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Sintesis Sobre Fundamentos de Geopolitic
Sintesis Sobre Fundamentos de Geopolitic
La geopolítica, por su parte fue creada en los inicios del siglo XX, más precisamente en 1903
en un artículo denominado “Las grandes potencias”, escrito por el jurista Rudolf Kjellén. (Pero
atención, la palabra “geopolítica” fue creada por Kjellén, pues probablemente esa temática
que pasó a llamarse geopolítica sea más antigua. Es decir, ya había anteriormente una
preocupación con el poderío de cada Estado, con las grandes potencias mundiales o
regionales, con la instrumentalización del espacio geográfico con vistas a la guerra o al
ejercicio del poder estatal).
Normalmente se afirma – en casi todas las obras sobre “historia de la geopolítica” – que los
geopolíticos clásicos, o los “grandes nombres de la geopolítica”, fueron H.J.Mackinder, A.T.
Mahan, R. Kjellén y K. Haushofer. De esos cuatro nombres, dos de ellos (el geógrafo inglés
Mackinder y el almirante norteamericano Mahan) tuvieron sus principales obras publicadas
antes de la creación de esa palabra geopolítica por Kjellén.
El general alemán Haushofer, fue en realidad quien popularizó la geopolítica debido a las
circunstancias (relaciones problemáticas con el nazismo y posible contribución indirecta para
la obra Mein Kampf de Hitler), tornándola tristemente, famosa en los años 1930 y 1940, en
especial a través de su Revista de Geopolítica (Zeitschrifl für Geopolitik), editada en Munich
de 1924 a 1944 y con una tirada mensual que comenzó con tres mil y llegó a alcanzar los
treinta mil ejemplares, algo bastante expresivo para la época. La geopolítica, en fin, conoció
un período de gran expansión en la preguerra, en la primera mitad del siglo XX, siendo
eclipsado – o mejor, echada al ostracismo - después de 1945. Siempre se preocupó por la
llamada escala macro o continental/planetaria; la cuestión de la disputa del poder mundial,
qué Estado (y por qué) es una gran potencia, cuál es la mejor estrategia espacial para
alcanzar ese status, etc.
Existirían escuelas nacionales de geopolítica – en especial desde los años 1920 hasta los
años 1970, en algunas partes del mundo, inclusive en Brasil. No escuela en el sentido físico
(predio y salas de aula) pero sí en el sentido de corriente de pensamiento, de autores –
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aunque uno haya vivido distante del otro en el espacio o a veces hasta en el tiempo – con una
cierta identificación. En el caso de la geopolítica consistía principalmente en el desarrollo de
un proyecto (“Brasil, gran potencia”, en nuestro caso) que se expresa con una estrategia
geopolítica y militar con una clara dimensión espacial. La naturaleza pragmática, utilitarista (y
para el Estado, único agente visto como legítimo) o de “saber aplicable” siempre fue una
tónica preponderante en la geopolítica. Ella misma se preocupó en afirmarse no como un
mero “conocimiento” de la realidad y sí como un “instrumento de acción”, una guía para la
actuación de tal o cual Estado.
A partir de mediados de los años 1970 la geopolítica sale del ostracismo. Ella vuelve a ser
nuevamente estudiada (a decir verdad ella nunca dejó de ser, pero de 1945 hasta su regreso
en 1975, estuvo confinada a pequeños círculos, en especial militares). Sólo que ahora en vez
de ser vista como “una ciencia” -como pretendía Kjellén- o como “una técnica/arte al servicio
del Estado” -como abogaban muchos geopolíticos, inclusive Haushofer-, ella es cada vez más
entendida como un “campo de estudio”, un área interdisciplinar afín (tal como, por ejemplo, la
cuestión ambiental). En varias partes del globo se crearon -o están siendo creados- institutos
de estudios geopolíticos y/o estratégicos, que congregan a numerosos especialistas,
cuentistas políticos, geógrafos, historiadores, militares o teóricos estrategas, sociólogos y,
como no podía dejar de ser (en la medida en que la “guerra” tecnológica-comercial hoy es
más importante que la militar) hasta incluso economistas. La palabra geopolítica no es una
simple contracción de la geografía política como piensan algunos, pero sí algo que se expresa
respecto de las disputas de poder en el espacio mundial y que como la noción de PODER ya
lo dice (poder implica dominación por un Estado o no, en relaciones de asimetría en fin, que
pueden ser culturales, económicas, represivas y/o militares, etc.), no es exclusivo de la
geografía.
La geografía política, de esa forma, también se ocupa de la geopolítica, aunque sea una
ciencia (o mejor una modalidad de ciencia geográfica) que estudia varios otros temas o
problemas. Ejemplificando, podemos pensar que la geografía también tiene en cuenta la
cuestión ambiental, aunque esta no sea una temática exclusivamente geográfica (otras
ciencias – tales como la biología, la geología, la antropología, la historia, etc – también
abordan esta cuestión). Pero la geografía –de la misma forma que las otras ciencias
mencionadas- no se identifica exclusivamente con esa cuestión, pues ella también procura
explicar otras temáticas que no son rigurosamente ambientales tales como, por ejemplo, la
historia del pensamiento geográfico, la geografía electoral, los métodos cartográficos, etc.
Podríamos decir que existirían o existen varias interpretaciones diferentes sobre lo que es
geopolítica y sus relaciones con la geografía política. Vamos a resumir esas interpretaciones
que variarán mucho en el espacio y el tiempo en cuanto visiones:
“La geopolítica sería dinámica (como un film) y la geografía política estática (como una
fotografía)”. Esta fue la interpretación que numerosos geopolíticos anteriores a la Segunda
Guerra Mundial, entre los cuales podemos mencionar a Kjellén, Haushofer y muchos otros
colaboradores de la Revista de Geopolítica, además del general Golbery do Couto e Silva y
numerosos militares en el Brasil. Según ellos la geopolítica sería una “nueva ciencia” (o
técnica o arte) que se ocuparía de la política a nivel geográfico pero con un abordaje diferente
de la geografía, más “dinámico” y pensado principalmente para la acción. Ellos veían a la
geografía como una disciplina tradicional y descriptiva y decían que en ella apenas se
estudiaban algunas informaciones (sobre relieve, distancias, latitud y longitud, características
territoriales o marítimas, poblaciones y economías, etc.) pero que fundamentalmente estaban
construyendo otro saber, que en realidad sería más que una ciencia o un nuevo saber, sería
un instrumento imprescindible para la estrategia, la actuación político/espacial del Estado.
Como se percibe, fue una visión adecuada a su momento histórico – no podemos olvidar que
el mundo en la primera mitad del siglo XX, antes de la Gran Guerra, vivía un orden multipolar
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conflictivo, con una situación de guerra latente entre las grandes potencias mundiales – y la
legitimación de la práctica de quien hacía geopolítica en aquel momento. Ella también fue
tributaria de todo un clima intelectual europeo –especialmente alemán- de la época que
fustigaba al conocimiento científico (la “ciencia real” que era contrapuesto a la “ciencia ideal” o
“nuevo saber”, que debería contribuir para un “mundo mejor”) por su pretendida
“desconsideración por la vida concreta, por las emociones, por los sentimientos”.
La geopolítica sería ideológica (un instrumento del nazi-fascismo o de los Estados totalitarios)
y la geografía política sería una ciencia. Esta fue la interpretación de algunos pocos geógrafos
en los años 1920 y 1940 (por ejemplo. Hellner y Waibel) y de la casi totalidad (y también de
algunos otros cuentistas sociales) en la posguerra. Un nombre bastante representativo de
esta visión fue Pierre George. Tal vez el geógrafo francés más conocido de los años
cincuenta a los setenta, que afirmaba que la geopolítica sería una “pseudo ciencia”, una
caricatura de la geografía política. Esta visión fue prácticamente una reacción a la anterior,
que predominó o fue extremadamente importante en la preguerra. Como toda fuerte reacción,
se dirigió hacia el lado extremo del péndulo, descalificando completamente a la geopolítica de
la cual “nada se aprovecha” en el decir de numerosos autores de los años cincuenta y
sesenta y hasta incluso rehusándose a explicarla de forma más rigurosa.
Más de una vez podemos hacer aquí una relación con nuestro tiempo, con el clima intelectual
de finales del siglo XX e inicios del XXI. La palabra importante hoy es interdisciplinariedad (o
incluso transdisciplinariedad), pues lo real nunca puede ser convenientemente explicado por
un solo abordaje o una ciencia específica. El conocimiento de la realidad, e incluso la
actuación en ella con vistas a un mundo más justo, es mucho más importante que las
disputas corporativistas.
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bloques comerciales como la Unión Europea y la proliferación de movimientos étnicos y
regionalistas dentro de Estados consolidados, han contribuido a socavar mucho de la
sabiduría convencional del meollo de la imaginación geopolítica mundial.
Una de las formas de reflexionar sobre el marco geográfico de la política exterior consiste,
efectivamente, recordar las «doctrinas» de política exterior formuladas por diversos gobiernos
a través de los años. El término geopolítica se ha usado mucho tiempo para referirse al
estudio de las representaciones y prácticas geográficas que sustentan la política mundial. De
hecho la palabra geopolítica ha experimentado un cierto renacimiento en los últimos años.
Actualmente el término se utiliza profusamente para referirse a fenómenos tan dispares como
conflictos de fronteras internacionales, la estructura de las finanzas globales o la
configuración geográfica de los resultados electorales. El surgimiento de la economía
capitalista y el desarrollo del Estado territorial europeo dieron lugar a una nueva serie de
supuestos acerca de la división del espacio territorial. La estratificación del espacio global
desde la escala mundial hasta escalas más reducidas, creó una jerarquía de escalas
geográficas para interpretar la realidad político-económica. Han sido cuatro, por orden de
importancia: la global (la escala del mundo como un todo), la internacional (la escala de las
relaciones entre Estados), la regional (la escala de los Estados) y la doméstica/nacional (la
escala de las partes del Estado).
Los problemas y decisiones políticas han sido definidos según las escalas geográficas (o
interiores/nacionales o internacionales/exteriores) en las que se consideraba que ocurrían en
el contexto global. Así pues, se consideraba que la política mundial funciona desde la escala
global hacia escalas inferiores. El término geopolítica, por tanto, se suele aplicar a la escala
global; pero, se basa en suposiciones sobre la diversa importancia para la vida en el planeta
que tienen las escalas geográficas que ya funcionan. Se da prioridad fundamentalmente a la
escala global y nacional excluyendo a las demás.
En esta nueva era geopolítica global, tres escenarios ofrecen diferentes perspectivas sobre lo
que está ocurriendo. El fundamento de una nueva geopolítica, en primer lugar se deriva de las
nuevas prácticas y representaciones de una economía global transnacional y
desterritorializada (a la que se suele denominar con el término de globalización); un segundo
que contempla la perspectiva de guerras culturales entre distintas civilizaciones y un tercero
que considera que Estados Unidos ejerce un dominio imperial que carece casi por completo
de rivales militares. Cada uno de esos escenarios puede ser aceptado o rechazado,
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considerado progresista o regresivo, pero el hecho de que existan escenarios tan divergentes
plantea que, de momento, ninguna de esas perspectivas ni de las acciones que origina ha
logrado descartar a las demás.
Geopolítica crítica
Desde los años setenta la Geopolítica ha ido resurgiendo en el campo de la ciencia social
(HEPPLE, 1986), cual ave fénix, de sus cenizas, tanto como término, que ha dejado de ser
tabú, al igual que como área de investigación, que pierde su carácter vergonzante. Dos
corrientes se pueden distinguir, grosso modo, en ese resurgimiento: una, estrechamente
vinculada con las prácticas tradicionales de la "política de poder" (DALBY, 1990a), a la que ya
hemos hecho referencia en otro lugar (CAIRO CAROU, 1988) y sobre la que no vamos a
profundizar aquí; y otra, que se pretende radical -e incluso, a veces, revolucionaria-, que no
constituye, ni mucho menos, una disciplina unificada.
Ciertamente la primera pregunta que alguien se podría hacer ante la pluralidad de enfoques,
objetos de estudio y referencias metateóricas que encontramos en los estudios no
conservadores de Geopolítica es si nos hallamos ante una disciplina unificada o ante un
"cajón de sastre" donde hemos incluido todo lo que se separaba mínimamente de la
Geopolítica tradicional. Pero muy probablemente dicha pregunta sería fruto de una mentalidad
modernista empeñada en la delimitación de campos científicos compactos y holísticos. Cada
vez nos parece más claro que el conocimiento es fragmentario y que las diversas
perspectivas del mismo no son excluyentes sino complementarias.
En cualquier caso, es necesario distinguir entre los que han propuesto el desarrollo de una
disciplina denominada "Geopolítica crítica" -Geopolítica crítica en sentido estricto- y aquéllos
que han realizado estudios empíricos y propuestas teóricas que podemos considerar "críticas"
-Geopolítica crítica en sentido lato-.
La expresión "Geopolítica crítica" ha sido acuñada por Ó TUATHAIL (1988) y por DALBY
(1990a, 1990b). Este último se propuso el desarrollo de una "teoría crítica de la Geopolítica",
que definió como "la investigación de cómo un conjunto particular de prácticas llega a ser
dominante y excluye otro conjunto de prácticas. En donde el discurso convencional acepta las
circunstancias actuales como dadas, 'naturalizadas', una teoría crítica se plantea preguntas
sobre cómo han llegado a ser tal cual son" (1990a, p.28).
Se trata, para DALBY, de superar el enfoque "realista" de la política del poder, tanto como las
"toscas interpretaciones de los asuntos internacionales", es decir, desecha como punto de
partida las bases de varias de las aproximaciones más importantes al análisis de las
relaciones internacionales. Encuentra la salida a este embrollo en la investigación de la
"dimensión ideológica", pero no sólo en términos de percepciones, sino fundamentalmente
estudiando cómo los actores desempeñan y entienden sus papeles. En este sentido, ha
intentado volver a conceptualizar la Geopolítica como "discurso"; en efecto, "el análisis centra,
así, la atención sobre cómo estos discursos se usan en política; y se enfoca en las 'prácticas
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discursivas', o, en otras palabras, en cómo se construye y usa el discurso" (DALBY, 1990a,
p.40).
Compartimos la idea sobre la necesidad de superar los enfoques que reducen la explicación -
aunque sólo sea "en última instancia"- a factores políticos o económicos; pero entendemos,
fundamentalmente, que la posición de DALBY puede desembocar en un reduccionismo de
otro tipo; ya que, aunque el discurso constituya relaciones de poder y se vaya conformando
en las mismas, antes y después del discurso existen otras prácticas relevantes en la
organización de estructuras espaciales, sin cuya comprensión no podemos entenderlas. Por
eso, algunas de las otras propuestas teóricas no conservadoras recientes merecen nuestra
atención.
Podemos seguir varias líneas a la hora de trazar el surgimiento de una Geopolítica crítica en
sentido lato. Entre los varios enfoques no conservadores que han surgido recientemente
vamos a detenernos en los tres que consideramos fundamentales en la nueva conformación
de la disciplina: el de la economía política, en especial el análisis de sistemas mundiales; el
de las relaciones de poder y el cultural humanista.
De este modo, HARVEY manifiesta abiertamente que la realización de "la geografía histórica
del capitalismo ha de ser el objeto de nuestra teorización, y el materialismo histórico-
geográfico el método de investigación" (1985, p.144). De ello deduce una "geopolítica del
capitalismo", o mejor, como él mismo expresa, "las consecuencias geopolíticas de vivir bajo
un modo de producción capitalista" (1985, p.128). En otras palabras, las estructuras
geopolíticas hunden sus raíces en la forma y condiciones en las que se realiza la producción
de bienes -en el caso del capitalismo, mercancías-, que es históricamente variable. No existe,
entonces, un espacio -o un tiempo- absoluto; desde esta perspectiva "cada formación social
construye concepciones objetivas del espacio y del tiempo suficientes para sus propias
necesidades y propósitos de reproducción material y social, y organiza sus prácticas
materiales de acuerdo con estas concepciones" (HARVEY, 1990, p.419).
Pero, sin duda, el autor que más influencia ha tenido en los últimos años en la renovación
desde un punto de vista económico-político de la Geopolítica -y de la Geografía Política en
general- ha sido Peter J. TAYLOR que, descontento con los enfoques neopositivistas
imperantes, ha reclamado una reorientación de la disciplina (1981, p.157) hacia el análisis de
sistemas mundiales (world-systems analysis). Considera que éste "ofrece una oportunidad a
los geógrafos políticos para volver al análisis de escala global sin tener que rendir ningún
homenaje a Mackinder" (TAYLOR, 1981, p.165); pudiendo así estudiar, además, el conflicto
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que se ha venido en llamar Norte contra Sur, y no sólo el pretendido enfrentamiento entre la
potencia continental y la potencia marítima -Este contra Oeste-, como hacía el británico.
Las críticas que se han hecho al modelo geopolítico de TAYLOR son numerosas. Desde
perspectivas tradicionales se ha llegado a discutir su "parcialidad ideológica" (COHEN, 1983),
mientras que desde posiciones radicales su "heterodoxia" es descalificada (HARVEY, 1987;
CORBRIDGE, 1986). Las críticas desde posiciones radicales son las más relevantes desde
nuestro punto de vista y tienen que ver, en general, con el papel de los Estados en el sistema
mundial y, más específicamente, con la importancia de lo económico en dicho sistema.
El segundo conjunto de críticas hace referencia también al papel del Estado, y repara esta
vez en una interpretación economicista: "Al centrarse sobre la escala internacional y al tomar
las fuerzas económicas como determinantes de las relaciones entre Estados hay, sin
embargo, una tendencia a relegar los procesos políticos y culturales que se producen a
escala estatal como si estuvieran relacionados causalmente con las fuerzas económicas,
cuando de hecho pueden desempeñar un papel importante e independiente en el modelado
de las relaciones internacionales" (SMITH, 1986, p.180). No cabe duda de que, cuando
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menos, la acusación es reflejo de un peligro latente en el análisis de los sistemas-mundo. En
la medida que se intenta investigar la dinámica global de la economía-mundo, se pasa a un
segundo plano, conscientemente o no, el papel de otras fuerzas, de otros procesos en el
desarrollo de la dinámica geopolítica. Por ello, nos parece sumamente oportuna la crítica, y,
por tanto, entendemos que el desarrollo de una Geopolítica crítica no puede anclarse sólo en
la Economía Política.
Estos geógrafos entienden que el poder es algo que circula, que aparece en todas las
relaciones sociales como elemento constitutivo de las mismas: "En toda relación circula el
poder, que no es ni poseído ni adquirido, sino pura y simplemente ejercido (...) por actores
provenientes de [la] población (...) Estos producen el territorio partiendo de esta realidad
primera dada que es el espacio" (RAFFESTIN, 1980, p.3). De este modo, las relaciones
espaciales son en última instancia relaciones de poder, y éstas constituyen la "problemática"
objeto de estudio por una Geografía Política que no quiera seguir los pasos "totalitarios" de la
versión clásica de la disciplina. La relación es el momento clave para el análisis del poder,
debido a que éste se enmascara, se oculta, no es fácilmente aprehensible, ni, por supuesto,
cuantificable; pero "el poder se manifiesta con ocasión de la relación, proceso de cambio o de
comunicación, cuando, en la relación que se establece, se enfrentan o se unen los dos polos"
(RAFFESTIN, 1980, p.45), a partir de lo que se crean "campos" de poder, que ya se pueden
analizar.
Dos son los autores cuya obra ha descollado, tanto a la hora de los planteamientos iniciales
como de sus desarrollos posteriores, en esta perspectiva de la Geografía del poder: Paul
CLAVAL y Claude RAFFESTIN. Ambos consideran, como acabamos de señalar, que la
Geografía Política debe centrarse en lo político, en las relaciones de poder; los dos parten de
la base de que estas relaciones no se pueden reducir, de ningún modo, al ámbito de lo
estatal; pero el valor de las aportaciones de uno y otro, en relación con la posibilidad de una
Geopolítica crítica, es muy diferente.
Para RAFFESTIN, la Geografía Política, "en tanto que reveladora del poder, puede contribuir
a poner en cuestión este proceso de hacer naturales (...) los fenómenos de dominación que
se presentan como necesarios para la supervivencia del grupo (...) y contribuir a poner en
evidencia su carácter no necesario" (1980, p.245). Es decir, que pretende constituirse en
conocimiento liberador y, en esa medida, se puede situar en el ámbito de la ciencia social
crítica.
Pero diferente es el caso de CLAVAL. Las conclusiones que extrae de uno de sus bien
argumentados e interesantes trabajos son una muestra de "realismo" político, que no deja
lugar a dudas sobre su aceptación, sin ambages a veces, y más matizada en otras ocasiones,
del orden político-social- económico existente: "Cuando se es consciente de la fricción de la
distancia, de la dificultad de establecer comunicaciones y de obtener el acuerdo de las
conciencias en un espacio extenso, el problema cambia de naturaleza: no es ya del bien o del
mal, el del cambio total o del estancamiento indefinido; no hay solución perfecta en un
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universo imperfecto: o bien los hombres continuarán sacrificando la organización de la
sociedad por la búsqueda de un ideal imposible, o bien aceptarán, por el interés de todos, el
juego de una autoridad sin la cual no hay construcción política viable" (1978 [1982, p.231]).
Para CLAVAL, es clara la necesidad del Leviatán estatal para asegurar la viabilidad de una
arquitectura social compleja, y la misión de la Geografía Política entonces no podría ser otra
que, en primer lugar, mostrar a los hombres esa necesidad y, en consecuencia, hacer aceptar
a los "idealistas" esa "realidad", a fin de que no continúen "sacrificando la organización de la
sociedad" por alcanzar una utopía; o lo que es lo mismo, convencer a aquellos que se oponen
al orden social existente que no intenten superarlo, porque en una sociedad tan "numerosa" la
defensa del individuo implica la autoridad.
En cualquier caso, no podemos dejar caer en saco roto los problemas que señala CLAVAL
respecto de los proyectos sociales liberadores; hoy en día es más cierta que nunca su
afirmación de que "las ideologías igualitaristas están llenas de contradicciones, cuya
importancia se comienza a medir" (1978 [1982, p.229]). La desaparición de modelos errados
debe hacernos reflexionar profundamente sobre las alternativas.
Pero el mayor interés de una Geopolítica basada sobre este tipo de análisis espacial del
poder, reside, según CLAVAL, "en las posibilidades que presenta para disponer la mayor
parte de los enfoques previos en un cuerpo de conocimiento" (1984, p.21). Tal posibilidad
sólo existiría si todos los hechos sociales se pudiesen reducir a hechos de poder, pretensión
que, en nuestra opinión, resulta tan descabellada como intentar reducir la complejidad de los
hechos relativos a la cultura, la ideología o a los aparatos estatales a un mero reflejo de una
"estructura" económica. No obstante, es el mismo CLAVAL el que afirma la utilidad de "las
explicaciones económicas", aunque no puedan abarcar todas las situaciones que presenta la
vida política en la actualidad. De este modo, la explicación política se complementaría con la
explicación económica, y la Geopolítica puede así continuar incorporando el análisis de los
elementos que constituían la esencia de su enfoque tradicional sobre una nueva base, ya que
"poder, autoridad e influencia son aspectos consubstanciales con toda la vida social dentro de
una área definida: se derivan de la desigual distribución de los recursos, de la existencia de
posiciones estratégicas, de las ventajas que otorga el transporte y los servicios de
comunicación y todo tipo de intercambios" (CLAVAL, 1984, p.21).
Por otro lado, es fundamental para la Geopolítica el hecho de poder reconsiderar las
relaciones políticas como relaciones de poder, que van más allá de las relaciones constituidas
en torno al Estado. Así pues, la Geopolítica puede trascender en su enfoque el Estado y
constituirse en disciplina demistificadora, liberadora; lo que no resulta una ilusión, a pesar de
las advertencias de RAFFESTIN (1980, p.179), cuando señala el discurso geopolítico como
discurso totalitario; creemos que se trata de incorporar al análisis las perspectivas de otros
actores, además de los estatales, para cambiar la unidimensionalidad del discurso tradicional.
La tercera corriente relevante para una Geopolítica crítica proviene, a nuestro juicio, del
campo de la geografía humanística -que no humanista-; sus practicantes buscan, según LEY
y SAMUELS "reconciliar la ciencia social y el hombre, acomodar comprensión y juicio,
objetividad y subjetividad, y materialismo e idealismo" (cit. en BRUNN y YANARELLA, 1987,
p.7). En otras palabras, consideran al individuo como parte integrante fundamental de la
explicación en Ciencias Sociales, y aunque no rechazan, ni mucho menos, la existencia de
estructuras subyacentes, pretenden realizar una ciencia social antropocéntrica, es decir, que
en la misma la acción y la conciencia humana desempeñan un papel activo y central.
En una de las propuestas más elaboradas para el desarrollo de una Geografía Política
humanística, BRUNN y YANARELLA la definen como aquella que se ocupa de "poner de
manifiesto los procesos sociales dinámicos por medio de los que las dimensiones espaciales
del mundo social y natural son organizadas y reorganizadas en campos geográficamente
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delimitados y simbólicamente significativos por grupos nacionales y transnacionales" (1987,
p.8). El procedimiento que se propone para esta tarea pone el énfasis en las dimensiones
fenomenológicas y experienciales de la realidad social. Se tratan de forma especial los
problemas de las ideologías territoriales, o si se prefiere, el significado del territorio para los
actores políticos, y conceptos como los de "sentido del lugar", "territorialidad" o "nacionalismo
territorial" se constituyen en los ejes básicos del análisis. Por tanto, los problemas de
percepción del territorio constituyen una de las columnas de la geografía humanística, pero
junto a ellos aparece la preocupación por el modo en el que se ha construido socialmente el
espacio, que no se puede considerar como una estructura previa determinante.
Una aproximación cultural humanística a la Geopolítica tiene un gran interés, ya que nos
permite vincular la sociedad civil, y en última instancia el individuo, con el Estado, pero no de
arriba abajo, es decir, como súbditos o ciudadanos de este último, sino en sentido contrario,
como constructores de esa entidad espacial. Este tipo de enfoque examina "la base sobre la
que el Estado se funda y organiza, y a través de la cual justifica sus acciones territoriales,
tanto doméstica como globalmente" (SMITH, 1986, p.179). Mediante este análisis se logran,
al menos, dos objetivos. En primer lugar, se muestra el carácter contingente del Estado, de
cualquier Estado, y del Estado como institución. En segundo término, se vinculan las
estructuras interestatales con la acción del ser humano, lo que ayuda a dejar de entender lo
internacional como escenario exclusivo de las instituciones estatales. En definitiva, pensamos
que el enfoque cultural humanístico es el complemento necesario de los otros dos enfoques, y
que nos permitirá vincular acción y estructura en el análisis geopolítico.
Geopolítica y geoestratégica
Afirmaba Napoleón cierta vez que: “conocer la geografía de una nación equivale a conocer su
política exterior”. Nuestra valoración de la importancia de la geografía política debe adaptarse,
sin embargo, a las nuevas realidades del poder. Durante casi toda la historia de los asuntos
internacionales, el control territorial constituyó el foco de los conflictos políticos. La
autosatisfacción por la adquisición de un mayor territorio y el sentimiento de carencia nacional
por la pérdida de tierras «sagradas» han sido las causas de la mayor parte de las guerras
más sangrientas que estallaron desde la ascensión del nacionalismo. No resulta exagerado
afirmar que los imperativos territoriales han sido el principal impulso de los comportamiento
agresivos de los Estados-naciones.
Aunque para la mayor parte de los Estados-naciones la importancia del tema de la posesión
territorial ha disminuido, las disputas territoriales siguen siendo importantes en la
configuración de la política exterior de algunos Estados. Las que están más relacionadas con
temas como los resentimientos causados por la negación de la autodeterminación a los
hermanos étnicos cuyos derechos a unirse a la «madre patria» se consideran violentados o
las quejas sobre los supuestos malos tratos a la minorías étnicas por parte de algún país
vecino que a una búsqueda de un status nacional superior mediante la ampliación territorial.
Las élites nacionales gobernantes han ido reconociendo cada vez más que existen factores
diferentes a los territoriales, que son más cruciales en la determinación del status
internacional de un Estado o del grado de su influencia internacional. La habilidad económica
y su traducción de innovación tecnológica pueden ser también criterios clave en la
determinación del poder.
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Cuando la geopolítica salta del marco espacial de un Estado en particular para considerar su
aplicación en un escenario más amplio, regional, continental o global, que se inspire en
intereses económicos, sociales, políticos o militares de un Estado o bloque de Estados o
simplemente para que se aplique una «Política de poder» por una potencia invocando la
necesidad de un espacio vital para ella que garantice su supervivencia o su vigencia, la
ciencia se desliza al campo de la geoestratégia y ésta, que es la consecuencia de los
objetivos estratégicos que fije la política, estrecha sus vínculos con la Seguridad.
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