo. Tenía un futuro prometedor como
quarterback en la NFL, de eso estaba seguro, y también de que los Rams no serían los únicos
interesados en contar con él entre sus filas.
—Vamos, Axel —le insistí, y entonces por fin reaccionó.
Agarró el aparato con más fuerza y se puso en pie para dirigirse al exterior. Lo observé
mientras salía a toda prisa del establecimiento. No estaba seguro de cómo sentirme; Axel había
empezado a divagar el día anterior cuando me había pedido... ¿qué? ¿Un futuro juntos? ¿Una
vida? ¿Un maldito para siempre?
La realidad me alcanzó en ese momento y me dio una bofetada en toda la cara cuando
comprendí que eso era justo lo que quería con Axel. Más. Todo, lo quería todo con él. Ni
siquiera había dudado al plantarme en mitad del vestuario y afirmar que estábamos juntos, por
muy aterrado que me sintiera.
—Pareces a punto de vomitar —señaló Cop, y Grayson asintió su acuerdo—. Era de la
agencia, ¿no?
Cooper señaló hacia la puerta y yo asentí. Mi mejor amigo sabía que Axel estaba desafiando
todas las normas establecidas; yo mismo se lo había contado. Y, a pesar de que él habría matado
por la oportunidad que suponía la representación de una importante agencia deportiva para
cualquier atleta, Cooper había mostrado un renovado respecto y admiración por el proceder de
Axel. Todos sabíamos lo que arriesgaba y, seguramente, habría gente que lo llamaría «estúpido
idealista» si supiera lo que estaba haciendo.
Pero yo era muy consciente también de que, por muy entero y firme que Axel se mostrara,
parecer sereno era más su forma de tranquilizarme a mí que la realidad de sus sentimientos.
Había una parte de mí que me gritaba que no le permitiera hacer aquello. Que jamás me
perdonaría si Axel echaba a perder su futuro solo por una oportunidad de estar conmigo sin tener
que esconder nuestra relación.
—Ahora sí que creo que voy a vomitar —aseguré, empujando mi plato de comida para
apartarlo de mi vista.
Por suerte, Axel regresó más pronto de lo que habría esperado. Su expresión no delataba nada;
no sabía si Foster lo había mandado definitivamente a la mierda, lo estaba presionando de nuevo
o por fin él habría aceptado sus condiciones. Y durante un minuto demasiado largo todos lo
observamos mientras se acomodaba de nuevo en el asiento.
Nos miró uno por uno, percatándose sin duda del denso silencio y de la pregunta a la que
nadie puso voz. Al final, sus ojos recayeron sobre mí. Colocó una mano en mi nuca y me atrajo
con suavidad para darme un beso breve en los labios, a pesar de que habíamos acordado no hacer
ningún alarde en público.
—Respira, chico de oro. Solo hemos quedado en reunirnos este fin de semana después del
partido en Los Ángeles.
Esa semana jugábamos fuera de casa, y el calendario de partidos nos llevaba a la ciudad de los
sueños; casi parecía una señal. Y, teniendo en cuenta lo supersticiosos que éramos a veces los
atletas con los rituales previos a cada partido, sabía que Axel estaría pensando lo mismo.
—¿No te ha dicho nada más? —inquirí, a riesgo de ponerlo más nervioso.
Nos esperaba un partido difícil, y estaba seguro de que habría más reclutadores entre el
público para echarle un vistazo a su juego. Saber que al terminar tendría que acudir a una reunión
que marcaría su futuro no contribuiría a aplacar sus inquietudes.
—Todo irá bien.
—Bueno, estaremos en la ciudad adecuada para emborracharnos sin importar si ganamos o
perdemos —intervino Cooper.
No se podía decir que mi mejor amigo no encontrara siempre algo bueno a lo que agarrarse,
más aún si ese algo incluía un poco de fiesta y descontrol.
—Beber no es bueno —terció Grayson, y todos nos volvimos hacia él.
Parecía un niño enfurruñado al que le hubieran arrebatado su juguete preferido. Iba a tener
que hablar con Caleb y empezar a plantearnos contarle la verdad. Más todavía teniendo en cuenta
que mi hermano se incorporaría al cabo de unos meses a clases y lo haría en nuestra misma
universidad. Sí, eso iba a ser muy divertido...
—Llegamos tarde al entrenamiento —dijo Axel, poniéndose en pie.
Cooper y yo soltamos un montón de improperios y maldiciones mientras él se ocupaba de ir a
pagar.
Le di un golpecito a Grayson en el hombro.
—Lo arreglaremos —le aseguré, porque no sabía qué más podía decirle.
«La verdad, imbécil. Dile la verdad.»
—No te preocupes. Acabaré dando con ella.
Axel regresó a tiempo para oír la afirmación de Grayson y mascullar por lo bajo un «suerte
con eso».
Sí, estaba claro que éramos todos unos idiotas. Aquello nos explotaría en la cara más tarde o
más temprano.
Ojalá hubiera sabido entonces que no sería lo único en estallar.
Axel

Trey Donovan podía actuar de muchas formas diferentes. Lo había visto enfrentarse a mí sin
titubear y hacerlo de la misma manera ante un vestuario lleno de tipos con un exceso de
testosterona y una excusa para emplearla contra él. También había contemplado el modo en que
se deshacía en mis brazos o cómo se convertía en un lío de gemidos necesitados y me rogaba que
lo follara, algo a lo que yo jamás tendría voluntad para resistirme. Pero en el campo era todo
concentración y profesionalidad, y una maravilla visual. Solo había que verlo correr yarda tras
yarda. Era versátil como pocos en nuestro equipo, así que no resultaba extraño que el
coordinador ofensivo me hubiera dado instrucciones de aprovechar nuestra excelente
compenetración en la siguiente jugada.
El estadio vibraba rebosante de público; la mayoría, seguidores de nuestro rival. Jugar fuera
de casa siempre era más difícil, pero la presión no parecía estar afectándonos por ahora.
Contábamos con una ventaja de seis puntos; no era demasiado y las cosas podían ir cuesta abajo
en cualquier momento, pero estábamos ganando y mi intención era que continuara siendo así.
Frente a nosotros, la línea defensiva rival empezó a tomar posiciones. Los tipos eran como
jodidas moles de hormigón, con músculos en los músculos y un deseo evidente de emplearlos en
nuestra contra.
—Estáis a punto de empezar a tragar mierda —gruñó uno de ellos.
—Tal vez quieras meterte de una vez el protector en la boca para evitar ser tú el que se trague
algo —replicó Chad desde su posición por delante de mí.
Dudo que el comentario de Chad tuviese la más mínima connotación sexual, pero a saber qué
demonios se le pasó al otro tipo por la cabeza, porque su réplica fue directa a un punto sensible:
—Eso os lo dejo a vosotros. He oído que en vuestro vestuario os encanta meteros pollas en la
boca.
Chad se irguió en toda su altura. No era precisamente bajito, y su espalda me bloqueó la vista
del capullo que había hablado.
—Chad —lo llamé, lanzándome hacia delante para sujetarlo—. Ignóralo. Y tú, capullo, no te
pongas celoso solo porque nadie quiere chupártela.
El árbitro ni siquiera parecía estar prestando atención, pero eso cambiaría al cabo de unos
pocos segundos. Si iniciábamos una pelea, el entrenador nos mataría. Pero si eran ellos los que
daban el primer golpe...
El problema era que o mucho me equivocaba, o Foster se encontraba en algún lugar de las
gradas. Y seguramente también habría otros reclutadores dispuestos a tomar nota de cualquier
altercado o conducta antideportiva que yo u otro de sus posibles fichajes mostrara en el campo.
Ya tenía suficientes problemas como para añadir una pelea sin haber siquiera iniciado la jugada.
Y, lo que era aún más importante, no dejaría que mi mierda salpicara al resto de mis compañeros.
Trey salió de su posición y se acercó a mí mientras varios tipos de la línea defensiva rival se
cuadraban de hombros en respuesta a mi provocación.
—Déjalo estar —me dijo agarrándome del brazo.
Alguien tosió un «putos maricones» que convirtió la sangre de mis venas en un río ardiente de
lava. Giré la cabeza para comprobar de quién se trataba, pero esos imbéciles solo sonreían a la
espera de que alguno de nosotros cediera y se lanzara sobre ellos.
—¿Qué demonios ocurre aquí? —intervino el árbitro por fin, saliendo del puñetero agujero en
el que se hubiera metido.
Tardé un poco más de lo considerado normal en respirar hondo y contestar:
—Nada, solo una pequeña diferencia de opiniones.
Trey fue amonestado y se le ordenó que retomara su posición, y luego el árbitro hizo un
barrido visual sobre nosotros que me hizo pensar que había oído más de lo que daba a entender.
Aquello era una mierda; los árbitros, entrenadores, equipos técnicos..., todos sabían lo que
ocurría en el campo, por los pasillos, en los vestuarios. Y nadie hacía nada para evitarlo.
¿Cómo demonios pretendía yo ser quien cambiase algo de eso? ¿Y qué equipo se arriesgaría a
tener altercados en cada partido? No era como si los insultos no volasen a menudo,
independientemente de quién estuviera enfrente; referencias malintencionadas a la familia, al
color de la piel, a los orígenes de un jugador..., había mucho donde escarbar. Pero cuando tus
propios compañeros también podrían participar de esas opiniones y había una posibilidad de que
se convirtiese en un problema para tu propio vestuario... Bueno, ningún equipo o entrenador
quería eso.
Todos nos preparamos para la siguiente jugada. Chad se inclinó hacia delante y supe que iba a
ir directo a por aquel idiota y lo bloquearía por completo, lo cual era su función. Pero no sería
amable, eso seguro.
—Azul tres diecisiete —canté, ya en posición.
Colocado varios metros a mi espalda, no podía ver la cara de Trey, pero juro que percibí en el
aire la sonrisa que debía de haber asomado a su rostro al oírme. Era una de las jugadas que
habíamos practicado hasta el agotamiento y que implicaba que él fuera el receptor y, con suerte,
acabara anotando un touchdown. Yo tenía que mantener el balón y darle tiempo para escabullirse
y avanzar por el campo, y luego lograr encadenar uno de mis pases asesinos directo a sus manos.
—Demuéstrales de qué pasta estás hecho, chico de oro —susurré justo antes de que todo se
pusiera en marcha.
La jugada me daba una oportunidad para lucirme, no había duda, pero lo que de verdad
deseaba en ese instante era que lo hiciera él. Que todos, rivales o compañeros de equipo, vieran
de lo que era capaz Trey Donovan. Lo poco que importaba el resto cuando era el balón el que
estaba en juego. Que allí todos éramos iguales, sin importar con quién te acostabas o a quién
amabas.
Resultó un pensamiento estúpido, porque posiblemente no había nada que pudiésemos hacer
para impresionar a tipos como aquel idiota. Tampoco debería preocuparme por ello. Pero
resultaba difícil no ceder a la presión. No desear ser más. Suficiente. Que no se nos cuestionase.
Y supuse que eso no iba a cambiar mientras siguiésemos escondiéndonos. Lo peor era que tal
vez no lo hiciera tampoco aunque dejásemos de hacerlo.
El balón voló hasta mis manos y retrocedí con la mirada puesta en Trey, que ya corría por un
lateral como si el mismísimo diablo lo estuviera persiguiendo. La adrenalina se disparó por mi
sistema, mi pulso se volvió frenético. Oí los gritos y fui consciente de los empujones y los
derribos que se iban produciendo a mi alrededor mientras mis compañeros de equipo evitaban
que fuese yo quien cayera.
Y cuando por fin lancé el balón sobre la línea de las treinta yardas, lo hice con tanta fuerza
que juro que creí que mi brazo saldría disparado detrás.
Trey lo agarró en un salto impecable y..., joder, nunca lo había visto correr así. No había nadie
para cerrarle el paso, e incluso antes de que alcanzara la zona de anotación resultó obvio que iba
a conseguirlo. Los fanáticos de nuestro rival gritaron su decepción, mientras que los pocos que
nos apoyaban daban saltos y lo celebraban en las gradas.
—¡Joder, sí! Así se hace, chico de oro —aullé eufórico.
Y luego todo se torció.
Trey anotó. No había manera de que no lo consiguiera. Pero Chad estaba revolcándose en el
césped con el gilipollas que nos había insultado momentos antes. Lanzaba patadas y puñetazos
mientras ambos rodaban de un lado a otro. Todos corrimos hacia ellos, amigos y rivales. Hubo
tirones de ropa. Más insultos. Gruñidos. Y un montón de mierda que no desembocó en una
batalla campal por alguna clase de milagro.
—¡Chad! ¡Suéltalo, Chad! —Lo agarré de la camiseta tratando de arrastrarlo lejos del tipo.
Me llevé un golpe en el costado que me hizo gruñir, pero no retrocedí hasta que conseguí
separarlos.
Por suerte, algunos chicos del otro equipo también intercedieron y sujetaron a su compañero.
El árbitro comenzó a gritarnos. El público gritó. Los entrenadores gritaron desde la banda
también.
Todo el puto mundo gritaba.
—Mierda, Chad.
Cuando Trey apareció a mi lado, su mirada estaba cargada de preocupación. Pero había algo
más ahí, en su expresión, algo que había visto en un par de ocasiones mientras entrenábamos
después de que el equipo descubriera que estábamos juntos y las jugadas fallaban o alguien no
estaba donde tenía que estar para recibir un pase o ejecutar un bloqueo efectivo. Algo más
inquietante.
—Suéltame. Está bien —gruñó Chad, a sabiendas de que la había cagado a lo grande.
Lo solté. Solo que nada parecía estar bien en absoluto.

Ganamos. Y fue un milagro. Lo merecíamos, sí, pero no habría resultado extraño que el
árbitro nos hubiera penalizado o el partido se hubiera suspendido. Supuse que la rápida
intervención de todos y que no nos enzarzásemos los unos con los otros demasiado había
contado. Chad, por supuesto, fue expulsado, y me jodía saber que yo era el motivo por el que esa
pelea había tenido lugar.
El entrenador Meyer nos felicitó por la victoria y nos reprochó nuestro comportamiento. Todo
en la misma frase. El tipo lograba hacerte sentir como una mierda a la vez que alababa tu trabajo
en el campo de una manera en la que pocos sabrían hacerlo, eso había que reconocérselo.
Trey estaba callado. Demasiado callado para haber contribuido en gran medida a nuestra
victoria. Pero quise pensar que solo se debía a que le disgustaba la expulsión de uno de nuestros
compañeros tanto como a mí o al propio Chad.
A pesar de la advertencia por parte de Meyer de que fuésemos cautos con las celebraciones y
de que el autobús saldría al día siguiente temprano y no esperaría por nadie, estaba claro que
todos estaban deseando correrse una buena juerga. Yo tenía que encontrarme con Foster a la
salida, pero me lo tomé con mucha calma.
Necesitaba un par de minutos a solas con Trey. Solo que eso no parecía que fuese a ocurrir
con nuestros compañeros gritando y yendo de un lado a otro por todo el vestuario.
—¿Está todo bien? —le pregunté, arrodillándome frente al banco en el que estaba sentado.
Levantó la vista y asintió. Sonrió, pero la alegría no alcanzó sus preciosos ojos verdes.
—Ese pase... —Silbó a modo de reconocimiento.
—No hablo del partido. Vi tu cara, Trey. Y la mierda de tus pensamientos estaban por todo tu
rostro.
Forzó aún más su sonrisa y, a pesar de que dejó aparecer sus hoyuelos, juro que el gesto hizo
que una punzada de dolor me atravesara el pecho.
—No finjas conmigo —añadí, y puede que mi voz sonara demasiado dura. Cerré los ojos un
instante y me obligué a recuperar el control—. Estás preocupado.
—Tú también deberías estarlo.
Negué, aunque ni siquiera sabía muy bien qué.
¿Estaba preocupado? Sí, seguro, pero seguía sin querer retroceder o cambiar mi opinión sobre
todo aquello.
—Esa mierda ocurre siempre en el campo, Trey. No es como si no hubiésemos tenido una
pelea antes.
No dijo nada. Con los ojos fijos en el suelo, continuó desvistiéndose en un silencio que se me
antojó casi como un castigo. Pero luego exhaló un largo suspiro y volvió a levantar la vista para
mirarme.
—Solo prométeme que harás lo posible en la reunión con Foster para que todo vaya bien.
Quise decirle que no podía pedirme eso, pero entendía por qué lo hacía. También era
consciente de que se sentía presionado y albergaba el miedo de que todo se fuera a la mierda en
mi vida y acabase culpándolo a él.
—Esto no es por ti —solté antes de darme cuenta de lo mal que sonaba—. Es decir, lo es en
cierto modo. Pero hago esto por mí, Trey, porque no quiero vivir la clase de engaño que sería mi
vida si finjo ser heterosexual solo para no tener problemas.
—Dime la verdad. ¿Lo harías si no estuviésemos juntos?
¿Lo haría? ¿O agacharía la cabeza y me contentaría con fingir para no tener que enfrentarme a
la opinión pública o a los juicios de valor sobre mí? De no tener a Trey, ¿sentiría la necesidad de
arriesgarlo todo?
Esa, supuse, era la única pregunta que tendría que haber sabido cómo contestar.
Trey

La victoria tuvo un sabor agridulce ese día, incluso cuando Chad no parecía demasiado
preocupado y me felicitó por mi espectacular carrera como lo hicieron la mayoría de mis
compañeros. Lo que había sucedido en el campo era solo una breve muestra de lo que podía
ocurrirle a Axel en la NFL, contra lo que tendría que luchar. Ser insultado, juzgado, señalado y
vejado, y tener que morderse la lengua cada vez.
Me convencí de que él tomaría una buena decisión, más que nada porque me volvería loco
mientras lo esperaba en el hotel si me dedicaba a creer lo contrario.
Pero aún quedaban más sorpresas desagradables por descubrir esa noche. Y un tropiezo con
Matthew King fue solo la primera de ellas. El hombre no había obtenido la mejor primera
impresión de mí, dado que solo nos habíamos cruzado el día en que apareció en nuestra puerta y
yo abandoné la casa en estampida, pero, a decir verdad, yo tampoco tenía una buena opinión de
él.
Así que supuse que estábamos a la par.
—Un buen partido —comentó una vez crucé la entrada de los vestuarios.
Mi novio ya se había marchado en busca de Foster, y muchos de mis compañeros iban de
camino al hotel o al bar más cercano, al menos, los que tenían la edad legal para entrar en uno.
Deseé haberme ido con ellos.
—Señor King —lo saludé echándome la bolsa al hombro y poniéndome en marcha. Me había
quedado clavado en el sitio al descubrirlo allí, pero no tenía ninguna intención de mantener una
conversación con él—. Axel ya se ha ido.
La verdad era que no se me había ocurrido pensar que, en realidad, estaba esperándome a mí.
—Mi hijo tiene una larga y prometedora carrera por delante —soltó a pesar de que yo ya
había empezado a caminar por el pasillo.
«No te gires. No le hables.»
Me volví muy despacio, ignorando cualquier advertencia de mi cerebro. Quizá si no hubiera
estado tan frustrado y nervioso, habría seguido adelante. Pero no pude evitarlo.
—Lo sé mejor que usted. Lo veo cada día en los entrenamientos y en cada partido que
disputamos juntos.
Que el hombre estuviera allí esa noche ya era toda una novedad; nunca asistía a nuestros
partidos, así que no entendía que pretendiera darme lecciones sobre el talento que yo ya sabía
que tenía Axel.
La sombra de una media sonrisa asomó a su rostro y resultó curioso que, a pesar de que me
recordarse mucho a la de Axel, despertara el efecto contrario en mí. Mientras que yo tendía a
gravitar de forma inevitable hacia Axel King y sus preciosas, oscuras y sensuales sonrisas, la de
aquel hombre solo me provocó un visceral rechazo.
—Ah, sí, pero los entrenamientos no es lo único que compartís, ¿no es así?
—Bueno, usted está casado, no seré yo quien tenga que explicarle cómo funcionan las
relaciones y lo que conllevan.
Resultó evidente que el sarcasmo de mi respuesta no le gustó lo más mínimo y tampoco lo
esperaba. Un hombre como él no estaba acostumbrado a que nadie le replicara.
Agitó la cabeza de un lado a otro, pero su perturbadora mueca de desprecio no decayó.
—Descarado —señaló, y su mirada me barrió de pies a cabeza—. No puedo entender lo que
Axel ve en ti, pero sé lo rápido que se cansará...
Puse los ojos en blanco y me adelanté; ya estaba cansado de aquella pantomima.
—Mire, ahórrese el discurso. De lo que quiera que haya venido a convencerme, no va a
funcionar. Si cree que este es el momento en el que usted me dice que no soy lo suficientemente
bueno para su hijo y yo me derrumbo o alguna otra gilipollez por el estilo, va a llevarse una gran
decepción. —La voz de mi madre me regañó por mis pésimos modales, pero, sinceramente, no
tenía paciencia para soportar los alardes de alguien como Matthew King—. Le diré algo: es usted
el que no conoce a su hijo y el que no lo merece, no yo. Ah, y permítame que le diga también
que ejercer de chulo para Axel es... asqueroso y una puta locura. Señor —escupí en el último
momento, aunque sonó de cualquier modo menos respetuoso.
Bien, ya estaba todo dicho. Le di la espalda y me encaminé hacia la salida, pero de repente el
hombre apareció junto a mí.
—A lo mejor quieres ver esto.
De nuevo, una voz me advirtió que era mejor no mirar y que tenía que salir de allí de una vez.
Pero mis ojos se desviaron sin querer hacia la pantalla del móvil que el padre de Axel sostenía en
la mano y la imagen que mostraba.
—Es de hace apenas cinco minutos. Y ¿sabes qué? No importa lo que te haya dicho mi hijo,
porque mientras él está ahí, tú estás aquí. Solo.
Supe que con ese «él» no se refería a Axel, aunque también salía en la foto. No. Estaba
hablando de Levy, sentado a la misma mesa y justo al lado de mi novio. Foster se encontraba al
otro lado, así como un segundo hombre que no reconocí, pero que, por su aspecto trajeado y
profesional, supuse que también pertenecería a la agencia.
Esa foto no tenía por qué significar nada. Axel ya me había dicho que en la videoconferencia
Levy también había estado presente y él había exigido que se largase de la sala antes de empezar
a hablar.
Por el ángulo en que estaba tomada, no había forma de discernir la expresión de Axel; nada
indicaba si estaba o no enfadado. Lo único que dejaba claro era que se había sentado allí junto a
él.
Respiré hondo y me dije que no iba a picar.
—Cuando tenga una en la que salgan follando, avíseme.
Durante una pequeña fracción de segundo, casi esperé que dijera que también la tenía. Pero
por suerte eso no sucedió. Yo había animado a Axel a pensar sobre el posible trato que le
ofreciera Olson & Faulk, así que ahora no podía ponerme como un loco si la agencia había
creado algún plan...
Levanté la vista de golpe.
—Oh, joder. No es la agencia. Esto es todo cosa suya, ¿no? ¿Quién de ellos le debe un favor?
¿Foster? ¿O tal vez es usted amigo de alguno de los socios propietarios? Está tratando de
controlar la carrera de Axel y ese chico desesperado de atención es la única forma que ha
encontrado para hacerlo.
Me dieron ganas de vomitar. En realidad, todo era una suposición, pero encajaba tan bien para
explicar todo aquel lío... Y la sombra en su mirada prácticamente me lo confirmó. Un hombre
como Matthew King estaba bien relacionado y, desde el principio, en la agencia habían tenido en
cuenta su opinión, a pesar de que la de Axel era la única firma que necesitaban para cerrar el
trato. ¿Por qué otro motivo habrían aparecido, si no, aquel día con Levy y un plan ya trazado?
Tuve que suponer que yo no cumplía con lo que fuera que necesitara de ese chico; integridad,
principios..., ni idea. Por lo que sabía, había muchas cosas de las que carecía el ex de Axel.
Señalé al otro hombre de la foto.
—¿Un amigo suyo? —No pude evitar soltar una carcajada—. De verdad que no tiene ni idea
de quién es Axel.
El tipo apretó los dientes y me lanzó otra más de sus miradas reprobatorias, una que en
circunstancias diferentes me habría hecho desear encogerme y desaparecer. Axel había heredado
de él su talante autoritario y el afán de control, no me cabía duda, pero el resultado final era algo
totalmente distinto.
—¿Algo más? Porque tengo una victoria que celebrar y un novio al que esperar en el hotel.
Lo último seguramente sobraba, pero ya puestos...
«Que te jodan, Matthew King.»
No esperé una respuesta. Me largué de allí con paso decidido y la barbilla alta. Claro que, en
cuanto crucé las puertas de salida del estadio, la seguridad que había demostrado frente al padre
de Axel se esfumó de golpe y no pude evitar preguntarme si, después de algo menos de tres
meses juntos, conocía a Axel King tan bien como creía.
Si Levy estaba en esa reunión, ¿tenía que suponer que Axel se prestaría a lo que fuese por
conseguir ese contrato de representación? Yo mismo lo había animado a moderar sus opiniones,
aunque había creído que toda aquella mierda del novio de consolación estaba fuera de discusión.
Saqué el móvil y le envié un mensaje a Cooper:

Dónde estás?

Bar. Celebración. Justo frente


al hotel. Ven ya!

Nos alojábamos cerca del estadio, de ahí que los entrenadores no nos hubieran obligado a
marcharnos todos juntos de vuelta. Así que me dirigí de inmediato hacia allí. De camino, llamé a
Axel, aunque como era de esperar no contestó. Debía de haber silenciado el móvil mientras
estaba reunido.
Empezaba a preguntarme si la oferta de Olson & Faulk era en realidad sincera y el señor King
no había presionado para ello. No era que no creyese que Axel no tenía el talento necesario para
recibir una oferta de esa clase, pero aun así parecía todo demasiado bueno para ser verdad. Y que
su padre estuviera en medio no hacía más que alentar esa sospecha. Axel ya me había dicho que
su interés no se limitaba a algo personal; Matthew King no buscaba tener un hijo del que
presumir o sentirse orgulloso. Para él, todo giraba en torno al dinero, el poder y los negocios. Y
tener un hijo en la NFL le abriría muchas puertas.
Me dije que no servía de nada darle vueltas y que Axel no tardaría en regresar y contarme lo
sucedido. Había mantenido la calma con su padre y no había cedido a sus intentos de
manipularme. Pero lo curioso de los miedos era que la mayoría de las veces no respondían a algo
racional y se alimentaban de cualquier mínima inseguridad, y Matthew King había sembrado la
semilla de la duda en mí incluso cuando yo había creído no estar permitiéndoselo.
«No seas estúpido», me dije.
De qué poco sirvió. En cuanto estuve en el bar rodeado de mis eufóricos compañeros de
equipo y copas y más copas comenzaron a desfilar frente a mí, mi determinación se coló por el
desagüe.
Y supongo que todo lo demás se fue detrás.
Trey

No tuve claro qué fue lo que me despertó, pero cuando abrí un ojo lo primero que vi fue una
espalda ancha y musculosa desnuda, solo que el tono de piel no era exactamente el que debería...
—¡Joder! —Empujé al tipo fuera de la cama incluso cuando mi mente turbia por el sueño y la
resaca ya había hecho clic y sabía que se trataba de Cooper.
Mi mejor amigo cayó por el borde del colchón y se oyeron un montón de quejidos y
maldiciones. Pero entonces me di cuenta de que había alguien más en la habitación.
Axel estaba cruzado de brazos a los pies de la cama, erguido y perfecto, vestido con vaqueros
y un jersey y con una expresión que me resultó ilegible. La luz entraba ya por la ventana, y tuve
que entrecerrar un poco los ojos para evitar que me chamuscara las pocas neuronas que habían
sobrevivido después de la juerga de la noche anterior.
—¡¿Qué mierda va mal contigo, imbécil?! —protestó Cop, asomando por el borde del
colchón—. Ah, hola, King.
La mirada de mi mejor amigo pasó del tipo terrible que nos estaba fulminando con la mirada a
mí, luego recorrió la cama y las sábanas revueltas y se miró a sí mismo. Recé para que su pecho
fuese lo único que careciera de ropa, aunque sabía que no había pasado nada; joder, la sola idea
de tocar a Cop con intenciones sexuales me daba más ganas de vomitar que las que estaba
provocándome la resaca.
Pero Axel quizá no estuviera tan seguro.
—¡No es lo que parece! —soltamos Cop y yo a la vez.
Una de las cejas de Axel se elevó hasta desaparecer bajo su pelo oscuro.
—Vestíos si no queréis que el autobús os deje atrás. Salimos dentro de veinte minutos.
Su voz era... neutra. No parecía contento, pero tampoco tan cabreado como debería haberlo
estado si pensase que Cooper y yo nos habíamos liado.
—Axel...
—Date una ducha y vístete, Trey. Meyer nos dejará atrás sin dudarlo después del numerito de
anoche.
Quise preguntar. No, en realidad no quería. Habíamos bebido y bebido, todos los que
podíamos hacerlo. Los novatos más jóvenes ni siquiera habían estado allí, pero los veteranos nos
ocupamos de bebernos también la parte que les correspondía. Recordaba a Cooper sin camiseta y
subido a una mesa, gritando lo duro que les habíamos dado a esos capullos, lo cual no había sido
la mejor elección de palabras, puesto que algunos miembros del equipo no se sentían cómodos
conmigo allí.
Preguntadme si eso me importó.
No. No lo hizo. Supongo que porque mis inseguridades fueron decreciendo al mismo ritmo
que aumentaba mi nivel de alcohol en sangre.
Un idiota, eso era.
—¿Cómo fue la reunión? —me atreví a preguntar mientras Cop luchaba por encontrar su
camiseta por la habitación... en vano.
Seguramente, porque se la había dejado en el bar.
—Ve a ducharte ya, Trey.
Eso no sonaba bien, y yo tenía un épico dolor de cabeza que me dijo que era mejor hacerle
caso y despejarme antes de mantener esa conversación.
Cuando me puse finalmente en pie y pasé por su lado de camino a la ducha, no pude evitar
rozarle el brazo y tratar de darle alguna explicación:
—Esto no es...
—Ya lo sé. ¿Quién crees que os sacó a los dos borrachos del bar y os trajo hasta aquí?
—Oh.
Axel sonrió apenas, y fue más una mueca exasperada que una verdadera sonrisa.
—Sí, «oh». Ahora métete en la ducha de una vez, chico de oro.
Suspiré aliviado. Las cosas no debían de estar tan mal si me llamaba así, ¿no?
Cogió su bolsa y se marchó antes de que pudiera obtener algo más de información. Cooper me
miró y, lentamente, una sonrisa enorme empezó a extenderse por su cara.
—¿Creías que habíamos follado?
—Vete a la mierda, idiota. Solo tuve un breve momento de pánico.
Cooper no dejó de reírse, pero luego señaló:
—Dudo que pudieras engañar a ese tipo aunque lo intentases. Te salen putos corazones por
los ojos cada vez que lo miras.
Le di un empujón y me metí en el baño, aunque sabía que tenía razón. Incluso borracho, y
aunque no era que me hubiera entrado nadie la noche anterior —o al menos no recordaba que
fuera así—, dudaba mucho que fuese capaz de liarme con nadie, hombre o mujer. Eso, por algún
motivo, me llevó a pensar en Grayson y lo que había sucedido con Caleb. ¿De verdad no lo
recordaba?
Traté de centrarme en eso, no porque fuera un tema en el que quisiera pensar, sino porque la
alternativa, ponerme a darle vueltas de nuevo a la reunión de Axel con Jeremy o intentar recordar
algo de lo sucedido la noche anterior, tampoco me atraía lo más mínimo. Era aún peor.
Cuando me subí al autobús ya con el motor en marcha, puede que estuviera duchado y tuviera
mejor aspecto, pero me sentía como una mierda. Me encontré a Axel sentado ya junto a Chad y
metido en una conversación de la que no apartó la atención para mirarme siquiera, así que avancé
por el pasillo y me desplomé en un asiento libre casi al fondo.
Cooper entró detrás mí. Creí que vendría a hacerme compañía y poder revolcarnos juntos en
nuestra miseria, pero contemplé cómo arrancaba a Chad de su asiento y se apoderaba de él para
sentarse junto a Axel. No era que ellos dos fueran enemigos, es más, estaba seguro de que se
respetaban, pero tampoco eran fanáticos el uno del otro.
Bien, fuera lo que fuese lo que tramara Cop, y el motivo por el que Axel parecía distante esa
mañana, estaba seguro de que me enteraría cuando llegásemos a casa.
Mientras, iba a lidiar con la mierda de resaca que tenía, mi estúpido comportamiento y los
gritos del entrenador mientras nos maldecía a todos en al menos siete idiomas distintos. Al
parecer, habíamos montado un buen numerito la noche anterior en el bar y alguien se había
peleado con alguien.
Nada de aquello parecía bueno.
Axel

—Explícame por qué tú estás sentado aquí y tu novio, mi mejor amigo para más señas, se
encuentra sentado solo. Anoche estaba como loco —me reprochó Cop—. Deberías contarle lo
que sea que pasara en esa reunión.
—Fui yo quien os encontró montando un espectáculo. Y también el que tuvo que mediar con
el grupito de JT. ¿Recuerdas siquiera la mierda que estaban lanzándoos cuando llegué? No,
seguro que no. Así que no te pongas exigente conmigo, porque arrastré tu culo y el de Trey por
todo el camino de regreso al hotel mientras nuestro coordinador ofensivo juraba que nos mataría
a todos de una forma lenta y dolorosa.
Joder. No tenía ganas de hacer aquello. No quería hablar ahora con Cooper y tampoco sabía
cómo ir hasta Trey y contarle lo que había hecho. Porque... ¿y si la había cagado? ¿Y si se
asustaba y se alejaba? ¿Y si no quería saber nada más de mí?
Me pasé la mano por la cara. Traté de ganar algo de espacio en el asiento estrecho y estirar un
poco las piernas. Meyer había dejado de maldecir y ladrarnos, pero sabía que las cosas no iban a
quedarse así cuando estuviésemos de vuelta en el campus.
Aprovechando que yo no estaba presente en el bar la noche anterior, JT debía de haberse
sentido valiente y los reproches sobre la jugada en la que habían sancionado a Chad no se habían
hecho esperar, incluso cuando finalmente habíamos ganado el partido. Era lamentable la cantidad
de mierda que aquel tipo había estado soltando por la boca sobre Trey y su relación conmigo
cuando entré en el sitio. Y también lo borracho que me había encontrado a Trey. Cooper
tampoco estaba mucho mejor.
Tal vez eso los hubiera salvado de participar activamente en la pelea.
—Eres un gilipollas —me espetó Cop—. Tu padre asaltó a Trey anoche después de que te
fueras y le dio una pequeña charla sobre lo bueno que eres tú y la mierda que es él.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Estaba esperándolo fuera de los vestuarios. —Gruñí un par de tacos en voz
baja. ¿Qué demonios? Por eso no había estado en la reunión; era mucho pedir que nos dejara en
paz—. Así que digamos que Trey se vino un poco abajo, incluso cuando le hizo frente a tu padre
y esperó para derrumbarse hasta perderlo de vista.
—Mierda. ¡Joder!
—Ve ahí detrás y dile algo. Espera —dijo cuando hice amago de levantarme—, ¿firmaste con
Foster?
La única respuesta que le di fue una mirada sombría. No me parecía bien hablarlo con él antes
de hacerlo con Trey.
—Mantén tu culo pegado a ese asiento, King —ladró el coordinador ofensivo cuando me
levanté para dirigirme a la parte de atrás del autobús.
El entrenador Meyer, a su lado, me fulminó con una de sus miradas asesinas y decidí que era
mejor obedecer.
Miré a Cooper.
—Genial, ahora estamos atrapados aquí durante todo el camino. Juntos.
El muy idiota me sonrió.
—Todo esto es culpa tuya. Por ser un imbécil y evitar a Trey.
Sí, seguramente tenía la culpa por un montón de decisiones estúpidas, solo esperaba que la
que había tomado la noche anterior no terminara regresando para morderme el culo, joderme la
vida y alejarme de lo único que en realidad importaba.

Como ya había predicho, nada mejoró para el equipo cuando por fin llegamos al campus. Nos
metieron en la sala en la que normalmente visionábamos los partidos de nuestros rivales y
repasábamos los nuestros y nos leyeron la cartilla de un modo en el que jamás lo habían hecho
antes. Todo el equipo técnico estaba presente, pero fue el entrenador Meyer quien pasó no sé
cuánto tiempo asegurándose de que comprendiésemos lo decepcionado y absolutamente
cabreado que estaba con nosotros. Fue un desfile de reproches que nos hizo ir hundiéndonos
poco a poco en los asientos como los niñatos malcriados que éramos. Hubo para todos, dudo que
alguien se salvara; si acaso, los pobres novatos que habían estado durmiendo en el hotel o
bebiéndose las botellitas del minibar a escondidas mientras el resto la liaba en el local de
enfrente. Meyer aseguró que habría sanciones y castigos para más de uno, y me alegré de que en
ese punto le lanzara una mirada directa a JT.
A mí aún me dolían los nudillos del puñetazo que le había atizado en las costillas al muy
idiota cuando trató de abalanzarse sobre mi novio. Casi era mejor que Trey no se acordase de
nada, porque JT y sus leales seguidores no habían empleado ninguna palabra bonita para
referirse a él.
—Esto tiene que cambiar —exigió el entrenador por último—. O mejoráis vuestro
comportamiento u os echo a todos a la calle. Y los que tengáis la esperanza de que algún
reclutador venga a buscaros id rebajando las expectativas, porque, si esto acaba por saberse, no
dirá nada bueno de vosotros ni del equipo. Y ya no hablemos de los que estáis aquí con una beca.
No solo estaba en juego nuestra reputación, sino la del equipo y la de la universidad. Y desde
luego que no ayudaba a atraer atención de la buena. Más que sumar en mi lista de mierdas que
iban a dejarme fuera de la NFL.
Pero lo peor era pensar que Trey podía perderlo todo, su puesto en el equipo y la posibilidad
de terminar su carrera en la universidad. Él estaba allí con una beca.
—Largaos de aquí, joder. No quiero ni veros.
Con esas poco sutiles palabras, nos enviaron a casa a todos ya pasada la hora del almuerzo.
Cop, Trey y yo nos fuimos en mi coche, pero ninguno estaba especialmente hablador después de
la bronca y, además, dos de los presentes tenían una resaca de las que hacen historia.
Una vez en casa, Cooper fue directamente a la cocina con un talante más sombrío de lo
habitual en él. Trey, por el contrario, permaneció un momento en la entrada, como si no supiera
qué dirección tomar o en qué punto estábamos.
Lo agarré por la cintura y encajé su fibroso cuerpo contra el mío. Inspiré el aroma delicioso de
su pelo. Olía al gel del hotel y a niño bonito, como siempre, y no pude evitar sonreír. Porque, al
parecer, ahora todo lo que tuviera que ver con Trey me hacía sonreír.
—Siento haber sido un imbécil esta mañana —le dije. Había estado enfadado y supuse que
también tenía... miedo.
—Bueno, ese parece ser un estado recurrente entre nosotros. Somos imbéciles por defecto.
Empujé su barbilla para que me mirase y me perdí un segundo en el verde precioso e intenso
de sus ojos. O tal vez me encontré en él. Trey conseguía que nunca supiera muy bien cómo
sentirme. A veces me daba la sensación de que desmontaba mi interior y exponía partes de mí
que yo no sabía ni que existían.
—Te eché de menos anoche —suspiró mientras yo acariciaba su mentón áspero por la sombra
de barba que no había tenido tiempo de afeitarse esa mañana.
—Creo que estabas demasiado borracho para echarme de menos —repliqué, y él esbozó una
mueca culpable—. Cop y tú...
—No pasó nada entre nosotros —se apresuró a interrumpirme, aunque no fuera eso lo que iba
a sugerir.
Deslicé los dedos por su nunca y los enredé en uno de sus mechones rubios.
—Lo sé. Estaba allí y, aunque no hubiera estado, confío en ti, Trey —aseguré, y de verdad lo
hacía.
El caso era que yo nunca me había sentido con nadie como lo hacía con él y tampoco había
querido que alguien fuera mío como lo deseaba en ese momento. Era ridículo y... primitivo,
supuse, desear hacer de una persona algo tuyo. Pero no era tanto como algo posesivo que me
permitiera decidir sobre su vida o sus acciones; era más como un sentido de pertenencia. Como
estar en el lugar adecuado con la persona correcta.
Como tener un hogar al que regresar.
Quería que Trey fuese mío para cuidarlo, protegerlo y compartirlo todo con él. Y eso
implicaba un posible futuro en el que yo no podía evitar pensar. Lo que me llevaba de nuevo a la
decisión que había tomado la noche anterior.
—¿Y bien? —terció él. No había que ser muy listo para saber lo que me estaba preguntando.
Resoplé agotado—. ¿Tan mal fue?
Agité la cabeza en algo que no supe si fue un asentimiento o una negación. Aquella era una
conversación que debíamos tener, yo quería hablarle de todo lo sucedido, y no iba a cometer de
nuevo el error de retrasarlo a pesar de que me moría de ganas de llevarlo arriba y enterrarme en
su cuerpo hasta que el resto del mundo desapareciese.
Iba a abrir la boca, pero él me la tapó con la mano.
—No. Ahora no. Necesito un poco más de tiempo.
—¿Tiempo para qué?
Se apoderó de mis labios en un beso suave y lánguido que resultó demasiado breve para lo
bien que me hizo sentir.
—No sé lo que ha pasado y... no quiero... Solo... —Inspiró, luchando con las palabras.
—Ey, no pasa nada. —Lo besé yo esta vez, igual de despacio, solo para disfrutar del sabor de
su boca y del roce excitante de su lengua contra la mía.
Trey Donovan resultaba embriagador, y si había algo que tenía claro era que no iba a tener
nunca suficiente de él.
—¿Tienes hambre? —cambié de tema, dándole la salida que tanto parecía necesitar en ese
momento. Cuando negó, repasé la sombra oscura bajo sus ojos con la punta de los dedos—.
Tienes un aspecto de mierda, ¿qué tal una siesta? Luego hablaremos.
Se rio ante el poco halagador comentario, pero asintió. Luego empezó a mordisquearse el
labio inferior como hacía siempre cuando estaba inquieto por algo. Arrastré los dedos hasta su
boca y se lo saqué de entre los dientes. Presioné un poco, hasta que él respondió lamiendo la
punta de mi pulgar y mi polla reaccionó con una sacudida a su toque, claramente interesada en el
giro repentino de los acontecimientos.
Nos arrastramos escaleras arriba y nos metimos en mi habitación. No necesitamos decirnos
nada. En cuanto la puerta se cerró a nuestra espalda, estaba sobre él. Lo arrinconé contra la pared
y me empujé contra su cuerpo para hacerle sentir lo mucho que lo necesitaba, y el jadeo ahogado
que se le escapó fue señal suficiente para hacerme saber que a él le pasaba lo mismo.
—¿Ves lo que me haces? ¿Lo mucho que te deseo? —susurré en su oído. Era más que solo
deseo, más que la irracional atracción que había sentido en cuanto había puesto mis ojos sobre él
meses atrás.
Era más. Y yo lo quería todo. Con él.
Siempre.
Trey necesitaba saber eso y yo tenía que encontrar la manera de decírselo sin que se asustara.
Pero en ese instante lo quería dentro de mí. Llevé mi mano hasta la bragueta de sus vaqueros
y presioné la palma contra su eje. Estaba tan duro como yo, y la sola idea de tenerlo empujando
en mi interior me volvía loco.
—Axel —gimió mientras yo buscaba el modo de llegar hasta su piel.
Empujé su sudadera fuera de mi camino, quitándosela por la cabeza, y su camiseta fue detrás.
Los vaqueros y su bóxer acabaron en torno a sus tobillos, y tuve que arrodillarme frente a él para
quitarle las zapatillas y terminar de liberarlo de la ropa. Cuando levanté la vista para contemplar
su increíble cuerpo desnudo, estar de rodillas a sus pies me pareció el mejor lugar del mundo.
—Mierda, chico de oro. Eres tan jodidamente perfecto.
Trey me puso los ojos en blanco, pero el brillo alentador en sus pupilas me dijo que no estaba
tan exasperado con mis cumplidos como quería hacerme creer. Le gustaba. En realidad, creo que
le encantaba que le dijera lo bien que me hacía sentir, lo bien que sabía, lo mucho que lo
deseaba...
—Tu ropa sigue ahí —me señaló burlón.
—Puedo solucionarlo.
Nunca me había desnudado tan rápido. Realmente, necesitaba aquello. Mucho. Con
desesperación.
Lo agarré de la nuca y retrocedí con mi boca sobre la suya hasta que mis piernas tropezaron
con el borde del colchón y me dejé caer hacia atrás. Me subí a la cama y me estiré para sacar el
lubricante de la mesilla de noche.
Trey rio de nuevo, y fue el mejor puto sonido que hubiese oído jamás.
—Alguien está un poquitín ansioso.
—Quiero que me folles —fue toda mi respuesta.
Trey arqueó las cejas y, durante un breve instante, me pareció ver la inseguridad asomarse a
sus ojos.
—Está pasando de nuevo —farfulló, para luego añadir—: Después de la otra reunión. Tú...
Bueno, mierda, sí. Tal vez había un patrón ahí. A lo mejor necesitaba que Trey también
desease sentirme como suyo al margen de lo que el resto del mundo esperase de mí. A lo mejor
quería que se apropiara de mi cuerpo del mismo modo en que ya parecía haberlo hecho de mi
mente y mi corazón.
Joder, quería que me reclamase. Y tal vez eso era tan sorprendente como el resto de lo que
sucedía entre nosotros.
Nunca me había sentido de nadie. Nunca había soñado siquiera desear sentirme así.
—Si no quieres...
—Oh, no. Quiero. Lo quiero mucho —repuso con tanta vehemencia que me hizo sonreír.
Hundió una rodilla en el colchón y se arrastró hacia mí—. Pero luego espero que tú hagas lo
mismo por mí, así que tienes prohibido correrte.
Murmuré una maldición y me agarré la polla en un acto reflejo. Trey me dio un manotazo en
el brazo para apartarlo. Por una vez, parecía ser él quien estaba dispuesto a torturarme de la
mejor de las maneras; claro que, si era capaz de soportarlo, luego sería yo el que lo machacaría
hasta hacerlo suplicar.
—Trato hecho —acepté, y él ronroneó con la boca contra mi piel.
Tomó mi pezón entre los labios y su lengua jugueteó con la barrita de metal que lo atravesaba.
Ponerme aquella mierda había sido lo mejor que había hecho en mucho tiempo. De algún modo,
cada golpe de su lengua iba directo a mis pelotas y hacía que lo sintiera por todo el cuerpo.
—Joder, qué bien.
Apoyado sobre los codos, dejé caer la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, sintiéndome en el
maldito paraíso. Mis piernas se abrieron para él y Trey se acomodó entre mis muslos. Fue
bajando por mi cuerpo. Su boca recorrió mis abdominales y se deslizó por los surcos de mis
músculos con una perezosa calma que me sacó de quicio y me excitó aún más al mismo tiempo.
—Trey.
—Mmm... —murmuró contra mi piel. Me apretó el muslo y me lamió la punta. Más
maldiciones brotaron de entre mis labios. Él rio—. Ahora ya sabes lo que se siente.
—También entiendo tus insultos —gruñí.
Enredé los dedos en su pelo y empujé su cabeza contra mi polla de una manera vergonzosa.
Trey volvió a reír. Sus carcajadas retumbaron en mi pecho y le hicieron cosas raras a mi
estómago. Y estuve a punto de confesarle que quería oírlo reírse así siempre conmigo, en la cama
o fuera de ella.
—Voy a hacer que te sientas bien.
No lo dudaba ni por un segundo. Y también sabía que, en venganza, me torturaría todo lo
posible durante el proceso.
No me importó.
—Está bien, soy todo tuyo, chico de oro. Haz que cuente —le dije, porque era lo más cercano
a admitir que no quería ser de nadie más.
Nunca.
Trey

Tener a Axel King desnudo, abierto y expuesto ante mis ojos seguía siendo absolutamente
desconcertante y estimulante al mismo tiempo. También me aterraba. No la situación en sí; ya
había pasado hacía mucho la época de confusión acerca de sentirme atraído por un chico.
Sinceramente, no estaba aún muy seguro de qué etiqueta se suponía que tenía que ponerme, pero
era algo en lo que tampoco quería pensar o darle demasiada importancia. Me sentía bien
conmigo mismo y con lo que tenía con Axel. Tan bien que no quería que nada cambiase entre
nosotros.
Y la realidad era que su reunión de la noche anterior podía cambiarlo todo.
Así que yo había dado un paso atrás y, en vez de afrontar de una vez lo que fuese que hubiera
decidido Axel, lo estaba distrayendo con sexo.
Sí, sí. Muy maduro por mi parte, lo sé.
Lamí su eje desde la base hasta la punta sin apartar la mirada de su rostro. Quería contemplar
cada estremecimiento, cada gemido. Saber que era yo quien los provocaba me hacía sentir
jodidamente increíble. Yo era quien le hacía eso.
Sonreí como un estúpido.
—Date la vuelta.
La orden lo dejó desconcertado durante unos pocos segundos. Así que lo empujé y lo hice
girar sobre el colchón. Pasé una de las almohadas bajo sus caderas y luego, cuando lo tuve
exactamente donde lo quería, acaricié los costados de su cuerpo de arriba abajo. Sus músculos
tensos bajo las palmas de mis manos eran la mejor sensación de este mundo.
Quería volverlo loco. Aturdirlo de la forma en que él lo hacía conmigo. Que olvidara todo lo
que no fuésemos nosotros en esa habitación. Por el momento, el mundo real podía irse a la
mierda.
Me incliné sobre su espalda y besé cada centímetro de piel a mi alcance mientras mis caderas
se impulsaban hacia delante y mi polla se frotaba contra su culo. Lo provoqué a sabiendas de
que, esa vez, él parecía incluso más ansioso que yo.
—Deja de jugar —me reprochó, de nuevo gruñendo impaciente.
—Jugar contigo es divertido.
Esto no iba a ser rápido ni desesperado como lo había sido aquel día en la cocina. A pesar de
que me dolían las pelotas por la necesidad de hundirme en su interior, pensaba tomarme mi
tiempo con él. Ni siquiera el cansancio o la resaca lo estropearían.
Cuando trató de girarse, aplané la palma de la mano contra la curva baja de su espalda y me
eché hacia atrás. Acto seguido, fui a por todas. Hundí la cara entre sus nalgas y presioné la
lengua contra su agujero apretado.
—Oh, mierda, Trey —gimió en un largo suspiro que dejó sus pulmones vacíos.
Era la primera vez que yo hacía algo así y, joder, puede que fuera aún más excitante de lo que
había esperado.
Lo torturé sin descanso. Bordeé su entrada, trazando círculos a su alrededor, empujando luego
en su interior. Axel prácticamente se deshizo sobre el colchón. Gimió y pidió más, y yo me sentí
vergonzosamente orgulloso. Y más cachondo que en toda mi vida.
—Eso es... Es...
—Uy, mirad al quarterback tartamudeando.
—Vete a la mierda, idiota.
Mi réplica a eso fue deslizar un dedo dentro de su culo, lo cual acalló cualquier otra protesta
que fuera capaz de conjurar. Vale, a lo mejor había descubierto la manera de cerrarle la boca a
Axel King.
Por una vez, los roles entre nosotros habían cambiado totalmente.
—Dime si está bien así —le pedí mientras jugaba con mi lengua y mi dedo.
La vez anterior, Axel se había preparado para mí. No quería hacerle daño, aunque no parecía
que ese fuese el caso.
—Más. Dame otro.
—¿Seguro?
Un exigente gruñido fue suficiente para convencerme. Solté una risita y añadí un segundo
dedo. Su culo se apretó de inmediato, pero luego se relajó enseguida. Volví a lamerlo alrededor
mientras retorcía los dedos en busca de su próstata. Cuando Axel gimió y empujó hacia atrás,
supe que la había encontrado.
—Sí, joder. Joder —exclamó, seguido de una ristra de maldiciones.
Continué apuñalándolo, inclinado sobre él para susurrarle al oído un montón de sucias
provocaciones y explicarle lo bien que iba a hacerlo sentir. Alcancé su polla con la otra mano y
le di un par de caricias flojas y totalmente insuficientes. Mi propia polla estaba dura como una
piedra y reclamaba una atención que en ese momento no podía prestarle, lo cual era una suerte,
porque había muchas posibilidades de que me corriera en el acto si me tocaba.
No tenía ni idea de cómo iba a ser capaz de metérsela y no acabar en dos segundos.
—Estoy listo. Joder, hazlo ya —se quejó, y yo me reí. Estaba visto que Axel no era el único
imbécil de los dos cuando se trataba de hacer agonizar al otro.
—No sé, esto es bastante divertido.
—Trey —me advirtió.
—Axel.
Solo tuve que esperar un par de segundos para obtener lo que quería. Tres, dos...
—Por favor —rogó, empujándose contra mis dedos.
Excitado.
Necesitado.
—Joder —maldije al contemplar la imagen que me estaba brindando.
Busqué sobre la cama el bote de lubricante y me las arreglé para embadurnarme la polla con
él con una sola mano. Un instante después, retiré los dedos y me coloqué en posición. Sin
embargo, no hice nada por deslizarme en su interior. Tuve que sujetarlo de las caderas para que
no fuera él quien se empalara en mí.
—Vamos, King, dime lo que quieres —me burlé, a pesar de que, mentalmente, estaba
recitando las estadísticas de todo el equipo para evitar centrarme en lo placentera que resultaba
su entrada apretada.
No estaba muy seguro de quién de los dos deseaba más aquello.
—Así que King, ¿eh? ¿Así es como vamos a jugar?
Me reí y le clavé los dedos en la carne porque parecía decidido a tomar las cosas por su propia
mano. Lo nuestro resultaba a veces una cuestión de provocación, de cruzar los límites del otro a
base de exigir una absoluta rendición. Otras, era más lento, caricias por encima de la ropa y
besos apenas robados. Pero siempre parecía demasiado e insuficiente a la vez. No creía que fuera
a cansarme jamás de tenerlo bajo mi cuerpo; ni encima, ni al lado. Detrás o delante. Daba igual.
Cedí lo justo para hundirme tan solo unos pocos centímetros en él y...
«Mierda. Mierda. Mierda.»
—Dios, estás demasiado apretado.
—Trey, te juro que...
Empujé lentamente hasta el fondo y la amenaza que fuese a formular murió en sus labios y se
transformó en un largo gemido de placer que no hizo nada bueno por mi autocontrol. Todo en lo
que podía pensar era en no explotar y que aquello acabase casi antes de haber empezado. ¿Cómo
demonios podía ser tan condenadamente delicioso?
Aparté la vista de su precioso culo redondo y duro y respiré hondo para calmarme. Me incliné
y envolví los brazos alrededor de su cintura. Una ligera capa de sudor cubría su espalda, y su
olor... puede que me hubiese hecho un poco adicto también a ese aroma tan característico que
desprendía. A todo él.
Creo que fue en ese momento, hundido en él y con su cuerpo contra el mío, cuando me
prometí que lidiaría de cualquier forma necesaria con lo que fuera que hubiese sucedido en esa
reunión.
Mientras Axel se retorcía bajo mi cuerpo y yo le murmuraba al oído lo bien que me hacía
sentir, el modo en que se ajustaba a mí y lo loco que me volvía, comencé a moverme.
Embestidas largas y profundas, muy despacio, dejando que percibiera cómo cada centímetro de
mí se adentraba en su cuerpo y disfrutando de la sensación de estar haciéndolo mío. Lo poseí. Le
arrebaté la voluntad y, a cambio, le proporcioné todo el placer que fui capaz de entregarle, a
sabiendas de que lo único que anhelaba más que mi propio disfrute era el suyo. Porque oír los
gemidos entrecortados que abandonaban sus labios cada vez que me empujaba más
profundamente suponía perderme un poco más en él. Me daba vueltas la cabeza. Apenas podía
respirar.
Me incorporé llevándomelo conmigo y ambos quedamos de rodillas sobre el colchón. Axel se
arqueó y se clavó aún más en mí, y lanzó su mano hacia atrás para aferrarse a mi nuca. Su boca
buscó la mía. Durante un puñado de segundos eternos todo lo que hicimos fue besarnos; lengua
contra lengua. Y cuando nos separamos la expresión de Axel era tan abierta, tan vulnerable y
necesitada, tan sinceramente abrumadora que creí que no sería capaz de sostenerme y sostenerlo
a él.
—Más, Trey —pidió; suplicó más bien—. Quiero ser tuyo.
Cuando trató de apartar la vista, tanteé su barbilla para mantener su cabeza ladeada y
obligarlo a mirarme. Deslicé la otra mano hasta su cadera y empujé desde abajo para conducirme
aún más profundo.
—Ya eres mío. Eres todo mío, Axel King. Y vas a seguir siéndolo —le aseguré con una nueva
embestida que apenas si le permitió mantener los ojos abiertos. Lo apreté contra mi pecho y me
aseguré de que entendiera mis siguientes palabras—. Y yo te pertenezco, ¿me oyes? Solo tú y yo.
Solo contigo.
Axel emitió un jadeo tembloroso. Su cabeza cayó sobre mi hombro. Empujé. Y empujé. Y
seguí hundiéndome en él con todo lo que tenía mientras él salía a mi encuentro con la misma
cruda necesidad de sentirme. De sentirnos. Juntos.
Cuando no fuimos capaces de mantenernos erguidos, salí de él. Axel protestó por la pérdida,
pero enseguida lo hice tumbarse boca arriba.
—Quiero ver ese precioso rostro cuando no puedas soportarlo más y te corras en mi polla.
—No pares, por favor.
—Nunca.
Después de eso, todo se aceleró. Aumenté el ritmo de mis embestidas y busqué ese punto
infame en su interior para machacarlo sin descanso. Axel tiró de mí y, aunque besarse y respirar
al mismo tiempo parecía en aquel momento una utopía, apoyé la frente contra la suya y no
abandoné su boca ni un instante. Más que besarnos, nos bebimos los gemidos y el aliento del
otro como si eso fuera lo único que necesitábamos para llenarnos los pulmones.
Axel tomó todo lo que le di y yo traté de entregárselo de vuelta con la misma devoción. Era
cálido y apretado, y tan perfecto que sabía que no podría haber nadie después de él. Porque no
solo se trataba de sexo, sino del sentimiento que se enroscaba en mi pecho cada vez que lo
miraba. De lo bien que me hacían sentir todas esas emociones en mi interior. De lo mucho que
podía perderme en él y encontrarme al segundo siguiente.
—Estás hecho para mí —aseguré con poco más que un gruñido.
Y yo estaba hecho justo a su medida.
—Trey, ya estoy... estoy cerca —balbuceó, abriendo los ojos para mirarme.
En otro momento, tal vez podría haberme reído por lo aturdido que parecía, con los ojos
vidriosos, cargados de lujuria y rebosando un placer casi angustioso. Los labios abiertos en un
jadeo infinito y entrecortado. El sonido de esos gemidos llenaba mis oídos junto con el erótico
choque entre nuestros cuerpos, contundente e interminable. Mi propio orgasmo empujaba desde
la base de mi espalda, desenredándose a través de mis músculos y mi piel.
—Lo quiero. Lo quiero todo de ti —acerté a decirle.
Envolví la mano en torno a su eje y comencé a bombearlo al mismo ritmo que lo llenaba.
Axel apretó la nuca contra la almohada y gimió con tanta fuerza que supe que, si Cop estaba aún
en la casa, no le cabría duda de lo que estábamos haciendo.
Ajusté la otra mano sobre su cadera todavía con más fuerza. Iban a quedarle marcas allí, yo
también tenía unas cuantas, pero a él no parecía importarle en absoluto. Estaba demasiado
perdido en su placer. Con un último y poderoso empuje, me hundí profundamente en él. Axel
abrió los ojos y la boca en un grito silencioso. Todos sus músculos se pusieron rígidos y su
cuerpo se sacudió bajo el mío. Mi propia polla comenzó a palpitar cuando chorros de semen
salpicaron su abdomen y su pecho, y su agujero se apretó con fuerza en torno a mí, enviándome
de cabeza a un orgasmo de cuerpo entero. Cada músculo y cada hueso, cada centímetro de mi
piel vibró y me vacié en su interior durante lo que me pareció una jodida eternidad.
Ni aun así me detuve, continué entrando y saliendo de él, atravesando mi propio orgasmo y
acompañándolo en el suyo hasta que no quedó más de nosotros que entregar y me derrumbé
sobre él con una exhalación.
Escondí el rostro en el hueco de su cuello, abrumado y exhausto. Durante varios minutos
ninguno dijo nada. Pero Axel me rodeó con los brazos y deslizó los dedos por mi espalda con
suavidad y yo besé la piel de su garganta como una respuesta silenciosa a sus tiernas caricias.
Estuve a punto de susurrarle que lo amaba. Nunca lo había tenido tan claro como entonces,
pero no quería ser la clase de tipo que dice algo así después de follar incluso cuando yo sabía que
lo que habíamos hecho no era follar en absoluto.
—Vaya —dijo él finalmente.
Me eché a reír, repentinamente nervioso.
—Sí, eso lo define bien.
Sabía que teníamos que hablar. Dejarlo abandonar aquella cama, o hacerlo yo, sin mantener
una conversación no debería haber sido una opción después de todo por lo que habíamos pasado.
Nuestros encuentros y desencuentros. Las idas y venidas.
La cabeza aún me daba vueltas y mi corazón continuaba estrellándose contra mis costillas de
un modo preocupante. Pero entonces Axel tomó mi rostro con una mano y empujó con el pulgar
para obligarme a abandonar el refugio de su cuello. Sus ojos estaban brillantes y su mirada era
suave y cariñosa. Tierna como pocas veces lo había visto.
—Tenemos que hablar, pero hay algo que vamos a hacer antes.
—¿Eh? —Bien, ahora era yo quien balbuceaba.
—Primero ducha, y luego te vienes conmigo.
—No sé si puedo moverme —lloriqueé, y él sonrió.
—Quiero mi cita. Una de verdad.
Arqueé las cejas. Habíamos salido en muchas ocasiones a comer por el campus, habíamos
estado en varias fiestas juntos, aunque nunca como pareja, o al menos no de forma oficial. Las
citas no eran lo mío en realidad; bueno, a no ser que me remontara al baile de graduación del
instituto.
Axel había pagado en la subasta por una cita conmigo y no habíamos llegado a tenerla,
aunque yo sabía que no se trataba de eso.
—¿Vas a llevarme a cenar? —parpadeé, burlón, pero más nervioso de lo que me habría
gustado tener que admitir.
—Haré algo mejor. Y hablaremos de... todo.
Esa pausa no me pareció muy prometedora, pero Axel no me pediría una cita para confesarme
luego que había aceptado las condiciones de Olson & Faulk y que Levy seguía a bordo en toda
aquella locura, ¿verdad? No podía ser una cita de despedida o algo así. ¿Eso sucedía? ¿Uno se
llevaba a su novio por ahí y le decía que su nueva agencia le había suministrado un chico para
desahogarse entre partido y partido de la NFL?
—Vaya, te sale humo de las orejas.
Rodé hasta quedarme tumbado a su lado, mirando al techo. Pero Axel no parecía dispuesto a
dejarlo pasar. Se apoyó en un codo y se inclinó sobre mí. Tenía una de esas sonrisas oscuras y
provocadoras que yo, en condiciones normales, disfrutaba tanto. Eso solo consiguió ponerme
más nervioso.
—Eres adorable cuando estás preocupado.
—Y tú, idiota.
Suspiró, aunque sabía que mi respuesta no era más que uno de nuestros tira y afloja.
—Anoche tomé una decisión.
Esperé, pero no dijo nada más. Mierda, eso no era bueno. Tampoco las líneas de inquietud
que aparecieron en su rostro.
—Te da miedo haberte equivocado —señalé, y no fue una pregunta.
Trazó la línea de mi mandíbula con el pulgar y su uña raspó a través del rastro de barba de mi
mentón, poniéndome la carne de gallina. Luego sus dedos se deslizaron por mi garganta y mi
torso, y sus ojos persiguieron el movimiento hasta que su mano quedó plana sobre la parte
izquierda de mi pecho. Mi corazón retumbó una vez más con fuerza, casi como si lo saludara y
respondiera a su tacto.
Acto seguido, me besó. Pero no fue como cualquiera de las otras veces. No, me besó de un
modo tan ardiente y profundo, tan crudo y real que creí que, cuando terminara, encontraría
quemaduras sobre mi piel. Sobre mi alma tal vez.
—Tengo miedo de que te asustes y salgas corriendo, Trey Donovan —admitió al separarse, y
sus ojos azules regresaron a mi rostro—. Tengo miedo de perderte y no ser capaz de volver a
sentirme en casa nunca más sin ti.
Y con esas pocas palabras, si no lo hubiera estado ya, habría terminado totalmente enamorado
de él. Así que respondí de la única manera en que podía hacerlo:
—No creo que correr sea ya una opción para mí, Axel King.
Axel

Obligué a Trey a salir de mi cama y meterse en la ducha. Aunque la idea de ir a por un segundo
asalto y ser esta vez yo quien lo follara hasta el olvido —lo cual se suponía que había sido el plan
inicial— era realmente tentadora, me dije que ya era hora de que hablásemos. Así que nos
duchamos por turnos. No me engañaba a mí mismo: no había manera de estar en ese espacio
estrecho con Trey desnudo y mantener las manos lejos de él.
Solo que, cuando salí de la ducha, me lo encontré desmayado sobre el colchón, aún con la
toalla en torno a las caderas.
No pude evitar sonreír. Lo tapé con una manta y me dije que bien podía darle un pequeño
descanso, lo cual resultaba incluso oportuno y me permitiría hacer algunos preparativos para
nuestra cita.
Me encontré a Cooper en la planta baja, con unos auriculares puestos y la música tan alta que
podía oírla desde el umbral del salón. Cuando me descubrió allí, elevó la vista al techo y movió
los labios en silencio como si recitara una plegaria.
—¿Ya habéis terminado? Por Dios, ¿qué mierda hacíais ahí? —Hizo una mueca, horrorizado
al comprender lo que había preguntado en realidad—. No, joder, ni se te ocurra decirme una
palabra. No quiero saberlo.
Me reí, aunque tenía que estar un poco de acuerdo con él. Me dolía el culo y tenía las caderas
llenas de marcas, y me había corrido tan duro que llegué a creer que me desmayaría. Trey me
había destrozado por completo, pero había sido de la mejor de las maneras. De un forma que no
olvidaría jamás.
No le había mentido a Trey. Más que las consecuencias de mi decisión, me aterrorizaba la
idea de que se asustara. Solo esperaba que él se sintiera tan en casa conmigo como yo lo hacía
con él.
Que... me amara.
—Vamos a salir. Voy a llevar a Trey a... un sitio —comenté mientras trasteaba en mi teléfono
para hacer ciertos arreglos. Cuando levanté la vista, Cooper me estaba mirando muy serio—.
¿Qué?
—No le rompas el corazón, King. Anoche, cuando me contó el encuentro con tu padre, estaba
destrozado, incluso cuando se había bebido ya medio bar y trataba de aparentar que no le
importaba lo que él pudiera pensar sobre vuestra relación.
Inspiré hondo y luché contra la necesidad de llamar a mi padre en ese mismo instante para
decirle que se mantuviera lejos de Trey y también de mí. Lo había creído capaz de muchas cosas,
pero no había previsto hasta dónde parecía dispuesto a llegar para salirse con la suya. Estaba
claro que esperaba obtener un provecho mayor de mi carrera de lo que yo había creído en un
principio.
O eso, o se divertía amargándome la vida y tratando de imponer su forma de proceder como la
única válida. Seguramente, se tratase de ambas cosas.
—Jamás le haría daño a Trey.
—Bien, porque tengo a todo un equipo de fútbol y una casa llena de hermanos para romperte
las piernas si vuelvo a ver a mi amigo tan deprimido por ti. O al menos a un buen número de
ellos.
—JT —fue todo lo que dije, pero él pareció comprender.
—Creo que el entrenador va a expulsarlo del equipo. He hablado con varios de los chicos y
todos han asegurado que fue él quien provocó la pelea.
—No fue el único. Tenía a varios de respaldo.
Cooper asintió, aunque dudaba que se acordase de mucho.
Yo todavía estaba esperando una charla a solas con el entrenador. Uno de los golpes que se
habían dado la noche anterior había salido de mis puños y eso podría traerme pésimas
consecuencias. Pero sabía que, de volver a estar en la misma situación, defendería a Trey con
todo lo que tenía.
Nadie, ni siquiera yo, le haría daño a Trey Donovan.
—Voy a cuidar de él —le aseguré sin rastro de duda en la voz.
Era todo cuanto quería. Cuidar a Trey y asegurarme de que era feliz. Y ser suyo, porque eso
era lo que me haría feliz a mí.
Cooper asintió.
—Bien. Me alegro de no tener que matarte entonces. Esconder un cadáver siempre es un
engorro.
Me eché a reír.
—No podrías conmigo, pero lo tendré en cuenta.
Puso los ojos en blanco y deslizó el otro auricular fuera de su oído.
—Solo... asegúrate de mantener a tu padre lejos de Trey.
Asentí.
La puerta se abrió y Grayson atravesó el umbral en bermudas y cubierto de arena; aquello era
ya un clásico para él. Llevaba un balón de voleibol bajo el brazo y una toalla colgada del
hombro. Estaba claro que venía de entrenar.
—Ey, ¿qué tal fue el partido? He oído por ahí que os metisteis en una pelea luego.
—¿Así que sabes lo de la pelea pero no te has enterado de que ganamos? —terció Cooper.
Grayson se encogió de hombros. Estaba claro que en el campus incluso los rumores tenían su
propio sistema de prioridades.
—Dicen que Axel le partió la cara a un tipo del otro equipo. ¿Lo hiciste? —preguntó,
dirigiéndose ahora a mí.
—No le partí la cara a nadie, solo le reorganicé un poco las costillas. Y fue de nuestro equipo.
Grayson no pareció demasiado sorprendido por ese detalle. Al parecer, era otro secreto a
voces que había algunos idiotas en el equipo de fútbol.
JT tendría ese día un buen cardenal de recuerdo. Es más, lo había visto en el autobús
recolocándose en el asiento varias veces mientras reprimía un gesto de dolor.
Que lo jodieran, se lo había ganado. Habría sido mucho peor si hubiera llegado hasta Trey y le
hubiera hecho daño. Dudaba que, de ser así, hubiera podido limitarme a quitárselo de encima con
un solo golpe. Yo nunca había sido de los que empiezan una pelea ni de los que creen que la
violencia es la solución adecuada, pero tampoco de los que permitían que una mole de más de
cien kilos pisoteara a nadie.
—Pero no le contéis mucho a Trey sobre ello. No quiero que se preocupe ni que oiga la
mierda que ese tipo dijo sobre él.
Gray compuso una mueca burlona.
—Oh, qué bonito. Mira a nuestro chico grande, preocupándose de los sentimientos de nuestro
otro chico grande. Sois adorables. ¿Cuándo es la boda?
Cooper empezó a reírse y juro que yo me quedé en blanco. Casarme no era algo en lo que
hubiera pensado en serio jamás, y Trey y yo llevábamos saliendo apenas unos meses. Pero la
idea de un futuro juntos resultaba demasiado tentadora. Era justo lo que yo quería, algo que, por
otro lado, nunca había llegado a desear con nadie más.
—¿Por qué? ¿Quieres ser el padrino?
Cop se adelantó con los brazos en alto.
—Ni de coña. Yo voy a ser el padrino.
Se me escapó una carcajada cuando empezaron a discutir entre ellos como si fuésemos a
celebrar una boda al día siguiente. Y, aunque la idea era ridícula en aquel momento, me dije que
quizá más adelante podría llegar a convertirse en realidad.
Nos desperdigamos por el salón y pasamos un rato hablando sobre el partido y nuestras
posibilidades para llegar a los playoffs. A pesar de que había pasado mucho menos tiempo con
ellos que con Trey, me di cuenta de que en algún momento había ido surgiendo un sentimiento
de comodidad entre nosotros.
Cooper, incluso con sus amenazas nada sutiles con respecto a su mejor amigo, era en realidad
bastante decente; leal, divertido, abierto, y la clase de tipo con el que sabías que siempre podrías
contar. Grayson se mostraba más disperso y relajado, soltaba lo primero que le pasaba por la
cabeza y podía llegar a ser incluso un poco ingenuo; nada parecía afectarle demasiado, salvo, al
parecer, el hecho de no haber logrado localizar a la chica de Halloween. Cuando lo mencionó de
pasada, Cooper y yo intercambiamos una mirada culpable.
Caleb vendría en apenas unos meses a vivir al campus y, teniendo en cuenta que era el
hermano de Trey, seguro que iba a estar mucho por la casa. En teoría, si me reclutaban en los
drafts, parecía casi inevitable que no pudiera completar mis estudios y tendría que dejar mi
habitación libre; lo más normal sería que Caleb la ocupara...
El timbre de la puerta me sacó de mis cavilaciones. Me levanté de un salto y me dirigí a la
entrada. Allí estaban mis provisiones.
—¿Y eso? —preguntó Grayson, asomándose tras de mí a la puerta mientras lo metía todo en
el maletero de mi coche y le daba una propina al repartidor.
Me encantaba que en nuestros días pudiera pedirse cualquier cosa a través de una aplicación y
tenerlo en casa en menos de una hora.
—Trey y yo tenemos una cita.
Ni siquiera supe por qué lo dije. Grayson compuso otra de esas expresiones estúpidas y sus
pestañas aletearon de una forma ridícula en mi dirección. Cooper se unió también a las burlas
desde la puerta. En fin, me importaba una mierda.
—Sois unos cabrones. Ya os llegará el momento, ya. Y entonces seré yo quien se ría.
Cooper señaló alrededor con el dedo.
—Pero, mientras, vamos a disfrutar de esto todo lo que podamos. Eres un romántico, King.
Quién lo habría dicho.
Grayson y él unieron las manos y se las llevaron al pecho, y me tuve que reír. Menuda panda
de imbéciles estaban hechos.
Pero, incluso con las bromas, estaba nervioso por aquella cita con Trey. Pensé en ir a
despertarlo y luego decidí dejarlo descansar un poco más. Solo que cuando todos regresamos al
interior, él bajaba por la escalera vestido con unos vaqueros con rotos a la altura de las rodillas y
que se aferraban a sus muslos de una forma increíble y una camiseta de botones de un tono verde
oscuro que resaltaba el color de sus ojos. Se le había secado el pelo en un adorable lío de
mechones rubios y tenía la marca de la almohada en la mejilla.
Me quedé mirándolo con la boca abierta.
Joder, era precioso.
Y yo probablemente estaba haciendo el ridículo frente a mis otros compañeros de piso. Me
obligué a cerrar la boca y le dediqué a Trey una sonrisa. Apenas llegó al último escalón, lo atraje
hacia mí y le di un beso en la sien.
—Oooh, qué bonito —se burló Gray.
Cooper se rio.
—Gilipollas —les espetó Trey, y yo no pude hacer otra cosa que darle la razón.
—¿Podemos llamarlos Trexel? ¿Axrey? —continuó bromeando Gray.
Le mostré el dedo corazón mientras mantenía a Trey contra mi costado.
—Portaos bien y no nos esperéis despiertos, niños —repuse arrastrando a Trey conmigo hacia
el exterior.
Tal vez su idea de una cita era una cena en alguno de los restaurantes cercanos al campus o
algo por el estilo, pero yo ya había decidido adónde quería llevarlo. Necesitábamos tranquilidad
para hablar, y había un sitio perfecto para ello. Aunque cuando, tras apenas diez minutos de
conducción, aparqué y detuve el motor, Trey parecía más confundido que entusiasmado, lo cual
era de esperar en realidad.
—Hoy no tenemos entrenamiento —señaló—. ¿Olvidaste algo en el vestuario o algo así?
—Vamos, muévete y deja de hacer suposiciones.
Se bajó del coche y yo me uní a él en el aparcamiento del campo de entrenamiento en el que
habitualmente pasábamos casi tanto tiempo como en casa.
—Ni siquiera podemos entrar. Está cerrado.
Alcé un manojo de llaves que tintinearon cuando las sacudí frente a su cara. Rodeé el coche
hasta el maletero y saqué las dos bolsas que me había traído el repartidor junto con una manta
que siempre guardaba allí.
—No para mí. Soy el preferido del entrenador, ¿recuerdas? —me jacté, solo para obtener un
resoplido por su parte.
Al poco de llegar al equipo, Meyer había accedido a darme acceso ilimitado al campo, ya que
muchas veces me quedaba practicando jugadas después de los entrenamientos solo o con alguno
de los novatos; supongo que el hombre se había cansado de tener que esperar hasta que
terminásemos para irse a casa.
El césped era el único sitio que yo había considerado como un hogar durante mucho tiempo;
allí me sentía vivo, completo, y más yo mismo de lo que podía hacerlo en cualquier otro
momento o lugar. Formaba parte de quién era, de lo que era. Y hasta que Trey había aparecido
en mi vida y se me había metido bajo la piel y en el corazón, el campo había sido todo lo que
tenía. Algo seguro que jamás me fallaría.
Cogí a Trey de la mano y lo llevé conmigo adentro. Accedimos por una de las puertas
laterales y recorrimos varios pasillos hasta llegar al túnel de vestuarios y, poco después,
estábamos sobre el césped. Tan solo había un par de focos iluminándolo, lo cual proporcionaba
el ambiente perfecto. Extendí la manta en la línea de las cuarenta yardas mientras Trey me
observaba entre curioso y divertido; sí, a lo mejor Grayson tenía razón y yo de repente me había
convertido en un imbécil romántico.
—¿Debería grabar esto para asegurarme luego de que no lo he soñado? ¿Nos has preparado
un pícnic?
—¿Qué puedo decir? Soy un tipo encantador.
Trey rio, aún un poco desconcertado, y se dejó caer sobre la manta mientras yo comenzaba a
sacar de las bolsas un montón de comida y una botella de vino.
—No estoy seguro de que pueda beber después de lo de anoche.
—También hay refrescos —señalé con aires de suficiencia.
Había tenido en cuenta su resaca y la posibilidad de que hubiera aborrecido temporalmente el
alcohol. Pero ¿qué habría sido de una cita sin un buen vino? El pensamiento me hizo sonreír. Si
me hubieran dicho unos meses atrás que tendría una cita con uno de mis compañeros de equipo,
o con cualquier tipo en realidad, no creo que me lo hubiera creído. Sin embargo, allí estaba,
nervioso y un poco aterrado no por la cita en sí, sino por lo que tenía que confesarle a Trey.
—Estoy empezando a preocuparme —confesó él, bajando la vista y contemplando el
despliegue de envases frente a nosotros—. Si vas a decirme que Levy...
—No —lo corté tajante—. Él no forma parte de nada de esto, Trey, por mucho que Olson &
Faulk o mi padre se hayan empeñado en planearme la vida e incluirlo en ella.
—Creo que es cosa de tu padre. Anoche me abordó al salir del vestuario después del partido.
—Cooper me lo contó. Lo siento mucho, no debería haberse acercado a ti. —Me incliné hacia
él y rocé sus labios despacio, pero retrocedí de inmediato.
Si empezaba a besarlo, dudaba mucho que fuésemos capaces de continuar hablando.
—Creo que tiene algún contacto en la agencia y él... Bueno... —titubeó, pero sabía lo que
trataba de insinuar.
—Es amigo de Peter Faulk y tienen algunos negocios juntos. Al principio me impresionó que
uno de los socios de la agencia estuviera en la reunión, pero el tipo no fue precisamente sutil
sobre su amistad con mi padre. Quedó claro que todo aquello era al menos en parte una
deferencia hacia él.
Trey hizo una mueca, supongo que porque la intervención de mi padre, en cierto modo, ponía
en entredicho la veracidad del interés que tenían por mí. Y, aunque Foster había dejado claro que
querían representarme y tenían mucha fe en mis posibilidades, yo también había albergado
algunas dudas sobre ello. Pero creía en mí mismo, había luchado y trabajado mucho a lo largo de
los años; mi padre nunca podría arrebatarme eso. Tampoco lo haría Olson & Faulk.
Bueno, había llegado el momento de soltarlo todo.
—He rechazado su oferta.
Hubo una pausa tensa mientras las palabras calaban en Trey, y luego empezó a negar con la
cabeza. Casi parecía al borde del pánico. Así que me obligué a continuar:
—Fueron muy claros en lo que respecta a mi orientación sexual. Dado que no he salido del
armario de forma oficial, o eso creen ellos, piensan que todo a lo que tendrían que enfrentarse
sería a algunos rumores sobre mi época universitaria, lo cual es bastante más frecuente de lo que
se esperaría. Ya sabes, toda esa mierda de experimentar y vivir experiencias. Pero esperaban de
mí que fuera el ejemplo perfecto de un jugador de la NFL, con toda la mierda de fiestas
pospartido repletas de mujeres y alcohol incluidos. Cualquier cosa para que no haya dudas ni
polémicas que puedan afectar a mi reputación.
—Sé que no quieres esconderte, pero... es una de las agencias más importantes de California.
¡De todo el país! No puedes rechazarlos, por mucho que tu padre te haya facilitado las cosas. Y
no quiero parecer engreído al respecto —prosiguió, con el ceño fruncido pero aparentemente
también avergonzado—, no sé si haces esto por ti o por mí. Puedes seguir como hasta ahora, sin
confirmar nada.
Solté una carcajada. Sus mejillas estaban coloreadas de un rojo profundo. Un Trey Donovan
ruborizado era incluso más impresionante que el que rogaba para que lo follara más duro.
—No quiero —sentencié—. Soy bueno en el campo. Muy bueno. Y he estado pensándolo
bien. No voy a fomentar que se nos siga tratando como una vergüenza o algo que hay que
esconder. Y trabajar con Olson & Faulk sería justamente firmar para eso. —Miré a mi alrededor
—. Este ha sido siempre el único lugar en el que me he sentido yo mismo, y no voy a dejar que
eso cambie. Incluso cuando haya encontrado otro sitio al que considerar un hogar. O, más bien, a
una persona.
La enorme arruga que atravesaba la frente de Trey continuaba ahí, acusadora. Y por su
expresión parecía que creía que me había vuelto loco. Había hecho un montón de suposiciones
acerca de nosotros dos juntos, y tal vez mi miedo a que Trey saliese corriendo no estaba
injustificado después de todo.
Pero ya no había marcha atrás.
—No voy a postularme para los drafts.
—Estás loco, Axel.
Sí, tal vez había perdido la cabeza. Quién sabe.
—Esperaré a encontrar una agencia que defienda lo que quiero para mi carrera. Lo que soy.
Acabaré mis estudios, solo por si necesito un respaldo, y, llegado el momento, puedo entrar en la
NFL como agente libre. Mientras, me quedaré aquí. Contigo.
Frunció aún más el ceño, si es que eso era posible. Ahora parecía enfadado.
—¿Te das cuenta de que tienes más posibilidades que nadie de ser elegido en la primera ronda
de los drafts? ¡La primera! Eso es un montón de dinero y un contrato con algunos de los grandes.
Los equipos se pelearán por ti.
Le dediqué una de mis medias sonrisas arrogantes.
—Sabía que más tarde o más temprano tendrías que admitir que soy espectacular.
—Eres idiota. Eso eres, Axel. No puedes tirarlo todo por la borda por tu padre, porque
entonces él gana de todas formas. Y tampoco puedes hacerlo por mí.
Me incliné sobre él y tomé su cara entre las manos. Joder, estaba claro que se me daba fatal
explicarme.
—Mi padre se queda al margen de todo esto. Nunca se ha preocupado por mis decisiones
hasta ahora y, sí, el fútbol ha sido toda mi vida hasta el momento. Mi sueño siempre ha sido
llegar a profesional y jugar en la NFL. No estoy renunciando a eso, Trey. No renunciaré a nada.
Tampoco a ti. Y no voy a pedirte que te escondas o seas un sucio secreto del que no se me
permite hablar. Quiero... —titubeé, y se me aceleró el pulso. Mierda, ¿estaba sudando?—. Ahora
tú formas parte de ese sueño. No sé cuándo demonios ha sucedido o cómo. Pero, joder. —
Resoplé, eso era más difícil de lo que había creído—. Estoy enamorado de ti. Te quiero, chico de
oro. Lo quiero todo contigo.
Mis dedos se anclaron en su cuello y mi pulgar recayó en la zona en la que su pulso era
perfectamente apreciable. Iba tan rápido como el mío, aunque no tenía ni idea de si eso era una
buena o una mala señal. Sus ojos estaban clavados en mí, pero ni una palabra salió de su boca.
Empezaba a ponerme nervioso su silencio.
—Di algo, por favor.
—Yo también te quiero —soltó en un susurro.
Aparté de un manotazo la botella de vino y los envases de comida y me lancé sobre él. Acabó
con la espalda sobre el césped, tumbado bajo mi cuerpo.
—Repítelo. Dilo otra vez.
Por fin, la tensión de su expresión desapareció y las comisuras de sus labios se curvaron.
—Te quiero, Axel King. Aunque tu ego necesite una repetición, me parece...
Ni siquiera lo dejé terminar. Me apropié de su boca con la necesidad cruda que siempre
despertaba en mí y me bebí el gemido que exhaló al primer contacto de mi lengua. Lo besé
durante largo rato sin hacer nada más que eso, sin tratar de convertirlo en el comienzo de algo.
Sin exigir o tomar más de él de lo que me ofrecía por propia voluntad. Solo intentando mostrarle
lo que había tratado de explicarle poco antes. Que nadie me diría quién ser o con quién estar.
Que no lo apartaría jamás. Que lo quería a mi lado siempre.
Que lo amaba.
Que era casa y hogar. Un sitio seguro. Y que eso... eso era más importante que cualquier
contrato millonario. Porque era lo que nunca había tenido y no sabía que buscaba.
Que era mi chico de oro. Mi premio. Mi puto trofeo Vince Lombardi. Mi anillo de campeón.
Que lo era todo para mí.
Todo.
Trey

Axel se había vuelto loco. Es decir, comprendía lo que decía y, si lo pensaba bien, dado el talento
que tenía en el campo, sabía que probablemente no tendría problemas para acabar jugando en la
NFL de todas formas. Y decía mucho de él que no quisiera ceder a la presión y esconderse para
perpetuar el estereotipo del jugador de fútbol americano masculino y, por supuesto,
completamente heterosexual.
Era valiente y honesto consigo mismo, y eso probablemente hacía que lo quisiera aún más.
Pero estaba rechazando una oportunidad demasiado buena, incluso con la indeseada
mediación de su padre.
—Tienes dudas. Sobre nosotros... —señaló apartando a un lado el envase de comida que
sostenía entre las manos.
Sonó inseguro, algo que jamás podría haber asociado con él. Pero no podía estar más
equivocado.
Nos habíamos separado a duras penas para poder cenar y disfrutar de todo lo que había traído.
Para ser una primera cita, mi primera cita de verdad en realidad, Axel no podría haber elegido
mejor.
Yo también me sentía en casa cuando estaba en el campo; solo que en mi caso yo había
crecido en un verdadero hogar al que sabía que siempre podría regresar. El fútbol era importante
para mí, pero no lo era todo como en su caso. Incluso a la hora de elegir carrera, Axel había
optado por especializarse en ciencias del deporte y nutrición deportiva. Su vida y sus sueños
estaban ligados de forma íntima a aquel mundillo.
De cualquier modo, estar allí con el campo para nosotros solos y devorando un montón de
comida deliciosa junto a él... Bueno, era simplemente perfecto. Incluso cuando Axel se empeñara
en ser un cabezota. Porque la verdad era que, en el momento en que había dicho que yo era parte
de su sueño de futuro, algo dentro de mí había respirado aliviado y se había entusiasmado más de
lo decentemente aceptable.
Axel King estaba enamorado de mí. Me quería.
Joder.
—No voy a salir corriendo. No tengo dudas, Axel —repliqué, dedicándole una sonrisa suave.
—No tenemos que hacerlo oficial si no quieres...
Me reí y agité la cabeza de un lado a otro.
—Un poco tarde para eso. Ya lo saben todos. Y en el autobús, Chad me contó lo del bar. Dijo
que JT recibió lo suyo por parte de mi novio. Y, sí, hizo especial hincapié en ese detalle. —Axel
fue a hablar, pero no le di margen para ello—. Y te recuerdo que salimos con todos nuestros
compañeros de equipo y en la fraternidad. Dudo que haya alguien en el campus que no se haya
enterado ya. Pero no me importa. Y, no, no quiero ocultarlo. Pero tampoco quiero perjudicarte.
No quiero ser el culpable...
—No lo serás —se apresuró a decir, con tanta convicción que quise creerlo—. Es mi decisión,
Trey. No habría cedido a las exigencias de Foster aunque no estuviésemos juntos.
No le pregunté si estaba seguro de eso, porque..., bueno, era el jodido Axel King y estaba
claro que no mentía ni titubeaba al respecto y tampoco se estaba engañando a sí mismo. Si había
alguien capaz de cambiar las cosas, era él.
Y pensar que al principio había creído que era solo un estúpido arrogante con demasiados
aires.
—Tiene que haber alguien ahí fuera dispuesto a creer de verdad en mí. Alguien que quiera
hacer las cosas bien.
—Yo creo en ti —repliqué, y solo entonces pareció relajarse.
Y aunque Axel no estuviera arriesgándolo todo por nosotros, o no creyera que eso fuera lo
que hacía, yo quería ofrecérselo todo. Porque lo merecía. Incluso cuando, con sus circunstancias
familiares, podría haber crecido y haberse convertido en un gilipollas que no viera más allá de sí
mismo, incluso cuando esa fuera la imagen que a veces se empeñara en mostrarle al mundo, Axel
era mejor que eso.
—Te oigo pensar desde aquí. Eso no está bien para nuestra primera cita.
—A lo mejor si no hubiésemos cubierto ya todas las bases... —me burlé, y él fingió ofenderse
por haber empleado una referencia al béisbol—. Ya sabes lo que quiero decir.
—No fui yo el que saltó sobre mí en nuestro baño la primera vez.
Arqueé las cejas. Entonces... ¿había sido yo quien había dado el primer paso? Nunca había
estado del todo seguro de ello.
—Estaba borracho.
—Estabas cachondo, chico de oro. Y te morías de ganas de ponerme las manos encima.
Pero... no eras el único. En realidad, yo tampoco podía apartar la mirada de ti cuando estabas
cerca.
Se arrastró sobre la manta para llegar hasta mí y, por la malicia que acumulaba su expresión,
dudé que tuviera buenas intenciones. O sí, dependía de cómo se mirase.
Llegó hasta mí y volvió a tumbarme sobre el césped. Si el entrenador nos encontraba allí en
pleno pícnic, nos caería una buena bronca. Pero si nos encontraba liándonos...
De todas formas, no fui capaz de resistirme. Su muslo empujó entre los míos y apoyó los
codos a los lados de mi cabeza. Su aliento revoloteó contra mis labios, cálido y tan adictivo
como su aroma. Y aunque ya sabía que estaba enamorado de él, en ese momento, bajo su mirada
pecaminosa y tentadora pero cargada también de ternura, lo supe. Comprendí que era él y nadie
más que él. El adecuado. Sin importar que fuera un hombre. Sin importar en quién fuera a
convertirse, sin importar el fútbol o la NFL. O el puto mundo en el que nos había tocado vivir.
Comprendí que, si él sentía la mitad de lo que yo sentía, no se planteara tomar ninguna
decisión que pudiera ponernos en peligro o nos hiciera las cosas más difíciles de lo que ya serían
para una pareja de hombres.
Axel King era para mí esa persona que la gente busca para compartir su vida y que en
ocasiones nunca llega a encontrar. Tal vez fuera demasiado pronto. Tal vez íbamos muy rápido o
éramos jóvenes e idiotas. Tal vez fuésemos unos ilusos. Idealistas. Lo que fuera. No lo dejaría
escapar.
—Te amo —solté, adorando el modo en que el azul de sus ojos destelló al oír esas dos
palabras. Luego, cuando el ambiente se volvió denso y eléctrico entre nosotros, no me quedó más
remedio que añadir—: ¿Crees que las esposas y novias de la NFL me adoptarán como mascota?
Axel estalló en carcajadas y el sonido de su risa reverberó a lo largo y ancho del estadio vacío.
Y solo por eso, por contemplar cómo su rostro se iluminó, sus labios mostraron una verdadera
sonrisa, sincera y cálida, y sus ojos brillaron una vez más..., solo por eso supe que todo lo que
viniera merecería la pena.
—Te querrán tanto como yo. Te van a adorar, chico de oro.
No le dije que me bastaba con que él lo hiciera.

El lunes fue un día de mierda. Hubo consecuencias por la pelea del bar, algo que de todas
formas había sido de esperar. Al cuerpo técnico aún no se le había pasado ni mucho menos el
enfado por lo sucedido. Se habían reunido esa mañana y nos comunicaron en el entrenamiento de
la tarde que JT había sido expulsado del equipo, lo cual no iba a ayudar en nada a que el tipo nos
tuviera más aprecio. Axel había recibido una segunda reprimenda, esta vez individual, como
algunos de los otros chicos; gracias a Dios, la mayoría no tuvo reparos en defender la versión de
su capitán de lo sucedido y confesaron que JT había sido el instigador de la pelea. Axel solo
había tratado de defenderme.
Dios, me avergonzaba tanto haber estado tan borracho que apenas era capaz de recordar nada
de lo ocurrido. Era realmente bochornoso saber que Axel había dado la cara por mí, y Cooper
tampoco estaba especialmente orgulloso. Éramos un par de imbéciles.
Fuimos víctimas de otra larga y tortuosa charla conjunta por parte del entrenador. Entre otras
cosas, señaló que no había manera de que continuásemos ganando partidos si no nos
comportábamos como un equipo. Cuando había rencillas, y estas no se dejaban fuera del campo,
resultaba inevitable que todo se fuese a la mierda y jugásemos mucho peor. Pero Meyer no
parecía dispuesto siquiera a permitir que hubiera piques entre nosotros en el vestuario.
La única buena noticia fue la alta probabilidad de que algunos reclutadores acudieran a
nuestro próximo partido dado los buenos resultados que habíamos obtenido en el anterior. La
posibilidad de llegar a los playoffs estaba además sobre la mesa, aunque nadie lo mencionó
porque, bueno, ya se sabía que los atletas éramos demasiado supersticiosos y estábamos seguros
de que la cosa se torcería si se nos ocurría decirlo en voz alta.
El entrenamiento fue una tortura que nos habíamos ganado a pulso y de la que estoy seguro
que el entrenador disfrutó más que nunca. No se detuvo hasta que uno de los novatos vomitó el
almuerzo sobre el césped y los demás parecíamos a punto de desmayarnos o seguir su ejemplo,
lo que primero sucediese. Para cuando crucé la puerta del vestuario, no estaba muy seguro de
poder lograr quitarme el equipo de encima y llegar hasta las duchas.
Mientras hacía lo posible por desvestirme sin sufrir un colapso, miré en dirección a Axel.
Estaba sentado en uno de los bancos y Chad se hallaba junto a él, hablándole en voz baja. Le dio
una palmada en el hombro y dos más de nuestros compañeros se acercaron también a él. Me dio
la sensación de que estaban mostrándole su apoyo, aunque no pude estar seguro del todo hasta
que Chad se acercó a mí.
—Bien, idiota —soltó desplomándose a mi lado en el banco—, sabes que estamos con
vosotros, ¿verdad? Me alegro de que hayan echado a ese imbécil, y la mayoría de los chicos se
siente igual.
—Hemos perdido a un buen defensa —repliqué, solo porque necesitaba tragar el nudo que se
me había formado en la garganta.
El equipo era un poco más débil por nuestra culpa. Mi culpa, seguramente. Tal vez si no
hubiera corrido hacia el bar para tragarme todo el alcohol disponible no estaríamos en esa
situación. No iba a defender ni de coña a un imbécil homófobo como JT, pero me sentía mal de
todas formas.
Chad me palmeó el hombro tal como había hecho con Axel, y luego deslizó el brazo en torno
a mi espalda.
—Estamos mejor sin él. Solo es un capullo con más músculo que cerebro. Nos las
arreglaremos.
Asentí y le di las gracias por el apoyo, y también fui muy consciente de cómo su muestra de
afecto llamaba la atención de algunos de los compañeros que, por lo general, se mantenían
apartados de Axel y de mí; los más cercanos a JT, supuse. Unas semanas antes no nos habrían
observado de esa manera, pero ahora todos los ojos estaban sobre el quarterback y el running
back que mantenían una relación.
«Que os jodan. Esto no va a cambiar por mucho que os moleste.»
Bueno, al menos no estaban soltando mierda por la boca; podía lidiar con las miradas de
soslayo mientras se mantuvieran controlados y trabajaran por el bien común en el campo. Pero
no olvidaba que, si Axel llegaba a la NFL, lo que iba a recibir de sus compañeros sería mucho
más de todo aquello.
Suspiré.
Chad volvió junto a su taquilla y entonces fue Axel quien se dirigió hacia mí. Se había
quitado ya las protecciones y solo llevaba encima el ajustado pantalón. La cinturilla caía tan baja
que las marcas sobre sus caderas eran perfectamente visibles, así que no fue extraño que, cuando
Ryn pasó junto a él, sus ojos se clavaran en ellas.
Juro que el novato se sonrojó. Apartó la vista rápidamente y siguió su camino hacia las
duchas.
—No quiero saber lo que está imaginando ahora mismo —señalé cuando Axel se me acercó,
y la diversión se filtró en mi voz a pesar del cansancio.
—Posiblemente, va a machacársela ahí dentro pensando en mí —me susurró, con tanta
arrogancia que tuve que ponerle los ojos en blanco incluso cuando me daba la sensación de que
llevaba razón.
Como era obvio, no le diría eso. El ego de mi novio ya ocupaba una enorme porción de ese
impecable, musculoso y delicioso pecho.
Bieeen, y ahora me lo estaba comiendo con los ojos en el vestuario.
Axel debió de percibirlo, porque enredó los dedos en la cinturilla de su pantalón y se inclinó
sobre mí. Una media sonrisa danzó en sus labios y el calor desbordó sus ojos.
—Luego, chico de oro —fue lo único que dijo.
Toda la sangre de mi cuerpo se dirigió hacia el sur, y de repente mis pantalones se volvieron
demasiado apretados. Genial, ahora tenía una erección rodeado de mis compañeros de equipo.
—Te odio.
Axel rio.
—No, no lo haces. Me adoras —suspiró sin mover las manos, que mantenía bailando sobre el
borde del pantalón. Durante un instante deseé que se los bajara y... No, no podía ir por ahí en ese
momento—. Y yo voy a adorarte a ti cuando lleguemos a casa y pueda follarte como te mereces.
Me tragué el ruidito ridículo y mortificante que ascendió por mi garganta.
Axel se lamió los labios de anticipación y yo tuve que empujarlo lejos de mí para evitar
provocar una escenita vergonzosa y comprometida.
Más carcajadas escaparon de sus labios junto con una mirada que no era otra cosa que una
promesa de más. Regresó a su sitio y, de espaldas a mí, deslizó por fin el pantalón por sus
muslos. La visión de su culo firme desnudo no le hizo ningún bien a mi erección, que parecía ir
siempre por libre cuando se trataba de Axel.
Y entonces nuestros planes de salir de allí y llegar a casa lo más pronto posible fueron
arruinados por mi mejor amigo:
—Chicos, Maddox quiere vernos a todos en la casa ahora —gritó para que su voz llegara
incluso hasta los hermanos que estaban en las duchas—. El decano Davis nos está esperando.
Hubo un montón de resoplidos y maldiciones provenientes de los miembros del equipo que
formaban parte de la fraternidad, lo cual eran en realidad casi todos.
Bueno, estaba claro que las cosas no hacían más que mejorar.
Realmente, aquel era un lunes de mierda.
Axel

Que el decano quisiera vernos no era una buena señal. Todos en el campus sabían que, en la
escala de fraternidades favoritas del hombre, la nuestra no solo estaba en el último puesto, sino
que había sido desterrada hacía mucho de la lista.
Hasta ese momento Maddox había jugado bien sus cartas, o lo que fuera que hiciera con él, y
nos había mantenido relativamente a salvo de la ira del hombre. No quise pensar en si los
problemas del equipo habían llegado también a oídos de Davis y aquello iba más allá de la
improvisada hoguera de Halloween.
Trey y yo acudimos al llamamiento de nuestro presidente juntos y acompañados de Cooper y
Chad. Este último se había acercado a mí en los vestuarios, al igual que algunos de los chicos,
para asegurarme que las cosas mejorarían y que, básicamente, les daba igual con quién saliese o
me acostase. Y, si era honesto conmigo mismo, sus palabras me habían hecho sentir bien. No
había creído que las necesitase; estaba acostumbrado a ignorar lo que me rodeaba cuando era
necesario y a no dejar entrar a nadie, pero después del tiempo que llevaba con Trey había
comprendido que buscar esa aceptación, tener gente que se preocupaba por ti, no era una
debilidad.
Estaba aprendiendo a confiar.
—Bien, ¿de que creéis que va todo esto? —inquirí mientras nos acercábamos a la entrada de
la casa.
Cooper fue el primero en responder:
—Veinte pavos a que el decano se ha cansado de Maddox y nos va a cerrar el chiringuito.
—¿Vosotros también creéis que se la chupa?
Los tres nos giramos de golpe hacia Chad, pero solo Trey fue capaz de decir algo:
—¿Perdón?
Chad sonrió. En cierto modo, se parecía a Grayson. No en el físico, porque Chad era más
ancho y castaño y no se veía tan despistado como mi compañero de piso, pero tenía esa actitud
despreocupada y, bueno, a veces soltaba pensamientos aleatorios y sin sentido.
—Venga ya. Decidme que no lo habéis pensado alguna vez —prosiguió especulando, y
ninguno dijo nada. Para ocupar el cargo de decano ese tipo debía de tener, ¿qué? ¿Doscientos
años? Trey se estremeció a mi lado, seguramente pensando lo mismo—. ¿No creéis que nos han
dado demasiadas oportunidades incluso cuando no dejamos de meter la pata? Ahí hay algo
turbio, estoy seguro.
—Estás enfermo —señaló Trey, y Cooper se echó a reír, asintiendo.
Yo solo arqueé las cejas y les hice un gesto señalando la puerta.
—Entremos y comprobémoslo. Y veo esos veinte. Apuesto a que ese tío parece mi abuelo y
nos dan arcadas a todos solo de pensarlo.
—Dios, ahora no voy a poder dejar de imaginármelo —murmuró Cooper, lo que hizo que
Trey le dedicara una mirada extraña.
Empujé la puerta y los dejé pasar.
—Para lo mucho que decís que os gustan las tetas, pensáis demasiado en mamadas y sexo gay
—susurré entre dientes, aunque estaba seguro de que tanto Chad como Cop me habían oído.
Trey se rio y me robó un beso al cruzar el umbral. Y tuve que contenerme para no alargarlo y
que el decano nos pillase enrollándonos. Eso sí, me permití darle un apretón en el culo antes de
dejarlo ir.
—No puedes mantener las manos para ti mismo —se burló mientras nos dirigíamos hacia el
salón de reuniones.
Era el mismo en que Trey había bailado con su hermano en la fiesta de Halloween, pero ahora
los muebles estaban de nuevo en su sitio. La réplica obscena que iba a darle murió en mis labios
cuando descubrí a todos los hermanos sentados ya y a un tipo tras el atril que normalmente
habría ocupado Maddox si aquello hubiera sido una reunión normal de la fraternidad.
Nuestro presidente estaba de pie, un poco por detrás de Davis, con el rostro tan inexpresivo
que no fui capaz de extraer absolutamente nada de él. Nunca lo había visto así. Por Dios, era el
mismo tipo que nos había subastado a todos no hacía tanto mientras empleaba su labia
incontenible y halagadora para inflar las pujas y conseguir un montón de dinero.
Aquello tenía que ser malo. Muy malo.
—Señores atletas, qué bien que hayan podido reunirse por fin con nosotros —dijo el hombre,
destilando un sarcasmo corrosivo.
Todos nos apresuramos a ocupar los asientos libres.
Una vez sentados, mi mirada se dirigió hacia la máxima autoridad de la universidad. Logan
Davis no era un octogenario con gafas y chaqueta de tweed como había imaginado. Seguro que
yo había visto una foto suya alguna vez o habíamos coincidido en algún acto, pero debía de
haberlo borrado de mi mente porque ni siquiera me sonaba. No creía que el tipo hubiera
cumplido los cuarenta, aunque algunas canas asomaban en sus sienes y la expresión seria con la
que nos estaba observando no ayudaba a que pareciera más joven. Era tan alto como yo y la
chaqueta de su traje azul marino se abrazaba a sus hombros y le caía sobre el pecho con un ajuste
perfecto. Una sombra de barba cubría su mentón y ensalzaba la dureza de sus rasgos. Resultaba
incluso un poco perturbador que el hombre que dirigía la universidad fuera bastante atractivo.
—Empiezo a creer que tal vez pierda esa apuesta contra Chad —murmuré inclinándome más
cerca de Trey para no tener que levantar la voz.
El silencio que reinaba en la sala era antinatural y, si las miradas matasen, la universidad
habría tenido que realizar un montón de homenajes funerarios en esos días.
Trey se volvió hacia mí. Sus ojos se estrecharon en dos finas rendijas.
—¿Te gusta ese tío?
Oh, mierda. ¿Ese matiz afilado de su voz eran celos? ¿El chico de oro estaba celoso?
Le sonreí solo para sacarlo un poco de quicio. Resultaba adorable. Trey no había
comprendido aún hasta qué punto estaba metido en lo nuestro. Puede que Davis resultara haber
sido un bonito espectáculo visual, pero solo había un hombre al que deseaba en aquella sala, en
todo el campus. Por lo que sabía, en todo el puto mundo en realidad.
Y, no, no era el decano.
—Cuando lleguemos a casa voy a demostrarte lo que me gusta exactamente —dije dándole un
apretón en el muslo que lo hizo saltar en la silla—. Y voy a disfrutar cada maldito segundo
haciéndolo.
—Está bien —comenzó a hablar Davis, interrumpiendo lo que fuera que Trey fuese a replicar
—. Están bajo vigilancia, todos ustedes y esta casa. Nada de fiestas. Nada de espectáculos
penosos o accidentes. Nada de eventos salvo los que ya he acordado con el señor Wright —
continuó, lanzándole una breve mirada a Maddox por encima del hombro. De nuevo, si las
miradas matasen...—. Esto es lo que obtienen cuando no saben comportarse como los adultos
que se supone que son ni siguen las normas de esta institución. Todos ustedes van a involucrarse
en un montón de eventos benéficos y servicios a la comunidad a partir de ahora y hasta nueva
orden. Acudirán cuando y a donde se les diga, y lo harán con una sonrisa y la mejor de sus
actitudes. Ustedes. —Señaló en nuestra dirección, donde estaba sentado la mayoría del equipo de
fútbol—. Su entrenador y yo tenemos planes especiales para su pequeña pandilla de
alborotadores, aunque también están incluidos en los del resto.
Maddox, como si desease que la tierra lo tragase, se mantuvo erguido y con la boca cerrada.
Aunque resultó curioso el modo en que sus ojos parecían querer perforarle la nuca a Davis
cuando habló de planes especiales. Continué observándolo mientras el decano hablaba acerca de
varios servicios a la comunidad con los que debíamos cumplir si queríamos que nuestros últimos
tropiezos no constaran en el ya de por sí grueso expediente de nuestra fraternidad.
Fruncí el ceño cuando dijo aquello. Nos estaba castigando, sí, pero ¿Maddox había
conseguido que todo se mantuviera fuera del papeleo si alguna vez alguien escarbaba en nuestra
mierda?
—Todos fuera —concluyó Davis, aunque enarcó una ceja cuando Maddox trató de
escabullirse. Ni siquiera necesitó abrir la boca; ese simple gesto abortó la descarada huida de
nuestro líder de inmediato—. Señor King. Señor Donovan. Quédense.
—Mierda —exclamó Trey.
Sí, estaba claro que las cosas se ponían cada vez mejor para nosotros.
Nos quedamos allí sentados hasta que todo el mundo salió de la sala, lo cual no tardó mucho
en suceder; una casa en llamas no habría hecho que mis hermanos se movieran más rápido.
—Acérquense —ladró, y juro que Maddox se estremeció ante la imperturbable y autoritaria
voz del hombre.
Lo interrogué con la mirada, pero Maddox solo tomó aire como si le costase llenar del todo
los pulmones y lo dejó salir lentamente.
Joder, sí, había una historia sórdida ahí, estaba cada vez más seguro de ello.
—He tenido conocimiento del altercado de este fin de semana. Tanto el entrenador como yo
estamos dispuestos a mirar hacia otro lado y no tener en cuenta que les está terminantemente
prohibido abandonar el hotel e irse de... fiesta antes y después de cualquier partido. Sin
mencionar la pelea en la que se han visto involucrados. —A pesar de que nos estaba dando un
pase, lo que venía a continuación no podía ser alentador, a juzgar por lo pálido que se había
puesto Maddox—. Si bien esperamos cierta colaboración por su parte.
—¿Qué clase de colaboración? —me permití preguntar.
Mala idea.
Davis me dedicó una de sus miradas asesinas, pero, un instante después, algo de esa dureza se
disolvió cuando Maddox se adelantó y por fin se decidió a intervenir.
—El periódico de la universidad quiere una entrevista con ambos. Con... —titubeó. Dios,
sabía que no me gustaría lo que iba a decir—. Los dos como pareja.
Estaba convencido de que había oído a Trey atragantarse.
Una cosa era que no ocultásemos que estábamos juntos. Trey no había tenido ningún
problema con eso; es más, lo había llevado sorprendentemente bien para un tío que acababa de
descubrir que le gustaban los hombres. Pero una salida pública, reportaje incluido... Eso eran
palabras mayores y toda una declaración de intenciones.
—Esta institución siempre se ha vanagloriado de ser inclusiva y de mostrar tolerancia cero
con cualquier tipo de discriminación...
—Y ahora nos pide —lo interrumpí, luchando por contener mi enfado—, no, nos obliga a
hacer una salida pública. ¿O qué mierda es esto?
—Axel —me advirtió Trey, colocando su mano sobre mi brazo para calmarme.
Sorprendí a Maddox dándole un toquecito en la parte baja de la espalda al decano, un suave
roce que pretendía ser disimulado, pero del que me percaté de todas formas. Habría sido
divertido confirmar las sospechas de Chad, incluso perder la apuesta, si no hubiera estado tan
cabreado.
—Señor King. Cuide su lenguaje conmigo. No soy uno de sus hermanos. —Su tono era
inflexible, pero de nuevo pareció suavizarse con el toque de Maddox. Santo Dios, sí que estaban
follando—. Sin embargo, les pido esto como un favor a toda la comunidad queer de nuestra
universidad. Son dos de los atletas más reconocidos del campus; la suya podría ser una historia
que ayudara a mucha gente y contribuyera a darle visibilidad al colectivo.
Por cómo hablaba, lo único que le faltaba era sacar una bandera del orgullo y ondearla frente
a nuestras caras.
Miré a Maddox, que permanecía estoico pero demasiado cerca del hombre.
«Joooder.»
Tuve que obligarme a concentrarme en Trey y buscar en su rostro alguna señal de su opinión
de todo aquello. Teniendo en cuenta que yo ya había decidido ir a por todas en mi carrera y no
esconder quién era, conceder esa entrevista no suponía un gran problema para mí. Pero Trey...
Estaba mordisqueándose el labio inferior de forma sistemática y miraba a Davis como si
acabase de pedirle que le donara los riñones o algún otro órgano vital.
—Lo pensaremos. No puede obligarnos a hacer algo así —repuse yo, ya que Trey no era
capaz de decir nada.
Davis pareció ablandarse un poco más y... Sí, ahora Maddox tenía la mano claramente sobre
su espalda. Ni siquiera trataba ya de ser discreto al respecto, o a lo mejor no era consciente de lo
que hacía, aunque no era que yo fuera a contárselo a nadie. Maddox era adulto, y Davis, el puto
decano de la universidad. Quise suponer que sabían dónde se estaban metiendo a pesar de que
seguro que había un montón de normas al respecto.
—Gracias. Avísenme cuando tomen una decisión. Maddox puede comunicármelo.
Reprimí la sonrisa ante su última sugerencia. Incluso con todo aquello encima, no podía evitar
pensar que siempre había gente más jodida que tú.
Davis se despidió de nosotros con una inclinación de cabeza y, antes de marcharse, le dedicó
a Maddox una mirada cargada de algo afilado y suave a la vez. Sus pisadas resonaron a través
del pasillo mientras se alejaba de nosotros.
Me volví hacia Maddox.
—Bien, ¿cuánto hace que te lo estás follando? —solté tras un tiempo prudencial.
Maddox tosió algo similar a un gemido avergonzado y Trey dio un gritito. Y yo...
Joder, yo me tuve que reír.
Trey

—Así que estáis juntos —oí decir a Caleb a través de la línea.


Lo normal era que mi hermano y yo nos mandásemos mensajes casi a diario, aunque la
mayoría no eran más que memes y tonterías, pero ese día me había llamado y yo todavía estaba
intentando descubrir si había algún motivo oculto para ello.
Contesté con un ruidito afirmativo y él se echó a reír. Al parecer, mi hermano estaba
encantado de que tuviera novio y que fuera a llevarlo a casa para el día de Acción de Gracias. La
reacción de mi madre había sido igual de entusiasta, aunque a ella no le había confirmado que
Axel fuera más que un amigo, solo que lo llevaría a casa; supuse que lo otro era la clase de
noticia que sería mejor dar en persona.
Sin duda, ella ya lo sospechaba si me guiaba por el comentario que Axel me había dicho que
le había susurrado al oído la vez que me había acompañado a llevar a Caleb a casa.
—¿Qué hay de ti? ¿Cómo van los entrenamientos?
—Bueno, creo que ya me he puesto al día. He nadado mucho últimamente.
Me lo imaginaba. Aunque Caleb solía ser el más irreflexivo de los dos y no le daba vueltas a
las cosas del modo obsesivo en que lo hacía yo, nadar era el refugio al que acudía cuando algo lo
trastornaba. Y yo sabía que lo sucedido con Grayson todavía continuaba en su cabeza.
Se hizo un significativo silencio en la línea y supe lo que venía a continuación.
—¿Todo bien con Cop? ¿Y con Grayson? —dejó caer como si tal cosa.
«Qué previsible, hermanito.»
—Están bien. Ambos —recalqué, aunque en realidad sabía que preguntaba sobre todo por
Gray—. ¿Has pensado en lo que te dije?
Días atrás, habíamos hablado sobre su incorporación a la universidad y la perspectiva de que,
al menos en un principio, se quedara conmigo. Dado que yo prácticamente vivía en la habitación
de Axel —su cama era más grande y mucho más cómoda—, cabía la posibilidad de que, si los
demás estaban de acuerdo, ocupara mi dormitorio.
—No sé si es una buena idea —replicó titubeante.
—No quiero controlarte.
Caleb rio.
Bueno, quizá sí que quería asegurarme de que estaba bien con su reincorporación a los
estudios, pero, más allá de eso, me gustaba la posibilidad de tener a Caleb viviendo conmigo.
Aunque, teniendo en cuenta lo de Gray, igual mi hermano tenía razón y no era mi idea más
brillante.
—Creo que Grayson sigue tratando de encontrar a su chica —solté en un impulso.
No quería que se sintiera mal, pero yo continuaba un poco preocupado por ocultarle a mi
amigo la identidad de su amante misterioso.
—Mmm..., tengo que colgar. Mamá me está llamando —se apresuró a añadir, lo cual era una
mentira flagrante—. ¡Cuídate y cuida de tu novio!
Antes de que pudiera siquiera despedirme, él ya había finalizado la llamada; o mucho me
equivocaba, o todo aquello traería cola.
Bien, ya cruzaríamos ese río cuando llegásemos a él.
Por el momento, mi mente estaba puesta en la entrevista que Davis nos había concertado a
Axel y a mí con el periódico de la universidad. Había accedido, aunque Axel dejó claro que no
teníamos por qué hacerlo. La verdad era que yo no estaba convencido. No porque dudase de lo
mío con él, sino porque seguía pensando que todo aquello terminaría afectando a su futura
carrera en la NFL. Axel se resentiría conmigo y todo se iría a la mierda entre nosotros.
Salí a la terraza, donde mi novio y mis compañeros de piso estaban distribuidos por las
tumbonas mientras charlaban y se bebían una cerveza. Durante la semana apenas si nos
habíamos visto, salvo en los entrenamientos. Las clases y la montaña de trabajos que todos
acumulábamos ya eran de por sí suficientes para mantenernos entretenidos; además, Gray
entrenaba tan duro como nosotros. El tipo prácticamente vivía en la playa, prueba de ello era que
se podían encontrar montoncitos de arena en cada rincón de la casa.
Y pelusas, de eso también teníamos bastante.
Axel volvió la vista hacia mí y me lanzó una de esas suaves sonrisas que últimamente eran tan
frecuentes; el pecho se me calentó cuando, a continuación, ensanchó el hueco entre sus piernas
para que me sentara con él. Me acomodé en la tumbona que ocupaba y enseguida sus brazos me
rodearon, haciéndome sentir cálido y arropado.
Continuó hablando con Cop y Gray sobre una de sus clases de nutrición, y ellos tampoco
dieron señal alguna de que nuestra intimidad supusiera nada extraño o incómodo. Sabía que no
era así, pero eso solo me hacía pensar en la gente que no se tomaba tan bien nuestro intercambio
de muestras de afecto cuando estábamos en algún sitio público. No habíamos tenido ningún otro
problema grave, y mucho menos un enfrentamiento como el del bar —que yo seguía sin recordar
del todo—, pero siempre había alguien que nos miraba con desaprobación.
Tal vez la entrevista ayudara con eso, me dije, pero aún albergaba ciertas dudas.
Cogí las llaves y el móvil y deslicé mi cartera en el bolsillo trasero del pantalón, listo para
reunirme con mis compañeros de piso y de equipo. Habíamos quedado en Dexter’s para
tomarnos unas cervezas a la salud de Jules por su cumpleaños y llegaba jodidamente tarde. Axel
se había ido directo después de una reunión de su grupo de estudio y Cop estaba desaparecido,
aunque me había confirmado con un mensaje que iría a la celebración. De Grayson me esperaba
que apareciera en bañador y con una toalla colgada del hombro.
Al abrir la puerta, estuve a punto de arrollar al tipo que me encontré plantado al otro lado.
Retrocedí a trompicones, sorprendido, y tardé un par de segundos en llevar mis ojos hasta su
rostro. Un extraño de pelo oscuro y tal vez uno o dos años mayor que yo me devolvió la mirada
con más curiosidad que sorpresa.
—Lo siento, no te había visto —dije antes de plantearme siquiera qué hacía un desconocido
en mi puerta.
Él no contestó. Solo se quedó mirándome. O más bien estudiándome. Era un tipo grande y
con el pelo rapado, pero con un rostro armonioso y de rasgos delicados que le daban un aire
andrógino. No creía haberlo visto antes y, sin embargo, una alarma comenzó a resonar en el
fondo de mi mente.
—¿Te conozco? —inquirí, ya que parecía que él no pensaba decir nada.
—Estoy buscando a Axel.
La alarma de mi cabeza ganó intensidad y urgencia. Fruncí el ceño y volví a darle un repaso
de pies a cabeza; ni siquiera traté de ser discreto.
—No está aquí, pero puedo decirle que has venido. —La pregunta no formulada flotó entre
nosotros.
«¿Quién demonios eres tú?»
Pero en el fondo lo sabía. Incluso cuando él no se hubiera presentado y el día que nos
habíamos cruzado hubiera estado en el interior de un coche y yo no hubiese sido capaz siquiera
de mirar en su dirección.
Sus comisuras se curvaron y dieron lugar a una mueca que trató de ser, quizá, una sonrisa
inocente, y su expresión se transformó en algo aún más raro y delicado. El tipo desprendía la
clase de carisma que te hacía sentir reconfortado y especial, y también una serenidad que, sin
embargo, no hizo mella en mí. Yo no era por naturaleza desconfiado, pero mi estómago se
sacudió y el pelo de la nuca se me erizó mientras lo observaba.
—Aunque dudo que quiera verte —añadí, sabiendo perfectamente quién era.
—Así que te ha hablado de mí.
Eso pareció envalentonarlo. Hundió las manos en los bolsillos mientras yo colocaba una mano
en el marco de la puerta. Aquel era el tío que le había roto el corazón a Axel, o al menos el
imbécil que lo había empujado fuera del armario y luego había cerrado la puerta tras él y lo había
abandonado a su suerte. Incluso cuando algo muy similar a los celos se enroscó en mi pecho,
todo en lo que podía pensar era en que él le había hecho daño a Axel.
Por Dios, ¿de verdad no podía dejar de aparecer en nuestra puerta?
—¿Sabes? La mierda que has tratado de hacerle tiene un nombre, y no es precisamente
bonito.
El tipo soltó una carcajada. Si no hubiera sabido quién era y lo que había hecho, me habría
reído con él, porque tenía ese tono alegre y contagioso que no podías evitar secundar. Pero en ese
momento a mí solo me provocó amargura y un asco profundo.
—¿Y crees que tú lo estás haciendo mejor? Vas a arruinarle la vida. Al menos, yo estoy
dispuesto a permanecer a un lado y darle lo que necesita.
Se me revolvió el estómago. Estaba claro que aquel idiota de verdad se creía la mierda que
salía de su boca.
—Él no te quiere, Levy. —Prácticamente escupí su nombre como un insulto.
Sin embargo, el golpe que había lanzado con sus palabras alcanzó su objetivo. Al menos, en
parte. Si por mi culpa la carrera de Axel se veía empañada o, peor aún, terminaba antes de
empezar, no me lo perdonaría nunca.
—Me quiso durante mucho tiempo —señaló, sus ojos parpadeando y la voz un tono más bajo,
como si me estuviera contando un secreto. Joder, el tipo sabía lo que hacía, eso estaba claro—.
Antes que a ti. E hizo todo lo que le pedí. Volverá a hacerlo.
Si no lo hubiera odiado ya por lo que le había hecho a Axel, en ese instante seguro que habría
empezado a hacerlo. Durante un momento luché con el impulso de apartarlo de mi camino y huir
para no tener que oírlo más, pero sofoqué esa reacción. Le prometí a Axel que no volvería a
correr lejos de él y pensaba cumplir mi promesa; no importaba que su ex fuera un gilipollas
perturbado con ansias de protagonismo. Eso, desde luego, no era culpa de él.
Crucé los brazos sobre el pecho y sonreí.
—Me das pena, tío. Creo que Axel hasta podría perdonarte, pero no va a volver contigo. Ni
aunque lo nuestro no funcionara. ¿Sabes por qué estoy tan seguro? —pregunté, aunque no
pensaba dejarlo contestar—. Porque eres una mierda cobarde que lo dejó tirado cuando más lo
necesitaba. Al contrario que tú, él es una buena persona. Nunca le haría a nadie lo que le hiciste
y, solo por eso, no podría estar con alguien como tú. No tienes nada que hacer con él.
Había pensado que, si alguna vez sucedía algo así y me encontraba frente a aquel tipo, me
compararía con él o me sentiría inseguro, pero la verdad era que Levy acumulaba tanta mierda a
sus espaldas que antes que por él me preocuparía más por los chicos del equipo de waterpolo.
Aquel imbécil solo era una parte del pasado de Axel que no tenía cabida en su presente, así
que esa vez, al contrario de lo que me había ocurrido tras el encontronazo con Matthew King, no
pensaba dejar que me perturbara en absoluto.
—Sigue diciéndote eso.
—Mantente alejado de él y deja de aparecer donde nadie te quiere —le advertí, cansado de
aquella conversación—. Y ahora apártate de mi camino. Mi novio me está esperando.
Vale, a lo mejor esa última parte era solo una forma infantil de restregarle que Axel estaba
conmigo y no con él. Pero... que lo jodieran; podía permitirme no ser tan tan maduro.
Tardó un par de segundos en hacerse a un lado. Y estuve a punto de empujarlo para quitarlo
de mi vista. Definitivamente, casi me daba más asco que pena.
—Le arruinarás la vida —repitió cuando cerré la puerta a mi espalda y pasé por su lado.
Sí, estaba claro que el tipo sabía lo que hacía, cómo manipular a la gente y también cómo
sembrar la semilla de la duda por muy seguro de mí mismo que quisiera mostrarme.
De todo lo que había dicho, ese último era el único punto que no podía rebatirle.
Axel

Cuando por fin mi novio cruzó la entrada de Dexter’s, más tarde de lo previsto, apenas si pude
retener mis pies para no ir en su dirección. Nuestros compañeros de equipo se hallaban
desperdigados por todo el local y había un montón de gente en el bar esa noche, pero aun así no
me costó vislumbrar la mata de rizos rubios perfectamente desordenados en la que me encantaba
hundir los dedos cuando me la estaba chupando.
Sí, puede que estuviera un poco cachondo; los últimos días habíamos estado tan ocupados que
apenas habíamos encontrado un hueco para nosotros. Cuando llegábamos por fin a casa después
del entrenamiento diario, lo único para lo que nos quedaba energía era para derrumbarnos en la
cama y, si acaso, frotarnos uno contra el otro como dos adolescentes cuyos padres se encontrasen
en el piso de abajo y estuvieran condenados a no tener nada de acción por miedo a ser pillados
con los pantalones bajados.
Sin embargo, cuando Trey echó un vistazo alrededor y su mirada tropezó con la mía, sus ojos
destellaron con algo sombrío que no se parecía en nada al ardor que normalmente revelaban
cuando me miraba.
Dejé mi cerveza en la barra y me encaminé hacia él. Ni siquiera permití que se quitara la
chaqueta. Lo saqué del bar y lo llevé al callejón contiguo.
—Ey, sí que te alegras de verme —trató de bromear, pero yo lo conocía demasiado bien.
A pesar de la gran cantidad de gruñidos que me había dedicado durante las primeras semanas,
y los que aún me dedicaba a veces en la cama, Trey desprendía por naturaleza pura luz. Era
alegre y abierto, y su sonrisa iluminaba cada habitación en la que entraba. También se deshacía
bajo mi toque y su cuerpo se acomodaba al mío en cuanto le ponía las manos encima de un modo
totalmente instintivo y natural. En ese momento, en cambio, estaba tenso y alerta.
Había una cautela en sus ojos que yo sabía que no debería estar ahí.
—¿Qué pasa?
Tardó unos pocos segundos en contestar y evitó mirarme a la cara, aunque sus manos se
extendieron sobre mi pecho con tanta calidez como de costumbre. Mi polla se entusiasmó; no
había manera de que entendiera que no era su momento.
—Dímelo tú. Eres quien me está arrastrando a callejones oscuros...
—Trey —le advertí. Deslicé la mano sobre su nuca y lo forcé a levantar la mirada.
Lo besé con suavidad, muy despacio, ordenándole a mi polla que se comportara y no se lo
tomara como el preludio de nada. Era perturbador lo poco que necesitaba Trey para hacer que mi
cuerpo respondiera a él, pero yo sabía que pasaba algo, y que él no se mostrara inclinado a
contármelo me preocupaba mucho más que saciar el hambre que me hacía sentir.
Trey se desinfló un poco cuando rocé una última vez mi boca contra la suya y froté su mejilla
con el pulgar.
—Parece que la gente tiene la jodida necesidad de plantarse en nuestra puerta sin invitación
—soltó finalmente.
—¿Mi padre ha estado en casa?
Mierda. Había estado recibiendo algunas llamadas suyas que no me había molestado en
contestar. Lo único que había hecho al respecto había sido informar a mi madre de que no había
firmado con Olson & Faulk. En su defensa, diré que sonó como si no estuviera al tanto de los
movimientos de mi padre y que lo que le conté no pareció gustarle demasiado. Me prometió que
hablaría con él, pero, de nuevo, sabía que no era como si fuera a dar la cara por mí; eso era algo a
lo que ya me había acostumbrado cuando se trataba de mis progenitores.
Trey negó, lo cual me dejó descolocado. Pensé en el decano, pero ya le habíamos dicho a
Maddox que haríamos la entrevista, y dudaba que el tipo apareciera en nuestra casa en vez de
citarnos en su despacho con una de sus expeditivas órdenes.
Lo siguiente que se me ocurrió me gustó incluso menos que la idea de tener de nuevo a mi
padre encima.
Cerré los ojos, dejé caer la frente contra su hombro y me apreté más contra él.
—Lo siento. Ha sido Levy, ¿no? ¿Qué te ha dicho?
Trey enredó los dedos en mi pelo y arrastró las uñas sobre el cuero cabelludo. Me encantaba
cuando hacía eso y él sabía lo mucho que me calmaba el gesto. Me pregunté cómo demonios
había conseguido a un tipo tan perfecto y por qué seguía volviendo a mí incluso cuando mi
pasado no se lo estaba poniendo nada fácil.
—Nada que importe en realidad.
Levanté la cabeza y contemplé su rostro con avidez. Yo conocía bien a Levy, sabía que podía
ser un tío dulce y adulador cuando se lo proponía, todo sonrisas y amabilidad, y al minuto
siguiente convertirse en un verdadero imbécil, retorcido y cruel, y no creía que se hubiera
contenido lo más mínimo con Trey.
—No has salido corriendo, chico de oro.
Arqueó las cejas y parte de las sombras de sus brillantes ojos verdes se retiró.
—Sentí la tentación. —Sus manos se dirigieron a mi espalda y descendieron hasta la parte
baja—. Pero prometí no hacerlo. Y, sinceramente, ni siquiera sé lo que viste en él.
A pesar del tono burlón, había un matiz de inquietud en sus palabras. Casi una pregunta
silenciosa.
—Yo tampoco. Pero sé lo que veo en ti y no quiero dejar de verlo nunca —respondí con una
convicción que no necesité fingir en modo alguno. Me incliné sobre su oído para añadir—: Te
quiero, Trey Donovan. Te deseo y me consumes de un modo en el que nunca creí que nadie
pudiera hacerlo.
Justo como había previsto, su respiración se aceleró y su pecho se apretó aún más contra el
mío. Sus manos se deslizaron un poco más abajo y yo me hundí en su cuerpo, mostrándole que,
por supuesto, mi polla estaba a bordo de cualquier idea que se nos ocurriera para demostrarle lo
mucho que lo deseaba y lo amaba.
—No podemos hacer esto aquí —protestó, pero alzó la barbilla para darme acceso a su cuello.
Recordaba haberle dicho casi lo mismo aquella estúpida noche en que habíamos estado a
punto de acostarnos por primera vez para luego mandarlo de vuelta a su habitación.
Bueno, eso no iba a pasar ahora.
Metí una mano entre nosotros y apreté su erección a través de la tela de sus pantalones. El
toque le arrancó uno de esos gemidos que tanto me gustaba atesorar. Pura lujuria embotellada.
—Ah, ¿no? —me burlé. Tiré del botón y le bajé la cremallera para, a continuación, descubrir
que no llevaba nada debajo. Me reí—. ¿Quién es ahora el que tiene problemas con la ropa
interior? ¿Esperabas recibir mis atenciones esta noche, chico de oro?
La piel de su polla se calentó aún más bajo mis dedos. Estaba completamente duro y listo para
mí. Y yo quería dárselo todo, maldita sea.
Siempre.
Lo arrastré hasta el final del callejón y lo coloqué contra la pared, de modo que uno de los
contenedores de basura nos ocultara de los viandantes que pudieran pasar por la acera. A esas
horas no había mucha gente por allí y casi todos eran universitarios, aunque creo que habría
hecho aquello igualmente aunque fuera pleno día y la calle estuviera atestada.
—Joder, Axel —maldijo cuando me arrodillé a sus pies—. No... no deberíamos.
Todo lo que recibió por respuesta fue un tirón de sus pantalones, que acabaron a mitad de sus
muslos y lo dejaron expuesto para mí como un puto bufet libre.
—Te joderé si eso es lo que quieres —afirmé, y luego le lamí la punta de un modo sucio y
obsceno que lo hizo conjurar nuevas maldiciones entre dientes—. ¿Prefieres eso? ¿Me quieres
dentro de ti?
Sin esperar respuesta, me lo metí en la boca y relajé la garganta para llevarlo hasta el fondo.
No aparté la vista de él, y su expresión se volvió tan devastadoramente hermosa que pensé que
sería yo el que se correría en los pantalones sin siquiera tener que tocarme. Quería que entendiera
lo mucho que lo deseaba, lo que me provocaba. El modo en que me consumía.
Nada de lo que había tenido con Levy podía compararse con lo que me hacía sentir Trey. No
habíamos tenido ni un ápice de la química ni la complicidad que nos unía a Trey y a mí. Y, desde
luego, jamás había llegado a enamorarme de él.
Lo sabía ahora porque nunca me había sentido tan unido a nadie antes. Tan cálido. Tan en
casa. Tan necesario y tan necesitado. Tan completo. Tan yo mismo, sin importar nada de lo que
me rodease.
Me retiré, succionando, y jugueteé con la lengua sobre la punta. Luego lo recorrí de abajo
arriba, permitiendo que el aroma denso y excitante que desprendía me llenase los pulmones.
Mientras lo chupaba con toda la intención, deslicé los dedos bajo sus pelotas y los llevé más
atrás. Trey me apretó el hombro cuando alcancé su entrada y luchó por tragarse un jadeo.
—Tan receptivo, chico de oro. Tan jodidamente sensible —murmuré con mi propia erección
palpitando y reclamando atención—. Estás cerca, ¿verdad?
Me encantaba verlo entregarse a mí con tanta facilidad y confianza, aun cuando estuviésemos
en un callejón oscuro, a solo unos metros y una pared de distancia de nuestros compañeros de
equipo. Resultaba embriagador. Adictivo. Todo en él lo era.
Me llevé dos dedos a la boca para empaparlos en saliva, pero un instante después lo pensé
mejor.
—A la mierda. Te voy a follar.
Trey mostró su acuerdo tirando de mí para ponerme en pie mientras yo rebuscaba en uno de
mis bolsillos para sacar el sobre de lubricante que, gracias a que pensaba con la polla, se me
había ocurrido llevarme conmigo.
—Nos van a pillar.
—Pues entonces córrete rápido —me reí al tiempo que me embadurnaba los dedos y cubría
toda mi longitud.
Hundí un dedo en su interior despacio a pesar de la urgencia del momento, y Trey me dejó
entrar de inmediato. Lo preparé rápido pero a conciencia. Hasta que fue él quien murmuró que
estaba más que listo.
—No me importa si arde un poco.
—Te he corrompido por completo —repliqué entre risas, y aunque su mirada estaba vidriosa
y empezaba a alcanzar ese estado en el que se volvía jodidamente necesitado y ansioso, el muy
idiota se las arregló para ponerme los ojos en blanco.
Lo hice girar de cara a la pared y él respondió empujando el culo hacia atrás. Joder, me volvía
loco cuando se mostraba tan dispuesto. Hacía que quisiera enterrarme en su interior y no volver a
salir jamás.
—¿Sucio y rápido, cariño? —gruñí en su oído, con la cabeza de mi erección apretando en su
agujero pero sin hacer nada para penetrarlo.
—Fóllame de una vez, idiota.
—Qué poca educación —continué burlándome.
Trey abrió la boca, seguramente para soltar alguna de sus réplicas exasperadas, pero yo me
adelanté.
De un solo golpe, me hundí por completo en su interior.
—Mierda, chico de oro —gruñí cuando se cerró a mi alrededor, caliente y apretado—. Estás
hecho para esto, joder. Para mí. Solo para mí.
—Más —me exigió mientras yo permanecía enterrado hasta las pelotas y le permitía que se
adaptase después de la furiosa intrusión—. Por favor, Axel. Por favor.
No tuvo que decírmelo dos veces. Apuntalé una mano en la pared y otra en su cadera y lo
sometí a un ritmo tan implacable que sabía que seguiría sintiéndome durante días. Bombeé duro
y profundo, mientras le susurraba lo mucho que me gustaba. Lo bien que se sentía. Lo llené una
y otra vez y él salió a mi encuentro en cada ocasión en un ritmo devastador que nos hizo perder
la cabeza a ambos en cuestión de unos pocos minutos. Quería que se desbordara, que reventara
de puro de placer. Que se deshiciera en mis brazos. Quería devorarlo y consumirlo por completo,
y hacerlo olvidar el veneno que Levy hubiera podido verter en su oído.
Quería que supiera que solo él me hacía eso.
Lo apreté contra mi pecho y dejé que sintiera los cañonazos que estaba lanzando mi corazón.
Mi aliento entrecortado en su oído. Los gemidos que atravesaban mis labios cada vez que
golpeaba profundo. Y el modo en que mi garganta convocó una y otra vez su nombre y esas dos
palabras que solo le había dicho a él.
Que solo podía decirle a Trey.
Y lo gracioso fue que, buscando que se perdiese en mí, fui yo quien, como siempre, terminó
perdiéndose en él.
Trey

Todo mejoró paulatinamente en los siguientes días, lo cual resultó algo novedoso. Bueno, todo
menos los gritos del entrenador Meyer, que si acaso se recrudecieron a pesar de que ganamos el
siguiente partido con una amplia ventaja; el hombre iba a sufrir un aneurisma o un ataque al
corazón si no se relajaba un poco. Las cosas estaban tranquilas en el vestuario tras la marcha de
JT, y en el campus Axel y yo contábamos hasta con un pequeño club de fans; Trexel y toda esa
mierda, lo cual era realmente ridículo, pero a Axel le encantaba. Su ego no conocía límites.
Fuimos a mi casa cuatro días por Acción de Gracias y, cuando lo presenté como mi novio,
mamá casi se desmaya, pero de la alegría. Lo adoptó como si se tratase del hijo carismático y
encantador que fingió que no tenía; es decir, esperaba que estuviera fingiéndolo. Y papá, con su
habitual serenidad, le dio un par de palmaditas en la espalda y murmuró un «bienvenido a la
familia» que amenazó con humedecerle los ojos a Axel, aunque él luego lo negaría
categóricamente.
Lo difícil de que tus padres aceptasen tan bien la presencia en casa de tu pareja, chico o chica,
era que ni siquiera se molestaban en suponer que dormiríais separados. Tumbarme cuatro noches
junto a Axel y no poder hacer nada fue una auténtica agonía, pero mis padres estaban a dos
habitaciones de distancia y no estaba seguro de ser capaz de controlar mis reacciones a sus
caricias.
—Te dejaré que me la chupes. —Esa había sido la solución de Axel, cómo no—. Al contrario
que tú, yo sé gemir para dentro.
Mi respuesta fue un almohadazo. Pero él solo se rio más fuerte y se acurrucó conmigo,
envolviéndome por completo con su cuerpo y su aroma. Era la última noche y supuse que
lograríamos pasarla de cualquier manera, ya que habíamos llegado hasta allí.
Iluso de mí.
Apenas diez minutos después, una de sus manos me cubría la boca para ahogar los sonidos
que su otra mano provocaba mientras me masturbaba hasta el olvido.
Al día siguiente, nadie dijo nada, pero las sonrisitas de Caleb fueron suficiente para hacerme
comprender que no habíamos sido tan silenciosos como creíamos. Por suerte, mi hermano
adoraba a Axel, así que no me delató frente a mis padres. Creo que Caleb empezaba a quererlo
incluso más que a mí, y mi novio parecía encantado de ejercer de hermano mayor, pero no de los
protectores, sino de los que les enseñaban a los más pequeños toda clase de travesuras.
Como si mi hermano necesitase ayuda para eso.
Otro partido fuera de casa llegó y pasó. Ganamos. Axel se lució y yo realicé una carrera a la
que el comentarista del partido se refirió como «poesía en movimiento». (Sí, joder. ¡Sí!) Un
instante después de cruzar la línea de anotación y conseguir un touchdown, Axel llegó hasta mí y
me levantó en brazos; me abrazó tan fuerte que creí que me desmontaría. Si no me besó allí
mismo fue porque no atinó a quitarse el casco de la emoción.
Todo parecía estar bien.
Salvo que no lo estaba.
A pesar de que sabía que había habido varios reclutadores en nuestros partidos, no hubo
ninguna otra agencia que se interesase por Axel; ningún nombre de otro equipo de la NFL
resonaba en los pasillos.
Y eso me mataba.
Joder, Axel era talento puro, y sus estadísticas, una puta locura. Era imposible que nadie se
interesase por él. Aun así, seguía argumentando que no quería postularse para los drafts. Los
entrenadores le dieron una charla, otra más, y Meyer también gritó de más en ella. El tipo tenía
un superpoder para perder los nervios o algo por el estilo, lo juro.
Pero tampoco eso cambió la decisión de Axel.
Aquello me inquietaba como casi ninguna otra cosa. Más aún cuando, a través de Jules, a mí
se me presentó la posibilidad de hacer unas prácticas el verano siguiente, después de mi
inminente graduación, en una pequeña empresa de relaciones públicas de Los Ángeles. No era
gran cosa, pero de haber sabido que Axel iba a acabar en los Rams, lo habría aceptado enseguida.
También me había planteado ampliar mi formación con algunos cursos de periodismo deportivo
que ofrecía nuestra universidad. No quería desvincularme del todo del fútbol y esa habría sido
una buena forma de encontrar algo relacionado con lo mío en el mundillo.
Axel me dijo que me apoyaría en cualquier decisión que tomara en una u otra dirección.
Cuando le pregunté si había pensado en la posibilidad de que acabase al otro lado del país,
jugando para algún equipo de la Costa Este, me dijo que lo haríamos funcionar de la manera que
fuese, incluso a distancia si yo quería aceptar las prácticas en Los Ángeles. Ni se planteó pedirme
que las rechazara, y eso me animó y también me desconcertó un poco, no iba a negarlo.
Pero, de nuevo, nada parecía poder hacer que la determinación de Axel King se tambalease.
Bastardo arrogante.
Aunque era mi bastardo arrogante.
El siguiente partido fue en casa. Tuvimos que pelearlo mucho, pero Axel fue más King que
nunca en el campo. No se rendía. Nunca se rendía. Y me di cuenta de que por eso, en su mayor
parte, se había ganado el respeto de todos en el vestuario.
Tras la victoria, que nos empujaba más y más cerca de los playoffs, Maddox nos hizo saber
que había una especie de fiesta-reunión queer a la que el decano nos había invitado a asistir para
reunirnos con Jamie Hayes, el chico que nos entrevistaría para el periódico.
A mí se me habían acabado las excusas y seguía creyendo que aquello podía convertirse en el
último clavo en el ataúd de Axel; si bien, me agradaba la idea de que lo nuestro contribuyera en
alguna medida a que el colectivo recibiera una mayor aceptación.
Quizá eso no fue suficiente. Había prometido no correr, pero mientras cruzábamos la entrada
y la gente se volvía para mirarnos, el pánico fue ganando espacio poco a poco en mi pecho. No
pude evitar preguntarme si todos mis miedos eran solo por el futuro de Axel o había algo más.
Tal vez una parte de mí aún dudaba de que todo aquello fuera real.
Yo sabía que una palabra mía y él se retiraría de la entrevista. Así era el puto Axel King
conmigo, y eso tal vez fue lo que más me empujó a callarme.
Jamie nos recibió y nos llevó a una zona apartada. El tipo era..., bueno, supongo que cumplía
con ciertos estereotipos que se achacaban muchas veces a los gais: delgado, pequeño, con rasgos
suaves, un timbre de voz agudo y la energía de una central nuclear a plena potencia. Su ropa era
una amalgama de prendas de media docena de colores, e incluso diría que su piel brillaba un
poco bajo cierta luz. Parecía realmente eufórico con nuestra presencia y la oportunidad de
entrevistarnos.
Había un buen grupo de personas en la sala y, de algún modo, me deprimió algo no ver a
nadie conocido. Ningún compañero de equipo, ningún hermano. No supe por qué ese detalle
apretó un poco más el nudo de mi estómago.
—Podemos irnos —me sugirió Axel al oído, porque estaba claro que me conocía incluso
mejor que yo.
Habíamos ocupado varias sillas a la derecha de la sala. Axel mantenía su mano en torno a la
mía y ambas reposaban unidas sobre su muslo. Supuse que los asistentes a la fiesta no nos
miraban por ese detalle y sí porque éramos dos atletas; si todo iba bien, un futuro jugador de la
NFL. Uno gay y orgulloso de serlo.
—Estoy bien —me las arreglé para contestar, incluso cuando me estaba asfixiando.
—¿Puedes dejarnos a solas un momento? —le pidió Axel a Jamie. Estaba claro que yo no
había sido muy convincente con mi respuesta.
Jamie se puso en pie de un salto y se marchó con paso alegre en dirección a un pequeño grupo
de chicas. Axel esperó unos segundos y luego se volvió hacia mí.
—Bien, dime qué pasa.
Su tono no fue desagradable ni rudo, tampoco exigente o autoritario, pero de algún modo
rompió lo que fuera que retenía la preocupación que había ido acumulando en mi interior. Todo
salió a borbotones de mi boca sin ningún orden o sentido:
—Lo estamos haciendo mal. Tú vas a... Te arrepentirás. Me culparás. Esto —señalé a nuestro
alrededor— es genial, pero no teníamos que hacerlo. Tú no puedes hacerlo. No. Va a ser una
mierda...
Axel frunció el ceño y, por primera vez en días, su mirada adquirió una sombría preocupación
que lamenté de inmediato haber provocado. Por Dios, sus padres no lo habían apoyado jamás, un
imbécil lo había lanzado frente a conocidos y amigos para que confesara algo que no debería
haberle importado a nadie, se había trasladado ese mismo año a un sitio nuevo, había tenido que
interceder por mí en una pelea y me había defendido porque yo había sido tan estúpido como
para beber sin control, su ex había reaparecido y no había manera de asegurar que la oferta de
Olson & Faulk le hubiera llegado de no haber sido por la intervención de su padre...
Y yo estaba allí, teniendo una crisis nerviosa.
Joder, Axel se lo merecía todo. Yo quería que lo tuviera todo y estaba seguro de que
estábamos a punto de cagarla.
—Está mal, Axel. Esto está mal.
La arruga de su frente se acentuó.
—¿Nosotros? ¿Juntos? ¿Crees que lo nuestro está mal?
—No... no es eso lo que... quiero decir —me atraganté con las palabras.
Axel buceó en mis ojos y creo que advirtió todo el pánico que emanaba de ellos. Pero cuando
Jamie trotó hacia nosotros de nuevo con una efusiva sonrisa en los labios y un bloc de notas entre
las manos, se me vino el mundo encima. Me puse de pie y salí de la sala antes siquiera de que
Axel fuera consciente de lo que estaba haciendo.
Cada paso que daba más lejos de él me horrorizaba un poco más, pero no podía detenerme.
Estaba aturdido y no podía respirar. No me importaba en absoluto gritarle al puto mundo que
amaba al hombre que había dejado allí atrás, solo, pero si eso significaba que él iba a perder todo
con lo que siempre había soñado...
—Sigues sin entenderlo —dijo su voz a mi espalda, y de alguna manera consiguió que mis
pies se detuvieran sobre la acera, justo frente al edificio del que acababa de salir. Comprendí que
yo había estado hablando en voz alta y él había oído mis divagaciones cuando continuó—:
Siempre he soñado con la NFL. El fútbol fue durante mucho tiempo lo único que me hacía sentir
vivo y parte de algo. Ni siquiera cuando me dejé arrastrar en la telaraña que Levy tejió para mí
llegué a sentirme nunca como lo hacía estando en el césped. Ese instante antes de lanzar el balón
a través del campo en un tiro imposible pero que de todas formas encuentra su objetivo. Ese
segundo en el que gritas una jugada y todo el equipo se prepara para seguirte. El momento en
que logras entrar en la zona de anotación sin que nadie te derribe, todos en las gradas gritan y el
estadio parece venirse abajo...
Inspiré y el aire de algún modo encontró la manera de volver a entrar en mis pulmones al oír
la pasión en cada una de sus palabras, en su tono firme pero cargado de una suavidad que yo
sabía que solo empleaba para dirigirse a mí en ciertos momentos. En los más dulces. Los más
privados. Los que eran solo nuestros. No podía verle la cara, pero, como siempre, percibía su
presencia muy cerca; un imán tirando con fuerza de cada célula de mi cuerpo.
No fui capaz de decir nada, pero Axel no necesitó una respuesta. Simplemente, prosiguió
hablando:
—Pero nada de eso puede compararse contigo. Tú, Trey. Tú eres más. Era a ti a quien
buscaba en cada partido, en cada asiento de cada campo en el que he jugado. En cada yarda que
ganábamos. Tú eras la línea de anotación que trataba de cruzar. Tú eras mi pase imposible que de
algún modo sucedió. ¿Crees que no sé que estarías dispuesto a esconderte en el armario y echar
la llave por mí? —Lo estaba. Lo habría hecho. Él lo sabía, sí, y nunca me lo había pedido—.
Pero jamás te escondería. Jamás podría hacerlo porque lo único que quiero es que todos sepan
que te pertenezco. Y, además, no tengo por qué. Y si el mundo del deporte no está preparado
para eso, no quiero formar parte de él.
Apenas podía ver nada a mi alrededor. Las lágrimas se acumulaban en mis ojos y, joder, no
estaba seguro de haber seguido respirando de la forma en que mi cuerpo necesitaba que lo
hiciera. A lo mejor me había desmayado...
Pero entonces unos brazos envolvieron mi cintura desde atrás. El calor de Axel me rodeó y se
filtró a través de las capas de ropa que nos separaban y su aliento revoloteó sobre mi oído.
Cálido.
«Casa. Hogar. Siempre», murmuró una voz en mi cabeza. O quizá fuese yo. O Axel, no lo
sabía. Pero todo, absolutamente todo encajó. Porque de la misma manera en que yo quería lo
mejor para Axel, él lo quería para mí, para nosotros. Y no le importaba arriesgar su carrera si no
podía ser quien de verdad era. Si no le dejaban ser el hombre que me amaba y al que yo amaba.
—Mira, a lo mejor sí que está preparado... O lo estará.
No tenía ni idea de a qué se refería. Con la visión borrosa, tardé algunos segundos en ser
consciente de que había un grupo de gente en la acera a pocos pasos de nosotros. Parpadeé y el
primer rostro que conseguí enfocar fue el de Cooper. Luego vinieron Grayson, Chad, Jules,
Maddox, también Ryn, y Jude y otros de los novatos de la fraternidad. Joder, la mayoría del
equipo estaba allí, y también había algunas chicas. Vi a Lexi y a Mare.
—¿Qué hacéis todos aquí? —inquirí secándome las lágrimas avergonzado.
—Beber. Es una fiesta, ¿no? —terció Cooper con una media sonrisa en los labios. El idiota de
Cop—. Y dar... ¿apoyo moral?
No supe si me lo estaba preguntando o no, pero no importaba.
Estaban allí, joder.
Axel continuaba sosteniéndome, y ladeé la cabeza para encontrar su rostro sobre mi hombro,
brillando con una sonrisa amplia e irritante.
—Me pareció que tal vez necesitase refuerzos.
—¿Les pediste tú que vinieran?
—El idiota de tu novio solo dijo que ibais a venir aquí y que puede que tú estuvieras un poco
nervioso últimamente —volvió a contestar mi mejor amigo—. Todos pensamos que estaría bien
acompañaros.
Gruñí abochornado. Y también jodidamente emocionado. Nuestros amigos estaban allí para
apoyarnos, para mostrarnos que estaban y estarían junto a nosotros, dijera lo que dijese el mundo
al respecto.
—Corrí —fue lo único que se me ocurrió decir, pero Axel lo entendió.
—Eres el mejor running back de nuestro equipo. Esa es tu función: correr. —Me apretó un
poco más contra su pecho—. Pero yo siempre te detendré o iré a por ti, chico de oro. Y también
ellos. No estás solo. No estamos solos.
Y tal vez esa última admisión por su parte, esa certeza de que ninguno de los dos estaba solo
en eso, que el quarterback que había llegado al campus al inicio de la temporada con aires de
arrogancia y su oscura sonrisa se sentía parte de aquello... Quizá fue eso lo que terminó de
convencerme de que Axel nunca podría equivocarse al luchar por algo en lo que creía.
—Te amo, Axel King.
—Eso es justo lo que quería oír —rio en mi oído.
—No, no era eso lo que tenías que decir, idiota.
—Ah, ¿no? —volvió a reírse.
Me hizo girar en sus brazos, acunó mi rostro con ambas manos y deslizó el pulgar por mi
mejilla en ese gesto que era tan suyo y que sabía que a mí me encantaba.
Luego, me besó.
El aire se llenó de silbidos, aullidos y comentarios obscenos, porque, bueno, no podías
pedirles más al montón de atletas cachondos y ridículos que éramos. Los ignoré y me perdí en un
beso profundo, dulce y entregado que posiblemente fue el mejor que alguien me había dado
jamás pero que duró demasiado poco. Sin embargo, cuando Axel se retiró, obtuve por fin la
respuesta que no sabía que necesitaba.
—Solo tú y yo, Trey Donovan. Solo contigo. Yo también te quiero, chico de oro.
Axel

La habíamos cagado. De nuevo. No podía significar otra cosa dado que habíamos acabado en el
despacho del decano. Y esa vez no estaba Maddox para hacer su magia lujuriosa y salvarnos el
culo.
Trey seguía golpeando el suelo con el pie a un ritmo furioso mientras esperábamos a que
Davis apareciera.
—Esto es por lo de la entrevista, seguro. Te dije que no podías emplear ese tipo de palabras
para contestar.
Tuve que sonreírle. Joder, no había otra cosa que pudiera hacer. No cuando era mi chico de
oro. Él no podía evitar preocuparse por todo y yo, encontrarlo adorable.
—A todo el mundo le encantó. Deja de preocuparte. ¿Sabes esa parte de la entrevista que
decía, y cito textualmente: «Trey Donovan es el pase perfecto que Axel King nunca soñó con
llegar a realizar»? Me encanta. Es tan cursi que me encanta.
Trey se volvió en la silla y sus ojos se estrecharon cuando me fulminó con la mirada.
—Es gracioso que lo encuentres cursi, porque eso fue lo que dijiste. Te recuerdo que Jamie
también estaba allí escuchando.
Cuando Trey había echado a correr, Hayes nos había seguido hasta el exterior, preocupado y
creyendo que había hecho algo mal. Así que había terminado siendo testigo de todo lo que había
sucedido en el exterior.
—Dije que eras mi pase imposible. No perfecto. Aunque lo seas.
Trey puso los ojos en blanco. Quería fingir que estaba irritado, pero yo sabía que no lo estaba.
Apreté los labios para no reírme cuando dejé que mi vista descendiera hasta su regazo. Si me
esforzaba un poco, podría delinear el contorno de su polla dura incluso desde donde estaba.
—Lo que pasa es que estás cachondo.
—Vete a la mierda, King.
—Vaya, vaya. Así que King...
La puerta del despacho se abrió. Yo me callé y Trey se irguió y sus manos volaron hasta su
entrepierna para cubrirla, lo que estuvo a punto de arrancarme una carcajada.
Logan Davis avanzó hacia su escritorio, lo rodeó y se sentó tras él con una expresión que
gritaba que éramos unos imbéciles y que pagaría por poder estar en las Bahamas y no allí
lidiando con un montón de estudiantes descerebrados.
Bueno, a lo mejor Trey llevaba razón y se me había ido un poco de las manos todo el tema de
las respuestas con Jamie. Pero la entrevista llevaba una semana publicada. ¿Por qué Davis nos
reclamaba ahora?
El hombre apoyó los codos y enlazó los dedos sobre el escritorio.
—Señor King. Señor Donovan. La entrevista...
—Fue culpa de él —gritó Trey, señalándome.
La carcajada que había intentado tragarme brotó sin control de mi garganta. Duró dos
segundos, lo que tardó Davis en asesinarnos lenta y dolorosamente con una de sus miradas
autoritarias.
Estaba claro que necesitábamos a Maddox allí. No había habido manera de sonsacarle nada a
nuestro presidente sobre su relación con Davis, pero yo estaba seguro de que estaban liados. De
saberse en la fraternidad, seguro que ya habrían hecho una porra.
—Lo que estoy intentando hacer es agradecerles que la hayan realizado. No debería habérselo
pedido y no tenían por qué aceptar. Yo solo trataba de...
Trey y yo nos quedamos mirándolo, esperando a que continuara. Y esperando un poco más.
—¿Solo trataba de qué? —se aventuró a preguntar Trey finalmente.
Pero Davis hizo un gesto con la mano y lo descartó.
—Acepten mis disculpas y mi agradecimiento. Me excedí. Me he excedido mucho
últimamente en realidad. —Lo último lo dijo más para sí mismo que para nosotros, pero yo lo oí
de todas formas.
Mierda, ¿hablaba de Maddox? Tenía que poner en marcha esa maldita apuesta; me iba a
forrar.
—Disculpas aceptadas —dijo Trey, mucho más relajado.
Se había recostado en el asiento como si aquel despacho fuera suyo. Ladeé la cabeza y me
dedicó una sonrisa inocente enmarcada por ese halo de rizos rubios que le daba un aire angelical.
Me guiñó un ojo y luego miró de nuevo a Davis.
Traté de no ceder a la risa otra vez.
—Ahora, les pediría que se comportasen con el espíritu y la corrección que se espera de
estudiantes de último curso. No me hagan arrepentirme.
—¿De qué? —pregunté, porque Trey llevaba razón cuando decía que no sabía cuándo
callarme.
Estábamos en racha, tendríamos que haber salido en ese mismo momento del despacho ahora
que parecía que contábamos con el beneplácito del hombre y evitar un mal mayor.
Davis hizo un gesto hacia la puerta que había dejado abierta después de entrar y Trey y yo nos
giramos para echar un vistazo. Se me abrieron los ojos como platos al descubrir a un hombre allí.
—Oh, mierda. Tú... Usted... Tú eres... —Bonito momento para balbucear.
Trey empezó a reírse ante mi evidente incapacidad para formar frases coherentes, aunque me
lo tenía merecido.
Alterné la mirada entre el decano, Trey y el recién llegado como si aquello fuera un partido de
tenis a tres bandas, esperando que alguien dijera algo, lo que fuera, antes de que yo continuase
poniéndome en ridículo frente a una de las estrellas más conocidas y queridas de la NFL.
—Luka Torres —acabé murmurando, ya que nadie parecía dispuesto a sacarme de mi miseria
—. Luka. Torres. Torres.
Sí, genial. Yo era idiota.
Todos sabíamos quién era y cómo se llamaba, por Dios. Salvo el decano quizá; ese hombre no
parecía ser muy aficionado a los deportes, aunque tal vez solo odiaba a los atletas de nuestra
universidad en concreto.
—Ese soy yo —dijo Luka, con una sonrisa que daba entender que estaba acostumbrado a
tratar con imbéciles balbuceantes y deslumbrados.
Yo aún continuaba mirándolo cuando Trey se puso en pie y le tendió la mano. La atención de
uno de los mejores quarterbacks que había tenido la NFL se desvió entonces hacia él.
—Trey Donovan —se presentó mi novio.
—Te he visto en el campo. Un buen corredor —repuso Luka, devolviéndole el apretón de
manos—. Tendrías posibilidades de jugar de forma profesional. Ya sabes, si quisieras.
Joder.
¿Luka Torres había visto jugar a Trey y pensaba que podía entrar en la NFL?
Miré a Trey. Pero él ya estaba negando con la cabeza. Mi novio amaba el fútbol, aunque era
distinto para él que para mí. Era competitivo y tenía talento; sin embargo, no quería dedicar toda
su vida a los entrenamientos y a estar en el campo. Yo sabía que quería seguir vinculado de
algún modo al mundillo, pero no de esa forma.
—Usted no ha venido aquí para verme a mí —replicó Trey, a pesar de que sus mejillas y su
cuello estaban levemente teñidos de rosa.
Un halago de esa clase por parte de Torres era... Bueno, era más que un halago en realidad.
Todos los ojos de la habitación se posaron en mí. Mi mente continuaba anclada en el hecho de
que estaba allí frente a Luka Torres; estaba claro que en ese momento había entrado en modo
fanático total.
—Axel King —me saludó el hombre. Estiró la mano en mi dirección y yo me puse en pie de
un salto.
Por Dios, debía de tener el aspecto de un jodido cervatillo deslumbrado por los faros de un
camión a punto de arrollarme. Incluso creo que mi mano temblaba cuando estreché la suya.
—¿Qué demonios hace aquí? —solté, ganándome un gruñido reprobatorio del decano—. No
me interprete mal... No quiero decir... —Hice una pausa y me aclaré la garganta, tratando de
ganar un poco de control.
Tras una más de esas sonrisas compasivas, Torres se apiadó por fin de mí.
—Tengo una oferta para ti. Como es obvio, también te he visto jugar, y eres un maldito
diamante en bruto, chico.
Iba a llorar.
No, mierda. No podía llorar delante de Luka Torres. Ya era bastante patético que me hubiese
convertido en un idiota que no era capaz de encadenar una frase con sentido.
—Había oído rumores sobre ti —continuó, y yo parpadeé aturdido. ¿Había dicho algo de una
oferta?—. Pero puedes agradecerles a tu novio y a Logan su insistencia.
¿Quién coño era Logan? Mierda, sí, el decano.
Un momento, ¿mi novio? ¿Trey tenía algo que ver con todo eso?
Mi cabeza giró como un látigo hacia él; mostraba una sonrisa cegadora y esa expresión
ligeramente inocente que siempre me hacía desear hacerle cosas perversas a su cuerpo.
«No, no pienses en eso ahora. No es el puto momento para tener una erección.»
—No entiendo nada.
Torres estaba ya retirado. A pesar de haber terminado su carrera de forma abrupta la
temporada anterior debido a una lesión grave de rodilla, nadie podía discutir su brillante
trayectoria. Había ganado tres Super Bowl y tenía el récord de yardas recorridas y touchdowns.
Era una verdadera leyenda.
—Logan y yo somos viejos amigos. Él me hizo llegar la entrevista que os hicieron.
—Mierda —espeté. Si había leído la entrevista, desde ahí solo podíamos ir cuesta abajo.
—Señor King. Modere el lenguaje —me advirtió Davis con un resoplido muy poco propio de
él.
Torres solo sonrió.
—Está bien. Las cosas están así. Acabo de poner en marcha junto con mi socio una agencia
deportiva —comenzó a explicar Torres—. Es pequeña aún, pero contamos ya con algunos
clientes, incluido un jugador de los Rams. —Ese detalle desbocó mi ya de por sí disparado pulso
cardíaco—. Te queremos con nosotros, Axel. Vas a ser una estrella de la NFL y nosotros vamos
a luchar para empujarte lo más alto posible.
De nuevo, busqué a Trey con la mirada. Se había referido a él como mi novio y había dicho
que había leído la entrevista, así que lo sabía; sabía que yo era gay. No había duda.
Trey me devolvió la mirada con una expresión cargada de orgullo que consiguió que mi
corazón se saltase un latido. A ese ritmo, tendría un ataque. O me desmayaría.
Volví a centrarme en Torres. Fruncí el ceño y di un paso atrás.
—No. —«¡Explícate, idiota!»—. Quiero decir, sí, sí que estoy interesado. Pero... Soy gay y no
es algo que esté dispuesto a ocultar. Quiero que eso quede claro.
—Lo sé. Si la entrevista no lo hubiera dejado claro, Trey me ha puesto al día sobre tus
expectativas. —Su tono adquirió un matiz serio que no había tenido hasta ese momento, y pensé
que ahora sería cuando trataría de convencerme de que estaba cometiendo un error—. Pero... mi
socio y yo no tenemos problemas con eso. Las cosas tienen que cambiar en el deporte. He visto
tu pasión en el campo, Axel. Y también el modo del que hablas de fútbol y de él —siguió
diciendo, echándole una mirada apreciativa a Trey—. La forma en que peleas dentro y fuera del
campo. Eso es lo que necesita este deporte, eso es lo que hará que brilles en cada partido. No voy
a mentirte. Vas a recibir mierda por todas partes. Te lloverán las críticas y van a exigirte mucho
más que al resto de tus compañeros. No es justo, lo sé, pero tienes que saber dónde te metes. Te
van a provocar en el campo continuamente. También fuera de él, y seguramente tendrás que
empezar ganándote a tus propios compañeros. —Hizo una pausa y el aire se volvió aún más
pesado—. Y esa pelea en la que estuviste involucrado...
—Fue una estupidez —intervine, porque lo había sido. Sabía que no debería haber lanzado
ningún golpe, solo sacar a Trey y a Cooper de allí—. Lo sé.
—No puedes ceder a ninguna provocación. Te cuestionarán y eso podría costarte la carrera,
aunque conozco los motivos y entiendo por qué lo hiciste. He hablado con Meyer de ello.
—Lo sé —repetí. No había mucho más que pudiera decir.
Los dedos de Trey se deslizaron en torno a mi mano y su tacto me tranquilizó. De alguna
manera, siempre sabía cómo llegar hasta mí.
—Bien, entonces podemos reunirnos y hablar. Hay algunos detalles que tenemos que pulir y
necesitas un cursillo acelerado para aprender a tratar con la prensa —rio Torres, y oí a Davis
murmurar: «Suerte con eso»—. Pero te queremos con nosotros.
—Yo también os quiero —fue lo único que se me ocurrió decir. Trey soltó una carcajada que
me calentó el pecho, y yo me apresuré a añadir—: Pero, para que quede claro, no vais a pedirme
que me oculte o que... oculte mi relación con Trey, ¿verdad?
Torres negó a pesar de que me estaba repitiendo como un idiota, pero necesitaba que no
hubiera ningún tipo de malentendido en ese aspecto. No iba a ir a ningún lado sin Trey; no me
importaba lo que me ofrecieran.
—Fue él quien me trajo aquí —repuso Torres.
Ya lo había dicho antes, pero no fue hasta ese momento cuando comprendí en realidad lo que
significaba. En un impulso, tiré del brazo de Trey para atraerlo hacia mí.
—¿Tú has hecho esto?
—El decano, en realidad. Yo solo fui muy muy insistente.
Vale, iba a tener que tragarme todo lo que había dicho acerca de Davis y cancelar la porra
sobre lo suyo con Maddox. Una pena.
—Eres... eres... —Acerqué su boca a la mía y, al contemplar el verde chispeante de su mirada,
el cariño, su amor..., me olvidé de todo lo que nos rodeaba y solo quedó él—. Mi pase imposible.
Trey sonrió. Una sonrisa espectacular. La sonrisa del chico de oro, dorada y brillante, que me
había robado el corazón.
Me dio un beso rápido y retrocedió, gracias a Dios, porque yo estaba a punto de meterle la
lengua en la garganta y la mano en los pantalones allí mismo.
—Pon día, hora y lugar. Allí estaré —dije volviéndome hacia Torres, aunque mantuve un
brazo en torno a la cintura de Trey.
Torres hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta.
—¿Qué te parece... ahora?
—Sí, largaos de mi despacho de una vez —intervino Davis—. Tengo cosas que hacer.
Alumnos a los que atormentar.
Mierda, ¿eso había sido una broma? ¿Davis tenía sentido del humor?
No, espera. Lo estaba diciendo en serio.
El decano se puso en pie y le estrechó la mano a Torres. Dijeron algo sobre verse pronto,
aunque yo estaba demasiado abrumado para comprender del todo el intercambio de frases de
despedida.
Puede que la agencia de Luka Torres no fuera Olson & Faulk, pero estaban dispuestos a
pelear por mí. Por mi verdadero yo. Y eso era todo lo que necesitaba.
Salimos al pasillo y comenzamos a caminar hacia la salida de las oficinas. No solté la mano
de Trey en ningún momento.
—Espera, ¿has hablado de los Rams?
Torres asintió.
—Uno de mis chicos juega allí, sí.
Miré a Trey. Él no había aceptado aún el puesto de prácticas que le habían ofrecido en Los
Ángeles, pero los Rams eran de allí. Torres advirtió el intercambio silencioso de miradas entre
nosotros y levantó la carpeta que llevaba en la mano.
—Trey me dijo que tal vez trabajase en Los Ángeles tras su graduación —comentó sacando
un papel del interior de la carpeta—, y Logan me paso esto.
Cuando se lo entregó a Trey, eché un vistazo. Era su currículum; no había demasiado allí,
pero su media era mejor que la mía, eso seguro.
Torres se detuvo cuando Trey se quedó contemplando el folio con el ceño fruncido.
—Tal vez tenga una oferta también para ti, Trey. La agencia es muy nueva y aún estamos
cubriendo algunas vacantes en el departamento de comunicación y relaciones públicas. —Sus
ojos pasaron a mi rostro y esbozó una sonrisa—. Vamos a necesitar mucha gente para lidiar con
los desastres que provoque tu novio.
Contemplé el modo en que la nuez de Trey subía y bajaba en su garganta mientras tragaba con
fuerza. Aún seguía observando su currículum como si contuviera los secretos del universo.
Unos segundos después, alzó la barbilla de golpe.
—Me estás jodiendo.
Torres soltó una carcajada. Agradecí que no se escandalizara con tanta facilidad como Davis.
Los atletas éramos malhablados por naturaleza, no podíamos evitarlo. Así que no fui capaz de
reprimir mi réplica, aunque me incliné un poco sobre Trey para hablarle al oído:
—No, chico de oro. Para eso ya estoy yo.
Epílogo

—Deja de leer esa basura de una vez —suspiró Cooper desde su silla a mi lado, dándole un
manotazo a mi móvil.
Teníamos unos asientos muy buenos en realidad. Axel nos había ofrecido, como siempre que
jugaba, acceso al palco. Pero yo quería estar allí, entre los aficionados. Sinceramente, las esposas
y las novias de los jugadores aún me daban un poco de miedo, incluso cuando la mayoría se
habían portado muy bien con nosotros, al menos de puertas para fuera.
—El partido aún no ha empezado —gruñí, mientras leía un hilo de Twitter con un montón de
comentarios sobre Axel.
Había un poco de todo: malos, buenos, ofensivos, despreciables. Un montón de halagos y
mucha mierda también, justo como Luka había previsto más de un año atrás.
La temporada de Axel como novato con los Rams había sido espectacular, además de
agotadora. El campamento y la pretemporada no habían resultado precisamente fáciles para él:
un equipo nuevo con un montón de desconocidos, un entrenamiento aún más duro que al que
estaba acostumbrado. Miradas. Susurros. Cuchicheos. Mierda y más mierda incluso de sus
propios compañeros. Recelo en los vestuarios.
Pero también había obtenido apoyo y, conforme los días fueron avanzando, incluso hizo
algunos buenos amigos.
Y, finalmente, respeto.
Claro estaba, había ayudado que fuera seleccionado por los Rams como número dos en la
primera ronda de los drafts.
Todo lo que había logrado hasta el momento le había costado mucho trabajo y esfuerzo, y
morderse la lengua frente a algunos titulares sensacionalistas, pero eso no había preocupado en
realidad a mi novio. No, él parecía crecerse cuando todo el mundo le exigía más. Más. Mucho
más. Siempre más que al resto.
Ahora comprendía cómo debían de sentirse muchas mujeres que, solo por el hecho de serlo, a
diario se veían forzadas a demostrar constantemente su valía en entornos laborales tóxicamente
masculinos.
Pero no todo había sido malo durante aquellos largos meses. La agencia de Luka, a pesar de
ser nueva y pequeña y no poseer el renombre de otras, había demostrado ser la mejor opción que
Axel hubiera podido elegir; habían peleado por él con todo lo que tenían. Yo había entrado a
formar parte de su plantilla tras mi graduación, así que sabía de lo que hablaba. Todo el equipo
de Luka se ganaba hasta el último centavo que Axel les entregaba de su sueldo, eso seguro.
—Ya está. —Me guardé el teléfono en el bolsillo. No tenía sentido torturarse—. ¿Contento?
—Es tu novio el que se juega su primer campeonato hoy.
Le puse los ojos en blanco y él me dio un empujón, aunque sonreí ante el recordatorio. No era
como si lo hubiera olvidado, pero cada vez que alguien lo decía en voz alta era como si fuera yo
quien estuviese a punto de saltar a aquel campo para pelear por mi propio trofeo Vince
Lombardi.
Teniendo en cuenta que era un novato, Axel había jugado bastantes minutos durante la
temporada, sobre todo hacia el final, cuando el quarterback titular de los Rams había sufrido una
compleja lesión en el hombro derecho que lo había dejado fuera para el resto de la temporada.
Antes de eso, Axel ya había demostrado ser capaz de trabajar muy bien bajo presión, pero esa
oportunidad fue todo cuanto necesitó para empezar a asentarse en el seno de su nuevo equipo y
ganarse el favor de sus entrenadores, así como de sus compañeros y de una parte de los
aficionados.
El himno nacional comenzó a resonar a través de todos y cada uno de los altavoces del estadio
y, mierda, creo que nunca me había emocionado tanto en mi vida. Todo el mundo estaba de pie y
las cabezas se alzaron cuando, al terminar, dos cazas atravesaron el cielo.
—Ay, Dios. Ay, Dios —balbuceé con el corazón a punto de salírseme por la garganta junto
con el desayuno de esa mañana.
Si el ambiente propio de la Super Bowl no hubiese sido suficiente para que mi entusiasmo se
desbordara, el hecho de que Axel estuviera a punto de saltar al campo para pelear por el
campeonato de la NFL era sencillamente... increíble.
Su sueño. Mi novio, el hombre del que me había enamorado aún más durante el año anterior,
estaba cumpliendo su sueño. Ganaran o perdieran ese día, lo estaba logrando. Lo había peleado y
sufrido. Como él mismo, como Axel King.
—¿Vas a llorar? —se burló Cop.
—Déjame en paz.
Mi mejor amigo me rodeó los hombros con el brazo. Por mucho que se metiera conmigo y
continuara lanzándonos pullas a Axel y a mí cuando quedábamos, me había acompañado en cada
paso que había dado desde aquel primer año de universidad. Y no podría haber elegido a nadie
mejor para estar allí conmigo, literalmente además, porque el traidor de mi hermano y otros de
mis amigos sí que estaban en el palco, codeándose con un montón de celebridades.
Mis ojos se dirigieron de vuelta al campo cuando un jugador se movió por él.
—Espera..., ¿qué...? ¿Ese es Axel?
Lo era. Su apellido y su número, el siete, se apreciaban con claridad en la parte trasera de la
camiseta. ¿Adónde demonios iba? Se suponía que habría una actuación y luego se lanzaría la
moneda para sortear el saque inicial. Él no tenía que estar aún ahí.
El público vibró, empujado por los fanáticos de los Rams, que empezaron a gritar de
inmediato mientras Axel corría por el césped. No se detuvo hasta llegar al centro a pesar de que
había un tipo haciéndole señas como un loco desde el lateral. Lo reconocí como uno de sus
entrenadores.
Axel se volvió y levantó la barbilla, y fui consciente enseguida de que me estaba buscando
con la mirada. Él me había dado las entradas y sabía los asientos que Cooper y yo íbamos a
ocupar, pero no tenía ni idea de qué pretendía. Por Dios, acabarían expulsándolo por interrumpir
la ceremonia de apertura.
—Ese idiota está loco. —Ese fue Cop. Yo no podía hablar.
O creí no poder hacerlo hasta que...
—No, no, no. No está haciendo eso.
Axel acababa de arrodillarse sobre el césped. Los gritos aumentaron hasta convertirse en un
rugido ensordecedor y me pareció que Cooper se estaba riendo, pero yo dejé de oírlo. Dejé de oír
y de ver cualquier cosa que no fuera a Axel arrodillado sobre el puto césped y con los ojos
clavados en mí. Axel mostrándole al mundo —mostrándome a mí— que nadie podía elegir por
él. Que nadie podía evitar quién era o cómo se sentía.
A quién amaba.
Si hubiera dudado de cuál era la intención final de aquel gesto, las distintas posibilidades se
desvanecieron cuando se señaló el pecho con el dedo y luego me señaló a mí.
«Solo tú y yo», sabía que trataba de decirme.
Supuse que ahora todos los ojos de los presentes, y hasta las cámaras que grababan el
encuentro, estaban sobre mí. No todos los días uno de los jugadores de la NFL, un novato,
interrumpía el inicio de la Super Bowl para pedirle matrimonio a su novio. Otro hombre.
Madre mía, aquello nos iba a explotar en la cara de mil formas diferentes.
Un codazo me hizo bajar la vista y me encontré la mano de Cop sosteniendo una pequeña caja
abierta. La banda lisa de oro blanco destelló frente a mis ojos y, durante unos segundos, no fui
capaz de moverme. Me limité a parpadear sin más hasta que un nuevo codazo consiguió hacerme
reaccionar y salí de mi trance.
No tuve ni una sola duda. Cogí el anillo y lo deslicé en mi dedo, y luego levanté la mano en el
aire para que Axel pudiera ver cuál era la respuesta.
«Sí. Siempre sí.»
Los aplausos, silbidos y gritos se redoblaron, como si el partido ya hubiera comenzado y
aquella fuera la culminación de una impactante jugada. No mentiré al respecto, incluso entre la
algarabía de voces chillonas y todo el ruido que llegaba a mis oídos, también alcancé a oír algún
comentario no demasiado agradable. Pero lo aparté de mi mente enseguida, tan rápido como se
desvaneció entre el resto de los sonidos, y no permití que empañara en lo más mínimo el
recuerdo que tendría de aquel momento.
—Te amo, Axel King —murmuré para mí mismo.
Como si supiera lo que estaba diciendo, Axel se tocó la parte posterior del casco. Había
empezado a hacer ese gesto cuando saltaba al campo en los últimos partidos que disputó en la
universidad. Al principio no había comprendido lo que significaba, hasta que un día en el que
estaba tumbado en la cama a mi lado y yo me entretenía arañándole con suavidad el cuero
cabelludo mientras hablábamos, él prácticamente había empezado a ronronear y había admitido
que adoraba cuando lo acariciaba de ese modo.
Luego, al verlo llevarse la mano a esa zona cada vez que salía al campo, por fin entendí que
era su forma de decirme que me sentía allí con él. Aquel era su «te amo» gritado de manera
silenciosa frente a todo el que estuviera alrededor para contemplarlo.
—No se puede negar que el cabrón sabe cómo hacer una propuesta —rio Cooper, y no pude
llevarle la contraria.
Axel trotó de vuelta al lateral del campo entre aplausos, saludando como si fuera un rey
paseando frente a sus súbditos. Con esa misma seguridad con la que se había exhibido ante mí
los primeros días. Pero, aunque desapareció de mi vista, dudaba mucho que fuera a ser capaz de
dejar de verlo arrodillado en el césped durante todo el partido.
Cop señaló mi pantalón.
—Te está vibrando el móvil.
—Mierda. Joder —maldije. Sabía quién era incluso antes de sacármelo del bolsillo y echarle
un vistazo a la pantalla—. Mierda. Mierda. Mierda.
Los gritos de Luka invadieron la línea en cuanto acepté la llamada.
—¡¿Qué demonios, Trey?! ¿Sabías que iba a hacer algo así? ¡Está loco! —prosiguió
despotricando, sin darme opción a replicar—. Esto nos va a costar un montón de mierda de
relaciones públicas. ¿Sabes lo que van a decir? ¡Joder, lo sabes! ¡Claro que lo sabes! ¡Trabajas
para mí, por el amor de Dios!
—El matrimonio gay es legal en este estado —fue lo único que atiné a contestar.
Lo era, así que...
Luka soltó una carcajada que no contenía ni una pizca de humor.
—Debería habérmelo dicho. Habríamos... ¡Joder! No sé. Habríamos hecho algo para preparar
a la opinión pública.
Ahora fue mi turno para reírme.
—Luka, ya sabes cómo es. —Me encogí de hombros aunque él no pudiera verme—. No
puedes decirle qué hacer o cómo hacerlo. Estamos hablando del puto Axel King.
Bueno, en realidad, ahora estábamos hablando de mi futuro marido.
«Solo tú y yo, Axel. Solo contigo.»
MatchStories es una colección de Esencia Editorial

Solo juntos
Victoria Vílchez

La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad mejor. La propiedad intelectual es clave
en la creación de contenidos culturales porque sostiene el ecosistema de quienes escriben y de nuestras librerías.
Al comprar este ebook estarás contribuyendo a mantener dicho ecosistema vivo y en crecimiento. En Grupo
Planeta agradecemos que nos ayudes a apoyar así la autonomía creativa de autoras y autores para que puedan
seguir desempeñando su labor.
Dirígete a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesitas reproducir algún fragmento de esta
obra. Puedes contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 /
93 272 04 47.

© Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño


© Ilustración de la cubierta: Eva García
© Fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Ilustraciones del interior: Shutterstock

© Victoria Vílchez, 2023

© Editorial Planeta, S. A., 2023


Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): junio de 2023

ISBN: 978-84-08-27489-6 (epub)

Conversión a libro electrónico: Realización Planeta


¡Encuentra aquí tu próxima lectura!

¡Síguenos en redes sociales!

También podría gustarte