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Élizabeth Léturgie
Tanto la decisión de comprometerme en el pase se tomo fácilmente, como es más complejo
testimoniarlo una vez el nombramiento pronunciado.
Voy sin embargo a tratar de desplegar cómo esta invención de Lacan tiene para mí dos caras: el pase
en él mismo con la decisión de comprometerse a eso y el desarrollo del testimonio y la nominación de AE, con
la responsabilidad del acto y el compromiso que se liga allí.
Había pensado siempre en hacer el pase, al cual atribuia un valor elevado, pero no idealizado, porque
aceptaba la idea de no ser nominada. Pero la decisión se tomo de tal modo que me parece esclarecedor
enunciar las condiciones significantes que lo presidieron. Esto ocurrió cuando lo real atisbado y sujetado en el
fin de mi cura se impuso imponentemente en un pequeño acontecimiento de la vida cotidiana.
Era la Pascua 2004. Mientras que mi analista me anunciaba una ausencia inesperada, se me viene esta
frase: « la persona más importante de mi vida, no puedo hacer nada por ella. » La contradicción de tal
formulación y la ausencia de angustia me detienen, y lo que me viene entonces, es: « Esto no es verdad » ¡
que mi analista es la persona más importante de mi vida! Sin embargo, esta palabra que emerge y me
sobrepasa me revela la verdad de mi error y estoy consternada con que una pequeña frase me ponga frente a
un sitio vacío, un sitio vaciado del objeto, de tal modo que se encuentra allí liquidada el resto de engaño ligado
a la transferencia.
Es sorprendente, intenso, algo auténtico que me separa y hace un efecto de ser, y lo que me viene, es:
« Voy a hacer el pase », sin saber en el instante por qué estas dos frases se ponen juntas con tal evidencia.
Ahora, considero este momento como un acceso a un nuevo saber, forjado en la cura después de la
travesía del fantasma, y que testimonia la separación del objeto que yo había sido para el otro.
Pero lo que sabía sobre mi cura se modificó aun en el mismo tiempo del pase, el de ser escuchada de
este modo, que arranca aun del basamento de lo real, al que creía que había dado la vuelta tres veces, algo
que tiene un efecto de subjectivación. Es de este punto particular del que voy a hablar ahora, que tiene
relación con la letra y deja de lado lo que toca el objeto, el síntoma o el sinthome.
Había aprendido a leer muy temprano, me contaron, con las letras de mi apellido inscritas sobre la
tumba de mi padre, dónde iba cada domingo a partir de mis 4 años. Era una H, grabada en la piedra, la que
tenía mi preferencia y se desprendía, ligeramente dorada sobre la piedra gris y repetida tres veces, porque en
esta tumba también reposaban mi abuelo paternal y un pequeño hermano, nacido mucho antes de mi
nacimiento.
Mis iniciales son E. H., porque mi apellido de soltera es Herenguel, y ellas se volvieron el significante
del llamado al otro. E. H.: era así como yo me firmaba. Pero lo que repetía pequeña, brincando sobre los
terrones de tierra frescamente volteados en el Cementerio campestre, eran las últimas letras del Nombre del
Padre: E. L., que se inscribieron en mí como significante de mi feminidad.
Era muy inconscientemente como estas letras conducian mi destino que yo consagraba por entero a
realizar el mito familiar, transmitido por el discurso materno que hacía « del amor antes que todo » el mejor
modo de paliar la ausencia de la relación sexual.
El discurso materno me sujetaba a un «es ella» que me asignaba a un sitio particular en mi camada y
me daba la ilusión de ser única, porque el C. L. contenía una brillantez fálica que me cegaba.
Habiendome encontrando muy joven el que, casándose conmigo, me dio nuevas iniciales, E. L.,
Élisabeth Léturgie, me encontraba asi nuevamente ligada a las letras significantes del Nombre del Padre.
Feliz de estar alienada a esta elección amorosa inconsciente, es por un paso al acto oscuro como me
apartaba de eso. Es en mi cura analítica, en el momento de un momento de crisis donde la falla de mi ser
apareció en mí con toda la fuerza de la angustia propicia a la vacilación del sujeto, donde constituiria este paso
al acto en síntoma.
Será un largo trabajo del análisis reparar el goce amado y detestado, y por el ciframiento de la letra ‐ es
decir pasar de E. H. a E. L. ‐ lograr desalojar las trazas del goce que se aloja allí.
Pero es en la pase que una nueva articulación entre goce y saber se hizo de tal modo, que pude
percibir una cara de real de la que era todavía cautiva, al ignorarlo, y que apareció en un pequeño síntoma en
el curso de la pase. Mientras que el análisis había recortado la posición deseante de salvar al padre, el pase
permite otro modo de anudar a R.S.I. con la muerte, la letra y el cuerpo, que tiene su efecto de subjectivación.
Desprendida del resto que el síntoma expresaba de esta relación al cuerpo‐muerto del padre, pude reconocer
por fin esta cara del real agazapada en la sombra de la tumba para afrontare que era justamente esto lo
inconsciente y realizarlo de un modo único y extraordinario.
Empleo esta palabra con reticencia, porque a menudo me repetía si era peligroso comprometerme con
tanto entusiasmo en mi pase, que deseaba hacer prueba de rigor al mismo tiempo que carecía de eso en la
preparación de mis citas del pase.
No tengo miedo más de mi entusiasmo desde que se anudaron para mí en mi pase, ética y clínica y
teoría, y que el compromiso en el proceso se acompañaba de la viva conciencia de que era un modo de acceso
a una garantía colectiva, como lo dice Lacan en la Proposición del 9 de octubre de 1967, y esto cuenta en
nuestra joven Escuela.
Para mí, ser psicoanalista, es hacer de tal manera que la ilusión a la cual me aferraba tanto
desaparezca también para el otro (que me lo demanada) y qué el vacío de la estructura no sea tapado, que la
castración no sea evitada; qué la destitución subjectiva, efectuada, permita sostener la inconsistencia de Otro
y que se acepte que la localización de su punto de horror sea necesaria a la función de analista para sostener
su acto.
Hasta diría que es necesario saber, más allá de la transformación de la relación a la castración, de qué
modo su propia castración se hizo el deseo mismo del analista. Esto conllevaba para mí la aceptación, lo capte
muy tarde, que la palabra materna sobre el amor no era verdadera, incluso si el amor es verdadero, y que la
palabra de una madre puede contener del engaño.
Testimoniando que mi pase se celebró en condiciones éticas ante los pasadores aplicados, dando
prueba de una gran disponibilidad psíquica, puedo decir que el dispositivo funcionó para mí con tal modo que,
en el momento de las citas de pase, no tenía en mente ni ser comprendida ni ser nombrada: « Ello hablaba »,
es todo, como una pura experiencia del inconsciente.
Pedir el pase, es esperar, es aceptar el título de AE, pero el cambio se efectua antes, ha sido realizado
en el momento mismo de la demanda. Es el saber sobre lo real, construido en la cura, que empieza a contar al
ser enunciado libremente; pero el saber desprendido de un cierto goce precede la pase y permite la seriedad
necesaria y útil para nuestra causa analítica. Permitiéndome formular aquello con lo que me hice analista, en
el pase mismo, la Escuela nombrándome me aloja de otro modo como psicoanalista, y me siento responsable.
Lacan propone creer en el inconsciente para reclutarse, y lo que el pase autentifica, es esta verdad en
el momento mismo cuando el hace franqueamiento y designa un más allá.. simplemente porque esto había
sido llevado hasta allí.