Está en la página 1de 7

LA COMUNICACIÓN

RESUMEN 39 – 45

En el mundo normal de hoy, no sucede casi nunca que nos demos contra una barrera
lingüística total es decir que nos encontremos inmersos ante un ser humano con quien
tengamos que establecer desesperadamente una comunicación, un claro ejemplo fue
Antonioni, en el Desierto rojo, ha proporcionado un célebre ejemplo en el episodio en que la
protagonista se encuentra, por la noche, con un marinero turco que no sabe una sola palabra
de ninguna lengua que no sea la suya y trata de hacerse entender por él en vano. Pero el
ejemplo es incompleto, porque por ambas partes, también por la del marinero, existe la
voluntad de entender o, por lo menos, no existe la voluntad de rechazar la comunicación.

Según una teoría en boga en aquellos años, cuando aparece la palabra, «incomunicabilidad»
sería un componente incuestionable, una condena perpetua inherente a la condición humana,
y en especial al estilo de vida de la sociedad industrial.

Podemos y debemos comunicarnos: es una manera útil y fácil de contribuir a la paz ajena y a la
propia, porque el silencio, la ausencia de señales, es a su vez una señal, pero ambigua, y la
ambigüedad genera inquietud y sospechas.

Negar la posibilidad de la comunicación es falso: siempre es posible. Rechazar la comunicación


es un pecado; para la comunicación, y en especial para su forma altamente evolucionada y
noble del lenguaje, estamos biológica y socialmente predispuestos. Todas las razas humanas
hablan; ninguna de las especies no humanas sabe hablar.

Por otro lado si nos preguntamos de como entablar una comunicación con animal por
ejemplo para un caballo corra o se detenga, dé una vuelta, tire o deje de tirar, no es necesario
llegar a un entendimiento ni darle explicaciones detalladas; es suficiente un diccionario
formado por una docena de signos distintos pero unívocos, y no importa que sean acústicos,
táctiles o visuales: tirones de bridas, punzadas de espuelas, gritos, gestos, golpes de látigo,
restallidos de labios, golpes en el lomo, todos sirven.

Por otro lado, volviendo al tema central del libro, la verdad es que el hombre ignorante (y los
alemanes de Hitler, y en especial las SS eran temerosamente ignorantes: no habían sido
«educados» o habían sido mal educados) no sabe distinguir claramente entre quien no
entiende una lengua y quien simplemente no entiende. A los jóvenes nazis les habían metido
en la cabeza que en el mundo había una sola civilización, la alemana; todas las demás,
contemporáneas o antiguas, eran aceptables en cuanto contuviesen en sí algún elemento
germánico.

Por lo cual, quien no entendía ni hablaba alemán era, por definición, un bárbaro; si se
obstinaba en tratar de expresarse en su lengua, o mejor, en su no lengua, había que hacerle
callar a patadas y ponerlo en su sitio, a tirar de algo, llevar algo o empujar algo, porque no era
un ser humano.

La mayor parte de los prisioneros que no conocían el alemán, es decir, casi todos los italianos,
murieron en los primeros diez o quince días después de la llegada: a primera vista de hambre,
frío, cansancio, enfermedad; en un examen más cuidadoso, por falta de información.

Si hubiesen podido hablar con los compañeros más antiguos habrían podido orientarse mejor:
habrían aprendido a procurarse ropas, calzado, comida ilegal; a descargarse del trabajo más
duro y a evitar los enfrentamientos con frecuencia mortales con las SS; a sobrellevar sin
errores fatales sus inevitables enfermedades. No pretendo decir que no habrían muerto, pero
habrían vivido más y habrían tenido más posibilidades de recuperar el terreno perdido.

Se ha contado en las primeras páginas de La tregua un caso extremo de comunicación


necesaria y fallida: el del niño Hurbinek, de tres años, es probable que nacido
clandestinamente en el Lager, a quien nadie había enseñado a hablar y que experimentaba
una imperiosa necesidad de hablar, expresada por todo su pobre cuerpecillo. También bajo
este aspecto el Lager era un laboratorio cruel en el cual podía asistirse a situaciones y
comportamientos nunca vistos antes, ni después, ni en otra parte.

A muchos italianos les resultó vital la ayuda de los compañeros franceses y españoles, cuyas
lenguas eran menos «extrañas» al alemán, pero de todas maneras no era suficiente. Yo
supliqué a uno de ellos, a un alsaciano, que me diese unas lecciones particulares y aceleradas,
distribuidas en breves sesiones en voz baja entre el momento del toque de queda y aquel en
que cedíamos al sueño; clases que tenía que pagar con pan, pues no había otra moneda.
Aceptó y creo que nunca se ha empleado mejor un pedazo de pan.

Me explicó lo que querían decir los rugidos de los Kapos y de las SS, los letreros insulsos o
irónicos escritos en gótico en las vigas de los barracones, qué significaban los colores de los
triángulos que llevábamos en el pecho sobre los números de matrícula. Con ello me di cuenta
de que el alemán del Lager, descarnado, gritado con alaridos, sembrado de obscenidades e
imprecaciones, sólo tenía una vaga semejanza con el lenguaje exacto y austero .

Pasado el tiempo, el momento de la semana en que nuestros compañeros «políticos» recibían


el correo de sus casas era, para nosotros, el más desconsolador, cuando sentíamos todo el
peso de ser diferentes, extraños, arrancados de nuestro país e incluso del género humano.

Por lo demás, aunque nos hubiesen permitido escribir una carta ¿a quién se la hubiésemos
dirigido? Las familias de los judíos de Europa estaban escondidas, dispersas o destruidas.

Yo tuve la rarísima fortuna de poder intercambiar algunas cartas con mi familia. Se lo debí a
dos personas muy distintas entre sí: un albañil anciano, casi analfabeto, y una valerosa joven,
Bianca Guidetti Serra, que hoy es una abogada conocida.

Sé que eso ha sido uno de los factores que me han permitido sobrevivir; pero, como antes he
dicho, cada uno de quienes hemos sobrevivido somos, en muchos sentidos, una excepción;
cosa que nosotros mismos, para exorcizar el pasado, tendemos a olvidar.

PUNTOS
La memoria no es un registro exacto sino que cad

a tiem

También podría gustarte