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La historia cifrada del disfraz de Marimonda es una narrativa que se entrelaza con

elementos culturales, históricos y sociales de Barranquilla, Colombia. Comienza con una


exposición de disfraces de Marimondas durante un evento académico, donde el autor,
Germán García, explica que estas representaciones son una forma de resistencia al
dominio cultural extranjero, particularmente a la invasión de superhéroes. La Marimonda se
convierte en un símbolo de resistencia y autenticidad barranquillera, en contraposición a las
influencias foráneas.

El origen del término "Marimonda" se relaciona con la palabra "mondá", que proviene del
verbo "mondar", significando pelar, y tiene connotaciones fálicas. Se explora la relación
histórica entre el culto al falo y el patriarcado, así como anécdotas sobre la influencia
francesa en la zona de tolerancia de Barranquilla y su conexión lingüística con el término
"Mondá".

El disfraz de Marimonda surge como una expresión carnavalesca popular, inicialmente


diseñado para burlarse de la élite y obtener dinero. Consta de prendas viejas y una máscara
grotesca con referencias sexuales explícitas, como orejas que simbolizan testículos y una
nariz que representa el falo. Este disfraz, acompañado de un pito artesanal y gestos
obscenos, se convierte en un elemento icónico del carnaval de Barranquilla.

A medida que el disfraz gana popularidad, se embellece para ser aceptado en la sociedad,
aunque conserva su carácter irreverente y provocador. La historia de la Marimonda refleja la
complejidad de la identidad cultural y las dinámicas sociales en Barranquilla, donde la
tradición popular se mezcla con influencias externas y se reinventa constantemente en el
contexto del carnaval y la resistencia cultural.

**La Marimonda: De Mamarracho a Ícono Cultural**

El texto narra la evolución del disfraz de Marimonda, desde su origen como una figura
marginal hasta convertirse en un ícono cultural del carnaval de Barranquilla. Se destaca
que, a pesar de intentos por prohibirlo, el disfraz persistió y fue embellecido con lentejuelas
y cintas brillantes, manteniendo su símbolo sexual intacto.

El relato subraya cómo las mujeres ahora disfrutan del disfraz sin tabúes, reflejando un
cambio en la percepción social. Se menciona la popularidad de las Marimondas del barrio
Abajo, que se han convertido en una comparsa de lujo, con una coreografía elogiada y una
vestimenta elegante.

El texto también aborda dos digresiones interesantes: la anécdota sobre el Papa Bergoglio y
la cachaca penefóbica, así como el grafiti en el baño de la Universidad del Atlántico. Se
discute el poder del saber y la autonomía universitaria en relación con la apertura del
programa de filosofía en dicha institución.

Se hace una comparación entre la Marimonda y los superhéroes, sugiriendo que al vestir el
disfraz, las personas se transforman. Se reflexiona sobre la naturaleza de la identidad y la
personalidad, citando a escritores como Álvaro Cepeda Samudio y Franz Kafka.
Finalmente, se concluye que la vida es un carnaval, donde el disfraz de Marimonda
representa la resistencia cultural y la liberación de tabúes sexuales. Se destaca la
autenticidad y la recreación sin represiones de las sociedades antiguas, contrastadas con la
cultura contemporánea.
**El Poder de las Palabras: Libertad Lingüística en Barranquilla**

El texto explora el uso y la percepción de las palabras en la cultura barranquillera,


especialmente en relación con el término "marimonda" y su significado polisémico. Se
enfatiza que el término no es simplemente una palabra vulgar, sino que tiene connotaciones
históricas y sociales que reflejan la identidad y el orgullo de los barranquilleros.

Se discute la dualidad en el uso del término "marimonda", que puede ser tanto una
expresión de desprecio como de elogio, dependiendo del contexto y la intención del
hablante. Se hace referencia a Wittgenstein para ilustrar la complejidad del lenguaje y su
uso en diferentes situaciones.

El texto aborda la cuestión de la moralidad lingüística y critica a aquellos que categorizan


las palabras como buenas o malas. Se argumenta que las palabras son moralmente neutras
y que su significado es determinado por la sociedad. Se menciona el trabajo del filólogo
Ángel Rosenblat para respaldar esta idea.

Se reflexiona sobre la diversidad lingüística y se defiende el uso de expresiones populares y


coloquiales como parte de la riqueza cultural de Barranquilla. Se rechaza la idea de que las
palabras populares sean inferiores o no dignas de ser utilizadas, y se defiende el derecho
de cada persona a elegir las palabras que desee en función de las circunstancias.

Finalmente, se concluye que las palabras son herramientas poderosas que reflejan la
libertad creativa del ser humano. Se defiende el derecho a usar el lenguaje de manera libre
y auténtica, sin necesidad de justificaciones morales o sociales. En última instancia, se
enfatiza que lo importante no es la palabra en sí misma, sino el significado que le otorgamos
en nuestra interacción social y cultural.

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