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Sins of The Fathers 04 - by Fate I Conquer - Cora Reilly
Sins of The Fathers 04 - by Fate I Conquer - Cora Reilly
alguno.
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Sinopsis
Advertencia
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Epílogo
Sobre la autora
Sinopsis
Amo
¿Crees en el amor a primera vista? ¿En un amor tan fuerte y brillante,
que te ilumina incluso en tus horas más oscuras? ¿Crees que en algún lugar
de este mundo hay alguien que está destinado a ser tu otra mitad? ¿Tu alma
gemela?
No lo hacía.
Hasta que la conocí.
Greta Falcone.
La princesa sobreprotegida de la Camorra. Está prohibida para mí.
Greta
Mi amor por mi familia y mis animales era todo lo que necesitaba.
Nunca pensé que me enamoraría. Hasta que lo conocí.
Amo Vitiello. Futuro Capo de la Famiglia. Cruel y frío. Las sonrisas
que tiene solo para mí calman el caos en mi cabeza.
¿Y si encuentras a tu alma gemela en el momento equivocado?
Conocía a los hombres más crueles y, sin embargo, nada podría ser
más cruel que el destino mismo.
Doce años
Solo era una niña, vestida con mi tutú favorito, cuando me di cuenta
de que los hombres de mi familia eran como los monstruos de las películas
de terror que a Nevio le encantaba ver.
Y un pedazo de mi corazón se rompió.
***
***
Ocho horas más tarde (en algún momento comencé a contar el suave
ruido sordo del segundero de mi reloj de pulsera) tuve que abandonar mi
escondite. Necesitaba hacer mis necesidades, y me dolían las piernas y la
espalda por haber estado acurrucada durante tanto tiempo. Cuando estuve
segura de que estaba sola, abrí la tapa y salí. La sangre en mi ropa había
endurecido la tela, pero ya no olía el olor a cobre. Mi nariz estaba insensible
a ella por ahora. Me estremecí. Hacía frío en el sótano incluso en esta época
del año. No me había dado cuenta antes, pero mis dedos de manos y pies
estaban rígidos por el frío. Busqué un lugar para orinar, pero cada rincón se
sintió tan mal como el otro. Me sentía mal por ensuciar así el sótano de
Fabiano.
El recuerdo del charco de sangre en la celda entró en mi cabeza y me
estremecí una vez más. Tal vez podría aguantar unas horas más… pero
¿entonces qué? No podía volver a mi casa, aún no.
Me abracé y me estremecí más fuerte.
¿Ahora qué iba a hacer?
Miré a mi derecha y me fui a la esquina. Tuve arcadas cuando toqué
la tela ensangrentada de mi leotardo para apartarlo y poder orinar. Vacié mi
vejiga rápidamente en cuclillas en la esquina, luego me vestí tan rápido
como me desnudé y corrí de regreso a mi escondite. Necesitaba
tranquilidad, necesitaba oscuridad, más oscura que la sala de
almacenamiento, lo suficientemente oscura como para oscurecer mi
memoria demasiado precisa reproduciendo cada detalle del rostro
angustiado del hombre. Ni siquiera sabía su nombre. ¿Alguien lo
recordaría? Quería olvidar, pero ¿estaba mal de mi parte desear algo así?
Me acurruqué lo más pequeño que pude encima de la ropa en la caja, y
luego cerré la tapa.
No dormí, aunque estaba cansada y no había dormido en más de un
día. Seguí contando los segundos, intentando dejar que el sonido familiar
me calmara.
Habían pasado once horas desde que había escapado cuando escuché
voces nuevamente, pero esta vez no solo fueron Fabiano y Leona. Papá,
Nino y Nevio estaban con ellos.
Me hice aún más pequeña y respiré muy lento y bajo para que no me
escucharan. No estaban en la sala de almacenamiento, sino en el pasillo
frente a ella. Forcé mis oídos para escuchar su conversación.
—¿Estás seguro de que ella no conoce los malditos códigos para salir
de las instalaciones? —gruñó papá—. Eso es difícil de creer considerando
que se te escapan todo el tiempo.
—Tal vez los conoce. Greta es observadora —dijo Nevio. A pesar de
lo que le había visto hacer, una parte de mí quería ir con mi hermano.
Siempre había sido la persona que me consolaba y protegía. Ahora me
escondía de él y de mi familia.
—No está en nuestro sótano y no está en el sótano de la casa de
huéspedes. Eso deja este sótano —dijo papá.
—Aún no ha salido de las instalaciones de nuestro lado. Revisé el
registro de las últimas doce horas —dijo Nino arrastrando las palabras—. El
único código que se ingresó desde nuestras instalaciones fue el de la puerta
que conduce a tu sótano, Fabiano.
No sabía que podían ver quién había puesto un código.
—No tengo un registro de los códigos ingresados. Leona sintió que
era demasiado acosador. Solo hay una alarma si se ingresa un código
incorrecto, y no fue así.
—Entonces, podría haberse escabullido de tu mansión —dijo papá
con voz tensa.
—Lo dudo.
—No puedes basar tu duda en hechos —dijo Nino.
—A la mierda —gruñó papá—. Tenemos que encontrarla. Si algo le
pasa…
—Tal vez deberías alertar a tus soldados en caso de que ella esté
afuera —sugirió Fabiano.
—No. No quiero que nadie lo sepa. No confío en nadie con Greta. La
encontraremos.
—Registremos tu sótano, tu mansión y el patio trasero, si no la
encontramos allí, consideraremos otras acciones —dijo Nino.
Sus voces se alejaron. Tragué pesado. Solo era cuestión de tiempo
antes de que me encontraran. Una vez que estuve segura de que no estaban
cerca, salí de la caja una vez más y caminé de puntillas hacia la puerta. No
estaba segura de lo que estaba esperando. Solo sabía que aún no podía
enfrentarlos.
Miré hacia el corredor que estaba vacío pero al final la luz se
derramaba de dos habitaciones, miré hacia el otro lado donde una escalera
empinada conducía a la casa. Tomando una respiración profunda, corrí
hacia ella y subí. Salí del sótano. Podía escuchar a Fabiano y Nino en algún
lugar del primer piso.
Salí corriendo y subí las escaleras hacia el segundo piso. Había estado
dentro de la casa de Fabiano un par de veces, y recordaba el diseño. Pegué
la oreja a la puerta de Aurora. Estaba silencioso adentro excepto por su
tarareo suave. Entré, sin llamar.
Aurora se encontraba sentada en el suelo rodeada de sus Barbies, y
estaba jugando de espaldas a mí.
Se volvió y sus ojos se abrieron alarmados.
—¿Greta?
—Shhh. —Presioné mi dedo contra mis labios—. ¿Puedo esconderme
en tu habitación?
Se puso de pie lentamente, mirándome.
—¿Qué es eso en tu ropa?
—Sangre —dije.
Palideció y pareció enferma.
—¿En serio?
Asentí. Escuché voces acercándose.
—¿Puedo esconderme? En serio necesito esconderme.
—¿Hiciste algo malo? —preguntó, sin acercarse.
Ya ni siquiera estaba segura en este punto.
—No sé. ¿Me ayudarás?
Aurora asintió vacilante y señaló su armario de pared. Me deslicé
adentro y me hundí en el suelo, escondida detrás de sus vestidos. No estaba
segura de por qué tenía tantos. Nunca los usaba. Aurora cerró las persianas,
su rostro inquisitivo.
Regresó a sus Barbies y se hundió un segundo antes de que sonara un
golpe. A través de los huecos de las persianas, pude ver unas piernas largas
entrar en la habitación. Reconocí las zapatillas blancas como las de
Fabiano, y un momento después sonó su voz.
—¿Está todo bien?
—Sí —respondió, aún inclinada sobre sus Barbies, ocupándose de
desvestir una de ellas—. Estoy en mi habitación como me pediste.
Él no se movió.
—Está bien. ¿Has oído algo? ¿O tal vez visto a Greta?
—¿Greta? —preguntó Aurora, levantando la cabeza brevemente.
—Escapó. Podría haber malinterpretado algo y está un poco
confundida.
Mordí mi labio. No estaba confundida. Lo dijo para que Aurora me
delatara en caso de que supiera algo.
—Está bien —dijo Aurora lentamente—. ¿Qué vio?
—Nada de qué preocuparse. Me lo dirías si la vieras, ¿no? —Se
acercó a ella y se agachó a su lado. Me tensé porque ahora podía ver su
rostro. Dudaba que pudiera ver el mío a través de las persianas ya que no
estaba retroiluminada como ellos.
Aurora jugueteó con su muñeca Barbie. Si seguía actuando así, él
podría sospechar.
—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó en voz baja.
Contuve la respiración.
—Greta y yo no somos cercanas. Lo intenté, pero ella se la pasa con
los chicos, no conmigo y con Carlotta.
Fabiano tomó su hombro.
—Greta es diferente. No se trata de ti, ¿de acuerdo? —Aurora asintió.
Fabiano le dio un beso en la frente y luego se puso de pie—. Quédate en tu
habitación hasta que tu madre o yo te busquemos para almorzar.
Salió de la habitación.
Greta es diferente.
No me moví. Sabía que era diferente. No me gustaba estar con gente
que no era mi familia. Demasiada gente me ponía ansiosa. Nunca me
importó ser diferente. Pero ahora me preguntaba si había lastimado a
Aurora siendo como era.
Se levantó y se acercó al armario, abriéndolo. Me miró con una
sonrisa vacilante.
—Gracias.
Asintió.
—Puedes quedarte en mi habitación todo el tiempo que quieras.
Puedo intentar pasar de contrabando algo de mi almuerzo más tarde.
Negué con la cabeza.
—No tengo hambre, pero me gustaría quedarme aquí.
—¿Quieres ducharte y ponerte algo de mi ropa?
Miré hacia abajo a mi leotardo ensangrentado, tutú, medias y
zapatillas de ballet.
—No.
Por alguna razón, aún no quería deshacerme de la sangre. Se sentía
como si estuviera ignorando el sufrimiento del hombre al hacerlo.
—Ah, está bien. Pero estoy segura de que algunas de mis prendas te
quedarían bien, aunque no sean de tu estilo. —Fruncí el ceño. ¿No de mi
estilo? No tenía estilo. Me gustaba la ropa cómoda, y Aurora a menudo
usaba overoles, que eran el epítome de la comodidad. No dije nada porque
no sabía cómo explicarle mi razonamiento a Aurora. Sabía que su ropa me
habría quedado bien. Aunque era tres años menor, teníamos casi la misma
altura y yo era demasiado delgada, una preocupación constante de mamá.
—Solo quiero sentarme aquí —dije finalmente.
Aurora tragó pesado y asintió.
—Ah, por supuesto. Entonces cerraré la puerta y seguiré jugando con
mis muñecas.
***
***
***
Era lógico que me enamorara de un hombre que era tan malo, tan
brutal, tan cruel como los hombres que me criaron.
3
Amo
Diecisiete años
Lancé un puñetazo fuerte en el estómago de Maximus. Gruñó y trató
de conectar un golpe a su vez, pero bloqueé su gancho lateral. Habíamos
estado entrenando juntos durante años y nos conocíamos bien. Maximus era
uno de los pocos chicos que eran casi de mi estatura. En realidad, pelear
con él a veces resultaba ser un desafío, lo cual era agradable.
—Se acabó el entrenamiento —gritó papá al entrar al gimnasio de la
Famiglia. Maximus y yo nos detuvimos e intercambiamos una mirada
confusa. Papá sonaba muy enojado.
Maximus arqueó una ceja oscura a medida que agarraba la toalla que
cubría su esquina.
—¿Qué hiciste? —A veces nos habían confundido con hermanos
porque ambos teníamos el cabello negro, pero mientras mis ojos eran grises
como los de mi padre, Maximus había heredado los ojos ámbar del suyo.
Era un año mayor que él, y habíamos sido los mejores amigos durante una
década. En el pasado, Primo, el hermano menor de Maximus, se había
unido a nosotros la mayor parte del tiempo, pero ahora tenía su propio
grupo de amigos.
Me encogí de hombros. La lista de posibles errores era demasiado
larga para elegir uno. Growl, su padre, se levantó del banco de pesas, saludó
con la cabeza a mi padre y le indicó a Maximus que se acercara a él.
Maximus salió del ring de boxeo y corrió hacia su padre mientras yo me
acercaba al mío.
—Tenemos que hablar —dijo papá, con expresión tensa. ¿Ahora qué
había hecho?
Lo seguí hasta el vestuario. El tío Matteo ya estaba allí, lo que
significaba que se trataba de un asunto de la Famiglia y no de un simple lío
familiar, y cuando no me saludó con su guiño y sonrisa habituales, supe que
estaba condenado. Papá le indicó a uno de sus soldados que nos diera
privacidad. El hombre no dudó.
Tomé una toalla limpia del estante contra la pared y me froté el pecho
desnudo.
—Antonaci me llamó hoy.
El apellido de Cressida era Antonaci, y mi única conexión con él.
Mantuve mi rostro neutral. No iba a admitir nada, en caso de que, después
de todo, esto fuera otro asunto. Papá se cruzó de brazos a medida que se
apoyaba en los casilleros. El ceño fruncido que me estaba dando habría
enviado a muchos a un ataque de nervios. Matteo me dio una mirada que
sugería que debería escribir mi último deseo antes de acercarse a un espejo
pequeño para comprobar si su peinado estaba bien. Casi puse los ojos en
blanco. Era vanidoso hasta cierto punto, pero Matteo siempre parecía salido
de una edición de Vogue.
—Me habló de ti y de Cressida.
Mierda.
—No hay un Cressida y yo —dije de inmediato. Era la verdad.
Cressida y yo no éramos nada. Lo que había pasado había terminado. Para
empezar, casi no había sido nada digno de mención.
—Ah, ¿no? —preguntó con una voz mortal. Su lenguaje corporal
sugería que tenía problemas para quedarse donde estaba—. Entonces, ¿no te
acostaste con la chica?
No dije nada. Algunas de mis decisiones del pasado habían sido
desafortunadas, impulsadas por una ira apenas contenida. Aún podía
sentirla hervir a fuego lento bajo mi piel peligrosamente.
Levantó las cejas, no contento con mi respuesta.
—Un verdadero caballero nunca cuenta.
Estrelló su puño contra el casillero, su expresión ardiendo de rabia.
Me tensé. El traqueteo del casillero probablemente podría escucharse calle
abajo.
—Te juro que te sacaré a golpes cada maldita palabra si no abres la
puta boca ahora.
—Tuvimos sexo, un par de veces. Fin de la historia.
Papá caminó hacia mí como si tuviera toda la intención de romperme
el cuello. No retrocedí. Me había encontrado antes con la ira de papá,
aunque nunca tan potente como ahora, y estaba demasiado endurecido para
que me molestara demasiado. Me agarró de los hombros con fuerza,
llevándonos nariz con nariz. Su cálido aliento me golpeó.
—¿Y te llamas a ti mismo un caballero?
—No es como si no te hubieras follado a otras mujeres antes de
casarte con mamá. Por lo que escuché, tú y Matteo se follaron a todas las
mujeres que se cruzaron en su camino.
—Cuidado —gruñó, apretando aún más los dedos.
Matteo chasqueó la lengua.
—Tu papá y yo teníamos suficiente sangre en nuestros cerebros
cachondos para elegir solo a extrañas para follar.
Papá me empujó y golpeó otro casillero, dejando una abolladura,
antes de enfrentarse a Matteo.
—Ni siquiera puedo mirarlo. En serio, quiero matarlo.
—Tuve sexo con ella, consentido. No la presioné para tener sexo, así
que deja de reaccionar de forma exagerada. —Papá estuvo sobre mí antes
de que supiera lo que estaba pasando. Culpé a mis guardias bajas alrededor
de mi familia. Con cualquier otra persona no me habría pillado
desprevenido. Me empujó contra el casillero. La parte posterior de mi
cabeza se estrelló contra el metal, haciendo que mis oídos pitaran. Mis
músculos se tensaron, queriendo vengarse como estaba acostumbrado, pero
obligué a mi cuerpo a reprimir la necesidad abrumadora de actuar. Este era
mi padre y Capo.
Los ojos de papá parecían desquiciados.
—Hijo, si la hubieras violado, tendríamos una conversación muy
diferente.
Mantuve la boca cerrada. Mi hermana Marcella siempre me acusaba
de ser imprudente, pero sabía cuándo permanecer en silencio, al menos a
veces.
—Es una mujer italiana honorable, la hija de uno de mis capitanes, y
tú le quitaste la jodida virginidad.
—Ciertamente, jodimos —respondí—. Créeme, no actuó en absoluto
de manera honorable. Y por la forma en que se arrojó sobre mí, en realidad,
no lo llamaría quitar. Prácticamente me rogó que la aliviara de esa carga.
Papá miró a Matteo y le indicó que tomara su lugar. Matteo dio un
paso adelante y tomó el lugar de papá, quien me dio la espalda.
—¿Has recibido demasiados golpes en la cabeza a lo largo de los
años, o te estás haciendo el tonto a propósito? —preguntó Matteo con una
sonrisa severa.
Los músculos de los hombros de papá se flexionaron debajo de su
camiseta blanca y sus manos estaban cerradas en puños.
—Su familia no está divertida en lo más mínimo. La chica
definitivamente lo hizo sonar como si le prometiste el mundo y
prácticamente no pudo decir que no.
Entrecerré los ojos.
—Eso es una mierda. No le prometí nada. —Se había burlado de
cómo le encantaría volver a verme y cómo nuestras familias estarían tan
bien juntas. Ignoré sus palabras, y le mostré cómo chupar una polla
correctamente para que se callara.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó en voz muy baja, volviéndose
hacia mí una vez más. La expresión de mamá habría reflejado decepción en
tal caso, pero papá estaba furioso.
—Fue para probar un punto.
—¿Y qué punto sería ese?
—Que no tenía derecho a juzgar a Marci. La llamó puta.
—Actuaste como un maldito idiota. Debiste haber pensado en las
consecuencias —murmuró Matteo.
—Dale dinero a su padre y más soldados, estoy seguro de que lo
aceptará con gusto.
Matteo se rio entre dientes. Papá no pareció divertido y su sonrisa en
respuesta fue depredadora.
—Solo hay una cosa que aceptará como compensación. Matrimonio.
Me tomó un momento entender lo que papá quería decir. Me reí.
—Seguro.
Papá negó con la cabeza como si no me conociera.
—Esto no es una broma. Le dije que consideraría un matrimonio entre
tú y Cressida.
Mi expresión cayó.
—No puedes hablar en serio. De ninguna jodida forma voy a casarme
con esa perra.
Papá golpeó el casillero una vez más. Era el tercero al que abollaba
tanto que dudaba que alguien volviera a sacar sus cosas de él.
—Los Antonaci están bien conectados entre los tradicionalistas. Abolí
las malditas sábanas ensangrentadas y causaron un alboroto y casi una
revuelta. ¿Te das cuenta de lo que sucedería si te permitiera deshonrar a la
hija de un capitán sin que le pongas un anillo en el dedo?
—¿Y qué? Haremos una declaración sangrienta, y los obligaremos a
seguir nuestra orden. Somos Vitiello, no nos inclinamos ante los caprichos
de nadie.
—¿Quieres que mate a hombres leales, el núcleo de nuestra Famiglia,
porque no pudiste guardarlo en tus pantalones? He sido demasiado
indulgente contigo. Por una vez tendrás que cargar con la carga de tus
acciones.
Había subestimado a Cressida y su ambición. Quería hacer que se
tragara sus palabras.
Pero ella había cambiado las cosas, y ahora estaba atrapado con ella.
—Tiene que haber una forma de evitarlo —murmuré.
Papá respiró hondo y se pasó la mano por su cabello oscuro.
—Los tradicionalistas se sienten engañados. El vínculo de Marcella
con un motero, las sábanas sangrientas y nuestro vínculo con la Camorra,
fue demasiado para ellos. Este sería el punto de inflexión. No debilitaré a la
Famiglia con una maldita declaración solo porque no puedes soportar a tu
futura novia. Cressida será tu esposa. Tienes años para acostumbrarte a la
idea, y lo harás, o te juro que sentirás toda mi jodida ira.
Miré a mi padre con furia.
—Sí, Capo.
***
***
***
***
Greta
Era pasada la medianoche cuando llamaron a mi puerta. Aún no había
apagado las luces porque esperaba que apareciera Alessio. Entró, vestido
completamente de negro y con un pasamontañas igualmente negro en la
mano. Obviamente estaba saliendo con Nevio y Massimo. La punta cubierta
de acero de su bota de combate brillaba como recién pulida. Bear levantó la
cabeza y gruñó, pero lo hice callar. Alessio se acercó a mi cama y se sentó
en el borde. Me miró, sus cejas rubias como la miel hundiéndose en una V.
—Explícame lo que vi hoy. No me des nada de esta mierda de Amo
salvó a Momo otra vez. Conozco al hijo de puta y probablemente mata
cachorros en sus sueños.
Fruncí los labios ante la evaluación de Alessio. Siempre intentaba ser
impasible y lógico, pero a veces su temperamento estallaba.
Guardé mi libro.
—Amo y yo estábamos sentados en la tumbona.
—De hecho, no sé cómo pudo haber sucedido, pero pareces bastante
experta en mentir y escabullirte, así que tengo que preguntarte. ¿Tuviste
sexo con él?
El shock se apoderó de mí.
—Ni siquiera he besado a un chico —dije.
No me perdí el destello de alivio en su rostro, aunque no podía ver
por qué el estado de mi himen o el estado de mis besos era causa de una
reacción emocional.
—Hoy te estabas poniendo cómoda con Amo.
—No me sentía cómoda con él. Hablamos, eso es todo.
—Greta, Amo no solo habla con las chicas, y tú, no eres cualquiera.
Probablemente se está acobardando por su boda, y está buscando un polvo
fácil.
Mis mejillas se calentaron.
—¿Y crees que yo sería uno, un polvo fácil? —Tal vez era cierto,
porque podía imaginarme durmiendo con Amo.
Suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—Maldita sea, no lo sé. Ayer hubiera dicho que no. Por lo general, ni
siquiera puedes pararte cuando los extraños están demasiado cerca. No sé
qué pasa, es por eso que estoy aquí.
—No tienes que preocuparte por mí.
No pareció convencido.
—Sé que nunca tienes la oportunidad de conocer a alguien por Nevio
y el resto de nosotros. Eres Greta Falcone. No puedes simplemente elegir a
un chico. Pero Amo realmente es el último tipo al que deberías echar un
segundo vistazo.
No dije nada, pero Alessio se quedó mirándome. Le había dado a
Amo más que una segunda mirada, pero no necesitaba saber eso.
—Alessio, no volveré a verlo.
Cuando comprendí que esto bien podría ser la verdad se instaló en la
boca de mi estómago, me invadió una sensación de pérdida, lo cual era
extraño, porque ¿cómo podría extrañar algo que nunca había tenido?
8
Amo
—Está bien, esta es la tercera vez que te distraes hoy conmigo. ¿Qué
te pasa? —Me concentré en mi mejor amigo que estaba de pie frente al
motero colgando de cadenas en el techo de nuestra celda de detención. Era
uno de los pocos seguidores supervivientes del hombre que había
secuestrado a mi hermana años atrás. Maddox lo había atrapado ayer con la
ayuda de Primo, y mató a otro. La sangre goteaba por la cara y el pecho del
tipo. Se había desmayado.
—Nada. —Envainé mi cuchillo y me acerqué al fregadero en la
esquina donde un balde con agua fría esperaba en casos como este.
Maximus dio un paso atrás cuando le arrojé el agua al tipo. Dio un
respingo, sus ojos abriéndose de golpe, pero luego rodaron en blanco
nuevamente y se hundió hacia adelante una vez más. Como futuro Capo,
torturar no era la principal de mis prioridades, pero con los moteros hacía
con mucho gusto una excepción.
—¿Debería conseguir adrenalina?
Asentí distraídamente, pero mi mente estaba muy lejos. Miles de
kilómetros al oeste. Apenas podía concentrarme en otra cosa que no fuera la
chica a la que había dejado sin despedirme hace dos semanas.
—¿Quieres que siga sin ti?
—No —espeté y tomé unas pinzas de la mesa en la esquina. Maximus
inyectó la adrenalina en las venas del hombre y pronto se movió.
Mi teléfono sonó con un recordatorio. Lo saqué de mi bolsillo trasero
y miré la pantalla, luego me congelé. Había dado la medianoche y mi
teléfono me recordó que era 15 de mayo, el cumpleaños de Greta.
—¿Quién es G? —preguntó Maximus con un brillo de curiosidad en
sus ojos a medida que se detenía a mi lado.
Había olvidado por completo que había puesto el recordatorio en mi
teléfono poco después de haberme ido de Las Vegas hace dos semanas. No
estaba seguro de por qué diablos lo había hecho. Pero en aquel entonces
solo quería recordar el cumpleaños de Greta.
Maximus se limpió las manos y se apoyó contra la pared junto a mí.
—Esa es una mirada que nunca he visto en tu cara.
Me volví hacia él.
—¿Qué tipo de mirada?
Hizo una mueca y sacudió la cabeza como si tuviera que decir algo
sucio.
—No importa.
—Maximus, escúpelo.
—Es la mirada que tiene mi padre cuando mira a mi madre.
Lo miré, luego resoplé. Pero mi corazón se aceleró completamente de
forma inusual. Abrí el recordatorio, pero permaneció bloqueado dentro de
mi cerebro.
Maximus siguió mirándome como si pudiera extraerme información
mediante rayos X.
—Ella no es nadie. —Las palabras sonaron mal.
La mirada de Maximus no vaciló.
—Entonces G es una ella.
Levanté mi dedo en advertencia.
—Déjalo, ¿de acuerdo?
—No puede ser Cressida. No tienes un apodo cursi para ella que
comience con G y no es su cumpleaños. Lo más parecido a una palabra de
cariño que has usado para ella fue perra.
¿Por qué no podía soltarlo? Solía compartir casi todo con él, pero no
había mencionado mis encuentros con Greta ni una sola vez. Con nadie.
—¿Has encontrado una aventura para que puedas soportar estar
casado con Cressida?
—No es una aventura.
La nota protectora en mi voz fue inconfundible y realmente despertó
el interés de Maximus.
—Estás en problemas.
Lo estaba.
—Hoy es el cumpleaños de Greta.
—¿Greta? —Los ojos de Maximus revolotearon con un toque de
reconocimiento, pero entonces la incredulidad borró esa mirada. Por
supuesto, él no lo creería.
—Greta Falcone.
Maximus se quedó mirándome, esperando la broma.
Un cacareo llenó la celda. Tanto Maximus como yo nos volvimos
hacia nuestro cautivo. Me dio una sonrisa llena de dientes.
—Qué dulce. El gigante Vitiello probó el coño de la puta de la
Camorra.
La estática llenó mis oídos a medida que la rabia hervía.
—¡Amo!
Crucé la habitación antes de que Maximus pudiera reaccionar. Saqué
mi cuchillo, agarré el cabello largo y grasiento del hombre para que me
mirara a los ojos y clavé la hoja con tanta fuerza en su abdomen que me
pregunté si mi puño estaba dentro de sus entrañas. Sonreí con suficiencia
ante su rostro agonizante, sus ojos muy abiertos y su boca escupiendo
sangre. Tiré de la hoja hacia arriba, abriéndolo.
Volvió a hundirse hacia adelante, pero esta vez la adrenalina no lo
devolvió. Saqué el cuchillo, dando un paso atrás. Parte de sus entrañas
cayeron al suelo con un chapoteo. Cuando me volví, Maximus me
observaba como si nunca antes me hubiera visto.
—Se suponía que íbamos a interrogarlo.
—Lo hicimos. Atraparemos otro.
Me acerqué al fregadero y me lavé las manos y el cuchillo, luego me
cambié la camisa. Mis pantalones eran negros. Nadie notaría sangre en
ellos.
—Deja de mirar fijamente —gruñí cuando Maximus aún no se había
movido—. Llama a alguien para que limpie este desastre.
—¿El desastre que causaste porque te volviste loco en nombre del
honor de una Falcone?
Lo dejé parado en la celda y me dirigí hacia mi auto, un Mercedes
Clase G negro.
Cuando encendí el motor, Maximus entró, dejándose caer en el
asiento del pasajero.
—El equipo de limpieza está en camino. —Asentí y me alejé del
almacén—. Amo.
Le envié una mirada de advertencia. Desafortunadamente, habíamos
sido amigos durante demasiado tiempo como para tener el efecto que tenía
en todos los demás.
—No tienes que decírmelo —murmuró encogiéndose de hombros—.
Solo voy a asumir lo peor. Que te follaste a una de las chicas más
prohibidas del maldito país y que la guerra estará sobre nosotros muy
pronto.
Golpeé mi puño contra el volante, sonando la bocina por accidente y
haciendo que el auto frente a mí se desvíe bruscamente.
—No hables así de ella.
Maximus levantó una ceja oscura. Volví a mirar hacia la calle y negué
con la cabeza. Mi pecho ardía con emociones que no quería y nunca había
sentido.
—¿No sería perfecto para tu familia? Podrías ser Capo de la Camorra.
Growl, el padre de Maximus, era medio hermano de Remo, mayor
que el Capo de la Camorra, pero ilegítimo y, por lo tanto, nunca
considerado como Capo.
La expresión de Maximus se torció.
—Mi padre nunca quiso ese puesto, y yo tampoco. Estoy feliz con mi
lugar.
—No me acosté con ella. Ni siquiera la he besado —murmuré.
—Pero quieres hacerlo.
—Nunca he querido nada más en mi vida —admití, necesitando
sacarlo, sin importar cuán ridículo sonara. Y ni siquiera era toda la verdad.
Lo que quería de Greta era mucho más que físico. La deseaba en todos los
sentidos. Era un hijo de puta condenado. ¿Cómo podría un solo momento
en el tiempo cambiar todo tan drásticamente? Una mirada fugaz a la chica
del tutú… ¿y si hubiera pasado de largo en lugar de detenerme? Mi vida
sería mucho más fácil en este momento, pero no podría arrepentirme de
haberla visto.
Maximus apoyó la cabeza en el asiento, mirando al techo y soltando
un suspiro largo.
—No tengo que decirte que de ninguna jodida forma puedes tenerla.
—¿En serio? —pregunté en voz baja.
Giró la cabeza, pareciendo honestamente preocupado.
—Puedes tener casi cualquier chica, ¿por qué elegir la que no puedes?
No la había elegido. Había puesto los ojos en ella, y había sido
perdido. Mierda, no tenía idea de cómo era posible.
—Tu padre no cancelará la boda con Cressida cuatro semanas antes
de lo que se supone que sucederá. Es el Capo más respetado y temido que
jamás haya existido, y tú estás en camino de volverte igual de temido y
respetado, pero créeme cuando te digo que causaría mucho alboroto en la
Famiglia si tu familia hiciera esto. Los tradicionalistas no pondrán esta vez
la otra mejilla. Lo de Marcella, las sábanas sangrientas, el motero, su
inducción, ya fue un manotazo muy duro.
Maximus como soldado escuchaba las voces de discordia que se
quedaban en silencio cuando papá o yo estábamos cerca. Confiaba en su
juicio.
Asentí. Sabía que tenía razón. Pero no me importaba. No quería
escuchar razones.
—Sin mencionar que no hay absolutamente ninguna posibilidad de
que Remo Falcone te entregue a su hija.
Tampoco Nevio. Me mataría antes de dejarme tenerla.
—Podría secuestrarla como hizo Remo con su esposa.
No soné tan en broma como pensé que lo haría, y comprendí que una
parte de mí consideraba hacerlo. Estacioné el auto frente al Sphere.
Maximus y yo a menudo íbamos allí después de las sesiones de tortura para
quitarnos la adrenalina que quedaba y ligar con una o dos chicas.
Cuando apagué el motor, noté que Maximus me miraba. Arqueé una
ceja.
—Los Falcone incendiarán Nueva York y todas las ciudades en el
camino.
Me reí oscuramente. Le serviría bien a Remo. El miedo a su reacción
no era la razón por la que nunca secuestraría a Greta. Ella, ella era la razón.
—Necesito deshacerme de Cressida de alguna manera.
Salté del auto y Maximus me siguió.
—¿Y entonces qué?
Me encogí de hombros. Una vez que Cressida ya no fuera un
problema, pensaría qué hacer con los Falcone. Pasamos por delante de la
fila larga esperando que se les permitiera entrar y, saludando a los dos
porteros, entramos en el club. La multitud se separó como siempre lo hacían
cuando Maximus y yo aparecíamos en alguna parte. Las miradas de
admiración y lujuria de las chicas con las que siempre había disfrutado me
contemplaron.
Nos acomodamos en una cabina VIP y pedimos una botella de tequila
Clase Azul. Maximus y yo chocamos los vasos antes de tomar nuestro
primer trago.
Luego me recosté contra los cojines de cuero.
—¿Cómo vas a hacerlo?
—No matarla, si eso es lo que te preocupa.
Maximus pareció indiferente.
—No se desvanecerá en el aire.
—Tal vez podamos desacreditarla. Podría dejarla si se acostó con
alguien antes de casarnos.
Entrecerró los ojos a medida que apoyaba los antebrazos tatuados
sobre los muslos.
—Espero que no estés pensando en mí.
—Sabe que eres mi mejor amigo, y sabría que es una trampa.
—Bien —dijo y llenó de nuevo nuestros vasos—. No creo que sea lo
suficientemente estúpida como para dejar que cualquier chico la folle, no
tan cerca de su objetivo final.
Probablemente tenía razón. Había ignorado a Cressida en los últimos
años, con la esperanza de que se cansara y encontrara a alguien más. Pero
incluso cuando me follé a una chica, o más de una a la vez, después de la
otra y nunca me molesté en ser discreto al respecto, ella simplemente lo
aceptó, porque no era a mí como persona a quien quería. Quería un Capo.
—¿Estás seguro de que se trata de Greta? ¿Y no te estás arrepintiendo
porque tienes que casarte con Cressida?
Sonreí amargamente. Hice mi maldita paz con casarme con Cressida
antes de conocer a Greta. Mi vida no habría cambiado por el matrimonio.
Aún habría follado con cualquiera, trabajado todo el día y hecho lo que
quisiera. Lo único que habría cambiado es que me hubiera vuelto a follar a
Cressida.
Los ojos de Maximus fueron atraídos hacia algo detrás de nosotros.
Me giré para ver a tres chicas dirigiéndose hacia nosotros. Una de ellas
llevaba un cuenco con rodajas de lima, la otra un salero.
Nos los presentaron con sonrisas coquetas, y los pusieron sobre la
mesa.
Maximus sofocó una sonrisa ante la expresión de mi rostro.
—Vimos que se estaban perdiendo algo —dijo la chica rubia.
—¿Algo con lo que arruinar una botella de tequila de quinientos
dólares? —pregunté, inclinándome hacia atrás con los ojos entrecerrados.
Las chicas intercambiaron miradas inseguras. Maximus hizo señas a
un camarero y pidió una botella de tequila estándar. Pasó el brazo por
encima del respaldo, abriendo las piernas. Dos chicas se posaron en sus
muslos como si fueran una señal. La tercera se cernió a mi lado. ¿Y si
Maximus tenía razón?
Palmeé mi pierna y ella se hundió con una sonrisa alegre. Luego
agarró una cuña y sal. Sabía lo que venía porque Maximus ya estaba
ocupado lamiendo sal y lima de los pezones de las otras dos chicas. Mi vida
era buena. Jodidamente genial, incluso con Cressida en la imagen, entonces
¿por qué diablos estaba complicando las cosas con alguien como Greta?
La chica rubia se bajó la parte de arriba de su vestido y goteó jugo de
lima en su teta. Su pezón se endureció y sonrió con descaro cuando le echó
sal. Entre la multitud, vi a uno de los fotógrafos que siempre me captaba en
los peores momentos.
—Levántate —le ordené a la chica en mi regazo. Parpadeó, pero
obedeció de inmediato. Alcancé el tequila caro, luego enganché mis dedos
en la parte superior del vestido de la chica y tiré con fuerza, rasgándolo por
completo hasta que cayó al suelo. La chica dejó escapar un grito pequeño.
Antes de que pudiera reaccionar, derramé tequila en el frente de la chica.
Sus ojos se agrandaron cuando el líquido se derramó por sus tetas, vientre y
empapó su tanga.
La Sphere era famosa por sus escándalos. No todos causados por mí.
Agarrando su trasero, la atraje hacia mí y lamí el líquido de su muslo,
vientre y tetas. La atención de todos estaba en nosotros. Agarró mi cabeza,
obviamente absorbiéndola como una esponja.
—Más.
Le arranqué la tanga y dejé correr el tequila entre sus piernas. Chupé
un poco de sal de su pezón, lamí una lima y luego chupé el tequila de su
coño. Recé para que Greta no viera nada de esto, pero ella ni siquiera había
sabido de mi próximo matrimonio, así que lo más probable era que nunca
prestara atención a los chismes de Nueva York.
Esto sería titular. Si Cressida tuviera una pizca de autoestima,
cancelaría las cosas.
***
***
***
Amo
Ver bailar a Greta me quitaba el maldito aliento cada vez.
¿Cómo una chica podía ser tan hermosa y elegante?
Ignoré la mirada ocasional de los bailarines de ballet y sus familias.
El miedo mezclándose con la curiosidad en sus rostros. Tal vez pensaban
que era el guardaespaldas de Greta. Fabiano lograba parecer menos
sospechoso que yo. Si siquiera supieran quién era ella. Greta era alguien
que no buscaba el centro de atención, incluso si pertenecía allí.
Cuando la instructora de ballet le pidió a Greta que bailara con un
compañero masculino, me enderecé. No porque estuviera celoso del chico
porque definitivamente estaba pescando en un estanque diferente al mío.
No. Incluso desde lejos pude ver lo incómoda que se sentía Greta. Mi
protección rugió asomando su fea cabeza. No tenía ningún derecho a ser
protector. Al menos no así, no en este sentido profundo. Tenía su propia
protección esperándola afuera y también en las primeras filas. Al ver la
incomodidad evidente de Greta por tener que tocar a su pareja de baile
entendí por qué Nevio no estaba aquí en el teatro. Teniendo en cuenta su
falta de control y su afición a los arrebatos violentos, el bailarín ya habría
pasado a la historia.
La expresión de Greta se volvió más y más tensa cuando comenzó el
baile y el chico le tocó la cadera. Mierda, necesité todo mi autocontrol para
evitar correr al frente y poner fin a esta mierda.
Fabiano no reaccionó, y si yo lo hacía y actuaba como una
excavadora protectora, sin duda sospecharía. Ni Greta ni yo podíamos
arriesgarnos a eso. Hasta ahora él ni siquiera sabía que estaba aquí. Entré
después de que se hubiera acomodado en su asiento en el frente.
Para ser honesto, aún no podía creer que Greta estuviera de verdad
aquí. Cuando me dijo hace una semana que estaría en Nueva York para un
ensayo de ballet en Juillard, pensé que era para quitarme de encima. Pero
ahora estaba aquí y la forma en que había bailado me atormentaría hasta el
día de mi muerte. Era de otro mundo, apasionado e increíblemente elegante.
El tipo le puso las manos en la cintura para levantarla del suelo, pero
Greta se apartó y negó con la cabeza.
—No puedo.
—Tienes que hacer un baile en pareja para aplicar al programa.
—Lo sé —presionó Greta con una sonrisa tensa, alejándose del chico
—. Está bien. Gracias por la oportunidad.
Se dio la vuelta, le dio a Fabiano una mirada rápida que lo hizo volver
a sentarse y se dirigió detrás del escenario. En realidad, no estaba
sorprendido de que no quisiera que él la consolara. Ese tipo era tan frío
como un pez muerto. Mamá siempre me decía que antes era muy diferente,
pero solo conocía esta versión de mi tío.
Me levanté y volví por donde había venido, pero tomé un desvío que
me llevó detrás del escenario. Como de costumbre, estudié el diseño del
edificio antes de poner un pie dentro. Era un hábito que probablemente
algún día me salvaría la vida. Hoy garantizaba que encontraría a Greta sin
que Fabiano se diera cuenta. Sabía que nuestro tiempo era limitado.
Probablemente Fabiano ya había alertado a Nevio y solo era cuestión de
tiempo que este último entrara a buscar a su hermana.
Si me encontraba cerca de ella…
Llamé al vestidor de mujeres y después de un momento una pelirroja
abrió la puerta, su mirada subiendo lentamente desde mi pecho hasta mi
rostro. Sus ojos se agrandaron y su cara se sonrojó.
—Necesito hablar con la chica que acaba de salir del escenario,
cabello negro, alrededor de esta altura. —Señalé mi pecho.
—No está aquí. Solo se apresuró a salir.
Me giré, sin esperar más. Miré alrededor de los pasillos iluminados
tenuemente que conducían a varias salas de almacenamiento. Empecé a
buscar en el área y encontré a Greta en un rincón oscuro al fondo del
pasillo, con la espalda apoyada contra la pared y la cabeza inclinada hacia
abajo. Casi parecía como si estuviera en trance.
Se tensó cuando me acerqué.
—Soy yo, Amo. —No levantó la vista ni reconoció mi presencia de
ninguna manera—. ¿Estás bien? ¿Quieres que busque a Fabiano o a tu
hermano? —De hecho, no me gustaba la idea, y terminaría en un lío, pero si
Greta los necesitaba, lo haría.
—Vine aquí en busca de tranquilidad para calmarme.
Asentí.
—¿Quieres que me vaya?
No podía imaginar dejarla así. Cada fibra de mi cuerpo gritaba para
acercarme más, para consolarla con mi toque. Mierda. Eso era lo último que
necesitaba. Lo último que debería hacer.
Levantó la cabeza y me miró fijamente con sus ojos oscuros.
—No.
Me acerqué hasta quedar justo frente a ella. De verdad estaba aquí.
Inclinó la cabeza hacia atrás para mantener el contacto visual.
—¿Quieres que tenga una palabra con la instructora de ballet? Estoy
seguro de que hay una forma de evitar el baile en pareja.
Sonrió levemente.
—Los bailes en pareja son una parte crucial del ballet.
—Pero tu sueño es bailar. Simplemente te rindes a pesar de que
podría ayudarte a conseguir un lugar en Juillard si eso es lo que querías en
realidad.
Papá me patearía el trasero. Los Falcone también probablemente. Sin
mencionar que parecería muy sospechoso si ayudaba a Greta. Pero ella
estaría en Nueva York.
Maldita sea.
¿Y entonces qué?
Aún se suponía que me casaría con Cressida. Había ignorado por
completo mi truco deshonroso en Sphere. Probablemente incluso aceptaría
que me follara a alguien delante de ella. Quería convertirse en mi esposa,
sin importar el precio.
La sonrisa de Greta se iluminó. Y maldición, al verla, le habría
prometido el mundo. ¿Qué me estaba haciendo esta chica?
—Me encanta bailar. Pero hoy en el escenario comprendí algo muy
importante. Hacer este programa no hará que ame más el ballet. Mi amor
por el ballet no está ligado a estar en el escenario, posiblemente todo lo
contrario. Bailar es mi lugar feliz, me da consuelo y calma la estática en mi
cabeza. Hacer este programa me habría puesto ansiosa por bailar, con el
tiempo, me habría hecho odiar y temer algo que significa tanto. Eso en
realidad no vale la pena, ¿no crees?
Negué con la cabeza, una vez más asombrado por su forma de pensar.
Me encantó cómo describió sus sentimientos sobre el ballet.
—Entonces, ¿estás bien?
—Lo estaré —respondió en voz baja—. Ahora estoy triste.
Di otro paso más cerca, olvidándome de mí mismo, también
olvidando todo lo demás.
—No esperaba que estuvieras hoy aquí.
—Te dije que tenía que verte. No podía esperar un momento mejor —
dije, dejando de lado la precaución. Ya ni siquiera estaba seguro de lo que
estaba pasando. Ahora estábamos cerca, más cerca de lo que había estado
Mika, pero no nos tocábamos.
No parecía asustada, lo cual no tenía sentido. Si un bailarín gay y
flacucho la había puesto tensa en un escenario rodeada de gente, estar sola
conmigo en este pasillo oscuro debería haber puesto su cuerpo a toda
marcha.
—¿Estoy demasiado cerca? —pregunté bruscamente.
Greta simplemente me miró fijamente. Ojalá supiera lo que estaba
pasando por su mente, si se sentía tan trastornada cuando estaba cerca como
cuando la veía. Se veía absolutamente irresistible con su leotardo y tutú. Era
algo a lo que nunca le había dado una segunda mirada, pero esta chica
frente a mí me hizo sentir débil como si lo hiciera.
Sus palabras sobre besarme cruzaron por mi mente y este fue el peor
momento posible para que aparecieran. Estaba a solas con Greta y no me
decía que retrocediera. Tal vez la estaba malinterpretando, pero no creí que
lo estuviera. Por otra parte, nunca había estado con una chica como ella.
—Greta, voy a hacer algo que no debo hacer. Algo que juré que no
haría. Si no me detienes —gruñí.
Tragó con fuerza, pero no se movió, no dijo nada.
Tomé sus mejillas con ambas manos, acunando su piel suave,
mirándola fijamente a los ojos. Sostuvo mi mirada, su aliento abanicando
dulcemente mi rostro. Pasé mis pulgares sobre sus pómulos, buscando sus
ojos. Esos conmovedores ojos oscuros y amables que siempre me agarraban
del corazón y no me soltaban.
—Si no dices algo… —Me detuve y bajé mis labios hacia los de ella.
Quería reclamarla como mía. La deseaba con cada latido furioso de mi
corazón. Al momento en que nuestros labios se tocaron mi cuerpo se
sonrojó con calor y mi pulso se aceleró en mis venas, y todo encajó en su
lugar. Sus labios eran los más suaves que jamás hubiera sentido. Quería que
este beso, este momento, durara para siempre.
Cada beso, cada toque, todo se desvaneció sin sentido.
Los ojos de Greta se cerraron y cubrió mis manos con las suyas
mucho más pequeñas, manteniéndome en mi lugar. Fue todo el aliento que
necesité. Empujé sus labios con mi lengua. Se separó para mí y su lengua
encontró la mía vacilante. Un ruido sordo resonó en mi pecho cuando la
probé, un toque de menta y chocolate, increíblemente adictivo. Fue un beso
lento y sensual. Sin urgencia incluso si nuestro tiempo era limitado. Quería
saborear cada segundo de esto. Una de mis manos se movió desde su
mejilla hasta la parte posterior de su cabeza.
Me alejé lentamente, incluso cuando mi cuerpo gritaba por más, por
otra probada, otro toque, simplemente más. Los ojos oscuros de Greta se
clavaron en los míos, sus labios entreabiertos, su pecho agitado.
—Me besaste —dijo con asombro.
—Sí. —El mundo que nos rodeaba comenzó a volver lentamente a
enfocarse. Besé a Greta Falcone en un pasillo oscuro, con Fabiano y su
hermano cerca.
Mi palma aún descansaba sobre su mejilla y su palma sobre ella.
—Juraste que nunca harías esto. ¿Por qué? ¿Por Cressida?
Me reí amargamente. Un hombre bueno habría sentido reparos por
esto debido a su prometida, pero yo no. Cressida no significaba nada para
mí, ni yo para ella. Los dos sabíamos por qué nos íbamos a casar. Los
sentimientos, especialmente el amor, no tenían nada que ver con eso.
—No —murmuré—. Ella es intrascendente. Juré nunca hacer esto
porque eres una mujer que no merece que le roben su primer beso en un
pasillo oscuro como un secreto sucio.
—¿Soy tu secreto sucio?
El timbre de su voz suave envió un escalofrío por mi espalda. ¿Qué
era? Que me jodan si lo supiera. Era todo lo que quería. No podía dejar de
pensar en ella. Apenas podía respirar cuando se había ido, y apenas podía
respirar cuando estaba cerca. Sus ojos oscuros me succionaban hacia su
abismo. Me mantenía cautivo con una mirada de esos ojos de gacela. Nunca
me había sentido así. ¿Siquiera se daba cuenta de lo que había hecho? Me
había abierto las costillas y se aferró a mi corazón con sus dedos elegantes.
Un simple beso había reforzado mi anhelo, lo había hecho mil veces
peor. No debí haberlo hecho, pero verla de nuevo, verla bailar, lo perdí.
Besarla había sido como un jodido renacimiento. Había sido dulce y
encantadora como sabía que sería.
Greta no era una chica que debía ser besada en las sombras, como un
secreto oscuro. Se merecía estar en el centro del escenario. La culpa no
tenía cabida en mi vida, pero besar a Greta en la oscuridad como si no fuera
más que una aventura me hacía sentir como basura. Esta mujer ante mí se
merecía mucho más de lo que podía darle.
—¿Ahora qué? —dije con voz áspera.
Sonrió con tristeza.
—No sé.
—Podrías quedarte aquí conmigo.
—Pertenezco a Las Vegas.
Perteneces a mi lado.
—¿Cuándo volverás a Las Vegas?
—En dos días. Dado que este es mi primer viaje a Nueva York, quería
algo de tiempo para descubrir la ciudad.
En dos días. Maldita sea, demasiado pronto.
—Fabiano está invitado a cenar en casa de tus padres mañana por la
noche. Dijo que yo también podía ir. Creo que está preocupado de que
Nevio me meta en problemas. Pero Nevio tendría que mantenerse alejado.
Mamá debe haber pasado días convenciendo a papá de esa cena. Él y
Fabiano aún no se soportaban. Y en realidad, no era una sorpresa que papá
no quisiera a Nevio bajo su techo.
—¿Estarás allí? —preguntó.
—Si vas, también iré allí.
—Entonces, le pediré a Fabiano que me lleve con él. —La idea de
que Nevio estuviera vagando por las calles, mis jodidas calles sin nadie que
lo controlara no me sentó bien, pero si esto me daba la oportunidad de
volver a ver a Greta…
Pero una cena familiar no nos daba mucho tiempo para estar solos.
Todos estarían mirando, especialmente Fabiano.
—¿Hay alguna manera de que puedas escabullirte para encontrarte
conmigo esta noche?
Se mordió el labio inferior.
—Tenemos la suite presidencial, pero con habitaciones separadas.
—Lo sé. Tienes todo el piso en el Mandarin Oriental.
—Fabiano se aseguró de que el personal del hotel cerrara con llave la
escalera de nuestro piso, y para bajar del ascensor en nuestro piso necesitas
una tarjeta de acceso. Nadie puede subir o bajar sin avisar a Fabiano.
Sonreí.
—Estoy seguro de que Fabiano le dio al personal esas órdenes. Pero
Nueva York es mi ciudad, no la suya, y mi palabra supera a la suya por
mucho. Si puedes salir de tu habitación y asegurarte de que ni Fabiano ni tu
hermano se den cuenta, entonces puedo llevarte al vestíbulo y salir del
hotel.
Lo pensó un rato y estaba seguro de que diría que no. Finalmente, una
pequeña sonrisa determinada tiró de las comisuras de sus labios.
—Encontraré una manera.
—Bien —murmuré, inclinándome para otro beso—. Encuéntrame a
medianoche en el hueco de la escalera, ¿de acuerdo?
—¿Qué vamos a hacer? No podemos salir y no empaqué nada
elegante.
—Pensaré en algo, no te preocupes. —Entonces un pensamiento
cruzó mi mente—. ¿Puedes usar tu ropa de ballet? Me encantaría que
pudieras darme un baile privado.
Su sonrisa se amplió y asintió.
Sonaron pasos pesados. Me incliné rápidamente y presioné otro beso
en sus labios maravillosos antes de alejarme y desaparecer en las sombras,
escabulléndome antes de que nos atraparan juntos.
11
Greta
Tenía problemas para estar cerca de otras personas, pero la primera
vez que Amo me miró a los ojos, el caos en mi cabeza se calmó. ¿Y su
toque? No se sintió tan abrumador y confuso como cualquier otro toque. ¿El
beso que habíamos compartido hoy? Había despertado algo en mí que me
aterrorizaba y me excitaba. Y de repente me di cuenta de que solo Amo
podía llenar el vacío en mí que nunca supe que tenía.
Quería más. Pero en el fondo sabía que nuestros besos compartidos
tenían que parar. Eventualmente. Aunque no hoy. Cuando el reloj dio cinco
minutos para la medianoche, me levanté de la cama sigilosamente y salí de
mi habitación por la puerta que conducía al pasillo, no por la puerta de
conexión que me habría obligado a cruzar la sala de estar de nuestra suite.
Si Fabiano o Nevio me atrapaban, simplemente les diría que estaba
buscando un lugar para bailar. Sabían de mi obsesión por bailar de noche,
especialmente después de un día estresante como el de hoy.
La salida de emergencia no estaba cerrada, tal como Amo había
prometido, así que pude entrar por la escalera. Bajé un piso y luego dejé las
escaleras para abordar el ascensor que me llevó hasta el segundo piso,
donde volví a cambiar a las escaleras una vez más. Abajo, en el primer piso
de la escalera, Amo se recostaba contra la pared, esperándome. El alivio
brilló en su rostro cuando me vio. Tal vez había pensado que no vendría.
—Hay cámaras de seguridad —dijo a modo de saludo y me indicó
que lo siguiera. Me condujo a través de algunos pasillos vacíos y luego a
una entrada de entrega en la parte trasera del hotel.
Un todoterreno negro estaba justo al lado de la puerta.
Amo me abrió la puerta y me subí. Cerró la puerta, y luego se sentó
detrás del volante. Se inclinó sin una palabra, y me agarró la cara y me besó
con firmeza.
Me tensé, sorprendida por el movimiento y aún no acostumbrada a
que me besaran. Amo se apartó, sus ojos buscando mi rostro.
—¿Demasiado?
—Solo sobresaltada —susurré—. No estoy acostumbrada a este tipo
de intimidad.
—¿Preferirías que no te besara?
—No. ¿Solo tal vez advertirme hasta que me acostumbre a esto? —
¿Cómo podría acostumbrarme cuando nuestro tiempo era tan limitado?
—De acuerdo. Puedo hacer eso. —Una sonrisa lenta se dibujó en su
rostro, luego se volvió hacia la calle, encendió el motor y sacó el auto del
callejón. Después de un momento, extendió su mano, con la palma hacia
arriba. Me tomó unos segundos darme cuenta de lo que quería. Deslicé mi
mano en la suya y él cerró los dedos.
—¿A dónde vamos?
—No hay muchas opciones. Por eso decidí llevarte a un lugar
apartado donde nadie nos atrapará. ¿Confías en mí? —Me miró de soslayo,
como si le preocupara que cambiara de opinión con esto. Pero no sentía ni
un atisbo de incomodidad en la presencia de Amo.
Probablemente Nevio me acusaría de ser ingenua o demasiado
confiada, pero no era eso. Finalmente nos dirigimos hacia una parte
industrial de la ciudad. Amo se detuvo frente a un edificio de ladrillo rojo
con chimeneas altas que se elevaba sobre el río Hudson. Empujé la puerta y
escaneé el concreto agrietado con malas hierbas e incluso árboles más
pequeños liberándose de sus confines hechos por el hombre.
—¿Esta es la planta de energía abandonada de Yonkers?
Lo había leído todo en las crónicas manuscritas de nuestra biblioteca.
La sorpresa cruzó por su rostro cuando tocó la parte baja de mi
espalda para guiarme hacia las puertas de acero.
—La misma.
—Ahí es donde tuvo lugar el último baño de sangre en la historia de
la Famiglia, ¿verdad?
Hizo una mueca y se detuvo en seco.
—No estoy acostumbrado a ser romántico. Supongo que se nota —
dijo con una risa profunda que hizo que mi estómago se volviera loco—.
¿Preferirías si te llevara a otro lugar?
Me di cuenta de que lo había pillado con la guardia baja, lo que era
casi entrañable.
—Me gusta. Siempre me han fascinado los lugares abandonados, su
historia y la nostalgia que se aferra a ellos.
Miró al cielo, sacudiendo la cabeza.
—La nostalgia era definitivamente lo que buscaba con nuestra
primera cita real.
Incliné la cabeza, intentando determinar si estaba bromeando. Me
miró con una risa seca.
—Estoy bromeando. ¿Te sientes incómoda yendo allí conmigo?
—¿Por qué lo estaría? Supongo que no hay casi nadie con quien
estaría más segura en este lugar que contigo.
—Definitivamente, no hay nadie con quien estarías más segura.
La presión de su mano contra mi espalda aumentó y permití que me
guiara el resto del camino hacia la puerta de acero. La empujó para abrirla
con un crujido áspero que me puso la piel de gallina a pesar de que aún
estaba caliente.
Entré en el salón de techo alto con sus tuberías y columnas oxidadas.
El olor a abandono, moho y polvo, flotaba en el aire. Mis ojos se
encontraron con una mesa y dos sillas en una plataforma pequeña. Varias
lámparas de gas pequeñas iluminaban el camino hacia y el lugar por sí
mismos.
Podía sentir la mirada de Amo sobre mí, así que arrastré mis ojos
hacia él. Su expresión era tensa.
—¿Podemos ir ahí? —Hice un gesto a la configuración.
Asintió y tomó mi mano con la suya más grande, llevándome hacia la
plataforma.
—Te voy a levantar, ¿de acuerdo?
Asentí. Me agarró de la cintura y me subió a la plataforma. Mis
manos volaron a sus hombros a medida que estuve suspendida en el aire por
un momento. Siempre me había gustado la idea de los cuerpos levantados
en el ballet, pero nunca logré disfrutarlo. Pero en el agarre de Amo podía
imaginar cómo se sentiría con alguien con quien te sintieras cómodo. No
soltó mi cintura incluso cuando mis pies tocaron el suelo de la plataforma.
En cambio, nos quedamos así, yo mirándolo, sus manos en mi cintura y las
mías en sus hombros. Sonreí y sin pensarlo, me incliné y lo besé. Me retiré
un poco.
—¿Eso estuvo bien?
Se rio entre dientes.
—Puedes besarme cuando quieras.
Negué con la cabeza.
—Me refiero a mi técnica.
Deslizó sus labios sobre los míos, una fricción suave que calentó mi
vientre de la manera más perfecta.
—No se trata de técnica, sino de pasión.
Pasión. Asentí. La pasión era algo que no podías captar o aprender,
definitivamente no leer sobre eso. Luego di un paso atrás para que Amo
pudiera saltar a la plataforma y yo pudiera echar un vistazo a la mesa.
Estaba puesta para dos. Pero no vi comida por ninguna parte y dudé que
hubiera una cocina.
—Siéntate.
Apartó una de las sillas para mí y me hundí. Se puso en cuclillas
frente a una caja de espuma de poliestireno que los servicios de entrega
usaban para mantener la comida caliente y levantó la tapa. Dentro había
varias bolsas. Empezó a descargar unas dos docenas de cajas.
—No estaba seguro de lo que te gusta comer, así que compré sushi,
comida china, india, árabe e italiana.
Mis ojos se agrandaron cuando abrió los diferentes envases. Se sentó
frente a mí y levantó una botella de vino. Asentí, atónita por su
consideración. Después de chocar las copas, llené mi plato con hummus y
pita, maki de pepino y aguacate, y aceitunas.
Todas las opciones seguras para mí como vegana.
Comimos unos bocados en silencio.
—¿No comes carne? —preguntó, señalando el shawarma de cordero
en su plato.
—¿Cómo lo sabes?
—Escaneaste todo de cerca y no elegiste un solo entrante carnoso.
—Soy vegana.
Entrecerró los ojos en consideración y luego asintió. Permití que mis
ojos recorrieran el pasillo, intentando imaginar eventos pasados.
—Aquí es donde tu padre le arrancó la lengua a un hombre por
insultar a tu madre, ¿verdad?
Se tragó un trozo de cordero, y me miró por un momento como si
estuviera intentando considerar su respuesta.
—Sí. Debí haber sabido que habías oído hablar de las historias
espantosas de la Famiglia. La próxima vez elegiré un lugar diferente.
—¿Habrá una próxima vez? —pregunté mientras arrancaba un trozo
del pan de pita y lo mojaba en el hummus.
Amo se recostó en su silla, ignorando su comida. La forma en que me
miró me hizo sentir increíblemente caliente.
—Quiero que haya muchas más veces.
Quería lo mismo, pero se suponía que él se casaría en tres semanas y
mi familia nunca me permitiría ver a Amo. No podía ver cómo podríamos
hacer que esto sucediera, hacer que sucediéramos. Negó con la cabeza
como si pudiera sentir la dirección de mis pensamientos.
—Solo cuenta el momento.
Sonreí levemente.
—¿Vas a bailar para mí? —Dejó que sus ojos se deslizaran sobre mí
—. Después de todo, tienes puesta tu ropa de ballet.
—Lo haré, si quieres que baile. ¿Tienes un deseo especial?
Sonrió irónicamente.
—No sé mucho de ballet, pero, ¿tal vez algo del Cascanueces? Ese es
uno de los ballets más famosos, ¿verdad?
—Sí, uno de muchos —dije. Saqué mi teléfono de mi bolso y elegí la
música y luego subí el volumen. Mi estómago se tensó por los nervios
cuando dejé el teléfono y me alejé unos pasos de la mesa y las sillas para
tener espacio para mi baile. Bailar frente a los demás siempre me dio mucha
ansiedad, pero la mirada en el rostro de Amo calmó mis nervios. Cerré los
ojos cuando sonaron las primeras notas familiares. Este se sentía como uno
de los bailes más especiales de mi vida, y quise volcar toda mi pasión y
sentimientos en él.
Amo
Al momento en que Greta mencionó el pasado sediento de sangre de
este lugar, lamenté mi elección de tener nuestra cita aquí, incluso si nuestras
opciones eran muy limitadas. Ahora, con Greta de pie en medio del salón
decrépito con su tutú rosa claro, el contraste me golpeó como un mazo. Su
belleza y amabilidad en un edificio conocido por su brutalidad fea. Levantó
los brazos como tirados por hilos, su cuerpo casi a la deriva mientras se
movía al ritmo de las notas de su celular. La calidad no era la mejor y la
gran sala no transmitía muy bien la música, pero aun así me quedé
asombrado y vi a Greta convertirse en uno con la música. Giró y saltó,
levantó la pierna por encima de su cabeza.
Podría haberla observado toda la noche. Cuando me tendió la mano,
me levanté y dejé que me apartara de la silla. Me rodeó con su mano en la
mía, y giré con ella, como si fuera tirado por hilos invisibles. Sonrió
brillantemente cuando seguí su ejemplo y cuando saltó hacia mí, la agarré
por la cintura automáticamente y la levanté. Pareció volar sobre mi cabeza,
sus piernas y brazos extendiéndose elegantemente. Y luego dejó escapar
una risa encantada, ligera y despreocupada, y me miró con alegría pura en
sus ojos. La bajé lentamente al suelo de espaldas frente a mí. Sostuvo mi
mirada y cada crujido del edificio viejo, el sonido lejano de motores y
sirenas, todo se desvaneció en un segundo plano.
—Voy a besarte. —Tomé su rostro entre mis manos y la besé. Pasé un
brazo alrededor de su cintura y la atraje hacia mí, necesitándola más cerca.
Cada vez que la encontraba, la atracción se hacía más fuerte. Nunca entendí
por qué la gente estaba dispuesta a arriesgarlo todo por alguien que no era
su familia cercana, alguien a quien apenas conocían, pero finalmente
comencé a entender.
12
Greta
Fabiano se sorprendió cuando le pedí que me llevara a cenar con él,
pero luego pareció aliviado. Nevio había estado furioso al principio, pero
luego un brillo de emoción entró en sus ojos y supe que usaría su noche
libre para hacer lo que siempre hacía por la noche. Tal vez debería haberme
quedado con él para evitar lo peor, pero hoy estaba siendo irrevocablemente
egoísta.
—Estás tenso —le dije a Fabiano cuando llegamos frente a la casa
donde vivían los Vitiello.
Fabiano me dio una sonrisa tensa.
—Nada de lo que debas preocuparte. Estás perfectamente a salvo.
—Lo sé.
Asintió una vez, luego salimos y subimos las escaleras hasta la puerta
principal. Fabiano miró hacia una cámara sobre nuestras cabezas y su
expresión fue aún más tensa que antes. Me pregunté por qué había accedido
a cenar con los Vitiello si esto le molestaba tanto.
No tuve la oportunidad de preguntarle porque la puerta se abrió y Aria
Vitiello se paró frente a nosotros con una sonrisa radiante.
—Fabiano, Greta, bienvenidos.
Le di una sonrisa pequeña. Detrás de ella apareció Luca Vitiello. Su
expresión hostil cuando se posó en Fabiano y solo se suavizó un poco
cuando me miró.
Tragué pesado, pero mi ansiedad se convirtió en un aleteo nervioso en
mi estómago cuando entré en el vestíbulo de entrada donde Amo esperaba
junto a su hermana Marcella y su hermano menor Valerio, quien compartía
el cabello rubio de su madre y me recordaba notablemente a Fabiano.
Incluso si no hubiera sabido que Fabiano y Aria eran hermanos, lo habría
sospechado por sus apariencias similares.
Me quedé a unos pasos de ellos, asegurándome de sonreírles a todos y
no solo mirar a Amo. Mi cuerpo deseaba estar más cerca de él, pero me
contuve. Valerio me dio una sonrisa breve.
Ya era mucho más alto que yo, aunque tenía tres años menos que yo.
Marcella me dio una sonrisa contenida. Mi mirada se detuvo en el clip de
diamante en su oreja que ocultaba el lóbulo que le faltaba. Por lo general,
no me interesaban los chismes, pero la historia de su secuestro y su
matrimonio con un motero había levantado olas lo suficientemente altas
como para romper incluso mi burbuja de olvido.
Los ojos de Amo se encontraron con los míos a medida que nos
dirigíamos al comedor, y mi estómago dio otro vuelco. Quería estar a solas
con él.
Aparté los ojos antes de que alguien se diera cuenta. Fabiano estaba
ocupado fulminando con la mirada a Luca, y Aria estaba ocupada luciendo
preocupada, así que por ahora estábamos a salvo, pero no quería ser
demasiado atrevida.
Pronto entró la cocinera con bandejas cargadas de comida. Cordero.
Patatas asadas con panceta. Espinacas cremosas con parmesano.
Tomó mi plato para servirme primero como la única invitada, pero
negué con la cabeza rápidamente.
—Nada para mí. Gracias.
Todos me miraron y mi pulso se aceleró, un silbido suave llenó mis
oídos.
—Lo siento, no esperaba que vinieras. Olvidé decírselos —dijo
Fabiano con una mueca.
—¿Decirnos qué? —preguntó Aria, la preocupación cruzando su
rostro.
—Soy vegana, así que no como productos de origen animal.
—Su hermano y su padre sacrifican personas como pasatiempo
favorito, y a ella no le gusta lastimar a los animales —exclamó Valerio,
comenzando a reír como si fuera la broma más grande de todos los tiempos.
—Así no es como tratamos a los invitados —gruñó Amo, enviando a
su hermano un ceño fruncido. La mirada atenta de Marcella se movió
perezosamente entre Amo y yo, recordándome a un gato a punto de
abalanzarse sobre su presa.
Su madre parpadeó y luego se aclaró la garganta.
—Greta, lo siento. Estoy segura de que nuestra cocinera puede
preparar algo para ti muy rápido.
La cocinera pareció un poco asustada. Muchas personas encontraban
intimidante la idea de cocinar sin productos de origen animal y lo
demostraban en sus creaciones. Solo Kiara había dominado el arte de
cocinar para mí.
—¿Sin queso? ¿Crema? ¿Huevos? ¿Manteca?
Negué con la cabeza, sintiendo lástima por la pobre mujer. No estaba
lidiando bien con ser puesta en el lugar de esa manera.
—¿Qué tal si te muestro la cocina para que puedas revisar nuestros
armarios y el refrigerador en busca de algo que puedas comer? —sugirió
Amo.
—Eso sería muy amable de tu parte —dije, intentando no sonar
demasiado ansiosa ante la perspectiva de estar a solas con Amo.
Amo se levantó y yo también.
—No va a suceder —dijo Fabiano, poniéndose también de pie.
—Nuestro hijo ha sido educado para respetar a las mujeres y es capaz
de controlarse a sí mismo, a diferencia del trío Falcone —dijo Luca. Aria se
aclaró la garganta, sus ojos ampliándose en señal de advertencia.
—El periódico de la semana pasada lo mostró respetando a las
mujeres en toda la primera plana —dijo Fabiano con una sonrisa muy
inquietante. Me di cuenta de que las cosas iban cuesta abajo rápidamente,
pero no estaba segura de cómo detenerlo. Tampoco estaba segura de a qué
se refería Fabiano.
—No sabía que te mantenías al día con nuestros asuntos actuales.
—Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca, ¿verdad?
Marcella resopló y empujó su silla hacia atrás, poniéndose de pie.
Con sus tacones altos, elevándose sobre mí.
—Iré con Greta.
Fabiano miró entre ella y Aria, y luego a mí. Le di una sonrisa firme y
volvió a sentarse lentamente, pero no estaba feliz por eso.
—Vamos —dijo Marcella.
Amo le envió a Fabiano una mirada muy desagradable.
—Iré al patio trasero por un rato. Necesito tomar aire.
Reprimí una sonrisa cuando Marcella me condujo fuera del comedor,
por un pasillo hacia la parte de atrás y hacia una gran cocina de lujo.
—Entonces, ¿qué hay de aceitunas, ciabatta y aceite de trufa para
mojarlo? —preguntó ella, luego sus labios se afinaron—. Pensé que querías
tomar aire.
Miré por encima del hombro a Amo, que entró por una puerta trasera.
Hizo un gesto a una criada extendiendo una masa y ella se limpió las manos
en un delantal y salió corriendo al patio trasero. Tragué pesado cuando mis
ojos lo observaron. No me había atrevido a hacerlo antes. Llevaba
pantalones cargo azul oscuro y una sencilla camisa gris que combinaba con
sus ojos y abrazaba sus músculos de una manera muy atractiva.
—Supongo que tienes hambre de algo más que aceitunas —dijo
Marcella, y mi mirada se lanzó hacia ella, mi piel sonrojada por el calor.
Amo se acercó a ella.
—¿Puedes darnos un momento y asegurarte de que nadie nos
moleste?
Marcella miró a Amo con exasperación.
—Amo, ¿quieres que vigile mientras estás a solas con Greta Falcone?
La gente a menudo acentuaba mi nombre de esa manera, como si la
otra persona no supiera quién era.
—Marci —dijo en voz baja y una mirada pasó entre ellos de la que no
estaba al tanto.
—Esto va a terminar mal. Muy mal.
—Saluda a Maddox de mi parte cuando regreses a tu apartamento esta
noche.
Marci negó con la cabeza y se volvió hacia mí con una mirada
escrutadora.
—¿Supongo que no te importa si me voy?
—No —susurré.
Volvió a negar con la cabeza y salió, sus tacones altos resonando
demasiado fuerte en la piedra.
No me moví, abrumada de repente.
Amo cruzó la distancia entre nosotros y tomó mis mejillas, sus labios
bajando sobre los míos de nuevo sin previo aviso. Me tensé, sorprendida
por su vehemencia, calor y tacto. Se apartó un poco, sus ojos buscando los
míos. Su pulgar rozó mi pómulo.
—Nunca te haría daño.
—Lo sé.
Se rio y soltó un suspiro profundo.
—Puedes besarme ahora —dije.
Sus ojos se clavaron en mis labios y entonces, volvió a bajar la
cabeza, dejando que su boca se deslizara suavemente sobre la mía. La
electricidad pareció zigzaguear a través de mis labios, bajando por mi pecho
hasta mi vientre y directamente a mi sexo. Mis ojos se cerraron por la luz
demasiado brillante de la cocina. Quería concentrarme únicamente en Amo,
su boca, su sabor y olor. En lo perfectas que se sentían sus manos grandes y
fuertes contra mis mejillas.
Se alejó una vez más lentamente, pero permaneció cerca, nuestras
respiraciones mezclándose. Busqué en su rostro una señal de que lo que
estábamos haciendo aquí no estaba mal.
—Lo que estamos haciendo aquí está mal, ¿no? —Toda mi vida había
intentado ser amable con los demás, pero sabía que mi brújula moral no
estaba tan sintonizada como debería.
Sonrió sombríamente.
—Greta, no le preguntes a un hombre como yo si está bien o mal. Lo
único que puedo decirte es que nada se ha sentido tan bien como besarte.
Asentí, mi respiración entrecortada, porque me sentía de la misma
manera. ¿Cómo podría algo que se sentía tan bien estar mal?
—Amo, lo juro, si desvirgas a otra chica de la mafia, te voy a tirar por
el puente más cercano.
Ambos saltamos ante la voz enojada de Marcella. Había hablado a
través de la puerta.
Amo hizo una mueca.
—¿Es por eso que tienes que casarte con Cressida?
Intenté imaginarme a Amo siendo tan íntimo con alguien más. No era
del tipo celoso, pero sentí un poco de náuseas al pensar en tener que
compartirlo.
—Ni lo pienses —murmuró Amo.
Incliné la cabeza con curiosidad.
—Sé que no eres mío. Eres de Cressida.
—No soy de ella, nunca lo seré. En los pocos momentos que hemos
compartido, ya he sido más tuyo que nadie más.
—Pero has estado con chicas en un nivel físico que no hemos
compartido.
Se rio. Fue crudo y amargado.
—Y nada de eso importó.
—¿Qué quiso decir Fabiano con su comentario del periódico?
Me di cuenta de que Amo no quería hablar de eso, lo que despertó mi
curiosidad aún más.
—Toqué públicamente a una mujer en uno de nuestros clubes, y el
periódico lo publicó. —Continuó cuando me miró a la cara—. Lo hice
porque pensé que Cressida se enojaría lo suficiente como para cancelar la
boda.
Debe haber sido un toque muy sexual teniendo en cuenta que apareció
en la portada. Mi vientre se apretó incómodamente.
—No intentes encontrar la foto. No quiero que te sientas mal por mi
culpa.
—¿Pero quieres que Cressida se sienta mal?
—Greta, soy un hombre muy malo. No me confundas con nada más.
—Sé lo que eres. He crecido entre hombres malos.
—Y, sin embargo, resultaste así.
Mis cejas se fruñeron. Muchas personas en mi vida pensaban que era
buena, pero también había oscuridad dentro de mí.
—Es posible que algunos no me vean de manera tan positiva teniendo
en cuenta que te estoy convirtiendo en un infiel.
—No me estás convirtiendo en nada. En primer lugar, no puedo ser
infiel de alguien con quien no tengo una relación. Cressida y yo no somos
nada. Y he estado con otras mujeres antes que tú, así que, en todo caso, una
de ellas me convirtió primero en un infiel.
—Entonces, soy una de muchas.
Pareció como si hubiera dicho algo escandaloso cuando en realidad
solo basé mis palabras en los hechos que me había dado. Sus dedos contra
mis mejillas se apretaron.
—Nunca te atrevas a pensar eso. Lo eres todo.
—¿Cómo puedo ser todo si aún necesitas a otras mujeres?
—No lo hago.
Busqué sus ojos.
—No puedo pedirte que dejes de estar con otras mujeres. No es mi
lugar porque no puedo darte lo que darías.
—Greta, puedes pedirme cualquier cosa, y te lo daré.
Pídele que no se case con Cressida.
¿De qué sirve?
No podía tomar su lugar. Pertenecía a Las Vegas. No quería ser la
esposa de un Capo. Quería vivir en las sombras, no como la atracción
principal del mundo mafioso.
La puerta se abrió y Amo dejó caer la mano, y dio un paso atrás. Era
Marcella y sus ojos se entrecerraron.
—Tenemos que volver. —Su voz fue dura.
Asentí, porque tenía razón. Fue bueno que irrumpiera cuando lo hizo
porque había estado a punto de pedirle a Amo algo que no debería.
Pasó a mi lado y agarró un frasco con aceitunas, una ciabatta y el
aceite. Regresamos juntas al comedor.
Cuando me senté junto a Fabiano, él se inclinó.
—¿Todo bien?
—Sí.
No me atreví a mirar a Amo nuevamente en toda la noche. Estaba
completamente pérdida en qué hacer.
Amo
No podía pensar con claridad después de los besos que Greta y yo
habíamos compartido. Se había ido sin volver a mirarme. Era la peor tortura
posible, pero sabía por qué lo hacía. Greta era jodidamente buena. No
quería que yo hiciera algo estúpido.
Después de la cena, papá entró en su oficina, enojado. Fui tras él, pero
unos dedos me sujetaron el brazo. Me detuve y miré a mi hermana.
—Piensa en esto.
—¿Pensar en qué?
—¿Quieres guerra? ¿Vale la pena?
Me incliné, acercando nuestros rostros.
—¿Maddox valió la pena?
La expresión de Marcella se volvió dolida.
—Amo, esto es diferente.
Me sacudí su agarre.
—¿Me apoyarás?
Empujó mi brazo.
—Lo sabes. Por supuesto. Solo estoy preocupada, idiota.
Di media vuelta y me dirigí a la oficina de papá.
—Sí —gruñó papá.
Entré. Papá estaba encorvado sobre una bebida en su sillón de cuero.
Estaba de mal humor, pero sabía que nunca sería un buen momento para
decirle lo que tenía que decir.
Mejor no arruinar uno de sus pocos buenos humores.
Frunció el ceño por encima del vaso hacia mí.
—¿Ahora qué?
—Necesito volver hablarte de la boda.
La mirada que me envió fue inconfundible. No tenía absolutamente
ninguna intención de volver a hablar de esto. Me importaba un carajo.
Necesitaba escuchar esto. Creía que solo me estaba acobardando, pero esto
era más.
—He encontrado una chica con la que quiero casarme —dije.
Sus ojos se arrastraron hacia arriba lentamente de su bebida. Si es
posible, su expresión fue aún más enojada que antes.
—¿Por qué tengo el presentimiento de que no me gustará lo que vas a
decir?
—Es una buena elección —continué—. Es de una familia importante.
—El puto eufemismo del año.
Entrecerró los ojos.
—Cressida es una buena elección, la elección que todos decidimos.
—Mierda, papá, ¿podrías escuchar por un jodido segundo? Cressida
fue un error, sigue siendo un error y será el peor error de mi vida si me caso
con ella.
No dijo nada, pero su expresión no se suavizó en lo más mínimo.
Entendía por qué no estaba impresionado conmigo. Había hecho muchas
cosas de mierda en los últimos cinco u ocho años.
Pasé una mano por mi cabello, intentando averiguar cómo atravesar
su cráneo grueso.
—De acuerdo, ¿quién es?
—Greta.
Me miró fijamente, su boca formando una línea delgada.
—¿Como en Greta Falcone?
—Sí. La quiero.
Papá negó con la cabeza, riéndose. Luego se puso serio cuando no me
reí.
—Hablas en serio.
—Hablo muy en serio. Quiero a Greta.
Se puso de pie y dejó el vaso con cuidado en la mesita auxiliar como
si le preocupara que pudiera arrojármelo si lo tenía en la mano.
Se acercó, sus ojos incrédulos, pero también más enojados de lo que
los hubiera visto en mucho tiempo.
—Amo, ¿has perdido la puta cabeza?
Le devolví la mirada, sin pestañear, tan serio como nunca en mi vida.
—Pasemos por alto el hecho de que vas a casarte con Cressida en
unas pocas semanas, ¿de acuerdo? Podrías tener a cualquier mujer en la
Famiglia. Todas las familias te darían con gusto a su hija como esposa, pero
la hija de Remo Falcone no es algo que pueda hacer que suceda. Nadie
puede hacerlo a menos que la estén arrancando de sus manos frías y
muertas, e incluso entonces tendrías que matar a los Falcone restantes.
Sabía todo eso. Sabía que Remo Falcone clavaría su cuchillo en mi
corazón antes de que terminara de pedirle la mano. Por no hablar del loco
gemelo de Greta.
—Estoy dispuesto a arriesgarme. Quiero a Greta. Es ella o nadie.
Papá me miró como si hubiera perdido la puta cabeza, luego su
expresión se endureció y me agarró del brazo.
—¿No me digas que la tocaste? ¿O el cielo no lo quiera tomaste su
virginidad? Amo, lo juro, voy a darte una paliza por primera vez en tu
jodida vida si ese es el caso. Cressida, eso fue algo que controlamos, pero
¿Greta? El infierno se vería bastante acogedor en comparación con nuestra
vida si la jodiste así.
Lo sacudí, la furia estallando en mi pecho.
—No deshonraría a Greta de esa manera —gruñí—. Es honorable.
Estudió mi rostro e hizo una mueca.
—Maldita sea. Hablas en serio con ella.
—Papá, lo hago. Quiero a Greta.
Volvió a negar con la cabeza.
—Remo Falcone nunca lo permitirá. Preferiría cortarse en pedazos y
enviarnos el maldito desastre que darnos a su hija. No tengo influencia
contra él para obligarlo y, para ser honesto, dudo que permita que alguien lo
obligue a entregar a su hija. Se volvería jodidamente loco como debería.
—¿Y si Greta quisiera casarse conmigo?
La duda brilló en su rostro.
—¿Lo hace?
No estaba cien por ciento seguro. Greta y yo en realidad no habíamos
discutido nuestros sentimientos, ni habíamos hablado de un futuro juntos
porque Cressida siempre se había interpuesto en el camino.
—No le he preguntado. Pero ella y yo… —Negué con la cabeza. Era
difícil poner en palabras lo que pasaba entre nosotros. Ni siquiera yo mismo
lo entendía.
—Apenas conoces a la chica. ¿Cómo puedes estar seguro de algo?
—¿Cómo puedes estar realmente seguro de algo? Pero papá, ¿qué
hubieras hecho si hubieras conocido a mamá después de estar
comprometido con otra persona? ¿La habrías dejado o habrías hecho todo lo
posible para hacerla tuya?
Negó con la cabeza.
—Amo, esto es una locura, y nada de lo que digas me hará pensar lo
contrario. Incluso si Greta y tú tuvieran algún tipo de conexión, aún queda
el gran problema de Cressida. Un Capo necesita honrar a las familias de sus
hombres, y las tradiciones. Si cancelamos la boda ahora, causaría olas que
ninguno de nosotros podría controlar. La única forma en que esto podría
suceder es si renuncias a tu puesto como futuro Capo. —Mi estómago se
apretó. Una vez le había ofrecido mi puesto a Marcella, pero en el fondo
sabía que ella no aceptaría. Esto era diferente. Siempre quise convertirme
en Capo. Lo llevaba en la sangre ,y hasta hace poco había sido mi único
deseo. Las cosas habían cambiado desde que conocí a Greta. Pero, ¿en serio
renunciaría a mi futuro por ella?
Una parte de mí gritó que sí, sin dudarlo, otra parte quería tener
ambos y simplemente golpear a cualquiera que no estuviera de acuerdo.
Papá me agarró del hombro.
—Amo, esto no es algo que pueda hacer por ti. Y no deberías
considerar dejar de ser Capo por una chica que apenas conoces, y que no
puedes tener a menos que comiences una guerra con la Camorra. Se suponía
que mi boda con tu madre garantizaría la paz, pero una posible boda con
Greta provocaría una guerra sangrienta.
Había considerado lo que dijo papá. Aun así, la idea de renunciar a
Greta sin luchar se sentía como un movimiento cobarde. Papá estaba
sopesando las opciones como Capo, como espectador de lo que Greta y yo
teníamos.
—Amo, el amor no sucede en un abrir y cerrar de ojos. Lo que
experimentas con Greta es lujuria, remordimiento y la emoción de lo
prohibido. No arruines tu futuro por confundirlo con otra cosa.
Papá conocía el amor que mamá y él compartían. Aparte de eso, no
sabía mucho del amor romántico. ¿Amaba a Greta? No lo sabía. Era algo
que nunca había sentido. Sabía que era más de lo que nunca había tenido.
Era algo completamente nuevo. Era tan imposiblemente fuerte que apenas
podía creer que pudiera volverse más. ¿Era amor? Posiblemente. ¿Me
estaba enamorando? Definitivamente.
Sabía que el amor a primera vista era un engaño. Y, sin embargo, mis
sentimientos por Greta desafiaban la lógica. Papá señaló con su dedo índice
contra mi pecho donde estaba mi tatuaje de la Famiglia. Sus ojos se
clavaron en los míos.
—Dado que pareces incapaz de tomar buenas decisiones en este
momento, te lo pondré fácil. Si quieres convertirte en Capo, te casarás con
Cressida. Como tu Capo, te digo que te mantengas alejado de Greta
Falcone. Si la tocas, la besas, la follas o, Dios no lo quiera, le pides la mano
a Remo Falcone, estás yendo en contra de mi orden directa, y vas a
renunciar a tu posición como Capo y te enfrentarás a un castigo,
posiblemente al exilio.
Miré fijamente a mi padre con incredulidad.
—Amo, esto es por tu propio bien. Estoy intentando salvarte. Algún
día lo verás.
***
***
Amo
Encendí mi teléfono cuando el avión aterrizó en Las Vegas. Varios
mensajes aparecieron en mi pantalla. Ignoré los de Cressida y papá
preguntando dónde estaba.
Tenía varias llamadas perdidas y dos mensajes de Marcella.
Marcella: Estúpido idiota, te van a matar. Usa tu cerebro por una
vez.
Marcella: Amo, por favor no seas estúpido.
Luego hubo un mensaje de Maximus.
Maximus: Debería haber ido contigo. Necesitas respaldo. Maldita
sea, van a matarte.
Si hubiera traído a Maximus conmigo, habría enviado el mensaje
equivocado. Era mejor así, yo yendo solo. Tal vez era una estupidez. Tal
vez era un suicidio, pero ya había tomado una decisión y nada me detendría
ahora. Definitivamente no papá, porque no tenía ni idea de lo que estaba
haciendo.
Desde la última semana de mi conversación con papá, mi
determinación solo había aumentado, pero se lo había ocultado. Las únicas
personas que sabían de mi plan eran Maximus y Marcella.
Ambos habían intentado disuadirme hasta que abordé el avión.
Cuando salí del aeropuerto, pisé el suelo de Las Vegas no como futuro
Capo de la Famiglia. Me encontraba aquí por asuntos personales. Intenté
idear un plan para que esto fuera lo más fácil posible. En realidad, no había
un manual sobre cómo acercarse a una familia de sociópatas asesinos.
Llamé a Fabiano. Contestó después del tercer timbre.
—Estoy en el aeropuerto de Las Vegas. ¿Puedes recogerme?
Silencio.
—No me informaron que tú y Luca vendrían a una reunión.
—Estoy aquí sin previo aviso, y estoy solo.
—Esta es la única vez que hablaré como tu tío y no como parte de la
Camorra, y es mejor que escuches bien. Date la vuelta y vuela de regreso a
Nueva York.
—No sabes por qué estoy aquí. Podría estar pidiendo unirme a la
Camorra.
Se rio secamente.
—Pide una bala, eso es más probable que suceda.
—¿Vas a recogerme o tengo que llamar a un maldito taxi para que me
lleve a la mansión Falcone?
—Estaré allí en treinta minutos. Será mejor que te hayas ido para
entonces.
***
***
Greta
Mi pecho se sintió oscuro y vacío cuando vi a Amo y su padre irse.
Esto se sintió como una despedida definitiva.
—Estás mejor sin alguien como él. Su jodida audacia al pensar que
alguna vez considerarías estar con él —murmuró Nevio, sus labios
apretándose por el dolor.
—Nevio —dijo mamá en advertencia—. Necesitas descansar, y este
es un asunto personal de Greta.
Nevio resopló.
—Asunto personal. Vitiello sobrepasó sus límites. Greta no está
interesada en él, pero debido a su ego enorme no puede verlo.
Mamá me miró y yo aparté la mirada.
—¿Verdad? —dijo mi hermano. Se inclinó hacia delante con un
gruñido y tomó mi brazo—. Díselo a mamá. —Levanté la mirada y él dejó
escapar una risa burlona—. Vamos, Greta.
—No te debo ninguna explicación —dije simplemente, poniéndome
de pie—. Lo que hiciste estuvo mal. Y estoy enojada contigo.
Me miró con total confusión.
—Te protegí.
—¿De qué?
—Tenía sus garras sobre ti y te iba a besar en contra de tu voluntad.
—No fue en contra de mi voluntad y no habría sido nuestro primer
beso. Nos besamos antes.
Me miró como si no pudiera comprender una sola palabra de mi boca.
Tal vez en realidad era imposible para él comprender el concepto de que yo
sintiera algo por alguien fuera de nuestra familia.
Nevio balanceó las piernas fuera de la cama incluso cuando el color
desapareció de su piel, y se puso de pie.
—¿Lo elegiste?
—Obviamente no lo elegí. Estoy aquí.
Miró algo detrás de mí y yo seguí su mirada hacia papá y Nino en la
puerta. La expresión de papá era una máscara de rabia.
—Papá, debemos detener esta tregua ridícula con la Famiglia. Es hora
de la guerra. Los Vitiello se están volviendo demasiado seguros de sí
mismos. Es hora de mostrarles su lugar.
—¡Solo quieres la oportunidad de matar a Amo! —susurré.
—Por supuesto. Obviamente no eres capaz de ver qué tipo de persona
es, pero conozco su tipo y no permitiré que arruine tu vida.
—¡No es asunto tuyo! —gruñí, haciendo que los ojos de Nevio se
ampliaran en estado de shock. Nunca había alzado la voz contra él—. Y no
lo matarás, o nunca te hablaré ni una sola palabra.
Su rostro se convirtió en una máscara de nada.
—Nunca harías eso.
—Nevio, no pongas a prueba mis límites —dije en voz baja—. Por
favor.
Intercambió una mirada con papá, y luego sacudió la cabeza con un
suspiro. Levantó los ojos, luciendo torturado.
—No lo mataré si eso es lo que quieres.
Asentí, pero no le di las gracias. No por eso.
—Necesitas descansar. —Giré sobre mis talones.
—¿No te quedarás?
—Mamá está aquí. Necesito un poco de paz y tranquilidad. Te visitaré
mañana.
No lo miré porque sabía que su expresión de dolor me habría hecho
reconsiderar mi decisión.
Nino retrocedió para que pudiera pasar junto a ellos. No me atrevía a
mirar a papá. De todos modos, me sentía al borde de la ansiedad, y sabía
que su expresión decepcionada me habría enviado al límite.
—Nino, ¿puedes llevar a Greta a casa? Primero tendré que hablar con
Nevio.
—Por supuesto.
Nino apareció a mi lado, una presencia tranquila que agradecí. Me
condujo hacia el auto de papá, y entré sin decir una palabra. Me sentía
completamente fuera de sí, casi en estado de shock. Habían pasado tantas
cosas en las últimas horas. Mi cerebro no había tenido tiempo de
procesarlo. Ni siquiera estaba segura si eso era posible.
Llegamos al camino de entrada a nuestra mansión cuando encontré la
fuerza para hablar:
—¿Ahora habrá guerra?
Apagó el motor y respiró hondo.
—Tal vez la guerra ya ha comenzado.
—Tienes que evitar que papá vaya a la guerra con la Famiglia. Por
favor. Tanta gente moriría. Kiara ya no podría ver a su amiga Giulia,
Fabiano no podría ver a sus hermanas nunca más y Aurora a sus tías. Esta
guerra es innecesaria. No lo quiero, no por mi culpa. Habla con papá. Él te
escucha.
—Aprecia mi lógica, pero no estoy seguro de que esté en un estado
mental para eso en este momento. Y después, está el asunto de Luca. Dejó
en claro que quiere la guerra. Si declara la guerra, no pediremos la paz.
Retribuiremos con total brutalidad.
Cerré mis ojos. Dios mío. ¿Quién habría pensado que el amor era tan
destructivo?
—Lo siento, por todo esto.
No dijo nada, así que salí del auto y entré. Cuando crucé la sala
común, Giulio se levantó de un salto donde se había sentado junto a Savio y
Gemma, que estaba muy embarazada, en el sofá y veía algo en el iPad.
Kiara también se levantó donde había estado acurrucada en el sillón.
Giulio corrió hacia mí, con una emoción bulliciosa en todo su rostro.
Sus ojos eran de un marrón más claro que los míos, pero su cabello era
igual de oscuro.
—¿Nevio apuñaló a Vitiello?
Savio se levantó del sofá, sus ojos en mí a medida que se acercaba a
nosotros. Tomó los hombros de mi hermano, empujándolo hacia atrás.
—Greta necesita descansar.
Kiara se acercó a mí y tomó mi brazo ligeramente.
—¿Quieres que te acompañe?
Gemma luchó por levantarse del sofá. Ya tenía tres días de retraso.
Me dio una sonrisa de disculpa mientras se rendía y se dejaba caer en el
sofá.
—Estoy bien. Apuñalaron a Nevio, no a mí.
Kiara asintió, pero podía decir que aún estaba preocupada.
Me di la vuelta sin otra palabra, y me dirigí escaleras arriba a mi
habitación donde Momo y Bear me estaban esperando. Le puse la correa a
Bear y recogí a Momo antes de bajar las escaleras y salir por las puertas
francesas de nuestra ala de la mansión. Permití que Bear y Momo hicieran
sus necesidades y olfatearan un poco antes de regresar a mi habitación. Se
quedaron cerca de mí, obviamente conscientes de mi angustia. Después de
apagar las luces, me acurruqué en mi cama, temblando. Tenía frío, por
dentro y por fuera, a pesar de que el cuerpo de Bear presionaba mi espalda,
y Momo se acurrucaba en mi frente. Sonó un golpe. Mis ojos se abrieron.
Con las cortinas opacas cerradas, mi vista seguía estando en la completa
oscuridad.
—¿Sí?
La puerta se abrió y la figura alta de papá quedó iluminada por la luz
entrando desde el pasillo. Giró el interruptor de la luz. Como de costumbre,
estaba atenuado a un brillo bajo, lo suficiente para distinguir sus ojos
agotados y su expresión tensa. Bear dejó escapar un gruñido bajo que
sacudió el colchón. Papá lo ignoró y entró. Me senté y envié a Bear a su
rincón. Se acurrucó allí, sus ojos en papá, quien se hundió a mi lado.
Me miró, sus ojos oscuros llenos de preocupación, pero también algo
más, tal vez cautela.
—Me mentiste.
Tragué pesado y asentí levemente.
—Sí, mentí sobre besar a Amo. Porque sabía cómo reaccionarían tú y
Nevio si se enteraban.
Su mandíbula se tensó.
—Vimos cómo reaccionó Nevio.
Dudaba que la reacción de papá hubiera sido mucho mejor. A la larga,
también habría derramado sangre.
—Ya se terminó. De hecho, nunca comenzó.
Sus ojos parecieron hundirse en los míos, deseando que le contara
todo. Pero había tanto que no entendía.
—Está obligado a casarse en unas pocas semanas.
—Lo sé —dije en voz baja, para que no pensara que no me había
dado cuenta. No era tan buena e inocente como él pensaba. Había besado a
un hombre prometido, y quería volver a hacerlo. Era miserable.
—Nunca debería haberse acercado a ti.
—¿Soy mejor que él? Si sabía que estaba comprometido y aun así lo
besé, ¿eso no me convierte también en una pecadora?
—Me importan un carajo los pecados. Lo que me importa es tu jodido
bienestar.
Maldiciendo así frente a mí me dijo que su estado emocional tampoco
era el mejor.
—Estaré bien. —Conocí a Amo solo por un período corto. Si el
tiempo curaba todas las heridas, entonces el dolor que sufría debía terminar
al mismo tiempo que me llevara desenamorarme de Amo, ¿verdad?
Papá tocó mi mejilla.
—Debí haberte protegido mejor.
Sonreí con tristeza.
—¿Habría cambiado las cosas para ti si Amo no hubiera estado
comprometido? —Sabía la respuesta, pero pensé que requería decirla en
voz alta.
Dejó escapar una risa oscura.
—¿Con él queriéndote? Ni en un millón de años, mia cara. Tal vez
pueda tener lo que quiera en Nueva York, pero esto es Las Vegas, y no
puede tenerte. Ni ahora, ni nunca.
—Me dijiste que harías cualquier cosa por mí.
Tomó mi cara con ambas manos, sus ojos brillando con ferocidad.
—Eso no.
Negué con la cabeza en su agarre.
—Pertenezco aquí. Estoy hablando de la guerra. Por favor, que no
haya guerra por mi culpa. Por favor, haz esto por mí. Necesitamos paz.
—Aún eres demasiado amable para este mundo. Pensé que habías
cambiado, pero veo que no lo has hecho. —Besó mi frente, sonando
aliviado pero al mismo tiempo resignado.
Lo miré a través de mis pestañas. Pero había cambiado, ¿no? Podía
sentirlo en lo profundo de mi vientre. ¿Cómo una persona podía cambiar
quién eras? Amo había cambiado todo, todos mis deseos, mi percepción de
lo que llenaba mi vida. Pero era una Falcone. Y seguiría siéndolo a pesar
del dolor.
—¿Qué hay de la paz?
Besó mi frente nuevamente y luego se puso de pie, con expresión
dura.
—Eso depende de Luca. Estamos listos para la guerra si él lo quiere.
16
Amo
Con cada paso que Cressida dio más cerca de mí, supe que no era la
mujer con la que quería casarme. Con cada inhalación, supe que amaba a la
mujer sentada en algún lugar de esta iglesia. Y con cada latido furioso de mi
corazón condenado, supe que nunca podría estar con la mujer que amaba.
No busqué a Greta entre los invitados. No habíamos hablado desde
que me fui de Las Vegas con cicatrices nuevas. Una de muchas en mi
cuerpo, y la primera en mi corazón frío.
¿Quién habría pensado que una mujer rompería mi corazón
inquebrantable?
Cressida llegó a mi lado, sonriendo como si hubiera ganado la lotería,
y supuse que sí. Era ambiciosa y, como mi esposa, estaría en la cima de la
cadena alimenticia.
Capté la mirada de Marcella en la primera fila. Sacudió la cabeza casi
imperceptiblemente. Le envié una sonrisa irónica, recordando cuando le
dije hace muchos años que no me casaría por amor, que tendría un
matrimonio arreglado y me casaría por el bien de la Famiglia. Hoy esas
palabras se hicieron realidad.
Hoy marcaría un punto de inflexión en muchos sentidos.
Pero en ese entonces pensaba que el amor era un juego de perdedores,
y sería inmune a él. Que una Falcone lo cambiara era casi divertido.
Que los Falcone estuvieran presentes hoy para celebrar la boda más
grande de la Famiglia fue un jodido milagro en sí mismo. Se había
necesitado un esfuerzo considerable para que esto sucediera. Pero si algo
era la mayor debilidad de Remo, era su arrogancia. Se creía invencible. Su
arrogancia superaba incluso la mía.
Que me casara con Cressida garantizaría que los tradicionalistas se
calmarían.
Tenían nuestras espaldas, listos para seguirnos en cualquier cruzada
que planeáramos. Tal vez si Marcella se hubiera casado de la manera
tradicional, habría tenido más libertad para estar con Greta. Pero incluso
entonces… los Falcone nunca la habrían dejado ir e incluso si la hubiera
secuestrado, Greta siempre les habría pertenecido. Ella había elegido a su
familia, y yo había elegido a la mía. El amor no estaba escrito en mis
estrellas. Nuestro mundo apenas dejaba espacio para este tipo de debilidad.
Y eso es lo que era.
Nunca más mostraría debilidad.
Cressida se aclaró la garganta, dándome una mirada expectante. Me di
cuenta de que habíamos llegado a la parte de la ceremonia donde se suponía
que debíamos intercambiar votos y anillos.
Mi corazón había estado medio muerto antes de conocer a Greta. Con
toda la mierda que había vivido desde que secuestraron a Marcella, y todos
los horrores que había presenciado y cometido, ese era el curso natural de
las cosas.
Con ella había sentido que la pieza de piedra negra en mi pecho podía
revivir, pero hoy todo lo bueno que quedaba dentro de mí se marchitó y
murió.
—Acepto. —La palabra me supo falsa, y por un momento muy breve
me permití buscar a Greta entre la multitud. Pero no tuve que buscar
mucho. Mi mirada fue atraída hacia ella como si un tirón magnético nos
conectara, y una mirada en sus amables ojos de cierva y mi corazón se
detuvo solo para acelerarse.
Aparté los ojos, esperando que nadie se hubiera dado cuenta de mi
momento de debilidad. Hoy no era el momento para eso.
Cuando puse el anillo en el dedo de Cressida, no sentí nada. No
sonreí, solo encontré su mirada. Me sonreía como la novia feliz que todos
esperaban que fuera, pero sus ojos no reflejaban la verdadera felicidad. En
todo caso, celebraban el triunfo. Hoy marcó su victoria sobre mí. Intenté
derribarla por insultar a Marcella, y Cressida había cambiado las tornas.
—Bésame —siseó apenas moviendo los labios, aun manteniendo la
sonrisa falsa.
Me incliné y presioné mis labios contra los de ella, sin molestarme en
suavizar mi boca o prolongar esta demostración pública de afecto. Sonaron
los aplausos y me enderecé, ignorando el brillo furioso en los ojos de
Cressida. Le había dicho lo que recibiría si nos casábamos. El amor no era
parte del trato. Si pensaba que podía tomar las riendas de este matrimonio,
se llevaría una sorpresa muy desagradable.
Greta
¿Y si conocieras a tu alma gemela en el momento equivocado?
La palabra «acepto» me cortó como una cuchilla cubierta de ácido.
Por un momento, los murmullos constantes, las tomas de aire, el roce
de la ropa y los sollozos en la iglesia se desvanecieron en el fondo, y solo
me concentré en una cosa.
Amo Vitiello.
Su mirada encontró la mía por una fracción de segundo, gris como el
cielo durante una tormenta de verano, antes de volverse al frente.
Entrelacé mis dedos para evitar que temblaran.
Este día me cambiaría. Amaba a mi familia, mi vida. Nunca anhelé
más, nunca quise dejar mi rutina cómoda o mi ciudad natal familiar. Nunca
había querido más de lo que tenía.
Hasta que nuestros caminos se cruzaron, y Amo hundió sus garras en
mi corazón y alma.
No entendía todo lo que pasaba entre el cielo y la tierra. No creía en la
providencia divina ni en el destino.
¿Almas gemelas?
Un sueño dulce que nunca había soñado hasta que rompió mi burbuja
de satisfacción. Ahora, un sueño que nunca quise se convirtió en la
pesadilla que no podía deshacerme, y un anhelo que nunca había sentido se
convirtió en una necesidad aplastante.
Una que nunca sería saciada.
—Acepto —dijo Cressida.
La llama pequeña de esperanza dentro de mí murió y mis manos se
volvieron flojas. Como un tsunami, los sonidos de la multitud a mi
alrededor se estrellaron contra mí.
Había crecido entre hombres crueles.
Pero el destino fue mucho más cruel que cualquiera de ellos.
Amo Vitiello era mi alma gemela…
… y ahora estaba casado con otra mujer.
17
Amo
Temía las felicitaciones por una sola razón. Cuando Fabiano y su
familia se adelantaron para felicitarme, supe que ya era hora. Fabiano me
estrechó la mano con una sonrisa apenas visible. Nuestra relación nunca
había sido demasiado estrecha. Ahora estaba envenenada.
Supuse que Nevio y yo casi matándonos habíamos agriado aún más la
situación. Incluso Aurora, que por lo general era la más amable y alegre de
todas, pareció como si le costara sonreír, especialmente cuando estrechó la
mano de Cressida. No estaba seguro de qué tan cercanas eran Aurora y
Greta, tenían tres años de diferencia, pero Fabiano prácticamente vivía bajo
el mismo techo con el clan Falcone.
Tragué pesado cuando Remo y su esposa dieron un paso adelante.
Remo agarró mi mano con fuerza, sus ojos fulgurando con advertencia. Se
inclinó hacia adelante.
—Hoy hiciste la elección correcta, una que salvará a muchos.
Mi sonrisa de respuesta estuvo lejos de ser agradable.
—Por ahora.
Serafina le clavó las uñas en el brazo y lo apartó, pero permanecieron
cerca. Los ojos de Remo no ocultaron su odio hacia mí. Nunca nos
habíamos gustado, pero desde Greta, la animosidad sencilla se había
convertido en odio puro. Clavar mi cuchillo en el estómago de su hijo fue
uno de los mejores momentos de mi vida, solo que cada momento que pasé
con Greta lo vencía, lo cual era irónico.
Luego, cada gramo de odio acumulado dentro de mí se evaporó
cuando Greta salió detrás de su padre. No esperaba que estuviera aquí,
había deseado que no apareciera, pero al más puro estilo Falcone, se
enfrentaba a las complicaciones de frente.
Su cabello oscuro estaba recogido en un moño suelto con algunos
mechones enmarcando su hermoso rostro de duende. Llevaba un sencillo
vestido largo de seda en un tono menta tenue que estaba sostenido por los
tirantes más finos que jamás hubiera visto. No llevaba sujetador, no podía
ser posible, pero aun así no era indecente. Lo que sea que llevara debajo
cubría sus pezones. Parecía la belleza más frágil del mundo, como una flor
demasiado hermosa y delicada para ser tocada por manos humanas. Por
supuesto, no estaba usando tacones aunque apenas llegaba al pecho de su
padre, o al mío. No podía imaginarme a Greta usándolos alguna vez.
Llevaba unas sandalias doradas sencillas y por una vez esmalte de uñas, del
mismo color que su vestido.
Greta se encontró con mi mirada, sus labios formando una sonrisa que
dolió más que el cuchillo de Nevio en mi costado.
—Amo, felicitaciones. —Se volvió hacia Cressida—. Felicitaciones,
Cressida.
Cressida examinó a Greta de pies a cabeza. Y solo el parpadeo breve
de desaprobación en su expresión me hizo querer gruñirle.
—Gracias. Cuando cumplas la mayoría de edad en unos años, estoy
segura de que también tendrás una boda agradable —dijo Cressida.
Greta solo sonrió ante la pulla. Cressida sabía jodidamente bien que
Greta era mayor de edad. Tuvo que aprenderse los nombres y las edades de
los jugadores más importantes de nuestro mundo antes de casarse, y Greta
era una de las más importantes, incluso si no actuaba como tal.
—Greta no necesita casarse para ser reina. Solo por existir, brilla más
que la mayoría —dijo Remo con voz áspera.
Cressida clavó sus uñas en mi palma, obviamente queriendo que
dijera algo, pero Remo solo había expresado lo que yo pensaba.
—Es una lástima que no todos ustedes podrán hacerlo —dije
arrastrando las palabras, sin molestarme en ocultar mi falta de sinceridad.
Savio y su esposa, Massimo, Nevio y Alessio, y los niños más
pequeños se habían quedado en Las Vegas. Tenía la esperanza desesperada
de que Greta también se hubiera quedado allí, incluso si verla ahora era lo
más destacado de este día oscuro.
Remo se dio la vuelta con una última sonrisa áspera, y se llevó a su
esposa e hija. Me concentré en Adamo y su esposa Dinara. No vi a Nino y
Kiara por ninguna parte, aunque habían estado en la iglesia. Tal vez Nino
pensó que necesitaba evitar que su hermano hiciera algo estúpido.
***
Greta
Me puse el pijama, pero no pude conciliar el sueño. Mis pensamientos
giraban en torno a Amo. Ahora compartiría su noche de bodas con
Cressida.
Pasé una semana rogándole a papá que me dejara asistir a esta boda,
argumentando que necesitaba ver a Amo casarse para cerrar este capítulo de
mi vida. Necesitabas enfrentar tus miedos, eso era lo que papá siempre
decía, y era algo que también había interiorizado. Ahora no estaba tan
segura de que hubiera mejorado mi estado emocional. Definitivamente no
sentía como si hubiera cerrado un capítulo.
Pero tal vez mi presencia había demostrado nuestra buena voluntad de
mantener la paz, que se sentía tan terriblemente frágil últimamente.
Nevio estaba absolutamente furioso, pero papá había insistido en que
se quedara en Las Vegas. Solo habría aplastado lo que quedaba de nuestra
tregua si él hubiera venido. Su ira había sido potente, y aún me preocupaba
que hiciera algo estúpido. Si bien Nevio respetaba a papá, su naturaleza
bulliciosa a menudo lo hacía olvidar la razón y las órdenes de mi padre.
Rocé el dedo donde habría estado un anillo si hubiera aceptado la
propuesta de Amo. Había sido mi elección, la única opción razonable en ese
momento, dejar ir a Amo, pero ahora mismo sentía como si me hubieran
arrancado algo que no quería perder.
Voces sonaron en la sala de estar de nuestra suite. Finalmente me
levanté y fui allí. Fabiano, Nino y papá hablaban en voz baja. Adamo se
encontraba sentado en el sofá, con los brazos extendidos sobre el respaldo.
Era el único que no parecía completamente tenso. Había disfrutado su
tiempo en Nueva York, y era amigo de muchos soldados de la Famiglia. Si
más de nosotros hiciéramos el esfuerzo que él había hecho, las cosas serían
mucho menos tensas entre las familias.
—¿Qué está pasando? —pregunté.
Papá me miró de soslayo.
—Nada.
Fruncí los labios. Me di cuenta de que eso no era cierto. Siempre
decía que las mujeres eran tratadas como el sexo débil porque actuaban
como tal, pero su protección a veces hacía que fuera difícil actuar fuera de
mi zona de confort.
—Nino tiene una especie de premonición —dijo Adamo con una
sonrisa. Su cabello rizado sobresaliendo por todas partes.
—¿Qué tipo de premonición? —pregunté.
—No hay nada clarividente en mis observaciones.
—No huiré de Nueva York en medio de la noche como un maldito
cobarde porque eres demasiado cauteloso.
—Y estás siendo arrogante y orgulloso.
—Conozco a Luca. Siempre se enorgullece de su maldito honor.
Nunca usaría una noche de bodas para atacar. Eso sería profundamente
deshonroso.
Papá obviamente creía que no había nada de malo en usar una boda
para propósitos nefastos.
—Aria se comportó con su personalidad amable y emocionada
habitual. No hay campanas de alarma allí. Pero Luca no le cuenta todo. Tal
vez quiera darte a probar tu propia medicina —dijo Fabiano encogiéndose
de hombros. Papá le envió una mirada de advertencia que no entendí—.
Luca puede ser hábil si cree que es necesario. Los eventos recientes podrían
haberlo hecho reevaluar sus valores.
Los labios de papá se curvaron.
—Que ataque si se cree tan inteligente.
—Estás dejando que tu rabia eclipse la razón —murmuró Nino—.
Pero hay más en juego que nuestras vidas.
Papá me miró, obviamente aún no muy dispuesto a escuchar razones.
—Tengo que admitir que Luca obtendría mi respeto si en realidad nos
atrajera aquí bajo el pretexto de la paz, solo para atacar. Eso marcaría un
mínimo nuevo para él, uno que regresaré con gusto.
Confiaba en el juicio de Nino principalmente, pero lo que sugería era
tan horrible que no podía, no quería creer que fuera verdad.
Un pitido suave atrajo mi atención hacia mi habitación. Me moví a mi
mesita de noche donde había dejado mi celular, mis ojos se llenaron de
sorpresa cuando vi un mensaje de un número desconocido.
Hice clic en él.
Número desconocido: Greta, vete del hotel, ahora.
Mi corazón se hundió y me di la vuelta, corriendo de regreso a la sala
de estar. Sin las palabras de Nino, podría haber pensado que era Amo
intentando encontrarse conmigo en secreto, pero sabía que este era un
mensaje muy diferente. Era de Amo, pero estaba intentando advertirme. Mi
instinto no me dejó otra conclusión.
Papá me miró a la cara y se acercó a mí. Le entregué el teléfono.
—¡Consigue todas las armas! ¡Despierten a todos!
Irrumpió en la habitación de él y mamá, despertándola. Segundos
después, la arrastró afuera solo en camisón. Un minuto después, bajábamos
corriendo las escaleras hacia el garaje subterráneo. Papá se negó a tomar el
ascensor.
Cuando llegamos al garaje, las luces se apagaron.
—¡Maldición! —gruñó papá, apretando su agarre en mi brazo. En la
oscuridad, nos tambaleamos hacia nuestros autos. Mamá, Kiara y yo nos
acurrucamos en el asiento trasero con papá y Nino al frente. Fabiano y
Adamo iban en el otro auto con Aurora, Leona y Dinara. El motor del auto
rugió al cobrar vida y nos sacudimos hacia adelante. Papá se acercó a la
puerta rodante a toda velocidad.
—¡Abajo! —ordenó Nino, y agachamos la cabeza. Mamá envolvió
sus brazos alrededor de mi cuerpo, protegiéndome. Un estruendo
ensordecedor sonó cuando atravesamos la puerta. Gemí, los latidos de mi
corazón revoloteando feroz en mi pecho.
Pronto sonaron disparos y los brazos de mamá a mi alrededor se
apretaron aún más. Kiara me protegió del otro lado, sin permitirme
levantarme. No quería que arriesgaran sus vidas por mí. Varios golpes y
vueltas nos lanzaron en el asiento trasero de un lado a otro hasta que perdí
todo sentido de arriba y abajo.
De repente comenzamos a dar vueltas y el auto se sacudió hacia un
lado, luego se estrelló contra algo que hizo un sonido metálico. Mi cabeza
chocó con la de Kiara y todo se volvió negro.
***
Los disparos me despertaron. Abrí los ojos, a pesar del dolor agudo en
mi cabeza. Aún estaba en el asiento trasero. Pero mamá ya no estaba a mi
lado. Solo Kiara estaba acunando su cabeza, sangre cubriendo su rostro. Mi
propia piel también estaba resbaladiza por la sangre.
—¡Maldición! —susurró mamá, golpeando el volante.
—Está demasiado dañado —dijo Kiara en voz baja.
Mamá miró por encima de su hombro, a mí, luego a algo detrás de
nosotras. El miedo llenó su rostro. Volvió a girar las llaves, y el auto dejó
escapar un tartamudeo.
—Tenemos que correr hacia el otro auto. No está muy lejos.
Me enderecé y miré por la ventana trasera, y encontré a papá, Nino,
Adamo y Fabiano en un combate de tiros con Amo, su padre y varios otros
hombres de la Famiglia.
Mi corazón golpeó contra mi caja torácica cuando salí del auto.
—¡Greta! —gritó Kiara, pero no escuché.
Salí detrás del auto.
Amo me vio primero y se congeló. Él y los otros hombres de la
Famiglia estaban protegidos por dos autos, mientras que mi familia se
escondía detrás de una camioneta volcada.
¿Todo esto por nuestra culpa? ¿Porque compartimos un vínculo que
no podía ser?
Las expresiones en la cara de ambos lados no me dieron esperanza. El
objetivo solo era la muerte del otro bando. Tal vez primero la tortura.
Estábamos en una zona portuaria industrial, con las aguas negras del
Hudson a nuestra derecha. A lo lejos vi acercarse más autos, limusinas
negras. Probablemente refuerzo.
—Vuelve al auto —gritó papá.
Solo miré a Amo.
—¡Amo! —gruñó su padre. La expresión de Amo era dura.
Nadie me disparó. Mamá me agarró del brazo y me arrastró detrás de
un contenedor que nuestro auto había embestido.
Pronto la Famiglia nos superaría en número. Buen Dios. ¿Qué podía
hacer? Amo me protegería, pero mataría a mi familia. ¿Tal vez si le
suplicaba los perdonaría? Me sentía enferma y un sudor frío me cubrió la
piel. Mi cabeza latía con un dolor de cabeza feroz y mi pulso corría
demasiado rápido, mareándome.
Una camioneta se dirigió hacia nosotros y se detuvo con un chirrido
de llantas. Las puertas corredizas se abrieron de golpe y Nevio salió, con
una mujer en sus manos y un cuchillo en su garganta.
—¡Deténgase! —rugió Matteo. La Famiglia dejó de disparar y
también mi familia. La expresión de papá me dijo que no sabía que Nevio
estaba aquí.
—Sorpresa, hijos de puta —gritó Nevio con una sonrisa amplia,
arrastrando a la mujer a medida que caminaba hacia papá, Nino, Fabiano y
Adamo. Tras él saltó Massimo, y luego Alessio, una adolescente en su
agarre. Las reconocí como la esposa y la hija de Matteo de la boda de hoy.
—Si tocaste un solo cabello en sus cabezas, haré que te arrepientas
del día en que naciste —gruñó Matteo.
Nevio le mostró los dientes y presionó su palma provocativamente
contra el cabello rojo de la mujer. Intentó escapar de su agarre, pero él
empujó el cuchillo una vez más contra su garganta como advertencia.
—Aún no me arrepiento de nada.
—Isabella, Gianna, ¿están bien? —llamó Amo.
Gianna estaba en el agarre de Nevio y tenía un moretón en la mejilla.
Matteo se lanzó hacia adelante, pero Luca lo agarró por el brazo y tiró
de él hacia atrás.
—¡Ese hijo de puta te golpeó!
—Me temo que eso no es cierto —dijo Nevio cuando se detuvo junto
a papá, quien miraba entre Gianna y Nevio con una pizca de emoción.
Nevio se encogió de hombros, sonriendo a papá—. Papá, lo siento. Te
desobedecí, pero simplemente no pude resistirme a arruinar una boda. Si
hubiera sabido habría llegado a esto… —Se rio entre dientes e intercambió
una mirada con Massimo y Alessio, luciendo como si esta fuera la mejor
noche de su vida.
Alessio tenía su brazo envuelto alrededor de la niña, y su daga
apuntaba a su vientre.
Sus anteojos estaban torcidos, y sus ojos muy abiertos y temerosos.
—Están yendo demasiado lejos —dijo Matteo en voz baja.
—¿Demasiado lejos? —gruñó papá—. Me atacan a mí y a mi familia
mientras somos invitados en tu territorio. Nunca me vuelvas a hablar de
honor. Soy el maestro en jugar sucio, Vitiello. Acaban de abrir la puta caja
de Pandora.
Nevio miró a Gianna y respiró hondo.
—Huelo a guerra. —Se rio—. Matteo, tu esposa parece un puma.
Buena atrapada.
Amo dio un paso adelante, levantando su arma un poco más. Matteo
luchó nuevamente contra el agarre de Luca.
Miré a mamá con horror. Sus ojos estaban del todo abiertos y llorosos.
Kiara se acurrucaba en el suelo, aún acunando su herida.
—Deja mi territorio. Estamos a mano. Y deja que Gianna e Isabella se
vayan ahora mismo —dijo Luca.
Los ojos de Amo se deslizaron hacia mí, y pensé que capté
arrepentimiento en su mirada, pero tal vez solo lo estaba esperando.
—¿A mano? —preguntó mi padre en voz baja—. Luca, se derramará
mucha sangre de la Famiglia antes de que nos considere a mano.
Nino se inclinó hacia papá y dijo algo, pero papá no reaccionó.
Adamo y Fabiano intercambiaron miradas. Hoy terminaría mal. Muy mal.
—Creo que Alessio le tomó gusto a tu hija —siguió provocando
Nevio.
Quería que los Vitiello perdieran el control, que atacaran. No dudaría
en matar a una mujer.
Para él no importaba, humano era humano. Disfrutaba matando a
todos por igual. Nevio le dijo algo a papá y todos miraron hacia un
cuarentón tatuado y una versión más joven de él. Growl y uno de sus hijos,
Maximus.
—¿Qué tal si nos das a mi medio hermano y a su hijo? —preguntó
papá con una sonrisa cruel.
Amo miró hacia su amigo que ya había dado un paso adelante.
—¿A cambio de mi esposa y mi hija? —preguntó Matteo.
—A cambio de no dejar que se desangren aquí mismo ante tus
malditos ojos —gruñó Nevio—. Por ahora las mantendremos.
—Debí haberte cortado la garganta —dijo Amo.
—Vitiello, no es demasiado tarde. Ven aquí e inténtalo.
Le di la espalda a la escena y comencé a correr, sorprendiendo a
mamá. No estaba segura si lo que había visto en los ojos de Amo sería
suficiente para salvarnos a todos, pero tenía que intentarlo. Y si nada más,
esto detendría a Nevio.
Corrí hacia el borde de la plataforma del puerto. El Hudson lucía
negro y poco acogedor debajo de mí. Antes de que mi ansiedad pudiera
detenerme, cerré los ojos y luego salté, con los brazos pegados a los lados
de mi cuerpo erguido. Mi caída fue corta y el impacto duro y frío. El terror
se apoderó de mí.
El mismo terror que me había abrumado cada vez que había estado
rodeada de agua desde que podía recordar. Por eso nunca había aprendido a
nadar.
—¡Greta! —Se escucharon varios gritos antes de que se cortara todo
sonido.
18
Amo
***
Greta
—Nevio, quiero irme a casa —susurré, temblando, frotándome los
brazos.
Por lo general, amaba Las Vegas por la noche, pero esta parte de la
ciudad tenía una sensación de hambre y codicia que hacía que mi pulso se
acelerara.
Nevio se hundió frente a mí, sus cejas oscuras frunciéndose.
—¿Ahora?
—Ahora —gemí. Nunca debí pedirles que me llevaran con ellos,
aunque Nevio me hubiera prometido que solo buscaban una caravana para
comprar esta noche. No me había atrevido a preguntarle por qué
necesitaban la caravana. Había aprendido a mantener mis preguntas
limitadas cuando se trataba de las actividades nocturnas de mi hermano. Es
mejor dejar algunas cosas sin decir, como lo que sucedió la noche en que
secuestró a dos mujeres, y Amo me salvó del agua. Mi estómago se apretó.
Nevio me había llevado de regreso al auto esa noche, acunándome contra su
pecho como una niña. No había escatimado ni una sola mirada en Amo a
medida que lo hacía. Massimo le hizo una señal a Nevio desde su posición
en lo alto de la valla que rodeaba el depósito de chatarra.
—Solo una parada más, ¿de acuerdo? Aquí no tienen lo que busco. —
Nevio buscó mis ojos—. Lo superarás.
—Lo sé.
Se puso de pie y me tendió la mano, que tomé y dejé que me ayudara
a ponerme de pie.
—Vamos. Greta, lo único que importa es nuestra familia, y siempre
estaremos a tu lado.
No dije nada. No quería hablar de Amo con Nevio. No había hablado
de él con nadie. Dolía lo suficiente que veía su rostro en mis sueños todas
las noches.
Me apartó del depósito de chatarra cuando Massimo saltó de la valla y
Alessio volvió a ponerse al volante.
Nevio envolvió su brazo alrededor de mis hombros a medida que nos
acomodamos en el asiento trasero.
—¿A dónde vamos? —preguntó Alessio desde el asiento delantero.
—Vamos a lo de Ivanov. Cuando pasé por allí la última vez, vi una
autocaravana que me gustó. —Una esquina de la boca de Nevio se levantó
de una manera que significaba problemas. Por lo general, habría intentado
ser la voz de la razón, pero hoy me sentía en caos. Quería ser consumida
por el frenesí de Nevio hasta que hiciera estallar todo lo que dolía dentro de
mí.
—Si tu papá se entera que Greta está aquí con nosotros, nos desollará
vivos.
—Sabe que podemos proteger a Greta.
Massimo negó con la cabeza, pero ni él ni Alessio intentaron disuadir
a Nevio. Finalmente llegamos a una parte aún más sombría de la ciudad, en
las afueras, a un concesionario de automóviles que parecía ocuparse
principalmente de otras cosas.
Alessio estacionó frente al edificio ruinoso.
Los hombres que estaban sentados en sillas frente al garaje iluminado
hablaban en un idioma eslavo que no conocía. No era ruso porque tenía un
conocimiento decente del mismo. Tal vez búlgaro o albanés.
Todos se levantaron cuando nos acercamos a ellos, intercambiando
miradas y sonrisas condescendientes.
—¿No saben quiénes somos? —preguntó Alessio con un toque de
emoción.
—Parece que no tienen ni idea —dijo Nevio con una sonrisa.
—Se perdieron —dijo uno de los hombres con un acento fuerte.
—Queremos esa caravana —dijo Massimo, señalando una caravana
vieja a un lado.
—No está a la venta.
El hombre más grande se acercó, observándome. Se burló de Nevio.
—¿Es tuya?
—Es nuestra —respondió Massimo, dándole a Nevio una mirada
cautelosa.
Los hombres se rieron.
—Entonces no le importará llenar sus agujeros con unas cuantas
pollas más.
—¿Puedes acercarte a la caravana y ver si es lo que quieres? —me
dijo Nevio, pero solo miraba al hombre.
—No queremos problemas —dije, dándole a Nevio una mirada
suplicante. La mirada en sus ojos me recordó la noche de nuestro
duodécimo cumpleaños.
Nevio me apartó suavemente. Retrocedí unos pasos.
Los hombres eslavos aún no entendían la gravedad de su situación.
—Solo véndannos la caravana —dije.
—Déjame follarte el culo, luego podemos hablar de dinero.
El hombre abrió los brazos tentadoramente.
Nevio agarró una de sus muñecas y arrojó al hombre hacia abajo para
que se apoyara en sus manos, y luego golpeó con su pie el codo del hombre.
Retrocedí a medida que los gritos llenaban la noche. Las cuchillas
destellaron, sonaron risas, huesos se rompieron y luego el silencio cayó
sobre nosotros.
Nevio envainó su cuchillo y caminó hacia mí, alejándome de la
escena sangrienta y dirigiéndome hacia la caravana. Miré hacia atrás y
atrapé a Massimo arrojando dinero al suelo junto a los cuerpos. Después, él
y Alessio corrieron detrás de nosotros. La caravana olía a hierba, humo frío
y el chasis chirriaba cada vez que nos movíamos.
—Deberíamos quemar los cuerpos —dijo Alessio, sacando su
encendedor favorito.
—Que se pudran al sol de la mañana. Escuché que hay algunos
personajes sospechosos en esta área que han estado haciendo negocios
clandestinos. Esto les enviará un buen mensaje.
—Sabes lo que nuestros padres piensan de nosotros haciendo esto sin
decírselos.
Nevio le arrebató el encendedor de la mano a Alessio, con un
chasquido. Alessio intentó quitarle el encendedor a Nevio y comenzaron a
empujarse, pero me di cuenta de que tenían mucha adrenalina y no
buscaban una pelea real. Massimo soltó un silbido estridente desde la parte
posterior de la caravana para llamar su atención.
—Tienen una gran reserva de hierba aquí. No es de extrañar que no
quisieran vender la caravana.
Nevio y Alessio se acercaron a él, olvidándose por completo del
encendedor que habían dejado caer durante su lucha.
Lo puse en mi bolsillo y me hundí en los escalones de la caravana y
miré a lo lejos, intentando ignorar los cuerpos tirados en el suelo en mi
visión periférica. Cuando un aullido de dolor llegó a mis oídos, seguido de
otro y luego un grito desgarrador que sonó casi humano aunque sabía que
era un perro, comencé a correr, sin siquiera pensar en ello. Nunca había
corrido tan rápido en mi vida, pero sabía que no tenía mucho tiempo. Doblé
una esquina en un callejón abandonado y mi pulso se aceleró, la adrenalina
se disparó más alto de lo que jamás había experimentado. Dos hombres se
hallaban de pie sobre un perro oscuro que lloraba como un bebé y se
retorcía en el suelo, obviamente incapaz de levantarse. Uno de ellos vertió
líquido sobre el perro de una lata. Gasolina. Iban a quemar vivo al perro. El
otro pateó a la criatura que sufría en el costado. Chillando, corrí hacia ellos
y choqué contra el hombre con la lata. Tropezó hacia atrás y cayó sobre sus
propios pies, aterrizando de espaldas, derramando el resto de la gasolina
sobre sí mismo.
—¡Qué carajo, maldita idiota!
Su amigo se rio.
—La niña quiere problemas. —Hizo un movimiento como si quisiera
patear de nuevo al perro. Me abalancé sobre él, el zumbido en mis oídos
calmándose hasta que no hubo nada. Hasta que no sentí nada, hasta que
escuché y vi nada más que la pobre criatura en el suelo y los dos monstruos
que la torturaban. Se rio nuevamente, abriendo los ojos cómicamente.
—Maldita sea, ayúdame. ¡Estoy cubierto de gasolina! —gritó el otro
hombre.
Choqué con el tipo, pero él se preparó para el impacto. Me agarró del
cabello y me apartó de él, luego me abofeteó con fuerza.
—¡Hijo de puta! —rugió Nevio en algún lugar detrás de nosotros en
el callejón. Luego, tres juegos de pasos irrumpieron hacia nosotros.
No sentí el dolor en mi cuero cabelludo ni en ningún otro lugar. Miré
al hombre y luego clavé mis dientes en su brazo tan fuerte como pude. Él
rugió y me soltó, pero no lo solté hasta que un pedazo de su carne se
arrancó, después me tiré al suelo y lo escupí. El perro levantó la cabeza un
par de centímetros y se encontró con mi mirada. Sus patas traseras se veían
rotas y su cola quemada. Metí la mano en mi bolsillo y saqué el encendedor
de Alessio. Me encontré con la mirada del hombre en el suelo intentando
quitarse la chaqueta empapada de gasolina. Con un movimiento de mi
pulgar, abrí el encendedor, dando vida a la llama. La vi arrebatando el aire
con avidez, lista para destruir y consumir.
Los ojos del hombre se clavaron en los míos, abriéndose como platos
por el pánico.
—No, por favor…
Le lancé el encendedor, y estalló en llamas con un siseo.
Vi cómo se puso de pie de un salto, gritando a todo pulmón,
golpeando las llamas desgarrando su carne. Se tambaleó hacia nosotros.
—¡Maldición! —gruñó Nevio. Recogió una barra de acero del suelo y
la balanceó como un jugador de béisbol, golpeando la cabeza del hombre en
llamas. Como si hubiera tirado de un enchufe, el cuerpo en llamas cayó al
suelo. Vi como las llamas consumieron el cuerpo.
—Tu turno —le dijo Nevio al otro chico, sacando su cuchillo.
—Hazlo rápido, pero doloroso —me escuché decir a medida que me
arrastraba hacia el perro y tocaba su cuello. Tembló—. Necesitamos ayuda
médica para el perro.
—Rápido no es lo mío —murmuró Nevio, pero sus ojos estaban sobre
mí con una preocupación intensa que nunca había visto en su rostro.
Massimo dio un paso adelante, sacó su garra de raptor y la arrastró a
lo largo del abdomen del hombre. Sus entrañas se derramaron por el suelo.
—Hecho.
—¿Dónde está la veterinaria más cercana? —preguntó Alessio.
—Llama a nuestro médico —dije. Nuestro médico de la Camorra
siempre era el más rápido para responder a las emergencias. Incluso si no
fuera un paciente humano, vendría si lo llamáramos.
Intercambiaron una mirada, pero Massimo agarró su teléfono y
acordó un punto de encuentro con el médico que estaba cerca. Era una de
las habitaciones de hospital totalmente equipadas que la Camorra tenía por
toda la ciudad.
—Tenemos que llevar al perro al auto —dijo Alessio.
—Será demasiado doloroso para él.
—Déjame tomar mi equipo del auto —dijo Massimo y se alejó
trotando. Alessio tomó su encendedor del suelo y encendió un cigarrillo
antes de caminar alrededor del cuerpo quemado, sacudiendo la cabeza.
Nevio aún solo me observaba.
Registré por primera vez el olor a carne quemada. Mi barbilla estaba
pegajosa. La limpié con el dorso de la mano e incluso a la luz tenue de la
calle me di cuenta de que salió manchada de sangre.
Dejé caer mi mano, y sentí la necesidad aterradora de deshacerme de
alguna manera de esta extremidad. Mis ojos se lanzaron al cuchillo de
Nevio que aún sostenía en su mano. Chasqueó la lengua, trayendo mi
atención de nuevo a su rostro. Guardó el cuchillo en el bolsillo y luego se
acercó a mí, se arrodilló y se arrancó un trozo de la camisa, después me
frotó primero la mano y luego la barbilla.
Señaló los cuerpos.
—Estos son míos. —No entendí—. Olvida lo que pasó. Son míos.
—No —dije, aun acariciando el cuello del perro.
—No discutas. Mi oscuridad se desbordó. No fuiste tú.
¿Fue la oscuridad de Nevio? ¿O fue la mía?
Massimo corrió hacia nosotros, sacó una jeringa de su botiquín y le
inyectó al perro. Luego preparó una infusión intravenosa que introdujo en
su pata delantera. Observé, pero no pregunté. Sabía lo que hacían por la
noche, y estas herramientas generalmente no eran para salvar una vida.
Me levanté, sintiéndome vacía. Mi mente siempre hiperactiva estaba
en silencio. Mis piernas estaban firmes. Mi cuerpo no reaccionó como
debería con repugnancia, con palpitaciones y náuseas, con sudor frío y piel
de gallina. En ese momento, no sentí nada. Estaba totalmente vacía, como si
todo lo que me hubiera ser yo hubiera sido borrado por lo que había hecho.
Massimo recogió al perro y yo llevé la infusión intravenosa. Nevio
nunca se apartó de mi lado, observándome como si temiera que me
derrumbara. No lo haría. Hoy no.
Monté en la camioneta junto al perro y toqué su cuello para
asegurarme de que aún estaba vivo mientras sostenía la infusión
intravenosa. El perro respiraba lenta pero constantemente, aliviado de su
dolor. Era negra con algunas manchas blancas al azar como una vaca.
—Te llamaré, Dotty, ¿de acuerdo? Vas a vivir conmigo y mi familia, y
nadie se atreverá a lastimarte otra vez.
Llegamos al espacio de reunión designado unos minutos más tarde.
Allí ya nos esperaba nuestro médico de la Camorra y una enfermera. Pero
también papá y Savio.
Pude ver la preocupación en el rostro de Savio. Tal vez uno de los
chicos les envió un mensaje de texto o los llamó y les contó lo que había
sucedido. La enfermera y el médico corrieron hacia adelante con una
camilla, sin cuestionar por qué tenían que tratar a un perro. Le entregué la
infusión intravenosa a la enfermera y salté de la plataforma de la camioneta.
Massimo ya se había acercado a Savio y papá, y les estaba hablando.
—Tienes sangre en la cara, déjame echarte un vistazo para
asegurarme de que no estás lastimada —dijo el médico, acercándose a mí
sin permiso.
—No —gruñí, retrocediendo—. Estoy bien, no es mi sangre. —
Tragué pesado y le sonreí débilmente, señalando a la perra—. Por favor,
cuídala.
Cuando levanté la vista de Dotty, la mirada de papá me golpeó, y bajé
los ojos a mis pies. Tragué grueso.
Me concentré en Dotty y seguí al médico y la enfermera dentro del
almacén antiguo ahora una unidad hospitalaria. Me senté en una silla de
plástico duro y observé cómo el doctor se ponía a trabajar.
Rayos X, ultrasonido, examen de las quemaduras y huesos rotos.
Voces elevadas llamaron mi atención hacia el frente del almacén
donde papá obviamente estaba discutiendo con Nevio. No fue culpa de
Nevio. Savio se dirigió hacia mí con una sonrisa tranquilizadora. Se puso en
cuclillas ante mí como si fuera una niña pequeña. En sus mentes,
probablemente nunca había perdido el estatus de una, porque pensaban que
era frágil y quebradiza. Inocente. Amable. Esperaba que papá mirara de
cerca lo que había hecho, para que dejara de ponerme en un pedestal.
—Hola, muñequita, ¿cómo estás?
Muñequita. Ese seguía siendo su apodo para mí, y a veces el resto de
mi familia también lo usaba. Porque era bonita y pequeña. Porque era dulce.
Porque parecía frágil a primera vista.
—Hoy maté a un hombre quemándolo vivo —dije porque era la única
respuesta que podía darle a Savio en ese momento. No sentía mucho de
nada ahora mismo.
Savio asintió, aun sonriendo. Tomó mi mano descansando sobre mi
pierna.
—Sí, eso escuchamos. —Inclinó la cabeza. Sus ojos marrones
permanecieron amables. No parecía disgustado, solo preocupado.
—Papá no debería culpar a Nevio. No es su culpa.
Se rio entre dientes, mirando hacia el frente donde Nevio y papá aún
estaban discutiendo.
—Tu hermano no ha sido el mejor ejemplo. Su historial es realmente
jodido.
—Eso podría ser cierto, pero no tiene nada que ver con lo que sucedió
hoy.
—Puedes decirle eso a tu papá.
Papá se dirigió hacia mí, su expresión preocupada, pero también
persistente con ira. Sabía que esto último no estaba dirigido a mí. Savio se
levantó y nos dio espacio a mi padre y a mí. Papá me puso de pie y me
abrazó con fuerza. Luego me empujó un poco hacia atrás y buscó mi rostro.
Le permití que me mirara, que pudiera buscar lo que sea que esperaba
encontrar.
—No pelees con Nevio por mí. No fue su culpa.
Su expresión se tensó.
—Eso es difícil de creer dadas sus actividades habituales.
—Yo lo hice. No él.
—Definitivamente no fue solo Nevio. Ciertamente también se me
puede culpar.
—Si es genético, entonces no podrías haber hecho nada diferente.
Negó con la cabeza con una risa aguda.
—Has estado pasando demasiado tiempo con Nino.
Miré más allá de papá, hacia el médico acercándose a nosotros.
—Tengo que amputar la mitad de la cola, así que tal vez deberías salir
mientras lo hago. —Se refería a mí. Papá difícilmente se molestaría por la
vista.
—Quiero quedarme —dije.
El médico miró a papá en busca de confirmación, y él asintió.
—¿Por qué lo mataste?
Apreté los labios, intentando determinar la razón de mis acciones. En
ese momento cuando le arrojé el encendedor al hombre, en realidad no
había pensado mucho. Había actuado por rabia y desesperación.
—No sé si quería matarlo. Quería infligirle el mismo dolor que él le
había infligido a la perra.
Asintió.
—Pero al prender fuego a alguien, asumiste matarlo.
—Sí. —Sabía que moriría. Era la consecuencia de mis acciones, pero
no su propósito—. No estoy triste porque esté muerto.
Permaneció en silencio.
—¿Pero te arrepientes de haber usado la violencia?
Asentí.
—Aún no me gusta la violencia. Aún no quiero lastimar a otros…
yo…
—Mia cara, eso es lo que hace la diferencia. Actuaste por bondad
incluso si tus acciones fueron todo lo contrario.
—Quemé a alguien porque quería que experimentara el dolor que le
había causado a otra criatura.
—La próxima vez que quieras castigar a alguien que lastimó a un
animal o a una persona, dímelo a mí, a tu hermano o a uno de tus tíos y nos
encargaremos de ellos. —Besó mi frente. Asentí, porque sabía que era lo
que papá quería. Pensaba que necesitaba protegerme y evitar que hiciera
algo que no quería hacer. Pero en ese momento, quise lastimar al hombre de
la peor manera posible. ¿Ahora? Esperaba no volver a sentir la necesidad,
pero sabía que tampoco le pediría a papá ni a mis tíos que intervinieran. No
quería que tuvieran más sangre en sus manos por mi culpa.
Mis ojos se posaron en mi mano. Aún estaba ligeramente rosada. La
camisa de Nevio no había borrado todos los rastros de sangre.
—¿Mi cara? —pregunté.
Papá se volvió hacia Savio.
—Dame una toalla mojada.
Savio se acercó a un fregadero y volvió con una toalla empapada.
Papá me limpió la cara delicadamente, y luego su mano se congeló. Tocó
mi mejilla.
—¿Qué paso ahí?
—El hombre que maté me golpeó.
—Le mostraste misericordia con lo que hiciste. Habría hecho que su
final fuera mucho más insoportable de lo que experimentó.
Sabía que era verdad. También sabía que no disminuía mi culpa.
—¿Mamá lo sabe? —pregunté. Mamá siempre se preocupaba por
Nevio. Si se enteraba de que quemé a alguien, se le rompería el corazón. No
quería que sufriera por mi culpa.
—Aún no —dijo papá—. Y no estoy seguro de que se lo contaré.
Abracé mi cintura.
—No deberías mentirle a mamá. Se pondrá furiosa si alguna vez se
entera.
—Prefiero su furia a su preocupación.
—Se preocupará si se entera. Pero si se entera después, también se
preocupará.
—¿Quieres que le diga?
Tragué con fuerza.
—No quiero, pero sé que deberías decírselo.
—No lo haré. —Asintió hacia Dotty—. ¿Probablemente quieras
adoptar también a ese perro?
—Sí. Tengo que conservarla como un recordatorio de lo que los
humanos son capaces de hacer, incluida yo misma.
Tocó mi mejilla.
—No volverá a suceder. Sé que llevas un tiempo sufriendo en silencio
y sin hablar con nadie. Hoy fue el resultado de eso.
Esperaba que papá y los demás no se hubieran dado cuenta de que
algo andaba mal conmigo, pero aparentemente mi angustia había sido
demasiado evidente para mantenerla oculta. Mis sentimientos por Amo no
habían desaparecido en semanas o meses, mi angustia seguía siendo tan
poderosa como lo había sido al principio. No tenía sentido.
***
Amo
El sonido de Cressida escribiendo un mensaje en su teléfono llenaba
el silencio y me volvía loco. Insistió en que cenáramos juntos aunque no
tuviéramos nada de qué hablar. Para enfadarme, se pasó toda la cena
charlando con sus amigas, asegurándose de mantener el tono encendido
para que la oyera teclear. No me importaba que no me hablara, pero el ruido
de fondo después de un maldito día estresante me hacía querer arrojar el
teléfono por la ventana, seguido de Cressida.
—¿Qué carajo estamos haciendo aquí? ¿Por qué insistes en esto? —
pregunté cuando mi paciencia se agotó.
Levantó la vista brevemente de su teléfono, como si hubiera olvidado
que estaba aquí.
—Amo, estamos casados. Los casados cenan juntos. Hacen cosas
juntos. Y los esposos se follan a sus mujeres.
Mi boca se curvó y tuve que contener una respuesta muy
desagradable que no era adecuada para alguien que era mi esposa al menos
en teoría. Mi padre trataba a mamá como una reina, y tenía problemas para
reunir cada gramo de decencia que poseía con mi esposa.
—Si no recuerdo mal te he follado.
—¡Tal vez una docena de veces en un año! —siseó—. ¡Y estabas
jodidamente enojado cada vez!
—Si esperas hacer el amor, entonces elegiste al esposo equivocado.
La mano de Cressida alrededor de la copa de vino se tensó. Podía
decir que quería arrojármela, pero como había visto el puto abismo en mis
ojos después de que me acerqué a ella en nuestra noche de bodas, sabía que
no debía provocarme a pesar de que nunca la había lastimado. Disfrutaba
follando con rabia, así que eso no contaba.
—Solo me follas cuando necesitas una salida después de una noche
desastrosa de tortura y asesinato.
No lo negué. Era el único momento en que podía soportar estar con
ella, en las noches en que estaba completamente entumecido por la
abundancia de violencia.
—Puedes dejar que te folle enojado o no follamos. Tú decides.
—Entonces, buscaré un amante.
Esperé a que estallaran los celos, a que se me acelerara el pulso, a
algo, pero no sentí absolutamente nada ante la idea de que Cressida
estuviera con otro tipo.
—Asegúrate de encontrar a alguien discreto.
Sus labios se entreabrieron, su rostro se retorció de furia.
—¿Dejarías que otro hombre me follara?
—¿Por qué no? No lo haré.
Arrojó la copa al suelo, se puso de pie y se tambaleó hacia mí con sus
tacones altos. Levanté una ceja, y ella me abofeteó. El pico de adrenalina
que había estado vacante antes vino de repente y agarré su muñeca,
gruñéndole en la cara mientras me ponía de pie:
—Nunca, jamás levantes tu mano otra vez contra mí, ¿entendido? Si
no fueras mujer, no vivirías para ver el mañana.
La solté y se dio la vuelta, alejándose. Solté un suspiro lento. Casi
todos nuestros encuentros terminaban en una discusión. Tal vez sería lo
mejor si encontrara algún imbécil que se la follara para darle un poco de
felicidad. Sabía que al día siguiente se iría de compras con sus amigas para
superar su molestia conmigo. Mi teléfono sonó con un número que no podía
olvidar. El único número excepto el mío que podía recordar. Un número que
no debería considerar contestar.
Miré el teléfono durante varios segundos antes de responder.
—¿Sí? —dije. Mi voz sonó distante, profesional, definitivamente no
un reflejo de lo que estaba sintiendo. ¿Porque dentro de mí?
Un infierno de emociones estaba rugiendo.
Enfado. Nostalgia. Frustración. Tristeza. Demasiadas jodidas
emociones.
—¿Amo? —La voz de Greta sonó suave, pequeña.
Maldita sea, esa voz despertaba algo en mí que no podía controlar. Mi
corazón muerto parecía despertarse, mi frustración y amargura
desvaneciéndose con esa palabra suave.
Pero me armé de valor. Esta era Greta Falcone.
—¿Por qué estás llamando?
Se quedó en silencio.
—No debí haber llamado. Lo siento. En este momento no soy yo
misma. Yo…
—¿Qué ocurre?
Tragó audiblemente.
—No debí haber…
—Dime por qué llamaste —ordené con firmeza.
El silencio reinó en el otro extremo.
—Pensé que escuchar tu voz ayudaría a calmar el caos en mi cabeza.
Lo hizo en el pasado. —Parecía rota, aterrorizada. No era de mi puta
incumbencia. En el último año, su familia atrapó a varios de nuestros
soldados y los masacró, solo para enviarnos los pedazos—. Ya no sé qué
hacer.
—La última vez que nos vimos, te dije que no volvería a salvarte.
—No estoy segura de que necesite que me salven. No estoy segura de
que pueda ser salvada.
Mi pecho se contrajo.
—¿Puedes salir de tu casa sin que nadie se dé cuenta?
No podía creer lo que había dicho.
—Sí —respondió Greta en voz baja.
—Mañana estoy libre. Tomaré el primer vuelo que haya. Te llamaré
cuando haya aterrizado y luego elegiré un lugar para que nos encontremos.
—De acuerdo.
Observé el lugar donde Cressida se había sentado no hace mucho y
luego toqué la cicatriz en mi costado que me había dejado Nevio. Un año de
guerra y me dirigía a Las Vegas para encontrarme con el enemigo.
***
Amo
Greta se estremeció, sus ojos entrecerrados llenos de agradecimiento
y asombro sobre mí. Arrastré mi lengua hacia abajo, necesitando probar la
prueba de su excitación. Estaba mojada y suave, y era tan jodidamente
hermosa. Pasé mi lengua a lo largo de su abertura, lamiendo sus jugos. Ella
se estremeció con un gemido suave. Manteniendo mis ojos en ella, hundí mi
lengua en su interior una vez más, provocándola solo con la punta. Mis
dedos acariciaron el parche de vellos oscuros hasta su clítoris hinchado. Y
con cuidado, deslicé mi pulgar sobre la protuberancia rosada, esparciendo
su humedad.
Los ojos de Greta se abrieron como platos y se sacudió. Me alejé
alguno centímetros y gruñí contra su carne hinchada.
—¿Demasiado?
Greta dudó, mordiéndose el labio inferior. Seguí dando vueltas
alrededor de su clítoris suavemente, luego me incliné y cerré mis labios
alrededor de él. Succioné ligeramente y Greta dejó escapar otro gemido
suave.
—¿Te gusta eso?
—Sí —susurró ella.
Succioné y acaricié delicadamente durante varios minutos,
apartándome cada vez que estuvo cerca de liberarse y lamiendo su
excitación. Greta estaba completamente relajada y sus gemidos sonaban
bajos y sin aliento. Darle placer así era la mejor experiencia que podía
imaginar. Me estaba permitiendo hacer esto, soltándose plenamente. No me
ocultaba su excitación. Y cuando se arqueó con un grito mientras yo
chupaba esa protuberancia pequeña entre mis labios, con los dedos de los
pies en puntas como si estuviera a punto de bailar ballet, absorbí la vista.
Sus caderas corcovearon y su coño se contrajo deliciosamente contra
mi boca.
La tensión se desvaneció con el tiempo y se sentó con una sonrisa
satisfecha, acariciando mi cabello, y yo le sonreí con avidez a medida que
lamía cada rastro de su orgasmo. Me observó con fascinación y
agradecimiento. Me aparté y besé su clítoris antes de tomarle la cara en mi
mano y acercarla para darle un beso profundo. Cuando retrocedí, se
humedeció los labios frunciendo el ceño, probándose a sí misma.
Sus mejillas estaban sonrojadas, sus ojos casi febriles. Esto tenía que
ser mucho para que ella lo asimilara.
—Quiero hacer lo mismo por ti —susurró. Me empujé un poco más
arriba, apoyándome en el reposabrazos restante y la besé una vez más.
Sonó un teléfono, sacándonos de nuestro propio mundo, y Greta me
dirigió una sonrisa de disculpa. Me eché hacia atrás para que Greta pudiera
alcanzar el teléfono que descansaba en una pequeña mesa auxiliar junto al
sillón.
—Nevio —dijo ella—. Videollamada.
Me puse de pie y retrocedí, intentando reorganizar mi polla, pero
estaba demasiado duro. Greta solo se colocó rápidamente el tirante en el
hombro antes de atender la llamada. Supuse que si se tomaba demasiado
tiempo para responder a su llamada, él sospecharía que algo andaba mal y
vendría aquí para protegerla.
Con la cámara dirigida a su rostro sonrojado, habló.
—Hola Nevio, llamas temprano.
—Esta noche saldremos temprano.
Solo con escuchar su voz, los pelos de mi nuca se erizaron y mi mente
competitiva entró en acción. ¿Hacia dónde se dirigían? ¿Podría
emboscarlos?
—Luces enferma. Estás toda sudada.
Greta soltó una risa pequeña y fuera de la vista de la cámara bajó las
piernas del reposabrazos, pero me dio una gran satisfacción imaginar cómo
Nevio perdería completamente la cabeza si supiera lo que estaba pasando
aquí.
—Estoy bien. Hace mucho calor aquí y tuve que cargar a Dotty afuera
para orinar.
—Entonces ¿estás bien? Sé que dijiste que querías estar sola para
procesar lo que pasó, pero puedo ir con Massimo y Alessio y podemos
divertirnos juntos.
—Nada de lo que podamos hacer aquí es algo que consideres
divertido.
—Touché. Pero lo haría por ti.
No podía creer lo suave que podía ser su voz. ¿En serio este era el
mismo loco violento y lunático que conocí? Pero supuse que mi voz
también cambiaba cuando hablaba con Greta. ¿Qué tenía esta chica que
hacía que las criaturas violentas, tanto animales como humanos, se
volvieran dóciles?
Greta bostezó.
—¿Ya estás cansada?
Sonreí. Dos orgasmos deben haberla agotado. Después de todo, solo
eran las siete y media.
—No dormí bien estas últimas dos noches.
—Entonces vete a la cama y deja de pensar en el pendejo. Te lo dije,
me encargo —dijo Nevio—. Y mañana vuelves a casa. Tus animales
pueden prescindir de ti.
Greta negó con la cabeza con una sonrisa pequeña.
—Regresaré al día siguiente cuando Jill regrese para alimentar a los
animales.
—Esa puta no debería haberse ido de viaje en primer lugar.
El rostro de Greta brilló con desaprobación.
—Está intentando reconciliarse con su padre antes de que muera. Y
no la llames así.
—Es una puta. Trabajó en nuestro burdel durante dos décadas antes de
que la hicieras tu cuidadora del zoológico.
—Nevio.
—Sí, sí. Ya tengo que irme.
—Ten cuidado.
Casi me atraganto con una risa.
Finalmente colgaron. Greta de hecho parecía cansada. Se puso de pie,
aún desnuda de cintura para abajo. Se mordió el labio tímidamente,
obviamente sin saber qué hacer ahora.
—Pareces cansada —le dije con una sonrisa pequeña.
Se acercó lentamente y se detuvo justo frente a mí.
—Pero dije que me encargaría de ti. —No quería nada más, pero sus
párpados estaban caídos y no podía imaginarla en eso después de haber
hablado con Nevio.
—Vamos a dormir un poco y tal vez mañana tengamos algo de
tiempo.
Extendió su mano y la tomé, dejándola guiarme hacia su dormitorio
en la planta baja. Sus perros trotaron detrás de nosotros y Bear se acurrucó
en un cojín enorme en la esquina, pero Momo parecía tener toda la
intención de dormir en la cama con nosotros. Al ver mi rostro, Greta sonrió
tímidamente.
—Normalmente no comparto mi cama con alguien, así que están
acostumbrados a dormir allí.
En realidad, no me gustaba la idea de ser despertado por una lengua
de perro en mi cara o en algún otro lugar.
—Si me doy la vuelta mientras duermo, podría aplastar a Momo
debajo de mí. Créeme, no sobrevivirá a eso.
Eso pareció convencer a Greta. Recogió el mordedor de tobillos y lo
puso en una mullida cama para perros junto al cojín enorme. Mientras lo
hacía, se inclinó hacia adelante y me dio una vista impresionante de su culo
y su coño.
Tomé una respiración profunda, mi polla despertando otra vez. Al
levantarse señaló la puerta.
—Hay un baño pequeño si quieres prepararte para ir a la cama.
Mientras tanto, buscaré a Dotty.
Levanté mis cejas.
—Aún no puede caminar.
Seguí a Greta de regreso a la sala de estar donde el último perro aún
estaba acurrucado en la cama para perros.
—Es demasiado pesada —le dije.
—La he cargado antes —dijo Greta con firmeza—. No confía en los
hombres, así que no puedes cargarla. No quiero causarle angustia adicional
en la situación actual.
Observé cómo Greta levantó al perro y se enderezó con ella
cuidadosamente envuelta en sus brazos. El perro colgó confiadamente de
sus brazos y vi cómo la llevó afuera para hacer pipí antes de volver a
levantarla y llevarla al dormitorio, donde la dejó sobre otro cojín grande. Le
dio unas palmaditas en la cabeza y le susurró algo al oído. Con mi bolsa de
viaje fui al baño para darle un poco de privacidad a Greta. Era pequeño,
solo un lavabo, inodoro y cabina de ducha, sin lujos de ningún tipo. Me
puse el pantalón del pijama y nada más. Hacía demasiado calor. Cuando salí
del baño, Greta estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama, con el
cabello recogido en un moño desordenado y vestida con un camisón blanco
holgado con tirantes finos. Contra su piel bronceada y cabello oscuro, la
tela se veía maravillosa. Se levantó de la cama y luego pasó junto a mí
hacia el baño.
—Ponte cómodo en la cama.
Negué con la cabeza ante el absurdo y luego me estiré en la cama.
Habría dormido en el sofá o en el maldito piso si Greta me lo hubiera
pedido, pero ella me quería en su cama… me pasé una mano por la cara y
respiré hondo antes de volver a abrir los ojos. Bear me miraba de una
manera que me recordaba a Nevio, como si quisiera arrancarme un gran
pedazo de un mordisco. Sabía qué parte. Dotty apenas se atrevía a mirarme,
obviamente aterrorizada.
Greta regresó un par de minutos después.
Me dio una sonrisa tímida y luego se acercó a mí y se sentó en la
cama.
—¿Estás bien con esto?
Intenté determinar a qué se refería, estando tan cerca, con sus ojos
oscuros poniéndome bajo el foco de una manera que no podía explicar, era
difícil captar un pensamiento claro.
—Estoy bien, ¿con qué? —gruñí, luego me aclaré la garganta.
—Compartir cama. Podría dormir en el sofá. Es demasiado corto para
ti, pero no me importaría si no te sientes cómodo conmigo en una cama.
—Creo que debería ser yo quien te pregunte eso, y definitivamente no
dormirás en el sofá por mi culpa.
—Creo que estaré bien contigo en la cama. Tu presencia no me
molesta como otras personas. Me gusta tenerte cerca.
—No tienes que preocuparte por mí. Sabes que tengo experiencia.
Inclinó la cabeza de manera evaluadora.
—Ah, sé que has tenido sexo con muchas mujeres.
Lo dijo sin juzgar y aun así prácticamente me sentí culpable. ¿Cómo
eso tenía sentido?
—Pero que te sientas cómodo teniendo sexo con alguien no significa
que te sientas cómodo siendo vulnerable a su alrededor cuando duermes.
Nevio ha estado con muchas chicas, pero nunca compartiría cama con ellas.
Por supuesto, no está con ninguna de ellas. Y tú tienes a Cressida. —Su voz
se había vuelto muy baja y apartó la mirada, con los brazos envueltos
holgadamente alrededor de las espinillas, sus pies estirados como una
bailarina de ballet, de modo que solo las puntas de sus pies tocaban el
colchón.
Un mechón grueso se había caído de su moño desordenado y ocultaba
la mitad de su rostro de mis ojos. Sentándome, estiré la mano y lo pasé
suavemente detrás de su oreja.
Ella inclinó la cabeza hacia mí.
—No comparto cama con Cressida. Rara vez duermo bajo el mismo
techo que ella. Tengo mi antiguo apartamento donde paso la mayor parte
del tiempo. La veo tal vez una o dos veces por semana, y duermo con ella
mucho menos que eso.
Quería ser honesto con ella. No quería tener secretos con Greta. Eso
se habría sentido como un abuso de su confianza.
—¿Y a ella no le importa?
—No le importa, mientras tenga mi tarjeta de crédito y mi apellido.
—Si fueras mío compartiría una cama contigo. Te extrañaría, te
extraño, aunque no seas mío.
Tomé su cuello y la atraje suavemente hacia mí para besarla. Greta se
acurrucó contra mí, su cuerpo pequeño presionándose contra el mío de la
manera más perfecta posible. No profundicé el beso, tampoco Greta. Estaba
contento de estar con ella de esta manera inocente, nuestros labios
rozándose ligeramente. Finalmente, Greta se quedó dormida en mis brazos,
con la mejilla apoyada en mi bíceps. La observé durante mucho tiempo
antes de apagar las luces. Greta había corrido las cortinas opacas para que la
habitación estuviera oscura, aunque aún faltaban diez minutos para la
puesta del sol.
Mi teléfono se iluminó con mensajes, pero los ignoré.
No quería que nada me sacara de esto. Este sueño. No quería que
llegara la mañana, tal vez por eso dudé en dejar que mi cuerpo descansara.
Mañana volaría de regreso a casa aunque sintiera que mi corazón se
estaba poniéndose cómodo lentamente en otro lugar. Nueva York era mi
hogar, siempre lo había sido. Pero Greta… Greta, tenía mi corazón con ella
en Las Vegas.
22
Amo
Desperté con Greta aún en mis brazos, nuestras piernas entrelazadas,
su mejilla en mi pecho. Su respiración era uniforme y relajada. Los
ronquidos suaves de Bear llenaban la habitación. Desenredé a Greta de mí
con mucho cuidado y me senté. No se movió, dormida demasiado
profundamente. Lo de anoche debe haberla dejado realmente. No pude
evitar sonreír al recordar devorar a Greta como un regalo precioso y darle
múltiples orgasmos. Mi erección matutina estaba aún más dura que nunca.
Agarrando mi arma de la mesita de noche, me deslicé fuera de la cama.
Anoche también lo había notado, pero ahora en realidad miré los botones de
emergencia por todos lados. Uno detrás de la mesita de noche. Uno junto a
la puerta del baño. Tenía la sensación de que también habría una puerta a
una sala de pánico en algún lugar de esta habitación. Caminé hacia el
armario y lo abrí. Dentro encontré una puerta automática de acero en el
suelo. Bien. Me había sorprendido cuando Greta me invitó aquí. Pero nunca
dudé de que incluso aquí fuera estaría protegida. La cerca y las dos puertas
también habían sido de primera categoría en seguridad. Sin mencionar que
la mansión Falcone estaba probablemente a solo cinco o diez minutos en
helicóptero.
En el baño, dejé mi arma en el lavabo antes de meterme en la ducha.
Ocupaba una pared entera, así que incluso yo tenía suficiente espacio para
ducharme allí. Un sonido llamó mi atención y abrí la ducha para alcanzar
mi arma cuando Greta apareció en la puerta.
Cerré el agua y salí de la ducha. Greta me entregó una toalla
esponjosa antes de apoyarse en la puerta con una mirada de curiosidad en su
rostro cuando comencé a secarme.
—Buenos días —dije ásperamente.
—Buenos días —susurró. Cuando mi cuerpo estuvo seco, me quedé
donde estaba, dándole tiempo para averiguar cualquier cosa que necesitara
averiguar. Se acercó a mí lentamente, escudriñándome de pies a cabeza una
vez más, pero su mirada se detuvo en mi polla—. Nunca había visto a un
hombre así.
Me tomó un momento saber a qué se refería y luego mi pene se llenó
de más sangre de la que ya tenía bajo su escrutinio. Se detuvo justo delante
de mí.
Me miró entre sus pestañas.
—¿Puedo tocarte?
Ahogué una risa. ¿De verdad tenía que preguntar? Estaba ardiendo
por ser tocado por ella. Todas mis fantasías habían girado en torno a eso y a
adorar cada centímetro de su cuerpo maravilloso.
—Puedes hacer lo que quieras —dije bruscamente.
—Quiero tocarte.
Asentí porque no había nada que quisiera más.
Presionó las palmas de sus manos contra mi pecho y luego las movió
lentamente hacia abajo, trazando un mapa de mis abdominales antes de
detenerse y su mirada se precipitó hacia mi pecho. Movió sus palmas hacia
arriba una vez más y rozó mis pezones con la punta de sus dedos.
Mierda. Mi polla se llenó de más sangre, mientras una ola de deseo
recorría mi cuerpo.
—Siempre me he preguntado si a los hombres les gusta que les
toquen los pezones. Si es un lugar sensual para ellos.
—Nunca pensé que lo fuera para mí —dije con voz áspera a medida
que Greta seguía acariciando mi pecho.
—Supongo que la mayoría de los hombres se enfocan en su pene. No
puedo hablar por todas las mujeres pero mis pezones son una zona muy
sensual. Lo siento en todas partes si me tocas allí.
Me ocuparía aún más de sus protuberancias adorables más tarde.
Se mordió el labio.
—Hablo demasiado cuando estoy nerviosa.
—Estás bien —dije—. Y no tienes que estar nerviosa.
No estaba seguro si Greta escuchó lo que dije, porque una vez más
estaba enfocada en mi polla. Deslizó sus manos por mi estómago, sus dedos
siguiendo el rastro de vello oscuro bajando hasta mi erección. Empezó a
rastrear la vena bombeando sangre a mi polla desde la base hasta la punta.
Tragué un gemido, sin querer interrumpir el enfoque intenso de Greta. Sus
dedos rodearon mi punta y luego acariciaron la parte inferior hasta el punto
donde se había acumulado una gota de lujuria pura. La recogió con la yema
de su dedo índice antes de llevársela a la boca y probarla.
—Greta —gruñí. Me costó hasta la última gota de moderación no
atraerla contra mí, devastar su boca y luego hacerla mía.
Mía.
Mía. Maldita sea.
Ella me ignoró, y pasó sus dedos por mis bolas, amasándolas.
Comenzó a masajearlas suavemente y luego me miró.
—¿Eso te gusta?
—Sí.
Mi voz sonó cruda y quejumbrosa.
—Mmm. —Greta asintió, frunciendo el ceño como si estuviera
tomando una nota mental. Se puso de rodillas, pero nuestra diferencia de
altura era demasiado grande. Me apoyé contra el lavabo y adopté una
postura amplia hasta que mi pene estuvo a la altura de los ojos de Greta. No
estaba seguro de lo que iba a hacer y de todos modos, mi cerebro estaba
demasiado frenético para pensar demasiado en algo. Con Greta nunca se
podía estar seguro. Tal vez solo iba a mirar mi polla y asimilarla de verdad,
pero esperaba que me estudiara con sus labios.
Greta volvió a acariciar mis bolas y acercó su rostro a mi polla. Para
mi confusión, inclinó la cabeza hacia un lado y luego su lengua salió
disparada y unió sus dedos en mis bolas antes de separar la boca y
succionar parte de mi bola en su boca a medida que sus dedos ágiles
jugaban con la otra.
—Mierda —dije entre dientes, mis bolas sacudiéndose. Apreté mi
polla con fuerza una vez en advertencia, aún conmocionado por el
movimiento de Greta y tan jodidamente excitado que, estaba preocupado de
derramar mi semen tan pronto en su coronilla negra. Afortunadamente, mi
jodida polla recibió la advertencia y se calmó. Greta me miró con interés
pero siguió lamiendo y chupando mis bolas. Sus dedos pronto se
trasladaron a mis muslos y culo, rastrillando sus uñas a lo largo de mi piel
de la manera más tentadora posible. Se enderezó un poco, avanzando un
poco más arriba, sus labios rozando la base de mi polla.
—¿Te gusta?
Asentí escuetamente.
—No quería comenzar con el lugar obvio. Eso es como un hombre
comenzando con el clítoris de una mujer en lugar de avanzar hacia él,
¿verdad?
No tenía la capacidad para tener una conversación.
—Eres perfecta.
Me dio una pequeña sonrisa complacida antes de volver a mirar mi
polla. Separó sus labios y tomó mi punta con ellos, y la estática llenó mi
cabeza. Lenta y meticulosamente metió mi longitud en su boca hasta que mi
punta golpeó la parte posterior de su garganta y se atragantó. Tomó una
bocanada de aire por la nariz y trató de tomarme más profundo. Acaricié su
cabello dulcemente.
—No tienes que tomarme hasta el final. —Muy pocas podían. Era
demasiado grueso y largo, y Greta solo me tenía hasta la mitad. Se apartó y
respiró temblorosamente, lamiéndose los labios. La frustración parpadeó en
su rostro.
—Aún no puedo hacer esto correctamente. Supongo que se necesita
práctica.
—Las mamadas nunca son correctas. Haz lo que se sienta bien, lo que
te excite. No lo pienses demasiado.
—Quiero darte placer.
—Créeme, si tú estás excitada, yo estoy excitado.
—Está bien —dijo, y su enfoque cambió. Ya no pensando en la
técnica, simplemente actuando. Su lengua rodeó mi punta, luego el borde
siguiendo mi vena hasta mi base una vez más. Cerró los ojos mientras
volvía a abrir los labios y me succionaba lentamente en su boca. Estableció
un ritmo lento y sensual, sus mejillas hundidas cada vez que me tomaba
profundamente en su boca. Una de sus palmas acarició mis bolas a medida
que su otra mano se enroscaba alrededor de mi pene, bombeando al ritmo
de su succión. Aferré el lavabo con fuerza mientras veía a Greta chuparme.
Cada vez que mi polla abría sus labios carnosos y reclamaba su boca
centímetro a centímetro, un gemido bajo escapó de mis labios.
Greta encontró un ritmo constante que me llevó más y más alto. Tomé
su cabeza, acariciando su cabello sedoso. Levantó la vista, pero no
disminuyó la velocidad. Estaba perdiendo el control. Era una experiencia
nueva. Para llegar al orgasmo, tenía que concentrarme en él, lo que
significaba que normalmente podía durar mucho tiempo, pero ver a Greta
con mi polla en la boca me quitó completamente el control.
—Greta, no puedo durar mucho más. Tienes que retroceder.
Sonrió alrededor de mi polla, pero no retrocedió ni disminuyó la
velocidad. Tal vez no entendió lo que quise decir. Mierda. Era difícil
concentrarse. Solo quería derramarme en su boca pero al mismo tiempo no
quería.
—Voy a correrme en tu boca. Retrocede.
Greta sacudió la cabeza levemente y no pude contenerme más. Mis
bolas se apretaron, seguidas por mi pene y luego mi orgasmo corrió a través
de mí. Greta siguió chupando incluso cuando me corrí en su boca, y tragó
alrededor de mi punta, pero aun así parte de mi semen escurrió y se deslizó
por su barbilla antes de caer sobre su pecho. Gemí ante la vista y mi polla se
sacudió con otra carga.
Greta también intentó tragarlo, pero más goteó y cayó sobre su pecho,
luego se deslizó por debajo de su escote. Incluso cuando mi polla había
dejado de temblar, rodeó mi punta con la lengua hasta que no pude
soportarlo más. Era tan hermosa cuando me chupaba de esa forma. La
empujé suavemente hacia atrás hasta que mi pene se deslizó fuera de ella,
aún medio erecto.
Greta me dio una sonrisa orgullosa a medida que intentaba recuperar
el aliento.
Negué con la cabeza.
—No tenías que tragar.
—Quise hacerlo. Ayer parecías disfrutar mi sabor.
Cerré los ojos brevemente para unas cuantas respiraciones profundas.
Cuando los abrí, Greta se paraba frente a mí, su barbilla y escote aún
cubiertos con mi semen.
Metió la mano entre sus piernas con una pizca de curiosidad.
—Estoy mojada.
Levantó su dedo medio e índice, que brillaban con su excitación.
—Permíteme —le dije. Tenía que sentir esto por mí mismo. Metí la
mano debajo de su camisón, deslizándome suavemente entre los labios de
su coño y froté mis dedos a lo largo de su hendidura. No necesité
profundizar. Su coño estaba empapado. Si hubiera usado bragas, habrían
estado mojadas con su lujuria.
—No pensé que darte placer tendría un efecto tan fuerte en mí, pero
tu cuerpo es demasiado excitante. Verlo ya me hace sentir muy caliente,
pero tocarte y saborearte es mucho más intenso.
Tomé sus mejillas, la besé con dureza. Su inocencia franca algún día
sería mi muerte. Con cada palabra poco ortodoxa que salía de su boca, me
enamoraba más y no estaba seguro de cómo detenerlo. Me retiré, sin
siquiera importarme que tuviera mi propio semen en la barbilla por besarla.
—Vamos a limpiarte y déjame saborear tu coño.
Alcancé el dobladillo de su camisón y lo saqué por la cabeza de
Greta, luego lo dejé caer al suelo, absorbiendo el cuerpo maravilloso de
Greta. Ver mi semen sobre ella me hizo sentir increíblemente posesivo.
Quería reclamar mi derecho sobre ella de todas las formas posibles, de
todas las formas que no debía.
Llevé a Greta a la ducha cuando un relincho fuerte se escuchó a través
de la ventana, seguido de silbidos. Greta sonrió a modo de disculpa.
—Primero tendré que ocuparme de los animales. No tenemos
suficiente tiempo. ¿Tal vez puedas saborearme más tarde?
Me reí y la besé dulcemente, sonriendo contra su boca.
—Te saborearé cuando quieras, solo avísame.
Quince minutos después, Greta y yo estábamos vestidos y saliendo.
Greta volvió a cargar a Dotty y me sorprendió su fuerza. Tal vez era más
determinación que poder físico. El sol caía sobre nosotros de una manera
típica de Nevada. A Greta con un vestido de verano amarillo pálido y botas
de vaquero no le importaba el calor, pero yo con mi camisa y jeans ya
estaba sudando, aunque ni siquiera estaba cargando al perro. Lo dejó a la
sombra junto al granero para que pudiera hacer sus necesidades antes de
que se acostara bajo la corriente de aire de uno de los ventiladores. Bear y
Momo corrían ansiosamente. Ayudé a Greta a alimentar a los caballos con
heno y a las vacas y cerdos con una mezcla especial antes de que
abriéramos las puertas para que pudieran salir corriendo al potrero. Estaba
acostumbrado a una forma diferente de trabajo físico, pero podía decir que
tampoco me importaba, tal vez porque el entusiasmo de Greta era
contagioso.
Greta sonreía abiertamente a medida que observaba a sus animales
divertirse. Sacaba alegría de su felicidad y yo de la suya.
—¿Cuánto tiempo hace que tienes este lugar?
—Solo alrededor de un año. Papá me lo construyó unas semanas
después de tu boda. —Descansó los brazos en la cerca y apoyó la barbilla
en ellos, dejando que su mirada vagara por el área—. Aún necesita mucho
trabajo para poder recibir a más animales.
—¿Por qué no vives aquí todo el tiempo?
Parpadeó contra el sol.
—Mi familia me extrañaría.
Asentí. Era una de las razones por las que me había dicho que no.
—Aún podrían verte, solo que no tan a menudo. —Envolví mis
brazos alrededor de ella por detrás y apoyé mi barbilla sobre su cabeza.
Esto se sentía tan natural y Greta soltó un suspiro pequeño—. ¿Eso es por la
granja o por nosotros?
Respiré hondo y luego besé su cuello. En realidad, no había un
nosotros. Estábamos Cressida y yo, que existíamos en la luz, aunque su
base estaba podrida y oscura, y luego estábamos Greta y yo, atados a las
sombras, aunque nuestro vínculo era puro de una manera que no creía
posible.
—Ambas cosas. —Asintió y tragó pesado—. A veces… a veces me
arrepiento… —Negó con la cabeza con una carcajada sin aliento. Sabía lo
que quería decir. Se dio la vuelta en mi abrazo—. ¿Cuánto falta para que
tengas que irte?
Miré mi reloj.
—Tres horas.
Volvió a asentir, la nostalgia llenando sus ojos aunque todavía estaba
aquí.
—Deberíamos hacer que cada minuto cuente, no desperdiciarlo
pensando en qué pasaría si… —murmuré mientras la subía a la cerca—.
¿Quieres que te saboree ahora?
Asintió simplemente. Me puse de rodillas, sin importarme la tierra.
Levanté la falda de Greta, revelando sus bragas blancas. Besé mi camino
alrededor del borde antes de besar su coño a través de ellas. Enganchando
un dedo en la tela, la arrastré a un lado, revelando el centro reluciente de
Greta. Con mis pulgares acaricié sus labios hinchados antes de separarlos
para revelar un clítoris hinchado y su abertura apretada. Recordando sus
palabras de antes, ignoré su clítoris y comencé a concentrar toda mi
atención en su apertura, acariciando, empujando, dando vueltas hasta que
estuvo aferrada desesperadamente a la cerca, sus botas presionadas en la
barra central para encontrar un agarre.
—Amo —gimió, sus dedos acariciando mi cabello—. Bésame.
¿Y dejar su coño?
—Eso es lo que estoy haciendo —dije con voz áspera, aunque sabía
lo que quería decir. Sumergí la punta de mi lengua en ella antes de jugar con
sus labios para enfatizar mi afirmación.
—Mis labios —dijo con una risa pequeña.
Levanté una ceja mientras la miraba y chupaba los labios de su coño.
Soltó una risa indignada.
—Mi boca.
—Está bien —dije con una sonrisa—. Solo dame unos momentos
más. —Rodeé su clítoris con mi lengua y luego acaricié su hendidura, de un
lado a otro, provocando más lujuria en ella. Apretó los muslos para
cerrarlos, sus dedos en mi cabello apretándose a medida que su coño se
estremecía contra mi boca. Con sus muslos enjaulándome, su olor me
golpeó como una bola de demolición, dejándome aún más desesperado. Se
estremeció violentamente, aferrándose a mí para mantener el equilibrio
mientras disfrutaba de su orgasmo.
Me puse de pie e inmediatamente tomó mi rostro entre sus manos y
casi desesperadamente me atrajo para besarme. Empujé mis caderas entre
sus muslos, separándola de par en par, mi bulto presionando contra su coño.
No me importaba si tenía su lujuria por toda mi ropa.
Dejó escapar una risita sin aliento.
—Quería correrme contigo besándome, por eso te dije que me
besaras.
Rocé mis labios sobre su oído.
—Aún podemos hacer que eso suceda.
Sus brazos rodearon mi cuello y se presionó aún más cerca,
besándome casi desesperadamente. Envolví mis brazos alrededor de ella,
sintiendo su corazón martillando contra sus costillas, el mismo ritmo
errático que el mío. Nuestros labios ralentizaron y cerré los ojos, presioné
mi nariz en el hueco de su cuello. Y estuvimos así durante mucho tiempo,
envueltos el uno en el otro. Apreté mi agarre sobre ella, mi palma
acariciando su cabello.
—No quiero que esto termine —gruñí.
Greta dejó escapar un suspiro melancólico, sus brazos aflojándose a
mi alrededor. Después de un momento, le permití retroceder.
La melancolía en sus ojos se sintió como un puñetazo en mi
estómago.
—Tienes que volar de regreso en dos horas.
—Lo sé. Eso no es lo que quiero decir. Dijiste que no cuando te pedí
que te casaras conmigo. Pero tal vez digas que sí a esto.
—¿Una aventura? —susurró Greta.
Acaricié su pómulo, luego sus labios.
—No es una aventura. Esto es más. Mierda. No sé lo que es. Es lo que
queda de lo que pudo haber sido. No me importa mientras pueda seguir
viéndote, hablando contigo, besándote.
—A espaldas de Cressida.
—Si te hace sentir mejor puedo decirle que hay alguien más. Por
supuesto, no le diría un nombre ni nada así. De todos modos, no piensa que
soy fiel. Y no me importaría si ella estuviera con otra persona.
—De eso no se trata el matrimonio.
Me reí oscuramente.
—Lo sé.
—Entonces, ¿nos encontraríamos aquí cada vez que puedas encontrar
algo de tiempo y una excusa buena?
—No me importa dónde nos encontremos, mientras lo hagamos.
Greta miró hacia los dos caballos que trotaban lentamente hacia
nosotros. Uno de ellos era muy delgado. Otra criatura que había salvado.
—Normalmente siempre quiero hacer lo correcto, pero contigo…
creo que elegiré mal.
Señalé a los animales que nos rodeaban.
—Ya estás haciendo suficiente bien. Estar conmigo no anulará el bien
de tu existencia.
Greta se rio.
—Así no es cómo funciona. No puedes acumular puntos de
bonificación, de modo que puedas actuar mal en ocasiones.
—Siempre actúo mal, así que no lo sabría. ¿No quieres volver a
verme?
Greta enterró su cara en mi cuello.
—Ya te extraño. No, no puedo soportar la idea de no volver a verte.
El último año sin ti ha sido duro, mucho más de lo que pensaba.
Respiré aliviado y la abracé otra vez fuertemente. Apoyé mi mejilla
en la parte superior de su cabeza. Ninguno de los dos se movió. Me
preguntaba qué pasaba por su cabeza. ¿Estaba intentando llegar a un
acuerdo sobre lo que acabábamos de decidir? No me molesté en hacerlo.
Me había dado por vencido cuando se trataba de razonar con Greta.
No estaba seguro de cómo podría hacer que esto funcionara. ¿Con qué
frecuencia podría desaparecer un fin de semana para visitarla? ¿Cuánto
tiempo antes de que alguien notara algo? Y luego había otra cosa. Si bien
no era nada posesivo cuando se trataba de Cressida, la mera idea de que
Greta estuviera con alguien más me hacía hervir la sangre.
—Sé que esto es hipócrita de mi parte, y definitivamente una
estupidez de decir, pero no puedo compartirte, Greta. Si seguimos así,
necesito que seas solo mía. No te quiero cerca de ningún otro hombre.
Greta levantó la vista y se encogió de hombros.
—Sí, parece un trato unilateral, y definitivamente un poco hipócrita.
—Frunció los labios y estaba seguro de que se daría por vencida con
nosotros por completo. Sabía que no tenía absolutamente ningún derecho a
pedirle fidelidad, no en nuestra situación, pero me destrozaría si la viera con
otra persona. La quería para mí—. No tengo ningún interés en otros
hombres, y no creo que eso cambie.
—Para ser honesto, probablemente mataría a cualquiera que se atreva
a tocarte.
Estaba hablando muy en serio y ella necesitaba entender cuán
obsesionado estaba con ella.
—Eso es algo que Nevio diría y haría.
Odiaba que me compararan con él, pero en este caso, Greta tenía
razón. Me convertiría en un maníaco furioso si otro hombre la tocara.
—Entonces sabes lo serio que es.
Greta me besó.
—No estaré con nadie más. —Con nuestras caras aún juntas, susurró
—: Pero tampoco quiero que estés con nadie… quiero decir… —Cerró los
ojos con una sonrisa irónica—. Sé que tienes que estar con Cressida, pero
no quiero que estés con nadie más. —Negó con la cabeza, sus ojos aún
cerrados.
—Mírame.
Abrió los ojos, su expresión dolida.
—No voy a estar con nadie más, y si puedo evitarlo, ni siquiera voy a
estar con Cressida.
—Oh, Amo —dijo Greta en un tono desesperado—. ¿Qué tipo de
trato estamos acordando aquí?
—No me importa. Simplemente no me importa. Te deseo. Maldita
sea, te necesito en mi vida. Este viaje, me hizo comprenderlo. No hubo una
sola noche en los últimos doce meses en la que no soñé contigo.
Asintió, pero su desesperación permaneció igual.
—¿Y si esto termina mal?
—¿Y si no es así?
Apoyó su mejilla contra mi pecho.
—¿Cómo podría no hacerlo?
23
Greta
Cuando Amo se fue, sentí como si se hubiera llevado un pedazo de mi
corazón con él. Me agarré a una columna del porche, acariciando la cabeza
de Bear, que estaba presionado contra mi pierna como si quisiera
estabilizarme. Momo se sentó en el último escalón, su nariz temblando
mientras olía el aire. Suspiré y me alejé del camino de entrada. No
habíamos fijado una fecha nueva para volver a encontrarnos.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que lo volviera a ver? ¿Unas pocas
semanas? ¿Meses? ¿Más tiempo que ese? Incluso comunicarse con nuestros
celulares sería difícil y arriesgado. No podía poner mi vida en pausa hasta
entonces, pero en cierto modo sentía que una parte de mí permanecería
inactiva hasta que nos volviéramos a encontrar. Con un suspiro, recogí a
Dotty de la manta en la que descansaba y la llevé a su trozo de césped
favorito a la sombra junto a la casa para que pudiera hacer sus necesidades.
Mi teléfono y reloj zumbaron. Miré hacia abajo. Un auto se había
detenido en las puertas. Abrí la ventana del navegador para comprobar la
cámara de seguridad. Una parte tonta de mí esperaba que fuera Amo, pero
el lado lógico de mi cerebro me dijo que probablemente solo era Jill
regresando temprano de su reunión con su padre, pero cuando la cara
sonriente de Nevio apareció en la pantalla, me congelé. No esperó a que lo
dejara entrar. Tenía el código para anular todas las cerraduras de seguridad,
al igual que mi padre y mis tíos. El auto salió de la vista de la cámara. Y
pronto, el sombrío brillo rojo de los faros delanteros de la Dodge Ram
completamente negra y tuneada de Nevio apareció a la vista. Siempre tenía
las luces encendidas, de día o de noche, porque el brillo rojo asustaba a la
gente, especialmente porque todos en Las Vegas sabían a quién pertenecía
el auto.
El auto se detuvo frente al porche y Nevio saltó de él. Se me aceleró
el pulso considerando lo que hubiera pasado si Nevio hubiera llegado diez
minutos antes. Corrió hacia mí mientras Alessio y Massimo salían del auto.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, sorprendida.
Bear gruñó cuando Nevio me levantó del suelo.
—Te vinimos a recoger.
Me agarré a sus hombros, sintiéndome mareada por él dándome
vueltas. Cuando me volvió a bajar, le dije:
—Jill aún no ha llegado. No puedo irme.
Nevio puso los ojos en blanco.
—Los cerdos pueden entretenerse solos un par de horas. —Se inclinó
para olerme—. ¿Usas un perfume nuevo? No me gusta.
—No estoy usando perfume. —Mis entrañas se encogieron. ¿Olía
como Amo? Alessio me contempló de cerca a medida que Massimo se
sentaba en un escalón y encendía un cigarrillo.
—Tienes tanto conocimiento médico y aun así fumas —le dije, con la
esperanza de distraer a Nevio de mi olor.
Massimo me miró por encima del hombro, con una ceja oscura
levantada.
—Teniendo en cuenta nuestro estilo de vida, estoy bastante seguro de
que el cáncer de pulmón o alguna de las otras enfermedades relacionadas
con el humo no serán la causa de mi muerte.
—Vamos, Greta. Volvamos a la ciudad.
—Tendremos que llevar a los perros con nosotros —le recordé.
—Podemos poner sus jaulas de transporte en la plataforma de la
camioneta.
—Pero tienes que conducir con cuidado.
Nevio me dio una mirada exasperada.
—Bien.
Le envié un mensaje a Jill diciendo que me iría de la granja ahora y
cuando respondió que ya estaba en camino y que estaría allí en treinta
minutos, comencé a empacar todo. Quince minutos después, nos
alejábamos de la granja. Este lugar siempre había significado mucho para
mí, pero ahora que también estaba conectado con Amo, se volvió aún más
especial.
—Tengo una sorpresa para ti —dijo Nevio después de un rato,
tamborileando emocionado en el volante.
Le di una mirada cautelosa. Eso podía significar todo y su energía
nerviosa definitivamente daba motivos para preocuparse.
—Está preocupada —dijo Alessio desde el asiento a mi derecha.
—Como debería ser cuando Nevio está emocionado por algo —dijo
Massimo desde donde estaba recostado en el asiento trasero. Resistí el
impulso de contarle sobre sus posibilidades de sobrevivir a un accidente
cuando no estaba abrochado. Él lo sabía, y solo me daría la misma respuesta
que con el cigarro.
—Estaba buscando algo para animarte y uno de nuestros contactos me
dio una pista sobre una granja de cría para estos perritos de bolso.
—¿Chihuahuas?
—Salud —dijo Massimo secamente.
Le puse los ojos en blanco.
—Lo que sea —dijo Nevio—. Nos dirigimos ahora allí. Vas a salvar
algunos perros y vamos a ver si podemos encontrar algo de entretenimiento
con los criadores.
***
Amo
Conduje directamente a Cressida y mi casa adosada desde el
aeropuerto. Era nuestra noche de cita semanal obligatoria y ya estaba
llegando tarde.
Cada fibra de mi cuerpo se rebelaba hoy contra la idea de pasar
tiempo con ella. Abrí la puerta y entré en la casa. Encontré a Cressida en un
sillón en la sala de estar, escribiendo en su teléfono.
—Llegas tarde —dijo con reproche.
—Estoy aquí.
Se puso de pie, ya vestida con un vestido elegante, tacones altos y
joyas caras. Cuando se detuvo frente a mí, examinó mi atuendo. Me había
cambiado de ropa en el aeropuerto, así que vestía una camisa de vestir
blanca y pantalones negros.
—¿Dónde está tu anillo? —preguntó Cressida con el ceño fruncido.
Miré mi mano. Estaba desnuda, excepto por la fina línea blanca que
marcaba el lugar donde solía estar el anillo.
Debo haberlo dejado en Las Vegas. Maldición. Si alguien lo
encontraba allí, sería el final. La fecha de la boda estaba grabada dentro del
anillo, y cada Falcone sumaría dos y dos y saldría a la venganza. Tenía que
llamar a Greta lo antes posible y advertirle.
—¡Amo!
Me concentré en Cressida.
—Debo haberlo perdido durante la última sesión de tortura. Iré a
buscarlo cuando regrese al almacén.
La boca de Cressida se apretó.
—No quiero saber lo que haces en el trabajo. Es desagradable.
Arqueé una ceja.
—Mi desagrado se asegura de que siempre tengas las cosas más
nuevas de Louis Vuitton y Balenciaga.
Cressida no quería que le recordaran mi oscuridad. Quería fingir.
Todo nuestro matrimonio era fingido.
—Espero que no pienses que tendré sexo contigo cuando ni siquiera
estás usando tu anillo.
—No estoy aquí por sexo —dije con naturalidad—. Estoy aquí por
nuestra noche de cita falsa de la semana, de modo que la gente piense que
en realidad compartimos algún tipo de vínculo.
La ira estalló en sus ojos. No estaba seguro de por qué esto la enojaba.
Era la maldita verdad, ambos lo sabíamos.
Se acercó y presionó su palma en mi entrepierna.
—¿No quieres sexo?
Agarré su muñeca.
—Suéltame.
Se rio como si esto fuera una especie de juego. Aparté su mano
bruscamente. La idea de tener intimidad con ella me horrorizaba. No porque
Cressida no fuera una mujer atractiva. Lo era, desde un punto de vista
únicamente físico, pero no la deseaba. Y ahora que había tenido intimidad
con Greta, no tocaría a otra mujer.
Mierda. Casi me rio de la ironía.
—¿Qué hombre no quiere tener sexo?
—Quiero sexo, pero no contigo.
Sonrió con dureza.
—Entonces ve con tus putas. No me importa. Tengo todo lo que
deseo. —Apreté los dientes. La ira burbujeaba justo debajo de la superficie.
Pero Cressida era una mujer y mi esposa, así que usé cada gramo de
autocontrol que poseía y lo contuve.
—Entonces, ¿dónde vamos a cenar esta noche? Espero que hayas
hecho una reserva en este nuevo lugar de 3 estrellas Michelin en el
Mandarin Oriental. Es imposible conseguir una mesa si no reserva con al
menos seis semanas de anticipación y luego los espacios se llenan en
cuestión de minutos. Les dije a mis amigas que podías conseguir una mesa
allí cuando quisieras.
—Por supuesto —dije—. Tenemos una mesa de ocho a diez.
—¿De verdad se atrevieron a meternos en un horario? ¿Y los dejaste?
De hecho, había pedido un espacio. Probablemente me habrían dado
la mesa para toda la noche, incluso si eso significaba cancelar tres reservas
de otras personas esa noche. Pero la idea de pasar más de dos horas con
Cressida, especialmente en público, cuando teníamos que fingir que
teníamos algo que decirnos, era absolutamente insoportable.
—Esta noche tengo trabajo que hacer. Dos horas son suficientes para
seis platos.
No dijo nada pero su expresión dejó claro que estaba muy infeliz.
—¿Estás lista para irnos? —pregunté. Eran las 7:45 y quería terminar
con esto.
Cressida me dirigió una sonrisa desafiante.
—¿Sabes qué? Ya no me siento bien con este atuendo. Iré a
cambiarme. Estoy segura de que no les importará si llegamos tarde. Así
pueden darnos la mesa para el resto de la noche.
—Nos vamos ahora —dije en voz baja.
Me miró a los ojos y luego bajó los ojos rápidamente y se encogió de
hombros antes de pasar junto a mí hacia la puerta. Afuera me tendió la
mano y la tomé aunque mi cuerpo se revelara contra eso cuando la llevé a
mi auto, le abrí la puerta y luego tomé mi lugar detrás del volante.
Cada segundo en compañía de Cressida se sentía como mi versión
personal del infierno. Sentía esto aún más ahora que había pasado la noche
con Greta, mi puto deseo de ir al cielo.
***
***
Amo
¿Cómo saber si amas a alguien?
Mi corazón martilló al escuchar las palabras de Greta. No tenía una
respuesta a su pregunta, ninguna que pudiera poner en palabras. Lo que
sentía por ella… no me detuve en el pensamiento. Su cuerpo se suavizó
contra mí y su respiración se estabilizó. Sintiéndome extrañamente
conmovido porque se hubiera quedado dormida en mis brazos así, la llevé
al dormitorio. La puse en su cama con cuidado y luego me giré para tomar
mi bolso de la sala de estar. Bear se paró justo detrás de mí, su cuerpo
rígido y sus ojos fijos en mí.
—Vamos, no me hagas lastimarte —dije con firmeza. No retrocedió.
Momo y otro perro diminuto pasaron corriendo junto a él y se subieron a la
cama, luego Dotty pasó cojeando junto a Bear, haciendo una línea recta a
mi alrededor y se acostó en la cómoda cama para perros. Con una mirada a
Dotty, Bear la siguió y se acurrucó alrededor de su cuerpo más pequeño.
Sonreí irónicamente. No era el único agarrado por las pelotas por una
mujer. Me preparé en el baño pequeño, luego apagué todas las luces antes
de dirigirme al dormitorio. Greta no se había movido ni un centímetro, su
expresión angelical a medida que dormía profundamente. Este lugar extraño
en medio de la nada se sentía más como un hogar que la lujosa casa adosada
en mi ciudad, todo por la mujer en mi cama.
Me estiré a su lado y rocé mis nudillos sobre su pómulo, luego la
acerqué a mi cuerpo. Se acurrucó contra mí con un suspiro pequeño. Su
cabello me hizo cosquillas en la nariz y lo aparté y luego besé su frente.
Sabía que esto estaba mal. Greta se merecía algo mejor. Pero esto se
sentía demasiado bien para dejarlo pasar. Me pregunté si se arrepentía de
haberme dicho que no, pero dada la situación de su familia, probablemente
no tuvo muchas opciones. Definitivamente lamentaba no haber tenido las
pelotas para cancelar mi boda con Cressida, pero quería convertirme en
Capo. Había estado dispuesto a hacer un trato con el diablo por eso.
***
Greta
Mi estómago se calentó al ver a Amo en mi porche, tomando café
solo con los pantalones de su pijama.
A pesar de lo arriesgados que fueran nuestros encuentros, no podía
imaginar no volver a ver a Amo. Me sentía culpable de muchas maneras,
hacia mi familia, hacia Cressida, incluso hacia la familia de Amo. De
alguna manera les mentíamos a todos. Pero cada vez que pensaba en
terminar las cosas entre Amo y yo, mi pecho se apretaría con una ansiedad
aguda. Hace un año, mi elección había sido clara, una elección imposible
pero inevitable. Ahora, las razones para una elección determinada en el
pasado se volvían cada vez menos convincentes.
Me dirigí a Amo una vez que hube alimentado a todos los animales,
lo que llevó mucho tiempo sin la ayuda de Jill. No me había preguntado por
qué quería que pasara un par de días con su hermana en Reno. Sabía que no
debía hacer demasiadas preguntas.
Con una sonrisa radiante, tomé la mano que Amo me tendió cuando
subí los escalones de madera. Entramos y desayunamos, aunque al ver a
Amo en su estado de desnudez mi cuerpo sintió un hambre muy diferente.
—¿Qué tal si me das un recorrido detallado de la granja? Difícilmente
podemos hacer un viaje a alguna parte más.
Conocía muchos lugares que me hubiera gustado mostrarle a Amo,
pero tenía razón. Esta no era una opción. Y me conmovió que quisiera
conocer más de mi santuario.
—Solo déjame vestirme rápido.
Mordí mi labio.
—No tienes que ponerte ropa por mí…
Amo se rio entre dientes, inclinándose y acunando mi cuello para
atraerme y besarme.
Su teléfono sonó, obligándonos a separarnos, y miró hacia abajo,
apretando la boca.
—¿Algo malo? —Sacudió la cabeza, con una sonrisa forzada, y metió
el celular en el bolsillo de su pijama rápidamente—. ¿Tu esposa?
Se puso de pie, su sonrisa aún no era la que usualmente tenía a mi
alrededor. Sin embargo, la había visto en su rostro cuando interactuaba con
otros.
—Vamos a disfrutar el día.
No lo presioné, porque tampoco quería hablar de ella. Aunque ella
sabía que Amo no era fiel, me sentía mal por lo que hacíamos. Toqué sus
labios con la punta de mis dedos cuando su sonrisa forzada permaneció en
su lugar.
—Prefiero tu sonrisa real. No tienes que fingir por mí, ¿de acuerdo?
Los ojos de Amo se suavizaron y finalmente dejó de sonreír.
—Pocas personas se darían cuenta de que hay una diferencia.
—Sí, lo sé, y solo quiero tus emociones verdaderas. No tienes que
forzar nada.
Amo besó la punta de mis dedos.
—No dejaré que nada arruine el día de hoy. Así que, preparémonos
para que puedas distraerme.
Primero, llevé a Amo al potrero donde guardaba la mayoría de los
caballos y burros. Me subí a la primera tabla de la valla para tener una
mejor visión general y le señalé los diferentes caballos a Amo.
—Esta es Ruby. —Señalé a una yegua cobriza—. Cuando la conseguí
hace ocho meses, nunca había visto la luz del día en los tres años de su vida
anteriores. Estaba en un estado miserable y ahora mírala.
Amo asintió lentamente, pero su mirada se posó en mí. No entendí
muy bien su expresión, solo que me hizo sentir increíblemente vista y… tal
vez incluso amada. Señalé algunos animales más y Amo escuchó sin
interrumpirme. Me daba la sensación de que estaba realmente interesado en
todo.
Después de un rato, dejó de mirar el potrero nuevamente y en su lugar
me miró con una expresión que llenó mi cuerpo de calor. Me volví y me
senté en la tabla más alta.
—¿Te estoy aburriendo? —Había estado hablando de mis animales y
todas sus historias de fondo y necesidades especiales durante un tiempo
ridículamente largo.
—No, en absoluto —dijo en voz baja que envió un escalofrío por mi
espalda. Dio un paso más cerca y entre mis piernas. Tomó mi mejilla e
inclinó mi rostro hacia arriba para besarme. Pronto, un beso simple se
convirtió en mucho más y sentí que pronto podría estallar en llamas.
Sus manos recorrieron mi cuerpo, mis caderas, muslos, mi espalda,
pero nunca donde lo quería. Me arqueé hacia él, queriendo más. Amo gruñó
contra mis labios y deslizó su palma a lo largo de la parte interna de mi
muslo hasta que sus dedos juguetearon con el borde de mis bragas.
Envolví mis piernas alrededor de la cintura de Amo y él me levantó
de la cerca, sus labios encontrando los míos para un beso abrasador. Sus
dedos acariciaron mi trasero y luego entre mis muslos desde atrás. Cuando
llegó a mi carne sensible, gemí, ansiosa por más de su toque. Me aferré a él,
mis besos volviéndose descoordinados a medida que sus dedos me
provocaban desde atrás. Pronto su dedo se deslizó dentro y fuera de mí
mientras me sostenía. Se sentía increíblemente intenso así con nuestros
cuerpos al ras y mi peso sobre su dedo.
Aún había una incomodidad ligera, pero mi excitación la eclipsó.
Empecé a rotar mis caderas en un movimiento suave de arriba hacia abajo a
medida que nuestro beso se volvía más profundo, más sensual. Mi agarre
sobre los hombros de Amo se hizo más fuerte cuando mis paredes
comenzaron a sufrir espasmos. Me mecí con más fuerza, frotando mi
clítoris contra sus abdominales mientras su dedo se movía lento pero
profundo dentro de mí. Sentí como si un nudo se apretara en mi centro, listo
para romperse. Grité en su boca cuando mi orgasmo se disparó a través de
mí, un salvaje sonido extraño saliendo de mis labios. El nudo estalló,
enviando una ola de lujuria a través de todo mi cuerpo.
Me derrumbé contra él cuando las oleadas más violentas de mi
liberación habían pasado y disfruté del cosquilleo más suave entre mis
muslos. Sabía que la pasión podía manifestarse en voz alta, en mis paseos
ocasionales por la mansión había escuchado a mis padres u otros miembros
de la familia teniendo sexo, pero experimentar la sensación era algo
completamente intoxicante.
Aún anhelaba más. Tal vez aún sentía que esto podría terminar en
cualquier segundo, aún se sentía demasiado surrealista para ser verdad.
Quería sentir más, experimentar más. Quería experimentar todo con Amo,
estaba aterrorizada de que no sucediera porque alguien descubriría nuestro
secreto y nos destrozaría para siempre.
—Amo. —Besé su cuello, luego la mejilla a medida que me cargaba
hacia la casa. Mi agarre en sus hombros se hizo más fuerte y mi vientre se
contrajo con ansiedad—. Quiero que me hagas tuya. Quiero dormir contigo.
Mi pulso se aceleró en mis venas, y sentí un poco de náuseas por los
nervios. Sabía que aún no estaba lista para este paso, pero prefería hacerlo
ahora, antes de estar lista, que no hacerlo en absoluto. Quería esto con Amo.
Solo Amo.
El cuerpo de Amo se puso muy tenso, sus dedos clavándose en mi
cintura mientras se congelaba en el porche. Aparte de eso, no reaccionó de
ninguna manera. Finalmente, se apartó y yo también me eché hacia atrás
para poder ver su rostro a medida que me aferraba a su cintura.
—¿Temes que este sea nuestro último encuentro?
Estaba asustada. Nuestra vida se basaba en tantas mentiras frágiles
que, solo era cuestión de tiempo que se derrumbaran sobre nosotros. ¿Y si
nunca llegábamos a despedirnos? ¿O encontraríamos una manera de
reunirnos, sin importar el costo?
—No sé.
Amo tragó pesado, su dedo rozando mi pómulo mientras me llevaba a
la sala de estar y se sentaba en el sofá conmigo en su regazo.
—Nos volveremos a ver, lo juro, y disfrutaremos cada vez, pero me
juré una cosa: no me acostaré contigo.
—¿Por qué? —Sabía que él lo quería. Sabía que se estaba
conteniendo.
—Porque mereces que te quiten la virginidad en tu noche de bodas y
no de esta forma.
—Esa es una visión anticuada y arcaica.
—Y soy un hombre arcaico cuando se trata de ti.
—Pero entonces nunca tomarás mi virginidad.
Tomó mis mejillas, mirándome profundamente a los ojos.
—Viendo cómo todas mis intenciones buenas se han derrumbado, este
límite también caerá con el tiempo, pero déjame intentar ser honorable
contigo todo el tiempo que pueda.
—Tal vez no quiero que seas honorable. Es mi elección.
—Mereces algo mejor. Mereces ser adorada como una reina.
—¿No me adoras?
—A mis ojos eres una reina. Mi reina de las sombras.
—Soy tu reina de las sombras con mucho gusto. No necesito la luz.
—Pero lo mereces.
—Hazme el amor.
El silencio se instaló a nuestro alrededor. Para hacer el amor había
que amar. Nunca habíamos admitido nuestro amor por el otro. Tal vez
porque hubiera sido como echar sal en una herida abierta.
—Greta, juré que no haría esto. Ya fui demasiado lejos, más lejos de
lo que me prometí.
—Amo.
—Mereces darle esto a tu esposo.
—Quieres que esté con alguien más.
—No —gruñó, la fiereza retorciendo su rostro—. Eres mía, solo mía.
—¿Y eres mío?
Amo apoyó su frente contra la mía.
—Cada parte de mí que importa, mi alma, mi corazón, mi amor, es
tuyo. Siempre será tuyo.
—Eso es suficiente para mí. Amo, hazme el amor.
Vi el conflicto en sus ojos, pero también el deseo y el anhelo. Él
quería esto, ambos habíamos querido esto durante tanto tiempo.
—Aún no —murmuró, pero su voz se estaba volviendo menos
convincente.
Sonreí contra su boca.
—De acuerdo. —Sabía en el fondo que no habría sido el momento
adecuado, aún no, pero llegaría con el tiempo.
Seguimos besándonos y no quería que este momento terminara. Ojalá
pudiéramos conservarlo, hasta nuestro próximo encuentro.
Cuando Amo se fue al día siguiente, nuestra despedida dolió aún más
que la vez anterior. Tal vez porque no había un final a la vista. Después de
una respiración profunda, me puse a trabajar en los establos. La vida tenía
que continuar. Intenté enfocarme en lo bueno: mis animales, mi familia, el
ballet, y no en la parte que faltaba: Amo.
***
Greta
Me sentía dividida entre mi lealtad por mi familia y mis sentimientos
por Amo. Me destrozaría en algún momento. Ya no podía cargar sola con el
peso de mi traición. Necesitaba confiar en alguien. Necesitaba otra visión,
algunas ideas que pudieran ayudarme a decidir cómo continuar. Cómo
seguir viviendo esta vida dividida.
Cuando regresé a casa desde mi santuario el domingo, encontré a
mamá haciendo yoga aéreo en la sala de yoga que había instalado en
nuestra ala de la mansión. Estaba colgando con la cabeza hacia abajo en las
telas de colores que estaban adheridas al techo.
A veces practicaba yoga con mamá, pero lo hacía menos por los
aspectos mentales y más por los estiramientos que tenían un efecto positivo
en mis habilidades de ballet.
Mamá me sonrió, a pesar de su cara roja y se enderezó lentamente.
—¿Quieres acompañarme?
—Necesito hablar.
La expresión de mamá se nubló inmediatamente con preocupación y
se dejó caer al suelo. Agarró una toalla de su esterilla y se secó la cara,
luego señaló el sofá bajo en la esquina. Nos sentamos y mamá tomó mi
hombro.
—Greta, puedes decirme cualquier cosa. Absolutamente cualquier
cosa. Puedo guardar un secreto.
—¿Incluso de papá?
Hacer la pregunta me hizo sentir culpable, pero mamá necesitaba
saber la gravedad de la situación y no tropezar a ciegas con ella.
—Por ti guardaría mil secretos incluso a tu padre. —Tocó mi mejilla,
sus ojos suaves—. Pero tu padre te ama a ti y a nuestra familia más que a
cualquier otra cosa. Te perdonaría cualquier cosa.
—Esto no. Hay mucho en juego.
Mamá tragó pesado, sus cejas pálidas frunciéndose.
—De acuerdo. Ahora me tienes realmente preocupada.
—Ni siquiera sé por dónde empezar.
—El comienzo siempre es un buen punto.
Eso era algo que Nino podría decir. Me encantaba cómo todos nos
complementábamos. Amaba tanto a esta familia, por eso este engaño se
sentía como una roca en mi corazón. Decidí no andarme por las ramas. No
había una manera fácil de decir lo que había que decir.
—Tengo una aventura con Amo.
Mamá se recostó contra los cojines, con la boca abierta. Apartó la
mirada y dejó escapar un suspiro profundo.
—Ah, vaya. No esperaba eso. —Podía ver lo mucho que luchaba por
mantener la compostura. Tragó con fuerza antes de volverse hacia mí y
contemplarme. Sus ojos escanearon cada centímetro de mi cara. Tal vez
estaba buscando a la hija que creía conocer. Dejó escapar una risa atónita—.
En serio fuiste a matar.
Fruncí el ceño, sin saber qué quería decir con eso. Nunca quise que
esta guerra sucediera, nunca quise que la gente muriera.
—No endulzaste las cosas —dijo como si pudiera ver mi confusión.
Tomó otra respiración profunda. Se puso de pie y soltó un suspiro largo.
—¿Mamá?
—Greta, solo dame un momento. Esto es un poco más de lo que
esperaba.
—Te dije que era algo que papá nunca perdonaría.
Mamá se encogió de hombros.
—Por supuesto que él te perdonaría. Pero sus acciones con respecto a
los Vitiello podrían no considerarse indulgentes.
—Matará a Amo.
—Quería matarlo por varias razones antes de esto. Temo que en este
caso la muerte no será suficiente a los ojos de tu padre.
Cerré los ojos y enterré mi cara en mis manos. La desesperación
arañó mi pecho.
El sofá se hundió y mamá pasó un brazo alrededor de mis hombros.
—Va a estar bien.
—¿Cómo?
—Aún no lo sé. Pero va a estar bien. —Mamá acarició mi cabeza
como si aún fuera una niña—. ¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo
esto?
—Cinco meses.
—Me di cuenta de que cambiaste, pero no quería presionarte para que
hablaras conmigo. Sabía que vendrías cuando te sintieras lista.
Me retiré.
—Me siento perdida. No sé qué hacer.
—¿Considerarías detener lo que hay entre Amo y tú…? —Negó con
la cabeza—. Puedo ver en tus ojos que esa no es una opción, ¿verdad?
—No puedo imaginar vivir mi vida sin él. Siempre que estamos
separados, lo extraño mucho. Desearía que pudiéramos estar juntos todo el
tiempo.
—¿Qué hay de él? Está casado.
—No la ama y me asegura que ella tampoco lo ama.
—Creo que eso es cierto. Sé cómo funcionan los matrimonios
arreglados, y el amor rara vez es parte del trato, pero la Famiglia es
tradicional y el divorcio no es algo que se acepte. No conozco a ningún
Capo o incluso a un subjefe que se haya divorciado.
—Lo sé. No veo la manera de que estemos juntos, pero tampoco
puedo imaginar no volver a verlo nunca más. Odio ir a espaldas de todos.
Odio las mentiras, odio el daño que puede causar el secreto. Odio que Amo
engañe a su esposa, incluso si ella lo sabe. Quiero que las cosas sean fáciles
para nosotros.
—El amor rara vez es fácil o sin complicaciones. No lo fue para tu
padre y para mí, ni mucho menos. Nunca te dije toda la verdad sobre papá y
yo. Pero creo que te ayudaría a sentirte mejor. Tu padre me secuestró el día
de mi boda.
Asentí. Nevio una vez había hecho un comentario extraño cuando
teníamos quince y comencé a investigar de inmediato. No me tomó mucho
tiempo encontrar artículos en los periódicos sobre una novia secuestrada, mi
madre. Se suponía que se casaría con otro hombre ese día.
Mamá sonrió extrañamente.
—Por supuesto que te enteraste. Supongo que debí habértelo dicho
antes. —Suspiró—. La razón por la que te lo digo ahora es que, algunos
podrían considerar mis acciones como un engaño. Me habían prometido a
alguien, pero tuve intimidad con tu padre. No tenía sentimientos por el
hombre con el que se suponía que me casaría, y él tampoco.
—Pero regresaste con tu familia a pesar de tus sentimientos por papá.
¿Cómo reaccionaron?
—No sabían que tenía sentimientos por tu padre. Para ellos era
incomprensible. Tu padre era el enemigo. Después de todo, me había
secuestrado.
—¿Crees que habría cambiado las cosas si los hubieras convencido de
tu amor por papá? ¿Habría habido paz entre la Camorra y la Organización?
Tu matrimonio podría haber unido lo que estaba dividido.
Mamá rio amargamente.
—Ah, no. Esa nunca fue una opción. Había demasiada mala sangre
entre la Camorra y la Organización. Y mi familia nunca habría aceptado mi
amor por tu padre. Intenté explicarles las cosas, no tan abiertamente como
debí haberlo hecho, pero lo intenté a mi manera. Las acciones de tu padre
eran imperdonables a sus ojos.
—¿No es lo mismo conmigo y con Amo? Hay guerra.
—Es diferente. No hay tanto daño personal involucrado. Pero no voy
a mentirte, sería un milagro si Luca y tu padre hicieran las paces. Si Amo
no estuviera casado, habría más opciones, pero un divorcio causaría un gran
desgarro dentro de la Famiglia. Si Luca no está dispuesto a enfrentar la
reacción violenta en consecuencia, dudo que permita que Amo deje a
Cressida.
Había pensado en todo esto un millón de veces. Tal vez papá aceptaría
a Amo en la Camorra si se lo suplicaba, pero Amo nunca recibiría órdenes
de papá o Nevio.
—¿Qué voy a hacer? —susurré.
Mamá también pareció perdida.
—Ojalá supiera. Tal vez deberías pensar en hablar con tu padre.
—Si lo sabe, me impedirá ver a Amo. No puedo arriesgarme a eso.
—Esa es una posibilidad. Puede que en este caso tampoco me
escuche. —Mamá se pasó las yemas de los dedos por la sien como si le
doliera la cabeza—. No quiero nada más que verte feliz. Pero también
quiero que estés a salvo. Reunirte con Amo a espaldas de todos es un
riesgo.
—Mamá, Amo no me hará daño. Confío absolutamente en él.
Mamá apretó los labios en una sonrisa tensa.
Me encogí de hombros.
—Y pensabas que Nevio era el único alborotador. —Mamá se rio—.
Pero Nevio está causando estragos por cualquier razón menos por amor.
—El resultado final es el mismo. El amor puede ser tan destructivo
como el odio.
26
Amo
Pasé la noche en la casa Trevisan. Me recordó un poco al santuario de
Greta, pero la familia de Maximus solo tenía perros, en su mayoría pitbulls,
staffordshire terrier, bulldogs y rottweiler. Según la solicitud de Maximus,
no me uní a la tortura, ni su padre ni su hermano. Romero y Maximus
habían llevado a los rusos a una de las perreras al final de las instalaciones,
pero los gritos llegaron hasta el porche donde estaba sentado con Primo y
Growl. Los perros en sus recintos y casas aullaron y ladraron.
—Suena como si quisieran unirse —comenté.
Solo cinco perros vivían en la casa con la familia. El resto no estaba
lo suficientemente domesticado o era demasiado peligroso.
—Maximus sabe bien que no debe usar a los perros para torturar. Ya
han probado suficiente sangre en sus vidas. —Cara, la esposa de Growl,
salió al porche, envuelta en una manta de lana.
Su mirada buscó la distancia como si estuviera intentando ver lo que
estaba pasando.
Growl se puso de pie y caminó hacia ella. Tomó su hombro.
—Deberías volver a entrar. No deberías escuchar esto.
—También lo escucho adentro.
—Pero adentro no verás a Maximus una vez que haya terminado. No
creo que quieras verlo así —dijo Growl.
—Ryan, no me importa si está cubierto de sangre. Estaré ahí para mi
hijo cuando me necesite. —Growl asintió y condujo a Cara a una de las
cómodas sillas de mimbre.
Maximus no regresó hasta las primeras horas de la mañana. Palmeé su
hombro cuando entró a la casa para ir a la cama. Romero estaba cerca detrás
de él. Ninguno estaba de humor para hablar, no que fuera ninguna sorpresa.
Growl, Primo y yo fuimos a la perrera y limpiamos el desorden que quedó.
***
***
***
Durante los siguientes diez días, no me separé del lado de Greta, pero
era hora de arreglar las cosas en la Famiglia. Nuestros soldados
comenzaban a impacientarse, ansiosos por una explicación de los muchos
arrestos. Antonaci y siete de sus soldados esperaban su castigo en nuestras
celdas de la Famiglia. Los rumores circulaban, especialmente por la
desaparición de Cressida. El cuerpo no había sido encontrado. Asumí que
Nevio la había cortado en pedazos pequeños.
—No te preocupes por mí —me aseguró Greta por centésima vez. Al
principio, me negué a dejarla en Las Vegas, especialmente menos de una
semana antes de Navidad. Pero mi padre había insistido en que tenía que
estar allí durante la reunión probablemente más sangrienta en la historia de
la Famiglia. Sabía que tenía razón.
—Aquí está a salvo —me aseguró Nino.
—Nos aseguraremos de ello —dijo Savio.
Remo había aumentado la protección alrededor de la mansión. Había
dormido en el hospital durante las últimas dos semanas, solo separándome
de Greta cuando iba al baño o me duchaba.
Dejarla ahora se sentía mal.
Adamo tomó mi hombro. Había llegado hacía unos días con su mujer
y su hijo, y vendría a Nueva York conmigo, Fabiano, Remo y Nevio. El
resto se quedaría en Las Vegas para proteger a las mujeres y los niños.
—Ve —susurró Greta. La besé suavemente a pesar de todos los que
nos rodeaban. De todos modos, Nevio no estaba presente. Intentaba
evitarme, lo que resultaba difícil. No estaba seguro de cómo estaban las
cosas entre él y Greta en este momento, pero tenía la sensación de que la
tensión entre ellos no estaba ayudando a sanar a Greta.
—Volveré pronto.
Seguí a Remo, Adamo y Fabiano afuera. Nevio ya estaba en el auto.
Nos esperaban tiempos tumultuosos. La paz no sucedería fácilmente en la
mente de nuestros soldados. Pero muchos estarían dispuestos a aceptarlo
porque significaba más seguridad para sus familias y más dinero en sus
bolsillos.
Adamo se sentó a mi lado.
—No pensé que tendría la oportunidad de regresar a Nueva York tan
rápido y desearía que no fuera para tal ocasión. De hecho, espero que esto
conduzca a la paz.
—Habrá paz porque Greta y yo vamos a casarnos.
Adamo sacudió la cabeza con una risita.
—No puedo creer que vamos a convertirnos en familia. ¿Ya le
preguntaste a Remo?
Miré al Capo Falcone. Estaba mirando por la ventana, pero se volvió
hacia nosotros como si pudiera sentir que hablábamos de él. Nuestras
interacciones habían sido civilizadas. No nos convertiríamos en una familia
milagrosamente, pero nos las arreglaríamos para llevarnos bien.
—No. No pediré aprobación. Greta será mi esposa.
—Por supuesto. Lo entiendo. He chocado con Remo en el pasado. No
estamos de acuerdo en muchas cosas. Pero Remo será tu suegro. Greta lo
ama, y él la ama a ella. Una vez que termine la parte sangrienta de este
acuerdo de paz, tendrás que encontrar una manera de hacer las paces con él.
Pedir su mano podría ser un comienzo.
—Créeme, si dice que no y de todos modos me caso con ella, no será
un buen comienzo.
—No dirá que no.
Le di a Adamo una mirada dubitativa. Nos habíamos unido hace
muchos años durante su estadía en Nueva York por el motocross. Era un
corredor ávido. Pero una vez que regresó a Las Vegas, nuestro contacto
había cesado. Era diez años mayor, así que esta había sido una de las
razones. Hasta ahora era el único hombre Falcone al que no me importaba
llamar familia algún día.
—¿Estamos hablando del mismo hombre?
—No dirá que no porque Greta tomó su decisión y no se arriesgará a
perderla como los padres de Serafina la perdieron.
Tal vez Adamo tenía razón. Cruzaría ese puente desagradable más
tarde. Ahora me esperaba otra tarea difícil.
***
Papá nos esperaba en el aeropuerto. El jet privado tenía un hangar
separado para que los transeúntes no estuvieran cerca, lo cual era bueno
considerando que papá tenía diez soldados como séquito. Que Matteo no
estuviera con él no era buena señal. Aún estaba sediento de sangre por lo
que les había pasado a Isabella y Gianna.
Remo hizo un gesto a los hombres reunidos.
—Esto no me parece el comienzo de la paz.
—Las cosas aún están tensas —dije y con un movimiento de cabeza
hacia Nevio, que tenía la mano en su arma—. Y si no te mantienes bajo
control, se pondrán aún más tensas.
Me dirigí a papá. Para mi sorpresa, Maximus estaba allí. Le di a mi
amigo un asentimiento breve antes de detenerme frente a papá.
—¿Por qué todo esto?
—Más vale prevenir que lamentar. Ha habido demasiada mala sangre.
Quiero hablar con Remo antes de bajar las medidas de seguridad.
—Luca —saludó Adamo con una sonrisa tensa. Extendió su mano y
papá la tomó. Después de eso, Fabiano le estrechó la mano brevemente, lo
que me sorprendió. Nunca se habían apreciado. Esta era una señal. Le daría
las gracias a Fabiano más tarde.
Remo y Nevio no se molestaron en cortesías, y no esperaba que lo
hicieran.
—Nos encontremos de nuevo. Espero que esta vez tu invitación no
sea una emboscada —dijo Remo.
—Tu hijo salió ileso de mi territorio después de matar a Cressida. Si
te quisiera muerto, él habría muerto ese día.
Nevio resopló, dándole a papá una sonrisa desafiante.
—No me habrías atrapado. Deberías estar agradecido de que solo la
maté a ella y no al resto.
La mandíbula de papá se apretó.
—La razón por la que la mataste es porque Amo y yo dimos nuestro
permiso, no lo olvides.
Nevio se metió en la cara de papá, con un destello de locura en esos
ojos oscuros.
—De cualquier manera la habría matado. Y la mataría una y otra vez
si pudiera. Mataría a todos los hijos de puta que estén remotamente
relacionados con esa perra si no fuera por los sentimientos de Greta por él.
Quizás lo haga algún día. Si quieres intentar matarme por eso, buena suerte.
Actúo por rabia lunática.
Papá sonrió como si Nevio fuera una mosca molesta que no valía la
pena.
—Créeme, lo sé. —Deseé tener esa habilidad para mantener la calma
ante su locura, pero Nevio aún lograba irritarme.
Ese tipo tenía la fuerza destructiva de una bomba atómica. Remo era
un maldito loco.
Pero Nevio hacía ver a su padre como un jodido monaguillo.
Si no fuera por Greta, ahogaría mi aversión. Pero por ella todos
tragaríamos muchas pastillas difíciles. Convertirse en una verdadera familia
sería un camino largo y lleno de baches, y no estaba seguro si todos
llegaríamos al final.
***
***
***
Amo
Era la primera vez que estas palabras salían de mis labios y se sintió
como si marcaran un comienzo nuevo, borrando los muchos giros
equivocados que había tomado en el pasado. No tenía duda de que Greta era
el camino que estaba destinado a seguir.
Se cubrió la boca con los dedos y tragó audiblemente, antes de
finalmente asentir.
—Sí. ¡Sí!
Empujé el anillo en su dedo, aliviado cuando encajó perfectamente.
Ni siquiera lo hice modificar.
Me topé con él por casualidad como me topé con la bailarina
hermosa. Me puse de pie y envolví mis brazos alrededor de la cintura de
Greta, levantándola del suelo con tanto cuidado como pude. Sus brazos
serpentearon alrededor de mi cuello y nos besamos. Después de un rato nos
separamos.
—Pensé que tal vez podríamos casarnos este mayo. En ese entonces,
deberías estar lo suficientemente curada como para caminar por el pasillo
sin problemas. Por supuesto, tampoco me importaría cargarte, pero supongo
que no es así como te imaginaste el día de tu boda.
Greta me dio una sonrisa tímida.
—Nunca imaginé mi boda.
Mis cejas se elevaron.
—Eso es un golpe a mi confianza.
Se rio.
—Nunca me permití soñar con eso porque parecía fuera de mi
alcance.
—Ya no lo está. Nos podemos casar. Nuestros padres acordaron la
paz. La Famiglia respalda la decisión y probablemente la Camorra tampoco
dudará de la decisión de tu padre.
Greta entrecerró los ojos pensativamente.
—¿Tuviste que matar a muchos para que esto sucediera?
—Algunos tuvieron que morir, pero la mayoría de los tradicionalistas
nos permitieron persuadirlos con ciertas concesiones.
—¿Concesiones?
Me encogí de hombros.
—Se aferran a sus tradiciones, de ahí el nombre. Papá accedió a hacer
que las malditas sábanas fueran obligatorias una vez más y a poner un
mayor énfasis en los matrimonios arreglados nuevamente. La santidad del
matrimonio fue un punto importante.
—Entonces, tendremos que presentar las sábanas después de nuestra
noche de bodas.
Hice una mueca.
—Sí, es lo esperado. Tal vez podríamos encontrar una forma de
evitarlo…
Greta sacudió la cabeza resueltamente.
—No. No quiero una exención. Quiero mostrarles a tus hombres que
estoy dispuesta a respetar sus reglas. —Se mordió el labio—. Pero eso
significa que tendrás que esperar antes de que podamos tener sexo.
—De todos modos, habría esperado. Quiero hacer esto bien. Unos
pocos meses más no me matarán.
Greta inclinó la cabeza hacia arriba y yo me incliné para besarla.
—¿Ya hablaste con mis padres?
—Eso es lo siguiente en mi lista. Primero quería preguntarte.
—¿Quieres que te acompañe como apoyo moral?
—Estaré bien. Sigue practicando para poder caminar por el pasillo.
Salí. Kiara aún estaba frente a la puerta.
—Me alegra que ustedes dos se hayan encontrado, incluso si la forma
de estar juntos fue dolorosa.
Bajé la cabeza en agradecimiento.
—¿Dónde puedo encontrar a Remo?
—Te llevaré con él —respondió Nino, apareciendo de la nada.
Le di una sonrisa.
—¿Supongo que aún no se me permite vagar por la mansión por mi
cuenta?
—Acabas de hablar a solas con mi esposa. Esa es una gran muestra de
confianza.
—Estabas cerca.
Nino me dio una sonrisa fría, pero no se veía particularmente
antipático.
—Algunos hábitos son difíciles de perder.
—Estoy de acuerdo, la confianza debe ganarse. Pero ninguna de tus
mujeres estará jamás en peligro a mi alrededor.
Nino no hizo ningún comentario, pero me condujo al área común de
la casa donde se había reunido la mayor parte del clan Falcone. Era una
asamblea caótica. Para colmo, Gemma estaba intentando evitar que su
pequeña hija, que se reía histéricamente, le tirara del cabello.
Aparté la mirada y volví mi atención a Remo.
—¿Puedo hablar contigo? —En ese momento entró Serafina desde
otra habitación—. ¿Y también contigo?
Serafina vino inmediatamente hacia mí y Remo la siguió.
—¿Dónde podemos hablar en privado?
Serafina me dio una sonrisa como si supiera exactamente lo que iba a
decir. El entusiasmo de Remo fue inexistente.
—En esta casa no hay secretos. Bien podrías hacer la pregunta aquí
mismo y ahorrarnos los recuentos menos precisos más adelante —dijo
Savio. Gemma empujó a la niña hacia
Savio para poder rebotarla en su pierna y calmarla.
Me encogí de hombros.
—Le pedí la mano a Greta y me dijo que sí.
—Algunos podrían considerar una falta de respeto no preguntarme
primero como su padre.
—Esa es una regla que seguimos en la Famiglia, pero sé que son más
progresista en la Camorra, así que intenté adaptarme a tus costumbres
locales.
Remo me dio una sonrisa aguda.
—Ahh, ya estás siendo grosero cuando la tinta de nuestra tregua aún
no se ha secado.
Serafina tomó mi brazo y me dedicó una sonrisa cálida.
—Me alegra por ti y por Greta. Ahora será mejor que la hagas feliz.
—Este no es el regalo de Navidad que esperaba —murmuró Remo.
Nevio se acercó a mí, y no pude evitar ser cauteloso. Recordaba cómo
nos había separado a Greta y a mí la última vez.
—Ya escuchaste a mi madre. Sé bueno con ella o seré muy
desagradable. —No volvió a mencionar sus acciones en el escenario, y no
tenía por qué hacerlo. Recordaría ese encuentro toda mi vida, por varias
razones.
—¿Esta vez no clavarás ningún cuchillo en mi costado?
Nevio negó con la cabeza.
—Al menos, no de mí. —Chasqueó la lengua.
—Estoy seguro de que hay suficientes personas por ahí a las que les
encantaría apuñalarlo —dijo Massimo secamente.
—Será familia. Supongo que tendré que protegerlo —comentó Nevio.
Mis labios se curvaron en una sonrisa condescendiente.
—Gracias, puedo protegerme. Mientras mantengas tus arrebatos locos
lejos de mí, estaré bien.
Enseñó los dientes en esa loca sonrisa suya.
—Haré todo lo posible.
El sonido de unas muletas llegó hasta nosotros y un momento después
entró Greta con Kiara.
—¿Todo bien aquí? —Miró entre su padre, su hermano y yo.
Remo pasó junto a mí y la besó en la frente.
—Ahora tendré que asegurarme de que Nueva York sea un lugar
seguro para ti.
Greta sonrió y lo abrazó.
37
Greta
Una vez que me quitaron el yeso y el médico me autorizó a viajar,
seis semanas después del ataque, papá me permitió volar a Nueva York por
primera vez.
Amo tuvo que volar de regreso a Nueva York hace una semana, lo que
me costó bastante convencerlo, pero necesitaba mostrar presencia en la
Famiglia. Esta sería la primera vez que conocería a su familia y su mejor
amigo. Estaba nerviosa, pero también emocionada. Aún era difícil
comprender que Nueva York sería pronto mi hogar.
Mamá me acompañó en el vuelo y por eso papá también. Mamá
quería ayudar a Aria con los preparativos de la boda, ya que aún no estaba
lo suficientemente en forma para correr de un lugar a otro. Estuve feliz de
darles tanta libertad con sus decisiones como quisieran. Mamá conocía mi
estilo, así que estaba segura de que estaría feliz con el resultado. Papá se
reuniría con Luca para su primer encuentro como futuros suegros. El
pensamiento aún parecía extraño y estaba un poco preocupada por su
encuentro, aunque papá me había asegurado que estaría bien.
Amo nos esperó en el aeropuerto. Aún necesitaba usar muletas,
aunque podía caminar unos pasos sin ellas. Doblar la rodilla todavía era
difícil y tomaría semanas de más fisioterapia antes de que pudiera caminar
sin una cojera notoria.
Amo me levantó del suelo cuando me alcanzó y me besó. Sentí una
sensación de absoluta felicidad inmediatamente que me permitió olvidar las
dificultades de mi lesión en la rodilla.
Me volvió a bajar, pero no me soltó. Lo había extrañado, así que
estaba ansiosa por su cercanía.
—Mis padres nos esperan para la cena.
—Qué placer —dijo papá. Mamá le dio un codazo en el costado, pero
no reaccionó.
Me senté con Amo en la parte delantera del auto, su mano
sosteniendo la mía. Papá ignoró nuestras muestras de afecto.
Mi ritmo cardíaco se aceleró cuando nos detuvimos frente a la casa
Vitiello. La última vez que había estado allí estaba ansiosa por razones muy
diferentes. Ahora me preocupaba si les caería bien a los Vitiello. Tenía a mi
familia en Las Vegas, pero sabía que la vida en Nueva York sería más fácil
si me llevaba bien con la familia de Amo, sin mencionar que también
significaría mucho para él.
Amo me dio una sonrisa tranquilizadora y me ayudó a salir del auto.
Antes de que llegáramos a los escalones conduciendo a la puerta principal,
esta se abrió y Aria se detuvo en el umbral. Su sonrisa cálida me golpeó
como la luz del sol y alivió mi ansiedad de inmediato. Le sonreí a medida
que Amo me ayudaba a subir las escaleras.
Aria intentó no abrazarme, aunque Amo había mencionado que era de
las que abrazaban. Tal vez una vez que la conociera mejor, podría abrazarla.
—Es tan maravilloso verte de nuevo.
Luca se detuvo detrás de su esposa. Me dio una sonrisa pequeña.
Sabía que era un hombre imponente, alguien que asustaba a muchos, pero
como me recordaba a Amo y porque estaba acostumbrada a mi padre y mi
hermano, en realidad no me sentí recelosa.
—Greta. Bienvenida a nuestra casa.
—Gracias. Es un placer.
Amo me condujo pasando a sus padres a la sala de estar de modo que
nuestros padres pudieran saludarse. Su hermano Valerio, un hombre que
debe ser Maddox, el esposo de Marcella, y ella que estaba muy avanzada en
su embarazo, se sentaban en el sofá. Todos se levantaron cuando entramos.
Incluso Marcella logró levantar rápidamente su barriga notablemente
grande. Al verla, recordé la oferta de mamá. Aún no le había dicho a Amo
de eso. Necesitaba tiempo para procesarlo y decidir qué quería hacer al
respecto. Pero sabía que esto no era algo que pudiera decidir sola.
Marcella se acercó a mí.
—Qué bueno verte. Si alguna vez quieres hablar de la naturaleza
molesta de mi hermano, o cualquier otra cosa, llámame.
—Gracias.
—Me alegra que mi hermano finalmente se case con una mujer
decente.
Maddox empujó a Valerio, quien solo se rio.
—Ignóralo. El filtro entre su cerebro y su boca no funciona. Es un
placer conocerte.
—No me ofendo fácilmente. Mi hermano no tiene ningún tipo de
filtro entre el cerebro y la boca.
—O en su mano —agregó Amo.
Todos nos reímos y me relajé aún más. Me di cuenta de que me
sentiría bienvenida en la familia de Amo. Tal vez no pasaría mucho tiempo
hasta que también se sintiera como mi familia.
***
***
***
Amo
Papá y Remo se sentaron uno frente al otro en los sofás de la
habitación trasera de la iglesia. No estaba seguro de por qué mamá había
pensado que era una buena idea tenerlos conmigo antes de la ceremonia. No
eran el mejor apoyo moral.
El único que había sido algo tolerable fue Matteo, quien había hecho
algunas bromas que habían levantado parte de la tensión. Valerio ya se
había ido corriendo, probablemente para coquetear con las chicas de la
Camorra con las que no tenía por qué estar cerca.
—Es casi la hora —les recordé, esperando que captaran la señal y se
fueran. Remo se levantó, pero caminó hacia mí. Me entregó un par de fotos
impresas. Arqueé una ceja cuando las escaneé. Mostraban una habitación
salpicada de sangre. La cama en el centro era un desastre aún peor. Parecía
como si hubieran sacrificado un cerdo en ella. Pero no era el cadáver de un
animal lo que yacía tirado en la cama.
Si Remo pensó que podía intimidarme con estas imágenes, olvidó
cuál era mi apellido. Había golpeado a un motero hasta convertirlo en
papilla sangrienta con un martillo cuando era adolescente y habíamos
salvado a Marcella.
—Cuando esta noche estés pensando en crear las sábanas sangrientas,
recuerda lo que Nino y yo le hicimos al tío de Kiara en la última gran boda
entre la Camorra y la Famiglia.
Papá también se levantó y sacudió la cabeza.
—¿Tomaste fotos del maldito desastre que creaste en ese entonces?
Se necesitaron semanas para renovar la habitación. Actuaron como salvajes.
—Gracias por las imágenes gratas antes del día más feliz de mi vida.
Remo entrecerró los ojos hacia papá.
—Muchos dirían que es salvaje correrse sobre unas sábanas cubiertas
de sangre virgen.
Apreté los dientes y busqué los ojos de Matteo en el espejo,
intentando darle una señal silenciosa para que sacara a esos dos de la
habitación, o al menos a Remo.
Papá sonrió.
—Estoy medio tentado de llamar a Dante para que nos cuente lo
amable que tomó tu presentación de las sábanas de tu primera noche con
Serafina.
—Al menos presenté sábanas reales.
—Suficiente. —Matteo negó con la cabeza y les entregó dos petacas
—. Tomen algunos tragos de este brebaje especial. Les levantará el ánimo.
—¿Qué hay de mí? El novio suele recibir una petaca.
Matteo guiñó un ojo.
—Necesitas estar alerta. Esta noche es una noche especial, no quiero
que te desmayes demasiado pronto.
Papá olió la petaca, luego entrecerró los ojos hacia Matteo.
—¿Qué es? El olor es familiar.
—Se necesita mucho veneno para matarme —dijo Remo con una
sonrisa torcida a Matteo.
—Ya veremos.
Remo tomó un trago pequeño sosteniendo la mirada de Matteo, luego
sus labios se curvaron.
—Es alcohol ilegal de cannabis. Gianna y yo lo elaboramos como un
experimento hace un tiempo y lo apreciamos. —Volvió a guiñar un ojo.
Tenía el presentimiento de que ya había comenzado con el alcohol ilegal de
cannabis. Si eso aseguraba que no mataría hoy a Alessio, Massimo o Nevio,
no me importaba si también fumaba algunos porros.
—Maldita sea. ¡No consumimos nuestro propio producto! —gruñó
papá.
—No son nuestras cosas. Gianna lo compró a un distribuidor ruso.
Por cierto, dice que sus productos son superiores y más baratos, algo en lo
que tenemos que trabajar.
Remo cerró la tapa de su petaca y me la empujó.
—Los dejaré con sus discusiones sobre el pésimo estado de su
producción de drogas e iré con mi hija.
Sabía que me amenazaría unas cuantas veces más hoy. Probablemente
me hubiera decepcionado si no lo hubiera hecho. Greta merecía ser tratada
como una reina.
Papá se paró detrás de mí y nuestros ojos se encontraron en el espejo.
—No bebas esa cosa. Deberías estar alerta esta noche.
Matteo me dio unas palmaditas en la espalda y me quitó la petaca.
—Tiene razón. Me haré cargo de esto. —Cuando salió, tomó un trago
largo de la petaca.
Papá suspiró.
—Si este día termina sin un baño de sangre, lo llamaré un éxito.
Asentí distraídamente y me alisé la corbata plateada. Papá puso una
mano en mi hombro.
—Me aseguraré de que todos se comporten hoy. Este día es tuyo y de
Greta.
—Gracias, papá.
Palmeó el lugar sobre mi corazón.
—Debí haberte dejado seguir tu corazón. Debí haber sabido que si te
arriesgabas tanto por una mujer, era algo serio. Intenté hacer que priorizaras
el tatuaje sobre tu corazón cuando eso es algo que nunca he hecho desde
que me casé con tu madre.
—El pasado es el pasado. Hoy comenzamos un capítulo nuevo.
Asintió, luego su expresión se convirtió en advertencia.
—No creo que esto sea necesario, pero de todos modos te lo diré.
Trata a tu esposa como una reina esta noche. La Famiglia es el lugar para
perder el control y permitir que salga el monstruo, nunca tu matrimonio o tu
familia.
—Papá, no tienes que decírmelo, porque me lo demostraste toda mi
vida.
Dio un paso atrás con una sonrisa controlada, pero había visto una
pizca de emoción en sus ojos.
Cuando se fue y estuve solo en la habitación, respiré hondo.
Esto era todo. El momento que había esperado demasiado tiempo. Me
casaba con la mujer que amaba con cada fibra de mi ser.
***
Greta
No podía dejar de acariciar su espalda musculosa y respiré
profundamente otra vez, amando el aroma almizclado de Amo mezclándose
con el olor del sexo. Era un aroma tan sensual y erótico.
Si no me hubiera sentido tan dolorida y en carne viva entre mis
piernas, podría haberme excitado de nuevo. En cambio, me concentré en la
sensación de plenitud total. Amo aún estaba dentro de mí, estirándome
hasta un punto que no había creído posible.
El dolor me recordó que esto era real, no otro sueño del que
despertaría. Esta vez Amo realmente me estaba haciendo suya.
Levantó la cabeza y me besó suavemente, su expresión llena de
preocupación a medida que se retiraba lentamente. Mordí mi labio para
sofocar una mueca. Mi cuerpo se relajó cuando estuvo completamente fuera
de mí y respiré temblorosamente. Amo me dio un apretón ligero en el
trasero antes de apartar el brazo. En realidad, había disfrutado su toque allí
y probablemente lo apreciaría en el futuro como un estímulo adicional.
Ahora mi cuerpo necesitaba recuperarse.
Amo acarició mi mejilla, su calidez reconfortante.
—¿Estás bien?
—Sí.
Se retiró y miró la toalla. Sacudió la cabeza.
—Me alegro de haber pensado en la toalla. Esto es solo para nuestros
ojos. —Besó la cicatriz en mi rodilla y luego me limpió suavemente con la
toalla antes de quitarla de debajo de mí y descartarla. Se estiró a mi lado y
me atrajo hacia su pecho.
—La próxima vez será mejor para ti.
—Fue bueno para mí. —Tracé el bíceps de Amo, amando su dureza y
la fuerza detrás del músculo. Curvé mi mano sobre él, preguntándome por
qué me complacía tanto que mi mano pareciera tan pequeña contra su
brazo.
Se apartó para mirarme a la cara, su incredulidad obvia.
—Fue bueno en el sentido de que aprecié el simbolismo del sexo, que
me hiciste tuya.
Los ojos de Amo brillaron con una posesividad oscura que envió un
escalofrío agradable por mi espalda. Otra reacción irrazonable que mostraba
mi cuerpo por Amo. Entonces, una lenta sonrisa irónica tiró de sus labios.
—La próxima vez quiero que aprecies el sexo por el placer
alucinante, no por el simbolismo.
—De cualquier manera será bueno.
Se rio entre dientes y me dio un beso en la frente.
—No puedo decirte lo jodidamente feliz que estoy sabiendo que
escucharé tus comentarios originales toda mi vida.
—Aún no puedo creerlo. —Otro pensamiento cruzó mi mente—.
Pero, ¿qué vas a hacer con las sábanas?
—Supongo que continuaré con el legado de papá y crearé una nueva
tradición Vitiello.
—Te vas a cortar, ¿verdad?
Asintió.
—Podrías haberte ahorrado el dolor si hubieras usado mi sangre y no
hubieras puesto la toalla debajo de mí.
Acunó mi rostro.
—No quería compartir ni siquiera esta mínima parte de ti con el
mundo.
Fruncí el ceño.
—¿Te das cuenta de que muchas personas han visto antes mi sangre?
—La sangre de una primera vez no era diferente a la sangre de un corte u
otra herida.
Amo se rio, una bulliciosa carcajada profunda que me calentó por
dentro.
—Ah, Greta. No puedo esperar para pasar mi vida contigo.
Me encogí de hombros y presioné mi mejilla contra su pecho.
—Si te sientes posesivo con mi sangre, esto podría causar bastantes
problemas en el futuro. A menos que obtengas una educación médica y me
trates tú mismo. —Mordí mi labio. Ahora estaba bromeando con él, pero no
pude resistirme.
—Si eso es lo que se necesita —murmuró, luego su voz se volvió más
dura y baja—. Pero me aseguraré de que nunca sufras una herida, ni
siquiera un jodido corte de papel. —Abrí la boca para protestar, pero
presionó su dedo contra mis labios—. No quiero saber las estadísticas ni
ningún hecho.
—Está bien —susurré contra su piel y luego besé su dedo. Cerré los
ojos y respiré su aroma reconfortante.
***
***
***
Anclé nuestro yate cerca de una bahía que se suponía era una de las
más hermosas de Ibiza. Habíamos estado navegando por el Mediterráneo
durante las últimas veinticuatro horas. Me dirigí hacia la proa del bote y
observé a la gente arremolinándose en la playa o chapoteando en el océano
azul claro.
Muchos de ellos estaban completamente desnudos. Después de todo,
esto era Ibiza. Sacudí la cabeza con una sonrisa irónica. Sonaron unos pasos
suaves y mi sonrisa se amplió.
—No veo la hora de darme un chapuzón —dijo Greta. Me alegraba
que Remo hubiera insistido en que aprendiera a nadar después de saltar al
Hudson. Me volteé y me congelé. Greta estaba completamente desnuda,
cada centímetro precioso de ella. Sus pezones oscuros erizados, y el
triángulo de rizos suaves en su montículo provocándome.
—¿Pensé que querías ir a la playa? —dije, incapaz de apartar mis ojos
de mi esposa hermosa.
Asintió, su mirada pasando de mí a la costa.
—Es una playa nudista.
La posesividad asomó su cabeza furiosa.
—No vas a caminar desnuda frente a nadie más que yo.
Inclinó la cabeza de esa manera pensativa suya, sus cejas oscuras
frunciéndose y una sonrisa jugueteando alrededor de su boca en forma de
corazón.
—Solo es piel y vello corporal. No significa nada. No cambia que soy
tuya.
Caminé hacia ella y agarré su rostro entre mis manos antes de
plantarle un beso en la boca.
—Mía. Solo mía. No quiero que nadie te vea excepto yo.
—Amo —comenzó Greta, pero la silencié con otro beso antes de
bajar la cabeza y agarrar un pezón entre mis labios, chupar con fuerza y
luego susurrar:
—Mía. —Me hundí de rodillas y dejé besos en cada centímetro de su
vientre y luego más abajo—. Mía.
Se apoyó contra la barandilla, agarrándose a mi cabeza, y sus labios
se abrieron en un gemido suave cuando mi lengua se sumergió entre sus
pliegues para disfrutar mi primera probada del día. La provoqué así por un
tiempo, solo revoloteando ligeramente sobre su protuberancia sensible, sin
darle nunca lo que necesitaba.
Me retiré y miré sus ojos cubiertos de lujuria.
—Monta mi cara.
Sus dedos alrededor de la barandilla se apretaron y se puso de
puntillas, los músculos de sus piernas se tensaron antes de que bajara su
coño completamente a mi boca expectante.
La suavidad de su coño contra mi boca me hizo gemir. Greta gimió
suavemente cuando acaricié sus labios hinchados antes de separarlos,
queriendo probarla aún más profundo.
Al momento en que su dulzura floreció en mi lengua, mi polla se
contrajo y gemí.
—Amo —susurró con asombro como siempre lo hacía cuando
adoraba su coño, lo que hacía muy a menudo. Me encantaba todo al
devorarla así, su sabor, la suavidad de sus pliegues, sus gemidos, sus jugos
inundándola cuando se corría—. Me encanta cuando haces esto. Todo mi
cuerpo se siente como si fuera a romperse en un millón de pedazos por las
sensaciones, pero no tengo miedo, porque sé que me mantendrás unida.
Lo haría, hasta mi último aliento. Mi lengua se movió más rápido y
Greta comenzó a balancearse, casi como si estuviera en trance. Soltó la
barandilla, balanceándose de puntillas por un momento, casi suspendida en
el aire antes de que mis manos se levantaran y nuestros dedos se
entrelazaran. Cerró los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás, confiando
en mí para sostenerla a medida que le daba placer. Se acomodó por
completo en mi cara, permitiendo que mis labios envolvieran su coño por
completo y que mi lengua la follara profundamente. Arqueó la espalda, sus
dedos apretándose contra los míos y un grito escapó de su cuerpo que no
había creído posible en alguien de aspecto tan frágil. Se balanceó adelante y
atrás, y su lujuria escurrió en mi lengua. Lo lamí con entusiasmo hasta que
su balanceo disminuyó y finalmente se detuvo por completo. Besé cada
centímetro de su coño y la parte interna de sus muslos antes de dejar que se
recostara contra la barandilla.
Me puse de pie y empujé hacia abajo mis calzoncillos, luego los pateé
lejos sin cuidado. Levanté a Greta sobre la barandilla y separé sus piernas
con mis caderas. Se aferró a mis hombros, su mirada hundiéndose en mi
polla que frotaba a lo largo de sus pliegues. La provoqué durante un rato
antes de entrar en ella solo con la punta. Contuvo la respiración como las
dos primeras veces que tuvimos sexo. Aún se sentía tan increíblemente
apretada que necesitaba de cada pizca de control que poseía para causarle el
menor dolor posible, pero me instó a seguir con sus talones en mi trasero
hasta que me enterré completamente dentro de ella.
Ambos gemimos y nos quedamos así por un momento. Agarré el
trasero de Greta, amando la sensación en mis palmas a medida que la
levantaba de la barandilla.
Me encantaba que fuera mucho más pequeña que yo y que pudiera
llevarla en mis brazos con mi polla enterrada profundamente dentro de ella.
Sosteniéndola, encontré mi equilibrio antes de comenzar a embestirla desde
abajo. Mis brazos ayudaron a Greta a rebotar de arriba hacia abajo sobre mi
polla, llevándola profundamente dentro de ella. Con la luz del sol en nuestra
piel y el susurro suave del océano, esto se sintió como un sueño, uno del
que nunca quería despertar.
Greta
Me aferré a Amo mientras se empujaba más profundo que antes. Esta
solo era mi tercera vez y mi cuerpo aún no estaba acostumbrado a la
penetración.
Mis ojos se abrieron ante otra estocada aún más profunda. La
sensación de estiramiento era intensa, dolorosa, pero debajo de la
incomodidad se acumulaba el placer.
Con un beso abrasador, Amo avanzó hacia el área del salón del yate y
me bajó en el sofá, sin nunca salir de mí. Una vez que nos instalamos en el
cuero suave, comenzó a empujar dentro de mí a un ritmo más rápido. Clavé
mis dedos en sus hombros, concentrándome en los picos de placer entre las
punzadas.
Cada gemido de mis labios pareció estimular a Amo y lo hizo acelerar
aún más. Me miró a la cara a medida que empujaba hacia arriba la mitad de
su cuerpo y metía una mano entre nosotros. Empezó a frotar mi clítoris
mientras bombeaba dentro de mí.
Me encantó la sensación del cuerpo de Amo encima de mí, su fuerza
absoluta, el poder detrás de cada embestida.
—Quiero que esta vez te corras —gruñó.
También quería eso, pero no estaba segura si iba a suceder. Amo
disminuyó la velocidad y me besó dulcemente, su lengua jugueteando con
la mía. Empujó hacia arriba, saliendo de mí y rodó sobre su espalda.
—Siéntate en mi cara.
Subí por su cuerpo hasta que me cerní sobre su boca. Agarrándome a
una barandilla, me acerqué a la boca de Amo. Dejé escapar un gemido bajo
cuando su lengua me separó, acariciando mi carne ya sensible. Apoyé mis
brazos en la barandilla y puse mi barbilla sobre ella, mis ojos en las olas
brillantes mientras sucumbía a las burlas placenteras de Amo. Su lengua era
casi juguetona, alternando entre una presión firme y caricias ligeras como
plumas que hacían que los dedos de mis pies se curvaran de la mejor
manera.
Apenas me moví, demasiado atrapada en el placer. Las palmas de
Amo amasaron mi trasero, masajeando mis nalgas a medida que guiaba mis
movimientos. Apreté mis ojos cerrados, mis gemidos reverberando a través
de mi cuerpo.
—¡Amo!
Me estaba acercando más y más. Amo me levantó de su cara.
—Deslízate hacia abajo. —Con su ayuda, me deslicé por su cuerpo
hasta que su punta presionó contra mi abertura. Mi necesidad era demasiado
grande para vacilar. Me hundí casi todo el camino. Mi cuerpo comenzando
a temblar, dividido entre el dolor y el placer. Amo humedeció su pulgar y
presionó contra mi clítoris mientras movía mis caderas. Pronto mis
movimientos se volvieron aún más frenéticos, llevándome lentamente más
abajo y cuando me acomodé completamente en la pelvis de Amo, él empujó
hacia arriba, agarrando mi pezón entre sus labios para un tirón fuerte a
medida que su pulgar rozaba mi clítoris, y el placer recorrió mi cuerpo.
Grité, mis ojos se cerraron con fuerza.
Siguió empujando hacia arriba cuando ya no pude moverme,
demasiado abrumada por las sensaciones y luego él también se corrió con
un gemido. Me desplomé sobre él, mi respiración laboriosa.
Sonreí. Amo me abrazó con fuerza y durante el resto del día no
hicimos nada más que descansar en el sofá o darnos un chapuzón en el
océano. Fue más perfecto de lo que jamás podría haber imaginado. Esto aún
se sentía como un sueño, como si estuviéramos atrapados en otra
dimensión, lejos de la realidad.
Sabía que las cosas no siempre serían así. En ocasiones sentiría
nostalgia, extrañaría a mi familia, pero encontraría mi lugar en Nueva York.
La mayoría de las personas me habían recibido calurosamente hasta el
momento, y tenía a mis cuatro perros conmigo. Una vez que las cosas se
calmaran, iría en busca de más animales que necesitaran mi ayuda.
Nuestra vida juntos solo acababa de comenzar y estaba emocionada
por ello.
41
Amo
Greta y yo llevábamos casados dos meses. La vida había vuelto a la
normalidad, o lo que ahora era mi nueva normalidad: regresar a un hogar
acogedor todas las noches después del trabajo.
Las puertas del ascensor se abrieron e inmediatamente fui emboscado
por Bear, Teacup, Momo y Dotty. Nunca quise tener animales, puse los ojos
en blanco cuando Marcella adoptó perros del refugio de Growl, y ahora
aquí estaba con mi propia manada. Eran la razón por la que buscábamos
una casa adosada con jardín. Un apartamento en Manhattan no era el lugar
adecuado para ellos.
Los acaricié y me dirigí a la cocina. Greta estaba vestida con un tutú y
preparando la cena mientras hablaba con alguien por teléfono. Me dio una
sonrisa rápida y señaló el teléfono con una mirada de disculpa. Levantó dos
dedos. Podría esperar dos minutos. Asentí y me apoyé en la encimera de la
cocina, sirviéndome una copa del vino tinto que Greta ya había abierto para
que pudiera respirar.
Sabía que había estado practicando ballet en secreto cuando yo no
estaba en casa. Aún no quería bailar frente a mí, no estaba contenta con su
actuación. No podía esperar a verla bailar de nuevo, pero no iba a
presionarla. Estaba feliz de que ella pareciera adaptarse mucho mejor de lo
que temía. Se llevaba muy bien con Sara, y con el resto de los Trevisan. Mi
madre la adoraba totalmente y prácticamente la veía como otra hija, e
incluso Marcella y Greta se unieron por su amor compartido por las bestias
peligrosas, en forma humana y animal. De todos modos, Marcella se había
ablandado desde que dio a luz. Algo extraño de presenciar.
Intenté imaginar a Greta como madre. Y el pensamiento siempre me
hizo sonreír. No habíamos decidido cuándo formar nuestra propia familia,
pero necesitábamos más tiempo juntos y que nuestras familias se adaptaran
a la nueva situación.
Greta finalmente terminó la llamada y saltó hacia mí, dándome un
beso. Capté el indicio de preocupación en sus ojos.
—Déjame adivinar, ¿tu hermano lo arruinó otra vez?
—No peor que antes. Es imposible hablar con él.
—Tiene suerte de que Aurora huyera a ti y no a sus padres.
—Nunca puedes mencionárselo a Fabiano ni a nadie.
—Lo juré. —Acaricié su cabello lejos de su cara—. No puedes salvar
a todos, especialmente a tu hermano.
—Lo sé, pero Nevio necesita a alguien.
Nevio necesitaba por lo menos un exorcista.
—¿Cuándo volverás a ver a Aurora?
—Mañana en el gimnasio de Gianna. Vamos a hacer yoga juntas.
El lío de Nevio tuvo al menos una cosa buena. Greta tenía a Aurora
como un rostro familiar en Nueva York, al menos por un tiempo, y mamá
tenía a alguien a quien adorar ahora que Valerio se había mudado.
—Si quieres, también puedes invitarla a los Hampton. Puede pasar
tiempo contigo, Sara e Isabella cuando vaya en moto acuática con
Maximus.
—¿En serio?
—En serio. —La besé y luego me arriesgué a echar un vistazo a la
olla. Era una especie de sopa cremosa con ñoquis—. ¿Crema de soya? —
Mis labios se curvaron.
Greta frunció los labios.
—Esta vez probé una crema a base de coco. Y los ñoquis son caseros
ya que no te gustaron los últimos veganos que compré.
Suspiré.
—Me encanta todo de ti, excepto tu ética alimentaria.
—Puedes comer carne, huevos y queso cuando quieras, pero no
quiero prepararlos. —Entrecerró los ojos de manera juguetona—. Y apuesto
a que comiste un perrito caliente de emergencia de camino a casa.
Sonreí. Maximus, Matteo e incluso papá se habían encargado de
proporcionarme refrigerios y almuerzos carnosos durante la jornada laboral.
—Me gusta la carne. Sabes que no soy un hombre bueno, y comer
carne es uno de mis pecados menos graves.
Negó con la cabeza.
—¿Quieres probar mi sopa de ñoquis?
—Sabes que siempre lo hago. Y si no es comestible, lo acompañaré
con mucho vino. —Besé su boca indignada para suavizar el impacto de mis
palabras y luego la ayudé a poner la mesa. Incluso si tenía que comer tofu
revuelto, escalope de seitán y helado de soya por el resto de mi vida,
seguiría siendo el imbécil más feliz del mundo.
***
—Estoy lista —dijo Greta con una sonrisa nerviosa mientras tomaba
mi mano y me conducía hacia la sala de ballet que había instalado en
nuestra nueva casa. Nos habíamos mudado hace unos días y aún no
habíamos desempacado la mayoría de nuestras cajas. Este año
celebraríamos la Navidad en Las Vegas y nuestro vuelo salía por la mañana,
así que no nos apresuramos a desempacar—. He estado practicando todos
los días. Espero que te guste.
—Me encantará —dije cuando Greta soltó mi mano para caminar
hacia el centro de la habitación. No había querido nada para Navidad
excepto un baile de ella y hoy por fin me cumpliría mi deseo.
Mi boca se secó a medida que la observaba. No estaba seguro de por
qué Greta había esperado tanto para bailar para mí. Era la perfección pura
mientras giraba y doblaba su cuerpo al ritmo de la música. Era gracia y
pasión envueltas en una. Si su rodilla le dio problemas, no lo mostró.
Podría haberla observado para siempre, especialmente la felicidad
absoluta y pasión en su rostro mientras se entregaba a la música.
Cuando la nota final se desvaneció, se enderezó desde donde se había
inclinado. Sus ojos brillando con emoción, y luego esperanza.
—Es el mejor regalo de Navidad que podría pedir.
Sonrió ampliamente.
—Se siente increíble bailar otra vez.
Se dirigió a la barra del espejo.
—Aún tengo problemas para sostener el grand plie por mucho tiempo
y, a veces, me dan calambres en las piernas si estoy de puntillas por mucho
tiempo, pero estoy mejorando cada día. —Me mostró a qué movimientos se
refería, completamente en su elemento. Levantó una pierna a medida que se
ponía de puntillas, y me distrajo momentáneamente la forma en que su
tanga encajó entre sus nalgas. Me estaba mirando en el espejo cuando bajó
la pierna al suelo. Me acerqué a ella como un león hambriento. Sus pezones
se fruncieron debajo de su leotardo. No llevaba medias ni sujetador. Y
aparentemente, recibiría otro regalo. Todas mis fantasías sobre reclamar a
Greta con su traje de ballet finalmente se harían realidad.
Me acerqué por detrás y tomé su cintura esbelta, elevándome sobre
ella en el espejo.
—Levanta la pierna.
Levantó la pierna con un movimiento elegante y apoyó el tobillo en la
barra. Esta posición me permitió ver cómo la entrepierna de su leotardo
encajaba entre su coño. Se me hizo la boca agua. Caí de rodillas, empujé su
tanga de leotardo a un lado y la lamí por detrás, amando el acceso que me
daba este movimiento de ballet. Podía sentir a Greta observándome comerla
en el espejo.
No le di a su pierna la oportunidad de ceder por la tensión. La conduje
hacia su orgasmo a gran velocidad, demasiado ansioso por follármela frente
a los espejos.
Se corrió en mi boca, su clítoris pequeño latiendo feroz contra mi
labio, sus jugos escurriendo en mi lengua.
Sus dedos alrededor de las barras estaban blancos, sus ojos cerrados a
medida que disfrutaba del placer. Presioné un beso en los labios hinchados
de su coño antes de deslizarme hacia atrás y ponerme de pie.
Me desabroché los pantalones y liberé mi polla. Greta aún tenía los
ojos cerrados y su pecho estaba agitado, sus pezones duros.
Se había apoyado sobre la planta de su pie, con una pierna aún
suspendida en la barra.
—Vuelve a ponerte de puntillas —dije bruscamente.
Lo hizo sin dudarlo, pero cuando se movió para bajar la pierna, tomé
su pantorrilla.
—Esta se queda arriba.
Se mordió el labio inferior a medida que guiaba mi punta hacia su
abertura, ampliando mi postura para poder alcanzarla. Froté mi punta sobre
su abertura resbaladiza antes de empujar mi punta. Sus labios se separaron
en un gemido silencioso. Bajé la mirada, amando la vista de mi punta gorda
enterrada en el hermoso coño de Greta, cómo le dio la bienvenida a mi polla
a pesar de que parecía que nunca encajaría. La incomodidad llenó su rostro
y acaricié su pantorrilla y muslo, pero no me detuve.
Empujé más profundo, gimiendo cuando mi punta terminó apretada y
acariciada por las paredes internas de Greta. Los dedos de Greta se
apretaron aún más alrededor de la barra e incliné su cabeza hacia atrás y
bajé mi boca hacia la suya mientras la llenaba por completo. Nos besamos
un rato antes de retirarme, incapaz de resistir la necesidad de ver mi polla
enterrada en ella.
Este acto crudo reclamando a Greta fue lo más sexy que hubiera visto
en mi vida.
Soltó un suspiro tembloroso. Sus músculos apretando su agarre
brevemente, haciéndome apretar los dientes antes de que se aflojaran.
Siempre se sentía apretada alrededor de mí, pero sabía que ahora podía
moverme.
—Se siente tan bien. No te detengas.
Pronto, se tornó aún más resbaladiza mientras entraba y salía
lentamente. Mi polla brillaba con sus jugos y aceleré. Envolví mis brazos
con fuerza alrededor del pecho de Greta a medida que bombeaba en ella. En
el espejo observé el rostro lleno de lujuria de Greta, sus pezones diminutos
frunciéndose contra el material transparente de su leotardo y mi polla
reclamando su dulce coño.
Llegamos al mismo tiempo y ambos caímos al suelo sin aliento, Greta
en mi regazo.
—He querido hacer esto desde la primera vez que te vi en tu tutú —
dije con voz áspera.
—¿Ya me deseabas en ese entonces?
—Oh, sí. Estaba completamente obsesionado desde el primer
segundo. Nunca creí en el amor a primera vista, pero me convertiste.
Greta se rio, su expresión dudosa.
—Suena como lujuria a primera vista.
—Créeme, no solo era lujuria. He sentido antes lujuria, pero lo que
sentí cuando te vi fue mucho más poderoso y aterrador.
—Entonces, ¿te asusté al principio?
Me reí.
—Podría decirse. Fue una experiencia nueva. ¿Eso te sorprende?
Sonrió descaradamente.
—En realidad, no. Soy una Falcone.
Me reí y estrellé mis labios contra los de ella. Después de un
momento me retiré.
—Ahora eres una Vitiello. —Nunca me cansaría de escuchar a
alguien llamarla Greta Vitiello, especialmente alrededor de Remo o Nevio.
Inclinó la cabeza, sus ojos suaves y cariñosos.
—Soy ambas.
Sabía que su corazón siempre estaría dividido entre Las Vegas y
Nueva York, y eso estaba bien. El corazón de Greta era lo suficientemente
grande para su familia y para mí. Y siempre estaría agradecido de que
hubiera abierto su corazón por mí.
Epílogo
Greta