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SINTESIS SOBRE FUNDAMENTOS DE LA GEOPOLITICA

Diferencia entre Geografía Política y Geopolítica

La geografía política moderna, como la entendemos hoy, como un estudio geográfico de la


política, o como el estudio de las relaciones entre espacio y poder – nació con la obra
Politische Geographie (Geografía Política) de Fiedrich Ratzel, publicado en 1897. No significa
que ese geógrafo alemán haya sido el primer autor en escribir sobre el asunto o en emplear
ese título. En realidad ese análisis, o mejor, esa incorporación de la dimensión geográfica o
espacial de la política es bastante antigua. Podemos encontrarla en Aristóteles, en
Maquiavelo, en Montesquieu y en innumerables otros filósofos de la antigüedad, de la Edad
Media o de la época Moderna. Pero normalmente esta preocupación por la dimensión
espacial de la política, con respecto al tamaño y a la localización del territorio de una ciudad-
Estado, en Aristóteles; o sobre la localización y la defensa de la fortaleza del príncipe en
Maquiavelo; o el énfasis en la importancia de la geografía (física o humana) para la
comprensión del “espíritu de las Leyes” de cada sociedad, en Montesquieu – era algo que
surgía de paso, como un aspecto casi secundario de la realidad, pues lo esencial era
entender la naturaleza del Estado o de las leyes, los tipos de gobierno o las maneras de
alcanzar a ejercer eficazmente el poder.

Con Ratzel se inicia un estudio sistemático de la dimensión geográfica de la política, en el


cual la especialidad o la territorialidad del Estado era el principal objeto de las
preocupaciones. Y con Ratzel, la propia expresión “Geografía Política”, que era
eminentemente empleada en los estudios enciclopédicos de los siglos XVI, XVII y XVIII (las
informaciones sobre tal o cual Estado: su población, contornos territoriales, ríos, montañas,
climas, ciudades principales, etc.) logra un nuevo significado. Pasa a ser entendida como el
estudio geográfico o espacial de la política y no más como un estudio genético (en “todas” sus
características) de los Estados o países.

La geopolítica, por su parte fue creada en los inicios del siglo XX, más precisamente en 1903
en un artículo denominado “Las grandes potencias”, escrito por el jurista Rudolf Kjellén. (Pero
atención, la palabra “geopolítica” fue creada por Kjellén, pues probablemente esa temática
que pasó a llamarse geopolítica sea más antigua. Es decir, ya había anteriormente una
preocupación con el poderío de cada Estado, con las grandes potencias mundiales o
regionales, con la instrumentalización del espacio geográfico con vistas a la guerra o al
ejercicio del poder estatal).
Normalmente se afirma – en casi todas las obras sobre “historia de la geopolítica” – que los
geopolíticos clásicos, o los “grandes nombres de la geopolítica”, fueron H.J.Mackinder, A.T.
Mahan, R. Kjellén y K. Haushofer. De esos cuatro nombres, dos de ellos (el geógrafo inglés
Mackinder y el almirante norteamericano Mahan) tuvieron sus principales obras publicadas
antes de la creación de esa palabra geopolítica por Kjellén.

El general alemán Haushofer, fue en realidad quien popularizó la geopolítica debido a las
circunstancias (relaciones problemáticas con el nazismo y posible contribución indirecta para
la obra Mein Kampf de Hitler), tornándola tristemente, famosa en los años 1930 y 1940, en
especial a través de su Revista de Geopolítica (Zeitschrifl für Geopolitik), editada en Munich
de 1924 a 1944 y con una tirada mensual que comenzó con tres mil y llegó a alcanzar los
treinta mil ejemplares, algo bastante expresivo para la época. La geopolítica, en fin, conoció
un período de gran expansión en la preguerra, en la primera mitad del siglo XX, siendo
eclipsado – o mejor, echada al ostracismo - después de 1945. Siempre se preocupó por la
llamada escala macro o continental/planetaria; la cuestión de la disputa del poder mundial,
qué Estado (y por qué) es una gran potencia, cuál es la mejor estrategia espacial para
alcanzar ese status, etc.

Existirían escuelas nacionales de geopolítica – en especial desde los años 1920 hasta los
años 1970, en algunas partes del mundo, inclusive en Brasil. No escuela en el sentido físico
(predio y salas de aula) pero sí en el sentido de corriente de pensamiento, de autores –

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aunque uno haya vivido distante del otro en el espacio o a veces hasta en el tiempo – con una
cierta identificación. En el caso de la geopolítica consistía principalmente en el desarrollo de
un proyecto (“Brasil, gran potencia”, en nuestro caso) que se expresa con una estrategia
geopolítica y militar con una clara dimensión espacial. La naturaleza pragmática, utilitarista (y
para el Estado, único agente visto como legítimo) o de “saber aplicable” siempre fue una
tónica preponderante en la geopolítica. Ella misma se preocupó en afirmarse no como un
mero “conocimiento” de la realidad y sí como un “instrumento de acción”, una guía para la
actuación de tal o cual Estado.

La Geopolítica a partir de los años 70

A partir de mediados de los años 1970 la geopolítica sale del ostracismo. Ella vuelve a ser
nuevamente estudiada (a decir verdad ella nunca dejó de ser, pero de 1945 hasta su regreso
en 1975, estuvo confinada a pequeños círculos, en especial militares). Sólo que ahora en vez
de ser vista como “una ciencia” -como pretendía Kjellén- o como “una técnica/arte al servicio
del Estado” -como abogaban muchos geopolíticos, inclusive Haushofer-, ella es cada vez más
entendida como un “campo de estudio”, un área interdisciplinar afín (tal como, por ejemplo, la
cuestión ambiental). En varias partes del globo se crearon -o están siendo creados- institutos
de estudios geopolíticos y/o estratégicos, que congregan a numerosos especialistas,
cuentistas políticos, geógrafos, historiadores, militares o teóricos estrategas, sociólogos y,
como no podía dejar de ser (en la medida en que la “guerra” tecnológica-comercial hoy es
más importante que la militar) hasta incluso economistas. La palabra geopolítica no es una
simple contracción de la geografía política como piensan algunos, pero sí algo que se expresa
respecto de las disputas de poder en el espacio mundial y que como la noción de PODER ya
lo dice (poder implica dominación por un Estado o no, en relaciones de asimetría en fin, que
pueden ser culturales, económicas, represivas y/o militares, etc.), no es exclusivo de la
geografía.

La geografía política, de esa forma, también se ocupa de la geopolítica, aunque sea una
ciencia (o mejor una modalidad de ciencia geográfica) que estudia varios otros temas o
problemas. Ejemplificando, podemos pensar que la geografía también tiene en cuenta la
cuestión ambiental, aunque esta no sea una temática exclusivamente geográfica (otras
ciencias – tales como la biología, la geología, la antropología, la historia, etc – también
abordan esta cuestión). Pero la geografía –de la misma forma que las otras ciencias
mencionadas- no se identifica exclusivamente con esa cuestión, pues ella también procura
explicar otras temáticas que no son rigurosamente ambientales tales como, por ejemplo, la
historia del pensamiento geográfico, la geografía electoral, los métodos cartográficos, etc.

Podríamos decir que existirían o existen varias interpretaciones diferentes sobre lo que es
geopolítica y sus relaciones con la geografía política. Vamos a resumir esas interpretaciones
que variarán mucho en el espacio y el tiempo en cuanto visiones:

“La geopolítica sería dinámica (como un film) y la geografía política estática (como una
fotografía)”. Esta fue la interpretación que numerosos geopolíticos anteriores a la Segunda
Guerra Mundial, entre los cuales podemos mencionar a Kjellén, Haushofer y muchos otros
colaboradores de la Revista de Geopolítica, además del general Golbery do Couto e Silva y
numerosos militares en el Brasil. Según ellos la geopolítica sería una “nueva ciencia” (o
técnica o arte) que se ocuparía de la política a nivel geográfico pero con un abordaje diferente
de la geografía, más “dinámico” y pensado principalmente para la acción. Ellos veían a la
geografía como una disciplina tradicional y descriptiva y decían que en ella apenas se
estudiaban algunas informaciones (sobre relieve, distancias, latitud y longitud, características
territoriales o marítimas, poblaciones y economías, etc.) pero que fundamentalmente estaban
construyendo otro saber, que en realidad sería más que una ciencia o un nuevo saber, sería
un instrumento imprescindible para la estrategia, la actuación político/espacial del Estado.

Como se percibe, fue una visión adecuada a su momento histórico – no podemos olvidar que
el mundo en la primera mitad del siglo XX, antes de la Gran Guerra, vivía un orden multipolar

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conflictivo, con una situación de guerra latente entre las grandes potencias mundiales – y la
legitimación de la práctica de quien hacía geopolítica en aquel momento. Ella también fue
tributaria de todo un clima intelectual europeo –especialmente alemán- de la época que
fustigaba al conocimiento científico (la “ciencia real” que era contrapuesto a la “ciencia ideal” o
“nuevo saber”, que debería contribuir para un “mundo mejor”) por su pretendida
“desconsideración por la vida concreta, por las emociones, por los sentimientos”.

La geopolítica sería ideológica (un instrumento del nazi-fascismo o de los Estados totalitarios)
y la geografía política sería una ciencia. Esta fue la interpretación de algunos pocos geógrafos
en los años 1920 y 1940 (por ejemplo. Hellner y Waibel) y de la casi totalidad (y también de
algunos otros cuentistas sociales) en la posguerra. Un nombre bastante representativo de
esta visión fue Pierre George. Tal vez el geógrafo francés más conocido de los años
cincuenta a los setenta, que afirmaba que la geopolítica sería una “pseudo ciencia”, una
caricatura de la geografía política. Esta visión fue prácticamente una reacción a la anterior,
que predominó o fue extremadamente importante en la preguerra. Como toda fuerte reacción,
se dirigió hacia el lado extremo del péndulo, descalificando completamente a la geopolítica de
la cual “nada se aprovecha” en el decir de numerosos autores de los años cincuenta y
sesenta y hasta incluso rehusándose a explicarla de forma más rigurosa.

La geopolítica (hoy) sería un área o campo de estudio interdisciplinario. Esta interpretación


comienza a predominar a partir del final de los años ochenta, teniendo un cuasi consenso en
los días actuales. No se trata tanto de lo que fue la geopolítica sino de lo que ella representa
actualmente. E incluso si analizáramos quien hizo geopolítica, los “grandes nombres” que
habrían contribuido para desarrollar ese saber, vamos a concluir que ellos nunca provinieron
de una única área de conocimiento: hubo juristas (Kjellén), geógrafos (Mackinder), militares
(Mahan, Haushofer) y varios otros especialistas. No tiene ningún sentido adjudicarse el
monopolio de este tipo de estudio –sería lo mismo que pretender detentar la exclusividad de
las investigaciones ambientales -ya que con eso estaríamos desconociendo la realidad-.
Existen trabajos sobre geopolítica, algunos óptimos, oriundos de geógrafos, de políticos, de
historiadores (H.Kissinger; P.Kennedy), de militares, etc. Y ninguno puede imaginar
seriamente que en un Instituto o Centro de estudios estratégicos y/o geopolíticos –donde se
investigue el futuro de Brasil (o de cualquier otro Estado-nación, o incluso de un partido
político) en el siglo XXI, las posibilidades de enfrentamientos o de crisis político-diplomáticas o
económicas, las estrategias para volverse hegemónico en el subcontinente, para ocupar
racionalmente la Amazonia, etc.- deban existir sólo geógrafos, o sólo militares, o sólo juristas.

Más de una vez podemos hacer aquí una relación con nuestro tiempo, con el clima intelectual
de finales del siglo XX e inicios del XXI. La palabra importante hoy es interdisciplinariedad (o
incluso transdisciplinariedad), pues lo real nunca puede ser convenientemente explicado por
un solo abordaje o una ciencia específica. El conocimiento de la realidad, e incluso la
actuación en ella con vistas a un mundo más justo, es mucho más importante que las
disputas corporativistas.

La imaginación geopolítica moderna

Es importante señalar que la geopolítica moderna nació de la experiencia euroamericana,


pero fue proyectada después al resto del mundo y hacia el futuro en la teoría y la práctica
mundial. La globalización que empezó en los años ochenta cuando terminó la guerra fría,
empezó a ofrecer la posibilidad de un mundo estructurado de una forma muy distinta. Parece
también que el bienestar económico nacional depende cada vez más de conexiones
favorables con una economía mundial que ya no es dominada completamente por las
políticas de los Estados más poderosos. Más concretamente, varias «certezas» cruciales
(sobre, por ejemplo, las estables e incuestionables fronteras políticas entre los Estados, la
división del mundo en bandos hostiles entre sí a causa de ideología política, el papel
fundamental que desempeñan los Estados en la política mundial y el predominio de
identidades nacionales en psicología política) o han desaparecido o han sido cuestionadas
desde hace tan poco como veinte años. El final de la Guerra Fría, la importancia creciente de

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bloques comerciales como la Unión Europea y la proliferación de movimientos étnicos y
regionalistas dentro de Estados consolidados, han contribuido a socavar mucho de la
sabiduría convencional del meollo de la imaginación geopolítica mundial.

La misma expresión «política mundial» transmite una sensación de escala geográfica al


margen de Estados o localidades concretos, en la que los Estados y otros actores desarrollan
una serie de actividades (diplomacia, acción militar, cooperación, actividades fiscales y
monetarias, regulaciones legales, beneficencia, etc.) cuyo objetivo es ejercer poder sobre
otros y aumentar el poder de los actores concretos que las llevan a cabo. Pero estas
actividades responderían a una serie de supuestos geográficos más específicos acerca de
dónde es mejor actuar y qué sentido tendrá esa actuación. El mundo es activamente
«espacializado», dividido, etiquetado, clasificado por geógrafos políticos, otros académicos y
líderes políticos en una clasificación de lugares de mayor o menor importancia. Este proceso
aporta el marco geográfico en que las élites políticas y la sociedad en general se
desenvuelven en el mundo en busca de su propia identidad e intereses.

Una de las formas de reflexionar sobre el marco geográfico de la política exterior consiste,
efectivamente, recordar las «doctrinas» de política exterior formuladas por diversos gobiernos
a través de los años. El término geopolítica se ha usado mucho tiempo para referirse al
estudio de las representaciones y prácticas geográficas que sustentan la política mundial. De
hecho la palabra geopolítica ha experimentado un cierto renacimiento en los últimos años.
Actualmente el término se utiliza profusamente para referirse a fenómenos tan dispares como
conflictos de fronteras internacionales, la estructura de las finanzas globales o la
configuración geográfica de los resultados electorales. El surgimiento de la economía
capitalista y el desarrollo del Estado territorial europeo dieron lugar a una nueva serie de
supuestos acerca de la división del espacio territorial. La estratificación del espacio global
desde la escala mundial hasta escalas más reducidas, creó una jerarquía de escalas
geográficas para interpretar la realidad político-económica. Han sido cuatro, por orden de
importancia: la global (la escala del mundo como un todo), la internacional (la escala de las
relaciones entre Estados), la regional (la escala de los Estados) y la doméstica/nacional (la
escala de las partes del Estado).

Los problemas y decisiones políticas han sido definidos según las escalas geográficas (o
interiores/nacionales o internacionales/exteriores) en las que se consideraba que ocurrían en
el contexto global. Así pues, se consideraba que la política mundial funciona desde la escala
global hacia escalas inferiores. El término geopolítica, por tanto, se suele aplicar a la escala
global; pero, se basa en suposiciones sobre la diversa importancia para la vida en el planeta
que tienen las escalas geográficas que ya funcionan. Se da prioridad fundamentalmente a la
escala global y nacional excluyendo a las demás.

La imaginación geopolítica moderna es un sistema de visualización del mundo con hondas


raíces históricas en el descubrimiento europeo de la totalidad del mundo. Se trata de una
imagen elaborada del mundo y no de una imagen sencilla y espontanea que nazca de una
contemplación del mundo desde el sentido común. La imaginación geopolítica moderna, al ser
un sistema de teoría y práctica, no ha existido ni existe en el vacío. Se empezó a desarrollar
en una Europa que estaba aceptando tanto un nuevo papel global como la desintegración de
la imagen del orden universal basado en la religión que había preponderado anteriormente
entre los intelectuales y líderes europeos. Una característica fundamental de la modernidad
europea es la insistencia en hacerse cargo del mundo.

En esta nueva era geopolítica global, tres escenarios ofrecen diferentes perspectivas sobre lo
que está ocurriendo. El fundamento de una nueva geopolítica, en primer lugar se deriva de las
nuevas prácticas y representaciones de una economía global transnacional y
desterritorializada (a la que se suele denominar con el término de globalización); un segundo
que contempla la perspectiva de guerras culturales entre distintas civilizaciones y un tercero
que considera que Estados Unidos ejerce un dominio imperial que carece casi por completo
de rivales militares. Cada uno de esos escenarios puede ser aceptado o rechazado,

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considerado progresista o regresivo, pero el hecho de que existan escenarios tan divergentes
plantea que, de momento, ninguna de esas perspectivas ni de las acciones que origina ha
logrado descartar a las demás.

Geopolítica crítica

Desde los años setenta la Geopolítica ha ido resurgiendo en el campo de la ciencia social
(HEPPLE, 1986), cual ave fénix, de sus cenizas, tanto como término, que ha dejado de ser
tabú, al igual que como área de investigación, que pierde su carácter vergonzante. Dos
corrientes se pueden distinguir, grosso modo, en ese resurgimiento: una, estrechamente
vinculada con las prácticas tradicionales de la "política de poder" (DALBY, 1990a), a la que ya
hemos hecho referencia en otro lugar (CAIRO CAROU, 1988) y sobre la que no vamos a
profundizar aquí; y otra, que se pretende radical -e incluso, a veces, revolucionaria-, que no
constituye, ni mucho menos, una disciplina unificada.

No obstante, es necesario señalar que esta renovación de la Geopolítica, en cualquiera de


sus versiones, no supone una ruptura total con la anterior; existen rupturas, pero también
continuidades, éstas predominan en la nueva Geopolítica conservadora, mientras que las
primeras abundan en la Geopolítica crítica. No nos encontramos, entonces, ante una nueva
disciplina, antes bien, mediante la renovación, se continúa extendiendo la tradición geopolítica
moderna; y es importante resaltar que, incluso en el caso de la Geopolítica crítica, hay una
continuidad de esta tradición, que es asumida, aunque al hacerlo se muestran sus
limitaciones con el fin de superarlas.

Ciertamente la primera pregunta que alguien se podría hacer ante la pluralidad de enfoques,
objetos de estudio y referencias metateóricas que encontramos en los estudios no
conservadores de Geopolítica es si nos hallamos ante una disciplina unificada o ante un
"cajón de sastre" donde hemos incluido todo lo que se separaba mínimamente de la
Geopolítica tradicional. Pero muy probablemente dicha pregunta sería fruto de una mentalidad
modernista empeñada en la delimitación de campos científicos compactos y holísticos. Cada
vez nos parece más claro que el conocimiento es fragmentario y que las diversas
perspectivas del mismo no son excluyentes sino complementarias.

En cualquier caso, es necesario distinguir entre los que han propuesto el desarrollo de una
disciplina denominada "Geopolítica crítica" -Geopolítica crítica en sentido estricto- y aquéllos
que han realizado estudios empíricos y propuestas teóricas que podemos considerar "críticas"
-Geopolítica crítica en sentido lato-.

Geopolítica crítica stricto sensu

La expresión "Geopolítica crítica" ha sido acuñada por Ó TUATHAIL (1988) y por DALBY
(1990a, 1990b). Este último se propuso el desarrollo de una "teoría crítica de la Geopolítica",
que definió como "la investigación de cómo un conjunto particular de prácticas llega a ser
dominante y excluye otro conjunto de prácticas. En donde el discurso convencional acepta las
circunstancias actuales como dadas, 'naturalizadas', una teoría crítica se plantea preguntas
sobre cómo han llegado a ser tal cual son" (1990a, p.28).

Se trata, para DALBY, de superar el enfoque "realista" de la política del poder, tanto como las
"toscas interpretaciones de los asuntos internacionales", es decir, desecha como punto de
partida las bases de varias de las aproximaciones más importantes al análisis de las
relaciones internacionales. Encuentra la salida a este embrollo en la investigación de la
"dimensión ideológica", pero no sólo en términos de percepciones, sino fundamentalmente
estudiando cómo los actores desempeñan y entienden sus papeles. En este sentido, ha
intentado volver a conceptualizar la Geopolítica como "discurso"; en efecto, "el análisis centra,
así, la atención sobre cómo estos discursos se usan en política; y se enfoca en las 'prácticas

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discursivas', o, en otras palabras, en cómo se construye y usa el discurso" (DALBY, 1990a,
p.40).

Compartimos la idea sobre la necesidad de superar los enfoques que reducen la explicación -
aunque sólo sea "en última instancia"- a factores políticos o económicos; pero entendemos,
fundamentalmente, que la posición de DALBY puede desembocar en un reduccionismo de
otro tipo; ya que, aunque el discurso constituya relaciones de poder y se vaya conformando
en las mismas, antes y después del discurso existen otras prácticas relevantes en la
organización de estructuras espaciales, sin cuya comprensión no podemos entenderlas. Por
eso, algunas de las otras propuestas teóricas no conservadoras recientes merecen nuestra
atención.

Las geopolíticas críticas

Podemos seguir varias líneas a la hora de trazar el surgimiento de una Geopolítica crítica en
sentido lato. Entre los varios enfoques no conservadores que han surgido recientemente
vamos a detenernos en los tres que consideramos fundamentales en la nueva conformación
de la disciplina: el de la economía política, en especial el análisis de sistemas mundiales; el
de las relaciones de poder y el cultural humanista.

La economía política y el análisis de sistemas mundiales

Diversos autores introducen la Economía Política en la explicación geopolítica como elemento


constitutivo fundamental de la misma; incorporación que no va a ser una excepción en el
panorama global de la Geografía Humana (PEET y THRIFT, 1989). En la mayor parte de los
casos, este hecho es consecuencia de la adopción de perspectivas analíticas marxistas o
neomarxistas por parte de los autores. De diversos modos, consideran que los procesos de
producción y distribución de las mercancías afectan directamente las relaciones geográficas
externas de los Estados, y, por otro lado, todos nos recuerdan que el "mundo" ya no puede
seguir siendo explicado sólo en términos de Estados-naciones, ni de sus economías
"nacionales".

De este modo, HARVEY manifiesta abiertamente que la realización de "la geografía histórica
del capitalismo ha de ser el objeto de nuestra teorización, y el materialismo histórico-
geográfico el método de investigación" (1985, p.144). De ello deduce una "geopolítica del
capitalismo", o mejor, como él mismo expresa, "las consecuencias geopolíticas de vivir bajo
un modo de producción capitalista" (1985, p.128). En otras palabras, las estructuras
geopolíticas hunden sus raíces en la forma y condiciones en las que se realiza la producción
de bienes -en el caso del capitalismo, mercancías-, que es históricamente variable. No existe,
entonces, un espacio -o un tiempo- absoluto; desde esta perspectiva "cada formación social
construye concepciones objetivas del espacio y del tiempo suficientes para sus propias
necesidades y propósitos de reproducción material y social, y organiza sus prácticas
materiales de acuerdo con estas concepciones" (HARVEY, 1990, p.419).

Y es importante subrayar que no se está hablando de percepciones subjetivas cambiantes de


una realidad que pudiese estar por encima de las relaciones sociales, sino de la construcción
de "concepciones objetivas", de estructuras espaciales -y temporales- específicas de cada
formación social.

Pero, sin duda, el autor que más influencia ha tenido en los últimos años en la renovación
desde un punto de vista económico-político de la Geopolítica -y de la Geografía Política en
general- ha sido Peter J. TAYLOR que, descontento con los enfoques neopositivistas
imperantes, ha reclamado una reorientación de la disciplina (1981, p.157) hacia el análisis de
sistemas mundiales (world-systems analysis). Considera que éste "ofrece una oportunidad a
los geógrafos políticos para volver al análisis de escala global sin tener que rendir ningún
homenaje a Mackinder" (TAYLOR, 1981, p.165); pudiendo así estudiar, además, el conflicto

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que se ha venido en llamar Norte contra Sur, y no sólo el pretendido enfrentamiento entre la
potencia continental y la potencia marítima -Este contra Oeste-, como hacía el británico.

Precisamente, lo más importante de este enfoque -al menos, en lo tocante a la Geopolítica-


reside en la posibilidad de renovar radicalmente la subdisciplina, en plantear de otro modo los
fundamentos de la misma. Pero no se trata de sustituir en la explicación de la génesis del
cambio social histórico un conflicto por otro, sino que la Geopolítica "no se puede entender
completamente sin considerar las dinámicas de la economía global, ya sea en términos de
relaciones Este-Oeste o Norte-Sur" (SMITH, 1986, p.179). De este modo, la localización del
territorio o sus características ambientales dejan de ser los factores que condicionan -o, para
algunos, incluso determinan- la política exterior de los Estados, como pretendían los
seguidores de la Geopolítica clásica.

En la Geografía Política que desarrolla TAYLOR, se contempla el mundo como un sistema


espacial de centros, periferias y semiperiferias, estrechamente interrelacionados entre sí, que
cambian al ritmo de los ciclos de auge y crisis a los que está sometida la economía capitalista.
Se distinguen tres escalas de análisis: la economía-mundo, que es el ámbito de la realidad; la
localidad, que es el ámbito de la experiencia, y el Estado-nación, instancia mistificadora,
ámbito de la ideología. La escala decisiva en el análisis es la de la economía-mundo, y no ya
la estatal, que era la que primaba en la Geopolítica anterior. Esta elección de escala se debe
a dos factores, en primer lugar, "aceptar tales unidades espaciales [los Estados] como dadas
y entonces basar la teoría y el análisis sobre ellos es tomar partido, ser parcial en los
hallazgos a favor de aquellos grupos a los que mejor sirve la actual organización espacial"
(TAYLOR, 1981, p.159), y, además, los Estados no se pueden comparar como si fueran
entidades separadas, ya que así se "eluden o ignoran las interacciones, que tienen un
carácter básico, entre Estados" (TAYLOR, 1981, p.160).

Las críticas que se han hecho al modelo geopolítico de TAYLOR son numerosas. Desde
perspectivas tradicionales se ha llegado a discutir su "parcialidad ideológica" (COHEN, 1983),
mientras que desde posiciones radicales su "heterodoxia" es descalificada (HARVEY, 1987;
CORBRIDGE, 1986). Las críticas desde posiciones radicales son las más relevantes desde
nuestro punto de vista y tienen que ver, en general, con el papel de los Estados en el sistema
mundial y, más específicamente, con la importancia de lo económico en dicho sistema.

En un sentido general, se ha apuntado que la autonomía de los Estados no ha sido


completamente suprimida en el actual sistema mundial: "los verdaderos cambios en la
economía mundial capitalista que en un sentido han erosionado la soberanía nacional, en
otros ámbitos han alentado y hecho posible la planificación económica nacional, así como
ofensivas económicas y políticas nacionales" (CORBRIDGE, 1989, p.343). Creemos que en la
medida que consideremos la existencia de una realidad cambiante, que no "congelada", en
equilibrio más o menos permanente, es importante tener en cuenta esta crítica. Los procesos
no se desarrollan linealmente, sino de forma contradictoria, engendrando permanentemente
su antítesis; por eso el proceso de desarrollo de una economía-mundo capitalista no significa
la desaparición de los Estados, sino que, por el contrario, el sistema de Estados es
consubstancial a la misma. Desde luego, la crítica de CORBRIDGE va más allá, y señala que
no se puede hacer abstracción del papel de los Estados en la economía, por más que ésta
sea cada vez más global; pero creemos que no invalida las bases fundamentales sobre las
que se puede desarrollar la "perspectiva geográfico-política de la economía-mundo", que
pretende TAYLOR (1985, p.28).

El segundo conjunto de críticas hace referencia también al papel del Estado, y repara esta
vez en una interpretación economicista: "Al centrarse sobre la escala internacional y al tomar
las fuerzas económicas como determinantes de las relaciones entre Estados hay, sin
embargo, una tendencia a relegar los procesos políticos y culturales que se producen a
escala estatal como si estuvieran relacionados causalmente con las fuerzas económicas,
cuando de hecho pueden desempeñar un papel importante e independiente en el modelado
de las relaciones internacionales" (SMITH, 1986, p.180). No cabe duda de que, cuando

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menos, la acusación es reflejo de un peligro latente en el análisis de los sistemas-mundo. En
la medida que se intenta investigar la dinámica global de la economía-mundo, se pasa a un
segundo plano, conscientemente o no, el papel de otras fuerzas, de otros procesos en el
desarrollo de la dinámica geopolítica. Por ello, nos parece sumamente oportuna la crítica, y,
por tanto, entendemos que el desarrollo de una Geopolítica crítica no puede anclarse sólo en
la Economía Política.

La Geografía del poder

Junto a las Geopolíticas que han construido su argumentación principalmente en torno a la


Economía Política, se hacen oír también desde los setenta aquellos que creen que "se ha
hecho poco caso de las dimensiones espaciales de los actos de poder" (CLAVAL, 1978
[1982, p.225]). La reflexión sobre las relaciones entre espacio y poder nace con los estudios
de WESTLY y MACLEAN sobre la información y la comunicación (CLAVAL, 1978); pero,
indudablemente, serán los trabajos de FOUCAULT, sobre todo en el caso de la propuesta de
geografía del poder de RAFFESTIN (1980), los que pongan sobre el tapete la posibilidad de
realizar un análisis espacial de las relaciones de poder. En última instancia, esta aproximación
a la Geografía entroncaría con una perspectiva más amplia dentro de las Ciencias Sociales,
que pretende continuar determinados aspectos de la obra de NIETZSCHE.

Estos geógrafos entienden que el poder es algo que circula, que aparece en todas las
relaciones sociales como elemento constitutivo de las mismas: "En toda relación circula el
poder, que no es ni poseído ni adquirido, sino pura y simplemente ejercido (...) por actores
provenientes de [la] población (...) Estos producen el territorio partiendo de esta realidad
primera dada que es el espacio" (RAFFESTIN, 1980, p.3). De este modo, las relaciones
espaciales son en última instancia relaciones de poder, y éstas constituyen la "problemática"
objeto de estudio por una Geografía Política que no quiera seguir los pasos "totalitarios" de la
versión clásica de la disciplina. La relación es el momento clave para el análisis del poder,
debido a que éste se enmascara, se oculta, no es fácilmente aprehensible, ni, por supuesto,
cuantificable; pero "el poder se manifiesta con ocasión de la relación, proceso de cambio o de
comunicación, cuando, en la relación que se establece, se enfrentan o se unen los dos polos"
(RAFFESTIN, 1980, p.45), a partir de lo que se crean "campos" de poder, que ya se pueden
analizar.

Dos son los autores cuya obra ha descollado, tanto a la hora de los planteamientos iniciales
como de sus desarrollos posteriores, en esta perspectiva de la Geografía del poder: Paul
CLAVAL y Claude RAFFESTIN. Ambos consideran, como acabamos de señalar, que la
Geografía Política debe centrarse en lo político, en las relaciones de poder; los dos parten de
la base de que estas relaciones no se pueden reducir, de ningún modo, al ámbito de lo
estatal; pero el valor de las aportaciones de uno y otro, en relación con la posibilidad de una
Geopolítica crítica, es muy diferente.

Para RAFFESTIN, la Geografía Política, "en tanto que reveladora del poder, puede contribuir
a poner en cuestión este proceso de hacer naturales (...) los fenómenos de dominación que
se presentan como necesarios para la supervivencia del grupo (...) y contribuir a poner en
evidencia su carácter no necesario" (1980, p.245). Es decir, que pretende constituirse en
conocimiento liberador y, en esa medida, se puede situar en el ámbito de la ciencia social
crítica.

Pero diferente es el caso de CLAVAL. Las conclusiones que extrae de uno de sus bien
argumentados e interesantes trabajos son una muestra de "realismo" político, que no deja
lugar a dudas sobre su aceptación, sin ambages a veces, y más matizada en otras ocasiones,
del orden político-social- económico existente: "Cuando se es consciente de la fricción de la
distancia, de la dificultad de establecer comunicaciones y de obtener el acuerdo de las
conciencias en un espacio extenso, el problema cambia de naturaleza: no es ya del bien o del
mal, el del cambio total o del estancamiento indefinido; no hay solución perfecta en un

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universo imperfecto: o bien los hombres continuarán sacrificando la organización de la
sociedad por la búsqueda de un ideal imposible, o bien aceptarán, por el interés de todos, el
juego de una autoridad sin la cual no hay construcción política viable" (1978 [1982, p.231]).
Para CLAVAL, es clara la necesidad del Leviatán estatal para asegurar la viabilidad de una
arquitectura social compleja, y la misión de la Geografía Política entonces no podría ser otra
que, en primer lugar, mostrar a los hombres esa necesidad y, en consecuencia, hacer aceptar
a los "idealistas" esa "realidad", a fin de que no continúen "sacrificando la organización de la
sociedad" por alcanzar una utopía; o lo que es lo mismo, convencer a aquellos que se oponen
al orden social existente que no intenten superarlo, porque en una sociedad tan "numerosa" la
defensa del individuo implica la autoridad.

En cualquier caso, no podemos dejar caer en saco roto los problemas que señala CLAVAL
respecto de los proyectos sociales liberadores; hoy en día es más cierta que nunca su
afirmación de que "las ideologías igualitaristas están llenas de contradicciones, cuya
importancia se comienza a medir" (1978 [1982, p.229]). La desaparición de modelos errados
debe hacernos reflexionar profundamente sobre las alternativas.

Pero el mayor interés de una Geopolítica basada sobre este tipo de análisis espacial del
poder, reside, según CLAVAL, "en las posibilidades que presenta para disponer la mayor
parte de los enfoques previos en un cuerpo de conocimiento" (1984, p.21). Tal posibilidad
sólo existiría si todos los hechos sociales se pudiesen reducir a hechos de poder, pretensión
que, en nuestra opinión, resulta tan descabellada como intentar reducir la complejidad de los
hechos relativos a la cultura, la ideología o a los aparatos estatales a un mero reflejo de una
"estructura" económica. No obstante, es el mismo CLAVAL el que afirma la utilidad de "las
explicaciones económicas", aunque no puedan abarcar todas las situaciones que presenta la
vida política en la actualidad. De este modo, la explicación política se complementaría con la
explicación económica, y la Geopolítica puede así continuar incorporando el análisis de los
elementos que constituían la esencia de su enfoque tradicional sobre una nueva base, ya que
"poder, autoridad e influencia son aspectos consubstanciales con toda la vida social dentro de
una área definida: se derivan de la desigual distribución de los recursos, de la existencia de
posiciones estratégicas, de las ventajas que otorga el transporte y los servicios de
comunicación y todo tipo de intercambios" (CLAVAL, 1984, p.21).

Por otro lado, es fundamental para la Geopolítica el hecho de poder reconsiderar las
relaciones políticas como relaciones de poder, que van más allá de las relaciones constituidas
en torno al Estado. Así pues, la Geopolítica puede trascender en su enfoque el Estado y
constituirse en disciplina demistificadora, liberadora; lo que no resulta una ilusión, a pesar de
las advertencias de RAFFESTIN (1980, p.179), cuando señala el discurso geopolítico como
discurso totalitario; creemos que se trata de incorporar al análisis las perspectivas de otros
actores, además de los estatales, para cambiar la unidimensionalidad del discurso tradicional.

La Geografía política humanística

La tercera corriente relevante para una Geopolítica crítica proviene, a nuestro juicio, del
campo de la geografía humanística -que no humanista-; sus practicantes buscan, según LEY
y SAMUELS "reconciliar la ciencia social y el hombre, acomodar comprensión y juicio,
objetividad y subjetividad, y materialismo e idealismo" (cit. en BRUNN y YANARELLA, 1987,
p.7). En otras palabras, consideran al individuo como parte integrante fundamental de la
explicación en Ciencias Sociales, y aunque no rechazan, ni mucho menos, la existencia de
estructuras subyacentes, pretenden realizar una ciencia social antropocéntrica, es decir, que
en la misma la acción y la conciencia humana desempeñan un papel activo y central.

En una de las propuestas más elaboradas para el desarrollo de una Geografía Política
humanística, BRUNN y YANARELLA la definen como aquella que se ocupa de "poner de
manifiesto los procesos sociales dinámicos por medio de los que las dimensiones espaciales
del mundo social y natural son organizadas y reorganizadas en campos geográficamente

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delimitados y simbólicamente significativos por grupos nacionales y transnacionales" (1987,
p.8). El procedimiento que se propone para esta tarea pone el énfasis en las dimensiones
fenomenológicas y experienciales de la realidad social. Se tratan de forma especial los
problemas de las ideologías territoriales, o si se prefiere, el significado del territorio para los
actores políticos, y conceptos como los de "sentido del lugar", "territorialidad" o "nacionalismo
territorial" se constituyen en los ejes básicos del análisis. Por tanto, los problemas de
percepción del territorio constituyen una de las columnas de la geografía humanística, pero
junto a ellos aparece la preocupación por el modo en el que se ha construido socialmente el
espacio, que no se puede considerar como una estructura previa determinante.

Una aproximación cultural humanística a la Geopolítica tiene un gran interés, ya que nos
permite vincular la sociedad civil, y en última instancia el individuo, con el Estado, pero no de
arriba abajo, es decir, como súbditos o ciudadanos de este último, sino en sentido contrario,
como constructores de esa entidad espacial. Este tipo de enfoque examina "la base sobre la
que el Estado se funda y organiza, y a través de la cual justifica sus acciones territoriales,
tanto doméstica como globalmente" (SMITH, 1986, p.179). Mediante este análisis se logran,
al menos, dos objetivos. En primer lugar, se muestra el carácter contingente del Estado, de
cualquier Estado, y del Estado como institución. En segundo término, se vinculan las
estructuras interestatales con la acción del ser humano, lo que ayuda a dejar de entender lo
internacional como escenario exclusivo de las instituciones estatales. En definitiva, pensamos
que el enfoque cultural humanístico es el complemento necesario de los otros dos enfoques, y
que nos permitirá vincular acción y estructura en el análisis geopolítico.

Geopolítica y geoestratégica

Afirmaba Napoleón cierta vez que: “conocer la geografía de una nación equivale a conocer su
política exterior”. Nuestra valoración de la importancia de la geografía política debe adaptarse,
sin embargo, a las nuevas realidades del poder. Durante casi toda la historia de los asuntos
internacionales, el control territorial constituyó el foco de los conflictos políticos. La
autosatisfacción por la adquisición de un mayor territorio y el sentimiento de carencia nacional
por la pérdida de tierras «sagradas» han sido las causas de la mayor parte de las guerras
más sangrientas que estallaron desde la ascensión del nacionalismo. No resulta exagerado
afirmar que los imperativos territoriales han sido el principal impulso de los comportamiento
agresivos de los Estados-naciones.

Aunque para la mayor parte de los Estados-naciones la importancia del tema de la posesión
territorial ha disminuido, las disputas territoriales siguen siendo importantes en la
configuración de la política exterior de algunos Estados. Las que están más relacionadas con
temas como los resentimientos causados por la negación de la autodeterminación a los
hermanos étnicos cuyos derechos a unirse a la «madre patria» se consideran violentados o
las quejas sobre los supuestos malos tratos a la minorías étnicas por parte de algún país
vecino que a una búsqueda de un status nacional superior mediante la ampliación territorial.
Las élites nacionales gobernantes han ido reconociendo cada vez más que existen factores
diferentes a los territoriales, que son más cruciales en la determinación del status
internacional de un Estado o del grado de su influencia internacional. La habilidad económica
y su traducción de innovación tecnológica pueden ser también criterios clave en la
determinación del poder.

En la actualidad, la principal cuestión geopolítica ya no es la de qué parte de la geografía de


Euroasia es el punto de partida para el dominio continental, ni tampoco la cuestión de si el
poder terrestre es más significativo que el del poder marítimo. La geopolítica se ha
desplazado desde la dimensión regional a la global, considerando que la preponderancia
sobre todo el continente euroasiático es la base central de la primacía global. Los Estados
Unidos, una potencia no euroasiática, disfruta actualmente de la primacía internacional y su
poder se despliega directamente sobre tres de las periferias del continente euroasiático, a
partir de los cuales ejerce una poderosa influencia sobre los Estados que ocupan el hinterland
euroasiático.

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Cuando la geopolítica salta del marco espacial de un Estado en particular para considerar su
aplicación en un escenario más amplio, regional, continental o global, que se inspire en
intereses económicos, sociales, políticos o militares de un Estado o bloque de Estados o
simplemente para que se aplique una «Política de poder» por una potencia invocando la
necesidad de un espacio vital para ella que garantice su supervivencia o su vigencia, la
ciencia se desliza al campo de la geoestratégia y ésta, que es la consecuencia de los
objetivos estratégicos que fije la política, estrecha sus vínculos con la Seguridad.

¿Es la geoestrategia un componente de la geopolítica o más bien una consecuencia de ésta?


La respuesta: colocada la geopolítica en el entorno mundial, la encontramos en la expresión
de Brzezinski: Es la gestión estratégica, de los intereses geopolíticos. La geoestrategia
entonces estudia la influencia de la geografía desde el punto de vista estratégico, de tal
manera que permita el control y/o posicionamiento físico de los espacios que den, a quien los
posea, ventajas geopolíticas. La geoestrategia es un subcampo de la geopolítica que trata de
estudiar y relacionar problemas estratégicos militares con factores geográficos -recursos de
un país con sus objetivos geopolíticos-. Académicos, teóricos, y profesionales de la
geopolítica no se ponen de acuerdo en una definición común para la geoestrategia; la
mayoría de las definiciones, sin embargo, unen consideraciones estratégicas con factores
geopolíticos.

Mientras que la geopolítica es ostensiblemente neutral, examinando las características


geográficas y políticas de diversas regiones, especialmente el impacto de la geografía en la
política, la geoestrategia implica el planeamiento comprensivo, asignando los medios para
alcanzar metas nacionales o asegurar activos de importancia militar o política. Hoy por el
contrario, el término geoestratégico se ha generalizado, entendiendo por él a toda
organización racional de acciones en función de un fin por alcanzar, mediante el empleo más
económico y de menos riesgo de los medios concretos disponibles.

El término, en un mundo globalizado no sólo se sigue empleando para denominar las


grandes concepciones en el campo militar, sino que, se considera en el campo político o
económico, o dentro de una concepción más amplia e integral que comprenda orgánicamente
a todo el Estado.

Como podemos ver, geopolítica y geoestrategia no son fácilmente deslindables. La propia


confusión reinante entre ambas denuncia su parentesco y sus íntimas relaciones. Llegan a
emplearse indistintamente. En todo caso, la geografía manda, o condiciona en gran medida,
cuando nos planteamos un problema en términos de conflicto bélico, potencial o real. En este
sentido tienen que encaminarse y programarse las necesidades del aparato y organización
militares. «Las características geográficas de un teatro determinan no sólo las soluciones
estratégicas posibles, sino incluso la constitución misma de las fuerzas llamadas a operar en
él, que serán organizadas, armadas y utilizadas en consecuencia». De tal modo, la
geoestrategia no
solo viene a proyectar los mandatos de la geopolítica, sino que también viene a coincidir con
los fundamentos de la estrategia clásica en el plano de la llamada «gran estrategia», dice un
tratadista, aduciendo en su favor las ocho máximas que Liddell Hart formuló en su Strategy
(en parte también táctica militar), máximas que han sido respetadas por los pendulazos de la
geopolítica.

Síntesis tomada de:

Diferencia entre Geografía política y geopolítica. William Vesentini,


El gran tablero mundial. Zbigniew Brzezinnski
Geopolítica, una revisión de la política mundial. John Agnew
Geopolítica, identidad y globalización. Joan Nogué Foni y Joan Vicente Rufí.
De la geopolítica y geoestrategia. Tomas Mestre.
Geopolítica crítica, Heriberto Cairo Carou

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