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Sinopsis
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Epílogo
Sobre la autora
Sinopsis
Amo
¿Crees en el amor a primera vista? ¿En un amor tan fuerte y brillante,
que te ilumina incluso en tus horas más oscuras? ¿Crees que en algún lugar
de este mundo hay alguien que está destinado a ser tu otra mitad? ¿Tu alma
gemela?
No lo hacía.
Hasta que la conocí.
Greta Falcone.
La princesa sobreprotegida de la Camorra. Está prohibida para mí.
Greta
Mi amor por mi familia y mis animales era todo lo que necesitaba.
Nunca pensé que me enamoraría. Hasta que lo conocí.
Amo Vitiello. Futuro Capo de la Famiglia. Cruel y frío. Las sonrisas
que tiene solo para mí calman el caos en mi cabeza.
¿Y si encuentras a tu alma gemela en el momento equivocado?
Conocía a los hombres más crueles y, sin embargo, nada podría ser
más cruel que el destino mismo.

Sins of the Fathers #4


Advertencia
No sigas leyendo si no quieres spoilers…
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Este libro trata varios temas oscuros o temas que pueden ser
desencadenantes para algunas personas.
Tortura, violencia excesiva, infertilidad, engaño, muerte, maltrato animal.
1
Greta

Doce años
Solo era una niña, vestida con mi tutú favorito, cuando me di cuenta
de que los hombres de mi familia eran como los monstruos de las películas
de terror que a Nevio le encantaba ver.
Y un pedazo de mi corazón se rompió.

***

Gritos y risas resonaron, llenando nuestro patio trasero, y el


persistente olor a carbón me hizo cosquillas en la nariz.
Mamá me llamó la atención cuando estaba recostada en una tumbona
junto a nuestra piscina enorme donde mi gemelo Nevio y mis primos
Alessio y Massimo tenían una batalla de agua con Davide, el hijo de
Fabiano, y mi tío Savio. Las mujeres de la familia descansaban en las
tumbonas a su alrededor, tomando bebidas. Solo Aurora, que era tres años
menor que yo, estaba parada al borde de la piscina mirando la pelea como si
quisiera unirse. Me sentaba en nuestro patio, necesitaba espacio, pero
incluso aquí los sonidos se volvieron demasiado. Había sido un día largo
lleno de regalos, pastel, cantos y abrazos mientras Nevio y yo celebrábamos
nuestro duodécimo cumpleaños.
Si solo fuera mi cumpleaños, no lo hubiera celebrado en absoluto,
pero también era el día de Nevio, así que desafié la emoción.
Le envié a mamá una sonrisa de disculpa y me levanté de la silla. Ella
asintió, algunos mechones rubios cayendo de su moño desordenado. Sabía
que tenía que irme y encontrar paz en mi habitación por el resto de la
noche. Miré a mi alrededor, buscando a papá para decirle buenas noches
como siempre lo hacía. Lo encontré junto a Nino y Fabiano en el área
común de nuestra mansión. Era un lugar que estaba ocupado la mayoría de
los días. Con tres familias viviendo bajo este techo, todos siempre usaban
esta área para reunirse, para celebrar y discutir por igual. Y Fabiano, que
era como un hermano para mi papá y mis tíos, aunque no de sangre,
también venía a menudo.
Hablaban en voz baja. Me di cuenta de que algo estaba pasando.
Había una energía nerviosa en el aire, una que hizo que mi piel se erizara de
una manera que me hizo anhelar un rincón oscuro para esconderme. Papá se
quedó en silencio cuando me vio. Por un momento, sus ojos oscuros (del
mismo marrón oscuro que los míos) tuvieron un brillo que no pude leer
antes de que se volvieran tiernos. Me acerqué a él y abracé su cintura
brevemente.
—Me voy a la cama.
—Haz eso. —Besó la parte superior de mi cabeza antes de que me
apartara y les diera a Nino y Fabiano una sonrisa que se sintió un poco tensa
por el uso excesivo hoy, luego me dirigí al ala de mi familia y a mi
habitación.
Hasta hace un par de años, Nevio y yo compartíamos una habitación,
pero cuando me abrumaban los eventos, buscaba a menudo la tranquilidad
absoluta y Nevio no era del tipo tranquilo. Su habitación era una zona de
guerra mientras que la mía estaba organizada e impecablemente limpia. Sin
embargo, nuestras habitaciones estaban unidas por una puerta para que
pudiéramos visitar fácilmente la otra.
Me alisté para dormir a pesar de que solo eran las ocho, pero me
sentía cansada y prefería leer en la cama.
Eran casi las once cuando me di cuenta de que mi mente y mi cuerpo
no encontrarían la paz a corto plazo. Aún estaba demasiado abrumada por el
día. Afuera se había vuelto más silencioso.
Me levanté de la cama y me puse mi leotardo blanco favorito, medias,
tutú y zapatillas de ballet antes de dirigirme abajo. A través de las puertas
francesas pude ver que mamá, Kiara (la esposa de Nino), Gemma (la esposa
de Savio), y Leona (la esposa de Fabiano), aún estaban hablando y
bebiendo vino.
Más abajo también pude distinguir movimiento, probablemente de los
otros niños.
Decidí no ir a mi sala de ballet en la pequeña casa del jardín. No me
gustaba bailar allí cuando había tanta gente en el jardín.
En cambio, me dirigí al sótano. Papá no quería que estuviera allí
abajo. Pero como Nevio había descifrado el código de la puerta de acero,
muchas veces iba allí cuando no encontraba soledad en ningún otro lado.
Siempre me ha encantado la oscuridad. Buscaba los rincones y grietas
de nuestra mansión para esconderme cuando el mundo a mi alrededor se
volvía demasiado, cuando los sonidos y olores se agolpaban en mi cerebro
como una avalancha, amenazando con enterrarme debajo. En innumerables
noches había vagado por los túneles extensos y habitaciones debajo de
nuestra mansión y las dos casas vecinas. Una de ellas pertenecía a Fabiano
y su familia, y la otra estaba casi vacía. Papá la había comprado porque no
quería vecinos directos. Mi tío Adamo y su familia vivían allí cada vez que
visitaban Las Vegas.
Esta noche, algo se sentía diferente en el sótano. Mis ojos tardaron un
momento en acostumbrarse a la oscuridad, y fue entonces cuando me di
cuenta de que la luz venía de algún lugar más abajo en el pasillo. La seguí
hasta que llegué al primer corredor debajo de la mansión vecina. Estaba
iluminado. Mis cejas se fruncieron cuando escuché voces bajas detrás de
una de las puertas.
Más adelante, en el pasillo, se oyeron ruidos como de zapatos
arrastrados por la piedra, y me deslicé a la habitación junto a la celda.
Tampoco estaba oscuro y cuando me giré, vi por qué. La habitación tenía
una ventana hasta el suelo que daba a la celda vecina. Papá y Nevio estaban
adentro, pero no parecían verme. Esto era como una ventana de un solo
sentido. Me acerqué, preguntándome qué estaba pasando. El cabello de
Nevio aún estaba húmedo y estaba descalzo.
La puerta de la celda se abrió y entraron Nino y Fabiano, arrastrando
a un hombre muy alto pero flaco.
Lo empujaron a una camilla en medio de la habitación, luego
procedieron a esposarlo en ella.
—Disfruta de tu regalo de cumpleaños —dijo Fabiano sacudiendo la
cabeza, con una sonrisa un poco extraña, y se fue.
Nevio miró entre papá y Nino, lamiéndose los labios.
—¿Regalo?
Me estremecí ante la nota ansiosa en su voz.
—Es tuyo para que te encargues —dijo papá, señalando al hombre
que parecía aterrorizado mientras sus ojos muy abiertos se movían
rápidamente entre mi hermano y mi padre.
Nevio rio sombríamente, se agachó y sacó sus cuchillos. Siempre
llevaba dos en fundas de cuero a la altura de las pantorrillas. Sin zapatos ni
calcetines, sino armas.
Di un paso atrás, sacudiendo la cabeza. ¿Qué está pasando?
Nevio prácticamente saltó sobre el hombre en la camilla, como un
gato abalanzándose sobre un ratón herido, y le atravesó la mejilla con las
cuchillas. Se escuchó un grito y me di la vuelta, mi corazón latía con fuerza,
mi visión se volvió borrosa.
No dejé de correr hasta que llegué a un pasillo oscuro. Mi respiración
era dificultosa. Intenté procesar lo que había visto, entender el significado
de todo. Papá le había regalado a Nevio un hombre con quien lidiar…
Sabía que papá era temido en Las Vegas. Después de todo, era Capo
de la Camorra, pero siempre se aseguró de que no supiera demasiado de su
trabajo. Como no iba a la escuela ni tenía contacto con personas fuera de
nuestro mundo, nunca escuché los detalles de los rumores. Pero incluso con
mi conocimiento limitado, solo podía asumir que papá le había dado a
Nevio a ese hombre para que pudiera lastimarlo gravemente.
Conté hasta setenta y cinco antes de regresar sigilosamente a la celda,
impulsada por la curiosidad y el miedo por igual. Papá siempre decía que
teníamos que enfrentar nuestros miedos o nos controlarían. Me deslicé en la
habitación contigua. Se me puso la piel de gallina cuando me acerqué al
cristal. Más allá, Nevio seguía arrodillado junto al hombre de la camilla,
pero todo lo demás había cambiado drásticamente. La sangre cubría el
rostro de Nevio, la ropa y el suelo a su alrededor, incluso sus pies. El
hombre era un desastre espantoso y, a primera vista, estaba segura de que
estaba muerto, pero luego sus ojos se abrieron en su rostro ensangrentado
con la piel flácida. Estaba gimiendo. Nevio sonrió con crueldad y volvió a
bajar el cuchillo al rostro del hombre. Un grito ensordecedor resonó. Me di
la vuelta respirando entrecortadamente. Un sudor frío cubrió mi piel, y mi
corazón se aceleró tan rápido que estaba segura de que pronto podría tener
un paro cardíaco. Necesitaba revisar uno de los libros de medicina en
nuestra biblioteca para saber si era posible tener un paro cardíaco cuando
eres joven si no tienes un defecto cardíaco.
—Si siempre cedes el control de esa manera cuando torturas, entonces
no obtendrás ninguna información útil de ellos —dijo papá con
desaprobación.
—Y una avalancha de dolor inmenso como este en un período de
tiempo tan corto no es tan tortuoso como cantidades dosificadas de agonía
durante un período más largo —dijo Nino arrastrando las palabras.
Me estremecí.
Necesitaba irme. Necesitaba parar esto. Necesitaba… necesitaba.
—¿Qué está pasando aquí? —La voz aguda de mamá atravesó mi
oído.
—Oh, mierda —murmuró papá.
Me giré para encontrar a mamá en la otra celda. Parecía
completamente asqueada, furiosa y aterrorizada. Miró a Nevio con los ojos
azules agrandados por el horror. La última vez que la vi, estaba feliz y
borracha, nada de eso estaba presente ahora.
Él solo sonrió.
—Papá me dio el mejor regalo de cumpleaños.
Mamá tragó pesado, la incredulidad reflejada en su rostro como si no
pudiera creer lo que estaba viendo. Papá caminó hacia ella, la agarró del
brazo y la arrastró fuera de la celda a pesar de su lucha. Corrí rápidamente
debajo del escritorio que estaba pegado a la pared y me acurruqué en la
sombra que proporcionaba, haciéndome lo más pequeña posible.
Un momento después, la puerta se abrió y golpeó contra la pared de
piedra. Papá arrastró a mamá adentro. Cerró la puerta y presionó un botón
en el teclado junto a la puerta. De repente, los sonidos de la celda vecina
cesaron y supuse que Nino y Nevio tampoco podrían escucharnos más.
Mamá se soltó del agarre de papá.
—¿Cómo pudiste hacer esto? —gritó, su piel roja, y lágrimas corrían
por su rostro—. ¿Qué te pasa?
Nunca había oído a mamá levantar la voz contra papá.
Comenzó a golpear sus puños contra su pecho.
—¿Qué. Está. Mal. Contigo? ¿Cómo puedes darle un regalo así a un
niño de doce años?
Papá agarró las muñecas de mamá, su expresión aterradora.
No entendí lo que estaba pasando. Nunca había visto pelear a mis
padres. Nunca había visto a mamá enloquecer así. Siempre fue tan tranquila
y comprensiva.
—¿De verdad quieres que Nevio se vuelva tan cruel como tú?
¡Mamá! Se me cortó la respiración y tuve que obligarme a
permanecer inmóvil.
Papá apretó a mamá contra su pecho, sonriendo de una manera que
hizo que mi corazón latiera muy rápido.
—Ángel, tal vez estás ciega a la verdad. Pero yo no lo estoy. Tal vez
no puedas ver o no quieras ver que nuestro hijo es un monstruo. No tengo
que convertirlo en uno. Está hecho un lío y estoy intentando canalizar su
monstruo antes de que se vuelva desenfrenado de una manera que ninguno
de nosotros quiere. Mierda por Dios, míralo.
Nevio estaba pasando la punta de su cuchillo por el vientre del
hombre con expresión curiosa.
—Para. ¡Detenlo. Ahora! —susurró mamá con dureza.
Papá la miró por un tiempo largo, antes de que su boca se formara en
una línea apretada.
—Sube las escaleras. Lo detendré. Por hoy. No puedes evitar en quién
se está convirtiendo Nevio, quién ha sido toda su vida. Está en sus genes.
—Tal vez podamos obtener ayuda.
—Somos su ayuda. No necesita nada más. Ahora sube —gruñó papá.
Nunca le había dado órdenes a mamá de esa manera, y me estremecí.
Mamá se soltó de su agarre, y salió corriendo. Papá soltó un suspiro
fuerte, y luego salió de la habitación. Me arrastré de debajo del escritorio y
me puse de pie y luego me dirigí al teclado, presionando el botón que tenía
papá. Apareció en la celda vecina un momento después.
—El espectáculo ha terminado —ordenó.
Nevio negó con la cabeza, todavía lastimando al hombre con sus
cuchillos.
—Aún no he terminado.
Sonaba tan ansioso, tan… equivocado.
Papá agarró a Nevio por el hombro y lo puso de pie.
—Dije que se acabó. Y será mejor que recuerdes quién hace las leyes
en esta casa y en el oeste.
Nevio miró a papá por un momento antes de dejar caer los cuchillos y
asentir. Nino se apartó del cristal y palmeó el hombro de Nevio.
—Tienes que aprender cuándo parar, cuándo controlarte.
—El control no es divertido —dijo Nevio con una sonrisa.
Papá intercambió una mirada con Nino que no entendí, sacudiendo la
cabeza.
—Tienes que aprender a controlarte.
—¿Por qué? Nunca tienes que controlarte como Capo.
—No tengo que hacerlo, pero lo hago.
Empujó a Nevio fuera de la habitación mientras Nino se acercaba al
hombre desangrándose.
—Vuelvo enseguida. Esto aún no ha terminado. —Luego siguió a
papá y Nevio afuera.
No hice nada más que respirar por un rato, luego obligué a mi cuerpo
a moverse. Salí de la habitación y me quedé en el pasillo hasta que conté
hasta cincuenta y cinco antes de sentirme capaz de moverme otra vez.
Debería volver a la mansión. En cambio, entré en la celda. Nunca me había
sentido más triste y desesperada que en este momento.
El suelo de la celda estaba cubierto de sangre, y los cuchillos y las
tenazas yacían en un charco de sangre en el suelo junto al hombre
gravemente herido en la camilla. Mi hermano había hecho esto.
Papá y Nino le habían mostrado cómo hacerlo.
No podía entender cómo las personas que me protegían y amaban
eran capaces de esto.
Di un paso más cerca del hombre y sus ojos se abrieron, pero uno de
ellos no estaba bien. Sus labios agrietados y ensangrentados se separaron, y
dijo algo, pero no pude entender su tono áspero. Me acerqué, incluso
cuando el pánico y las náuseas se asentaron en la boca de mi estómago. Mis
zapatillas de ballet tocaron la sangre y se empaparon cuando me detuve a su
lado.
—Ayúdame —graznó.
Me subí a la camilla y me puse de rodillas, aterrorizada. ¿Qué podía
hacer por él? No podía ayudarlo a escapar. ¿Y si eso lastimaba a mi familia?
Lágrimas presionaron contra mis ojos.
El hombre parecía suplicante.
—Ayúdame, por favor. —Aspiró una respiración entrecortada—.
Mátame.
Me congelé, con los ojos del todo abiertos.
Su rostro se inclinó hacia los cuchillos que Nevio había dejado caer al
suelo.
—Apuñálame —suplicó.
Mis cejas se fruncieron a medida que saltaba y alcanzaba el cuchillo
más cerca de mí con una mano temblorosa. Curvé mis dedos alrededor del
mango ensangrentado. La hoja estaba cubierta con la sangre del hombre de
los interminables cortes que Nevio le había infligido. Evité mirar demasiado
de cerca el cuerpo del hombre. No podía soportar la prueba de la
monstruosidad de mi familia. Observé la tela transparente de mi tutú que
lentamente se estaba volviendo roja con la sangre a mi alrededor.
—Rápido. Antes de que regresen —dijo el hombre con voz áspera.
Miré su rostro suplicante, o lo que quedaba de él.
Lágrimas corrían por mis mejillas.
—Niña, muestra misericordia, y mátame.
¿Cómo podía matar a alguien por misericordia?
Había jurado nunca lastimar a un ser vivo, no comer carne, lácteos o
huevos, y aquí estaba este hombre pidiéndome que terminara con su vida.
Mis dedos alrededor del mango del cuchillo se apretaron, pero no
podía moverme. A pesar de mi repugnancia, alargué la otra mano y toqué el
hombro del hombre muy suavemente. Nunca tocaba a personas que no
conocía. Pero este hombre necesitaba consuelo y tenía que superar mi
ansiedad.
—No puedo. —Las palabras se rompieron. Aparté mi mano
nuevamente. El hombre intentó darse la vuelta, más cerca de mí, pero las
esposas lo mantuvieron en su lugar. Gimió y se tumbó de espaldas.
—Entonces, dame el cuchillo. No me dejes sufrir.
—Puedo hablar con mi padre. Él te perdonará.
El hombre se rio y la sangre se derramó de su boca.
—Tu padre y sus hermanos hacen esto todos los días. Torturan a la
gente por negocios y diversión. No conocen la piedad. —Temía que fuera
así después de lo que había escuchado antes. Mi corazón latía cada vez más
rápido, y los latidos en mis sienes eran ahora casi insoportables. Un silbido
lejano resonó en mis oídos. Necesitaba tranquilidad. Necesitaba oscuridad.
Necesitaba el dulce olvido. El ojo del hombre se abrió del todo por algo en
mi espalda, y comenzó a temblar, luego a llorar.
—Greta —dijo Nino con voz cuidadosa.
No me volví hacia él, solo miré el terror puro en el rostro del hombre,
su llanto desesperado. Nunca había sentido un terror como el suyo. Terror
por los hombres que amaba con todo mi corazón.
—Baja inmediatamente —dijo Nino. Después apareció a mi lado—.
Si te mueves un centímetro hacia ella, te arrepentirás —dijo en un tono muy
diferente, uno que nunca había usado conmigo y no lo hacía ahora. El
hombre cerró los ojos, sus hombros temblando por los sollozos. Mis propias
lágrimas se intensificaron al ver su angustia.
—Greta, dame el cuchillo.
Apreté mi agarre, sin quitar mis ojos del hombre.
Nino me agarró la mano con el cuchillo, pero me aparté de él, me di
la vuelta y me apoyé contra la pared. Respiraba con dificultad.
Las cejas de Nino se fruncieron. Levantó las manos, las palmas
mirando hacia mí.
—No voy a lastimarte. Tú lo sabes. Dame el cuchillo y sube. —Dio
un paso más cerca y levanté la hoja para que presionara contra el lugar
debajo de mis costillas. Había visto suficientes entrenamientos de lucha
para saber que ahí era donde apuntabas cuando querías matar, y siempre
escuchaba cuando Nino explicaba anatomía.
Nino miró el cuchillo y luego asintió lentamente.
—Está bien.
—¿Qué carajo sucede ahora? —murmuró papá, interviniendo y
congelándose cuando me vio.
La dureza se deslizó de su rostro y su expresión se convirtió en una
que no podía entender.
Demasiadas emociones cruzaron sus rasgos.
Más lágrimas rodaron por mi rostro, sacudiendo mi cuerpo con su
fuerza.
Papá miró a Nino, luego al cuchillo en mis puños, apuntando al punto
blando debajo de mis costillas.
—Mia cara, ¿qué estás haciendo? —Su voz fue suave, como una
caricia. Era consuelo y amor. Era todo lo que amaba.
Se acercó, pero presioné el cuchillo con más fuerza contra mi pecho y
se detuvo.
—¿Qué has visto?
Busqué sus ojos y tragué con fuerza. Todo. Demasiado. No pude decir
nada, pero debe haberlo visto en mis ojos. Papá era bueno leyendo a los
demás.
Miró a Nino una vez más, luego al hombre en el suelo.
—Se lo merecía, ¿sabes?
Sollocé, sacudiendo la cabeza. No quería escuchar una palabra más.
Solo quería salir de aquí, lejos. Quería oscuridad y tranquilidad. Pero no
podía irme ahora, no antes de haber hecho lo que tenía que hacer.
Aunque cada palabra se sintió como metralla en mi garganta, gruñí:
—No lo lastimes más.
—¿Por qué no vas arriba? —dijo papá, tendiéndome la mano.
Intercambió otra mirada con Nino, quien cambió de posición. Tal vez
pensaron que no me di cuenta, pero lo hice. Me fijaba en todo, en cada
pequeño detalle por insignificante que fuera. Ese era el problema, y ahora
mi salvación.
Retrocedí más lejos y presioné el cuchillo en mi carne. La punta
atravesó mi piel y gemí, no acostumbrada al dolor pero dispuesta a
enfrentarlo.
Nino levantó las manos una vez más.
—Mia Cara, tira el cuchillo.
—Muestra misericordia.
Papá miró al hombre brevemente, y sus ojos dejaron claro que no lo
haría. Papá nunca me mentía, y tampoco ahora.
—No lo haré. Ni siquiera por ti. Esto es algo que aún no puedes
entender.
El hombre abrió los ojos y me miró. Quería la muerte.
—Entonces, mátalo. Simplemente no lo lastimes más.
Papá me miró fijamente, luego al hombre, y su expresión se endureció
una vez más. Nino negó con la cabeza, como si estuviera molesto por toda
la situación, y se acercó al hombre, agarró su cabeza y la retorció con
fuerza. Escuché que se rompió el cuello y la luz abandonó sus ojos, pero
con ella también el terror y la angustia.
Dejé caer el cuchillo con un estrépito. Tanto papá como Nino me
miraron como si estuviera a punto de romperme.
Salí furiosa, evadiendo a papá y corrí más rápido que nunca. Conocía
estos corredores de memoria, incluso en la oscuridad que los envolvía
ahora. Los había vagado con demasiada frecuencia por la noche en los
últimos años.
La luz me persiguió cuando papá y Nino intentaron atraparme y
encendieron las lámparas que colgaban del techo bajo. Pero doblé una
esquina tras otra, sin disminuir la velocidad.
Sus llamadas resonaron en el sótano, persiguiéndome.
Las lágrimas ardieron en mis ojos, cegándome. Pero no necesitaba
que ellos vieran. Seguí mi memoria hasta que llegué al sótano debajo de la
mansión de Fabiano, y me escondí en la sala de almacenamiento en una
caja grande que estaba llena solo hasta la mitad con ropa desechada.
Me acurruqué en una bola pequeña y cerré la caja sobre mi cabeza.
Miré hacia la oscuridad, luchando contra las náuseas y tratando de
calmar el silbido en mis oídos. Pronto la oscuridad y el silencio surtieron
efecto, y mi pulso se hizo más lento, después el zumbido en mis oídos
también se calmó. Dulce olvido.
2
Greta
Voces recorrieron la habitación.
—Esto es un maldito desastre —murmuró Fabiano.
—¿Te imaginas lo asustada que debe estar? —dijo Leona, sonando
desconsolada.
Al escuchar su voz, me dolió el corazón. Entonces me di cuenta de
quién estaba hablando: de mí.
Estaba desconsolada por mí, preocupada de que yo tuviera miedo.
¿Estaba asustada? ¿Debería estarlo?
¿De papá? ¿De todos los hombres de mi familia? ¿De mi propio
hermano? No sabía lo que estaba sintiendo. Sobre todo, no quería sentir.
Solo quería estar, en la oscuridad y el silencio, sola.
—Dudo que solo esté asustada. Ver algo así te cambia —dijo Fabiano.
No pensaron que pudiese estar aquí porque no sabían que tenía el código de
su sótano.
Sus voces desaparecieron, probablemente para ayudar a mi familia a
buscarme.

***

Ocho horas más tarde (en algún momento comencé a contar el suave
ruido sordo del segundero de mi reloj de pulsera) tuve que abandonar mi
escondite. Necesitaba hacer mis necesidades, y me dolían las piernas y la
espalda por haber estado acurrucada durante tanto tiempo. Cuando estuve
segura de que estaba sola, abrí la tapa y salí. La sangre en mi ropa había
endurecido la tela, pero ya no olía el olor a cobre. Mi nariz estaba insensible
a ella por ahora. Me estremecí. Hacía frío en el sótano incluso en esta época
del año. No me había dado cuenta antes, pero mis dedos de manos y pies
estaban rígidos por el frío. Busqué un lugar para orinar, pero cada rincón se
sintió tan mal como el otro. Me sentía mal por ensuciar así el sótano de
Fabiano.
El recuerdo del charco de sangre en la celda entró en mi cabeza y me
estremecí una vez más. Tal vez podría aguantar unas horas más… pero
¿entonces qué? No podía volver a mi casa, aún no.
Me abracé y me estremecí más fuerte.
¿Ahora qué iba a hacer?
Miré a mi derecha y me fui a la esquina. Tuve arcadas cuando toqué
la tela ensangrentada de mi leotardo para apartarlo y poder orinar. Vacié mi
vejiga rápidamente en cuclillas en la esquina, luego me vestí tan rápido
como me desnudé y corrí de regreso a mi escondite. Necesitaba
tranquilidad, necesitaba oscuridad, más oscura que la sala de
almacenamiento, lo suficientemente oscura como para oscurecer mi
memoria demasiado precisa reproduciendo cada detalle del rostro
angustiado del hombre. Ni siquiera sabía su nombre. ¿Alguien lo
recordaría? Quería olvidar, pero ¿estaba mal de mi parte desear algo así?
Me acurruqué lo más pequeño que pude encima de la ropa en la caja, y
luego cerré la tapa.
No dormí, aunque estaba cansada y no había dormido en más de un
día. Seguí contando los segundos, intentando dejar que el sonido familiar
me calmara.
Habían pasado once horas desde que había escapado cuando escuché
voces nuevamente, pero esta vez no solo fueron Fabiano y Leona. Papá,
Nino y Nevio estaban con ellos.
Me hice aún más pequeña y respiré muy lento y bajo para que no me
escucharan. No estaban en la sala de almacenamiento, sino en el pasillo
frente a ella. Forcé mis oídos para escuchar su conversación.
—¿Estás seguro de que ella no conoce los malditos códigos para salir
de las instalaciones? —gruñó papá—. Eso es difícil de creer considerando
que se te escapan todo el tiempo.
—Tal vez los conoce. Greta es observadora —dijo Nevio. A pesar de
lo que le había visto hacer, una parte de mí quería ir con mi hermano.
Siempre había sido la persona que me consolaba y protegía. Ahora me
escondía de él y de mi familia.
—No está en nuestro sótano y no está en el sótano de la casa de
huéspedes. Eso deja este sótano —dijo papá.
—Aún no ha salido de las instalaciones de nuestro lado. Revisé el
registro de las últimas doce horas —dijo Nino arrastrando las palabras—. El
único código que se ingresó desde nuestras instalaciones fue el de la puerta
que conduce a tu sótano, Fabiano.
No sabía que podían ver quién había puesto un código.
—No tengo un registro de los códigos ingresados. Leona sintió que
era demasiado acosador. Solo hay una alarma si se ingresa un código
incorrecto, y no fue así.
—Entonces, podría haberse escabullido de tu mansión —dijo papá
con voz tensa.
—Lo dudo.
—No puedes basar tu duda en hechos —dijo Nino.
—A la mierda —gruñó papá—. Tenemos que encontrarla. Si algo le
pasa…
—Tal vez deberías alertar a tus soldados en caso de que ella esté
afuera —sugirió Fabiano.
—No. No quiero que nadie lo sepa. No confío en nadie con Greta. La
encontraremos.
—Registremos tu sótano, tu mansión y el patio trasero, si no la
encontramos allí, consideraremos otras acciones —dijo Nino.
Sus voces se alejaron. Tragué pesado. Solo era cuestión de tiempo
antes de que me encontraran. Una vez que estuve segura de que no estaban
cerca, salí de la caja una vez más y caminé de puntillas hacia la puerta. No
estaba segura de lo que estaba esperando. Solo sabía que aún no podía
enfrentarlos.
Miré hacia el corredor que estaba vacío pero al final la luz se
derramaba de dos habitaciones, miré hacia el otro lado donde una escalera
empinada conducía a la casa. Tomando una respiración profunda, corrí
hacia ella y subí. Salí del sótano. Podía escuchar a Fabiano y Nino en algún
lugar del primer piso.
Salí corriendo y subí las escaleras hacia el segundo piso. Había estado
dentro de la casa de Fabiano un par de veces, y recordaba el diseño. Pegué
la oreja a la puerta de Aurora. Estaba silencioso adentro excepto por su
tarareo suave. Entré, sin llamar.
Aurora se encontraba sentada en el suelo rodeada de sus Barbies, y
estaba jugando de espaldas a mí.
Se volvió y sus ojos se abrieron alarmados.
—¿Greta?
—Shhh. —Presioné mi dedo contra mis labios—. ¿Puedo esconderme
en tu habitación?
Se puso de pie lentamente, mirándome.
—¿Qué es eso en tu ropa?
—Sangre —dije.
Palideció y pareció enferma.
—¿En serio?
Asentí. Escuché voces acercándose.
—¿Puedo esconderme? En serio necesito esconderme.
—¿Hiciste algo malo? —preguntó, sin acercarse.
Ya ni siquiera estaba segura en este punto.
—No sé. ¿Me ayudarás?
Aurora asintió vacilante y señaló su armario de pared. Me deslicé
adentro y me hundí en el suelo, escondida detrás de sus vestidos. No estaba
segura de por qué tenía tantos. Nunca los usaba. Aurora cerró las persianas,
su rostro inquisitivo.
Regresó a sus Barbies y se hundió un segundo antes de que sonara un
golpe. A través de los huecos de las persianas, pude ver unas piernas largas
entrar en la habitación. Reconocí las zapatillas blancas como las de
Fabiano, y un momento después sonó su voz.
—¿Está todo bien?
—Sí —respondió, aún inclinada sobre sus Barbies, ocupándose de
desvestir una de ellas—. Estoy en mi habitación como me pediste.
Él no se movió.
—Está bien. ¿Has oído algo? ¿O tal vez visto a Greta?
—¿Greta? —preguntó Aurora, levantando la cabeza brevemente.
—Escapó. Podría haber malinterpretado algo y está un poco
confundida.
Mordí mi labio. No estaba confundida. Lo dijo para que Aurora me
delatara en caso de que supiera algo.
—Está bien —dijo Aurora lentamente—. ¿Qué vio?
—Nada de qué preocuparse. Me lo dirías si la vieras, ¿no? —Se
acercó a ella y se agachó a su lado. Me tensé porque ahora podía ver su
rostro. Dudaba que pudiera ver el mío a través de las persianas ya que no
estaba retroiluminada como ellos.
Aurora jugueteó con su muñeca Barbie. Si seguía actuando así, él
podría sospechar.
—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó en voz baja.
Contuve la respiración.
—Greta y yo no somos cercanas. Lo intenté, pero ella se la pasa con
los chicos, no conmigo y con Carlotta.
Fabiano tomó su hombro.
—Greta es diferente. No se trata de ti, ¿de acuerdo? —Aurora asintió.
Fabiano le dio un beso en la frente y luego se puso de pie—. Quédate en tu
habitación hasta que tu madre o yo te busquemos para almorzar.
Salió de la habitación.
Greta es diferente.
No me moví. Sabía que era diferente. No me gustaba estar con gente
que no era mi familia. Demasiada gente me ponía ansiosa. Nunca me
importó ser diferente. Pero ahora me preguntaba si había lastimado a
Aurora siendo como era.
Se levantó y se acercó al armario, abriéndolo. Me miró con una
sonrisa vacilante.
—Gracias.
Asintió.
—Puedes quedarte en mi habitación todo el tiempo que quieras.
Puedo intentar pasar de contrabando algo de mi almuerzo más tarde.
Negué con la cabeza.
—No tengo hambre, pero me gustaría quedarme aquí.
—¿Quieres ducharte y ponerte algo de mi ropa?
Miré hacia abajo a mi leotardo ensangrentado, tutú, medias y
zapatillas de ballet.
—No.
Por alguna razón, aún no quería deshacerme de la sangre. Se sentía
como si estuviera ignorando el sufrimiento del hombre al hacerlo.
—Ah, está bien. Pero estoy segura de que algunas de mis prendas te
quedarían bien, aunque no sean de tu estilo. —Fruncí el ceño. ¿No de mi
estilo? No tenía estilo. Me gustaba la ropa cómoda, y Aurora a menudo
usaba overoles, que eran el epítome de la comodidad. No dije nada porque
no sabía cómo explicarle mi razonamiento a Aurora. Sabía que su ropa me
habría quedado bien. Aunque era tres años menor, teníamos casi la misma
altura y yo era demasiado delgada, una preocupación constante de mamá.
—Solo quiero sentarme aquí —dije finalmente.
Aurora tragó pesado y asintió.
—Ah, por supuesto. Entonces cerraré la puerta y seguiré jugando con
mis muñecas.

***

Esconderme en la habitación de Aurora tuvo la ventaja de tener un


baño si necesitaba ir. Habían pasado treinta y ocho horas desde que me fui y
Aurora respetó mi deseo de no interactuar. A pesar de su oferta de dormir
en su cama con ella, preferí quedarme en el armario o acostarme debajo de
su cama y mirar el marco de listones. Sabía que debía estar oliendo
terriblemente por la sangre seca, pero nunca se quejó.
No había dormido ni comido en más de dos días y estaba empezando
a sentir los efectos. Mis ojos ardían como si tuviera arena en ellos, y me
dolía mucho el estómago. Aurora se había ido a almorzar hace setenta y
cinco minutos. Probablemente otra vez me traería comida. Comida que no
podía tocar. No porque no fuera vegana, sino porque la mera idea de comer
después de lo que había visto me parecía imposible.
La puerta se abrió, pero me quedé donde estaba por si no era Aurora.
—En realidad, no tengo tiempo para jugar a las muñecas en este
momento —murmuró Nevio mientras seguía a Aurora a la habitación.
Me congelé debajo de la cama donde había estado acostada durante
dos horas.
—Lo siento, pero tenía que traerlo. Se estaba volviendo loco de
preocupación por ti —dijo Aurora, sonando absolutamente miserable.
—¿Qué? —dijo Nevio, luego se quedó en silencio—. Mierda.
Se movió hacia la cama y cayó de rodillas, luego miró debajo de la
cama. Su rostro se llenó de alivio, y un atisbo de culpa se apoderó de mí.
Preocupar a mi hermano siempre me hacía sentir mal. Me alcanzó, pero me
tensé y retrocedí. Su expresión se transformó con comprensión y dolor, que
se sintió como una puñalada en mi propio corazón. Bajó el brazo y se
tumbó de espaldas en el suelo, con el rostro inclinado hacia mí.
—Rory, danos un momento, y asegúrate de que nadie nos interrumpa.
Aurora se fue sin dudarlo, cerrando la puerta casi inaudiblemente.
Nevio puso su brazo extendido, con la palma hacia arriba, entre
nosotros. Una invitación, una que no acepté.
Miré a Nevio, a los ojos oscuros que también eran míos, solo que la
mirada en ellos era diferente. Donde mi cara era suave, la de Nevio era
dura. Donde yo era delgada y baja, él era alto y ya musculoso por el
entrenamiento de lucha y el parkour1.
Donde yo despreciaba la violencia, Nevio la necesitaba.
—Te hemos estado buscando sin parar. Greta, todos están
preocupados. Pensamos que te podría haber pasado algo.
Algo me había pasado, algo que aún no podía explicar. Mi lengua se
pegó al techo de mi boca. La sensación algodonosa en mi lengua me
recordó que no me había cepillado los dientes en mucho tiempo. Mi pulso
se aceleró pensando en lo que esto les haría a mis dientes.
—¿Greta?
Simplemente miré a mi hermano fijamente. Mirar a los ojos a los
demás me costaba mucho esfuerzo, no con él.
—¿Ahora me tienes miedo? —preguntó en un tono estrangulado. Las
lágrimas llenaron mis ojos. En el fondo, siempre había sabido lo que era
Nevio. Lo había sentido. Pero no había entendido del todo la enormidad de
eso, cuán oscuro era de verdad el anhelo de Nevio. Lo que le había visto
hacer a él, a papá y a Nino me había abierto los ojos a una verdad brutal que
estaba teniendo problemas para manejar—. Greta —dijo, acercándose un
poco más. Miré su palma con las cicatrices entrecruzadas. El dolor
significaba poco para Nevio. Le gustaba el dolor, sentirlo, causarlo.
—No te tengo miedo —respondí. Nevio se relajó visiblemente y una
sonrisa pequeña sin alegría tiró de sus labios—. Temo de lo que eres capaz.
Temo por las personas que se cruzarán en tu camino en un momento
desafortunado.
—Así es como funciona la naturaleza, ¿sabes? —murmuró—. Hay
oscuridad y luz, debe haberlo. Tal vez sea lo mismo con los gemelos, pero
no se dividió en partes iguales entre nosotros. Yo tengo toda la oscuridad, y
tú tienes toda la luz.
—Ese es demasiado peso para cargar, tanta oscuridad —susurré, mi
corazón dolió por él.
Sonrió sardónicamente.
—Greta, me gusta la oscuridad. Pertenezco allí.
Deseaba poder discutir con él, pero después de ver su expresión en la
celda, no pude.
—Muy pocas personas pueden soportar lo que soy —dijo en voz baja.
—Yo puedo.
Nevio buscó mis ojos.
—Huiste de ello.
—No de tu oscuridad. De… —Me estremecí, recordando todo. Las
lágrimas escociendo en mis ojos una vez más.
Nevio asintió como si entendiera. ¿Cómo podría cuando ni siquiera
yo lo hacía?
—Nevio, nunca huiré de ti. Siempre estaré a tu lado, pase lo que pase.
—¿Lo juras?
—Lo juro. —Extendí mi mano y toqué mi palma con la suya. Su
toque no me repugnaba. Tal vez debería. ¿Por qué podía soportar su toque
después de lo que había visto cuando apenas podía soportar la cercanía de la
mayoría de las personas? Tal vez mi luz no era tan brillante como pensaba
Nevio.
—Deberíamos irnos a casa. Papá está a punto de enviar a la caballería
para buscarte en la ciudad. —Un peso se hundió en mi estómago, pero
permití que Nevio me sacara de debajo de la cama.
Escaneó mi ropa ensangrentada, pero no hizo ningún comentario.
Me sentí temblorosa porque no había comido en mucho tiempo.
Nevio apretó su agarre a medida que me sacaba. Se alzó sobre mí, sus
dedos enlazados con los míos. Aurora se apoyaba contra la pared del pasillo
y se enderezó al vernos y me dirigió una mirada de disculpa antes de
sonreírle a Nevio.
Él asintió hacia ella.
—Te debo.
Me empujó más allá de ella y por el pasillo. Cuando casi habíamos
llegado a las escaleras, miré por encima del hombro y le articulé «gracias»
a Aurora, que seguía parada donde la habíamos dejado. Luego desapareció
de la vista mientras Nevio me guiaba escaleras abajo. Pronto estábamos
cruzando los pasillos del sótano y entramos en la mansión. Nevio no se
detuvo hasta que llegamos al área de la sala común donde se había reunido
la mayor parte de mi familia. Alessio y Massimo se recostaban en el sofá,
mientras que Nino y Savio se sentaban frente a ellos en el otro.
Papá paseaba por la habitación y Kiara consolaba a mamá, que se veía
horrible.
—¿Dónde carajo has estado? —murmuró papá y luego sus ojos se
posaron en mí cuando salí de detrás de Nevio. El silencio cayó en la
habitación.
Mamá salió del abrazo de Kiara, sus ojos azules escaneándome de
pies a cabeza, horror mezclado con alivio. Corrió hacia mí y me presionó
contra su pecho en un abrazo aplastante.
—Ah, Greta —sollozó—. Greta.
Acepté su abrazo pero mis ojos estaban dirigidos al resto de la
habitación. Nevio se dirigió hacia papá, haciéndoles un gesto con la mano a
Massimo y Alessio en el camino. Le dijo algo a papá, probablemente cómo
me encontró.
Los ojos de papá se clavaron en los míos y sentí una tristeza profunda.
Aparté la mirada y me solté de los brazos de mamá.
No miré a nadie en la habitación, incapaz de soportarlo.
—Tenemos que limpiarte, ¿de acuerdo? —dijo mamá con voz
cuidadosa.
—No —dije con firmeza.
—Greta. —Tomó mi rostro entre sus manos—. En serio necesitamos
sacarte esta ropa. Entonces te sentirás mejor.
Retrocedí, pero mi negativa a comer y beber me alcanzó, y mis
piernas cedieron. Mamá jadeó, intentando detener mi caída. Pero mis
rodillas golpearon el suelo antes de que pudiera agarrar mis brazos. Papá
cruzó la habitación en un abrir y cerrar de ojos y se arrodilló a mi lado. Me
tensé cuando me levantó en sus brazos.
—¿Cuándo has comido por última vez? —preguntó en voz baja.
Lo miré brevemente a los ojos, luego miré hacia otro lado y me
encogí de hombros.
—Está deshidratada. Puedo decirlo por su piel —dijo Nino mientras
se detenía a nuestro lado. Alcanzó mi muñeca, pero la aparté de un tirón. El
agarre de papá sobre mí se hizo más fuerte, pero no dijo nada.
—Greta, quiero tomarte el pulso —explicó Nino con calma.
—No quiero que me toques —dije.
Nino miró a papá.
—Mia cara, ahora voy a llevarte a tu habitación, donde vas a dejar
que tu mamá te ayude a limpiarte y vestirte, y luego Nino te va a mirar, y
vas a comer y beber, ¿entendido?
Parpadeé hacia sus ojos oscuros y serios, luego me miré por encima.
Asentí.
—Quédate aquí —dijo papá.
—¿Por qué? —gimió Nevio.
—Quédate.
Papá me llevó arriba, seguido de mamá y Nino. Me dejó en el piso de
mármol de mi baño, pero no me soltó los brazos.
—Puedo encargarme desde aquí —dijo mamá con voz tensa. Una
mirada tensa pasó entre ellos, pero papá finalmente me soltó y salió de la
habitación.
Mamá cerró los ojos brevemente, y luego se volvió hacia mí con una
sonrisa fingida.
No intentó hablarme en tanto me ayudaba a desvestirme. Si le
molestaba toda la sangre en mi ropa y mi piel, no lo demostró. Supuse que
al estar casada con papá, había visto cosas peores a lo largo de los años.
Cuando bajamos mis medias, hice una mueca por un dolor agudo en la
suela.
Tenía un corte debajo del pie que parecía estar inflamado.
—Nino tendrá que echar un vistazo a esto —dijo neutralmente—. ¿O
preferirías que llamara a un médico?
Negué con la cabeza inmediatamente. Nino siempre me había tratado
cuando estaba enferma. No quería que alguien que no conocía me cuidara.
—De acuerdo. Es lo que creí. Solo pensé que debía preguntar
considerando todo lo que sucedió.
Podía decir que mamá estaba enojada.
—¿Estás enojada conmigo?
Dejó escapar una risa aguda y sacudió la cabeza, su palma se deslizó
sobre mi cabello a medida que comenzaba a rociarlo con agua.
—No, ¿por qué lo estaría?
—Pero estás enojada.
—Lo estoy.
—Con papá.
Me tendió el cabezal de la ducha y lo tomé y lavé la suciedad y la
sangre mientras mamá recogía una bata de baño esponjosa.
—¿Por qué son como son?
—No sé. —Me tendió la bata. No estaba segura si estaba diciendo la
verdad.
Sus ojos azules fueron suaves cuando se posaron en los míos, pero su
boca estaba apretada por la preocupación. No llevaba nada de maquillaje y
su cabello rubio era un desastre.
—Ojalá no hubieras visto lo que viste. Desearía poder quitarte esta
carga.
—¿Por qué pensarías que puedes llevarlo mejor que yo? —pregunté,
sinceramente curiosa.
Sonrió.
—No creo que lo haga, pero creo que debería hacerlo. Soy tu mamá.
Quiero protegerte.
—No necesito protección de Nevio, papá y Nino.
Tomó mi mejilla.
—No, no lo haces. Me alegra que te des cuenta de eso. Y eso no es lo
que quise decir.
Asentí porque entendí lo que quiso decir.
—Me habría enterado eventualmente.
—Quizás. Pero esta fue una forma muy brutal de averiguarlo. Es
mucho para asimilar.
No lo negué. Después de todo, no me había atrevido a quedarme
dormida. Cuando me sequé, me puse mi pijama de conejito esponjoso,
buscando su comodidad familiar. Mamá agarró algo del estante y me tendió
mi conejo de peluche. Lo había tenido toda mi vida, pero recientemente ya
no lo había abrazado. Lo tomé de ella.
—¿Qué puedo hacer? —susurré, apretando mi conejo de peluche
contra mi pecho. Era suave y blanco.
Mamá suspiró, luciendo exhausta. Probablemente tampoco había
dormido estos últimos dos días.
—Amarlos.

***

Cuando mamá y yo salimos del baño, papá y Nino nos estaban


esperando en mi habitación. Papá escudriñó mi rostro con el ceño fruncido,
sus ojos oscuros cautelosos, como si le preocupara que volviera a salir
corriendo.
Mamá los ignoró a ambos y me ayudó a meterme en la cama.
Presionó un beso en mi frente y luego se enderezó.
—Ve a la cama y descansa un poco. Me reuniré contigo cuando haya
hablado con Greta —le dijo papá a mamá.
Ella no lo miró a él, solo a mí.
—¿Quieres que me quede?
La ira llenó los ojos de papá.
—No, ve a dormir.
Vaciló, pero entonces asintió y se dio la vuelta. Papá la sujetó por la
muñeca cuando intentó pasarlo. Mamá le envió una mirada mordaz. La
soltó y ella salió pero dejó la puerta entreabierta.
Nino le dio a papá una mirada que no entendí. A menudo compartían
estos momentos. Papá se me acercó y se sentó en la cama, luego señaló el
vaso de agua y el plato con tofu revuelto y tostadas en la mesita de noche.
Vacié la mitad del vaso y mordisqueé la tostada.
—Nino te va a revisar ahora.
Asentí, porque sabía que papá no aceptaría un no en este caso y, de
todos modos, era lo más razonable. No quería que mis heridas se infectaran.
Si mi pie me impedía bailar sería insondable. Sabía que tendría que pasar
muchas noches sola en mi estudio de ballet para superar esto.
Nino se dejó caer al otro lado de la cama.
—Voy a comenzar con el corte debajo de tus costillas.
Levanté la parte de arriba de mi pijama lo suficiente para que él viera
el corte pequeño que me había hecho. Nino tuvo cuidado al limpiarlo y
pegarlo.
—Hicimos examinar al hombre para detectar posibles enfermedades
ya que el cuchillo que usaste estaba contaminado con su sangre, pero estaba
limpio.
Su voz sonó práctica, profesional, algo que normalmente apreciaba.
Cada vez que necesitaba una opinión neutral o quería entender realmente
algo, le preguntaba a Nino, pero hoy no pude soportar su tono sin
emociones. Pasó al corte en mi pie sin perder el ritmo.
—¿Cómo se siente herir a alguien tan gravemente que suplicó la
muerte cuando podrías salvarlo con tus habilidades? —pregunté
suavemente.
Los dedos de Nino se detuvieron en mi pie. Me miró a mí y luego a
papá.
Pasara lo que pasase entre ellos, obviamente decidieron que papá
debería responder.
—Merecía la muerte.
—¿Bajo los estándares de quién? —pregunté.
—Míos. Son los únicos estándares que importan.
Miré a los ojos firmes de papá. No pude detectar una pizca de culpa o
duda en ellos. Toda mi vida había sabido que él era Capo. Me había tomado
mucho tiempo entender lo que significaba, y aún no estaba segura de
saberlo todo. Nunca había entendido a la gente que prefería el olvido a la
información, que no se dejaba llevar por una curiosidad fuerte por saberlo
todo. Tal vez estaba llegando poco a poco.
—¿Quieres que te explique por qué?
—No —dije con firmeza—. No cambiará mi forma de pensar.
—No puedes saber eso —intervino Nino.
—Tengo mis convicciones.
Nino se puso de pie y comenzó a guardar todo en su botiquín.
—Ese es un lujo que no todo el mundo tiene permitido.
El silencio se instaló en la habitación. Nino cerró el botiquín y miró a
papá por un momento cuya expresión era una máscara de control. Sus
interacciones silenciosas a menudo me recordaban a Nevio y a mí, pero el
proceso de pensamiento de papá y Nino era más similar al mío y al de
Nevio.
Tragué pesado, recordando las palabras de mamá.
—Gracias, Nino, por curarme la herida. Lo aprecio.
Inclinó la cabeza.
—De nada.
—No te tengo miedo, ¿sabes? —dije antes de que pudiera salir por la
puerta. Me miró con curiosidad, luego una sonrisa tensa tiró de su boca.
—No tienes que temer a ninguno de nosotros.
Salió y cerró la puerta.
—Deberías intentar dormir —dijo papá en voz baja, aún sentado en el
borde de la cama, sin tocarme.
Estaba a punto de levantarse, pero me levanté y me apreté contra él.
No quería que pensara que mis sentimientos por él habían cambiado. Al
principio estaba tenso, luego sus brazos me rodearon en un abrazo fuerte y
soltó un suspiro largo.
—Te amo, papá.
Presionó un beso en mi sien.
—Mia cara, te amo más que a la vida misma. Nunca olvides eso.
Asentí, porque no lo haría. Nunca había dudado de su amor, ni
siquiera en el sótano.
—Hay oscuridad a tu alrededor, negra como el infierno mismo, y sin
importar lo mucho que intente protegerte de ella, parte de ella te tocará
inevitablemente porque eres parte de esta familia. Pero te juro que me
aseguraré de que ninguna otra oscuridad se acerque a tocarte.
Cerré los ojos, escuchando su corazón firme.
Me pregunté cómo se sentirían mamá y Kiara, sabiendo lo que eran
papá y Nino. Los habían elegido a pesar de lo que eran. No creía que
pudiera estar con alguien así. Siempre había amado a mi familia. No los
elegí. ¿Pero elegir a alguien que fuera capaz de tales horrores, de actos de la
mayor crueldad posible? No podría hacerlo.
Los hombres de mi familia eran hombres malos. Nevio, mi otra mitad,
era posiblemente el peor de ellos. Pero este amor era inevitable.

***

Era lógico que me enamorara de un hombre que era tan malo, tan
brutal, tan cruel como los hombres que me criaron.
3
Amo

Diecisiete años
Lancé un puñetazo fuerte en el estómago de Maximus. Gruñó y trató
de conectar un golpe a su vez, pero bloqueé su gancho lateral. Habíamos
estado entrenando juntos durante años y nos conocíamos bien. Maximus era
uno de los pocos chicos que eran casi de mi estatura. En realidad, pelear
con él a veces resultaba ser un desafío, lo cual era agradable.
—Se acabó el entrenamiento —gritó papá al entrar al gimnasio de la
Famiglia. Maximus y yo nos detuvimos e intercambiamos una mirada
confusa. Papá sonaba muy enojado.
Maximus arqueó una ceja oscura a medida que agarraba la toalla que
cubría su esquina.
—¿Qué hiciste? —A veces nos habían confundido con hermanos
porque ambos teníamos el cabello negro, pero mientras mis ojos eran grises
como los de mi padre, Maximus había heredado los ojos ámbar del suyo.
Era un año mayor que él, y habíamos sido los mejores amigos durante una
década. En el pasado, Primo, el hermano menor de Maximus, se había
unido a nosotros la mayor parte del tiempo, pero ahora tenía su propio
grupo de amigos.
Me encogí de hombros. La lista de posibles errores era demasiado
larga para elegir uno. Growl, su padre, se levantó del banco de pesas, saludó
con la cabeza a mi padre y le indicó a Maximus que se acercara a él.
Maximus salió del ring de boxeo y corrió hacia su padre mientras yo me
acercaba al mío.
—Tenemos que hablar —dijo papá, con expresión tensa. ¿Ahora qué
había hecho?
Lo seguí hasta el vestuario. El tío Matteo ya estaba allí, lo que
significaba que se trataba de un asunto de la Famiglia y no de un simple lío
familiar, y cuando no me saludó con su guiño y sonrisa habituales, supe que
estaba condenado. Papá le indicó a uno de sus soldados que nos diera
privacidad. El hombre no dudó.
Tomé una toalla limpia del estante contra la pared y me froté el pecho
desnudo.
—Antonaci me llamó hoy.
El apellido de Cressida era Antonaci, y mi única conexión con él.
Mantuve mi rostro neutral. No iba a admitir nada, en caso de que, después
de todo, esto fuera otro asunto. Papá se cruzó de brazos a medida que se
apoyaba en los casilleros. El ceño fruncido que me estaba dando habría
enviado a muchos a un ataque de nervios. Matteo me dio una mirada que
sugería que debería escribir mi último deseo antes de acercarse a un espejo
pequeño para comprobar si su peinado estaba bien. Casi puse los ojos en
blanco. Era vanidoso hasta cierto punto, pero Matteo siempre parecía salido
de una edición de Vogue.
—Me habló de ti y de Cressida.
Mierda.
—No hay un Cressida y yo —dije de inmediato. Era la verdad.
Cressida y yo no éramos nada. Lo que había pasado había terminado. Para
empezar, casi no había sido nada digno de mención.
—Ah, ¿no? —preguntó con una voz mortal. Su lenguaje corporal
sugería que tenía problemas para quedarse donde estaba—. Entonces, ¿no te
acostaste con la chica?
No dije nada. Algunas de mis decisiones del pasado habían sido
desafortunadas, impulsadas por una ira apenas contenida. Aún podía
sentirla hervir a fuego lento bajo mi piel peligrosamente.
Levantó las cejas, no contento con mi respuesta.
—Un verdadero caballero nunca cuenta.
Estrelló su puño contra el casillero, su expresión ardiendo de rabia.
Me tensé. El traqueteo del casillero probablemente podría escucharse calle
abajo.
—Te juro que te sacaré a golpes cada maldita palabra si no abres la
puta boca ahora.
—Tuvimos sexo, un par de veces. Fin de la historia.
Papá caminó hacia mí como si tuviera toda la intención de romperme
el cuello. No retrocedí. Me había encontrado antes con la ira de papá,
aunque nunca tan potente como ahora, y estaba demasiado endurecido para
que me molestara demasiado. Me agarró de los hombros con fuerza,
llevándonos nariz con nariz. Su cálido aliento me golpeó.
—¿Y te llamas a ti mismo un caballero?
—No es como si no te hubieras follado a otras mujeres antes de
casarte con mamá. Por lo que escuché, tú y Matteo se follaron a todas las
mujeres que se cruzaron en su camino.
—Cuidado —gruñó, apretando aún más los dedos.
Matteo chasqueó la lengua.
—Tu papá y yo teníamos suficiente sangre en nuestros cerebros
cachondos para elegir solo a extrañas para follar.
Papá me empujó y golpeó otro casillero, dejando una abolladura,
antes de enfrentarse a Matteo.
—Ni siquiera puedo mirarlo. En serio, quiero matarlo.
—Tuve sexo con ella, consentido. No la presioné para tener sexo, así
que deja de reaccionar de forma exagerada. —Papá estuvo sobre mí antes
de que supiera lo que estaba pasando. Culpé a mis guardias bajas alrededor
de mi familia. Con cualquier otra persona no me habría pillado
desprevenido. Me empujó contra el casillero. La parte posterior de mi
cabeza se estrelló contra el metal, haciendo que mis oídos pitaran. Mis
músculos se tensaron, queriendo vengarse como estaba acostumbrado, pero
obligué a mi cuerpo a reprimir la necesidad abrumadora de actuar. Este era
mi padre y Capo.
Los ojos de papá parecían desquiciados.
—Hijo, si la hubieras violado, tendríamos una conversación muy
diferente.
Mantuve la boca cerrada. Mi hermana Marcella siempre me acusaba
de ser imprudente, pero sabía cuándo permanecer en silencio, al menos a
veces.
—Es una mujer italiana honorable, la hija de uno de mis capitanes, y
tú le quitaste la jodida virginidad.
—Ciertamente, jodimos —respondí—. Créeme, no actuó en absoluto
de manera honorable. Y por la forma en que se arrojó sobre mí, en realidad,
no lo llamaría quitar. Prácticamente me rogó que la aliviara de esa carga.
Papá miró a Matteo y le indicó que tomara su lugar. Matteo dio un
paso adelante y tomó el lugar de papá, quien me dio la espalda.
—¿Has recibido demasiados golpes en la cabeza a lo largo de los
años, o te estás haciendo el tonto a propósito? —preguntó Matteo con una
sonrisa severa.
Los músculos de los hombros de papá se flexionaron debajo de su
camiseta blanca y sus manos estaban cerradas en puños.
—Su familia no está divertida en lo más mínimo. La chica
definitivamente lo hizo sonar como si le prometiste el mundo y
prácticamente no pudo decir que no.
Entrecerré los ojos.
—Eso es una mierda. No le prometí nada. —Se había burlado de
cómo le encantaría volver a verme y cómo nuestras familias estarían tan
bien juntas. Ignoré sus palabras, y le mostré cómo chupar una polla
correctamente para que se callara.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó en voz muy baja, volviéndose
hacia mí una vez más. La expresión de mamá habría reflejado decepción en
tal caso, pero papá estaba furioso.
—Fue para probar un punto.
—¿Y qué punto sería ese?
—Que no tenía derecho a juzgar a Marci. La llamó puta.
—Actuaste como un maldito idiota. Debiste haber pensado en las
consecuencias —murmuró Matteo.
—Dale dinero a su padre y más soldados, estoy seguro de que lo
aceptará con gusto.
Matteo se rio entre dientes. Papá no pareció divertido y su sonrisa en
respuesta fue depredadora.
—Solo hay una cosa que aceptará como compensación. Matrimonio.
Me tomó un momento entender lo que papá quería decir. Me reí.
—Seguro.
Papá negó con la cabeza como si no me conociera.
—Esto no es una broma. Le dije que consideraría un matrimonio entre
tú y Cressida.
Mi expresión cayó.
—No puedes hablar en serio. De ninguna jodida forma voy a casarme
con esa perra.
Papá golpeó el casillero una vez más. Era el tercero al que abollaba
tanto que dudaba que alguien volviera a sacar sus cosas de él.
—Los Antonaci están bien conectados entre los tradicionalistas. Abolí
las malditas sábanas ensangrentadas y causaron un alboroto y casi una
revuelta. ¿Te das cuenta de lo que sucedería si te permitiera deshonrar a la
hija de un capitán sin que le pongas un anillo en el dedo?
—¿Y qué? Haremos una declaración sangrienta, y los obligaremos a
seguir nuestra orden. Somos Vitiello, no nos inclinamos ante los caprichos
de nadie.
—¿Quieres que mate a hombres leales, el núcleo de nuestra Famiglia,
porque no pudiste guardarlo en tus pantalones? He sido demasiado
indulgente contigo. Por una vez tendrás que cargar con la carga de tus
acciones.
Había subestimado a Cressida y su ambición. Quería hacer que se
tragara sus palabras.
Pero ella había cambiado las cosas, y ahora estaba atrapado con ella.
—Tiene que haber una forma de evitarlo —murmuré.
Papá respiró hondo y se pasó la mano por su cabello oscuro.
—Los tradicionalistas se sienten engañados. El vínculo de Marcella
con un motero, las sábanas sangrientas y nuestro vínculo con la Camorra,
fue demasiado para ellos. Este sería el punto de inflexión. No debilitaré a la
Famiglia con una maldita declaración solo porque no puedes soportar a tu
futura novia. Cressida será tu esposa. Tienes años para acostumbrarte a la
idea, y lo harás, o te juro que sentirás toda mi jodida ira.
Miré a mi padre con furia.
—Sí, Capo.

***

No hablamos de camino a casa. Estaba intentando encontrar una


manera de salir del lío. Como había dicho papá, aún me quedaban años
antes de tener que casarme. Hasta entonces, tendría que encontrar una
jodida solución a esto. La idea de estar con Cressida por el resto de mi vida
era un castigo demasiado duro para unos cuantos malditos polvos.
Cuando entramos a nuestra mansión en el Upper East Side, mamá
estaba en la sala con Valerio, ayudándolo con su tarea. Una mirada a su
rostro me dijo que sabía lo que estaba pasando.
Papá le indicó a Valerio que se fuera. Refunfuñó pero obedeció.
—Estás en un gran problema —murmuró a medida que pasaba a mi
lado.
Gracias por avisar… intenté alborotar su rebelde cabello rubio, pero
esquivó el intento. Sus reflejos estaban mejorando.
Mamá se retorció las manos mientras papá se dirigía hacia ella. La
besó brevemente e intercambiaron algunas palabras en voz baja. Mamá
asintió, pero me di cuenta de que no estaba feliz.
Mamá apenas llegaba al pecho de papá, pero aun así era su roca.
Estaba de su lado y de sus decisiones, incluso si las desaprobaba. Al menos
delante de los demás, incluso de nosotros los niños, siempre había sido así.
Nunca contradiría la decisión de papá, pero su rostro cuando me miró
habló de su preocupación. Estaba preocupada por mí. Siempre había
querido que me casara por amor. Papá negó con la cabeza una vez más,
luego salió, obviamente aún demasiado enojado para estar en una
habitación conmigo por mucho tiempo. Mamá lo siguió con la mirada antes
de mirarme otra vez. Dejó escapar un suspiro silencioso y se dirigió hacia
mí. Deteniéndose frente a mí, tomó mi mejilla y me miró con ojos nublados
por la preocupación.
—¿Estarás bien?
—¿Con casarme con Cressida?
—Sí.
—Por supuesto. Siempre supe que me casaría por motivos tácticos, no
por amor —mentí. Por alguna razón, no me atreví a usarla como una forma
de salir de esto. Era la única fuerza en este planeta que podría cambiar la
opinión de papá si estuviera empeñado en algo, pero admiraba demasiado
su matrimonio como para abrir una brecha entre ellos—. El amor es para
soñadores o débiles. No soy ninguno.
—Tu padre es muchas cosas, pero no un soñador o un debilucho.
—Papá es la excepción a la regla. Tu historia no es la norma, mamá.
Muchas parejas casadas apenas toleran la presencia del otro. Eso es lo que
puedo esperar con Cressida. Con un poco de suerte, dentro de un par de
años de matrimonio me odiará lo suficiente como para castigarme con el
silencio, entonces no tendré que hablar con ella.
Me miró en silencio. Pude ver que se estaba preguntando adónde
había ido el niño que ella había criado. Casi me miró como si pudiera ser un
impostor, o como si el niño aún estuviera dentro en alguna parte. A decir
verdad, estaba bastante seguro de que el chico tranquilo había sido el
impostor en primer lugar. Teniendo en cuenta los genes de papá, cualquier
otra cosa habría sido una gran sorpresa.
Mamá aún estaba preocupada por mi bienestar emocional. Si pudiera
mirar dentro de mí, sabría que nada podría herir mis sentimientos o romper
mi corazón. El secuestro de Marcella y las consecuencias me habían
endurecido, me habían convertido en quien necesitaba ser para convertirme
en quien estaba destinado a ser. Mi abuelo había convertido a papá en el
hombre endurecido que gobernaba a la Famiglia con mano de hierro. Papá
no me había hecho lo mismo por amor a mamá. Lo que había sido
demasiado débil para hacer, los moteros que habían secuestrado a mi
hermana lo habían logrado.
Disfrutaba la carnicería. Corría en mi sangre. Tal vez solo lo contuve
en el pasado por mamá. Palmeé el hombro de mi madre cuando no dejó de
mirarme con ojos nublados por la preocupación.
—Mamá, estaré bien. No necesito amor.

***

Subí a mi habitación pero Marcella ya estaba adentro, hojeando una


revista, con los pies cruzados a la altura de los tobillos. Sospechaba que hoy
vendría a cenar porque Maddox había salido de viaje cazando a sus
antiguos amigos moteros. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás,
revelando su oreja mutilada, lo que aún me hacía hervir la sangre a pesar de
que mi padre y yo nos habíamos vengado brutalmente de muchos
motociclistas.
Marcella levantó la vista y negó con la cabeza.
—Te dije que te mantuvieras alejado de Cressida. —Cerré la puerta,
crucé la habitación hasta mi escritorio y me senté en la silla. Mi teléfono
sonó con otro mensaje. Lo dejé sobre el escritorio. Respondería a los
mensajes de Maximus más tarde.
—Lo hice por ti. Para vengarme de ella por hablar mierda de ti.
Sus ojos azules se entrecerraron.
—Y te dije que te meterías en problemas. Te das cuenta de que
probablemente se esté regodeando como loca en este momento porque será
tu esposa, la futura esposa del Capo. Pagar con su virginidad fue un precio
pequeño por toda una vida de todos adorando el suelo que pisa. Si lo
pienso, gracias a ti ahora tendré que ser amable con ella, así que en realidad
me hiciste un favor flaco, no solo a ti mismo.
Le di una mirada molesta. Sabía que la había jodido. Casarme con
Cressida estaba en la cima de las cosas que odiaba hacer. No la quería a mi
lado. Ya estaba actuando como la realeza porque su padre era capitán. Solo
podía imaginar lo mucho peor que trataría a todos a su alrededor tan pronto
como tuviera mi anillo en su dedo.
—Ahora es muy tarde. Papá dejó muy claro que no tengo nada que
decir en el asunto. Tengo que casarme con ella para mantener feliz a la
Famiglia. Aparentemente, mis acciones fueron demasiado deshonrosas.
Se encogió de hombros.
—Deshonroso, no lo sé. Asumo que Cressida saltó más que feliz a la
cama contigo.
—Lo hizo. No fue necesario ningún convencimiento.
—Entonces, es su problema que perdiera su tarjeta V antes del
matrimonio. Pero tus acciones aún fueron estúpidas. Hay una razón por la
que la mayoría de los hombres de la mafia se acuestan con forasteras antes
del matrimonio para evitar este lío.
La idea de estar atrapado con ella era horrible. Supuse que solo
tendríamos un matrimonio en teoría.
—Casarse con Cressida tiene sus ventajas. Me importan un carajo sus
sentimientos, así que puedo seguir follándome a quien quiera incluso
cuando estemos casados.
Marcella suspiró.
—Vas a hacer un desastre aún peor, puedo sentirlo en el fondo.
—Lo dice la chica que trajo un motero a casa con ella.
Se levantó y me dio un puñetazo en el hombro. Pero sabía que tenía
razón. Nada de lo que pudiera hacer podría causar un escándalo mayor que
el que ella había causado.

***

Un mes después nuestras familias se reunieron para cenar y ultimar


los detalles de nuestro vínculo. Marcella había encontrado una excusa débil
para no estar presente. Ojalá pudiera haber hecho lo mismo. Probablemente
estaba follando a Maddox en su motocicleta mientras yo tenía que soportar
la cara de suficiencia de Cressida. Después de la cena, me levanté con una
sonrisa forzada.
—Me gustaría mostrarle los alrededores a Cressida.
Su madre frunció los labios con preocupación exagerada.
—Aún ni siquiera están comprometidos. —Su padre no parecía tan
preocupado de que estuviera a solas con Cressida. Ya le había reventado la
cereza, razón por la cual estábamos aquí en primer lugar. Asintió con
benevolencia, casi haciendo que le diera un puñetazo. Cressida se levantó
con una sonrisa tímida y fingida. Puso su mano en mi brazo y se rio cuando
la saqué. No hablé hasta que llegamos a la biblioteca, entonces dejé caer el
brazo y el acto caballeresco.
—Amo, ¿qué pasa? —preguntó como si no lo supiera.
—Corta el acto. Sabes que no te soporto. ¿De verdad quieres basar un
matrimonio en eso?
Se encogió de hombros.
—No me importa. Cambiarás de opinión sobre mí una vez que me
conozcas mejor.
Lo dudaba seriamente. Había hablado mierda de mi hermana en uno
de los momentos más difíciles de su vida. Trataba a todos los que
consideraba menos como una mierda y era jodidamente engreída.
—Encuentra a un tipo que se crea tus estupideces y que adore el suelo
que pisas porque ese no seré yo.
Su expresión se contrajo, pero luego sonrió dulcemente y se acercó,
tocó mi pecho.
—Te di un regalo, mi virginidad, ¿eso no cuenta para algo?
—Lo devolvería si pudiera —gruñí. No me importaba si decirlo
también era deshonroso. Era un mafioso, no un caballero británico.
Se sonrojó.
—Pero no puedes. Me deshonraste. Tienes suerte de que nadie más
que mi familia aún lo sepa. Te arrojaría una mala luz.
—Y a ti —dije. Pero tenía un punto. Si bien no me arruinaría,
provocaría mucha mala sangre y haría que muchos tradicionalistas
exigieran que no me convirtiera en Capo.
Se presionó contra mí nuevamente, su labio inferior sobresaliendo.
—Amo, no seas así. Sé que nos divertiremos. —Apreté los dientes. Se
arrodilló justo en la biblioteca y me bajó la cremallera. Negué con la
cabeza, incapaz de creer que iba a darme una mamada con nuestras familias
al final del pasillo. Me gustaban los lugares interesantes, pero no cuando mi
madre podía entrar.
Sacó mi polla, que se estaba endureciendo a pesar de mi disgusto por
ella. Se rio de nuevo y se lamió los labios.
Mi molestia venció a mis hormonas y agarré su mano, jalándola para
que se pusiera de pie. La confusión cruzó por su rostro.
—No puedes esperar que te deshonre de nuevo. —Mi voz emanó
sarcasmo.
Se encogió de hombros cuando me metí la polla en los pantalones y
me subí la cremallera.
—Tu pérdida.
Me reí, sacudiendo la cabeza.
—Cressida, no dije que me haría monje. Que no te toque hasta que
estemos casados porque no veo una maldita razón por la cual hacerlo, no
significa que no me follaré a todas las otras mujeres que se arrojan sobre
mí.
—Podría hacer lo mismo, ¿sabes? Dejar que otros chicos me tengan.
No dije nada, solo la miré retándola. Maldita sea, me haría el mejor
regalo de todos los tiempos si dejaba que un chico la follara antes de que la
señalara oficialmente con el dedo. Entonces me libraría de ella.
4
Amo
Seis años después
Ahogué un gemido cuando miré mi teléfono.
Cressida: No puedo hacer esto sola. Un buen prometido habría
estado aquí.
Estaba intentando tener la mentalidad adecuada para la maldita
reunión que se avecinaba y Cressida no tenía nada mejor que hacer que
irritarme con la cena de ensayo número dos. La única razón por la que le
había seguido la corriente y asistí a la cena de ensayo número uno fue
porque mi padre había insistido en que lo hiciera para compensar mis
errores del pasado. No podría importarme menos si servimos marlín
ahumado o atún ahumado. Tenía cosas mucho más importantes que hacer.
Por supuesto, Cressida no entendía.
Amo: No soy un buen prometido, y no seré un buen esposo. Aún
puedes cancelar esto.
Cressida siempre sacaba lo peor de mí, y ahora definitivamente no era
el momento adecuado para irritarme. Sería bastante difícil mantener la
calma.
Cressida: Nada de lo que puedas hacer hará que cancele esta boda.
Eso es lo que temía. Había ignorado su existencia estos últimos años,
ni una sola vez la había tocado porque ni una fibra de mi cuerpo la deseaba.
Aún se aferraba a mí y a nuestro futuro juntos. No por razones emocionales,
por supuesto. Ambos sabíamos que lo único que hacía que su corazón
latiera más rápido era la perspectiva de convertirse en la futura esposa del
Capo. Incluso a mamá no le gustaba, y mamá era la persona más amable
que conocía y les daba a todos una oportunidad. Papá la despreciaba por
completo. Podía verlo en sus ojos cada vez que ella estaba cerca y, sin
embargo, insistía en este vínculo ridículo.
Maldición. Una parte de mí lo entendía. La Famiglia aún estaba
dividida entre los tradicionalistas y los soldados más liberales. Siempre
había sido así, pero desde que Marcella se casó con Maddox, un motero de
un MC hostil con el que habíamos estado luchando durante décadas, y se
convirtió en parte del negocio familiar, los tradicionalistas se habían vuelto
demasiado ruidosos para ignorarlos. La marea estaba cambiando y papá y
yo necesitábamos asegurarnos de que no fuéramos arrastrados hacia el
océano implacable. Eventualmente tendríamos que hacer una declaración
sangrienta, no había forma de evitarlo, incluso si papá se mostraba reacio a
hacerlo. Tal vez porque podía intuir que muy bien sería una de las más
sangrientas en la historia de la Famiglia. Tenía la sensación de que estaba
esperando su momento hasta que mi hermano Valerio tuviera la edad
suficiente para luchar a nuestro lado. Teniendo en cuenta que recientemente
había cumplido dieciséis, en realidad esperaba que eso sucediera
milagrosamente antes de mi boda con Cressida.
Pero faltaban solo seis semanas para nuestra boda, y ya había
soportado un programa apretado de degustaciones, ensayos, reuniones y
eventos de intercambio de ideas necesarios que hacían imposible pretender
que no estaba atrapado en las garras astutas de Cressida.
Cressida: ¿Dónde estás?
Ignoré su pregunta. Sabía que estaba en Las Vegas por negocios y no
necesitaba saber más que eso. No confiaba en ella y eso nunca cambiaría.
Metiendo mi teléfono en mi bolsillo, levanté la cabeza a tiempo para
vernos detenernos frente a las enormes puertas de acero de la mansión
Falcone. Una odiosa F coronaba la cosa además de docenas de espinas
afiladas como navajas.
—A juzgar por tu mirada enojada, esa era Cressida. Esta reunión es
importante. Necesitamos asegurarnos de recuperar el control de nuestras
rutas de drogas. Con el estado de ánimo actual en la Famiglia, no podemos
arriesgarnos a ganar menos dinero. Incluso los tradicionalistas son menos
propensos a hablar, si sus bolsillos están llenos. No hagas una escena.
—Hace hervir mi puta sangre y no en el buen sentido.
—No me importa. No lo arruines.
Le di una sonrisa perezosa.
—Ya no soy un adolescente exaltado. No tienes que recordármelo.
Hoy se trata de negocios, nada más.
Papá me miró brevemente y asintió con satisfacción, aunque capté un
atisbo de duda en su rostro. Habíamos trabajado bien juntos estos últimos
años a pesar de nuestros desacuerdos ocasionales. Tal vez era una cuestión
de edad lo que hacía que papá fuera más cauteloso y reacio a impartir
violencia. Cuando tenía mi edad, probablemente le habría arrancado la
garganta a Antonaci por exigir algo. Debería considerarse afortunado de
que mi padre hubiera abolido la tradición de las sábanas ensangrentadas o
Cressida dejaría una muy mala impresión a la mañana siguiente de nuestra
noche de bodas. Después de todo, era el líder de los tradicionalistas.
Ninguno de ellos lo habría tomado en serio si su propia hija lo hubiera
hecho antes de su noche de bodas.
Papá presionó el botón que hizo que su ventana se deslizara hacia
abajo para poder tocar el timbre y alertar a los Falcone de nuestra llegada.
Por supuesto, sabían de nosotros debido a sus numerosas cámaras de
seguridad al momento en que nos detuvimos.
Las puertas se abrieron hacia adentro sin una palabra de los altavoces.
Nos detuvimos en el largo camino de entrada.
—No me gusta que nos reunamos en su casa. Siempre nos pone en
desventaja.
—Queremos algo de Remo y nos invitó a su casa. Rechazarlo habría
puesto el tono equivocado. —Entonces la expresión de papá se volvió más
dura y peligrosa—. Nos superan en número, cierto, pero la casa está llena
de personas que Remo quiere proteger. Eso lo pone a él en desventaja, no a
nosotros.
—Entonces, ¿por qué nos invita a su casa?
—El poder juega como siempre. Estoy seguro de que las mujeres y
los niños de la familia están bien escondidos y protegidos.
En los últimos años, la paz se había vuelto más difícil de mantener. Y
pensar que no hace mucho tiempo, nuestro vínculo había sido tan fuerte que
Remo había permitido que su hermano Adamo pasara un año con nosotros
en Nueva York…
Papá estacionó el auto alquilado y salimos. Remo, Nino y Nevio
aparecieron en lo alto de las escaleras.
—Mierda, dime que ese bastardo loco no va a unirse también a la
reunión —presioné en voz baja, las piedras crujiendo bajo nuestros zapatos
a medida que nos acercábamos a la casa.
—Es el futuro Capo. Tú y él tendrán que encontrar una manera de
tolerarse mutuamente.
—Ambos sabemos que la guerra estallará al momento en que Nevio y
yo nos convirtamos en Capos. No hay necesidad de fingir lo contrario.
Papá me envió una mirada de advertencia a medida que subíamos los
escalones blancos. Estrechó la mano de Remo, pero tampoco hubo amor
perdido entre ellos. Estreché las manos de Remo y Nino antes de toparme
cara a cara con Nevio Falcone, el mierdecilla que le dio una gloria nueva al
apodo «los lunáticos de Las Vegas». No era la pequeña mierda que había
visto por última vez hace unos años. Ahora, con casi diecinueve, estábamos
casi al nivel de los ojos, mientras que en el pasado siempre me había
elevado sobre él un par de centímetros.
Su sonrisa se amplió, dejando al descubierto sus dientes blancos, sus
ojos oscuros brillando con una promesa que con mucho gusto le devolví.
Eres hombre muerto.
Algunas personas creen en el amor a primera vista. Pura mierda.
¿Odio a primera vista? Definitivamente una cosa. La primera vez que
Nevio y yo nos vimos nos detestamos con una pasión ardiente. No sabía por
qué, solo que nuestro odio había sido instantáneo y que duraría más que
cada promesa y contrato hecho por nuestros padres. Un día le cortaría su
cabeza sonriente y la clavaría en la parte superior de la repugnante cerca
Falcone para que todos la vieran, incluso si eso significaba que tendría que
hacer las paces con el chico dorado de la Organización.
No nos dimos la mano, no hicimos nada más que mirarnos a los ojos.
No quería nada más que darle al bastardo loco una muestra de su propia
medicina.
—Nevio —dijo Remo en voz baja y papá tomó mi hombro de una
manera muy obvia, sus dedos clavándose en advertencia.
Le sonreí a Nevio. Miró a su padre, luego me dio la espalda y entró.
Apuñalar a alguien por la espalda era deshonroso y nunca había
considerado hacerlo, pero justo en este momento, lo pensé. El mundo sería
un lugar mejor sin su trasero loco de mierda.
Supuse que ser hijo de Remo Falcone, y nieto de Benedetto Falcone
hacía imposible aferrarse a la cordura. Aún no conocía a los hermanos de
Nevio, pero no podían estar más cuerdos que él.
Papá y yo seguimos a los Falcone por un corredor largo, pasando lo
que parecía ser una gran área común, hasta que finalmente llegamos a una
gran oficina. Las persianas estaban cerradas. Miré alrededor brevemente. El
escritorio no era un lugar que se usara muy a menudo. No tenía señales de
uso, pero los sofás y el saco de boxeo sí. Me tragué un comentario.
—Quieres discutir tus rutas de drogas a través de nuestro territorio —
dijo Nino mientras se sentaba en el borde del escritorio. Prefería su estilo
corta-la-mierda. Nos ahorraba todas las bromas falsas que todos
despreciábamos.
—En efecto. Pero Texas difícilmente puede contarse como tu
territorio en este momento —dijo papá.
Los labios de Remo se arrastraron en una sonrisa dura.
—Es más mía que de cualquier otra persona.
—Dile eso al cartel mexicano y a todas las pandillas de MC rebeldes
que atacan los transportes de drogas de diestra a siniestra.
—Los MC rebeldes son el resultado de desarrollos desafortunados en
la Famiglia, no de la Camorra —dijo Nino.
Apreté los dientes. No estaba del todo equivocado, el hecho de que
Marcella se enamorara del motero que la había secuestrado había
complicado las cosas innecesariamente, pero…
Nevio sonrió a medida que se apoyaba contra la pared con los brazos
cruzados.
—Eso es lo que sucede cuando las mujeres se abren de piernas por el
tipo equivocado y la familia no destripa a dicho imbécil como se debe
hacer.
Di un paso adelante, mi mano moviéndose hacia mi cuchillo al mismo
tiempo que papá gruñía:
—Cuidado.
—Nevio —advirtió Remo con una voz que incluso envió un
escalofrío por mi espalda.
Nino se interpuso entre nosotros y su hermano y sobrino.
—No estamos aquí para discutir decisiones pasadas. Se trata de
encontrar soluciones para el futuro.
—Hablando del futuro, ¿cómo está tu encantadora prometida? —
preguntó Nevio casualmente. Sus ojos contenían burla—. No veo la hora de
asistir a la boda del siglo para ser testigo de la mayor historia de amor de
todos los tiempos.
Sonreí con crueldad.
—¿Cuándo vas a secuestrar a una pobre mujer como tu propia esposa,
como es tradición familiar y la única forma en que una mujer tolerará tu
loco trasero?
Nevio se abalanzó sobre mí, pero había anticipado el movimiento.
Aun así no me impidió perder el equilibrio por la fuerza de su ataque. A
ninguno de los Falcone le gustaba que le recordaran el hecho de que Remo
había secuestrado a Serafina el día de su boda.
Chocamos con la pared y la sangre me llenó la boca mientras me
perforaba la lengua con los dientes. Saqué mi cuchillo de mi funda, viendo
un brillo familiar en la mano de Nevio. Un brazo se colgó alrededor de mi
garganta, tirando de mí hacia atrás al mismo tiempo que el brazo de Remo
alrededor de la cabeza de su hijo lo puso de rodillas.
Fui arrojado contra la pared una vez más y papá presionó su antebrazo
contra mi garganta, respirando con dificultad, sus ojos ardiendo con furia
apenas contenida.
Remo había puesto de rodillas a Nevio y lo sujetaba allí, a medida que
le murmuraba algo al oído. Nevio bajó su mirada de la mía y asintió
bruscamente antes de dejar caer su cuchillo con una sonrisa maníaca. Si
usara el maquillaje adecuado, podría ser el Guasón en todas las películas de
Batman.
—Amo —gruñó papá, y también dejé caer mi cuchillo. Atrapó mis
ojos con los suyos, obligándome a concentrarme solo en él—. Retrocede,
¿entendido?
Asentí de mala gana. Papá soltó mi garganta lentamente, sin dejar de
mirarme como si pensara que podría volver a perder el control. A decir
verdad, no estaba lejos de eso. Lo único que me detenía era que Nevio me
había dado la espalda. Si hubiera visto su rostro, lo habría perdido.
Papá se volvió hacia Remo, que no parecía menos asesino que su hijo.
Nino fue el único que no pareció impresionado por todo el espectáculo.
Pero no dejé que su comportamiento frío me engañara. Era un oponente
letal dado el incentivo correcto.
Papá se aclaró la garganta.
—Lo que mi hijo dijo sobre tu esposa fue inapropiado.
—Tu hijo no parece que se arrepienta de sus palabras. Insultar a un
Capo en su territorio es una forma extraña de mantener la paz.
—No te insulté, solo a tu hijo, y aún no es Capo.
—Si lo fuera, estarías muerto —dijo Nevio en voz baja, sus ojos
oscuros disparándose hacia mí una vez más. Remo le hizo un gesto a su
hijo, y él se movió hacia el sofá y se hundió, apoyando su pie cubierto con
botas de combate sobre su rodilla antes de comenzar a limpiar el perfil con
la punta de su cuchillo.
Papá me dio una mirada que dejó en claro que me quería fuera de aquí
ahora.
—Necesito orinar —dije tan cortésmente como pude.
Los ojos de Remo se entrecerraron.
—No pierdas tu camino.
Salí, enojado por estas charlas de mierda. Ya no había razón para que
mantuviéramos la tregua con la Camorra si no podían garantizar nuestras
rutas de la droga. Eran un lastre ahora que Nevio se haría cargo de más
tareas.
Tomé una respiración profunda. Necesitaba calmarme. Papá quería
paz, y mientras estuviéramos en territorio de la Camorra, necesitaba
calmarme. Como en realidad no necesitaba orinar, caminé por el pasillo y
luego hacia el área común, mirando alrededor con curiosidad. Todo el lugar
estaba desierto. Como había dicho papá, Remo había puesto a salvo a los
Falcone vulnerables.
Resoplé, sacudiendo la cabeza. Confianza y paz, qué montón de
mierda. Mis ojos se dirigieron a las puertas francesas que daban al extenso
patio trasero. El cielo estaba cubierto de nubes y lloviznaba, lo que
probablemente equivalía a un aguacero según los estándares de Nevada.
Odiaba el paisaje árido y el afán desesperado de la ciudad. Salí, aspirando
una bocanada profunda de aire fresco. Tal vez eso me ayudaría a calmarme.
Un sonido lejano llegó a mis oídos. No pude ubicarlo, así que seguí
un camino de delicadas losas de mármol blanco por una pendiente suave
hacia una casa pequeña. Era como una casa de la piscina, pero tenía la
sensación de que no era para eso. La llovizna suave empapó mi camisa de
vestir blanca, haciéndola adherirse a mi pecho y mis zapatos de cuero
pronto se mancharon de tierra, pero seguí el sonido hasta que llegué a una
puerta de vidrio, que estaba abierta una rendija, lo suficiente como para
dejar pasar la música clásica a través de ella.
Una figura se movía detrás del vidrio empañado. Impulsado por la
curiosidad, metí las manos en el hueco y abrí aún más la puerta, y me
congelé.
Una chica con un tutú rosa claro bailaba al son de la música. Parecía
ingrávida y en un mundo propio. Su cabello negro estaba recogido en la
parte superior de su cabeza, pero unos cuantos rizos enmarcaban su rostro.
Parecía una muñeca que había cobrado vida. Labios en forma de corazón,
piel suave como porcelana y facciones de hada.
Había algo que me resultaba familiar en la chica, pero no podía
precisar qué exactamente. Estaba tan perdida en la música que pareció no
darse cuenta de mí. Sus ojos estaban cerrados. Nunca pensé que disfrutaría
del ballet, pero al ver a esta chica, no pude imaginarme apartándome. Mi
mente se quedó en blanco, los latidos de mi corazón ralentizaron y todos los
pensamientos violentos se escurrieron de mí mientras caminaba lentamente
hacia la habitación, atraído por ella.
Un ladrido sonó en alguna parte, arrancándome de mi ensoñación.
Los ojos de la chica se abrieron de golpe y su equilibrio cayó cuando se
volvió hacia mí. Ojos tan oscuros como el chocolate amargo. Esos ojos me
recordaron a la persona que estaba en la parte superior de mi lista para
matar si la paz entre la Famiglia y la Camorra terminaba. El maldito Nevio
Falcone.
Y esta no era otra que su gemela Greta Falcone.
El terror torció su rostro.
—¡No!
Me tensé, levantando los brazos. No me dio la oportunidad de
explicar nada. En lugar de eso, pasó corriendo junto a mí, justo fuera del
alcance de mis brazos, dejando solo un olorcillo a vainilla a su paso,
mientras huía de la casa. Me di la vuelta, observándola correr cuesta arriba
avanzando a la mansión a una velocidad que no había creído posible con su
figura pequeña.
—¡Mierda! —¿Había aterrorizado a Greta Falcone lo suficiente como
para que saliera corriendo gritando?
Remo Falcone no me daría la oportunidad de explicarme.
Simplemente pondría una bala en mi cabeza. Si papá no me mataba
primero.
5
Amo
Corrí detrás de Greta. Con mis piernas mucho más largas, pronto
volví a verla a medida que bajaba corriendo una escalera hacia el sótano.
La perseguí, sin siquiera detenerme a pensar. Probablemente me
estaba conduciendo a un calabozo donde su gemelo malvado podría
torturarme hasta saciarse.
—¡Detente! —grité.
No lo hizo. En cambio, dobló otra esquina y otra, y luego desapareció
en una habitación. Corrí tras ella, pero ya estaba saliendo de nuevo. No
pude detenerme más y ella se lanzó contra mí, rebotando en mi pecho duro
como una pelota. Mis manos salieron disparadas, agarrando sus brazos para
detener su caída. Mis dedos se cerraron completamente alrededor de sus
brazos delgados. Su cuerpo se volvió tenso como la cuerda de un arco, sus
ojos se agrandaron, su boca se abrió y retrocedió violentamente. La solté y
tropezó hacia atrás, y luego cayó al suelo.
Sonó una alarma ensordecedora y me di la vuelta. La punta de mi
zapato golpeó una cuña de madera, pero estaba ocupado intentando
descubrir cómo detener el aullido.
—¡No! —gritó Greta, señalando la pesada puerta de acero, que se
cerró con un fuerte ruido metálico. El teclado a su lado brilló en rojo una
vez, luego se apagó, y unos momentos después las sirenas se detuvieron.
—¿Qué diablos es esta mierda? —gruñí. ¿Este había sido el plan de
Falcone todo el tiempo? ¿Atrapándome en una celda en su sótano? ¿Esto
había sido una trampa?
Entonces recordé algo, o más bien alguien.
Me alejé de la puerta de acero y bajé la mirada hacia la chica
encogida en el suelo.
Sus enormes ojos marrones oscuros me miraron, en el rostro más
hermoso que jamás hubiera visto, y enmarcado por cabello oscuro. La chica
era pequeña pero con un aura tan abrumadora que magnificaba su presencia
física.
Sus cejas se fruncieron cuando sus ojos me observaron y se escabulló
hacia atrás, poniendo más distancia entre nosotros, un nerviosismo agudo
cruzó por su rostro. Definitivamente me conocía.
No podía dejar de mirar su rostro en forma de corazón.
Si este había sido el plan de Falcone, había fracasado seriamente.
Solo podía imaginar cómo reaccionaría si descubriera que estaba solo con
su hija.
—¿Puedes abrir la puerta? —pregunté. Mi voz sonó áspera, por
correr, por la adrenalina, por mi pelea anterior, y las manos de Greta
comenzaron a temblar. ¿Estaba asustada de mí? Parecía ridículo
considerando que había sido criada por los lunáticos de Las Vegas. Los
hombres más brutales del área eran sus compañeros constantes.
Pero a diferencia de ellos, no me conocía excepto por mi reputación, y
probablemente por eso su hermano me odiaba tanto. En alguna ocasión me
había robado su espectáculo en el departamento de brutalidad.
—No me tengas miedo —dije en voz baja, suavizando mi voz, algo
que nunca hacía por nadie, y no estaba seguro de por qué carajo lo hice por
ella, pero simplemente no quería que me tenga miedo.
Inclinó la cabeza, mirándome en silencio. La tensión no abandonó su
cuerpo.
—Sé quién eres —dijo simplemente. Se tocó la oreja, sus ojos
revoloteando al teclado y luego a mí otra vez.
—Y sé quién eres, Greta, así que estás a salvo por defecto. Sin
mencionar que nunca lastimaría a una mujer. No tienes que preocuparte.
—No te tengo miedo —dijo, lo cual dudé seriamente considerando su
reacción a mi proximidad hasta el momento, pero le permití la mentira—.
Hay sangre en tu cara y en tu camisa.
Alcancé mi boca y mis dedos salieron rojos. Mi lengua. Mirando mi
camisa, vi unas gotas de sangre en el material blanco, que se había
extendido debido al estado húmedo de la tela.
No es de extrañar que se haya escapado gritando. Probablemente
pensó que había venido a asesinarla, o algo peor. Solo podía imaginar qué
tipo de historias de terror le contaba Nevio sobre mí.
—Mierda. —Mis ojos revolotearon hacia arriba para encontrar a
Greta aun observándome—. Disculpa. No debería maldecir delante de ti. —
¿De verdad acababa de decir eso?
—Escucho cosas peores todos los días —dijo, mientras su cuerpo se
relajaba un poco.
—Lo apuesto.
Señaló mis labios a medida que se ponía de pie.
—¿Ese fue Nevio?
—No. —No estaba seguro de por qué lo dije, pero por alguna razón
no quería que supiera lo mucho que nos odiábamos él y yo. Una vez que
nos viera juntos, no habría forma de ocultarlo, sin mencionar que no sabía
por qué de todos modos me molestaría.
La cinta de seda de una de sus zapatillas de ballet se había desatado y
enredado alrededor de su otra pierna, haciéndola perder el equilibrio.
Extendí la mano para estabilizarla, quien se tambaleó hacia adelante. Sus
ojos se abrieron de par en par, mirando mis dedos en su brazo como si
fueran a estrangularla. La solté al momento en que estuvo firme. Papá se
enfadaría si causara una guerra con la Camorra con un malentendido.
Apuesto a que a Remo y Nevio les encantaría malinterpretarme tocando el
brazo de Greta.
—Lo dije en serio, no tienes que tener miedo.
Sonrió avergonzada.
—Y ya te lo dije, no te tengo miedo. Me pongo nerviosa con personas
que no conozco bien, especialmente en entornos que en primer lugar me
dan ansiedad.
Recordé los rumores sobre su fobia social. Nunca lo había pensado
mucho. Nunca había pensado mucho en Greta Falcone. Asentí.
—Solo hay una solución a nuestro problema, tienes que entrar el
código que nos mantiene encerrados.
Sacudió la cabeza, y luego se inclinó hacia adelante para envolver la
cinta una vez más alrededor de su tobillo esbelto y pantorrilla,
desconcertándome por completo con el movimiento y la forma en que su
trasero se levantó en el aire.
—No puedo. Alguien activó la alarma ingresando un código
incorrecto en algún lugar de la casa y al hacerlo bloqueó todas las puertas
electrónicas de la casa. —Parecía completamente ajena a la vista que me
estaba dando. Tragué con dificultad, y arrastré mis ojos de regreso al
teclado y me ocupé presionando los botones, pero las teclas permanecieron
oscuras.
—¿Cuánto tiempo estaremos atrapados aquí abajo?
Apareció en mi visión periférica, pero a más de un brazo de distancia
de mí.
—Mi familia revisará sistemáticamente todas las habitaciones
cerradas con llave en las mansiones y los sótanos. —Se quedó en silencio,
mordiéndose el labio inferior—. No puedo decirte más.
Podría hacerte hacerlo. Esta era información de seguridad
importante. Solo asentí.
Mis ojos viajaron a lo largo de ella una vez más, sin poder detenerme.
Apenas llegaba a mi pecho y el frío de aquí abajo en el sótano tenía un
efecto muy evidente en su cuerpo, al menos según la piel de gallina erizada
en su piel. Sus pezones también se habían endurecido hasta convertirse en
guijarros firmes bajo su leotardo.
Me aclaré la garganta apartando la mirada, sintiéndola seca y áspera.
—¿Estarás bien en este espacio cerrado hasta que alguien nos saque?
Me dio una sonrisa agradecida.
—Dudo que tenga otra opción, así que sí, estaré bien.
Por alguna razón, mis labios dibujaron una sonrisa a cambio que corté
rápidamente. ¿Qué diablos estaba mal conmigo?
—Estoy seguro de que saldremos en poco tiempo.
Greta me miró con curiosidad. Encontré su mirada y no apartó la
vista. Me escaneó de pies a cabeza. Si fuera cualquier otra chica, diría que
me estaba comprobando, pero con ella, sinceramente, no estaba seguro.
—Eres muy alto y musculoso, algo inusual.
Mis cejas se dispararon hacia arriba, y casi me rio. No me reía en
público, definitivamente no entre personas que podrían convertirse en
enemigos cualquier día.
—¿Gracias? —dije y luego entrecerré los ojos—. ¿O me insultaste?
En realidad, no estoy seguro.
Inclinó la cabeza con una pequeña sonrisa secreta.
—No fue un insulto.
—¿Un cumplido?
—Un hecho.
—Un hecho —repetí, y negué con la cabeza con una risita.
Asintió y se movió hacia una esquina.
—Tal vez deberíamos ponernos cómodos. Tengo la sensación de que
esto tomará un tiempo.
Se hundió en el suelo con las piernas cruzadas, colocándose el tutú
cuidadosamente sobre la parte superior de los muslos y me miró expectante.
Señalé la camilla acolchada en el centro, que parecía mucho más cómoda
que el frío suelo de piedra, pero una expresión angustiada se deslizó por su
rostro, así que me acerqué a ella. También me hundí en el suelo y estiré las
piernas, pero me aseguré de no tocar a Greta.
—Sabes para qué es este lugar, por eso no quieres sentarte en la
camilla. —Incluso si no hubiera estado en habitaciones similares en Nueva
York, habría reconocido un lugar para la tortura por las correas
ensangrentadas de la camilla y la variedad de alicates, agujas y cuchillos en
la pequeña mesa de metal en el otro extremo de la habitación.
—Sí. Sé lo que es y lo que son. —Un toque de protección sonó en su
voz. No comenté. Mis sentimientos por la mayoría de su familia no eran
aptos para sus oídos—. ¿Te consideras tan diferente a ellos?
En algunos aspectos sí, pero en muchos otros no. Greta se refería a lo
último.
—No, por eso me pregunto por qué no me tienes miedo,
especialmente cuando tienes problemas con la gente en general.
—No le tengo miedo a la gente, solo me ponen ansiosa. Y no te tengo
miedo porque… —Estudió mi rostro por más tiempo del apropiado, pero no
me importó su curiosidad—, porque en el fondo sé que no tengo que
temerte.
Esperaba que dijera por su padre. Después de todo, él nos había
invitado aquí y este era su territorio, y aunque esto también era
probablemente parte de la verdad, su respuesta me complació mucho más.
Sonrió de nuevo. Se rodeó con los brazos y se frotó la parte superior de los
brazos con las manos. No vi nada que pudiera haber usado para calentarla,
excepto el calor de mi cuerpo y eso estaba fuera de discusión por varias
razones.
—Tienes frío —murmuré. Se estremeció y se enroscó y desenrolló
sus zapatillas de ballet para calentarse los pies.
—Estoy bien. ¿Quizás puedas distraerme? —Inclinó la cabeza hacia
un lado, mirándome a través de unas pestañas imposiblemente largas.
¿Cómo tanta hermosura podía estar relacionada con el jodido Nevio
Falcone?
Maldita sea, sabía exactamente cómo distraerla del frío.
Miré hacia abajo a mis brazos descansando libremente sobre mis
rodillas. Lo que sea que estaba pasando en mi cabeza tenía que parar.
Esta era Greta Falcone. Gemela del tipo que algún día mataría. Hija
del hombre que probablemente tendría que matar justo después.
Estaba fuera de los límites. Intenté encontrar más razones para dejar
de pensar en ella así, pero su edad no era una. Tenía dieciocho y yo solo
cuatro años y medio más.
¿Qué hay de Cressida?
—¿Por qué estás aquí? —Greta me sacó de mis pensamientos.
—Mi padre está reunido con tu padre —respondí—. Negocios.
No estaba seguro de cuánto sabía de los detalles de nuestra tregua y el
negocio en general, así que no mencioné los problemas con nuestras rutas
de drogas.
—Pero no estás ahora en la reunión.
Encontré su mirada, una risa atrapada salió a borbotones. El estruendo
bajo me sorprendió.
—El ambiente se puso un poco tenso, así que decidí tomar un poco de
aire fresco.
—A Nevio le gusta pelear.
No dije nada porque no habría sido adecuado para sus oídos.
—No sabía que eras bailarina —dije, mirando cómo enderezaba los
dedos de los pies y dejaba que sus dedos esbeltos se deslizaran sobre el tutú.
Hasta el día de hoy apenas sabía nada de Greta Falcone por lo que mis
palabras no tenían ningún sentido.
Su expresión se volvió aún más suave, lo que hizo que su belleza
resplandeciera aún más.
—Ballet —dijo como si estuviera hablando de un amante, llena de
devoción y adoración, y me sorprendí deseando que usara ese tono cuando
hablara de mí—. ¿Y tú? ¿Te gusta bailar? —preguntó, envolviendo sus
brazos alrededor de sus piernas y descansando su barbilla en sus rodillas.
—Depende. Solía ir mucho a clubes de baile cuando era más joven,
ahora no tanto, pero supongo que a eso no lo llamarías bailar. —Sobre todo
iba con Maximus en busca de algún coño fácil. Eso definitivamente no era
algo que le mencionaría a Greta.
Frunció el ceño, como si mis palabras no tuvieran sentido.
—¿Por qué dirías eso? Que baile ballet no significa que aprecie
menos otros estilos de baile. Si bailar en clubes es tu pasión, entonces eso
es tan válido como mi forma de bailar.
¿Mi pasión? Mirando esos ojos oscuros, observándome como si en
realidad estuviera intentando verme más allá de lo obvio, pensé en una cosa
que de verdad me apasionaría.
—Nunca he ido al ballet —admití.
Greta pareció triste.
—Deberías ir. Es hermoso.
—Me lo imagino —dije con aspereza, imaginando cómo bailaba
Greta en el escenario. Sin embargo, al mismo tiempo detesté la idea de que
bailara para alguien que no fuera yo. ¿Qué carajo estaba mal conmigo?
Estaba comprometido. No tenía por qué querer que Greta bailara para mí.
No podía tenerla. Cressida probablemente haría la vista gorda si la
engañara. Estaba contenta de convertirse en la futura esposa del Capo. Pero
Greta no era una chica que mereciera ser una aventura. Era una mujer que
merecía ser la número uno de alguien, su única reina.
Se estremeció nuevamente y una mirada más cercana reveló que sus
labios se estaban volviendo azulados.
—Greta, te estás congelando. Tenemos que hacer algo al respecto. —
Me enderecé, sopesando mis opciones—. ¿Te sentirías cómoda poniendo
tus pies en mi regazo? Juro por mi honor que no te tocaré de manera
inapropiada de ninguna manera.
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera procesarlas.
Simplemente cayeron, como el ojo de vidrio de un motero cuando golpeé
mi hacha en su cabeza.
Volvió a mover los pies, considerando mi regazo. Pensar que Greta
Falcone estaba mirando el lugar donde estaba mi pene…
—Eso creo —dijo lentamente. Miró hacia arriba, buscando mis ojos.
No estaba seguro de lo que estaba intentando ver. La mayor parte era
oscuridad pura, rabia y violencia, pero supuse que, si alguien podía
soportarlo, era un Falcone. Movió su cuerpo en mi dirección y apoyó esos
tobillos esbeltos sobre mis muslos musculosos. Sus talones descansaron
holgadamente en mi regazo. Los miré por un momento fijamente. Este
momento se sentía tan surrealista que, me pregunté brevemente si Nevio de
hecho había logrado clavar su cuchillo en mi cuerpo y estaba atrapado en un
limbo extraño entre la vida y la muerte—. Ahora, ¿qué hacemos con el resto
de tu cuerpo? —musité. Sugerir que se sentara en mi regazo y me dejara
abrazarla era, naturalmente, la elección obvia, pero la cordura no me había
abandonado del todo aún.
—Podrías darme tu camisa —dijo como si nada.
Una de mis cejas se levantó.
—No llevo nada debajo.
—Ah —susurró, sacudiendo la cabeza—. Entonces eso
definitivamente será demasiado frío para ti. —Me preguntaba cómo había
conservado esta inocencia viviendo bajo un techo con los lunáticos de Las
Vegas.
Agarré mi camisa y la saqué de mis pantalones, luego comencé a
desabrocharla. Greta siguió mis movimientos con suma curiosidad que se
transformó lentamente en fascinación cuando me abrí la prenda, revelando
mi pecho desnudo debajo. Sus ojos recorrieron mis pectorales y
abdominales, dejando un rastro caliente en mi piel solo con su mirada. La
sangre se filtró lentamente hacia un área en la que no tenía nada que hacer a
medida que estaba a solas con esta chica. Me quité la camisa, me incliné
hacia delante y la coloqué con cuidado sobre los hombros de Greta. Era
demasiado grande para ella, también cubriendo sus muslos. La apretó más a
su alrededor, y de hecho, respiró hondo y luego me miró con una pequeña
sonrisa encantadora.
—Gracias. Tu camisa huele bien.
—Huele a mí —dije como si mis neuronas hubieran salido de mi
cráneo.
No hizo ningún comentario, solo se acurrucó felizmente en mi
camisa.
No podía dejar de mirar. Darme cuenta de que Greta estaba cubierta
por algo que había usado momentos antes y pronto olería a mí… mierda,
me hizo sentir tan jodidamente eufórico.
Apoyó la mejilla en sus rodillas y dejé que sus ojos recorrieran mi
cuerpo una vez más, deteniéndose en el tatuaje de la Famiglia sobre mi
corazón.
—¿Ese es tu único tatuaje?
—Lo es y siempre lo será.
Su mirada descendió hasta los cortes finos en mis costillas. Los toqué,
preguntándome por qué estos exactamente le habían llamado la atención.
Tenía más cicatrices en los brazos, el vientre y la espalda.
—Se ven bonitos.
Esa fue la cosa más extraña que nadie hubiera dicho de mis cicatrices
y se me escapó una risa baja.
—Ese es el talento especial de Maximus, crear cicatrices bonitas.
Entrecerró los ojos una fracción, como si estuviera intentando
resolver algo.
—Era tu amigo.
—Es mi amigo —corregí.
—¿Aún es tu amigo?
—Lo es, tiene cicatrices similares a las mías, no tan bonitas, por
supuesto —bromeé.
Se rio, y algo se agitó profundamente en la boca de mi estómago y, a
pesar del frío en la celda, me sentía jodidamente caliente.
—¿Por qué se lastimaron?
—Nos torturamos unos a otros para hacernos más fuertes. Va a ser
Ejecutor como su padre.
—Ah —dijo—. Entonces es mi primo.
Siempre olvidaba que Maximus estaba relacionado con los Falcone,
que su padre era medio hermano de Remo. Incluso ahora no podía
entenderlo. Papá se había asegurado de que no mencionara a Growl o
Maximus con una sola palabra. Sin embargo, Greta no sonaba como si le
importara.
—¿Te hizo más fuerte? —preguntó, sonando honestamente curiosa.
—Lo hizo. Pero desde que hicimos esto, él y yo hemos luchado contra
muchos enemigos y enfrentado mucho más dolor que el cuchillo de un
amigo.
Sus ojos se dirigieron a la puerta y se mordió el labio. Movió los
dedos de los pies, pero dudé que se diera cuenta. Los tomé en mis manos,
sintiendo lo helados que aún se sentían. Su cabeza giró hacia mí, su
expresión interrogativa.
Levanté mis manos. No debí haberla tocado sin permiso.
—No, se sintió bien.
Mi pecho se hinchó cuando acuné sus pies pequeños otra vez, con la
esperanza de calentarlos con mis palmas.
—Manejas mi cercanía mejor de lo que pensé después de que saliste
corriendo gritando cuando me viste.
Inclinó la cabeza. Su expresión tensa como si estuviera intentando
resolver una ecuación difícil, luego volvió a apoyar la barbilla en la rodilla
y aspiró profundamente de nuevo mi camisa.
Maldición.
—No sé qué pasa contigo, pero… —Se encogió un poco de hombros
y no terminó la oración. Entonces, su expresión se iluminó con diversión—.
Y no escapé de ti. Cuando abriste la puerta de mi estudio de ballet, dejaste
escapar a Momo. Intenté atraparla. Por eso corrí tan rápido.
Le di una mirada en blanco. ¿Qué diablos era un Momo? Debe haber
visto la pregunta en mi rostro porque continuó.
—Mi perra. Se aterroriza por todo y tú eres un espectáculo muy
aterrador para un perro pequeño. —Hizo una pausa—. Probablemente
también para la mayoría de los humanos.
Negué con la cabeza, a punto de empezar a reír nuevamente.
—Espero que esté bien.
—Estoy seguro de que ha corrido con alguien de tu familia.
—Se aterroriza con casi todos ellos.
Perra inteligente.
—Tal vez fue a buscar a Kiara, pero está en la biblioteca de su ala, así
que dudo que pueda llegar a ella.
—No puede escapar de las instalaciones, ¿verdad?
—No, pero podría lastimarse intentando escapar. —Suspiró—. Tienes
suerte de que Bear no estaba conmigo en el estudio. Él te habría atacado. Es
un mastín italiano.
Supuse que era una raza de perro, pero nunca había oído hablar de
ella a pesar de mi amistad con Maximus. Su familia tenía un refugio para
perros para animales maltratados. Rottweiler, pitbulls, bulldogs…
—Si es del tamaño de un rottweiler, podría haberlo manejado.
—¿Para matarlo? —La nota triste en su voz me hizo sacudir la
cabeza.
—Solo como último recurso. Tengo experiencia peleando con bestias
así. Habría intentado derribarlo al suelo y retenerlo allí. Si pesa unos
cincuenta y cinco kilos como máximo. Lo supero por cuarenta y cinco
kilos.
—Él es todo músculo.
—Yo también.
Arrastró su mirada sobre mis músculos y un rubor delicado tiñó sus
mejillas.
—Sí.
—¿Estás prometida? —Las palabras salieron disparadas de mí más
rápido que cualquier bala de mi semiautomática.
Las cejas de Greta se hundieron como si no pudiera entender la
pregunta. Yo tampoco.
—No —respondió como si la respuesta fuera obvia. Y tal vez lo era.
Teniendo en cuenta a su gemelo loco, y al resto del loco grupo Falcone,
necesitabas pelotas del tamaño de Nevada para pedir la mano de Greta—.
Nunca conocí a alguien que me interesara así. —Pareció pensativa por un
momento antes de volver a mirarme a la cara—. ¿Qué hay de ti? ¿Estás
prometido?
—No —dije sin pensarlo. ¿Por qué estaba mintiendo? Las noticias de
mi compromiso ciertamente también habían circulado en Las Vegas, y si no
me equivoco, todo el clan Falcone fue invitado a la boda. Por otro lado,
parecía una chica que vivía en un mundo propio. Nunca había estado en una
de las festividades en los últimos años. Ni siquiera estaba seguro de haberla
visto antes de hoy.
Tal vez en realidad no sabía de mí y Cressida. Deseaba poder
mantenerlo así por razones que no tenía la paciencia para explorar.
No tenía ni idea de cuánto tiempo habíamos estado encerrados en esta
celda. Se sintió como un parpadeo y la eternidad al mismo tiempo, y supe
que no quería que terminara nunca. Hablar con Greta se sentía bien.
Sus ojos se posaron en mi cara.
—Nunca pensé en besar a alguien. Pero creo que contigo podría
imaginarme teniendo mi primer beso algún día.
Mi cuerpo se puso tenso, mi corazón retumbando en mi pecho. La
miré fijamente. No estaba coqueteando, su lenguaje corporal no me invitaba
a besarla ahora, pero sus palabras habían desatado una avalancha en mi
cuerpo que tuve problemas para contener.
¿Qué demonios?
Sonó un clic y el teclado se iluminó en rojo y luego en verde. La
puerta se abrió y entró Nino seguido de un chico alto de cabello rubio miel
y penetrantes ojos azules, vestido con una camiseta negra que dejaba al
descubierto el puto tatuaje de la Camorra y varios tatuajes más. Como si
hubieran practicado una coreografía, una de sus cejas treparon por sus
frentes y la mirada en sus ojos fue como sumergirse en agua helada.
Aquí vamos…
6
Greta
Alessio y Nino entraron en la celda. Mi rostro se ensanchó con una
sonrisa agradecida. En realidad, disfruté mi tiempo con Amo, pero mi
preocupación por Momo había empeorado con cada momento que pasó. La
última vez que escapó, me tomó más de un día encontrarlo acurrucado
detrás de un estante en el sótano.
Alessio sacó su daga triple de acero de Damasco de la funda de cuero
que llevaba en la cintura. Amo bajó mis pies, y se levantó en toda su altura.
Mis ojos fueron atraídos hacia él sin pensarlo, siguiendo sus piernas largas
y musculosas, la fina capa de vello oscuro hasta su ombligo, sus
abdominales cincelados y luego más arriba hasta su barbilla fuerte y rostro
pronunciado. Era hermoso de una manera que nunca había notado en un
hombre.
—Supongo que tienes una explicación razonable para esto —dijo
Nino arrastrando las palabras. Me volví hacia él, aunque sabía que no me
estaba hablando a mí. Nunca usaría ese tono conmigo.
Al ver su expresión, comprendí que Amo estaba en problemas.
Alessio caminó hacia mí sin apartar los ojos de Amo, y extendió su mano
libre, la otra con su cuchillo aun apuntando a Amo. Dejé que me ayudara a
ponerme de pie y, por una vez, no me soltó de inmediato, sino que me alejó
de Amo. La camisa se deslizó de mis hombros, revoloteando hasta el suelo,
y lamenté su calidez y aroma reconfortante.
Los ojos azules de Alessio se clavaron en los míos.
—¿Hizo algo?
Mis cejas se fruncieron.
—Me dio su camisa.
—¿No estás herida? —preguntó Nino, sus ojos aún en Amo, aunque
ninguno de ellos había sacado todavía un cuchillo o una pistola.
Tiré de la mano de Alessio y finalmente me soltó.
—Tengo frío.
Alessio escaneó mis brazos y garganta, luego mi ropa. No estaba
segura de lo que estaba buscando.
—Sin marcas ni rasgaduras.
Amo dejó escapar un suspiro y cruzó los brazos frente a su pecho
amplio, lo que hizo que sus bíceps se flexionaran de una manera muy
placentera.
—No hice nada. Soy un Vitiello, no hago daño a las mujeres. Me
encontré con Greta en el jardín cuando estaba tomando un poco de aire
fresco y me pidió que la ayudara a atrapar a Momo. El perro se había
metido en el sótano y ahí fue donde fuimos. Luego sonó la alarma y nos
encerró, y traté de mantener a Greta caliente con mi camisa. Fin de la
historia.
Lancé una mirada a Amo. Su rostro era duro y absolutamente
convincente, aunque no había dicho toda la verdad. Supongo que con la
mentira era crucial que escondieras la mentira detrás de una verdad parcial.
Lo hizo bien.
No le mentía a mi familia. Nunca.
Nino vino hacia mí, bloqueando mi vista de Amo, obligándome a
mirarlo. Alessio también me observaba como si se tratara de la Inquisición
española, una parte fascinante de la historia que no tenía el estómago para
leer después de lo que había visto. Nino envolvió sus dedos alrededor de mi
muñeca.
—¿Eso fue lo que pasó?
—Sí —dije, sin perder el ritmo. La culpa floreció en mi pecho, pero
nunca vacilé, solo miré fijamente a la cara de Nino. No podía explicar por
qué mentí, solo que quería proteger a Amo y sabía que la razón por la que
mintió fue porque se consideraba en peligro. Intenté consolarme con el
hecho de que probablemente también había protegido a Nino y Alessio.
Porque si hubieran atacado a Amo, también habrían sufrido heridas, incluso
si fueran luchadores muy capaces. Amo parecía que él mismo era muy
capaz.
Nino asintió satisfecho después de mirarme unos segundos más y
soltarme la muñeca.
—Te aconsejo que te pongas la camisa —le dijo a Amo. Este último
sacudió la cabeza con una maldición entre dientes, luego se inclinó hacia
adelante y tomó su camisa del suelo antes de ponérsela.
Alessio dio un paso hacia Amo, mientras giraba la daga en su mano.
—Tienes mucha suerte de que no fue Nevio quien te encontró así. No
habría esperado una explicación.
Amo se abotonó la camisa con dedos firmes y sus fríos ojos grises se
posaron casi aburridos en mi primo. Alessio era varios centímetros más
bajo que Amo, aunque ya medía un metro ochenta y seis de altura a los
diecisiete años. Amo probablemente medía un metro noventa y ocho y era
más alto que él. No dijo nada.
—Vamos arriba e informemos a todos que te encontramos —dijo
Nino. Hizo un gesto a Amo—. Avanza.
Amo pasó junto a nosotros, sus ojos mirándome brevemente, y
contuve la respiración, sin saber por qué. Cuando salí de mi ensoñación, vi
los ojos de Nino en mí. Le di una sonrisa rápida. Tomó mi hombro
ligeramente antes de seguir a Amo.
—Vamos, Greta —dijo Alessio y me acerqué a él y caminamos a un
ritmo más lento—. ¿Dijo algo inapropiado?
—Como, ¿qué? —pregunté a medida que subíamos las escaleras. En
realidad, no podía imaginar lo que Alessio tenía en mente.
Se detuvo en el escalón debajo del mío, lo que nos llevó casi al nivel
de los ojos.
—Algo sexual.
Fruncí los labios.
—Nevio, Massimo y tú hablan de sexo a mi alrededor todo el tiempo.
—No hacia ti —dijo Alessio como si fuera obvio y era estúpida por
no verlo.
—Por supuesto, estamos relacionados, pero Amo y yo no.
Alessio sacudió la cabeza, acercó su rostro y habló en voz baja y en
advertencia:
—No le digas nada así a Nevio, ¿entendido?
Parpadeé hacia él.
—¿Y si hace la misma pregunta que hiciste?
—Entonces, piensa en una mejor respuesta. Digamos que no hablaron
en absoluto, o hablaron sobre algodón de azúcar. No me importa, pero no
digas lo que me dijiste.
—¿Quieres que le mienta a Nevio?
—Greta —dijo con voz suplicante, agarrándome por los hombros, por
eso supe que iba en serio—. Nevio está esperando una razón para matar a
Amo. Créeme cuando digo que lo matará si le das esa respuesta, o mejor
aún, dile que Amo se sentó a tu lado medio desnudo, masajeando tus pies
mientras abrazabas su camisa.
—Estás declarando los hechos mal.
—A Nevio no le importan los hechos correctos. Tomará los hechos
que le convengan e irá con ellos. No podrá controlarse a sí mismo, no
querrá.
Suspiré y asentí. Nuestra conversación se interrumpió cuando el tío
Savio apareció sobre nosotros.
—Muñequita, se requiere tu presencia, así que deja de charlar.
Alessio me dejó pasar y caminé hacia Savio. Era el segundo más
joven de mis tíos, rondaba la treintena y siempre me llamaba «muñequita».
Nunca entendí por qué lo hacía considerando que las muñecas se veían sin
vida en el mejor de los casos, y espeluznantes la mayor parte del tiempo.
Cuando le pregunté por qué me comparaba con una cosa muerta, se rio
tanto que pensé que se desmayaría. Aún me llamaba muñequita, pero como
lo decía de manera agradable, no me importaba.
Savio me rodeó con un brazo a medida que me conducía en dirección
al área común.
—¿Estás bien?
—Por supuesto —dije.
Sacudió la cabeza.
—Convence a tu loco padre.
No tuve la oportunidad de preguntarle a qué se refería porque voces
altas venían de la sala común e hicieron estallar mi ansiedad. El ambiente
cuando entramos era tan tenso que me sentí un poco enferma. Papá y un
hombre que se parecía mucho a Amo estaban cara a cara, como si
estuvieran a punto de lanzar puños en cualquier momento. La expresión de
Amo me dijo que estaba dispuesto a unirse. Solo Nino parecía mantener la
cabeza fría. No vi a nadie más, lo cual fue una suerte. Nevio y Massimo
probablemente no habrían mejorado la situación.
Al momento en que papá me vio, se apartó del otro hombre.
—Nino me dijo lo que dijiste.
No dije nada, no estaba segura de lo que quería escuchar. No había
escuchado lo que dijo Nino, pero conociéndolo, probablemente repitió mis
palabras con precisión.
—Habla con Kiara —dijo papá después de mirarme durante mucho
tiempo. ¿Qué estaban intentando ver todos?
Le di una mirada desconcertada.
—¿Por qué? —Disfrutaba hablar con Kiara. Sus percepciones
amables estaban muy cerca de cómo yo veía el mundo, lo cual era muy
agradable, pero podía decir que papá tenía una razón para su pedido.
—Remo —dijo Nino con firmeza—. No muestra ninguna señal.
Cálmate.
La expresión de Amo se retorció con furia y también la de su padre.
Obviamente sabían lo que estaba pasando incluso cuando yo no. Al menos
no era la única que parecía no tener ni idea de lo que estaba pasando a
juzgar por la expresión de análisis de Alessio.
—Nos vamos ahora antes de que esto termine de una manera muy
desagradable —dijo el hombre, que debía ser Luca Vitiello. Su brazo estaba
estirado frente al pecho de Amo como si temiera tener que retenerlo. Todo
era muy confuso.
Nino tomó a papá por el hombro, y le susurró algo al oído. Papá me
indicó que avanzara y me acerqué a él de inmediato. Papá tomó mi barbilla,
sus ojos tan intensos que tuve problemas para devolverle la mirada.
—Papá, estoy bien, solo con frío —le dije con una sonrisa
tranquilizadora. Asintió. Luego miró por encima de mi cabeza—. Pueden
irse.
—No estaba pidiendo tu permiso —dijo Luca Vitiello.
La expresión de papá envió un escalofrío por mi espalda. Toqué su
pecho y su mirada me encontró. Nino dio un paso adelante.
—Deberíamos continuar mañana con nuestra reunión, una vez que
todos nos hayamos calmado.
Amo se rio, pero fue una risa muy diferente a las que había escuchado
en el sótano. Fue duro y burlón.
—¿Y crees que ese será el caso?
—Necesitan la paz más que nosotros —gruñó papá.
Bajé la mirada, intentando no dejar que la ansiedad se apoderara de
mí. Era demasiado ruidoso aquí y toda la gente, sus movimientos, olores y
voces hacían que mi mente diera vueltas. Anhelaba estar de vuelta en el
sótano.
Me concentré en el mármol debajo de mis zapatillas de ballet, su
firmeza, solidez, frío. Inspiré muy lentamente, y dejé salir el aire a un ritmo
aún más lento.
2. 5. 7. 15. 25. 55. 75.
Una vez que repetí mis números favoritos en mi cabeza, me sentí más
tranquila.
—¿Mía cara? —La voz tranquila de papá se filtró a través del silbido
en mi cabeza. Miré hacia arriba, dándome cuenta de que estábamos solos.
Tocó mi mejilla—. Estás fría. Toma un baño caliente.
—Momo escapó.
La boca de papá se apretó con desaprobación. No le gustaba mucho
Momo. Aunque eso tenía menos que ver con Momo y más con el hecho de
que a papá le desagradaban muchas cosas, tanto humanos como animales.
—Si no lo hemos encontrado hasta que te hayas bañado, puedes unirte
a la búsqueda, pero ahora quiero que entres en calor.
Si papá exigía algo, sabía que no cedería. Asentí.
—¿Dónde están Nevio y Massimo?
Por lo general, mi hermano se quedaba a mi lado, especialmente en
situaciones como esta. Que él no estuviera aquí significaba que papá le
ordenó que se mantuviera alejado. Probablemente por Amo, si Alessio tenía
razón.
—Ayudando a tu mamá a someter a Giulio hasta que tenga tiempo de
hablar con él.
—¿Él activó la alarma?
—¿Quién más? —murmuró Savio mientras regresaba a la sala común,
seguido por Alessio y Nino. Supuse que habían dejado salir a Amo y a su
padre. Sentí una punzada cuando me di cuenta de que ni siquiera me había
despedido de Amo. ¿Mañana regresaría?
Me sentí deseándolo.
Savio sonrió.
—Ahora que Nevio se vuelve loco en la noche, Giulio ocupó su lugar
como el alborotador residual.
—Solo tiene seis años. No siempre va a causar problemas —dije,
sintiéndome protectora con mi hermanito.
—Báñate, ahora. Buscaremos al perro —dijo papá.
—¿Cuál? —preguntó Savio—. Si tengo que buscar a esa fea bestia
otra vez, no voy a usar mi nuevas zapatillas Balenciaga.
—Irá por tu garganta, no por tus zapatillas —dijo Alessio, con una
comisura de la boca levantada.
—No es Bear, es Momo.
—Nunca debiste permitir que trajera las bestias a la casa —dijo
Savio.
—No lo hice —dijo papá con una mirada de reproche hacia mí.
—Momo estaba en el estudio conmigo, y Bear está encerrado en mi
habitación.
—Así es. Qué agradable sorpresa cuando intenté ver cómo estabas —
dijo Nevio arrastrando las palabras a medida que entraba en la habitación.
Su antebrazo izquierdo estaba cubierto de sangre, pero porque usaba
muñequeras de cuero, no pude ver el alcance de sus heridas. Estuvo frente a
mí en tres zancadas largas. Nuestros ojos se encontraron.
—No lo mataste, ¿verdad? —susurré, mi voz temblando.
—Ese perro intentó destrozarlo y tú te preocupas por una bestia
rabiosa —murmuró Alessio.
Ignoré el comentario. Nevio sabía que moriría si le pasaba algo, pero
Nevio era Nevio, e incluso Bear no podía tener ninguna posibilidad contra
él.
—Solo lo lastimé lo suficiente como para quitármelo de encima —
dijo en voz baja. Sabía lo que era Nevio, sabía que no necesitaba muchos
incentivos para matar. Que no haya matado a Bear aunque lo había atacado
solo fue por mi culpa. A veces sentía como si estuviera sujetando la
oscuridad de Nevio por la correa y si alguna vez la soltaba… no quería
pensar en eso.
Tomó mi mano.
—Ven. —Me arrastró.
—Momo —dije por encima del hombro.
—Lo encontraremos —dijo papá.
Nevio no disminuyó la velocidad, me empujó escaleras arriba y me
llevó a mi habitación. Mis ojos se posaron en Bear, que yacía junto a la
cama. Nevio había atado su correa al poste de la cama. Su cola comenzó a
moverse cuando me vio. Me acerqué a él y froté sus fauces como a él le
encantaba.
—Si esa cosa alguna vez te gruñe, la mataré, sin importar lo que digas
—dijo, deteniéndose a mi lado. Bear dejó de menearse y miró a mi
hermano, pero no reaccionó de otra manera. Lo que fuera que Nevio
hubiera hecho, había intimidado a Bear por el momento.
—Él nunca haría eso —dije ferozmente.
Nevio me miró a los ojos.
—Confías demasiado en criaturas peligrosas.
Levanté las cejas, pero su expresión se volvió cautelosa y más oscura.
—Alessio me dijo que estuviste encerrada en una celda con Vitiello.
Me puse de pie y me dirigí al baño. Por alguna razón, me resistía a
tener esta conversación con Nevio. Tal vez porque las palabras de Alessio
se reprodujeron en mi cabeza.
No quería mentirle a mi hermano, pero sabía que tenía que hacerlo.
—Déjame preparar un baño y entrar, luego podemos hablar.
Nevio se quedó en mi habitación mientras abría el grifo y me
desnudaba. Puse una cantidad generosa de baño de burbujas en el agua
hasta que una capa gruesa de espuma cubrió la superficie del agua, luego
me deslicé, siseando a medida que mi piel comenzaba a picar por el calor.
—¿Greta?
—Estoy bien. Puedes pasar.
Entró y cerró la puerta, luego se sentó en la tapa del inodoro cerrada,
su cuerpo en ángulo en mi dirección. Apoyó los antebrazos en los muslos y
su boca se torció brevemente en lo que parecía incomodidad. Miré su brazo
ensangrentado.
—Deberías curar eso.
—Cuéntame todo lo que dijo, todo lo que hizo. No dejes nada afuera.
—Nevio, no hizo nada.
—Déjame juzgarlo —dijo con un tono duro—. Sin ofender, pero no
sabrías si él hizo algo.
Entrecerré los ojos.
—No soy una niña estúpida.
—No, no lo eres, pero tu amabilidad e inocencia te hacen
completamente incapaz de tratar con alguien como Amo Vitiello.
Mi hermano rara vez me hacía enojar. A pesar de su disposición dura
y lenguaje crudo, nunca me enojaba con él. Pero ahora podía sentirme cada
vez más molesta.
—¿Y qué es exactamente?
Clavó sus ojos en los míos.
—Un cazador en más de un aspecto.
Intenté averiguar a qué se refería, pero aparentemente eso fue
suficiente para convencer a Nevio de la verdad de sus palabras.
—Ves, ni siquiera sabes a lo que me refiero.
Finalmente comprendí.
—¿Quieres decir que persigue a las mujeres?
Se rio sombríamente.
No podía ver lo que importaba.
—Tú también lo haces.
—No estoy obligado a casarme.
Mi estómago se apretó.
—¿Casarse?
—Este verano.
Esperaba que mi rostro no revelara lo confundida que estaba. ¿Por
qué había mentido Amo? Había dicho que no estaba prometido, pero si se
casaba tan pronto, debía estar comprometido. No estaba segura de por qué
la idea me molestó. El estado civil de Amo no debería ser mi preocupación.
Cuando me di cuenta de que Nevio me estaba mirando, dije con
naturalidad:
—Entonces, tienes aún menos razones para preocuparte. Si está
enamorado, difícilmente me hará insinuaciones.
—Amor —se burló. Sacudió la cabeza y se miró el brazo herido como
si pensara en cortárselo. Empezó a aflojar el brazalete de cuero con más
fuerza de la necesaria—. No la ama. Es un matrimonio arreglado.
Aún estaba reflexionando en la mentira de Amo, de modo que
probablemente olvidé mentir con la siguiente pregunta de Nevio.
—Entonces, ¿mantuvo su distancia?
—Me dio su camisa para que no me congelara.
Se puso en pie de un empujón y arrancó el brazalete de cuero donde
había estado pegado a la herida de la mordedura. También se desprendió un
trozo de piel, pero a Nevio no pareció importarle. Sangre fresca cayó de la
herida a mi piso.
—Ah, ¿lo hizo, no? —preguntó, enseñando los dientes. Me miró
como si quisiera hacerme entrar en razón, luego giró sobre sus talones y
caminó hacia la puerta, dejando un rastro de sangre en su camino—. Lo
mataré, sin importar lo que diga papá. No necesitamos la paz.
—Nevio. —Agarró la manija de la puerta pero se detuvo ante mi voz.
Me incliné sobre el borde de la bañera, aferrándome a ella—. ¡Nevio!
Se volvió hacia mí, con frenesí en sus ojos.
—No, ¿de acuerdo? Él me ayudó. Tenía mucho frío. Le pedí su
camisa. Él no sugirió eso.
Respiró con dificultad, pero finalmente volvió hacia mí y se hundió
en la tapa.
—Greta, tienes que dejar de ser tan ingenua. A alguien que no es
Camorrista no se le puede pedir algo así. Nuestros soldados nos temen, pero
Amo… —Sus labios se afinaron de nuevo, la furia volvió a sus ojos.
—Estoy bien, ¿de acuerdo? Estoy bien protegida, lo sabes. —Extendí
la mano y toqué la piel de su mano izquierda—. Ahora, por favor, deja que
Nino eche un vistazo a esto antes de que se infecte.
Sus ojos me siguieron hasta su antebrazo como si hubiera olvidado la
herida de la mordedura. Se veía desagradable, así que no sabía cómo podía
hacerlo. Tomó una respiración profunda.
—De acuerdo. Pero esta discusión no ha terminado.
Le di una sonrisa paciente.
—Necesito vestirme y encontrar a Momo.
Se puso de pie.
—Buscaré a esa cosa.
Salió. No le dije que Momo nunca dejaría que Nevio lo atrapara. La
mayoría de los animales lo evitaban. Había algo demasiado errático,
demasiado frenético en él. Me levanté con un suspiro, mi cuerpo
habiéndose calentado. Mi mente volvió a Amo y el calor en mi cuerpo se
intensificó. Miré mi reflejo en el espejo sobre el lavabo. Nunca me había
preguntado qué pensarían los demás de mi cuerpo, pero ahora lo hice,
preguntándome qué habría visto Amo cuando me miró.
¿Por qué? ¿Por qué me importaba? Me gustaba mi cuerpo. Los
pensamientos de Amo al respecto no deberían importar. Pero luego recordé
la sensación de rubor que me invadió cuando se quitó la camisa, lo cual fue
inesperado. No era como si nunca hubiera visto un pecho desnudo. Los
hombres de mi familia corrían sin camisa todo el tiempo cuando hacían
ejercicio, se dirigían al entrenamiento de lucha o se metían en la piscina.
Ellos también estaban en forma hasta el punto de requerir un régimen de
entrenamiento diario.
Pero Amo…
Negué con la cabeza. No entendía nada de esto. Nunca me había
sentido atraída por alguien. No tenía mucho contacto con personas fuera de
mi familia, pero tampoco nunca me había enamorado de una celebridad o
de cualquier otra persona que hubiera conocido de pasada. Me atraía Amo.
La reacción de mi cuerpo apuntaba hacia esta conclusión.
Y pensando en su pecho fuerte y sus ojos grises, sentí el deseo
novedoso de tocarme. Mis pechos y más abajo. Nuevamente algo que nunca
había hecho porque simplemente no había sentido el deseo de hacerlo.
Observé mis senos pequeños, medio cubiertos de espuma y luego hundidos
hasta el vértice de mis muslos, donde sentía más calor. Alcancé mi sexo, las
yemas de mis dedos rozando mi vello púbico.
Sonó un golpe, haciéndome retroceder.
—¿Puedo entrar?
Era Kiara.
—Un segundo —llamé y salí de la bañera rápidamente y me puse una
bata de baño esponjosa. Abrí la puerta para encontrar a Kiara de pie justo en
frente, mirando preocupada a Bear.
—¿Está bien?
Eso es lo que me gustaba de ella.
—Creo que sí. Creo que Nevio lo golpeó en la cabeza. Lo vigilaré.
Ella asintió, y luego sus amables ojos marrones se posaron en mí.
Massimo tenía el mismo color de ojos y, sin embargo, pocas personas
probablemente lo notarían, porque su mirada rara vez era amable y, por lo
tanto, los hacía parecer diferentes.
—Tu padre me pidió que hablara contigo —dijo con cuidado.
Me acerqué a la cama y me hundí, luego comencé a acariciar a Bear
con los dedos de los pies porque había rodado sobre su espalda, dejando al
descubierto su vientre.
—No sé por qué.
Kiara se sentó a mi lado. Me miró por un momento.
—Amo es un hombre imponente, y tu padre es un hombre que sabe
qué tipo de actos horribles son capaces de hacer algunos humanos.
Incliné la cabeza hacia ella.
—Sé de lo que son capaces los humanos.
Había visto a los hombres de mi familia cometer dichos actos hace
casi siete años y aún soñaba a menudo con eso.
—Lo sé. Me refiero a otra cosa.
—Kiara, no soy buena en esto.
Se rio suavemente.
—Nino tampoco, esa es probablemente otra razón por la que estoy
aquí.
—¿Y cuál es la primera?
Su rostro se puso serio y una mirada atormentada entró en sus ojos
que nunca había visto.
—Esto es algo que no puedes decirle a Massimo o Alessio.
—Está bien —dije lentamente.
—Cuando era niña, un hombre de mi familia abusó sexualmente de
mí y yo se lo oculté a todos por miedo y vergüenza.
La abracé sin dudarlo. Ella exhaló y me devolvió el abrazo
brevemente antes de permitirme alejarme de nuevo. Palmeó mi mejilla.
—Gracias.
Asentí, y poco a poco comprendí de qué se trataba.
—Como le dije a papá y a todos los demás, estoy bien. Amo no me
lastimó de ninguna manera. Te lo diría a ti y a papá si lo hubiera hecho. Sé
que no tengo que tener miedo cuando estoy en Las Vegas, y sé que no tengo
que avergonzarme.
—No lo mantendrías en secreto para protegerlo de cualquier daño,
¿verdad? Te conozco.
—Él no sería merecedor de mi protección si hubiera hecho lo que te
pasó.
Sonrió con orgullo.
—Está bien. Tu papá estará orgulloso.
—Estaría más orgulloso si pudiera defenderme como él siempre
quiso.
—No eres alguien que recurre a la violencia, lo ha aceptado y de
todos modos no habrías tenido ninguna oportunidad contra un hombre
como Amo.
Asentí.
—¿Ya encontraron a Momo?
—No, aún están buscando.
—Me vestiré y me uniré a ellos. Y dile a papá que estoy bien. No
quiero que suceda una guerra por mi culpa.
—No lo hará —dijo.

***

Diez minutos después estaba vestida y bajé a la sala común donde


encontré a Nino cosiendo a Nevio. Estaba hablando con Alessio y Massimo
mientras Nino le clavaba la aguja en la carne. Al verlos, recordé a Kiara
pidiéndome que no les dijera. Me pregunté por qué no quería que lo
supieran. Podían manejar mucho teniendo en cuenta lo que hacían por la
noche.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó Nevio con una ceja arqueada
a medida que me dirigía hacia el patio trasero. Tal vez Momo se acurrucó
debajo de uno de los arbustos. Era demasiado cuidadoso para acercarse a
uno de los dos estanques.
—Voy a buscar a Momo.
—Espérame. No quiero que vayas sola.
Le envié a mi hermano una mirada incrédula. Siempre ha sido
protector, pero esto lo estaba llevando a un nivel nuevo.
—Nunca la encontraré si estás a mi lado, lo sabes.
—Iré contigo —dijo papá mientras entraba a la sala común.
Probablemente había estado arriba para darle un sermón a Giulio. Señaló
con un dedo de advertencia a Nevio—. Te están cosiendo. Si pierdes el
brazo por una infección, estarás en un gran problema. —Se acercó a mí.
Momo no toleraba a papá mucho mejor que a Nevio, pero en realidad me
gustó la idea de que papá se uniera a mí.
Con su mano en mi hombro, salimos al patio trasero. El aire de la
tarde era fresco, así que me envolví con más fuerza en mi cárdigan,
recordando cómo se había sentido la camisa de Amo, cómo había olido.
—¿A dónde? —preguntó papá.
—A veces se esconde en los arbustos de la cerca.
Caminamos en silencio por un rato.
—Por favor, no dejes que estalle una guerra porque terminé encerrada
en una celda con Amo, ¿de acuerdo?
Sus dedos sobre mis hombros se apretaron brevemente.
—No puedo imaginar que la guerra sea evitable a largo plazo.
—Tantos morirían, por nada.
Me dio una sonrisa extraña.
—No por nada.
Suspiré. No quería una guerra, por varias razones.
—¿Te haría feliz si intentara aprender a pelear? —Papá había
intentado obligarme a tomar lecciones de lucha desde que podía recordar,
pero la idea de elegir la violencia nunca me había sentado bien. Para mi
familia siempre era la primera opción, pero para mí era el último recurso.
Me dio la vuelta para que estuviera frente a él.
—Greta, eso es lo que quise durante muchos años, pero puedo decir
que nunca serás una luchadora, no en el sentido físico. No quiero que luches
para hacerme feliz.
Los arbustos a nuestra derecha crujieron y papá se paró frente a mí,
con la mano en el cuchillo. Entrecerré los ojos en la penumbra. Había
lámparas en la parte superior de la cerca, pero su luz no penetraba en el
suelo. Aun así pude ver un pequeño hocico blanco asomándose debajo del
arbusto.
—¡Momo! —Corrí hacia ella y la recogí antes de que pudiera escapar
de nuevo. Quité algunas ramitas de su pelaje peludo. Era maltesa y cuando
la encontré, estaba completamente enmarañada y demacrada, con las orejas
infectadas. La abracé contra mi pecho, algo que solo había comenzado a
permitir recientemente.
Sentí los ojos de papá sobre mí y me dirigí a su lado. No intentó
acariciar a Momo, solo me miró.
—Considerando el tipo de hombre que soy y los pecados que he
cometido, no sé por qué merezco una hija como tú.
—Papá, no soy perfecta. Soy tan defectuosa como todos los demás.
Me lanzó una mirada que dejó claro que no estaba de acuerdo. Su
teléfono sonó, y cuando vio el identificador de llamadas respondió después
de murmurar una maldición.
—Luca. —Escuchó algo que dijo el otro hombre, luego asintió—.
Terminar con esto suena como un plan. —Colgó.
—¿Qué está pasando?
—Luca y su hijo vendrán mañana para otra reunión.
Mi corazón latió más rápido, mi estómago bulló de emoción. Bajé la
mirada y presioné mi rostro contra el pelaje de Momo para ocultarle mi
reacción a papá.
Mi padre pensaba que era perfecta.
No sabía cómo se aceleraba mi corazón cuando pensaba en Amo.
7
Amo
—Amo, sin peleas. Sin importar lo mucho que Nevio te provoque.
—No te preocupes, voy a controlarme.
Eso era cierto. No me importaba la reunión en lo más mínimo. Todo
lo que había podido pensar desde que papá y yo dejamos la mansión ayer
era cómo me las arreglaría para volver a ver a Greta. Sus últimas palabras
para mí habían flotado en mi cerebro toda la noche. Me imaginaba
besándola, soñé con eso. Por eso convencí a papá para que pidiera otra
reunión tan pronto. Nevio no estaba esta vez en la sala de reuniones. En su
lugar, Alessio se apoyaba contra la pared junto a su padre Nino.
Remo se sentó en el borde del escritorio con los brazos cruzados,
mirándonos con una sonrisa desafiante. Sus ojos se posaron en mí, y su
sonrisa se volvió más dura.
Si supiera cómo mi cerebro seguía girando en torno a Greta, la
pequeña chispa de odio se convertiría en un fuego rugiente.
Papá y yo nos acomodamos en uno de los sofás y comenzamos
nuestra discusión sobre nuevas rutas de transporte. Hice todo lo posible por
involucrarme y ser profesional, incluso cuando mis pensamientos se
desviaban hacia la chica de ojos saltones.
—Tengo que orinar —dije después de unos quince minutos, y me
levanté.
Remo enseñó los dientes.
—Eso no terminó bien ayer.
—¿Preferirías si hago mis necesidades en un rincón de esta
habitación?
La boca de papá se torció, pero luego me envió una mirada de
advertencia. Solo quería terminar con este espectáculo de mierda.
Nino le hizo un gesto a Alessio.
—Acompáñalo al baño.
Reprimí un comentario muy grosero. La frustración brotó en mí. Ni
siquiera necesitaba mear. Solo quería ir a buscar a Greta. Con Alessio
pisándome los talones, eso obviamente no iba a suceder.
Quizás era mejor así.
La expresión de Alessio estaba al borde del aburrimiento mientras
caminaba a mi lado. Tenía el mismo comportamiento frío que su padre,
incluso si no se parecía a él. Especialmente su nariz más pronunciada y
ligeramente torcida no se parecía en nada a la nariz de los Falcone.
Tal vez alguien la había roto en una pelea.
Sus ojos se inclinaron hacia mí, calculadores.
—No intentes nada.
Le envié una sonrisa dura.
—¿A quién tenemos aquí? —La voz de Nevio resonó por el pasillo y
agarré mi cuchillo. Nevio y Massimo se dirigían hacia nosotros. No pude
evaluar a este último. Nuestras interacciones habían sido demasiado
escasas, pero la mirada en sus ojos era como una serpiente esperando para
atacar. Nevio definitivamente parecía que tenía toda la intención de volver
esto sangriento. Estaba listo. Puntos frescos cubrían su antebrazo izquierdo.
Apuntaría allí primero, un blanco fácil.
Alessio negó con la cabeza y se interpuso en su camino.
—¿Qué diablos? Ya sabes lo que dijeron nuestros padres. Nevio,
termina con esto.
—¿Desde cuándo estás tan ansioso por la paz? —preguntó Massimo.
Los tres estaban vestidos de negro como si fueran parte de una banda de
chicos góticos espeluznantes. Al verlos juntos me di cuenta de que Alessio
era el más bajo. Incluso Massimo, que era un año más joven, tenía un par de
centímetros más que él. Nevio era casi de mi altura por lo que se elevaba
sobre ellos.
Alessio se volvió hacia su hermano.
—Deberías saberlo mejor.
—Sí —dijo Massimo como si no pudiera importarle menos—. Pero
no voy a detener a Nevio.
—Entonces yo lo haré —dijo una voz familiar. Me volví para
encontrar a Greta bajando las escaleras, con un enorme perro negro a su
lado. Lo sujetaba por la correa, pero no podía imaginarla siendo lo
suficientemente fuerte como para detenerlo si atacaba. Tuve que admitir que
la cosa parecía más impresionante que un rottweiler. En su brazo acunaba lo
que parecía una alfombra flokati blanca con una nariz negra.
Estaba vestida con un suéter de punto blanco grande con mangas
cortas y jeans cortados que revelaban sus esbeltas piernas bronceadas.
—Así no es como tratamos a los invitados —dijo con firmeza cuando
se detuvo entre la trinidad impía y yo. No me miró.
—No es un invitado —dijo Nevio.
—Nevio —dijo con voz suplicante. Dejó caer la correa y el perro se
sentó como si ese fuera su comando, luego se acercó a su gemelo loco. Me
lanzó una mirada de advertencia antes de mirar a Greta.
Me obligué a no mirar sus piernas, pero cuando se puso de puntillas y
sus músculos delgados se flexionaron, no pude evitar mirarla. Le susurró
algo al oído a Nevio. No pareció feliz en lo más mínimo, pero asintió y
luego levantó la barbilla hacia Massimo.
—Mantenlo vigilado. Nada de deambular por ahí —ordenó Nevio a
Alessio antes de que él y Massimo finalmente desaparecieran. No confiaba
en que Nevio se hubiera rendido.
Greta suspiró y recogió la correa. Bien podría haber sido aire para
ella.
—Ven, Bear.
—¿A dónde vas? —le preguntó Alessio.
—A llevar a Bear y Momo afuera para que puedan hacer sus
necesidades. Bear me protegerá, así que no te preocupes. —Antes de salir,
sus ojos se deslizaron hacia mí por un momento y mi corazón casi saltó de
mi pecho. Definitivamente no era aire.
—Orina —dijo Alessio señalando hacia el baño.
—No recibo órdenes tuyas.
Se encogió de hombros.
—Entonces orina tus pantalones.
Tal vez podría noquearlo. Papá probablemente me colgaría de las
pelotas si hiciera eso. Me dirigí al baño, intentando encontrar una manera
de tener a Greta a solas de nuevo con todos los Falcone siguiéndome.
Me apoyé contra la puerta.
—Alessio, tienes que ayudarme. Momo volvió a salir corriendo. Creo
que se dirigió al sótano. ¿Puedes ir a buscarla? Papá se enojará si vuelvo a
bajar —dijo Greta.
—Mierda, Greta. Tengo que vigilar a Vitiello.
—Por favor, Alessio.
Sonó un golpe fuerte.
—¡Si has terminado de orinar, regresa directamente a la oficina!
Sonaron pasos y luego una voz suave sonó justo en frente de la
puerta.
—Estoy afuera en la piscina en la parte de atrás.
Cerré los ojos brevemente. ¿Qué estaba haciendo? Abrí la puerta pero
Greta ya se había ido. Comprobando mi entorno, me dirigí afuera a medida
que mantenía mi mano suelta en la funda con mi arma.
Sabía que era una idea terrible buscar a Greta. Su familia,
especialmente su loco hermano, se enfadaría mucho y estaba a punto de
casarme con Cressida. Mil razones hablaban en contra de hablar con ella,
pero no podía alejarme. Necesitaba volver a verla, escuchar su voz. No
estaba seguro de qué diablos me pasaba. Nunca me había sentido tan
incapaz de controlarme.
Caminé alrededor de la casa donde un gran paisaje de piscina
iluminaba la noche. Greta estaba sentada con las piernas cruzadas en una
tumbona que alguien había empujado hacia las sombras, lejos del
resplandor de la piscina, y miraba el cielo nocturno. Simplemente la
observé por unos momentos, cómo la luz de la luna hacía brillar su piel, qué
contenta se veía envuelta en la oscuridad y sola. Mi corazón se aceleró y el
calor enrojeció mi cuerpo. Mierda.
¿Qué. Carajo. Estaba. Haciendo?
Esta pregunta se repetía en mi cabeza.
Me acerqué a ella lentamente, haciendo que mis pasos se escucharan
para que no se sobresaltara. Miró por encima del hombro y esperé a que se
tensara. No lo hizo. En cambio, palmeó el lugar a su lado.
—Puedes sentarte si quieres.
Me senté en la tumbona. Era demasiado baja para mis piernas largas,
pero quería estar cerca de Greta.
—¿Por qué estás aquí sola en la oscuridad?
Tenía la sensación de que ella habría estado aquí incluso si no fuera
por mí.
—Quería un poco de tranquilidad —dijo antes de señalar a la bestia
estirada a sus pies observándome con unos espeluznantes ojos ámbar—. Y
no estoy sola. —Estiró una pierna y comenzó a pasar los dedos de los pies
por el costado del perro. Me fascinaron sus elegantes pies pequeños, la
forma en que los sostenía como si estuviera a punto de bailar un
movimiento de ballet difícil, las uñas de sus pies, que no estaban pintadas.
Nunca había conocido a una chica que no se pintara las uñas y aun así Greta
lo logró. Con un resoplido de satisfacción, el perro se puso boca arriba,
mostrando su vientre y garganta vulnerables para que ella también pudiera
acariciarlos. Una sonrisa tiró de la boca de Greta en tanto pasaba los dedos
de sus pies por el interior desnudo de la parte superior de los muslos del
perro. Era un perro macho, con razón estaba ansioso por ser acariciado por
Greta.
—No tenemos mucho tiempo —murmuré. recordándoselo.
Recordándomelo porque estando cerca de ella era fácil olvidar que no
estábamos solos en este mundo—. Es mejor que nadie nos atrape.
No podía leerla. Pero pareció casi desolada.
—¿Por qué dijiste que querías besarme? —Hice la pregunta que me
había estado atormentando desde ayer.
Greta inclinó la cabeza hacia un lado y me miró en silencio durante
varios segundos.
—Porque me gusta tu cara.
Casi me atraganto de la risa.
—¿Solo mi cara?
Sus ojos oscuros recorrieron cada centímetro de mi cuerpo, lenta y
meticulosamente, como si en realidad quisiera tomar una decisión. Esta
chica estaba fuera de este mundo.
—También me gusta tu cuerpo.
Permití que mis ojos vagaran por su cuerpo como nunca me había
atrevido. Según mi reputación, era arrogante y bullicioso, pero hasta ahora
no había sido lo suficientemente suicida como para desnudar a Greta
Falcone con la mirada en territorio de la Camorra.
—También me gusta tu cara y tu cuerpo.
Su boca se extendió en una sonrisa pequeña, pero se frunció en
confusión cuando revisé nuestro entorno.
—Solo comprobaba si había riesgo de que me clavaran un cuchillo en
la espalda.
Negó con la cabeza.
—Nevio no te apuñalaría por la espalda. Prefiere el enfoque directo,
al igual que Alessio. Aunque, Massimo podría hacerlo.
Algo se movió en el suelo y el perro blanco y esponjoso dejó escapar
un resoplido donde yacía escondido junto al mastín italiano.
—Le mentiste a Alessio. ¿Por qué?
—Mentí —admitió en voz baja, la culpa tiñendo sus palabras—. Me
gusta cómo me haces sentir. —Mis ojos fueron atraídos a sus labios. Tal vez
esta era nuestra única oportunidad. Podría reclamar el primer beso de Greta.
No se merecía esto. Pero no era un hombre bueno.
Sus ojos se encontraron con los míos.
—¿Por qué mentiste?
Hice una pausa, sin saber a qué se refería.
—Sobre tu prometida.
Sentí como si me estuvieran rociando con agua helada. Ella sabía.
Por extraño que parezca, me sentí aliviado. Mentirle a Greta se había
sentido… mal.
—No lo sé —respondí honestamente porque no lo sabía. Había
mentido sin pensar porque cada segundo desde que conocí a Greta deseaba
no estar comprometido, lo sentí mucho más fuerte que nunca.
Buscó mis ojos y luego asintió como si me creyera.
—¿Está mal que estemos sentados aquí juntos?
¿Me estaba pidiendo orientación moral? Era la persona equivocada
para preguntar por muchas razones.
—No estamos haciendo nada.
Inclinó la cabeza para mirar a su perro una vez más.
—No se siente así.
—Lo sé —admití. Mis ojos se posaron en su rostro, en la inclinación
pensativa de sus labios.
Algo frío tocó mi cuello. Me tensé, mi mano volando hacia el arma en
mi funda.
—No haría eso si fuera tú, imbécil, o te haré un agujero en el cráneo
—dijo Alessio.
—Será mejor que bajes ese maldito cuchillo —gruñí, medio tentado
de sacar mi arma y ver si sus reflejos eran más rápidos que los míos.
Greta se puso de pie y su perro gruñó en voz baja y amenazadora.
—Alessio, detente. Amo atrapó a Momo por mí.
—Qué afortunada coincidencia que esté cerca cada vez que Momo
sale corriendo. Qué héroe —murmuró Alessio pero bajó el cuchillo. Me
puse de pie y me giré hacia él, queriendo tenerlo a la vista.
Greta tomó el brazo de Alessio.
—No le digas a Nevio.
Frunció el ceño ante su mano, y luego entrecerró los ojos hacia ella.
—¿Decirle qué exactamente, Greta? Porque en realidad no sé qué es
lo que estoy viendo aquí.
Se mordió el labio y sus ojos se dirigieron hacia los míos.
Alessio se inclinó hacia ella.
—Tendremos que hablar más tarde. —Se enderezó y se volvió hacia
mí.
Su expresión fue fría y calculadora. De todos los hombres Falcone
había sido la mejor opción para atraparnos. La mayoría del resto me habría
perforado el cráneo con su cuchillo.
—Regresemos antes de que alguien venga a buscarnos.
Dudé, preguntándome cuándo y si volvería a ver a Greta. Mañana
papá y yo íbamos a volar de regreso a Nueva York. No regresaríamos a Las
Vegas a corto plazo y la próxima vez que se suponía que el clan Falcone me
visitaría sería para mi boda. Seguro que no quería que Greta estuviera en mi
boda con Cressida.
—Vitiello, te juro que llamaré a Nevio y me ocuparé del espectáculo
de mierda más tarde.
Asentí a Greta y me volví. Necesitaba detener esto, fuera lo que fuera.
Nunca podía volver a ver a Greta.
Alessio y yo caminamos en silencio de regreso a la casa, pero poco
antes de llegar a la oficina, se volvió hacia mí.
—Escucha, tal vez pienses que ser el jodido Amo Vitiello te da una
tarjeta blanca para ser un imbécil, pero Greta es la chica más amable que
jamás conocerás. Si estás buscando otra aventura antes de casarte, entonces
busca en otro lado.
Un silencio o bien indecisión en su voz. Sonreí con dureza pero no
dije nada.
—Greta no es como las demás chicas, ni como la mayoría de las
personas.
—Es bastante directa.
Alessio entrecerró los ojos en contemplación.
—Greta siempre ha sido así. En ese sentido es como mi padre.
—Menos la parte del asesino sociópata.
—Sí, menos eso. Greta odia la violencia en cualquier forma y manera.
No es tu tipo, Vitiello, así que olvida que alguna vez la viste.
No reaccioné a sus palabras y entré en la oficina. No le debía ninguna
explicación a Alessio, pero sus palabras tuvieron el efecto deseado.
Papá, Remo y Nino levantaron la vista cuando entramos.
—¿Qué les tomó tanto tiempo? —gruñó Remo.
—Necesitaba fumar y Amo se unió a mí en el patio trasero.
Nino negó con la cabeza con evidente desaprobación.
Me hundí junto a papá, quien me envió una mirada inquisitiva. Asentí
para indicar que todo estaba bien, aunque eso no podría haber estado más
lejos de la verdad.
Estaba obligado a casarme con Cressida, y posiblemente enamorarme
de Greta Falcone.

Greta
Era pasada la medianoche cuando llamaron a mi puerta. Aún no había
apagado las luces porque esperaba que apareciera Alessio. Entró, vestido
completamente de negro y con un pasamontañas igualmente negro en la
mano. Obviamente estaba saliendo con Nevio y Massimo. La punta cubierta
de acero de su bota de combate brillaba como recién pulida. Bear levantó la
cabeza y gruñó, pero lo hice callar. Alessio se acercó a mi cama y se sentó
en el borde. Me miró, sus cejas rubias como la miel hundiéndose en una V.
—Explícame lo que vi hoy. No me des nada de esta mierda de Amo
salvó a Momo otra vez. Conozco al hijo de puta y probablemente mata
cachorros en sus sueños.
Fruncí los labios ante la evaluación de Alessio. Siempre intentaba ser
impasible y lógico, pero a veces su temperamento estallaba.
Guardé mi libro.
—Amo y yo estábamos sentados en la tumbona.
—De hecho, no sé cómo pudo haber sucedido, pero pareces bastante
experta en mentir y escabullirte, así que tengo que preguntarte. ¿Tuviste
sexo con él?
El shock se apoderó de mí.
—Ni siquiera he besado a un chico —dije.
No me perdí el destello de alivio en su rostro, aunque no podía ver
por qué el estado de mi himen o el estado de mis besos era causa de una
reacción emocional.
—Hoy te estabas poniendo cómoda con Amo.
—No me sentía cómoda con él. Hablamos, eso es todo.
—Greta, Amo no solo habla con las chicas, y tú, no eres cualquiera.
Probablemente se está acobardando por su boda, y está buscando un polvo
fácil.
Mis mejillas se calentaron.
—¿Y crees que yo sería uno, un polvo fácil? —Tal vez era cierto,
porque podía imaginarme durmiendo con Amo.
Suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—Maldita sea, no lo sé. Ayer hubiera dicho que no. Por lo general, ni
siquiera puedes pararte cuando los extraños están demasiado cerca. No sé
qué pasa, es por eso que estoy aquí.
—No tienes que preocuparte por mí.
No pareció convencido.
—Sé que nunca tienes la oportunidad de conocer a alguien por Nevio
y el resto de nosotros. Eres Greta Falcone. No puedes simplemente elegir a
un chico. Pero Amo realmente es el último tipo al que deberías echar un
segundo vistazo.
No dije nada, pero Alessio se quedó mirándome. Le había dado a
Amo más que una segunda mirada, pero no necesitaba saber eso.
—Alessio, no volveré a verlo.
Cuando comprendí que esto bien podría ser la verdad se instaló en la
boca de mi estómago, me invadió una sensación de pérdida, lo cual era
extraño, porque ¿cómo podría extrañar algo que nunca había tenido?
8
Amo
—Está bien, esta es la tercera vez que te distraes hoy conmigo. ¿Qué
te pasa? —Me concentré en mi mejor amigo que estaba de pie frente al
motero colgando de cadenas en el techo de nuestra celda de detención. Era
uno de los pocos seguidores supervivientes del hombre que había
secuestrado a mi hermana años atrás. Maddox lo había atrapado ayer con la
ayuda de Primo, y mató a otro. La sangre goteaba por la cara y el pecho del
tipo. Se había desmayado.
—Nada. —Envainé mi cuchillo y me acerqué al fregadero en la
esquina donde un balde con agua fría esperaba en casos como este.
Maximus dio un paso atrás cuando le arrojé el agua al tipo. Dio un
respingo, sus ojos abriéndose de golpe, pero luego rodaron en blanco
nuevamente y se hundió hacia adelante una vez más. Como futuro Capo,
torturar no era la principal de mis prioridades, pero con los moteros hacía
con mucho gusto una excepción.
—¿Debería conseguir adrenalina?
Asentí distraídamente, pero mi mente estaba muy lejos. Miles de
kilómetros al oeste. Apenas podía concentrarme en otra cosa que no fuera la
chica a la que había dejado sin despedirme hace dos semanas.
—¿Quieres que siga sin ti?
—No —espeté y tomé unas pinzas de la mesa en la esquina. Maximus
inyectó la adrenalina en las venas del hombre y pronto se movió.
Mi teléfono sonó con un recordatorio. Lo saqué de mi bolsillo trasero
y miré la pantalla, luego me congelé. Había dado la medianoche y mi
teléfono me recordó que era 15 de mayo, el cumpleaños de Greta.
—¿Quién es G? —preguntó Maximus con un brillo de curiosidad en
sus ojos a medida que se detenía a mi lado.
Había olvidado por completo que había puesto el recordatorio en mi
teléfono poco después de haberme ido de Las Vegas hace dos semanas. No
estaba seguro de por qué diablos lo había hecho. Pero en aquel entonces
solo quería recordar el cumpleaños de Greta.
Maximus se limpió las manos y se apoyó contra la pared junto a mí.
—Esa es una mirada que nunca he visto en tu cara.
Me volví hacia él.
—¿Qué tipo de mirada?
Hizo una mueca y sacudió la cabeza como si tuviera que decir algo
sucio.
—No importa.
—Maximus, escúpelo.
—Es la mirada que tiene mi padre cuando mira a mi madre.
Lo miré, luego resoplé. Pero mi corazón se aceleró completamente de
forma inusual. Abrí el recordatorio, pero permaneció bloqueado dentro de
mi cerebro.
Maximus siguió mirándome como si pudiera extraerme información
mediante rayos X.
—Ella no es nadie. —Las palabras sonaron mal.
La mirada de Maximus no vaciló.
—Entonces G es una ella.
Levanté mi dedo en advertencia.
—Déjalo, ¿de acuerdo?
—No puede ser Cressida. No tienes un apodo cursi para ella que
comience con G y no es su cumpleaños. Lo más parecido a una palabra de
cariño que has usado para ella fue perra.
¿Por qué no podía soltarlo? Solía compartir casi todo con él, pero no
había mencionado mis encuentros con Greta ni una sola vez. Con nadie.
—¿Has encontrado una aventura para que puedas soportar estar
casado con Cressida?
—No es una aventura.
La nota protectora en mi voz fue inconfundible y realmente despertó
el interés de Maximus.
—Estás en problemas.
Lo estaba.
—Hoy es el cumpleaños de Greta.
—¿Greta? —Los ojos de Maximus revolotearon con un toque de
reconocimiento, pero entonces la incredulidad borró esa mirada. Por
supuesto, él no lo creería.
—Greta Falcone.
Maximus se quedó mirándome, esperando la broma.
Un cacareo llenó la celda. Tanto Maximus como yo nos volvimos
hacia nuestro cautivo. Me dio una sonrisa llena de dientes.
—Qué dulce. El gigante Vitiello probó el coño de la puta de la
Camorra.
La estática llenó mis oídos a medida que la rabia hervía.
—¡Amo!
Crucé la habitación antes de que Maximus pudiera reaccionar. Saqué
mi cuchillo, agarré el cabello largo y grasiento del hombre para que me
mirara a los ojos y clavé la hoja con tanta fuerza en su abdomen que me
pregunté si mi puño estaba dentro de sus entrañas. Sonreí con suficiencia
ante su rostro agonizante, sus ojos muy abiertos y su boca escupiendo
sangre. Tiré de la hoja hacia arriba, abriéndolo.
Volvió a hundirse hacia adelante, pero esta vez la adrenalina no lo
devolvió. Saqué el cuchillo, dando un paso atrás. Parte de sus entrañas
cayeron al suelo con un chapoteo. Cuando me volví, Maximus me
observaba como si nunca antes me hubiera visto.
—Se suponía que íbamos a interrogarlo.
—Lo hicimos. Atraparemos otro.
Me acerqué al fregadero y me lavé las manos y el cuchillo, luego me
cambié la camisa. Mis pantalones eran negros. Nadie notaría sangre en
ellos.
—Deja de mirar fijamente —gruñí cuando Maximus aún no se había
movido—. Llama a alguien para que limpie este desastre.
—¿El desastre que causaste porque te volviste loco en nombre del
honor de una Falcone?
Lo dejé parado en la celda y me dirigí hacia mi auto, un Mercedes
Clase G negro.
Cuando encendí el motor, Maximus entró, dejándose caer en el
asiento del pasajero.
—El equipo de limpieza está en camino. —Asentí y me alejé del
almacén—. Amo.
Le envié una mirada de advertencia. Desafortunadamente, habíamos
sido amigos durante demasiado tiempo como para tener el efecto que tenía
en todos los demás.
—No tienes que decírmelo —murmuró encogiéndose de hombros—.
Solo voy a asumir lo peor. Que te follaste a una de las chicas más
prohibidas del maldito país y que la guerra estará sobre nosotros muy
pronto.
Golpeé mi puño contra el volante, sonando la bocina por accidente y
haciendo que el auto frente a mí se desvíe bruscamente.
—No hables así de ella.
Maximus levantó una ceja oscura. Volví a mirar hacia la calle y negué
con la cabeza. Mi pecho ardía con emociones que no quería y nunca había
sentido.
—¿No sería perfecto para tu familia? Podrías ser Capo de la Camorra.
Growl, el padre de Maximus, era medio hermano de Remo, mayor
que el Capo de la Camorra, pero ilegítimo y, por lo tanto, nunca
considerado como Capo.
La expresión de Maximus se torció.
—Mi padre nunca quiso ese puesto, y yo tampoco. Estoy feliz con mi
lugar.
—No me acosté con ella. Ni siquiera la he besado —murmuré.
—Pero quieres hacerlo.
—Nunca he querido nada más en mi vida —admití, necesitando
sacarlo, sin importar cuán ridículo sonara. Y ni siquiera era toda la verdad.
Lo que quería de Greta era mucho más que físico. La deseaba en todos los
sentidos. Era un hijo de puta condenado. ¿Cómo podría un solo momento
en el tiempo cambiar todo tan drásticamente? Una mirada fugaz a la chica
del tutú… ¿y si hubiera pasado de largo en lugar de detenerme? Mi vida
sería mucho más fácil en este momento, pero no podría arrepentirme de
haberla visto.
Maximus apoyó la cabeza en el asiento, mirando al techo y soltando
un suspiro largo.
—No tengo que decirte que de ninguna jodida forma puedes tenerla.
—¿En serio? —pregunté en voz baja.
Giró la cabeza, pareciendo honestamente preocupado.
—Puedes tener casi cualquier chica, ¿por qué elegir la que no puedes?
No la había elegido. Había puesto los ojos en ella, y había sido
perdido. Mierda, no tenía idea de cómo era posible.
—Tu padre no cancelará la boda con Cressida cuatro semanas antes
de lo que se supone que sucederá. Es el Capo más respetado y temido que
jamás haya existido, y tú estás en camino de volverte igual de temido y
respetado, pero créeme cuando te digo que causaría mucho alboroto en la
Famiglia si tu familia hiciera esto. Los tradicionalistas no pondrán esta vez
la otra mejilla. Lo de Marcella, las sábanas sangrientas, el motero, su
inducción, ya fue un manotazo muy duro.
Maximus como soldado escuchaba las voces de discordia que se
quedaban en silencio cuando papá o yo estábamos cerca. Confiaba en su
juicio.
Asentí. Sabía que tenía razón. Pero no me importaba. No quería
escuchar razones.
—Sin mencionar que no hay absolutamente ninguna posibilidad de
que Remo Falcone te entregue a su hija.
Tampoco Nevio. Me mataría antes de dejarme tenerla.
—Podría secuestrarla como hizo Remo con su esposa.
No soné tan en broma como pensé que lo haría, y comprendí que una
parte de mí consideraba hacerlo. Estacioné el auto frente al Sphere.
Maximus y yo a menudo íbamos allí después de las sesiones de tortura para
quitarnos la adrenalina que quedaba y ligar con una o dos chicas.
Cuando apagué el motor, noté que Maximus me miraba. Arqueé una
ceja.
—Los Falcone incendiarán Nueva York y todas las ciudades en el
camino.
Me reí oscuramente. Le serviría bien a Remo. El miedo a su reacción
no era la razón por la que nunca secuestraría a Greta. Ella, ella era la razón.
—Necesito deshacerme de Cressida de alguna manera.
Salté del auto y Maximus me siguió.
—¿Y entonces qué?
Me encogí de hombros. Una vez que Cressida ya no fuera un
problema, pensaría qué hacer con los Falcone. Pasamos por delante de la
fila larga esperando que se les permitiera entrar y, saludando a los dos
porteros, entramos en el club. La multitud se separó como siempre lo hacían
cuando Maximus y yo aparecíamos en alguna parte. Las miradas de
admiración y lujuria de las chicas con las que siempre había disfrutado me
contemplaron.
Nos acomodamos en una cabina VIP y pedimos una botella de tequila
Clase Azul. Maximus y yo chocamos los vasos antes de tomar nuestro
primer trago.
Luego me recosté contra los cojines de cuero.
—¿Cómo vas a hacerlo?
—No matarla, si eso es lo que te preocupa.
Maximus pareció indiferente.
—No se desvanecerá en el aire.
—Tal vez podamos desacreditarla. Podría dejarla si se acostó con
alguien antes de casarnos.
Entrecerró los ojos a medida que apoyaba los antebrazos tatuados
sobre los muslos.
—Espero que no estés pensando en mí.
—Sabe que eres mi mejor amigo, y sabría que es una trampa.
—Bien —dijo y llenó de nuevo nuestros vasos—. No creo que sea lo
suficientemente estúpida como para dejar que cualquier chico la folle, no
tan cerca de su objetivo final.
Probablemente tenía razón. Había ignorado a Cressida en los últimos
años, con la esperanza de que se cansara y encontrara a alguien más. Pero
incluso cuando me follé a una chica, o más de una a la vez, después de la
otra y nunca me molesté en ser discreto al respecto, ella simplemente lo
aceptó, porque no era a mí como persona a quien quería. Quería un Capo.
—¿Estás seguro de que se trata de Greta? ¿Y no te estás arrepintiendo
porque tienes que casarte con Cressida?
Sonreí amargamente. Hice mi maldita paz con casarme con Cressida
antes de conocer a Greta. Mi vida no habría cambiado por el matrimonio.
Aún habría follado con cualquiera, trabajado todo el día y hecho lo que
quisiera. Lo único que habría cambiado es que me hubiera vuelto a follar a
Cressida.
Los ojos de Maximus fueron atraídos hacia algo detrás de nosotros.
Me giré para ver a tres chicas dirigiéndose hacia nosotros. Una de ellas
llevaba un cuenco con rodajas de lima, la otra un salero.
Nos los presentaron con sonrisas coquetas, y los pusieron sobre la
mesa.
Maximus sofocó una sonrisa ante la expresión de mi rostro.
—Vimos que se estaban perdiendo algo —dijo la chica rubia.
—¿Algo con lo que arruinar una botella de tequila de quinientos
dólares? —pregunté, inclinándome hacia atrás con los ojos entrecerrados.
Las chicas intercambiaron miradas inseguras. Maximus hizo señas a
un camarero y pidió una botella de tequila estándar. Pasó el brazo por
encima del respaldo, abriendo las piernas. Dos chicas se posaron en sus
muslos como si fueran una señal. La tercera se cernió a mi lado. ¿Y si
Maximus tenía razón?
Palmeé mi pierna y ella se hundió con una sonrisa alegre. Luego
agarró una cuña y sal. Sabía lo que venía porque Maximus ya estaba
ocupado lamiendo sal y lima de los pezones de las otras dos chicas. Mi vida
era buena. Jodidamente genial, incluso con Cressida en la imagen, entonces
¿por qué diablos estaba complicando las cosas con alguien como Greta?
La chica rubia se bajó la parte de arriba de su vestido y goteó jugo de
lima en su teta. Su pezón se endureció y sonrió con descaro cuando le echó
sal. Entre la multitud, vi a uno de los fotógrafos que siempre me captaba en
los peores momentos.
—Levántate —le ordené a la chica en mi regazo. Parpadeó, pero
obedeció de inmediato. Alcancé el tequila caro, luego enganché mis dedos
en la parte superior del vestido de la chica y tiré con fuerza, rasgándolo por
completo hasta que cayó al suelo. La chica dejó escapar un grito pequeño.
Antes de que pudiera reaccionar, derramé tequila en el frente de la chica.
Sus ojos se agrandaron cuando el líquido se derramó por sus tetas, vientre y
empapó su tanga.
La Sphere era famosa por sus escándalos. No todos causados por mí.
Agarrando su trasero, la atraje hacia mí y lamí el líquido de su muslo,
vientre y tetas. La atención de todos estaba en nosotros. Agarró mi cabeza,
obviamente absorbiéndola como una esponja.
—Más.
Le arranqué la tanga y dejé correr el tequila entre sus piernas. Chupé
un poco de sal de su pezón, lamí una lima y luego chupé el tequila de su
coño. Recé para que Greta no viera nada de esto, pero ella ni siquiera había
sabido de mi próximo matrimonio, así que lo más probable era que nunca
prestara atención a los chismes de Nueva York.
Esto sería titular. Si Cressida tuviera una pizca de autoestima,
cancelaría las cosas.

***

Tomé dos analgésicos. Había bebido demasiado tequila la noche


anterior y cuando mi alarma sonó esta mañana, después de solo cuatro horas
de sueño, me arrepentí completamente de eso. Arrastrándome fuera de mi
habitación, me hundí en la isla de la cocina y miré fijamente el horizonte de
Manhattan. Saqué mi teléfono y lo miré por un tiempo largo. Lo que iba a
hacer era arriesgado y estúpido…

***

Tres horas más tarde, aún estaba en la isla de la cocina, bebiendo mi


tercera taza de café. El ascensor pitó y las puertas se abrieron. Muy pocas
personas tenían el código de mi apartamento. Matteo y Gianna que vivían
en el ático de arriba, mis padres y mi hermana. Me mudé al lugar hace dos
años. Antes de eso había estado vacante ya que Maximus y su familia se
habían mudado a vivir a una casa fuera del centro de la ciudad.
Sonaron pasos pesados y un periódico aterrizó en la mesa frente a mí.
—Eso es lo que vio tu madre cuando leyó el periódico durante el
desayuno esta mañana.
Hice una mueca cuando vi una foto mía sentado frente a una chica
desnuda, con la cara enterrada en su coño. Por supuesto, sus tetas y su coño
habían sido difuminados para que se publicaran, pero aun así era muy obvio
lo que estaba haciendo.
Me alegré de no vivir más en casa y no tener que ver la cara de mamá
cuando vio esto. Cuando le envié un mensaje esta mañana, no había
mencionado nada. Papá se sentó frente a mí. Arrastré mis ojos hacia arriba
para mirar su cara enojada.
—Los hombres en nuestro mundo tienen mucho margen de maniobra,
tú como Vitiello aún más, pero esto es demasiado. Solo faltan unas jodidas
semanas para tu boda con Cressida e incluso si no la respetas, al menos
tendrás que fingir en público.
—Tal vez se canse de que sea un imbécil y cancele la boda.
—Eso no va a suceder. Te quiere por tu poder, no por tu personalidad
agradable. —Negó con la cabeza—. ¿Qué carajo te pasa?
—¿Qué tan malo sería si cancelamos la boda ahora?
Su expresión dio una respuesta muy inequívoca.
—Amo, tomaste la jodida virginidad de Cressida en venganza. ¿Te
das cuenta del tipo de reacción que enfrentaríamos si no te casas con ella,
sin mencionar que sería absolutamente deshonroso dejarla como una papa
caliente solo unas semanas antes de la boda, cuando todo ya está reservado
y planeado?
Asentí, porque sabía que era verdad. Nuestros hombres perdonaban
muchas cosas pero follar a sus hijas sin casarlas no era una de ellas. Aun
así, la idea de casarse con Cressida cuando cada fibra de mi cuerpo añoraba
a Greta parecía la peor tortura posible. Papá y yo habíamos discutido esto
antes, pero nunca había sentido esta certeza profunda de que odiaría cada
momento de estar con Cressida, que sería la peor tortura que podría
imaginar, porque significaría que no podría estar con Greta.
—Desprecias a Cressida, no finjas lo contrario —dije entre dientes.
Se rio.
—No lo haré. Es una caza fortunas. No tuviste cuidado y ella usó tu
debilidad en tu contra.
Lo hizo. Y seguiría buscando otras aperturas para que hiciera lo que
ella quería. Casarme con ella siempre sería un juego de poder, siempre
significaría que tendría que cuidarme la espalda y vivir con un escudo a mi
alrededor en mi propia casa.
Papá suspiró.
—Quédate con este apartamento, vive aquí la mayor parte del tiempo.
Si bien Antonaci puede esperar que te cases con ella, no le importa si
compartes techo con ella todo el tiempo, siempre y cuando esté protegida y
la dejes embarazada en algún momento. Puedes seguir viviendo tu vida.
Nadie espera que seas fiel.
—Eres fiel a mamá.
—No puedes comparar a tu madre con Cressida, y quiero ser fiel.
Si Greta fuera mía, también querría serle fiel.
9
Greta
No pude conciliar el sueño. La inquietud se había instalado en mis
huesos como un dolor profundo. Durante dos semanas, apenas había
dormido más de dos horas seguidas. Todos mis pensamientos giraban en
torno a Amo. Se casaría en cuatro semanas. Nunca había prestado atención
a los matrimonios arreglados en nuestro mundo. Los eventos sociales eran
algo que evitaba si era posible, pero la cuenta regresiva para el día de la
boda de Amo sonaba con fuerza en mi cabeza.
Me deslicé fuera de la cama y agarré mi leotardo favorito, el material
raído por usarlo tan a menudo. Un suspiro pequeño escapó de mis labios, mi
cuerpo recibió la prenda familiar como un viejo amigo. Tenía muchos
leotardos en mi guardarropa, uno para casi todos los días del año, regalos de
mi familia o personas que querían congraciarse con papá.
Raramente usé alguno de ellos, siempre volviendo a mis dos piezas
favoritas.
Bear me miró con ojos llorosos desde donde se había acurrucado a los
pies de mi cama. Cuando abrí la puerta, saltó de la cama, pero Momo se
quedó acurrucada, lo que probablemente fue lo mejor teniendo en cuenta su
tendencia a huir. Una vez que Bear estuvo en el pasillo conmigo, cerré la
puerta.
La mansión estaba en silencio a esta hora de la noche. No me molesté
en encender las luces. Mis sentidos estaban sintonizados con cada rincón de
mi casa. Incluso con los ojos cerrados habría encontrado mi camino hacia
abajo. En la parte superior de las escaleras, toqué un bulto pequeño en la
barandilla como siempre lo hacía, frotando mi pulgar sobre él en círculos
lentos antes de descender la escalera. Mis padres, hermanos y yo vivíamos
en el ala este de la mansión, mientras que mis tíos y sus familias ocupaban
las otras partes de la casa. Solo Adamo, su esposa y su hijo vivían en su
propio lugar.
Salí al amplio patio trasero, mi mirada deslizándose hacia la casa
pequeña que estaba ubicada a la derecha del edificio y que albergaba mi
estudio de ballet. Papá lo había construido para mí poco después de que
comencé a bailar cuando era una niña pequeña.
A través de las ventanas, pequeñas luces parpadeaban dentro y fuera.
No estaba solo esta noche. Después de un momento breve de decepción por
no tener la oportunidad de bailar sola, caminé hacia mi estudio de ballet.
Era temprano para que regresaran. A menudo se quedaban en mi estudio de
ballet cuando regresaban de sus actividades nocturnas para calmarse antes
de irse a la cama.
Vi a Alessio, Nevio y Massimo a través de la puerta de vidrio
sentados en el piso de mi sala de ballet en la oscuridad. Abrí la puerta y
alcancé el interruptor de la luz, pero luego bajé los dedos sin encenderlo. En
noches como esta era mejor dejar las luces apagadas. Sabía lo que eran,
pero era más fácil no verlo.
El resplandor de los cigarrillos arrojaba sombras sobre sus rostros,
convirtiendo sus rasgos hermosos en muecas aterradoras, reflejo de su
verdadera naturaleza. A menudo me quedaba despierta preocupándome por
ellos cuando se iban en la noche; más que eso, me preocupaba por las
personas que los encontrarían.
La cabeza de Nevio giró hacia mí y por un momento breve, sus ojos
sostuvieron una mirada que solo dirigía a los demás. La luz de la luna fue
cruel esta noche, revelando la verdad que preferiría no ver. Bear dejó
escapar un gruñido bajo detrás de mí. La piel de gallina se erizó por mi piel.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Nevio. No era exactamente la sonrisa
que usaba durante el día, pero se acercó lo suficiente como para hacerme
relajar.
—¿Otra vez ballet nocturno?
Asentí y caminé de puntillas hacia ellos. Bear estaba detrás de mí, sus
garras golpeando el piso de madera dura.
Massimo yacía tendido en el suelo, el cigarrillo colgando de la
comisura de su boca y sus ojos siguiendo a mi perro.
—¿Aún no te has deshecho de esa bestia psicótica?
Me hundí entre las piernas de Nevio y él me rodeó con un brazo. Los
colmillos de Bear brillaron.
—Un día de estos ese perro te va a arrancar la cara —murmuró
Massimo.
Nevio se inclinó hacia adelante y miró directamente a los ojos de
Bear. Al principio, los gruñidos de Bear aumentaron de volumen, pero
luego se detuvo, metió la cola entre las patas traseras y trotó hasta un rincón
de la habitación.
Alessio rio sombríamente y dio una calada profunda a su cigarrillo.
Debajo del olor a humo persistía el tinte sutil de la sangre. Las ventanas
estaban abiertas, así que sabía que tenía que ser malo.
Nevio sonrió.
—Buena elección, perro. He arrancado más caras que tú.
—Eso no es divertido —dije en voz baja.
—No estaba bromeando —dijo Alessio.
Nevio apoyó su barbilla sobre mi cabeza.
—¿Por qué salvas a estas criaturas trastornadas?
—Por la misma razón que se molesta con nosotros —dijo Massimo a
medida que me tendía su cigarrillo, pero negué con la cabeza—. Uno de
estos días te atraeremos al lado oscuro —dijo encogiéndose de hombros.
Alessio apoyó la cabeza en mis espinillas.
—Sobreestimas nuestros poderes.
Nevio sacudió la cabeza con una risita.
—No escuches a estos imbéciles. Quédate donde estás. Perteneces a
la luz.
Mis dedos se deslizaron sobre mi tutú.
—Pertenezco a las personas que amo. No le temo a la oscuridad. —
Mucha gente pensaba que no podía soportar mucho porque era pequeña y
callada. Era cierto que me abrumaba fácilmente en ciertas situaciones,
especialmente si estaba rodeada de personas que no conocía, pero la
oscuridad de mi familia no era una de las cosas que desencadenaba mi
ansiedad.
Tampoco Amo.
Borré cualquier recuerdo de él de mi mente, preocupada de que Nevio
pudiera darse cuenta de mis pensamientos traicioneros.
—Por cierto, feliz cumpleaños —murmuró Nevio.
—Feliz cumpleaños también a ti —le dije con una sonrisa pequeña—.
Tu regalo está en mi habitación. No pensé que te vería esta noche.
Regresaron temprano.
Alessio me dio un golpecito en la espinilla.
—Las cosas se salieron de control para el cumpleañero. Greta, feliz
cumpleaños.
—Feliz cumpleaños —dijo Massimo.
Nevio señaló una sencilla caja de cartón en la esquina que no había
notado antes.
—Ahí está tu regalo de cumpleaños de todos nosotros.
Busqué en sus expresiones un indicio de lo que había allí. Bear se
había acercado a la caja y la estaba olfateando con curiosidad, lo que
aumentó mi cautela. Me puse de pie y me acerqué con cuidado a la caja.
Les lancé una mirada.
—No hay nada cortado allí, ¿verdad?
Se rieron, pero ya les habían hecho antes ese tipo de bromas a mamá
y Kiara. No había ido bien. Por lo general, actuaban más considerados a mi
alrededor, pero aun así pensé que la precaución no era injustificada.
Nevio también se puso de pie y se acercó a mí.
—No son partes corporales, lo prometo. —Me agaché y abrí la caja,
con los ojos cada vez más abiertos por lo que había dentro. Dos conejitos.
Uno de ellos era una raza de orejas caídas, el otro tenía el pelaje más largo,
que en su mayoría estaba enmarañado. Se encogieron en la caja, apretados
el uno contra el otro, sus narices moviéndose rápidamente y húmedas,
debido a su nivel de estrés.
—¿Dónde los consiguieron?
—Fue una coincidencia —respondió Alessio, mientras se sentaba—.
El tipo al que hicimos una visita esta noche los tenía. Obviamente estaban
destinados a ser comida para serpientes. El de las orejas colgantes se
encontraba en el terrario de serpientes. El otro estaba en una jaula pequeña
que ni siquiera le permitía acostarse.
Mi corazón se apretó cuando miré hacia abajo a los animales
descuidados. Bear los olfateó.
—Atrás —ordené. No quería aumentar su nivel de estrés, por eso no
intenté acariciarlos. No lo habrían apreciado.
—Nevio salvó al conejito marrón del nido de serpientes.
Le sonreí a mi hermano. Se encogió de hombros.
—No quieres ningún regalo comprado, así que esto es lo mejor que
podemos hacer.
—Es perfecto —le dije y lo abracé brevemente.
Luego cerré la tapa una vez más y recogí la caja.
—Por ahora los llevaré a mi habitación, hasta que el veterinario haya
dado su visto bueno para mantenerlos afuera.
—Que papá no los vea en tu habitación —dijo Nevio con una sonrisa.
—Solo será hasta que estén listos para mudarse. —Me despedí con un
gesto y los dejé en su fase de relajación nocturna antes de regresar a mi
habitación, agarrando una bolsa de heno mezclado con hierbas silvestres
secas del sótano. Una habitación allí abajo estaba dedicada exclusivamente
a los animales que salvaba y tenía comida para casi todas las mascotas que
pudieran cruzarse en mi camino.
Bear estaba pisándome los talones, olfateando con entusiasmo. Tenía
un gran recinto vacío en la pared trasera de mi estudio de ballet donde había
mantenido dos conejos de rescate hasta principios de este año cuando
murieron. Los conejitos nuevos podrían mudarse allí a continuación.
Llevé a los conejitos al baño y cerré la puerta para que ni Bear ni
Momo pudieran seguirme y aterrorizar aún más a las pobres criaturas.
Después de colocar toallas en todo el piso, volví a abrir la tapa de la caja.
Dejé una cantidad generosa de heno para que coman y un tazón pequeño
con agua antes de poner el resto del heno y otro tazón de agua sobre una
toalla. Los conejitos parecieron demasiado aterrorizados para salir. Atenué
las luces y regresé a mi habitación para ponerme el pijama, luego agarré
una manta y volví al baño. Me acurruqué en el suelo contra la puerta,
vigilando la caja en la penumbra. Si algo sucediera con los conejitos, estaría
allí para ayudar o llamar a Nino. Aunque no era su especialidad, había
aprendido a tratar mascotas a lo largo de los años hasta que un veterinario
de verdad pudiera venir.

***

Debo haberme quedado dormida en algún momento y soñé con Amo


como lo había hecho casi todas las noches en las últimas dos semanas, pero
eso no fue lo que me despertó. Me tomó unos segundos darme cuenta de
que mi teléfono estaba sonando. Me senté, viendo una cabeza de conejo
asomándose por encima de la caja brevemente antes de que se agachara de
nuevo. Busqué mi teléfono a tientas debajo de la manta y fruncí el ceño
cuando vi que era Aurora. Nunca me llamaba. Nos enviamos mensajes de
vez en cuando, pero incluso eso era raro. No disfrutaba particularmente de
los mensajes de texto, especialmente los emojis me asustaban por completo.
La gente los usaba para una conversación sutil que no entendía.
—¿Hola? —pregunté, escuchando lo incómoda que incluso sonó esa
palabra en mi boca.
Aurora se aclaró la garganta.
—Hola, lo siento, ¿espero no haberte despertado?
—De hecho, lo hiciste.
—Ah. Lo siento. Es solo… ¿puedo ir? No puedo explicarlo por
teléfono. Sé que es temprano y tu cumpleaños. Ah, por cierto, feliz
cumpleaños. Así que… ehhh.
Parpadeé adormilada hacia mi reloj de pulsera. Eran las 7:48. No muy
temprano.
—Puedes venir. Estoy en mi baño. —Colgué.
El conejito de las orejas caídas volvió a asomarse y esta vez puso las
patas en el borde de la caja. Intentó saltar, pero falló y la caja volcó, ambos
conejos cayeron. Ambos corrieron bajo el lavabo después de un momento
de terror. Sus músculos no estaban bien desarrollados. Un conejito debería
poder saltar de una caja de esa altura sin problemas.
Le envié un mensaje de texto al veterinario con el que había trabajado
durante casi cinco años y le pedí que viniera lo antes posible.
Sonó un golpe en la puerta de mi habitación y me levanté
rápidamente. Me había olvidado de Bear y Momo. Aurora les caía bien,
pero prefería estar presente cuando entraba en mi habitación. Cuando me
asomé, Aurora ya estaba adentro, acariciando a Bear. Momo no se había
molestado en levantarse de la cama, pero Aurora también se acercó a ella
para abrazarla rápidamente.
—Hola, Greta.
—¿Puedes entrar al baño? Quiero vigilar a los conejitos nuevos.
Aurora me siguió de regreso al baño y arqueó las cejas ante mi
configuración.
—Nevio me regaló dos conejitos rescatados.
—Aw, eso es tan dulce de su parte —dijo, con las mejillas sonrojadas.
Me encogí de hombros.
—Sabe que no quiero un regalo comprado.
Me hundí de nuevo, con la espalda contra la pared y Aurora hizo lo
mismo.
Me preguntaba por qué estaba aquí.
Me dio una sonrisa incómoda.
—Esto puede sonar extraño, pero no estoy aquí por mí. Estoy aquí
porque alguien me lo pidió.
Levanté mis cejas.
—¿Amo? —dijo como si no estuviera segura si conocía el nombre.
No dije nada, pero mi corazón comenzó a acelerarse.
—Amo Vitiello, ¿lo conoces?
Sonreí.
—Sí, lo conozco.
—Consiguió mi número de la tía Aria, y me llamó hace quince
minutos. Todo fue muy extraño. Bueno, me pidió que fuera contigo y lo
llamara de nuevo. ¿Está bien?
Asentí.
Aurora tomó su teléfono y luego esperó a que Amo contestara.
—Sí, está a mi lado. De nada.
Me entregó su teléfono y mi pulso se aceleró aún más. Mi boca se
volvió terriblemente seca.
—¿Hola?
Aurora me miró de cerca.
—Feliz cumpleaños, Greta.
La voz de Amo sonó profunda, baja y gruñona por el sueño, y mi
estómago se calentó inesperadamente.
Tragué con fuerza, sin saber qué decir.
—Sé que esto puede parecer acosador, pero simplemente tenía que
desearte un feliz cumpleaños.
—¿Lo recordaste?
—No puedo olvidarlo —murmuró, y estaba segura de que ardería del
calor en cualquier momento.
—¿Tu madre no estuvo confundida de que quisieras llamarme?
—Mentí. Le dije que necesitaba el número de Aurora por la boda. —
La última palabra fue más baja que el resto. La boda. Su boda.
—Ah, eso tiene sentido.
Amo suspiró y lo imaginé pasando sus dedos fuertes por su cabello
oscuro.
—Sé que no debería decir esto, pero quiero volver a verte.
Me miré los muslos, frunciendo el ceño. Debería decir que no. No
estaba segura de hacia dónde se dirigía esto, solo que era un túnel sin luz al
final.
—Tengo un ensayo de ballet en Nueva York dentro de una semana
que quería cancelar, pero podría ir.
—Ven.
—De acuerdo.
—Quiero decir más, pero no puedo hacerlo por teléfono. Una semana.
—Una semana.
—No traigas a Nevio contigo.
Fruncí los labios. Mi hermano no aceptaría quedarse en Las Vegas
cuando volara a Nueva York sin importar lo que dijera.
—Voy a intentarlo.
—¿Aurora puede guardar un secreto?
—¿No deberías haberte preocupado por eso antes de llamarla? —
pregunté con un toque de diversión.
—Lo hice, pero mi deseo de llamarte fue más fuerte que la
precaución.
Cerré mis ojos.
—Puede hacerlo.
Al menos de casi todos, menos de Nevio. Por alguna razón, parecía
incapaz de mentirle.
—Bueno. Te veo en una semana.
—De acuerdo. —Colgué y respiré hondo, preguntándome qué
acababa de pasar. ¿Qué era esto?
Cuando abrí los ojos, Aurora me observaba con la boca abierta.
—¿Qué está pasando? —Su voz sonó baja, sorprendida.
—No sé.
Negó con la cabeza como si no pudiera creerlo.
—Amo va a casarse en unas pocas semanas.
—No le digas a nadie de esto, ¿de acuerdo?
Me parpadeó.
—De acuerdo. —Pude escuchar la incertidumbre en su voz.
—Ni siquiera a Carlotta o tus padres, y definitivamente tampoco
Nevio. Júralo.
—Greta… —Sonó un gruñido, seguido de un agudo shhhh.
La puerta del baño se abrió y Nevio entró, con el cabello desordenado
y solo en calzoncillos bajos. Hizo una pausa con una taza de café en los
labios, entrecerrando los ojos cuando vio a Aurora a mi lado.
—¿Charla de chicas?
Me entregó otra taza de café y cuando se inclinó sobre mí, atrapé a
Aurora observándolo con una mirada en sus ojos que finalmente entendí.
Nunca había tenido mucho sentido para mí, pero desde que conocí a Amo
podía sentirlo en lo profundo de mi vientre. Nuestros ojos se encontraron
brevemente y ella se puso de pie y casi tiró la taza de Nevio de su mano.
Parte del líquido caliente se derramó sobre su pecho desnudo y calzoncillos,
haciéndolo sisear.
—No me gustan los juegos de fuego —gruñó. No entendí, tampoco
Aurora por lo que parece. Agarró una toalla del suelo y palmeó torpemente
el pecho de Nevio, luego pareció pensarlo mejor y se la arrojó, su cabeza
volviéndose de un rojo intenso. La atrapó con las cejas arqueadas.
Aurora parecía estar a punto de tener un ataque de nervios. La
ansiedad era algo a lo que estaba íntimamente familiarizada, así que lo
reconocí de inmediato.
—¿Puedes darnos privacidad? —le pregunté a mi hermano.
Pareció desconcertado. Nunca tenía charlas de chicas. Se encogió de
hombros.
—Por supuesto. Ven más tarde.
Con otra mirada escéptica a Aurora, se volvió hacia la puerta.
—¡Feliz cumpleaños! —le gritó Aurora prácticamente.
Una comisura de su boca se levantó en una sonrisa dudosa.
—Gracias, Rory. —Extendió la mano y alborotó su cabello rubio,
luego se fue.
Aurora se quedó mirando la puerta cerrada, su labio inferior
temblando.
—¿Estás bien? —pregunté cuidadosamente. Podía ver que no lo
estaba.
—No —respondió miserablemente y se hundió de nuevo a mi lado.
Se cubrió la cara y me preocupó que empezara a llorar. No sabría qué hacer
entonces. Tal vez llamar a Kiara. En lugar de llorar, dejó escapar un grito
ahogado contra sus palmas y luego me miró a través de los espacios entre
sus dedos. Sus ojos azules estaban húmedos, pero no estaba llorando—.
¿Por qué actúo tan estúpidamente con él?
No tenía una respuesta a su pregunta. Definitivamente había actuado
con mucha curiosidad.
—¿Tal vez porque estás enamorada de él? —sugerí.
El color desapareció de su rostro.
—Shhhh. ¡No quiero que lo sepa!
No me habría sorprendido si él lo supiera. Nevio era mejor leyendo a
la gente que yo. Incluso si no le importaban sus emociones, las archivaba en
caso de que las necesitara. Probablemente simplemente eligió ignorar el
enamoramiento de Aurora porque no estaba interesado en ella por varias
razones, y por respeto a Fabiano.
Nunca le había hablado de Aurora.
—No le digas, ¿de acuerdo? Juro que no le diré a nadie de Amo, pero
por favor, no le digas nada a nadie de Nevio.
—De acuerdo. —De todos modos, no se lo habría dicho a nadie. El
estado emocional de Aurora era asunto suyo, no de nadie. Sus sentimientos
por Nevio no lastimaban a nadie.
¿Mis sentimientos por Amo? Tenían el potencial de dejar restos. Y,
sin embargo, iría a Nueva York en una semana a verlo.
10
Greta
Mi corazón latía frenéticamente, los ruidos a mi alrededor pulsaban
en mi cabeza, zumbando en mis oídos, persiguiendo mi pulso. Entonces los
primeros acordes llenaron el teatro y cerré los ojos brevemente. Me perdí en
la música, en la sensación del escenario bajo mis pies. Respiré el aire
cálido, dejé que me llenara de propósito. El traqueteo del Metro y las
bocinas de los taxis pronto se desvanecieron en el fondo. Me olvidé de las
muchas miradas críticas que querían desarmar cada movimiento hasta que
todo lo que lo hacía tan hermoso se desvaneciera. Había bailado Giselle
Acto 1 Variación innumerables veces. Era uno de mis ballets favoritos
absolutos, pero nunca lo había sentido tan profundamente como hoy. El
profundo enamoramiento de Giselle, su felicidad cuando estaba con
Albrecht. Luego, más tarde, cuando la dura verdad estallaba a través de la
burbuja de inocencia de la heroína, su frenesí en cada giro y salto al darse
cuenta de la desesperanza de su amor.
Me detuve en el último acorde de la pieza, mi respiración acelerada
pero al mismo tiempo sintiéndome maravillosamente tranquila.
Abrí los ojos, observando mi entorno, y noté a alguien en una de las
últimas filas. Nadie se sentaba allí durante los ensayos. Los entrenadores y
mis compañeros bailarines miraban desde la primera fila o desde detrás del
escenario.
El calor llenó mis mejillas y mi vientre. En mi mente había bailado
para él sin siquiera saber que estaba allí.
Amo se encontraba sentado en la penúltima fila, envuelto en sombras
para que no pudiera ver su expresión. Mi corazón dio un vuelco, llenándose
de un anhelo que apenas podía explicar. La profesora aplaudió una vez,
arrancándome del momento.
Me volví hacia ella. Le indicó a un chico llamado Mika que se
acercara. Era un par de años más joven que yo. La tensión llenó mi cuerpo.
Bailar con otros era y siempre había sido el obstáculo que tenía problemas
para sortear. Era lo que me detenía, por qué prefería bailar sola por la
noche, incluso si mi antigua profesora me había dicho una vez que estaba
desperdiciando un talento precioso.
Pero si quisiera tener alguna oportunidad de formar parte de este
programa de ballet, tendría que bailar con un compañero. Fue por eso que
originalmente tuve la intención de cancelar este ensayo y cuando volé a
Nueva York, aún estaba convencida de que no bailaría en absoluto, solo
intentaría reunirme con Amo. No sabía que vendría aquí. No se había
puesto en contacto conmigo desde nuestra llamada telefónica, pero sabía
que encontraría una manera de verme. Había tenido absoluta fe.
Pero ahora, mientras estaba en el escenario, quería darlo todo, incluso
si requería un gran esfuerzo mental. Sabía por qué Nevio y papá me habían
permitido venir aquí. Porque sabían que nunca haría el programa. Nevio me
conocía mejor que yo misma, cada miedo y cada añoranza.
Yo conocía su oscuridad, y él conocía la mía.
Mika me tendió la mano, con la palma hacia arriba, su expresión
enfocada, apenas mirándome. Dudé. Después de casi un minuto, su
expresión se volvió confusa. Obligué a mi brazo a moverse hasta que mi
mano descansó sobre la suya. Su piel estaba demasiado caliente y húmeda.
El piso presionaba demasiado contra mis suelas y el aire acondicionado
silbaba en mis oídos. El olor a sudor, polvo y caucho viejo me obstruía la
nariz. Mi corazón y mi pulso latían demasiado fuerte.
Tragué pesado e incluso ese sonido resonó demasiado fuerte en mis
oídos.
—¿Lista? —preguntó Mika, y me estremecí cuando el sonido hizo
eco en mi cabeza.
Demasiado. Pero de todos modos asentí. Había venido aquí y haría lo
mejor que pudiera. Bailar era mi pasión. Me ayudaba cuando todo se sentía
demasiado. Calmaba el caos en mi cabeza cuando nada más podía hacerlo.
No me rendiría sin darlo todo.

Amo
Ver bailar a Greta me quitaba el maldito aliento cada vez.
¿Cómo una chica podía ser tan hermosa y elegante?
Ignoré la mirada ocasional de los bailarines de ballet y sus familias.
El miedo mezclándose con la curiosidad en sus rostros. Tal vez pensaban
que era el guardaespaldas de Greta. Fabiano lograba parecer menos
sospechoso que yo. Si siquiera supieran quién era ella. Greta era alguien
que no buscaba el centro de atención, incluso si pertenecía allí.
Cuando la instructora de ballet le pidió a Greta que bailara con un
compañero masculino, me enderecé. No porque estuviera celoso del chico
porque definitivamente estaba pescando en un estanque diferente al mío.
No. Incluso desde lejos pude ver lo incómoda que se sentía Greta. Mi
protección rugió asomando su fea cabeza. No tenía ningún derecho a ser
protector. Al menos no así, no en este sentido profundo. Tenía su propia
protección esperándola afuera y también en las primeras filas. Al ver la
incomodidad evidente de Greta por tener que tocar a su pareja de baile
entendí por qué Nevio no estaba aquí en el teatro. Teniendo en cuenta su
falta de control y su afición a los arrebatos violentos, el bailarín ya habría
pasado a la historia.
La expresión de Greta se volvió más y más tensa cuando comenzó el
baile y el chico le tocó la cadera. Mierda, necesité todo mi autocontrol para
evitar correr al frente y poner fin a esta mierda.
Fabiano no reaccionó, y si yo lo hacía y actuaba como una
excavadora protectora, sin duda sospecharía. Ni Greta ni yo podíamos
arriesgarnos a eso. Hasta ahora él ni siquiera sabía que estaba aquí. Entré
después de que se hubiera acomodado en su asiento en el frente.
Para ser honesto, aún no podía creer que Greta estuviera de verdad
aquí. Cuando me dijo hace una semana que estaría en Nueva York para un
ensayo de ballet en Juillard, pensé que era para quitarme de encima. Pero
ahora estaba aquí y la forma en que había bailado me atormentaría hasta el
día de mi muerte. Era de otro mundo, apasionado e increíblemente elegante.
El tipo le puso las manos en la cintura para levantarla del suelo, pero
Greta se apartó y negó con la cabeza.
—No puedo.
—Tienes que hacer un baile en pareja para aplicar al programa.
—Lo sé —presionó Greta con una sonrisa tensa, alejándose del chico
—. Está bien. Gracias por la oportunidad.
Se dio la vuelta, le dio a Fabiano una mirada rápida que lo hizo volver
a sentarse y se dirigió detrás del escenario. En realidad, no estaba
sorprendido de que no quisiera que él la consolara. Ese tipo era tan frío
como un pez muerto. Mamá siempre me decía que antes era muy diferente,
pero solo conocía esta versión de mi tío.
Me levanté y volví por donde había venido, pero tomé un desvío que
me llevó detrás del escenario. Como de costumbre, estudié el diseño del
edificio antes de poner un pie dentro. Era un hábito que probablemente
algún día me salvaría la vida. Hoy garantizaba que encontraría a Greta sin
que Fabiano se diera cuenta. Sabía que nuestro tiempo era limitado.
Probablemente Fabiano ya había alertado a Nevio y solo era cuestión de
tiempo que este último entrara a buscar a su hermana.
Si me encontraba cerca de ella…
Llamé al vestidor de mujeres y después de un momento una pelirroja
abrió la puerta, su mirada subiendo lentamente desde mi pecho hasta mi
rostro. Sus ojos se agrandaron y su cara se sonrojó.
—Necesito hablar con la chica que acaba de salir del escenario,
cabello negro, alrededor de esta altura. —Señalé mi pecho.
—No está aquí. Solo se apresuró a salir.
Me giré, sin esperar más. Miré alrededor de los pasillos iluminados
tenuemente que conducían a varias salas de almacenamiento. Empecé a
buscar en el área y encontré a Greta en un rincón oscuro al fondo del
pasillo, con la espalda apoyada contra la pared y la cabeza inclinada hacia
abajo. Casi parecía como si estuviera en trance.
Se tensó cuando me acerqué.
—Soy yo, Amo. —No levantó la vista ni reconoció mi presencia de
ninguna manera—. ¿Estás bien? ¿Quieres que busque a Fabiano o a tu
hermano? —De hecho, no me gustaba la idea, y terminaría en un lío, pero si
Greta los necesitaba, lo haría.
—Vine aquí en busca de tranquilidad para calmarme.
Asentí.
—¿Quieres que me vaya?
No podía imaginar dejarla así. Cada fibra de mi cuerpo gritaba para
acercarme más, para consolarla con mi toque. Mierda. Eso era lo último que
necesitaba. Lo último que debería hacer.
Levantó la cabeza y me miró fijamente con sus ojos oscuros.
—No.
Me acerqué hasta quedar justo frente a ella. De verdad estaba aquí.
Inclinó la cabeza hacia atrás para mantener el contacto visual.
—¿Quieres que tenga una palabra con la instructora de ballet? Estoy
seguro de que hay una forma de evitar el baile en pareja.
Sonrió levemente.
—Los bailes en pareja son una parte crucial del ballet.
—Pero tu sueño es bailar. Simplemente te rindes a pesar de que
podría ayudarte a conseguir un lugar en Juillard si eso es lo que querías en
realidad.
Papá me patearía el trasero. Los Falcone también probablemente. Sin
mencionar que parecería muy sospechoso si ayudaba a Greta. Pero ella
estaría en Nueva York.
Maldita sea.
¿Y entonces qué?
Aún se suponía que me casaría con Cressida. Había ignorado por
completo mi truco deshonroso en Sphere. Probablemente incluso aceptaría
que me follara a alguien delante de ella. Quería convertirse en mi esposa,
sin importar el precio.
La sonrisa de Greta se iluminó. Y maldición, al verla, le habría
prometido el mundo. ¿Qué me estaba haciendo esta chica?
—Me encanta bailar. Pero hoy en el escenario comprendí algo muy
importante. Hacer este programa no hará que ame más el ballet. Mi amor
por el ballet no está ligado a estar en el escenario, posiblemente todo lo
contrario. Bailar es mi lugar feliz, me da consuelo y calma la estática en mi
cabeza. Hacer este programa me habría puesto ansiosa por bailar, con el
tiempo, me habría hecho odiar y temer algo que significa tanto. Eso en
realidad no vale la pena, ¿no crees?
Negué con la cabeza, una vez más asombrado por su forma de pensar.
Me encantó cómo describió sus sentimientos sobre el ballet.
—Entonces, ¿estás bien?
—Lo estaré —respondió en voz baja—. Ahora estoy triste.
Di otro paso más cerca, olvidándome de mí mismo, también
olvidando todo lo demás.
—No esperaba que estuvieras hoy aquí.
—Te dije que tenía que verte. No podía esperar un momento mejor —
dije, dejando de lado la precaución. Ya ni siquiera estaba seguro de lo que
estaba pasando. Ahora estábamos cerca, más cerca de lo que había estado
Mika, pero no nos tocábamos.
No parecía asustada, lo cual no tenía sentido. Si un bailarín gay y
flacucho la había puesto tensa en un escenario rodeada de gente, estar sola
conmigo en este pasillo oscuro debería haber puesto su cuerpo a toda
marcha.
—¿Estoy demasiado cerca? —pregunté bruscamente.
Greta simplemente me miró fijamente. Ojalá supiera lo que estaba
pasando por su mente, si se sentía tan trastornada cuando estaba cerca como
cuando la veía. Se veía absolutamente irresistible con su leotardo y tutú. Era
algo a lo que nunca le había dado una segunda mirada, pero esta chica
frente a mí me hizo sentir débil como si lo hiciera.
Sus palabras sobre besarme cruzaron por mi mente y este fue el peor
momento posible para que aparecieran. Estaba a solas con Greta y no me
decía que retrocediera. Tal vez la estaba malinterpretando, pero no creí que
lo estuviera. Por otra parte, nunca había estado con una chica como ella.
—Greta, voy a hacer algo que no debo hacer. Algo que juré que no
haría. Si no me detienes —gruñí.
Tragó con fuerza, pero no se movió, no dijo nada.
Tomé sus mejillas con ambas manos, acunando su piel suave,
mirándola fijamente a los ojos. Sostuvo mi mirada, su aliento abanicando
dulcemente mi rostro. Pasé mis pulgares sobre sus pómulos, buscando sus
ojos. Esos conmovedores ojos oscuros y amables que siempre me agarraban
del corazón y no me soltaban.
—Si no dices algo… —Me detuve y bajé mis labios hacia los de ella.
Quería reclamarla como mía. La deseaba con cada latido furioso de mi
corazón. Al momento en que nuestros labios se tocaron mi cuerpo se
sonrojó con calor y mi pulso se aceleró en mis venas, y todo encajó en su
lugar. Sus labios eran los más suaves que jamás hubiera sentido. Quería que
este beso, este momento, durara para siempre.
Cada beso, cada toque, todo se desvaneció sin sentido.
Los ojos de Greta se cerraron y cubrió mis manos con las suyas
mucho más pequeñas, manteniéndome en mi lugar. Fue todo el aliento que
necesité. Empujé sus labios con mi lengua. Se separó para mí y su lengua
encontró la mía vacilante. Un ruido sordo resonó en mi pecho cuando la
probé, un toque de menta y chocolate, increíblemente adictivo. Fue un beso
lento y sensual. Sin urgencia incluso si nuestro tiempo era limitado. Quería
saborear cada segundo de esto. Una de mis manos se movió desde su
mejilla hasta la parte posterior de su cabeza.
Me alejé lentamente, incluso cuando mi cuerpo gritaba por más, por
otra probada, otro toque, simplemente más. Los ojos oscuros de Greta se
clavaron en los míos, sus labios entreabiertos, su pecho agitado.
—Me besaste —dijo con asombro.
—Sí. —El mundo que nos rodeaba comenzó a volver lentamente a
enfocarse. Besé a Greta Falcone en un pasillo oscuro, con Fabiano y su
hermano cerca.
Mi palma aún descansaba sobre su mejilla y su palma sobre ella.
—Juraste que nunca harías esto. ¿Por qué? ¿Por Cressida?
Me reí amargamente. Un hombre bueno habría sentido reparos por
esto debido a su prometida, pero yo no. Cressida no significaba nada para
mí, ni yo para ella. Los dos sabíamos por qué nos íbamos a casar. Los
sentimientos, especialmente el amor, no tenían nada que ver con eso.
—No —murmuré—. Ella es intrascendente. Juré nunca hacer esto
porque eres una mujer que no merece que le roben su primer beso en un
pasillo oscuro como un secreto sucio.
—¿Soy tu secreto sucio?
El timbre de su voz suave envió un escalofrío por mi espalda. ¿Qué
era? Que me jodan si lo supiera. Era todo lo que quería. No podía dejar de
pensar en ella. Apenas podía respirar cuando se había ido, y apenas podía
respirar cuando estaba cerca. Sus ojos oscuros me succionaban hacia su
abismo. Me mantenía cautivo con una mirada de esos ojos de gacela. Nunca
me había sentido así. ¿Siquiera se daba cuenta de lo que había hecho? Me
había abierto las costillas y se aferró a mi corazón con sus dedos elegantes.
Un simple beso había reforzado mi anhelo, lo había hecho mil veces
peor. No debí haberlo hecho, pero verla de nuevo, verla bailar, lo perdí.
Besarla había sido como un jodido renacimiento. Había sido dulce y
encantadora como sabía que sería.
Greta no era una chica que debía ser besada en las sombras, como un
secreto oscuro. Se merecía estar en el centro del escenario. La culpa no
tenía cabida en mi vida, pero besar a Greta en la oscuridad como si no fuera
más que una aventura me hacía sentir como basura. Esta mujer ante mí se
merecía mucho más de lo que podía darle.
—¿Ahora qué? —dije con voz áspera.
Sonrió con tristeza.
—No sé.
—Podrías quedarte aquí conmigo.
—Pertenezco a Las Vegas.
Perteneces a mi lado.
—¿Cuándo volverás a Las Vegas?
—En dos días. Dado que este es mi primer viaje a Nueva York, quería
algo de tiempo para descubrir la ciudad.
En dos días. Maldita sea, demasiado pronto.
—Fabiano está invitado a cenar en casa de tus padres mañana por la
noche. Dijo que yo también podía ir. Creo que está preocupado de que
Nevio me meta en problemas. Pero Nevio tendría que mantenerse alejado.
Mamá debe haber pasado días convenciendo a papá de esa cena. Él y
Fabiano aún no se soportaban. Y en realidad, no era una sorpresa que papá
no quisiera a Nevio bajo su techo.
—¿Estarás allí? —preguntó.
—Si vas, también iré allí.
—Entonces, le pediré a Fabiano que me lleve con él. —La idea de
que Nevio estuviera vagando por las calles, mis jodidas calles sin nadie que
lo controlara no me sentó bien, pero si esto me daba la oportunidad de
volver a ver a Greta…
Pero una cena familiar no nos daba mucho tiempo para estar solos.
Todos estarían mirando, especialmente Fabiano.
—¿Hay alguna manera de que puedas escabullirte para encontrarte
conmigo esta noche?
Se mordió el labio inferior.
—Tenemos la suite presidencial, pero con habitaciones separadas.
—Lo sé. Tienes todo el piso en el Mandarin Oriental.
—Fabiano se aseguró de que el personal del hotel cerrara con llave la
escalera de nuestro piso, y para bajar del ascensor en nuestro piso necesitas
una tarjeta de acceso. Nadie puede subir o bajar sin avisar a Fabiano.
Sonreí.
—Estoy seguro de que Fabiano le dio al personal esas órdenes. Pero
Nueva York es mi ciudad, no la suya, y mi palabra supera a la suya por
mucho. Si puedes salir de tu habitación y asegurarte de que ni Fabiano ni tu
hermano se den cuenta, entonces puedo llevarte al vestíbulo y salir del
hotel.
Lo pensó un rato y estaba seguro de que diría que no. Finalmente, una
pequeña sonrisa determinada tiró de las comisuras de sus labios.
—Encontraré una manera.
—Bien —murmuré, inclinándome para otro beso—. Encuéntrame a
medianoche en el hueco de la escalera, ¿de acuerdo?
—¿Qué vamos a hacer? No podemos salir y no empaqué nada
elegante.
—Pensaré en algo, no te preocupes. —Entonces un pensamiento
cruzó mi mente—. ¿Puedes usar tu ropa de ballet? Me encantaría que
pudieras darme un baile privado.
Su sonrisa se amplió y asintió.
Sonaron pasos pesados. Me incliné rápidamente y presioné otro beso
en sus labios maravillosos antes de alejarme y desaparecer en las sombras,
escabulléndome antes de que nos atraparan juntos.
11
Greta
Tenía problemas para estar cerca de otras personas, pero la primera
vez que Amo me miró a los ojos, el caos en mi cabeza se calmó. ¿Y su
toque? No se sintió tan abrumador y confuso como cualquier otro toque. ¿El
beso que habíamos compartido hoy? Había despertado algo en mí que me
aterrorizaba y me excitaba. Y de repente me di cuenta de que solo Amo
podía llenar el vacío en mí que nunca supe que tenía.
Quería más. Pero en el fondo sabía que nuestros besos compartidos
tenían que parar. Eventualmente. Aunque no hoy. Cuando el reloj dio cinco
minutos para la medianoche, me levanté de la cama sigilosamente y salí de
mi habitación por la puerta que conducía al pasillo, no por la puerta de
conexión que me habría obligado a cruzar la sala de estar de nuestra suite.
Si Fabiano o Nevio me atrapaban, simplemente les diría que estaba
buscando un lugar para bailar. Sabían de mi obsesión por bailar de noche,
especialmente después de un día estresante como el de hoy.
La salida de emergencia no estaba cerrada, tal como Amo había
prometido, así que pude entrar por la escalera. Bajé un piso y luego dejé las
escaleras para abordar el ascensor que me llevó hasta el segundo piso,
donde volví a cambiar a las escaleras una vez más. Abajo, en el primer piso
de la escalera, Amo se recostaba contra la pared, esperándome. El alivio
brilló en su rostro cuando me vio. Tal vez había pensado que no vendría.
—Hay cámaras de seguridad —dijo a modo de saludo y me indicó
que lo siguiera. Me condujo a través de algunos pasillos vacíos y luego a
una entrada de entrega en la parte trasera del hotel.
Un todoterreno negro estaba justo al lado de la puerta.
Amo me abrió la puerta y me subí. Cerró la puerta, y luego se sentó
detrás del volante. Se inclinó sin una palabra, y me agarró la cara y me besó
con firmeza.
Me tensé, sorprendida por el movimiento y aún no acostumbrada a
que me besaran. Amo se apartó, sus ojos buscando mi rostro.
—¿Demasiado?
—Solo sobresaltada —susurré—. No estoy acostumbrada a este tipo
de intimidad.
—¿Preferirías que no te besara?
—No. ¿Solo tal vez advertirme hasta que me acostumbre a esto? —
¿Cómo podría acostumbrarme cuando nuestro tiempo era tan limitado?
—De acuerdo. Puedo hacer eso. —Una sonrisa lenta se dibujó en su
rostro, luego se volvió hacia la calle, encendió el motor y sacó el auto del
callejón. Después de un momento, extendió su mano, con la palma hacia
arriba. Me tomó unos segundos darme cuenta de lo que quería. Deslicé mi
mano en la suya y él cerró los dedos.
—¿A dónde vamos?
—No hay muchas opciones. Por eso decidí llevarte a un lugar
apartado donde nadie nos atrapará. ¿Confías en mí? —Me miró de soslayo,
como si le preocupara que cambiara de opinión con esto. Pero no sentía ni
un atisbo de incomodidad en la presencia de Amo.
Probablemente Nevio me acusaría de ser ingenua o demasiado
confiada, pero no era eso. Finalmente nos dirigimos hacia una parte
industrial de la ciudad. Amo se detuvo frente a un edificio de ladrillo rojo
con chimeneas altas que se elevaba sobre el río Hudson. Empujé la puerta y
escaneé el concreto agrietado con malas hierbas e incluso árboles más
pequeños liberándose de sus confines hechos por el hombre.
—¿Esta es la planta de energía abandonada de Yonkers?
Lo había leído todo en las crónicas manuscritas de nuestra biblioteca.
La sorpresa cruzó por su rostro cuando tocó la parte baja de mi
espalda para guiarme hacia las puertas de acero.
—La misma.
—Ahí es donde tuvo lugar el último baño de sangre en la historia de
la Famiglia, ¿verdad?
Hizo una mueca y se detuvo en seco.
—No estoy acostumbrado a ser romántico. Supongo que se nota —
dijo con una risa profunda que hizo que mi estómago se volviera loco—.
¿Preferirías si te llevara a otro lugar?
Me di cuenta de que lo había pillado con la guardia baja, lo que era
casi entrañable.
—Me gusta. Siempre me han fascinado los lugares abandonados, su
historia y la nostalgia que se aferra a ellos.
Miró al cielo, sacudiendo la cabeza.
—La nostalgia era definitivamente lo que buscaba con nuestra
primera cita real.
Incliné la cabeza, intentando determinar si estaba bromeando. Me
miró con una risa seca.
—Estoy bromeando. ¿Te sientes incómoda yendo allí conmigo?
—¿Por qué lo estaría? Supongo que no hay casi nadie con quien
estaría más segura en este lugar que contigo.
—Definitivamente, no hay nadie con quien estarías más segura.
La presión de su mano contra mi espalda aumentó y permití que me
guiara el resto del camino hacia la puerta de acero. La empujó para abrirla
con un crujido áspero que me puso la piel de gallina a pesar de que aún
estaba caliente.
Entré en el salón de techo alto con sus tuberías y columnas oxidadas.
El olor a abandono, moho y polvo, flotaba en el aire. Mis ojos se
encontraron con una mesa y dos sillas en una plataforma pequeña. Varias
lámparas de gas pequeñas iluminaban el camino hacia y el lugar por sí
mismos.
Podía sentir la mirada de Amo sobre mí, así que arrastré mis ojos
hacia él. Su expresión era tensa.
—¿Podemos ir ahí? —Hice un gesto a la configuración.
Asintió y tomó mi mano con la suya más grande, llevándome hacia la
plataforma.
—Te voy a levantar, ¿de acuerdo?
Asentí. Me agarró de la cintura y me subió a la plataforma. Mis
manos volaron a sus hombros a medida que estuve suspendida en el aire por
un momento. Siempre me había gustado la idea de los cuerpos levantados
en el ballet, pero nunca logré disfrutarlo. Pero en el agarre de Amo podía
imaginar cómo se sentiría con alguien con quien te sintieras cómodo. No
soltó mi cintura incluso cuando mis pies tocaron el suelo de la plataforma.
En cambio, nos quedamos así, yo mirándolo, sus manos en mi cintura y las
mías en sus hombros. Sonreí y sin pensarlo, me incliné y lo besé. Me retiré
un poco.
—¿Eso estuvo bien?
Se rio entre dientes.
—Puedes besarme cuando quieras.
Negué con la cabeza.
—Me refiero a mi técnica.
Deslizó sus labios sobre los míos, una fricción suave que calentó mi
vientre de la manera más perfecta.
—No se trata de técnica, sino de pasión.
Pasión. Asentí. La pasión era algo que no podías captar o aprender,
definitivamente no leer sobre eso. Luego di un paso atrás para que Amo
pudiera saltar a la plataforma y yo pudiera echar un vistazo a la mesa.
Estaba puesta para dos. Pero no vi comida por ninguna parte y dudé que
hubiera una cocina.
—Siéntate.
Apartó una de las sillas para mí y me hundí. Se puso en cuclillas
frente a una caja de espuma de poliestireno que los servicios de entrega
usaban para mantener la comida caliente y levantó la tapa. Dentro había
varias bolsas. Empezó a descargar unas dos docenas de cajas.
—No estaba seguro de lo que te gusta comer, así que compré sushi,
comida china, india, árabe e italiana.
Mis ojos se agrandaron cuando abrió los diferentes envases. Se sentó
frente a mí y levantó una botella de vino. Asentí, atónita por su
consideración. Después de chocar las copas, llené mi plato con hummus y
pita, maki de pepino y aguacate, y aceitunas.
Todas las opciones seguras para mí como vegana.
Comimos unos bocados en silencio.
—¿No comes carne? —preguntó, señalando el shawarma de cordero
en su plato.
—¿Cómo lo sabes?
—Escaneaste todo de cerca y no elegiste un solo entrante carnoso.
—Soy vegana.
Entrecerró los ojos en consideración y luego asintió. Permití que mis
ojos recorrieran el pasillo, intentando imaginar eventos pasados.
—Aquí es donde tu padre le arrancó la lengua a un hombre por
insultar a tu madre, ¿verdad?
Se tragó un trozo de cordero, y me miró por un momento como si
estuviera intentando considerar su respuesta.
—Sí. Debí haber sabido que habías oído hablar de las historias
espantosas de la Famiglia. La próxima vez elegiré un lugar diferente.
—¿Habrá una próxima vez? —pregunté mientras arrancaba un trozo
del pan de pita y lo mojaba en el hummus.
Amo se recostó en su silla, ignorando su comida. La forma en que me
miró me hizo sentir increíblemente caliente.
—Quiero que haya muchas más veces.
Quería lo mismo, pero se suponía que él se casaría en tres semanas y
mi familia nunca me permitiría ver a Amo. No podía ver cómo podríamos
hacer que esto sucediera, hacer que sucediéramos. Negó con la cabeza
como si pudiera sentir la dirección de mis pensamientos.
—Solo cuenta el momento.
Sonreí levemente.
—¿Vas a bailar para mí? —Dejó que sus ojos se deslizaran sobre mí
—. Después de todo, tienes puesta tu ropa de ballet.
—Lo haré, si quieres que baile. ¿Tienes un deseo especial?
Sonrió irónicamente.
—No sé mucho de ballet, pero, ¿tal vez algo del Cascanueces? Ese es
uno de los ballets más famosos, ¿verdad?
—Sí, uno de muchos —dije. Saqué mi teléfono de mi bolso y elegí la
música y luego subí el volumen. Mi estómago se tensó por los nervios
cuando dejé el teléfono y me alejé unos pasos de la mesa y las sillas para
tener espacio para mi baile. Bailar frente a los demás siempre me dio mucha
ansiedad, pero la mirada en el rostro de Amo calmó mis nervios. Cerré los
ojos cuando sonaron las primeras notas familiares. Este se sentía como uno
de los bailes más especiales de mi vida, y quise volcar toda mi pasión y
sentimientos en él.

Amo
Al momento en que Greta mencionó el pasado sediento de sangre de
este lugar, lamenté mi elección de tener nuestra cita aquí, incluso si nuestras
opciones eran muy limitadas. Ahora, con Greta de pie en medio del salón
decrépito con su tutú rosa claro, el contraste me golpeó como un mazo. Su
belleza y amabilidad en un edificio conocido por su brutalidad fea. Levantó
los brazos como tirados por hilos, su cuerpo casi a la deriva mientras se
movía al ritmo de las notas de su celular. La calidad no era la mejor y la
gran sala no transmitía muy bien la música, pero aun así me quedé
asombrado y vi a Greta convertirse en uno con la música. Giró y saltó,
levantó la pierna por encima de su cabeza.
Podría haberla observado toda la noche. Cuando me tendió la mano,
me levanté y dejé que me apartara de la silla. Me rodeó con su mano en la
mía, y giré con ella, como si fuera tirado por hilos invisibles. Sonrió
brillantemente cuando seguí su ejemplo y cuando saltó hacia mí, la agarré
por la cintura automáticamente y la levanté. Pareció volar sobre mi cabeza,
sus piernas y brazos extendiéndose elegantemente. Y luego dejó escapar
una risa encantada, ligera y despreocupada, y me miró con alegría pura en
sus ojos. La bajé lentamente al suelo de espaldas frente a mí. Sostuvo mi
mirada y cada crujido del edificio viejo, el sonido lejano de motores y
sirenas, todo se desvaneció en un segundo plano.
—Voy a besarte. —Tomé su rostro entre mis manos y la besé. Pasé un
brazo alrededor de su cintura y la atraje hacia mí, necesitándola más cerca.
Cada vez que la encontraba, la atracción se hacía más fuerte. Nunca entendí
por qué la gente estaba dispuesta a arriesgarlo todo por alguien que no era
su familia cercana, alguien a quien apenas conocían, pero finalmente
comencé a entender.
12
Greta
Fabiano se sorprendió cuando le pedí que me llevara a cenar con él,
pero luego pareció aliviado. Nevio había estado furioso al principio, pero
luego un brillo de emoción entró en sus ojos y supe que usaría su noche
libre para hacer lo que siempre hacía por la noche. Tal vez debería haberme
quedado con él para evitar lo peor, pero hoy estaba siendo irrevocablemente
egoísta.
—Estás tenso —le dije a Fabiano cuando llegamos frente a la casa
donde vivían los Vitiello.
Fabiano me dio una sonrisa tensa.
—Nada de lo que debas preocuparte. Estás perfectamente a salvo.
—Lo sé.
Asintió una vez, luego salimos y subimos las escaleras hasta la puerta
principal. Fabiano miró hacia una cámara sobre nuestras cabezas y su
expresión fue aún más tensa que antes. Me pregunté por qué había accedido
a cenar con los Vitiello si esto le molestaba tanto.
No tuve la oportunidad de preguntarle porque la puerta se abrió y Aria
Vitiello se paró frente a nosotros con una sonrisa radiante.
—Fabiano, Greta, bienvenidos.
Le di una sonrisa pequeña. Detrás de ella apareció Luca Vitiello. Su
expresión hostil cuando se posó en Fabiano y solo se suavizó un poco
cuando me miró.
Tragué pesado, pero mi ansiedad se convirtió en un aleteo nervioso en
mi estómago cuando entré en el vestíbulo de entrada donde Amo esperaba
junto a su hermana Marcella y su hermano menor Valerio, quien compartía
el cabello rubio de su madre y me recordaba notablemente a Fabiano.
Incluso si no hubiera sabido que Fabiano y Aria eran hermanos, lo habría
sospechado por sus apariencias similares.
Me quedé a unos pasos de ellos, asegurándome de sonreírles a todos y
no solo mirar a Amo. Mi cuerpo deseaba estar más cerca de él, pero me
contuve. Valerio me dio una sonrisa breve.
Ya era mucho más alto que yo, aunque tenía tres años menos que yo.
Marcella me dio una sonrisa contenida. Mi mirada se detuvo en el clip de
diamante en su oreja que ocultaba el lóbulo que le faltaba. Por lo general,
no me interesaban los chismes, pero la historia de su secuestro y su
matrimonio con un motero había levantado olas lo suficientemente altas
como para romper incluso mi burbuja de olvido.
Los ojos de Amo se encontraron con los míos a medida que nos
dirigíamos al comedor, y mi estómago dio otro vuelco. Quería estar a solas
con él.
Aparté los ojos antes de que alguien se diera cuenta. Fabiano estaba
ocupado fulminando con la mirada a Luca, y Aria estaba ocupada luciendo
preocupada, así que por ahora estábamos a salvo, pero no quería ser
demasiado atrevida.
Pronto entró la cocinera con bandejas cargadas de comida. Cordero.
Patatas asadas con panceta. Espinacas cremosas con parmesano.
Tomó mi plato para servirme primero como la única invitada, pero
negué con la cabeza rápidamente.
—Nada para mí. Gracias.
Todos me miraron y mi pulso se aceleró, un silbido suave llenó mis
oídos.
—Lo siento, no esperaba que vinieras. Olvidé decírselos —dijo
Fabiano con una mueca.
—¿Decirnos qué? —preguntó Aria, la preocupación cruzando su
rostro.
—Soy vegana, así que no como productos de origen animal.
—Su hermano y su padre sacrifican personas como pasatiempo
favorito, y a ella no le gusta lastimar a los animales —exclamó Valerio,
comenzando a reír como si fuera la broma más grande de todos los tiempos.
—Así no es como tratamos a los invitados —gruñó Amo, enviando a
su hermano un ceño fruncido. La mirada atenta de Marcella se movió
perezosamente entre Amo y yo, recordándome a un gato a punto de
abalanzarse sobre su presa.
Su madre parpadeó y luego se aclaró la garganta.
—Greta, lo siento. Estoy segura de que nuestra cocinera puede
preparar algo para ti muy rápido.
La cocinera pareció un poco asustada. Muchas personas encontraban
intimidante la idea de cocinar sin productos de origen animal y lo
demostraban en sus creaciones. Solo Kiara había dominado el arte de
cocinar para mí.
—¿Sin queso? ¿Crema? ¿Huevos? ¿Manteca?
Negué con la cabeza, sintiendo lástima por la pobre mujer. No estaba
lidiando bien con ser puesta en el lugar de esa manera.
—¿Qué tal si te muestro la cocina para que puedas revisar nuestros
armarios y el refrigerador en busca de algo que puedas comer? —sugirió
Amo.
—Eso sería muy amable de tu parte —dije, intentando no sonar
demasiado ansiosa ante la perspectiva de estar a solas con Amo.
Amo se levantó y yo también.
—No va a suceder —dijo Fabiano, poniéndose también de pie.
—Nuestro hijo ha sido educado para respetar a las mujeres y es capaz
de controlarse a sí mismo, a diferencia del trío Falcone —dijo Luca. Aria se
aclaró la garganta, sus ojos ampliándose en señal de advertencia.
—El periódico de la semana pasada lo mostró respetando a las
mujeres en toda la primera plana —dijo Fabiano con una sonrisa muy
inquietante. Me di cuenta de que las cosas iban cuesta abajo rápidamente,
pero no estaba segura de cómo detenerlo. Tampoco estaba segura de a qué
se refería Fabiano.
—No sabía que te mantenías al día con nuestros asuntos actuales.
—Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca, ¿verdad?
Marcella resopló y empujó su silla hacia atrás, poniéndose de pie.
Con sus tacones altos, elevándose sobre mí.
—Iré con Greta.
Fabiano miró entre ella y Aria, y luego a mí. Le di una sonrisa firme y
volvió a sentarse lentamente, pero no estaba feliz por eso.
—Vamos —dijo Marcella.
Amo le envió a Fabiano una mirada muy desagradable.
—Iré al patio trasero por un rato. Necesito tomar aire.
Reprimí una sonrisa cuando Marcella me condujo fuera del comedor,
por un pasillo hacia la parte de atrás y hacia una gran cocina de lujo.
—Entonces, ¿qué hay de aceitunas, ciabatta y aceite de trufa para
mojarlo? —preguntó ella, luego sus labios se afinaron—. Pensé que querías
tomar aire.
Miré por encima del hombro a Amo, que entró por una puerta trasera.
Hizo un gesto a una criada extendiendo una masa y ella se limpió las manos
en un delantal y salió corriendo al patio trasero. Tragué pesado cuando mis
ojos lo observaron. No me había atrevido a hacerlo antes. Llevaba
pantalones cargo azul oscuro y una sencilla camisa gris que combinaba con
sus ojos y abrazaba sus músculos de una manera muy atractiva.
—Supongo que tienes hambre de algo más que aceitunas —dijo
Marcella, y mi mirada se lanzó hacia ella, mi piel sonrojada por el calor.
Amo se acercó a ella.
—¿Puedes darnos un momento y asegurarte de que nadie nos
moleste?
Marcella miró a Amo con exasperación.
—Amo, ¿quieres que vigile mientras estás a solas con Greta Falcone?
La gente a menudo acentuaba mi nombre de esa manera, como si la
otra persona no supiera quién era.
—Marci —dijo en voz baja y una mirada pasó entre ellos de la que no
estaba al tanto.
—Esto va a terminar mal. Muy mal.
—Saluda a Maddox de mi parte cuando regreses a tu apartamento esta
noche.
Marci negó con la cabeza y se volvió hacia mí con una mirada
escrutadora.
—¿Supongo que no te importa si me voy?
—No —susurré.
Volvió a negar con la cabeza y salió, sus tacones altos resonando
demasiado fuerte en la piedra.
No me moví, abrumada de repente.
Amo cruzó la distancia entre nosotros y tomó mis mejillas, sus labios
bajando sobre los míos de nuevo sin previo aviso. Me tensé, sorprendida
por su vehemencia, calor y tacto. Se apartó un poco, sus ojos buscando los
míos. Su pulgar rozó mi pómulo.
—Nunca te haría daño.
—Lo sé.
Se rio y soltó un suspiro profundo.
—Puedes besarme ahora —dije.
Sus ojos se clavaron en mis labios y entonces, volvió a bajar la
cabeza, dejando que su boca se deslizara suavemente sobre la mía. La
electricidad pareció zigzaguear a través de mis labios, bajando por mi pecho
hasta mi vientre y directamente a mi sexo. Mis ojos se cerraron por la luz
demasiado brillante de la cocina. Quería concentrarme únicamente en Amo,
su boca, su sabor y olor. En lo perfectas que se sentían sus manos grandes y
fuertes contra mis mejillas.
Se alejó una vez más lentamente, pero permaneció cerca, nuestras
respiraciones mezclándose. Busqué en su rostro una señal de que lo que
estábamos haciendo aquí no estaba mal.
—Lo que estamos haciendo aquí está mal, ¿no? —Toda mi vida había
intentado ser amable con los demás, pero sabía que mi brújula moral no
estaba tan sintonizada como debería.
Sonrió sombríamente.
—Greta, no le preguntes a un hombre como yo si está bien o mal. Lo
único que puedo decirte es que nada se ha sentido tan bien como besarte.
Asentí, mi respiración entrecortada, porque me sentía de la misma
manera. ¿Cómo podría algo que se sentía tan bien estar mal?
—Amo, lo juro, si desvirgas a otra chica de la mafia, te voy a tirar por
el puente más cercano.
Ambos saltamos ante la voz enojada de Marcella. Había hablado a
través de la puerta.
Amo hizo una mueca.
—¿Es por eso que tienes que casarte con Cressida?
Intenté imaginarme a Amo siendo tan íntimo con alguien más. No era
del tipo celoso, pero sentí un poco de náuseas al pensar en tener que
compartirlo.
—Ni lo pienses —murmuró Amo.
Incliné la cabeza con curiosidad.
—Sé que no eres mío. Eres de Cressida.
—No soy de ella, nunca lo seré. En los pocos momentos que hemos
compartido, ya he sido más tuyo que nadie más.
—Pero has estado con chicas en un nivel físico que no hemos
compartido.
Se rio. Fue crudo y amargado.
—Y nada de eso importó.
—¿Qué quiso decir Fabiano con su comentario del periódico?
Me di cuenta de que Amo no quería hablar de eso, lo que despertó mi
curiosidad aún más.
—Toqué públicamente a una mujer en uno de nuestros clubes, y el
periódico lo publicó. —Continuó cuando me miró a la cara—. Lo hice
porque pensé que Cressida se enojaría lo suficiente como para cancelar la
boda.
Debe haber sido un toque muy sexual teniendo en cuenta que apareció
en la portada. Mi vientre se apretó incómodamente.
—No intentes encontrar la foto. No quiero que te sientas mal por mi
culpa.
—¿Pero quieres que Cressida se sienta mal?
—Greta, soy un hombre muy malo. No me confundas con nada más.
—Sé lo que eres. He crecido entre hombres malos.
—Y, sin embargo, resultaste así.
Mis cejas se fruñeron. Muchas personas en mi vida pensaban que era
buena, pero también había oscuridad dentro de mí.
—Es posible que algunos no me vean de manera tan positiva teniendo
en cuenta que te estoy convirtiendo en un infiel.
—No me estás convirtiendo en nada. En primer lugar, no puedo ser
infiel de alguien con quien no tengo una relación. Cressida y yo no somos
nada. Y he estado con otras mujeres antes que tú, así que, en todo caso, una
de ellas me convirtió primero en un infiel.
—Entonces, soy una de muchas.
Pareció como si hubiera dicho algo escandaloso cuando en realidad
solo basé mis palabras en los hechos que me había dado. Sus dedos contra
mis mejillas se apretaron.
—Nunca te atrevas a pensar eso. Lo eres todo.
—¿Cómo puedo ser todo si aún necesitas a otras mujeres?
—No lo hago.
Busqué sus ojos.
—No puedo pedirte que dejes de estar con otras mujeres. No es mi
lugar porque no puedo darte lo que darías.
—Greta, puedes pedirme cualquier cosa, y te lo daré.
Pídele que no se case con Cressida.
¿De qué sirve?
No podía tomar su lugar. Pertenecía a Las Vegas. No quería ser la
esposa de un Capo. Quería vivir en las sombras, no como la atracción
principal del mundo mafioso.
La puerta se abrió y Amo dejó caer la mano, y dio un paso atrás. Era
Marcella y sus ojos se entrecerraron.
—Tenemos que volver. —Su voz fue dura.
Asentí, porque tenía razón. Fue bueno que irrumpiera cuando lo hizo
porque había estado a punto de pedirle a Amo algo que no debería.
Pasó a mi lado y agarró un frasco con aceitunas, una ciabatta y el
aceite. Regresamos juntas al comedor.
Cuando me senté junto a Fabiano, él se inclinó.
—¿Todo bien?
—Sí.
No me atreví a mirar a Amo nuevamente en toda la noche. Estaba
completamente pérdida en qué hacer.

Amo
No podía pensar con claridad después de los besos que Greta y yo
habíamos compartido. Se había ido sin volver a mirarme. Era la peor tortura
posible, pero sabía por qué lo hacía. Greta era jodidamente buena. No
quería que yo hiciera algo estúpido.
Después de la cena, papá entró en su oficina, enojado. Fui tras él, pero
unos dedos me sujetaron el brazo. Me detuve y miré a mi hermana.
—Piensa en esto.
—¿Pensar en qué?
—¿Quieres guerra? ¿Vale la pena?
Me incliné, acercando nuestros rostros.
—¿Maddox valió la pena?
La expresión de Marcella se volvió dolida.
—Amo, esto es diferente.
Me sacudí su agarre.
—¿Me apoyarás?
Empujó mi brazo.
—Lo sabes. Por supuesto. Solo estoy preocupada, idiota.
Di media vuelta y me dirigí a la oficina de papá.
—Sí —gruñó papá.
Entré. Papá estaba encorvado sobre una bebida en su sillón de cuero.
Estaba de mal humor, pero sabía que nunca sería un buen momento para
decirle lo que tenía que decir.
Mejor no arruinar uno de sus pocos buenos humores.
Frunció el ceño por encima del vaso hacia mí.
—¿Ahora qué?
—Necesito volver hablarte de la boda.
La mirada que me envió fue inconfundible. No tenía absolutamente
ninguna intención de volver a hablar de esto. Me importaba un carajo.
Necesitaba escuchar esto. Creía que solo me estaba acobardando, pero esto
era más.
—He encontrado una chica con la que quiero casarme —dije.
Sus ojos se arrastraron hacia arriba lentamente de su bebida. Si es
posible, su expresión fue aún más enojada que antes.
—¿Por qué tengo el presentimiento de que no me gustará lo que vas a
decir?
—Es una buena elección —continué—. Es de una familia importante.
—El puto eufemismo del año.
Entrecerró los ojos.
—Cressida es una buena elección, la elección que todos decidimos.
—Mierda, papá, ¿podrías escuchar por un jodido segundo? Cressida
fue un error, sigue siendo un error y será el peor error de mi vida si me caso
con ella.
No dijo nada, pero su expresión no se suavizó en lo más mínimo.
Entendía por qué no estaba impresionado conmigo. Había hecho muchas
cosas de mierda en los últimos cinco u ocho años.
Pasé una mano por mi cabello, intentando averiguar cómo atravesar
su cráneo grueso.
—De acuerdo, ¿quién es?
—Greta.
Me miró fijamente, su boca formando una línea delgada.
—¿Como en Greta Falcone?
—Sí. La quiero.
Papá negó con la cabeza, riéndose. Luego se puso serio cuando no me
reí.
—Hablas en serio.
—Hablo muy en serio. Quiero a Greta.
Se puso de pie y dejó el vaso con cuidado en la mesita auxiliar como
si le preocupara que pudiera arrojármelo si lo tenía en la mano.
Se acercó, sus ojos incrédulos, pero también más enojados de lo que
los hubiera visto en mucho tiempo.
—Amo, ¿has perdido la puta cabeza?
Le devolví la mirada, sin pestañear, tan serio como nunca en mi vida.
—Pasemos por alto el hecho de que vas a casarte con Cressida en
unas pocas semanas, ¿de acuerdo? Podrías tener a cualquier mujer en la
Famiglia. Todas las familias te darían con gusto a su hija como esposa, pero
la hija de Remo Falcone no es algo que pueda hacer que suceda. Nadie
puede hacerlo a menos que la estén arrancando de sus manos frías y
muertas, e incluso entonces tendrías que matar a los Falcone restantes.
Sabía todo eso. Sabía que Remo Falcone clavaría su cuchillo en mi
corazón antes de que terminara de pedirle la mano. Por no hablar del loco
gemelo de Greta.
—Estoy dispuesto a arriesgarme. Quiero a Greta. Es ella o nadie.
Papá me miró como si hubiera perdido la puta cabeza, luego su
expresión se endureció y me agarró del brazo.
—¿No me digas que la tocaste? ¿O el cielo no lo quiera tomaste su
virginidad? Amo, lo juro, voy a darte una paliza por primera vez en tu
jodida vida si ese es el caso. Cressida, eso fue algo que controlamos, pero
¿Greta? El infierno se vería bastante acogedor en comparación con nuestra
vida si la jodiste así.
Lo sacudí, la furia estallando en mi pecho.
—No deshonraría a Greta de esa manera —gruñí—. Es honorable.
Estudió mi rostro e hizo una mueca.
—Maldita sea. Hablas en serio con ella.
—Papá, lo hago. Quiero a Greta.
Volvió a negar con la cabeza.
—Remo Falcone nunca lo permitirá. Preferiría cortarse en pedazos y
enviarnos el maldito desastre que darnos a su hija. No tengo influencia
contra él para obligarlo y, para ser honesto, dudo que permita que alguien lo
obligue a entregar a su hija. Se volvería jodidamente loco como debería.
—¿Y si Greta quisiera casarse conmigo?
La duda brilló en su rostro.
—¿Lo hace?
No estaba cien por ciento seguro. Greta y yo en realidad no habíamos
discutido nuestros sentimientos, ni habíamos hablado de un futuro juntos
porque Cressida siempre se había interpuesto en el camino.
—No le he preguntado. Pero ella y yo… —Negué con la cabeza. Era
difícil poner en palabras lo que pasaba entre nosotros. Ni siquiera yo mismo
lo entendía.
—Apenas conoces a la chica. ¿Cómo puedes estar seguro de algo?
—¿Cómo puedes estar realmente seguro de algo? Pero papá, ¿qué
hubieras hecho si hubieras conocido a mamá después de estar
comprometido con otra persona? ¿La habrías dejado o habrías hecho todo lo
posible para hacerla tuya?
Negó con la cabeza.
—Amo, esto es una locura, y nada de lo que digas me hará pensar lo
contrario. Incluso si Greta y tú tuvieran algún tipo de conexión, aún queda
el gran problema de Cressida. Un Capo necesita honrar a las familias de sus
hombres, y las tradiciones. Si cancelamos la boda ahora, causaría olas que
ninguno de nosotros podría controlar. La única forma en que esto podría
suceder es si renuncias a tu puesto como futuro Capo. —Mi estómago se
apretó. Una vez le había ofrecido mi puesto a Marcella, pero en el fondo
sabía que ella no aceptaría. Esto era diferente. Siempre quise convertirme
en Capo. Lo llevaba en la sangre ,y hasta hace poco había sido mi único
deseo. Las cosas habían cambiado desde que conocí a Greta. Pero, ¿en serio
renunciaría a mi futuro por ella?
Una parte de mí gritó que sí, sin dudarlo, otra parte quería tener
ambos y simplemente golpear a cualquiera que no estuviera de acuerdo.
Papá me agarró del hombro.
—Amo, esto no es algo que pueda hacer por ti. Y no deberías
considerar dejar de ser Capo por una chica que apenas conoces, y que no
puedes tener a menos que comiences una guerra con la Camorra. Se suponía
que mi boda con tu madre garantizaría la paz, pero una posible boda con
Greta provocaría una guerra sangrienta.
Había considerado lo que dijo papá. Aun así, la idea de renunciar a
Greta sin luchar se sentía como un movimiento cobarde. Papá estaba
sopesando las opciones como Capo, como espectador de lo que Greta y yo
teníamos.
—Amo, el amor no sucede en un abrir y cerrar de ojos. Lo que
experimentas con Greta es lujuria, remordimiento y la emoción de lo
prohibido. No arruines tu futuro por confundirlo con otra cosa.
Papá conocía el amor que mamá y él compartían. Aparte de eso, no
sabía mucho del amor romántico. ¿Amaba a Greta? No lo sabía. Era algo
que nunca había sentido. Sabía que era más de lo que nunca había tenido.
Era algo completamente nuevo. Era tan imposiblemente fuerte que apenas
podía creer que pudiera volverse más. ¿Era amor? Posiblemente. ¿Me
estaba enamorando? Definitivamente.
Sabía que el amor a primera vista era un engaño. Y, sin embargo, mis
sentimientos por Greta desafiaban la lógica. Papá señaló con su dedo índice
contra mi pecho donde estaba mi tatuaje de la Famiglia. Sus ojos se
clavaron en los míos.
—Dado que pareces incapaz de tomar buenas decisiones en este
momento, te lo pondré fácil. Si quieres convertirte en Capo, te casarás con
Cressida. Como tu Capo, te digo que te mantengas alejado de Greta
Falcone. Si la tocas, la besas, la follas o, Dios no lo quiera, le pides la mano
a Remo Falcone, estás yendo en contra de mi orden directa, y vas a
renunciar a tu posición como Capo y te enfrentarás a un castigo,
posiblemente al exilio.
Miré fijamente a mi padre con incredulidad.
—Amo, esto es por tu propio bien. Estoy intentando salvarte. Algún
día lo verás.

***

Necesitaba hablar de nuevo con Cressida. Si ella tenía el más mínimo


interés en mí más allá de convertirse en la esposa de un Capo, tenía que ver
que esta unión no nos haría felices a ninguno de los dos. La encontré en el
gimnasio que Gianna había abierto para mujeres y niñas en la Famiglia.
Gianna no estaba hoy en la recepción. En cambio, Cara, la madre de
Maximus, vestida con mallas deportivas y una camiseta sin mangas, me
saludó desde detrás del mostrador. Cuando no estaba ocupada con su
refugio de animales, por lo general se la podía encontrar trabajando aquí.
Me dio una sonrisa sorprendida.
—Amo, si estás buscando a Gianna, no estará aquí hasta más tarde
para su curso de yoga. —Cara asintió hacia algo detrás del mostrador—.
Aunque Isa está aquí.
Apoyé los codos en la elegante superficie blanca y miré hacia abajo.
Mi prima Isa se encontraba en el suelo. Llevaba auriculares, un mono de
pana verde y unos desgastados Converse blancos. En sus manos sostenía un
tomo gordo, probablemente alguna tontería de alta fantasía con dragones e
incesto. Sus anteojos estaban en la punta de su nariz pecosa, peligrosamente
cerca de caerse. Su barbilla estaba apoyada en la palma de su mano y no me
vio, demasiado ocupada con su lectura.
Me enderecé, dejándola con ello. De todos modos, no tenía mucho
tiempo.
—Estoy aquí por Cressida.
La sonrisa de Cara se tensó.
—Está haciendo Zumba en la sala dos.
Asentí y me dirigí a la sala de entrenamiento. A través de la puerta de
vidrio pude ver a Cressida y su amiga Agostina intentando seguir los pasos
de baile que el entrenador les mostraba a la clase. Le faltaba la gracia de
Greta, no solo cuando se trataba de bailar. Llamé a la puerta, haciendo que
todos se dieran la vuelta. Los ojos de Cressida se abrieron como platos,
luego intercambió una mirada triunfante con Agostina y salió de la
habitación con la nariz en alto.
Le hice señas para que me siguiera detrás del mostrador y hacia la
sala del personal. Cara no me detuvo e Isa solo alzó la vista brevemente, se
subió las gafas solo para arrugar la nariz cuando vio a Cressida.
Cerré la puerta detrás de Cressida y de mí.
—Nunca encontrará esposo si sigue vistiéndose como una nerd. ¿Por
qué no usa lentes de contacto? Los hombres no quieren chicas con gafas.
Me miró expectante.
—No lo sé, y no me importa. Pregúntale si quieres saber. Pero dudo
que la existencia de Isa gire en torno a encontrar un esposo adecuado, así
que probablemente le importe un carajo si las gafas son sexis o no.
Echó su largo cabello castaño sobre su hombro. Me pregunté cómo
podía hacer deporte con él sin una coleta. Pero supuse que su apariencia era
más importante que la practicidad.
—Amo, estoy toda sudada.
Ignoré su comentario intrascendente.
—Vine aquí para hablar contigo de nuestra boda.
—Lo sé, aún hay mucho que discutir. Aún no han conseguido un atún
de calidad. Aparentemente, los japoneses están comprando las mejores
piezas antes de ingresar al mercado internacional.
Escuché cada palabra que decía, pero bien podría haber hablado en
japonés.
—Creo que deberíamos cancelar la boda.
—No voy a posponer la fecha. Ya tengo veintitrés. Veintitrés.
Agostina tiene tres años de casada y ¡mírame!
Tal vez me estaba malinterpretando a propósito.
—Quise decir cancelar la boda, no posponerla. Cressida, no te amo, y
nunca lo haré.
Mierda, incluso había pensado en deshacerme de Cressida, y hacer
que pareciera un accidente. No se merecía esto. No la amaba, ni siquiera me
gustaba particularmente, pero no era una persona demasiado horrible. Era
egoísta y ávida de poder, pero mucha gente lo era, y de todos modos, no
estaba en condiciones de juzgar a nadie por sus pecados.
Se encogió de hombros como si fuera intrascendente.
—El amor no es necesario para lo que tenemos.
—Hay alguien más —lo intenté otra vez.
Sus ojos se agudizaron, pero luego se encogió de nuevo de hombros.
—Mantenlo en secreto. No quiero un escándalo en nuestras manos.
—¿De verdad quieres vivir así? ¿Saber que hay alguien más con
quien estoy? ¿Saber que solo estamos casados por el bien de las
apariencias?
—Amo, vamos a casarnos. Eso es todo. Jamás aceptaré cancelar esta
boda, nunca. Y tampoco nuestras familias, o la Famiglia. Estamos atados
por nuestras tradiciones, incluso tú. Que se joda esa chica, no me importa
mientras me llamen señora Vitiello.
Negué con la cabeza, incapaz de creer que de verdad se suponía que
debía casarme con ella. Justo en este momento, no podía imaginar un
destino peor.
13
Greta
Nevio tenía resaca en nuestro vuelo de regreso a Las Vegas. Lo que
sea que hubiera hecho en la noche lo había noqueado. Dudaba que hubiera
consumido drogas duras. No era de ese tipo. Lo que lo había dopado tanto
probablemente era una mezcla poderosa de demasiado alcohol y violencia.
Fabiano prácticamente lo había arrastrado hasta el jet privado, y lo miró con
odio durante todo el vuelo.
A pesar de mi preocupación por Nevio, me alegraba que sus sentidos
estuvieran nublados. Mi conversación con Amo ayer, y el beso que
compartimos me había desconcertado por completo. No entendía lo que
estaba sintiendo, solo que era tan fuerte que me hacía sentir claustrofóbica
en el sentido de que mi corazón parecía demasiado grande para mi caja
torácica cada vez que pensaba en él. Había escuchado a Carlotta y Aurora
hablar de enamorarse. Nunca había despertado mi interés, parecía algo que
no me sucedería, y definitivamente algo que no necesitaba. Mi vida ya
había estado llena. Llena de amor y propósito. Ahora Amo de alguna
manera había encontrado el agujero pequeño en mi existencia que ni
siquiera sabía que existía, y sabía que dejaría un vacío una vez que se fuera.
Un vacío que nunca sería capaz de pasar por alto de la misma manera que lo
había hecho antes. Podría intentar llenarlo con un propósito nuevo, por
supuesto, pero tenía la sensación de que no llenaría el vacío.
Ya estaba pensando en el momento en que se iría. No era una cuestión
de si, era una cuestión de cuándo. Aunque tal vez mi partida de Nueva York
fue la despedida que no nos habíamos atrevido a dar voz.
Mi estómago cayó, mi pecho se sintió hueco, vacío.
Cuando llegamos a casa, Nevio desapareció en la cama y le conté a
mi familia mi fallido recital de baile.
—Lo siento —dijo mamá suavemente y besó mi mejilla—. Te ves
muy triste. No sabía que deseabas tanto esto.
Papá intercambió una mirada con Nino y Savio que entendí
demasiado bien. Se alegraba de que no hubiera funcionado, así que se salvó
de prohibirme ir allí, porque eso es lo que habría hecho. Conocía a papá.
Consideraba que su poder en Las Vegas era infinito y, por lo tanto, pensaba
que necesitaba mantenernos a todos aquí para garantizar una protección
óptima.
Me encogí de hombros, sin querer mentirle a mamá, pero feliz de que
pensara que mi tristeza se debía al ballet. Su voz me hizo darme cuenta de
que estaba triste y melancólica, casi como si ya estuviera de luto por lo que
Amo y yo habíamos tenido.
Me excusé de mi familia en algún momento y deambulé por las
instalaciones. Los conejos habían sido trasladados a su recinto hace unos
días y se estaban adaptando bien. Dejé un poco de hojas de zanahoria y
hierbas antes de ir a mi estudio de ballet para saludar a Bear y Momo.
Cuando no estaba en casa, lo que generalmente nunca sucedía, papá quería
que estuvieran allí todo el tiempo. Nino los había sacado a caminar y les
había dado de comer, ya que su calma parecía funcionar bien con ellos.
Hubiera preferido a Kiara, pero Nino no la quería cerca de Bear. Aun así,
me alegré cuando ambos corrieron hacia mí moviendo la cola.
El ballet llenaba mi cabeza de calma, pero mis animales la llenaban
de propósito.
Froté sus cabezas suaves y me hundí en el suelo con un suspiro. Por
primera vez en mi vida, me sentí un poco perdida en mi estudio rodeada de
mis bebés peludos.
Mis pensamientos eran un torbellino que encendía las brasas de mi
ansiedad siempre presente. Necesitaba hablar con alguien. Ya no podía
llevar este secreto sola. Por lo general, siempre confiaba en Nevio. Mis
secretos siempre habían sido suyos para llevarlos, como los suyos habían
sido míos. Pero este era un secreto que no podía confiarle. Tenía tantas
personas a mi alrededor en las que confiaba mi vida, tantas personas que me
amaban y harían cualquier cosa por mí y, sin embargo, sentía que este
secreto era solo mío. No podía confiar en mi familia porque mi secreto se
sentía como una traición. Pero nunca los traicionaría, ni por nada, ni por
nadie en el mundo, y ¿el amor podría ser alguna vez una traición? No iba en
contra de ellos. Pero una parte de mí quería seguir mi corazón, y eso me
estaba llevando en una dirección que nunca había considerado posible, lejos
de ellos. Por una vez estaba realmente sola.
Me alegré por la oscuridad, pero no ayudó con mi ansiedad creciente.
Mi respiración se tornó laboriosa. A pesar de la falta de sonido y luz
brillante a mi alrededor, esto se sintió como uno de mis ataques de
sobrecarga sensorial. Bear comenzó a gruñir, y se movió. Siempre se ponía
particularmente protector cuando estaba así.
—Shhh, abajo —dijo Nino.
Bear dejó escapar otro gruñido, pero luego se quedó callado. Extendí
la mano, palpando su espalda y acariciando su pelaje.
—¿Greta? —preguntó Nino en la oscuridad.
Miré hacia la puerta de donde procedía su voz.
Mi garganta se sentía demasiado apretada para las palabras.
—Encenderé las luces. Cierra tus ojos. Te avisaré cuando estén
atenuadas.
Cerré mis ojos.
—Está bien.
Abrí mis ojos, y un resplandor tenue llenó el estudio. Bear estaba
acurrucado a mi lado con Momo acurrucada contra su trasero. Sus ojos
estaban fijos en Nino, pero no se levantó ni volvió a gruñir.
—¿Necesitas ayuda?
Miré a Nino, intentando considerar mi respuesta, pero mi corazón y
pulso acelerados hacían que cualquier pensamiento sensato fuera imposible.
—Voy a buscar a tus padres.
—No —gruñí.
Me miró con un escrutinio silencioso.
—¿Nevio?
Negué con la cabeza, en pánico.
Asintió, como si entendiera mi razonamiento cuando no podía
comprender toda la dimensión de mi dilema. Caminó hacia mí lentamente,
y me miró por un momento antes de hundirse a mi otro lado.
Respiré bajo y profundo hasta que comencé a sentir que tenía más
control, luego comencé a hablar en un susurro:
—¿Cuándo está mal el amor?
Sus cejas se fruncieron y su escrutinio se intensificó.
—¿Te refieres al amor romántico?
Asentí.
Esperó casi un minuto antes de que hablara finalmente. Me alegré de
que se tomara su tiempo para sopesar su respuesta. Tal vez podría decir lo
importante que era para mí.
—El mal y el bien son conceptos diseñados por la humanidad a lo
largo de los siglos para permitir la coexistencia pacífica. No es algo
inherente a la naturaleza o a nuestro ADN. Si te refieres a la brújula moral
que guía a la mayoría de las sociedades, hay ciertas formas de amor que se
consideran incorrectas. Aunque, de nuevo, el amor en sí mismo no está mal,
sino cómo actúas en consecuencia.
Fruncí el ceño. Eso no estaba ayudando.
Debe haber visto mi confusión porque continuó:
—El amor no correspondido puede ser perjudicial para la salud
mental e incluso física de una persona, así que diría que es un amor
lógicamente incorrecto. Demasiado amor puede ser un problema, como la
mayoría de los extremos.
—El amor y la lógica no van juntos, ¿verdad?
—La lógica me dijo que era útil amar a mi esposa, así que finalmente
lo hice.
Me reí porque dudaba que así fuera como sucedió. Kiara contaba una
historia diferente.
Tal vez Nino simplemente prefería su versión más restringida de las
cosas.
—¿De verdad crees que puede haber demasiado amor?
—Si te hace olvidar todo lo demás que importa, entonces sí.
Eso tenía sentido. Podía imaginarme perdiéndome en mis
sentimientos por Amo, al menos por un tiempo, pero no quería olvidar todo
lo demás que me importaba.
—¿Y si la persona que amas ya está prometida a otra persona?
—Muchos consideran que la infidelidad está mal. Creo que a menudo
es una señal de que el vínculo original está dañado. Y algunas personas
tienen relaciones abiertas, así que, en realidad no se puede llamar
infidelidad.
—¿Y si la persona prometida no ama a la persona prometida sino a la
otra persona?
Entrecerró los ojos, pensativo. Mis palabras ni siquiera tenían sentido
para mí.
—Parece imprudente casarse con una persona que no quieres en lugar
de la persona que quieres, pero las razones económicas, políticas o
familiares pueden ser la fuerza impulsora, especialmente en nuestro mundo.
Ni siquiera sabía si Amo me amaba. Ni siquiera sabía si lo amaba.
—¿Cómo sé si estoy enamorada?
El cuerpo de Nino se volvió más tenso.
—No soy la mejor persona para preguntar.
—Creo que eres la mejor persona a la que podría preguntar.
Asintió.
—No es fácil ponerlo en palabras, incluso para mí. No soy un experto
en este campo.
—Amas a Kiara, a pesar de tus luchas emocionales.
—Lo hago.
—¿Cómo supiste?
—Antes de Kiara había calma y luego, de repente, hubo caos. Al
principio fue frustrante, pero después aprendí a disfrutarlo.
Mordí mi labio. Amo calmaba el caos en mi cabeza. Tal vez esto
también era una señal.
—Greta —dijo en voz baja, esperando hasta que mi mirada volvió a
su rostro—. ¿Supongo que estás hablando de ti misma?
No dije nada. Tal vez ya había dicho demasiado.
La expresión de Nino fue analítica, no crítica de ninguna manera.
—Conociendo tus interacciones pasadas con hombres fuera de nuestra
familia, solo hay muy pocas opciones. Podría ser alguien que conociste en
tu recital de baile, lo cual es poco probable dada la presencia de Fabiano y
el tiempo limitado. O podría ser el único otro hombre con el que pasaste
tiempo. Amo Vitiello.
Intenté no reaccionar al escuchar su nombre. Estaba aterrorizada de
admitirlo.
—Creo que me enamoré —susurré.
Negó con la cabeza.
—Greta…
Toqué mi corazón.
—No —dije con firmeza—. Puedo sentir que es verdad. Me enamoré,
y se sintió maravilloso.
—¿Es por eso que estás llorando?
Me congelé y me estiré, sintiendo humedad en mis mejillas.
—Estoy llorando porque mi corazón ya se rompió antes de que en
realidad tuviera la oportunidad de experimentar el amor.
Me miró en silencio.
—Dijiste que no pasó nada entre tú y Amo.
—No lo hizo. Hablamos. Pero sentí una conexión que nunca había
sentido…
La expresión de Nino fue imposible de leer.
—No le dirás a nadie, ¿verdad?
Si le decía a papá o a Nevio, todo se derrumbaría.
—No veo cómo decirle a alguien servirá para otro propósito que no
sea la guerra. No creo que ahora sea el momento adecuado para buscar un
conflicto con la Famiglia.
—¿Cómo mis sentimientos por alguien pueden ser la razón de la
guerra?
—Estoy seguro de que puedes ver cómo ese sería el resultado.
Bajé la mirada. Si permitía que mis sentimientos por Amo tomaran el
centro del escenario, podría conducir a la cancelación de su boda y eso
causaría un gran revuelo en la Famiglia. Los debilitaría. Papá y Nevio
asumirían lo peor. No me creerían si dijera que Amo no había manipulado
mis sentimientos. No podía verlos aceptando una unión con Amo. Iniciarían
una guerra. Tantos morirían.
—Incluso pensar en él se siente como una traición.
Nino soltó un suspiro largo.
—Tu hermano definitivamente lo vería como una traición si te fueras
de Las Vegas por Amo. Y no tengo que decirte que tu padre nunca lo
permitirá, por nada del mundo.
Asentí, porque lo sabía.
—¿Te imaginas dejar Las Vegas para vivir con Amo en Nueva York,
como la esposa de un Capo?
Intenté verme en Nueva York, lejos de mi familia, como la mujer a la
que todos en la Famiglia admirarían. La ansiedad apretó mi vientre.
—No —gruñí.

***

Esa noche me acerqué al dormitorio de Nevio. Me dedicó una sonrisa


distraída a medida que se ponía las muñequeras de cuero, las botas militares
y los pantalones de motociclista de cuero, preparándose para su noche de
fiesta con Massimo y Alessio.
Puso dos cuchillos curvos en la funda de su espalda, luego dos dagas
en las fundas de sus pantorrillas.
Lo observé en silencio mientras me sentaba con las piernas cruzadas
en su cama. Al principio, cuando comprendí por qué los tres salían de
noche, le pedí que se detuviera, pero finalmente me di cuenta de que
necesitaba esto como yo necesitaba el ballet: como una forma de lidiar con
sus demonios.
—¿Alguna vez dejarías a nuestra familia?
Se detuvo y me miró incrédulo.
—Por nada de este mundo.
—¿Ni siquiera si te enamoraras?
Vino hacia mí, sus ojos ardiendo con intensidad.
—Si alguna vez pensara que hay alguien que me haría considerar
dejar nuestra familia y la Camorra, la mataría antes de que me convierta en
un traidor de todo lo que importa.
—No digas algo así. No lo dices en serio.
Se puso de rodillas ante mí y su expresión me aterrorizó.
—Greta, hablo en serio. Nuestra familia lo es todo. Nada merece
ocupar su lugar privilegiado.
Suspiré.
—Siempre piensas en los extremos.
—Tal vez, pero algunas cosas son solo en blanco y negro. No hay
motivo para endulzarlo. —Su expresión se volvió juguetona—. Tienes que
dejar de leer toda esta mierda sobre las emociones. A veces es mejor no
tenerlas y entenderlas.
Puse los ojos en blanco y me levanté.
—Ten cuidado.
Siempre decía estas palabras de despedida aunque fueran
innecesarias. Mi corazón se sintió pesado cuando regresé a mi habitación.
Las palabras de Nevio solo habían confirmado lo que Nino había dicho, lo
que sabía desde el principio.

Amo
Encendí mi teléfono cuando el avión aterrizó en Las Vegas. Varios
mensajes aparecieron en mi pantalla. Ignoré los de Cressida y papá
preguntando dónde estaba.
Tenía varias llamadas perdidas y dos mensajes de Marcella.
Marcella: Estúpido idiota, te van a matar. Usa tu cerebro por una
vez.
Marcella: Amo, por favor no seas estúpido.
Luego hubo un mensaje de Maximus.
Maximus: Debería haber ido contigo. Necesitas respaldo. Maldita
sea, van a matarte.
Si hubiera traído a Maximus conmigo, habría enviado el mensaje
equivocado. Era mejor así, yo yendo solo. Tal vez era una estupidez. Tal
vez era un suicidio, pero ya había tomado una decisión y nada me detendría
ahora. Definitivamente no papá, porque no tenía ni idea de lo que estaba
haciendo.
Desde la última semana de mi conversación con papá, mi
determinación solo había aumentado, pero se lo había ocultado. Las únicas
personas que sabían de mi plan eran Maximus y Marcella.
Ambos habían intentado disuadirme hasta que abordé el avión.
Cuando salí del aeropuerto, pisé el suelo de Las Vegas no como futuro
Capo de la Famiglia. Me encontraba aquí por asuntos personales. Intenté
idear un plan para que esto fuera lo más fácil posible. En realidad, no había
un manual sobre cómo acercarse a una familia de sociópatas asesinos.
Llamé a Fabiano. Contestó después del tercer timbre.
—Estoy en el aeropuerto de Las Vegas. ¿Puedes recogerme?
Silencio.
—No me informaron que tú y Luca vendrían a una reunión.
—Estoy aquí sin previo aviso, y estoy solo.
—Esta es la única vez que hablaré como tu tío y no como parte de la
Camorra, y es mejor que escuches bien. Date la vuelta y vuela de regreso a
Nueva York.
—No sabes por qué estoy aquí. Podría estar pidiendo unirme a la
Camorra.
Se rio secamente.
—Pide una bala, eso es más probable que suceda.
—¿Vas a recogerme o tengo que llamar a un maldito taxi para que me
lleve a la mansión Falcone?
—Estaré allí en treinta minutos. Será mejor que te hayas ido para
entonces.
***

Un Mercedes Clase S negro se detuvo junto a la acera donde


esperaba. Las ventanas estaban polarizadas para que no pudiera ver quién
estaba adentro. Abrí la puerta trasera y entré.
Fabiano se giró brevemente y dejó escapar una risa áspera,
sacudiendo la cabeza.
—Heredaste la falta de control de tu padre en ciertos asuntos.
Ignoré su comentario y miré al hombre en el asiento del pasajero que
no se dio la vuelta, pero me miró con ojos fríos a través del espejo
retrovisor. Nino Falcone.
—Nino.
Sus labios apenas se movieron y su expresión careció de emociones.
Las cerraduras hicieron clic en su lugar.
—Amo.
Me incliné hacia atrás.
—¿No van a preguntarme por qué estoy aquí?
Nino le hizo una seña a Fabiano, quien sacó el auto del aeropuerto.
Asentí.
—¿Voy a recibir el tratamiento especial de la Camorra por violar su
territorio sin permiso?
No dijo nada.
—¿A la mansión? ¿O dónde lo quiere Remo? —preguntó Fabiano.
—Llévalo al Sugar Trap.
La expresión de Fabiano me dijo que no esperaba eso. Manejamos en
silencio por el resto del camino. Permanecí sorprendentemente tranquilo. Si
esto era lo que se necesitaba para conseguir a Greta, entonces enfrentaría la
tortura con mucho gusto, incluso si los talentos de Nino fueran temidos
entre los mafiosos.
Llegamos a la calle ante el notorio establecimiento de la Camorra.
Club de striptease arriba, cámara de tortura abajo.
—Supongo que, ¿no nos darás problemas? —preguntó Nino.
—Me comportaré.
Asintió una vez y salió, luego me abrió la puerta.
—El sueño de mi hermano siempre ha sido romper a tu padre. Nunca
he compartido sus aspiraciones.
—Te puedo asegurar que sean cuales sean tus planes para mí, mi
padre no se romperá. El secuestro de Marcella tampoco nos rompió.
No dijo nada. Señaló la puerta del Sugar Trap. Fabiano permaneció
cerca detrás de nosotros. El interior del club de striptease estaba desierto.
Seguí el ejemplo de Nino y me senté en un taburete. Esta era una reunión
curiosa, y aún no estaba seguro de a dónde iba.
—Hablé con Greta. Asumo que ella es la razón por la que estás aquí.
La expresión de Fabiano parpadeó con preocupación, luego entrecerró
los ojos hacia mí. Volvió a negar con la cabeza como si no pudiera creer lo
estúpido que era. ¿No había entrado una vez en una pelea a muerte con
Remo por sus sentimientos por una mujer?
—Así es —admití. No había venido aquí para andarme por las ramas.
Quería a Greta, y estaba dispuesto a gritarlo a los cuatro vientos. Miré
alrededor—. Supongo que aún no le has dicho a tu hermano.
Fabiano tomó una botella de Johnnie Walker Etiqueta Negra del
estante detrás de la barra y sirvió tres tragos. Los dejó frente a nosotros sin
una palabra, y luego bebió el suyo.
—Esta es probablemente la última bebida pacífica que disfrutaré en
mucho tiempo.
Nino tomó su vaso.
—Tengo la impresión de que la guerra aún podría evitarse.
—La guerra es innecesaria.
Nino entrecerró los ojos.
—Estás buscando una esposa para un Capo, alguien para presentar a
tus soldados, alguien que represente a tu familia como lo hacen tu madre y
tu hermana. Estás buscando a alguien que busque un público. Greta no es
así. No puede. Prefiere quedarse en un segundo plano, lejos de la atención.
Estás buscando a alguien que florezca en la luz, pero Greta busca las
sombras. Incluso si mi hermano alguna vez la dejara ir, lo cual no hará,
¿estás seguro de que la Famiglia aceptaría a la esposa de un Capo que no
representaría a la Famiglia?
No dije nada. No necesitaba saber que al venir aquí probablemente
había perdido mi posición como futuro Capo de la Famiglia. Mi mente daba
vueltas con diferentes escenarios de cómo podría escaparme con Greta o
incluso secuestrarla de su familia. Que hubiera elegido hablar con ellos solo
era por el bien de Greta.
—La protección de tu padre te sacará de aquí con vida porque
valoramos nuestra cooperación con la Famiglia. No hagas algo que traerá la
guerra sobre nosotros.
Negué con la cabeza.
—Estoy aquí por Greta. No voy a irme sin haber hablado con ella.
—Estúpido hijo de puta, ¿estás tan cansado de tu vida que no sabes
cuándo trazar la línea? —murmuró Fabiano, bajando su vaso con fuerza.
Solo escuché a medias porque alguien acababa de levantarse de una
mesa en la esquina y mi atención estaba únicamente en ella.
14
Greta
—Denme un momento con Amo.
Nino miró a Amo e incluso yo pude ver que su expresión fue de
advertencia.
—Estaré a la vuelta de la esquina, y tienes cinco minutos.
Él y Fabiano se levantaron de los taburetes y se sentaron en un rincón
VIP, de modo que la pared circundante nos dio una apariencia de
privacidad. Que Nino me haya traído aquí una vez que lo llamó Fabiano me
demostró lo mucho que confiaba en mí y en mi juicio. No quería fallarle.
Amo sonrió, y mi pecho pareció expandirse y mi vientre se convirtió
en un nido de serpientes. Extendí mi mano y él la tomó, siguiéndome
mientras lo alejaba un poco más de Nino y Fabiano.
—Las probabilidades están en nuestra contra —dije cuando me
detuve detrás de una cortina que separaba el área de almacenamiento de la
barra.
—No me importan las probabilidades. Vine aquí para pedir tu mano.
Mi estómago se hundió, mi respiración se atascó en mi garganta. Esto
no era lo que esperaba. Ni siquiera me había atrevido a considerarlo. Intenté
mantener mis emociones a raya, de pensar esto lógicamente. Esto era
demasiado importante para perder de vista todo menos mi confusión
emocional.
—Sin la aprobación de tu padre.
Se encogió de hombros como si no importara, pero sabía lo mucho
que se preocupaba por su familia. Nuestras familias eran nuestro todo.
Escuchar las palabras de Nevio había dolido. Que pensaba que estar con
alguien significaba la traición. Que estuviera seguro de que nunca dejaría a
nuestra familia, nunca lo dejaría a él porque no podía imaginar estar por su
cuenta.
—¿Cressida sabe que estás aquí?
Dio un paso más cerca, mirándome con tanta intensidad que me
pregunté cuán profundamente podía mirar en mi alma. Nadie conocía la
oscuridad de mi alma, pero con él me preguntaba si tal vez la veía y no le
importaba.
—No, no hablo con ella a menos que no me deje otra opción. Pero
sabe que mi corazón no le pertenece.
—¿Y no le importa?
Se rio sombríamente.
—A ella solo le importa convertirse en la esposa de un Capo, no mis
sentimientos. —La esposa de un Capo. Mi familia me había impedido
asistir a eventos sociales durante toda mi vida, me había permitido
permanecer en mi espacio seguro. Si me convertía en la esposa de Amo, eso
tendría que terminar. La Famiglia era diferente a la Camorra. Más
tradicional.
—Lo que dijo Nino es cierto, ¿sabes? Nunca seré alguien que estará a
tu lado en los focos, que dará entrevistas a la prensa, que sonreirá
agradablemente a una cámara.
Levantó su mano lentamente, y tocó mi mejilla.
—Sé que puedes hacerlo. Todos te amarán. Te adaptarás.
Me di cuenta de que lo creía de verdad. Tal vez quería creerlo. Mi
corazón se rompió. Negué con la cabeza.
—No lo haré.
Se encogió de hombros.
—Una vez que tengamos hijos, nadie esperará que estés en público
todo el tiempo. Entonces ya no importará.
Tragué pesado. Por supuesto. Amo necesitaba un heredero.
Necesitaba una esposa representativa. Necesitaba a alguien que cautivara
los corazones de sus soldados.
—Ni siquiera sé si quiero tener hijos.
Frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque este mundo es un lugar tan duro e incierto que parece
injusto traer un niño a él.
Asintió como si entendiera, pero podía decir que pensaba que
cambiaría de opinión con el tiempo. Tal vez lo haría, pero no importaba.
—Soy quien soy, y eso no cambiará, y puedo decir que no es lo que
necesitas. No soy la persona que necesitas a tu lado.
—Pero eres a la que quiero.
—A veces no podemos tener lo que queremos —susurré.
—Yo no —murmuró, acercando nuestros rostros. Lo miré
profundamente a los ojos. Me encantó lo tranquila que se quedó mi mente
cuando lo hice, lo pacífica que me sentí, el control de todo, especialmente
de mí misma—. Greta, no me importa nada de esto. Probablemente ya ni
siquiera me convertiré en Capo. Mi padre me dejó muy claro que tendría
que renunciar a mi puesto si no me casaba con Cressida.
¿Renunciaría a convertirse en Capo por mí?
Darme cuenta de que perdería esto, que perdería a Amo, dolía de la
peor manera posible. Pero no podía ser egoísta. Tenía que pensar en mi
familia, que probablemente comenzaría una guerra si seguía a Amo, en
Nevio que se volvería completamente trastornado sin mí a su lado, en Amo
y su familia que necesitaban a alguien más. Amo no podía verlo porque me
idealizaba, porque sus sentimientos por mí lo volvían ciego a la verdad, a
mis limitaciones. Tenía que ser yo quien tomara la decisión difícil, la que
salvaría a tantos, incluso a Amo. Tal vez incluso a mí misma porque Amo
llegaría a despreciarme si dejaba de ser Capo por mí.
—Amo, no dejaré a mi familia. Les debo todo, y los amo más que a
nada. Si tengo que elegir entre ellos y tú, siempre serán ellos. Y si lo
piensas de verdad, también elegirás a tu familia.
Pude ver el dolor en sus ojos, la falta de comprensión.
—Sabes lo que hay entre nosotros. No finjas que no lo sientes. Greta,
veo cómo me miras.
Lo que había entre Amo y yo era fatídico en muchos sentidos, era un
amor único en la vida, un milagro. Nunca amaría a nadie como lo amaba a
él. Lo supe desde el momento en que lo miré a los ojos, incluso cuando no
me atreví a admitirlo, y se confirmó en cada segundo que pasé con él
después de eso. Pero nuestro amor sería nuestra ruina. Era demasiado lógica
para no ver las consecuencias de nuestro amor. Cressida jugaría a la
víctima, y la mayoría de la Famiglia estaría de su lado. Los tradicionalistas
condenarían a Amo por sus acciones, no solo por romper un compromiso,
sino peor, por tener intimidad con alguien antes del matrimonio y luego no
casarse con ella. Dañaría a los Vitiello, posiblemente los debilitaría, y para
restablecer el poder tendrían que reaccionar con brutalidad pura como
siempre lo han hecho.
Amo y su padre torturarían y matarían a muchos para traer lo que
consideraban paz a la Famiglia. Y yo sería la razón de ello, de muchas
muertes, de más desamores y tristezas.
Y mi familia. Nevio nunca aceptaría que me fuera de Las Vegas, que
lo dejara a él. Era el ancla a la que se aferraba en su oscuridad eterna. Sin
mí, Nevio se entregaría a la oscuridad, la abrazaría por completo, dejaría
que se lo tragara y sus acciones en la noche se convertirían en todo lo que
hubiera para él.
Papá lo sabía. Que no solo me perdería a mí sino a Nevio si alguna
vez dejaba a nuestra familia. Sabía lo que eso significaría para mamá. Papá
incendiaría Nueva York antes de permitirme casarme con Amo. Quería
protegernos a todos a toda costa, y la Famiglia era un precio pequeño en su
mente si eso significaba salvar lo que más importaba para él.
—Greta —dijo Amo con voz áspera y lo miré a los ojos, asustada de
que rompieran mi determinación, de que me hicieran ignorar la lógica.
—No puedo.
Bajó la cabeza para besarme, como si eso pudiera hacerme cambiar de
opinión, y muy bien podría haber tenido éxito, pero negué con la cabeza
incluso si mi cuerpo anhelaba sus labios, un último beso. Un movimiento en
mi visión periférica me llamó la atención, pero fue demasiado tarde para dar
una advertencia, y Amo estaba demasiado concentrado en mí.
Mis labios se abrieron, un grito salió, pero todo sucedió muy rápido.
Nevio clavó su cuchillo en el costado de Amo. Todo pareció detenerse
por un momento antes de que Amo me empujara hacia atrás y a su vez
clavara su cuchillo en el vientre de Nevio. Mi corazón se detuvo a medida
que veía a Amo y Nevio con cuchillos en sus cuerpos. Registré las
posiciones de las puñaladas y supe que si alguno de ellos sacaba el cuchillo,
el otro moriría desangrado antes de que pudiera llegar la ayuda. Mi corazón
dio un vuelco y pareció correr a una velocidad imposible. Escuché pasos
atronadores hacia nosotros, vi a Nino y Fabiano corriendo hacia nosotros,
pero sabía que podía ser demasiado tarde. Conocía demasiado bien la
mirada en los ojos de Nevio. Me tambaleé hacia Amo y Nevio. Se miraron
el uno al otro, aun sosteniendo sus respectivos cuchillos. Eran luchadores
demasiado experimentados como para no saber lo que pasaría si sacaban
sus cuchillos.
—No. No se muevan —dije con voz espesa. Miré a los ojos a Nevio y
sus labios se torcieron en una sonrisa—. Nevio —le advertí—. Ambos
morirán.
—Si eso significa que nunca más volverá a tocarte, me desangraré
hasta morir con mucho gusto. —Nunca debí haberle preguntado a Nevio si
alguna vez dejaría a nuestra familia, nunca debí haber mencionado
enamorarme. Mi hermano era demasiado inteligente para no hacer las
conexiones, y actuar en consecuencia.
Amo acercó su rostro al de Nevio con una sonrisa dura.
—Supongo que debe ser difícil para un hijo de puta loco como tú
saber que tu hermana me ama, que la besé.
Quise llorar. ¿Cómo el amor podía ser tan destructivo? Agarré la
mano de Nevio antes de que pudiera sacar el cuchillo.
—Nevio, no —supliqué.
Amo sonrió sombríamente.
Nino apareció a nuestro lado con algo en la mano y le clavó una
jeringuilla en el cuello a Nevio. Los ojos de Nevio se ampliaron un poco, su
cuerpo se puso tenso y se desmayó, soltando el cuchillo. Fabiano ayudó a
Nino a sostener a Nevio.
—Si sacas ese cuchillo, te cortaré la garganta —le dijo Nino a Amo.
—No te preocupes, no lo haré —dijo Amo y me miró mientras
soltaba el cuchillo lentamente y bajaba al suelo. Una de sus manos acunó el
cuchillo enterrado en su costado, su boca torciéndose de dolor. Entonces,
una sonrisa sardónica estiró sus labios—. Esto no duele tanto como que no
me elijas.
No lo había elegido. Había elegido la paz. Había elegido a mi familia.
Había elegido salvar muchas vidas. Elegí que Amo se convirtiera en
Capo…
Me hundí entre él y Nevio, ambos sangrando profundamente. Nino
estaba cuidando a Nevio, y Fabiano finalmente se acercó a Amo.
Estaba en trance, incapaz de captar un pensamiento claro.
Pronto Alessio, Massimo, papá y Savio entraron en el lugar seguidos
por dos médicos y varias enfermeras. La mirada de papá se deslizó sobre la
escena, luego se dirigió hacia mí y me ayudó a ponerme de pie.
—¿Greta?
—No estoy herida —dije con voz plana.
Papá me entregó a Savio, quien tomó mi hombro y me encontré con
su mirada. La suya estaba llena de preguntas, pero no pude responderlas.
Papá se arrodilló junto a Nevio, mientras uno de los médicos comenzaba a
tratar a Amo.
En una hora estábamos en el hospital de la Camorra, y tanto Amo
como Nevio estaban en el quirófano para salvarles la vida.
Me senté en una silla entre las dos habitaciones, sintiéndome como si
me desgarraran. Sangre cubría mis manos y mi vestido. No estaba segura de
quién era. ¿Nevio? ¿Amo?
Podía sentir las miradas de todos sobre mí. Aún nadie había
preguntado nada. Tenía la sensación de que papá estaba casi asustado de
preguntar lo que había pasado. Tal vez le preocupaba lo que diría sobre mis
sentimientos por Amo. Nino y Fabiano ciertamente lo habían puesto al
tanto de los detalles. Papá había reaccionado con un arrebato de ira.
—Luca y Romero están en camino —dijo Nino en voz baja.
—Con una declaración de guerra —dijo papá con una risa oscura.
—Tenemos a su hijo, sería estúpido amenazarnos ahora —dijo
Alessio.
—Sería prudente matar a Amo mientras está en cirugía y obtener una
ventaja en esta guerra —dijo Massimo.
Levanté la mirada, y Nino negó con la cabeza.
—La guerra sería imprudente en este momento.
—Matar a su hijo será una ventaja.
—Massimo, no conoces a Luca como Remo y yo. Matar a su hijo no
retrasará a Luca. Es más fácil de manejar mientras las personas que le
importan estén vivas. Luca es más peligroso cuando no tiene nada que
perder, y no queremos eso.
Mamá entró y me miró preocupada. Le di una sonrisa muy débil por
lo que se apresuró a papá.
—¿Cómo está?
—Saldrá adelante. No hubo arterias importantes involucradas —dijo
papá, abrazando a mamá mientras ella se inclinaba contra él.
—Savio dijo que Nevio atacó a Amo para proteger a Greta.
—No necesitaba protección de Amo —dije con firmeza.
La expresión de papá se oscureció de una manera que se pareció a la
mirada en los ojos de Nevio cuando atacó a Amo.
—Nevio obviamente no estaba de acuerdo.
—Nevio no atacó porque pensó que yo estaba en peligro.
—Tal vez es un peligro que no puedes ver —dijo Massimo con un
toque de condescendencia.
Me puse de pie. Papá se acercó a mí lentamente.
—¿Qué ha estado pasando exactamente entre Vitiello y tú?
—Nada —respondí. Odiaba mentir, y era mala en eso, así que los ojos
de papá se entrecerraron. Tocó mi mejilla.
—Mia cara, sabes que puedes contarnos cualquier cosa. No hay nada
de lo que no podamos protegerte. Incluso si Amo te hace creer, que tenga
algo sobre ti, créeme, no hay nada que pueda hacer.
Papá, como probablemente el resto de ellos, pensaba que Amo había
puesto sus ojos en mí y estaba intentando manipularme para que me
convirtiera en su esposa. No podían imaginar que me había enamorado de
él.
Miré hacia la puerta de Amo. No estaba segura si la verdad mejorase
la situación de Amo.
—Está comprometido —dijo Alessio—. Probablemente solo esté
intentando divertirse antes del matrimonio.
Los ojos de papá fulguraron.
—¿Él te tocó?
—Remo —dijo mamá en voz baja, al ver mi expresión. Tomó mi
mano y me hizo a un lado—. Greta, sabes que puedes contarme cualquier
cosa.
—No pasó nada entre nosotros. Solo hablamos. Disfrutamos de la
compañía del otro, eso es todo.
No podía compartir nuestro beso con nadie.
Papá miró a la puerta de Amo, y me paré frente a ella por reflejo.
—¿Así que ese es el lado que estás eligiendo? —preguntó Alessio,
sus cejas arqueándose en desafío.
—No estoy eligiendo un lado, porque no tengo que hacerlo. Siempre
he sido y siempre seré una Falcone. Las Vegas es mi hogar. No hay nada
entre Amo y yo, y nunca lo habrá. Solo me aseguro de que no declararemos
la guerra a la Famiglia.
Papá tomó mi rostro entre sus manos, buscando mis ojos.
—¿Juras que Amo no hizo nada?
—No hizo nada excepto pedirme que fuera su esposa. Supongo que,
quiere fortalecer a la Famiglia, y Cressida no le cae muy bien.
Me miró un poco más, pero pareció incapaz de detectar la mentira, tal
vez porque, por una vez, la había envuelto en verdades.
—Nevio atacó a un futuro Capo en nuestro territorio —dijo Nino—.
Luca no estará impresionado. Si no queremos la guerra, debemos considerar
nuestras opciones.
—Si Amo muere durante la cirugía, habrá guerra sin importar lo que
hagamos —dijo papá. Mi corazón se apretó con fuerza. Ni siquiera podía
imaginar la muerte de Amo sin tener ganas de seguirlo también en la
oscuridad.
—Amo no morirá —dije simplemente—. Tampoco Nevio. Ambos
vivirán.
Mamá tomó mi mano, pasando su pulgar por mis nudillos de una
manera que siempre me había calmado, pero incluso eso no estaba
funcionando en mi estado actual.
Papá miró a Nino. Pude ver que pensaban que la guerra era inevitable.
La tensión había ido en aumento durante años. Principalmente porque
Nevio y Amo no se soportaban. Todos esperaban que estallara la guerra una
vez que ambos llegaran al poder.
—Mamá, tengo miedo —susurré cuando papá, Nino, Massimo y
Alessio se alejaron para discutir estrategias.
—Nevio es fuerte. No morirá.
—Lo sé —dije—. Ninguno de ellos morirá. Tengo miedo de mi
corazón, de los estragos que puede causar.
—¿Qué sucedió?
—Nada. Nevio atacó antes de que pasara algo, pero Amo iba a
besarme y yo lo hubiera dejado.
No pudo ocultar su sorpresa.
—De acuerdo. ¿Tú y él?
¿Había un Amo y yo? Sentía como si hubiéramos terminado antes de
que pudiéramos suceder.
—No podemos ser.
—Porque está comprometido.
—Porque soy Greta Falcone, y él es Amo Vitiello.
Sonrió con tristeza.
—Tu hermano quiso matarlo porque no quiere que Amo y tú estén
juntos.
Si Nevio en realidad hubiera tenido la intención de matar a Amo,
estaría muerto. Habría apuntado al corazón o a la garganta. El ataque fue
una última advertencia. Y Nevio no estaba muerto porque Amo se había
contenido por mí. La próxima vez tampoco sería tan afortunado.
—Nevio cree que pertenezco a Las Vegas. Cree que no estaré a salvo
en ningún otro lugar.
—¿Y tú qué piensas?
—Las Vegas es mi hogar. Esta familia es mi refugio seguro. No
pertenezco a Nueva York. No nací para estar junto a un Capo. —Y Amo
estaba destinado a ser Capo. No quería que renunciara a eso por mí.
Mamá consideró eso.
—Puedes ser lo que quieras ser.
Le di una sonrisa agradecida incluso si era parcial como mi madre.
—Conozco mis limitaciones. Y no puedo dejar a Nevio.
—Nevio estará bien. —Ante la mirada dudosa en mi rostro, agregó—:
Eventualmente. Nevio lucha contra sus propios demonios, incluso si no
estás equipada para luchar. Si de verdad amas a Amo, no deberías dejarlo ir
demasiado rápido.
Lo que sentía por Amo era magnífico y nuevo, pero ese también era el
problema. No había tenido tiempo de procesar todo. Había demasiado en
juego para una decisión espontánea. Para la decisión que teníamos por
delante era necesaria una certeza absoluta. No podía pedirle a Amo que
renunciara a todo mientras no estuviera absolutamente segura de mis
sentimientos. ¿Y si en seis meses decidía que la novedad se había
desvanecido y que aunque me enamoré brevemente, no lo amaba? No podía
deshacer lo que hubiera sucedido para entonces. Perdería demasiado. No
quería esa carga sobre mis hombros. No podría llevarla. No tenía
experiencia con el amor, entonces, ¿cómo podría tomar una decisión
informada con riesgos mínimos, especialmente si las consecuencias podían
ser nefastas?
—Greta, algunas cosas no se pueden medir ni cuantificar. Y con el
amor siempre hay un atisbo de incertidumbre. Tienes que permitirte caer.
Sonreí porque mamá me conocía mejor de lo que pensaba. Y entendía
su razonamiento. Dejarme caer cuando corría el riesgo de hundir a muchos
otros en el abismo por mí no era una opción.
—¿Nunca te has arrepentido de haber dejado a tu familia?
Tragó pesado.
—Sabía que era la elección correcta para ti y Nevio.
—¿También te habrías ido si no nos hubieras tenido?
Su mirada se deslizó hacia papá, que aún estaba discutiendo con Nino
y ahora con Fabiano.
—Tal vez me hubiera tomado más tiempo aceptar mi amor por tu
padre, pero estoy segura de que habría acudido a él en algún momento.
La familia de mamá no había intentado recuperarla. No podía
imaginarme a los míos reaccionando de la misma manera. Si bien papá
podría aceptar el amor como una razón, Nevio no lo haría.
Para él el amor era difícil de comprender. Para él la devoción y el
amor solo existían en conexión con nuestra familia, no fuera de ella. Todos
fuera de nuestra familia eran intrascendentes para él. Era un poco como un
perro guardián del ganado. Los cachorros eran introducidos temprano a su
rebaño o familia que se suponía que debían proteger. Todo con lo que
crecían caía bajo su protección, todo lo que encontraban más tarde en la
vida era una amenaza potencial.
—Sé que tú y Amo no se conocen. Pero ¿qué te dice tu instinto?
¿Crees que lo amas?
Desafiaba la lógica, enamorarse a primera vista. Habría discutido con
cualquiera que me hubiera dicho que les había pasado, pero me había
enamorado de Amo, y cada vez que lo veía caía más profundo. Tenía miedo
de lo que sucedería si la caída terminara alguna vez. Pero enamorarse no era
lo mismo que amar a alguien. ¿O sí? Cuanto más intentaba diseccionar el
amor, definirlo, encasillarlo en una categoría ordenada, más me confundía.
La puerta detrás de mí a mi izquierda se abrió y salió el médico. Aún
estaba cubierto de sangre de la cirugía. Mamá hizo una mueca, apretando su
agarre en mi mano. Me levanté. Era el lugar donde habían estado operando
a Nevio.
—Se recuperará. Pero necesita contener sus actividades nocturnas por
un tiempo.
—¿Puedo verlo? —pregunté inmediatamente.
—Aún no está despierto. Lo estamos monitoreando de cerca.
—Me sentaré a su lado. —Hice una pausa, mirando a la puerta de
Amo. ¿Cuánto tiempo más tomaría su cirugía? De nuevo sentí que mi
corazón se partía en dos. No podía estar en ambos lados.
—Remo, ¿nos avisarás cuando el chico Vitiello despierte?
Papá miró a mamá durante unos instantes antes de asentir. Luego
dirigió otra mirada hacia mí. Su expresión era oscura y aprehensiva, llena
de preocupación e ira.
No estaba segura de cuáles de estas emociones estaban dirigidas a mí.
Mamá y yo entramos a la habitación de Nevio. Estaba enojada con él,
incluso furiosa. Pero al verlo drogado y conectado a todo tipo de máquinas,
corrí hacia él y tomé su mano. Mi corazón dolió tan terriblemente. Presioné
mi frente contra su mano, temblando.
—Nevio. Sé que me necesitas, pero ¿por qué tuviste que hacer esto?
Mamá tomó mi hombro.
—Amas a tu hermano, todos lo hacemos, pero no puedes retener tu
vida por él. No para siempre.
—Él también es mi vida. Todos ustedes lo son. No quiero irme. No
puedo ser lo que espera la Famiglia, lo que Amo necesita. Se dará cuenta
con el tiempo, y entonces será demasiado tarde.
Me apretó el hombro y caminó alrededor de la cama hacia el otro
lado, poniendo su mano sobre la de Nevio.
Lo miró a él y luego a mí, su expresión suavizándose aún más.
—Dejar a mi familia, fue una elección imposible hasta que no lo fue,
hasta que solo quedó una opción.
Amo necesitaba otra mujer a su lado, alguien que no fuera yo.
Nuestras familias necesitaban paz. Nevio me necesitaba. Para mí solo había
una elección que hacer. Apoyé la mejilla en la cama, mis dedos
entrelazándose con los de Nevio. Mi mirada encontró el reloj. La cirugía de
Amo había estado ocurriendo durante tres horas. Oh, Nevio.

***

Debo haberme quedado dormida, pero una conmoción frente a la


puerta me despertó.
—¿Dónde está? —retumbó una profunda voz masculina. Me tomó un
momento reconocerla como la de Luca.
Mi cabeza se disparó hacia arriba.
—Quédate aquí —instó mamá, pero negué con la cabeza y salí antes
de que pudiera detenerme. Papá y Luca se enfrentaban, con armas en la
mano, y la cara de papá no presagiaba nada bueno. No conocía al padre de
Amo muy bien pero su cara tampoco me daba muchas esperanzas.
—En cirugía —dijo Nino—. Nuestros mejores cirujanos le están
salvando la vida.
—¿Y quién lo llevó al punto en el que necesitaban salvar su vida? —
rugió Luca. Me estremecí. Estaba acostumbrada a la brutalidad, a las
palabras duras y a verdades aún más duras, pero no estaba acostumbrada a
la ira de otras personas.
—Tu hijo ingresó a nuestro territorio sin permiso.
Luca se acercó aún más a papá de modo que sus narices casi se
tocaban.
—Y pensé que nuestra tregua garantizaría la seguridad de mi hijo en
tierras de la Camorra. Supongo que me equivoqué.
Me acerqué, pero Massimo me agarró de la muñeca y me empujó
detrás de él.
—Algunos monstruos no dejarán de lastimarte.
—Massimo, lo sé todo sobre monstruos. —Me sacudí su agarre. Crecí
entre ellos. Los amaba. Tal vez yo misma era uno.
—¿Quién atacó a mi hijo, el futuro Capo de la Famiglia? —gruñó
Lucas.
Dejó que sus ojos se deslizaran sobre nosotros, y luego su sonrisa se
tornó más dura.
—El propio Falcone Junior. —Luca agarró el hombro de mi padre y
trató de empujarlo a un lado para poder entrar a la sala de operaciones.
El segundo hombre, Romero, sacó su arma y apuntó a Nino. Fabiano
también había sacado su arma, pero aún no apuntaba a nadie. Papá agarró la
muñeca de Luca, intentando torcerla. Empecé a correr. Si no detenía esto
ahora, habría una guerra y sería mi culpa.
—¡Deténganse!
La mirada de papá se posó en mí brevemente, su expresión
retorciéndose con protección. Luca aprovechó el momento para empujar a
papá hacia atrás, pero no se cayó. Usé la conmoción para colocarme justo
en frente de Luca, quien había levantado su arma para apuntar a papá. En
cambio, ahora apuntaba directamente a mi cabeza.
—Luca —dijo papá en voz baja. Tuve la sensación de que estaba
apuntando su arma a la cabeza de Luca. Massimo y Alessio también
sacaron sus armas. Por supuesto, sabía que si Luca me quería muerta,
estaría muerta antes de que lo mataran.
Luca encontró mi mirada y bajó el arma. Sus labios se curvaron a
medida que miraba por encima de mi hombro a papá.
—Falcone, no lastimo a las mujeres. Soy un hombre de honor. Voy a
llevar a mi hijo a casa conmigo ahora y al momento en que dejemos tu
territorio, consideraremos que nuestra tregua habrá terminado.
—No —dije con firmeza.
—¿No tienes curiosidad por qué tu hijo estaba aquí? —preguntó papá,
entonces sentí su presencia detrás de mí. Me agarró del brazo y trató de
empujarme detrás de él, pero me resistí. Ignoró mi lucha y aun así me
empujó detrás de él.
—Papá —dije furiosa.
Luca me miró y algo cambió en su expresión. No dijo nada. La
sonrisa de papá se volvió aterradora.
—Tu hijo prometido le pidió la mano a mi hija. Debería recordar sus
límites. Algunas cosas están incluso más allá de su alcance.
Los labios de Luca se tensaron.
—Eso probablemente no será un problema en el futuro. Se casará
pronto, y estará ocupado con la guerra.
—La guerra es innecesaria —dijo Nino con firmeza.
—Ahora déjame ver a mi hijo.
Nino asintió y condujo a Luca más allá de papá y de mí. Abrió la
puerta y me asomé. El doctor venía hacia nosotros, luciendo confundido,
pero entonces vio a Luca.
—Está bien. Puedes ir a verlo.
Luca pasó junto a él como si no lo hubiera escuchado. Se me puso la
piel de gallina cuando vi a Amo en la cama a medida que las enfermeras a
su alrededor limpiaban el suelo. Di un paso hacia la habitación, pero los
dedos de papá se cerraron alrededor de mi muñeca.
—Luca quiere estar a solas con su hijo.
Me congelé, tragando pesado. Romero cerró la puerta, y se posicionó
frente a ella.
Luego sacó su teléfono y comenzó a escribir.
¿Este era el final de la tregua?
15
Amo
Desperté con un mal sabor de boca, un fuerte caso de escalofríos y
una mano sosteniendo la mía con demasiada fuerza. Supe de inmediato que
no era Greta. La mano era demasiado grande, demasiado fuerte.
Me moví y la mano se soltó.
Me obligué a abrir los ojos con un gemido para encontrar a papá
observándome con sombras oscuras debajo de sus ojos, y una expresión en
ellos que era una mezcla de furia y preocupación. El indicio de una barba
asomaba en su barbilla. Rara vez salía de casa sin afeitarse.
—¿Dónde estoy?
Sus labios se curvaron.
—Las Vegas. Unidad hospitalaria de la Camorra.
Maldita sea, el recuerdo del ataque de Nevio volvió, y con él el dolor
en mi costado. El bastardo me había clavado su cuchillo.
—¿Está vivo el loco hijo de puta?
—¿Cuál? —dijo en un fallido intento de humor. Su voz estaba
demasiado tensa para ello. Luego agregó—: Vivirá. Por ahora.
Asentí. Era mejor así. Lo quería muerto, pero las consecuencias serían
demasiado terribles para Greta.
—No le dijiste a mamá, ¿verdad?
Pareció a punto de estrangularme hasta la muerte.
—Por supuesto que no. Cree que vamos a tener otra reunión con los
Falcone. Sufrió bastante cuando Marci fue secuestrada. No la dejaré sufrir
por tu estupidez.
—Gracias, papá —dije con una mueca en tanto un dolor ardiente y
feroz se extendía por mi costado.
—¿Más morfina? —preguntó con un movimiento de cabeza hacia el
goteo.
Negué con la cabeza. No, me haría más vulnerable de lo que ya
estaba, y lo había estado estas últimas horas. Levanté las sábanas. Estaba
desnudo, pero todo seguía donde pertenecía. No me hubiera sorprendido
que los Falcone me hubieran castrado por querer a Greta.
Bajé las sábanas.
Papá negó con la cabeza a medida que me observaba por unos
instantes, y me di cuenta de que estaba luchando por controlarse.
—Maldita sea, Amo. ¿Has perdido la puta cabeza? ¿Pedir la mano en
matrimonio a la chica Falcone en territorio de la Camorra? ¿Por qué no
incendiaste la maldita ciudad y acabaste con la declaración de guerra?
—Pensé que estaría de acuerdo en casarse conmigo.
—Dejemos de lado el jodido hecho de que los Falcone preferirían
incendiar Nueva York antes que permitir que la chica viviera allí, ¿qué hay
de lo que te dije? No estaba bromeando cuando dije que tendrías que
renunciar a tu puesto como futuro Capo si dejabas a Cressida.
—No me importaba.
Tragó con fuerza, obviamente luchando por contenerse.
—¿No me digas que también te follaste a la chica Falcone? No puedo
creer que lo que me dijiste sea todo lo que hiciste con ella. Estás omitiendo
partes y estoy harto de estar parado en la oscuridad.
—No —gruñí incluso cuando mi costado rugió de agonía—. No
hables así de ella.
Cerró los ojos brevemente, luego me agarró del hombro y se acercó
mucho.
—Sácala de tu cabeza. Ahora. La única forma en que podrías tenerla
sería secuestrándola, y ¿no tengo que decirte lo que sucedería después?
—Nunca me perdonaría si algo le pasara a su familia.
—Apuñalaste a su hermano gemelo.
—Lo hice. Pero él me apuñaló primero. Ella lo entenderá. —Al
menos, creía que lo haría. No estaba aquí, así que no podía preguntarle.
Conocía a Greta y no podía hacerlo. Como había dicho papá, no
dejaría a su familia. Y después de las acciones locas de Nevio
probablemente mucho menos que antes.
—Vamos a llevarte a casa antes de que los Falcone cambien de
opinión. Si vamos a la guerra, lo haremos en pie de igualdad y no atrapados
en su territorio.
—¿Declaraste la guerra? —pregunté en voz baja. Había vivido en paz
toda mi vida, había añorado la guerra durante la mitad de ella, pero ahora la
pérdida de la tregua significaba más que perder nuestras rutas de drogas y
muchos soldados.
Los ojos de papá se nublaron con incredulidad.
—Nevio Falcone te apuñaló.
—Y lo apuñalé. Estamos a mano.
Se puso de pie y me dio la espalda.
—Si no fueras mi hijo…
—Papá. No podemos tener una guerra. ¿Cómo se lo explicarás a
nuestros soldados?
—No hace mucho tiempo, querías la guerra con la Camorra. ¿Ahora
me pides que mantenga la tregua a pesar de que casi mueres a manos de un
Falcone? —Se volvió hacia mí, su expresión tensa con rabia reprimida—.
He matado a muchos por mucho menos.
—Este es el peor momento posible para la guerra. Tenemos dos
grandes envíos de drogas para las próximas semanas. No podemos
redirigirlos.
—¿Crees que no lo sé? —gruñó. Sacudió la cabeza—. Esto es tu
culpa. —Lo era. No había discusión al respecto. Lo había hecho por mis
sentimientos hacia Greta, sentimientos que obviamente ella no compartía
con la misma intensidad.
—Deberíamos irnos ahora.
Gemí cuando intenté empujar mis piernas fuera de la cama. Papá
recogió mi ropa de la silla, o lo que quedaba de ella. Mi camisa había sido
cortada por la mitad, y mis pantalones y calzoncillos estaban cubiertos de
sangre.
Papá envolvió un brazo alrededor de mi espalda, soportando mi peso
en tanto me ayudaba a ponerme de pie. Mi visión se volvió negra por un
momento.
—Vamos, Amo. Tenemos que vestirte.
Asentí escuetamente. Papá tenía razón. La situación era demasiado
volátil para quedarse en tierras de la Camorra.
Me puse los bóxer y los pantalones lentamente mientras papá se
quitaba la chaqueta para que yo pudiera ponérmela en lugar de mi camisa
arruinada. De todos modos, la mayor parte de mi torso estaba envuelto en
vendas, así que solo estaba medio desnudo. Me llevó fuera de la habitación.
Romero nos estaba esperando frente a la puerta y escaneó mi cuerpo
brevemente, su mandíbula apretándose. No me sorprendió que papá lo
hubiera elegido a él y no a Matteo. Romero era un hombre tranquilo y
controlado.
—Nuestros médicos te están esperando en el jet privado.
Le di una sonrisa tensa. Remo, Nino y Fabiano mantuvieron la
distancia a medida que nos observaban. Cualquier palabra que
compartiéramos ahora probablemente solo empeoraría la situación. Fabiano
negó con la cabeza, obviamente molesto por mis acciones. ¿Quizás había
olvidado que Nevio había sacado su cuchillo? Cuando papá y yo llegamos
al centro del lugar, mis ojos se sintieron atraídos por un movimiento. Se
abrió una puerta y allí estaba Greta, con sus ojos de cierva muy abiertos y
tristes. Se me cayó el estómago, mi cuerpo inundándose con un anhelo tan
intenso que mis rodillas casi se doblaron. Detrás de ella pude ver a Nevio en
una cama de hospital y a su madre a su lado. Su expresión no mostraba ni
una pizca de culpa. Me apuñalaría de nuevo si tuviera la oportunidad.
Entonces volví a captar la mirada de Greta y ella dio un paso hacia
mí, con el rostro lleno de arrepentimiento.
—Lamento que hayas salido lastimado. Espero que te recuperes
rápidamente.
Remo se acercó a ella, tocándole el hombro.
—No se queden más de lo debido. —La mano de papá en mi hombro
se apretó. Si fue por lo que había dicho Remo o porque quería desviar mi
atención de Greta, no estaba seguro.
Greta se dio la vuelta, tomando la decisión por mí, y volvió a la cama
de su hermano donde se hundió y tomó su mano. Sus ojos dijeron adiós. Me
costó todo mantener una expresión seria. Ella tomó su decisión, y tenía que
aceptarla. Quizás era mejor así. Nuestra familia había recibido un gran
golpe cuando Marcella eligió a Maddox. Si trajera la guerra a la Famiglia
por culpa de Greta y dejaba a Cressida, los tradicionalistas harían una
revuelta.
Mi vida pertenecía a la Famiglia. Ahora y para siempre.

Greta
Mi pecho se sintió oscuro y vacío cuando vi a Amo y su padre irse.
Esto se sintió como una despedida definitiva.
—Estás mejor sin alguien como él. Su jodida audacia al pensar que
alguna vez considerarías estar con él —murmuró Nevio, sus labios
apretándose por el dolor.
—Nevio —dijo mamá en advertencia—. Necesitas descansar, y este
es un asunto personal de Greta.
Nevio resopló.
—Asunto personal. Vitiello sobrepasó sus límites. Greta no está
interesada en él, pero debido a su ego enorme no puede verlo.
Mamá me miró y yo aparté la mirada.
—¿Verdad? —dijo mi hermano. Se inclinó hacia delante con un
gruñido y tomó mi brazo—. Díselo a mamá. —Levanté la mirada y él dejó
escapar una risa burlona—. Vamos, Greta.
—No te debo ninguna explicación —dije simplemente, poniéndome
de pie—. Lo que hiciste estuvo mal. Y estoy enojada contigo.
Me miró con total confusión.
—Te protegí.
—¿De qué?
—Tenía sus garras sobre ti y te iba a besar en contra de tu voluntad.
—No fue en contra de mi voluntad y no habría sido nuestro primer
beso. Nos besamos antes.
Me miró como si no pudiera comprender una sola palabra de mi boca.
Tal vez en realidad era imposible para él comprender el concepto de que yo
sintiera algo por alguien fuera de nuestra familia.
Nevio balanceó las piernas fuera de la cama incluso cuando el color
desapareció de su piel, y se puso de pie.
—¿Lo elegiste?
—Obviamente no lo elegí. Estoy aquí.
Miró algo detrás de mí y yo seguí su mirada hacia papá y Nino en la
puerta. La expresión de papá era una máscara de rabia.
—Papá, debemos detener esta tregua ridícula con la Famiglia. Es hora
de la guerra. Los Vitiello se están volviendo demasiado seguros de sí
mismos. Es hora de mostrarles su lugar.
—¡Solo quieres la oportunidad de matar a Amo! —susurré.
—Por supuesto. Obviamente no eres capaz de ver qué tipo de persona
es, pero conozco su tipo y no permitiré que arruine tu vida.
—¡No es asunto tuyo! —gruñí, haciendo que los ojos de Nevio se
ampliaran en estado de shock. Nunca había alzado la voz contra él—. Y no
lo matarás, o nunca te hablaré ni una sola palabra.
Su rostro se convirtió en una máscara de nada.
—Nunca harías eso.
—Nevio, no pongas a prueba mis límites —dije en voz baja—. Por
favor.
Intercambió una mirada con papá, y luego sacudió la cabeza con un
suspiro. Levantó los ojos, luciendo torturado.
—No lo mataré si eso es lo que quieres.
Asentí, pero no le di las gracias. No por eso.
—Necesitas descansar. —Giré sobre mis talones.
—¿No te quedarás?
—Mamá está aquí. Necesito un poco de paz y tranquilidad. Te visitaré
mañana.
No lo miré porque sabía que su expresión de dolor me habría hecho
reconsiderar mi decisión.
Nino retrocedió para que pudiera pasar junto a ellos. No me atrevía a
mirar a papá. De todos modos, me sentía al borde de la ansiedad, y sabía
que su expresión decepcionada me habría enviado al límite.
—Nino, ¿puedes llevar a Greta a casa? Primero tendré que hablar con
Nevio.
—Por supuesto.
Nino apareció a mi lado, una presencia tranquila que agradecí. Me
condujo hacia el auto de papá, y entré sin decir una palabra. Me sentía
completamente fuera de sí, casi en estado de shock. Habían pasado tantas
cosas en las últimas horas. Mi cerebro no había tenido tiempo de
procesarlo. Ni siquiera estaba segura si eso era posible.
Llegamos al camino de entrada a nuestra mansión cuando encontré la
fuerza para hablar:
—¿Ahora habrá guerra?
Apagó el motor y respiró hondo.
—Tal vez la guerra ya ha comenzado.
—Tienes que evitar que papá vaya a la guerra con la Famiglia. Por
favor. Tanta gente moriría. Kiara ya no podría ver a su amiga Giulia,
Fabiano no podría ver a sus hermanas nunca más y Aurora a sus tías. Esta
guerra es innecesaria. No lo quiero, no por mi culpa. Habla con papá. Él te
escucha.
—Aprecia mi lógica, pero no estoy seguro de que esté en un estado
mental para eso en este momento. Y después, está el asunto de Luca. Dejó
en claro que quiere la guerra. Si declara la guerra, no pediremos la paz.
Retribuiremos con total brutalidad.
Cerré mis ojos. Dios mío. ¿Quién habría pensado que el amor era tan
destructivo?
—Lo siento, por todo esto.
No dijo nada, así que salí del auto y entré. Cuando crucé la sala
común, Giulio se levantó de un salto donde se había sentado junto a Savio y
Gemma, que estaba muy embarazada, en el sofá y veía algo en el iPad.
Kiara también se levantó donde había estado acurrucada en el sillón.
Giulio corrió hacia mí, con una emoción bulliciosa en todo su rostro.
Sus ojos eran de un marrón más claro que los míos, pero su cabello era
igual de oscuro.
—¿Nevio apuñaló a Vitiello?
Savio se levantó del sofá, sus ojos en mí a medida que se acercaba a
nosotros. Tomó los hombros de mi hermano, empujándolo hacia atrás.
—Greta necesita descansar.
Kiara se acercó a mí y tomó mi brazo ligeramente.
—¿Quieres que te acompañe?
Gemma luchó por levantarse del sofá. Ya tenía tres días de retraso.
Me dio una sonrisa de disculpa mientras se rendía y se dejaba caer en el
sofá.
—Estoy bien. Apuñalaron a Nevio, no a mí.
Kiara asintió, pero podía decir que aún estaba preocupada.
Me di la vuelta sin otra palabra, y me dirigí escaleras arriba a mi
habitación donde Momo y Bear me estaban esperando. Le puse la correa a
Bear y recogí a Momo antes de bajar las escaleras y salir por las puertas
francesas de nuestra ala de la mansión. Permití que Bear y Momo hicieran
sus necesidades y olfatearan un poco antes de regresar a mi habitación. Se
quedaron cerca de mí, obviamente conscientes de mi angustia. Después de
apagar las luces, me acurruqué en mi cama, temblando. Tenía frío, por
dentro y por fuera, a pesar de que el cuerpo de Bear presionaba mi espalda,
y Momo se acurrucaba en mi frente. Sonó un golpe. Mis ojos se abrieron.
Con las cortinas opacas cerradas, mi vista seguía estando en la completa
oscuridad.
—¿Sí?
La puerta se abrió y la figura alta de papá quedó iluminada por la luz
entrando desde el pasillo. Giró el interruptor de la luz. Como de costumbre,
estaba atenuado a un brillo bajo, lo suficiente para distinguir sus ojos
agotados y su expresión tensa. Bear dejó escapar un gruñido bajo que
sacudió el colchón. Papá lo ignoró y entró. Me senté y envié a Bear a su
rincón. Se acurrucó allí, sus ojos en papá, quien se hundió a mi lado.
Me miró, sus ojos oscuros llenos de preocupación, pero también algo
más, tal vez cautela.
—Me mentiste.
Tragué pesado y asentí levemente.
—Sí, mentí sobre besar a Amo. Porque sabía cómo reaccionarían tú y
Nevio si se enteraban.
Su mandíbula se tensó.
—Vimos cómo reaccionó Nevio.
Dudaba que la reacción de papá hubiera sido mucho mejor. A la larga,
también habría derramado sangre.
—Ya se terminó. De hecho, nunca comenzó.
Sus ojos parecieron hundirse en los míos, deseando que le contara
todo. Pero había tanto que no entendía.
—Está obligado a casarse en unas pocas semanas.
—Lo sé —dije en voz baja, para que no pensara que no me había
dado cuenta. No era tan buena e inocente como él pensaba. Había besado a
un hombre prometido, y quería volver a hacerlo. Era miserable.
—Nunca debería haberse acercado a ti.
—¿Soy mejor que él? Si sabía que estaba comprometido y aun así lo
besé, ¿eso no me convierte también en una pecadora?
—Me importan un carajo los pecados. Lo que me importa es tu jodido
bienestar.
Maldiciendo así frente a mí me dijo que su estado emocional tampoco
era el mejor.
—Estaré bien. —Conocí a Amo solo por un período corto. Si el
tiempo curaba todas las heridas, entonces el dolor que sufría debía terminar
al mismo tiempo que me llevara desenamorarme de Amo, ¿verdad?
Papá tocó mi mejilla.
—Debí haberte protegido mejor.
Sonreí con tristeza.
—¿Habría cambiado las cosas para ti si Amo no hubiera estado
comprometido? —Sabía la respuesta, pero pensé que requería decirla en
voz alta.
Dejó escapar una risa oscura.
—¿Con él queriéndote? Ni en un millón de años, mia cara. Tal vez
pueda tener lo que quiera en Nueva York, pero esto es Las Vegas, y no
puede tenerte. Ni ahora, ni nunca.
—Me dijiste que harías cualquier cosa por mí.
Tomó mi cara con ambas manos, sus ojos brillando con ferocidad.
—Eso no.
Negué con la cabeza en su agarre.
—Pertenezco aquí. Estoy hablando de la guerra. Por favor, que no
haya guerra por mi culpa. Por favor, haz esto por mí. Necesitamos paz.
—Aún eres demasiado amable para este mundo. Pensé que habías
cambiado, pero veo que no lo has hecho. —Besó mi frente, sonando
aliviado pero al mismo tiempo resignado.
Lo miré a través de mis pestañas. Pero había cambiado, ¿no? Podía
sentirlo en lo profundo de mi vientre. ¿Cómo una persona podía cambiar
quién eras? Amo había cambiado todo, todos mis deseos, mi percepción de
lo que llenaba mi vida. Pero era una Falcone. Y seguiría siéndolo a pesar
del dolor.
—¿Qué hay de la paz?
Besó mi frente nuevamente y luego se puso de pie, con expresión
dura.
—Eso depende de Luca. Estamos listos para la guerra si él lo quiere.
16
Amo
Con cada paso que Cressida dio más cerca de mí, supe que no era la
mujer con la que quería casarme. Con cada inhalación, supe que amaba a la
mujer sentada en algún lugar de esta iglesia. Y con cada latido furioso de mi
corazón condenado, supe que nunca podría estar con la mujer que amaba.
No busqué a Greta entre los invitados. No habíamos hablado desde
que me fui de Las Vegas con cicatrices nuevas. Una de muchas en mi
cuerpo, y la primera en mi corazón frío.
¿Quién habría pensado que una mujer rompería mi corazón
inquebrantable?
Cressida llegó a mi lado, sonriendo como si hubiera ganado la lotería,
y supuse que sí. Era ambiciosa y, como mi esposa, estaría en la cima de la
cadena alimenticia.
Capté la mirada de Marcella en la primera fila. Sacudió la cabeza casi
imperceptiblemente. Le envié una sonrisa irónica, recordando cuando le
dije hace muchos años que no me casaría por amor, que tendría un
matrimonio arreglado y me casaría por el bien de la Famiglia. Hoy esas
palabras se hicieron realidad.
Hoy marcaría un punto de inflexión en muchos sentidos.
Pero en ese entonces pensaba que el amor era un juego de perdedores,
y sería inmune a él. Que una Falcone lo cambiara era casi divertido.
Que los Falcone estuvieran presentes hoy para celebrar la boda más
grande de la Famiglia fue un jodido milagro en sí mismo. Se había
necesitado un esfuerzo considerable para que esto sucediera. Pero si algo
era la mayor debilidad de Remo, era su arrogancia. Se creía invencible. Su
arrogancia superaba incluso la mía.
Que me casara con Cressida garantizaría que los tradicionalistas se
calmarían.
Tenían nuestras espaldas, listos para seguirnos en cualquier cruzada
que planeáramos. Tal vez si Marcella se hubiera casado de la manera
tradicional, habría tenido más libertad para estar con Greta. Pero incluso
entonces… los Falcone nunca la habrían dejado ir e incluso si la hubiera
secuestrado, Greta siempre les habría pertenecido. Ella había elegido a su
familia, y yo había elegido a la mía. El amor no estaba escrito en mis
estrellas. Nuestro mundo apenas dejaba espacio para este tipo de debilidad.
Y eso es lo que era.
Nunca más mostraría debilidad.
Cressida se aclaró la garganta, dándome una mirada expectante. Me di
cuenta de que habíamos llegado a la parte de la ceremonia donde se suponía
que debíamos intercambiar votos y anillos.
Mi corazón había estado medio muerto antes de conocer a Greta. Con
toda la mierda que había vivido desde que secuestraron a Marcella, y todos
los horrores que había presenciado y cometido, ese era el curso natural de
las cosas.
Con ella había sentido que la pieza de piedra negra en mi pecho podía
revivir, pero hoy todo lo bueno que quedaba dentro de mí se marchitó y
murió.
—Acepto. —La palabra me supo falsa, y por un momento muy breve
me permití buscar a Greta entre la multitud. Pero no tuve que buscar
mucho. Mi mirada fue atraída hacia ella como si un tirón magnético nos
conectara, y una mirada en sus amables ojos de cierva y mi corazón se
detuvo solo para acelerarse.
Aparté los ojos, esperando que nadie se hubiera dado cuenta de mi
momento de debilidad. Hoy no era el momento para eso.
Cuando puse el anillo en el dedo de Cressida, no sentí nada. No
sonreí, solo encontré su mirada. Me sonreía como la novia feliz que todos
esperaban que fuera, pero sus ojos no reflejaban la verdadera felicidad. En
todo caso, celebraban el triunfo. Hoy marcó su victoria sobre mí. Intenté
derribarla por insultar a Marcella, y Cressida había cambiado las tornas.
—Bésame —siseó apenas moviendo los labios, aun manteniendo la
sonrisa falsa.
Me incliné y presioné mis labios contra los de ella, sin molestarme en
suavizar mi boca o prolongar esta demostración pública de afecto. Sonaron
los aplausos y me enderecé, ignorando el brillo furioso en los ojos de
Cressida. Le había dicho lo que recibiría si nos casábamos. El amor no era
parte del trato. Si pensaba que podía tomar las riendas de este matrimonio,
se llevaría una sorpresa muy desagradable.

Greta
¿Y si conocieras a tu alma gemela en el momento equivocado?
La palabra «acepto» me cortó como una cuchilla cubierta de ácido.
Por un momento, los murmullos constantes, las tomas de aire, el roce
de la ropa y los sollozos en la iglesia se desvanecieron en el fondo, y solo
me concentré en una cosa.
Amo Vitiello.
Su mirada encontró la mía por una fracción de segundo, gris como el
cielo durante una tormenta de verano, antes de volverse al frente.
Entrelacé mis dedos para evitar que temblaran.
Este día me cambiaría. Amaba a mi familia, mi vida. Nunca anhelé
más, nunca quise dejar mi rutina cómoda o mi ciudad natal familiar. Nunca
había querido más de lo que tenía.
Hasta que nuestros caminos se cruzaron, y Amo hundió sus garras en
mi corazón y alma.
No entendía todo lo que pasaba entre el cielo y la tierra. No creía en la
providencia divina ni en el destino.
¿Almas gemelas?
Un sueño dulce que nunca había soñado hasta que rompió mi burbuja
de satisfacción. Ahora, un sueño que nunca quise se convirtió en la
pesadilla que no podía deshacerme, y un anhelo que nunca había sentido se
convirtió en una necesidad aplastante.
Una que nunca sería saciada.
—Acepto —dijo Cressida.
La llama pequeña de esperanza dentro de mí murió y mis manos se
volvieron flojas. Como un tsunami, los sonidos de la multitud a mi
alrededor se estrellaron contra mí.
Había crecido entre hombres crueles.
Pero el destino fue mucho más cruel que cualquiera de ellos.
Amo Vitiello era mi alma gemela…
… y ahora estaba casado con otra mujer.
17
Amo
Temía las felicitaciones por una sola razón. Cuando Fabiano y su
familia se adelantaron para felicitarme, supe que ya era hora. Fabiano me
estrechó la mano con una sonrisa apenas visible. Nuestra relación nunca
había sido demasiado estrecha. Ahora estaba envenenada.
Supuse que Nevio y yo casi matándonos habíamos agriado aún más la
situación. Incluso Aurora, que por lo general era la más amable y alegre de
todas, pareció como si le costara sonreír, especialmente cuando estrechó la
mano de Cressida. No estaba seguro de qué tan cercanas eran Aurora y
Greta, tenían tres años de diferencia, pero Fabiano prácticamente vivía bajo
el mismo techo con el clan Falcone.
Tragué pesado cuando Remo y su esposa dieron un paso adelante.
Remo agarró mi mano con fuerza, sus ojos fulgurando con advertencia. Se
inclinó hacia adelante.
—Hoy hiciste la elección correcta, una que salvará a muchos.
Mi sonrisa de respuesta estuvo lejos de ser agradable.
—Por ahora.
Serafina le clavó las uñas en el brazo y lo apartó, pero permanecieron
cerca. Los ojos de Remo no ocultaron su odio hacia mí. Nunca nos
habíamos gustado, pero desde Greta, la animosidad sencilla se había
convertido en odio puro. Clavar mi cuchillo en el estómago de su hijo fue
uno de los mejores momentos de mi vida, solo que cada momento que pasé
con Greta lo vencía, lo cual era irónico.
Luego, cada gramo de odio acumulado dentro de mí se evaporó
cuando Greta salió detrás de su padre. No esperaba que estuviera aquí,
había deseado que no apareciera, pero al más puro estilo Falcone, se
enfrentaba a las complicaciones de frente.
Su cabello oscuro estaba recogido en un moño suelto con algunos
mechones enmarcando su hermoso rostro de duende. Llevaba un sencillo
vestido largo de seda en un tono menta tenue que estaba sostenido por los
tirantes más finos que jamás hubiera visto. No llevaba sujetador, no podía
ser posible, pero aun así no era indecente. Lo que sea que llevara debajo
cubría sus pezones. Parecía la belleza más frágil del mundo, como una flor
demasiado hermosa y delicada para ser tocada por manos humanas. Por
supuesto, no estaba usando tacones aunque apenas llegaba al pecho de su
padre, o al mío. No podía imaginarme a Greta usándolos alguna vez.
Llevaba unas sandalias doradas sencillas y por una vez esmalte de uñas, del
mismo color que su vestido.
Greta se encontró con mi mirada, sus labios formando una sonrisa que
dolió más que el cuchillo de Nevio en mi costado.
—Amo, felicitaciones. —Se volvió hacia Cressida—. Felicitaciones,
Cressida.
Cressida examinó a Greta de pies a cabeza. Y solo el parpadeo breve
de desaprobación en su expresión me hizo querer gruñirle.
—Gracias. Cuando cumplas la mayoría de edad en unos años, estoy
segura de que también tendrás una boda agradable —dijo Cressida.
Greta solo sonrió ante la pulla. Cressida sabía jodidamente bien que
Greta era mayor de edad. Tuvo que aprenderse los nombres y las edades de
los jugadores más importantes de nuestro mundo antes de casarse, y Greta
era una de las más importantes, incluso si no actuaba como tal.
—Greta no necesita casarse para ser reina. Solo por existir, brilla más
que la mayoría —dijo Remo con voz áspera.
Cressida clavó sus uñas en mi palma, obviamente queriendo que
dijera algo, pero Remo solo había expresado lo que yo pensaba.
—Es una lástima que no todos ustedes podrán hacerlo —dije
arrastrando las palabras, sin molestarme en ocultar mi falta de sinceridad.
Savio y su esposa, Massimo, Nevio y Alessio, y los niños más
pequeños se habían quedado en Las Vegas. Tenía la esperanza desesperada
de que Greta también se hubiera quedado allí, incluso si verla ahora era lo
más destacado de este día oscuro.
Remo se dio la vuelta con una última sonrisa áspera, y se llevó a su
esposa e hija. Me concentré en Adamo y su esposa Dinara. No vi a Nino y
Kiara por ninguna parte, aunque habían estado en la iglesia. Tal vez Nino
pensó que necesitaba evitar que su hermano hiciera algo estúpido.

***

Los Falcone desaparecieron temprano de la fiesta. El ambiente había


sido demasiado extenuante para soportarlo mucho más tiempo. Papá no
había declarado la guerra, no con dos entregas importantes de drogas en
camino, y Remo tampoco, sin duda la influencia de Greta.
Cressida y yo nos excusamos poco después de la medianoche.
Cressida no dejó de hablar cuando conduje mi auto hacia nuestra nueva
casa. No podía creer que ese lugar sería el lugar que compartiríamos. Tal
vez llegaría a tolerarla algún día. La llevé a la casa, y le hice señas a la
escalera.
—¿Por qué no sigues adelante? Necesito otro trago.
Apretó los labios, pero subió las escaleras cubierta con la mullida
alfombra blanca que había elegido. De hecho, había elegido los muebles
para todo el lugar, lo que hacía que se sintiera aún menos como en casa.
Probablemente pasaría más tiempo en mi apartamento que bajo un techo
con Cressida. Miré mi Rolex. Tenía otra hora.
Me serví un vasito de bourbon antes de subir las escaleras. Cuando
entré en el dormitorio, Cressida aún estaba en el baño. Entré en nuestro
vestidor y me quité el traje de boda, arrojándolo sobre un sillón antes de
agarrar una camisa negra y pantalones cargo negros.
—¡Tienes una cicatriz nueva! —exclamó a medida que entraba,
vestida con un sexy negligé blanco. Su cabello estaba suelto y llevaba
tacones altos.
Seguí su mirada hacia la herida de arma blanca que aún estaba
sensible, pero ya no estaba vendada.
Me subí los pantalones cargo sin decir nada. No había visto razón
para revelar los eventos de Las Vegas con Cressida. Mostrar cualquier tipo
de debilidad frente a mi esposa parecía una mala idea.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, confundida.
—Vestirme. Tengo asuntos que atender.
Sus ojos se abrieron de par en par con incredulidad.
—¡Es nuestra noche de bodas!
Me puse la camiseta y levanté una ceja.
—Nunca quise este matrimonio. Te dije qué esperar si te casabas
conmigo. Este es un matrimonio en teoría. No esperes ningún apego
emocional.
—Tenemos que consumar nuestra boda. ¡Es la tradición! —Su voz se
volvió cada vez más aguda. Salí al pasillo, pero corrió detrás de mí.
—Lo consumamos de antemano. Eso debería bastar —dije. No tenía
absolutamente ningún deseo de tocarla en este momento.
Abajo, en la armería, agarré dos fundas de armas y mis cuchillos y
pistolas favoritos. Cressida me alcanzó. Sus tacones obviamente la habían
frenado. Escaneó mi atuendo.
—¿A dónde vas?
—Tengo negocios.
—¡Un esposo debería follar a su esposa!
—Tal vez lo haré cuando regrese por la mañana.
Recogí las llaves de mi auto y me dirigí al vestíbulo. Cressida soltó un
grito de rabia y uno de sus tacones golpeó el espejo junto a mi cabeza,
haciéndolo astillarse.
—Tienes suerte de que no tengo tiempo para tus mierdas ahora mismo
—gruñí y me fui.
Hoy no se derramaría sangre virgen, solo sangre Falcone.

Greta
Me puse el pijama, pero no pude conciliar el sueño. Mis pensamientos
giraban en torno a Amo. Ahora compartiría su noche de bodas con
Cressida.
Pasé una semana rogándole a papá que me dejara asistir a esta boda,
argumentando que necesitaba ver a Amo casarse para cerrar este capítulo de
mi vida. Necesitabas enfrentar tus miedos, eso era lo que papá siempre
decía, y era algo que también había interiorizado. Ahora no estaba tan
segura de que hubiera mejorado mi estado emocional. Definitivamente no
sentía como si hubiera cerrado un capítulo.
Pero tal vez mi presencia había demostrado nuestra buena voluntad de
mantener la paz, que se sentía tan terriblemente frágil últimamente.
Nevio estaba absolutamente furioso, pero papá había insistido en que
se quedara en Las Vegas. Solo habría aplastado lo que quedaba de nuestra
tregua si él hubiera venido. Su ira había sido potente, y aún me preocupaba
que hiciera algo estúpido. Si bien Nevio respetaba a papá, su naturaleza
bulliciosa a menudo lo hacía olvidar la razón y las órdenes de mi padre.
Rocé el dedo donde habría estado un anillo si hubiera aceptado la
propuesta de Amo. Había sido mi elección, la única opción razonable en ese
momento, dejar ir a Amo, pero ahora mismo sentía como si me hubieran
arrancado algo que no quería perder.
Voces sonaron en la sala de estar de nuestra suite. Finalmente me
levanté y fui allí. Fabiano, Nino y papá hablaban en voz baja. Adamo se
encontraba sentado en el sofá, con los brazos extendidos sobre el respaldo.
Era el único que no parecía completamente tenso. Había disfrutado su
tiempo en Nueva York, y era amigo de muchos soldados de la Famiglia. Si
más de nosotros hiciéramos el esfuerzo que él había hecho, las cosas serían
mucho menos tensas entre las familias.
—¿Qué está pasando? —pregunté.
Papá me miró de soslayo.
—Nada.
Fruncí los labios. Me di cuenta de que eso no era cierto. Siempre
decía que las mujeres eran tratadas como el sexo débil porque actuaban
como tal, pero su protección a veces hacía que fuera difícil actuar fuera de
mi zona de confort.
—Nino tiene una especie de premonición —dijo Adamo con una
sonrisa. Su cabello rizado sobresaliendo por todas partes.
—¿Qué tipo de premonición? —pregunté.
—No hay nada clarividente en mis observaciones.
—No huiré de Nueva York en medio de la noche como un maldito
cobarde porque eres demasiado cauteloso.
—Y estás siendo arrogante y orgulloso.
—Conozco a Luca. Siempre se enorgullece de su maldito honor.
Nunca usaría una noche de bodas para atacar. Eso sería profundamente
deshonroso.
Papá obviamente creía que no había nada de malo en usar una boda
para propósitos nefastos.
—Aria se comportó con su personalidad amable y emocionada
habitual. No hay campanas de alarma allí. Pero Luca no le cuenta todo. Tal
vez quiera darte a probar tu propia medicina —dijo Fabiano encogiéndose
de hombros. Papá le envió una mirada de advertencia que no entendí—.
Luca puede ser hábil si cree que es necesario. Los eventos recientes podrían
haberlo hecho reevaluar sus valores.
Los labios de papá se curvaron.
—Que ataque si se cree tan inteligente.
—Estás dejando que tu rabia eclipse la razón —murmuró Nino—.
Pero hay más en juego que nuestras vidas.
Papá me miró, obviamente aún no muy dispuesto a escuchar razones.
—Tengo que admitir que Luca obtendría mi respeto si en realidad nos
atrajera aquí bajo el pretexto de la paz, solo para atacar. Eso marcaría un
mínimo nuevo para él, uno que regresaré con gusto.
Confiaba en el juicio de Nino principalmente, pero lo que sugería era
tan horrible que no podía, no quería creer que fuera verdad.
Un pitido suave atrajo mi atención hacia mi habitación. Me moví a mi
mesita de noche donde había dejado mi celular, mis ojos se llenaron de
sorpresa cuando vi un mensaje de un número desconocido.
Hice clic en él.
Número desconocido: Greta, vete del hotel, ahora.
Mi corazón se hundió y me di la vuelta, corriendo de regreso a la sala
de estar. Sin las palabras de Nino, podría haber pensado que era Amo
intentando encontrarse conmigo en secreto, pero sabía que este era un
mensaje muy diferente. Era de Amo, pero estaba intentando advertirme. Mi
instinto no me dejó otra conclusión.
Papá me miró a la cara y se acercó a mí. Le entregué el teléfono.
—¡Consigue todas las armas! ¡Despierten a todos!
Irrumpió en la habitación de él y mamá, despertándola. Segundos
después, la arrastró afuera solo en camisón. Un minuto después, bajábamos
corriendo las escaleras hacia el garaje subterráneo. Papá se negó a tomar el
ascensor.
Cuando llegamos al garaje, las luces se apagaron.
—¡Maldición! —gruñó papá, apretando su agarre en mi brazo. En la
oscuridad, nos tambaleamos hacia nuestros autos. Mamá, Kiara y yo nos
acurrucamos en el asiento trasero con papá y Nino al frente. Fabiano y
Adamo iban en el otro auto con Aurora, Leona y Dinara. El motor del auto
rugió al cobrar vida y nos sacudimos hacia adelante. Papá se acercó a la
puerta rodante a toda velocidad.
—¡Abajo! —ordenó Nino, y agachamos la cabeza. Mamá envolvió
sus brazos alrededor de mi cuerpo, protegiéndome. Un estruendo
ensordecedor sonó cuando atravesamos la puerta. Gemí, los latidos de mi
corazón revoloteando feroz en mi pecho.
Pronto sonaron disparos y los brazos de mamá a mi alrededor se
apretaron aún más. Kiara me protegió del otro lado, sin permitirme
levantarme. No quería que arriesgaran sus vidas por mí. Varios golpes y
vueltas nos lanzaron en el asiento trasero de un lado a otro hasta que perdí
todo sentido de arriba y abajo.
De repente comenzamos a dar vueltas y el auto se sacudió hacia un
lado, luego se estrelló contra algo que hizo un sonido metálico. Mi cabeza
chocó con la de Kiara y todo se volvió negro.

***

Los disparos me despertaron. Abrí los ojos, a pesar del dolor agudo en
mi cabeza. Aún estaba en el asiento trasero. Pero mamá ya no estaba a mi
lado. Solo Kiara estaba acunando su cabeza, sangre cubriendo su rostro. Mi
propia piel también estaba resbaladiza por la sangre.
—¡Maldición! —susurró mamá, golpeando el volante.
—Está demasiado dañado —dijo Kiara en voz baja.
Mamá miró por encima de su hombro, a mí, luego a algo detrás de
nosotras. El miedo llenó su rostro. Volvió a girar las llaves, y el auto dejó
escapar un tartamudeo.
—Tenemos que correr hacia el otro auto. No está muy lejos.
Me enderecé y miré por la ventana trasera, y encontré a papá, Nino,
Adamo y Fabiano en un combate de tiros con Amo, su padre y varios otros
hombres de la Famiglia.
Mi corazón golpeó contra mi caja torácica cuando salí del auto.
—¡Greta! —gritó Kiara, pero no escuché.
Salí detrás del auto.
Amo me vio primero y se congeló. Él y los otros hombres de la
Famiglia estaban protegidos por dos autos, mientras que mi familia se
escondía detrás de una camioneta volcada.
¿Todo esto por nuestra culpa? ¿Porque compartimos un vínculo que
no podía ser?
Las expresiones en la cara de ambos lados no me dieron esperanza. El
objetivo solo era la muerte del otro bando. Tal vez primero la tortura.
Estábamos en una zona portuaria industrial, con las aguas negras del
Hudson a nuestra derecha. A lo lejos vi acercarse más autos, limusinas
negras. Probablemente refuerzo.
—Vuelve al auto —gritó papá.
Solo miré a Amo.
—¡Amo! —gruñó su padre. La expresión de Amo era dura.
Nadie me disparó. Mamá me agarró del brazo y me arrastró detrás de
un contenedor que nuestro auto había embestido.
Pronto la Famiglia nos superaría en número. Buen Dios. ¿Qué podía
hacer? Amo me protegería, pero mataría a mi familia. ¿Tal vez si le
suplicaba los perdonaría? Me sentía enferma y un sudor frío me cubrió la
piel. Mi cabeza latía con un dolor de cabeza feroz y mi pulso corría
demasiado rápido, mareándome.
Una camioneta se dirigió hacia nosotros y se detuvo con un chirrido
de llantas. Las puertas corredizas se abrieron de golpe y Nevio salió, con
una mujer en sus manos y un cuchillo en su garganta.
—¡Deténgase! —rugió Matteo. La Famiglia dejó de disparar y
también mi familia. La expresión de papá me dijo que no sabía que Nevio
estaba aquí.
—Sorpresa, hijos de puta —gritó Nevio con una sonrisa amplia,
arrastrando a la mujer a medida que caminaba hacia papá, Nino, Fabiano y
Adamo. Tras él saltó Massimo, y luego Alessio, una adolescente en su
agarre. Las reconocí como la esposa y la hija de Matteo de la boda de hoy.
—Si tocaste un solo cabello en sus cabezas, haré que te arrepientas
del día en que naciste —gruñó Matteo.
Nevio le mostró los dientes y presionó su palma provocativamente
contra el cabello rojo de la mujer. Intentó escapar de su agarre, pero él
empujó el cuchillo una vez más contra su garganta como advertencia.
—Aún no me arrepiento de nada.
—Isabella, Gianna, ¿están bien? —llamó Amo.
Gianna estaba en el agarre de Nevio y tenía un moretón en la mejilla.
Matteo se lanzó hacia adelante, pero Luca lo agarró por el brazo y tiró
de él hacia atrás.
—¡Ese hijo de puta te golpeó!
—Me temo que eso no es cierto —dijo Nevio cuando se detuvo junto
a papá, quien miraba entre Gianna y Nevio con una pizca de emoción.
Nevio se encogió de hombros, sonriendo a papá—. Papá, lo siento. Te
desobedecí, pero simplemente no pude resistirme a arruinar una boda. Si
hubiera sabido habría llegado a esto… —Se rio entre dientes e intercambió
una mirada con Massimo y Alessio, luciendo como si esta fuera la mejor
noche de su vida.
Alessio tenía su brazo envuelto alrededor de la niña, y su daga
apuntaba a su vientre.
Sus anteojos estaban torcidos, y sus ojos muy abiertos y temerosos.
—Están yendo demasiado lejos —dijo Matteo en voz baja.
—¿Demasiado lejos? —gruñó papá—. Me atacan a mí y a mi familia
mientras somos invitados en tu territorio. Nunca me vuelvas a hablar de
honor. Soy el maestro en jugar sucio, Vitiello. Acaban de abrir la puta caja
de Pandora.
Nevio miró a Gianna y respiró hondo.
—Huelo a guerra. —Se rio—. Matteo, tu esposa parece un puma.
Buena atrapada.
Amo dio un paso adelante, levantando su arma un poco más. Matteo
luchó nuevamente contra el agarre de Luca.
Miré a mamá con horror. Sus ojos estaban del todo abiertos y llorosos.
Kiara se acurrucaba en el suelo, aún acunando su herida.
—Deja mi territorio. Estamos a mano. Y deja que Gianna e Isabella se
vayan ahora mismo —dijo Luca.
Los ojos de Amo se deslizaron hacia mí, y pensé que capté
arrepentimiento en su mirada, pero tal vez solo lo estaba esperando.
—¿A mano? —preguntó mi padre en voz baja—. Luca, se derramará
mucha sangre de la Famiglia antes de que nos considere a mano.
Nino se inclinó hacia papá y dijo algo, pero papá no reaccionó.
Adamo y Fabiano intercambiaron miradas. Hoy terminaría mal. Muy mal.
—Creo que Alessio le tomó gusto a tu hija —siguió provocando
Nevio.
Quería que los Vitiello perdieran el control, que atacaran. No dudaría
en matar a una mujer.
Para él no importaba, humano era humano. Disfrutaba matando a
todos por igual. Nevio le dijo algo a papá y todos miraron hacia un
cuarentón tatuado y una versión más joven de él. Growl y uno de sus hijos,
Maximus.
—¿Qué tal si nos das a mi medio hermano y a su hijo? —preguntó
papá con una sonrisa cruel.
Amo miró hacia su amigo que ya había dado un paso adelante.
—¿A cambio de mi esposa y mi hija? —preguntó Matteo.
—A cambio de no dejar que se desangren aquí mismo ante tus
malditos ojos —gruñó Nevio—. Por ahora las mantendremos.
—Debí haberte cortado la garganta —dijo Amo.
—Vitiello, no es demasiado tarde. Ven aquí e inténtalo.
Le di la espalda a la escena y comencé a correr, sorprendiendo a
mamá. No estaba segura si lo que había visto en los ojos de Amo sería
suficiente para salvarnos a todos, pero tenía que intentarlo. Y si nada más,
esto detendría a Nevio.
Corrí hacia el borde de la plataforma del puerto. El Hudson lucía
negro y poco acogedor debajo de mí. Antes de que mi ansiedad pudiera
detenerme, cerré los ojos y luego salté, con los brazos pegados a los lados
de mi cuerpo erguido. Mi caída fue corta y el impacto duro y frío. El terror
se apoderó de mí.
El mismo terror que me había abrumado cada vez que había estado
rodeada de agua desde que podía recordar. Por eso nunca había aprendido a
nadar.
—¡Greta! —Se escucharon varios gritos antes de que se cortara todo
sonido.
18
Amo

Un año más tarde…


Desperté con un sudor frío, mi corazón casi latiendo fuera de mi
pecho, mi respiración irregular. Estaba oscuro en mi habitación, pero
también lo había estado la noche en mi sueño. La noche que me
atormentaba a menudo y me despertaba empapado de sudor cada vez.
Me senté y saqué las piernas de la cama. Vestido solo con mis bóxer,
salí a mi sala de estar y contemplé el horizonte de Nueva York.
Solo pasaba una o dos noches por semana en la casa con Cressida, y
nunca en la misma habitación. Mi sueño ya era irregular, con ella a mi lado
sería inexistente. Apenas nos tolerábamos y aún no me había perdonado por
nuestra noche de bodas. No era por eso que la noche atormentaba mis
sueños.
Presioné la frente contra el cristal, recordando el día en que
terminaron los años de paz entre la Camorra y la Famiglia.

***

Greta saltó del borde.


Nevio apartó a Gianna de un empujón, con el rostro contraído por el
miedo.
Observé el lugar donde Greta había estado momentos antes. No
pensé. Empecé a correr.
Nada más importaba.
—¡Amo, no lo hagas! —rugió papá.
Llegué al borde y miré hacia el Hudson. Mis ojos buscaron
frenéticamente la superficie entintada en busca de una señal de Greta. No
estaba a la vista. La corriente en el Hudson podía ser fuerte. Nevio se
catapultó a sí mismo al agua sin pensarlo, pero sabía que era imposible
encontrar a alguien en una gran masa de agua sin tener una pista de dónde
podría estar.
Ignorando la conmoción a mi alrededor, mi corazón latió cada vez
más rápido, hasta que vi un destello blanco flotando debajo de la superficie
a la derecha río abajo. Nevio no estaba cerca de ese lugar. Después de
dejar caer mi arma, salté antes de perderla de vista nuevamente. El
impacto me dejó sin aire y me tomó varios latidos confusos de mi corazón
antes de que pudiera decir lo que estaba arriba y abajo, y nadé hasta la
superficie. La corriente arrastraba a Greta. Empecé a nadar, usando la
fuerza del agua para llegar a donde necesitaba estar.
Estuve seguro de que nunca la alcanzaría durante mucho tiempo,
pero entonces mi mano se cerró alrededor de la suya. No había llovido en
casi tres semanas, por lo que el nivel del agua era bajo y el río estaba más
lento que de costumbre. Me costó toda mi fuerza arrastrarnos a una
plataforma de piedra. Nos habían arrastrado a una buena distancia de
nuestras familias. Una escalera empinada unida al pilar conducía a la
plataforma. Envolví mi brazo alrededor de la cintura de Greta y me levanté
con un brazo hasta que mis pies alcanzaron el primer escalón. Estaba sin
aliento cuando llegué a la cima, Greta aún colgaba de mi agarre.
Dejándola en el suelo, me quedé mirando su cuerpo inmóvil debajo de mí,
con el pecho agitado. Mierda. Apenas me quedaba aliento, pero presioné
mi boca contra la de ella y comencé a resucitarla. Intenté hacer las paces
con el hecho de que nunca la volvería a ver, pero la idea de que no
estuviera segura en algún lugar, viviendo su vida, era inaceptable.
Cuando tomó su primer aliento, sentí como si yo también pudiera
respirar otra vez libremente. Sus ojos se abrieron de golpe, fijándose en los
míos.
Maldita sea.
Acuné su rostro.
—¿Has perdido la cabeza? ¿Por qué saltaste? ¿Por qué no intentaste
quedarte en la superficie? —Más porqués inundaron mi cabeza, pero me
los guardé para mí.
—Para estar a solas contigo. —No esbocé una sonrisa ante su fallido
intento de humor. Se estremeció, conteniendo el aliento. Tragó pesado—.
Quería evitar que tu familia y la mía se mataran entre sí. No sé nadar.
Negué con la cabeza.
—Probablemente aún se están matando entre ellos.
Pero sabía que ese no sería el caso. Papá enviaría a todos a
salvarme, y Remo intentaría salvar a Greta.
—Podrías estar muerta.
—Sabía que saltarías detrás de mí y me salvarías.
Lo dijo sin un atisbo de duda. El amor es una maldita debilidad.
—Ahora estoy casado.
—Lo sé —dijo simplemente.
Aparté la mirada de su rostro hermoso porque de lo contrario la
habría besado. Solo me habría hecho parecer aún más tonto.
—Amo, por favor, no permitas que se maten entre ellos. No dejes que
lo que hay entre nosotros provoque una guerra. Es demasiado precioso
para ser la razón de algo tan horrendo.
—¿Qué hay entre nosotros? —dije con voz áspera, mirándola
enojado, mis palmas aún presionadas contra sus mejillas, mi cuerpo
enjaulándola.
Se humedeció los labios y me perdí. Me incliné y la besé, reclamando
esos labios exuberantes. Cuando me retiré de nuevo, gruñí:
—Greta, ya no hay nada entre nosotros. No permitiste que lo hubiera.
—Me levanté con una sonrisa dura—. No creas que voy a volver a salvarte.
***

Me froté la cara para traerme de vuelta al presente. Fue el único beso


que tuve en mi noche de bodas. Solté una risa áspera. Sin embargo, me
había follado a mi esposa cuando regresé a casa con la ropa mojada y
cubierta de sangre. La maldita ira alimentada por ambos lados. Cressida
había hundido sus uñas en la cicatriz aún tierna de mi herida de cuchillo,
sacando sangre, con los ojos llenos de odio, que solo se intensificó cuando
me salí antes de su orgasmo y me corrí sobre mi propio estómago. No
dejaría embarazada a Cressida.
Solo eran las cuatro de la mañana, pero no me volvería a dormir, así
que me vestí y conduje hasta la casa de mis padres. Papá también estaría
despierto. Desde que le habíamos declarado la guerra a la Camorra, sus
noches eran tan insomnes como las mías. Al igual que la Camorra, ahora
teníamos demasiados enemigos y ningún verdadero aliado. Incluso si las
acciones de Greta no hubieran detenido la guerra, la habían pospuesto.
Nadie había muerto esa noche, especialmente Isabella, Gianna o Greta.
Entré en la casa adosada con mi llave de repuesto. Papá me la había quitado
el día después del incidente del puente, y apenas me había hablado durante
casi seis meses, pero la mediación insistente de mamá finalmente nos
volvió a unir. Como era de esperar, una luz tenue salía por debajo de la
puerta de la oficina de papá. Me dirigí allí. Ya me habría visto acercarme a
la puerta principal a través de las cámaras de seguridad. No llamé antes de
entrar. Se hallaba sentado detrás de su escritorio, inclinado sobre varios
mapas, con una mirada sombría en su rostro. Nuestro último transporte de
drogas había sido detenido por la Camorra en Texas.
—Mientras la Unión Corsa nos venda drogas, estaremos bien con un
transporte detenido aquí y allá —dije mientras me sentaba frente a él.
—Pagamos el doble por la misma mierda.
Eso era cierto. La Unión Corsa compraba drogas a los rusos, las
transportaba a su territorio en la parte francesa de Canadá a través de
Alaska, y nos las vendía al doble del precio. Nuestros clientes estaban
desesperados por lo que aún compraban las drogas caras, pero los rusos
habían estado intentando vender artículos más baratos en nuestro territorio.
—En algún momento, la Camorra ya no estará tan enfocada en
nuestras rutas de transporte.
Un músculo en la mejilla de papá se flexionó.
—Si hubiéramos matado a Remo y al resto esa noche, estaríamos
mejor.
—Nevio habría matado a Isa y Gianna. No habría pestañeado. No
puedo ver cómo eso habría mejorado nuestra situación.
—Hubiera hecho que mi sueño fuera más satisfactorio sabiendo que
había matado a Remo Falcone —dijo.
No dije nada. La mirada en los ojos de Greta cuando le di la espalda
después de sacarla del río apareció sin invitación. No había hablado con ella
desde esa noche y trataba de no pensar en ella, lo cual era casi imposible.
Sonó un golpe suave y mamá se asomó, su rostro se nubló de
preocupación cuando nos vio a mí y a papá. Pero la preocupación se había
convertido en su compañera constante estos últimos doce meses,
principalmente por Gianna e Isa. Gianna estaba tan irritable como siempre,
lo que probablemente era una actuación, pero Isa definitivamente había
cambiado, se había vuelto más callada, incluso más obsesionada con sus
mundos ficticios y el ajedrez.
—Deberías dormir —murmuró papá.
—Al igual que tú.
Se reclinó en la silla.
Ella suspiró.
—¿Cuánto tiempo más quieres mantener la guerra?
—Algunas cosas son inevitables.
La tristeza en su rostro se intensificó, pero asintió. Sabía que
extrañaba a Fabiano y especialmente a Aurora. Se fue con un suspiro
tembloroso. Odiaba saber que estaría llorando por la situación.
Papá se levantó.
—Hablaré con ella. —Se detuvo en la puerta—. Tal vez deberías
volver a casa.
—¿Dónde es eso? —pregunté con una sonrisa amarga.

Greta
—Nevio, quiero irme a casa —susurré, temblando, frotándome los
brazos.
Por lo general, amaba Las Vegas por la noche, pero esta parte de la
ciudad tenía una sensación de hambre y codicia que hacía que mi pulso se
acelerara.
Nevio se hundió frente a mí, sus cejas oscuras frunciéndose.
—¿Ahora?
—Ahora —gemí. Nunca debí pedirles que me llevaran con ellos,
aunque Nevio me hubiera prometido que solo buscaban una caravana para
comprar esta noche. No me había atrevido a preguntarle por qué
necesitaban la caravana. Había aprendido a mantener mis preguntas
limitadas cuando se trataba de las actividades nocturnas de mi hermano. Es
mejor dejar algunas cosas sin decir, como lo que sucedió la noche en que
secuestró a dos mujeres, y Amo me salvó del agua. Mi estómago se apretó.
Nevio me había llevado de regreso al auto esa noche, acunándome contra su
pecho como una niña. No había escatimado ni una sola mirada en Amo a
medida que lo hacía. Massimo le hizo una señal a Nevio desde su posición
en lo alto de la valla que rodeaba el depósito de chatarra.
—Solo una parada más, ¿de acuerdo? Aquí no tienen lo que busco. —
Nevio buscó mis ojos—. Lo superarás.
—Lo sé.
Se puso de pie y me tendió la mano, que tomé y dejé que me ayudara
a ponerme de pie.
—Vamos. Greta, lo único que importa es nuestra familia, y siempre
estaremos a tu lado.
No dije nada. No quería hablar de Amo con Nevio. No había hablado
de él con nadie. Dolía lo suficiente que veía su rostro en mis sueños todas
las noches.
Me apartó del depósito de chatarra cuando Massimo saltó de la valla y
Alessio volvió a ponerse al volante.
Nevio envolvió su brazo alrededor de mis hombros a medida que nos
acomodamos en el asiento trasero.
—¿A dónde vamos? —preguntó Alessio desde el asiento delantero.
—Vamos a lo de Ivanov. Cuando pasé por allí la última vez, vi una
autocaravana que me gustó. —Una esquina de la boca de Nevio se levantó
de una manera que significaba problemas. Por lo general, habría intentado
ser la voz de la razón, pero hoy me sentía en caos. Quería ser consumida
por el frenesí de Nevio hasta que hiciera estallar todo lo que dolía dentro de
mí.
—Si tu papá se entera que Greta está aquí con nosotros, nos desollará
vivos.
—Sabe que podemos proteger a Greta.
Massimo negó con la cabeza, pero ni él ni Alessio intentaron disuadir
a Nevio. Finalmente llegamos a una parte aún más sombría de la ciudad, en
las afueras, a un concesionario de automóviles que parecía ocuparse
principalmente de otras cosas.
Alessio estacionó frente al edificio ruinoso.
Los hombres que estaban sentados en sillas frente al garaje iluminado
hablaban en un idioma eslavo que no conocía. No era ruso porque tenía un
conocimiento decente del mismo. Tal vez búlgaro o albanés.
Todos se levantaron cuando nos acercamos a ellos, intercambiando
miradas y sonrisas condescendientes.
—¿No saben quiénes somos? —preguntó Alessio con un toque de
emoción.
—Parece que no tienen ni idea —dijo Nevio con una sonrisa.
—Se perdieron —dijo uno de los hombres con un acento fuerte.
—Queremos esa caravana —dijo Massimo, señalando una caravana
vieja a un lado.
—No está a la venta.
El hombre más grande se acercó, observándome. Se burló de Nevio.
—¿Es tuya?
—Es nuestra —respondió Massimo, dándole a Nevio una mirada
cautelosa.
Los hombres se rieron.
—Entonces no le importará llenar sus agujeros con unas cuantas
pollas más.
—¿Puedes acercarte a la caravana y ver si es lo que quieres? —me
dijo Nevio, pero solo miraba al hombre.
—No queremos problemas —dije, dándole a Nevio una mirada
suplicante. La mirada en sus ojos me recordó la noche de nuestro
duodécimo cumpleaños.
Nevio me apartó suavemente. Retrocedí unos pasos.
Los hombres eslavos aún no entendían la gravedad de su situación.
—Solo véndannos la caravana —dije.
—Déjame follarte el culo, luego podemos hablar de dinero.
El hombre abrió los brazos tentadoramente.
Nevio agarró una de sus muñecas y arrojó al hombre hacia abajo para
que se apoyara en sus manos, y luego golpeó con su pie el codo del hombre.
Retrocedí a medida que los gritos llenaban la noche. Las cuchillas
destellaron, sonaron risas, huesos se rompieron y luego el silencio cayó
sobre nosotros.
Nevio envainó su cuchillo y caminó hacia mí, alejándome de la
escena sangrienta y dirigiéndome hacia la caravana. Miré hacia atrás y
atrapé a Massimo arrojando dinero al suelo junto a los cuerpos. Después, él
y Alessio corrieron detrás de nosotros. La caravana olía a hierba, humo frío
y el chasis chirriaba cada vez que nos movíamos.
—Deberíamos quemar los cuerpos —dijo Alessio, sacando su
encendedor favorito.
—Que se pudran al sol de la mañana. Escuché que hay algunos
personajes sospechosos en esta área que han estado haciendo negocios
clandestinos. Esto les enviará un buen mensaje.
—Sabes lo que nuestros padres piensan de nosotros haciendo esto sin
decírselos.
Nevio le arrebató el encendedor de la mano a Alessio, con un
chasquido. Alessio intentó quitarle el encendedor a Nevio y comenzaron a
empujarse, pero me di cuenta de que tenían mucha adrenalina y no
buscaban una pelea real. Massimo soltó un silbido estridente desde la parte
posterior de la caravana para llamar su atención.
—Tienen una gran reserva de hierba aquí. No es de extrañar que no
quisieran vender la caravana.
Nevio y Alessio se acercaron a él, olvidándose por completo del
encendedor que habían dejado caer durante su lucha.
Lo puse en mi bolsillo y me hundí en los escalones de la caravana y
miré a lo lejos, intentando ignorar los cuerpos tirados en el suelo en mi
visión periférica. Cuando un aullido de dolor llegó a mis oídos, seguido de
otro y luego un grito desgarrador que sonó casi humano aunque sabía que
era un perro, comencé a correr, sin siquiera pensar en ello. Nunca había
corrido tan rápido en mi vida, pero sabía que no tenía mucho tiempo. Doblé
una esquina en un callejón abandonado y mi pulso se aceleró, la adrenalina
se disparó más alto de lo que jamás había experimentado. Dos hombres se
hallaban de pie sobre un perro oscuro que lloraba como un bebé y se
retorcía en el suelo, obviamente incapaz de levantarse. Uno de ellos vertió
líquido sobre el perro de una lata. Gasolina. Iban a quemar vivo al perro. El
otro pateó a la criatura que sufría en el costado. Chillando, corrí hacia ellos
y choqué contra el hombre con la lata. Tropezó hacia atrás y cayó sobre sus
propios pies, aterrizando de espaldas, derramando el resto de la gasolina
sobre sí mismo.
—¡Qué carajo, maldita idiota!
Su amigo se rio.
—La niña quiere problemas. —Hizo un movimiento como si quisiera
patear de nuevo al perro. Me abalancé sobre él, el zumbido en mis oídos
calmándose hasta que no hubo nada. Hasta que no sentí nada, hasta que
escuché y vi nada más que la pobre criatura en el suelo y los dos monstruos
que la torturaban. Se rio nuevamente, abriendo los ojos cómicamente.
—Maldita sea, ayúdame. ¡Estoy cubierto de gasolina! —gritó el otro
hombre.
Choqué con el tipo, pero él se preparó para el impacto. Me agarró del
cabello y me apartó de él, luego me abofeteó con fuerza.
—¡Hijo de puta! —rugió Nevio en algún lugar detrás de nosotros en
el callejón. Luego, tres juegos de pasos irrumpieron hacia nosotros.
No sentí el dolor en mi cuero cabelludo ni en ningún otro lugar. Miré
al hombre y luego clavé mis dientes en su brazo tan fuerte como pude. Él
rugió y me soltó, pero no lo solté hasta que un pedazo de su carne se
arrancó, después me tiré al suelo y lo escupí. El perro levantó la cabeza un
par de centímetros y se encontró con mi mirada. Sus patas traseras se veían
rotas y su cola quemada. Metí la mano en mi bolsillo y saqué el encendedor
de Alessio. Me encontré con la mirada del hombre en el suelo intentando
quitarse la chaqueta empapada de gasolina. Con un movimiento de mi
pulgar, abrí el encendedor, dando vida a la llama. La vi arrebatando el aire
con avidez, lista para destruir y consumir.
Los ojos del hombre se clavaron en los míos, abriéndose como platos
por el pánico.
—No, por favor…
Le lancé el encendedor, y estalló en llamas con un siseo.
Vi cómo se puso de pie de un salto, gritando a todo pulmón,
golpeando las llamas desgarrando su carne. Se tambaleó hacia nosotros.
—¡Maldición! —gruñó Nevio. Recogió una barra de acero del suelo y
la balanceó como un jugador de béisbol, golpeando la cabeza del hombre en
llamas. Como si hubiera tirado de un enchufe, el cuerpo en llamas cayó al
suelo. Vi como las llamas consumieron el cuerpo.
—Tu turno —le dijo Nevio al otro chico, sacando su cuchillo.
—Hazlo rápido, pero doloroso —me escuché decir a medida que me
arrastraba hacia el perro y tocaba su cuello. Tembló—. Necesitamos ayuda
médica para el perro.
—Rápido no es lo mío —murmuró Nevio, pero sus ojos estaban sobre
mí con una preocupación intensa que nunca había visto en su rostro.
Massimo dio un paso adelante, sacó su garra de raptor y la arrastró a
lo largo del abdomen del hombre. Sus entrañas se derramaron por el suelo.
—Hecho.
—¿Dónde está la veterinaria más cercana? —preguntó Alessio.
—Llama a nuestro médico —dije. Nuestro médico de la Camorra
siempre era el más rápido para responder a las emergencias. Incluso si no
fuera un paciente humano, vendría si lo llamáramos.
Intercambiaron una mirada, pero Massimo agarró su teléfono y
acordó un punto de encuentro con el médico que estaba cerca. Era una de
las habitaciones de hospital totalmente equipadas que la Camorra tenía por
toda la ciudad.
—Tenemos que llevar al perro al auto —dijo Alessio.
—Será demasiado doloroso para él.
—Déjame tomar mi equipo del auto —dijo Massimo y se alejó
trotando. Alessio tomó su encendedor del suelo y encendió un cigarrillo
antes de caminar alrededor del cuerpo quemado, sacudiendo la cabeza.
Nevio aún solo me observaba.
Registré por primera vez el olor a carne quemada. Mi barbilla estaba
pegajosa. La limpié con el dorso de la mano e incluso a la luz tenue de la
calle me di cuenta de que salió manchada de sangre.
Dejé caer mi mano, y sentí la necesidad aterradora de deshacerme de
alguna manera de esta extremidad. Mis ojos se lanzaron al cuchillo de
Nevio que aún sostenía en su mano. Chasqueó la lengua, trayendo mi
atención de nuevo a su rostro. Guardó el cuchillo en el bolsillo y luego se
acercó a mí, se arrodilló y se arrancó un trozo de la camisa, después me
frotó primero la mano y luego la barbilla.
Señaló los cuerpos.
—Estos son míos. —No entendí—. Olvida lo que pasó. Son míos.
—No —dije, aun acariciando el cuello del perro.
—No discutas. Mi oscuridad se desbordó. No fuiste tú.
¿Fue la oscuridad de Nevio? ¿O fue la mía?
Massimo corrió hacia nosotros, sacó una jeringa de su botiquín y le
inyectó al perro. Luego preparó una infusión intravenosa que introdujo en
su pata delantera. Observé, pero no pregunté. Sabía lo que hacían por la
noche, y estas herramientas generalmente no eran para salvar una vida.
Me levanté, sintiéndome vacía. Mi mente siempre hiperactiva estaba
en silencio. Mis piernas estaban firmes. Mi cuerpo no reaccionó como
debería con repugnancia, con palpitaciones y náuseas, con sudor frío y piel
de gallina. En ese momento, no sentí nada. Estaba totalmente vacía, como si
todo lo que me hubiera ser yo hubiera sido borrado por lo que había hecho.
Massimo recogió al perro y yo llevé la infusión intravenosa. Nevio
nunca se apartó de mi lado, observándome como si temiera que me
derrumbara. No lo haría. Hoy no.
Monté en la camioneta junto al perro y toqué su cuello para
asegurarme de que aún estaba vivo mientras sostenía la infusión
intravenosa. El perro respiraba lenta pero constantemente, aliviado de su
dolor. Era negra con algunas manchas blancas al azar como una vaca.
—Te llamaré, Dotty, ¿de acuerdo? Vas a vivir conmigo y mi familia, y
nadie se atreverá a lastimarte otra vez.
Llegamos al espacio de reunión designado unos minutos más tarde.
Allí ya nos esperaba nuestro médico de la Camorra y una enfermera. Pero
también papá y Savio.
Pude ver la preocupación en el rostro de Savio. Tal vez uno de los
chicos les envió un mensaje de texto o los llamó y les contó lo que había
sucedido. La enfermera y el médico corrieron hacia adelante con una
camilla, sin cuestionar por qué tenían que tratar a un perro. Le entregué la
infusión intravenosa a la enfermera y salté de la plataforma de la camioneta.
Massimo ya se había acercado a Savio y papá, y les estaba hablando.
—Tienes sangre en la cara, déjame echarte un vistazo para
asegurarme de que no estás lastimada —dijo el médico, acercándose a mí
sin permiso.
—No —gruñí, retrocediendo—. Estoy bien, no es mi sangre. —
Tragué pesado y le sonreí débilmente, señalando a la perra—. Por favor,
cuídala.
Cuando levanté la vista de Dotty, la mirada de papá me golpeó, y bajé
los ojos a mis pies. Tragué grueso.
Me concentré en Dotty y seguí al médico y la enfermera dentro del
almacén antiguo ahora una unidad hospitalaria. Me senté en una silla de
plástico duro y observé cómo el doctor se ponía a trabajar.
Rayos X, ultrasonido, examen de las quemaduras y huesos rotos.
Voces elevadas llamaron mi atención hacia el frente del almacén
donde papá obviamente estaba discutiendo con Nevio. No fue culpa de
Nevio. Savio se dirigió hacia mí con una sonrisa tranquilizadora. Se puso en
cuclillas ante mí como si fuera una niña pequeña. En sus mentes,
probablemente nunca había perdido el estatus de una, porque pensaban que
era frágil y quebradiza. Inocente. Amable. Esperaba que papá mirara de
cerca lo que había hecho, para que dejara de ponerme en un pedestal.
—Hola, muñequita, ¿cómo estás?
Muñequita. Ese seguía siendo su apodo para mí, y a veces el resto de
mi familia también lo usaba. Porque era bonita y pequeña. Porque era dulce.
Porque parecía frágil a primera vista.
—Hoy maté a un hombre quemándolo vivo —dije porque era la única
respuesta que podía darle a Savio en ese momento. No sentía mucho de
nada ahora mismo.
Savio asintió, aun sonriendo. Tomó mi mano descansando sobre mi
pierna.
—Sí, eso escuchamos. —Inclinó la cabeza. Sus ojos marrones
permanecieron amables. No parecía disgustado, solo preocupado.
—Papá no debería culpar a Nevio. No es su culpa.
Se rio entre dientes, mirando hacia el frente donde Nevio y papá aún
estaban discutiendo.
—Tu hermano no ha sido el mejor ejemplo. Su historial es realmente
jodido.
—Eso podría ser cierto, pero no tiene nada que ver con lo que sucedió
hoy.
—Puedes decirle eso a tu papá.
Papá se dirigió hacia mí, su expresión preocupada, pero también
persistente con ira. Sabía que esto último no estaba dirigido a mí. Savio se
levantó y nos dio espacio a mi padre y a mí. Papá me puso de pie y me
abrazó con fuerza. Luego me empujó un poco hacia atrás y buscó mi rostro.
Le permití que me mirara, que pudiera buscar lo que sea que esperaba
encontrar.
—No pelees con Nevio por mí. No fue su culpa.
Su expresión se tensó.
—Eso es difícil de creer dadas sus actividades habituales.
—Yo lo hice. No él.
—Definitivamente no fue solo Nevio. Ciertamente también se me
puede culpar.
—Si es genético, entonces no podrías haber hecho nada diferente.
Negó con la cabeza con una risa aguda.
—Has estado pasando demasiado tiempo con Nino.
Miré más allá de papá, hacia el médico acercándose a nosotros.
—Tengo que amputar la mitad de la cola, así que tal vez deberías salir
mientras lo hago. —Se refería a mí. Papá difícilmente se molestaría por la
vista.
—Quiero quedarme —dije.
El médico miró a papá en busca de confirmación, y él asintió.
—¿Por qué lo mataste?
Apreté los labios, intentando determinar la razón de mis acciones. En
ese momento cuando le arrojé el encendedor al hombre, en realidad no
había pensado mucho. Había actuado por rabia y desesperación.
—No sé si quería matarlo. Quería infligirle el mismo dolor que él le
había infligido a la perra.
Asintió.
—Pero al prender fuego a alguien, asumiste matarlo.
—Sí. —Sabía que moriría. Era la consecuencia de mis acciones, pero
no su propósito—. No estoy triste porque esté muerto.
Permaneció en silencio.
—¿Pero te arrepientes de haber usado la violencia?
Asentí.
—Aún no me gusta la violencia. Aún no quiero lastimar a otros…
yo…
—Mia cara, eso es lo que hace la diferencia. Actuaste por bondad
incluso si tus acciones fueron todo lo contrario.
—Quemé a alguien porque quería que experimentara el dolor que le
había causado a otra criatura.
—La próxima vez que quieras castigar a alguien que lastimó a un
animal o a una persona, dímelo a mí, a tu hermano o a uno de tus tíos y nos
encargaremos de ellos. —Besó mi frente. Asentí, porque sabía que era lo
que papá quería. Pensaba que necesitaba protegerme y evitar que hiciera
algo que no quería hacer. Pero en ese momento, quise lastimar al hombre de
la peor manera posible. ¿Ahora? Esperaba no volver a sentir la necesidad,
pero sabía que tampoco le pediría a papá ni a mis tíos que intervinieran. No
quería que tuvieran más sangre en sus manos por mi culpa.
Mis ojos se posaron en mi mano. Aún estaba ligeramente rosada. La
camisa de Nevio no había borrado todos los rastros de sangre.
—¿Mi cara? —pregunté.
Papá se volvió hacia Savio.
—Dame una toalla mojada.
Savio se acercó a un fregadero y volvió con una toalla empapada.
Papá me limpió la cara delicadamente, y luego su mano se congeló. Tocó
mi mejilla.
—¿Qué paso ahí?
—El hombre que maté me golpeó.
—Le mostraste misericordia con lo que hiciste. Habría hecho que su
final fuera mucho más insoportable de lo que experimentó.
Sabía que era verdad. También sabía que no disminuía mi culpa.
—¿Mamá lo sabe? —pregunté. Mamá siempre se preocupaba por
Nevio. Si se enteraba de que quemé a alguien, se le rompería el corazón. No
quería que sufriera por mi culpa.
—Aún no —dijo papá—. Y no estoy seguro de que se lo contaré.
Abracé mi cintura.
—No deberías mentirle a mamá. Se pondrá furiosa si alguna vez se
entera.
—Prefiero su furia a su preocupación.
—Se preocupará si se entera. Pero si se entera después, también se
preocupará.
—¿Quieres que le diga?
Tragué con fuerza.
—No quiero, pero sé que deberías decírselo.
—No lo haré. —Asintió hacia Dotty—. ¿Probablemente quieras
adoptar también a ese perro?
—Sí. Tengo que conservarla como un recordatorio de lo que los
humanos son capaces de hacer, incluida yo misma.
Tocó mi mejilla.
—No volverá a suceder. Sé que llevas un tiempo sufriendo en silencio
y sin hablar con nadie. Hoy fue el resultado de eso.
Esperaba que papá y los demás no se hubieran dado cuenta de que
algo andaba mal conmigo, pero aparentemente mi angustia había sido
demasiado evidente para mantenerla oculta. Mis sentimientos por Amo no
habían desaparecido en semanas o meses, mi angustia seguía siendo tan
poderosa como lo había sido al principio. No tenía sentido.

***

—Tiene que permanecer bajo observación un día más antes de que


pueda irse a casa contigo —me dijo el médico, una vez que vendó la cola y
las dos patas traseras de la perra.
—¿Volverá a caminar?
—Sí, pero es probable que tenga una cojera pronunciada.
Los perros eran resistentes. Haría cualquier cosa en mi poder para
ayudarla a sanar, no solo físicamente.
—Me quedaré con ella.
—Llévalos a casa —le dijo papá a Savio, señalando a Nevio,
Massimo y Alessio. Nevio avanzó hacia nosotros, sacudiendo la cabeza.
—Me quedaré. —Se detuvo justo en frente de papá, con desafío en
sus ojos. Papá sonrió peligrosamente.
—Lo necesito —susurré.
Papá suspiró. Nevio se sentó a mi lado y me rodeó con el brazo.
Apoyé la cabeza en su hombro, pero no encontré el consuelo que
necesitaba.
19
Greta
A la mañana siguiente de regreso en mi habitación, me acurruqué en
mi cama, sintiéndome vacía de una manera que nunca había experimentado.
El techo parecía demasiado bajo y se acercaba cada vez que respiraba. Mi
cama era demasiado blanda, mi cuerpo hundiéndose más y más en el
colchón, las mantas envolviéndome.
Momo ladró. Ella y Bear estaban acurrucados en la cama justo a mi
lado. Bear jadeó, mi energía nerviosa obviamente afectándole. Tragué
pesado.
—Está bien —los consolé, pero Momo se quejó.
No podía hacerles creer algo que no era cierto. Podían decir que no
estaba bien. Con el tiempo, apenas podía respirar. No estaba segura de por
qué estaba pasando esto. No lamentaba la muerte del hombre. Pero de
alguna manera sabiendo que era capaz de una violencia como esta… no
podía entender cómo era posible.
Despreciaba la violencia más que cualquier otra cosa. Siempre me
había negado a tomar lecciones de lucha por esas mismas razones, y
anoche, con un movimiento de mi mano, prendí fuego a un ser humano sin
pensarlo dos veces. Tal vez había perdido más que mi corazón cuando
renuncié a Amo, tal vez una parte de mí había despertado por la angustia de
su pérdida que debería permanecer oculta. Apreté mis ojos tan fuerte como
pude pero mi desesperación y un anhelo tan insoportable que me robaba el
aliento se apoderó de mí. Sabía lo que necesitaba, a quién necesitaba.
¿Qué era un pecado más hoy?
Por primera vez en mi vida, quería ser consolada por alguien fuera de
mi familia. Tomé mi teléfono sin detenerme a pensar y llamé a la única
persona de la que había jurado mantenerme alejada.
Amo.

Amo
El sonido de Cressida escribiendo un mensaje en su teléfono llenaba
el silencio y me volvía loco. Insistió en que cenáramos juntos aunque no
tuviéramos nada de qué hablar. Para enfadarme, se pasó toda la cena
charlando con sus amigas, asegurándose de mantener el tono encendido
para que la oyera teclear. No me importaba que no me hablara, pero el ruido
de fondo después de un maldito día estresante me hacía querer arrojar el
teléfono por la ventana, seguido de Cressida.
—¿Qué carajo estamos haciendo aquí? ¿Por qué insistes en esto? —
pregunté cuando mi paciencia se agotó.
Levantó la vista brevemente de su teléfono, como si hubiera olvidado
que estaba aquí.
—Amo, estamos casados. Los casados cenan juntos. Hacen cosas
juntos. Y los esposos se follan a sus mujeres.
Mi boca se curvó y tuve que contener una respuesta muy
desagradable que no era adecuada para alguien que era mi esposa al menos
en teoría. Mi padre trataba a mamá como una reina, y tenía problemas para
reunir cada gramo de decencia que poseía con mi esposa.
—Si no recuerdo mal te he follado.
—¡Tal vez una docena de veces en un año! —siseó—. ¡Y estabas
jodidamente enojado cada vez!
—Si esperas hacer el amor, entonces elegiste al esposo equivocado.
La mano de Cressida alrededor de la copa de vino se tensó. Podía
decir que quería arrojármela, pero como había visto el puto abismo en mis
ojos después de que me acerqué a ella en nuestra noche de bodas, sabía que
no debía provocarme a pesar de que nunca la había lastimado. Disfrutaba
follando con rabia, así que eso no contaba.
—Solo me follas cuando necesitas una salida después de una noche
desastrosa de tortura y asesinato.
No lo negué. Era el único momento en que podía soportar estar con
ella, en las noches en que estaba completamente entumecido por la
abundancia de violencia.
—Puedes dejar que te folle enojado o no follamos. Tú decides.
—Entonces, buscaré un amante.
Esperé a que estallaran los celos, a que se me acelerara el pulso, a
algo, pero no sentí absolutamente nada ante la idea de que Cressida
estuviera con otro tipo.
—Asegúrate de encontrar a alguien discreto.
Sus labios se entreabrieron, su rostro se retorció de furia.
—¿Dejarías que otro hombre me follara?
—¿Por qué no? No lo haré.
Arrojó la copa al suelo, se puso de pie y se tambaleó hacia mí con sus
tacones altos. Levanté una ceja, y ella me abofeteó. El pico de adrenalina
que había estado vacante antes vino de repente y agarré su muñeca,
gruñéndole en la cara mientras me ponía de pie:
—Nunca, jamás levantes tu mano otra vez contra mí, ¿entendido? Si
no fueras mujer, no vivirías para ver el mañana.
La solté y se dio la vuelta, alejándose. Solté un suspiro lento. Casi
todos nuestros encuentros terminaban en una discusión. Tal vez sería lo
mejor si encontrara algún imbécil que se la follara para darle un poco de
felicidad. Sabía que al día siguiente se iría de compras con sus amigas para
superar su molestia conmigo. Mi teléfono sonó con un número que no podía
olvidar. El único número excepto el mío que podía recordar. Un número que
no debería considerar contestar.
Miré el teléfono durante varios segundos antes de responder.
—¿Sí? —dije. Mi voz sonó distante, profesional, definitivamente no
un reflejo de lo que estaba sintiendo. ¿Porque dentro de mí?
Un infierno de emociones estaba rugiendo.
Enfado. Nostalgia. Frustración. Tristeza. Demasiadas jodidas
emociones.
—¿Amo? —La voz de Greta sonó suave, pequeña.
Maldita sea, esa voz despertaba algo en mí que no podía controlar. Mi
corazón muerto parecía despertarse, mi frustración y amargura
desvaneciéndose con esa palabra suave.
Pero me armé de valor. Esta era Greta Falcone.
—¿Por qué estás llamando?
Se quedó en silencio.
—No debí haber llamado. Lo siento. En este momento no soy yo
misma. Yo…
—¿Qué ocurre?
Tragó audiblemente.
—No debí haber…
—Dime por qué llamaste —ordené con firmeza.
El silencio reinó en el otro extremo.
—Pensé que escuchar tu voz ayudaría a calmar el caos en mi cabeza.
Lo hizo en el pasado. —Parecía rota, aterrorizada. No era de mi puta
incumbencia. En el último año, su familia atrapó a varios de nuestros
soldados y los masacró, solo para enviarnos los pedazos—. Ya no sé qué
hacer.
—La última vez que nos vimos, te dije que no volvería a salvarte.
—No estoy segura de que necesite que me salven. No estoy segura de
que pueda ser salvada.
Mi pecho se contrajo.
—¿Puedes salir de tu casa sin que nadie se dé cuenta?
No podía creer lo que había dicho.
—Sí —respondió Greta en voz baja.
—Mañana estoy libre. Tomaré el primer vuelo que haya. Te llamaré
cuando haya aterrizado y luego elegiré un lugar para que nos encontremos.
—De acuerdo.
Observé el lugar donde Cressida se había sentado no hace mucho y
luego toqué la cicatriz en mi costado que me había dejado Nevio. Un año de
guerra y me dirigía a Las Vegas para encontrarme con el enemigo.

***

No le había dicho a nadie adónde iba. ¿Cómo podía explicar esta


locura a mi familia o a Maximus? Probablemente me encerrarían en un
sótano hasta que pudiera pensar nuevamente con claridad. Mierda, es lo que
habría hecho con cualquiera que me importara si me hubiera sugerido este
viaje. Tenía el fin de semana libre a menos que sucediera algo importante,
pero los últimos meses habían sido tranquilos, una guerra fría más que
cualquier otra cosa.
Aun así, esto podría ser una trampa y el próximo paso en nuestra
guerra, pero no podía creer que Greta estuviera involucrada en esto, ni que
Remo la usara así.
Encontrarme con alguien en territorio enemigo en un complejo
hotelero abandonado en la periferia de la franja era algo que tenía todos mis
instintos gritando, incluso si hubiera elegido el lugar decrépito. Pero el
deseo de volver a ver a Greta era más fuerte que mi sentido de
autoconservación.
Y si esto no era una trampa, y Greta en realidad confiaba en mí lo
suficiente como para encontrarme en mis términos sin protección de esta
forma, entonces estaba aún más perdida que yo.
Entré por la entrada del personal en la parte trasera y la puerta de
acero oxidado crujió cuando la abrí de un empujón, con mi hombro porque
tenía pistolas en ambas manos y una linterna entre mis dientes. No había
querido arriesgarme a usar el jet de la Famiglia, ni alquilar otro jet privado,
así que compré armas en la red oscura y las recogí en el camino desde el
aeropuerto en un escondite en un contenedor de basura. Incliné mi cabeza
hacia adelante y miré lo que debió haber sido una vez parte de las
instalaciones de lavandería del lugar. Estaba tranquilo por dentro excepto
por mi respiración tranquila. Entré y crucé la lavandería lentamente, luego
un pasillo y la cocina antes de subir una escalera. Abrí nuevamente con
cautela la puerta del vestíbulo con el codo, que también había sido el casino
del hotel.
La mayoría de las máquinas tragamonedas habían sido removidas y
faltaba la alfombra en muchos lugares. Estaba oscuro adentro, aparte del
brillo de mi linterna y otra linterna que estaba en el suelo en medio del
vestíbulo.
Me quedé helado. Greta, con un traje de ballet, bailaba a la luz de su
linterna, con una música que solo ella podía escuchar. Tragué pesado, a
pesar de la linterna en mi boca y me acerqué a ella lentamente. Pero era un
tipo de baile diferente a los que había visto antes. Era desesperado y triste.
Mi zapato se enganchó en algo, pateándolo hacia adelante con un
estrépito. Los ojos de Greta se abrieron y dejó de moverse, sus brazos se
hundieron lentamente a los costados a medida que me miraba a los ojos.
Puse un arma en la funda en mi pecho y bajé mi otra arma unos centímetros
cuando me detuve frente a Greta. Me saqué la linterna de la boca y la puse
en el suelo con el haz hacia arriba para que pudiéramos vernos.
Greta aún no se había movido. Parecía perdida y pequeña. Algo
atormentado yacía en sus ojos. Me di cuenta de que todo lo que me había
jurado, todo lo que había hecho el último año no importaba cuando la miré
a los ojos.
—No estaba segura de que vendrías —murmuró. Su voz sonó cruda.
Sonreí amargamente.
—No debí haber venido. Esto podría ser una trampa.
—Estamos solos.
Negué con la cabeza y me acerqué aún más hasta que me elevé sobre
ella.
—Sabes que muchos podrían pensar que es una mala idea estar solo
con tu enemigo.
—¿Eres mi enemigo?
—Eres una Falcone y yo soy un Vitiello. Nuestras familias están en
guerra.
Parpadeó hacia mí.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
Me encogí de hombros, mi voz baja cuando hablé:
—Podría estar aquí para secuestrarte, lastimarte de diferentes
maneras, matarte.
—¿Y? ¿Estás aquí para hacerme daño?
Mi corazón se apretó. Tomé su cabeza con una mano, acercando
nuestros rostros.
—Que estemos aquí es una mala idea. Que confíes tanto en mí aún
peor.
Se estremeció, aunque encontré que hacia un calor casi insoportable
aquí.
—Te necesitaba. —Sus pestañas revolotearon, y cerró los ojos contra
un horror que solo ella podía ver—. Sé que estuvo mal llamarte. No sé por
qué lo hice, pero no podía pensar en qué más hacer. Solo sabía que
necesitaba verte. Nunca me había sentido tan perdida, tan poco como yo.
—¿Qué sucedió? —pregunté en voz baja.
Greta envolvió sus brazos alrededor de su cintura, bajando la vista y
sentándose lentamente, alejándose de mi toque. Me miró expectante y me
hundí a su lado y dejé mi arma en el suelo junto a mi pierna. Observó el haz
de luz y se hundió en sí misma muy despacio, sus mejillas vaciándose
mientras se mordía el labio inferior, entonces volvió sus ojos hacia mí, y
como lo había hecho hace un año, caí con fuerza. Me absorbió con una
mirada, y no pude detenerlo.
—Una vez que te lo diga no me verás de la misma manera.
Dudaba que algo pudiera cambiar la forma en que veía a Greta. Había
intentado odiarla. Odiaba a su hermano sin esfuerzo alguno, y con tal fuerza
y pasión inmediata que también esperaba poder encontrar un atisbo de odio
hacia ella. Cuando eso no había funcionado, había intentado olvidarla.
Y hoy estaba aquí.
—Es tan malo. Muy, muy malo.
La angustia en su voz me hizo acercarme a ella y pasar mi pulgar por
su mejilla. Mi anillo de matrimonio captó la luz y bajé la mano. ¿Qué
estábamos haciendo aquí?
—Hace dos días, maté a un hombre.
Eso no era lo que esperaba. Era una Falcone, de modo que estas
palabras no habrían tenido un gran impacto hace un año, antes de conocer a
Greta, hablar con ella, ver la abundancia de amabilidad en sus ojos, e
incluso ahora exudaba amabilidad. No podía imaginar a Greta poniéndose
violenta sin una muy buena razón. Ciertamente no lo hizo por diversión
como su hermano, e incluso yo lo hice en alguna ocasión.
Inclinó la cabeza hacia atrás hasta que miró hacia el techo que el haz
de la linterna ya no podía alcanzar, y me deslicé para quedar justo a su lado
sin pensarlo.
—Se quemó vivo, luego Nevio lo mató.
—Entonces no lo mataste.
—Nevio terminó lo que yo había comenzado. El hombre habría
muerto de cualquier manera. Estaba en llamas. —Sus ojos estaban
totalmente abiertos y alarmados cuando se volvió hacia mí, su pecho
subiendo y bajando pesado, atrayendo mi atención hacia el escote bajo de
su leotardo. Obligué a mis pensamientos a alejarse de este camino y me
concentré en la angustia evidente de Greta.
—Cuéntame lo que pasó, en detalle, ¿de acuerdo?
Tragó pesado y luego asintió lentamente antes de comenzar a hablar
en voz baja. Cuando terminó, me miró con ansiedad, esperando mi juicio.
Estaba bastante seguro de que no era la persona adecuada para discutir con
ella la justificación de matar a alguien, pero tampoco lo eran las personas de
su familia. Y me gustó que me buscara para hablar. No tenía ninguna razón
para confiarme esto, o en absoluto, nuestras familias estaban atrapadas en
una guerra y ella y yo no habíamos tenido ningún contacto en un año y, sin
embargo, me había llamado en su peor momento.
—Greta, actuaste con bondad. Probablemente también estabas en
estado de shock. A pesar de tu crianza, no estás endurecida ante la crueldad
y la violencia, así que verlo te ha inquietado lo suficiente como para atacar
sin pensar. Y en lo que a mí respecta, el tipo merecía la muerte.
—Pero, ¿quién soy yo para decidir quién merece morir o no?
Me reí oscuramente.
—Mi padre y yo somos jueces de la vida y la muerte todo el tiempo,
al igual que tu padre y tu hermano. Y matamos personas sin ningún motivo
amable. —Apoyó la mejilla en la rodilla, haciéndose aún más pequeña
mientras me miraba con sus ojos oscuros. Todo en lo que podía pensar era
en inclinarme hacia adelante y besarla.
—Gracias por venir, por escuchar —dijo simplemente—. Por
salvarme de nuevo, aunque dijiste que no lo harías.
Asentí.
—De nada —dije en un tono extrañamente brusco—. Pero hoy no te
salvé. No estabas en peligro.
Sonrió extrañamente.
—Tal vez ahora lo estoy.
Tomé su rostro una vez más.
—Tal vez.
—¿Por qué me haces sentir como yo misma y al mismo tiempo como
alguien nuevo? —Si tan solo supiera. ¿Por qué me hacía sentir tan
desquiciado y como si finalmente hubiera llegado a casa al mismo tiempo?
—¿Cuánto tiempo tienes antes de que tu familia envíe la caballería?
—Escapé a través de la mansión de Fabiano. —Cerró los labios
rápidamente—. No sospecharán nada hasta mañana, pero tendré que estar
de regreso antes del amanecer o correr el riesgo de encontrarme con
alguien.
Asentí. Era pasada la medianoche en Las Vegas, las tres de la mañana
en Nueva York, el final de un día largo y una semana aún más larga. Mi
corazón y mi cerebro eran un desastre. La cercanía de Greta no ayudaba en
nada.
—Necesitas dormir. ¿Cuándo tienes que volver a Nueva York?
—Aún no he reservado el vuelo, pero necesito estar de vuelta el
domingo por la noche.
Greta me contempló.
—¿Te arrepientes de estar aquí?
No estaba seguro. Mierda.
—Necesito dormir un poco y tú deberías volver a casa.
Con los hombres que me querían muerto y a quienes mataría si
tuviera la oportunidad.
Me puse de pie incluso cuando mi cuerpo anhelaba estar cerca de
Greta, incluso cuando mi corazón la llamaba. Una debilidad que no debería
permitir.
No podía pensar con claridad con ella frente a mí, un hecho que había
probado varias veces. Extendí mi mano y Greta puso la suya en la mía para
que pudiera levantarla. El deseo de atraerla contra mí y abrazarla fue casi
abrumador, pero tomé la linterna y mi arma, obligando a mi rostro a
permanecer sin emociones. Podría tomar el próximo vuelo por la mañana y
estar de vuelta en Nueva York por la tarde.
—Voy a pasar la noche en un motel. ¿Hay algún lugar donde podamos
encontrarnos mañana sin que nos atrapen? —pregunté en su lugar.
Una sonrisa vacilante tiró de sus labios.
—Tengo un santuario de animales al norte de Las Vegas. Puedo darte
las coordenadas…
—¿Y estarás sola allí?
No podía creer que Greta estuviera alguna vez sola en alguna parte.
Mi padre nunca permitiría que mamá o Marcella fueran a ningún lado sin
uno de nosotros o un guardaespaldas.
—Es un área de alta seguridad, pero puedo dejarte entrar.
—Mañana estaré ahí. Envíame todo lo que necesito. —Di un paso
atrás. Luego miré a mi alrededor—. ¿Cómo llegarás a casa?
—De la misma manera que vine aquí. En bicicleta.
Negué con la cabeza.
—No puedo dejar que montes sola por la noche.
Greta también dio un paso atrás.
—Puedo cuidarme sola. Puedo mezclarme. Y esta es mi ciudad. Sé
qué esquinas evitar.
No podía imaginar que Greta pudiera pasar desapercibida. Se
destacaba como un faro.
—Amo, no puedes llevarme a casa. Estaré bien. —Tomó una
sudadera con capucha negra, y se la puso.
Era demasiado grande para ella y le llegaba a las rodillas. Debe haber
sido de Nevio. Se pasó la sudadera con capucha por la cabeza. Era una
visión absurda, la gran sudadera con capucha negra y las piernas gráciles de
Greta en sus mallas de ballet y sus zapatillas de ballet asomándose.
—Y si alguien me detiene, les diré mi nombre.
Falcone.
Falcone.
Una maldita Falcone.
Asintió hacia mí, luciendo insegura.
—¿Hasta mañana?
—Necesito las coordenadas.
Greta corrió hacia mí, aunque con tanta gracia que pareció bailar.
Sacó un rotulador de su bolsillo.
—¿Tienes papel?
Giré mi brazo y extendí mi muñeca. Escribió una fila de números, con
la lengua entre los labios.
—Estaré allí alrededor de las tres de la tarde. Puedes venir en
cualquier momento después para que pueda dejarte entrar.
Me miró, su cabello cubierto con la sudadera con capucha. No pensé.
Me incliné y presioné un beso suave en su boca. Exhaló cuando me aparté,
y solo así me dio más vida.
Salimos del hotel uno al lado del otro, sin hablar, sin tocarnos. Greta
recogió su bicicleta que estaba apoyada contra la pared del hotel y yo subí a
mi auto de alquiler. Luego la vi alejarse en su bicicleta. Encendí el motor y
la seguí por un rato hasta que nos acercamos demasiado a la mansión
Falcone.
Di media vuelta y me dirigí al motel que había reservado con un
nombre falso.
Mañana volvería a ver a Greta.
Mañana.
20
Amo
Me levanté alrededor del mediodía. No me había quedado dormido
hasta las siete de la mañana. Maximus me había enviado un mensaje para
preguntarme si quería salir a tomar algo. No habíamos pasado una noche
juntos desde la guerra y su unión con mi prima Sara. Le dije que necesitaba
estar solo por un rato. Me envió un pulgar hacia arriba.
Amo: ¿Todo bien?
Las cosas habían sido difíciles para él. Tal vez quería distraerse.
Me dio otro pulgar hacia arriba.
Me abriría un agujero nuevo si descubría por qué le mentí.
Desayuné en la máquina expendedora, con una gorra en la cabeza
para ocultar mi identidad. Mi estatura y tamaño aún se destacaban, pero
afortunadamente este motel tenía críticas horribles, por una muy buena
razón, y tenía muchos vacantes.
Alrededor de las dos de la tarde no pude esperar más y partí. Con el
tráfico actual, el viaje a las coordenadas tomaría unos cuarenta y cinco
minutos, pero tenía toda la intención de comprobar el área antes de entrar
en las instalaciones.
Confiaba en Greta, pero aun así mis instintos me decían que fuera
cauteloso en territorio de la Camorra. Llevaba un rato conduciendo,
alejándome de la ciudad, cuando una valla alta, un poco como las que se
pueden encontrar alrededor de una base militar o un campo de detención, se
alzó a mi derecha. Pasé por el camino de guijarros conduciendo
directamente hacia ella y traté de verla bien desde algunos otros ángulos. El
área era enorme con varios edificios por lo que podía ver. Estacioné a una
buena distancia para evitar que me captaran las cámaras de vigilancia y
fingí que estaba meando. Me hubiera gustado caminar más cerca, pero eso
hubiera parecido sospechoso.
Negué con la cabeza. Esta era una idea horrible en una fila de muchas
ideas malas.
Lo sabía, pero al mismo tiempo la atracción por Greta era tan fuerte
que arrojé la precaución al viento. Regresé a mi automóvil e hice un medio
giro hacia el camino de guijarros conduciendo a una puerta. Bajé la
ventanilla, asegurándome de mantener la cabeza dentro del auto, aunque mi
gorra probablemente me habría ocultado la cara, y pulsé el botón del
altavoz.
Sonó una estática, entonces:
—¿Sí?
Escuchar la voz de Greta, incluso distorsionada por los altavoces, hizo
que mi corazón se acelerara.
—Soy yo. —Sonó un timbre y las puertas se abrieron, pero eso aún
no me llevó al interior de las instalaciones. Había una segunda puerta, de
modo que mi auto ahora estaba atrapado entre la puerta que se cerraba
detrás de mí y la que se levantaba frente a mí. Tomé mi semiautomática del
asiento del pasajero.
Miré a mi alrededor en busca de señales de una emboscada, pero
luego la segunda puerta también se abrió. Puse el auto en marcha y seguí el
camino de guijarros pasando potreros y establos con caballos, burros, vacas
e incluso cerdos, ovejas y cabras ocasionales. Los pastizales se extendían a
ambos lados del camino. Este tipo de rancho no era lo que esperabas tan
cerca de la ciudad del pecado, pero Remo era un hombre ingenioso.
Finalmente, apareció una granja blanca y, detrás, cabañas más pequeñas. Un
porche bordeaba todo el frente, complementado con un columpio.
Detuve el auto, pero no salí de inmediato. Las cortinas se movieron y
un rostro se asomó brevemente y luego desapareció. Salí del auto con
cautela, con el arma en la mano, comprobando mi entorno. Estaba tranquilo,
excepto por el canto ocasional de los pájaros y las cigarras. Mis ojos
tardaron un momento en acostumbrarse a la luz del sol brillante.
La puerta principal se abrió y Greta apareció en el umbral, vestida con
un top corto de tirantes finos, una falda blanca vaporosa y botas de vaquero.
Su cabello estaba suelto, enmarcando su rostro hermoso. Tragué con fuerza
y me acerqué al porche lentamente, mis dedos todavía sujetando el arma.
Cuando comencé a subir las escaleras, sonó un gruñido bajo y una gran
presencia apareció detrás de Greta, pero ella no dejó pasar al perro.
—Detente, Bear.
Mantuve mi dedo en el gatillo a medida que subía al porche. Estaba
decorado con flores de colores en pequeños recipientes de acero y el
columpio amplio tenía cojines blancos con almohadas color menta que
decían hogar. Parecía placentero y con la presencia acogedora de Greta y su
sonrisa dulce, me sentí de inmediato como en casa.
Ahogué una risa sardónica. Entonces mis ojos se encontraron con los
de Greta, quien me observaba con la cabeza inclinada, su hombro apoyado
contra el marco de la puerta.
—Estoy feliz de que estés aquí. —Me di cuenta de que esto
significaba mucho para ella, tal vez más que ayer. Este lugar era importante
para ella y me quería aquí—. Entra —dijo suavemente y entró en la casa,
seguida por Bear. La seguí a una sala de estar de techo alto con vigas de
madera y una isla enorme de piedra. Había una olla sobre la estufa, y un
olor especiado me llegó—. Hice chile para nosotros. No estaba segura si
tuviste la oportunidad de comprar comida en algún lugar. —La observé
mientras abría la tapa y me sonreía esperanzada. Puso la tapa muy despacio
sobre una tabla de cortar de madera, su expresión volviéndose más
contenida—. No sé cómo actuar a tu alrededor.
—Se tú misma. No tienes que actuar. —Me acerqué a ella. Bear se
sentó a su otro lado, sin quitarme los ojos de encima en ningún momento.
Lo miré a los ojos, porque estaba harto de que él apostara su reclamo. Si
quería estar cerca de Greta, era jodidamente seguro que no dejaría que un
perro me detuviera. Empezó a mostrarme sus dientes, pero no desvié mis
ojos y di otro paso más cerca.
Se puso de pie, pero no atacó. Solo se dio la vuelta con un gruñido
bajo, y caminó hacia su cama donde se acurrucó junto a Momo.
—No necesitas eso.
Greta señaló mi arma. La puse de nuevo en mi pistolera con un
asentimiento. Ella apoyó su cadera contra la isla de la cocina,
contemplándome.
—De hecho, tengo hambre —dije, señalando con la cabeza hacia el
chile rojo humeante.
Greta sacó tazones y sirvió porciones generosas antes de llevarlos a
una mesa de madera rústica a la vuelta de la esquina. Las ventanas del piso
al techo nos otorgaban una vista de los potreros. Greta señaló el banco de
madera y me hundí. Se sentó frente a mí y me entregó una cuchara.
—Espero que te guste. Lo hice con gránulos de soya para imitar la
carne.
Tomé una cucharada.
—Está bueno.
Su rostro se iluminó, y ella misma comió un bocado.
—¿Qué es este lugar? —pregunté en voz baja mientras la veía
disfrutar su comida con una expresión complacida.
—Es un refugio seguro para animales maltratados. Aún está en sus
comienzos. Quiero agregar más establos y una casa donde los perros
puedan vivir en manada, y necesito una casa para gatos. —Sonrió
avergonzada.
—Mi mejor amigo solía vivir en un lugar como este con su familia.
—Mi primo. —Asentí—. ¿Ya no?
—Ahora tiene su propio lugar. —No mencioné a Sara, solo habría
llamado la atención sobre mi propia esposa, y de todos modos no tenía
intención de hablar sobre Sara y Maximus. En cambio, hablamos sobre la
granja mientras nos sentábamos uno frente al otro, disfrutando de la cocina
de Greta—. Mi hermana y su esposo también tienen dos perros —dije,
señalando con la cabeza hacia Bear.
—¿En serio?
—De un refugio.
—Eso es maravilloso.
Mis ojos se dirigieron a otra cama para perros que no había visto
antes, donde un perro blanco y negro dormía profundamente. Sus patas
traseras y la cola estaban vendadas.
—¿Es el perro que salvaste?
Ella asintió, la compasión llenando su rostro.
—Dotty. Está durmiendo mucho por la medicación, pero creo que se
está recuperando.
No seguí su mirada hacia la criatura rota porque no podía apartar los
ojos de su rostro.
Sentarme así con una mujer y hablar se sentía extraño, pero al mismo
tiempo de una manera profunda que no podía entender y sabía que nunca
sería así con ninguna otra mujer, especialmente con Cressida. Tendría
motivos ocultos o intentaría escapar de la situación lo más rápido posible.
Con Greta estaba contento simplemente con estar cerca de ella y escucharla
tomar las cosas, lo cual era tan único, positivo e inherentemente amable que
se sentía aún más extraño que nuestra situación en sí misma. Eso no
significaba que no me hubiera gustado besarla, tocarla. Maldición, hacerle
tantas cosas, pero ahora mismo, estaba contento. No podía recordar la
última vez que había estado contento, sin mi mente corriendo a cien
kilómetros por hora pensando en todos los problemas que me esperaban.
Este momento aquí era lo que compartían mis padres. Era lo que
nunca había esperado tener, y ahora, con Greta, lo experimentaba por un
momento fugaz. Pero esto no podía durar. La ira hacia mí se elevó como
una inundación repentina. Dejé la cuchara.
—No estoy aquí para charlar y comer.
Greta saltó ante el cambio repentino de mi tono. Dejó su propia
cuchara.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
Mierda. Si supiera por qué.
—Greta, nuestras familias están en guerra.
—No tiene por qué ser así.
Sonreí amargamente.
—Tu hermano y primos secuestraron a mi tía y prima. Isa aún tiene
pesadillas.
Greta bajó la mirada, sus labios apretándose.
—Sé que estuvo mal. Pero tú nos atacaste primero. Kiara tuvo una
conmoción cerebral.
—Fue un error —admití. No estaba seguro de por qué lo dije. Solo
papá sabía lo que pensaba de nuestra emboscada fallida.
Greta levantó la vista sorprendida.
—Gracias por decir esto. No pensé que lo harías. Sé que a los
hombres como tú les cuesta admitir sus errores.
—De nada —le dije en un tono extrañamente brusco.
Extendí mi mano sobre la mesa, mi palma hacia arriba y Greta puso
su mano en la mía sin dudarlo. Cerré los dedos. ¿Cómo podía sentirse tan
jodidamente perfecto cuando era una traición de tantas maneras?
Tragó con dificultad.
—¿Quieres que te muestre los alrededores?
Quería muchas cosas, pero no eso.
Los ojos de Greta se precipitaron hacia mis labios como si pudiera
leer mis pensamientos en mi rostro. Miró hacia otro lado, sus cejas
frunciéndose.
—¿Estás aquí sola a menudo?
—En realidad, esta es la primera vez. Fue una lucha dura llegar tan
lejos. Pero soy buena disparando. Le gané a Alessio y Massimo en tiro al
plato.
Mis cejas se elevaron.
—¿En serio?
Me dio una mirada indignada.
—En serio. Es un deporte, por eso acepté tomar lecciones, y una vez
que papá vio lo buena que era, me permitió más libertad. Podría
defenderme si surgiera la necesidad.
—Pero no estarías disparando a platos.
—Ese fue el argumento de Nino y papá hasta hace dos días. Después
se dieron cuenta de que era capaz de ejercer violencia —dijo en un tono
ahogado.
—No es lo mismo.
Se encogió de hombros.
—Nadie va a atacar porque solo unas pocas personas conocen este
lugar.
—Y uno de ellos es parte de una familia enemiga.
—Pero no vas a usarlo para lastimarme.
—No.
Nos miramos y el tirón fue tan fuerte que quise tirar de ella sobre la
mesa para reclamar un beso.
—Vamos afuera y sentémonos un rato en el columpio —dijo,
levantándose sin esperar mi respuesta.
Me levanté y me acerqué a ella. Mientras nos dirigíamos afuera, puse
mi mano en la parte baja de su espalda sin pensarlo. Nunca había hecho
algo así y siempre me había preguntado por qué papá lo hacía con mamá.
Ella me obsequió con una sonrisa que iluminó todo su rostro e incluso llenó
sus ojos con una chispa hermosa.
Se dejó caer en el columpio y levantó las piernas hasta el pecho. Me
hundí junto a Greta, haciendo que el columpio finalmente se moviera. Miró
hacia los caballos pastando. Hice lo mismo y el último fragmento de tensión
se esfumó.
En algún momento, nuestras manos se acercaron y los dedos de Greta
rozaron los míos hasta que los entrelazamos una vez más. Incliné mi cuerpo
hacia ella y de repente nuestros rostros estuvieron muy cerca. Tomé su
mejilla, ignorando el brillo molesto de mi anillo y luego la besé. Un
delicado beso relajante porque Greta había pasado por mucho, que
rápidamente se volvió más acalorado. Sus gemidos suaves, su sabor dulce,
la forma juguetona en que su lengua respondió a la mía, todo me impulsó
más y más alto. Guie a Greta hacia los cojines, y la cubrí a medias con mi
cuerpo. Se tensó y me aparté, buscando en su rostro una señal de que había
cruzado una línea que no tenía por qué cruzar.
Greta parecía abrumada y comencé a empujarme hacia arriba, pero
rápidamente tomó mi rostro entre sus manos y levantó la cabeza para otro
beso.
—Quédate. Solo estaba sorprendida. Quiero esto.
Me incliné una vez más y encontré su boca para un beso profundo.
Pronto el sol implacable de la tarde no fue la razón por la que estaba
sudando.
—Vamos adentro —susurró ella. La cargué sin decir una palabra y la
llevé a la casa. Señaló una variedad de cojines y mantas de retazos frente a
una chimenea. En lugar de troncos, velas falsas emitían una luz acogedora.
La bajé y seguí el ejemplo, acercándola a mí una vez más, mis labios
encontrando los suyos para otro beso aún más profundo. Bajé mi mano
brevemente para sacar el anillo y lo puse en el piso en algún lugar antes de
presionar mi palma en la mejilla de Greta nuevamente y profundizar el
beso.
Greta estaba acurrucada contra mí, con la falda levantada porque
nuestras piernas se entrecruzaban, su centro caliente presionaba
tentadoramente contra la parte superior de mi muslo. Estaba tan duro que
era doloroso. Me aparté para contemplar a Greta a medida que permitía que
mis nudillos acariciaran su mejilla, luego su garganta y clavícula. No
llevaba sujetador debajo de la blusa tejida y podía ver el contorno de sus
pezones presionando contra el material. Greta me miró a los ojos y alcanzó
el tirante fino de su blusa que se había deslizado hasta su brazo. Sus dedos
temblaron ligeramente cuando los enganchó en el tirante y lo arrastró hacia
abajo. Observé hipnotizado cómo su blusa cayó de su seno izquierdo,
revelando un pequeño pezón rosado oscuro y la suave hinchazón de su
seno.
Podía decir que estaba intentando encontrar las palabras, pero sabía lo
que quería sin que me lo dijera. Me incliné y cubrí su pezón con mi boca,
permitiendo que mi lengua descubriera su textura y sabor.
Greta presionó su coño aún más fuerte contra mi muslo mientras yo
continuaba estudiando su protuberancia. Tomó la parte posterior de mi
cabeza a medida que chupaba más de su seno en mi boca y luego acariciaba
el pliegue suave debajo de él con mi lengua solo para recibir su pezón
nuevamente en mi boca. Cerré los ojos mientras la saboreaba, centrándome
en la respiración entrecortada de Greta, en el apretón de sus piernas contra
mi muslo.
—Amo —susurró con urgencia, dejando caer los brazos a los
costados, casi como si estuviera abrumada por la reacción de su cuerpo a
mis atenciones.
Me levanté y desenredé suavemente para darle algo de tiempo para
respirar. Me dio una sonrisa avergonzada a medida que yacía debajo de mí
con los brazos abiertos, su pecho subiendo y bajando rápidamente.
—¿Dónde está el baño? Necesito recomponerme y creo que tú
también necesitas un poco de tiempo para ti.
Señaló una puerta a nuestra derecha. Me puse de pie y fui allí
rápidamente. Una vez dentro, me salpiqué un poco de agua en la cara y
luego agarré el lavabo para respirar profundamente. Me enderecé. Mi
camisa se pegaba a mi piel, pero al menos mi pene se había calmado lo
suficiente como para que ya no se clavara en mis pantalones. Pasando una
mano por mi cabello, intenté averiguar qué hacer a continuación. Que
hubiera venido aquí ya era una muy mala idea. Aunque eso ni siquiera
empezaba a cubrir la cantidad de problemas que esta reunión causaría si
alguien se enteraba. Pero ahora que estaba aquí, no quería contenerme, no si
Greta no quería que lo hiciera. Regresé a la sala de estar y me detuve ante lo
que vi. Greta se sentaba con las piernas cruzadas, con un lado de la blusa
aún bajado y mirando fijamente mi anillo que sostenía en la palma de su
mano.
Debí haber dejado el anillo en casa en Nueva York.
Caminé hacia ella y me senté a su lado. Aún no me miraba. Al verla
sostener mi anillo, deseé que me hubiera dicho que sí hace un año.
—No le importo a Cressida. Lo único que le importa es el estatus que
le trae un matrimonio conmigo. Soy un medio para un fin, no la meta. No
nos soportamos.
Se puso de pie de repente, su expresión llena de culpa.
—No debí haberte llamado. No sé lo que me pasó. Me prometí
olvidarte.
Me puse de rodillas y agarré sus caderas, mirándola.
—Sabía que nunca lograría olvidarte y pensaba en ti todos los días.
No creerás la frecuencia con la que consideré dejar Nueva York y
secuestrarte de Las Vegas para que pudiéramos vivir en algún lugar lejano.
Solo nosotros.
—Solo nosotros —susurró con reverencia y luego su sonrisa se volvió
triste—. Pero no somos solo nosotros. Ambos tenemos personas que no
queremos dejar atrás y tú tienes tus responsabilidades con la Famiglia y yo
tengo mis animales.
—Lamento cada momento que no estoy contigo. —Las palabras
salieron de mi boca sin pensarlo, pero inmediatamente supe que las decía en
serio. Por eso no había dudado en venir aquí. La perspectiva de volver a ver
a Greta me había llenado de más alegría y esperanza de las que había
experimentado en mucho tiempo.
Greta se estiró y tomó mi cabeza con ambas manos. Apoyé la frente
contra la piel desnuda de su esternón y cerré los ojos. Sus dedos acariciaron
mi cabello suavemente, sus uñas arañando mi cuero cabelludo de una
manera que casi me hizo querer ronronear. Una de sus manos trazó la parte
posterior de mi cabeza y luego acarició mi cuello. Su toque fue gentil, pero
dejó fuego a su paso. Mi cara se deslizó más abajo y dejé escapar un suspiro
bajo contra su vientre, y el cuerpo de Greta tembló debajo de mí. Llevé mis
palmas desde sus caderas hasta su cintura desnuda, sintiendo su piel de
gallina a medida que deslizaba mi cabeza aún más abajo hasta que mi
mejilla áspera descansó contra la piel sedosa de su vientre y se sintió como
el paraíso. Su aroma a vainilla me envolvió. Abrí los ojos y miré la piel de
Greta justo delante de mí. Después de un rato de que ella acariciara mi
cuello y mis pulgares acariciaran su cintura, un cálido aroma embriagador
llegó a mi nariz.
Al principio estaba seguro de que mi mente me estaba jugando una
mala pasada. Tomé una respiración aún más profunda, mi cabeza se inclinó
más hacia abajo y la nota me golpeó de nuevo, aún más fuerte. Solté un
suspiro áspero, haciendo que Greta succionara su vientre en una exhalación
suave.
—Tu aliento contra mi piel… —susurró, luego se interrumpió.
Levanté la cabeza, buscando sus ojos.
Lucían confiados y cálidos.
—Se siente bien.
Presioné mi cabeza contra su vientre una vez más, el deseo inundando
mis venas. Tomé sus palabras como aliento y presioné un beso suave como
una pluma en su ombligo.
—Amo, nunca me había sentido así —admitió Greta.
Tenía el presentimiento de que sabía lo que quería decir y fue como
combustible para mi deseo.
—¿Excitada? —Sus dedos en mi cuello se apretaron y una oleada
nueva de piel de gallina se apoderó de su cuerpo. Sostuve su mirada,
necesitando ver su rostro cuando respondiera.
Sus mejillas se sonrojaron ante su admisión, y si el calor de su vientre
era una indicación, su cuerpo estaba ardiendo de deseo.
—Está mal de mi parte desearte, ¿cierto?
—¿Lo es? —dije con voz áspera. En este momento no me importaba
si cometía un pecado, (maldita sea, pecar estaba en mi naturaleza) si estaba
mal. Quería a la mujer ante mí. No quería nada más. Podía ver la confusión
en su rostro. Tal vez no se daba cuenta de cómo me respondía su cuerpo, o
tal vez tenía miedo de su propia reacción.
—Solo somos nosotros, ahora mismo, aquí mismo. Este es nuestro
momento. Finge que el mundo se acaba mañana.
Greta abrió la boca, su expresión argumentativa.
—Finge —murmuré, lamiendo a lo largo de la cintura de su falda.
Los dedos de Greta contra mi cuello se flexionaron.
—Si esta fuera mi última noche, me gustaría pasarla contigo —dijo
Greta.
Envolví mis brazos alrededor de sus caderas, y enterré mi cara contra
su vientre bajo, mis labios prácticamente al nivel de su coño.
Respiré hondo otra vez y la intensidad de su olor me habría puesto de
rodillas si no estuviera ya arrodillado.
—Greta —dije con voz áspera—. ¿Dejas que te baje la falda?
Sí, fue su respuesta instantánea. Moví mi cabeza hacia atrás unos
centímetros antes de enganchar mis dedos en su cinturilla y tirar de ella
hacia abajo. Se deslizó sobre sus caderas ligeramente curvadas, por sus
piernas esbeltas, dejándola con bragas hípster de encaje blanco y su blusa
corta. La absorbí, el espacio pequeño entre sus muslos que acentuaba aún
más su montículo.
Pude ver rizos suaves presionando contra el encaje de sus bragas
hípster y el encaje contra su coño estaba empapado, de modo que se pegaba
a sus labios y quedaba encajado en su raja. Fue una vista tan hermosa.
Tragué con dificultad. Y cerrando los ojos, la respiré. Era tan encantadora y
húmeda que estaba al borde de la locura.
Cuando abrí los ojos, Greta me observaba con preocupación.
Le di una sonrisa.
—¿Puedo bajarte también las bragas?
—Sí, por favor.
Por favor. Maldición, por favor. Como si tuviera que rogarme que la
dejara desnuda. Cuando la pieza diminuta de encaje revoloteó hasta sus
pies, me permití observarla. Tenía un triángulo de suaves rizos negros
coronando unos labios perfectamente formados. Su pequeña protuberancia
aún estaba bien escondida, pero sabía que pronto se asomaría si Greta me
dejaba. La idea de que pronto podría estar enterrado con mi cara en el coño
de Greta fue casi suficiente para hacerme arder en mis malditos pantalones.
No podía recordar la última vez que me había sentido así. El sexo había
sido una necesidad molesta durante un tiempo. Con Greta casi me sentía
como si fuera un virgen torpe, lo cual no podría estar más lejos de la
verdad. Greta acarició mi brazo, atrayendo mi atención hacia ella.
Vi lo abrumada que estaba por la situación y me contuve. Esta noche
mis propios deseos pasarían a un segundo plano.
Había esperado este momento durante demasiado tiempo. Disfrutaría
cada segundo de ello. Este momento nos pertenecía. Tal vez el mundo no se
acababa, pero no sabíamos si podríamos volver a vernos, ni cuándo.
Necesitaba hacer que esta noche contara, darle a Greta recuerdos que
llevaría consigo toda su vida. Recuerdos que también me llevarían a través
de la oscuridad. Me incliné hacia adelante y presioné un beso en su
montículo. La guie suavemente hacia atrás hasta que se hundió en el sillón
amplio. Besé su rodilla izquierda y luego su rodilla derecha antes de
encontrar su mirada. Confianza y necesidad. Tengo lo último, no lo
primero.
—Ábrete para mí.
Levantó las piernas con elegancia y las colocó sobre los reposabrazos.
Con las piernas ampliamente separadas, me ofreció una vista impresionante
de sí misma.
—Nunca olvidaré este momento —gruñí.
—Yo tampoco.
—Haré que sea inolvidable para ti.
21
Greta
Amo me contempló con una mirada acalorada que podía sentir en lo
profundo de mi vientre. No era tímida con mi cuerpo, pero nunca había
estado tan expuesta frente a otra persona. Aun así, la expresión asombrada y
hambrienta de Amo me dio confianza para quedarme como estaba, con las
piernas bien abiertas, mostrándole a Amo que confiaba en él y que estaba
lista para entregarme a él, aunque solo fuera por esta noche. Mis mejillas se
calentaron cuando Amo se movió entre mis piernas, flexionando sus
hombros fuertes. Pasó sus nudillos por la parte inferior de mis muslos,
luego se inclinó hacia adelante y presionó un beso en el hueco de mi tobillo,
y más calor me inundó. Besó su camino lentamente hasta mi muslo y luego
el pliegue entre la nalga y el muslo antes de tomar otra respiración
profunda. Nunca pensé que estaría tan interesado en mi olor. Incluso yo
podía oler mi excitación. Apoyó sus mejillas sin afeitar contra mi muslo
interno y comenzó a frotar su pulgar muy suavemente sobre mis labios
mayores, de un lado a otro, antes de deslizarse entre ellos para hacer lo
mismo con mis labios internos más sensibles. Su caricia me dejó
rápidamente sin aliento y ansiosa por ser tocada en mi clítoris palpitante.
Como si pudiera sentirlo, comenzó a acariciar mi clítoris suavemente cada
vez que acarició mis pliegues. Agarré el reposabrazos con fuerza, luego
cerré los ojos, abrumada por la avalancha de sensaciones. El toque de Amo,
la reacción de mi cuerpo, el olor almizclado de Amo, mi propio olor
excitado. Necesitaba desconectar un sentido para mantener el control. Amo
rozó un beso contra la parte interna de mi muslo y ahora su pulgar se centró
en mi clítoris, dibujando pequeños círculos en él.
—Eso —retumbó—. Bien.
Me mordí el labio ante la evaluación en su voz y abrí los ojos,
necesitando verlo. Sus ojos estaban enfocados en su pulgar que aún
jugueteaba con mi clítoris.
—No te escondas. Solo un poco más —dijo con voz áspera con una
sonrisa que envió un escalofrío de placer a través de mi cuerpo.
Se inclinó y contuve la respiración a media que separaba los labios y
rozaba mi clítoris suavemente con la punta de la lengua.
Gemí, amando esta sensación nueva. El dedo de Amo había sido
suave y gentil, pero su lengua fue aún más delicada, caliente y húmeda,
completamente diferente. Empujó mi clítoris suavemente con la punta,
hasta que pude sentir una oleada de más calor y sangre. Todo se puso más
hinchado entre mis piernas.
—Bien —repitió Amo y luego sus labios envolvieron mi clítoris y
cerré los ojos brevemente para aceptar el latido extendiéndose por mi
cuerpo con cada tirón de los labios hábiles de Amo—. Greta —murmuró
antes de que su boca tomara mi protuberancia una vez más. Lo miré. Sus
ojos contenían hambre y ternura—. Observa.
De todos modos, no podría haber apartado la mirada, fascinada y
excitada por la vista. Amo era precioso. Su espeso cabello negro, sus
hombros musculosos, sus bíceps abultados. Tanta fuerza y poder. Me
adoraba con su boca. Cerró los ojos, mientras su lengua acariciaba mis
pliegues sensibles delicadamente. Parecía complacido, casi reverente.
Jadeé suavemente y acaricié su cabello, necesitando tocarlo,
acariciarlo, tan agradecida por la atención gentil que me estaba dando. Amo
era un hombre poderoso y fuerte, y mi cuerpo reaccionaba al verlo entre
mis muslos con una excitación abrumadora. Su lengua jugueteó con mi
protuberancia pequeña y gemí.
—Amo.
Abrió los ojos, pero siguió prodigando mi clítoris con los círculos más
suaves posible. Mi cuerpo se tensó, mis entrañas apretándose.
—Amo —volví a gemir—. Creo que voy a… —Gemí de nuevo,
abrumada a medida que su boca me guiaba más alto.
—Lo sé, Greta —dijo con voz áspera. Me pregunté cómo lo sabía,
pero no podía expresar la pregunta. Se hundió más, hacia mi abertura y
gimió, sus pestañas revoloteando mientras enfocaba su atención allí. La
sensación no fue tan cegadora, fue más sensual, un sentimiento más
profundo. Moví mis caderas casi desesperadamente.
—Quiero que esto dure para siempre —susurré, porque se sentía tan
maravilloso, no solo porque mi cuerpo estaba en llamas, sino por la mirada
en el rostro de Amo, como si lo disfrutara honestamente, como si no
pudiera imaginar un lugar mejor que entre mis muslos.
Amo se apartó y casi lloré.
—Te voy a comer tantas veces como quieras. No tienes que
contenerte. Córrete para mí.
—Está bien —susurré. Me observó a medida que su lengua
encontraba otra vez mi protuberancia. Revoloteó suavemente sobre ella y
mi boca se abrió, mis ojos se abrieron del todo por la intensidad de la
sensación, por la mirada en los ojos de Amo. Posesivo, complacido y tierno.
No aparté la mirada mientras jadeaba y gemía, mi cuerpo tensándose. Amo
quería verme. Se merecía ver cómo me hacía sentir, lo maravillosas que
eran sus atenciones.
Grité su nombre y él me sonrió a medida que seguía con su atención
gentil, pero disminuyó la velocidad.

Amo
Greta se estremeció, sus ojos entrecerrados llenos de agradecimiento
y asombro sobre mí. Arrastré mi lengua hacia abajo, necesitando probar la
prueba de su excitación. Estaba mojada y suave, y era tan jodidamente
hermosa. Pasé mi lengua a lo largo de su abertura, lamiendo sus jugos. Ella
se estremeció con un gemido suave. Manteniendo mis ojos en ella, hundí mi
lengua en su interior una vez más, provocándola solo con la punta. Mis
dedos acariciaron el parche de vellos oscuros hasta su clítoris hinchado. Y
con cuidado, deslicé mi pulgar sobre la protuberancia rosada, esparciendo
su humedad.
Los ojos de Greta se abrieron como platos y se sacudió. Me alejé
alguno centímetros y gruñí contra su carne hinchada.
—¿Demasiado?
Greta dudó, mordiéndose el labio inferior. Seguí dando vueltas
alrededor de su clítoris suavemente, luego me incliné y cerré mis labios
alrededor de él. Succioné ligeramente y Greta dejó escapar otro gemido
suave.
—¿Te gusta eso?
—Sí —susurró ella.
Succioné y acaricié delicadamente durante varios minutos,
apartándome cada vez que estuvo cerca de liberarse y lamiendo su
excitación. Greta estaba completamente relajada y sus gemidos sonaban
bajos y sin aliento. Darle placer así era la mejor experiencia que podía
imaginar. Me estaba permitiendo hacer esto, soltándose plenamente. No me
ocultaba su excitación. Y cuando se arqueó con un grito mientras yo
chupaba esa protuberancia pequeña entre mis labios, con los dedos de los
pies en puntas como si estuviera a punto de bailar ballet, absorbí la vista.
Sus caderas corcovearon y su coño se contrajo deliciosamente contra
mi boca.
La tensión se desvaneció con el tiempo y se sentó con una sonrisa
satisfecha, acariciando mi cabello, y yo le sonreí con avidez a medida que
lamía cada rastro de su orgasmo. Me observó con fascinación y
agradecimiento. Me aparté y besé su clítoris antes de tomarle la cara en mi
mano y acercarla para darle un beso profundo. Cuando retrocedí, se
humedeció los labios frunciendo el ceño, probándose a sí misma.
Sus mejillas estaban sonrojadas, sus ojos casi febriles. Esto tenía que
ser mucho para que ella lo asimilara.
—Quiero hacer lo mismo por ti —susurró. Me empujé un poco más
arriba, apoyándome en el reposabrazos restante y la besé una vez más.
Sonó un teléfono, sacándonos de nuestro propio mundo, y Greta me
dirigió una sonrisa de disculpa. Me eché hacia atrás para que Greta pudiera
alcanzar el teléfono que descansaba en una pequeña mesa auxiliar junto al
sillón.
—Nevio —dijo ella—. Videollamada.
Me puse de pie y retrocedí, intentando reorganizar mi polla, pero
estaba demasiado duro. Greta solo se colocó rápidamente el tirante en el
hombro antes de atender la llamada. Supuse que si se tomaba demasiado
tiempo para responder a su llamada, él sospecharía que algo andaba mal y
vendría aquí para protegerla.
Con la cámara dirigida a su rostro sonrojado, habló.
—Hola Nevio, llamas temprano.
—Esta noche saldremos temprano.
Solo con escuchar su voz, los pelos de mi nuca se erizaron y mi mente
competitiva entró en acción. ¿Hacia dónde se dirigían? ¿Podría
emboscarlos?
—Luces enferma. Estás toda sudada.
Greta soltó una risa pequeña y fuera de la vista de la cámara bajó las
piernas del reposabrazos, pero me dio una gran satisfacción imaginar cómo
Nevio perdería completamente la cabeza si supiera lo que estaba pasando
aquí.
—Estoy bien. Hace mucho calor aquí y tuve que cargar a Dotty afuera
para orinar.
—Entonces ¿estás bien? Sé que dijiste que querías estar sola para
procesar lo que pasó, pero puedo ir con Massimo y Alessio y podemos
divertirnos juntos.
—Nada de lo que podamos hacer aquí es algo que consideres
divertido.
—Touché. Pero lo haría por ti.
No podía creer lo suave que podía ser su voz. ¿En serio este era el
mismo loco violento y lunático que conocí? Pero supuse que mi voz
también cambiaba cuando hablaba con Greta. ¿Qué tenía esta chica que
hacía que las criaturas violentas, tanto animales como humanos, se
volvieran dóciles?
Greta bostezó.
—¿Ya estás cansada?
Sonreí. Dos orgasmos deben haberla agotado. Después de todo, solo
eran las siete y media.
—No dormí bien estas últimas dos noches.
—Entonces vete a la cama y deja de pensar en el pendejo. Te lo dije,
me encargo —dijo Nevio—. Y mañana vuelves a casa. Tus animales
pueden prescindir de ti.
Greta negó con la cabeza con una sonrisa pequeña.
—Regresaré al día siguiente cuando Jill regrese para alimentar a los
animales.
—Esa puta no debería haberse ido de viaje en primer lugar.
El rostro de Greta brilló con desaprobación.
—Está intentando reconciliarse con su padre antes de que muera. Y
no la llames así.
—Es una puta. Trabajó en nuestro burdel durante dos décadas antes de
que la hicieras tu cuidadora del zoológico.
—Nevio.
—Sí, sí. Ya tengo que irme.
—Ten cuidado.
Casi me atraganto con una risa.
Finalmente colgaron. Greta de hecho parecía cansada. Se puso de pie,
aún desnuda de cintura para abajo. Se mordió el labio tímidamente,
obviamente sin saber qué hacer ahora.
—Pareces cansada —le dije con una sonrisa pequeña.
Se acercó lentamente y se detuvo justo frente a mí.
—Pero dije que me encargaría de ti. —No quería nada más, pero sus
párpados estaban caídos y no podía imaginarla en eso después de haber
hablado con Nevio.
—Vamos a dormir un poco y tal vez mañana tengamos algo de
tiempo.
Extendió su mano y la tomé, dejándola guiarme hacia su dormitorio
en la planta baja. Sus perros trotaron detrás de nosotros y Bear se acurrucó
en un cojín enorme en la esquina, pero Momo parecía tener toda la
intención de dormir en la cama con nosotros. Al ver mi rostro, Greta sonrió
tímidamente.
—Normalmente no comparto mi cama con alguien, así que están
acostumbrados a dormir allí.
En realidad, no me gustaba la idea de ser despertado por una lengua
de perro en mi cara o en algún otro lugar.
—Si me doy la vuelta mientras duermo, podría aplastar a Momo
debajo de mí. Créeme, no sobrevivirá a eso.
Eso pareció convencer a Greta. Recogió el mordedor de tobillos y lo
puso en una mullida cama para perros junto al cojín enorme. Mientras lo
hacía, se inclinó hacia adelante y me dio una vista impresionante de su culo
y su coño.
Tomé una respiración profunda, mi polla despertando otra vez. Al
levantarse señaló la puerta.
—Hay un baño pequeño si quieres prepararte para ir a la cama.
Mientras tanto, buscaré a Dotty.
Levanté mis cejas.
—Aún no puede caminar.
Seguí a Greta de regreso a la sala de estar donde el último perro aún
estaba acurrucado en la cama para perros.
—Es demasiado pesada —le dije.
—La he cargado antes —dijo Greta con firmeza—. No confía en los
hombres, así que no puedes cargarla. No quiero causarle angustia adicional
en la situación actual.
Observé cómo Greta levantó al perro y se enderezó con ella
cuidadosamente envuelta en sus brazos. El perro colgó confiadamente de
sus brazos y vi cómo la llevó afuera para hacer pipí antes de volver a
levantarla y llevarla al dormitorio, donde la dejó sobre otro cojín grande. Le
dio unas palmaditas en la cabeza y le susurró algo al oído. Con mi bolsa de
viaje fui al baño para darle un poco de privacidad a Greta. Era pequeño,
solo un lavabo, inodoro y cabina de ducha, sin lujos de ningún tipo. Me
puse el pantalón del pijama y nada más. Hacía demasiado calor. Cuando salí
del baño, Greta estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama, con el
cabello recogido en un moño desordenado y vestida con un camisón blanco
holgado con tirantes finos. Contra su piel bronceada y cabello oscuro, la
tela se veía maravillosa. Se levantó de la cama y luego pasó junto a mí
hacia el baño.
—Ponte cómodo en la cama.
Negué con la cabeza ante el absurdo y luego me estiré en la cama.
Habría dormido en el sofá o en el maldito piso si Greta me lo hubiera
pedido, pero ella me quería en su cama… me pasé una mano por la cara y
respiré hondo antes de volver a abrir los ojos. Bear me miraba de una
manera que me recordaba a Nevio, como si quisiera arrancarme un gran
pedazo de un mordisco. Sabía qué parte. Dotty apenas se atrevía a mirarme,
obviamente aterrorizada.
Greta regresó un par de minutos después.
Me dio una sonrisa tímida y luego se acercó a mí y se sentó en la
cama.
—¿Estás bien con esto?
Intenté determinar a qué se refería, estando tan cerca, con sus ojos
oscuros poniéndome bajo el foco de una manera que no podía explicar, era
difícil captar un pensamiento claro.
—Estoy bien, ¿con qué? —gruñí, luego me aclaré la garganta.
—Compartir cama. Podría dormir en el sofá. Es demasiado corto para
ti, pero no me importaría si no te sientes cómodo conmigo en una cama.
—Creo que debería ser yo quien te pregunte eso, y definitivamente no
dormirás en el sofá por mi culpa.
—Creo que estaré bien contigo en la cama. Tu presencia no me
molesta como otras personas. Me gusta tenerte cerca.
—No tienes que preocuparte por mí. Sabes que tengo experiencia.
Inclinó la cabeza de manera evaluadora.
—Ah, sé que has tenido sexo con muchas mujeres.
Lo dijo sin juzgar y aun así prácticamente me sentí culpable. ¿Cómo
eso tenía sentido?
—Pero que te sientas cómodo teniendo sexo con alguien no significa
que te sientas cómodo siendo vulnerable a su alrededor cuando duermes.
Nevio ha estado con muchas chicas, pero nunca compartiría cama con ellas.
Por supuesto, no está con ninguna de ellas. Y tú tienes a Cressida. —Su voz
se había vuelto muy baja y apartó la mirada, con los brazos envueltos
holgadamente alrededor de las espinillas, sus pies estirados como una
bailarina de ballet, de modo que solo las puntas de sus pies tocaban el
colchón.
Un mechón grueso se había caído de su moño desordenado y ocultaba
la mitad de su rostro de mis ojos. Sentándome, estiré la mano y lo pasé
suavemente detrás de su oreja.
Ella inclinó la cabeza hacia mí.
—No comparto cama con Cressida. Rara vez duermo bajo el mismo
techo que ella. Tengo mi antiguo apartamento donde paso la mayor parte
del tiempo. La veo tal vez una o dos veces por semana, y duermo con ella
mucho menos que eso.
Quería ser honesto con ella. No quería tener secretos con Greta. Eso
se habría sentido como un abuso de su confianza.
—¿Y a ella no le importa?
—No le importa, mientras tenga mi tarjeta de crédito y mi apellido.
—Si fueras mío compartiría una cama contigo. Te extrañaría, te
extraño, aunque no seas mío.
Tomé su cuello y la atraje suavemente hacia mí para besarla. Greta se
acurrucó contra mí, su cuerpo pequeño presionándose contra el mío de la
manera más perfecta posible. No profundicé el beso, tampoco Greta. Estaba
contento de estar con ella de esta manera inocente, nuestros labios
rozándose ligeramente. Finalmente, Greta se quedó dormida en mis brazos,
con la mejilla apoyada en mi bíceps. La observé durante mucho tiempo
antes de apagar las luces. Greta había corrido las cortinas opacas para que la
habitación estuviera oscura, aunque aún faltaban diez minutos para la
puesta del sol.
Mi teléfono se iluminó con mensajes, pero los ignoré.
No quería que nada me sacara de esto. Este sueño. No quería que
llegara la mañana, tal vez por eso dudé en dejar que mi cuerpo descansara.
Mañana volaría de regreso a casa aunque sintiera que mi corazón se
estaba poniéndose cómodo lentamente en otro lugar. Nueva York era mi
hogar, siempre lo había sido. Pero Greta… Greta, tenía mi corazón con ella
en Las Vegas.
22
Amo
Desperté con Greta aún en mis brazos, nuestras piernas entrelazadas,
su mejilla en mi pecho. Su respiración era uniforme y relajada. Los
ronquidos suaves de Bear llenaban la habitación. Desenredé a Greta de mí
con mucho cuidado y me senté. No se movió, dormida demasiado
profundamente. Lo de anoche debe haberla dejado realmente. No pude
evitar sonreír al recordar devorar a Greta como un regalo precioso y darle
múltiples orgasmos. Mi erección matutina estaba aún más dura que nunca.
Agarrando mi arma de la mesita de noche, me deslicé fuera de la cama.
Anoche también lo había notado, pero ahora en realidad miré los botones de
emergencia por todos lados. Uno detrás de la mesita de noche. Uno junto a
la puerta del baño. Tenía la sensación de que también habría una puerta a
una sala de pánico en algún lugar de esta habitación. Caminé hacia el
armario y lo abrí. Dentro encontré una puerta automática de acero en el
suelo. Bien. Me había sorprendido cuando Greta me invitó aquí. Pero nunca
dudé de que incluso aquí fuera estaría protegida. La cerca y las dos puertas
también habían sido de primera categoría en seguridad. Sin mencionar que
la mansión Falcone estaba probablemente a solo cinco o diez minutos en
helicóptero.
En el baño, dejé mi arma en el lavabo antes de meterme en la ducha.
Ocupaba una pared entera, así que incluso yo tenía suficiente espacio para
ducharme allí. Un sonido llamó mi atención y abrí la ducha para alcanzar
mi arma cuando Greta apareció en la puerta.
Cerré el agua y salí de la ducha. Greta me entregó una toalla
esponjosa antes de apoyarse en la puerta con una mirada de curiosidad en su
rostro cuando comencé a secarme.
—Buenos días —dije ásperamente.
—Buenos días —susurró. Cuando mi cuerpo estuvo seco, me quedé
donde estaba, dándole tiempo para averiguar cualquier cosa que necesitara
averiguar. Se acercó a mí lentamente, escudriñándome de pies a cabeza una
vez más, pero su mirada se detuvo en mi polla—. Nunca había visto a un
hombre así.
Me tomó un momento saber a qué se refería y luego mi pene se llenó
de más sangre de la que ya tenía bajo su escrutinio. Se detuvo justo delante
de mí.
Me miró entre sus pestañas.
—¿Puedo tocarte?
Ahogué una risa. ¿De verdad tenía que preguntar? Estaba ardiendo
por ser tocado por ella. Todas mis fantasías habían girado en torno a eso y a
adorar cada centímetro de su cuerpo maravilloso.
—Puedes hacer lo que quieras —dije bruscamente.
—Quiero tocarte.
Asentí porque no había nada que quisiera más.
Presionó las palmas de sus manos contra mi pecho y luego las movió
lentamente hacia abajo, trazando un mapa de mis abdominales antes de
detenerse y su mirada se precipitó hacia mi pecho. Movió sus palmas hacia
arriba una vez más y rozó mis pezones con la punta de sus dedos.
Mierda. Mi polla se llenó de más sangre, mientras una ola de deseo
recorría mi cuerpo.
—Siempre me he preguntado si a los hombres les gusta que les
toquen los pezones. Si es un lugar sensual para ellos.
—Nunca pensé que lo fuera para mí —dije con voz áspera a medida
que Greta seguía acariciando mi pecho.
—Supongo que la mayoría de los hombres se enfocan en su pene. No
puedo hablar por todas las mujeres pero mis pezones son una zona muy
sensual. Lo siento en todas partes si me tocas allí.
Me ocuparía aún más de sus protuberancias adorables más tarde.
Se mordió el labio.
—Hablo demasiado cuando estoy nerviosa.
—Estás bien —dije—. Y no tienes que estar nerviosa.
No estaba seguro si Greta escuchó lo que dije, porque una vez más
estaba enfocada en mi polla. Deslizó sus manos por mi estómago, sus dedos
siguiendo el rastro de vello oscuro bajando hasta mi erección. Empezó a
rastrear la vena bombeando sangre a mi polla desde la base hasta la punta.
Tragué un gemido, sin querer interrumpir el enfoque intenso de Greta. Sus
dedos rodearon mi punta y luego acariciaron la parte inferior hasta el punto
donde se había acumulado una gota de lujuria pura. La recogió con la yema
de su dedo índice antes de llevársela a la boca y probarla.
—Greta —gruñí. Me costó hasta la última gota de moderación no
atraerla contra mí, devastar su boca y luego hacerla mía.
Mía.
Mía. Maldita sea.
Ella me ignoró, y pasó sus dedos por mis bolas, amasándolas.
Comenzó a masajearlas suavemente y luego me miró.
—¿Eso te gusta?
—Sí.
Mi voz sonó cruda y quejumbrosa.
—Mmm. —Greta asintió, frunciendo el ceño como si estuviera
tomando una nota mental. Se puso de rodillas, pero nuestra diferencia de
altura era demasiado grande. Me apoyé contra el lavabo y adopté una
postura amplia hasta que mi pene estuvo a la altura de los ojos de Greta. No
estaba seguro de lo que iba a hacer y de todos modos, mi cerebro estaba
demasiado frenético para pensar demasiado en algo. Con Greta nunca se
podía estar seguro. Tal vez solo iba a mirar mi polla y asimilarla de verdad,
pero esperaba que me estudiara con sus labios.
Greta volvió a acariciar mis bolas y acercó su rostro a mi polla. Para
mi confusión, inclinó la cabeza hacia un lado y luego su lengua salió
disparada y unió sus dedos en mis bolas antes de separar la boca y
succionar parte de mi bola en su boca a medida que sus dedos ágiles
jugaban con la otra.
—Mierda —dije entre dientes, mis bolas sacudiéndose. Apreté mi
polla con fuerza una vez en advertencia, aún conmocionado por el
movimiento de Greta y tan jodidamente excitado que, estaba preocupado de
derramar mi semen tan pronto en su coronilla negra. Afortunadamente, mi
jodida polla recibió la advertencia y se calmó. Greta me miró con interés
pero siguió lamiendo y chupando mis bolas. Sus dedos pronto se
trasladaron a mis muslos y culo, rastrillando sus uñas a lo largo de mi piel
de la manera más tentadora posible. Se enderezó un poco, avanzando un
poco más arriba, sus labios rozando la base de mi polla.
—¿Te gusta?
Asentí escuetamente.
—No quería comenzar con el lugar obvio. Eso es como un hombre
comenzando con el clítoris de una mujer en lugar de avanzar hacia él,
¿verdad?
No tenía la capacidad para tener una conversación.
—Eres perfecta.
Me dio una pequeña sonrisa complacida antes de volver a mirar mi
polla. Separó sus labios y tomó mi punta con ellos, y la estática llenó mi
cabeza. Lenta y meticulosamente metió mi longitud en su boca hasta que mi
punta golpeó la parte posterior de su garganta y se atragantó. Tomó una
bocanada de aire por la nariz y trató de tomarme más profundo. Acaricié su
cabello dulcemente.
—No tienes que tomarme hasta el final. —Muy pocas podían. Era
demasiado grueso y largo, y Greta solo me tenía hasta la mitad. Se apartó y
respiró temblorosamente, lamiéndose los labios. La frustración parpadeó en
su rostro.
—Aún no puedo hacer esto correctamente. Supongo que se necesita
práctica.
—Las mamadas nunca son correctas. Haz lo que se sienta bien, lo que
te excite. No lo pienses demasiado.
—Quiero darte placer.
—Créeme, si tú estás excitada, yo estoy excitado.
—Está bien —dijo, y su enfoque cambió. Ya no pensando en la
técnica, simplemente actuando. Su lengua rodeó mi punta, luego el borde
siguiendo mi vena hasta mi base una vez más. Cerró los ojos mientras
volvía a abrir los labios y me succionaba lentamente en su boca. Estableció
un ritmo lento y sensual, sus mejillas hundidas cada vez que me tomaba
profundamente en su boca. Una de sus palmas acarició mis bolas a medida
que su otra mano se enroscaba alrededor de mi pene, bombeando al ritmo
de su succión. Aferré el lavabo con fuerza mientras veía a Greta chuparme.
Cada vez que mi polla abría sus labios carnosos y reclamaba su boca
centímetro a centímetro, un gemido bajo escapó de mis labios.
Greta encontró un ritmo constante que me llevó más y más alto. Tomé
su cabeza, acariciando su cabello sedoso. Levantó la vista, pero no
disminuyó la velocidad. Estaba perdiendo el control. Era una experiencia
nueva. Para llegar al orgasmo, tenía que concentrarme en él, lo que
significaba que normalmente podía durar mucho tiempo, pero ver a Greta
con mi polla en la boca me quitó completamente el control.
—Greta, no puedo durar mucho más. Tienes que retroceder.
Sonrió alrededor de mi polla, pero no retrocedió ni disminuyó la
velocidad. Tal vez no entendió lo que quise decir. Mierda. Era difícil
concentrarse. Solo quería derramarme en su boca pero al mismo tiempo no
quería.
—Voy a correrme en tu boca. Retrocede.
Greta sacudió la cabeza levemente y no pude contenerme más. Mis
bolas se apretaron, seguidas por mi pene y luego mi orgasmo corrió a través
de mí. Greta siguió chupando incluso cuando me corrí en su boca, y tragó
alrededor de mi punta, pero aun así parte de mi semen escurrió y se deslizó
por su barbilla antes de caer sobre su pecho. Gemí ante la vista y mi polla se
sacudió con otra carga.
Greta también intentó tragarlo, pero más goteó y cayó sobre su pecho,
luego se deslizó por debajo de su escote. Incluso cuando mi polla había
dejado de temblar, rodeó mi punta con la lengua hasta que no pude
soportarlo más. Era tan hermosa cuando me chupaba de esa forma. La
empujé suavemente hacia atrás hasta que mi pene se deslizó fuera de ella,
aún medio erecto.
Greta me dio una sonrisa orgullosa a medida que intentaba recuperar
el aliento.
Negué con la cabeza.
—No tenías que tragar.
—Quise hacerlo. Ayer parecías disfrutar mi sabor.
Cerré los ojos brevemente para unas cuantas respiraciones profundas.
Cuando los abrí, Greta se paraba frente a mí, su barbilla y escote aún
cubiertos con mi semen.
Metió la mano entre sus piernas con una pizca de curiosidad.
—Estoy mojada.
Levantó su dedo medio e índice, que brillaban con su excitación.
—Permíteme —le dije. Tenía que sentir esto por mí mismo. Metí la
mano debajo de su camisón, deslizándome suavemente entre los labios de
su coño y froté mis dedos a lo largo de su hendidura. No necesité
profundizar. Su coño estaba empapado. Si hubiera usado bragas, habrían
estado mojadas con su lujuria.
—No pensé que darte placer tendría un efecto tan fuerte en mí, pero
tu cuerpo es demasiado excitante. Verlo ya me hace sentir muy caliente,
pero tocarte y saborearte es mucho más intenso.
Tomé sus mejillas, la besé con dureza. Su inocencia franca algún día
sería mi muerte. Con cada palabra poco ortodoxa que salía de su boca, me
enamoraba más y no estaba seguro de cómo detenerlo. Me retiré, sin
siquiera importarme que tuviera mi propio semen en la barbilla por besarla.
—Vamos a limpiarte y déjame saborear tu coño.
Alcancé el dobladillo de su camisón y lo saqué por la cabeza de
Greta, luego lo dejé caer al suelo, absorbiendo el cuerpo maravilloso de
Greta. Ver mi semen sobre ella me hizo sentir increíblemente posesivo.
Quería reclamar mi derecho sobre ella de todas las formas posibles, de
todas las formas que no debía.
Llevé a Greta a la ducha cuando un relincho fuerte se escuchó a través
de la ventana, seguido de silbidos. Greta sonrió a modo de disculpa.
—Primero tendré que ocuparme de los animales. No tenemos
suficiente tiempo. ¿Tal vez puedas saborearme más tarde?
Me reí y la besé dulcemente, sonriendo contra su boca.
—Te saborearé cuando quieras, solo avísame.
Quince minutos después, Greta y yo estábamos vestidos y saliendo.
Greta volvió a cargar a Dotty y me sorprendió su fuerza. Tal vez era más
determinación que poder físico. El sol caía sobre nosotros de una manera
típica de Nevada. A Greta con un vestido de verano amarillo pálido y botas
de vaquero no le importaba el calor, pero yo con mi camisa y jeans ya
estaba sudando, aunque ni siquiera estaba cargando al perro. Lo dejó a la
sombra junto al granero para que pudiera hacer sus necesidades antes de
que se acostara bajo la corriente de aire de uno de los ventiladores. Bear y
Momo corrían ansiosamente. Ayudé a Greta a alimentar a los caballos con
heno y a las vacas y cerdos con una mezcla especial antes de que
abriéramos las puertas para que pudieran salir corriendo al potrero. Estaba
acostumbrado a una forma diferente de trabajo físico, pero podía decir que
tampoco me importaba, tal vez porque el entusiasmo de Greta era
contagioso.
Greta sonreía abiertamente a medida que observaba a sus animales
divertirse. Sacaba alegría de su felicidad y yo de la suya.
—¿Cuánto tiempo hace que tienes este lugar?
—Solo alrededor de un año. Papá me lo construyó unas semanas
después de tu boda. —Descansó los brazos en la cerca y apoyó la barbilla
en ellos, dejando que su mirada vagara por el área—. Aún necesita mucho
trabajo para poder recibir a más animales.
—¿Por qué no vives aquí todo el tiempo?
Parpadeó contra el sol.
—Mi familia me extrañaría.
Asentí. Era una de las razones por las que me había dicho que no.
—Aún podrían verte, solo que no tan a menudo. —Envolví mis
brazos alrededor de ella por detrás y apoyé mi barbilla sobre su cabeza.
Esto se sentía tan natural y Greta soltó un suspiro pequeño—. ¿Eso es por la
granja o por nosotros?
Respiré hondo y luego besé su cuello. En realidad, no había un
nosotros. Estábamos Cressida y yo, que existíamos en la luz, aunque su
base estaba podrida y oscura, y luego estábamos Greta y yo, atados a las
sombras, aunque nuestro vínculo era puro de una manera que no creía
posible.
—Ambas cosas. —Asintió y tragó pesado—. A veces… a veces me
arrepiento… —Negó con la cabeza con una carcajada sin aliento. Sabía lo
que quería decir. Se dio la vuelta en mi abrazo—. ¿Cuánto falta para que
tengas que irte?
Miré mi reloj.
—Tres horas.
Volvió a asentir, la nostalgia llenando sus ojos aunque todavía estaba
aquí.
—Deberíamos hacer que cada minuto cuente, no desperdiciarlo
pensando en qué pasaría si… —murmuré mientras la subía a la cerca—.
¿Quieres que te saboree ahora?
Asintió simplemente. Me puse de rodillas, sin importarme la tierra.
Levanté la falda de Greta, revelando sus bragas blancas. Besé mi camino
alrededor del borde antes de besar su coño a través de ellas. Enganchando
un dedo en la tela, la arrastré a un lado, revelando el centro reluciente de
Greta. Con mis pulgares acaricié sus labios hinchados antes de separarlos
para revelar un clítoris hinchado y su abertura apretada. Recordando sus
palabras de antes, ignoré su clítoris y comencé a concentrar toda mi
atención en su apertura, acariciando, empujando, dando vueltas hasta que
estuvo aferrada desesperadamente a la cerca, sus botas presionadas en la
barra central para encontrar un agarre.
—Amo —gimió, sus dedos acariciando mi cabello—. Bésame.
¿Y dejar su coño?
—Eso es lo que estoy haciendo —dije con voz áspera, aunque sabía
lo que quería decir. Sumergí la punta de mi lengua en ella antes de jugar con
sus labios para enfatizar mi afirmación.
—Mis labios —dijo con una risa pequeña.
Levanté una ceja mientras la miraba y chupaba los labios de su coño.
Soltó una risa indignada.
—Mi boca.
—Está bien —dije con una sonrisa—. Solo dame unos momentos
más. —Rodeé su clítoris con mi lengua y luego acaricié su hendidura, de un
lado a otro, provocando más lujuria en ella. Apretó los muslos para
cerrarlos, sus dedos en mi cabello apretándose a medida que su coño se
estremecía contra mi boca. Con sus muslos enjaulándome, su olor me
golpeó como una bola de demolición, dejándome aún más desesperado. Se
estremeció violentamente, aferrándose a mí para mantener el equilibrio
mientras disfrutaba de su orgasmo.
Me puse de pie e inmediatamente tomó mi rostro entre sus manos y
casi desesperadamente me atrajo para besarme. Empujé mis caderas entre
sus muslos, separándola de par en par, mi bulto presionando contra su coño.
No me importaba si tenía su lujuria por toda mi ropa.
Dejó escapar una risita sin aliento.
—Quería correrme contigo besándome, por eso te dije que me
besaras.
Rocé mis labios sobre su oído.
—Aún podemos hacer que eso suceda.
Sus brazos rodearon mi cuello y se presionó aún más cerca,
besándome casi desesperadamente. Envolví mis brazos alrededor de ella,
sintiendo su corazón martillando contra sus costillas, el mismo ritmo
errático que el mío. Nuestros labios ralentizaron y cerré los ojos, presioné
mi nariz en el hueco de su cuello. Y estuvimos así durante mucho tiempo,
envueltos el uno en el otro. Apreté mi agarre sobre ella, mi palma
acariciando su cabello.
—No quiero que esto termine —gruñí.
Greta dejó escapar un suspiro melancólico, sus brazos aflojándose a
mi alrededor. Después de un momento, le permití retroceder.
La melancolía en sus ojos se sintió como un puñetazo en mi
estómago.
—Tienes que volar de regreso en dos horas.
—Lo sé. Eso no es lo que quiero decir. Dijiste que no cuando te pedí
que te casaras conmigo. Pero tal vez digas que sí a esto.
—¿Una aventura? —susurró Greta.
Acaricié su pómulo, luego sus labios.
—No es una aventura. Esto es más. Mierda. No sé lo que es. Es lo que
queda de lo que pudo haber sido. No me importa mientras pueda seguir
viéndote, hablando contigo, besándote.
—A espaldas de Cressida.
—Si te hace sentir mejor puedo decirle que hay alguien más. Por
supuesto, no le diría un nombre ni nada así. De todos modos, no piensa que
soy fiel. Y no me importaría si ella estuviera con otra persona.
—De eso no se trata el matrimonio.
Me reí oscuramente.
—Lo sé.
—Entonces, ¿nos encontraríamos aquí cada vez que puedas encontrar
algo de tiempo y una excusa buena?
—No me importa dónde nos encontremos, mientras lo hagamos.
Greta miró hacia los dos caballos que trotaban lentamente hacia
nosotros. Uno de ellos era muy delgado. Otra criatura que había salvado.
—Normalmente siempre quiero hacer lo correcto, pero contigo…
creo que elegiré mal.
Señalé a los animales que nos rodeaban.
—Ya estás haciendo suficiente bien. Estar conmigo no anulará el bien
de tu existencia.
Greta se rio.
—Así no es cómo funciona. No puedes acumular puntos de
bonificación, de modo que puedas actuar mal en ocasiones.
—Siempre actúo mal, así que no lo sabría. ¿No quieres volver a
verme?
Greta enterró su cara en mi cuello.
—Ya te extraño. No, no puedo soportar la idea de no volver a verte.
El último año sin ti ha sido duro, mucho más de lo que pensaba.
Respiré aliviado y la abracé otra vez fuertemente. Apoyé mi mejilla
en la parte superior de su cabeza. Ninguno de los dos se movió. Me
preguntaba qué pasaba por su cabeza. ¿Estaba intentando llegar a un
acuerdo sobre lo que acabábamos de decidir? No me molesté en hacerlo.
Me había dado por vencido cuando se trataba de razonar con Greta.
No estaba seguro de cómo podría hacer que esto funcionara. ¿Con qué
frecuencia podría desaparecer un fin de semana para visitarla? ¿Cuánto
tiempo antes de que alguien notara algo? Y luego había otra cosa. Si bien
no era nada posesivo cuando se trataba de Cressida, la mera idea de que
Greta estuviera con alguien más me hacía hervir la sangre.
—Sé que esto es hipócrita de mi parte, y definitivamente una
estupidez de decir, pero no puedo compartirte, Greta. Si seguimos así,
necesito que seas solo mía. No te quiero cerca de ningún otro hombre.
Greta levantó la vista y se encogió de hombros.
—Sí, parece un trato unilateral, y definitivamente un poco hipócrita.
—Frunció los labios y estaba seguro de que se daría por vencida con
nosotros por completo. Sabía que no tenía absolutamente ningún derecho a
pedirle fidelidad, no en nuestra situación, pero me destrozaría si la viera con
otra persona. La quería para mí—. No tengo ningún interés en otros
hombres, y no creo que eso cambie.
—Para ser honesto, probablemente mataría a cualquiera que se atreva
a tocarte.
Estaba hablando muy en serio y ella necesitaba entender cuán
obsesionado estaba con ella.
—Eso es algo que Nevio diría y haría.
Odiaba que me compararan con él, pero en este caso, Greta tenía
razón. Me convertiría en un maníaco furioso si otro hombre la tocara.
—Entonces sabes lo serio que es.
Greta me besó.
—No estaré con nadie más. —Con nuestras caras aún juntas, susurró
—: Pero tampoco quiero que estés con nadie… quiero decir… —Cerró los
ojos con una sonrisa irónica—. Sé que tienes que estar con Cressida, pero
no quiero que estés con nadie más. —Negó con la cabeza, sus ojos aún
cerrados.
—Mírame.
Abrió los ojos, su expresión dolida.
—No voy a estar con nadie más, y si puedo evitarlo, ni siquiera voy a
estar con Cressida.
—Oh, Amo —dijo Greta en un tono desesperado—. ¿Qué tipo de
trato estamos acordando aquí?
—No me importa. Simplemente no me importa. Te deseo. Maldita
sea, te necesito en mi vida. Este viaje, me hizo comprenderlo. No hubo una
sola noche en los últimos doce meses en la que no soñé contigo.
Asintió, pero su desesperación permaneció igual.
—¿Y si esto termina mal?
—¿Y si no es así?
Apoyó su mejilla contra mi pecho.
—¿Cómo podría no hacerlo?
23
Greta
Cuando Amo se fue, sentí como si se hubiera llevado un pedazo de mi
corazón con él. Me agarré a una columna del porche, acariciando la cabeza
de Bear, que estaba presionado contra mi pierna como si quisiera
estabilizarme. Momo se sentó en el último escalón, su nariz temblando
mientras olía el aire. Suspiré y me alejé del camino de entrada. No
habíamos fijado una fecha nueva para volver a encontrarnos.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que lo volviera a ver? ¿Unas pocas
semanas? ¿Meses? ¿Más tiempo que ese? Incluso comunicarse con nuestros
celulares sería difícil y arriesgado. No podía poner mi vida en pausa hasta
entonces, pero en cierto modo sentía que una parte de mí permanecería
inactiva hasta que nos volviéramos a encontrar. Con un suspiro, recogí a
Dotty de la manta en la que descansaba y la llevé a su trozo de césped
favorito a la sombra junto a la casa para que pudiera hacer sus necesidades.
Mi teléfono y reloj zumbaron. Miré hacia abajo. Un auto se había
detenido en las puertas. Abrí la ventana del navegador para comprobar la
cámara de seguridad. Una parte tonta de mí esperaba que fuera Amo, pero
el lado lógico de mi cerebro me dijo que probablemente solo era Jill
regresando temprano de su reunión con su padre, pero cuando la cara
sonriente de Nevio apareció en la pantalla, me congelé. No esperó a que lo
dejara entrar. Tenía el código para anular todas las cerraduras de seguridad,
al igual que mi padre y mis tíos. El auto salió de la vista de la cámara. Y
pronto, el sombrío brillo rojo de los faros delanteros de la Dodge Ram
completamente negra y tuneada de Nevio apareció a la vista. Siempre tenía
las luces encendidas, de día o de noche, porque el brillo rojo asustaba a la
gente, especialmente porque todos en Las Vegas sabían a quién pertenecía
el auto.
El auto se detuvo frente al porche y Nevio saltó de él. Se me aceleró
el pulso considerando lo que hubiera pasado si Nevio hubiera llegado diez
minutos antes. Corrió hacia mí mientras Alessio y Massimo salían del auto.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, sorprendida.
Bear gruñó cuando Nevio me levantó del suelo.
—Te vinimos a recoger.
Me agarré a sus hombros, sintiéndome mareada por él dándome
vueltas. Cuando me volvió a bajar, le dije:
—Jill aún no ha llegado. No puedo irme.
Nevio puso los ojos en blanco.
—Los cerdos pueden entretenerse solos un par de horas. —Se inclinó
para olerme—. ¿Usas un perfume nuevo? No me gusta.
—No estoy usando perfume. —Mis entrañas se encogieron. ¿Olía
como Amo? Alessio me contempló de cerca a medida que Massimo se
sentaba en un escalón y encendía un cigarrillo.
—Tienes tanto conocimiento médico y aun así fumas —le dije, con la
esperanza de distraer a Nevio de mi olor.
Massimo me miró por encima del hombro, con una ceja oscura
levantada.
—Teniendo en cuenta nuestro estilo de vida, estoy bastante seguro de
que el cáncer de pulmón o alguna de las otras enfermedades relacionadas
con el humo no serán la causa de mi muerte.
—Vamos, Greta. Volvamos a la ciudad.
—Tendremos que llevar a los perros con nosotros —le recordé.
—Podemos poner sus jaulas de transporte en la plataforma de la
camioneta.
—Pero tienes que conducir con cuidado.
Nevio me dio una mirada exasperada.
—Bien.
Le envié un mensaje a Jill diciendo que me iría de la granja ahora y
cuando respondió que ya estaba en camino y que estaría allí en treinta
minutos, comencé a empacar todo. Quince minutos después, nos
alejábamos de la granja. Este lugar siempre había significado mucho para
mí, pero ahora que también estaba conectado con Amo, se volvió aún más
especial.
—Tengo una sorpresa para ti —dijo Nevio después de un rato,
tamborileando emocionado en el volante.
Le di una mirada cautelosa. Eso podía significar todo y su energía
nerviosa definitivamente daba motivos para preocuparse.
—Está preocupada —dijo Alessio desde el asiento a mi derecha.
—Como debería ser cuando Nevio está emocionado por algo —dijo
Massimo desde donde estaba recostado en el asiento trasero. Resistí el
impulso de contarle sobre sus posibilidades de sobrevivir a un accidente
cuando no estaba abrochado. Él lo sabía, y solo me daría la misma respuesta
que con el cigarro.
—Estaba buscando algo para animarte y uno de nuestros contactos me
dio una pista sobre una granja de cría para estos perritos de bolso.
—¿Chihuahuas?
—Salud —dijo Massimo secamente.
Le puse los ojos en blanco.
—Lo que sea —dijo Nevio—. Nos dirigimos ahora allí. Vas a salvar
algunos perros y vamos a ver si podemos encontrar algo de entretenimiento
con los criadores.

***

—¿Por qué los humanos hacen esto? —susurré con un movimiento de


cabeza, mi corazón llenándose de lástima por la pobre criatura en mis
brazos. Regresábamos de llevar unos treinta perros viejos y cuarenta
cachorros, algunos de pocos días de nacidos, a una señora jubilada y su
esposo con los que había cooperado en el pasado. Tenían un santuario para
perros que cuidaba a los perros durante el tiempo que fuera necesario para
darles un hogar para siempre y nunca sacrificarlos a menos que tuvieran
problemas de salud graves que no pudieran tratarse. Papá me había dejado
muy claro que no me toleraría criar cachorros en nuestra mansión y con
Dotty, Momo y Bear, papá ya estaba al límite de su tolerancia con los
perros, así que solo elegí uno de los Chihuahuas para mí.
Nevio se encogió de hombros.
—Piensan que es lindo darles cabezas enormes y patas de fósforo, y
me llaman retorcido.
—La gente quiere perros, pero no quiere el compromiso de los paseos
y el acondicionamiento. Cuando estos perros diminutos necesitan orinar,
sus dueños los meten en una caja para gatos y cuando no obedecen, los
llevan en su bolso. Es conveniente —dijo Massimo con naturalidad.
—¡Es un perro, no un juguete! No está destinado a ser conveniente —
susurré, sintiéndome al borde de las lágrimas—. Si quieren una mascota que
no requiera paseos ni acondicionamiento, entonces pueden conseguirse un
hámster o conejillos de Indias.
Massimo movió la cabeza de un lado a otro, en desacuerdo.
—Leí un artículo que decía que los hámsteres son las mascotas más
maltratadas. La gente los mete en las jaulas más pequeñas posibles porque
son baratos o se los dan a sus hijos como juguetes.
—Los padres probablemente estén contentos de que los niños torturan
al hámster en lugar de molestarlos —dijo Alessio encogiéndose de
hombros.
Mi pecho se apretó al pensar en todas las mascotas en todas partes
que fueron maltratadas porque las personas las vieron como juguetes o no
se molestaron en investigar sus necesidades.
—Y los conejillos de indias y los conejos probablemente tampoco
pertenecen a las manos de estas personas. La mayoría de ellos son
mantenidos en confinamiento solitario, aunque son animales de grupo y la
gente los mete en jaulas con barrotes para que sea más fácil de limpiar. Una
vez vi una prisión medieval que era más amable que esas jaulas —continuó
Massimo. Nevio estacionó el auto frente a nuestra mansión.
—Basta —gruñí—. ¡Basta! No quiero escuchar más.
Nevio se giró en su asiento y tomó mi hombro.
—No hablar de eso no evitará que suceda.
—Lo sé. Es egoísta, pero no puedo soportarlo, no cuando no puedo
hacer nada para evitar que suceda.
—Greta, eres demasiado buena para este mundo.
Negué con la cabeza. Bajé la cabeza y besé la cabeza demasiado
grande del perro con ojos saltones, decidiendo llamarlo Teacup. Haría todo
lo que estuviera a mi alcance para salvar a tantos animales como pudiera y
darles una vida mejor. Sabía que eso no compensaría el mal que estaba
haciendo porque mi corazón no me dejaba otra opción, pero me hizo sentir
marginalmente mejor.

Amo
Conduje directamente a Cressida y mi casa adosada desde el
aeropuerto. Era nuestra noche de cita semanal obligatoria y ya estaba
llegando tarde.
Cada fibra de mi cuerpo se rebelaba hoy contra la idea de pasar
tiempo con ella. Abrí la puerta y entré en la casa. Encontré a Cressida en un
sillón en la sala de estar, escribiendo en su teléfono.
—Llegas tarde —dijo con reproche.
—Estoy aquí.
Se puso de pie, ya vestida con un vestido elegante, tacones altos y
joyas caras. Cuando se detuvo frente a mí, examinó mi atuendo. Me había
cambiado de ropa en el aeropuerto, así que vestía una camisa de vestir
blanca y pantalones negros.
—¿Dónde está tu anillo? —preguntó Cressida con el ceño fruncido.
Miré mi mano. Estaba desnuda, excepto por la fina línea blanca que
marcaba el lugar donde solía estar el anillo.
Debo haberlo dejado en Las Vegas. Maldición. Si alguien lo
encontraba allí, sería el final. La fecha de la boda estaba grabada dentro del
anillo, y cada Falcone sumaría dos y dos y saldría a la venganza. Tenía que
llamar a Greta lo antes posible y advertirle.
—¡Amo!
Me concentré en Cressida.
—Debo haberlo perdido durante la última sesión de tortura. Iré a
buscarlo cuando regrese al almacén.
La boca de Cressida se apretó.
—No quiero saber lo que haces en el trabajo. Es desagradable.
Arqueé una ceja.
—Mi desagrado se asegura de que siempre tengas las cosas más
nuevas de Louis Vuitton y Balenciaga.
Cressida no quería que le recordaran mi oscuridad. Quería fingir.
Todo nuestro matrimonio era fingido.
—Espero que no pienses que tendré sexo contigo cuando ni siquiera
estás usando tu anillo.
—No estoy aquí por sexo —dije con naturalidad—. Estoy aquí por
nuestra noche de cita falsa de la semana, de modo que la gente piense que
en realidad compartimos algún tipo de vínculo.
La ira estalló en sus ojos. No estaba seguro de por qué esto la enojaba.
Era la maldita verdad, ambos lo sabíamos.
Se acercó y presionó su palma en mi entrepierna.
—¿No quieres sexo?
Agarré su muñeca.
—Suéltame.
Se rio como si esto fuera una especie de juego. Aparté su mano
bruscamente. La idea de tener intimidad con ella me horrorizaba. No porque
Cressida no fuera una mujer atractiva. Lo era, desde un punto de vista
únicamente físico, pero no la deseaba. Y ahora que había tenido intimidad
con Greta, no tocaría a otra mujer.
Mierda. Casi me rio de la ironía.
—¿Qué hombre no quiere tener sexo?
—Quiero sexo, pero no contigo.
Sonrió con dureza.
—Entonces ve con tus putas. No me importa. Tengo todo lo que
deseo. —Apreté los dientes. La ira burbujeaba justo debajo de la superficie.
Pero Cressida era una mujer y mi esposa, así que usé cada gramo de
autocontrol que poseía y lo contuve.
—Entonces, ¿dónde vamos a cenar esta noche? Espero que hayas
hecho una reserva en este nuevo lugar de 3 estrellas Michelin en el
Mandarin Oriental. Es imposible conseguir una mesa si no reserva con al
menos seis semanas de anticipación y luego los espacios se llenan en
cuestión de minutos. Les dije a mis amigas que podías conseguir una mesa
allí cuando quisieras.
—Por supuesto —dije—. Tenemos una mesa de ocho a diez.
—¿De verdad se atrevieron a meternos en un horario? ¿Y los dejaste?
De hecho, había pedido un espacio. Probablemente me habrían dado
la mesa para toda la noche, incluso si eso significaba cancelar tres reservas
de otras personas esa noche. Pero la idea de pasar más de dos horas con
Cressida, especialmente en público, cuando teníamos que fingir que
teníamos algo que decirnos, era absolutamente insoportable.
—Esta noche tengo trabajo que hacer. Dos horas son suficientes para
seis platos.
No dijo nada pero su expresión dejó claro que estaba muy infeliz.
—¿Estás lista para irnos? —pregunté. Eran las 7:45 y quería terminar
con esto.
Cressida me dirigió una sonrisa desafiante.
—¿Sabes qué? Ya no me siento bien con este atuendo. Iré a
cambiarme. Estoy segura de que no les importará si llegamos tarde. Así
pueden darnos la mesa para el resto de la noche.
—Nos vamos ahora —dije en voz baja.
Me miró a los ojos y luego bajó los ojos rápidamente y se encogió de
hombros antes de pasar junto a mí hacia la puerta. Afuera me tendió la
mano y la tomé aunque mi cuerpo se revelara contra eso cuando la llevé a
mi auto, le abrí la puerta y luego tomé mi lugar detrás del volante.
Cada segundo en compañía de Cressida se sentía como mi versión
personal del infierno. Sentía esto aún más ahora que había pasado la noche
con Greta, mi puto deseo de ir al cielo.

***

Cuando atravesé las puertas del santuario de animales de Greta tres


semanas después, sentí como si hubiera hibernado y estaba despertando
lentamente. Había estado ocupado con el trabajo y solo había visto a
Cressida una vez más en privado después de nuestra noche de cita tan difícil
y una vez en la cena con sus padres, que había sido una experiencia aún
peor que estar a solas con mi esposa.
Mi madre se había dado cuenta de que algo era diferente y había
intentado interrogarme durante nuestra cena familiar semanal. Y Marcella,
fue como un sabueso tras un rastro. Sabía demasiado. Era bueno que
Maximus estuviera envuelto en sus propios problemas o probablemente
habría unido fuerzas con mi hermana para averiguar lo que estaba pasando.
Me detuve frente a la granja. Greta ya estaba esperando en el porche,
apoyada en una columna. La lámpara sobre su cabeza proyectaba un brillo
casi angelical en su rostro. Ya se acercaba la medianoche y estaba
completamente oscuro a nuestro alrededor, aparte de la distante luz de
fondo sombría de la ciudad. Este viernes había estado ocupado con una
reunión con los Corsos, de modo que no había podido tomar un vuelo
anterior.
Abrí la puerta del auto y me acerqué a ella. Llevaba un camisón de
raso blanco con sus obligatorias botas vaqueras y una camisa a cuadros
demasiado grande echada al azar sobre sus hombros. Se veía perfecta.
Di los tres pasos hacia el porche a la vez y la levanté del suelo antes
de reclamar sus labios para un beso desesperado. Bear saltó hacia atrás con
un gruñido bajo, pero me importó una mierda.
Greta se tensó por un instante antes de derretirse en mi abrazo.
Maldición, ¿cómo algo podía sentirse tan perfecto? No tenía sentido. Me
aferré a ella un poco más, mi nariz en su cabello.
—Te extrañé.
Qué cosa tan débil por decir, pero esta mujer… simplemente no podía
dejar de pensar en ella.
—También te extrañé —susurró contra mi garganta antes de presionar
un beso suave en el lugar. La dejé que se pusiera de pie y la contemplé a la
cara.
—¿Qué pasa? —Se tocó la mejilla con curiosidad.
—Nada —respondí bruscamente—. Déjame buscar mi bolso. —Corrí
hacia el auto y agarré la mochila con todo lo que necesitaba para las dos
noches. Greta me tendió la mano y la agarré, dejándola guiarme dentro de
su casa, donde se quitó las botas antes de que nos dirigiéramos a la cocina
donde había preparado una comida.
—Hice sándwiches y una ensalada porque pensé que podrías tener
hambre. —Señaló el cuenco y el plato, y luego se volvió hacia mí.
Tomé su mejilla, pasando mi pulgar sobre su piel suave.
—Lo estoy —coincidí en voz baja.
Se sonrojó, y luego se mordió el labio inferior.
—¿Por comida?
Me reí por lo bajo en mi garganta.
—Quizás más tarde.
Enganché mis pulgares debajo de su camisa y la deslicé por sus
brazos. Revoloteó hasta el suelo. Los pezones de Greta se endurecieron bajo
la tela sedosa de su camisón, su contorno tentadores. Me incliné para otro
beso.
—Primero quiero probarte. ¿Está bien? —Su «sí» fue poco más que
una exhalación. Agarrando su cintura, la levanté sobre la encimera y
empujé entre sus piernas. Fusioné nuestros labios una vez más y tomé su
cuello con una mano mientras la otra acariciaba el brazo y el hombro de
Greta suavemente. Pronto la piel de gallina cubrió su cuerpo y enganchó sus
piernas alrededor de mis caderas, acercándonos aún más. Pasé las yemas de
mis dedos por la parte exterior de su muslo. Sus dedos en mis hombros se
apretaron, y empujó contra mí aún más fuerte. Tomé su pecho y me aparté
de nuestro beso, dejando los labios de Greta hinchados y su rostro
sonrojado. Bajé la mirada para observar mi mano sobre el pecho de Greta.
Su pezón se volvió más duro como una roca contra mi palma a medida que
lo masajeaba a través de la tela. Enganché mi dedo índice debajo de la
correa delgada y la arrastré hacia abajo hasta que un pezón alegre apareció a
la vista. Pasé mi pulgar sobre él, luego mojé la almohadilla y repetí el
movimiento. Los labios de Greta se separaron mientras veía mi mano de la
misma manera que yo. Tomé su brote pequeño entre el pulgar y el índice,
luego lo hice girar suavemente de un lado a otro antes de comenzar a tirarlo
un poco más. Greta gimió y meció sus caderas contra las mías. Continué
mis exploraciones de sus senos hermosos por un tiempo, hasta que Greta
jadeaba y mi propia excitación era muy incómoda.
Me aclaré la garganta y luego dije con voz áspera:
—Levanta las caderas. —Hizo lo que le pedí y le deslicé el camisón.
Esta vez llevaba una tanga blanca, una pieza diminuta de encaje que se
pegaba a su coño y estaba completamente empapada. Acariciando el
interior de sus muslos, me permití absorber de verdad la vista, el contorno
de su hendidura, la forma en que la cuerda desaparecía entre los dos globos
de su culo perfectamente redondeados, el contorno suave de su vello púbico
contra el encaje. Todo me excitó como nunca lo había hecho.
Me sentí posesivo y hambriento. Sentí que podría volverme loco si no
reclamaba a Greta de todas las formas posibles. Y también me sentí un poco
trastornado y desesperado porque esto era algo que quería todo el tiempo,
pero no podía tener. Mierda. No estaba acostumbrado a no tener lo que
quiero, y eso me hacía querer aún más demostrar que ella era mía.
—Arrodíllate ante mí —exigí.
Empezó a bajarse de la encimera, pero la detuve. La confusión se
reflejó en sus ojos.
—En la encimera con tu trasero hacia mí.
Se mordió el labio otra vez y se subió a la encimera y se puso de
rodillas y manos, con su trasero apuntándome burlonamente.
Tragué pesado a medida que contemplaba la forma en que su tanga
también se encajaba entre los labios de su coño en esta posición.
—¿Amo?
—Eres demasiado perfecta para las palabras. —Toqué su trasero, las
yemas de mis dedos recorrieron la piel suave y luego subieron por su
espalda, sobre los bultos de su columna y después volvieron a bajar. Deslicé
mi pulgar debajo de la cuerda de la tanga y tiré lentamente de ella hasta que
se deslizó entre las nalgas y los labios de su coño, empapada como si
hubiera nadado—. Maldita sea, Greta. No quiero nada más que hacerte mía,
que enterrarme hasta el fondo dentro de ti.
No tenía la intención de expresar mis pensamientos de esa manera,
pero verla en esta posición me hizo perder el control.
Greta se tensó y luego me miró por encima del hombro, con el ceño
fruncido.
—¿Esta posición no sería muy dolorosa para la primera vez?
—Hoy no voy a tomar tu virginidad y definitivamente no así —gruñí,
cerca de perder la cabeza por completo. Si alguna vez tomaba la inocencia
de Greta, lo que ni siquiera debería considerar hacer, lo haría bien. Con ella
en mis brazos, en una cama acogedora.
No me permití detenerme en el pensamiento.
—Está bien —dijo simplemente. Besé su nalga izquierda y luego la
derecha antes de pasar mi pulgar sobre el pliegue tentador, gimiendo ante su
excitación. Mi pulgar se deslizó bajo su tanga, rozando sus pliegues
hinchados y luego su abertura. Bajé su tanga hasta sus rodillas y después
pasé las yemas de mis dedos suavemente por su coño. Permití que mi dedo
índice rodeara su abertura y luego sumergí solo la punta. Exhalé ante la
vista. Y retrocedí, sacudiendo la cabeza.
—Date la vuelta. Necesito ver tu cara.
Greta se giró con elegancia hasta quedar frente a mí una vez más con
las piernas separadas después de quitarse la tanga mientras estaba sentada
en la encimera de la cocina. Contempló mi rostro con un escrutinio
silencioso.
—¿Está todo bien?
Me reí amargamente y me acerqué a ella, mis manos acunando su
rostro.
—Solo intento mantener el control —murmuré antes de besarla.
Pude ver las preguntas en su rostro pero intensifiqué nuestro beso,
distrayendo su mente ocupada. Pronto Greta acarició mi pecho a través de
mi camisa. Comenzó a abrir los botones hasta que pudo separar mi camisa.
Con sus uñas cortas jugueteó con mis abdominales y mi pecho. Agarré sus
muñecas, besé una y luego la otra palma antes de poner sus manos sobre la
encimera.
—Por esta noche vamos a ignorar mi necesidad —insté. Mi lujuria
por Greta se había acumulado como una nube de tormenta atronadora en las
últimas semanas, y hoy se mezclaba con la frustración y el hambre oscura,
las cuales no tenían lugar cuando tenía intimidad con Greta.
Pasé mis nudillos por su vientre y luego acaricié mi dedo índice y
medio a lo largo de su coño. Me observó con los ojos entrecerrados a
medida que usaba mis dos dedos para separar sus pliegues de modo que
pudiera masajear la parte interna sensible. Mis dedos resplandecían con la
necesidad de Greta. Pronto balanceó sus caderas contra mi mano, sus labios
entreabiertos, su expresión tensa por la pasión. Aceleré, enfocando más
atención en su clítoris. No tardó mucho en perderse en su orgasmo bajo mis
cuidados y mi boca se secó cuando echó la cabeza hacia atrás y gimió
profundamente en su garganta. Me incliné hacia adelante, mis labios
rozando su piel y luego separándola. Pero me detuve al último momento,
mis dientes ya contra su garganta. No podía marcar así a Greta.
Retrocedí y nuestras miradas se encontraron.
Había tanto que quería decir pero no podía, no quería.
—Más —rogó Greta y sonreí, feliz de que me distrajera de mi
estupidez.
—¿Más? —pregunté en voz baja, mi voz tensa por la excitación.
Probablemente podía correrme en mis pantalones si en realidad me
concentrara. Ella asintió escuetamente y pasé mi dedo medio sobre su raja,
de un lado a otro.
Estaba tan mojada.
—Greta, quiero…
Antes de que pudiera decírselo, quería hundir mi dedo dentro de ella,
puso su mano sobre la mía y usó una presión ligera.
—Amo, necesito… no lo sé. Necesito…
Sabía lo que ella necesitaba. La besé dulcemente y luego froté la
yema de mi dedo medio sobre su abertura antes de empujar mi punta dentro
de ella.
Exhaló, sus cejas frunciéndose a medida que miraba hacia abajo por
su cuerpo hacia donde la punta de mi dedo se deslizaba dentro y fuera de su
canal.
Estaba hipnotizado mientras hundía mi dedo lentamente aún más
profundo en la abertura apretada de Greta. Dentro y fuera, cubriéndola con
su lujuria. Mi punta se deslizó fácilmente y luego empujé hasta mi primer
nudillo antes de sacarlo de nuevo. Mi dedo brilló maravillosamente
mientras frotaba suavemente la abertura con mi almohadilla antes de
profundizar en ella una vez más, esta vez hasta mi segundo nudillo. Su coño
se apretó a mi alrededor y levanté la vista por primera vez desde que
comencé a tocarla para comprobar su expresión. También estaba mirando
mi dedo dentro de ella, pero una tensión sutil dominaba su boca.
—¿Es demasiado incómodo? —pregunté en voz baja, mi dedo aun
deslizándose dentro y fuera lentamente.
—Es del tipo bueno de incomodidad.
Solté un suspiro fuerte y reclamé sus labios una vez más mientras
hundía mi dedo medio completamente dentro de ella. Jadeó contra mi boca,
su coño apretándose, sus párpados revolotearon. Curvé mi dedo, mi
embestida presionando contra su clítoris y la tensión abandonó su cuerpo
con un estremecimiento y un gemido fuertes cuando se corrió a mi
alrededor. Mis bolas se sacudieron. No había esperado que se corriera tan
rápido y fue como combustible para mi deseo ya ardiente por ella. Me besó
desesperadamente, sus caderas balanceándose mientras seguía follándola
con mi dedo a través de su orgasmo. Su excitación escurría por mi dedo y
mi palma. Mantuve mi dedo dentro de ella posesivamente a medida que nos
besábamos y froté su cuello suavemente. Las mejillas de Greta estaban
sonrosadas y sus ojos llenos de un anhelo que comprendía demasiado bien.
—Ahora tú —dijo con firmeza. No discutí cuando me abrió la
cremallera y me bajó los pantalones y la ropa interior. Mi polla saltó libre,
mi punta cubierta con líquido preseminal—. Quieres que yo…
—Usa tus manos —dije entre dientes. Estaba tambaleándome al borde
del control. Si hoy me follaba la boca de Greta, probablemente perdería la
cabeza y también me follaría su coño, o derramaría mi semen al segundo en
que sus labios tocaran mi polla porque estaba tan jodidamente cachondo.
24
Greta
Curvé mis dedos alrededor de la base de la erección de Amo o tan
lejos como fuera posible. Era muy largo y grueso, haciéndome preguntarme
cómo encajaría dentro de mí. Sus dedos también eran largos y gruesos para
ser dedos, lo cual no era una sorpresa considerando su estatura alta, pero su
erección estaba en otro nivel. Sabía que encajaría de alguna manera. Estaba
destinado a encajar físicamente, al menos en general.
Mis pensamientos se calmaron ante el primer gemido bajo de los
labios de Amo. Me encantaba el sonido. Acaricié de arriba abajo su
longitud sedosa, rozando mi pulgar sobre la punta. Me encantaba
explorarlo. Pronto Amo comenzó a bombear sus caderas y su mano se cerró
sobre la mía, aumentando la presión. Lo miré a los ojos, y respiré
profundamente ante la mirada de lujuria y posesividad en su rostro. Ambos
se apoderaron de mí y se hundieron en mi corazón.
Cuando Amo se corrió con un estremecimiento y un gemido, y me
besó con dureza, no pude evitar sonreír felizmente contra sus labios. Amo
rio entre dientes. Levanté la vista, mis dientes hundiéndose en mi labio
inferior. Besó la punta de mi nariz, sorprendiéndome, y dio un paso atrás.
—Vamos a limpiarnos. Estoy hambriento.
—¿Otra vez? —pregunté.
Se rio, una risa real y profunda que me llenó las entrañas de
mariposas. Aunque siempre había encontrado el término muy inquietante.
La idea de que cualquier tipo de animal habitara dentro de mí en realidad no
evocaba imágenes agradables. Ojalá hubiera sabido quién había pensado
que inventar una frase como esa era una buena idea.
—Esta vez me refiero a comida.
—Ah —dije, casi un poco decepcionada.
Amo negó con la cabeza, empujó entre mis piernas una vez más y me
besó con fuerza.
—No te preocupes. Te comeré justo después de los sándwiches.

***

Después de limpiar la prueba de nuestras actividades, Amo y yo


regresamos a la cocina. Bear me miró casi con reproche. Como si lo
estuviera traicionando al dejar entrar a un extraño.
Dotty estaba acurrucada contra él. Ya casi nunca se apartaba de su
lado.
Alcancé mi camisa a cuadros pero Amo me tendió su camisa de vestir
blanca.
—Tómala. —Me ayudó a ponérmela—. Me gusta verte con mi
camiseta. Aún recuerdo el sótano.
—Yo también —dije a medida que cerraba un botón sobre mi pecho,
pero no el resto. Luego agarré el plato con los sándwiches y la ensaladera, y
los puse sobre la mesa—. Los cubiertos y los platos están allí. —Señalé el
armario junto a Amo.
Lo miró sorprendido, como si nunca en su vida hubiera puesto una
mesa, lo cual probablemente era la verdad. Aun así, se inclinó y tomó dos
platos y tenedores antes de caminar hacia mí y sentarse en el banco. Tomé
un lugar a su lado de modo que nuestras piernas se tocaban. Amo no se
había molestado en ponerse nada más que calzoncillos y disfruté viéndolo
medio desnudo.
Agarró un sándwich y mordió más de la mitad, antes de terminar el
resto con otro bocado. Parpadeé. Había preparado cuatro sándwiches, ahora
me preguntaba si eso sería suficiente.
—Es hummus y chutney de tomate asado —le expliqué.
Amo asintió apreciativamente y terminó un segundo sándwich. Me
miró.
—¿No vas a comer algo?
—Puedes comer primero. Comí antes de que vinieras.
Sacudió la cabeza con el ceño fruncido y me tendió un sándwich. En
lugar de quitárselo, mordí un trozo y sonreí. Luego llené mi plato con
ensalada, y observé a Amo devorar los sándwiches restantes.
—No pensé que estarías tan entusiasmado con mis sándwiches
veganos.
—No soy quisquilloso con la comida cuando me muero de hambre.
—Hizo una mueca y tragó el último bocado—. Eso salió mal. Tu comida es
deliciosa.
Me encogí de hombros.
—No te preocupes. He escuchado todos los insultos que se te ocurran
por la comida vegana. No creo que puedas decir algo peor.
—Vivir en la casa de los Falcone como vegana debe ser difícil.
Sabía que lo decía en broma, pero había una tensión subyacente en su
tono y me sentí protectora.
—Me gusta ser una Falcone.
—Te prefiero como una Vitiello.
Ambos nos quedamos en silencio. Arrastré mi tenedor sobre el plato y
corté un solo trozo de col rizada y luego me lo llevé a la boca, esperando el
momento.
—Ignora lo que dije —gruñó. Se inclinó hacia atrás e inclinó su
cuerpo hacia mí, sus ojos observándome fijamente.
—¿Quieres ir a la cama? —pregunté.
Se frotó los ojos con la palma de la mano, el cansancio apoderándose
de él.
—Sí. Ha sido un día muy largo, especialmente con la diferencia
horaria.
—Lavaré los platos. Puedes adelantarte y prepararte para ir a la cama
—dije mientras me levantaba.
Amo tomó mi cintura y me atrajo hacia él. Con él sentado y yo de pie,
estábamos a la altura de los ojos.
—Te ayudaré.
Sonreí.
—Eso sería encantador.
Se puso de pie y juntos nos dirigimos al fregadero. Empecé a lavar los
platos y Amo los secó.
—Usualmente no haces las tareas del hogar, ¿verdad?
Me dio una sonrisa irónica.
—No.
—Mimado.
Me recogió sin previo aviso, haciéndome jadear y casi dejar caer el
vaso que había estado lavando. Lo dejé rápidamente y luego envolví mis
brazos alrededor de su cuello. Por la forma en que me sostenía, podía
mirarlo desde arriba.
—¿Por qué se siente como si nos conociéramos desde siempre? —
preguntó en voz baja. Negué con la cabeza. No sabía la respuesta a su
pregunta. Se sentía como si nos conociéramos desde hace más tiempo, y en
un nivel más profundo de lo que debería ser posible después de solo unos
pocos encuentros.
Apoyé mi rostro contra su garganta. Este tipo de conexión profunda,
era algo que nunca había considerado posible para nadie más que para mi
familia más cercana, y lo que teníamos Amo y yo, iba más allá en muchos
aspectos.
Parpadeé con cansancio. Me desperté a las cinco en punto porque
quería ir temprano al santuario. Ahora podía sentir el cansancio asentarse
profundamente en mis huesos. Y la calidez de Amo y su olor solo me
relajaron más. Pasé mis dedos por el cabello de su cuello y aspiré su olor
profundamente.
—Me encanta tu olor —murmuré, luego bostecé—. Y la forma en que
tu cuerpo se siente contra el mío. Y tu sonrisa. El amor es una cosa tan
curiosa. Sin lógica, sin razón. —Me fui quedando dormida, mis palabras
saliendo confusas a mis propios oídos—. ¿Cómo sabes si amas a alguien?

Amo
¿Cómo saber si amas a alguien?
Mi corazón martilló al escuchar las palabras de Greta. No tenía una
respuesta a su pregunta, ninguna que pudiera poner en palabras. Lo que
sentía por ella… no me detuve en el pensamiento. Su cuerpo se suavizó
contra mí y su respiración se estabilizó. Sintiéndome extrañamente
conmovido porque se hubiera quedado dormida en mis brazos así, la llevé
al dormitorio. La puse en su cama con cuidado y luego me giré para tomar
mi bolso de la sala de estar. Bear se paró justo detrás de mí, su cuerpo
rígido y sus ojos fijos en mí.
—Vamos, no me hagas lastimarte —dije con firmeza. No retrocedió.
Momo y otro perro diminuto pasaron corriendo junto a él y se subieron a la
cama, luego Dotty pasó cojeando junto a Bear, haciendo una línea recta a
mi alrededor y se acostó en la cómoda cama para perros. Con una mirada a
Dotty, Bear la siguió y se acurrucó alrededor de su cuerpo más pequeño.
Sonreí irónicamente. No era el único agarrado por las pelotas por una
mujer. Me preparé en el baño pequeño, luego apagué todas las luces antes
de dirigirme al dormitorio. Greta no se había movido ni un centímetro, su
expresión angelical a medida que dormía profundamente. Este lugar extraño
en medio de la nada se sentía más como un hogar que la lujosa casa adosada
en mi ciudad, todo por la mujer en mi cama.
Me estiré a su lado y rocé mis nudillos sobre su pómulo, luego la
acerqué a mi cuerpo. Se acurrucó contra mí con un suspiro pequeño. Su
cabello me hizo cosquillas en la nariz y lo aparté y luego besé su frente.
Sabía que esto estaba mal. Greta se merecía algo mejor. Pero esto se
sentía demasiado bien para dejarlo pasar. Me pregunté si se arrepentía de
haberme dicho que no, pero dada la situación de su familia, probablemente
no tuvo muchas opciones. Definitivamente lamentaba no haber tenido las
pelotas para cancelar mi boda con Cressida, pero quería convertirme en
Capo. Había estado dispuesto a hacer un trato con el diablo por eso.

***

Cuando desperté, Greta no estaba en la cama. Relinchos y maullidos,


así como el sonido de un motor, llegaban desde el exterior. Saqué las
piernas y me levanté, luego agarré mi arma de la mesita de noche y me
congelé cuando vi mi anillo de bodas junto a una nota de Greta.
Escaneé la nota.
No quería devolverte esto anoche.
Me alegré de que no lo hubiera hecho. Habría contaminado nuestra
reunión, al igual que la existencia de Cressida contaminaba mi vida. Metí el
anillo en mi bolso antes de buscarla en la casa y luego salí, siguiendo los
sonidos. Desde el porche, pude ver a Greta conduciendo un montacarga
pequeño, y repartiendo fardos de heno entre los establos y los graneros.
Me apoyé contra el porche con una sonrisa, atónito por lo que veía.
Era heredera de una fortuna, aclamada como la princesa del oeste y aquí
estaba alimentando vacas, cerdos y caballos y recogiendo sus excrementos.
No rehuía al trabajo duro. Cuando me vio, me saludó con la mano mientras
dirigía el montacargas con una mano en mi dirección.
—¡Adentro hay café! Aún tengo que terminar unas cosas antes de
poder unirme —gritó por encima del tartamudeo del motor y luego pasó
junto a mí. Volví adentro y llené la taza que esperaba con café antes de salir
una vez más. Bebiendo mi café, la observé en la distancia mientras saludaba
a los animales uno tras otro, incluso un cerdo enorme, y mis labios se
extendieron en una sonrisa. Esto se sentía surrealista de la mejor manera
posible. No podía recordar la última vez que sentí ganas de sonreír con
tanta frecuencia.
Nunca quise una vida en el campo. Crecí en la gran ciudad. Era el
lugar en el que me sentía más cómodo, y aun así, no podía imaginar
cambiar mi vida en Nueva York por algo así indefinidamente, pero la
presencia de Greta hacía que este lugar fuera especial. Cuando crecí,
siempre supe a qué lugar llamar hogar, la casa de mis padres había sido mi
refugio seguro, el lugar al que llamaría hogar sin dudarlo, pero desde que
me mudé y especialmente desde mi boda para Cressida nada se había
sentido realmente como volver a casa. Mi apartamento se sentía como un
paso intermedio, no como el destino final, y la casa que había comprado
para Cressida y para mí siempre se había sentido como el hogar de un
extraño y no uno en el que te sintieras bienvenido. Tomé otro sorbo y Greta
me saludó de nuevo en la distancia, gritando algo que no entendí, pero le
devolví el saludo. Luego bajé la mano lentamente. Esto de aquí, esta
sensación de calma y pertenencia, era algo que quería. Pero hace un año,
convertir este sueño en realidad ya había enfrentado grandes obstáculos.
¿Ahora? Estando casado con Cressida, estaba casi fuera de mi alcance.
El divorcio era una gran negativa, un pecado imperdonable, en
nuestro mundo. Era la única forma en que podía tener a Greta en más de los
lapsos minúsculos que podía apartar entre la Famiglia, mi familia y
Cressida.
El divorcio era algo que acabaría con mis aspiraciones como Capo.

Greta
Mi estómago se calentó al ver a Amo en mi porche, tomando café
solo con los pantalones de su pijama.
A pesar de lo arriesgados que fueran nuestros encuentros, no podía
imaginar no volver a ver a Amo. Me sentía culpable de muchas maneras,
hacia mi familia, hacia Cressida, incluso hacia la familia de Amo. De
alguna manera les mentíamos a todos. Pero cada vez que pensaba en
terminar las cosas entre Amo y yo, mi pecho se apretaría con una ansiedad
aguda. Hace un año, mi elección había sido clara, una elección imposible
pero inevitable. Ahora, las razones para una elección determinada en el
pasado se volvían cada vez menos convincentes.
Me dirigí a Amo una vez que hube alimentado a todos los animales,
lo que llevó mucho tiempo sin la ayuda de Jill. No me había preguntado por
qué quería que pasara un par de días con su hermana en Reno. Sabía que no
debía hacer demasiadas preguntas.
Con una sonrisa radiante, tomé la mano que Amo me tendió cuando
subí los escalones de madera. Entramos y desayunamos, aunque al ver a
Amo en su estado de desnudez mi cuerpo sintió un hambre muy diferente.
—¿Qué tal si me das un recorrido detallado de la granja? Difícilmente
podemos hacer un viaje a alguna parte más.
Conocía muchos lugares que me hubiera gustado mostrarle a Amo,
pero tenía razón. Esta no era una opción. Y me conmovió que quisiera
conocer más de mi santuario.
—Solo déjame vestirme rápido.
Mordí mi labio.
—No tienes que ponerte ropa por mí…
Amo se rio entre dientes, inclinándose y acunando mi cuello para
atraerme y besarme.
Su teléfono sonó, obligándonos a separarnos, y miró hacia abajo,
apretando la boca.
—¿Algo malo? —Sacudió la cabeza, con una sonrisa forzada, y metió
el celular en el bolsillo de su pijama rápidamente—. ¿Tu esposa?
Se puso de pie, su sonrisa aún no era la que usualmente tenía a mi
alrededor. Sin embargo, la había visto en su rostro cuando interactuaba con
otros.
—Vamos a disfrutar el día.
No lo presioné, porque tampoco quería hablar de ella. Aunque ella
sabía que Amo no era fiel, me sentía mal por lo que hacíamos. Toqué sus
labios con la punta de mis dedos cuando su sonrisa forzada permaneció en
su lugar.
—Prefiero tu sonrisa real. No tienes que fingir por mí, ¿de acuerdo?
Los ojos de Amo se suavizaron y finalmente dejó de sonreír.
—Pocas personas se darían cuenta de que hay una diferencia.
—Sí, lo sé, y solo quiero tus emociones verdaderas. No tienes que
forzar nada.
Amo besó la punta de mis dedos.
—No dejaré que nada arruine el día de hoy. Así que, preparémonos
para que puedas distraerme.
Primero, llevé a Amo al potrero donde guardaba la mayoría de los
caballos y burros. Me subí a la primera tabla de la valla para tener una
mejor visión general y le señalé los diferentes caballos a Amo.
—Esta es Ruby. —Señalé a una yegua cobriza—. Cuando la conseguí
hace ocho meses, nunca había visto la luz del día en los tres años de su vida
anteriores. Estaba en un estado miserable y ahora mírala.
Amo asintió lentamente, pero su mirada se posó en mí. No entendí
muy bien su expresión, solo que me hizo sentir increíblemente vista y… tal
vez incluso amada. Señalé algunos animales más y Amo escuchó sin
interrumpirme. Me daba la sensación de que estaba realmente interesado en
todo.
Después de un rato, dejó de mirar el potrero nuevamente y en su lugar
me miró con una expresión que llenó mi cuerpo de calor. Me volví y me
senté en la tabla más alta.
—¿Te estoy aburriendo? —Había estado hablando de mis animales y
todas sus historias de fondo y necesidades especiales durante un tiempo
ridículamente largo.
—No, en absoluto —dijo en voz baja que envió un escalofrío por mi
espalda. Dio un paso más cerca y entre mis piernas. Tomó mi mejilla e
inclinó mi rostro hacia arriba para besarme. Pronto, un beso simple se
convirtió en mucho más y sentí que pronto podría estallar en llamas.
Sus manos recorrieron mi cuerpo, mis caderas, muslos, mi espalda,
pero nunca donde lo quería. Me arqueé hacia él, queriendo más. Amo gruñó
contra mis labios y deslizó su palma a lo largo de la parte interna de mi
muslo hasta que sus dedos juguetearon con el borde de mis bragas.
Envolví mis piernas alrededor de la cintura de Amo y él me levantó
de la cerca, sus labios encontrando los míos para un beso abrasador. Sus
dedos acariciaron mi trasero y luego entre mis muslos desde atrás. Cuando
llegó a mi carne sensible, gemí, ansiosa por más de su toque. Me aferré a él,
mis besos volviéndose descoordinados a medida que sus dedos me
provocaban desde atrás. Pronto su dedo se deslizó dentro y fuera de mí
mientras me sostenía. Se sentía increíblemente intenso así con nuestros
cuerpos al ras y mi peso sobre su dedo.
Aún había una incomodidad ligera, pero mi excitación la eclipsó.
Empecé a rotar mis caderas en un movimiento suave de arriba hacia abajo a
medida que nuestro beso se volvía más profundo, más sensual. Mi agarre
sobre los hombros de Amo se hizo más fuerte cuando mis paredes
comenzaron a sufrir espasmos. Me mecí con más fuerza, frotando mi
clítoris contra sus abdominales mientras su dedo se movía lento pero
profundo dentro de mí. Sentí como si un nudo se apretara en mi centro, listo
para romperse. Grité en su boca cuando mi orgasmo se disparó a través de
mí, un salvaje sonido extraño saliendo de mis labios. El nudo estalló,
enviando una ola de lujuria a través de todo mi cuerpo.
Me derrumbé contra él cuando las oleadas más violentas de mi
liberación habían pasado y disfruté del cosquilleo más suave entre mis
muslos. Sabía que la pasión podía manifestarse en voz alta, en mis paseos
ocasionales por la mansión había escuchado a mis padres u otros miembros
de la familia teniendo sexo, pero experimentar la sensación era algo
completamente intoxicante.
Aún anhelaba más. Tal vez aún sentía que esto podría terminar en
cualquier segundo, aún se sentía demasiado surrealista para ser verdad.
Quería sentir más, experimentar más. Quería experimentar todo con Amo,
estaba aterrorizada de que no sucediera porque alguien descubriría nuestro
secreto y nos destrozaría para siempre.
—Amo. —Besé su cuello, luego la mejilla a medida que me cargaba
hacia la casa. Mi agarre en sus hombros se hizo más fuerte y mi vientre se
contrajo con ansiedad—. Quiero que me hagas tuya. Quiero dormir contigo.
Mi pulso se aceleró en mis venas, y sentí un poco de náuseas por los
nervios. Sabía que aún no estaba lista para este paso, pero prefería hacerlo
ahora, antes de estar lista, que no hacerlo en absoluto. Quería esto con Amo.
Solo Amo.
El cuerpo de Amo se puso muy tenso, sus dedos clavándose en mi
cintura mientras se congelaba en el porche. Aparte de eso, no reaccionó de
ninguna manera. Finalmente, se apartó y yo también me eché hacia atrás
para poder ver su rostro a medida que me aferraba a su cintura.
—¿Temes que este sea nuestro último encuentro?
Estaba asustada. Nuestra vida se basaba en tantas mentiras frágiles
que, solo era cuestión de tiempo que se derrumbaran sobre nosotros. ¿Y si
nunca llegábamos a despedirnos? ¿O encontraríamos una manera de
reunirnos, sin importar el costo?
—No sé.
Amo tragó pesado, su dedo rozando mi pómulo mientras me llevaba a
la sala de estar y se sentaba en el sofá conmigo en su regazo.
—Nos volveremos a ver, lo juro, y disfrutaremos cada vez, pero me
juré una cosa: no me acostaré contigo.
—¿Por qué? —Sabía que él lo quería. Sabía que se estaba
conteniendo.
—Porque mereces que te quiten la virginidad en tu noche de bodas y
no de esta forma.
—Esa es una visión anticuada y arcaica.
—Y soy un hombre arcaico cuando se trata de ti.
—Pero entonces nunca tomarás mi virginidad.
Tomó mis mejillas, mirándome profundamente a los ojos.
—Viendo cómo todas mis intenciones buenas se han derrumbado, este
límite también caerá con el tiempo, pero déjame intentar ser honorable
contigo todo el tiempo que pueda.
—Tal vez no quiero que seas honorable. Es mi elección.
—Mereces algo mejor. Mereces ser adorada como una reina.
—¿No me adoras?
—A mis ojos eres una reina. Mi reina de las sombras.
—Soy tu reina de las sombras con mucho gusto. No necesito la luz.
—Pero lo mereces.
—Hazme el amor.
El silencio se instaló a nuestro alrededor. Para hacer el amor había
que amar. Nunca habíamos admitido nuestro amor por el otro. Tal vez
porque hubiera sido como echar sal en una herida abierta.
—Greta, juré que no haría esto. Ya fui demasiado lejos, más lejos de
lo que me prometí.
—Amo.
—Mereces darle esto a tu esposo.
—Quieres que esté con alguien más.
—No —gruñó, la fiereza retorciendo su rostro—. Eres mía, solo mía.
—¿Y eres mío?
Amo apoyó su frente contra la mía.
—Cada parte de mí que importa, mi alma, mi corazón, mi amor, es
tuyo. Siempre será tuyo.
—Eso es suficiente para mí. Amo, hazme el amor.
Vi el conflicto en sus ojos, pero también el deseo y el anhelo. Él
quería esto, ambos habíamos querido esto durante tanto tiempo.
—Aún no —murmuró, pero su voz se estaba volviendo menos
convincente.
Sonreí contra su boca.
—De acuerdo. —Sabía en el fondo que no habría sido el momento
adecuado, aún no, pero llegaría con el tiempo.
Seguimos besándonos y no quería que este momento terminara. Ojalá
pudiéramos conservarlo, hasta nuestro próximo encuentro.
Cuando Amo se fue al día siguiente, nuestra despedida dolió aún más
que la vez anterior. Tal vez porque no había un final a la vista. Después de
una respiración profunda, me puse a trabajar en los establos. La vida tenía
que continuar. Intenté enfocarme en lo bueno: mis animales, mi familia, el
ballet, y no en la parte que faltaba: Amo.

***

Durante los siguientes meses, Amo logró visitar mi santuario cada


tres semanas. No fue suficiente. Fue mejor que nada. Fue más seguro que
encontrarnos con más frecuencia y correr el riesgo de que alguien
sospechara. Fue… difícil.
Mentir se convirtió en una segunda naturaleza. Mi ansiedad cuando
miraba a mi hermano, mi padre o a mi madre y mentía sin dudarlo nunca
cesó, y lo tomé como una buena señal. No quería que el engaño me dejara
fría. Quería sentirme ansiosa cuando traicionaba a los que amaba. No quería
que esto se volviera normal, incluso si por ahora era parte de mi vida y el
futuro imprevisible.
Esta reunión se sintió aún más poderosa, porque fue a principios de
diciembre y posiblemente nuestra última reunión este año.
—Intentaré venir aquí entre Navidad y Año Nuevo. Ojalá pudiera
pasar la Navidad contigo —murmuró Amo contra mi sien mientras nos
acostábamos en la cama después de una deliciosa sesión de besos que tenía
mi centro todavía palpitando después de dos orgasmos. Nunca podía tener
suficiente de los labios y la lengua de Amo entre mis piernas. La resolución
de Amo aún era fuerte y no habíamos dado el siguiente paso. Nos
disfrutábamos sin sexo, pero anhelaba una conexión aún más profunda. No
estaba segura si el sexo lo proporcionaría.
—Sé que estarás ocupado con tu familia durante las fiestas, al igual
que yo.
Me encantaba la Navidad, la decoración (aunque me dieron vértigo
algunas de las luces intermitentes que pusieron Gemma y Savio), la comida,
la alegría. Nuestras Navidades siempre fueron maravillosas, pero sabía que
este año, incluso peor que el año pasado, extrañaría a Amo. La Navidad
estaba destinada a pasarla con tus seres queridos… aun así, él estaría a
miles de kilómetros de distancia. No quería pensar en eso ahora. Levanté la
cabeza y atraje a Amo hacia abajo para besarlo, mi lengua colándose. Las
yemas de los dedos de Amo rozaron mi columna antes de tomar mi nalga
posesivamente. Nuestros toques se volvieron más urgentes.
El teléfono de Amo sonó y se enderezó con un gemido y luego
comenzó a buscar su teléfono en su bolsillo. Una vez que logró sacarlo,
miró la pantalla de reojo.
—Maximus. Probablemente quiere que nos reunamos para tomar
algo.
Mordí mi labio. Deseaba poder conocer al mejor amigo de Amo.
Deseaba saber más de su vida diaria de lo que él podía compartir conmigo.
Me decía más de lo que probablemente debería, considerando la relación
problemática de nuestras familias.
Respondió a la llamada y al instante su expresión se tensó y su cuerpo
se puso rígido.
—¿Dónde? —Asintió mientras me levantaba de su regazo y se ponía
de pie. Se pasó una mano por el cabello—. En este momento no estoy en
Nueva York. Intentaré ir lo más rápido que pueda, pero no creo que pueda
estar allí antes de esta noche. —Amo escuchó algo que dijo el otro hombre,
luego suspiró—. Me ocuparé de mi padre. Ten cuidado y no hagas ninguna
estupidez. Sé que esto es personal, pero debes mantener la cabeza fría.
Bajó su teléfono y su expresión se tornó arrepentida a medida que me
contemplaba. Se arrodilló en la cama y me besó.
—Tengo que irme inmediatamente. Maldita sea, lo odio, pero mi
amigo y la Famiglia me necesitan.
—Está bien. Pronto serás Capo. Tienes que estar ahí cuando importa.
Amo asintió una vez, me dio otro beso y se puso de pie.
Observé cómo Amo se vestía, se ponía la funda del arma y metía sus
pertenencias en su bolso mientras hablaba con el piloto del jet privado
alquilado. Después de ponerme un albornoz sobre los hombros, lo seguí
hasta el porche.
Por supuesto, sabía que Amo tendría que irse pronto, mañana, pero
nuestro tiempo juntos era tan limitado que privarme de una noche y varias
horas me golpeó duro. Intenté ocultar mis emociones, sin querer que Amo
se sintiera culpable. Tenía responsabilidades en Nueva York.
Envolvió sus brazos alrededor de mí y me besó suavemente.
—Volveré tan pronto como pueda. Tal vez de alguna manera pueda
liberar una noche antes de Navidad. No quiero esperar más.
Asentí, sin confiar en mí para hablar. Dos semanas me parecían una
eternidad, aunque sabía que encontraría algo con lo que mantenerme
ocupada.
Amo retrocedió un paso y luego otro antes de que su expresión se
volviera resuelta, giró sobre sus talones y se subió a su auto. Me hundí en el
escalón cuando se alejó, sintiendo un vacío extraño. Pronto Bear, Dotty,
Teacup y Momo se unieron a mí y les di unas palmaditas a medida que
observaba a lo lejos.
Cuando Amo y yo acordamos reunirnos en secreto por primera vez,
pareció una solución decente. Ninguno de los dos podíamos tener una
relación seria, por más razones de las que me gustaba pensar. Enterré mi
cara en mis manos. Había parecido tan fácil, pero encender y apagar mis
emociones se estaba volviendo más difícil cada día. Mi vida estaba
dividida, en mi tiempo con Amo y el resto de mi vida. Una vida siempre
parcialmente en suspenso. Una vida llena de mentiras, engaños y anhelos.
No estaba segura de cuánto tiempo más podría vivir así, pero sabía
que tampoco podría vivir sin Amo. Solo pensar en eso hacía que mi corazón
doliera de la peor manera posible.
25
Amo
Cuando bajé del jet privado esa noche y encendí mi teléfono, la
cantidad de llamadas perdidas de Marcella, papá e incluso Matteo era
asombrosa. Maximus no había intentado llamar de nuevo. Le había hecho
una promesa y él sabía que la cumpliría. Cuando intenté llamarlo, solo
respondió su correo de voz. Llamé a Primo en su lugar. Durante un tiempo
había estado trabajando con Cassio en Filadelfia, pero recientemente había
vuelto a trabajar junto a Maximus como Ejecutor.
—¿Dónde está Maximus?
—Va de camino a un almacén en Newark.
Nada nuevo. Por eso le pedí al piloto que aterrizara en Newark. No
quería perder el tiempo.
—¿Está solo?
—Creo que Romero podría estar con él. Eso espero. Papá y yo
también vamos de camino. Maximus no quería esperar. Ya sabes lo ansioso
de venganza que está. Tu padre y algunos hombres más también se dirigen
hacia allí ahora.
—De acuerdo. Envíame la dirección exacta. Estaré allí tan pronto
como pueda.
Corrí hasta el estacionamiento del servicio de alquiler de autos. Uno
de los empleados me arrojó las llaves de la motocicleta que había alquilado
a través de una llamada telefónica. Asentí en agradecimiento. Era un cliente
leal de cocaína y obtendría un precio especial para su próximo pedido.
La dirección del almacén no estaba lejos del aeropuerto y con mi
motocicleta podía sortear el tráfico, así que llegué al lugar designado en
diez minutos. Vi el auto de Maximus, un viejo camión Ford que usaba
principalmente para transportar cosas para el santuario o cuerpos. Bajé de
mi moto, saqué mi arma y corrí hacia el auto, pero Maximus no estaba
adentro. Empecé a buscar en el área, esperando que Maximus no hubiera
estado tan loco como para entrar solo. Quizás la suposición de Primo era
correcta y Romero se había unido a Maximus. Después de todo, tenía todas
las razones para ser parte de esto.
Maximus había dicho que el informante había hablado de al menos
tres rusos dentro del edificio. Era bueno disparando, pero estaba alimentado
por la ira y eso nunca era algo bueno. Rodeé el edificio y encontré a Growl
y Primo junto a una de las puertas de acero, intentando entrar.
—¿Por qué no los esperó?
—Nos engañó —murmuró Primo—. Primero queríamos explorar el
área y asegurarnos de que el informante no nos llevara a una trampa, pero
Maximus no quiso esperar.
Negué con la cabeza. Growl finalmente logró abrir la puerta. Tomé la
delantera y entré en el interior oscuro del almacén con Primo y Growl
siguiéndome de cerca. Este era un almacén pequeño de la Bratva, lo que lo
convertía en un objetivo, pero por supuesto, no era por eso que Maximus
estaba aquí.
Voces llegaron hasta nosotros y les hice señas a Growl y Primo para
que se agacharan detrás de las cajas de madera. Con la cabeza baja, nos
acercamos a las voces. Me tensé cuando vi dos siluetas altas detrás de una
de las cajas, entonces me relajé cuando reconocí a Maximus y su suegro
Romero. Nos apuntaron con sus armas y luego las bajaron. Me arrodillé
junto a ellos y Romero señaló un espacio entre las cajas mientras Maximus
tenía la mirada fija en la escena frente a él. Miré a través del hueco.
Tres hombres estaban jugando a las cartas en una mesa y dibujando
líneas de sus propias cosas. Mis labios se curvaron. Un soldado de la
Famiglia drogándose con nuestras cosas sería castigado severamente. No
podías ser tu mejor cliente si querías tener un negocio exitoso.
—Esos son dos de los hombres que nos atraparon: el calvo y el que
tiene una gran verruga sobre el labio. —Podía escuchar el dolor debajo de
la rabia en la voz de Maximus. Tenía que admitir que estaba aliviado de que
Maximus se hubiera llevado a Romero con él. Si hubiera venido aquí solo,
definitivamente habría hecho algo estúpido. Rara vez me sentía culpable,
pero en realidad odiaba haber estado demasiado lejos para estar junto a
Maximus en el momento en que me necesitaba.
Tomé su hombro.
—¿El tipo de la verruga es el líder del grupo?
Maximus asintió.
—Es un soldado bajo alimentado con el poder limitado que tiene
sobre soldados un poco menos estúpidos.
—¿Iré adelante, me cuidas la espalda?
—Amo, esta es mi pelea. Esperé, pero quiero su sangre.
Palmeé su hombro y asentí. Entonces, le hice señas para que siguiera
adelante.
—No los mates. —Sus ojos ardieron con hambre de venganza—.
Quiero tomarme mi tiempo.
—Ambos —dijo Romero. Lo miré de reojo y asentí. En los últimos
años, el trabajo de Romero como Capitán había sido menos violento que el
de Maximus, pero podía sentir su necesidad por derramar sangre.
A una señal de Maximus, los cinco saltamos de nuestro escondite.
Los rusos no esperaban un ataque y estaban drogados con cocaína, lo que
facilitó nuestro trabajo. Me las arreglé para derribar al tipo calvo mientras
Maximus atrapaba al que tenía la verruga. Romero se encargó del tercero a
medida que Growl y Primo vigilaban nuestro entorno por si había más
soldados de la Bratva que no supiéramos.
La puerta se abrió de golpe. Golpeé al tipo que tenía agarrado en la
cabeza con mi arma y luego apunté a los intrusos, pero la bajé cuando papá
y algunos soldados entraron.
Me puse de pie. Papá apenas miró en mi dirección cuando se acercó a
Growl y habló con él antes de pasar a Romero, que había logrado atar al
ruso con correas de cable.
—Quiero llevarlos a nuestro santuario —dijo Maximus.
—Tienes que interrogarlos. Comprendo que esto es muy personal,
para ambos. —La mirada de papá pasó de Maximus a Romero—. Pero
necesitamos toda la información que podamos sacarles.
—Cantarán como canarios —dijo Growl con su profunda voz
gruñona.
Papá le dio una sonrisa severa.
—Confío en todas sus habilidades.
Como papá estaba por ahora contento de ignorarme, me acerqué a
Maximus.
—¿Quieres que te ayude a torturarlos?
Maximus negó con la cabeza.
—Romero y yo deberíamos hacerlo. —Romero miró hacia él y
asintió.
—Está bien. Llámame siempre que me necesites. Para conversar,
emborracharse o bailar la adrenalina. Allí estaré.
Maximus agarró mi mano.
—¿Por qué no vienes con nosotros? Me gustaría que estuvieras allí
aunque no seas parte de la tortura.
—Primero necesito hablar contigo —me dijo papá.
—Iré tan pronto como hayamos terminado.
Maximus y los demás sacaron a los tres rusos mientras los soldados
de papá hurgaban en las cajas para hacer un inventario de lo que había en el
almacén.
—Ven. Vamos a otro lugar. —Papá no esperó a que estuviera de
acuerdo. Se dio la vuelta y simplemente esperó que lo siguiera. Podía decir
lo enojado que estaba. Teniendo en cuenta que no había respondido a sus
últimas siete llamadas, sabía por qué. Seguí a papá hasta su auto. Miró
alrededor y finalmente sus ojos se posaron en la motocicleta alquilada. Sus
ojos se entrecerraron—. ¿Dónde está una de tus motos? ¿O tu auto? ¿Desde
cuándo necesitas una de alquiler?
—¿Esto es lo que quieres discutir?
Papá se puso en mi cara.
—Unas cuantas llamadas y sabré de dónde es esa moto de alquiler y
unas cuantas llamadas más y sabré exactamente dónde has estado.
Siempre había sabido que mi engaño sería descubierto eventualmente.
Estaba bastante seguro de que papá podría haberse enterado hace mucho
tiempo, pero había elegido ignorar lo que estaba justo delante de él.
—Necesito un alquiler porque estoy engañando a mi esposa con la
esposa de un político prominente, y no quiero que se difunda la noticia.
No estaba seguro si papá me creía. Probablemente no. Casi deseaba
que se enterara de todo. Todo este secreto estaba empezando a molestarme.
No quería verme con Greta en secreto. Quería gritar mis sentimientos por
ella desde los malditos tejados. Quería a Cressida fuera de mi vida y a Greta
en ella.
La expresión de papá perdió una pizca de dureza, lo que me tomó por
sorpresa.
—Sé que odias estar casado con Cressida, pero no puedes desaparecer
durante horas o días sin dejar un puto rastro. Tienes responsabilidades.
—Papá, me rompo el culo trabajando para la Famiglia. He dado mi
vida a la causa. Maldita sea, me casé con una mujer a la que desprecio con
todo mi corazón por la causa, así que no me digas que no estoy haciendo lo
suficiente. Cuando terminas tu trabajo para la Famiglia, regresas a mamá,
no a un apartamento vacío o una casa adosada con una mujer en la que no
puedes confiar. Tienes tu maldito indulto, así que no me disculparé por
intentar distraerme de las jodidas cosas una o dos veces al mes durante un
puto día o dos.
—No estás trabajando en un trabajo de nueve a cinco. Tu deber nunca
termina. Estamos en guerra. Aún lo recuerdas, ¿verdad?
Sonreí engreídamente.
—Créeme, papá, eso es algo que nunca olvidaré. Eso es algo que
también me obligaste a hacer. ¡Estaba en contra del ataque!
Papá agarró mi camisa.
—Sabes jodidamente bien por qué lo hice. ¡No me dejaste opción!
Era la única forma de asegurarnos de que no siguieras suspirando por esa
chica.
Asentí y di un paso atrás, de modo que papá tuvo que soltar la mano.
—Buen trabajo.
Papá buscó mis ojos y su rostro se convirtió en una máscara de
cautela.
—Amo. ¿De verdad quieres morir?
—¿Morirías por mamá?
Papá cerró los ojos.
—¿Qué estás haciendo?
—Lo que debí haber hecho de inmediato.
No le di a papá la oportunidad de decir más. Monté la motocicleta y
me fui. Esta noche se trataba de Maximus, nada más. Pero mañana, tomaría
mi vida en mis propias manos. Y si alguien quería detenerme, descubriría
de qué eran capaces esas manos.
Mierda. ¿Qué iba a hacer?

Greta
Me sentía dividida entre mi lealtad por mi familia y mis sentimientos
por Amo. Me destrozaría en algún momento. Ya no podía cargar sola con el
peso de mi traición. Necesitaba confiar en alguien. Necesitaba otra visión,
algunas ideas que pudieran ayudarme a decidir cómo continuar. Cómo
seguir viviendo esta vida dividida.
Cuando regresé a casa desde mi santuario el domingo, encontré a
mamá haciendo yoga aéreo en la sala de yoga que había instalado en
nuestra ala de la mansión. Estaba colgando con la cabeza hacia abajo en las
telas de colores que estaban adheridas al techo.
A veces practicaba yoga con mamá, pero lo hacía menos por los
aspectos mentales y más por los estiramientos que tenían un efecto positivo
en mis habilidades de ballet.
Mamá me sonrió, a pesar de su cara roja y se enderezó lentamente.
—¿Quieres acompañarme?
—Necesito hablar.
La expresión de mamá se nubló inmediatamente con preocupación y
se dejó caer al suelo. Agarró una toalla de su esterilla y se secó la cara,
luego señaló el sofá bajo en la esquina. Nos sentamos y mamá tomó mi
hombro.
—Greta, puedes decirme cualquier cosa. Absolutamente cualquier
cosa. Puedo guardar un secreto.
—¿Incluso de papá?
Hacer la pregunta me hizo sentir culpable, pero mamá necesitaba
saber la gravedad de la situación y no tropezar a ciegas con ella.
—Por ti guardaría mil secretos incluso a tu padre. —Tocó mi mejilla,
sus ojos suaves—. Pero tu padre te ama a ti y a nuestra familia más que a
cualquier otra cosa. Te perdonaría cualquier cosa.
—Esto no. Hay mucho en juego.
Mamá tragó pesado, sus cejas pálidas frunciéndose.
—De acuerdo. Ahora me tienes realmente preocupada.
—Ni siquiera sé por dónde empezar.
—El comienzo siempre es un buen punto.
Eso era algo que Nino podría decir. Me encantaba cómo todos nos
complementábamos. Amaba tanto a esta familia, por eso este engaño se
sentía como una roca en mi corazón. Decidí no andarme por las ramas. No
había una manera fácil de decir lo que había que decir.
—Tengo una aventura con Amo.
Mamá se recostó contra los cojines, con la boca abierta. Apartó la
mirada y dejó escapar un suspiro profundo.
—Ah, vaya. No esperaba eso. —Podía ver lo mucho que luchaba por
mantener la compostura. Tragó con fuerza antes de volverse hacia mí y
contemplarme. Sus ojos escanearon cada centímetro de mi cara. Tal vez
estaba buscando a la hija que creía conocer. Dejó escapar una risa atónita—.
En serio fuiste a matar.
Fruncí el ceño, sin saber qué quería decir con eso. Nunca quise que
esta guerra sucediera, nunca quise que la gente muriera.
—No endulzaste las cosas —dijo como si pudiera ver mi confusión.
Tomó otra respiración profunda. Se puso de pie y soltó un suspiro largo.
—¿Mamá?
—Greta, solo dame un momento. Esto es un poco más de lo que
esperaba.
—Te dije que era algo que papá nunca perdonaría.
Mamá se encogió de hombros.
—Por supuesto que él te perdonaría. Pero sus acciones con respecto a
los Vitiello podrían no considerarse indulgentes.
—Matará a Amo.
—Quería matarlo por varias razones antes de esto. Temo que en este
caso la muerte no será suficiente a los ojos de tu padre.
Cerré los ojos y enterré mi cara en mis manos. La desesperación
arañó mi pecho.
El sofá se hundió y mamá pasó un brazo alrededor de mis hombros.
—Va a estar bien.
—¿Cómo?
—Aún no lo sé. Pero va a estar bien. —Mamá acarició mi cabeza
como si aún fuera una niña—. ¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo
esto?
—Cinco meses.
—Me di cuenta de que cambiaste, pero no quería presionarte para que
hablaras conmigo. Sabía que vendrías cuando te sintieras lista.
Me retiré.
—Me siento perdida. No sé qué hacer.
—¿Considerarías detener lo que hay entre Amo y tú…? —Negó con
la cabeza—. Puedo ver en tus ojos que esa no es una opción, ¿verdad?
—No puedo imaginar vivir mi vida sin él. Siempre que estamos
separados, lo extraño mucho. Desearía que pudiéramos estar juntos todo el
tiempo.
—¿Qué hay de él? Está casado.
—No la ama y me asegura que ella tampoco lo ama.
—Creo que eso es cierto. Sé cómo funcionan los matrimonios
arreglados, y el amor rara vez es parte del trato, pero la Famiglia es
tradicional y el divorcio no es algo que se acepte. No conozco a ningún
Capo o incluso a un subjefe que se haya divorciado.
—Lo sé. No veo la manera de que estemos juntos, pero tampoco
puedo imaginar no volver a verlo nunca más. Odio ir a espaldas de todos.
Odio las mentiras, odio el daño que puede causar el secreto. Odio que Amo
engañe a su esposa, incluso si ella lo sabe. Quiero que las cosas sean fáciles
para nosotros.
—El amor rara vez es fácil o sin complicaciones. No lo fue para tu
padre y para mí, ni mucho menos. Nunca te dije toda la verdad sobre papá y
yo. Pero creo que te ayudaría a sentirte mejor. Tu padre me secuestró el día
de mi boda.
Asentí. Nevio una vez había hecho un comentario extraño cuando
teníamos quince y comencé a investigar de inmediato. No me tomó mucho
tiempo encontrar artículos en los periódicos sobre una novia secuestrada, mi
madre. Se suponía que se casaría con otro hombre ese día.
Mamá sonrió extrañamente.
—Por supuesto que te enteraste. Supongo que debí habértelo dicho
antes. —Suspiró—. La razón por la que te lo digo ahora es que, algunos
podrían considerar mis acciones como un engaño. Me habían prometido a
alguien, pero tuve intimidad con tu padre. No tenía sentimientos por el
hombre con el que se suponía que me casaría, y él tampoco.
—Pero regresaste con tu familia a pesar de tus sentimientos por papá.
¿Cómo reaccionaron?
—No sabían que tenía sentimientos por tu padre. Para ellos era
incomprensible. Tu padre era el enemigo. Después de todo, me había
secuestrado.
—¿Crees que habría cambiado las cosas si los hubieras convencido de
tu amor por papá? ¿Habría habido paz entre la Camorra y la Organización?
Tu matrimonio podría haber unido lo que estaba dividido.
Mamá rio amargamente.
—Ah, no. Esa nunca fue una opción. Había demasiada mala sangre
entre la Camorra y la Organización. Y mi familia nunca habría aceptado mi
amor por tu padre. Intenté explicarles las cosas, no tan abiertamente como
debí haberlo hecho, pero lo intenté a mi manera. Las acciones de tu padre
eran imperdonables a sus ojos.
—¿No es lo mismo conmigo y con Amo? Hay guerra.
—Es diferente. No hay tanto daño personal involucrado. Pero no voy
a mentirte, sería un milagro si Luca y tu padre hicieran las paces. Si Amo
no estuviera casado, habría más opciones, pero un divorcio causaría un gran
desgarro dentro de la Famiglia. Si Luca no está dispuesto a enfrentar la
reacción violenta en consecuencia, dudo que permita que Amo deje a
Cressida.
Había pensado en todo esto un millón de veces. Tal vez papá aceptaría
a Amo en la Camorra si se lo suplicaba, pero Amo nunca recibiría órdenes
de papá o Nevio.
—¿Qué voy a hacer? —susurré.
Mamá también pareció perdida.
—Ojalá supiera. Tal vez deberías pensar en hablar con tu padre.
—Si lo sabe, me impedirá ver a Amo. No puedo arriesgarme a eso.
—Esa es una posibilidad. Puede que en este caso tampoco me
escuche. —Mamá se pasó las yemas de los dedos por la sien como si le
doliera la cabeza—. No quiero nada más que verte feliz. Pero también
quiero que estés a salvo. Reunirte con Amo a espaldas de todos es un
riesgo.
—Mamá, Amo no me hará daño. Confío absolutamente en él.
Mamá apretó los labios en una sonrisa tensa.
Me encogí de hombros.
—Y pensabas que Nevio era el único alborotador. —Mamá se rio—.
Pero Nevio está causando estragos por cualquier razón menos por amor.
—El resultado final es el mismo. El amor puede ser tan destructivo
como el odio.
26
Amo
Pasé la noche en la casa Trevisan. Me recordó un poco al santuario de
Greta, pero la familia de Maximus solo tenía perros, en su mayoría pitbulls,
staffordshire terrier, bulldogs y rottweiler. Según la solicitud de Maximus,
no me uní a la tortura, ni su padre ni su hermano. Romero y Maximus
habían llevado a los rusos a una de las perreras al final de las instalaciones,
pero los gritos llegaron hasta el porche donde estaba sentado con Primo y
Growl. Los perros en sus recintos y casas aullaron y ladraron.
—Suena como si quisieran unirse —comenté.
Solo cinco perros vivían en la casa con la familia. El resto no estaba
lo suficientemente domesticado o era demasiado peligroso.
—Maximus sabe bien que no debe usar a los perros para torturar. Ya
han probado suficiente sangre en sus vidas. —Cara, la esposa de Growl,
salió al porche, envuelta en una manta de lana.
Su mirada buscó la distancia como si estuviera intentando ver lo que
estaba pasando.
Growl se puso de pie y caminó hacia ella. Tomó su hombro.
—Deberías volver a entrar. No deberías escuchar esto.
—También lo escucho adentro.
—Pero adentro no verás a Maximus una vez que haya terminado. No
creo que quieras verlo así —dijo Growl.
—Ryan, no me importa si está cubierto de sangre. Estaré ahí para mi
hijo cuando me necesite. —Growl asintió y condujo a Cara a una de las
cómodas sillas de mimbre.
Maximus no regresó hasta las primeras horas de la mañana. Palmeé su
hombro cuando entró a la casa para ir a la cama. Romero estaba cerca detrás
de él. Ninguno estaba de humor para hablar, no que fuera ninguna sorpresa.
Growl, Primo y yo fuimos a la perrera y limpiamos el desorden que quedó.

***

Después de un desayuno tardío, Maximus y yo nos dirigimos al


gimnasio de la Famiglia para desahogarnos. Maximus no quería hablar
sobre los eventos de anoche, así que no lo presioné. Después de una sesión
acalorada de entrenamiento, fuimos a los vestuarios, pero me di cuenta de
que algo molestaba a Maximus.
Se dejó caer en el banco frente al mío. Me vio por un momento
quitarme las cintas de las muñecas antes de inclinarse hacia delante, con los
brazos sobre los muslos.
—¿Qué carajo está pasando?
Hice un gesto a los dos hombres que se estaban vistiendo a toda prisa.
Agarraron sus cosas con un asentimiento y nos dieron privacidad. Cuando
la puerta se cerró, el silencio se apoderó de mí y Maximus. No estaba
seguro de cómo decir lo que había decidido. Era una locura absoluta.
Confiaba en Maximus con mi vida y, a través de su matrimonio con Sara,
éramos prácticamente una familia.
—Sé que te has estado tomando días libres durante meses. No hice
preguntas, pero no puedo evitar preguntarme adónde carajo vas. Ayer, te
tomó horas llegar a Newark. No estabas a la vuelta de la esquina.
Miré mis zapatos de boxeo.
—Regresé lo más rápido que pude.
—Lo sé, y no estoy aquí para jugar la carta de la culpa. Tienes una
puta vida. Está bien. Simplemente quiero que sepas que puedes confiar en
mí. Me ayudaste después del show de mierda con Sara. Maldita sea, aún
estás ahí cuando te necesito, así que, ¿por qué carajo me ocultas un secreto?
Sonreí amargamente.
—Porque estoy traicionando a la Famiglia.
Maximus se echó hacia atrás lentamente, con las fosas nasales
dilatadas y los ojos llenos de incredulidad.
—Nunca. Morirías… —Buscó mis ojos. No estaba seguro de lo que
estaba intentando ver. Entonces, sacudió la cabeza y soltó una carcajada—.
Espero estar equivocado con esto, así que por favor dime que no estás
viendo a Greta Falcone a espaldas de todos.
Su voz había sido tan baja que si no hubiera sabido lo que diría, no lo
habría escuchado. Lo miré fijamente, cansado de mentirle.
—Amo. —Maximus se puso en pie de un empujón, pasándose una
mano por la cabeza. Me miró fijamente, y volvió a negar con la cabeza—.
¿Qué mierda te pasa? Estamos en guerra y vas y te follas a la hija del
enemigo. —Inclinó la cabeza y una sonrisa de esperanza se dibujó en sus
labios—. ¿O es un plan diabólico para destruir a la Camorra?
En realidad, desearía que ese fuera el caso.
—No es ningún plan diabólico. Y no me estoy follando a Greta y no
lo haré hasta que sea oficialmente mía. No la deshonraré.
Maximus se dejó caer en el banco, con sorpresa absoluta en su rostro.
—Espero que esto sea una broma. —Solo lo miré fijamente. Sabía lo
ridículo que sonaba.
—¿Has decidido si vas a contarle a mi padre de mi traición? Eres su
Ejecutor.
Maximus se puso en pie de un salto y empujó mis hombros con
fuerza, atrapándome con la guardia baja. El banco se inclinó hacia atrás por
mi peso y aterricé de espaldas con un gemido. No me molesté en
levantarme, solo le sonreí irónicamente a mi mejor amigo.
—¿Supongo que eso es un sí?
—Vete a la mierda, idiota —gruñó Maximus—. Voy a ser tu Ejecutor
por más tiempo del que seré el Ejecutor de tu padre. Nunca revelaré tus
secretos, sin importar lo jodidos que sean. Te seguiré como mi futuro Capo,
pero ¿adónde carajo me llevarás a mí y a la Famiglia?
—A la paz con la Camorra.
—De ninguna manera. No después del show de mierda en tu boda.
Matteo no estará de acuerdo después de lo que les pasó a Isabella y Gianna.
Sin mencionar que los Falcone definitivamente guardan un gran rencor por
cómo los engañamos. La paz nunca ha estado más lejos.
—Voy a divorciarme de Cressida y pedir la mano de Greta. No puedo
seguir viviendo así. La quiero a mi lado. Y esta vez no me detendré ante
nada, absolutamente nada para hacerla mía.
Maximus me tendió la mano y después de que la hube aceptado, me
ayudó a ponerme de pie. Agarró mi antebrazo.
—¿Y crees que esta vez va a decirte que sí?
—Sí, lo hago. —Lo que Greta y yo teníamos había crecido aún más y
sabía que se arrepentía de su elección pasada. Juntos, encontraríamos un
camino y devolveríamos la paz entre la Camorra y la Famiglia. No había
otra opción. Greta se rompería si viniera a Nueva York conmigo sin la
aprobación de su familia mientras aún hubiera guerra—. Voy a pedírselo
este fin de semana.
—No me digas dónde vas a encontrarte con ella. Cuanto menos sepa,
mejor. Tu padre va a hacer que me despellejen si se entera de que sé de esto.
Hombre, maldición.
Palmeé su hombro.
—Primero tendría que desollarme. Entrará en razón en algún
momento.
Maximus me dio una mirada dubitativa.
Papá definitivamente era un hueso duro de roer. Pero primero tenía
que enfrentarme a una persona que tomaría las noticias aún peor.
—Esta noche voy a reunirme con Cressida para decírselo.
Los labios de Maximus se separaron.
—Primero tienes que hablar con tu padre.
—No le pediré permiso. Tomé mi decisión y seguiré adelante sin
importar lo que él diga. —Ya terminé de preguntar. Tomaría lo que quería,
algo que debí haber hecho hace mucho tiempo. No pasaría el resto de mi
vida con Cressida. Me hacía sentir miserable y sabía que ella tampoco
estaba feliz conmigo. No podía ser feliz a menos que las emociones
humanas no le importaran en absoluto.
Maximus dejó escapar un suspiro largo. La preocupación estaba clara
en su rostro.
—Amo, no se irá de esto en silencio. Cressida tiene rasgos crueles.
Esta no será una Navidad agradable. Intentará hundirte con ella.
—No me importa. Esta farsa de matrimonio termina esta noche.

***

Cuando puse un pie en la casa de Cressida (siempre se había sentido


como suya, no como mía), supe que la conversación de hoy no saldría bien.
Cressida estaba sentada en la sala de estar con una copa de champán
en la mano y una asiática morena a sus pies pintándole las uñas.
—Estoy ocupada —dijo cuando me vio y tomó otro sorbo de su
bebida.
—Vete —le dije a la mujer. Se puso de pie sin dudarlo y recogió sus
cosas. Le entregué un billete de cien dólares cuando pasó corriendo junto a
mí y lo tomó con un agradecimiento murmurado antes de salir de la
habitación.
—¡No has terminado! —gritó Cressida, pero la mujer agarró su
abrigo en el vestíbulo y un momento después la puerta principal se abrió y
cerró rápidamente. Mi palabra era la que contaba, no la de Cressida. Me
miró furiosa—. ¿Ahora qué se supone que debo hacer con mis uñas?
—¿Pintarlas tú misma?
Sus ojos se abrieron del todo como si no pudiera creer la audacia.
—Una mujer de mi posición no debería tener que arreglarse las uñas
por sí sola.
—Mi madre se hace las uñas de los pies por sí sola, así que no
entiendo por qué tú no puedes. Es la esposa de un Capo. Tú no lo eres.
—Tu madre… —Se detuvo, obviamente pensando en algo mejor que
insultar a mi madre frente a mí. Me dio una sonrisa azucarada—. Eres
prácticamente el Capo. Tu padre no puede serlo para siempre. —Tomó otro
sorbo de su champán. Probablemente esperaba su muerte prematura solo
para finalmente poder elevarse a la máxima gloria. Levantó un hombro en
un encogimiento descuidado—. Supongo que ahora que estás aquí, bien
podríamos pasar un buen rato juntos.
Miré alrededor de la habitación con su sofá demasiado lujoso en un
lila feo, los cojines de flores con volantes. El mueble de madera blanca
totalmente reluciente con soportes dorados rematados por el logo de
Versace. Este lugar era tan extraño para mí como lo había sido la primera
vez que puse un pie en él.
—Cressida, ¿desde cuándo pasamos tiempo de calidad juntos?
Cada uno de nuestros encuentros había estado lleno de discusiones,
sentimientos de culpa, silencio punitivo o sexo enojado.
No dijo nada, solo se contempló los pies con ojo crítico, como si la
falta de esmalte de uñas fuera más importante que el estado deplorable de
nuestro matrimonio.
—Este matrimonio ha estado condenado desde el momento en que me
obligaste a hacerlo. Nunca debimos habernos casado.
Cressida finalmente levantó la mirada de sus uñas y sonrió triunfante.
—Pero lo estamos. —La miré directo a los ojos, sin sentir
absolutamente nada. Ni siquiera estaba seguro si eran azules, verdes o
grises. Nunca los había mirado el tiempo suficiente para determinar su color
exacto. No la odiaba, definitivamente no me gustaba ni siquiera la amaba.
Era completamente intrascendente para mí.
—Eso es de lo que quería hablar contigo.
La confusión y luego la incredulidad cruzaron su rostro.
—¿Qué estás diciendo?
—Nos vamos a divorciar.
Se congeló, luego se rio con altivez.
—No puedes divorciarte de mí, entonces no te convertirás en Capo.
Mi expresión se volvió más dura.
—Me convertiré en Capo.
Se puso de pie tambaleante.
—¡Los tradicionalistas no te aceptarán! Se pondrán del lado de mi
padre. ¡Sin mí no serás nada!
—Pueden aceptarme o sentir mi ira.
—No te divorciarás de mí —susurró, sacudiendo la cabeza—. No
puedes. Hay reglas, tradiciones. Tomaste mi inocencia fuera del matrimonio
y hay consecuencias por tal acto.
Caminé hacia ella.
—Deja de hacerte la víctima. Tuvimos sexo muy placentero y
consensuado. Nunca dije nada de casarme contigo, nunca pretendí que me
gustaras. Decidiste tener sexo conmigo fuera del matrimonio, así que tú
también tienes que aceptar las consecuencias. Hasta ahora solo yo he tenido
que pagar el precio, ahora te toca a ti. Y si no me equivoco, aun así no vas a
pagar el precio porque nadie sabrá que tuvimos sexo antes de casarnos.
—¡Tendré que vivir avergonzada porque te divorciaste de mí!
—Recibirás unos cincuenta millones de dólares de compensación por
menos de dos años de matrimonio. Si me preguntas ese es un buen trato,
especialmente cuando considero los diez millones de dólares que ya
gastaste mientras tanto.
Pude ver su mente trabajando detrás de sus ojos y de repente la ira
desapareció de su rostro y su expresión se volvió lamentable, su labio
inferior temblando.
—Amo —susurró con una sonrisa tonta, pasando sus palmas sobre mi
pecho. Me miró a través de sus pestañas—. No puedes hacerme esto. Soy tu
esposa.
No entendió el punto, pero intenté exprimir cualquier gota de bondad
que poseía de mi corazón y dije:
—Escucha, Cressida, no puedes decirme que eres feliz en nuestro
matrimonio. Ni siquiera te gusto mucho. Tal vez pensaste que lo hacías
cuando nos casamos, pero no me digas que aún lo haces. No tenemos nada
de qué hablar. ¿Quieres seguir viviendo una vida miserable?
La Navidad pasada había sido la peor de mi vida. Celebrar con los
Antonaci había sido incómodo y rígido. Sin calidez, sin sentido de familia.
Incluso el espíritu navideño de mamá no había sido suficiente para mejorar
la situación. Me sentía aliviado de no tener que pasar otra Navidad con
Cressida y sus padres.
—Ya ni siquiera tenemos que vernos. Puedes quedarte en tu
apartamento todo el tiempo si eso es lo que quieres. Puedes seguir
durmiendo con otras mujeres, y yo buscaré un amante constante. Viviremos
vidas separadas. Algún día podremos usar la inseminación para dejarme
embarazada.
—¿Y entonces qué? Una vez que los niños estén allí, difícilmente
podremos seguir viviendo en hogares diferentes. Los niños merecen una
familia y unos padres que no se desprecien entre sí.
Soltó una carcajada.
—¿Por qué? Mis padres no se agradan y funcionó.
Y mira cómo terminaste…
—Pueden ir a internados, entonces no nos verán juntos a menudo.
Negué con la cabeza.
—No voy a enviar a mis hijos lejos o dejar que nazcan en un
matrimonio miserable.
Cressida resopló y se alejó, agarrando la botella de champán. Bebió
directamente de ella, y entonces siseó:
—No actúes como si te importaran los niños o cualquier otra persona.
No eres amable. Y yo tampoco, por eso encajamos bien.
Una pareja hecha en el infierno.
—No soy amable, tienes razón. Pero si tengo hijos, los quiero en mi
vida.
Enseñó los dientes con condescendencia.
—¿Crees que serías un buen padre? Te odiarían por engañar a su
madre.
—No engañaré a la madre de mis hijos, pero no serás tú. —No dije
nada sobre su masajista. Estaba bastante seguro de que tenía una aventura
con él. No había pruebas y probablemente lo negaría. De todos modos, era
irrelevante. Le dije que buscara un amante y ella siguió mi consejo.
La comprensión se asentó en su rostro.
—Hay alguien más.
—Te lo dije antes.
—Hubo varias mujeres con las que follaste, ¿crees que me importaba
o recordaba?
No había tenido intimidad con nadie más que con Greta desde nuestro
primer encuentro en su granja.
—Hay una mujer.
Dejó escapar una risa estridente, su cara poniéndose roja.
—¿Ella es la razón por la que no te has acostado conmigo en una
eternidad?
No dije nada. Tenía el presentimiento de que hablar de Greta con
Cressida solo me enfadaría.
Apretó la botella de champán frente a su pecho.
—¿Le fuiste fiel a tu aventura pero no a tu esposa?
Presioné mis labios entre sí. Cualquier cosa que dijera ahora
empeoraría las cosas. Había dicho todo lo que quería decir. No gastaría mi
aliento en más. Me contempló como un científico con un bicho que intenta
diseccionar.
—Es la chica de la boda, ¿no? La chica Falcone. La forma en que la
mirabas… pensé que me lo había imaginado. No lo hice, ¿verdad?
No dije nada.
—¿Crees que la amas? —se rio—. No eres capaz de eso.
—Cressida, ya no hay nada que decir. Nos divorciaremos y ambos
encontraremos la felicidad en otra parte. No agregaré más errores a mi vida
por un solo error de mi pasado. Esto termina ahora.
Dejó escapar un grito de rabia y arrojó la botella de champán en mi
dirección. Explotó contra el borde de la mesa auxiliar de mármol, arrojando
al suelo una costosa lámpara Tiffany, que se rompió y rasgó el borde de la
mesa de mármol.
Tragué pesado intentando controlar mi propia ira. Me había jurado
que me ocuparía de esto con calma.
—Puedes quedarte con esta casa. Siempre ha sido tuya. Una vez que
se firmen los papeles del divorcio, obtendrás los cincuenta millones.
Giré sobre mis talones y entré en el vestíbulo. De nada serviría
prolongar esta conversación. Si Cressida tenía algo de tiempo para pensar
en mi oferta, vería que era la mejor solución. Era una mujer atractiva.
Encontraría un esposo nuevo.
Se tambaleó detrás de mí y alcanzó un jarrón de cristal de otro
aparador caro en el vestíbulo.
—¿Crees que puedes comprarme con unos asquerosos cincuenta
millones?
—¿Qué tal setenta millones, eso hará que tu evidente angustia sea
más soportable? —gruñí.
Sus ojos se abrieron del todo y arrojó el jarrón en mi dirección. Se
estrelló ante mis pies. Tuve suficiente. Caminé hacia ella y la empujé contra
la pared.
—Eso es suficiente. Ochenta millones. Esa es mi última oferta y será
mejor que la aceptes.
Sus ojos ardieron de odio.
—Espero que mueras.
Le di una sonrisa severa.
—Muchos lo han intentado. —Retrocedí y me fui. Sabía que esto no
había terminado. Cressida llamaría de inmediato a su padre y él intentaría
reunir a los tradicionalista a su alrededor para obligarme a reconsiderar mi
decisión, lo cual no iba a suceder. Me divorciaría de Cressida y me casaría
con la mujer que amaba de verdad. La mujer a la que le sería fiel por el
resto de mi vida.
Cuando salí de la casa, sentí como si me hubieran quitado un gran
peso de encima. Subí el volumen de la música mientras conducía mi auto
hacia la casa de mi familia. Hablarle a Cressida de mis planes había sido
solo el primer paso de muchos, el primero de muchos enfrentamientos
difíciles. Ahora tenía que decírselo a papá, aunque tal vez Antonaci le
estaba hablando en este momento.
El último y más difícil obstáculo a superar sería Remo Falcone.
Negué con la cabeza con una sonrisa irónica. Tomé mi teléfono y
marqué el número de Greta. Nunca la había llamado, pero hoy simplemente
necesitaba escuchar su voz.
—¡Amo! ¿Estás herido?
Al escuchar la preocupación en su voz e imaginar la amabilidad en
sus ojos, supe que había tomado la decisión correcta, una decisión de la que
nunca me arrepentiría sin importar lo que pasara ahora.
—No, me siento mejor que en mucho tiempo. Necesito hablar
contigo.
—También necesito hablar contigo. Si no hubieras llamado, te habría
pedido que me llamaras. Amo, ya no puedo más. —Mi corazón se hundió.
Mierda, ¿estaba rompiendo las cosas? Nunca aceptaría eso. Destrozaría con
mis putos puños cualquier cosa que la estuviera obligando a tomar esta
decisión—. Desprecio el secreto. Sé que te dije que no me importa ser tu
oscuro secreto, pero lo hago. Quiero que estemos juntos todo el tiempo. Sé
que no podemos pero…
—Greta, no eres un oscuro secreto. Maldita sea, lo eres todo y quiero
que todos lo sepan. Quiero que todos sepan que eres mía. No quiero que
haya alguien más que yo.
—Siempre has sido solo tú.
Mi corazón se hinchó.
—Le dije a Cressida que quiero el divorcio.
Greta respiró entrecortado.
—¿En serio?
—En serio. Ahora me dirijo a casa de mis padres. Una vez que les
haya dicho y manejado las consecuencias, voy a reservar el próximo vuelo a
Las Vegas y pediré tu mano nuevamente. Espero que esta vez tu respuesta
sea diferente.
Sería el mejor regalo de Navidad de todos los tiempos.
—Amo. —La voz de Greta tembló—. Tengo miedo de estar soñando
con todo esto.
—Si esto fuera un sueño, ya estaríamos en nuestra luna de miel y te
estaría haciendo mía una y otra vez.
Greta soltó un suspiro.
—Y si…
—Estaremos juntos, sin importar lo que pase. Voy a enfrentar las
consecuencias. Pase lo que pase valdrá mil veces la pena.
—Hablé con mi madre. Y también se lo diré a mi familia.
Greta tenía sus propios enfrentamientos por delante.
—Debí habértelo dicho antes, pero nunca se sintió bien, y tal vez
ahora tampoco sea el momento correcto porque estamos hablando por
teléfono, pero simplemente necesito decírtelo. —Respiré hondo porque
nunca había pronunciado esas dos palabras—. Te amo.
—Ah, Amo —susurró Greta.
—No llores. —No podía soportar la idea de las lágrimas de Greta
cuando no estaba allí para abrazarla.
Dejó escapar una risita pequeña.
—No lo haré. Solo estoy feliz. Y también te amo.
Sonreí, pero la sonrisa desapareció cuando me detuve frente a la casa
de mis padres.
—Estoy en casa de mis padres. Cuéntame cómo va tu charla con tu
familia. Pronto estaremos juntos y nunca me iré de tu lado.
Colgamos, y después de un momento para recuperar la compostura,
salí de mi auto y me dirigí a la puerta principal. No tuve la oportunidad de
tocar el timbre. La puerta se abrió y Valerio se paró frente a mí. Me miró
con los ojos totalmente abiertos e hizo una mueca.
—Tienes pelotas para venir aquí ahora mismo. Mamá está intentando
aplacar a papá. —Sonrió entonces—. He estado practicando mi look de
Capo frente al espejo estos últimos quince minutos. ¿Qué opinas? —Me dio
una mirada severa.
—Pareces estreñido.
Se encogió de hombros.
—Papá no se jubilará mañana, así que tendré algunos años para
practicar.
—Buena suerte.
Valerio palmeó mi hombro.
—Necesitas más suerte que yo.
27
Aria
—Luca, tal vez lo malinterpretaste. Nunca mencionó a Greta. Por
favor, no reacciones de forma exagerada.
Luca siguió caminando de un lado a otro en la sala de estar mientras
Valerio y yo almorzábamos. Estaba demasiado molesto para comer.
—No viste su expresión. ¡Estoy seguro de que ha estado viendo a esa
chica Falcone a mis espaldas todo el tiempo!
—Se necesitan agallas para hacer eso —comentó Valerio con una
sonrisa descarada. Le envié una mirada de advertencia. Este no era el
momento de molestar a su padre, incluso si me encantaba su mentalidad de
embaucador. Me recordaba mucho a mi hermano Fabiano. Cuando Valerio
era un niño, se parecía mucho a él y ahora que tenía diecisiete, era como me
imaginaba que habría sido Fabiano si nuestro padre no hubiera intentado
matarlo y volverlo frío y hastiado.
No había visto a Fabiano desde la guerra. Si Amo en realidad hubiera
visto a Greta a pesar de la guerra… Los engaños siempre habían sido un
tema delicado para mí dado el pasado de Luca y el mío, pero no podía estar
enojada con Amo o Greta. Había visto lo mucho que odiaba Amo su vida
con Cressida, cómo lo agotaba además de un día de trabajo ya agotador.
El teléfono de Luca sonó y cuando revisó el identificador de llamadas,
sus expresiones se oscurecieron.
—Antonaci. Tengo un jodido mal presentimiento con esto.
Me levanté de la silla y alisé mi vestido de lana, necesitando algo con
lo que ocupar mis dedos.
Las cejas oscuras de Luca se inclinaron hacia abajo y el temor se
instaló en mi vientre.
—Desacelera. —Los ojos de Luca fulguraron con furia—. Será mejor
que vigiles tu tono. Familia o no, no permitiré que me levantes la voz. Si
quieres conservar tu lengua, será mejor que elijas tus palabras con más
cuidado.
Me acerqué, con la esperanza de captar fragmentos de la
conversación, pero obviamente Antonaci había prestado atención a la
advertencia de Luca.
—No harás nada. Si descubro que revuelves las mierdas, iré tras de ti.
Hablaré con Amo. Estoy seguro de que Cressida malinterpretó sus palabras.
—Luca colgó y su expresión fue espantosa—. Amo le dijo a Cressida que
quiere el divorcio.
Valerio dejó escapar un silbido bajo.
El alivio me inundó, seguido por la conmoción por mi propia
reacción. Cressida nunca me había gustado. Había usado a Amo para sus
propósitos. Siempre quise el amor para Amo pero con ella no era posible.
Lucas negó con la cabeza.
—No luzcas tan complacida. Esto es un maldito debacle. ¿Sabes lo
que harán los tradicionalistas si nuestro hijo se divorcia de su esposa?
—Siempre han estado en contra de los cambios que implementaste.
Están atrapados en el pasado.
—Mierda. No puedo creer que haya hecho esto. Se retractará de sus
palabras y se disculpará con Cressida. No me importa si tiene que
emborracharse para seguir adelante.
—Luca, no lo hará. Si de verdad ha estado viéndose con Greta todos
estos meses a pesar de la guerra y si fue con Cressida y le pidió el divorcio,
entonces ya tomó una decisión, y dudo que algo pueda cambiarlo.
—Créeme, cambiará de opinión. Lo obligaré. Fue demasiado lejos.
Sigo siendo Capo y si no controla sus jodidas hormonas desenfrenadas, no
seguirá mis pasos.
—Entonces, iré a practicar mis mejores looks de Capo —dijo Valerio
con una sonrisa.
—¡Este no es el momento para tus putas bromas! —gruñó Luca.
Valerio se encogió de hombros y salió de la sala, dejándome a solas
con Luca. Valerio tenía un talento astuto para ignorar los arrebatos de Luca.
Toqué el pecho de Luca, inclinando mi cabeza hacia atrás para
mirarlo a los ojos. La rabia en ellos no me asustó. Lo había hecho al
principio, pero sabía que el amor de Luca por mí y por nuestros hijos
superaba cualquier oscuridad que albergara.
—Luca, si intentas forzarlo, lo perderemos.
—Maldita sea, así es, porque lo mataré si no obedece mis órdenes.
—Luca, no digas algo así. Ni siquiera con rabia. Por favor.
Luca acunó mis mejillas.
—Aria, esto podría dividir a la Famiglia para siempre. Ya estamos en
guerra en tres frentes. Terminaremos destrozados.
—Tal vez no. Si Amo realmente ama a Greta, eso podría conducir a la
paz con la Camorra.
—Fue lo que en primer lugar condujo a la guerra.
—Porque elegiste la guerra.
Dio un paso atrás, con la mandíbula apretada. Podía ver el conflicto
en sus ojos.
—Amo no puede tener a Greta. No pudo tenerla en ese entonces y no
puede tenerla ahora. Los Falcone nunca lo permitirán. Lo hice por Amo,
para que no dejara que un enamoramiento arruinara su vida.
—Nunca fue feliz con Cressida.
—Suenas como si su matrimonio ya hubiera terminado.
—Así es, sin importar lo que digas.
Las voces de Amo y Valerio llegaron hasta nosotros desde el
vestíbulo.
—Ya veremos eso —gruñó Luca.
—Luca, por favor. Solo detente y considera los sentimientos de Amo
por un momento. ¿Y si siente por Greta lo que sientes por mí?
Luca pasó junto a mí sin decir nada más y corrí detrás de él hacia el
vestíbulo donde Amo y Valerio aún estaban charlando. La diferencia entre
los hermanos siempre me asombraba. Amo era como Luca, en carácter y
apariencia, lo que los hacía chocar con tanta frecuencia, pero también me
daba esperanza para esta confrontación. Valerio era una mezcla poderosa de
Fabiano y Matteo.
Luca no disminuyó la velocidad a medida que marchaba a Amo,
quien no retrocedió, ni siquiera cuando Luca lo agarró por la garganta y lo
empujó contra la pared. Me tensé, mi corazón latiendo con fuerza en mi
pecho.
—¡Luca!
Valerio tomó el brazo de Luca.
—Papá…
—¡Quédate fuera de esto!
Amo le dio a su hermano una sonrisa tensa.
—Está bien.
Su voz sonó áspera por la falta de aire.
—Luca —dije con más firmeza.
—Regresarás con Cressida en este preciso momento y te disculparás.
Amo se rio entre dientes a pesar de que su piel se volvía cada vez más
roja.
—No lo haré, y nada de lo que hagas me convencerá. Voy a
divorciarme de ella y luego me casaré con Greta.
La forma en que dijo «Greta», gentil, cariñosa, protectoramente, me
dijo todo lo que necesitaba saber. Los hombres Vitiello tenían muros altos
alrededor de sus corazones, pero una vez que se enamoraban de una mujer,
se enamoraban con fuerza, y Amo estaba completamente enamorado de
Greta.
Luca lo empujó una vez más contra la pared. No pude mirar más.
Agarré el brazo de Luca, pero ni él ni Amo me prestaron atención.
—Conoces el castigo por la traición y la desobediencia.
—Si crees que debo morir por amar a alguien tanto como amas a
mamá, entonces adelante, intenta matarme, papá.
Intenta matarme. Podía ver que Amo estaba dispuesto a pelear con
Luca por esto. Amo siempre había respetado demasiado a su padre como
para defenderse, pero Greta significaba demasiado para él. Podía ver a mi
familia desmoronarse ante mis ojos y no podía soportarlo.
Luca soltó a Amo y dio un paso atrás.
—¡Sabes muy bien que nunca te mataría, incluso si fuera lo correcto!
Amo se frotó la garganta. Me moví frente a él y toqué la piel roja.
Tragué pesado. Sabía que este mundo era duro. Sabía que Luca tenía que
asegurarse de que Amo estuviera listo para las tareas que tenía por delante,
pero esto era demasiado para mí como madre.
—Papá, seguiré mi corazón. Puedes aceptarlo o no, pero el resultado
será el mismo. Greta será mi esposa.
—¿Una vez que mates a Remo y Nevio y todos los demás hijos de
putas locos?
—Si eso es lo que se necesita.
Amo no podía hablar en serio. No conocía bien a Greta, pero parecía
tener una relación buena con su familia. No podía imaginarla perdonándolo
si los lastimaba.
—Supongo que entonces puedo comenzar a preparar a Valerio para el
puesto de Capo. —Luca cruzó los brazos frente a su pecho.
Amo se encogió de hombros, pero lo conocía bien. Sabía lo mucho
que deseaba convertirse en Capo como su padre, y sabía lo orgulloso que
siempre había estado Luca de que Amo se hiciera cargo algún día.
Lo que estaba pasando aquí me estaba rompiendo el corazón.
—No quiero ser Capo —dijo Valerio, sin humor en su tono por una
vez. Le di una sonrisa—. Nunca quise eso. Es el trabajo de Amo.
—Un hijo no quiere un puesto por el que miles de soldados matarían
y el otro no respeta que se necesita sacrificio para convertirse en Capo.
—Papá, estoy dispuesto a sacrificar mucho por la Famiglia y esta
familia. Seré un buen capo como tú, pero ¿alguna vez has considerado que
eres un buen Capo porque mamá te respalda? La tienes a tu lado cuando la
carnicería y la demás mierda son demasiado. ¿Dónde estarías hoy sin ella?
Luca me miró y las lágrimas brotaron de mis ojos.
—Estaría en un lugar muy oscuro y probablemente sería peor Capo de
lo que había sido mi padre.
No creía eso. Luca siempre había sido mejor que su padre, pero
significaba mucho que pensara que lo había ayudado a ser un buen capo.
—Necesito a Greta a mi lado para ser Capo. La amo. Siempre admiré
lo que tú y mamá tienen, pero nunca pensé que podría tenerlo porque es
jodidamente raro en nuestro mundo.
Luca contempló a Amo con los ojos entrecerrados.
—¿Y crees que lo tienes con Greta?
—Lo sé.
Me acerqué a Luca y entrelacé nuestras manos. Me dio una mirada
cansada antes de volverse hacia Amo una vez más.
—Maldita sea, esto va a causar un gran escándalo, posiblemente una
revuelta. Tendremos que derramar sangre para callar a los seguidores de
Antonaci. Mucha jodida sangre si no podemos sobornarlo para que se calle
de alguna manera, lo cual dudo.
—Estoy dispuesto a derramar tanta sangre como sea necesario.
Luca soltó un suspiro largo.
—Si crees que ella vale la pena…
—Lo vale.
—Entonces estaré a tu lado y derramaré tanta sangre como sea
necesario. He derramado sangre por mucho menos.
No pude contener mucho más las lágrimas y Valerio envolvió sus
brazos alrededor de mi cuello por detrás, su barbilla sobre mi cabeza.
—Derrame de sangre, a tiempo para Navidad. Que mensaje tan
alegre. Ciertamente, nacido en sangre, jurado en sangre.
Me ahogué con una risa y le di una palmada en la mano. La
perspectiva de un gran conflicto dentro de la Famiglia me aterrorizaba, pero
al mismo tiempo sabía que era inevitable darle a Amo la felicidad que se
merecía, lo cual era todo lo que quería para él. Si la sangre era el precio que
todos teníamos que pagar, que así sea.
28
Greta
El zumbido de la llamada telefónica con Amo se evaporó rápidamente
cuando pensé en las próximas conversaciones con mi familia.
Fui en busca de Nevio. Sabía que él era el hueso más duro de roer. Lo
encontré en mi estudio de ballet, haciendo ejercicio. Estaba haciendo
sentadillas con pistola, una mirada de concentración en su rostro a medida
que se miraba en el espejo para comprobar su forma.
—No estás aquí por el ballet —gruñó entre dientes y se enderezó. Mis
ojos fueron atraídos a la cicatriz en su vientre. Solo era una línea blanca
contra su piel bronceada, una de las muchas cicatrices que luchaban por
llamar la atención con un puñado de tatuajes, pero traía el recuerdo de uno
de los días más difíciles de mi vida. Nevio odiaba a Amo. E incluso si no lo
decía directamente, Amo sentía lo mismo por mi hermano. ¿Cómo podría
unir a esos dos alguna vez? ¿O al menos no hacer que quieran matarse entre
ellos?
Nevio siguió mi mirada y sus labios se extendieron en una sonrisa
dura.
—Esa es la última cicatriz que un Vitiello me va a infligir alguna vez.
—Nevio, ¿podemos hablar? —Me retorcí las manos, sin saber cómo
decírselo. Hablar con mamá había sido difícil, pero no era nada en
comparación con esto. Papá también sería difícil, pero la reacción de Nevio
me aterrorizaba más.
Nevio se puso de inmediato alerta y vino a mi lado, tomándome por
los hombros.
—¿Qué ocurre?
La preocupación en su voz siempre calentaba mi corazón porque la
preocupación no era uno de los rasgos fuertes de Nevio.
—Sabes que te amo, ¿verdad?
Las cejas oscuras de Nevio se fruncieron, la confusión mezclándose
con la cautela en sus ojos. Sus instintos estaban en el blanco como siempre.
—Solo dime lo que necesitas decirme. No estás enferma, ¿verdad?
Negué con la cabeza rápidamente.
—No, no enferma. Físicamente, estoy bien. Yo…
—¡Greta, solo dime!
Mis ojos ardieron con lágrimas. Apenas podía tragar el nudo en mi
garganta.
—He estado viendo a Amo estos últimos meses.
Nevio dejó caer su mano y dio un paso atrás, su expresión
volviéndose fría como la piedra.
—¿Qué?
La vibración baja en su voz me puso la piel de gallina.
—Lo amo.
Nevio dio otro paso atrás, cada músculo de su cuerpo tensándose al
máximo.
—¿Lo amas?
La condescendencia en su voz dolió más que su rabia.
—Nevio, por favor, intenta entender. Lo amo y quiero estar con él.
Se dio la vuelta con una risa brusca, sacó su arma y disparó a los
espejos. Me estremecí, mis manos volando para cubrir mis oídos. Los
espejos del piso al techo estallaron uno tras otro con un chirrido
ensordecedor. Los fragmentos volaron por la habitación, dividieron la luz
del sol en cientos de fragmentos como mi corazón se astillaba por la
reacción de Nevio. Se volvió hacia mí lentamente, su pecho estaba
ensangrentado por varios cortes y un solo fragmento estaba clavado en su
mejilla.
Las lágrimas corrían por mis mejillas. Levantó la mano y arrancó el
fragmento, provocando que un riachuelo de sangre resbalara por su rostro.
—Entonces, lo estás eligiendo sobre mí, sobre nosotros, sobre nuestra
familia. —Mi boca se secó y mi corazón comenzó a martillar con fuerza,
mis manos volviéndose sudorosas—. Si te vas de Las Vegas para estar con
Vitiello, estás diciendo que no te importo un carajo.
No podía creer lo que dijo. No era cierto, y él lo sabía, pero aun así se
las arregló para hacerme sentir culpable.
Y me había sentido culpable desde el primer momento en que
consideré estar con Amo, porque sabía lo que significaría. Tendría que dejar
a Nevio, algo que nunca creí posible. Era la calma a la ira de Nevio, y me
aterrorizaba que sin mí a su lado, la oscuridad ganara. Sus acciones ahora
solo habían disparado mis preocupaciones.
Su rabia era poderosa, y se apoderó de mí como una avalancha que
me dejó sin aliento. La puerta del estudio de ballet se abrió y papá, Nino,
Alessio y Massimo entraron con las armas en la mano.
Todos se congelaron cuando nos vieron.
Ignoré sus miradas inquisitivas. Esto era entre Nevio y yo.
—¿No quieres que sea feliz? —pregunté suavemente.
—¿Qué carajo está pasando aquí? —gruñó papá.
Nevio dio un paso hacia mí, mirándome furioso.
—¿No eras feliz con nosotros? ¿Con la gente a la que perteneces?
Tragué pesado.
—Lo era. Nunca pensé que querría más de lo que tenía, pero
entonces… entonces conocí a Amo, y traté de luchar contra eso. Esperaba
que pasara, pero no pasó.
Pude ver la confusión en los rostros de los demás.
Nevio negó con la cabeza, mirando hacia otro lado.
—Estamos en guerra. No puedes tener ambos. Si lo eliges a él, nos
estás abandonando. Fin de la historia.
—Puede haber paz otra vez.
—¿Alguien podría explicarme qué carajo está pasando? —Papá se
interpuso entre nosotros, su mirada furiosa saltando entre Nevio y yo.
—No si mato a Amo, Luca nunca volverá a aceptar la paz. —Su
sonrisa estaba llena de oscuridad. Era la sonrisa que llevaba por la noche.
No era una sonrisa que me mostrara.
—¿Me harías eso?
Los ojos de Nevio permanecieron indiferentes.
—Lo haría por ti aunque no puedas verlo.
La vida de otras personas no significaba nada para él. Muy pocas
personas le importaban a Nevio, pero estos pocos elegidos eran todo su
mundo, y haría cualquier cosa para protegerlos y mantenerlos cerca. No se
detendría ante nada. Lo sabía mejor que nadie. Nadie conocía a Nevio
mejor que yo.
A Nevio le encantaba ver el mundo arder, pero hasta ahora siempre se
había asegurado de que las llamas no me tocaran.
Negué con la cabeza.
—No, lo harías por ti mismo. Estás siendo egoísta.
—Sabrías todo sobre ser egoísta. —Nevio se volvió hacia papá—.
Greta ha estado follando con Vitiello estos últimos meses. Es una jodida
traidora. —Se fue furioso, seguido de Massimo y Alessio.
Estaba temblando, de tristeza, ira y conmoción. Cuando la mirada
incrédula de papá me golpeó mis piernas casi se doblaron. Incluso la
presencia calculadora de Nino no ayudó.
—Explícate —dijo Nino.
Papá solo me miró como si estuviera a punto de acabar con los
espejos restantes con su arma.
Les supliqué con mis ojos que entendieran a medida que les decía la
verdad. Las palabras salieron de mí, mi voz se rompió.
—¿Te das cuenta del peligro en el que te pones al encontrarte con el
enemigo? —preguntó Nino.
Papá aún no había dicho nada.
—Confío en Amo.
—Entonces, obviamente, no se puede confiar en ti —gruñó papá—.
Podría haberte matado.
—No lo haría.
Papá me agarró del brazo y me acercó más, con los ojos llenos de
rabia.
—Mentiste. Arriesgaste tu vida y la seguridad de todos los que te
aman.
—Ya no quiero mentir más. Por eso le dije a Nevio. Pero sabía cómo
reaccionarías cuando te lo dijera y tenía razón.
—¿Qué esperas? Dejé muy claro mi punto de vista sobre Amo y eso
fue incluso antes de que hubiera guerra.
Cerré los ojos y más lágrimas se deslizaron.
—Papá, sé que estás enojado, pero por favor intenta entender. Amo a
Amo. Me duele estar lejos de él. Por favor, permíteme estar con Amo.
—Greta, está casado y estamos en guerra —dijo Nino como si lo
hubiera olvidado.
—Se va a divorciar de Cressida por mí y convencerá a su padre para
que negocie otra tregua, si tú también estás dispuesto a hacerlo.
Papá negó con la cabeza.
—Mia Cara, esto es algo que no puedo permitirte. No aceptaré un
matrimonio con Amo Vitiello. No te irás a Nueva York y, desde luego, no
estarás sujeta a las tradiciones anticuadas de la Famiglia. No habrá paz con
la Famiglia, no mientras yo sea Capo y dada la reacción de Nevio, tampoco
la habrá bajo su régimen.
Me acerqué a papá, frunciendo el ceño.
—Me enseñaste que mi opinión importa, que respetas mis elecciones,
¿y ahora no vas a permitirme casarme con el hombre que amo?
El rostro de papá era de piedra, pero sus ojos ardían sobre mí con la
fiereza de sus emociones. Acunó mis mejillas.
—Greta, estás más segura en la Camorra que en cualquier otro lugar.
Mi palabra es la ley. Aquí nunca te podrá pasar nada malo, pero ahí será la
palabra de Luca y luego la de Amo. Caerás bajo su maldita jurisdicción, y
sabes tan bien como yo que manejan las cosas de manera diferente a
nosotros. No puedo protegerte de la misma manera si estás en Nueva York
que cuando estás aquí. Aún derribaría su puta ciudad si me necesitaras, pero
hasta entonces estarías a su merced.
Cubrí sus manos llenas de cicatrices con las mías, sosteniendo su
mirada mientras le dirigía una sonrisa tranquilizadora.
—Sé que todos morirían para protegerme y sé que aquí estoy a salvo,
pero sé con la misma certeza que estaré a salvo en Nueva York porque Amo
estará allí y me protegerá. Por favor, respeta mi elección. Por favor, dale
una oportunidad a Amo y a la paz.
Papá intercambió una mirada con Nino, me besó en la frente y dio un
paso atrás.
—La respuesta es no.
Parpadeé, la resignación inundándome.
—Papá, puedes evitar la paz, pero no puedes evitar que esté con Amo.
Las fosas nasales de papá se ensancharon, y su boca se estiró en una
sonrisa dura.
—Ah Mia Cara, esta es mi ciudad, mi territorio, mis reglas. Mientras
respire, evitaré que vuelvas a ver a Amo, incluso si tengo que encerrarte en
tu habitación.
—No puedes tratarme como a una rehén.
—Puedo y lo haré. Dame tu teléfono.
Cuando no reaccioné, papá tomó mi teléfono del bolso y le clavó su
cuchillo. No podía creer lo que estaba pasando. Nunca pensé que mi familia
reaccionaría tan mal. Tal vez era demasiado ingenua cuando se trataba de
ellos.
—Te odio —susurré.
Papá se tensó. Me di la vuelta y salí corriendo del estudio, incluso
cuando me arrepentía de mis palabras. No paré de correr hasta que estuve
en mi habitación y me arrojé en la cama. Momo y Teacup se unieron a mí,
sintiendo mi angustia. Lloré más fuerte que nunca. Pronto una lengua
áspera lamió mi mano. Giré mi cabeza hacia un lado para encontrar la
cabeza de Bear posada en la cama. A su lado estaba Dotty y me observaba
con ojos demasiado comprensivos para un perro. No estaba segura de qué
hacer. Esto en realidad se perfilaba como una decisión que nunca había
querido tomar. Una decisión entre mi familia y Amo. Sollocé.
Sonó un golpe y mamá entró sin esperar mi respuesta. Una mirada
hacia mí y corrió hacia la cama y se sentó a mi lado. Me frotó la espalda
suavemente.
—¿Papá te lo dijo?
—No lo llamaría así. Está rabiando ahí abajo. Tendremos que
comprar una decoración navideña nueva.
—Tomó mi teléfono y quiere mantenerme alejada de Amo.
Mamá suspiró.
—Eso es lo que deduje.
—¿Qué voy a hacer?
Mamá miró hacia otro lado.
—No sé qué decirte. Pensé que te diría que siguieras tu corazón, pero
no quiero perderte. No puedo imaginar no volver a verte. Con esta guerra…
—Tragó pesado—. Para ser honesta, en este momento, comprendo de
verdad lo difícil que debe haber sido para mi familia. En realidad, no tuve
elección, y quiero que tú tengas una. No quiero que las cosas terminen
como terminaron conmigo.
—¿Crees que haré lo que hiciste y me iré para poder estar con Amo?
—¿No lo harás?
Podía ver el miedo en los ojos de mamá. Un miedo que también me
llenaba. Pero también había aceptación en su expresión. Ya había aceptado
el hecho de que podría perderme.
—No quiero estar sin mi familia. No quiero hacer esta elección.
Mamá envolvió sus brazos alrededor de mí, su mejilla en mi cabeza.
—Hablaré con tu padre. Pero no quiero darte falsas esperanzas.
—Lo sé. ¿Qué hay de Nevio?
—Se fue con Massimo y Alessio. Dudo que regrese esta noche. —
Mamá se enderezó—. Conoces a Nevio…
Lo hacía. Derramaría sangre esta noche. Dejaría que su monstruo
ganara, lo liberaría.
Siempre me había sentido responsable de volver a enjaularlo, pero
necesitaba aprender a dejarlo ir. No estaba segura de cómo hacerlo, cómo
renunciar a las personas que tanto amaba. Aún esperaba no tener que tomar
esta decisión.
29
Greta
Mi pelea con Nevio siguió repitiéndose en mi cabeza. Sus palabras
duras. Sabía que venían de un lugar de dolor y miedo de perderme, pero aun
así me dolían.
¿Y la reacción de papá? No era del todo inesperada, pero esperaba
que él pudiera ver lo seria que era y me tomara en serio a su vez. Las
palabras de mamá no habían cambiado su decisión. Estaba decidido a
mantenerme en Las Vegas en contra de mi voluntad, razón por la cual me
encontraba en mi santuario con dos guardaespaldas protegiéndome como a
una prisionera. Solo se me permitiría pasar una noche aquí antes de que
regresara a casa.
Lo peor era que no tenía forma de contactar a Amo sin un teléfono.
Había considerado robarle un teléfono a los guardaespaldas, pero eran
excepcionalmente cuidadosos conmigo. Ya ni siquiera tenía el código de las
puertas de entrada, así que no podía salir de las instalaciones sin ellos.
Dotty dejó escapar un gemido y me senté. ¿Qué hora era? Miré el
reloj en la mesita de noche. Dos de la mañana.
Dotty arañó el suelo frente a mi cama.
—¿Qué pasa, niña? —pregunté, pero entonces sonó una alarma.
Estampé mis palmas sobre mis oídos. ¿Y si Amo estaba aquí? Había
prometido volar durante nuestra llamada telefónica. ¿Y si pensaba que
estaba en peligro porque no podía localizarme? Mi corazón se aceleró en mi
pecho. Si lo capturaban… el pánico floreció en mi interior. ¿Sería capaz de
convencer a papá de que lo perdonara?
Las imágenes de hace muchos años cuando mi súplica no había
salvado al hombre en el sótano pasaron ante mis ojos. Si papá o Nevio
mataban a Amo…
Pero algo en la alarma fue diferente. ¿Qué estaba pasando? Esta no
era la alarma de seguridad estándar. Salté de la cama y abrí las cortinas,
incluso si eso significaba que tuviera que quitarme una mano de la oreja.
Me quedé helada.
Al menos, uno de los graneros estaba en llamas. Fuego anaranjado
iluminaba el cielo nocturno y las brasas bailaban como estrellas fugaces
contra la negrura.
Empecé a correr, fuera de la casa, espoleada por los relinchos
asustados y ladridos. Tenía que salvar a mis animales. No estaba segura de
lo que estaba pasando. Nunca había encendido un fuego cerca de los
graneros, y Jill tampoco. Quizás uno de los guardias había fumado afuera a
pesar de mi advertencia. ¡Deberían haberlo sabido! Cuando salí a
trompicones del porche, los dos guardias estaban parados a un lado, uno de
ellos en su teléfono, el otro inmóvil.
—¡Busquen las mangueras de agua! —grité pero no dejé de
moverme. Corrí hacia el granero en llamas. El dolor se disparó a través de
mis pies cuando mis plantas desnudas tocaron las brasas, pero no me
detuvo. Abrí la puerta del granero. Los cerdos pasaron corriendo junto a mí,
pero los caballos y las vacas estaban aterrorizados y se habían apiñado en
un rincón. El techo estaba en llamas y también el lado derecho. La alarma
pareció sonar aún más fuerte.
—¡La casa también se está quemando! —gritó Jill, vestida en pijama
y con sus canas por todas partes. La alarma también debe haberla
despertado. Su casa estaba al otro lado de las premisas porque las dos
preferíamos la soledad.
—¡Salva a los perros! —grité.
¿Bear y Momo habían salido conmigo? Oh, Dios. Me tambaleé hacia
los caballos a pesar de mi dolor y traté de alejarlos de su rincón. Golpeé a
uno de ellos con fuerza en la retaguardia y salió corriendo, pero los demás
solo me miraban con los ojos muy abiertos y llenos de pánico y las fosas
nasales dilatadas. Una brasa ardiente golpeó mi hombro desnudo. Grité.
Más y más brasas llovieron también sobre los animales. Tropecé hacia el
estribo que usaba para poder alcanzar los lomos de los caballos cuando los
limpiaba y lo usé para subirme a la espalda de Calimera.
Ella corcoveó de inmediato. Aún tenía problemas para ser montada y
en una situación como esta no lo permitiría. Le clavé los talones en los
costados, incluso si me dolió hacerlo. Intentó derribarme, pero luego
comenzó a correr. Corcoveó y corcoveó hasta que aterricé con fuerza en el
suelo, pero como era el caballo líder, los otros caballos corrieron tras ella, e
incluso las vacas, excepto una. Mildred, la mayor del grupo. Me dolía el
cuerpo por la caída y me zumbaba la cabeza. Intenté ponerme de pie para
sacarla a ella también cuando parte del techo se derrumbó con una oleada
de calor insoportable y brasas volando. El hedor a cabello quemado llenó
mi nariz y rápidamente apagué mi cabello. Me arrastré hacia atrás, a la
intemperie justo a tiempo antes de que el techo restante se derrumbara,
enterrando a Mildred debajo de él.
Sirenas aún llenaban la noche. Los guardias estaban en la casa, que
también estaba completamente en llamas. Escuché ladridos ansiosos en
alguna parte, definitivamente Dotty. Pero ¿dónde estaban todos los demás?
¿Bear, Momo, Teacup?
Tosí y me puse de pie. Di un paso adelante cuando una sombra cayó
sobre mí. Miré hacia arriba para encontrarme mirando a un hombre
desconocido. Mis labios se separaron pero antes de que pudiera decir algo,
un dolor ardiente llenó mi abdomen. Miré hacia abajo, siguiendo el brazo
extendido del hombre, su mano y el mango del cuchillo. No pude ver la
hoja. Estaba enterrada dentro de mi vientre bajo. Parpadeé, intentando
entender lo que estaba pasando. Sacó el cuchillo de un tirón, lo que me
dolió aún más y grité con voz ronca, luego me atraganté con mi siguiente
aliento cuando me clavó el cuchillo nuevamente, esta vez un poco más alto.
Sacó el cuchillo otra vez y me hundí de rodillas, cayendo de lado. El
hombre golpeó mi rodilla izquierda con un martillo y grité cuando el dolor
me atravesó. Levantó el brazo para dar otro golpe, pero sonó un gruñido
bajo y Bear se estrelló contra él. Momo ladraba salvajemente a su alrededor,
rodé sobre mi espalda lentamente. Quería ver el cielo nocturno.
Esto era todo, ¿no?
Los guardias aparecieron a mi lado. Uno de ellos presionó algo contra
mi vientre y grité de dolor.
—Mierda, mierda! —murmuró, sus ojos frenéticos.
—¡Quítenme al perro de encima! ¡Quítenmelo de encima! —gritó mi
atacante.
—Bear, detente —grazné.
—¡Desearás que ese perro te haya hecho trizas! —dijo el otro guardia.
El aliento cálido de Bear golpeó mi mejilla y Momo lamió mi mano.
Dotty y Teacup se mantuvieron a distancia, aterrorizadas. Sonreí
débilmente.
Tantos rostros desfilaron ante mis ojos a medida que intentaba
respirar más allá de la agonía. Tantas personas y animales que amaba.
Algunas personas tienen muchos remordimientos en sus últimos momentos,
pero ¿cómo podía arrepentirme de una vida que tuvo tanto amor?
El rostro de Amo se demoró mientras mi visión se oscurecía.
—Greta —gritó uno de los guardias—, quédate con nosotros. No
cierres los ojos. La ayuda está en camino. ¡Tráeme el maldito botiquín!
—¿Qué hay de él?
—¡Dispárale a los pies y a las rótulas, imbécil!
Sonaron disparos, rompiendo la lana en mis oídos. Los gritos que les
siguieron pronto se acallaron.
Aún miraba al cielo. Mi dolor se estaba desvaneciendo lentamente.
¿Volvería a ver a mi familia? ¿Volvería a ver a Amo?
30
Remo
El timbre de mi teléfono me sacó del sueño. Maldita sea. ¿Ahora qué?
¿Estos hijos de puta no podían lidiar con su mierda sin joderme por una
noche? Alcancé mi teléfono. Una mirada al identificador de llamadas y
saqué las piernas de la cama y encendí las luces. Serafina dormía en la
habitación de invitados porque estaba enfadada conmigo. Tomé la llamada
mientras salía del dormitorio.
—¿Qué pasa? —gruñí.
Las sirenas gemían en el fondo de la persona que llamaba, solo
interrumpidas por un crujido fuerte que no pude ubicar.
—Hay fuego por todas partes y un atacante apuñaló a Greta. —Mis
oídos comenzaron a rugir con sangre, mi corazón latiendo fuerte y rápido
—. Llamé a nuestro equipo de emergencia…
—Si ella muere, tú mueres. —No volví al dormitorio ni fui a la
habitación de invitados. No le diría a Serafina. No había nada que ella
pudiera hacer. Y si Greta moría… maldita sea, no moriría.
No la dejaría morir. La última vez que habíamos hablado habíamos
peleado. Maldita sea. A la mierda todo. Irrumpí en la habitación de Nevio.
Se incorporó de golpe en la cama, el cuchillo con el que dormía
apuntándome. Me sorprendió encontrarlo aquí. Se había estado
desahogando como un loco estas últimas dos noches y no había intentado
detenerlo. Mierda, había torturado a dos deudores solo para desahogarme y
no era suficiente.
—Levántate.
—¿Qué?
—Greta fue apuñalada.
Nevio saltó de la cama, tambaleándose detrás de mí a medida que
corría hacia el ala de Nino.
—¿Papá? ¿Papá? ¿De qué mierda estás hablando?
—Recibí una llamada de que fue atacada.
Diez minutos después, Nino volaba nuestro helicóptero hacia la
granja de Greta. Nevio me observaba con los ojos totalmente abiertos. Sabía
que la misma mirada desquiciada estaría también en mi rostro. Podía sentir
mi control deslizándose. La única razón por la que no había arremetido
todavía era que no había nadie a quien arremeter y necesitaba llegar
primero a Greta. Necesitaba proteger a mi chica.
Quienquiera que la hubiera lastimado pagaría diez veces más. Si esto
era obra de Luca porque no quería que su hijo estuviera con Greta, haría las
paces con la Organización, la Bratva y cualquier otra persona que hiciera
falta para acabar con la Famiglia. Los quemaría hasta los cimientos.
Pronto, las luces intermitentes de Las Vegas fueron reemplazadas por
el parpadeo de unas llamas devastadoras. La granja y el granero estaban en
llamas, al igual que algunos de los matorrales. Iluminados por el fuego
devorando los escombros que habían sido el granero, vi cuatro cuerpos.
Nino tuvo que dar un rodeo amplio a las llamas para no avivarlas más
y aterrizó el helicóptero al otro lado de la propiedad. Salté y corrí hacia mi
hija. Nevio me alcanzó y llegamos juntos al lugar del ataque. Caí de rodillas
junto a Greta, que parecía sin vida mientras yacía en el suelo. La escaneé
rápidamente: dos heridas de arma blanca en el abdomen y una rodilla rota.
Corrado presionaba las heridas. La sangre había empapado la tierra a su
alrededor.
Tomé su cabeza y me incliné sobre ella.
—Mia Cara.
—Greta —gritó Nevio a medida que se cernía a nuestro lado, luego
sus ojos se deslizaron hacia el extraño que sangraba profusamente por las
piernas—. ¿Fue él?
—Lo necesitamos para interrogarlo —advirtió Nino mientras se
sentaba a nuestro lado, con dos botiquines en sus manos. Aparté el cabello
de Greta de su frente ensangrentada. Estaba más corto de lo que había sido,
quemado en algunos lugares y algunas ampollas pequeñas de quemaduras
cubrían sus hombros.
—Mia Cara —dije de nuevo, esperando obtener una reacción de ella.
El calor era casi insoportable tan cerca de los restos en llamas del granero y
las llamas lamieron mi conciencia, ansiosas por traer recuerdos que no
quería recordar ahora. Recuerdos que hasta ahora habían marcado el peor
momento de mi vida… hasta hoy.
Los ojos de Greta se abrieron y se tomó un momento para enfocar.
Tragué con fuerza.
—Vas a estar bien.
Nevio se sentó a su lado y le tomó la mano.
—No dejaré que me dejes, lo sabes.
Sonrió débilmente, luego hizo una mueca y volvió a cerrar los ojos
brevemente. Sus labios agrietados se separaron y dijo algo, pero no lo
entendí por el crepitar de las llamas. Al menos la alarma ya se había
apagado.
—Dilo otra vez —insté, inclinándome para captar sus palabras.
—Por favor, trae a Amo.
Me congelé, seguro de que no la había oído bien, pero una mirada a
sus ojos y supe que no lo había hecho. La expresión de Nevio fue estoica a
medida que se recostaba, sacudiendo la cabeza. Le di una mirada de
advertencia.
—Greta —comencé, pero ella tomó mi brazo.
—Por favor, papá.
Asentí, porque no había forma de que pudiera rechazar su deseo, no
cuando no estaba seguro si lo lograría. Mierda. Quería estar en su lugar.
Saqué mi teléfono y busqué entre mis contactos hasta que encontré el
número de Amo. Lo llamé.
Contestó después del tercer timbre.
—Remo, ¿a qué debo el placer? —preguntó Amo con voz dura, pero
detecté una pizca de preocupación detrás de la máscara obvia.
Miré a mi hija, cubierta de sangre, rodeada por Nino y los médicos y
enfermeras que ya habían llegado, intentando estabilizarla para el viaje en
helicóptero al hospital.
—Mi hija pidió verte. Fue apuñalada y está luchando por su vida.
—¿Qué? ¿Dónde? —Escuché una conmoción de fondo y otra voz
masculina que no reconocí—. ¿Qué está pasando?
—Si este incidente está relacionado contigo de alguna manera, será
mejor que lo pienses dos veces antes de poner un pie en Las Vegas porque
te mataré tan brutalmente como pueda.
—Tomaré el jet privado. Estaré allí tan pronto como pueda. ¿Puedo
hablar con ella?
Greta me miró esperanzada. Apretando los dientes contra una
avalancha de emociones para las que no estaba preparado en absoluto,
sostuve el teléfono en su oreja.
—Apuñalada, dos veces, en mi abdomen —susurró—. No creo que
pueda. Siento que estoy muriendo. —Tomé su mano.
Nevio se puso de pie y se acercó al atacante de Greta. Le hice señas a
Savio para que lo vigilara. Golpeó el tobillo del hombre con el pie un par de
veces, pero me concentré en Greta.
Cerró los ojos y asintió.
—También te amo. —Se estremeció y bajó la mano. Apreté su mano
pero ella no reaccionó. Su pecho seguía subiendo y bajando pesado, pero
había perdido el conocimiento.
Cuando descubrí lo que había sucedido a mis espaldas en mi propio
territorio, había estado furioso. Siempre sabía lo que estaba pasando en mi
territorio. Tal vez había hecho la vista gorda a la verdad porque no quería
verla.
Greta amaba a ese hijo de puta Amo Vitiello.
—Es su culpa. Amo Vitiello. Él es la razón de esto, ¡lo sé! —gruñó
Nevio, cubriendo su rostro con sus manos y sacudiendo su cabeza
salvajemente—. Si ella muere —gruñó, sus ojos fulgurando con
desesperación.
—No lo hará —advertí.
—¡Estamos listos! —gritó Nino, y él y un médico levantaron a Greta
en una camilla. Permanecí a su lado a medida que nos dirigíamos al
helicóptero. Nevio corrió detrás de nosotros, su expresión conflictiva. Podía
sentir su sed de sangre, su necesidad de destruir al atacante de Greta. Lo
entendía. Maldita sea, quería destrozarlo pedazo a pedazo.
—Ya habrá tiempo para la venganza más tarde. Greta nos necesita
ahora.
Con una última mirada al atacante, Nevio saltó al helicóptero. Savio,
Massimo y Alessio se asegurarían de que el atacante fuera llevado a Las
Vegas, donde derramaría todo su conocimiento y moriría de una muerte
insoportable.
Una hora después de que llegáramos al hospital de la Camorra,
Serafina entró corriendo. Estaba en pijama, con el cabello revuelto y los
ojos rojos de tanto llorar. La atrapé antes de que pudiera irrumpir en la sala
de operaciones donde Greta estaba siendo operada.
—¿Dónde está?
—Está en cirugía.
Golpeó sus puños contra mi pecho, sus ojos desesperados.
—¡Debiste haberme despertado!
—No podrías haber hecho nada.
Serafina volvió a golpear mi pecho y luego se hundió contra mí.
Tomé la parte posterior de su cabeza. En ocasiones me preguntaba si tenía
corazón. Y en momentos como este sabía que lo tenía, pero solo latía por
muy pocas personas.
Fabiano captó mi mirada por encima de la cabeza de Serafina.
—¿Cómo está?
Tomé una respiración profunda.
—Saldrá adelante.
Tenía que sobrevivir.
Serafina y yo nos sentamos junto a Nevio, que tenía los brazos
apoyados en los muslos y miraba al suelo fijamente, ignorando todo lo que
le rodeaba.
—Regresaré a la mansión para buscar protección adicional. Llámame
una vez que sepas más. —Fabiano volvió a irse.
Cinco horas después, Nino volvió a salir del quirófano. Había
vigilado a los médicos para asegurarse de que hicieran todo lo que estuviera
a su alcance para salvar a Greta. Su cara no presagiaba nada bueno. Me
puse de pie, mi pecho contrayéndose.
—Está estable —dijo Nino, pero sabía que esas eran las noticias
buenas—. Debido a la gravedad de sus heridas, los médicos tuvieron que
realizar una histerectomía. La rodilla necesitará otra cirugía, pero no está
claro si Greta podrá volver a bailar.
Serafina dejó escapar un sollozo desesperado y se hundió en la silla.
Nevio empujó a Nino y entró al quirófano. Regresó un minuto
después, más pálido de lo que jamás lo hubiera visto.
—Alguien pagará por esto.
Se marchó con paso majestuoso, y poco después escuché un grito
enfurecido.
Serafina me miró de reojo.
—¿Cuánta sangre más habrá que derramar para que termine esta
locura? ¿No es suficiente?
—Es parte de este negocio. Y si esto está relacionado con la Famiglia,
se derramará mucha sangre.
Sacudió la cabeza como si no supiera quién era, lo cual era
jodidamente ridículo considerando que derramar sangre siempre había sido
mi pasatiempo favorito.
—Remo, nuestra niña está luchando por su vida. ¿Comprendes lo que
perdió? Nunca tendrá un hijo, puede que nunca vuelva a bailar. ¿De verdad
también quieres quitarle a Amo? Esto es cruel, incluso para ti.
Las palabras de Serafina me golpearon como un mazo.
—Para que Amo y Greta estén juntos, tendrá que correr más sangre,
créeme. Luca tendrá que hacer una maldita declaración que ha debido hacer
hace mucho tiempo por estar demasiado cómodo. No será bonito. Muchos
morirán. Ángel, esta unión tendrá un precio, y muchos más sangrarán por
eso.
Serafina asintió con fuerza.
—Remo, no me importa, mientras no sea la sangre de Greta. Siempre
me dijiste que querías que Greta tomara su propio destino en sus manos.
Siempre despreciaste a las mujeres que aceptaban su destino. Greta quiere
estar con Amo. Dale esto. Ya ha sufrido bastante.
Me incliné y besé la frente de Serafina.
—Por ti y por Greta lo pensaré, pero ahora tendré que derramar la
sangre de su atacante y conocerá mi lado más cruel.
Serafina me dirigió una sonrisa extraña.
—Espero que suplique misericordia y no se la concedas.
Rocé mis labios sobre los de ella.
—Ya me conoces. —Me enderecé y me arriesgué a echar un vistazo a
la sala de operaciones donde los médicos y las enfermeras estaban
preparando a Greta para llevarla a la sala de recuperación. Al ver su cara
pálida, inmóvil, mi corazón se apretó con fuerza. Esta noche había estado
cerca y se había perdido demasiado—. Cuida de nuestra chica.
31
Amo
Papá no me detuvo cuando le dije que tenía que irme de inmediato.
En cambio, me dio el jet privado de la Famiglia y el permiso para negociar
con Remo.
Pero no podía pensar en la paz ni nada más que en la mujer que
amaba y quien luchaba por su vida.
Cuando llegué al aeropuerto, Alessio estaba allí para recogerme. No
había esperado una escolta de los Falcone y, a pesar de mi cautela, subí al
auto.
—¿Cómo está? —pregunté inmediatamente.
Alessio puso el auto en marcha y se alejó de la sala de espera.
—Lo último que escuché era que estaba estable, pero sus heridas
fueron bastante graves. —Sacudió la cabeza—. Deberías hablar con Remo
o con mi padre.
Asentí. Mi mente estaba demasiado frenética para considerar cómo
podría terminar una conversación entre esos dos y yo. No me importaba.
—¿Saben quién lo hizo? —La rabia tiñó mi voz. Mi mente había
repasado las opciones.
Los Falcone tenían muchos enemigos, pero pocos caerían tan bajo
como para atacar a Greta. Definitivamente no la Organización. Tal vez los
rusos, pero teniendo en cuenta que Remo tenía un vínculo tentativo con el
Pakhan ruso en Chicago, tampoco podía imaginarlo. Otra opción pasó por
mi cabeza, pero no quería detenerme en ella.
—Nevio y Remo actualmente están interrogando al atacante. Pronto
sabremos lo que sea que sepa.
—Bien.
Nos detuvimos frente a un almacén anodino en las afueras de Las
Vegas. Sus letras descoloridas y sus ventanas tapiadas.
Alessio estacionó el vehículo y salió. Lo seguí sin dudarlo. Mierda.
Este era territorio enemigo. La Camorra y la Famiglia habían estado en
guerra durante más de un año. Aun así no dudé en seguir a Alessio. Lo
habría seguido directamente al infierno si Greta estuviera allí. Tal vez era
una trampa. Teniendo en cuenta que los Falcone sabían todo de mi relación
con Greta, probablemente no podían esperar para deshacerse de mí.
Alessio presionó un botón junto a la puerta y unos momentos después,
Nino abrió la puerta. Parecía exhausto. Después de un asentimiento breve,
me permitió entrar. Se sentía como una pesadilla, una de la que no podía
despertar.
—No pensé que nos encontraríamos tan pronto. Ciertamente no así.
Asentí.
Nino me indicó que lo siguiera. Pronto vi a Remo esperando frente a
una puerta.
—La guerra está de momento en espera. Greta preguntó por ti, así que
por supuesto que aquí estás a salvo —dijo Nino.
Apenas escuché. Todo en lo que podía pensar era en Greta acostada
detrás de esa puerta.
Remo se interpuso en mi camino y nuestras miradas se encontraron.
—Estás vivo solo por una razón: Greta —dijo—. Estarás a salvo en
mi territorio gracias a ella y durante el tiempo que ella quiera. Y a
diferencia de tu palabra en tu boda, cumpliremos dicha promesa.
—Gracias, pero nada en este mundo me hubiera impedido venir a Las
Vegas a ver a Greta. Ni siquiera la perspectiva de ser destrozado por
ustedes, hijos de puta locos. Si es necesario pasaré por el fuego del infierno
por ella.
Remo agarró mi hombro, sus dedos clavándose en mi piel. Sus ojos
ardían de rabia.
—Bien. Porque lo harás. Nevio y yo interrogamos al atacante y
¿sabes lo que dijo?
Una sensación de hundimiento se instaló en la boca de mi estómago,
una que no había querido entretener.
—Cressida —gruñí en un rugido brusco.
Los labios de Remo se extendieron, no una sonrisa, una mueca.
—Exacto. Tu esposa.
La furia y la culpa rugieron dentro de mí. De verdad la había
subestimado. Por segunda vez en mi vida.
—¿Quién más estuvo involucrado? ¿Qué hay del atacante?
—Dijo que pertenecía a Antonaci, soltó algunas tonterías religiosas y
no dejó de hablar de las tradiciones de la Famiglia hasta que Nevio lo
obligó.
Asentí. Porque Cressida no podría haberlo hecho sin su padre.
Moriría, y también Cressida. Así como lo harían todos los hijos de puta
involucrados en esto.
—Ahora déjame ver a Greta. Después habrá tiempo para hablar de
venganza.
Remo se acercó aún más, su cara justo delante de la mía.
—Greta piensa que la amas.
—Lo hago. La amo. Será mi esposa una vez que Cressida se haya ido.
—Cierto, el divorcio no será necesario. —Algo en su expresión
cambió, el dolor en sus ojos despertó mis preocupaciones. Asintió hacia
Nino. Estaba empezando a cansarme de esta conversación. Solo quería ver a
Greta.
—Quizás quieras saber que Greta no podrá dar a luz. Sus heridas
fueron demasiado graves.
Me congelé, tragando con fuerza.
—¿Qué?
Remo asintió.
—No fueron a matar. La apuñalaron en el abdomen y le destrozaron
la rodilla. Tu querida esposita pensó que quitarle la capacidad de tener hijos
y de bailar quebraría a Greta y tal vez haría que la vieras menos digna.
—Amo a Greta. Aún la amaré aunque no pueda bailar, incluso cuando
no pueda darme hijos. La amo y quiero estar con ella. Nada cambiará eso, y
tampoco me impedirás estar con ella. Esta vez absolutamente nada me
detendrá. —Remo se hizo a un lado y abrió la puerta. Entré y todo pareció
haberse detenido.
Greta se veía pequeña y frágil en la cama de hospital. Sus labios y
cara estaban casi blancos, estaba tan pálida. Estuve a su lado en dos
zancadas grandes y me incliné sobre ella, acunando su nuca y besando su
frente. Mi corazón martillaba en mi pecho, cada latido tan doloroso como
una bala disparada al corazón.
—Oh, Greta —dije con voz áspera—. Lo siento mucho. Debí haberte
protegido. Nunca te dejaré desprotegida. Me aseguraré de que estés a salvo
mientras viva.
Guardé mis pensamientos más violentos para mí. Que me aseguraría
de que todos los involucrados en esto tuvieran una muerte agonizante.
Después de otro beso delicado en su frente, levanté la cabeza para mirarla a
la cara. Incluso ahora se veía minuciosamente hermosa. Pasé mis dedos por
su cabello desgreñado que ahora le llegaba hasta la barbilla. Las puntas
estaban quemadas. No me había dado cuenta antes, pero olía como una
hoguera.
No quería pensar en el dolor que tuvo que soportar, en el terror
absoluto. Las mujeres en nuestro mundo deben ser protegidas, mantenidas
alejadas del daño. Tal vez era una visión anticuada, pero simplemente las
quería protegidas. Mi familia había fracasado con Marcella y ahora con
Greta había sufrido otra mujer a la que amaba.
Pude sentir los ojos de Remo en mí todo el tiempo, pero no me
importó. Había aprendido de mi padre que amar a alguien no significaba
que fueras débil.
Mis ojos ardían como si fuera a llorar. No podía recordar si alguna
vez había llorado en mi vida. Mamá dijo que lo había hecho en alguna
ocasión cuando era un niño, pero desde entonces nada me había hecho
acercarme a las lágrimas. Ni siquiera cuando mi hermana había sido
secuestrada por nuestro peor enemigo y estaba seguro de que no la
volveríamos a ver. Ciertamente no de dolor.
Pero al mirar el rostro pálido de Greta y su mano vendada
descansando sobre su vientre, donde ningún hijo nuestro crecería… estaba
al borde de las lágrimas. Luché y mis ojos permanecieron secos. Entrelacé
nuestros dedos y mi mirada se deslizó hacia su pierna que estaba
entablillada para mantenerla inmovilizada. El yeso se veía masivo en la
pierna esbelta de Greta. Presioné mi frente contra la de ella. Así como
nunca lloraba, nunca rezaba, pero ahora elevé una oración, pidiendo que
Greta volviera a bailar. No quería considerar que también perdió eso.
Mi mano que no sostenía la mano de Greta se cerró en un puño
apretado. Mataría a Cressida. Nunca había matado a una mujer en mi vida.
Mirando a la mujer que amaba más que a la vida misma y pensando en
cómo pronto tendría que decirle que nunca tendría un hijo, aunque era una
de las personas más cariñosas y amables que hubiera conocido, supe que lo
haría. Tampoco sería un final rápido para Cressida.
Sabía por qué le había dicho al atacante que apuñalara el vientre de
Greta. Quería asegurarse de que Greta nunca pudiera tener un hijo, mi hijo.
Tal vez había pensado que no la querría entonces. Nunca pudo comprender
lo que significaba amar a alguien como yo amaba a Greta. Nada me
volvería a separar jamás de ella.
—¿Dónde está? —gruñó Nevio en algún lugar fuera de la habitación.
Remo se volvió y le cerró el paso a su hijo.
—Este no es el momento para que pierdas el control. Greta necesita
tranquilidad para curarse.
—¡Quiero verlo!
Besé los dedos de Greta, luego me enderecé y caminé hacia la puerta
donde Remo aún estaba intentando retener a su hijo.
Al momento en que los ojos de Nevio se encontraron con los míos,
los suyos se encendieron con odio.
—Podemos hablar, pero no cuando Greta puede escucharnos.
Nevio se inclinó hacia adelante en el abrazo de su padre, sus labios
curvándose como un perro enseñando los dientes.
—¿Ahora estás haciendo las reglas en Las Vegas?
Remo lo empujó hacia atrás y salí de la habitación y cerré la puerta a
mis espaldas.
Nevio se alejó de su padre inmediatamente y se metió en mi cara. Lo
empujé y, a pesar de mi deseo de hacerlo, no alcancé mi arma. Greta ya
había sufrido bastante. No importaba cuánto odiara al hijo de puta loco
frente a mí, ella lo amaba.
Era un asesino demente y sus ojos habrían asustado a la mayoría de la
gente.
—¿Dónde está la perra?
Negué con la cabeza. Sabía de quién estaba hablando, pero esto era
asunto de la Famiglia. Aún tenía que llamar a papá e informarle de la
situación con Antonaci y Cressida. Quién sabe qué más había planeado el
viejo bastardo. Tal vez él y sus tradicionalistas estaban al borde de una
revuelta. Mataríamos a todos los imbéciles traidores con nuestras propias
manos si era necesario.
Nevio agarró mi camisa. Apreté mi mano sobre la suya y lo atraje
bruscamente hacia adelante, llevándonos cara a cara mientras mi paciencia
se agotaba.
—Ahora no. No frente a la puerta de Greta.
—Dime dónde está Cressida, o mataré a todos los jodidos miembros
de la Famiglia hasta que la encuentre. Esa perra morirá.
—Yo la mataré.
Nevio negó con la cabeza.
—Greta no querría eso.
Levanté una ceja.
—¿Y te importa? Vamos. Quieres que tenga una razón para dejar de
amarme. Esa sería tu oportunidad.
—Tienes razón. Si fuera por mí, estarías muerto ahora mismo. Porque
todo esto es tu maldita culpa, pero parece que Greta se preocupa por ti por
alguna razón ridícula, y mientras ese sea el caso, no actuaré en tu contra.
Con un poco de suerte, te odiará una vez que descubra que tu esposa arruinó
su puta vida, entonces todas las apuestas estarán hechas.
Le di una sonrisa severa.
—Gracias por el aviso.
—Nevio tiene un punto. Esta es nuestra venganza. Queremos a tu
esposa y a todos los involucrados. Si la Famiglia quiere la paz, nos la
entregará en una maldita bandeja de plata, o marcharemos a Nueva York y
la conseguiremos nosotros mismos, pero luego podrán despedirse de la paz.
Nevio abrió la puerta de la habitación de Greta. Su expresión se
suavizó por un momento y fue algo tan extraño ver en su rostro lunático que
me asustó más que su mirada asesina.
—Greta te necesita. No sé qué carajo ve en ti. ¿De verdad quieres
complicar las cosas entre ustedes solo porque insistes en matar a la puta tú
mismo? Si uno de los nuestros hubiera atacado a tu hermana o a tu madre,
tú y tu padre habrían insistido en impartir el castigo. Cuando mi padre y
Nino se enteraron del pasado de Kiara, les permitieron impartir el castigo.
Esta es nuestra venganza. Sabes que Greta no querría la sangre de tu esposa
en tus manos. Probablemente querría que la puta viviera.
Miré su rostro pacífico, sabiendo que él tenía razón. Incluso después
de que Cressida le hubiera quitado lo más preciado, aún no querría que la
matara. Greta era demasiado bondadosa. Una ola nueva de ira ardiente se
abatió sobre mí. Cressida nunca debería haber tocado a Greta. Esto nunca
debería haberse tratado de mí o su maldito corazón. Solo quería proteger su
estatus en la Famiglia. Y había ido demasiado lejos.
Remo no dijo nada, solo caminó hacia Greta y la besó en la frente.
—Mia Cara. El mundo arderá por ti. Lo quemaremos.
Remo se enderezó y me miró con dureza.
—¿Dónde? De cualquier manera la encontraremos. De ti depende si
matamos a todos los soldados que se interpongan en nuestro camino, y a
toda su maldita familia.
Cressida era mi esposa. Si los Falcone mataban a la esposa del futuro
Capo, nuestros soldados exigirían venganza y la paz se convertiría en un
sueño lejano.
—No sabemos si toda su familia estuvo involucrada. Su padre sí, pero
dudo que su madre lo supiera.
Nevio resopló.
—Su familia tiene la culpa. Ellos la criaron. Obviamente fracasaron.
Merecen la muerte. Fin de la maldita historia.
—Déjame llamar a mi padre. —Esta sería una píldora difícil de
digerir. Los Falcone querían venganza, y yo también. Nada haría justicia a
lo que Greta había perdido.
Papá contestó después del segundo timbre.
—¿Amo?
—Fue Antonaci. Cressida le pidió que atacara a Greta. Varios de sus
hombres estuvieron involucrados.
—¡Maldición!
Si alguna vez hubiera pensado que Greta estaba en peligro, habría
matado a Cressida ese día en lugar de hablarle del divorcio. Deseé haberla
estrangulado con mis jodidas manos. Una ola nueva de rabia absoluta y
culpa me atravesó.
Podía escuchar voces en el fondo, posiblemente Marcella.
—¡Maldita sea, a la mierda con estos putos tradicionalistas y sobre
todo con Antonaci!
—Papá, sabes lo que esto significa.
—Los Falcone quieren venganza.
—Por supuesto.
—Estamos en guerra. Si estuviéramos en paz, sería comprensible que
permitiéramos que nuestros aliados se vengaran en nuestro territorio como
hicimos con Kiara, pero Antonaci actuó en contra del enemigo, de modo
que podría haber actuado sin mis órdenes directas, pero eso no será
suficiente.
—Las heridas de Greta son tan graves que nunca tendrá hijos. Papá,
nunca tendré hijos. Todo por la ambición de Cressida y el fanatismo de su
padre. Los quiero muertos a todos. Quiero que mueran de la forma más
cruel posible. Y les diré a los Falcone que pueden tenerlos, que pueden
matar a todos esos hijos de puta que estuvieron involucrados. Los aplaudiré
jodidamente feliz mientras los desuellan. Y después habrá paz, y quien no
quiera la paz de la Famiglia puede morir junto a Cressida y su jodida
familia.
—Aún no eres Capo.
—Pero lo seré y esta es la decisión que tomaría.
Papá se quedó en silencio en el otro extremo.
—Por lo que a mí respecta pueden tener a Cressida, pero todos los
soldados de la Famiglia involucrados serán asesinados en una reunión
pública de toda la Famiglia como advertencia.
—Entonces deberíamos dejar que los Falcone sean parte de la reunión
y permitirles matar a Antonaci y a los otros hombres involucrados junto con
nosotros. —Volví a escuchar la voz de Marcella de fondo.
Después de casi un minuto, papá soltó un suspiro áspero.
—Así es cómo lo haremos.
Un alivio absoluto me recorrió.
—Gracias, papá.
—¿Amo?
—¿Sí?
—Asegúrate de que tu chica mejore.
Tragué pesado y colgué.
Luego volví con Remo para contarle nuestra decisión. Esto allanaría
el camino a la paz, el futuro de Greta y el mío juntos.
Encontré a Remo, Nevio y Serafina frente a la habitación de Greta.
Saludé con la cabeza a Serafina. Mis interacciones con ella en el pasado se
habían limitado a un par de cortesías sin sentido. No sabía mucho de ella,
excepto por su historia de secuestro.
—¿Y? —preguntó Remo con una expresión desafiante.
Le conté a Remo de la decisión.
—No queremos esperar la venganza hasta que la Famiglia decida que
es el momento. No necesitamos una reunión pública para derramar sangre
—dijo Remo. Nevio asintió.
—Es la única manera. Y es una oportunidad para la paz.
Nevio se rio.
—No necesitamos la paz.
Serafina se volvió hacia Remo.
—Greta necesita a Amo. Ya perdió suficiente. ¿Quieres que también
pierda al amor de su vida?
Por primera vez desde que conocía a Remo Falcone, sus ojos
parpadearon con un dolor emocional intenso.
Reprimí mis propias emociones. No me había permitido pensar de
verdad en lo que Greta y yo habíamos perdido. Cada vez que soñaba con un
futuro con Greta, nos imaginaba teniendo hijos llenando la casa de risas.
—No hay retribución adecuada para lo que ha perdido Greta —
susurró Serafina, tocando el pecho de Remo—. Puedes masacrar a todos los
miembros de la Famiglia, pero eso no ayudará a Greta. Lo único que puedes
hacer por nuestra niña es darle un futuro con Amo y para que eso suceda
debe haber paz.
Nevio sacudió la cabeza con burla, pero luego intercambió una
mirada con su padre, y Remo finalmente asintió.
—Esperaremos a la reunión para matar al resto, pero Cressida morirá
ahora.
—Por mis manos —agregó Nevio.
La expresión de Serafina se retorció con preocupación. Si le
preocupaba el bienestar mental de Nevio si mataba a una mujer, no debería
haberse molestado. Dudaba que Cressida fuera la primera y tampoco sería
la última.
—Envíale mis saludos —dije entre dientes.
32
Greta
Mi primer recuerdo cuando desperté fue un dolor agudo en mi vientre,
seguido de una sensación de ardor en la rodilla. Me hizo querer retroceder,
pero no había escapatoria de esto. Entonces los rostros se hicieron
distintivos ante mis ojos, lentamente, uno tras otro. Primero papá que se
sentaba a mi derecha, su mano alrededor de la mía, sus ojos oscuros llenos
de preocupación.
—¿Duele?
Asentí e hice una mueca. Papá se acercó y presionó un botón en la
infusión que liberaría más morfina en mis venas. La punzada en mi cuerpo
se apagó de inmediato, y pude relajarme. Un movimiento en mi otro lado
me hizo girar la cabeza y mis ojos se abrieron más cuando vi a Amo
enderezándose en su silla. Estaba sosteniendo mi otra mano.
—¿Amo? —Él asintió, su expresión grave de una manera que me dijo
que algo horrible había sucedido. Intenté sentarme. Papá y Amo me
alcanzaron al mismo tiempo, luego se detuvieron y sus ojos se encontraron.
Esperé lo inevitable, pero papá volvió a hundirse con una expresión tensa y
permitió que Amo me ayudara a sentarme. Le envié a papá una sonrisa
agradecida. Él asintió levemente. Sabía lo mucho que debía costarle esto.
Mamá se movió en el sofá y cuando sus ojos se posaron en mí, su
rostro cansado se iluminó con alivio y se puso de pie y corrió hacia mí.
Besó mi frente varias veces antes de apoyarse en papá. Sombras oscuras se
extendían bajo sus ojos y tanto Amo como papá no se habían afeitado en
días. Un rastrojo oscuro cubría su barbilla y mandíbula.
Amo me miró con las cejas fruncidas a medida que frotaba mi mano
suavemente.
—¿Cómo te sientes?
Su voz fue cuidadosa y gentil, como si una palabra pronunciada
demasiado alto pudiera romperme.
No estaba segura de poder hablar. Sentía la garganta seca y demasiado
apretada, pero después de un par de toses pronuncié las primeras palabras
tentativas.
—Estoy viva. —Pensé que moriría. Se había sentido como morir.
Pero estaba aquí—. ¿Dónde está Nevio?
Habíamos discutido la última vez que hablé con él. Tal vez aún estaba
enojado, aunque no podía imaginar que ese fuera el caso. Los recuerdos
después de mi ataque eran turbios. Él podría haber estado allí después, pero
no podía unir las piezas de mi memoria para que tuvieran sentido.
La otra explicación más probable de por qué no estaba aquí era que
estaba causando problemas al intentar matar a todos los que podrían ser
responsables de lo que había sucedido.
—Está buscando café —dijo mamá—. No dormimos mucho estos
últimos días.
—¿Días? ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
—Te mantuvieron dormida durante cinco días.
Para que lo hicieran, debo haber sufrido lesiones internas graves y
posiblemente una infección. Enfrenta tus miedos era lo que papá siempre
decía, pero estaba aterrorizada cuando miré hacia abajo a mi cuerpo. Podía
sentir vendajes gruesos alrededor de mi abdomen y mi pierna estaba
enyesada.
—¿Saben quién lo hizo? —pregunté en lugar de las preguntas más
candentes en mi cabeza.
La boca de Amo se apretó, y un brillo de odio ardió en sus ojos.
—Cressida.
Asentí. Había sospechado algo así. Si bien mi familia tenía muchos
enemigos, el momento había sido demasiado obvio. Celos, o tal vez furia
por perder su posición en la Famiglia, eran incentivos poderosos.
—No la mates en mi nombre, ¿de acuerdo? No quiero que nadie
muera.
Amo bajó la vista, un músculo en su mandíbula apretándose. Podía
ver lo difícil que era para él luchar por la compostura. Un miedo agudo se
extendió por mi cuerpo.
Me volví hacia papá.
—Papá. —La mirada en sus ojos me dijo que era demasiado tarde
para salvar a Cressida—. ¿Qué sucedió? —Miré hacia Amo—. ¿La
mataste?
Amo negó con la cabeza.
—Estaba de camino aquí al momento en que tu padre me contó lo que
pasó. Quería estar a tu lado y no me he ido desde entonces.
Cerré los ojos brevemente, y comprendí. Sabía quién había sido mi
ángel vengador, la única persona que usaba esta máscara con facilidad.
—Nevio.
Amo asintió.
—Voló a Nueva York un día después del ataque y regresó dos días
después.
Si bien me sentía aliviada de que no hubiera sido Amo quien mató a
su propia esposa, algo que definitivamente habría hecho si Nevio no
hubiera sido más rápido, sentí una tristeza profunda por Nevio. Toda esta
matanza y rabia tomaría lo último de su luz en algún momento, y lo
sumergiría en la oscuridad eterna.
—Esto empeorará las cosas. La gente de la Famiglia va a exigir
sangre.
—Pueden considerarse afortunados de que tu hermano solo haya
matado a esa mujer y no a toda su podrida familia. Eso tendrá que esperar
hasta después —gruñó papá.
—No mates a más personas por mí. Una vida es suficiente.
—Su vida no es suficiente retribución por lo que perdiste —dijo Amo
con voz cruda.
Mis cejas se fruncieron.
—¿Qué perdí?
Amo miró hacia otro lado, su expresión retorciéndose con algo muy
oscuro. Papá se puso de pie y miró a mamá.
—Fina, ¿puedes?
Papá nunca rehuía una confrontación.
—¿Volveré a caminar? —Ver el estado de mi rodilla era la única
explicación para su tristeza abrumadora. Tal vez mi rodilla estaba tan
destrozada que nunca volvería a bailar.
El rostro de mamá se suavizó.
—Sí. Pero los médicos aún no pueden decir nada sobre el ballet. Te
tomará meses recuperar la movilidad en tu pierna. —Podía decir que había
más que aún no me habían dicho. Amo todavía aferraba mi mano—. Tal vez
puedan darnos un momento —le dijo mamá a Amo y papá. Amo se
encontró con mi mirada, y la mirada en la suya dejó que un gran peso se
asentara en la boca de mi estómago. Besó el dorso de mi mano y luego mis
labios antes de ponerse de pie. Él y papá salieron de la habitación. Mamá se
sentó en la cama a mi lado. Tomó mis dos manos y las apretó con fuerza—.
Tus heridas en tu abdomen fueron terribles. —Su voz tembló y se detuvo—.
No pudieron salvar… tuvieron que quitarte el útero.
Parpadeé hacia mamá, intentando entender.
—¿Una histerectomía?
—Sí. —Los ojos de mamá se llenaron de lágrimas, pero aún no
entendía del todo—. No podrás…
Había leído suficientes libros y revistas de medicina de Nino para
saber cada detalle de lo que esto significaba para mí.
—Tener un hijo —terminé por mamá, y lo asimilé. Quedar
embarazada, tener un hijo, no había estado en mi mente, y debido a Amo y
mi futuro incierto, nunca lo había pensado, pero ¿que te quiten cualquier
posibilidad que pudieras tener? De repente comprendí que para un futuro
con Amo, podría haber querido tener hijos, una gran familia desastrosa con
niños sucios creciendo con muchos animales.
Dejé escapar un suspiro tembloroso, sintiéndome un poco perdida.
Mamá se estiró a mi lado y me abrazó. Lloró contra mi cabello y la agarré
con fuerza. Al final, también lloré. Lloré por la pérdida de algo que en
realidad nunca había tenido, la pérdida de una parte de mí que parecía
irrelevante. La pérdida de un futuro que nunca podría ser. No estaba segura
de cuánto tiempo mamá y yo lloramos juntas, cuánto tiempo lamentamos la
pérdida de una parte de mi futuro, una vida que podría haber sido.
El dolor era un tipo de dolor nuevo. Uno que llevaría conmigo
durante mucho tiempo, tal vez para siempre.
Un pensamiento nuevo cruzó mi mente.
—Amo necesita un heredero.
Mamá retrocedió, con los ojos hinchados.
—Ah, cariño. Esta debería ser la última de tus preocupaciones.
Mis cejas se fruncieron.
—Pero es la verdad.
—Vi cómo te mira. Te ama tanto. Créeme, no le importará un
heredero.
Quizás. Estaba tan confundida, tan perdida.
—¿Puedes traerlo? Quiero hablar con él.
—Él lo sabe, ¿de acuerdo? Sabe lo que significa tu cirugía.
Negué con la cabeza. Tal vez pensaba que lo sabía. Mamá se levantó
y me dio una sonrisa alentadora.
—Lo buscaré y te dirá lo que te dije. Que a él no le importa.
Mamá salió y menos de un minuto después Amo volvió a entrar. Sus
ojos se llenaron de preocupación a medida que se acercaba a mí.
Palmeé mi colchón.
Amo se sentó en el borde como si tuviera miedo de lastimarme, pero
me apoyé contra él, necesitando su cercanía a pesar de lo frágil que se
sentía mi cuerpo. Me envolvió en sus brazos, rodeándome con su calor y
fuerza como un capullo de consuelo. Se sentía maravilloso, como algo que
no quería perderme nunca más.
Quería un futuro con Amo, no quería nada más, pero él necesitaba
saber que no era un futuro como siempre había tenido en mente.
33
Amo
El cuerpo de Greta se tensó en mi abrazo. Me eché un poco hacia
atrás y miré su rostro pálido. Huellas de lágrimas resplandecían en sus
mejillas. Las limpié con mi pulgar.
Greta miró hacia arriba, esos ojos oscuros tristes. No podía imaginar
lo que le había hecho la noticia de su cirugía.
—Amo, nunca podrás tener hijos conmigo. Esta vez nada puede
cambiar eso. Mi cuerpo ya no puede tener a un bebé. Si quieres un
heredero, debes elegir a alguien más.
¿De qué demonios estaba hablando? Tomé sus mejillas y las besé
suavemente. Nada en este mundo volvería a separarme de Greta.
—Greta, no volveré a estar sin ti. Eres mía hasta que tome mi último
aliento. Te amo más que a todo lo demás en el mundo.
—Amo, la Famiglia es tu destino. Estás destinado a ser Capo.
Asentí porque en el fondo sabía que era verdad.
—También estoy destinado a amarte. No necesito un heredero. Te
necesito. Marcella está embarazada de un niño. Ella es la mayor. Puede
convertirse en Capo. Eso también continuará en el linaje.
Siempre quise tener hijos, pero quería más a Greta, y tal vez había
otras opciones para explorar en algún momento.
—Todo lo que importa ahora es que te recuperes rápidamente para
que podamos casarnos.
Dejó escapar una risa susurrante. Besé su sien.
—Te amo mucho. Me mata que hayas tenido que sufrir tanto. Tienes
el corazón más grande y amable de todos los que conozco. No mereces esto.
—Tal vez lo hacía.
Tomé sus mejillas.
—Mierda, no. No vuelvas a pensar así, ¿de acuerdo? Necesito saber
que estarás bien.
—Creo que estaré bien, con el tiempo —susurró—. Quiero volver a
bailar. Quiero volver a ver a mis animales.
Besé su frente.
—Sé que lo harás. Estaré contigo en cada paso del camino que debas
tomar para sanar.
—¿No tendrás que volver a Nueva York? Tienes responsabilidades,
especialmente en un momento como este.
—Papá, Valerio y Matteo se están encargando por ahora de la
situación. Estoy aquí oficialmente para negociar la paz.
—¿Habrá paz?
Sonreí.
—Por supuesto. Nuestras familias no tienen elección. Pronto serán
una familia. —Ya le había comprado un anillo, pero lo había dejado en
Nueva York. Aun así, una vez que lo recuperara, le pediría su mano
oficialmente.

***

Durante los siguientes diez días, no me separé del lado de Greta, pero
era hora de arreglar las cosas en la Famiglia. Nuestros soldados
comenzaban a impacientarse, ansiosos por una explicación de los muchos
arrestos. Antonaci y siete de sus soldados esperaban su castigo en nuestras
celdas de la Famiglia. Los rumores circulaban, especialmente por la
desaparición de Cressida. El cuerpo no había sido encontrado. Asumí que
Nevio la había cortado en pedazos pequeños.
—No te preocupes por mí —me aseguró Greta por centésima vez. Al
principio, me negué a dejarla en Las Vegas, especialmente menos de una
semana antes de Navidad. Pero mi padre había insistido en que tenía que
estar allí durante la reunión probablemente más sangrienta en la historia de
la Famiglia. Sabía que tenía razón.
—Aquí está a salvo —me aseguró Nino.
—Nos aseguraremos de ello —dijo Savio.
Remo había aumentado la protección alrededor de la mansión. Había
dormido en el hospital durante las últimas dos semanas, solo separándome
de Greta cuando iba al baño o me duchaba.
Dejarla ahora se sentía mal.
Adamo tomó mi hombro. Había llegado hacía unos días con su mujer
y su hijo, y vendría a Nueva York conmigo, Fabiano, Remo y Nevio. El
resto se quedaría en Las Vegas para proteger a las mujeres y los niños.
—Ve —susurró Greta. La besé suavemente a pesar de todos los que
nos rodeaban. De todos modos, Nevio no estaba presente. Intentaba
evitarme, lo que resultaba difícil. No estaba seguro de cómo estaban las
cosas entre él y Greta en este momento, pero tenía la sensación de que la
tensión entre ellos no estaba ayudando a sanar a Greta.
—Volveré pronto.
Seguí a Remo, Adamo y Fabiano afuera. Nevio ya estaba en el auto.
Nos esperaban tiempos tumultuosos. La paz no sucedería fácilmente en la
mente de nuestros soldados. Pero muchos estarían dispuestos a aceptarlo
porque significaba más seguridad para sus familias y más dinero en sus
bolsillos.
Adamo se sentó a mi lado.
—No pensé que tendría la oportunidad de regresar a Nueva York tan
rápido y desearía que no fuera para tal ocasión. De hecho, espero que esto
conduzca a la paz.
—Habrá paz porque Greta y yo vamos a casarnos.
Adamo sacudió la cabeza con una risita.
—No puedo creer que vamos a convertirnos en familia. ¿Ya le
preguntaste a Remo?
Miré al Capo Falcone. Estaba mirando por la ventana, pero se volvió
hacia nosotros como si pudiera sentir que hablábamos de él. Nuestras
interacciones habían sido civilizadas. No nos convertiríamos en una familia
milagrosamente, pero nos las arreglaríamos para llevarnos bien.
—No. No pediré aprobación. Greta será mi esposa.
—Por supuesto. Lo entiendo. He chocado con Remo en el pasado. No
estamos de acuerdo en muchas cosas. Pero Remo será tu suegro. Greta lo
ama, y él la ama a ella. Una vez que termine la parte sangrienta de este
acuerdo de paz, tendrás que encontrar una manera de hacer las paces con él.
Pedir su mano podría ser un comienzo.
—Créeme, si dice que no y de todos modos me caso con ella, no será
un buen comienzo.
—No dirá que no.
Le di a Adamo una mirada dubitativa. Nos habíamos unido hace
muchos años durante su estadía en Nueva York por el motocross. Era un
corredor ávido. Pero una vez que regresó a Las Vegas, nuestro contacto
había cesado. Era diez años mayor, así que esta había sido una de las
razones. Hasta ahora era el único hombre Falcone al que no me importaba
llamar familia algún día.
—¿Estamos hablando del mismo hombre?
—No dirá que no porque Greta tomó su decisión y no se arriesgará a
perderla como los padres de Serafina la perdieron.
Tal vez Adamo tenía razón. Cruzaría ese puente desagradable más
tarde. Ahora me esperaba otra tarea difícil.

***
Papá nos esperaba en el aeropuerto. El jet privado tenía un hangar
separado para que los transeúntes no estuvieran cerca, lo cual era bueno
considerando que papá tenía diez soldados como séquito. Que Matteo no
estuviera con él no era buena señal. Aún estaba sediento de sangre por lo
que les había pasado a Isabella y Gianna.
Remo hizo un gesto a los hombres reunidos.
—Esto no me parece el comienzo de la paz.
—Las cosas aún están tensas —dije y con un movimiento de cabeza
hacia Nevio, que tenía la mano en su arma—. Y si no te mantienes bajo
control, se pondrán aún más tensas.
Me dirigí a papá. Para mi sorpresa, Maximus estaba allí. Le di a mi
amigo un asentimiento breve antes de detenerme frente a papá.
—¿Por qué todo esto?
—Más vale prevenir que lamentar. Ha habido demasiada mala sangre.
Quiero hablar con Remo antes de bajar las medidas de seguridad.
—Luca —saludó Adamo con una sonrisa tensa. Extendió su mano y
papá la tomó. Después de eso, Fabiano le estrechó la mano brevemente, lo
que me sorprendió. Nunca se habían apreciado. Esta era una señal. Le daría
las gracias a Fabiano más tarde.
Remo y Nevio no se molestaron en cortesías, y no esperaba que lo
hicieran.
—Nos encontremos de nuevo. Espero que esta vez tu invitación no
sea una emboscada —dijo Remo.
—Tu hijo salió ileso de mi territorio después de matar a Cressida. Si
te quisiera muerto, él habría muerto ese día.
Nevio resopló, dándole a papá una sonrisa desafiante.
—No me habrías atrapado. Deberías estar agradecido de que solo la
maté a ella y no al resto.
La mandíbula de papá se apretó.
—La razón por la que la mataste es porque Amo y yo dimos nuestro
permiso, no lo olvides.
Nevio se metió en la cara de papá, con un destello de locura en esos
ojos oscuros.
—De cualquier manera la habría matado. Y la mataría una y otra vez
si pudiera. Mataría a todos los hijos de puta que estén remotamente
relacionados con esa perra si no fuera por los sentimientos de Greta por él.
Quizás lo haga algún día. Si quieres intentar matarme por eso, buena suerte.
Actúo por rabia lunática.
Papá sonrió como si Nevio fuera una mosca molesta que no valía la
pena.
—Créeme, lo sé. —Deseé tener esa habilidad para mantener la calma
ante su locura, pero Nevio aún lograba irritarme.
Ese tipo tenía la fuerza destructiva de una bomba atómica. Remo era
un maldito loco.
Pero Nevio hacía ver a su padre como un jodido monaguillo.
Si no fuera por Greta, ahogaría mi aversión. Pero por ella todos
tragaríamos muchas pastillas difíciles. Convertirse en una verdadera familia
sería un camino largo y lleno de baches, y no estaba seguro si todos
llegaríamos al final.

***

Después de dejar a los Falcone en una casa de huéspedes, papá y yo


manejamos hasta la casa de mis padres para prepararnos para la próxima
reunión de mañana.
—He pasado por muchos momentos difíciles a lo largo de los años,
pero esto supera todo.
Aparté la mirada de la carretera. Papá parecía haber envejecido varios
años en las últimas semanas. Sus manos alrededor del volante estaban
blancas por la presión que ejercía sobre él.
—Lo sé. Las cosas se salieron de control. Gracias por aceptar mi
decisión de quedarme junto a Greta estas últimas semanas.
—En realidad, no me diste opción.
—La amo.
Papá dejó escapar un suspiro profundo y giró hacia la calle donde
estaba la mansión.
—Nevio mató a tu esposa oficialmente. Amo, en teoría seguía siendo
tu esposa. Aún no lo hemos anunciado oficialmente. Pero alguien lo vio en
la ciudad y Cressida desapareció.
—Nunca debí haberme casado con ella, así nada de esto habría
pasado. Nunca me arrepentiré de nada más que eso.
Papá asintió, sorprendiéndome.
—Si hubiera sabido el alcance de tu conexión con Greta, nunca habría
insistido en que lo hicieras.
—Mierda, debí haberme mantenido firme y haberme negado, pero
estaba tan concentrado en convertirme en Capo que habría hecho cualquier
cosa, solo después de que fue demasiado tarde, comprendí que no podía
vivir sin Greta.
Papá estacionó el auto frente a la casa. Dos guardias estaban sentados
en una limusina negra frente a ella.
—Si acordamos una tregua con la Camorra, tendremos que dar a
nuestros hombres una explicación del por qué.
—Estoy dispuesto a decirles la verdad porque de todos modos la
descubrirán con el tiempo una vez que me case con Greta.
Papá sonrió sombríamente.
—Temía que te casaras con ella.
—Lo haré. Y nada en este mundo me detendrá. Ni tú, ni tampoco un
Falcone. Greta será mía.
Papá se recostó en el asiento con un suspiro, pasándose la mano por el
cabello, luciendo cansado.
—Esto podría romper a la Famiglia.
—Podrías repudiarme por estar con Greta —dije aunque las palabras
dolieron, pero nada podría doler tanto como pensar que había perdido a
Greta, descubrir que habíamos perdido parte de nuestro futuro y ver la cara
de Greta cuando se dio cuenta de lo que había sucedido.
Papá tomó mi hombro. Su mirada suavizándose.
—Amo, nunca te repudiaré. Eres y siempre serás mi hijo.
—Algunos no lo entenderán.
Papá asintió.
—Intentaremos convencerlos. Y si eso falla, lo manejaremos como
siempre lo hemos hecho. Nuestra palabra es ley, y se inclinan o mueren.
No sería tan fácil como eso, pero que papá estuviera dispuesto a
arriesgarse en esta batalla, le estaba agradecido eternamente. Lo abracé.
—Sin embargo, nunca te perdonaré por formar parte de la familia
Falcone.
Dejé escapar una risa cruda y me retiré, contento de que papá
rompiera este momento demasiado emotivo con su humor seco.
34
Luca
Matteo se detuvo en mi cara.
—Permitiste que la pequeña mierda que secuestró a mi hija y mi
esposa entrara en nuestro territorio y anduviera matando gente.
—Cressida obtuvo lo que se merecía.
Matteo resopló. Cada una de nuestras últimas peleas había sido sobre
cómo había manejado la situación con la Camorra después de que Nevio y
sus dos amigos pusieran sus manos sobre Isabella y Gianna. Entendía su ira
demasiado bien. Maldita sea, era el loco protector de nosotros dos.
—¿Y cuándo Nevio y Remo recibirán lo que merecen, y no me
refiero a una jodida bienvenida en nuestra ciudad? No los quiero aquí, ni
ahora, ni nunca. Los Falcone atacaron a alguien en nuestro territorio,
debemos retribuir.
Marcella negó con la cabeza.
—Matteo, ese pedazo de mierda y su familia hicieron apuñalar a
Greta. La chica probablemente nunca tendrá hijos. —Marcella tocó su
vientre redondo, y tragó con fuerza. Palmeé su brazo. Sin querer que se
exaltara—. Estoy bien.
—Es inútil mimarla. Se enoja conmigo cada vez que lo intento —dijo
Maddox. Cuando Marcella lo eligió, la Famiglia estaba en un gran revuelo.
Ahora la elección de Amo superaría eso. Mis hijos eligieron el amor, y
estaba llevando a la Famiglia al borde de una guerra interna.
—Tenemos suerte de que Nevio no haya incendiado Nueva York y
todos los malditos miembros de la Famiglia. Está jodidamente loco. Incluso
peor que su padre. Maldita sea, Luca. No puedes permitirles ser parte de
nuestra reunión. Estamos en guerra. Y no quiero la paz con estos bastardos.
—No puede haber guerra —dijo Marcella—. Amo no vivirá sin
Greta, no después de lo que pasó, no de nuevo. Si no negociamos una
tregua, perderemos a Amo. La ama como tú amas a Gianna y papá ama a
mamá.
—Y yo te amo —le recordó Maddox. Puso los ojos en blanco, pero
sonrió para suavizar el golpe. Aún me costaba creer que mi pequeña hubiera
elegido a un motero, un enemigo del pasado. Era irónico que Amo también
tuviera que elegir una enemiga. No estaba seguro si esto era una señal de
una mala crianza por parte mía y de Aria, o no.
—Matteo, necesitamos esta paz. Gianna e Isabella estarán más
seguras sin una guerra.
—Estarán más seguras si matamos a todos los Falcone.
—Eso no sucederá.
—En serio no puedes considerar hacerlos de la familia. No estaré en
la misma habitación con Nevio Falcone sin matarlo.
Matteo giró sobre sus talones, salió y casi chocó con Amo, luego
sacudió la cabeza y se fue sin decir una palabra más.
Amo se volvió hacia mí con una mueca.
—No se lo está tomando bien.
—Quiere proteger a Gianna e Isabella.
—Estarán más seguras con los Falcone como familia.
—Puedo hablar con ellos —sugirió Marcella—. Estoy segura de que
Gianna e Isabella votarán por la paz. No les importa la venganza. Y Matteo
escuchará lo que digan.
Se puso de pie.
—Eres la única mujer embarazada que usa tacones de diez
centímetros —dijo Amo con una sonrisa tensa.
—Amo, trece centímetros. Los hombres de verdad necesitan aprender
a medir. Y tengo seis meses, este bebé no saldrá mañana, así que relájate.
Tenemos otras cosas de las que preocuparnos.
Maddox le dio una sonrisa en la que no quería detenerme a analizar.
Marcella besó mi mejilla antes de palmear el pecho de Amo y
susurrarle algo al oído que lo hizo tragar pesado y asentir. Luego se marchó.
—Maddox —llamé antes de que pudiera seguirla.
Sus cejas rubias se fruncieron.
—¿Qué pasa?
—Mencionaste que te convertirías en parte de la Famiglia si alguna
vez lo permitía. —Maddox se congeló. Convertir a un ex motero en un
mafioso crearía olas nuevas, pero quería mostrar fuerza y Maddox había
demostrado su lealtad una y otra vez. Necesitaba a cada hombre leal a mi
lado que pudiera encontrar.
—Por supuesto —dijo lentamente, mirando a Marcella que había
aparecido nuevamente en la puerta.
—Entonces muy pronto voy a pedir tu juramento, si todos
sobrevivimos a la reunión de mañana. —Maddox asintió con los ojos del
todo abiertos.
—Luca, será un honor. No te preocupes, mañana vigilaré tu espalda y
la de Amo.
Marcella se mordió el labio, sonriendo con orgullo. Me envió una
sonrisa agradecida antes de que ella y Maddox se fueran.
—Eso se ha retrasado demasiado —dijo Amo.
—A veces me lleva mucho tiempo tomar la decisión correcta —dije.
Aún lamentaba mi decisión sobre Cressida.
Amo asintió.
—Mañana podemos intentar arreglarlo.
Haría falta más de una maldita reunión para arreglar las cosas. Los
meses y años venideros serían duros. Manteniendo unida a la Famiglia, y
uniendo a dos familias que se odiaban. Solo de pensarlo me dio dolor de
cabeza. Pero lo haría por Amo.
Su rostro había perdido los últimos indicios de puerilidad. Este
mundo no dejaba espacio para ello.
—Siempre estaré agradecido por lo que harás mañana por mí.
Tomé su hombro y apreté. Mis decisiones del pasado finalmente me
habían llevado a este punto. Debí haber hecho antes una maldita
declaración. Pero esta vez no mostraría piedad.

***

Aria se retorció las manos.


—La última vez que ordenaste una reunión en la central eléctrica de
Yonkers, no dormí en toda la noche. Estaba aterrorizada de perderte. —
Tragó pesado, sus ojos llenos de miedo—. Esta noche tendré que
preocuparme por ti, por Amo, Marcella, Valerio… —Cerró los ojos
brevemente y cuando los abrió, el brillo de determinación en ellos me hizo
negar con la cabeza. Se había decidido por algo y tenía el presentimiento de
que no me gustaría—. Déjame ir contigo.
—No.
—Luca, por favor. Necesito estar allí contigo, con mi familia.
—No.
Presionó sus palmas contra mi pecho. Hiciera lo que hiciera, no
suavizaría mi resolución. La reunión de esta noche era demasiado peligrosa
para que ella estuviera presente.
—Luca, sé que te preocupa que las cosas se intensifiquen y yo muera.
Pero si las cosas se intensifican, y todos ustedes mueren, todo mi corazón
muere, y así prefiero morir a tu lado que vivir sin mi familia.
—Aria, te amo más que a nada en el mundo, y nada, absolutamente
nada me convencerá de tenerte ahí. Si muero, si todos morimos, aún quiero
que vivas tu vida.
—¿Qué vida? —Me fulminó con la mirada, pero luego su expresión
cambió—. ¿Quieres que vuelva a casarme?
La posesividad rugió a través de mí enfurecida, como había sido la
intención de Aria. Nunca dejaría de estar locamente celoso ante la idea de
que alguien la tenga. Me miró con complicidad, porque estaba segura de mi
reacción. La amaba absolutamente y quería que fuera feliz, pero aun así mi
frío corazón posesivo no podía soportar la idea de que alguna vez estuviera
con otro hombre, incluso una vez que yo estuviera muerto.
—Amor, sé lo que estás intentando hacer, pero la respuesta sigue
siendo no. Esta noche podría hacer historia, y si ese es el caso, no te quiero
cerca.
—Necesitarás a todos los hombres de confianza a tu lado. No quiero
protección si eso significa que te quedarás sin hombres.
—Tengo suficientes hombres —dije. Pero, por supuesto, Aria había
visto el problema. Había demasiadas personas a la que necesitaba proteger.
La familia de Romero, la familia de Matteo, Aria. Sin embargo, Matteo se
había negado a unirse a la reunión. Aún estaba enojado y no quería estar
cerca de los Falcone.
Matteo siempre había estado a mi lado, sin importar cuán peligrosa o
difícil fuera la situación. Que esta decisión pudiera abrir una brecha entre
nosotros dolía como un maldito cuchillo en el corazón, pero había tomado
una decisión y no cambiaría de nuevo. Se lo debía a Amo, y también a su
chica. Aria comenzó a negar con la cabeza. Toqué su mejilla.
—Nunca pensé que diría esto, pero teniendo en cuenta que crearemos
un vínculo con la Camorra más fuerte que nunca, acepté la sugerencia de
Fabiano y él te vigilará. Adamo también estará allí.
Los ojos de Aria se abrieron como platos por la sorpresa.
—¿Estás aceptando ayuda de la Camorra?
—No en mi lucha contra los tradicionalistas, en caso de que surja. Esa
es mi responsabilidad. Los Falcone pueden matar a las personas que
lastimaron a Greta, pero el resto que quiera rebelarse es mío. La Famiglia es
mía, pero si la ayuda de Adamo y Fabiano garantiza tu seguridad y la de tus
hermanas y sus hijos, entonces voy a confiar en ellos. —Miré mi reloj.
Teníamos que irnos pronto. Antes de la reunión oficial, me reuniría con los
hombres más leales de mis filas.
Sonó el timbre y la imagen de la cámara mostró a Fabiano y Adamo.
Mierda. Si alguien me hubiera dicho hace un mes que esto pasaría, lo
hubiera silenciado con una bala en la cabeza.
Amo se unió a mí en el vestíbulo, palmeando la espalda de Aria
cuando ella lo abrazó con fuerza como si fuera un niño pequeño. Para ella
nuestros hijos siempre serían sus bebés. Le costaba verlos en peligro, y a mí
también. Pero esta era nuestra vida. Abrí la puerta y dejé entrar a Fabiano y
Adamo. Aria se separó de Amo y se acercó a su hermano, también
abrazándolo. Fabiano la abrazó brevemente, pero las demostraciones
públicas de afecto no eran lo suyo.
Me acerqué a Adamo.
—Esta es una gran muestra de confianza. Espero que sepas esto.
—Lo sé, ambos lo sabemos. —Adamo miró a Fabiano, quien asintió
—. Remo quiere la paz. Todos queremos la paz. Por Greta. Por Amo. Por
todos nosotros.
Atraje a Aria contra mí. Me sonrió con tristeza.
—No te preocupes por mí, ¿de acuerdo? Estaré bien. —El timbre
volvió a sonar y me tensé, sin esperar a nadie más. La cámara mostró a
Matteo, Isabella y Gianna frente a la puerta.
Los dejé entrar. Isabella me dio una sonrisa rápida antes de dirigirse
hacia Amo. Lo abrazó con fuerza.
—Lamento lo que le pasó a Greta.
—Gracias, Isa.
Gianna empujó el hombro de Amo.
—Tienes mucho que explicar. Pero siempre has sido un alborotador.
—Supongo que saqué eso de ti —dijo Amo. Gianna resopló y se
acercó a Aria.
Me volví hacia Matteo, que estaba todavía en la puerta con aire
cauteloso.
—Buen trabajo enviándonos a tu hija para un viaje de culpabilidad.
Marcella tiene una gran habilidad con las palabras que rompe la
determinación de todos.
Le di una palmada en el hombro.
—Me alegro de tenerte a mi lado. —Entrecerré los ojos—. No usarás
esta noche para hundir tu cuchillo en Nevio, ¿verdad?
Los labios de Matteo se apretaron. Asintió hacia Isabella y Gianna.
—Quieren la paz. Fue una votación de dos a uno.
—Deberíamos irnos —dijo Amo, señalando su reloj. Tenía razón.
—¡Valerio!
Gianna puso los ojos en blanco.
—Ese chico llegará tarde incluso a su propia muerte.
Valerio bajó corriendo las escaleras en ese momento.
—Tengo una gran fiesta planeada para mi decimoctavo cumpleaños
en enero. Definitivamente no moriré pronto.
Me di cuenta de que este momento marcaba el final de una era.
Incluso nuestro hijo menor ya no era un niño. Llevaba un tiempo iniciado,
pero su actitud siempre me había hecho verlo como un niño. Me recordaba
a Matteo en más de una forma. Ahora lucharía a mi lado. Me dio un guiño y
una sonrisa tensa, apretando el cinturón de su pistola alrededor de su pecho.
—Vamos —ordené.
La mirada de despedida de Aria desgarró mi pecho. Le devolvería a
todos nuestros hijos. Daría hasta mi última gota de sangre para protegerlos.
Hoy nuestra familia estaría unida.
35
Amo
Antes de la reunión oficial, nos reunimos con las personas en las que
papá y yo más confiábamos en un pequeño salón adyacente al salón
principal de la central eléctrica de Yonkers: soldados, capitanes y subjefes
que eran leales hasta la médula.
Mientras escaneaba a los hombres que tenía delante, me sorprendió la
cantidad de ellos. Papá me sonrió sombríamente.
—Eso es lo que estoy buscando. Algún día quiero tener este tipo de
lealtad de mis hombres.
—Estos hombres también te son leales. Por eso están aquí.
Asentí hacia Growl y sus hijos, Romero y Flavio, Matteo, Maddox,
Cassio y sus hijos, Orazio y su hijo, Demetrio y su hijo. Papá había dado su
confianza a muchos de estos hombres por adelantado y le habían pagado, y
encontraron un hogar en la Famiglia. Ahora le pagaban diariamente con
lealtad. Pero lo que les pediríamos hoy era más que nunca.
—Bienvenidos, mis amigos, y gracias por venir aquí tan rápido —dijo
papá. Rara vez pronunciaba las palabras gracias, pero las actividades de esta
noche lo requerían.
Nevio y Remo seguían escondidos.
Su presencia inmediata habría causado demasiada confusión y mala
sangre. Papá me hizo un gesto con la cabeza y di un paso adelante.
Habíamos decidido que explicaría la situación a nuestros hombres. Pronto
surgieron susurros entre ellos cuando les dije por qué estábamos aquí esta
noche. Era extraño revelar tanto sobre algo tan privado, algo que muchos
aún consideraban una debilidad: los sentimientos por una mujer. Pero los
hombres aquí habían perdido su corazón por una mujer, así que sabía que lo
entenderían.
—Déjame aclarar esto —dijo Cassio con su habitual voz controlada
—. Vamos a tener paz con la Camorra nuevamente y les permitiremos matar
a algunos de nuestros hombres esta noche.
—Es su venganza para impartir —le dije. Papá asintió. Ni una pizca
de duda se reflejó en su rostro, aunque sabía que aún albergaba algo.
Cassio resopló profundamente e intercambió una mirada con algunos
otros.
—Tengo que admitir que creo que la paz es necesaria, pero esta es
una forma peculiar de hacerlo.
—Las circunstancias lo requieren —dije.
Después de algunas discusiones más, el consenso fue que los hombres
presentes estaban dispuestos a seguir nuestro juicio. Fue el primer paso en
la dirección correcta. Un paso de muchos.
—Ahora le pediré a Remo y Nevio que se unan a nosotros —dije.
Podía decir que los hombres aún estaban un poco confundidos porque yo
dirigía la reunión, pero papá había decidido que necesitábamos dividir más
el poder entre nosotros. Estaba ansioso por asumir más responsabilidades,
pero sabía que esta noche era un momento difícil para comenzar. No todos
estarían contentos.
Fui a otra sala más pequeña donde habían estado esperando Remo y
Nevio. Al momento en que se unieron a nosotros, la tensión en la habitación
se disparó. Ciertamente no ayudó que Matteo le diera a Nevio una mirada
que sugería que estaba a punto de cortarlo en dos. Para mi sorpresa Nevio lo
ignoró por completo. Solo sus ojos revelaban su voluntad de matarnos a
todos. Remo incluso logró mantener una expresión cortés a pesar de la
presencia de Growl. Tal vez esta noche iría mejor de lo esperado.

***

Papá, Valerio y yo subimos a la plataforma. La sala estaba llena al


máximo de mafiosos. El aire estaba lleno de energía nerviosa. Matteo,
Maximus y Romero arrastraron a los siete hombres involucrados en el
ataque a Greta al escenario, y por un momento mi propia necesidad de
derramamiento de sangre fue tan fuerte que tuve que apartar la mirada de
Antonaci o arriesgarme a perder el control. Si jodía nuestro plan, me
patearía a mí mismo. Papá estaba arriesgando tanto con esto que tenía que
mantener el control.
Papá debe haber sentido mi conflicto porque volvió a tomar la
iniciativa y se enfrentó a nuestros soldados.
Les explicó la situación y pronto el nivel de ruido aumentó a alturas
desagradables.
—¡Silencio! —rugí, perdiendo la paciencia. Los últimos susurros
murieron cuando me acerqué al borde mismo de la plataforma—. Como ha
dicho mi padre. Hemos negociado una paz nueva con la Camorra para su
seguridad y prosperidad. Muchos de ustedes han estado anhelando la paz.
Pero tiene un precio.
—¡Quieres la paz porque quieres a la chica Falcone! —gritó uno de
los hombres.
—¿Qué hay de tu esposa? ¿Dónde está? Hay rumores de que un
Falcone la mató.
—Estaba a punto de divorciarme de Cressida, y pedirle la mano a
Greta Falcone. —Surgieron susurros nuevos—. Cressida intentó que
mataran a Greta.
—Era el enemigo, ¿y qué?
—Es la mujer que elegí para ser mía —gruñí, mirando al hombre que
había hablado con el ceño fruncido—. Y nadie toca lo que es mío. Permití
que Nevio vengara a su hermana como lo hice con los hombres que
lastimaron a mi hermana hace muchos años. Y esta noche el Capo de la
Camorra y su hijo están aquí para culminar su venganza con nuestra ayuda
como señal de nuestra tregua nueva y muestra de nuestra unidad como
futura familia.
Remo y Nevio subieron al escenario en ese momento a la señal de
papá.
Hice un gesto a Remo y Nevio para que se unieran a mi padre y a mí
al frente.
—Seremos más fuertes que antes. Crearemos lazos nuevos y más
fuertes, y derrotaremos a nuestros enemigos con la mayor crueldad.
Remo me dio una sonrisa torcida. Supuse que apreciaba mis palabras.
—¿Qué hay de ti, Matteo? —Un soldado mayor dio un paso adelante
—. ¿Ese chico Falcone secuestró a tu esposa e hija con sus amigos y me
dices que van a convertirse en familia?
La sonrisa en respuesta de Matteo hizo que mi pulso se acelerara una
vez más. Nevio aún logró parecer completamente imperturbable. Me
pregunté si Remo le había dado un sedante. Ese hijo de puta loco nunca
antes había controlado su ira.
—No me gusta vivir en el pasado y a ti tampoco debería —dijo
Matteo—. Ni Isabella ni Gianna sufrieron daños físicos ese día. El asunto
está resuelto. Derramamos suficiente sangre en los meses que siguieron.
Ahora arreglaremos nuestras diferencias y uniremos fuerzas como una
familia muy desastrosa.
Algunos hombres se rieron. Matteo siempre lograba encontrar el
humor en las situaciones más retorcidas.
—Creo que ya es hora de lidiar con estos hombres. —Papá hizo un
gesto a los hombres responsables de las heridas de Greta.
Nevio se inclinó junto a mí como si estuviera a punto de abalanzarse
sobre ellos y arrancarles el cuello con sus propios dientes.
—¡Escuchemos lo que Antonaci tiene que decir! Debe tener la
oportunidad de defenderse —gritó uno de los tradicionalistas.
Escaneé la habitación para contar a los hombres que asintieron. Tal
vez un tercio de nuestros hombres.
—Esta no es una maldita democracia —dijo Matteo.
Pero di un paso adelante y me incliné sobre Antonaci, mi mirada fija
en la suya. No apartó la vista. Necesité toda mi fuerza de voluntad para
simplemente quitar la cinta que cubría su boca y dar un paso atrás.
—¡La Camorra mató a mi hija! ¡Él mató a mi hija! —Lanzó la
barbilla hacia Nevio, quien mostró los dientes en una sonrisa aterradora.
—Fue un absoluto placer.
—Tu hija intentó matar a Greta Falcone —dijo papá, intentando
calmar la situación, que era una causa perdida—. Nadie ataca sin mi
permiso. Y nunca atacamos a las mujeres, ni siquiera en la guerra.
—¿Por qué no les dices a todos lo que realmente sucedió? ¿Que su
hijo engañó a su hija con esa putita Falcone? —gritó otro tradicionalista. La
ira cegó mi visión cuando salté de la plataforma antes de que nadie pudiera
detenerme, empujé a la multitud y derribé al hombre contra el suelo. Mi
mano se envolvió alrededor de su garganta. Todo era demasiado familiar. A
menudo me preguntaba por qué papá había usado sus propias manos para
matar a un hombre que insultó a mamá. Pero sentir el palpitar frenético del
pánico contra las yemas de mis dedos mientras estrangulaba al imbécil era
jodidamente hermoso y mucho más satisfactorio que el uso desapegado de
un cuchillo o una pistola.
—Nunca más vuelvas a hablar de ella, ¿entendido?
—Dejaste que Falcone matara a tu propia esposa. Deberías estar
avergonzado.
—Hacía mucho que había dejado de ser mi esposa, y nunca lo había
sido en el verdadero sentido de la palabra. Si Nevio no la hubiera matado,
yo lo habría hecho y habría disfrutado cada segundo.
Antonaci soltó una carcajada.
—Espero que disfrutes de su cuerpo estéril. No habrá bebés para ti.
Me puse de pie antes de que terminara su oración y volví al escenario
enfurecido. Nevio fue más rápido. Se sentó encima de Antonaci y agarró su
garganta, nariz con nariz, una sonrisa amplia en su rostro.
Llegué a su lado cuando Remo arrojó un cuchillo al hombre al que
había estrangulado momentos antes, atravesándolo en la garganta, causando
que la sangre brotara y cubriera a todos a su alrededor.
—Me di cuenta de que iba a decir algo para enojarme otra vez —dijo
Remo con esa sonrisa torcida.
Nevio presionó sus dedos en los ojos de Antonaci, pero lo empujé a
un lado. Pareció listo para también atacarme.
—No sus ojos —gruñí—. Quiero ver su sufrimiento en ellos. —Nevio
sonrió como si fuera la primera vez en su vida que no quería matarme.
Extendí la mano y Maximus me arrojó un martillo y algunos clavos.
—Es mío, no lo olvides —dijo Nevio con voz ansiosa.
—No te preocupes. Va a quedar suficiente de él para que lo tortures.
—Una vez que hube empalado las rodillas, espinillas y manos de Antonaci
con los clavos, me tragué mi propia ira y retrocedí para permitirle a Nevio
su turno.
Si había pensado que había sido sorprendentemente controlado antes,
ahora entiendo por qué. Había contenido su rabia para desahogarla con
Antonaci.
Cuando Remo y Nevio terminaron con los siete hombres, el escenario
y todos en él estaban cubiertos de sangre. Escurría por el escenario hasta el
suelo de abajo, alcanzó los zapatos de los soldados que estaban demasiado
cerca.
—La Famiglia y la Camorra permanecen unidas a partir de este día.
Seremos más fuertes. No toleraremos la desobediencia. O son leales o
morirán —grité.
36
Greta
Mamá me vio dar un paso con mucho esfuerzo tras otro. Trabajé aún
más duro ahora que Amo estaba en Nueva York. Quería progresar para que
ya no estuviera tan preocupado por mí. Quería que este fuera su regalo de
Navidad.
—¿Tienes un momento? —preguntó mamá.
Cojeé hacia ella con mis muletas y me hundí a su lado.
—¿Pasa algo mal? —Mamá negó con la cabeza rápidamente y tomó
mi mano.
—Hablé con los médicos que te operaron y también con algunos otros
especialistas.
Fruncí el ceño. ¿No me lo había dicho todo? ¿Había más? ¿Y si mis
lesiones eran incluso peores de lo que pensaba?
—No luzcas tan asustada. Esto es positivo. Creo que lo es. —Dejó
escapar una risa nerviosa, y tomó mi mejilla—. Cuando te hicieron la
cirugía, no tuvieron que extirparte los ovarios.
Asentí, porque lo sabía. Era por eso que no tenía que sufrir una
menopausia temprana.
—Eso significa que puedes tener tus propios bebés.
—Podría, pero no puedo llevarlos.
Mamá asintió, apretando su agarre en mi mano.
—Tendrías que usar una sustituta.
Empecé a negar con la cabeza. Eso requeriría una cantidad de
confianza en una persona que era difícil de lograr. La idea de que una
extraña tuviera a mi bebé dentro de ella y posiblemente pudiera
lastimarlo…
—Si confías en mí, con mucho gusto llevaré un bebé o bebés para ti.
Mis labios se abrieron en estado de shock total.
—Mamá.
Las lágrimas brotaron de sus ojos.
—Hablé con los médicos. Mi edad no será un problema porque no
estamos usando mis óvulos viejos, solo mi útero y eso aún está bien.
Mamá solo tenía cuarenta y uno. Había muchas posibilidades de que
ella también pudiera concebir.
—Odiaste estar embarazada.
—No estuvo tan mal.
—Lo fue. Vomitaste mucho cuando estabas embarazada de Giulio y
me dijiste que tu primer embarazo con Nevio y conmigo fue increíblemente
duro para tu cuerpo.
—No importa. Déjame darte este regalo, ¿de acuerdo? No hay nada
peor que ver sufrir a tu hijo. Créeme, no quiero nada más que darte la
oportunidad de convertirte en madre, y puedes experimentar el embarazo a
través de mí, puedes estar allí cuando dé a luz.
—En serio lo pensaste todo.
Estaba completamente abrumada. No había vuelto a pensar en los
niños, no me había atrevido a hacerlo. Me concentré en caminar y tal vez
bailar de nuevo, porque eso era algo que estaba a mi alcance.
—No tienes que decidir hoy, ni mañana, ni siquiera el próximo año.
Solo sé que quiero hacer esto por ti.
Arrojé mis brazos alrededor de ella.
—No puedo pensar en este momento. Gracias mamá. Muchas gracias.
***

Era el día antes de Navidad y estaba practicando caminar con mis


muletas debajo de los ojos vigilantes de Kiara en la sala de yoga de mamá
nuevamente cuando Nevio entró en la sala.
La sorpresa se apoderó de mí. No había esperado que regresaran tan
rápido.
Nevio metió las manos en los bolsillos de sus pantalones cargo
negros, revoloteando en la puerta. Había evitado hablar conmigo desde el
ataque. Solo había escuchado fragmentos de lo que había sucedido en
Nueva York. Nevio se veía como siempre cuando estaba conmigo, no como
el monstruo que soltaba cada vez más.
—¿Puedes darnos un momento? —preguntó. Kiara asintió. Tomó su
brazo brevemente a medida que pasaba junto a él.
Resistí el impulso de preguntar dónde estaba Amo. Nevio obviamente
quería estar a solas conmigo, y merecía toda mi atención. No estaba
acostumbrado a compartirla.
—¿No quieres acercarte? —pregunté.
Nevio caminó hacia mí, sus ojos demorándose en mi yeso antes de
encontrarse con mi mirada.
—Sé que no quieres escucharlo, pero maté a todos los que te hicieron
esto. Vertí toda mi rabia en ello. Por ti.
Sonreí y solté mis muletas para abrazarlo. Nevio me rodeó con sus
brazos rápidamente, obviamente preocupado de que me cayera.
—Sé que así es como me muestras tu amor.
—¿De verdad vas a irte de Las Vegas?
Miré hacia arriba en sus ojos angustiados.
—Tengo que seguir mi corazón. Podemos vernos todo el tiempo
ahora que ya no habrá guerra.
—No es lo mismo. Tendrás una familia nueva.
Dejé escapar una risa tensa, aunque tenía más ganas de llorar.
—Nunca te reemplazaré a ti y a nuestra familia. Y crear mi propia
familia no será tan fácil. —Toqué el vendaje sobre mi abdomen que estaba
oculto por mi vestido amplio.
La boca de Nevio se torció.
—Maldición, Greta, eso no es lo que quise decir. Ojalá pudiera hacer
algo.
—No dejes que la oscuridad te trague solo porque no estoy allí para
cuidarte. Algún día encontrarás a alguien que brillará intensamente.
Nevio sacudió la cabeza con una risa oscura.
—Intentaré sumergir mis pies en la luz de vez en cuando, pero no
esperes que tenga sentimientos por nadie, Greta. Incluso si no hubiera sido
reacio a la idea antes, ver lo que hicieron tus sentimientos por Vitiello es
una gran disuasión.
Puse los ojos en blanco.
—Entonces, ¿no estás enojado conmigo?
—Nunca estuve enojado contigo.
—¿En serio?
Se encogió de hombros.
—Estoy furioso con Vitiello.
—No lo estés. Quiero que intenten llevarse bien.
—Me estás pidiendo demasiado.
—Lo sé. Podría ser mi regalo de Navidad.
La mirada de Nevio se dirigió hacia la puerta. Debe haber escuchado
pasos porque Amo entró un momento después. Le di una sonrisa débil, mi
corazón llenándose de anhelo. Después de haber pasado dos semanas juntos
en el hospital, estar separados por varios días pareció una eternidad, lo cual
era irracional considerando que antes habíamos estado separados por más
tiempo.
Nevio me soltó lentamente.
—¿Puedes pararte?
Amo cruzó la habitación antes de que tuviera la oportunidad de
responder y puso su mano en mi espalda para estabilizarme.
—Puedo encargarme.
Una mirada pasó entre ellos y Nevio retrocedió con una sonrisa
extraña.
—Cuídala bien. Viste lo que hice en el escenario. —Me guiñó un ojo
y desapareció. Esas palabras, aunque en parte una amenaza, habían sido su
forma de una ofrenda de paz. El mejor regalo de Navidad de todos.
Amo tomó mis mejillas y bajó sus labios hacia los míos. El beso fue
delicado y cuidadoso. Aún me sentía un poco frágil, así que me alegré por
su consideración.
—¿Cómo te sientes?
—Un poco mejor cada día. No puedo esperar a deshacerme del yeso
para poder comenzar a movilizar mi rodilla.
—Volverás a bailar.
Asentí, porque también lo creía.
Amo se aclaró la garganta.
—Sé que hoy no es el mejor momento y este no es un buen lugar,
pero no quiero esperar más.
Mis cejas se fruncieron y luego se dispararon hacia arriba cuando
Amo se arrodilló. Sacó un anillo de su bolsillo y lo sostuvo entre nosotros.
Mis labios formaron una O a medida que miraba la hermosa pieza de
joyería. Era un delicado anillo de oro rosa con una piedra central de
amatista en un hermoso tono rosa lila. Estaba rodeado de diamantes blancos
más pequeños.
—Cuando lo vi en el escaparate, el color de la piedra me recordó al
tutú que usaste cuando te vi bailar por primera vez en tu estudio.
Movió el anillo para que captara la luz y se volviera un poco más
claro en color, de hecho casi igual que mi tutú.
Mi sonrisa se amplió pero mi corazón aún se sentía como si fuera a
salirse de mi pecho.
Amo se aclaró la garganta y me miró fijamente a los ojos.
—Greta, no quiero pasar ni un solo día sin ti. Te quiero a mi lado.
Siempre he admirado el vínculo de mis padres y su amor inquebrantable, y
sé que nuestro matrimonio será así. ¿Quieres casarte conmigo?

Amo
Era la primera vez que estas palabras salían de mis labios y se sintió
como si marcaran un comienzo nuevo, borrando los muchos giros
equivocados que había tomado en el pasado. No tenía duda de que Greta era
el camino que estaba destinado a seguir.
Se cubrió la boca con los dedos y tragó audiblemente, antes de
finalmente asentir.
—Sí. ¡Sí!
Empujé el anillo en su dedo, aliviado cuando encajó perfectamente.
Ni siquiera lo hice modificar.
Me topé con él por casualidad como me topé con la bailarina
hermosa. Me puse de pie y envolví mis brazos alrededor de la cintura de
Greta, levantándola del suelo con tanto cuidado como pude. Sus brazos
serpentearon alrededor de mi cuello y nos besamos. Después de un rato nos
separamos.
—Pensé que tal vez podríamos casarnos este mayo. En ese entonces,
deberías estar lo suficientemente curada como para caminar por el pasillo
sin problemas. Por supuesto, tampoco me importaría cargarte, pero supongo
que no es así como te imaginaste el día de tu boda.
Greta me dio una sonrisa tímida.
—Nunca imaginé mi boda.
Mis cejas se elevaron.
—Eso es un golpe a mi confianza.
Se rio.
—Nunca me permití soñar con eso porque parecía fuera de mi
alcance.
—Ya no lo está. Nos podemos casar. Nuestros padres acordaron la
paz. La Famiglia respalda la decisión y probablemente la Camorra tampoco
dudará de la decisión de tu padre.
Greta entrecerró los ojos pensativamente.
—¿Tuviste que matar a muchos para que esto sucediera?
—Algunos tuvieron que morir, pero la mayoría de los tradicionalistas
nos permitieron persuadirlos con ciertas concesiones.
—¿Concesiones?
Me encogí de hombros.
—Se aferran a sus tradiciones, de ahí el nombre. Papá accedió a hacer
que las malditas sábanas fueran obligatorias una vez más y a poner un
mayor énfasis en los matrimonios arreglados nuevamente. La santidad del
matrimonio fue un punto importante.
—Entonces, tendremos que presentar las sábanas después de nuestra
noche de bodas.
Hice una mueca.
—Sí, es lo esperado. Tal vez podríamos encontrar una forma de
evitarlo…
Greta sacudió la cabeza resueltamente.
—No. No quiero una exención. Quiero mostrarles a tus hombres que
estoy dispuesta a respetar sus reglas. —Se mordió el labio—. Pero eso
significa que tendrás que esperar antes de que podamos tener sexo.
—De todos modos, habría esperado. Quiero hacer esto bien. Unos
pocos meses más no me matarán.
Greta inclinó la cabeza hacia arriba y yo me incliné para besarla.
—¿Ya hablaste con mis padres?
—Eso es lo siguiente en mi lista. Primero quería preguntarte.
—¿Quieres que te acompañe como apoyo moral?
—Estaré bien. Sigue practicando para poder caminar por el pasillo.
Salí. Kiara aún estaba frente a la puerta.
—Me alegra que ustedes dos se hayan encontrado, incluso si la forma
de estar juntos fue dolorosa.
Bajé la cabeza en agradecimiento.
—¿Dónde puedo encontrar a Remo?
—Te llevaré con él —respondió Nino, apareciendo de la nada.
Le di una sonrisa.
—¿Supongo que aún no se me permite vagar por la mansión por mi
cuenta?
—Acabas de hablar a solas con mi esposa. Esa es una gran muestra de
confianza.
—Estabas cerca.
Nino me dio una sonrisa fría, pero no se veía particularmente
antipático.
—Algunos hábitos son difíciles de perder.
—Estoy de acuerdo, la confianza debe ganarse. Pero ninguna de tus
mujeres estará jamás en peligro a mi alrededor.
Nino no hizo ningún comentario, pero me condujo al área común de
la casa donde se había reunido la mayor parte del clan Falcone. Era una
asamblea caótica. Para colmo, Gemma estaba intentando evitar que su
pequeña hija, que se reía histéricamente, le tirara del cabello.
Aparté la mirada y volví mi atención a Remo.
—¿Puedo hablar contigo? —En ese momento entró Serafina desde
otra habitación—. ¿Y también contigo?
Serafina vino inmediatamente hacia mí y Remo la siguió.
—¿Dónde podemos hablar en privado?
Serafina me dio una sonrisa como si supiera exactamente lo que iba a
decir. El entusiasmo de Remo fue inexistente.
—En esta casa no hay secretos. Bien podrías hacer la pregunta aquí
mismo y ahorrarnos los recuentos menos precisos más adelante —dijo
Savio. Gemma empujó a la niña hacia
Savio para poder rebotarla en su pierna y calmarla.
Me encogí de hombros.
—Le pedí la mano a Greta y me dijo que sí.
—Algunos podrían considerar una falta de respeto no preguntarme
primero como su padre.
—Esa es una regla que seguimos en la Famiglia, pero sé que son más
progresista en la Camorra, así que intenté adaptarme a tus costumbres
locales.
Remo me dio una sonrisa aguda.
—Ahh, ya estás siendo grosero cuando la tinta de nuestra tregua aún
no se ha secado.
Serafina tomó mi brazo y me dedicó una sonrisa cálida.
—Me alegra por ti y por Greta. Ahora será mejor que la hagas feliz.
—Este no es el regalo de Navidad que esperaba —murmuró Remo.
Nevio se acercó a mí, y no pude evitar ser cauteloso. Recordaba cómo
nos había separado a Greta y a mí la última vez.
—Ya escuchaste a mi madre. Sé bueno con ella o seré muy
desagradable. —No volvió a mencionar sus acciones en el escenario, y no
tenía por qué hacerlo. Recordaría ese encuentro toda mi vida, por varias
razones.
—¿Esta vez no clavarás ningún cuchillo en mi costado?
Nevio negó con la cabeza.
—Al menos, no de mí. —Chasqueó la lengua.
—Estoy seguro de que hay suficientes personas por ahí a las que les
encantaría apuñalarlo —dijo Massimo secamente.
—Será familia. Supongo que tendré que protegerlo —comentó Nevio.
Mis labios se curvaron en una sonrisa condescendiente.
—Gracias, puedo protegerme. Mientras mantengas tus arrebatos locos
lejos de mí, estaré bien.
Enseñó los dientes en esa loca sonrisa suya.
—Haré todo lo posible.
El sonido de unas muletas llegó hasta nosotros y un momento después
entró Greta con Kiara.
—¿Todo bien aquí? —Miró entre su padre, su hermano y yo.
Remo pasó junto a mí y la besó en la frente.
—Ahora tendré que asegurarme de que Nueva York sea un lugar
seguro para ti.
Greta sonrió y lo abrazó.
37
Greta
Una vez que me quitaron el yeso y el médico me autorizó a viajar,
seis semanas después del ataque, papá me permitió volar a Nueva York por
primera vez.
Amo tuvo que volar de regreso a Nueva York hace una semana, lo que
me costó bastante convencerlo, pero necesitaba mostrar presencia en la
Famiglia. Esta sería la primera vez que conocería a su familia y su mejor
amigo. Estaba nerviosa, pero también emocionada. Aún era difícil
comprender que Nueva York sería pronto mi hogar.
Mamá me acompañó en el vuelo y por eso papá también. Mamá
quería ayudar a Aria con los preparativos de la boda, ya que aún no estaba
lo suficientemente en forma para correr de un lugar a otro. Estuve feliz de
darles tanta libertad con sus decisiones como quisieran. Mamá conocía mi
estilo, así que estaba segura de que estaría feliz con el resultado. Papá se
reuniría con Luca para su primer encuentro como futuros suegros. El
pensamiento aún parecía extraño y estaba un poco preocupada por su
encuentro, aunque papá me había asegurado que estaría bien.
Amo nos esperó en el aeropuerto. Aún necesitaba usar muletas,
aunque podía caminar unos pasos sin ellas. Doblar la rodilla todavía era
difícil y tomaría semanas de más fisioterapia antes de que pudiera caminar
sin una cojera notoria.
Amo me levantó del suelo cuando me alcanzó y me besó. Sentí una
sensación de absoluta felicidad inmediatamente que me permitió olvidar las
dificultades de mi lesión en la rodilla.
Me volvió a bajar, pero no me soltó. Lo había extrañado, así que
estaba ansiosa por su cercanía.
—Mis padres nos esperan para la cena.
—Qué placer —dijo papá. Mamá le dio un codazo en el costado, pero
no reaccionó.
Me senté con Amo en la parte delantera del auto, su mano
sosteniendo la mía. Papá ignoró nuestras muestras de afecto.
Mi ritmo cardíaco se aceleró cuando nos detuvimos frente a la casa
Vitiello. La última vez que había estado allí estaba ansiosa por razones muy
diferentes. Ahora me preocupaba si les caería bien a los Vitiello. Tenía a mi
familia en Las Vegas, pero sabía que la vida en Nueva York sería más fácil
si me llevaba bien con la familia de Amo, sin mencionar que también
significaría mucho para él.
Amo me dio una sonrisa tranquilizadora y me ayudó a salir del auto.
Antes de que llegáramos a los escalones conduciendo a la puerta principal,
esta se abrió y Aria se detuvo en el umbral. Su sonrisa cálida me golpeó
como la luz del sol y alivió mi ansiedad de inmediato. Le sonreí a medida
que Amo me ayudaba a subir las escaleras.
Aria intentó no abrazarme, aunque Amo había mencionado que era de
las que abrazaban. Tal vez una vez que la conociera mejor, podría abrazarla.
—Es tan maravilloso verte de nuevo.
Luca se detuvo detrás de su esposa. Me dio una sonrisa pequeña.
Sabía que era un hombre imponente, alguien que asustaba a muchos, pero
como me recordaba a Amo y porque estaba acostumbrada a mi padre y mi
hermano, en realidad no me sentí recelosa.
—Greta. Bienvenida a nuestra casa.
—Gracias. Es un placer.
Amo me condujo pasando a sus padres a la sala de estar de modo que
nuestros padres pudieran saludarse. Su hermano Valerio, un hombre que
debe ser Maddox, el esposo de Marcella, y ella que estaba muy avanzada en
su embarazo, se sentaban en el sofá. Todos se levantaron cuando entramos.
Incluso Marcella logró levantar rápidamente su barriga notablemente
grande. Al verla, recordé la oferta de mamá. Aún no le había dicho a Amo
de eso. Necesitaba tiempo para procesarlo y decidir qué quería hacer al
respecto. Pero sabía que esto no era algo que pudiera decidir sola.
Marcella se acercó a mí.
—Qué bueno verte. Si alguna vez quieres hablar de la naturaleza
molesta de mi hermano, o cualquier otra cosa, llámame.
—Gracias.
—Me alegra que mi hermano finalmente se case con una mujer
decente.
Maddox empujó a Valerio, quien solo se rio.
—Ignóralo. El filtro entre su cerebro y su boca no funciona. Es un
placer conocerte.
—No me ofendo fácilmente. Mi hermano no tiene ningún tipo de
filtro entre el cerebro y la boca.
—O en su mano —agregó Amo.
Todos nos reímos y me relajé aún más. Me di cuenta de que me
sentiría bienvenida en la familia de Amo. Tal vez no pasaría mucho tiempo
hasta que también se sintiera como mi familia.

***

Papá no permitió que Amo y yo durmiéramos en la misma habitación


como no lo había hecho en las semanas anteriores. Como no quería poner a
prueba su paciencia, acepté su pedido, aunque era ridículo considerando
que Amo y yo ya habíamos compartido una cama. Pero noté que Amo
pareció casi aliviado por eso. Tal vez le preocupaba su habilidad para
mantenerse honorable y no reclamar mi virginidad antes de nuestra noche
de bodas.
Mamá, papá y yo dormimos en una suite en el Mandarín como la
última vez.
Cuando salí cojeando de mi habitación a la sala de estar de la suite
muy temprano en la mañana porque no podía dormir, encontré a papá en el
sofá, mirando en la oscuridad. Cojeé hacia él y me hundí a su lado.
Envolvió un brazo alrededor de mi hombro.
—Nunca pensé que tendría que dejarte ir.
—Lo haces parecer como si no pudiéramos vernos. Solo estaré a un
vuelo de distancia.
Papá me miró. En la oscuridad era difícil distinguir los detalles de su
expresión, pero lo conocía lo suficientemente bien como para darme cuenta
de que estaba preocupado.
—Estaré a salvo.
—Con suerte, más segura que bajo mi vigilancia.
Puse mi mano sobre la suya llena de cicatrices.
—No fue tu culpa. Nadie podría haber sospechado esto. No te culpo a
ti, a Amo ni a los guardias. A veces pasan cosas malas.
—No deberían pasarte a ti. Necesito que estés a salvo y feliz.
—La mayor parte del tiempo soy feliz. A veces el ataque me
atormenta, especialmente porque mi cuerpo aún no está completamente
recuperado, pero soy una Falcone, papá. Sobreviviré a esto y saldré más
fuerte, ¿verdad?
Papá se rio.
—Exacto. —Se quedó en silencio—. En serio quiero aferrarme a mi
disgusto por Amo. Pero a veces, cuando lo veo mirándote con esa adoración
cursi en su cara, no puedo evitar tolerarlo.
Ahogué una risa y apreté la mano de papá en señal de agradecimiento.
Nos sentamos así por un rato antes de que volviera a hablar.
—¿Mamá te habló de su oferta?
—Lo hizo. —Su voz sonó gentil y cariñosa, algo muy raro incluso a
mi alrededor. Mordí mi labio.
—Estoy pensando en aceptar la oferta de mamá.
—Deberías —dijo papá en voz baja—. Tu madre quiere darte esto. —
Tragó pesado—. Solo pude exigir una venganza brutal. Eso es lo que puedo
hacer, pero el regalo de tu madre es mucho más valioso que el mío.
Apoyé la cabeza en su hombro.
—Siempre han hecho todo lo posible para hacerme feliz, y siempre
estaré agradecida por ello. Sin importar en qué lugar del mundo viva, una
parte de mi corazón siempre se quedará en Las Vegas contigo y el resto de
mi familia.
Presionó un beso en mi cabeza.
—Deberías ir a dormir. Amo te recogerá en un par de horas.
—¿Estás enojado porque voy a conocer a Maximus e incluso a Growl
y su familia?
—Mis rencores del pasado no tienen por qué ser los tuyos. Mientras
no esperes que también haga las paces con mi medio hermano.
—Quizás algún día querrás hacerlo.
No comentó.
—Todos podemos considerarnos afortunados si logro no matar a Luca
por insistir en la tradición de la sábana sangrienta. Todo lo demás sería un
milagro.
—Estoy bien con las sábanas. —Mordí mi labio—. Enviaste las
sábanas de tu primera noche con mamá al Capo de la Organización y sus
padres, así que creo que serás lo suficientemente valiente como para ver las
sábanas de mi noche de bodas.
—Si hubiera sabido que mi futura hija se enteraría de eso y lo usaría
en mi contra, habría reconsiderado mi decisión.
—No lo habrías hecho —dijo mamá, saliendo de la habitación con su
camisón blanco y su cabello desordenado—. Te divertiste con eso.
Regresé a mi propia cama con una sonrisa, dejando a mis padres
discutiendo. Papá tenía razón. Necesitaba dormir.
Amo
—Remo hará una escena cuando presentemos las sábanas —dijo
papá.
Mamá se encogió de hombros.
—Tampoco querías ver las sábanas de Marci.
—De todos modos no habrían sido rojas —dijo Marci, balanceando
un tazón pequeño con papas fritas en su vientre. Antes de su embarazo, no
habría tocado estos carbohidratos grasos ni con un palo de tres metros.
Mamá me miró nerviosa.
—Tu padre puede darte consejos sobre cómo crear sábanas
sangrientas falsas. No son la primera pareja que consuma su unión antes de
la boda.
No quería discutir los detalles de la noche de bodas de mis padres.
—No consumé nada. Esperaré hasta la boda.
Papá me miró sorprendido y Marci incluso apartó sus papas para
mirarme con incredulidad.
—Oh, Dios mío, Amo, no te catalogué como un caballero romántico.
Mis labios se curvaron.
—Respeto a Greta.
Maddox sonrió de manera sucia.
—También respeto a tu hermana. Pero me habría pateado el trasero si
la hubiera hecho esperar tanto tiempo.
Papá le lanzó a Maddox una mirada que habría hecho correr a muchas
personas.
—Es nuestra ofrenda de paz por el orgullo herido de los
tradicionalistas.
—No quiero seguir discutiendo esto. —Pero una cosa era segura, no
quería compartir ninguna parte de mi primera noche con Greta con nadie.

***

Greta zumbaba de emoción cuando condujimos hasta el refugio para


perros de los Trevisan.
—Estás más ansiosa que antes de conocer a mi familia.
Greta pareció sorprendida.
—Eso no es cierto. Estaba demasiado ansiosa para estar emocionada
antes de conocer a tu familia, pero siempre les gusto a los animales, así que
esto será más fácil. Y si Maximus y su familia aman a los animales tanto
como yo, entonces también me llevaré bien con ellos.
—Dudo que haya mucha gente a la que no le gustes.
Greta permaneció en silencio, con la mirada distante. Me di cuenta de
que su estado de ánimo había cambiado y me pregunté qué lo habría
causado.
—Mi madre se ofreció a llevar a nuestro bebé.
Casi me salgo de la carretera. Pisé los frenos y detuve el auto en el
arcén de la carretera. Me volví hacia Greta, sin saber si había oído bien.
—¿Qué?
—Mamá llevaría al bebé en su útero si usáramos fertilización in vitro
para fertilizar mis óvulos con tu esperma.
Negué con la cabeza. No quería pensar en el útero de nadie, y el resto
tampoco tenía mucho sentido.
Greta tomó mi mano y volvió a explicarme todo, incluso más
despacio, como si fuera un niño pequeño. Cuando terminó, estaba
completamente atónito.
—¿Eso es posible?
—Sí.
—¿Te gustaría hacerlo?
No podía negarlo. La perspectiva de que Greta y yo tuviéramos un
hijo algún día me hacía delirantemente feliz. Sin embargo, no quería
empujar a Greta hacia algo con lo que no se sintiera cómoda. Su expresión
era difícil de leer.
—¿Y tú?
Una comisura de su boca se inclinó hacia arriba.
—Responder una pregunta con otra pregunta a la vez… pero yo lo
empecé, así que supongo que es justo.
Me prometí que sería honesto con Greta. Mi primer matrimonio había
estado lleno de mentiras y engaños, no quería esto con Greta.
—Sí, quiero hacerlo.
Greta soltó un suspiro, y me dio una sonrisa pequeña.
—Yo también. No ahora, pero dentro de unos años.
Me incliné, tomé su cabeza y la atraje para besarla.

***

Cuando nos detuvimos frente a la casa de los Trevisan, Maximus ya


estaba esperando frente a ella. Él y Sara vivían en un apartamento en la
ciudad cerca de sus padres y hermanos, pero Maximus venía aquí a
menudo. Sus manos estaban en los bolsillos, y podía ver la tensión en su
cuerpo cuando salí del auto. No estaba seguro si era por la historia de Greta
y sus familias o porque las cosas con Sara aún eran difíciles.
Se acercó a nosotros mientras sacaba a Greta de mi camioneta. No
quería que estuviera saltando. Su rodilla aún necesitaba tiempo para sanar.
Maximus me dio unas palmaditas en la espalda, luego le dio a Greta
una sonrisa cautelosa y se enderezó la gorra que llevaba puesta como si
necesitara ocupar sus manos.
Su sonrisa de respuesta fue sin reservas.
—Es tan agradable conocerte finalmente. Amo me ha contado mucho
de ti, así que es genial verte finalmente en persona.
Parte de la tensión desapareció de Maximus.
—Lamentablemente, Amo ha sido muy discreto contigo durante
mucho tiempo, así que solo eras la mujer misteriosa.
Greta se rio.
—Era complicado.
—Esa es una manera de decirlo —dije.
Todo el rostro de Greta se iluminó cuando dirigió su atención al
recinto más cercano donde varios perros pedían atención. Le dio a Maximus
una expresión esperanzada.
—¿Puedo acercarme a ellos?
Él se encogió de hombros y le indicó que siguiera adelante.
—Estos son los civilizados, de modo que incluso puedes darles
palmaditas si no retroceden. Sin embargo, los perros en las perreras más
abajo son impredecibles.
Greta asintió y caminó lentamente hacia la cerca. Aún no podía doblar
la rodilla por completo, así que cojeaba.
Maximus se detuvo a mi lado y apretó mi hombro.
—Nunca lo entendí del todo, pero al ver cómo la miras ahora,
entiendo por qué pasaste por todos los problemas.
—Valió la pena.
Los ojos de Maximus reflejaron su propio conflicto.
—También valdrá la pena con Sara.
—Lo sé —dijo en voz baja—. Y estoy haciendo todo lo posible para
que funcione.
—Tal vez ella y Greta puedan hacerse amigas. Sara es bastante
tranquila y considerada como Greta.
Maximus asintió.
—Eso podría funcionar. Hoy está en la casa de sus padres. Primo
viene en camino. Mamá ha preparado el almuerzo, en caso de que Greta
esté dispuesta a comer con la parte indeseada de su familia.
No tenía ninguna duda de que Greta diría que sí. No guardaba el
rencor que su padre guardaba por las razones más locas posibles.
—Greta, ¿deberíamos quedarnos a almorzar? Cara, la mamá de
Maximus, cocinó para nosotros.
Se apartó de los pitbulls que había estado acariciando a través de la
cerca y todo su rostro se iluminó.
—¡Me encantaría conocerlos!
Le di a Maximus una mirada de «te lo dije». Ahogó una sonrisa.
—Le diré a mamá para que realmente pueda ponerse en marcha.
Puedo darle a Greta un recorrido más detallado más tarde.
—Intentaré apartarla de los perros.
Me acerqué a ella. Parecía que no podía estar más feliz.
—Extraño trabajar en mi propio santuario.
La mayor parte había terminado destruida por el fuego y Remo no
había permitido que Greta regresara allí.
—Todos tus animales están bien cuidados.
—Lo sé, encontraron buenos hogares, pero extraño trabajar con
animales.
—Hace unos días hablé con Growl.
Se enderezó, la curiosidad iluminando su rostro. Siempre había
preferido a las mujeres con cabello muy largo, pero Greta con su melena
hasta la barbilla me hizo reconsiderar mis preferencias pasadas. Por
supuesto, aún no podía esperar a que su cabello volviera a crecer. Tiró de un
mechón detrás de su oreja.
—También me estoy acostumbrando. Nunca he tenido el cabello
corto. Echo de menos poder recogerme el cabello en una coleta para que no
estorbe.
—Volverá a crecer. —Pasé mis dedos a lo largo de su mejilla y luego
sobre la piel debajo de su oreja, sintiendo una quemada pequeña allí.
También tenía un par de marcas de quemaduras más pequeñas en los
hombros—. Y siempre te ves hermosa.
Sonrió.
—¿Qué hay de Growl?
—Le hablé del santuario que tenías en Las Vegas y me sugirió que
puedes trabajar junto a él y su familia. Hasta ahora solo acoge perros, pero
si quieres ampliar el refugio seguro no le importará ayudarte. Las
instalaciones pueden ampliarse con galpones y hay pastizales cerca.
Greta abrió los ojos de par en par.
—¿En serio?
—En serio. Sé que no serías feliz viviendo en la ciudad todo el
tiempo, así que pensé que podríamos construir una casa cerca de este lugar
y dividir nuestras vidas entre ese lugar y un apartamento en Manhattan o
una casa en Brooklyn.
—¿Qué hay de la casa que compartiste con…?
—Nunca fue un lugar en el que me sintiera como en casa y pasé
menos de veinte noches allí en total. Papá ya la vendió a un socio
comercial.
Greta buscó mis ojos y luego asintió.
—De acuerdo.
Nada de mi pasado con Cressida volvería a tocar nuestras vidas. Greta
llevaría las marcas del pasado en su cuerpo, no podía hacer nada al
respecto, pero ese era el alcance del control del pasado sobre nosotros.
Cressida estaba muerta y me aseguraría de que su recuerdo también
muriera.
—¡El almuerzo está listo! —llamó Maximus desde la puerta.
Una camioneta se detuvo en el camino de entrada en ese momento, y
me tensé, mi brazo rodeando a Greta de manera protectora hasta que
reconocí a Primo detrás del volante. Saltó del auto y se acercó a nosotros.
—Hola, prima perdida hace mucho tiempo —dijo con una sonrisa.
Greta sonrió. Me dedicó una sonrisa complacida mientras seguíamos
a Primo hacia la puerta principal. Cuando entramos en la gran cocina, Cara
se alejó inmediatamente de la estufa, con un delantal protegiendo su ropa de
gimnasia de la salsa de albóndigas.
Se dirigió hacia nosotros, pero no intentó abrazar a Greta, ya que les
había contado sobre la necesidad de espacio de Greta cuando no conocía
muy bien a las personas…
—Greta, es un placer finalmente conocerte.
—También es un placer conocerte. Gracias por cocinar para nosotros.
—Es la primera vez que intento albóndigas veganas, así que no sean
demasiado críticos. —Cara dejó escapar una risa avergonzada.
—Estoy segura de que tendrá un sabor maravilloso. Huele muy bien.
Growl se levantó lentamente de la silla de la cocina desde donde
había estado observando la escena con su cautela habitual. Su expresión
permaneciendo cautelosa cuando se detuvo frente a nosotros.
—Hola, tío —dijo Greta en voz baja, con una expresión cálida—. Me
alegra poder conocerte finalmente. ¿Está bien si te llamo tío o te sientes
incómodo con esa etiqueta?
La sorpresa cruzó el rostro de Growl. Miró a Cara y luego a mí antes
de que la insinuación de una sonrisa se extendiera en sus labios.
—También estoy encantado de conocerte. Y si quieres puedes
llamarme tío.
ella asintió con entusiasmo.
—Vamos a comer —dijo Cara después de aclararse la garganta,
obviamente un poco emocional.
—Ves, aquí también tendrás una familia de sangre —susurré al oído
de Greta antes de dirigirnos al banco de la cocina para sentarnos junto a
Primo y Maximus. Quería que Greta encontrara un hogar en Nueva York.
38
Greta
Después de mi primera visita a Nueva York como prometida de Amo,
mi ansiedad por vivir allí había disminuido considerablemente. Aria en
particular fue tan cálida y considerada que, me trató como a uno de sus
hijos. Sin mencionar que la reunión con mi tío y su familia había sido
mucho mejor de lo que jamás hubiera creído posible.
Papá no había mencionado la reunión aunque sabía que había estado
en la casa Trevisan. Como ya tenía suficiente con mi matrimonio con Amo
y mi mudanza a Nueva York, no lo presioné. Tenía la esperanza de que
algún día él entraría en razón y permitiría que el pasado descansara. No era
fácil, era algo en lo que yo también tenía que trabajar todos los días.
Cada vez que miraba en el espejo las dos cicatrices desvaneciéndose
en la parte inferior de mi vientre, los recuerdos del ataque volvían y con
ellos la comprensión de las consecuencias. Amo aún no había visto esta
cicatriz en mi cuerpo, ya que no habíamos tenido intimidad desde el ataque
hace tres meses. Había pasado demasiado y mi cuerpo necesitaba tiempo
para sanar. Algunos días aún no se sentía como mi cuerpo.
Siempre había sido capaz de moverme como quisiera, de doblar mi
cuerpo a mi voluntad. Ahora tenía que ser paciente, dar un paso pequeño
tras otro hacia la curación. Aún no había intentado hacer ballet. Todo mi
enfoque había estado en lograr caminar sin cojear. Con solo cuatro semanas
para la boda, finalmente logré mi objetivo. Mi modo de andar todavía me
resultaba extraño, y si mirabas muy de cerca y me conocías muy bien,
notabas que no era tan fluido como antes del ataque, pero para la mirada
pasajera no era visible. Aún estaba haciendo fisioterapia todos los días para
fortalecer mi pierna y el resto de mi cuerpo para recuperar esta última pizca
de movilidad y fuerza.
***

Mamá y Aria tiraron de mi cabello y mi vestido. Les tomó varios


intentos crear un peinado con mi cabello más corto con el que estaba feliz.
Pero al final, mamá se las arregló para sujetarme el cabello en la nuca con
una horquilla blanca con flores y perlas. Solo un mechón grueso caía por el
lado izquierdo de mi cara y se rizaba ligeramente. Unos largos pendientes
blancos que parecían varias flores diminutas ensartadas hacían juego con mi
horquilla.
Mi vestido era una pieza minimalista de gasa manga larga con un
escote profundo en V bohemio. Las mangas abullonadas transparentes me
encantaron especialmente ya que se sentían como si no llevara nada.
Mamá aplaudió cuando terminó de envolver la cinta de seda alrededor
de mi tobillo y luego me miró con una sonrisa emocionada.
—Me encanta que hayas elegido zapatillas de ballet. —No eran
zapatillas de ballet reales, pero las bailarinas blancas imitaban zapatillas de
ballet e incluso tenían cintas de seda que se envolvían alrededor de mis
tobillos y pantorrillas. Los tacones altos habían estado fuera de discusión a
pesar de la diferencia de altura entre Amo y yo. No quería sobrecargar mi
rodilla y rara vez había usado tacones en mi vida y no quería sentirme
incómoda el día de mi boda.
—Debería haber usado zapatos planos el día de mi boda —dijo Aria
con una sonrisa—. Me habría ahorrado las ampollas. Aunque el dolor de
mis pies fue la menor de mis preocupaciones ese día.
Mamá se rio e intercambió una mirada de complicidad con Aria.
—Recuerdo lo nerviosa que estaba por la perspectiva del matrimonio
cuando me prometieron. Pero mi boda con Remo fue muy relajada y
tranquila.
—En realidad, desearía poder haber disfrutado el día de mi boda
como tú disfrutarás hoy —me dijo Aria. Tomó mi hombro suavemente—.
Amo es un hombre bueno. Sé que hará todo lo posible para hacerte feliz.
—Este no es el comienzo de una charla sobre sexo, ¿verdad? —Miré
entre mamá y Aria—. Amo y yo ya hemos tenido intimidad, esta noche solo
es el paso final que aún no hemos dado.
Aria se sonrojó de un rojo brillante y se rio.
—Ah, Amo me advirtió de tu franqueza. —La sonrisa de mamá
también fue un poco tensa—. No hablaremos, lo prometemos. Estoy segura
de que Amo y tú lo resolverán sin nuestros consejos innecesarios.
Asentí y dejé escapar un suspiro largo mientras me miraba en el
espejo una vez más. Aria se fue con una despedida silenciosa.
Fruncí mis labios en confusión.
—Quiere darnos un momento a solas —dijo mamá, viniendo detrás
de mí y abrazándome suavemente. Era varios centímetros más alta que yo
—. Sé que Amo y tú se aman, pero quiero asegurarme de que aún estás de
acuerdo con todo lo que sucederá hoy. Especialmente esta noche. Aunque
Amo y tú hayan tenido intimidad, quiero que sepas que nada te obliga a dar
el paso final esta noche. Si te sientes ansiosa o simplemente no estás lista,
entonces deberías decirle que se detenga. Amo puede falsificar las sábanas
como lo hizo su padre.
Mamá y Aria habían intercambiado muchas historias del pasado,
aparentemente incluso íntimas de las que no quería escuchar. Sin embargo,
me alegraba que se llevaran bien, considerando que papá y Luca aún tenían
problemas para estar en la misma habitación sin pelear.
—Pensé que no me darías la charla.
—No es una charla de sexo. Es una charla sobre el consentimiento y
tu bienestar emocional.
Le di a mamá una mirada dubitativa.
—Amo respeta mis límites. Y sin importar cómo lo llames, no es
necesario. Confío en las habilidades de Amo para hacer que esta noche sea
especial para los dos. —Le di unas palmaditas en el brazo para aliviar el
golpe y no comenté sobre su sonrojo. Teniendo en cuenta la frecuencia con
la que la había oído a ella y a papá por accidente, era sorprendente que mi
mera mención del sexo la hiciera sentir tan incómoda—. Pero, estoy
agradecida por tu preocupación.
Sonó un golpe.
—Ese debe ser tu padre. No le digas lo que me acabas de decir. —
Mamá me escaneó una vez más antes de ir a la puerta y abrirla. Me puse
tensa cuando papá entró, preocupada de que intentara disuadirme de la
boda. Sabía que Nevio aún deseaba que me convirtiera en una novia
fugitiva, y aunque papá no expresó tanto su consternación, también quería
que me quedara en Las Vegas. Su amor y preocupación por mí fueron la
razón de su reacción, pero hoy no quería escuchar nada al respecto.
Los ojos oscuros de papá se suavizaron cuando me escanearon de pies
a cabeza. Mamá le susurró algo, y luego lo besó en la mejilla antes de irse.
—¿Papá? —Caminé lentamente hacia él y lo miré a la cara. Muchas
personas lo llamaban cruel y despiadado, pero para mí siempre había tenido
calidez y amor, y hoy no era diferente—. ¿Tenemos tu bendición?
Se rio entre dientes con su habitual estilo burlón.
—Las bendiciones no son mi estilo. —Tomó mi mejilla—. Pero
respeto tu elección, Mia Cara. Ya no eres una niña. Quiero que encuentres
la felicidad en Nueva York, pero nunca olvides que un hogar amoroso
siempre te estará esperando en Las Vegas si alguna vez decides regresar.
Lo abracé brevemente, sabiendo que esta era la versión de papá de
una bendición y me sentí muy aliviada.

Amo
Papá y Remo se sentaron uno frente al otro en los sofás de la
habitación trasera de la iglesia. No estaba seguro de por qué mamá había
pensado que era una buena idea tenerlos conmigo antes de la ceremonia. No
eran el mejor apoyo moral.
El único que había sido algo tolerable fue Matteo, quien había hecho
algunas bromas que habían levantado parte de la tensión. Valerio ya se
había ido corriendo, probablemente para coquetear con las chicas de la
Camorra con las que no tenía por qué estar cerca.
—Es casi la hora —les recordé, esperando que captaran la señal y se
fueran. Remo se levantó, pero caminó hacia mí. Me entregó un par de fotos
impresas. Arqueé una ceja cuando las escaneé. Mostraban una habitación
salpicada de sangre. La cama en el centro era un desastre aún peor. Parecía
como si hubieran sacrificado un cerdo en ella. Pero no era el cadáver de un
animal lo que yacía tirado en la cama.
Si Remo pensó que podía intimidarme con estas imágenes, olvidó
cuál era mi apellido. Había golpeado a un motero hasta convertirlo en
papilla sangrienta con un martillo cuando era adolescente y habíamos
salvado a Marcella.
—Cuando esta noche estés pensando en crear las sábanas sangrientas,
recuerda lo que Nino y yo le hicimos al tío de Kiara en la última gran boda
entre la Camorra y la Famiglia.
Papá también se levantó y sacudió la cabeza.
—¿Tomaste fotos del maldito desastre que creaste en ese entonces?
Se necesitaron semanas para renovar la habitación. Actuaron como salvajes.
—Gracias por las imágenes gratas antes del día más feliz de mi vida.
Remo entrecerró los ojos hacia papá.
—Muchos dirían que es salvaje correrse sobre unas sábanas cubiertas
de sangre virgen.
Apreté los dientes y busqué los ojos de Matteo en el espejo,
intentando darle una señal silenciosa para que sacara a esos dos de la
habitación, o al menos a Remo.
Papá sonrió.
—Estoy medio tentado de llamar a Dante para que nos cuente lo
amable que tomó tu presentación de las sábanas de tu primera noche con
Serafina.
—Al menos presenté sábanas reales.
—Suficiente. —Matteo negó con la cabeza y les entregó dos petacas
—. Tomen algunos tragos de este brebaje especial. Les levantará el ánimo.
—¿Qué hay de mí? El novio suele recibir una petaca.
Matteo guiñó un ojo.
—Necesitas estar alerta. Esta noche es una noche especial, no quiero
que te desmayes demasiado pronto.
Papá olió la petaca, luego entrecerró los ojos hacia Matteo.
—¿Qué es? El olor es familiar.
—Se necesita mucho veneno para matarme —dijo Remo con una
sonrisa torcida a Matteo.
—Ya veremos.
Remo tomó un trago pequeño sosteniendo la mirada de Matteo, luego
sus labios se curvaron.
—Es alcohol ilegal de cannabis. Gianna y yo lo elaboramos como un
experimento hace un tiempo y lo apreciamos. —Volvió a guiñar un ojo.
Tenía el presentimiento de que ya había comenzado con el alcohol ilegal de
cannabis. Si eso aseguraba que no mataría hoy a Alessio, Massimo o Nevio,
no me importaba si también fumaba algunos porros.
—Maldita sea. ¡No consumimos nuestro propio producto! —gruñó
papá.
—No son nuestras cosas. Gianna lo compró a un distribuidor ruso.
Por cierto, dice que sus productos son superiores y más baratos, algo en lo
que tenemos que trabajar.
Remo cerró la tapa de su petaca y me la empujó.
—Los dejaré con sus discusiones sobre el pésimo estado de su
producción de drogas e iré con mi hija.
Sabía que me amenazaría unas cuantas veces más hoy. Probablemente
me hubiera decepcionado si no lo hubiera hecho. Greta merecía ser tratada
como una reina.
Papá se paró detrás de mí y nuestros ojos se encontraron en el espejo.
—No bebas esa cosa. Deberías estar alerta esta noche.
Matteo me dio unas palmaditas en la espalda y me quitó la petaca.
—Tiene razón. Me haré cargo de esto. —Cuando salió, tomó un trago
largo de la petaca.
Papá suspiró.
—Si este día termina sin un baño de sangre, lo llamaré un éxito.
Asentí distraídamente y me alisé la corbata plateada. Papá puso una
mano en mi hombro.
—Me aseguraré de que todos se comporten hoy. Este día es tuyo y de
Greta.
—Gracias, papá.
Palmeó el lugar sobre mi corazón.
—Debí haberte dejado seguir tu corazón. Debí haber sabido que si te
arriesgabas tanto por una mujer, era algo serio. Intenté hacer que priorizaras
el tatuaje sobre tu corazón cuando eso es algo que nunca he hecho desde
que me casé con tu madre.
—El pasado es el pasado. Hoy comenzamos un capítulo nuevo.
Asintió, luego su expresión se convirtió en advertencia.
—No creo que esto sea necesario, pero de todos modos te lo diré.
Trata a tu esposa como una reina esta noche. La Famiglia es el lugar para
perder el control y permitir que salga el monstruo, nunca tu matrimonio o tu
familia.
—Papá, no tienes que decírmelo, porque me lo demostraste toda mi
vida.
Dio un paso atrás con una sonrisa controlada, pero había visto una
pizca de emoción en sus ojos.
Cuando se fue y estuve solo en la habitación, respiré hondo.
Esto era todo. El momento que había esperado demasiado tiempo. Me
casaba con la mujer que amaba con cada fibra de mi ser.

***

Hoy no sería una boda sangrienta, pero se había derramado mucha


sangre para que esta boda sucediera. Todos habíamos sangrado y algunos
habían muerto porque no querían que Greta y yo nos casáramos.
Papá asintió hacia mí desde la primera fila. Él me había respaldado.
Había hecho lo que no había querido hacer en tanto tiempo, e hizo una
maldita declaración. Si bien los tradicionalistas habían pagado con sangre,
también habían ganado en otros frentes. Sus reglas habían sido reforzadas y
la Famiglia retrocedía en ciertas áreas.
Toda la sangre, todo el dolor no significaron nada cuando Greta entró
en la iglesia. Se veía absolutamente impresionante con un sencillo vestido
blanco. Su sonrisa era pura y sin reservas a medida que caminaba hacia mí
junto a su padre. Era más de lo que jamás había esperado. Era mucho más
de lo que merecía, pero por Dios, nunca la dejaría ir otra vez.
39
Amo
Pasé las cerraduras de nuestra suite presidencial cuando Greta y yo
nos retiramos para pasar nuestra primera noche como pareja casada. Papá
incluso había puesto guardias en el corredor frente a la suite en caso de que
algún Falcone, Nevio en particular, sintiera la necesidad de perturbar
nuestra noche.
La advertencia en los ojos de Remo cuando me había llevado a Greta
no había sido nada en comparación con la ira en los ojos de Nevio. La fiesta
aún estaba en pleno apogeo abajo. Matteo debe haber dado a muchos
invitados su alcohol ilegal, pero no había bebido más de una copa de
champán. Con mi mano en la espalda de Greta, la conduje a nuestro
dormitorio. Pétalos de rosa cubrían el camino a la cama y formaban un
corazón sobre las sábanas blancas.
—Eso es muy bonito.
—Probablemente se les ocurrió a nuestras madres.
Pasé mis nudillos por el cuello de Greta y ella inclinó la cabeza hacia
arriba con una sonrisa de confianza. Mi deseo había cobrado vida al
momento en que estuvimos solos, pero no tenía intención de apresurar las
cosas o perder el control.
—Estoy lista.
Solté una carcajada y tomé la cara de Greta, reclamando sus labios
para un beso. Después de un momento, me aparté y señalé el cuchillo
envainado en el soporte debajo de mi chaqueta.
Greta se mordió el labio.
—¿Una de tus tradiciones particulares?
—Podríamos cortar el vestido sin ti. Nadie lo sabría.
Greta tocó el cuchillo ligeramente con las yemas de sus dedos.
—No, honremos tus tradiciones. Quiero hacer esto bien.
Presioné otro beso en sus labios.
—Esta noche no hay nada bien o mal. Lo estaremos haciendo bien
mientras lo disfrutes.
Greta asintió. Desenvainé mi cuchillo y apoyé la hoja sobre el escote
en V del vestido. El material cedió bajo la presión implacable del acero.
Me sentí salvaje, animal, cortando el vestido de Greta. Había
esperado demasiado este momento.
—¿Es un símbolo de la pérdida de la virginidad de la esposa?
Miré a Greta, intentando seguir su línea de pensamiento cuando mi
mente iba a un lugar muy diferente.
—Los cuchillos a menudo simbolizan un falo. ¿Así que cortarme el
vestido, la tela abriéndose bajo el cuchillo, representa mi himen
rompiéndose cuando me penetras?
—Tal vez —murmuré. Nunca había pensado en eso, pero Greta
hablando de mí tomando su virginidad encendió mi necesidad.
Su vestido cayó al suelo y se paró frente a mí con solo unos hípsters
de encaje blanco. Mis ojos se fijaron en las cicatrices debajo de su ombligo,
una ola familiar de ira se apoderó de mí. Greta metió los dedos en mi
cabello. Miré su rostro.
—Hoy no se trata del pasado o la ira, se trata de nuestro amor y de
que finalmente puedes hacerme tuya.
Asentí y finalmente noté sus zapatos. No pude evitar sonreír.
—Pronto volverás a bailar para mí.
—Muy pronto —dijo ella.
Me arrodillé.
—Mía —murmuré contra su vientre, besando la cicatriz roja.
Ver lo que Greta tuvo que soportar para que este día sucediera fue
otro buen recordatorio de que siempre debería estar agradecido por tenerla a
mi lado. Me puse de pie y la levanté del suelo. Envolvió sus piernas
esbeltas alrededor de mi cadera, presionándose contra mis abdominales.
Podía sentir su calor a través del material fino de sus bragas. Pasé mis dedos
a lo largo de su mejilla y en su cabello, luego incliné su cabeza para besarla,
mi lengua deslizándose a lo largo de sus labios hasta que los abrió para mí.
La llevé hasta la cama y arranqué las sábanas con los pétalos de rosa,
revelando las sábanas blancas debajo. Mi instinto protector se apoderó de
mí cuando recordé que mañana tendríamos que presentar las sábanas
ensangrentadas.
Dejé a Greta en la cama y le di un beso en los labios, luego más abajo,
en la garganta y la clavícula antes de que mi boca jugara con sus pezones
erizados. Mi lengua los trazó, amando lo duros que se sentían. Acaricié su
costado, mi mano deslizándose dentro de sus bragas. Mi dedo índice se
hundió más abajo, separando los labios de su coño, buscando su calor
húmedo. Me sumergí aún más, separando los sedosos labios internos de su
coño y recogí la humedad acumulándose en su entrada. Mi deseo de
finalmente estar dentro de ella, de reclamar esta parte de Greta era casi
abrumador, pero me contuve, queriendo hacer esto bien, queriendo adorarla
como una reina. Saqué mi mano, mi dedo mojado con sus jugos y luego
rocé los labios de Greta, hasta que quedaron brillantes.
Abrió la boca, sus ojos llenos de curiosidad y deseo. Confiaba en mí
para llevarla en este viaje y hacerlo lo más placentero posible, y no fallaría.
Me incliné sobre su cara, chupando su labio inferior en mi boca,
saboreándola. Mi mano vagó de nuevo hacia abajo. Pasé mi dedo a lo largo
de su abertura una y otra vez, disfrutando de su humedad, su calor, su
sedosidad. Luego empujé mi dedo dentro de ella, deslizándolo dentro y
fuera a un ritmo perezoso a medida que mi lengua jugueteaba con su boca.
Pronto los gemidos de Greta aumentaron en volumen por mi dedo y empujé
otro más dentro de ella. Sus paredes abrazaron mis dedos con fuerza y
Greta gimió aún más profundo, sus caderas arqueándose para encontrar
cada empuje de mi mano. Me eché hacia atrás para observar su rostro,
mientras se retorcía de placer, sus ojos entrecerrados, sus labios hinchados y
brillantes por nuestros besos.
Mi mirada viajó por su cuerpo maravilloso hasta su coño, mi pecho
hinchándose cuando mis dedos la separaron. Estaban cubiertos en sus jugos.
Aceleré y golpeé su clítoris hinchado con la palma de mi mano con cada
embestida. Su boca se abrió de par en par y gritó, sus dedos apretando mi
muñeca para mantenerme en el lugar, con mis dedos enterrados
completamente dentro de ella a medida que su orgasmo la abrumaba.
Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y descubrió su garganta
bonita. No pude resistirme. Bajé la cabeza y chupé su piel entre mis dientes.
Hizo una mueca, sus paredes apretando mis dedos con más fuerza mientras
gritaba una vez más, estremeciéndose a través de otra pequeña oleada de
placer. Seguí chupando su piel y luego me retiré para admirar mi trabajo.
Un chupetón precioso marcaría su garganta elegante por la mañana. Era mía
y quería que todos vieran la prueba de ello.
Mi mirada se deslizó más abajo otra vez. Saqué mis dedos de ella y
los llevé a mi boca, lamiendo su excitación. Greta me observó con los
labios entreabiertos, el deseo en sus ojos encendiendo los míos. Alcanzó mi
chaqueta y me ayudó a quitármela, luego rápidamente abrió los botones de
mi camisa para que pudiera sacarla. Sus dedos acariciaron mi pecho, luego
más abajo, siguiendo mi camino feliz hasta mi cinturón. Pronto me arrodillé
en la cama completamente desnudo y el calor en el rostro de Greta mientras
me miraba era casi más de lo que podía soportar.
No le di la oportunidad de tocar mi polla. Ya estaba duro como una
roca. Ahora necesitaba asegurarme de que estuviera tan lista como yo.
Me puse de rodillas en el suelo y la jalé hacia el borde del colchón
antes de bajar mi boca a su coño. Su sabor me hizo gemir bajo en mi
garganta. Ya estaba tan mojada.
—Amo, estoy lista.
Me reí contra su coño.
—Confía en mí.
—De acuerdo. —Las palabras se transformaron en un gemido cuando
chupé su clítoris con mi boca. Abrió las piernas mucho más, sus pies en
puntas aún en sus zapatillas de ballet como si estuviera a punto de bailar.
Tan jodidamente hermosa. Acaricié su pantorrilla y comencé a desatar sus
cintas de seda a medida que mis labios seguían jugueteando con su clítoris.
Pronto estaba meciendo sus caderas nuevamente, persiguiendo otra
liberación. Rodeé su abertura con mis dedos para probar su preparación.
Empujó ansiosamente contra mis dedos, necesitando fricción. Tan húmeda
y lista. Me aparté a pesar de su protesta.
Me levanté de la cama y me apresuré al baño, regresando poco
después con una toalla.
—Levanta —ordené. Lo hizo sin dudarlo, pero la confusión nadó en
sus ojos oscuros cuando extendí la toalla debajo de ella.
—Amo, ¿qué hay de las sábanas ensangrentadas?
Sabía que Greta sangraría, dada nuestra estatura muy diferente, y
aunque personalmente no podía esperar a ver esta señal de mí reclamando a
mi esposa, no quería que nadie más la viera.
Eso solo era para que yo lo viera.
—Abre tus piernas para mí —dije bruscamente.
Greta separó sus piernas, su coño rosado ya estaba empapado y listo
por mis dedos y lamidas. Le quité las zapatillas de ballet y las arrojé antes
de instalarme entre sus muslos.
Una pizca de nervios brilló en el rostro de Greta pero me sonrió.
Empecé a frotar la coronilla de mi polla sobre los labios de su vulva hasta
que volvió a jadear. La próxima vez que me deslicé a lo largo de su carne,
me detuve con mi punta contra su abertura. Con mi mano, intensifiqué la
presión hasta que pude sentir su cuerpo abrirse para mí poco a poco,
permitiéndome avanzar muy despacio. Mis cejas se fruncieron, empujando
un poco más profundo hasta que mi punta se introdujo en el coño de Greta.
Soltó un suspiro fuerte, los músculos de su vientre flexionándose. Tragué
pesado mientras miraba cómo los labios de su coño se estiraban alrededor
de mi eje grueso. La vista fue jodidamente excitante. Apoyé mi peso en un
brazo, solté mi pene y comencé a frotar su clítoris suavemente, luego
levanté la mirada hacia su rostro sudoroso. El dolor se reflejaba en sus ojos,
pero aun así me obsequió una sonrisa.
Moví mis caderas y comencé a sumergir mi punta dentro y fuera de
ella hasta que eso simplemente ya no fue suficiente. Me cerní encima de
Greta, mi espalda curvada para poder acunar su cara en mis palmas.
—Necesito esto —gruñí.
Ella asintió, sus labios encontrándose de nuevo con los míos. Moví
mis caderas, trabajando contra la presión hasta que las paredes de Greta
cedieron, permitiendo que otros centímetros se deslizaran dentro de ella.
—Podemos parar si es demasiado doloroso.
Greta sujetó mi cuello, sus uñas clavándose.
—He esperado este momento durante mucho tiempo. Con mucho
gusto aceptaré el dolor por ello.
Ambos habíamos sufrido dolor por nuestro amor, pero Greta mucho
peor que yo. Odiaba agregar esto, pero al mismo tiempo no podía parar.
Hundí mi polla lentamente aún más profundo en ella mientras la besaba
dulcemente. Su cuerpo se tornó más tenso debajo de mí a medida que
intentaba acomodar mi circunferencia. Cuando jadeó de dolor y estaba
enterrado casi hasta la empuñadura dentro de ella, me detuve. Greta me
miró a los ojos y sonrió temblorosamente.
Besé su boca.
—Te amo. No puedo creer que finalmente seas mía.
—Soy solo tuya.
Asentí y salí un poco con cuidado antes de volver a hundirme en el
calor de Greta. Cuando su cuerpo dejó de apretar mi polla como una prensa,
comencé a moverme de adelante hacia atrás algunos centímetros a un ritmo
lento.
Deslicé un brazo debajo de Greta, amasando su trasero firme en mi
palma y la levanté ligeramente, cambiando el ángulo mientras me
arrodillaba. Nunca dejé de besar a Greta a medida que la embestía
lentamente, mis dedos masajeando su trasero. Pronto la fricción intensa se
volvió casi insoportable, mis bolas estaban a punto de estallar y aceleré un
poco. El agarre de Greta sobre mí se hizo más fuerte mientras intentaba
encontrar mis estocadas.
Mi control comenzó a desvanecerse a medida que aumentaba el placer y
cerré los ojos con un gemido gutural cuando mi orgasmo me golpeó.
Bombeé dentro de ella dos veces más, liberándome con cada
embestida, luego me quedé inmóvil, con los ojos cerrados mientras
disfrutaba de las sensaciones recorriendo mi cuerpo. Los dedos suaves de
Greta en mi espalda me devolvieron a la realidad.

Greta
No podía dejar de acariciar su espalda musculosa y respiré
profundamente otra vez, amando el aroma almizclado de Amo mezclándose
con el olor del sexo. Era un aroma tan sensual y erótico.
Si no me hubiera sentido tan dolorida y en carne viva entre mis
piernas, podría haberme excitado de nuevo. En cambio, me concentré en la
sensación de plenitud total. Amo aún estaba dentro de mí, estirándome
hasta un punto que no había creído posible.
El dolor me recordó que esto era real, no otro sueño del que
despertaría. Esta vez Amo realmente me estaba haciendo suya.
Levantó la cabeza y me besó suavemente, su expresión llena de
preocupación a medida que se retiraba lentamente. Mordí mi labio para
sofocar una mueca. Mi cuerpo se relajó cuando estuvo completamente fuera
de mí y respiré temblorosamente. Amo me dio un apretón ligero en el
trasero antes de apartar el brazo. En realidad, había disfrutado su toque allí
y probablemente lo apreciaría en el futuro como un estímulo adicional.
Ahora mi cuerpo necesitaba recuperarse.
Amo acarició mi mejilla, su calidez reconfortante.
—¿Estás bien?
—Sí.
Se retiró y miró la toalla. Sacudió la cabeza.
—Me alegro de haber pensado en la toalla. Esto es solo para nuestros
ojos. —Besó la cicatriz en mi rodilla y luego me limpió suavemente con la
toalla antes de quitarla de debajo de mí y descartarla. Se estiró a mi lado y
me atrajo hacia su pecho.
—La próxima vez será mejor para ti.
—Fue bueno para mí. —Tracé el bíceps de Amo, amando su dureza y
la fuerza detrás del músculo. Curvé mi mano sobre él, preguntándome por
qué me complacía tanto que mi mano pareciera tan pequeña contra su
brazo.
Se apartó para mirarme a la cara, su incredulidad obvia.
—Fue bueno en el sentido de que aprecié el simbolismo del sexo, que
me hiciste tuya.
Los ojos de Amo brillaron con una posesividad oscura que envió un
escalofrío agradable por mi espalda. Otra reacción irrazonable que mostraba
mi cuerpo por Amo. Entonces, una lenta sonrisa irónica tiró de sus labios.
—La próxima vez quiero que aprecies el sexo por el placer
alucinante, no por el simbolismo.
—De cualquier manera será bueno.
Se rio entre dientes y me dio un beso en la frente.
—No puedo decirte lo jodidamente feliz que estoy sabiendo que
escucharé tus comentarios originales toda mi vida.
—Aún no puedo creerlo. —Otro pensamiento cruzó mi mente—.
Pero, ¿qué vas a hacer con las sábanas?
—Supongo que continuaré con el legado de papá y crearé una nueva
tradición Vitiello.
—Te vas a cortar, ¿verdad?
Asintió.
—Podrías haberte ahorrado el dolor si hubieras usado mi sangre y no
hubieras puesto la toalla debajo de mí.
Acunó mi rostro.
—No quería compartir ni siquiera esta mínima parte de ti con el
mundo.
Fruncí el ceño.
—¿Te das cuenta de que muchas personas han visto antes mi sangre?
—La sangre de una primera vez no era diferente a la sangre de un corte u
otra herida.
Amo se rio, una bulliciosa carcajada profunda que me calentó por
dentro.
—Ah, Greta. No puedo esperar para pasar mi vida contigo.
Me encogí de hombros y presioné mi mejilla contra su pecho.
—Si te sientes posesivo con mi sangre, esto podría causar bastantes
problemas en el futuro. A menos que obtengas una educación médica y me
trates tú mismo. —Mordí mi labio. Ahora estaba bromeando con él, pero no
pude resistirme.
—Si eso es lo que se necesita —murmuró, luego su voz se volvió más
dura y baja—. Pero me aseguraré de que nunca sufras una herida, ni
siquiera un jodido corte de papel. —Abrí la boca para protestar, pero
presionó su dedo contra mis labios—. No quiero saber las estadísticas ni
ningún hecho.
—Está bien —susurré contra su piel y luego besé su dedo. Cerré los
ojos y respiré su aroma reconfortante.

***

Llamas se reflejaban en el acero frío. La agonía me atravesaba y un


grito escapó de lo más profundo de mi cuerpo.
—Greta.
Me incorporé de un tirón, parpadeando en la oscuridad. Presioné mis
manos contra mi vientre, buscando el mango de un cuchillo, pero toqué mi
piel desnuda. Mi respiración vibraba en mi pecho. Las luces se encendieron,
luego se atenuaron y apareció el rostro de Amo. Me rodeó con un brazo
fuerte y me acunó contra su costado. Sus labios rozaron mi sien.
—Desearía poder protegerte de tus pesadillas. Desearía no ser la
razón por la que las tienes en primer lugar.
Tomé su mano.
—Amo, mis acciones son tan responsables como las tuyas si de
verdad quieres culpar a alguien. Acordamos dejar descansar el pasado. Las
pesadillas se detendrán con el tiempo. Siempre lo hacen.
40
Amo
Después de que Greta despertó de su pesadilla en las primeras horas
de la mañana, no me volví a dormir, pero ella se durmió hasta que sonó la
alarma. Las tradiciones ni siquiera permitían que los recién casados
durmieran hasta tarde. Después de todo, no se podía esperar que los
familiares esperaran hasta el almuerzo para ver las sábanas. Me desenredé
con cuidado de Greta que no había oído la alarma y deslicé mis piernas
fuera de la cama. Me dirigí al baño con una última mirada a su cuerpo
dormido. Tomé una ducha rápida para deshacerme de la sangre en mi pene
y para despejar mi mente de mis pensamientos oscuros que habían seguido
a la pesadilla de Greta.
Me alegraba que Nevio hubiera matado a Cressida. Tal vez me habría
contenido porque era una mujer. Dudaba que Nevio hubiera tenido estos
escrúpulos.
Estaba frotando mi cuerpo para secarme cuando Greta apareció en la
puerta, vestida con una bata de baño blanca y esponjosa que parecía
tragarse su cuerpo pequeño. Me dio una sonrisa somnolienta y caminó de
puntillas hacia mí, haciendo una mueca de vez en cuando.
—¿Estás adolorida?
Asintió. Luego su mirada recorrió mi cuerpo desnudo.
—Ojalá no lo estuviera.
Sonreí y la levanté sobre el lavabo. Me arrodillé.
—Muéstrame. —Mi voz sonó áspera y baja.
Las cejas de Greta se levantaron un poco pero separó su bata de baño.
Toqué sus rodillas y las separé. La sangre se había secado en el interior de
sus muslos y los labios de su vulva, que aún estaban hinchados, al igual que
su entrada.
Al ver la prueba de anoche, sabiendo que finalmente había hecho mía
a Greta de la última manera que me faltaba, solté un suspiro fuerte.
—Ya no está tan mal.
Asentí.
—Necesito limpiarme. —Estaba a punto de cerrar las piernas, pero
toqué el interior de sus rodillas y la miré fijamente.
—Déjame.
Greta se humedeció los labios.
—¿En serio?
—Hmm. —Pasé la nariz por la piel suave de la parte interna de su
muslo. El olor metálico de la sangre se mezclaba con la dulzura de la
excitación de Greta y mi propio olor. Incluso su coño olía a mí. Un gemido
gutural me abandonó.
Era una necesidad primitiva, saborearla ahora, así, su coño aún
hinchado y ensangrentado por mi polla reclamándola la noche anterior.
Sujetó mi cabeza ligeramente, casi con timidez, pero pude sentir su
mirada escrutadora sobre mí. Levanté los ojos cuando abrí la boca y pasé la
lengua por el rastro de sangre seca desde la curva de su trasero hasta su
clítoris.
—Sabes como yo.
Sus dedos se apretaron en mi cabello cuando deslicé mi lengua entre
los labios de su coño, saboreándola completamente. Pronto el sabor
metálico fue reemplazado por el aroma más cálido y almizclado de su
lujuria que cubría mis labios y lengua.
No pude resistir. Presioné mi lengua firmemente contra su abertura
dolorida. Su cuerpo resistió la presión, pero necesitaba más. Inclinando mi
cabeza y abriendo más mi boca, aumenté la presión hasta que la punta de mi
lengua finalmente obligó al coño de Greta a rendirse. Sus paredes se
cerraron alrededor de mi lengua y su sabor (dulce, almizclado, ácido,
metálico) floreció fuertemente en mi boca. Lo absorbí con avidez a medida
que la follaba con mi lengua. Al principio estaba tensa. La necesidad
primitiva de reclamarla otra vez era demasiado fuerte para permitirme
detenerme.
Sostuve la mirada de Greta, diciéndole con mis ojos que era mía
mientras mi lengua abría su abertura hinchada una y otra vez.
—Amo —gimió. Con un poco de dolor y mucha lujuria.
Pronto su lujuria corrió por mi barbilla a medida que aferraba mi
cabello con una mano mientras la otra se aferraba al fregadero.
—Dame todo —dije con voz áspera y ella se arqueó con un grito.
Cerré mis labios alrededor de su clítoris a medida que su coño pulsaba
contra mí, su excitación escurriendo por el suelo. Mi respiración fue brusca
y mi pene estaba tan rígido que era insoportable. Me alejé. El coño de Greta
aun contrayéndose, reluciente e incluso más hinchado que antes.
Me acarició el cabello, tragando con fuerza. Me sonrió con asombro.
—Cada vez que me pruebas, me siento tan adorada, pero hoy fue
especial. Gracias por esto.
—Es un placer —dije con voz áspera.
Se mordió el labio mientras bajaba la mirada a mi polla.
—Puedes tenerme si quieres.
Froté mi pulgar muy suavemente sobre su coño. Me di cuenta lo
sensible que estaba. Si la tomaba ahora, sería tan doloroso como anoche, si
no peor. Me incliné hacia adelante y besé su carne dolorida.
—Hoy no.
Habría muchas ocasiones en las que la reclamaría en el futuro y tenía
toda la intención de hacerlo en cada oportunidad posible.
Miré mi reloj y maldije. Greta siguió mi mirada.
—Solo tenemos cinco minutos antes de que los viejos halcones del
lado de la familia de mi padre se abalancen sobre nosotros para recoger las
sábanas.
Greta me miró preocupada.
—La sangre.
—Prepárate, yo me encargaré de la sangre.
Después de un beso rápido, entré en el dormitorio, recogí la toalla y la
metí en mi maleta. No confiaba en que el personal de limpieza no hiciera
una mierda con eso. La quemaría más tarde en casa.
Agarré mi cuchillo de la mesita de noche y apoyé la punta sobre mi
antebrazo.
Una vez que unté un poco de sangre en las sábanas para crear una
imagen satisfactoria, me vestí. Ni un momento demasiado pronto porque
sonó un golpe. Abrí la puerta y dejé que mis tías y algunas esposas de
familias tradicionales recogieran el vestido de Greta y las sábanas
ensangrentadas. Gianna se interpuso en su camino cuando intentaron irse.
—Se dan cuenta de lo misógina que es esta tradición, ¿verdad?
—Es una tradición en la que todos coincidimos. Incluso tu hija tendrá
que seguirla —dijo una de las mujeres con altivez.
—Sobre mi cadáver. —Las mujeres empujaron a Gianna, quien las
miró furiosa a las espaldas. Mamá y Serafina permanecieron en el pasillo,
sin molestarse en ser parte de este espectáculo. Mamá me dio una sonrisa
comprensiva—. En serio espero que esto sea falso —dijo Gianna con una
mirada de advertencia hacia mí. Giró sobre sus talones y se alejó.
Mamá asomó la cabeza y Serafina se quedó a su lado.
—¿Todo bien?
—Puedes preguntarle a Greta tú misma —le dije con una mirada de
complicidad. Dudaba que mamá o Serafina estuvieran preocupadas por mi
bienestar, y en realidad no podía culparlas.
Cuando Greta salió del baño, vestida con un vestido blanco con
lunares rojos y zapatos bajos rojos, sus ojos se abrieron del todo al ver a
nuestras madres rondando en el área de entrada de la suite.
—¿Está todo bien?
Mamá se rio e intercambió una mirada con Serafina, quien dijo:
—Eso es lo que íbamos a preguntarte.
—Ah —dijo Greta, sus mejillas sonrojándose, y una sonrisa
complacida abrió sus labios.
—Después de esa mirada no hacen falta palabras —dijo Serafina,
también sonrojándose—. Supongo que les daremos otro momento. Pero
deberían estar abajo en diez minutos.
Desaparecieron con un gesto, cerrando la puerta tras ellas.
Atraje a Greta contra mí.
—Es una pena que aún tengamos responsabilidades sociales. Pero
ahora tenemos que enfrentarnos a los lobos.
—¿Te refieres a mi familia?
—Definitivamente. No me digas que crees que no provocarán un gran
revuelo en la presentación de las sábanas.
Greta pareció avergonzada.
—Son protectores, pero a veces se comportan.

***

Por supuesto, tenía razón. Ya podía sentir el zumbido del grupo


Falcone con energía enojada cuando Greta y yo entramos en la habitación.
Probablemente la habrían interrogado de inmediato si mis viejas tías no
hubieran entrado al salón de baile en ese momento, cargando las sábanas
como si fueran un tesoro ganado con tanto esfuerzo.
La sábana manchada de sangre se extendió entre los dos cuando se
volvieron hacia la multitud. Miré a los Falcone. Nevio se puso de pie
lentamente, sacó su cuchillo mientras Massimo vertía líquido de una petaca
en una servilleta de tela, que Nevio perforó con la hoja, y Alessio la
encendió con un encendedor. Greta siguió mi mirada y también lo hicieron
algunos otros, como mi papá, Matteo y Remo. Nadie hizo nada.
Nevio arrojó el cuchillo con precisión practicada a través de la
habitación para que atravesara la sábana y estallara en llamas.
Mis tías y las otras mujeres a su alrededor soltaron gritos y dejaron
caer la sábana en llamas.
Pronto la alfombra también se estaba quemando.
—¡Si alguien aún quiere ver sangre, puede venir a mí y les mostraré
la suya! —gritó Nevio a medida que el fuego se extendía por la alfombra.
La alarma de incendios se activó con chillido y un momento después
estalló agua de los aspersores sobre nuestras cabezas, extinguiendo el fuego
y bañándonos en agua fría.
—Lo sabía —murmuré.
Greta me miró con una sonrisa avergonzada, y el cabello pegado a la
cara. Pronto su vestido se volvió transparente. Me quité la chaqueta y la
puse sobre su hombro.
—Sabía que nunca sería aburrido contigo.
Greta se rio y juntos vimos cómo la mayoría de los invitados
comenzaban a salir corriendo de la habitación. Nevio se sentó en el borde
de la mesa y brindó por nosotros con la petaca antes de tomar un trago
largo. Parecía como si aún tuviera resaca de la noche anterior. Siempre y
cuando no causara más problemas que este, podía lidiar con eso.
Todo lo que importaba ahora era que Greta era mi esposa y que
mañana nos iríamos de luna de miel a España.

***

Anclé nuestro yate cerca de una bahía que se suponía era una de las
más hermosas de Ibiza. Habíamos estado navegando por el Mediterráneo
durante las últimas veinticuatro horas. Me dirigí hacia la proa del bote y
observé a la gente arremolinándose en la playa o chapoteando en el océano
azul claro.
Muchos de ellos estaban completamente desnudos. Después de todo,
esto era Ibiza. Sacudí la cabeza con una sonrisa irónica. Sonaron unos pasos
suaves y mi sonrisa se amplió.
—No veo la hora de darme un chapuzón —dijo Greta. Me alegraba
que Remo hubiera insistido en que aprendiera a nadar después de saltar al
Hudson. Me volteé y me congelé. Greta estaba completamente desnuda,
cada centímetro precioso de ella. Sus pezones oscuros erizados, y el
triángulo de rizos suaves en su montículo provocándome.
—¿Pensé que querías ir a la playa? —dije, incapaz de apartar mis ojos
de mi esposa hermosa.
Asintió, su mirada pasando de mí a la costa.
—Es una playa nudista.
La posesividad asomó su cabeza furiosa.
—No vas a caminar desnuda frente a nadie más que yo.
Inclinó la cabeza de esa manera pensativa suya, sus cejas oscuras
frunciéndose y una sonrisa jugueteando alrededor de su boca en forma de
corazón.
—Solo es piel y vello corporal. No significa nada. No cambia que soy
tuya.
Caminé hacia ella y agarré su rostro entre mis manos antes de
plantarle un beso en la boca.
—Mía. Solo mía. No quiero que nadie te vea excepto yo.
—Amo —comenzó Greta, pero la silencié con otro beso antes de
bajar la cabeza y agarrar un pezón entre mis labios, chupar con fuerza y
luego susurrar:
—Mía. —Me hundí de rodillas y dejé besos en cada centímetro de su
vientre y luego más abajo—. Mía.
Se apoyó contra la barandilla, agarrándose a mi cabeza, y sus labios
se abrieron en un gemido suave cuando mi lengua se sumergió entre sus
pliegues para disfrutar mi primera probada del día. La provoqué así por un
tiempo, solo revoloteando ligeramente sobre su protuberancia sensible, sin
darle nunca lo que necesitaba.
Me retiré y miré sus ojos cubiertos de lujuria.
—Monta mi cara.
Sus dedos alrededor de la barandilla se apretaron y se puso de
puntillas, los músculos de sus piernas se tensaron antes de que bajara su
coño completamente a mi boca expectante.
La suavidad de su coño contra mi boca me hizo gemir. Greta gimió
suavemente cuando acaricié sus labios hinchados antes de separarlos,
queriendo probarla aún más profundo.
Al momento en que su dulzura floreció en mi lengua, mi polla se
contrajo y gemí.
—Amo —susurró con asombro como siempre lo hacía cuando
adoraba su coño, lo que hacía muy a menudo. Me encantaba todo al
devorarla así, su sabor, la suavidad de sus pliegues, sus gemidos, sus jugos
inundándola cuando se corría—. Me encanta cuando haces esto. Todo mi
cuerpo se siente como si fuera a romperse en un millón de pedazos por las
sensaciones, pero no tengo miedo, porque sé que me mantendrás unida.
Lo haría, hasta mi último aliento. Mi lengua se movió más rápido y
Greta comenzó a balancearse, casi como si estuviera en trance. Soltó la
barandilla, balanceándose de puntillas por un momento, casi suspendida en
el aire antes de que mis manos se levantaran y nuestros dedos se
entrelazaran. Cerró los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás, confiando
en mí para sostenerla a medida que le daba placer. Se acomodó por
completo en mi cara, permitiendo que mis labios envolvieran su coño por
completo y que mi lengua la follara profundamente. Arqueó la espalda, sus
dedos apretándose contra los míos y un grito escapó de su cuerpo que no
había creído posible en alguien de aspecto tan frágil. Se balanceó adelante y
atrás, y su lujuria escurrió en mi lengua. Lo lamí con entusiasmo hasta que
su balanceo disminuyó y finalmente se detuvo por completo. Besé cada
centímetro de su coño y la parte interna de sus muslos antes de dejar que se
recostara contra la barandilla.
Me puse de pie y empujé hacia abajo mis calzoncillos, luego los pateé
lejos sin cuidado. Levanté a Greta sobre la barandilla y separé sus piernas
con mis caderas. Se aferró a mis hombros, su mirada hundiéndose en mi
polla que frotaba a lo largo de sus pliegues. La provoqué durante un rato
antes de entrar en ella solo con la punta. Contuvo la respiración como las
dos primeras veces que tuvimos sexo. Aún se sentía tan increíblemente
apretada que necesitaba de cada pizca de control que poseía para causarle el
menor dolor posible, pero me instó a seguir con sus talones en mi trasero
hasta que me enterré completamente dentro de ella.
Ambos gemimos y nos quedamos así por un momento. Agarré el
trasero de Greta, amando la sensación en mis palmas a medida que la
levantaba de la barandilla.
Me encantaba que fuera mucho más pequeña que yo y que pudiera
llevarla en mis brazos con mi polla enterrada profundamente dentro de ella.
Sosteniéndola, encontré mi equilibrio antes de comenzar a embestirla desde
abajo. Mis brazos ayudaron a Greta a rebotar de arriba hacia abajo sobre mi
polla, llevándola profundamente dentro de ella. Con la luz del sol en nuestra
piel y el susurro suave del océano, esto se sintió como un sueño, uno del
que nunca quería despertar.

Greta
Me aferré a Amo mientras se empujaba más profundo que antes. Esta
solo era mi tercera vez y mi cuerpo aún no estaba acostumbrado a la
penetración.
Mis ojos se abrieron ante otra estocada aún más profunda. La
sensación de estiramiento era intensa, dolorosa, pero debajo de la
incomodidad se acumulaba el placer.
Con un beso abrasador, Amo avanzó hacia el área del salón del yate y
me bajó en el sofá, sin nunca salir de mí. Una vez que nos instalamos en el
cuero suave, comenzó a empujar dentro de mí a un ritmo más rápido. Clavé
mis dedos en sus hombros, concentrándome en los picos de placer entre las
punzadas.
Cada gemido de mis labios pareció estimular a Amo y lo hizo acelerar
aún más. Me miró a la cara a medida que empujaba hacia arriba la mitad de
su cuerpo y metía una mano entre nosotros. Empezó a frotar mi clítoris
mientras bombeaba dentro de mí.
Me encantó la sensación del cuerpo de Amo encima de mí, su fuerza
absoluta, el poder detrás de cada embestida.
—Quiero que esta vez te corras —gruñó.
También quería eso, pero no estaba segura si iba a suceder. Amo
disminuyó la velocidad y me besó dulcemente, su lengua jugueteando con
la mía. Empujó hacia arriba, saliendo de mí y rodó sobre su espalda.
—Siéntate en mi cara.
Subí por su cuerpo hasta que me cerní sobre su boca. Agarrándome a
una barandilla, me acerqué a la boca de Amo. Dejé escapar un gemido bajo
cuando su lengua me separó, acariciando mi carne ya sensible. Apoyé mis
brazos en la barandilla y puse mi barbilla sobre ella, mis ojos en las olas
brillantes mientras sucumbía a las burlas placenteras de Amo. Su lengua era
casi juguetona, alternando entre una presión firme y caricias ligeras como
plumas que hacían que los dedos de mis pies se curvaran de la mejor
manera.
Apenas me moví, demasiado atrapada en el placer. Las palmas de
Amo amasaron mi trasero, masajeando mis nalgas a medida que guiaba mis
movimientos. Apreté mis ojos cerrados, mis gemidos reverberando a través
de mi cuerpo.
—¡Amo!
Me estaba acercando más y más. Amo me levantó de su cara.
—Deslízate hacia abajo. —Con su ayuda, me deslicé por su cuerpo
hasta que su punta presionó contra mi abertura. Mi necesidad era demasiado
grande para vacilar. Me hundí casi todo el camino. Mi cuerpo comenzando
a temblar, dividido entre el dolor y el placer. Amo humedeció su pulgar y
presionó contra mi clítoris mientras movía mis caderas. Pronto mis
movimientos se volvieron aún más frenéticos, llevándome lentamente más
abajo y cuando me acomodé completamente en la pelvis de Amo, él empujó
hacia arriba, agarrando mi pezón entre sus labios para un tirón fuerte a
medida que su pulgar rozaba mi clítoris, y el placer recorrió mi cuerpo.
Grité, mis ojos se cerraron con fuerza.
Siguió empujando hacia arriba cuando ya no pude moverme,
demasiado abrumada por las sensaciones y luego él también se corrió con
un gemido. Me desplomé sobre él, mi respiración laboriosa.
Sonreí. Amo me abrazó con fuerza y durante el resto del día no
hicimos nada más que descansar en el sofá o darnos un chapuzón en el
océano. Fue más perfecto de lo que jamás podría haber imaginado. Esto aún
se sentía como un sueño, como si estuviéramos atrapados en otra
dimensión, lejos de la realidad.
Sabía que las cosas no siempre serían así. En ocasiones sentiría
nostalgia, extrañaría a mi familia, pero encontraría mi lugar en Nueva York.
La mayoría de las personas me habían recibido calurosamente hasta el
momento, y tenía a mis cuatro perros conmigo. Una vez que las cosas se
calmaran, iría en busca de más animales que necesitaran mi ayuda.
Nuestra vida juntos solo acababa de comenzar y estaba emocionada
por ello.
41
Amo
Greta y yo llevábamos casados dos meses. La vida había vuelto a la
normalidad, o lo que ahora era mi nueva normalidad: regresar a un hogar
acogedor todas las noches después del trabajo.
Las puertas del ascensor se abrieron e inmediatamente fui emboscado
por Bear, Teacup, Momo y Dotty. Nunca quise tener animales, puse los ojos
en blanco cuando Marcella adoptó perros del refugio de Growl, y ahora
aquí estaba con mi propia manada. Eran la razón por la que buscábamos
una casa adosada con jardín. Un apartamento en Manhattan no era el lugar
adecuado para ellos.
Los acaricié y me dirigí a la cocina. Greta estaba vestida con un tutú y
preparando la cena mientras hablaba con alguien por teléfono. Me dio una
sonrisa rápida y señaló el teléfono con una mirada de disculpa. Levantó dos
dedos. Podría esperar dos minutos. Asentí y me apoyé en la encimera de la
cocina, sirviéndome una copa del vino tinto que Greta ya había abierto para
que pudiera respirar.
Sabía que había estado practicando ballet en secreto cuando yo no
estaba en casa. Aún no quería bailar frente a mí, no estaba contenta con su
actuación. No podía esperar a verla bailar de nuevo, pero no iba a
presionarla. Estaba feliz de que ella pareciera adaptarse mucho mejor de lo
que temía. Se llevaba muy bien con Sara, y con el resto de los Trevisan. Mi
madre la adoraba totalmente y prácticamente la veía como otra hija, e
incluso Marcella y Greta se unieron por su amor compartido por las bestias
peligrosas, en forma humana y animal. De todos modos, Marcella se había
ablandado desde que dio a luz. Algo extraño de presenciar.
Intenté imaginar a Greta como madre. Y el pensamiento siempre me
hizo sonreír. No habíamos decidido cuándo formar nuestra propia familia,
pero necesitábamos más tiempo juntos y que nuestras familias se adaptaran
a la nueva situación.
Greta finalmente terminó la llamada y saltó hacia mí, dándome un
beso. Capté el indicio de preocupación en sus ojos.
—Déjame adivinar, ¿tu hermano lo arruinó otra vez?
—No peor que antes. Es imposible hablar con él.
—Tiene suerte de que Aurora huyera a ti y no a sus padres.
—Nunca puedes mencionárselo a Fabiano ni a nadie.
—Lo juré. —Acaricié su cabello lejos de su cara—. No puedes salvar
a todos, especialmente a tu hermano.
—Lo sé, pero Nevio necesita a alguien.
Nevio necesitaba por lo menos un exorcista.
—¿Cuándo volverás a ver a Aurora?
—Mañana en el gimnasio de Gianna. Vamos a hacer yoga juntas.
El lío de Nevio tuvo al menos una cosa buena. Greta tenía a Aurora
como un rostro familiar en Nueva York, al menos por un tiempo, y mamá
tenía a alguien a quien adorar ahora que Valerio se había mudado.
—Si quieres, también puedes invitarla a los Hampton. Puede pasar
tiempo contigo, Sara e Isabella cuando vaya en moto acuática con
Maximus.
—¿En serio?
—En serio. —La besé y luego me arriesgué a echar un vistazo a la
olla. Era una especie de sopa cremosa con ñoquis—. ¿Crema de soya? —
Mis labios se curvaron.
Greta frunció los labios.
—Esta vez probé una crema a base de coco. Y los ñoquis son caseros
ya que no te gustaron los últimos veganos que compré.
Suspiré.
—Me encanta todo de ti, excepto tu ética alimentaria.
—Puedes comer carne, huevos y queso cuando quieras, pero no
quiero prepararlos. —Entrecerró los ojos de manera juguetona—. Y apuesto
a que comiste un perrito caliente de emergencia de camino a casa.
Sonreí. Maximus, Matteo e incluso papá se habían encargado de
proporcionarme refrigerios y almuerzos carnosos durante la jornada laboral.
—Me gusta la carne. Sabes que no soy un hombre bueno, y comer
carne es uno de mis pecados menos graves.
Negó con la cabeza.
—¿Quieres probar mi sopa de ñoquis?
—Sabes que siempre lo hago. Y si no es comestible, lo acompañaré
con mucho vino. —Besé su boca indignada para suavizar el impacto de mis
palabras y luego la ayudé a poner la mesa. Incluso si tenía que comer tofu
revuelto, escalope de seitán y helado de soya por el resto de mi vida,
seguiría siendo el imbécil más feliz del mundo.

***

—Estoy lista —dijo Greta con una sonrisa nerviosa mientras tomaba
mi mano y me conducía hacia la sala de ballet que había instalado en
nuestra nueva casa. Nos habíamos mudado hace unos días y aún no
habíamos desempacado la mayoría de nuestras cajas. Este año
celebraríamos la Navidad en Las Vegas y nuestro vuelo salía por la mañana,
así que no nos apresuramos a desempacar—. He estado practicando todos
los días. Espero que te guste.
—Me encantará —dije cuando Greta soltó mi mano para caminar
hacia el centro de la habitación. No había querido nada para Navidad
excepto un baile de ella y hoy por fin me cumpliría mi deseo.
Mi boca se secó a medida que la observaba. No estaba seguro de por
qué Greta había esperado tanto para bailar para mí. Era la perfección pura
mientras giraba y doblaba su cuerpo al ritmo de la música. Era gracia y
pasión envueltas en una. Si su rodilla le dio problemas, no lo mostró.
Podría haberla observado para siempre, especialmente la felicidad
absoluta y pasión en su rostro mientras se entregaba a la música.
Cuando la nota final se desvaneció, se enderezó desde donde se había
inclinado. Sus ojos brillando con emoción, y luego esperanza.
—Es el mejor regalo de Navidad que podría pedir.
Sonrió ampliamente.
—Se siente increíble bailar otra vez.
Se dirigió a la barra del espejo.
—Aún tengo problemas para sostener el grand plie por mucho tiempo
y, a veces, me dan calambres en las piernas si estoy de puntillas por mucho
tiempo, pero estoy mejorando cada día. —Me mostró a qué movimientos se
refería, completamente en su elemento. Levantó una pierna a medida que se
ponía de puntillas, y me distrajo momentáneamente la forma en que su
tanga encajó entre sus nalgas. Me estaba mirando en el espejo cuando bajó
la pierna al suelo. Me acerqué a ella como un león hambriento. Sus pezones
se fruncieron debajo de su leotardo. No llevaba medias ni sujetador. Y
aparentemente, recibiría otro regalo. Todas mis fantasías sobre reclamar a
Greta con su traje de ballet finalmente se harían realidad.
Me acerqué por detrás y tomé su cintura esbelta, elevándome sobre
ella en el espejo.
—Levanta la pierna.
Levantó la pierna con un movimiento elegante y apoyó el tobillo en la
barra. Esta posición me permitió ver cómo la entrepierna de su leotardo
encajaba entre su coño. Se me hizo la boca agua. Caí de rodillas, empujé su
tanga de leotardo a un lado y la lamí por detrás, amando el acceso que me
daba este movimiento de ballet. Podía sentir a Greta observándome comerla
en el espejo.
No le di a su pierna la oportunidad de ceder por la tensión. La conduje
hacia su orgasmo a gran velocidad, demasiado ansioso por follármela frente
a los espejos.
Se corrió en mi boca, su clítoris pequeño latiendo feroz contra mi
labio, sus jugos escurriendo en mi lengua.
Sus dedos alrededor de las barras estaban blancos, sus ojos cerrados a
medida que disfrutaba del placer. Presioné un beso en los labios hinchados
de su coño antes de deslizarme hacia atrás y ponerme de pie.
Me desabroché los pantalones y liberé mi polla. Greta aún tenía los
ojos cerrados y su pecho estaba agitado, sus pezones duros.
Se había apoyado sobre la planta de su pie, con una pierna aún
suspendida en la barra.
—Vuelve a ponerte de puntillas —dije bruscamente.
Lo hizo sin dudarlo, pero cuando se movió para bajar la pierna, tomé
su pantorrilla.
—Esta se queda arriba.
Se mordió el labio inferior a medida que guiaba mi punta hacia su
abertura, ampliando mi postura para poder alcanzarla. Froté mi punta sobre
su abertura resbaladiza antes de empujar mi punta. Sus labios se separaron
en un gemido silencioso. Bajé la mirada, amando la vista de mi punta gorda
enterrada en el hermoso coño de Greta, cómo le dio la bienvenida a mi polla
a pesar de que parecía que nunca encajaría. La incomodidad llenó su rostro
y acaricié su pantorrilla y muslo, pero no me detuve.
Empujé más profundo, gimiendo cuando mi punta terminó apretada y
acariciada por las paredes internas de Greta. Los dedos de Greta se
apretaron aún más alrededor de la barra e incliné su cabeza hacia atrás y
bajé mi boca hacia la suya mientras la llenaba por completo. Nos besamos
un rato antes de retirarme, incapaz de resistir la necesidad de ver mi polla
enterrada en ella.
Este acto crudo reclamando a Greta fue lo más sexy que hubiera visto
en mi vida.
Soltó un suspiro tembloroso. Sus músculos apretando su agarre
brevemente, haciéndome apretar los dientes antes de que se aflojaran.
Siempre se sentía apretada alrededor de mí, pero sabía que ahora podía
moverme.
—Se siente tan bien. No te detengas.
Pronto, se tornó aún más resbaladiza mientras entraba y salía
lentamente. Mi polla brillaba con sus jugos y aceleré. Envolví mis brazos
con fuerza alrededor del pecho de Greta a medida que bombeaba en ella. En
el espejo observé el rostro lleno de lujuria de Greta, sus pezones diminutos
frunciéndose contra el material transparente de su leotardo y mi polla
reclamando su dulce coño.
Llegamos al mismo tiempo y ambos caímos al suelo sin aliento, Greta
en mi regazo.
—He querido hacer esto desde la primera vez que te vi en tu tutú —
dije con voz áspera.
—¿Ya me deseabas en ese entonces?
—Oh, sí. Estaba completamente obsesionado desde el primer
segundo. Nunca creí en el amor a primera vista, pero me convertiste.
Greta se rio, su expresión dudosa.
—Suena como lujuria a primera vista.
—Créeme, no solo era lujuria. He sentido antes lujuria, pero lo que
sentí cuando te vi fue mucho más poderoso y aterrador.
—Entonces, ¿te asusté al principio?
Me reí.
—Podría decirse. Fue una experiencia nueva. ¿Eso te sorprende?
Sonrió descaradamente.
—En realidad, no. Soy una Falcone.
Me reí y estrellé mis labios contra los de ella. Después de un
momento me retiré.
—Ahora eres una Vitiello. —Nunca me cansaría de escuchar a
alguien llamarla Greta Vitiello, especialmente alrededor de Remo o Nevio.
Inclinó la cabeza, sus ojos suaves y cariñosos.
—Soy ambas.
Sabía que su corazón siempre estaría dividido entre Las Vegas y
Nueva York, y eso estaba bien. El corazón de Greta era lo suficientemente
grande para su familia y para mí. Y siempre estaría agradecido de que
hubiera abierto su corazón por mí.
Epílogo
Greta

Tres años después


Apoyé un paño frío en la frente de mamá. Ella gritó de nuevo. Sus
dientes hundiéndose en su labio inferior, su rostro sonrojado y sudoroso, su
cabello pegado a su frente.
Hundió los dedos en las sábanas, con las palmas apoyadas contra la
cama, girando las caderas mientras respiraba con la siguiente contracción.
Había estado en trabajo de parto durante cinco horas y al ver su dolor,
me sentí agradecida y asombrada por su sacrificio.
Froté su espalda y se relajó cuando la contracción se desvaneció y
tuvo un momento para respirar. Me dio una sonrisa exhausta.
—No creo que falte mucho. Puedo sentirlo. Una cabeza está bajando
con mucha fuerza. Pronto tendrás a tus bebés.
—¿Qué necesitas que haga? —Quería ayudarla en todo lo que
pudiera. Estos últimos nueve meses, había soportado náuseas matutinas,
dolor de espalda y una fatiga intensa mientras cargaba a los bebés de Amo y
míos en su cuerpo. Era un regalo que nunca podría devolverle.
Mamá tocó mi mejilla.
—Sigue haciendo lo que haces. —Su rostro se retorció bajo una ola
nueva de dolor.
La guie a través de su respiración, le froté la espalda, le puse presión
en la parte baja de la espalda y luego le limpié la frente.
Después de otra hora de contracciones, mamá tuvo que acomodarse
en la cama y diez minutos después nació mi hija y dos minutos después mi
hijo salió. Me senté junto a mamá con una expresión atónita a medida que
las enfermeras revisaban a los dos bebés pequeños con sus coronillas
colmadas de negro cabello espeso. Mamá dejó escapar un sollozo ahogado
y yo tampoco pude contener las lágrimas.
—Acuéstate a mi lado —susurró mamá. Lo hice y besé su mejilla, sin
saber qué decir, cómo agradecerle por algo como esto. Nuestros ojos se
encontraron y ella tomó mi mejilla con una sonrisa temblorosa—. Lo sé, lo
sé.
Las enfermeras se acercaron con los dos bebés pequeños.
Contuve la respiración, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo.
—Ábrete la bata —me dijo la enfermera. Pasé las dos primeras horas
del trabajo de parto con mamá en la tina de parto y no me molesté en
vestirme.
Miré a mamá con los ojos del todo abiertos.
Ella asintió.
—Greta, son tuyos. Deberías sostenerlos.
Aparté la bata y las enfermeras pusieron a los dos bebés sobre mi
pecho. Empecé a llorar cuando sentí sus cuerpos pequeños contra mi piel,
cuando olí su aroma dulce. Mamá inclinó la cabeza hacia atrás,
completamente exhausta y me observó a medida que un médico la cosía. Mi
corazón nunca se había sentido tan lleno como si no pudiera contener todo
el amor que llevaba dentro de mí.
—¿Debería llamar a sus esposos? —preguntó la enfermera cuando
mamá ya estaba tapada.
Mamá asintió.
—Por favor.
Abrió la puerta y un momento después Amo entró y se congeló
cuando su mirada se posó en mí. Tragó pesado. Papá entró detrás de él y le
dio una palmada en el hombro a Amo demasiado fuerte.
—Felicitaciones por el primer Capo de la Famiglia que nació en Las
Vegas.
Le di una sonrisa llorosa e indignada. Amo y yo no habíamos querido
que mamá fuera a Nueva York con un embarazo avanzado, así que volamos
para el parto. Papá se acercó a mí para besarme la parte superior de la
cabeza antes de acercarse a mamá y besar sus labios. La mirada que le dio
hizo que mi corazón se hinchara. En ocasiones me preocupaba que el
conflicto que había creado mi unión con Amo hubiera dañado su
matrimonio, pero sus ojos me dijeron que amaba a mamá hoy más que
nunca.
Amo se detuvo a mi lado, sus ojos suaves e incrédulos a medida que
observaba a nuestros hijos.
—Están realmente aquí —susurré. Hasta hace muy poco me había
sentido en un sueño del que podía despertar en cualquier momento.
Amo se inclinó y me besó, luego rozó sus dedos suavemente sobre la
espalda de nuestros bebés. Captó la mirada de papá y supe que estos dos
bebés harían que el vínculo entre nuestras familias fuera más fuerte que
nunca. Mis gemelos eran Vitiello y Falcone.
Amo entrelazó sus dedos con los míos. Nuestro amor había ardido
más fuerte que cualquier enemistad.
Sobre la autora

Cora Reilly es autora de Born in Blood Mafia Series, The Camorra


Chronicles y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos
peligrosamente sexis. Le gustan los hombres como sus martinis: indecentes
y fuertes.
Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Bearded Collie, así
como con el lindo pero loco hombre a su lado. En 2021, dio a luz a una hija
maravillosa. Cuando no pasa sus días soñando con libros ardientes, planea
su próxima aventura de viaje o cocinando platos demasiado picantes de
todo el mundo.

Sins of the Fathers Series:


1. By Sin I Rise. Part One
2. By Sin I Rise. Part Two
3. By Virtue I Fall
4. By Fate I Conquer
Notas
[←1]
Parkour: actividad física basada en la capacidad motriz del individuo, desarrollado a partir
del método natural, por lo que tiene como objetivo trasladarse de un punto a otro del entorno
de la manera más sencilla y eficiente posible, adaptándose a las exigencias del mismo con la
sola ayuda del cuerpo.

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